antologia urgente de fernando garcia vela · 2019-06-17 · con el aparato y las salvas críticas...

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Los Cuadernos de Asturias ANTOLOGIA URGENTE DE FERNANDO GARCIA VELA Teóo Rodríguez Neira F ernando García Vela, nacido en Oviedo el 26 de Octubre de 1888, es un asturia- no prondamente enraizado en la repú- blica de las letras españolas. Amigo y colaborador de Ortega y Gasset, ejerció desde la Revista de Occidente, de la que e Secretario durante toda la primera época, una incansable la- bor de selección, difusión y creación. En el rena- cimiento de la Revista y de tantas cosas nuevas, recordar a Vela es volver a una de las raíces más vigorosas de nuestra vida cultural. Para quien se pasó los años carreteando ideas, poco es devol- verlo de cuando en cuando a la olvidadiza con- ciencia del presente. Esta reducida antología pretende oecer algu- nos de los textos por él escritos sobre cuestiones diversas y en las más diversas situaciones. Son páginas acotadas al paso de una lectura íntima y personal. No han sido seleccionadas en atención a contenidos ideológicos o temáticamente organiza- das. Tampoco están planteadas a nivel sistemático con el aparato y las svas críticas correspondien- tes. Son páginas espontáneamente subrayadas, que de alguna manera evocan el modo de decir, apreciar, enjuiciar las cuestiones que súbitamente saltan sobre la mesa del incansable periodista que e Fernando Vela. Tiene Vela un montaje vena- torio de los acontecimientos muy especial. Las noticias graves, prondas, y las que no lo son tanto a veces, lo acaparan, lo entretienen y lo dominan. «Al cabo de cuarenta años de actividad literaria, comenta en uno de sus libros, no he podido libertarme de escribir al día. Escribir al día es idéntico a «vivir al día»; hay que renunciar a los grandes proyectos a largo plazo y dedicarse a lo inmediato, cotidiano, de cil producción y pront salida. El escritor-periodista asesina, des- perdicia todos los días en sus artículos un tema, una idea -expresada acaso en un inciso- que desa- rrollada pudiera ser objeto de todo un libro: no- vela, cuento, ensayo literario, diserción política o filosófica. Pero ha de contentarse con apuntarla y oecer al lector únicamente el vislumbre, el re- lámpago primero». Vela, sin embargo, no se limita nunca al puro dato escueto, descarnado, encasillado en el hir- suto parámetro del cuándo, dónde y cómo sucedió lo que se constata, sino que lo somete siempre a un proceso de maduración, y adobo, y cocción intelectual. «Siempre -confiesa- he pretendido ex- traer de la circunstancia momentánea ( de la noti- cia diaria) algo más sustancial y duradero». 68 Incluso el paise queda constantemente asu- mido y conndido con la subjetividad pensante de Vela. «Por las mañanas -dejó dicho en uno de sus múltiples artículos-, en cuanto terminaba de ves- tirme, salía al balcón a mirarle la cara al tiempo, y apunta en mi memoria, como el capitán en el cuaderno de bitácora, «dos agatas navegan dis- tantes contra el viento», o «nubes blancas por la parte de poniente». Pero pronto la mirada, por su gravitación habitual, se volvía hacia el tiempo sub- jetivo, al horionte del alma, con su lejanía, donde también comenzaban a surgir y agrandarse algu- nas figuras hasta entonces ignotas, y otras se reti- raban lentamente para hacer ese largo vie de los recuerdos, que luego vuelven, no se sabe cuándo ni de dónde, todos bañados de olvido. A veces una mañana marina de nordeste y sol coincidía con un día nublado de alma baja, o una niebla espesa -poblada de buques ntasmas- con un alma des- cubierta y alta, o, por el contrario, los dos tiempos se identificaban: días en que el pensamiento, ven- cido, flota entre dos aguas, a la deriva; días en que la ola tumba y rompe contra la costa y contra la ente; días en que los horizontes se borran, y alma, mar y cielo no son más que prolongaciones inmen�as uno de otro, y forman una sola concavi- dad, qn solo espacio, como mental, entonado en gris, acarado, indefinido y desierto».

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Los Cuadernos de Asturias

ANTOLOGIA URGENTE

DE FERNANDO

GARCIA VELA

Teófilo Rodríguez Neira

Fernando García Vela, nacido en Oviedo el 26 de Octubre de 1888, es un asturia­no profundamente enraizado en la repú­blica de las letras españolas. Amigo y

colaborador de Ortega y Gasset, ejerció desde la Revista de Occidente, de la que fue Secretario durante toda la primera época, una incansable la­bor de selección, difusión y creación. En el rena­cimiento de la Revista y de tantas cosas nuevas, recordar a Vela es volver a una de las raíces más vigorosas de nuestra vida cultural. Para quien se pasó los años carreteando ideas, poco es devol­verlo de cuando en cuando a la olvidadiza con­ciencia del presente.

