apalabra #6 entre lo propio y lo ajeno

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Volumen 6 ♦ Noviembre 2014 Editorial Comité editorial: Caroline Forastieri Villamil Daniel García Mitchell Karla Hernández Ortiz Martha del C. Quiles Jiménez Melany M. Rivera Maldonado En este volumen: Editorial Por: Verónica Vélez González pág. 1 La dialéctica del deseo: Entre lo propio y lo ajeno Por: Maileen Souchet García pág. 2-4 Érase una vez Por: Idamari Santiago Castro pág. 4-5 Presentaciones: Sin na’, pero sin quebranto” Por: Eduardo Valsega Piazza pág. 6-7 Las relaciones primarias y el diagnóstico psiquiátrico Por: Daniel García Mitchell pág. 8-10 Por: Verónica Vélez González Volumen 6 ♦ Noviembre 2014 En esta ocasión decidimos pensar en torno al tema: Entre lo propio y lo ajeno. No solo para reflexionar qué significa que algo sea propio, de uno, y que algo sea ajeno, de otro, sino profundi- zar en los momentos de la experiencia humana que se encuentran entre ambos. Aunque es un tema que se puede abarcar desde muchas disciplinas, el psicoanálisis permite dentro de la particularidad de cada cual, pensar los colapsos de lo propio con lo ajeno. Esto posibilita pensar las cercanías y lejanías del deseo inconsciente y el yo, lo hogareño y lo siniestro, el infante y su madre y sobre la “identidad”, entre otros temas. Todo ser humano a la vez que entra y se encuentra con el mundo, trata de di- vidir lo que le es propio de aquello que le es ajeno. Primero su cuerpo, de lo que no lo es; después sus objetos, de los que no lo son. Como Freud elabora¹, el pequeño infante no distingue entre su cuerpo y el mundo, su yo lo comprende todo. El seno de la madre es parte de él, tal como los cuerpos que se le aproximan. No hay dife- rencia ni límite entre lo propio y lo ajeno, porque todo lo percibe como suyo. Es a través de su interacción con un otro que a veces esta presente y otras ausentes, y atado a la experiencia de pérdida, es que puede construirse un “ajeno”. Así gana un cuerpo propio, aunque pierda los cuerpos ajenos, y a su vez gana objetos propios solo junto con el reconocimiento, de que hay objetos que no le pertenecen. El sujeto, sin receso trata de sostener la oposición ya establecida entre lo que es y lo que no es, entre lo que posee y lo que no es suyo. Sin embargo, como constata el psicoanálisis, esto es una tarea compleja. Sostener esta división implica un esfuerzo constante. La vida y sus contingencias hacen que el esfuerzo del sujeto por mantener la oposición tambalee, y los límites se desdibujen. Ahí se abre un

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Versión digital del apalabra #6 En este volumen: Editorial Por: Verónica Vélez González pág. 1 La dialéctica del deseo: Entre lo propio y lo ajeno Por: Maileen Souchet García pág. 2-4 Érase una vez Por: Idamari Santiago Castro pág. 4-5  Presentaciones: “Sin na’, pero sin quebranto” Por: Eduardo Valsega Piazza pág. 6-7 Lasrelacionesprimariasyel diagnóstico psiquiátrico Por: Daniel García Mitchell pág. 8-10

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Volumen 6 ♦ Noviembre 2014

Editorial Comité editorial:

Caroline Forastieri Villamil

Daniel García Mitchell

Karla Hernández Ortiz

Martha del C. Quiles Jiménez

Melany M. Rivera Maldonado

En este volumen:

Editorial Por: Verónica Vélez González

pág. 1

La dialéctica del deseo: Entre

lo propio y lo ajeno Por: Maileen Souchet García

pág. 2-4

Érase una vez Por: Idamari Santiago Castro

pág. 4-5

Presentaciones:

“Sin na’, pero sin quebranto”

Por: Eduardo Valsega Piazza

pág. 6-7

Las relaciones primarias y el

diagnóstico psiquiátrico Por: Daniel García Mitchell

pág. 8-10

Por: Verónica Vélez González

Volumen 6 ♦ Noviembre 2014

En esta ocasión decidimos

pensar en torno al tema:

Entre lo propio y lo ajeno. No

solo para reflexionar qué

significa que algo sea propio,

de uno, y que algo sea

ajeno, de otro, sino profundi-

zar en los momentos de la

experiencia humana que se

encuentran entre ambos.

Aunque es un tema que se

puede abarcar desde

muchas discipl inas, el

psicoanálisis permite dentro

de la particularidad de cada

cual, pensar los colapsos de

lo propio con lo ajeno. Esto

po s ib i l i ta p en sa r la s

cercanías y lejanías del

deseo inconsciente y el yo, lo

hogareño y lo siniestro, el

infante y su madre y sobre la

“identidad”, entre otros

temas.

Todo ser humano a la vez

que entra y se encuentra

con el mundo, trata de di-

vidir lo que le es propio de

aquello que le es ajeno.

Primero su cuerpo, de lo que

no lo es; después sus objetos,

de los que no lo son. Como

Freud elabora¹, el pequeño

infante no distingue entre su

cuerpo y el mundo, su yo lo

comprende todo. El seno de

la madre es parte de él, tal

como los cuerpos que se le

aproximan. No hay dife-

rencia ni límite entre lo propio

y lo ajeno, porque todo lo

percibe como suyo. Es a

través de su interacción con

un otro que a veces esta

presente y otras ausentes, y

atado a la experiencia de

pérdida, es que puede

construirse un “ajeno”. Así

gana un cuerpo propio,

aunque pierda los cuerpos

ajenos, y a su vez gana

objetos propios solo junto

con el reconocimiento, de

que hay objetos que no le

pertenecen.

El sujeto, sin receso trata

de sostener la oposición ya

establecida entre lo que es y

lo que no es, entre lo que

posee y lo que no es suyo.

