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JOAQUÍN YEBRA SERRANO
Laaportaciónde losvalorescristianos
a lasociedad
“LA APORTACIÓN DE LOS VALORES CRISTIANOS A LA SOCIEDAD”
Pr. Joaquín Yebra.
Verano y Madrid, 2018.
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INTRODUCCIÓN:
Es una inmensa alegría y un gran privilegio poder compartir vosotros, amables lectores,
algunas notas sobre “La Aportación de los Valores Cristianos a la Sociedad”.
Friederich Nietzsche, el filósofo del siglo XIX, cuyas ideas siguen ejerciendo gran
influencia en nuestras sociedades occidentales, dijo:
“Condeno a la Cristiandad. Traigo ante la Iglesia Cristiana la más terrible de las
acusaciones que jamás pueda poner en sus labios todo acusador. Se trata de la mayor de
las corrupciones imaginables. Procurará la mayor de las corrupciones, por cuanto la
Iglesia Cristiana no ha dejado nada sin tocar con su depravación; ha convertido cada valor
en algo inservible y cada verdad en mentira, y toda integridad en vileza del alma.”
En lenguaje más o menos culto podemos escuchar hoy entre nuestros coetáneos
afirmaciones parecidas a estas palabras del agrio filósofo Nietzsche.
Nuestra tesis será mostrar, aunque sea brevemente, la aportación de los valores
cristianos a la sociedad y la influencia de la fe cristiana en la misma.
A tal efecto nos centraremos en cuatro áreas fundamentales:
La ciencia, la libertad humana, la moral y la salud.
Y, naturalmente, hablaremos en términos judeo-cristianos, no sólo “cristianos”, como si la
Cristiandad no tuviera historicidad y fuera un fenómeno surgido en el vacío o fruto de la
especulación filosófica, sino como parte integrante de la cultura bíblica.
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CONTRIBUCIONES A LA CIENCIA:
Probablemente sea este campo en el que más voces se han levantado contra la
Cristiandad en los últimos tiempos, si bien en las últimas décadas se han manifestado
muchos cambios de criterio al respecto, tanto del respeto a la leyes morales, como a la
creación y la necesidad de un Diseñador ante el misterio del diseño.
Para muchos en nuestras sociedades occidentales la religión y la ciencia se asemejan al
agua y el aceite. Por mucho que los agitemos nunca llegan a mezclarse.
La inmensa mayoría de las personas con quienes convivimos están plenamente
convencidas de que la religión solamente ofrece superstición, mientras que la ciencia
ofrece hechos constatables.
Quienes piensan de esa manera, generalmente inducidos por corrientes que no resisten
un análisis medianamente riguroso, es más que evidente que no se han tomado siquiera
la molestia de considerar la historia de la ciencia, ni mucho menos de estudiar con rigor
las Sagradas Escrituras.
En su obra titulada “The Soul of Science”, “El Alma de la Ciencia”, los autores Nancy
Pearcey y Charles Thaxton muestran la historicidad del papel esencial desempeñado por
la Cristiandad en el desarrollo de la ciencia.
Primeramente, la Cristiandad ha aportado muy importantes presuposiciones para la
ciencia. La Biblia enseña que la naturaleza es real, no una mera ilusión, como en otras
cosmovisiones.
También afirma que la naturaleza posee valor, y que el hombre tiene que trabajar con ella.
Históricamente, esta visión ha representado un extraordinario avance respecto a las
supersticiones paganas que desembocaron en panteísmos en los que la naturaleza había
de ser adorada por estar compuesta de espíritus que no debían molestarse.
De ahí que donde el animismo y el panteísmo han echado raíces no se haya producido
ningún desarrollo científico.
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Por el contrario, la fe judeo-cristiana desacralizó a la naturaleza, desnudándola de
muchos de sus aspectos arbitrarios, impredecibles y terroríficos.
Además, al haber sido creada por Dios siguiendo un orden, la naturaleza podía y puede
ser estudiada y comprendida, merced a leyes inmutables que ofrecen regularidad,
fiabilidad y método, sin los cuales los estudios científicos no serían posibles.
