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ANTONIA-MANUEL BARRAGÁN 1 ANTONIA (Inspirada en Antígona de Sófocles) ANTONIA ISABEL RAMÓN POLICÍA LA ESCENA SUCEDE EN TIEMPO REAL DURANTE EL VELORIO DE POLO. LA OBRA ES PRESENTADA EN UNA CASA REAL, EL PUBLICO SERÁN LOS DOLIENTES QUE ASISTEN AL FUNERAL. UNO Isabel: ¡Antonia! Antonia: ¡Hermana! Isabel: ¿Por qué? Antonia: ¿Qué otra cosa podía hacer? Isabel: Esto no está bien. ¿Te ayudaron verdad? Dime quien te ayudó. Antonia: Eso no importa. Lo importante es que ya lo van a traer. Isabel: No sabes el problema en el que te estás metiendo, y en el que nos metes a nosotros. Antonia: ¿Y que querías, que lo dejara ahí para que se lo comieran los perros?

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ANTONIA-MANUEL BARRAGÁN

1

ANTONIA

(Inspirada en Antígona de Sófocles)

ANTONIA

ISABEL

RAMÓN

POLICÍA

LA ESCENA SUCEDE EN TIEMPO REAL DURANTE EL VELORIO DE POLO. LA OBRA ES

PRESENTADA EN UNA CASA REAL, EL PUBLICO SERÁN LOS DOLIENTES QUE

ASISTEN AL FUNERAL.

UNO

Isabel: ¡Antonia!

Antonia: ¡Hermana!

Isabel: ¿Por qué?

Antonia: ¿Qué otra cosa podía hacer?

Isabel: Esto no está bien. ¿Te ayudaron verdad? Dime quien te ayudó.

Antonia: Eso no importa. Lo importante es que ya lo van a traer.

Isabel: No sabes el problema en el que te estás metiendo, y en el que nos metes a nosotros.

Antonia: ¿Y que querías, que lo dejara ahí para que se lo comieran los perros?

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Isabel: Desobedeciste.

Antonia: Polo tenía tanto derecho como Emilio a ser enterrado.

Isabel: Carmelo Castillo dijo que no movieran los cuerpos. Que los dejaran ahí tirados en

la plaza para que todo mundo los viera.

Antonia: ¿Y qué derecho tiene él de decidir sobre los cuerpos? Sobre lo que queda de ellos.

Isabel: ¡Ay Antonia! Esto me duele tanto como a ti. Nuestros dos hermanos muertos el

mismo día.

Antonia: Lo único que queda al final es un montón de cuerpos apilados y unas ganas de salir

corriendo.

Isabel: ¿Dónde lo tienen?

Antonia: En la funeraria. Están preparando el cuerpo. Ya no deben tardar.

Isabel: ¿Qué te dijeron ahí?

Antonia: Al principio se negaron. Pero tuve que recordarles todo lo que Polo hizo por ellos.

Tantas veces que los defendió. Tantas veces que apostó su vida para que nosotros

pudiéramos dormir aunque fuera por unas horas.

Isabel: ¿En qué momento decidimos atrincherarnos?

Antonia: Cuando nos dimos cuenta que no éramos libres.

Isabel: Y nunca lo hemos sido, ni lo seremos. ¿Qué más da?

Antonia: Se cansa una. Es cansado vivir todos los días a la sombra de ellos y no poder salir.

Era necesario atrincherarnos y defendernos.

Isabel: No está bien lo que hiciste. Ahorita mismo les voy a hablar, y les voy a decir que

aquí estamos. Y lo que pretendemos hacer.

Antonia: Tú no vas a hacer nada.

Isabel: Entiende. Los estás desafiando. ¿No temes por tu vida?

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Antonia: Yo ya no tengo vida. Es como si me hubieran arrancado el alma pedazo a pedazo,

primero un lado y luego el otro. Como si fueran mis hijos.

Isabel: Pero no lo son.

Antonia: Hijos o hermanos, es la misma sangre la que está derramada y se seca entre las

piedras.

Isabel: Quédate aquí y no te muevas. Voy a hacer una llamada.

Antonia: Ya te dije que no.

Isabel: Entiende.

Antonia: No hay nada que entender. Me los mataron a los dos, primero a uno y luego al otro.

Isabel: Eres necia Antonia. Siempre metiéndote en problemas. Carmelo Castillo no te

quiere, nunca has sido santo de su devoción. Siempre alborotas a la gente, siempre

pones al pueblo en su contra, siempre lo desafías.

Antonia: Y lo seguiré haciendo. Tú sabes que nunca me han gustado las cochinadas que hace,

nunca he sido partidaria de las injusticias, y del modo que sea mis hermanos están

muertos, solo pido un poco de respeto.

DOS

LLEGA EL CUERPO DE POLO EN UN ATAUD

Antonia: ¡Polo! ¡Mi niño! ¿Por qué? ¿Por qué?

Isabel: ¿Voy a traerte un poco de café?

Antonia: Déjame no quiero nada.

Isabel: ¿Ustedes no quieren un café o una canelita?

Apenas ayer enterramos a Emilio. Le hicieron honores y toda la cosa ahí en la

presidencia junto a los otros hombres del pueblo que murieron en el enfrentamiento.

Los enterraron con banda y lanzaron tiros al aire; todos esos honores por haber

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cuidado del pueblo hasta el último momento. No me gusta mucho que pongan

música en los entierros porque dan más ganas de llorar.

Antonia: Maldita la hora en que esos cabrones entraron al pueblo.

Isabel: Y maldita la hora también en que Polo decidió dejar a su gente y salir de aquí.

Antonia: No lo maldigas. Me dueles mucho hermano. Me dueles tanto como el otro. Tú

también tienes la culpa Isabel. Tú le metiste en la cabeza esa idea de entrar al

ejército.

Isabel: A ti también te dio gusto. Creías que nos iba ayudar a mantener la casa. Nos

sentíamos orgullosas de tener un hermano soldado, un militar en la familia.