Sin embargo, como constata

el psicoanálisis, esto es una

tarea compleja. Sostener

esta división implica un

esfuerzo constante. La vida y

sus contingencias hacen que

el esfuerzo del sujeto por

mantener la oposición

tambalee, y los límites se

desdibujen. Ahí se abre un

Volumen 6 ♦ Noviembre 2014

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Espacio que necesita ser pensado. ¿Acaso el

inconsciente no se hace consciente en los

constantes retornos de lo reprimido? ¿Acaso las

madre y los padres no confunden lo propio con lo

ajeno de sus hijos y viceversa? ¿Acaso en aquello

ominoso y siniestro aparentemente tan lejano, no

encontramos nuestros propios fantasmas?

La pérdida, como ya se ha atisbado puede

opacar los referentes del sujeto, y dejarlo sin

respuestas ante la interrogante de qué le

pertenece; qué es y qué no. Por ejemplo, el niño

puede no entender que no todos los juguetes son

de él, el adolescente puede padecer la pérdida de

su niñez, y no saber cómo ser un adulto. El adulto no

comprende cómo perdió sus pertenencias

acumuladas a través de los años, y el viejo padece

que su vida no le pertenece. La pérdida de lo

que se es o de lo que se tiene acompaña la vida de

principio a fin, e implica una importante

manifestación de la transición de lo propio a lo

ajeno.

Sin embargo, la pérdida es solo una de las

vertientes de cómo lo propio y lo ajeno colapsan, y

el humano falla manteniendo la oposición. No solo

lo propio se vuelve ajeno, sino lo ajeno se vuelve

propio. Un lector o un espectador, cuando lee una

novela o ve una película, siente lo mismo que el

protagonista o a algún otro personaje con el cual se

ha identificado. Experimenta tristeza cuando éste

está triste o vergüenza cuando está en situaciones

penosas. Las madres sienten el dolor de sus niños y

el amante dice saber cómo se siente y piensa su

amado. Son muchas las experiencias en que toma-

mos lo ajeno y lo volvemos propio.

En fin, el espacio entre lo propio y lo ajeno no solo

es causa de padecimiento, sino que es posibilidad

de intercambio. Hablar, amar, aprender, compartir

y vivir con el otro, no serían posibles sin que los muros

que construimos para dividir lo propio de lo ajeno,

carezcan de “fallas”. Incluso, una tertulia no sería

posible sin ese espacio, ya que ésta no es propia ni

ajena, a la vez que es las dos. En el tertuliar se crea

un lugar de intercambio en donde lo ajeno se hace

propio de maneras particulares y novedosas, y lo

propio es expuesto ante otros que son ajenos a eso

que se quiere decir.

Freud. S. (1930). El malestar de la cultura. En Obras Completas.

Amorrortu: México

La dialéctica del deseo: Entre lo propio y lo ajeno Por: Maileen Souchet García

A la manera de los diálogos socráticos, Jacques

Lacan insistió en que un análisis pone en marcha

una “operación dialéctica”. Lacan alude a la prác-

tica clásica discursiva que interroga las contra-

dicciones del discurso de un otro con quien se

establece un “debate”. En el método dialéctico se

trata de encontrar las contradicciones en los argu-

mentos del oponente trayendo contra-argumentos.

Por su parte, la práctica dialéctica del psicoanálisis

implica que en la marcha de las asociaciones libres

el analizante puede interrogar las ilusiones de un yo

que cree ser el dueño absoluto de su decir. La

función del analista consiste en apuntar esos

momentos en que aparece en el decir “algo” de lo

que el yo “no sabe que sabe” pero que le es propio

en tanto remite al sujeto del inconsciente. Digamos

que, en la práctica analítica se interroga “eso” que

alude a las tensiones inherentes entre lo propio, en

tanto particular, en sus ataduras con lo ajeno. Ajeno

como aquello que por un lado, “pertenece a otro”

pero que también nos aparece como “extraño” en

tanto no se “tiene conocimiento de algo” y que

pese a que apunta a lo propio, se vive como

“impropio” y como “que no corresponde”; a “eso”

lo nombramos como “deseo inconsciente”.

“Ese Otro se localiza siempre con relación al

sujeto del inconsciente que se “sujeta” a

través de la incidencia de la palabra. Ese

“del Otro”, que marcaría en apariencia lo

ajeno, proporciona la estructura de lo más

propio de nuestra sujeción a la palabra: la

falta en ser.”

Volumen 6 ♦ Noviembre 2014

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Es a partir de la enseñanza de

Alexandre Kojeve en torno a la

dialéctica hegeliana (década de

1930) que Lacan lanzará más tarde

su tesis “antropológica” en torno al

deseo inconsciente como emer-

gencia que se constata en las

prácticas del decir. Para Lacan, el

deseo se constituye dialéctica-

mente a partir del deseo del Otro.

Esta enigmática elaboración

teórica aparece en el texto

titulado: Subversión del sujeto y

dialéctica del deseo en el inconsci-

ente freudiano, comunicación que

Lacan hace para 1960 en un Con-

greso Internacional de filosofía titu-

lado La dialéctica. Es aquí que La-

can presenta su “grafo del deseo”,

modelo teórico que había con-

struido en el Seminario V: Las for-

maciones del inconsciente (1957-

1958). Inicialmente construye el grafo para for-

malizar la estructura del chiste; pero es en el escrito

acerca de la subversión, que Lacan presenta dos

enigmáticas fórmulas a partir de lo que llamará en

el grafo, el “piso del inconsciente”. Estas fórmulas

resuenan en la propuesta de pensar las tensiones

inherentes a las lógicas entre lo propio y lo ajeno. El

“deseo” alude a una fuerza movilizadora generada

en la constante interrogante que el sujeto se hace

con relación al amor que le demanda al Otro; lejos

de encontrar su realización en una satisfacción total

de la necesidad, para Lacan se trata de lo que re-

sulta a partir de “la falta” que instituye el orden del

significante en el hablante-ser.

