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enos mal que Dios se dio prisa e hizo elmundo en seis días y el séptimo descansó,

_ si se lo hubiese tomado con calma y si,fIJI •• como parece lógico, teniendo en cuentaque eran los albores de la humanidad y estaba todopatas arriba, le hubiese costado por lo menos unmesecito de duro trabajo, los cristianos habríamosmaldecido nuestra mala suerte, no hay quien aguantetreinta días seguidos sin una fiesta, sin un domingo,sin un respiro, y si no que se lo pregunten al pobreFilo Azcárate, que de tanto trabajar se encontrabareventado, hecho polvo, acabado, con los huesostronzados, la espalda torcida, la reuma, la artrosis yel corazón que le desfallecía, que no le subía lasangre, que no le bajaba, que le faltaba el aire, quese ahogaba al respirar, llevaba una vida perra,sacrificada, arrastrada, una vida de animal de carga,de buey castellano, de camello marroquí, de KuntaKinte africano, de sherpa chino, en la ferralla comoun esclavo más de diez horas diarias dale que tedale, que ya eran horas con aquellos hierros que nohabía fuerza humana ni divina que los doblase, y nose podía quejar, ni decir ni mú, ni mecachis, ni aménJesús, porque el que se quejaba y no trabajaba lasdiez horas de rigor ya se podía despedir, adiós muybuenas, con la música a otra parte, largo de aquí,que el jefe no quería protestones, quejicas,sindicalistas, rojos, y había que estar todo el santodía chitón, sin respirar, con el morrito muy callado,con el cuello sumiso, la cerviz agachadita, como sile fuese a pegar una molleja, que las mollejas si laspegaba el jefe dolían menos, o casi no dolían,entraban en la nómina, igual que entraba en la nóminahacerle la pelotita bien hecha, boom, boom, boom,decirle buenos días, buenas tardes, qué tal estáusted, preguntarle por el dolor de cabeza de su mujer,por las anginas de su hijo, y, si hacía falta, hasta darleun pitillo, que el muy tacaño nunca tenía cambiospara comprarse un paquete de tabaco, aunque, esosí, para invitar a sus amigotes a ponerse moradosde cordero y crianzas, para eso ya tenía cambios, yellos, los curritos, los pringaos, mientras tanto a verlasvenir, a apretarse los cinturones, y ni soñar con cobrarpagas extraordinarias ni horas extras ni nada extra,como mucho igual en Navidad se estiraba un pocoy les regalaba un décimo de lotería, bueno, un décimopara cada dos, que para qué querría él medio décimosi nunca le tocaba, si él no creía en la suerte, si nisiquiera echaba la quiniela, él habría preferido unjamón, una ristra de chorizos, de salchichón, algotangible, comestible, que eso por lo menos quitaba