Antonia: Era un niño tenía 17 años cuando lo mandaste lejos de nosotras. Lo mandaste a un

lugar donde solo enseñan a matar. ¿Qué otra cosa se puede aprender ahí?

Isabel: Si hubiera sabido que pasaría esto nunca lo hubiera mandado. Jamás pensé que un

día lo mandarían a su pueblo, a matar a su propia gente.

Antonia: ¿Quién iba a imaginar que nuestro propio hermano venía con órdenes de matarnos?

Quiero llorarle todo lo que sea necesario, así me quede sin voz.

Isabel: Esto debe parar. Regresemos el cuerpo.

Antonia: ¡Cállate! Quiero que la casa huela a flores y a cirio quemado. Quiero que le recen

toda la noche y le canten. Quiero que le hagan su misa y voy a hacerle su novenario

y recogeré la cruz el último día, quiero que tomen café y que coman en mi casa las

gentes, quiero que vengan de negro y me den abrazos y mucha fortaleza. Que éste

hombre también merece ser enterrado como el otro. Murió también, y no quiero que

ningún cabrón venga a decirme que no me va a dejar enterrarlo porque soy capaz

de arrancarle los ojos como se los arrancó mi padre cuando se dio cuenta de la

desdicha de haber nacido, de lo doloroso y terrible que es vivir, vivir así.

TRES

Ramón: ¡Antonia!

Antonia: Ramón. Lo mataron, a él también.

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Ramón: Ya estoy aquí.

Antonia: Tenía el tiro de gracia.

Ramón: No debiste traer ese cuerpo. Mi padre está muy enojado y vendrá personalmente a

llevárselo.

Antonia: Que ni se le ocurra venir a ese cabrón. Él tiene mucha culpa en esto.

Ramón: No sé qué decirte… finalmente es mi padre.

Antonia: No quiero que venga. Que no se atreva, porque entonces voy a sacar a la perra que

llevo dentro.

Ramón: Te vieron ayer tomando fotos, y dicen los que te vieron que también estuviste

grabando videos.

Antonia: Pues si, después del funeral pienso ir a los periódicos y a la televisión a mostrar

toda la información que tengo. Ya estuvo bueno de vivir agachados.

Ramón: Deberías darme tu cámara. Con nadie puede estar más segura que conmigo.

Antonia: En momentos como este uno debe desconfiar hasta de su propia sombra.

Isabel: ¿Ramón estás bien?

Ramón: Me da coraje, me siento lleno de rabia y de impotencia. No puedo hacer nada por

ustedes y no puedo hacer nada por mí.

Isabel: Cálmate. Necesitas mostrarte fuerte Antonia te necesita. No te derrumbes tú

también. ¿Si no se apoya en tí, entonces en quién? ¿Te traigo un café?

Ramón: ¿Cuándo terminará ésta guerra?

Isabel: El día que entendamos que el enemigo es otro. El día que alguien se dé cuenta que

no tiene caso disparar. Cuando comprendan que el enemigo no ha salido al campo a

pelear y que los peones tienen más cosas en común de las que se puedan imaginar.

Ramón: Siento que me parto en dos. Y al entrar aquí y verlo ahí tirado me acuerdo de

cuando éramos niños y jugábamos con Polo y con Emilio, nuestras guerras eran con

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tierra, con agua y lodo, y al final de la batalla era suficiente un baño con agua

limpia y el juego se repetía, y no hacíamos daño a nadie.

Isabel: Yo también quisiera saber dónde quedaron aquellos niños. ¿Te acuerdas del día que

Polo se perdió y nadie lo encontraba? Tú fuiste el que más lloró.

Ramón: Me dio miedo pensar que nunca volvería a verlo, era mi mejor amigo. A pesar de

que éramos tres a mí me caía mejor Polo que Emilio, pero nunca se lo dije, no es

bueno crear pleitos entre hermanos. Se celan mucho y terminan defendiendo cosas

indefendibles.

Isabel: Ve con Antonia. Consuélala y convéncela también de dejar esta absurda idea, la

gente del pueblo se va a enojar. Finalmente Polo vino a atacar a su gente. No sé si

deba decir esto, pero en parte tienen razón, por muy soldado que sea no deja de ser

un traidor.

Ramón: ¡Isabel!

Isabel: Queriendo o no queriendo siguió ordenes, y si no lo mataban aquí lo iba a matar

allá.

Ramón: Tal parece que será una larga noche. Tal parece que va a tardar mucho en amanecer.

¿Por qué nos atrincheramos Isabel?

Isabel: Ya no lo sé, la trinchera y la tumba no dejan de ser un doloroso hoyo en la tierra.

Ramón: Ayúdame a convencerla de que regrese el cuerpo a donde estaba. Si entierra a Polo

se va a poner peor todo. La gente lo tomará como una provocación.

Isabel: No creo que el Señor Cura se niegue a enterrarlo.

Ramón: Pero los hombres están enojados.

Isabel: Y con justa razón. Polo por muy hijo de este pueblo que sea es un militar. Mató

gente, no se tocó el corazón.

Ramón: No se puede ser una máquina de matar y tener corazón, se debe tener la sangre muy

fría como para matar a su propio hermano cara a cara.

Isabel: ¿Qué estás diciendo?

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Ramón: Dicen los que vieron, que Polo y Emilio se encontraron durante la masacre,

estuvieron frente a frente. Uno de los dos debió disparar primero.

Isabel: ¿Y que querías? No es común que en el campo de batalla la gente se salude y se

abrace. Debes irte, vete.

Ramón: Ella necesita saber la verdad. Tal vez así deje que se lleven el cuerpo.

Isabel: Tú no vas a decir nada, vete, salte de aquí.

Antonia: ¿Que sucede?

Isabel: Ramón tiene que irse.

Antonia: ¿Me vas a dejar sola?