En segundo lugar, la Cristiandad ha sancionado positivamente a la ciencia como medio
para mitigar el dolor y el sufrimiento humano.
En las culturas animistas y panteístas, los dioses y la naturaleza estaban tan
estrechamente unidos al hombre que su trascendencia era sencillamente imposible para
éste.
La visión judeo-cristiana del mundo dio al hombre la libertad para controlar su entorno, es
decir, para “sojuzgar la tierra y señorear sobre la Creación”. (Génesis 1:28).
La cosmovisión judeo-cristiana permitió al hombre la libertad de someter a la naturaleza a
sus necesidades dentro de ciertas limitaciones, la primera de las cuales es el propio Dios,
quien ocupa un lugar por encima de la naturaleza.
La tecnología o ciencia aplicada pudo desarrollarse para satisfacer las necesidades y
aspiraciones humanas como expresión del mandato divino dado al hombre para ser su
lugarteniente en la tierra.
El concepto judeo-cristiano de la obligación moral desempeñó un papel de suma
importancia en el estudio de la naturaleza. De ese modo, la cultura judeo-cristiana
proveyó las motivaciones precisas para el desarrollo del conocimiento científico.
En la medida en que los científicos y toda suerte de investigadores aprendieron más
acerca de las maravillas de la naturaleza y del universo, vieron también la gloria de Dios
delante de sus propios ojos.
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En tercer lugar, la Cristiandad aportó en el curso de la historia la metodología necesaria
para el desarrollo de la ciencia en Occidente.
Anteriormente, se pensaba que el mundo funcionaba en formas perfectamente racionales
que podían llegar a ser conocidas por el hombre mediante la deducción lógica.
Sin embargo, este planteamiento sencillamente no resultaba funcional. Los planetas, por
ejemplo, no tienen que orbitar en círculos, conclusión a la que algunos habían llegado
mediante la lógica deductiva.
La investigación científica demostró que, efectivamente, no orbitaban de esa manera. Una
nueva forma de comprender la Creación de Dios condujo el énfasis de la teología hacia la
voluntad divina.
Comoquiera que los actos volitivos de Dios no pueden ser deducidos mediante el
razonamiento lógico, era evidente que se precisaba investigar y experimentar. Esto aportó
el fundamento teológico para el desarrollo de la ciencia empírica.
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CONTRIBUCIONES A LA LIBERTAD HUMANA.
Una de las principales críticas dirigidas a la Cristiandad afirma que es inhibidora de la
libertad humana.
Cuando, por ejemplo, judíos y cristianos nos oponemos, donde esto es posible, a la
financiación de la pornografía, por ejemplo, que se nos presenta bajo el pretexto de ser
una manifestación artística, se nos acusa de obstaculizar y restringir la libertad de
expresión.
Lo mismo sucede cuando presentamos idéntica objeción al feminismo radical que al
machismo vergonzoso, por creer que son exaltaciones del desarrollo o realización
personal por encima de otras obligaciones morales y sociales. Entonces se nos acusa
igualmente de ser represivos.
El problema, creemos, se debe a que muchos actualmente han sido inducidos a ver la
libertad no como la capacidad para la autodeterminación, sino como la autodeterminación
ilimitada, sin la consideración de ningún valor absoluto de moral y convivencia.
De ese modo llegamos a la paradoja, dentro de nuestro contexto español, de no tener
cubierta en nuestra Sanidad de la Seguridad Social absolutamente nada respecto al
cuidado odontológico, excepto las extracciones, con el resultado de una de las peores
bocas de Europa, mientras que con nuestros impuestos indiscriminados se realizan
operaciones de “cambio de sexo” e “interrupciones voluntarias del embarazo”, eufemismo
para el “aborto provocado”.
Hay dos factores que limitan o definen, que viene a ser lo mismo, nuestra libertad. Uno de
esos factores es lo que podríamos denominar “las reglas del juego”. El otro factor es
nuestra propia naturaleza.
