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“EL PADRE NUESTRO” MEDITADO PARA CAMBIAR AL MUNDO Mercedes Medina de Pacheco Introducción Jesús, el Hijo de Dios, vino para salvar al mundo del mal. Su doctrina fue sabia y concisa y en ella dejó la fórmula para hacerlo. En una ocasión dijo: “… cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí a solas conti- go…” (Mateo 6, 6A). Y más adelante agregó: “Ustedes deben orar así: ‘Padre nuestro que estás en el cielo: Santificado sea tu nombre, Venga a nosotros tu Reino, Hágase tu voluntad en la Tierra Así como se hace en el cielo. Dadnos hoy el pan que necesitamos. Perdónanos el mal que hemos hecho, así como nosotros hemos perdonado a los que nos han hecho mal. No nos expongas a la tentación Sino líbranos del maligno.’” (Mateo 6, 9-12) Esta oración, que llamamos “El Padre Nuestro”, es la fórmula más sencilla para cambiarnos a no- sotros mismos y para poder cambiar al mundo librándolo del mal. Lo descubriremos al rezar el Padre Nuestro meditado. El Padre Nuestro está formado por un saludo o invocación y por siete peticiones. Meditaremos en cada una de esas partes.

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Page 1: “EL PADRE NUESTRO” MEDITADO PARA CAMBIAR AL MUNDO · La vaca y la osa serán amigas, y sus crías descansarán juntas. El león comerá pasto como el buey. El niño podrá jugar

“EL PADRE NUESTRO” MEDITADO

PARA CAMBIAR AL MUNDO

Mercedes Medina de Pacheco

Introducción

Jesús, el Hijo de Dios, vino para salvar al mundo del mal. Su doctrina fue sabia y concisa y en ella dejó la fórmula para hacerlo. En una ocasión dijo:

“… cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí a solas conti-go…” (Mateo 6, 6A).

Y más adelante agregó:

“Ustedes deben orar así:

‘Padre nuestro que estás en el cielo:Santificado sea tu nombre,Venga a nosotros tu Reino,Hágase tu voluntad en la TierraAsí como se hace en el cielo.Dadnos hoy el pan que necesitamos.

Perdónanos el mal que hemos hecho,así como nosotros hemos perdonadoa los que nos han hecho mal.No nos expongas a la tentaciónSino líbranos del maligno.’” (Mateo 6, 9-12)

Esta oración, que llamamos “El Padre Nuestro”, es la fórmula más sencilla para cambiarnos a no-sotros mismos y para poder cambiar al mundo librándolo del mal. Lo descubriremos al rezar el Padre Nuestro meditado. El Padre Nuestro está formado por un saludo o invocación y por siete peticiones. Meditaremos en cada una de esas partes.

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INVOCACIÓN:

“PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO”

Meditación:

Cada vez que me dirijo con la mente y con el corazón al Creador del Universo, diciéndole “Pa-dre”, estoy aprendiendo a sentir que soy hijo de un Ser que me ama infinitamente porque Él mis-mo, a través de Jesús, me ha invitado a llamarlo así. Estoy aprendiendo a sentir, por lo tanto, que soy privilegiado e importante en el Universo.

Al sentir que ese Ser es mi “Padre”, me siento ver-daderamente amado aun cuando esté viviendo en la soledad y el abandono; pleno de energía divina, aun cuando esté enfermo; lleno de paz aun cuando tenga muchos problemas; colmado de riqueza infinita, aun cuando aparentemente esté en la pobreza.

Si cualquier persona siente como “Padre” al que Es El Amor, empieza a tener conciencia de que es amada, de que está protegida, de que todo lo me-jor le llega con su trabajo honrado, y de que po-see todo lo que realmente le da felicidad. Tener como “Padre” al Creador de todo, le hace sentir también que, como hijo suyo, es co-creador del mundo y que por lo tanto tiene el compromiso de hacerlo amable y bello.

