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Sevilla, 2008 AL-ANDALUS IMPRESIONES DESDE LA MEMORIA Antología Introducción, selección y edición Mª. Mercedes Delgado Pérez

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Visiones de viajeros que llegaron a España desde el siglo XV al XX y dejaron sus impresiones de nuestro rico pasado andalusí.Imprescindible para los amantes de al-Andalus

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Sevilla, 2008

AL-ANDALUS

IMPRESIONES DESDE LA MEMORIA

Antología

Introducción, selección y ediciónMª. Mercedes Delgado Pérez

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AL-ANDALUS

IMPRESIONES DESDE LA MEMORIA

Antología

Introducción, selección y ediciónMª. Mercedes Delgado Pérez

Sevilla, 2008

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P R E F A C I O

El que viaja por viajar, al llegar a la hostería tiene ya que irse,y esto es vivir y ser (José Ortega y Gasset, “Pensamiento y«progreso hacia sí mismo» en Aristóteles”, Ideas para unaHistoria de la Filosofía).

El tercer tomo de la Historia de Andalucía, dirigido por Mª. JesúsViguera y editado por Planeta en el año 2006, lleva un título muyclarificador: Andalucía en al-Andalus. Porque aunque hoy, al pensar en al-Andalus, todos tendemos a identificarla con la actual ComunidadAutónoma de Andalucía, aquellos conquistadores que vinieron delOriente Próximo lo aplicaron a casi toda la península Ibérica que, en unmomento dado, dominaron. Con el paso de los siglos, el progresivoretroceso de la España musulmana por el empuje y avance de la cristianafue mermando su espacio de dominio territorial, dejándolo reducido alreino nazarí de Granada. Nosotros, en parte tomando ese primitivoconcepto musulmán de la isla de al-Andalus, hemos procurado ofrecer unavisión, la de los viajeros por el territorio español. Estos fueron conscientesde la singularidad de España y a ella, como hacemos nosotros, aplicaronla idea de lo andalusí. Jan Morris lo explica de esta forma: “España es casiuna isla, un fragmento toscamente soldado, así pensaba el poeta Auden,al contorno de Europa. Por donde quiera que se entre en ella, Portugal,Francia, Gibraltar, o por mar, se siente de inmediato su apartamiento, unhecho geográfico intensificado por las circunstancias históricas. Losprimeros invasores musulmanes creyeron que España era, en efecto, unaisla, y fueron los fenicios los que, percibiendo ya esta reclusión, este

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retraimiento, dieron a este territorio el nombre de Spania, palabra que,según algún menguado filólogo significa Tierra de Conejos, pero quetodo buen diletante acepta, en España, en su segunda interpretación:Tierra Oculta”. Por esta intención de reflejar lo que otros vieron y porrazones de mera elección, excluimos de esta Antología al actual estadoportugués, en un tiempo también parte integrante de la umma islamí.

También hemos tenido muy presente el adagio de Ortega y Gasset,que plantea que “todo lo que el hombre hace es utópico y no tiene sentidoexigir su realización plena –como no tiene sentido cuando se camina haciael Norte obstinarse en llegar al absoluto Norte, que, claro está, no existe”.Esta condición, la no existencia, es la que define precisamente la utopía ynosotros reconocemos que, desde nuestra elección conceptual –unaposible entre otras muchas–, hemos construido una de ellas, sólofehaciente desde nuestro particular punto de vista. De la misma manera,los propios textos seleccionados suponen otras utopías, otras eleccionesindividuales –la de cada uno de sus autores que, como tales, aplicaron asus creaciones su particular visión–. Ellos, al igual que nosotros, estamosseguros que no trataron de agotar, en ningún caso, el tema, muy alcontrario, lo dejaron abierto y en suspenso. Las páginas que siguen son,pues, una invitación al lector para que haga su propia propuesta, supropio viaje, siguiendo esta misma ley del buen viajero que obliga a dejarel cubo bien dispuesto sobre el brocal del pozo, la cuerda bien asentada enla polea y el agua limpia –“en los sitibundos desiertos de Libia se puedeoír un proverbio de caravana, que dice así: «Bebe del pozo y deja tu puestoa otro»”, sentencia Ortega–. La bibliografía incluida al final de cada autory al final de toda la selección es parte activa en esta invitación.