Lacan lanza la primera fórmula diciendo: “el

inconsciente es el discurso del Otro”. La segunda

lee: “el deseo del hombre es el deseo del Otro”. En

ambas se repite al final la frase del Otro. Esta repeti-

ción alude a una determinación “ajena” de lo más

íntimo: el inconsciente y el deseo. Sin embargo, La-

can nos propone dos vías de comprensión: por un lado indica que en “el inconsciente es el discurso

del Otro” ese “del Otro” se presenta como determi-

nación objetiva y, en “el deseo del hombre es el

deseo del Otro” alude a la determinación subjetiva

“del Otro”. Es interesante cómo lo que aparece

como ajeno se vincula en ambas fórmulas a lo más

íntimo y particular de cada cual.

Habría que cualificar los modos en que Lacan

da cuenta de las figuras del gran Otro. En sus

fórmulas le representa con la escritura de la letra A

en referencia al francés “l’Autre”. ¿Qué dice Lacan

del Otro? Para alejarlo de la idea de un personaje,

Lacan sitúa al gran Otro como un “lugar” de la

dimensión simbólica y lo distingue del “pequeño

otro” como el semejante que se halla ligado a lo

imaginario. El Otro será situado como el “lugar de la

palabra”. Para Lacan, este lugar del significante “ya

está ahí” y no se reduce a una figura de identidad

dado que da cuenta de una función simbólica que

no remite a la lógica especular entre un “tú” y un

“yo”; más bien opera como un “tercero”. En el texto

de La subversión […] Lacan lo ubica como “el

tesoro de los significantes”. Desde allí es posible la

enunciación, en tanto lugar de la multiplicidad de

combinaciones de significantes ubicables a partir

de la lengua materna.

La primera pista conceptual en su determina-

ción objetiva “del Otro” y que dice: “el inconsciente

es el discurso del Otro” puede interpretarse como

“el discurso pertenece al Otro”; es objeto del Otro.

Esta fórmula alude a la propuesta del inconsciente

freudiano en tanto cifrado a partir de las repre-

sentaciones (para Lacan, significantes) del Otro.

Desde esta perspectiva, el inconsciente es en

efecto un “hablar del Otro”. ¿De dónde tomamos

los significantes que constituyen nuestro “tesoro”

sino del Otro que “ya está allí”? Ese Otro se localiza

siempre con relación al sujeto del inconsciente que

se “sujeta” a través de la incidencia de la palabra.

Continúa en la pág. 4

Volumen 6 ♦ Noviembre 2014

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Ese “del Otro”, que marcaría en apariencia lo ajeno,

proporciona la estructura de lo más propio de nues-

tra sujeción a la palabra: la falta en ser. Lacan

ubica esta “falta” como una verdad enajenada

para la realidad del “Yo”. Para Lacan el sujeto del

inconsciente no puede “responder” dado que no

“sabe” lo que dice, ni siquiera sabe que habla.

Por otro lado, Lacan indica: “el deseo del

hombre es el deseo del Otro” y es así como el deseo

encuentra “forma”, “no conservando sino una

opacidad subjetiva para representar en ella la

necesidad” (Lacan, 2003 [1960], p. 793). Es decir, el

sujeto aparece eclipsado en tanto su demanda se

dirige al Otro como demanda de amor y subvertido

por la dimensión del lenguaje. Condición que

marca que para el humano no se trata de la

satisfacción de su necesidad. El deseo inconsciente

se declina del lado de la demanda que se articula

bajo la pregunta que el sujeto dirige al Otro: “Che

vuoi?” [¿Qué quieres?]. Para Lacan, el sujeto del

inconsciente se presenta alrededor de esa interro-

gación que desborda toda relación con la

satisfacción del registro de la pura necesidad

orgánica. El deseo para Lacan es “articulado” [mas

no “articulable”] a partir de las demandas que el

sujeto dirige al Otro. En toda demanda se oculta la

pregunta: ¿Qué quiere el Otro de mí? Para Lacan,

esto da cuenta del Otro como determinación

subjetiva, es decir, no es que el deseo sea objeto

que pertenece al Otro, sino que es a partir del

terreno que oferta -como lugar- el Otro, que el hom-

bre puede desear. No es “yo deseo” sino “se

desea”, como efecto de la estructura simbólica. En

esta fórmula Lacan alude al deseo humano como

un deseo referente a ser el objeto del deseo del

Otro. Para el sujeto se trata de sus búsquedas en

torno a “ser amado”, “ser reconocido” o “ser de-

seado”. A la vez, la determinación subjetiva en la

fórmula, da cuenta de cómo el objeto de deseo

alcanza este estatuto en tanto es objeto del deseo

del Otro, es decir, se desea lo que se reconoce

como ajeno, en la búsqueda de hacerlo propio.

La dialéctica del deseo es en sí misma una trama

que envuelve lo ajeno y lo propio en un lazo in-

disoluble y constante. Para el psicoanálisis lacaniano

el objeto del deseo no se “encuentra”, dado que

opera como causa de las movilizaciones que hace

el sujeto en su devenir. Esta es una enseñanza cen-

tral en la práctica clínica y nos ayuda a dar cuenta

de cómo las incomodidades inherentes al deseo,

causan al sujeto. Los lazos del sujeto y el Otro no son

sin tensión, no son sin contradicción, dado que en

torno a ello, el sujeto se lanza a buscar lo propio a

partir de lo ajeno.

Referencias

Assoun, P. (2004). Lacan. Buenos Aires: Amorrortu editores.

Evans, D. (2005). Diccionario introductorio de psicoanálisis

lacaniano. Buenos Aires: Paidós.

Lacan. J. (2003). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo.

Pp. 773-807. Escritos 2 (1960). Argentina: Siglo XXI editores.

“La relación con los otros es inherente a lo humano.

“Otro” proviene de alter: “el otro entre dos”. Se

constituye como una presencia ajena que incide

fuertemente en el sujeto…”.