El pianista puede dar su concierto porque conoce y se somete a “las reglas del juego”. En
otras palabras, conoce y por lo tanto puede interpretar la notación musical. Sabe cómo y
cuándo reproducir los sonidos representados por las notas musicales sobre el soporte del
pentagrama.
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Si optara por reproducir los sonidos que le vinieran en gana, es muy probable que se
quedara solo en la sala de conciertos. Y si optara por interpretar una pieza musical dentro
de un conjunto de músicos, esto se acentuaría todavía más.
Del mismo modo, como parte del universo de Dios, necesitamos aprender a funcionar
siguiendo “las reglas del juego”. Por eso es que desde nuestra perspectiva judeo-cristiana
creemos que Dios es quien sabe mejor cómo hemos de vivir en esta tierra, y por ello nos
sometemos a su voluntad y diseño.
El factor de nuestra naturaleza también es de suma importancia, por cuanto estructura
nuestra libertad. Un pez podría expresar su libertad tratando de vivir sobre el suelo seco,
pero su libertad para hacer tal cosa le duraría muy poco tiempo.
Del mismo modo, nosotros también podemos ser libres en tanto vivamos en conformidad
con nuestra naturaleza, no con la naturaleza caída en el pecado, en la desobediencia al
Señor, sino con la naturaleza nacida de Dios, como de hijos e hijas suyos.
Esta no es sino otra manera de contemplar la idea de “las reglas del juego”. Por eso es
que necesitamos reconocer que algunos de nuestros deseos de libertad pueden ir en
contra de esas “reglas”, y como resultado final ir en contra de nuestra propia libertad.
Muchos en nuestros días ven nuestra Cristiandad como una fuerza contra el derecho a
expresar quienes verdaderamente somos.
Sin embargo, la historia muestra que una de las grandes aportaciones cristianas en el
curso de los siglos ha consistido en ayudar a muchos a alcanzar la libertad que les ha
permitido llegar a ser y hacer lo que en algunos casos se habían propuesto, y en muchos
otros lo que jamás hubieran ni siquiera podido imaginar.
Un ejemplo, entre miles, sería la participación de los cristianos en la lucha contra la
esclavitud. La presencia e iniciativa de cristianos en las sociedades abolicionistas es un
hecho histórico incuestionable.
Esto difícilmente hubiera podido darse si no se hubiera contado con la visión del ser
humano como criatura hecha a imagen y semejanza de Dios, y perteneciente a una sola y
única raza humana.
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Lo mismo podemos afirmar respecto al feminismo. No me refiero al feminismo como
versión femenina del machismo, en lo que lamentablemente ha degenerado en muchos
círculos, sino el reconocimiento y la práctica de la no discriminación en base al género.
Cuando las feministas radicales se quejan de que la Cristiandad ha sido una fuerza
represiva contra la mujer, simplemente muestran su inmenso desconocimiento de la
historia.
No nos cabe duda que ha habido y hay opresión de la mujer en muchos círculos hasta el
día de hoy, incluso en entornos que efectivamente se denominan o son tenidos por
“cristianos”.
Sin embargo, el estudio serio de las Sagradas Escrituras y de la historia no prejuiciada de
la Iglesia nos muestra que no ha habido ninguna fuerza que haya aportado más libertad y
reconocimiento de dignidad a la mujer que la Cristiandad, empezando por la actitud y la
consideración de la mujer por parte de nuestro Señor Jesucristo.
Creemos que el problema no radica en que la Cristiandad se oponga a la libertad, sino
que reconoce las leyes del Creador y acepta que Él sabe mejor lo que nos conviene.
Las doctrinas de la Creación y de la Redención nos definen nuestra naturaleza y nuestras
responsabilidades delante de Dios.
Naturalmente, las reglas de Dios siempre resultarán opresivas para quienes quieran vivir
en una absoluta autorrealización sin responsabilidades morales, carente de toda rendición
de cuentas.