Pero hay mucho más: cuando nos dirigimos con

la mente y con el corazón al Creador del Uni-verso agregando al título de “Padre” el posesivo “Nuestro”, dejamos de sentirnos solos y aislados y adquirimos la conciencia de que vamos por el mundo como un “nosotros”, en compañía de todos los hombres y mujeres; empezamos a sen-tirnos responsables los unos de los otros, a amar- nos los unos a los otros, a desear servirnos mu-tuamente. Y así, empezamos a descubrir que hay otros seres que nos aman y que también se inte-resan por nosotros.

Al decir “Padre Nuestro”, estamos borrando cual-quier clase de fronteras entre razas, credos reli-giosos y políticos, diferencias económicas y cul-turales, distancias entre sabios e ignorantes, entre quienes andan por el camino que a nosotros nos parece correcto y quienes andan por el camino que pueda parecernos equivocado…Al decir “Padre Nuestro”, estamos haciendo con-ciencia de que no sólo los seres humanos son nuestros hermanos, sino también todos los seres de la naturaleza: las plantas, los animales y los elementos que nos mantienen a todos como el aire y el agua. Entonces nos haremos verdader-amente capaces de amar y de cuidar de nuestro entorno y de nuestro planeta.

Y si somos muchos los seres humanos que nos di-rigimos con la mente y con el corazón al Creador, con el saludo de “Padre Nuestro”, estaremos for-mando una red de energía espiritual que nos protegerá a todos.

Al despertar cada nuevo día, al retirarnos a descansar cada noche, cuando nos encontremos en la paz de nuestra habitación o

en medio del bullicio de la calle, cuando estemos entre amigos o cuando nos encontremos en un ambiente hostil, en cualquier momento y cir-cunstancia podemos dirigirnos con la mente y con el corazón al Creador, con la invocación de “Padre Nuestro” agregando la frase del mismo Jesús: “que estás en el cielo”. Porque El, que es el Amor y la Paz por excelencia, goza del estado de máxima felicidad que pueda existir, es decir, está en el cielo, en el cual estamos invitados a vivir también todos nosotros.

Si miles de hombres y mujeres saludamos al Creador con la invocación “Padre Nuestro que estás en el cielo”, todos estaremos transformán-donos, y de esta manera estaremos cam-biando al mundo.

PADRENUESTRO

QUE ESTÁS

ENELCIELO

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PRIMERA PETICIÓN:

“SANTIFICADO SEA TU NOMBRE”

Meditación:

¿Cómo puedes tú mostrar a alguien tu afecto y tu amor? hay muchas maneras de hacerlo; pero la más inmediata consiste en pronunciar su nom-bre con acento de ternura; quizás en dirigirte a ella por su diminutivo o con una palabra especial que le has inventado. Jesús mismo se dirigía a su Padre en forma coloquial diciéndole “Abba”, papito, papacito.Pero el Amor no se demuestra solamente di-rigiéndonos afectuosamente a la persona que amamos, sino también nombrándola con res-peto al hablar de ella, dando así testimonio de nuestros sentimientos y contagiando de ellos a quienes nos escuchan.

Hemos adquirido desde niños la idea de que rezar es pedirle cosas a Dios. ¡Qué idea tan equivoca-da hemos tenido de la oración!... Porque Jesús mismo al enseñarnos a orar con el “Padre Nues-tro” nos mostró que lo primero en la oración, después de invocar a Dios como “Padre Nuestro que está en el cielo”, es pedirle que su nombre sea santificado, es decir respetado, alabado como merece ser alabado el Creador de cuanto existe.

Quienes han sido maestros en el arte de orar,

como fueron los salmistas del Antiguo Testa-mento, los Padres de la Iglesia como San Agustín, y los Doctores de la Iglesia como San Juan de La Cruz, nos han enseñado que orar es ante todo ser conscientes de que en ese momento estamos en la presencia del Creador, de que estamos en Él, y reconociendo nuestra sublime pequeñez, quedarnos como anonadados en su presencia repitiendo con la mente y con el corazón una frase corta de alabanza para Él. ¿Y qué mejor frase para alabarlo que la que Jesús mismo puso al comienzo de la oración que nos enseñó: “San-tificado sea tu Nombre”?