Esta reducida antología pretende ofrecer algu­nos de los textos por él escritos sobre cuestiones diversas y en las más diversas situaciones. Son páginas acotadas al paso de una lectura íntima y personal. No han sido seleccionadas en atención a contenidos ideológicos o temáticamente organiza­das. Tampoco están planteadas a nivel sistemático con el aparato y las salvas críticas correspondien­tes. Son páginas espontáneamente subrayadas, que de alguna manera evocan el modo de decir, apreciar, enjuiciar las cuestiones que súbitamente saltan sobre la mesa del incansable periodista que fue Fernando Vela. Tiene Vela un montaje vena­torio de los acontecimientos muy especial. Las noticias graves, profundas, y las que no lo son tanto a veces, lo acaparan, lo entretienen y lo dominan. «Al cabo de cuarenta años de actividad literaria, comenta en uno de sus libros, no he podido libertarme de escribir al día. Escribir al día es idéntico a «vivir al día»; hay que renunciar a los grandes proyectos a largo plazo y dedicarse a lo inmediato, cotidiano, de fácil producción y pronta'. salida. El escritor-periodista asesina, des­perdicia todos los días en sus artículos un tema, una idea -expresada acaso en un inciso- que desa­rrollada pudiera ser objeto de todo un libro: no­vela, cuento, ensayo literario, diserción política o filosófica. Pero ha de contentarse con apuntarla y ofrecer al lector únicamente el vislumbre, el re­lámpago primero».

Vela, sin embargo, no se limita nunca al puro dato escueto, descarnado, encasillado en el hir­suto parámetro del cuándo, dónde y cómo sucedió lo que se constata, sino que lo somete siempre a un proceso de maduración, y adobo, y cocción intelectual. «Siempre -confiesa- he pretendido ex­traer de la circunstancia momentánea ( de la noti­cia diaria) algo más sustancial y duradero».

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Incluso el paisaje queda constantemente asu­mido y confundido con la subjetividad pensante de Vela. «Por las mañanas -dejó dicho en uno de sus múltiples artículos-, en cuanto terminaba de ves­tirme, salía al balcón a mirarle la cara al tiempo, y apuntaba en mi memoria, como el capitán en el cuaderno de bitácora, «dos fragatas navegan dis­tantes contra el viento», o «nubes blancas por la parte de poniente». Pero pronto la mirada, por su gravitación habitual, se volvía hacia el tiempo sub­jetivo, al hori;¡,:onte del alma, con su lejanía, donde también comenzaban a surgir y agrandarse algu­nas figuras hasta entonces ignotas, y otras se reti­raban lentamente para hacer ese largo viaje de los recuerdos, que luego vuelven, no se sabe cuándo ni de dónde, todos bañados de olvido. A veces una mañana marina de nordeste y sol coincidía con un día nublado de alma baja, o una niebla espesa -poblada de buques fantasmas- con un alma des­cubierta y alta, o, por el contrario, los dos tiemposse identificaban: días en que el pensamiento, ven­cido, flota entre dos aguas, a la deriva; días en quela ola tumba y rompe contra la costa y contra lafrente; días en que los horizontes se borran, yalma, mar y cielo no son más que prolongacionesinmen�as uno de otro, y forman una sola concavi­dad, qn solo espacio, como mental, entonado engris, riacarado, indefinido y desierto».

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Los Cuadernos de Asturias

Entre el pensamiento, los hechos, el mundo, el paisaje, se entrelaza un permanente esfuerzo esté­tico. El lenguaje cultivado, los rasgos apuntando siempre hacia una belleza imposible, son aspectos que nunca desaparecen de su producción. Com­plemento éste que fácilmente se olvida, o despre­cia, pero que hace de Vela un sencillo, humilde ejemplo de esa generación de escritores que nos ofrecieron algunas de las páginas más hermosas de nuestro idioma.

El fin, sin embargo, de estos textos es presentar algunas de sus ideas tal como él las dejó desarro­lladas y escritas. Es una ceremonia en el recuerdo y el reconocimiento, como cuando para conme­morar a un poeta leemos simplemente sus versos.