Por eso mismo muchos estarán dispuestos a admitir la existencia de una fuerza creadora
y dinamizadora en el universo, al estilo del “primer motor” de Aristóteles, pero sentirán
horror ante la posibilidad siquiera de un Dios personal ante quien hayamos de responder
respecto al uso de nuestra libertad.
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CONTRIBUCIONES A LA MORAL.
Se nos acusa frecuentemente a los cristianos de imponer nuestras normas a los demás,
comprendidos aquellos que no comparten nuestra fe.
Tienen razón quienes emplean este argumento. En muchos casos hemos visto y vemos a
cristianos y entidades cristianas esforzándose por realizar un “trágala” cristiano.
A nosotros nos parece particularmente ridícula la idea de pretender legislar “en cristiano”
para quienes no lo son. Primeramente, porque Jesús de Nazaret jamás impuso
absolutamente nada sobre nadie, sino que invitó a que quien quisiera ser su discípulo se
negara a sí mismo, tomara su cruz cada día y fuese en pos de Él.
Es decir, Él delante y nosotros detrás, en un seguimiento absoluta y radicalmente
voluntario.
Para explicar esto un poco más detalladamente, voy a poner el ejemplo del “aborto
provocado”. Como cristianos enseñamos que Dios no se agrada ante la interrupción
voluntaria del embarazo. Creemos que como cristianos no hemos de caer en semejante
práctica. Recurrimos a las Sagradas Escrituras para mostrar que Dios nos conoce desde
el embrión, como dice el Salmo 139:16:
“Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron
luego formadas, sin faltar una de ellas.”
Sin embargo, no creemos que esto ha de imponerse a los no cristianos. Y lo que es más,
estamos convencidos de que ante la sociedad general debemos ser defensores de la vida
humana y de su singularidad sin partir necesariamente de nuestra fe, que, naturalmente,
no es compartida por todos.
Creo que existen argumentos humanos, sin etiquetas, y por lo tanto compartibles con todo
el mundo, para mostrar el valor singular de la vida humana y su irrepetibilidad.
Carece de sentido ir a quienes no creen en las Sagradas Escrituras con textos bíblicos,
cuando no con amenazas de “fuego y azufre”. Creo que las bombas de los activistas
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antiabortistas “funda---mentales” de hace algunos años en clínicas abortistas, en lugares
como los Estados Unidos, son sencillamente una vergüenza para la Cristiandad.
La pregunta a la que creemos que debemos responder es si las normas morales que las
Sagradas Escrituras enseñan han servido para el bien de la sociedad.
¿Ha servido la Cristiandad para mejorar la vida de las personas y de las sociedades?
De todos nosotros es sabido que la brutalidad fue una de las características de la
sociedad greco-romana de los días de Jesucristo en la carne.
También sabemos todos que nuestras sociedades occidentales han experimentado un
gran avance.
Pero ¿qué sabemos de la crueldad? ¿Hemos olvidado que en los juegos romanos se
enfrentaban los hombres a las bestias y los hombres entre sí, mientras las multitudes se
excitaban ante el derramamiento de la sangre y la muerte?
¿Sabemos que los niños no deseados eran abandonados entre la basura, mientras que
otros eran rescatados para ser criados hasta convertirse en esclavos o prostitutas?
¿Sabemos que fue el testimonio cristiano el que puso fin a semejantes prácticas?
El caso de los vikingos es un magnífico ejemplo de lo que venimos diciendo, y de cómo el
Evangelio de Jesucristo puede afectar positivamente a un pueblo.
Las enseñanzas de Cristo Jesús fueron gradualmente produciendo cambios en las vidas
de este pueblo. Y en el año 1020 de nuestra era, el Cristianismo estaba establecido en
Escandinavia, cesando las prácticas de los sacrificios humanos, la magia negra, la
aniquilación de los niños no deseados, la esclavitud y la poligamia.