Al invocar a Dios diariamente pidiéndole que su nombre sea santificado, estamos expresán-dole nuestro deseo de que todas sus creaturas, que son nuestras hermanas, lo alaben e invitan-do a los demás seres humanos a que ellos tam-bién lo alaben. Con esta actitud no solamente estaremos cambiándonos a nosotros mismos en creaturas que alaban a su Creador, sino llevan-do a los demás a hacer lo mismo. Unidos en ese propósito, estaremos transformándonos, y de esta manera estaremos cambiando al mundo.

SEGUNDA PETICIÓN:

“VENGA A NOSOTROS TU REINO”

“Entonces el lobo y el cordero vivirán en paz,el tigre y el cabrito descansarán juntos,el becerro y el león crecerán uno al lado del otro,y se dejarán guiar por un niño pequeño.La vaca y la osa serán amigas,y sus crías descansarán juntas.El león comerá pasto como el buey.El niño podrá jugar en el hoyo de la cobra,podrá meter la mano en el nido de la víbora.En todo mi monte santo no habrá quien haga ningún daño,porque así como el agua llena el mar,así el conocimiento del Señor llenará todo el país”.(Isaías 11, 6-9)

“Gracias a la Justicia, los montes y colinas traerán al pueblo prosperidad”.(Salmo 71, 3)

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Estos versículos del capitulo11 de Isaías (6-9), y del Salmo 71 (3), parecen describir lo que será el reino de Dios en el mundo: No habrá maldad, ni desconfianza; no habrá temores, se podrá gozar tranquilamente de las cosas bellas y simples de la vida y habrá prosperidad.

El Reino de Dios vendrá al mundo cuando los seres humanos hayamos llegado a niveles de madurez que se manifiesten en el auténtico Amor a Dios, y en el amor de los unos por los otros. Ese Amor traerá Justicia y Paz. Esa Jus-ticia será respeto por los derechos de los demás y consideración por los más débiles. Y esa Paz será respeto a las diferencias, aceptación mutua, deseo de servir, de buscar la felicidad del otro y gozo de verla alcanzada.

A pesar de que hoy vemos en el mundo los fuertes embates del mal derivados de la sober-bia, del egoísmo, de la avaricia y del hedonismo, nos consuela ver cómo muchos sectores de la humanidad ya han avanzado con pasos grandes hacia la llegada del Reino de Dios como Amor, Justicia y Paz: en ellos ya se repudian el Des-potismo, la Esclavitud, la Desigualdad y cual-quier Discriminación entre los seres humanos. Nunca pensaron nuestros antepasados de hace 3 siglos que algún día los gobernantes de un país podrían ser elegidos por el voto popular y que su poder no sería absoluto sino controlado por otros organismos gubernamentales. Ni nues-tros antepasados de hace 2 siglos, sospecharon que sus descendientes dejarían de ser dueños de otros seres humanos. Ni las gentes de hace un siglo imaginaron que las mujeres tendrían derecho a estudiar, a contratar, a elegir y a ser

elegidas para cargos públicos, y que hasta el más sencillo trabajador contratado llegaría a tener derecho al descanso remunerado, a la pensión de jubilación, y a un salario mínimo. Son también síntomas de estos avances de la hu-manidad el uso de ciertos términos que hace cin-cuenta años no escuchábamos, al menos con el sentido que hoy se les da. En efecto, hoy se habla de “Diálogo”, de “Negociación”, de “Inclusión”, de Tolerancia y de “los Derechos de las Minorías”

Por eso vemos con esperanza bien fundamenta-da, que la humanidad si está avanzando hacia el Reino de Dios que es Amor y que se manifiesta como Justicia, y Paz. Esa es la esencia del Reino de Dios en el mundo:

“Al irme les dejo la Paz. Les doy mi paz, pero no se la doy como la da el mundo. No se angustien ni tengan miedo”.