NARRATIVA

el hambre, o si no una cesta de navidad, con susturrones y su botellita de champán, como hacían enotras fábricas, que no era nada del otro mundo, conlos dinerales que ganaba ya se podía estirar, perocualquiera se atrevía a sugerir nada, que las cosasenseguida se sacaban de quicio y siempre habíaalgún espabilado, algún correveidile en el tallerdiciendo, éste ha dicho esto, éste ha dicho aquello,porque de buenos amigos estaba lleno el reino delSeñor, como aquella vez en que se le ocurrió decirque era una verguenza que nunca hubiese aguacaliente en las duchas, la que se armó, que vengausted aquí y repita punto por punto sus afirmaciones,y Filo Azcárate, mudo como una piedra, ni seretractaba ni se reafirmaba en lo dicho, y el jefeinsistía, que quien no estuviese a gusto ya sabíadonde estaba la puerta, que ancha era Castilla LaMancha, y así que había que andarse con muchocuidado con lo que se decía o lo que se dejaba dedecir, y lo mejor era aprender a mentir, aprender acucar el ojo, a morderse la lengua, a ponerse unbuen trozo de esparadrapo bien pegadito en loslabios, y si había que hablar se decía lo justo y siempreal revés, que una mentira a tiempo hacía menos dañoque una verdad a destiempo, y en el mundo habíaque ser un espabilado, un listo, un cuco, un zorrete,y aunque algo te pareciese A, si convenía decir queera B, pues se decía que era B y punto, y si noconvenía decir que era B, pues no se decía nada ysantas pascuas, que así uno se ahorraba muchosfollones y encima se dormía más tranquilo, que enboca cerrada no entraban moscas ni mosquitos niabejorros y se metía menos la pata pero, claro, contanto silencio y tanto trabajo y sólo el ruido de lamáquina cortadora, ese zumbido metálico, esezummmmm, zummmmm, zummmmmm,zummmmmm agobiante, se le ponía a uno un dolorde cabeza como un rejón de grande y lo malo eraque al salir del taller no podía relajarse como hacíaantes cuando era soltero, que vivía muydespreocupado, muy a la bartola, que se largaba ala cervecería a comerse su pollito con su cervecitay luego a dar una vuelta, un garbeo, a fundir el dinerillo,que para eso vivía uno, qué cojones, para disfrutar,un par de cubatas por aquí, unos pinchitos de tortillapor allá, una partidita al subastao, unas monedas enla máquina tragaperras, una cajita de farias, unasamiguitas de confianza ya verlas venir, que mañanaserá otro día, qué recuerdos, eso sí que era vida, yno lo que hacía ahora, que tenía una familia, unaresponsabilidad, un hogar, un coche, una mujer, un

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ANTOLOGíA

hijo que mantener, y no tenía tiempo ni para cagar,en cuanto sacaba un rato libre se marchaba a todocorrer a cultivar la huerta, que algunos se creían quecultivar la huerta era jauja, un capricho, un relax, unentretenimiento, pero ya ya, qué se creían esosespabilados, la huerta suponía mucho trabajo, muchashoras de esfuerzo, dicho en fino, la huerta era unverdadero copón, un copón de todo, depreocupaciones, de jaleo, de nervios, más de lo quela gente se imaginaba, un día había que estar vengaabriendo zanjas para regar, pendiente del motor delpozo que no se atascase, otro día había que ponerlos palos para las alubias verdes y atarlos bien atadospara que no los volcase el viento, otro día había queestar con el horquilla cargando la carretilla de fiemo,de esa mierda de vaca que olía peor que la peste,que se llenaba todo de mosquitos que le acribillabanla piel con unos habones como botones de unatrenca, y encima se ponía perdido las botas, el mono,las manos, el pelo, y no se le iba el olor ni aunquese frotase una y otra vez con la esponjilla y el Nenucodel crío, y además en la huerta había que plantarcada planta a su tiempo, que no valía hacer las cosasa la ligera, las lechugas cuando era la época de laslechugas, los tomates cuando era la época de lostomates, las borraj as cuando era la época de lasborrajas, y tenía que estar muy atento porque encuanto se descuidaba le crecían los matojos de hierbapor todas partes y había que sacar la azada y empezara cavar sin parar y a sudar como un negro, comouna bestia, que le resbalaban los goterones por lasarrugas de la frente y, al principio, le caían finos comotímidos arroyuelos de primavera ya los pocos minutosle corrían torrenciales como tormentas de agosto yse le expandían por las cejas, nublándole los ojos yformando una catarata de llanto amargo, de letaníade Semana Santa, que ni los cofrades más penitentessufrían lo que él sufrían en aquella huerta, pero, quéremedio le quedaba, currar y currar, cavar y cavar,ésa era la única manera de conseguir tener aquellolimpito y en condiciones, reluciente como la vidrierade la iglesia, que su mujer quería verdura verde,natural, auténtica, y a él también le gustaba tenertodos los días sobre la mesa su fuente de ensaladitacon su lechuga bien troceada, su cebollita bien picaday sus tomates bien rojos, bien maduros, pulposos,carnosos, que supiesen a tierra, a aire, a agua, a soly no esas birrias congeladas que vendían en lossupermercados y que parecían de plástico, que nohabía forma por donde hincarles el diente Y encima,Jesús, a qué precios las ponían, a unos precios de

