apicultura tradicional y mieles de cantabria

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Con este libro se pretende preservar en la memoria la apicultura que practicaban nuestros antepasados en Cantabria, donde hasta no hace mucho tiempo las colmenas y colmenares formaban parte del paisaje rural y de la vida cotidiana, teniendo una notable importancia la producción de cera y miel en la economía de subsistencia de nuestros pueblos. Así mismo, se muestran los tipos de mieles que se producen en la región y se presentan una serie de recetas de cocina que nos ayudarán a disfrutar de este sano producto de una manera imaginativa y a valorar la importante labor de las abejas.

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Carlos J. Valcuende de Cos apicultura tradicional y mieles de CANTABRIA

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EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA APICULTURA

Las abejas fueron en su origen avispas que abandonaron hace aproxima-damente unos 100 millones de años la actividad depredadora para pasar a recolectar polen y néctar.

Los primeros restos fósiles de los antecesores de las abejas datan de hace 40 millones de años y tienen una morfología algo distinta a la abeja actual: mayor tamaño, cuerpo más peludo y las patas traseras más desa-rrolladas.

La especie que actualmente tenemos en la Península Ibérica es Apis mellifera mellifera (Abeja negra).

La relación de las abejas con el hombre probablemente se produjo hace unos 3 ó 4 millones de años cuando los primeros homínidos evolucionaron y seguro que buscaban la miel como un manjar exquisito de la naturaleza. Las primeras noticias de esta relación se remontan aproximadamente en-tre 12.000 y 8.000 años a.C., cuando el hombre fue capaz de representar escenas de su vida cotidiana. Prueba de ello son las pinturas parietales rupestres de la cueva de La Araña, en Bicorp (Valencia) donde aparece una escena de la recolección de la miel.

Al igual que sucedía con otros animales, el hombre primitivo ejercía el papel de depredador sobre las abejas, ya que una vez localizado su emplazamiento, bien en el hueco de un árbol o en la grieta de una roca, utilizaba el fuego y el humo para desalojarlas y así poder recoger su botín, conllevando esta operación incluso la muerte de la colonia.

Aun hoy en día se utiliza este método, con pocas variaciones, para la obtención de miel de las colonias silvestres en muchas partes del mundo donde no han llegado las técnicas modernas de la apicultura, especial-mente en África, Asia e incluso Sudamérica.

La apicultura como tal se puede decir que comenzó cuando el hombre pasó de cazador nómada a agricultor y pastor sedentario, y aprendió a cuidar y manipular las colonias de abejas silvestres que encontró en árbo-les huecos y otras partes. El siguiente paso en este proceso fue la construc-ción de colmenas y su agrupación en colmenares.

La construcción de las colmenas dependía de los materiales que encon-traban en la zona y de las habilidades de las diferentes comunidades. Pro-bablemente las primeras colmenas fuesen trozos de troncos de árboles en cuyo interior ya habitaban abejas. En otras ocasiones, utilizarían troncos

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ahuecados de forma natural y, más adelante, vaciados tras un laborioso trabajo con hacha y azuela.

También se hicieron colmenas de corcho, mimbre, paja y, en zonas secas y calurosas, con barro.

Uno de los pueblos de la antigüedad que con mayor detalle nos legaron sus técnicas apícolas fueron los egipcios. En sus bajorrelieves describen con detalle tanto el tipo de colmena utilizada como la forma de extracción de la miel y los métodos de almacenamiento y conservación de ésta. Para dar una idea de la importancia de este producto, de los aproximadamente 900 remedios medicinales descritos en su farmacopea más de 500 contenían miel entre sus componentes.

Otro de los pueblos que dedicaron más cuidados y estudios sobre la abeja fueron los griegos. Incluso entre sus vestigios arqueológicos se han encontrado restos de vasijas de cerámica que fueron usadas como colme-nas, siendo prácticamente iguales a las utilizadas hoy en día por algunos apicultores griegos.

En España la primera evidencia escrita de la importancia de la apicul-tura data del año 1100 a.C., en lo que denominamos Imperio Tarteso, asentado en Andalucía.

También los romanos valoraban a las abejas y a los productos de la col-mena, como reflejaron en sus obras Plinio el Viejo, Varrón y otros escrito-res. En esos textos no sólo se observa un profundo amor y admiración por las abejas y su mundo sino que, además, indican ya un grado de conoci-miento sobre enfermedades y manejo. El poeta Virgilio (siglo I a.C.) autor de las Geórgicas, afirma que “la mejor miel es la de tomillo y que los asen-tamientos de las abejas se hacían en colmenas de corcho o de mimbre”.

Así mismo promulgaron, dentro de sus leyes, una norma que afecta a la captura de los enjambres: “Si un enjambre se posaba en un árbol, no era propiedad del dueño del árbol, sino de quien primero se apropiara de él”.