(Juan, 14, 27).

Pero aún nos falta mucho camino por recorrer. Y lo alcanzaremos no por la vía de las revolu-ciones violentas y destructivas sino por la vía de la concientización de todos los seres humanos en el Amor.

Cuando al orar a Nuestro Padre del Cielo le pe- dimos que “Venga a Nosotros su Reino”, no sólo lo estamos pidiendo, sino también lo estamos esperando con fe, en la seguridad de que la ac-ción del Espíritu Santo continuará transforman-do a los seres humanos para que todos poda-mos vivir en el Amor, la Justicia y la Paz. Asi estaremos transformándonos, y de esta manera estaremos cambiando al mundo.

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TERCERA PETICIÓN:

“HÁGASE TU VOLUNTAD ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL

CIELO”

Meditación:

Al estar seguros de que nuestro Padre del cielo es el más amoroso de todos los padres, podemos confiar en que su voluntad es la de que seamos felices.

Hablando coloquialmente podemos decir que a Dios no le sirve para nada que el mundo ande mal y que nosotros suframos; a Él le sirve que todos estemos bien y que en el mundo reinen el Amor, la Justicia y la Paz, que traen la armonía y la verdadera felicidad. Porque su plan al crear a los seres humanos fué que conociendo de su Amor, le amemos, le adoremos y le sirvamos sir-viendo a nuestros hermanos, plenos de alegría.

Por esto cuando al orar le decimos “Hágase tu voluntad” no estamos manifestándole al Pa-dre que estamos dispuestos a que nos envíe su-frimientos, no: estamos más bien poniéndonos a su disposición para que Él obre todas las maravillas que puede realizar en nosotros. Aun cuando algunas veces tengamos que afrontar en-fermedades, pérdidas y dificultades de diversa índole, debemos estar seguros de que de estas

aparentes “desdichas” siempre saldrán mejores bienes, aunque de inmediato no sepamos enten-derlo. Además, de cada una de estas situaciones siempre salimos fortalecidos y más capaces de disfrutar la vida. De la misma manera las guer-ras, que siempre son buscadas por la arrogancia y la soberbia de los seres humanos, y las catástro-fes naturales que Dios permite, se convierten en grandes retos cuya superación ha ido enseñando a la humanidad grandes cosas.

Jesús dijo: “No todos los que dicen ‘Señor, Señor’ entrarán en el Reino de los Cielos sino solamente los que hacen la voluntad de mi Padre Celestial” (Mateo 11, 21)

Al decirle una y otra vez a Dios que queremos hacer su voluntad y que deseamos que ella se cumpla en la tierra como en el Universo ente-ro, nosotros, como Hijos de Dios y como co-creadores de su obra, nos estamos poniendo en línea con Él, que es El Bien Supremo, estaremos transformándonos, y de esta manera estare-mos cambiando al mundo.

CUARTA PETICIÓN:

“EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA DÁDNOSLO HOY”

Meditación:

Cuando al dirigirnos a Dios Nuestro Padre le pedimos que nos dé el pan de cada día, reforza-mos nuestra fe en que Él, que es el dueño de toda la sustancia que existe, no nos escatimará nada de lo que necesitemos para el cuerpo y para el espíritu. Pues ese pan no es sólo el alimento: es también la salud, el techo, la familia, los amigos, las oportunidades, las enseñanzas, el descanso, el placer que en múltiples formas nos da la vida. Y todo eso podemos esperar de Dios. Pues unidos a Él, que es Sabiduría, no nos faltará la salud, la creatividad y las oportunidades necesarias para ganarnos honradamente esos bienes, nuestro pan; ni faltará a los líderes de la sociedad la vol-untad para dar capacitación y oportunidades a quienes todavía no las tienen o para asistir a quienes estén en estado de incapacidad.