Algunas de las percepciones que hemos aprehendido y plasmado enmuchas de las páginas de este librito, han sido estudiadas con gran aciertopor la profesora Mª. Soledad Carrasco Urgoiti. Un breve recorrido por ellasse puede encontrar en el volumen ya mencionado Andalucía en al-Andalus;

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pero para aquellos que quieran profundizar en el tema y andar por caminosmás vastos pero no por ello menos amenos, diríjanse a su imprescindiblemonografía El moro de Granada en la literatura, punto de partida de unaprestigiosa carrera que, por fortuna, todavía nos conduce a sugerentesescalas y a puertos seguros. Sirvan estas páginas como testigo de nuestraadmiración y gratitud, así como de merecido homenaje.

Por ella sabemos la importancia que el romance fronterizo y lacrónica histórica, forjados ambos junto con el acero de las espadas en elmomento álgido del enfrentamiento entre el Islam y la cristiandad en lapenínsula Ibérica, tuvieron para configurar una visión determinada de laEspaña musulmana y, más concretamente, del moro como personaje deesa historia. Esta percepción oscilaba entre el antagonismo religioso ymilitar y la empatía hacia el derrotado y acabó por elaborar unaexuberante leyenda en torno a al-Andalus que hace hincapié en susmejores valores –la preponderancia política y cultural del califatocordobés, la taifa de Sevilla o el sultanato nazarí–, y olvida cualquierposible tacha que pudiera aplicarse a esta civilización. De todas estasfantasías el moro granadino se lleva la palma y la Alhambra y el Generalifeaparecen como el ejemplo más acabado, la gema más brillante de lacivilización hispanomusulmana. La poesía, el teatro o la novela históricadel barroco utilizaron los momentos esplendorosos de lo andalusí para susrecreaciones, quizá porque precisamente los muros de la patria andaban,entonces, realmente desmoronados y consolaba recrearse en pasadasglorias, más o menos ciertas. Pero como el hombre es un ser lleno decontradicciones y la paradoja una de sus virtudes, es precisamente en elsiglo XVII cuando se toma la drástica decisión de acabar, por la vía deledicto de expulsión, con la presencia de la comunidad musulmana enEspaña. Para justificar esta decisión que en el extranjero se verá comoextraña, nacen libros y libelos de marcada orientación maurófoba quecontrastan con las elegantes representaciones de lo moro en la literatura.

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El Siglo de las Luces contribuyó a ensimismar al europeo, muy pagadode sus logros filosóficos, científicos y técnicos, en contraposición con unmundo oriental al que se veía como residuo de todos los atrasos yanquilosamientos de la civilización humana. Europa abandonaba el AncienRégime y Oriente permanecía aherrojado por las tiranías. España volvió a seruna isla recluida tras los Pirineos; quedó excluida de L’Encyclopédie deDiderot y D’Alembert e incluida, en cambio, entre los exóticos y apartadospaíses meridionales; para ser moderno en España había que ser afrancesadoy la misma presencia de vestigios musulmanes en el país parecían ofender aalgunas conciencias, como ya percibió y advirtió Richard Ford. Estediscurso duró hasta el siglo XIX en el que el romanticismo resucitó elentusiasmo febril por las tierras ignotas, llenas de misterios, de novedades,de excentricidades, que salvaran al europeo de su aburrido espíritu diletante,el spleen, que afectaba a los jóvenes burgueses encasillados en los hábitossociales. España ganó entonces un interés semejante al de las lejanas tierrasde Oriente o al de las costas de Berbería, a las que quedará ligada de nuevo,pero esta vez no por razones raciales, políticas o religiosas, sino únicamenteen la imaginación y en la ensoñación de los literatos y de su público.

Hacemos, por tanto, un recorrido que nos lleva desde la narración entono cronístico de los viajeros del Renacimiento que, a veces, se hacen ecode los temas cantados en los romances, hasta las escenografías del Barroco,para desembocar en la mirada inquisitiva de los ilustrados, másinteresados en contener toda la realidad en los márgenes precisos de larazón que en las calidades artísticas del relato. Avanzamos luego, de formaamplia, por las creaciones de los románticos, centradas en los aspectosliterarios más que en la verdad misma, en los efectos de sus composicionesque en el estudio de los fenómenos. Y llegamos, por fin, al siglo XX, en elque todas las tendencias anteriores, de un modo más o menos acusado, seaglutinan para ofrecer una versión que, sin despreciar el trabajo deerudición, no renuncia, sin embargo, a los valores literarios.