EL PERIODISTA

Tormentos y preocupaciones de una tarea:

«La diaria faena periodística me permite pocas veces distraer para mí mismo horas de concentra­ción. Los sucesos del mundo se llevan cada uno un poco de mi alma, que ya no sé dónde está. No me dejan ponerla toda y entera a una sola tarea. Se me dispersa hecha trizas. Unicamente en al­guna vacación, en el ocio veraniego, he podido

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recomponer sus restos y quedarme a solas con ella, como el señor de Montaigne en su torre» (F. l.' 9).

«Las condiciones de la vida literaria española obligan al escritor a gastar buena parte de su es­fuerzo en artículos de periódico y revista y despa­rramar su atención sobre innúmeros temas dispa­res. Esta dispersión tiene sus ventajas, porque impone una curiosidad universal, una observación constante del mundo contemporáneo, el atisbo de lo que nace, lo que decae y desaparece. El escri­tor español no puede encerrarse en su poesía, su novela o su filosofía; tiene que estar «al tanto», al tanto de todo y hablar de ello» ( El grano de pi­mienta, 9)

EL FILOSOFO, LA FILOSOFIA (SENTIDO Y MISION)

Vela buscó siempre la ocupación filosófica. En torno a la naturaleza y modo de ser del filósofo y la filosofía, formuló su propia concepción que -discutible, sin duda- proporcionó sentido a mu­chas de sus páginas.

«Después de los tiempos románticos, la filoso­fía, como avergonzada del fracaso de sus exorbi­tantes pretensiones metafísicas, no quiso ser nada más que ciencia y se partió en ciencias particula­res, de objeto muy limitado -psicología experi­mental, teoría del conocimiento- imponiéndose un régimen ascético, una dieta escasa. Nietzsche es la reacción. Es verdad -concede- que la filosofía no ha sido ni puede ser una ciencia, porque toda la filosofía es la confesión personal de su autor, una especie de «memorias». Pero ¡tanto mejor!, re­plica de súbito. Lo que en la filosofía importa es el filósofo, el creador. «Hay algo en un filósofo que nunca puede haber en una filosofía, a saber, la causa primera de muchas filosofías, el grande hombre». Los filósofos pretenden que sus ideas están fundamentadas objetivamente, y quieren ha­cerlas estables e incontrovertibles como verdades matemáticas, elevándolas al plano supraindividual, impersonal, de la ciencia. Pero que no sea así, congratula a Nietzsche. La filosofía es individual, subjetiva; tanto mejor, porque el meollo del mundo es el individuo. Para Nietzsche la vida es -y exige para su pleno desenvolvimiento- la va­riedad infinita de los tipos humanos, el desarrolloy multiplicación de individuos esencialmente dis­tintos. La expresión filosófica de una individuali­dad, queda justificada por sí misma. La diferenciade opiniones en filosofía no es equivalente a loque sería una simultaneidad de físicas contradicto­rias; si reuniésemos todas las filosofías posibles,no resultaría un caos, en que unas teorías anulan aotras, sino una integridad. La física da únicamentehacia la realidad material, mientras que la filosofíada a la vez hacia las cosas y hacia el filósofo. Elfilósofo conoce seres, pero él mismo es un ser, o

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en otras palabras, es a la vez un sujeto gnoseoló­gico y una realidad ontológica. Puede equivocarse al constituir un sistema del mundo, mas no yerra al expresarse a sí mismo en ese sistema. ¿Diría­mos que se equivoca una cosa amarilla porque posee el color amarillo?

El optimismo de Leibnitz es tan irracional como la amarillez del azufre; es un aspecto de su ser, una propiedad suya, en la que manifiesta su esen­cia, como la manifiesta el ámbar cuando frotado atrae a los cuerpos ligeros. Pero si, como Simmel dice, «un ser no puede ser criticado, a diferencia de una idea de fe o una idea científica», carece de sentido discutirle su optimismo, aunque pudiéra­mos demostrar que los datos buscados para fun­damentarle son falsos. El filósofo «mag er Unre­cht haben, aber sein Wesen selber ist im Recht» (puede no tener razón, pero su ser mismo tiene razón), dice Nietzsche.