Jesús nos enseñó a orar en plural. Pedimos “el pan nuestro”, no mi pan, Al pronunciar esta frase estamos pensando en el pan de mi familia, el pan de mis amigos, el pan de todos los de mi país, el pan de toda la gente del mundo. Y como ya dijimos, estamos pidiendo no sólo la comida

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para el cuerpo sino todos los bienes que Dios tiene a nuestra disposición para nuestro bien.

Y debemos pedir con confianza pues Jesús dijo: “Miren las aves que vuelan por el aire: ni siembran ni cosechan ni guardan la cosecha en graneros; sin embargo, el Padre de ustedes que está en el cielo les da de comer. y ustedes valen más que las aves! […] Y ¿por qué se preocupan ustedes por la ropa? Fíjense cómo crecen las flores del campo: no trabajan ni hilan. Sin em-bargo les digo que ni siquiera el Rey Salomón, con todo su lujo, se vestía como una de ellas. Pues si Dios viste así a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, ¡con mayor razón los vestirá a ustedes, gente falta de fe!”(Mateo 6, 26-30)

También nos enseñó Jesús que debemos pedirle al Padre con insistencia todo lo que sea verdade- ramente necesario para nosotros:

“Así que yo les digo: pidan, y Dios les dará; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta, y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama a la puer-ta, se le abre”. (Lucas 11, 9-13)

Pero en medio de la sociedad consumista en que vivimos es muy fácil confundirnos y creer que “necesitamos” muchas cosas más de las que en realidad necesitamos y que lo que hacen es com-plicarnos la vida. Pedirle a Dios lujos y cosas su-perfluas es inconciencia en un mundo en donde la mayor parte de las gentes viven con hambre o

sumidas en alguna forma de esclavitud para pod-er vivir.

Tenemos que cuidarnos de no dejarnos contagiar por ese ambiente en donde los adelantos técni-cos y la moda quieren imponernos necesidades que no son reales. ¡En cuánta paz viven quienes saben privarse de lo superfluo y acaban por no sentir necesidad de ello! Esa es parte de la paz que nos ofrece el Reino de Dios en la tierra. Por eso Jesús advirtió en repetidas ocasiones sobre los peligros de la riqueza: estar apegados a ellas no es el camino para entrar en el Reino. En cierta ocasión dijo: “Ningún sirviente puede servir a dos amos; porque odiará al uno y querrá al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas”. (Lucas 16,13.).

Jesús también dijo:

“Les aseguro que difícilmente entrará un rico en el Reino de Dios. Les repito que es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios. (Mateo 19, 24).

En el Sermón de la Montaña, cuando Jesús proc-lamó quiénes serían bienaventurados en el Rei-no de Dios, dijo: “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos”. (Mateo 5, 3). Con ésto no quiso decir: Bienaven-turados los que carecen de todo, sino Bienaven-turados los que tienen su corazón desapegado de la riqueza; Bienaventurados los que se sienten pobres frente a la riqueza de Dios.

Jesús mostró su predilección por los pobres pero también apreció la amistad de personas que te-niendo muchos bienes, no estaban apegados a ellos. Estas son algunas de esas personas: Lázaro de Betania y sus hermanas Martha y María en cuya casa se hospedaban Jesús y sus discípulos. José de Arimatea, quien cuando murió Jesús, pidió a Poncio Pilatos su cuerpo, lo envolvió en una sábana de lino y lo puso en un sepulcro nuevo, de su propiedad. Nicodemo, magistrado judío quien llegó a la tumba de Jesús con unos treinta kilos de perfume, mezcla de mirra y áloe. El mismo Zaqueo, aquel hombre de pequeña es-tatura que para poder ver a Jesús cuando pasaba, se subió a un sicomoro; a él el Maestro le dijo entonces: “Zaqueo, baja en seguida porque hoy tengo que quedarme en tu casa”. (Lucas 19, 5)

Cuando decimos: “El pan nuestro de cada día dádnoslo hoy” no queremos decir que estamos renunciando a prevenir el futuro: lo que quere-mos significar es que no queremos acaparar, que no queremos adueñarnos de todo, aún de lo que pueda hacer falta a otro.