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asustarse, de escándalo, de echarse las manos a lacabeza, es que daba miedo acercarse a la tiendaporque para comerse unas tristes bainas másdelgaduchas que colas de lagartijas había quehipotecar hasta la boina, y aunque Filo Azcárate y sufamilia no se morían de hambre, tampoco podíanpermitirse ninguna alegría, que había que mirar elbolsillo y ajustar bien las cuentas, que todo en la vidavalía dinero, que hasta respirar valía dinero, queenseguida te descuidabas y te subían la gasolina, laluz, el teléfono y la Biblia en verso, y las facturas seapelotonaban en el buzón, y pobre de ti si alguna sete traspapelaba, multazo al canto, que esos noavisaban ni se andaban con chiquitas, y les importabauna coliflor los problemas de cada uno, allá cadacual con su miseria, que las monjitas de la caridadya se habían terminado en este jardín de eucaliptusque es el mundo, aquí que cada uno se busque lavida como pueda, por eso, algunos meses Filo laspasaba más justas que Caín, se las veía y se lasdeseaba para sobrevivir con holgura, para llegar afinal de mes con cuatro ahorrillos en los bolsillos, yaunque su mujer Charo, Charito, Charo, cómo tequiero, siempre tan buenaza, siempre tan religiosa,siempre tan resignada, le soltaba uno de sus dichos,ése de que Dios ahoga pero no aprieta, Filo ya locreo que se asfixiaba, se aturullaba, se comía lamollera haciendo números y más números, y miraque se le hacían eternos los últimos días de mes,mira que se le hacía larga como una misa conprocesión aquella última semana hasta que por fincobraba la siguiente paga, que tampoco era quecobrara mucho, que su sueldo era más biencorrientito, del montón, una miseria, sobre todo, sise tenía en cuenta que él ya no era lo que se dice unnovatillo, un aprendiz lleno de mocos y sarampión,sino que llevaba lo menos diez años, día tras día,erre que erre, torciendo hierros sin parar,machacándose como un jabato en aquel horno, perose ve que tanto esfuerzo no valía para nada, puesen la ferralla no había pluses de antiguedad niconvenios ni gratificaciones ni zarandajas por el estilo,que ahí se cobraba lo que marcaba el patrón y elpatrón marcaba siempre lo mismo, tarifa fija, tarifaplana, y si alguna vez Filo se quejaba por lo bajini yle recordaba con ironía que la vida subía, que todocostaba más y más caro, el jefe, el patrone, elcorleone, ni ironía ni leches, ladraba como un rottweiler,éstas son lentejas, si las quieres, las tomas y si no,las dejas, vamos, que más claro, agua, y el muycanalla le decía lo de las lentejas en plan chulo, en