Como ejemplo histórico podemos remitirnos a La Biblia, donde se en-cuentran 68 referencias a las abejas, a los panales y a la miel, y es muy común la frase “una tierra que mana leche y miel” para significar la pros-peridad y la abundancia de alimentos.

La importancia de la apicultura es tal que en el siglo I d.C. el gaditano Columela describió como era la apicultura de la época, haciendo referen-cia al manejo de las colmenas.

Ya en el siglo V de nuestra era, los visigodos explotaban a gran escala las

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colmenas en Hispania, fabricando una bebida muy estimada, compuesta de vinagre y miel, según apunta San Genadio en los estudios hechos sobre los aspectos de la economía agraria visigoda, en el libro “San Fructuoso y su tiempo”.

Posteriormente esta importancia se mantiene por los árabes que fabri-caban velas y utilizaban la miel en repostería y medicina junto con la cera. Adú Zacarías en su Tratado de Agricultura hace una importante mención al manejo de las colmenas.

A principios de la Edad Media, los peregrinos que iban a Santiago ala-baban la abundancia y calidad de la miel que se encontraban por el cami-no.

Seguidamente, Alfonso X El Sabio (siglo XIII) califica a España “briosa de sirgo, dulce de miel y alumbrada de cera”, y dicta las primeras orde-nanzas de los colmenares. Pero será en el siglo XVI cuando se alcance un conocimiento más amplio, con el primer libro de apicultura escrito en España, fue en Alcalá de Henares por Luís Méndez de Torres, en el año 1586 titulado “Tratado de la cultivación y cura de las colmenas”. Señala

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por primera vez que la reina es hembra (anteriormente se le llamaba rey) y es la encargada de poner huevos.

Cantabria ha sido siempre una región muy vinculada a esta actividad (probablemente los hombres primitivos que vivían en la cueva de Altami-ra hace 14.000 años también recolectaban panales de miel de un árbol, aunque no lo pintaran) destacando las comarcas de Campoo, Valderredi-ble y Liébana, donde ha tenido una gran presencia histórica.

Hay distintas fuentes documentales entre los siglos XIV y XIX que nos muestran la existencia de esta actividad apícola. Entre ellas destacan:

El Cartulario de Santo Toribio de Liébana recoge el uso de la cera como forma de dinero en las compras y como producto de infurción medieval (un impuesto individual pagado por cada campesino). En 1380 el prior de Santo Toribio concede el uso de pastos a los vecinos de Santa Mª de Lues a cambio de una gallina y 4 dineros en cera por vecino.

Quintanilla de an. Foto: Francisco Javier García.

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Los “libros de tazmías” conservados en el Archivo Diocesano de San-tander, donde se anotaban la parte de producto destinada al pago de los diezmos que pagaban los fieles a la iglesia. Las tazmías recogían datos de la producción anual, muy variable según los años. Sirven como ejemplo las siguientes anotaciones: “años 1746,1752 y 1818, unas producciones respectivas de cera de 7, 17 y 30 cuarterones” (de 0,8 a 3,5 kg.).

Las Respuestas Generales del Catastro del Marqués de la Ensena-da, que entre los años 1750 y 1754 recogen la cantidad de “pies de colmenas” existentes en los pueblos y en algunas ocasiones sus propietarios y la rentabilidad de ellas por año. Como ejemplo, los datos pertenecientes a 138 pueblos de la Merindad de Campoo en los que se han cuantificado 6.098 pies de colmenas, con unos rendi-mientos económicos que haciendo un promedio, saldría una media aproximada de 3,3 reales de vellón de cera y miel por pie de colmena y año. En otro ejemplo, “en el pueblo de Pesquera había 47 pies de colmenas con una producción total de 47 cuarterones de cera y de 23½ cuartillos de miel”.

En el Libro de Registro de la comunidad “Regina Coeli” de Santi-llana del Mar se refleja el precio de la cera en la segunda mitad del siglo XVIII (1766-1794), 530 reales por dos arrobas de cera.

Las Ordenanzas. Por ejemplo en las de Potes de 1468 se estable-cen las siguientes sanciones: “Sanción de una libra de cera por no guardar las fiestas y de otra por blasfemar” o en las Ordenanzas de Valdeanieza de 1772 se pena con una sanción de 15 maravedíes y 1 libra de cera por faltar a la letanía de la Asunción.

Los libros de fábrica parroquiales, donde se apuntaban los cargos de cera de las parroquias entre otras cosas.

En la revista económica “La Abeja Montañesa”, en su nº 66 del 4 de julio de 1858, se cita la salida del buque Eusebia con destino a Bilbao con un cargamento de cera y, en el nº 1492 del 31 de agosto de 1863, se hace referencia a las exportaciones de cera del Reino por la aduana de Santander en julio de 1863, que fueron de 4.864 kg.