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La intención y circunstancias propias de cada autor han propiciado,como vemos, una forma característica de abordar la realidad que, en todocaso, es sobre todo una recreación desde la memoria de lo vivido y loaprendido. Dicen que la memoria es selectiva, que el cerebro a través demillares de conexiones sinápticas relaciona nuestras neuronas entre sí o lasdesconecta, orientando el camino de nuestros recuerdos, y estos, comomecanismo de autodefensa –dicen, también– se escogen por la mente conuna marcada tendencia a retener e iluminar los alegres y eludir yobscurecer los amargos. Los libros de los viajeros, los libros de viajes, sonlibros escritos desde la memoria, quizá por eso en ellos predomina el tonocálido y amable de la luz del mediodía, que adormece con su ambientesuave y su ritmo cadencioso propicios, precisamente, a la ensoñación y alrecuerdo, a la evasión. La memoria retiene el tiempo y el viaje, generadorde tantos recuerdos, permite en curiosa paradoja ganar días en cada unade sus etapas.

El viajero puede tener la ilusión de estar huyendo de su tediosa vida,al igual que aquel criado de Las Mil y Una Noches trataba ilusoriamentede huir de la muerte en loca carrera a caballo hacia Ispahán, para acabardándose de bruces con ella en aquella ciudad que el destino le habíaescogido como meta. Porque, al final del periplo, tendrá sólo una certeza:la de haber recorrido el camino de su propia vida. Un filósofo español,Antonio Machado, lo expresó en versos magistrales:

Tren camina, silba, humea,acarreatu ejército de vagones,ajetreamaletas y corazones.Soledad,sequedad.

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Tan pobre me estoy quedando,que ya ni siquiera estoyconmigo, ni sé si voyconmigo a solas viajando.

Quisiera dejar constancia, para terminar, de mi profundoagradecimiento a la profesora Fátima Roldán, quien ideó y sugirió larealización de este libro a Cajasol Fundación, primero, y a mí después.Su animosa vitalidad para con todo lo que lleva a cabo me contagiódesde el primer momento y espero que se vea reflejado ese espíritu ynuestro compartido entusiasmo por la literatura de viajes y, muyespecialmente, por el viaje por Andalucía y el recorrido por su cultura,su paisaje y su historia.

Agradecer, cómo no, a Cajasol Fundación su apoyo anímico ymaterial, necesarios por igual en cualquier proyecto. La labor que estaFundación viene desarrollando desde hace ya bastantes años para dar aconocer los valores de lo que en sentido amplio pudiéramos llamar culturaandaluza es, como poco, encomiable y siempre muy de agradecer portodo el que se sienta andaluz desde la identidad que da la sangre o laafinidad, o ambas cosas.

También debo hacer constar mi agradecimiento a numerosos amigosy compañeros que, de una forma o de otra, han ayudado en el proceso deelaboración de este librito, ya sea mediante consejos, sugerencias oesfuerzos en conseguirme materiales. Todos han aportado su granito dearena; asumo, sin embargo, como exclusivamente míos, todos los erroresque en él se puedan encontrar. Asimismo, el personal de las diferentesbibliotecas de la Universidad de Sevilla, su profesionalidad y buen hacerhan facilitado enormemente mi trabajo. A todos y a cada uno de ellosdigo, lo que el latino Catulo: “Acepta, por tanto, como cosa tuya elcontenido de este librito, valga lo que valiere”.

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Mencionar, por último, a mi familia, que siempre, siempre, está a milado y es mi apoyo necesario... Y a Andalucía, que para nosotros fuedurante muchos años el sur. Nuestros esperadísimos retornos vacacionalesalimentaban las tardes y las veladas familiares del resto del año. Nuestragente, nuestro mar, nuestra idiosincrasia, la luz, sugerían melancólicasremembranzas que se repetían una y otra vez. Y aquellos versos –de LordByron–, que estos días rondan incesantemente por mi cabeza,

fair Cadiz, rising o’er the dark blue sea!

M.ª MERCEDES DELGADO PÉREZ

marzo 2008

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A N T O L O G Í A

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HIERONYMUS MÜNZER O MONETARIUS (Feldkirch, Vozelberg, ca. 1460-Nüremberg, 1508). Viaje a España: 17 septiembre-8 febrero, 1495. Obra:Itinerarium siue peregrinatio excellentissimi viri artium ac vtriusquemedicine doctoris Hieronimi Monetarii de Feldkirchen ciuis Nurembergensis,publicado fragmentariamente en 1854 y, de forma completa, en 1920.