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plan gallo corralero, masticando cada palabra, comosi encima le estuviese haciendo un favor, como si lequisiese decir, desgraciado, paria, analfabeto, inútil,pero qué iba a ser de ti sin mí, dónde coño te ibasa ganar el plato de lentejas, y Filo, acobardado,achantado, acojonadillo, no tenía más narices querecular, ahuecar el ala y con el rabo entre las piernasvolver a su posición de camello sumiso, mascullandoqué vida más perra ésta, qué vida más injusta ésta,qué vida más puerca ésta, y así que con tan escasapaga, tan mísero salario, a Filo Azcárate no le quedabamás remedio que sacar tiempo de donde fuera, deaquí, de allí, y los domingos largarse también a laviña, a una pequeña hacienda de cuatro robadas,unas mil cepas de tempranillo, heredada del abuelodel abuelo del abuelo, que estaba en la punta máslejana de la comarca, allá en el quinto pino, en MaríaSantísima, detrás de un monte escarpado, al ladode un olivar abandonado, tan apartada y aislada lacondenada que para llegar a ella apenas había uncamino de cabras, intransitable, agónico, un senderoondulado, serpenteante, como si lo hubiese trazadoun borrachín, o peor aún, como si lo hubiese trazadoel mismísimo demonio para martirizar a nuestro SeñorJesucristo en su peregrinación por el Calvario, porqueel llegar hasta aquel paraje era un auténtico Calvario,enquistado de cruces, pero Filo Azcárate pensabaque con tantas apreturas era una pena dejar aquellaviñita abandonada, que el dinero de la uva le veníade perlas, era maná del cielo, que luego su mujerCharo, Charito, Charo, cómo te adoro, se queríacomprar sus vestiditos, sus caprichitos, sus zapatitos,sus bolsitos, y a él le gustaba que fuese bien chula,bien elegante, por el pueblo, y que cuando saliesea dar una vuelta no pareciese una cualquiera, unapobretona, que ya estaba bien de llevar siempre lamisma falda y el mismo jersey y las mismas mediasagujereadas en el mismo sitio, justo debajo de larodilla, de tanto agacharse para fregar el suelo, y sinolvidar que su hijo Ernesto (le había puesto el nombredel médico, a ver si tenía suerte y le salía listo) dentrode poco se haría un hombrecito y, como todo crío,le pediría que le comprase su bicicleta y su balónde fútbol y su escopeta de perdigones y, además,por qué no, a él le gustaría tener otro churumbel, otronenito, la parejita por lo menos, que se hacía viejo ysolo un hijo era como poco para un hombre, y comoel que quiere algo, algo le cuesta, Filo Azcárate lopreparaba todo para ir el domingo de madrugada aechar sulfato a la viña, que así se pasaba el mes deagosto, con la sulfatadora a cuestas, cargándola y

NARRATIVA

descargándola, que era lo malo del tiempo, que nollovía cuando a uno le apetecía sino cuando le dabala real gana, y como le había dado aquel verano porllover no le dejaba ni respirar, cada vez que caía unachaparradilla tenía que echar una nueva mano desulfato, y echar sulfato era una maldición, el peorcastigo, sobre todo porque Filo tenía la espaldajodida, cómo le dolía aquella columna vertebral, nosabía si era una hernia o qué coño era, lo único quesabía era que le dolía a reventar, una vez al arreglarun pinchazo se había quedado tirado en el suelo,arrastrado como una colilla, le miraron en el hospital,le auscultaron, le hicieron radiografías y todo, perono le encontraron nada de nada, unas semanas debaja y al taller otra vez, a aguantarse, a sufrir, amorirse, y, en cuanto tenía que llevar encima algúnpeso de más, zas, ese maldito crujido de nuevo enla columna, y cómo se resentía el pobre Filo, cómose retorcía de dolor igual que un gusano, y si pedíaayuda a algún compañero, el muy canalla lecontestaba que se buscase otra excusa, que se lenotaba a la legua que lo suyo era puro cuento, purafarsa, que para cuidar la viña bien que no le dolía laespalda, qué ingratos, qué cochina envidia, era lomalo de esta puerca vida, que te esforzaba, que tematabas por sacar a tu familia adelante de la maneramás honrada posible y nadie te lo agradecía, nadiesabía lo que sufría Filo Azcárate para poder hacerlas tareas del campo a su tiempo, nadie sabía elsufrimiento que le acarreaba echar sulfato a aquellamaldita viña, nadie sabía lo que le costaba llenar losbidones de agua, aquellos bidones enormes comopanzas de elefantes, unos bidones de más decuarenta litros cada uno, que se tiraba media horaen el patio de la casa con la manguerita de chorrofino, chupando frío y desayunando hojaldre de rocío,hasta que por fin, aleluya, ya era hora, se llenaba elprimer bidón, y mientras se acababa de llenar el otro,Filo hacía lo imposible por arrastrar, por empujaraquel armatoste de agua y meterlo en el capó de sudescacharrado Gordini, que el bidón pesaba horrores,que se pegaba a la tierra y no había forzudo de circoque lograra moverlo, que no era trabajo paracualquiera, que había que tenerlos pero que muybien puestos para levantarlo aunque sólo fuera unosmilímetros del suelo, y como Filo Azcárate no era nimucho menos de constitución fuerte, no era un PedroCarrasca, era más bien un tipo descuajeringado,salivoso, poquita cosa, mucha voluntad pero pocomúsculo, se las veía moradas, de todos los colores,hasta que conseguía introducirlo en el interior de su