Isabel: Solo será por un momento le encargué algunas cosas, es mejor que él vaya, nosotras

no podemos salir.

Antonia: No tardes.

Isabel: Ven hermana vamos a rezar un rosario.

CUATRO

Isabel: Fueron buenos muchachos los dos.

Antonia: Mis niños, porque fueron como unos hijos para mí.

Isabel: Necesitamos hablar hermana.

Antonia: En los velorios no se habla, se canta, se reza y se llora.

Isabel: Vamos a olvidarnos de todo esto. Vamos entregar el cuerpo y desde acá le

rezamos, desde la soledad de nuestra casa, sin violar ninguna ley, ni ningún decreto.

Antonia: ¿Y hay alguna ley que hable sobre el respeto a los cuerpos? Porque si no se les

respetó en vida, por menos en la muerte se les podría tener un poquito de

consideración.

Isabel: ¿Qué quieres Antonia, dime que quieres?

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Antonia: Se le va a dar sepultura a nuestro hermano y se va a enterrar en el mismo panteón

donde descansa su familia.

Isabel: Carajo Antonia, entiende. Todos estuvimos de acuerdo en que si caía algún soldado

no se dejaría ir a nadie, ni dejaríamos que se llevaran los cuerpos. Todos dijimos

que sí, hasta tú levantaste la mano y votaste por eso.

Antonia: Pero nadie me dijo que los muertos serían mis hermanos.

Isabel: Es imposible, contigo no se puede hablar, no entiendes razones.

Antonia: La que no entiende nada eres tú, estas cosas Dios las castiga.

Isabel: No me digas que encima de todo, todavía piensa castigarnos.

Antonia: No blasfemes Isabel.

Isabel: Mira, estoy de acuerdo en que le recemos, en que hagamos un novenario, pero deja

que se lleven el cuerpo. ¿Qué pasa con todos los que desaparecen? Se les reza desde

lejos y se pide por ellos.

Antonia: El asunto es que yo si tengo un cuerpo presente. Y ya dije que no.

Isabel: No me vas a detener, tengo tanto derecho como tú a decidir las cosas que se hacen

en esta casa y con esta familia.

Antonia: Que no, ya dije que no. ¿No entiendes, no tienes un poco de respeto por el cuerpo

de tu hermano?

Isabel: Piensa en esto, piensa en lo real, en nosotras. Nosotras estamos vivas, ellos no. Te

van a apresar, no sabemos que te puedan hacer, echaste a andar una máquina muy

peligrosa en el momento en que te robaste ese cuerpo.

Antonia: ¿Y qué querías, que lo dejara ahí tirado para que se lo comieran los perros y las

ratas?

Isabel: No debiste, no debiste.

Antonia: ¿Por qué no?

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Isabel: Porque tienes a todo el pueblo en contra tuya, el pueblo fue humillado, fue

ultrajado, violaron a sus mujeres, mataron a sus niños, les quitaron las ganas de

vivir, les despedazaron sus sueños y los dejaron sin motivos.

Antonia: ¿Y mis motivos no valen? ¿Quién piensa en mí, en lo que yo siento?

Isabel: Siempre has sido fuerte, ¿por qué te derrumbas ahora?

Antonia: Hay cosas que te parten el alma, que te destrozan las piernas como golpeándote en

los huesos y por más fuerte que parezcas no puedes mantenerte en pie.

Isabel: Te vas a calmar. Voy a llamar a esa gente y les voy a decir que vengan por el

cuerpo de Polo.

Antonia: No, no, no.

Isabel: Cálmate, la gente nos está viendo.

Antonia: Que me vean no me importa, sépanlo todos. No voy a permitir que se lo lleven, es

mi sangre. Son mis entrañas hechas pedazos.

Isabel: Te vas a calmar y lo haremos todo como se debe.

Antonia: Mátame entonces, no quiero saber que va a suceder después.

Isabel: Tú puedes con esto y más. Siempre has sido la fuerte, la valiente, la que se enfrenta

a todo. Te toca ceder un poco ante la vida.

Antonia: ¿No te gustan los funerales Isabel?

Isabel: ¿A qué viene eso?

Antonia: A lo mejor estás pensado que estoy un poco loca, que soy una terca y que no tiene

caso hacer esto.

Isabel: Ya no puede hacer nada él ya está muerto.

Antonia: Si, total Polo ya está muerto. Qué más da si se le entierra o se deja podrirse frente al

pueblo. Es eso lo que piensas.

Isabel: Para que atormentarnos con algo que ya no tiene sentido. Los vivos somos los que

importamos. Esto es lo real, lo verdadero.

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Antonia: Mira Isabel, te voy a decir una cosa. ¿Sabes cuanta gente desaparece todos los

días? ¿Sabes cuantas madres buscan a sus hijos desaparecidos? Ellas quisieran

descansar, saber por lo menos que están muertos. Cuando no se sabe nada de ellos

no se vive, no se duerme, a todas horas te preguntas que será de ellos. Aunque

suene estúpido yo tengo la dicha, si se le puede llamar así, de tener un muerto, de

tener un cuerpo al cual llorarle. Yo soy la más dichosa entre todas esas infelices

porque ya lo tengo aquí, ya sé que está muerto, y después del luto descansaré y

podré seguir con mi vida. ¿Quién puede vivir sin saber dónde están los suyos?

CINCO

Ramón: Buenas noches.

Isabel: ¿Qué haces aquí?

Ramón: Las cosas han cambiado.

Isabel: Se supone que no regresarías esta noche.

Ramón: Vine a que me respondan, por lo que por común acuerdo se dijo en la última

asamblea. La gente anda muy alebrestada y es mi deseo y el de mi padre mantener

el orden en el pueblo.

Antonia: No te estoy entendiendo Ramón.

Ramón: Ustedes cometieron un grave error al hacer lo que hicieron. Es un cuerpo que

además está reclamando el ejército.