En tiempos más modernos, siglo XVIII, hallamos a los cristianos de Inglaterra luchando
contra la práctica de la esclavitud. Y en esos mismo días están presentes los hermanos
Juan y Carlos Wesley y su Movimiento Metodista que tanto aportó en cuanto a cambios
sociales en el momento del nacimiento de la Revolución Industrial, con sus “Evening
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Schools”, “Escuelas Nocturnas”, donde los pequeños trabajadores de las minas y de la
incipiente industria podían aprender a leer y escribir, aritmética y gramática, y la “Sunday
School”, la “Escuela Dominical” para estudiar la Biblia.
Allí se establecerían igualmente los cimientos para el desarrollo de los “Trade Unions”, los
“Sindicatos Gremiales”, las Escuelas de Formación Profesional, precursoras de la
“Formación Dual”, y el Movimiento Laborista.
Entre los abolicionistas españoles nos encontramos con la presencia de protestantes
desde el principio de la emancipación hasta 1898.
Entre ellos destacan José María Blanco White, nacido en Sevilla en 1775 y fallecido en
Liverpool, Inglaterra, en 1841. Después de combatir contra los franceses escapó a
Inglaterra en 1810 y ya nunca más regresó a España. Ordenado sacerdote católico el 21
de Diciembre de 1799, abandonó el catolicismo en 1803 y se convirtió en su exilio inglés
al anglicanismo en 1812, siendo ordenado en 1814 en la Iglesia de Inglaterra.
Naturalmente, todos sus escritos fueron prohibidos en España. En 1814 publicó en
Londres la obra titulada “Bosquejo del Comercio de Esclavos y Reflexiones sobre este
Tráfico considerado Moral, Política y Cristianamente”.
Pero quizá quien más destaca de entre los evangélicos abolicionistas sea Julio
Vizcarrondo y Coronado, nacido en San Juan de Puerto Rico en 1829. Cursó el
bachillerato en Madrid y continuó sus estudios superiores en París. Fue desterrado de la
todavía colonia española de Puerto Rico por su labor antiesclavista, refugiándose en
Nueva York, donde permaneció durante cuatro años, relacionándose con círculos
culturales y políticos liberales, defensores de las ideas abolicionistas, llegando
posteriormente a ocupar el cargo de Secretario en el Comité Permanente de la
Conferencia Internacional de París contra la Esclavitud.
Otras facetas de Julio Vizcarrondo que queremos destacar brevemente son la de haber
sido diputado autonomista por Puerto Rico desde 1886, cuando ya era provincia de
España, hasta su fallecimiento en 1889, y que como Presidente del Comité Central de la
Unión Evangélica Española consiguiese del Alcalde de Madrid el permiso para la
realización de cultos evangélicos públicos el día 24 de Enero de 1869.
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Vizcarrondo fundó el Hospital de los Amigos de los Pobres, la Sociedad Protectora de los
Niños y otras asociaciones benéficas.
La biografía de este insigne español, silenciada por el nacional-catolicismo hasta el día de
hoy, y tristemente ignorada incluso por la mayoría de los evangélicos españoles de
nuestros días, supera en mucho las dimensiones de este trabajo.
El día 7 de Octubre de 1886 se publicaba el decreto de abolición definitiva de la esclavitud
en Cuba, el último lugar de la Corona Española donde se practicaba semejante indignidad
para defender los intereses de la monarquía y la burguesía.
(Ver “Una Introducción a la Esclavitud en la Edad Moderna” en esta misma página).
Ir en contra de las normas morales de Dios es destructivo tanto para las personas como
para las sociedades de las que formamos parte. E ignorar nuestra historia es algo
profundísimamente triste.
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CONTRIBUCIONES A LA SALUD.
La salud es otra de las áreas en las que la Cristiandad, con su herencia judeo-cristiana,
ha contribuido muy positivamente en la sociedad.
Es más, no exageraremos si afirmamos que los cristianos han estado en primera línea del
campo de la sanidad desde el nacimiento de la Iglesia.
Algo semejante podemos decir respecto del judaísmo de todos los tiempos, de donde nos
ha llegado su legado.