En toda filosofía debemos distinguir entre lo que es conocimiento de hechos y lo que es expre­sión del ser de su creador. El mundo es el depó­sito de los hechos; el filósofo destaca unos y re­cata otros al fondo, los estructura y organiza se­gún su escala de valores. Dadle otros hechos, y construirá igualmente su mundo, en lo esencial idéntico. Son los valores de cada filósofo los que expresan su ser, no los hechos que afirma, y aun­que los filósofos�hayan cometido abundantes erro­res en el dominio de los hechos, no por eso sus valores han quedado refutados. El filósofo es «el creador de valores». Hay «ministros y auxiliares de la filosofía, cuyos modelos son Kant y Hegel, que tienen por oficio registrar la existencia de los hechos y de ciertas estimaciones de valores»; pero la verdadera tarea del filósofo consiste en recorrer todos los puntos de vista existentes «para disfru­tar de mil ojos y de mil conciencias», «recorrer todo el recinto de los valores humanos y de las estimaciones de valor», y, sobre todo, colocarse en nuevos lugares para descubrir valores que nin­gún otro haya vivido: las «perspectivas lejanas y desconocidas». Por eso Nietzsche, en Más allá del bien y del mal, aventura para los filósofos del porvenir el nombre de «tentadores», ... en tanto que, por ejemplo, «la relación de Kant con la verdad es completamente monogámica: duerme por espacio de cuarenta .años con ella en el mismo lecho y cría una prole de filósofos como con una cónyuge fiel; los filósofos de esta especie «sienten amor a la verdad; un amor honrado, constante, duradero, pero les falta erotismo» ...

La contradicción entre las diversas concepcio­nes (filosóficas) nace de que se las objetiva en una imagen cósmica que pretende valer como verda­dera, científica. Pero a poco que se medite, esta objetividad se desvanece, y la concepción filosó­fica queda referida a la naturaleza del yo que la ha creado. El estudio de las diversas concepciones del mundo no consistirá, por tanto, en dilucidar cuáles son verdaderas y cuáles son falsas, para elegir la más verdadera desde el punto de vista científico, desechando las demás. Por el contrario,

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todas ellas nos servirán para conocer las diversas posiciones últimas del hombre frente al cos­mos» ... (El arte al cubo y otros ensayos,, «Cua­dernos literarios», Madrid, 1927, pp. 68 y ss.).

(Las mismas ideas serán recogidas por Vela en otras obras suyas. Estos párrafos, por ejemplo, de «El futuro imperfecto», PEN colección, 6, Ma­drid, 1934).

«El ideal del filósofo sería poseer mil ojos y mil conciencias, ocupar todos los puntos de vista po­sibles, disfrutar a la vez de todas las perspectivas y hacer sentir a los demás la tentación de todas las concepciones, incluso la tentación de los «peligro­sos quizás» (F. l., p. 16).

«De la novela dijo Zola que es el mundo visto a través de un temperamento; invirtiendo la frase dice Simmel que una filosofía es un temperamento visto a través de una imagen del mundo. Los filósofos han lanzado de sí filosofías sobre el mundo; pero, en realidad, hemos de tomarlas en sentido inverso para llegar al hombre que las ha creado. No nos sirven para conocimiento del mundo, sino para conocimiento del hombre, y cla­sificándolas obtendremos la fauna completa de las estructuras y actitudes mentales posibles en la humanidad» (F. I., p. 18).

La subjetividad es un órgano de captación «in­sustituible, porque lo que del mundo ve uno no lo

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ve otro, y si, cegándonos a nuestra visión peculia­rísima y original, adoptamos la vulgar y corriente, o la de otro, mutilamos el mundo, dejamos en loslimbos de lo desconocido aquella parte de la reali­dad para la cual estamos perfectamente adecua­dos. La subjetividad nos sirve precisamente paraaprehender la m�ís estricta objetividad. Ser sujetoquiere decir estar abierto a la objetividad» (F. I. p.19-20).

LA ESPERANZA CONTRA LA ANGUSTIA

Fernando Vela toma partido frente al existencialismo

«Como no es posible aprehender la nada en la realidad empírica como si fuera un objeto, Hei­degger, llevado de la idea de que los sentimientos revelan profundidades a que no alcanza el cono­cimiento, recurne a buscar entre los sentimientos uno que, a su juicio, nos patentice la presencia de la Nada. Y lo encuentra en la angustia, que des­cribe diferenciá][ldola del miedo. Nosotros senti­mos miedo de este o aquel determinado ente que nos amenaza e][} algún respecto. Es miedo ante

· alguna cosa concreta. En cambio, la angustia es

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siempre angustia ante, pero no ante esto o aque­llo, no nos angustiamos ante algo concreto y de­terminado; nos angustiamos ante nada. Pero Hei­degger practica aquí un juego de manos y eleva y, por así decirlo, mitologiza, hipostasía esa nada, convirtiéndola en la Nada (con mayúscula). De esta manera la humilde palabra «nada», que es un vocablo indeterminante, como cuando decimos «aquí no hay nada», queda convertida en un sus­tantivo determinante ...