Antonia: A mí qué jodidos me importa el ejército, los muertos deben estar en su casa con su

familia.

Ramón: Antonia, amor comprende. Ustedes saben que desde hace mucho tiempo Polo ya no

era ciudadano de este pueblo.

Antonia: Uno es del lugar donde nació y del lugar donde se derrama su sangre.

Ramón: Antonia entiéndeme por favor, tengo que apoyar a mi padre en esto, pero sobre todo

a este pueblo.

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Antonia: Mira Ramón, no entiendo que está pasando contigo, pero si quieren resolver

problemas salgan a las calles y miren todo sucede allá afuera, ustedes hagan lo suyo

y a mi déjeme hacer lo mío.

Ramón: Lo siento mucho Antonia, eres la mujer de mi vida, pero el deber está primero, les

voy a dar media hora para que se despidan del cuerpo, aquí se va a quedar este

apoyo de seguridad, para resguardar la casa. Por decisión del municipio y de la

comunidad les informo que mi padre, perdón el presidente municipal declara que

queda prohibido darle sepultura al cuerpo de este y cualquier otro soldado que haya

caído en nuestro territorio. Polo es un enemigo de este pueblo. Un extraño, un

intruso que vino a jodernos la vida.

Antonia: ¿Y qué decreto se va a inventar cuando vengan el procurador y los generales? Por

qué hasta donde yo sé él está jugando en los dos bandos.

Ramón: Por favor Antonia, no hagas esto más difícil.

Antonia: No sabré mucho de política, pero sé lo que se siente cada que ustedes toman una

decisión allá arriba. De aquí no salen con ningún cuerpo.

Ramón: Ya les dije, les doy media hora para que recen otro Rosario, y entonces vamos a

venir por él y no habrá nada ni nadie que nos detenga. Les estamos haciendo un

favor.

Antonia: Ramón no me hagas esto.

Ramón: Me voy, pero el oficial se queda aquí.

Policía: ¿La molesto con un cafecito?

Antonia: Idiota.

SEIS

Policía: Mire seño, yo no quiero incomodar yo solo estoy aquí porque me mandaron.

Isabel: ¿Y se puede saber en qué momento dejaron entrar policías al pueblo?

Policía: Hoy en la mañana nos llamaron. Yo ni sabía que me iban a mandar para acá.

Antonia: ¿Y a que vinieron?

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Policía: Pues la mera verdad no sé. Yo apenas tengo quince días de haber entrado a la

policía. Yo era taxista, me quedé desempleado. Y un amigo que trabajaba en un

fábrica y se quedó sin trabajo también, me dijo que si quería entrarle. Nos pusieron

a marchar y a correr una semana y nos dijeron que estuviéramos prevenidos que nos

iban a mandar llamar en cualquier momento.

Isabel: O sea que usted no es policía.

Policía: Si lo soy desde hace una semana. ¿Si la molesto con el café?

Isabel: Yo voy por él.

Antonia: ¿Y qué sabe usted de leyes?

Policía: Pues la verdad no mucho, todavía no termino de leer el código, pero me dijeron que

no importaba, que vieron en mí, carácter y decisión, y que con eso era suficiente

para poder trabajar en esto.

Antonia: Dios bendito.

Policía: No nos vamos a quedar mucho rato. ¿Qué no sabían? Se supone que van a hacer un

trato con ustedes. Ya se reunieron con el gobierno y don Carmelo Castillo y su hijo

estuvieron de acuerdo.

Isabel: ¿Qué, en qué estuvieron de acuerdo?

Policía: Pues a sus hombres los van a hacer policías. Les van a dar uniformes y camisas y

toda la cosa.

Antonia: ¿Y a cambio de qué?

Policía: Pues de que entreguen las armas, de que más.

Isabel: Hijos de la chingada. Cabrones.

Policía: Mire, mejor ni haga coraje. Es una cosa que ya decidieron.

Isabel: No vamos a tener forma de defendernos.

Policía: Se supone que sí, porque todos van a ser policías. Van a tener el consentimiento del

Estado para resguardar la seguridad de su pueblo.

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Isabel: No diga pendejadas. Si algo no se respeta en este país es la ley, ni la ley se respeta

a sí misma.

Policía: ¿Por qué dice eso? Claro que se respeta la ley, hace unos días detuvimos a un

muchacho, y no se quería dejar arrestar, pues se juntó la gente y hasta nos querían

grabar con un celular, que por abusivos, que para subir el video al internet, pero

nosotros fuimos más cabrones, los madreamos y les quitamos el celular. No, si de

que se respeta la ley, se respeta.

Isabel: Ya pensaste en lo que va a suceder mañana. El señor cura ni siquiera se ha asomado

por aquí.

Antonia: Cuando regrese Ramón le digo que vaya a hablar con él.

Isabel: Ramón no va a regresar. No tiene cara para estar aquí. Sería como traicionar al

pueblo, desobedecería a su padre.

Antonia: Pues tendré que ir por el Padre yo misma, si es necesario lo traigo a punta de pistola

y lo obligo a que diga la misa.

Isabel: ¿Tú también vas a tomar el arma?

Antonia: Si es necesario hacerlo sí.

Isabel: No podría ser de otra manera, el fuego llama al fuego. Perdemos la conciencia y nos

convertimos en bestias, bestias que matan y no pueden hacer otra cosa.

Antonia: ¿Hermana, por qué nos hacen sacar lo peor de nosotras? Tan felices que éramos.

Tan contentos que vivíamos aquí. Se podía disfrutar del cielo y del sol, de las

noches estrelladas y del olor de los campos de limón. ¿Quién nos arrojó a este pozo

de infamias?

Isabel: Yo tampoco entiendo muchas cosas. Yo también estoy cansada, quisiera despertar y

darme cuenta que fue un mal sueño, pero por más intentos que hago no puedo.

Antonia: ¿Por qué, dime por qué?