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ANTOLOGíA

coche, y lo peor de todo no sólo era cargar conaquellos pantagruélicos bidones, que, al fin y al cabo,él no era tonto y solía aparcar su Gordini en el patio,cerca de la manguerita, para facilitar así su operaciónde carga y descarga, sino que, luego, encima, FiloAzcárate comenzaba un fatigoso e interminable subiry bajar escaleras, arriba y abajo, arriba y abajo, enbusca, primero, de la sulfatadora, luego, del caldero,después, del vaso de plástico y del palo de remover,que para su mala suerte estaban todos arrinconadosen el altillo, una buhardilla muy ancha que había sidoun palomar, pero que ahora era el trastero idealadonde iban a parar todos los enseres de la casa,tanto los que valían como los que no valían, losmuebles viejos, los cuadros rotos, los juguetesabandonados, y, cómo no, los aperos de labranza,que, lo reconocía, no era ni mucho menos una buenaidea tenerlo todo a aquellas alturas, pero es que nohabía en toda la casa un sitio mejor, tan espaciosoen el que dejar tanto trasto, y aunque Filo hacíatiempo que venía pensando en alquilar uno de lospajares a las afueras del pueblo, no estaba laeconomía como para hacer inversiones y se teníaque aguantar y joribiar y cada vez que emprendíauna labor del campo se veía obligado a subir hastael desván y pegarse la paliza madre, uffffffff , comocuando iba a echar sulfato, que después de hacerla tira de viajes, aún le quedaba para el final lo peor,pues tenía que bajar el saco de sulfato, Dios; no, elsaco de sulfato, esto sí que eran ya palabras mayores,unas tropecientas escaleras con el demoledor sacode sulfato encima de los hombros eran paradescoyuntar al buey más corajudo, que aquel sacomás parecía la barriga de un hipopótamo en reposo,que se le hincaba en la chepa, que se le resbalaba,que se le deslizaba, que se le caía para todos loslados, porque pesaba una tonelada, unos tropecientoskilos de los de verdad, que el blandengue de Filo,todo sofocado, la columna chirriándole como lacadena de una bicicleta, a duras penas lo lograbavolcar en el asiento trasero del Gordini, y como elsaco ocupaba una barbaridad, una exageración, altumbarlo se le solía rajar, mecaguen la leche,mecaguen, la virgen, poniéndole perdida la tapiceríade un polvo azulado, pegajoso, insufrible, asqueroso,que ni con el aguarrás más potente se borraba ya,que se quedaba la marca por los siglos de los siglos,y aquello era una verdadera guarrería, una inmundiciainsoportable, que el coche apestaba a todas horasa sulfato y a azufre, y por más que lo lavase, por másque lo frotase, por más que se comprase