Al pedir “nuestro pan” estamos poniendo en práctica nuestra solidaridad y nuestro amor por los demás. Y con esta actitud estaremos trans-formándonos y estaremos cambiando al mundo.

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QUINTA PETICIÓN:

“PERDÓNANOS NUESTRAS OFENSAS ASÍ COMO NO-SOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN”

Meditación:

El primer requisito para poder tener relación con Dios es la humildad. Y humildad es estar convencidos de nuestra pequeñez, de nuestras limitaciones, de nuestras faltas. Porque aun cuando es verdad que por ser hijos de Dios so-mos infinitamente grandes ya que fuimos crea-dos “a su imagen y semejanza” (Génesis 1, 26ª), paradójicamente también es verdad que somos creaturas infinitamente pequeñas, mendrugos en medio de la grandeza del universo, seres con inclinación al mal a partir de la soberbia, que fue lo que nos separó de Dios desde el comienzo de los tiempos:

“Dios sabe muy bien que cuando ustedes co-man el fruto de ese árbol, podrán saber lo que es bueno y lo que es malo, y entonces serán como Dioses”,

-dijo el Maligno con su poder de seducción-. (Génesis 3, 5)

Desde entonces vivimos separándonos de Dios… ¿por qué hemos de alabarlo? ¿por qué hemos de obedecer sus mandamientos? –Pare-cería que nos dijéramos interiormente. Por eso nos olvidamos de adorar y de alabar al Creador; por eso nos hacemos daño a nosotros mismos; por eso hacemos daño a los demás y somos in-dolentes ante el sufrimiento de nuestro prójimo. Todas estas actitudes nos separan de Dios pues atropellan el plan de felicidad que Él tiene para nosotros y para toda la Humanidad y que con-signó en sus Mandamientos.

Cuando decimos a nuestro Creador “perdónanos nuestras ofensas” estamos reconociendo que nos hemos separado de Él, estamos reconociendo nuestra fragilidad y nuestra ingratitud y esta-mos manifestando nuestra confianza en que su infinito amor de padre todo lo perdona. Este amor está representado en la parábola del hijo pródigo, que habiendo malversado su herencia, volvió arrepentido a la casa de su padre que lo perdonó, lo acogió y festejó su retorno con una gran fiesta (Lucas 15, 11-24). Esa generosidad de Dios para el perdón está plasmada también en la Parábola del Buen Pastor. (Lucas 15, 4-7):

En la oración que Jesús enseñó a sus discípulos, la petición completa a Dios Padre es: “perdónanos nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, frase comprometedora pues al pronunciarla nos estamos obligando a perdonar a aquellos que nos han ofendido.

Perdonar no es olvidar la ofensa que se nos ha hecho, como tampoco sanarse de una herida física es borrar la cicatriz que dejó sobre nues-

tra piel; perdonar es hacer desaparecer la rabia y todos los sentimientos negativos hacia quien nos hizo daño, de la misma manera que sanar una herida física es curarla de la supuración y el dolor aun cuando quede ahí la cicatriz, quizás imborrable.

¿Pero cómo podemos perdonar una ofensa que nos hizo inmenso daño?...No es fácil. Hay que trabajar sobre ello, hay que orar para lograrlo y debemos orar por quien nos agredió pensando que él también es un hijo de Dios a quien Él ama; un hermano nuestro, una rama del mismo árbol al que pertenecemos nosotros y que no podemos echar a la hoguera sin dañarnos a nosotros mis-mos. Para poder perdonar hay que trabajar por co- nocer las circunstancias que vivió nuestro agre-sor, ojalá desde su misma infancia… los desa-mores que recibió, las cosas que lo hicieron ser como es y las circunstancias que lo llevaron a ac-tuar como actuó. Comprenderemos que quizás él pensaba que no tenía otra salida. Pocas veces la gente quiere hacer el mal, pero resulta hacién-dolo porque la ignorancia, o algo que lo esclaviza lo impulsó a hacerlo. Recordemos las palabras de Jesús en la cruz:

“[…] Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” Lucas 23,34.