Policía: ¿Disculpen, de pura causalidad no tendrán algo de alcohol? Es que los dolientes ya

están echando habladas. Están diciendo que ni para el pomo les alcanzó.

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Antonia: No hay una gota de alcohol en esta casa. Al que no le parezca que se vaya.

Policía: Un momento, espérese. Se van a ir todos, y no está bien eso. El muertito debe estar

acompañado. Si quiere yo voy a conseguir una botella.

Antonia: No tenemos dinero.

Policía: Faltaba más. Ahorita vengo, yo pongo dos botellas, que no se diga que a este

velorio no se le dio la formalidad que se merece. Ahorita regreso.

OCHO

Antonia: Avanza la noche y se acerca el momento de decir adiós para siempre. Por lo menos

durante el velorio sabes que de alguna manera aquí está y lo ves; frío y con el rostro

pálido pero lo ves.

Isabel: Y luego llega ese momento inevitable de encaminarlo a la iglesia y luego al

panteón.

Antonia: Y así tendrá que ser, lo sacaremos de esta casa donde creció y lo llevaremos a la

iglesia, le vamos a cantar, y el padre lo recibirá con agua bendita en la entrada; dará

un sermón hermoso y seguro se leerá algún pasaje sobre la muerte y la resurrección.

Isabel: Aún nos queda un día con él.

Antonia: Caminaremos hasta el panteón detrás de la carroza y por las calles del pueblo, y las

gentes saldrán a la puerta de su casa, algunos se quitarán el sombrero y la mujeres

rezarán en silencio una oración.

Isabel: Será después de que salga el sol. Quizá en la mañana veas las cosas de otra manera.

Antonia: Nosotras seguiremos en nuestro dolor detrás de la carroza, cargando flores y

rezando rosarios; llegaremos al camposanto y nos detendremos en el descanso,

algunos dirán unas palabras y nos reconfortarán con el anhelo de la vida eterna y de

la resurrección de los muertos; nos conducirán hasta el hueco en donde ha de

descansar y ahí le echaremos un puño de tierra. Primero yo y luego tú.

Ramón: Es una pena que a veces las cosas no salgan como uno quiere. Y lamento

informarles que ya regresé para llevarme el cuerpo de su hermano como lo había

dicho.

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Antonia: No te atrevas a dar un paso más.

Ramón: Tranquilízate por favor. Yo solo estoy cumpliendo con la ley.

Antonia: Leyes que ustedes mismos inventan que luego cambian, y mueven a su antojo.

Ramón: Mira Antonia, la cosa está así. Si no regresamos ese cuerpo a la plaza y lo tiramos

donde estaba, la gente se va a enojar. De por sí ya andan molestos por lo que este

muertito le hizo al otro.

Isabel: Ramón cállate por favor.

Antonia: ¿Cuál otro muerto, de qué hablan?

Isabel: ¡Vete Ramón! ¡Te digo que te vayas!

Ramón: Polo y Emilio se mataron entre ellos.

Antonia: No.

Ramón: Por eso la gente está alterada. Y yo solo cumplo con mi deber de procurar el orden.

Antonia: No, no, no.

Isabel: Hermana, cálmate.

Antonia: ¿Tú ya lo sabias verdad?

Isabel: Si.

Antonia: ¿Por qué no me lo dijiste?

Isabel: Porque ya no quiero que sufras, ya no quiero que te atormentes.

Antonia: ¿Qué vas a saber tú del sufrimiento y del dolor? ¿Qué vas a saber tú de mis

dolores? Ellos fueron como mis hijos, yo los eduqué y los vi crecer. Tú te

conformaste con ser una buena ciudadana, una hija ejemplar del pueblo. Que me

culpen a mí. Al final de cuentas no hiciste nada, eres una cobarde.

Isabel: Tú no tienes la culpa de nada.

Antonia: Es ésta sangre maldita, es nuestra raza castigada y podrida.

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Isabel: No digas eso.

Antonia: Tuvimos que cargar con los señalamientos y las habladas de la gente, con el pecado

de nuestros padres; y cuando parecía que todo se había olvidado, vienen estos dos a

matarse y revivir el recuerdo de un pecado imborrable.

Isabel: Hay cosas que uno tiene que guardar para uno mismo, hay cosas que una no debe

repetir para que el alma no se haga pedazos.

Antonia: Tú también tienes la sangre sucia, tanto como ellos y yo. Tú también.

Ramón: Perdón por haber sido portador de la mala noticia y formar parte del drama familiar,

pero les repito es mi deber como autoridad. Cuando todo esto haya pasado

podremos seguir con los planes de nuestra boda.

Isabel: Ramón, ve mucho a chingar a tu madre.

Ramón: Estas insultado insultando a la autoridad.

Isabel: De todos modos estoy metida hasta el cuello en esto, y quiera o no me van a acusar

de complicidad así que, por sí o por no, te miento la madre de una vez.

Ramón: Ahora no solo soy el hijo del presidente municipal, también soy jefe de la policía.

Antonia: ¿Y puedo saber cuándo te dieron el nombramiento?

Ramón: Hoy por la mañana.

Antonia: ¿Y cuándo pensabas decírmelo?

Ramón: Vamos allá afuera, necesitamos hablar de nosotros.

Antonia: Ahorita no importamos nosotros Ramón. Ahorita solo importa ese que está dentro

del cajón. En nombre de ese amor que alguna vez me tuviste respeta un poco mi

dolor y vete. Vete por favor.

Ramón: No he de negar que también tengo los sentimientos encontrados y más porque yo

los conocí desde niños a los dos, ¿Tú crees que no me duele venir a tu casa a

molestarte, a joderte más la vida?

Antonia: ¿A qué hora te salieron los sentimientos?

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Ramón: Los tengo, muy en el fondo pero los tengo. Y me duele mucho saber que entre

hermanos se mataron.

Antonia: ¿Vete por favor?