“Es ajenidad en una relación significativa todo

aquello del otro que los sujetos no logran inscribir

como propio. Tampoco el otro puede hacerlo con

lo ajeno de mí”.

- El sujeto y el otro, Berenstein (2001)

Al rememorar el famoso escrito de Bettelheim

(1977), “Psicoanálisis de los cuentos de hadas”, se

me ocurrió que los cuentos, sobre todo los clásicos

cuentos infantiles, como nos enseñó este psicoana-

lista, no sólo nos permiten dar cuenta de los

conflictos edipales, sino que quizás también nos

podrían ayudar a pensar el tema sobre “lo propio” y

“lo ajeno”, así como sobre lo “extraño conocido” y

“lo familiar inquietante”, o en otros términos, sobre

“lo heim” (hogar, casa) y “lo unheim” (siniestro,

angustioso). Pero primero, Berenstein (2001) nos

recuerda que “el yo‟ se enfrenta con tres

ajenidades: una que registra dentro de sí como

inaccesible, es lo inconsciente… Otra ajenidad

corresponde al conjunto social del cual forma

parte… Una tercera ajenidad proviene del otro que

se presenta como un sujeto de deseo y no sólo

como sede de la proyección de un objeto del yo”.

Los cuentos a re-pensar someramente en esta

ocasión, de alguna manera, ilustran a través de

historias ficticias, de personajes folclóricos, y de

animales parlantes y antropomórficos, el conflicto

respecto a “lo propio y lo ajeno”, pero también

respecto a “qué quiere el Otro de mí”. También

estos cuentos, de manera explícita o implícita-

mente, podríamos decir que comparten la siguiente

secuencia: “la casa propia o familiar”, “la casa

ajena”, “el otro amenazante”, y “la angustia”. Pero

entre lo propio y lo ajeno está “el bosque”, lugar

desconocido. Sin embargo, no podemos perder de

Erase una vez Por: Idamari Santiago Castro

Volumen 6 ♦ Noviembre 2014

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perspectiva que, según Freud (1917), “el “yo‟ no es

amo en su propia casa”, para Heidegger (1927), el

sujeto siente angustia cuando no está en su casa, y

por último, para Lacan (1962-1963), “el hombre en-

cuentra su casa en un punto situado en el Otro, más

allá de la imagen de la que estamos hechos. Este

lugar representa la ausencia en la que nos encon-

tramos”.

Comencemos con “Ricitos de Oro y los tres osos”.

Este cuento narra la historia de una niña con un

nombre propio muy particular, que de entrada,

hace alusión a su imagen. Aunque hay varias ver-

siones del cuento, la más conocida relata que Rici-

tos de Oro llegó al bosque en donde se encontró

sorpresivamente con una casa ajena -pero in-

quietantemente familiar- de los tres osos, y entró en

ella por curiosidad. Es decir, algo del saber la movió

hacia un lugar desconocido. Y sabemos, que en esa

casa, que no es la propia, prueba tres sopas de

desigual temperatura, tres sillas de diversa dureza, y

tres camas de distintas dimensiones, siendo las del

oso pequeño, las que consideró más adecuadas

para su gusto. De alguna manera, este personaje se

identificó con el lugar y las pertenencias del oso pe-

queño (del otro), y se apropió de lo ajeno. Freud

(1919), en su escrito “Lo siniestro”, nos deja saber

que con las identificaciones el sujeto sitúa su propio

“yo‟ en un lugar ajeno. En otras palabras, el “yo‟

busca fantasmáticamente apropiarse de lo ajeno

para, curiosamente, tener un cierto sentido de lo

propio. La familia oso, al regresar a su casa, se per-

cata de la intrusión de Ricitos de Oro en su

propiedad. El cuento termina de la siguiente

manera: “Se despertó entonces la niña, y al ver a los

tres Osos tan enfadados, se asustó tanto que dio un

brinco y salió de la cama. Como estaba abierta una

ventana de la casita [ajena], saltó por ella Ricitos de

Oro, y corrió sin parar por el bosque hasta que en-

contró el camino de su casa [propia o familiar]”. Sin

lugar a dudas, Ricitos de Oro sintió angustia.

“Hansel y Gretel”, por otra parte, llegaron al

bosque desconocido, no por curiosidad, sino por el

engaño de la cruel madrastra que convenció a su

esposo para abandonarlos en el bosque. En una de

las versiones del cuento, intentaron con migas de

pan marcar el camino de regreso a casa, pero unos

pájaros se las comieron. Finalmente, adentrándose

en el bosque, muertos de miedo y de hambre, se

encuentran con una rara casita construida con

panes, dulces, y bombones. Allí se tropiezan con el

otro ajeno y amenazante, que resulta ser una bruja

que mataba a los niños para comérselos. Luego de

estar en cautiverio por un tiempo, y en la espera an-

gustiosa de ser devorados por la bruja, los hermanos

logran escapar. Luego de mucho andar y de cruzar

el río, el bosque embrujado “se les hizo cada vez

más familiar, hasta que finalmente, descubri-

eron a lo lejos la casa de su padre”.

En el cuento de “Caperucita Roja”, la niña sale

de su casa y se adentra al bosque desconocido por

un mandato de su madre para ir a una casa fami-

liar, la casa de su abuela. “Ven, Caperucita Roja,

aquí tengo un pastel y una botella de vino,

llévaselas en esta canasta a tu abuelita que está

enfermita y débil y esto le ayudará”. En el bosque se

encuentra con el lobo feroz que la convence de

que explore un rato más este lugar maravilloso

repleto de hermosas flores, pues quería ganar

tiempo para llegar a la casa de la abuela de la

niña, tomar el lugar de ésta, para lucirle familiar,

engañarla y devorarla. Pero, por otra parte, en el

caso de “Blancanieves”l a joven llega al bosque a

causa de una amenaza de muerte por parte de la

reina malvada. El cuento dice así: “Se encontró sola

y abandonada en el inmenso bosque. Se moría de

miedo… Siguió corriendo mientras la llevaron los pies

y hasta que se ocultó el sol. Entonces vio una casita

y entró en ella para descansar”. Ya sabemos cómo

terminaron estas dos historias.