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ambientadores de pino silvestre, aquel olor a venenono desaparecía, que le daba hasta verguenza cuandovenían los familiares de la ciudad a algún bautizo, aalguna comunión, a algún entierro, y se montaban yponían esos gestos huraños, despectivos, las cejasarqueadas como navajas, que él se percataba, queno era tonto, de las jetas de desprecio con que leasaeteaban, y lo que más le jodía era que llevabanrazón, pues había que reconocer que eso no eratener ni coche ni nada, que cualquier parecido conun automóvil de su Gordini era pura coincidencia,con lo que a Filo le hubiese gustado tener un cocheen condiciones, uno de esos que salían en losanuncios de televisión, relucientes, brillantes, consuspensión, con asientos reclinables, con frenosaerodinámicos, con radio incorporada, vamos, hastacon pibas y todo, pero él no podía, qué iba a poder,y no sólo porque la pela era la pela y él no andabasobrado de pelas, sino porque se daba cuenta deque no merecía la pena comprarse un cochazo deesa categoría para darle el trato que le iba a dar, vayadesperdicio, un cochazo de esos era para presumir,para lucirse, para pavonearse por el pueblo, igualque si fuese una tía maciza, de cintura ancha y pechossurtidos, con la que ir acompañado a echar el vermú,pero no era ni mucho menos para meterlo por lossenderos de cabras que él solía frecuentar, ésa noera vida para un coche decente, lo habría destrozadoen dos días, venga dar tumbos, abajo, arriba, abajo,arriba, que conducir por aquellos vericuetos era comomontarse en los caballitos de feria, que parecíaincreíble que el Gordini aguantase lo que aguantaba,aquellos acelerones y frenazos que él le pegabaprocurando que el vehículo no se le calase por esascuestas tan empinadas, llenas de piedras ysocavones, que al final quemaba el embrague, contanta primera, con tanta segunda, pues había queser un Fitipaldi, un Carlos Sanz, para intentar subiraquellas rampas sin que el motor se le parase, queFilo ya le había dicho al alcalde, cara a cara, comohay que decir las cosas, a ver si de una maldita vezse acordaban de los pobres y le arreglaban aquelcamino, que él también pagaba su contribución, queya estaba bien de tanta caradura, de tanto favoritismo,que unos tanto y otros tan poco, que saltaba a lavista que siempre arreglaban los caminos a losmismos de siempre, que se les veía el plumero, elojal y las verguenzas, si es que tenían verguenza,que no parecía que la tuviesen, que al camino delbodeguero hasta le habían echado su camioncito debrea y no le habían puesto una alfombra porque se

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les disparaba el presupuesto y, el suyo, en cambio,seguía en cueros, abandonado, intransitable, y esque, al final, en el último trecho, antes de llegar a laviña, el Gordini no podía ni avanzar un solo metro,pues el suelo solía estar tan encharcado, la tierra tanmovediza, que el coche, con toda la carroceríaembarrada, se solía quedar atascado, hundido, igualque una tortuga doblegada por su pesado caparazón,y Filo Azcárate, mal que le pesaba, tenía que desistiry poner punto final al viaje cuando aún le faltabanunos infinitos tropecientos metros para concluir eltrayecto, y entonces, al pobre hombre no le quedabamás narices que bajarse del automóvil y apechugarcon los bidones como pudiese, empujándolos,rodándolos, arrastrándolos, que aquellos tropecientosmetros se le hacían kilómetros y, lo que era peor,después de acercados los bidones a la viña, otra vezse veía obligado a cagar con el saco de sulfato sobresu dolorida espalda, que ya no podía más, que elsaco le tumbaba, le doblaba, y acababa deslomado,que ni se podía tener en pie ni sacaba fuerzas parahacer la mezcla, y, menos aún, para echar el sulfato,cepa a cepa, a aquellas cuatro robadicas, que echarsulfato también cansaba lo suyo, que desde fueraparecía que no suponía apenas esfuerzo, pero comohabía que estar todo el rato cargando con lasulfatadora al hombro, subiendo y bajando la palanca,al hombre se le quedaba el brazo más deslavazadoque un chicle y los hombros más cargados que unjorobado, que era normal, pues se tiraba por lo menosun par de horitas largas en aquella criminal postura,que aunque no eran muchas cepas las que sulfataba,cada una de ellas solía lucir una exuberante parra ycostaba de lo lindo rociarlas con el producto, menosmal que mientras echaba sulfato, Filo alegraba lavista contando los racimos de uvas que colgaban delos sarmientos, y multiplicaba y sumaba y volvía amultiplicar y hacía el cuento de la lechera, tres racimosaquí, cuatro racimos más allí, y no paraba de hacercálculos de kilos, este año promete la cosecha, sedecía, con un poco de suerte y si engorda la uva,menos de cuatro mil kilos no he de coger aquí, sejactaba, y cuatro mil kilos son unas tantas pesetas,se deleitaba, pero las cuentas se le derrumbabanenseguida, la ensoñación le duraba el vuelo raso deuna perdiz, porque la sulfatadora de repente emitíaun ruidillo extraño, de tripa suelta, y se le atascaba,que ésta era otra desgracia que traía a Filo por laautopista de la amargura, que aquella vieja ycaprichosa sulfatadora, herencia de la herencia dela herencia, funcionaba cuando le daba la real gana,