De la misma manera hay otro sentimiento, el tedio, el aburrimiento -no el aburrimiento produ­cido por un libro, por un espectáculo, por una conversación, sino el aburrimiento del que está radicalmente aburrido sin causa. Este aburri­miento, según Heidegger, patentiza el Todo, lo existente en su totalidad. Así, pues, cuando esta­mos aburridos de veras, estamos ante el Todo y cuando sentimos angustia indeterminada estamos ante la Nada. ¡Es maravilloso! Pero cuando esta­mos alegres o entusiasmados o simplemente tris­tes no estamos ante nada que merezca tanto la pena como esas dos cosas tremebundas que son el Todo y la Nada ¿ Qué pueden valer los demás sentimientos si no tienen objetos de tal cuantía? ...

(Para Sartre) «todo es absurdo, gratuito, todo está de sobra, «este jardín. este edificio y yo mismo» ... Resulta, pues, absurdo nacer, vivir, morir, suicidarse. «Cuando uno se da cuenta -dice- os da un vuelco el corazón» y se sienteasco, se siente náusea ... A la Náusea le da Sartreel valor metafísico de revelarnos el fondo del ser yconducirnos a una nueva visión del mundo, de lascosas y del hombre. Y yo vuelvo a preguntar; si elaburrimiento, la angustia, la desesperación, elasco, la náusea, nos revelan tantas y tan enormescosas, ¿es que la alegría, el entusiasmo, la espe­ranza y otros sentimientos no nos revelan nada?¿Por qué esos sentimientos sombríos y deprimen­tes poseen el privilegio de esa capacidad revela­dora y otros, los ascendentes y claros, ninguna?¡Pobre alegría, pobre entusiasmo, pobre espe­ranza, alicortados, reducidos a la miseria de serúnicamente ellos mismos, sin la menor transcen­dencia e importancia! ...

Pedro Laín Entralgo en su gran libro La espera y la esperanza, que yo he llamado «una respuesta española a la filosofía de la angustia», nos ha demostrado cómo la esperanza es tanto o más que la angustia un elemento esencial y constitutivo de la vida humana, que se encuentra hasta en el seno de la desesperanza y la desesperación más aguda y a un nivel más hondo, y así como en los filóso­fos existenciales no se oye más que la angustia del hombre, en este libro, por debajo de los diversos conceptos y doctrinas en que la esperanza quedó traducida fríamente en términos intelectuales, re­suena el grande y patético grito de esperanza de la humanidad, e incluso de la esperanza del cos­mos» (Ortega y los existencialismos, «Rev. de Occ.» , Madrid, 1961, pp. 56 y ss.).

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Estas páginas se publicaron en el año 1934. El diagnóstico continúa siendo válido en muchos as­pectos ...

LA CRISIS DEL HOMBRE

El hombre vive hoy como si hubiera enajenado su yo verdadero, sustituyéndolo por otro que rea­liza de cualquier modo su función. Para el hombre actual la vida es fácil, segura, cómoda; llena de posibilidades ilimitadas, gracias a lo cual lo mismo puede ser o hacer una cosa que otra. La vida es, para él, usufructo, beneficio, propiedad pasiva que se tiene y se goza con tan pleno derecho que ya no exige conquista ni defensa, ni siquiera justi­ficación. Es la nuestra una existencia sin tensión, floja, llana y achatada. Vivimos en el tópico, sin opiniones hondamente pensadas, ni resoluciones decididas con plena responsabilidad, y, por tanto, irrevocables. Nuestros mismos conocimientos pa­recen más hijos de la simple curiosidad que del afán de la verdad, de la necesidad vital de cono­cer. El problema actual es, pues, devolverle al hombre la vida auténtica que ha perdido, supri­mirle los subterfugios y los sustitutivos y enfren­tarle con esa realidad enorme y terrible que es existir, vivir y tener un destino, hacerle oír ese grito subterráneo que la existencia se dirige a sí propia por el intermedio de la conciencia y que ella misma, en su noche oscura, trata de apagar tapándose los oídos, temerosa de despertarse. Hay que devolverle al hombre actual, seguro, con­tento, despreocupado, esa preocupación angus­tiosa que es la nota esencial de la vida y sin la cual, por tanto, no se vive de veras, hacer que sienta la vida como un destino premioso e inexo­rable, como un problema, un drama, una absoluta paradoja y contradicción. La excesiva confianza y seguridad pierde al hombre actual. Ese senti­miento de posibilidades infinitas e ilimitadas, que hoy permite a cada uno salirse de su ser, inter­cambiar su destino, transmigrar a cualquier ocu­pación o desocupación, disipa inútilmente todo esfuerzo, como se pierde la presión del vapor en el ámbito ilimitado de la atmósfera.