Sin embargo, como se presentó anteriormente, el

fin de este escrito -que estos cuentos infantiles de

algún modo nos ayudan a ilustrar- es que entre lo

propio y lo ajeno, así como entre lo familiar y lo no

familiar, hay un metafórico “bosque” (o “voz-qué”)

en el que el sujeto tiene que arreglárselas con la

ausencia, con el desamparo, con lo desconocido,

con la curiosidad, con lo siniestro, con el miedo, con

lo imprevisto, con la novedad, con lo maravilloso,

con el descubrimiento, con la amenaza, con la

angustia, con el retorno. Pero en este instante es

importante tener en cuenta, que nunca el sujeto

retornará igual, ni de la misma manera, ni por el

mismo camino, ni a la misma casa. Los cuentos,

pero aún más, la propia vida y la propia existencia,

nos lo dejan saber muy bien…

“Es porque el lenguaje es la casa del ser…

Cuando caminamos hacia la fuente, cuando

atravesamos el bosque, siempre caminamos o

atravesamos por las palabras «fuente» y

«bosque»…”

-¿Para qué poetas?, Heidegger (1996)

Trad. Helena Cortés y Arturo Leyte

Volumen 6 ♦ Noviembre 2014

6

Por: Eduardo Valsega Piazza

“De una lágrima soy hijo

y soy hijo del sudor

y fue mi abuelo el amor

único en mi regocijo

del recuerdo siempre fijo

en aquel cristal del llanto

como quimera en el canto

de un Puerto Rico de ensueño

y yo soy Puertorriqueño

sin na’, pero sin quebranto”

-Boricua en la luna, Juan Antonio Corretjer

(c.1970)

La provocación de pensar qué está “entre lo

propio y lo ajeno” abre un mundo de posibilida-

des. Se puede pensar el espacio público, lo

político, lo que se comparte, etc. Incluso se podría

pensar sobre lo común, que podría ser intermina-

ble. Sin embargo, propongo otra cosa. Siguiendo

a Sigmund Freud, quien hace 100 años y de

manera magistral lo planteó, quisiera interrogar el

sentimiento de sí y sobre todo aquello que

llamamos identidad- que en el Psicoanálisis más

claramente llamamos identificaciones.

El bello poema de Juan Antonio Corretjer que

me sirve de epígrafe, “Boricua en la Luna” presen-

ta claramente la aporía de las identificaciones.

¿Quién podría pensar que lo que uno cree ser

pueda ser ajeno? ¿Acaso “yo mismo” no soy lo

más propio que puedo tener/ser? Y sin embargo,

Corretjer escribe – y nosotros lo gritamos con

todas nuestras fuerzas: “Y así le grito al villano: /Yo

sería borincano/aunque naciera en la Luna.”

¿Acaso la paradoja no es patente? ¿Un chino, o

mejor dicho alguien nacido en China (Perú, Rusia

o el país que se quiera) se considera boricua?

Obviamente no, no es una cuestión geográfica.

La identidad puertorriqueña no viene con el

nacer en un 100 x 35 caribeño. Esto lo sabe muy

bien la diáspora, desde New York, hasta Hawaii.

Pero entonces, ¿ese sentimiento patrio de dónde

viene? ¿Es propio o es ajeno? Obviamente es mío,

lo siento yo, me identifico yo, lo vivo yo. Pero, ¿eso

lo constituye como propio?

Mío, yo, propio… Si seguimos a Freud nada de

eso viene dado. El yo psicoanalítico no viene ‘de

fábrica’, ni se trata de algo esencial, estable –

comparable a un alma- es, ante todo, una cons-

trucción. Dice Freud que es una “nueva acción

psíquica” que el sujeto niño, se forja y será por él

que toda su economía libidinal- sus deseos y sus

placeres se transformarán. Tanto así que Freud

plantea, para esa primera etapa, un supuesto

“narcisismo primario”, que sería casi equivalente a

una beatitud, una perfección, un estado donde

no se renuncia a nada. Pero, nuevamente

pregunto, ¿por qué debería surgir un yo? ¿Por qué

el sujeto tendría que tomar distancia de sí mismo y

‘objetivarse’ en una cosa? Para sentir- lo que sea

que siente el niño de la fragmentación de su

cuerpo- no hacía falta ese yo. El autoerotismo

muy bien funciona sin una representación de sí

mismo, por más precario que sea el organismo de

esa cría humana. Entonces, ¿por qué el yo? La

respuesta que ofrece el Psicoanálisis es clara: por

el Otro.

Vayamos poco a poco. Para comenzar, la

formulación de un yo (ni de lo mío o lo propio) no

tiene sentido sin un no-yo, una alteridad que lo

haga necesario. Esa alteridad en el humano serán

“Sin na’, pero sin quebranto”

Continúa en la pág. 7

PRESENTACIONES

Volumen 6 ♦ Noviembre 2014

7

los otros. Por un lado, los Otros que se encargan

de él, lo desean, lo aman y lo introducen en la

cultura (Padre, Madre, cuidadores, etc); y por el

otro, los otros, que son semejantes al niño y a los

cuales él quiere parecerse (los hermanos, los ami-

gos, etc). En el fondo son dos caras de lo mismo.

El niño está inmerso en un juego deseante. Al lle-

gar al mundo es deseado, habita un deseo ajeno

(porque no es suyo) pero que es el centro de su

ser. El yo, no es otra cosa que la manera en que el

niño se objetiva, se hace objeto, para el otro, pa-

ra ser deseado y amado por el Otro del cual de-

pende su inserción en el mundo humano.