Ramón: No, si yo también me he preguntado ¿quién de los dos habrá disparado primero al

otro? ¿Se habrán visto a los ojos? ¿Quién se murió primero? A lo mejor ni se

reconocieron. Qué tal que no sabían que eran ellos, acuérdese que a veces nos

hemos tenido que tapar la cara, sobre todo cuando vienen los de la tele.

Antonia: Calla, no sigas.

Ramón: ¿Oigan y donde está el policía que dejé aquí?

Isabel: Ahorita viene, fue a traernos un mandado.

Ramón: Pues yo solo no voy a poder sacar el cuerpo. Voy a pedir unos refuerzos.

NUEVE

Antonia: Espera Ramón, vamos a hablar. Quiero saber que juego estás jugando.

Ramón: Yo sé que me necesitas en estos momentos y que lo menos que esperabas de mi era

un gesto de apoyo. Pero necesito que comprendas que hay cosas importantes

también para mi.

Antonia: Entonces vete y resuelve esas cosas importantes y a mi déjame. Y sábelo Ramón

que si te vas y me dejas sola, no volverás a saber de mi. No nos vamos casar.

Llévate tu anillo.

Ramón: No me hagas esto. Lo estoy haciendo por los dos, por ti y por mi.

Antonia: Habla claro.

Ramón: A partir de hoy las cosas van a cambiar para nosotros.

Antonia: No seas ingenuo Ramón, las cosas ya no van a cambiar. Aquí no hay esperanza, no

hay mañana. No ningún horizonte bonito hacia donde mirar.

Ramón: Nos van ayudar.

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Antonia: ¿Quién jodidos nos va a ayudar? Ya se te olvidó que tuvimos que atrincherarnos por

que el gobierno nunca quiso apoyarnos.

Nos dijeron que nos iban a ayudar y nomás mandaron una patrulla unos días y

todo volvió a ser igual.

Ramón: Pero la policía de aquí…

Antonia: La policía de aquí no sirve. Aquí las leyes no se respetan ni la de Dios, ni la de los

hombres. Por eso nos organizamos y conseguimos armas para defendernos.

Ramón: Las cosas van a cambiar creéme.

Antonia: Ellos van a regresar y de nuevo Habrá que pagarles por todo, por el limón, y el

aguacate. Y luego empezarán otra vez con la cortadera de árboles.

Ramón: Necesito que confíes en mí y en la decisiones que está tomando mi padre.

Antonia: Pues yo sé cómo mucha gente sabe aquí, que Don Carmelo se reúne con el ejército,

y luego viene y se reúne con el pueblo, y luego va y habla con los otros, y de

buenas primeras dejan que entren policías. Dime con quién debo estar, y tú quién

estás. Porque yo he visto hombres que si se han jugado la vida a la hora de los

madrazos y no se han ido a esconder a la casa de su mamá cuando se arman las

balaceras.

Ramón: ¿Y si te pido que tengas un poco de fe en las decisiones de este Gobierno?

Antonia: ¿Ramón, que es lo que no logras ver? Ayer en la madrugada entraron los soldados,

nos agarraron dormidos. Les disparaban a todo lo que se movía. Sacaron a hombres,

mujeres y niños de sus casas. Ni siquiera les importó arrastrar por las calles a esos

pobres ancianos. ¿Aun así me pides que tenga fe?

Ramón: Antonia espérate.

DIEZ

Policía: ¡Ya llegó el pomo! Me entretuve porque estuve platicando con el señor de los

vinos, es una buena persona. Me estuvo contando un montón de cosas de estas

gentes. Aquí en esta familia, hubo algo así como… ¿cómo dicen que se llama? Ah

sí, incesto, si eso. El papá se metió con su propia madre y tuvieron 4 hijos, o sea

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que la mamá es también la abuelita. Y luego el señor se sacó los ojos, el papá de

Antonia. Qué familia tan enferma, Dios castiga esas cosas. Antes no salieron

retrasados o mongoles, porque esas cochinadas no se hacen, se contamina la sangre,

la genética pues. Salucita, ¿alguien quiere un pegue en su cafecito?

ONCE

Ramón: ¿Dónde está Antonia? Necesito hablar con ella.

Isabel: ¿Por qué tienes dos anillos?

Ramón: Me lo regresó. Ella tiene que entender muchas cosas.

Isabel: El que tiene que entender muchas cosas eres tú. Comprende, yo sé que Antonia está

cegada por el dolor, pero también tiene derecho a hacer lo que está haciendo.

Ramón: ¿Y dónde quedo yo como autoridad?

Isabel: A los líderes, se les quiere y se les respeta; y créame, el respeto no se gana con

balas.

Ramón: Tú también estuvo en esa junta, y en muchas otras reuniones.

Isabel: A veces la vida nos lleva a límites insospechados, nos pone en la orilla del

precipicio. Antonia está parada ahí y tú también.

Ramón: ¿Qué me estás queriendo decir?

Isabel: Que tú también te estás condenando, estás poniendo tu imagen de político por

encima de todo, incluso por encima de la mujer que amas.

Ramón: Si no fuera tan terca…

Isabel: La estás condenando a la infelicidad, yo sé que la quieres, yo sé que se aman. Mira,

no es tan complicado, solo déjala que entierre el cuerpo y luego váyanse lejos.

Ramón: ¿Y doblarme delante de todo el pueblo?

Ramón: El pueblo… el pueblo cambia muy seguido de opinión y a veces dejan la memoria a

un lado, todo mundo habla sobre Antonia, sobre su hazaña, sobre lo valiente y

fuerte que es al enfrentarse a Carmelo Castillo y a su hijo un mirrey de rancho.

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Carmelo: Mientes.

Ramón: Sal a las calles y compruébalo. Ahora ella es la heroína, festejan y alaban su

fortaleza y su irreverencia. El pueblo la va a defender si le pones un dedo encima.

Carmelo: Pues entonces habrá que encerrarlos a todos.

Ramón: Ve a las calles y date cuenta con quien está la gente.