Se le incluye en la “Escuela de Geografía de Nüremberg” puesparticipó en la confección del globo terráqueo de Martin Behaim y, juntoa Hartmann Schedel editó la Weltchronik, en 1493, famosa por contenerel primer mapa impreso de Alemania. Además, en carta de julio de 1493,propuso al rey Juan II de Portugal llegar a Catay navegando porOccidente, siguiendo los pasos de Colón y tratando de emular su viaje decasi un año antes. Este médico humanista cursó estudios en Pavía y quizáeso hizo que se interesara de forma especial en la agricultura y en labotánica en general. Su viaje a España, a donde fue enviado, al parecer,como secreto embajador del Emperador Maximiliano, tenía como misiónaveriguar todo lo posible acerca de los viajes colombinos y pactar con JuanII la creación de una ruta similar a la española hacia América. En nuestropaís, y gracias a su doble condición de embajador y humanista, trabócontacto con eminentes personalidades culturales de la España delRenacimiento, como Pietro Martire d’Anghiera o Fray Hernando deTalavera, por una parte, y por otra, con la corte y con los propios ReyesCatólicos.

Destacamos para nuestro tema su descripción de la mezquita deAlmería, entonces recientemente consagrada al cristianismo y hoy yaimposible de visitar puesto que, como era habitual, tras la modificaciónespiritual del templo y su dedicación al credo victorioso, pronto sufrióuna completa remodelación arquitectónica que supuso la destrucciónfísica del edificio islámico:

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“La mezquita, es decir, la catedral de Almería, es una de las más bellas

de todo el reino de Granada. Pues antes de la guerra y del terremoto tenía

tal abundancia de mercaderes, que en todo el año, en la ciudad y en su

distrito, se elaboraban más de doscientos centenarios de seda. A causa de

estas y de otras riquezas, aquel templo resulta fantástico y soberbio. Es

bellísimo. Tiene más de ochenta columnas. En tiempo de los sarracenos

ardían en él más de mil lámparas durante todo el día. Visitamos la

habitación del aceite regalado al templo, y la cámara secreta, en donde su

cadí (kali), esto es, el supremo sacerdote, les hablaba. En el centro del

recinto sagrado hay un amplio jardín cuadrado, sembrado de limoneros y

otros árboles y enlosado de mármol; en el centro de él una fuente viva, en

donde, según sus ritos, se lavaban y luego entraban en el templo. La

mezquita es muy bella y tiene de longitud ciento trece pasos y setenta y dos

de latitud. Me dijeron que en tiempo de los sarracenos tenía cincuenta

sacerdotes, a los que llaman faquíes (faquinos), que atendían a los oficios

divinos, y todas las tardes, doce o trece de ellos subían a la torre, y con los

oídos tapados y vestidos de blanco, gritaban, según su costumbre: «Halo,

halo, etc.». Y luego tocaban las trompetas. Después nadie se aventuraba a

andar sin luz por las calles. Ahora esta mezquita está dedicada a la

bienaventurada Virgen María y tiene obispo y quizá quince canónigos. En

tiempo de los sarracenos tuvo de renta anual de sus posesiones, campos y

huertos, sesenta y seis mil ducados. Ahora los tienen la iglesia, el obispo y

los canónigos. Tiene otras muchas pequeñas mezquitas, cuyas rentas

íntegras perciben ahora el obispo y el clero, como incorporadas a la iglesia

catedral. También percibe todos los años veinticuatro mil arrobas de aceite

para las lámparas, tributo que suma quinientos centenarios de los nuestros.

Me aseguraron dos alemanes dignos de crédito y muy a bien con el

alcaide, el uno Andrés, de Fulda, ciudad de Hesse, y el otro Juan, de

Argentina [Estrasburgo], que en la parte más alta del interior de la mezquita,

en muchos sitios, había colgadas campanas, robadas a los cristianos en la

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guerra; que habían perforado aquellas campanas por todas partes y haciendo

en su concavidad muchos círculos con pequeños candelabros, ponían en

ellos lamparillas, hasta tener alguna vez una campana sola trescientas

lamparillas. Así, por la tarde ardían a menudo dos mil o más lamparillas.

Vimos también arder ahora ante el altar dos grandes lámparas, con cristal de

variados colores, que trajeron de La Meca, de Arabia, donde está enterrado

Mahoma. No es de maravillar, pues las ciudades marítimas, que viven del

comercio, rápidamente crecen y decrecen”.