(Futuro imperfecto, PEN Colección, Madrid, 1934, p. 87).

(Del ensayo titulado: «La vida de los termes»).

LA SOCIEDAD PERFECTA

«De ciertas realizaciones alcanzadas por los termes hace millones de años es ahora cuando nosotros comenzamos a hablar como de vagas posibilidades. La alimentación única por el manjar más abundante, su previa digestión química, la eugénica, el aprovechamiento y depuración de todo despojo, la división del trabajo y, aún más, de las mismas funciones vitales, la retribución se­gún el trabajo y la subordinación digestiva de los ociosos, son tendencias latentes o simplemente

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pensadas en nuestra sociedad, que en el cono de la proyección idealista se amplían hasta tomar las dimensiones enormes de lo irrealizable. Si nos fuera dado consumar ciertas direcciones de la so­ciedad humana, llegaríamos como último término a un estado social muy semejante al de los termes. La primera interrogación agazapada tras estas consideraciones es la de si no será posible una sociedad perfecta más que desarrollando hasta sus últimas consecuencias el principio de economía; es decir, si la perfección definitiva de cualquier sociedad se identifica con el imperio absoluto de ese princpio. A lo menos, parece que las partes más perfectas de la sociedad humana son aquellas que han podido regularse económicamente, mien­tras que en las demás la entrada imprevisible de factores incalculables -ensueños incluso- produce alteraciones y complicaciones incesantes. La pre­gunta aparece tanto más fundada cuando se piensa que esa insuperable potencia cognoscitiva, el ins­tinto, que intuye profundamente la vida y es uno con ella, no ha encontrado otro modo de organizar una, sociedad anónima para la conservación de la especie que eliminando lo que no entra en el con­cepto de lo económico. Hay pues, cierta probabi­lidad de que un desastre o simplificación seme­jante sea la condición de toda sociedad perfecta siempre que de la palabra «perfecta» separemos -como aconseja Simmel en su « Sociología»- todasignificación moral y eudemonista para entendercon ella únicamente el ajuste exacto y el funcio­namiento preciso del mecanismo social. (Arte alcubo y otros ensayos, p. 130).

PODER Y EQUILIBRIO MUNDIAL:

... «En la guerra última, el poder ha pasado a dos naciones extrañas a Europa. Una eslava, asiá­tica. La otra constituida por descendientes de eu­ropeos que emigraron al otro lado del Atlántico

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precisamente para evadirse de la historia europea, vivir sin pasado, sin destino forzoso en un espacio libre, sin amenazas de vecinos poderosos, de este encruzamiento de fatalidades que ellos han lla­mado frívolamente «embrollos europeos» , en una vida exclusivamente económica ... Es entre estas dos potencias extraeuropeas entre quienes ha de restablecerse, por lo pronto, el equilibrio, que­dando las potencias europeas, aún las más fuertes, en la misma situación en que estuvieron en otros tiempos las pequeñas naciones respecto a las grandes, como posibles objetos de su política. La historia -ya lo hemos visto- había creado en nues­tro continente una serie de naciones aproximada­mente iguales, relativamente pequeñas; pero han pasado al primer plano dos potencias enormes; en realidad dos continentes, equivalentes cada una de ellas a toda Europa. El antiguo concepto europeo de nación ya no nos sirve; tenemos que modifi­carlo y hacer de Europa una nación o supernación si no queremos quedar reducidos a objeto de las políticas extraeuropeas ...

La bipartición del mundo en dos grandes blo­ques de poder suscita «nuestro temor. Es algo semejante al pavor que experimentaríamos si una noche, al dirigir nuestros ojos a los astros, en vez de verlos esparcidos como habitualmente, distri­buidos en un orden armonioso, los viésemos acu­mulados en dos extremos del cielo formando dos grandes masas enfrentadas. Esta situación mons· truosa parece ser la del mundo actual. Sin el con­trapeso móvil que compense los movimientos de los platillos, ese sistema elemental de equilibrio es sumamente inestable. Nosotros nos sentimos, te­nemos que sentirnos, bajo la amenaza de que, al más leve desnivel de fuerzas, estas dos gigantes­cas masas se embistan frontalmente con todas sus energías en una testerada definitiva, destructora»

(Circunstancias, «R. V. de Occ.» , Madrid, 1952, p. 23 SS.).