Como conclusión se puede afirmar que la producción de miel era rela-tivamente abundante, sirviendo para autoconsumo y complemento econó-mico, con el intercambio o venta a los vecinos. Así mismo, se puede decir

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que el valor de la cera era mucho mayor al de la miel, utilizándose princi-palmente para la fabricación de velas destinadas al culto religioso.

También es digno de tener en cuenta que un porcentaje considerable de propietarios de colmenas tenía un mayor rango social, con el tratamiento de “don”, otros eran hidalgos y curas.

La apicultura moderna se inicia con importantes descubrimientos sobre la vida social, la organización de la colonia de abejas y otros aspectos que mejoran el conocimiento de este insecto, lo que produce un gran desarrollo de la apicultura.

Pero no es hasta mediados del siglo XIX cuando se produce la verdade-ra revolución en esta actividad. En 1851, Lorenzo L. Langstroth inventa en Estados Unidos el marco móvil con paso de abejas de 9,5 mm, que da lugar a la primera colmena vertical compuesta de marcos móviles de fácil extracción, la colmena modelo perfección o Langstroth, impulsora de la apicultura movilista tal y como la conocemos en la actualidad.

Después de este hito en la evolución, y al amparo de la aparición del cuadro móvil, siguieron toda una serie de innovaciones hasta conformar totalmente la apicultura actual: Johannes Mehring inventa en 1857 la pri-mera matriz para hacer láminas de cera. Franz von Hruschka ingenia en 1865 el primer extractor de miel mediante fuerza centrífuga. En 1870 Mo-ses Quinby construye el primer ahumador de fuelle. Posteriormente fue T. F. Bingham quien diseñó el ahumador actual. George Layens, en 1874, inventa la colmena que lleva su nombre.

A estos les han seguido otras innovaciones menores de tipo técnico para acabar con otro gran avance, el de la posibilidad de controlar plenamente la selección y mejora genética apícola mediante la combinación de dos téc-nicas: la cría artificial de reinas y la inseminación artificial de las mismas.

España es el primer país de la UE en número de colmenas (2.320.949) y producción de miel (28.998 TN) según el censo del año 2007, con una apicultura cada vez más moderna, profesional y competitiva, basada prin-cipalmente en la trashumancia y en el manejo de la colmena tipo Layens.

Cantabria no ha sido ajena a esta evolución aunque lo ha hecho de una manera más lenta y tardía, debido principalmente a sus características geográficas, económicas y sociales, que han propiciado una apicultura más jobista que utiliza el modelo de colmena Langstroth. Sin embargo, en los últimos 15 años se han producido grandes avances con la aparición de api-cultores profesionales, una cooperativa y un mayor trabajo y dinamismo

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de las diferentes asociaciones de apicultores existentes que las han llevado a agruparse en una Federación y a crear una ADSGA (Asociación de Defen-sa Sanitaria Ganadera Apícola) derivando todo ello en una mayor implica-ción de los estamentos públicos que han regulado el sector, estableciendo una normativa, subvenciones y creando la marca “Calidad Controlada” para preservar la calidad y el origen de la miel.

El sector apícola cántabro, según el censo del año 2007 de la Consejería de Ganadería, está formado por 441 explotaciones con un total de 13.345 colmenas que producen entorno a las 200 toneladas de miel. De éstas, 14 pertenecen a profesionales con 4.890 colmenas. Así mismo, hay 13 apicul-tores acogidos a la marca “CC” que producen unos 40.000 kilos de miel.

En 1930 había 10.251 colmenas, este dato nos confirma la importancia que tenía la apicultura antiguamente, ya que en la actualidad el censo es poco mayor. Con la salvedad de que en esa época había muchos más api-cultores pero con menor número de colmenas.

Los mecanismos de los primeros extractores estaban fabricados de madera. Eran de dos cuadros y giraban accio-nados manualmente por una manivela.

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LAS COLMENAS

Las colmenas más antiguas se construían aprovechando los troncos de ár-boles huecos que encontraban en los montes, pero al aumentar la nece-sidad de ellas se produjo una escasez de este tipo de troncos, por lo que tuvieron que recurrir a vaciarlos de manera manual.

A este tipo de colmena en Cantabria se le llama dujo (del latín dolium, vasija) y era elaborado a partir del tronco de un árbol cuya especie depen-día de la zona donde se desarrollase, siendo los más comunes el roble o rebollo, olmo y castaño, aunque en alguna ocasión he encontrado de tejo, eucalipto, haya, chopo y fresno.

A los dujos también se les conoce como colmenos en los Valles Pasiegos y ocasionalmente cepos, truébanos o trobos en comarcas limítrofes con el País Vasco, León y Asturias.

Otros tipos de colmenas utilizados son el hornillo, de corcho, dujo de tablas y de caseta.

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