Carmelo: Eso mismo voy a hacer.

Isabel: Es el falso orgullo y esa tiranía disfrazada de autoridad lo que lo está hundiendo.

Ramón: Estás comenzado a irritarme Isabel.

Isabel: Una tragedia nunca viene sola. Yo sé lo que te digo. Deja que esto termine.

Ramón: No sé, son muchas cosas. Mi corazón me dice una cosa, mi cabeza otra, los

sentimientos y la razón me confunden. Saldré a tomar un poco de aire, necesito

pensar muy bien todo. Si viene Antonia dile que quiero hablar con ella.

DOCE

Policía: ¿Seño, no quiere un cafecito con piquete?

Antonia: No. Gracias.

Policía: Ándele, para que aguante la Noche.

Antonia: Ya le dije que no.

Policía: ¿A poco de verdad usted sola se robó el cuerpo, si acordonaron la plaza con todo y

el montón de muertos tirados, de soldados, y de los nuestros; y no dejaban que

nadie se acercara?

Antonia: No pude dormir. Me salí en la madrugada y me fui a la plaza, comenzó a amanecer

y la claridad me ayudó a descubrir la verdad. Ahí estaba el cuerpo de Polo tirado

como un animal. En contra de lo que decían muchos agarré el cuerpo y me lo llevé

arrastrando hasta la funeraria. Les dije que lo limpiaran y les llevé ropa de él. Y

aquí está recibiendo un velorio como se merece. Como debe ser.

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Policía: No, pues con todo respeto se ve que usted es una mujer de huevos. Voy a

buscar a Ramoncito, a ver si el me acepta un trago. Pobre chavo, anda bien

agüitado, ¿a poco de veras piensa cancelarle la boda?

Antonia: Le voy a pedir, que no se meta en lo que no le importa. Esos son asuntos personales

que no tengo que tratar con usted.

Policía: Tiene razón. Mire, recíbale el anillo de nuevo. El la necesita. ¿A poco de veras no le

da gusto saber que va a ser la primera dama de este pueblo?

Antonia: ¿Qué está diciendo?

Policía: Le conviene. Ya está todo arreglado para que Ramón gane las elecciones. Él va a

ocupar el puesto de su papá. Y va a ser el nuevo presidente municipal. ¿No le da

gusto?

Antonia: ¿Y usted como se enteró?

Policía: Yo estaba ahí en la tarde cuando hablaron de eso. Don Carmelo le dijo a Ramón que

si le entregaba el cuerpo del militar, le daba la presidencia. No sea terca deje que se

lleven al muertito.

Antonia: Te vendiste Ramón.

Policía: No lo vea así. Después todo será diferente. Ustedes mandarán en este lugar y nadie

se acordará de lo que aquí pasó.

Antonia: Supieron llegarte al precio Ramón. Cambiaste el cuerpo de mi hermano por una

silla.

TRECE

Policía: Nadie ha contado chistes. Y ustedes saben que un velorio sin chistes no es Velorio.

Pues si nadie se anima voy a comenzar yo. ¿De qué se les antoja, de jotos, de

borrachos… ya en serio a poco si es verdad todo lo que me contaron de esta

familia? No puedo creer que ese tal Edipo, porque así tengo entendido que se

llamaba el papá, se haya metido con su propia madre. Don Dionisio el señor de los

vinos me contó que el Edipo mató a su propio padre, y lo peor, que cuando se

enteró de que se estaba echando a su jefesita se sacó los ojos. No, si de veras que en

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esta familia, están bien enfermos, pero como quiera que sea, esto es un velorio y

pues hay que pasar bien la noche…

Isabel: Ayuda por favor. Ayuda.

Policía: ¿Qué ocurre?

Isabel: Creo que Antonia está encerrada en el baño. Hay alguien ahí adentro, le hablo pero

no me contesta. El baño está cerrado por dentro. Me da miedo que le haya pasado

algo. A lo mejor se desmayó.

Policía: O se quedó dormida, digo por lo que sé, lleva varios días sin dormir.

Isabel: Ayúdeme por favor a abrir el baño.

Policía: Vamos pues. Ahorita vengo a contarles el chiste, me acabo de acordar de uno bien

bueno.

CATORCE

Ramón: Polo. Amigo. Perdóname. Soy un miserable que no merece ni tu perdón, ni el de

Antonia. Mi padre me engañó. Carmelo Castillo se volvió a salir con la suya, no

hay ningún puesto para mí. Se volvió a reunir con los otros y ya negoció la

presidencia con ellos. Fui un pendejo y tal vez lo seguiré siendo. Tú sabes que

siempre me ha gustado sentir el poder, y por un momento sentí que este pueblo

sería mío, pero para un cabrón siempre hay otro cabrón más arriba. He hablado con

el señor Cura y lo he convencido. Está de acuerdo y mañana te oficiará la misa.

Antonia va a alegrarse al saber que todo será como ella lo ha dispuesto. (AL

TELÉFONO) ¿Qué quieres papá? Sigo aquí con ellos. Ya no me llames por favor.

Bien sabes lo que hiciste. No te creo…

QUINCE

Isabel: ¡Llamen a un doctor, que venga pronto una ambulancia! Estaba encerrada en el

baño y no contestaba. Como pudimos abrimos la puerta y la encontramos ahí tirada,

la regadera estaba abierta, sus venas estaban abiertas, se cortó con un pedazo de

espejo. Los azulejos están rojos. Mi hermana quiso matarse, se está desangrando.

Policía: Ya no hay nada que hacer.

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Isabel: ¿Qué pasó?

Policía: Su hermana ha muerto.

Isabel: Ay, que dolor tan grande. Las desdichas llenan esta casa, las desgracias persiguen

esta familia.

Policía: Voy a buscar a don Carmelo. Necesito informarle lo que ha sucedido.