Esto es claro en Freud. Cuando el habla del narci-

sismo primario en el bebé, si bien está hablando

de una construcción del niño, todas las suposicio-

nes y construcciones de beatitud provienen de afuera, es decir de sus padres¹. Éste bebé no de-

be estar sometido a las limitaciones, renuncias y

dificultades que exigen la cultura y la vida, a las

cuales los padres tuvieron que someterse. Ése es el

lugar que le ofrecen los padres y que el niño en-

carna, para eso será su yo, para encarnar ese ob-

jeto preciado (deseado, amado).

Sin embargo, todos sabemos que es inevitable

que el límite se presente. Encarnar eso es imposi-

ble. La vida en cultura requiere unas renuncias de

satisfacción, de goce. Es a eso lo que el Psicoaná-

lisis reconoce como condición misma del deseo y

llama, controversialmente, “castración”. Es por

ella que todos abandonamos el narcisismo prima-

rio y tenemos que hacer de tripas corazones para mantener nuestro lugar ante el Otro². Para seguir

tratando de ser algo (¿por qué tendríamos que

ser algo? ¿Por qué no podemos ser nada o no

ser?). Es por esta razón que nos apropiamos de

aquellas cosas valiosas que vienen del Otro,

aquello que nos exigen o que les suponemos más

importantes y nos identificamos con ellas. Es decir,

hacemos de ellas nuestro ser. Esto es lo que Freud

llama el ideal del yo. Más claro no canta un gallo.

Dice Freud:

“El desarrollo del yo consiste en un distancia-

miento respecto del narcisismo primario y engen-

dra una intensa aspiración a recobrarlo. Este

distanciamiento acontece por medio del despla-

zamiento de la libido a un ideal del yo impuesto

desde fuera; la satisfacción se obtiene mediante

el cumplimiento de este ideal.” (Freud, 1914, p. 96)

¿Acaso eso no se palpa en el poema de

Corretjer? ¿Qué más anhelado, qué más renun-

ciado que estar en Puerto Rico, volver a estar en-

tre los suyos etc? ¿Acaso ese deseo no viene cla-

ramente de los padres? ¿Ese sentimiento de

“cobrar lo que perdí”, que realmente nunca se

tuvo, no apunta a que hay algo ajeno, que no

obstante se siente como lo más íntimo y propio de

nuestro ser? El sentimiento nacional de la diáspora

boricua, incluso la creación del término nuyorican

(a mucha honra) nos es fácilmente entendible

cuando se plantea que ese sentir, no hace sino

prolongar lo que se ha interpretado del deseo

que antecede a esa generación. Tanto así, que

quien diga lo contrario debe cuidarse porque

“pagará la afrenta”.

En fin, nuestro ser, es inevitablemente social

y se encuentra siempre entre las redes del lengua-

je. Venimos al mundo por otros, sobrevivimos por

otros y somos integrados a la cultura porque nos

nutrimos, no solamente del alimento, sino de las

palabras del Otro, de su historia y de sus deseos.

Eso que siempre, en la medida en que nos lo

apropiamos está entre lo propio y lo ajeno, y por

tanto nunca logramos descifrarlo en su totalidad.

Es gracias a esto que podemos decir, enigmática-

mente, y en el límite de la razón: “y yo soy Puerto-

rriqueño, sin na’, pero sin quebranto.”

¹ “El niño debe tener mejor suerte que sus padres, no

debe estar sometido a esas necesidades objetivas cuyo

imperio en la vida hubo que reconocerse. Enfermedad,

muerte, renuncia al goce, restricción de la voluntad

propia no han de tener vigencia para el niño, las leyes de la naturaleza y de la sociedad han de cesar ante él,

y realmente debe ser de nuevo el centro y el núcleo de

la creación. His majesty the Baby, como una vez nos

creímos” (Freud, 1914, pg. 88)

² Utilizo aquí Otro y no Otros, porque Padre, Madre, ma-

estros, y demás agentes de cultura se resumen en la

propuesta lacaniana del Otro como lugar de la pala-

bra. Aunque sean muchos personajes, todos encarnan

al mismo Otro, en cuanto sede del significante.

Referencias

Corretjer, A. (n.d.) “Boricua en la Luna”. En Roy Brown

(1987) Árboles. Lara- Yarí, Puerto Rico. Canción

Freud, S. (1914) Introducción al narcisismo. En Obras Com-

pletas Tomo 14. Amorrortu Editores. Texto.

PRESENTACIONES

Volumen 6 ♦ Noviembre 2014

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“¿Qué ve el bebé cuando mira el rostro de la

madre? Yo sugiero que por lo general se ve

a sí mismo”.

(Winnicott, 1971)

Winnicott, motivado por los planteamientos

sobre el estadío del espejo de Lacan, coloca en

las relaciones primarias entre el niño y la madre el

punto de inicio de la construcción subjetiva que

éste va haciendo de sí mismo. Hay una relación

recíproca entre las expectativas maternas y las

respuestas del niño frente a los estímulos que ésta

le dirige. Es en medio de esta dinámica que el

niño se va separando subjetivamente de la madre

para percibirse a sí mismo como un sujeto. En

palabras de Winnicott, el niño pasa por un

proceso de ir separando el “yo” del “no-yo”. El

infante se debate entre lo propio y lo ajeno.

Sin embargo, en el forcejeo actual acerca

de quién tiene el saber sobre el sujeto, parece

estarse trastocando esta dinámica diádica entre

el niño y la madre. El discurso de la psiquiatría y de

la psicología dominante, parecen estarse

infiltrando en estos procesos de

subjetivación primaria. A

lo que en un momento histórico

se le llamó travesura o cosas de

niños y se corregía dentro del

mismo contexto familiar, ahora

la medicina, supuesta posee-

dora de la verdad científica

sobre el sujeto, le atribuye una

categoría diagnóstica con un

sesgo patológico -oposicional

desafiante- y sugiere que se

atienda en la clínica o con

medicamentos. Parece estarse

desarrollando un cambio en los

cimientos mismos de las identifi-

caciones primarias de los niños

y niñas. Cambiar la noción de

travesura por la de oposicional

desafiante, no es un simple cambio de nombre,

sino una transformación profunda en la manera

en que el niño se asume y en la forma en que es

asumido por sus padres y familiares.