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PARA UNA ESTETICA DEL CINE

El cine nos enseña a ver, y con su gran lupa y su reflector nos lleva los ojos como de la mano y nos obliga a palpar ocularmente el contorno de las cosas, a fijarnos en los mil movimientos de una mano que abre una puerta, nos sitúa a la vez en distintos puntos de vista, a la derecha, a la iz­quierda, cerca, lejos, arriba, abajo. A veces en­seña su lección con insistencia, con impertinencia, dando con el puntero en la pantalla.

El cine nos estaciona largo rato ante un objeto, un rostro, una mano que escribe. Esta parada en el tubo de metropolitano que es el cine no nos impacienta. El cine está ... haciendo con sus rayos X la espectroscopia intratómica de gestos y cosas; mil rayas espectrales parecen bailar en la pantalla. Así como en el interior de los cuerpos está la región prolija y vibrante de los átomos, más allá del mundo borroso de la abstracción intelectual y la práctica utilitaria abre el cine el más rico, in­tenso y claro de la visualidad pura. Allí, el gesto, del cual corrientemente sólo percibo, como de un disparo, el principio y el fin, se me descubre com­plejo mundo de vibraciones espirituales. Entro en mi despacho preocupado de una carta guardada; cuando empuño la llave, ya veo abierto el cajón; la trayectoria de la mano se me ha tornado invisi­ble, se me ha perdido, y con ella una parte de mi propia vida; pero el cine me la restituye íntegra y, además, analizada. Otras veces no son movimien­tos: son objetos inmóviles; entonces la visión de la pantalla semeja una «naturaleza muerta» de pintor.

Cuando los estéticos dicen despectivamente que el cine copia la realidad, quieren significar por «realidad» la vulgar y diaria. Pero hay muchas «realidades» en el mundo real; aquella de que se vale el cine no es la tosca e incompleta, de retícula gruesa, que permite ver una atención apresurada hacia fines prácticos, sino otra realidad más inte­rior, a la cual se penetra por los trechos de la invisibilidad de la nuestra cotidiana. El ingreso en ella nos proporciona sorpresas inesperadas ... Se siente el placer de la súbita evidencia; se siente el placer del descubrimiento. Se me entenderá mejor si hablo del goce de descubrir encantos secretos ...

En el cine todo está presentado y todo está en la superficie. Esta es la posibilidad inmensa y la angosta limitación del cine; su cuenca minera, es­trecha y profunda. Porque hay estados interiores capaces de patentizarse, sin residuo, en el cuerpo; pero hay otros que sólo en la palabra encuentran vehículo para alquilar. El mismo vocablo estado ( «estoy alegre», «estoy triste») se aplica con ma­yor propiedad a los primeros. Parécenos, en efecto, que en ellos interviene a un tiempo toda nuestra persona, mientras que en los demás sólo por partes y en veces; parécenos sentir en ellos una peculiar temperatura casi física que nos los hace íntimos ...

Pero que todo está presentado quiere decir también. que todo está en el presente. El cine apenas pide nada a la memoria. La imagen poé-

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tica, por ejemplo, se realiza en la cabeza del lector mediante una recordación. El arte del cine no permite tan dulces remembranzas. Es un poco bárbaro. Nos boxea en nuestras butacas, nos apri­siona y martiriza, porque toda_ sensación de pre­sente, es decir, de un tiempo insustituible por otro, es angustiosa. Y justo porque el cine con­densa los instantes y empuja al presente para que pase y deje en seguida de serlo, más ruda impre­sión de presente causa cada uno de ellos. Son instantes en silueta.

Si hubiese de poner al cine un lema de escuela artística yo escogería éste, por alguna utilizado: «más real que lo real». Los elementos de realidad que conserva están más acusados que en nuestro mundo ordinario. Tal vez este relieve cortante sea preciso para imprimirnos a golpe, de suerte que, a la par de percibidos, queda certificada su autenti­cidad ... (Arte al cubo, p. 33 ss.).

POESIA PURA

En la poesía ... hay pintura, ideas, sentimientos sublimes, mil cosas, pero, sobre todo, algo inefa­ble, íntimamente unido a todo eso. «Todo poema debe su carácter propiamente poético a la presen­cia, a la irradiación, a la acción transformadora y unificante de una realidad misteriosa que llama­mos poesía pura». No es preciso conocer el poema entero; a veces, en un solo verso, cuyo sentido y continuación ignoramos, el encanto ya opera de una manera inmediata, súbita y denomi­nadora ... Es impuro en un poema «todo lo que ocupa o puede ocupar inmediatamente nuestras actividades de superficie, imaginación, sensibili­dad», lo que el poeta expresa o sugiere, el asunto, el sentido de cada frase, las descripciones, las emociones, las imágenes, las metáforas. Todo ello sirve a la poesía, pero no es poesía; únicamente se metamorfosea en poesía cuando «una técnica sutil y paciente, secundada -es verdad- por dichosos azares, logra captar, para orquestados deliciosa­mente, los recursos musicales del lenguaje ... (El grano de pimienta, E. C., Bs. As., 1950).