SALE

Isabel: Maldigo esta y todas las guerras, las guerras que no solo destruyen países y

pueblos, maldigo esas guerras que hacen que los hermanos se maten y en lo último

en lo que se piensa es en la paz y el futuro de una patria. ¿Quién puede pensar en el

futuro cuando se está disparando un arma, o cuando una bala está atravesando un

cráneo? ¿Quién puede pensar en el futuro cuando hay una regadera tirando agua con

sangre y unas venas abiertas matando la esperanza? ¿Qué puede esperar el corazón

cuando llegan a tu casa y te sacan a la fuerza y te violan o te desaparecen? ¿Quién

puede creer en algo cuando te arrancan la piel de la cara pedazo a pedazo? ¿Quién

puede pensar? ¿Quién puede vivir así?

Ramón: ¿Dónde está Antonia? Quiero hablar con ella. Isabel, por favor dile que venga.

Isabel: Ella ahora no puede. No en este momento.

Carmelo: Quiero hablar con Antonia, y decirle que olvidemos todo esto. Que mañana pueden

enterrar a Polo en el panteón junto a su hermano. Mandaré como se acostumbra en

estos casos, una corona con flores. Hasta los muchachos de la secundaria pueden ir

con la banda de guerra y escoltarlos hasta el panteón. La banda de guerra, la guerra,

la guerra…

Isabel: ¡Antonia se mató!

Ramón: ¿Qué?

Isabel: Rompió el espejo del baño y se cortó los brazos y el cuello. Te dejó esta carta.

Antonia: Ramón,

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Estaba intentando encontrar una razón para seguir aquí, pero no la encontré. Sin

temor puedo decir que te amo con todas las fuerzas de mi corazón y de mi alma,

pero estas dos partes de mí, ahora están cansadas. No logro saber si en tus ojos hay

amor, o solo signifiqué un poco de compañía. Y es que tal vez tengas razón, la

soledad es cruel, la soledad también es castigo. Yo soñaba contigo para toda la vida

y ahora, ahora no sé quién eres. Estoy al borde de mi misma, no puedo, no deseo,

no quiero seguir en este lugar. Tal vez, tal vez te cases y encuentres una mujer y con

los años te olvidarás de mi. Yo en cambio llevaré tu recuerdo a mi eternidad, a

nuestros años felices, porque también lo fuimos, se quedará sobre el polvo en el que

se ha de convertir mi cuerpo tu recuerdo, un recuerdo maravilloso. Después de leer

esta carta quémala. Ya no puedo luchar más. Esta guerra destruyó a mi familia y tu

amor por mí no fue lo suficientemente grande como para que lo hubieras defendido.

Hay una parte de mí que quiere seguir viva, ¿pero para qué vivir? si el dolor y la

desesperanza son más grandes. Ya me voy Ramón es hora de partir. Dile a Isabel

que me perdone por no haberle dejado una carta , que me recuerde como niña, como

esas niñas felices que jugaban sin preocuparse por entender el mundo, esas niñas

que reían y se abrazaban, esas niñas que con un pedazo de dulce podían sentír amor

por la vida. Me voy pidiendo a cualquier lugar a donde vaya no estar sola, me voy

a algún rinconcito de universo buscando paz y deseando encontrar eso que la gente

llama felicidad. Adiós mi amor.

Isabel: Ya conseguiste lo que querías Ramón, Antonia no podrá enterrar a su hermano.

Voy a rezar y cantarle a mis muertos, si quieres puedes quedarte toda la noche,

supongo que nadie nos va a prohibir velarla y ni enterrarla.

Ramón: ¿Puedo subir a verla?

Isabel: Sube y después ve a tu casa y dile a esos que comenzaron la guerra que ya la

terminen. Nadie pidió esta guerra, nadie.

Si por tu preciosa sangre señor, les habéis redimido…

Policía

y Ramón: Que les perdones te pido por tu pasión dolorosa.

Isabel: Dales señor el descanso eterno…

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Policía

Y Ramón: Y luzca para ellos la luz perpetua.

Antonia: Descanse en paz,

Policía

Y Ramón: Así sea…

Policía: Ramón.

Ramón: ¿Si?

Policía: Pues ya se acabó esto. Vámonos a descansar.

Ramón: ¿Perdón?

Policía: Nuestro trabajo, ya está hecho aquí. Su papá le manda felicitaciones.

Ramón: No estoy entendiendo.

Policía: Deshacernos de Antonia fue más fácil de lo que pensamos. ¿A poco no lo sabía?

Antonia fue una rebelde, desafió la autoridad de Carmelo y alborotó a las gentes. A

los reaccionarios hay que callarlos. Si, ella fue el objetivo desde un principio. A

veces resulta más higiénico matar a un revoltoso en su propia casa, que andar

dejando muertos tirados por las calles. Obedezca y salga con mucha discreción.

Ramón: Isabel. Pídeme lo que quieras. Te puedo dar dinero para que te vayas lejos y

comiences una nueva vida lejos de todo, lejos de nosotros.

Isabel: No Ramón, yo aquí tengo a mis muertos, Antonia quiso enterrarlos, pero no se

quedará a cuidar las tumbas.

Ramón: Isabel…

Isabel: Se necesita a alguien aquí para que visite esas tumbas de vez cuando. Alguien que

lleve una escoba y le pase un trapo a esas letras donde estarán sus nombres escritos.

Déjame, la soledad es soportable cuando hay una tumba donde llorar. Me iré

algunos días temprano, y otras veces por las tardes cuando no tenga mucho que

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hacer, me llevaré un banco y me sentaré ahí a ver las horas pasar. Dejaré que caiga

la tarde y regresaré a mi casa a cenar. Y así hasta el día en que me toque a mí.

Ramón: Subiré a verla.

Policía: (AL TELÉFONO) Buenas noches Don Carmelo. En un rato nos vemos. Ya tengo

conmigo la cámara. ¿Cómo dice? ¿Yo presidente municipal? Sería un honor para mí

estar a su servicio. Muchas gracias señor.

***FIN***