Winnicott (1971), habló del papel de

espejo de la madre para el niño. El niño mira a la

madre y se ve en ella. De esa imagen, recoge

rasgos faciales, sonidos, emociones, afectos,

intensidades, devoluciones y toda clase de signos

de lo humano. Es su primera puerta al mundo

simbólico que rige las relaciones sociales. Lo

interesante de esta dinámica es su carácter

único, por lo particular de cada uno de los sujetos

que la forman y por las complejidades de sus

historias. Esta relación diádica, combinada con las

demás relaciones familiares, se convierte en una

rica fuente de posibles identificaciones para el

niño. De esta manera, el infante tiene una diversi-

dad de posibilidades de ser que emanan de las

formas en que éste se va asumiendo frente a los

otros significativos.

Sin embargo, es necesario cuestionarnos la

utilidad que pueda estar teniendo la mediación

entre la madre y el niño, de un saber llamado

PRESENTACIONES

Las relaciones primarias y el diagnóstico psiquiátrico

Por: Daniel García Mitchell

Continúa en la pág. 9

Volumen 6 ♦ Noviembre 2014

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científico, y que en ocasiones viene a imponerse

con un carácter de verdad irrefutable. Parece ser

que la proliferación de las modalidades de

diagnósticos psiquiátricos, otorgados a los niños

en su primera o segunda visita al espacio de

terapia, son los nuevos espejos en los cuales éstos

se miran. La identificación con la categoría

diagnóstica estandarizada, viene a sustituir la

identificación con el rostro de la madre. El

diagnóstico, viene a cambiar la totalidad de la

dinámica madre/hijo. Sirve de filtro para la madre

y de espejo para el niño.

La clínica nos confirma repetidamente

que el nombre del diagnóstico, viene a sustituir el

nombre del niño dentro del discurso cotidiano de

la familia. Cualquier conducta, es atribuida a la

“condición” y toda la complejidad del menor es

explicada a partir de ahí. Esto suele ser

problemático porque el niño ya no se está

identificando con una serie de características

extraídas de su dinámica e historia familiar, lo cual

le aseguraría un lazo social, sino que se define a

partir de unos entendidos desarrollados por una o

más disciplinas científicas. Entendidos que, aparte

de interferir en la formación de lazos sociales con

la familia, lo que pueden ofrecer son identifica-

ciones con discursos que limitan el desarrollo del

niño al campo de lo sano y lo enfermo, en vez de

abrirle a éste más posibilidades de ser. Frente a la

mediación de estos discursos, la conducta del

niño ya no es percibida por su madre y por su fa-

milia como una parte normal de su desarrollo, sino

como un efecto de una condición que vendrá a

herir la imagen narcisista de la madre y de la fa-

milia. El niño tendrá que lidiar entonces con sus

síntomas, con las atribuciones psicopatológicas

que se le atribuyen a éstos y con todos los fantas-

mas de los miembros de su familia que la

“condición” viene a despertar por un lado, y a

mantener cubiertos por otro.

Sin duda, esta inmersión del discurso

médico en la raíz misma de las relaciones pri-

marias, plantea una inminente transformación de

éstas. A la vez, nos mueve a hacernos preguntas

sobre cómo abordar el asunto en la clínica. Si el

diagnóstico entra a jugar en el niño en los inicios

mismos de su proceso de formación subjetiva,

¿cómo hacer que el niño logre irse despren-

diendo de esas identificaciones? o, lo que es más

difícil ¿cómo hacer que los demás dejen de rela-

cionarse con él a partir del diagnóstico? ¿Qué

pasa con las posibilidades de cambio del niño?

¿Dónde queda la posibilidad de un trabajo

terapéutico si ya el diagnóstico vino a ser la forma

única de explicación del problema?

Algunos de los planteamientos de Foucault

sobre la identidad, parecen ser muy pertinentes

para pensar la dinámica de las relaciones

primarias del niño, su madre y el discurso médico.

En un intento del autor por asegurarse un espacio

para el cambio y el desarrollo personal expresó:

“No me pregunten quién soy, ni me pidan que

siga siendo el mismo” (En: Arqueología del Saber,

1969). Como lo sugiere esta cita, en la medida

que se describe a una persona en una sola frase,

parecieran ignorarse todas las demás

posibilidades de ser de dicho sujeto. Es un intento

de encerrar la complejidad de cada historia

personal en unas cuantas letras. Foucault, veía la

noción misma de identidad como una forma de

clasificar y controlar a las personas. En la medida

que se identifica lo que es normal, simultánea-

mente se clasifica lo anormal. Lo anormal, es difícil

de explicar y predecir por lo cual se controla. El

autor no propone una indefinición total del sujeto,

lo que plantea es asumir el asunto de la identidad

como algo lo suficientemente flexible como para

permitir el cambio u otras posibilidades de ser.

Esta misma lógica se pudiera aplicar a los

diagnósticos psiquiátricos. No se trata de eliminar-

los del todo, sino de no llevarlos al extremo de

que, por ponerlos en un lugar tan importante, ter-

minen eliminando al sujeto. Estos deben ser lo

suficientemente flexibles como para permitirle al

sujeto salir de la categoría diagnóstica en

cualquier momento.

Otro aspecto importante que plantea Fou-

cault (1977) es el de la “voluntad del saber” y la

noción de “verdad”. Ante el deseo del sujeto de

saber sobre sí mismo, la medicina le oferta una

noción de verdad. De esta manera, se define al

sujeto desde afuera. Pierde la capacidad de

definirse a sí mismo. Queda a merced de que los

que ostentan la verdad le digan quién es y cómo

lidiar consigo mismo. Es abandonado a una posi-

ción confusa entre lo suyo y lo ajeno. Es difícil

definir, qué parte de su padecimiento es con-

struido por el discurso de lo enfermo y lo sano y

qué parte es producto de su propia historia.