Recomiendan también quienes han estudia-do sobre el tema del perdón, que ayuda mucho para poder perdonar a alguien, hacer el ejerci-cio de visualizarnos en paz frente a quien nos hizo daño; visualizar que el Amor de Dios llega a

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nuestro corazón en forma de luz resplandeciente y cuando hayamos logrado llenar todo nuestro ser de ese amor, entregarlo imaginariamente en forma de una flor hermosa, en su propia mano, a la persona que nos hizo daño y que está frente a nosotros imaginariamente, diciéndole: te amo como hijo que eres de Dios y te perdono. Y permanecer unos minutos viviendo esto. Tal vez no sea fácil lograrlo de una vez y por eso se recomienda repetir este ejercicio durante un tiempo.

Es también importante analizar qué tan real ha sido la ofensa que creemos haber recibido; porque hay ocasiones en que nos dejamos invadir por una sensibilidad extrema y creemos que nos han ofendido con alguna palabra, con alguna frase, con algún gesto o con alguna omisión que no fue tan real como la vimos.

Muchas veces necesitamos perdonar crímenes que se han cometido contra seres inocentes y que con toda razón nos duelen. Pero debemos con-vencernos a nosotros mismos de que la rabia y el rencor que sentimos no van a aliviar a la víc-tima, ni van a transformar al victimario en un ser diferente; mientras que esa rabia y ese rencor sí envenenan nuestra mente y nuestro corazón. Y si somos muchos los que la sentimos, esa ira va a formar una verdadera atmósfera tóxica en nuestra sociedad.

Trabajemos desde el fondo de nuestro corazón por perdonar a quienes nos han ofendido en lo personal y a quienes han hecho mal a la socie-dad en que vivimos. Con esta actitud de perdón sí habrá paz y de esta manera...

estaremos transformándonos y estaremos cambiando al mundo.

SEXTA PETICIÓN:

“NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN”

Meditación:

En el mundo en que vivimos hoy, hemos ido borrando las fronteras entre lo que es bueno y lo que es malo; entre lo que es verdaderamente conveniente para nosotros como individuos y como comunidad, y lo que por el contrario, nos es nocivo. Es decir, hemos ido borrando las fron-teras entre lo que la Ley Divina ha mandado y lo que la Ley Divina ha prohibido; entre lo que es virtud y lo que es pecado. (Esta palabra nos repugna porque nos incomoda y por ello hasta parece haber pasado de moda).

El gran Mandamiento de La Ley de Dios en el Antiguo Testamento está expresado en el libro del Deuteronomio capítulo 6, versículos 4-7A: “Oye Israel: El Señor nuestro Dios, es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu cora-zón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Grábate en la mente todas las cosas que hoy te he dicho y enséñalas continuamente a tus hijos…”. En el Nuevo Testamento Jesús dijo:

“No crean ustedes que yo he venido a poner fin a la Ley ni a las enseñanzas de los profetas; no he venido a ponerles fin, sino a darles su ver-dadero significado” (Mateo 5, 17),

y de acuerdo con esto, enseñó:

“El primer Mandamiento de todos es: ‘Oye Is-rael, el Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. Y el segundo es: ‘Ama a tu próji-mo como a ti mismo’. Ningún mandamiento es más importante que éstos” (Marcos 12, 29-31).

Éste es el gran Mandamiento del Cristianismo: El Amor, que es la ley fundamental para la con-vivencia humana, Es la ley natural que está latente en la conciencia interior de cada ser hu-mano y por ello es común a muchas religiones del mundo. Pero actuar infringiendo de alguna manera esta Ley, es muy fácil dada la fragilidad

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de nuestra naturaleza.