De Almería es interesante también la referencia que hace Münzer asu proximidad con Berbería, pues da al suelo español su carácter deespacio de transición entre Europa y África, Oriente y Occidente, queluego tanto van a resaltar los viajeros foráneos por la Península:

“Almería dista veinticinco millas de la ciudad de Orán, en el reino de

Berbería. Tiene hacia oriente un gran promontorio, distante ocho leguas,

llamado Cabo de Gata. Desde él, en un día sereno, se ven las montañas de

África. Este promontorio dista veinte millas de Berbería; y navegando con

viento favorable, en doce o dieciséis o veinte horas se llega a Orán. Tremecén

está en el continente africano, a treinta leguas de Orán, y es mayor que

Valencia. Vimos en el puerto de Almería una nave cargada de higos, habas,

arroz y otras vituallas, que se encaminaba a Orán, pues les faltó la lluvia

durante tres años; y era tanta el hambre en África, que es increíble decirlo. En

aquellos días, cierto genovés había llevado secretamente un barco de trigo

desde Andalucía a Túnez. Con él compró seda, con grandes ganancias, y trajo

desde Túnez a Granada trescientos sarracenos, a los cuales obligó a volver a

África al año, cobrándole a cada uno una dobla por el pasaje”.

El viajero alemán mostró gran interés por los trabajos de ingenieríaindustrial de los musulmanes de España. En Almería comenta: “La mayor

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parte de todas las casas tienen pozos o acequias de agua dulce, en alto oen bajo, y piscinas de piedra, yeso y de otras materias, para conservar elagua, porque los sarracenos son muy ingeniosos en construir acueductos”.También se sorprendió por la vegetación exótica, para un europeo, queobservó en la provincia; su extrañeza fue tal que, como veremos, aunquedice estar describiendo la chumbera, más bien parece referirse a unaplanta y fruto diferentes, quizá el plátano:

“El diecinueve de octubre, que era el día de San Lucas, entramos en el

monasterio de la Orden de Predicadores. Había seis hermanos. El rey

[Fernando], como dije, les dio un lugar excelente, donde tienen preciosos y

extensísimos huertos, con muchas palmeras y dátiles –que en otro tiempo

pertenecieron a los más ricos de los sarracenos–, de los cuales pueden vivir.

Tienen mucha agua de manantial.

Cuando entramos en el monasterio de San Francisco, advertimos que

se les había dado un lugar mejor, pero no tan amplio, también con

excelente agua de manantial que corre por un caño. En uno de aquellos

huertecillos vimos aquel famosísimo árbol de Egipto que da higos

chumbos. Eran cinco o seis árboles, uno de los cuales tenía de longitud

cinco o seis codos, gruesos como mi pierna por debajo de la rodilla.

Tienen las hojas muy grandes, cuya anchura es de dos pies y más, y su

largura de diez o doce. Da el fruto en granos, como el ricino, el

quinquefolio y las uvas. El fruto es grande y oblongo, como los

cohombros. Nacen en un racimo treinta, cuarenta o cincuenta; y cuando

se parte con un cuchillo, aparece la cruz por todas partes. Cuando está

maduro, es dulcísimo hasta la dulzura del higo; pero allí no maduran tan

bien como en Egipto y África. Vimos también, en otras dos casas, muchos

más árboles de esta clase, con sus frutos en racimo. Y creo que se plantan

más por adorno que por utilidad, porque, como dije, el fruto no se

madura bien, como le pasa al dátil. Y de no haberlo visto con mis propios

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ojos, no hubiera creído que este árbol se criara en Europa. Pero como la

región es muy cálida y cercana a África, lo pasarían muy mal si no se regara

conduciendo en varios lugares el agua de las fuentes y de los ríos por

medio de cañerías. Dos años han tenido escasez de lluvia; pero ya desde el

7 al 10 de octubre han tenido copiosa lluvia Valencia, la costa de Granada,

Cataluña y Castilla, por lo cual dan infinitas gracias a Dios. ¡Oh, qué

bellos serían estos huertos cuando estaban en su esplendor los sarracenos,

que son muy habilidosos en la exquisita disposición de los huertos, de los

frutos y de las cañerías, que si no lo ve uno, difícilmente se cree!”.