Parece haber un empuje social a que la persona,

y en especial los niños, pasen de “identificarse” a

“ser identificado”. Ya Manonni planteaba un

asunto similar en 1964 cuando se refería a las

formas de vinculación entre el niño con retraso

PRESENTACIONES

Volumen 6 ♦ Noviembre 2014

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mental y las personas que le rodean. Indica: “… al

débil mental le es bastante difícil hablar; más bien es

hablado. Le es difícil desear; es un objeto manejado,

reeducado desde su primera infancia”.

Desde el psicoanálisis, se proponen otras alterna-

tivas de intervención que van de la mano de una

ética de respeto por el saber del sujeto sobre sí

mismo. Está claro que el analista posee fuertes

fundamentos teóricos para realizar su trabajo clínico,

pero las bases mismas del análisis exigen que todo

ese saber teórico se ponga al servicio de la escucha

de las particularidades del sujeto. Primero se

escucha y luego se va construyendo una interpreta-

ción utilizando como materia prima el mismo

material que trae el sujeto. Manonni (1964) recoge

en una oración una excelente imagen de un

proceso terapéutico donde la base es el respeto por

el saber del sujeto sobre sí mismo. Indica: “La

dimensión que le damos lo hunde en la angustia: al

ser tratado como sujeto pierde de golpe toda refe-

rencia de identificación. No sabe más quien es ni a

donde va. Y a menudo tendrá una gran tentación

de permanecer en una débil quietud, antes de

aventurarse solo en lo desconocido”.

Es precisamente este aventurarse a lo descono-

cido, la posibilidad que se le debe respetar al sujeto

en la clínica. Lo desconocido es lo que no se ha

podido definir. Aquello que se escapa a los saberes

previos construidos por el discurso científico, pero

que con un poco de esfuerzo el sujeto encontrará

dentro de su propia historia y en la medida que se

aventure a explorar sus propios modos de vincula-

ción.

En la era actual, es fácil conseguir información

de todo lo que nos rodea. Incluso, los medios y

discursos dominantes nos ofertan muchas formas

fáciles de obtener información sobre nosotros mis-

mos. Sin embargo, la propuesta de la clínica psicoa-

nalítica va más allá de proveerle una información al

sujeto. Pretende, ofertarle un lugar de escucha

desde el cual este pueda ir reconstruyendo su

historia, evaluando la posición que ha ocupado en

esta y construyéndose mejores maneras de

manejarse dentro de ella.

Esta propuesta, incluye la clínica con niños y

sus familiares. Ya sea por la vía de la palabra o por la

vía del juego, los niños y la niñas tienen sus recursos

para ir simbolizando el mundo que les rodea e ir ex-

presando sus propios deseos. Desde el psicoanálisis,

la clínica con niños no busca clasificarlos y

ajustarlos a un ideal de normalidad, sino proveerles

un espacio apropiado para que puedan percibirse

como sujetos particulares y reconocer sus pro-

pios deseos. Se promueve su creatividad y la expre-

sión de sus afectos. Hay un esfuerzo de privilegiar y

fortalecer los vínculos del niño con su familia y con su

historia, en vez de trastocarlos sosteniendo una iden-

tificación con un diagnóstico. Creo que la interven-

ción terapéutica no puede ser tan invasiva

como para provocar un problema adicional al que

el niño y su familia traen a terapia. El terapeuta debe

ser un acompañante en la dinámica familiar que

posibilite la formación de lazos sociales en ésta. De-

be promover la expresión y reflexión so-

bre los saberes de los sujetos en vez de imponer el

suyo. Está llamado a abrir posibilidades de

cambio y no encerrar al sujeto en una cate-

goría. Ya sea que se parta del psicoanálisis o de

cualquier otra postura, la necesidad de poner en

primer lugar la escucha y el respeto por lo particular

de la persona que llega a la clínica -

independientemente de si es un niño, un adolescen-

te o un adulto- trasciende barreras teóri-

cas y es la única manera de abrir la puerta a un ver-

dadero trabajo terapéutico. De lo contrario, solo es-

tamos cerrando posibilidades, pretendiendo colocar

a la fuerza un discurso único sobre sujetos con multi-

plicidad y riqueza de historias y realidades.

Vendiéndole al sujeto lo ajeno como propio.

Referencias

Foucault, M. (1970). La arqueología del saber. Siglo XXI Edi-

tores. Buenos Aires, Argentina.

Foucault, M. (1977). Historia de la sexualidad: La voluntad

del saber. Siglo XXI Editores. Buenos Aires, Argentina.

Mannoni, M. (1964). El niño retardado y su madre. (2nd

ed.). Argentina: Editorial Paidós.

Winnicott, D. (1971). Papel de espejo de la madre y la fa-

milia en el desarrollo del niño. En Realidad y Juego.

(2nd Ed.). Editorial Gedisa. Barcelona, España.

PRESENTACIONES

Volumen 6 ♦ Noviembre 2014

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PARA SU INTERÉS

Página de internet: http://tertuliapsicoanalitica.weebly.com

Facebook: Tertuliapsicoanalitica

Página del Taller del Discurso Analítico de Puerto Rico:

www.taller-discursoanalitico.org

Facebook: Taller del Discurso Analítico de Puerto Rico

Seminario clínico de la Dra. Gómez: último viernes de cada mes

Seminario sobre la Ética del Dr. Ramos: primer viernes de cada mes

Coloquio del Taller del discurso analítico: “Las actualidades del narcisismo: imagen,

semblante y alteridad”

Fecha: viernes, 12 y sábado, 13 de diciembre de 2014

Lugar: Museo de Las Américas, Viejo San Juan

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