UN DIA DE «CLARIN» EN OVIEDO

(«Una veta muy literaria, de captador de ma­tices recónditos, se descubre en algunos de los trozos que Fernando Vela denomina Inmovilida­des, así como también cuando evoca las figuras de J avellanos o de «Clarín», en una bien lograda fusión de personaje y paisaje, saturado el conjunto de una melancolía asturiana, confinada y al mismo tiempo universal»).

Esta es la segunda vez que se ha movido el propósito de erigir un busto a Clarín en Oviedo; la primera fue, hace dos años, en la fenecida revista asturiana Región, intento que se mantenía de in­tentos. Ya se ha aquietado de nuevo el rumor ligero que hacían los periódicos, y los sucesos, empujándose de tal modo «que quien ha vivido hoy y ayer, en estos días, ha vivido un siglo»

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-como dice Goethe en H ermann y Dorotea-, hantraído otras preocupaciones a los espíritus. Perolos que gozamos del lujo asiático de vivir un pocoretrasados en un mundo demasiado veloz, pode­mos, sin inconveniente, hablar de las cosas que sefrustran, fortuna que a los sentimentales nos estáreservada.

Y del busto manco y ciego de Clarín, escondido en un repuesto lugar del Campo de San Fracisco, donde se gustarán el silencio y el reposo, gratos a los inmortales, hemos pasado a recordar a Clarín vivo, algo zurdo y miope, paseando por ese mismo Campo de San Francisco bajo los tilos y los grandes castaños de Indias, bajo los álamos que, como gentlemen, se inclinan levemente hacia el escote de las magnolias.

Clarín, más nervioso que rápido -algún ademán le hace saltar los lentes sujetos a un cordón-, pasea por el que llaman «paseo de los curas» ...

Los castaños de Indias -encendidos rojos- y allá el Aramo, con sus primeras nieves, emocio­nan a Clarín suavemente. Piensa acaso que «el otoño es la estación más filosófica del año ... y de la vida», de su vida, y le inunda una tristeza «mitad resignación, mitad esperanzas ultratelúri­cas», que no puede conocer la juventud.

Clarín se encamina al teatro; gusta de ver los ensayos de la ópera. Ya está en la «bolsa» del Casino. A la luz plateada y nebulosa en que Degas vio bostezar a las bailarinas, veía Clarín a las coristas haciendo puntilla -tejido de ensueños burgueses-, «tendiendo en sus tertulias a formar arcos de círculo y semicírculo por la fuerza de la costumbre». Canta la tiple -quizá una aventu­rera, desde luego una mujer errante-; pero Clarín, como esos resonadores que aumentan el armónico íntimo, tan sólo percibe lo que en aquella voz extraña hay de honrado y de doméstico.

Ahora vemos a Clarín en el Casino. Aquí Clarín es el terrible e ingenioso Clarín de los «paliques». Ha leído el Journal des Débats y la Revue des Deux Mondes, y juega al ajedrez, acaso con Ron­zal, aquel que hace llegar los peones a reina a fuerza de puños, y cuando Ronzal, vencido, le apuesta la cabeza a otra partida, Clarín le contesta: «¡ Vaya una gracia! ¡ Si yo tu-viera la cabeza de usted, también la apos-taría!» ...

Obras

FERNANDO VELA: El grano de pimienta, Espasa Calpe, Col. Austral, Bs. As., 1950.

-- El arte al cubo y otros ensayos, Cuadernos literarios, Madrid, 1927.

-- El futuro imperfecto, PEN Colección, Madrid, 1934. -- Circunstancias, «Rev. de Occ.», Madrid, 1952. -- Ortega y los existencialismos, «Rev. de Occ.», Madrid,

1961. Prólogo (La descendencia de Kierkegaard) a la obra de Harald Hoffding: Kierkegaard; «Rev. de Occ.», Ma­drid, 1949. (Es un prólogo de unas 46 páginas).

-- Los Estados Unidos entran en la historia, Ed. Atlas, Madrid, 1946.

-- Talleyrand, Ed. Atlas, Madrid, 1943. Está firmada, lo mismo que la vida de Mozart, con el seudónimo Héctor del Valle.