El “Amar a Dios sobre todas las cosas” es un mandamiento que vivimos incumpliendo: muchas veces pasamos el día sin acordarnos siquiera de que el aire que disfrutamos, para decir lo más elemental, lo hemos recibido de Dios, y en medio de este olvido, durante las 24 horas del día no tenemos ni un solo pensamiento de amor y de gratitud con nuestro Creador, ni proferimos una sola palabra de alabanza hacia Él. De la misma manera, dejamos de dar testimonio ante los demás, de nuestra Fe y nuestro Amor a Dios, aun en el día de la semana dispuesto para ello.

Y frente a la segunda parte del mandamiento del Amor que dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” ¿Cuántas veces en un mes buscamos la manera de acompañar, de ayudar, de servir, de mostrar cariño, no a aquellos de los cuales vivimos enamorados como nuestro compañero o compañera, nuestros hijos o nuestros nietos, sino a aquellas personas que estando a nuestro alcance están solas y necesitadas? En cambio, es-tamos inclinados a mentir y a engañar, a juzgar y dañar la imagen de los demás con nuestras críti-cas. Estamos inclinados también a sentir rabia y envidia con quien posee las cosas que desearía-mos para nosotros y hasta a usurpar lo que a él le pertenece. El primer mandamiento de la Ley de Dios dice también: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” Pero a menudo nos hacemos daño a nosotros mismos con hábitos de vida descuidados y noci-vos y hasta con vicios que esclavizan.

Dada nuestra fragilidad humana, dado el

ambiente hedonista y egoísta del mundo en que vivimos, y dados los oscuros intereses del Es-píritu del Mal que sutilmente instiga en nues-tro pensamiento, es muy fácil infringir la Ley de Dios. De ahí la necesidad de pedirle a Él, desde el fondo de nuestro corazón: “No nos dejes caer en la tentación”.

Si, lejos de caer en las tentaciones vivimos co- nectados con el Bien Supremo que es Dios, amándolo y amando a los demás, estaremos transformándonos y estaremos cambiando al mundo.

SÉPTIMA PETICIÓN

“LÍBRANOS DEL MAL”.

Meditación:

Como seres humanos somos frágiles: nuestro cuerpo es vulnerable ante las enfermedades y peligros; nuestro espíritu puede correr el ries-go de perder la paz y de que nuestras equivo-caciones nos alejen del Bien Supremo; nuestra ciudad, nuestro país y el planeta entero están expuestos a guerras y a las catástrofes naturales. Pero la protección de Dios puede alejarnos de to-dos estos males o puede ayudarnos a afrontarlos con paz, como se lo pedimos con la invocación “Líbranos del mal”.

Con la meditación de Salmos como el 91 y el 23, entre otros, podemos acrecentar nuestra confi-anza en que con la protección de Dios no debe-mos tener miedo.

“El que vive bajo la sombra protectora del Altísimo y Todopoderosodice al Señor: ‘Tú eres mi refugio, mi castillo,mi Dios en quien confío’”.

Y continúa el Salmista:

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“Sólo Él puede librarte de trampas ocultasy plagas mortales,pues te cubrirá con sus alasy bajo ellas estarás seguro.¡Su fidelidad te protegerá como un escudo!”

(Salmo 91, 1-4)

“Aunque pase por el más oscuro de los vallesno temeré peligro alguno,porque tú, Señor, estás conmigotu vara y tu bastón me inspiran confianza”

(Salmo 23, 4)

Podemos poner de manifiesto ante Dios nuestro amor por los demás, nuestro amor por la comu-nidad humana y nuestro amor por todos los seres de la Naturaleza, pidiéndole por todos con la ple-garia que Jesús nos enseñó: “Líbranos del mal”.

Libres del mal y del temor, llenos de confianza y alegría, el Mundo cambiará.

PROPÓSITO:

Retirémonos cada noche a nuestra habitación, cerremos la puerta, hagamos silencio y recemos la oración que Jesús nos enseñó: El Padre Nues-tro”. Meditándolo cambiaremos nosotros y cam-biará el Mundo.

Laus Deo Padre nuestro,que estás en el cielo,

santificado sea tu Nombre;venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;perdona nuestras ofensas,

como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;

no nos dejes caer en la tentación,y líbranos del mal. Amén.

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