NARRATIVA

y nunca sabía cuándo le iba a dejar en la estacada,y aunque él andaba con mucho cuidado, con muchotiento a la hora de echar sulfato, el armatoste casisiempre se le estropeaba justo cuando le faltabanapenas dos renques, vaya casualidad, que ya eramala suerte y ganas de fastidiar, y Filo acababajurando, y cómo juraba, en todos los idiomas y contratodos los santos y contra todos los cielos, porquesiempre la sulfatadora le hacía la misma faena, parecíaque se lo hiciese a propósito, justo cuando iba aterminar de sulfatar, se le paraba, como si el aparatejosupiese lo que se hacía y quisiese jugarle una bromapesada, y nunca conseguía arregarla, aunque ladescomponía pieza a pieza no encontraba la avería,todo parecía en perfecto estado, pero la volvía amontar y seguía sin funcionar, y no encontrabaexplicación a esta contrariedad, porque al díasiguiente, mecaguen la sombra, la sulfatadora searreglaba ella sola, sin tocarla ni nada, misterios dela técnica o ganas de joder la manta, Filo pensabaen comprarse otra en cuanto ahorrase algo de dineropara no depender del azar de aquella sulfatadora,que se comportaba como un chiquillo mal criado,que ahora me apetece, que ahora no me apetece,pero siempre se decía lo mismo, que se iba a comprarotra, que se iba a comprar otra y nunca se lacompraba, e iba tirando mal que bien con ésta, yelcaso era que la sulfatadora siempre le hacía la mismafaena, que siempre se le rompía cuando le faltabanapenas cuatro cepas, que de tres veces que echabasulfato, dos se le atascaba, y Filo casi nunca podíaterminar de echar sulfato, así que tenía que volverotro día, de madrugada, o, al atardecer, nada mássalir del taller, para concluir la faena, y sólo el pensarque tenía que repetir aquel martirio de peregrinaciónpor aquel tortuoso camino le enfurecía, la rabia leconsumía, y regresaba al pueblo cabreado, enfadadoconsigo mismo, con cara de tonto, de gilipollas, ypasaba con el Gordini por una callejuela trasera,dando un rodeo, evitando la plaza, para que no levieran los compadres todo manchado, todo sudado,que no le hacía ninguna gracia que se dieran cuentade que había estado trabajando como un esclavo undomingo, con lo chulo que era él, con lo que legustaba aparentar y darse el pegote de que vivíacomo un rey y, una vez que aparcaba el coche, yano se iba a echar el vermú ni a comerse unoscalamares o unas patatas fritas en el bar como todobien nacido, sino que se tumbaba patas arriba en elsofá, con la camiseta mojada, el mono sucio, lasbotas embarradas, a ver la tele, el fútbol, la pelota,

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una película de romanos, lo que le echasen, que ledaba igual, que no tenía ganas de nada, ni de comer,sólo de estirar las piernas y los brazos y de dormir,a ver si descansaba y se le pasaban las agujetas,que los riñones le pinchaban como si le clavasencon puntas en la espalda y mañana ya se veía en eltaller que las iba a pasar moradas para aguantar lasdiez horas flagelando hierros, y ya no hacía caso asu hijo Ernesto, papá, papá, mira este dibujo que hehecho, ni a su querida Charo, Charito, Charo, cómote adoro, que se acercaba cariñosa, mimosa, gatuna,a traerle un vaso de agua con azúcar, y a darle unmasaje, a hacerle carantoñas, y se le veían las tetitasimpacientes, impertinentes, juguetonas, entre la batasemiabierta, como dos pinzas de plástico de prenderla ropa, y el pobre Filo Azcárate se sonreía impotente,quería pero no podía, quería pero no podía, pero esque no tenía ni fuerza ni sensibilidad para tocárselas,y el hombre pensaba, reflexionaba, esto no es vida,no, señor, esto no es vida.

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