Mientras que en sociedades animistas y panteístas se contemplaba la enfermedad
siempre como un castigo divino y, por consiguiente, no debía procurarse la curación de
los enfermos, al creer que se interfería en los planes divinos, la Cristiandad, aun
creyendo que hay enfermedades que tienen su origen en el pecado, en la desobediencia
a las leyes divinas, siempre procuró buscar la sanación de los enfermos, entendiendo que
la misericordia y la caridad están por encima de todas las demás consideraciones.
Así es como la práctica de la medicina fue contemplada desde los albores de la
Cristiandad como una manera fundamental de ejercer la caridad cristiana.
La importancia del cuidado de la salud física, y por ende también mental, de parte de Dios
se desprende claramente de las leyes higiénicas y dietéticas de la legislación dada por el
Señor a través de su siervo Moisés.
La contribución del pueblo hebreo a la medicina, especialmente a través de las leyes y
normas que hallamos en el libro del Levítico, superan el conocimiento de la mayoría de
los hombres y mujeres de nuestros días.
De hecho, podemos afirmar que las medidas higiénicas que fueron tomadas en Europa
para erradicar la peste y la lepra fueron extraídas directamente de las Sagradas
Escrituras.
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La actitud de Jesucristo hacia los enfermos y todos cuantos sufrían dolencias fue el
principal agente motivador en la práctica de la medicina y la enfermería entre los
cristianos.
Durante la Edad Media hallamos a los monjes en los monasterios practicando la atención
y el cuidado de los enfermos.
Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que las enfermerías de los monasterios
marcan el nacimiento de la actividad hospitalaria en Europa, desde donde se extendería a
muchos otros lugares del mundo.
Uno de los más afamados de la antigüedad fue el Monasterio de San Galo, en Suiza,
fundado en el año 720 por este monje irlandés, donde se confeccionaban medicamentos
a base de las hierbas medicinales cultivadas en el propio monasterio.
Los monjes prestaban ayuda a cuantos enfermos llegaban a las puertas de la casa.
Después de algún tiempo, los monjes no sólo recibían a los enfermos que llegaban hasta
el monasterio, sino que emprendieron la labor de visitar a los enfermos en sus hogares o
dondequiera que estuvieran.
La participación cristiana en el establecimiento de hospitales es absolutamente
incuestionable. Ya en el año 325 d.C., el Concilio de Nicea decretó que dondequiera que
se estableciera la Iglesia, allí había de levantarse un hospital para atender a los enfermos
y necesitados.
De los días de San Basilio, en el 370, nos llegan referencias a su casa de atención a los
leprosos.
Ya en tiempos más recientes hemos de mencionar a Florence Nightingale, cuya Escuela
de Enfermeras de Londres inició la profesionalización de la enfermería moderna.
Lamentablemente, muchos cristianos de las diversas denominaciones ignoran la labor de
enseñanza de normas de salud por parte de la hermana Elena G. de White (1827-1915),
quien poco después del establecimiento de la Iglesia Cristiana Adventista, en el año 1863,
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hizo un llamamiento a regresar a un programa alimentario desprovisto de carne, así como
del peligro de uso de las drogas intoxicantes, comprendidos el alcohol y el tabaco.
Es un hecho constatado que los adventistas que siguen este régimen viven un promedio
de 10 años más que el promedio de vida del resto de los norteamericanos.
Igualmente hemos de hacer mención a la fundación de la Sociedad de la Cruz Roja, por
parte de un evangélico suizo, Henry Dunant, en 1859.
Lo mismo podemos decir respecto a la “Leprosy Misión”, conocida en el mundo hispano
como “Misión Evangélica contra la Lepra”. E igualmente superaríamos en mucho el
tiempo y el espacio de que disponemos para este trabajo, aunque hiciéramos tan sólo una
breve reseña de las aportaciones de la Cristiandad al campo de la sanidad.
Sin pretender haber sido exhaustivo, espero que esta breve visión de las aportaciones de
la Cristiandad a la sociedad haya servido para abrir el apetito a quienes quieran investigar
en este campo de la historia
J.Y.
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