De Granada, el viajero alemán nos ofrece una descripción de enormevalor testimonial de la mezquita mayor de la ciudad y del servicio dealcantarillado e higiénico, que no era nada habitual en las ciudadeseuropeas de su época:

“El veintidós de octubre, después del mediodía, entramos en la

gloriosa y populosísima ciudad de Granada y, pasando por una larguísima

calle, entremedias de infinitos sarracenos, fuimos recibidos finalmente en

una buena posada. Nos descalzamos inmediatamente, pues no podíamos

entrar sino con los pies descalzos, y entramos en su mezquita mayor, más

distinguida que las otras. Había lodo, a causa de la lluvia. Toda está

recubierta de finos tapetes de blanco junco, lo mismo que el arranque de las

columnas. Tiene setenta y seis pasos de anchura y ciento trece de largura; en

el centro, un palacete con una fuente, para sus abluciones, y nueve naves u

órdenes de columnas; en cada nave hay trece columnas exentas y catorce

arcos. Además de las columnas laterales, hay huertos y palacios. Vimos

también arder muchas lámparas, y a sus sacerdotes cantar sus Horas, y más

que cantos, creerías eran alaridos. En verdad que esta mezquita está costeada

con grandes gastos. En la ciudad hay otras muchas más pequeñas, y que

pasan de doscientas. En una de ellas vimos como rezaban sus oraciones

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doblándose y dándose la vuelta como una bola, y besando la tierra y

golpeándose el pecho al canto del sacerdote, pidiendo a Dios, según sus

ritos, el perdón de sus pecados. Vimos también un descomunal candelero,

en el cual arden en sus fiestas más de cien lámparas, pues adoran a Dios

principalmente en la luz y en el elemento del fuego, creyendo –como es

verdad– que es luz de luz y que todo ha sido creado por Él. Aquella noche,

antes de la aurora, era tanto el griterío en las torres de las mezquitas, que

resulta difícil de creer. Qué significa este griterío, lo diré después. No hay

en sus mezquitas ni pintura ni escultura alguna, lo que también está

prohibido en la antigua ley mosaica. Nosotros admitimos las imágenes y

pinturas porque son como los escritos para los profanos. Fuera de aquella

mezquita hay un edificio, y en su centro una larguísima pila de mármol de

veinte pasos, en la cual se lavan antes de su entrada en la mezquita. En los

alrededores hay pequeñas construcciones, con conducciones de agua para

sus retretes y cloacas, que son una abertura sobre la tierra, larga de un codo

y ancha de un palmo. Debajo de ella va el agua corriente. Hay también una

pequeña pila para orinar. Todo esto está construido tan cuidadosa y

pulcramente, que causa admiración. Hay asimismo un pozo excelente con

agua para beber”.

También nos ha dejado una inmejorable descripción de la mezquitadel Albaicín y de este famosísimo barrio:

“Extramuros de la grande Granada, y cercana a la parte de afuera de

sus murallas, hay otra grande ciudad, llamada Albaicín, que tiene más de

catorce mil casas, y que no se puede ver desde la Alhambra. En esta ciudad,

o más bien parte de Granada, hay una bellísima mezquita, de ochenta y seis

columnas exentas, que es menor, pero mucho más bella que la mezquita

mayor de la ciudad, con un deliciosísimo jardín sembrado de limoneros.

Marchando hacia abajo, en dirección hacia la ciudad grande, en la cumbre

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del monte de enfrente a la Alhambra, sale al paso otra mezquita, hermosa,

pero no tan grande, la cual, por mandato del rey, el arzobispo quitó a los

sarracenos, y consagró en honor de San José, esposo de la bienaventurada

Virgen María, y la dotó de clero. Vimos en su jardín un enorme olivo,

mayor que una encina, lleno de aceitunas. Subiendo a la torre, conté tal

número de mezquitas, que es difícil de creer.

Aquel mismo día, al acercarnos a la mezquita mayor, a la hora del

mediodía, porque era viernes, su fiesta, vimos muchos sacerdotes gritar en la

torre. Y acudió tanta concurrencia de sarracenos, que, al estar llena la iglesia,

muchos se vieron obligados a quedarse fuera. Creo que había más de dos mil

o tres mil hombres. Nosotros, de pie junto a la puerta, siguiendo sus

ceremonias, vimos al gran sacerdote de ellos, que, sentado en un alto sitial, les

predicó casi media hora. Luego, a una voz suya o de los sacerdotes, de pie

ordenadamente inclinaban la cabeza y oraban; después, a otra nueva

indicación, en masa, se postraban en tierra y la besaban, y, como nuestros

monjes en los capítulos, se tendían en el suelo. Nuevamente, a otra señal, se

levantaban y oraban con la mayor devoción, permaneciendo en pie y descalzos.

Y así, por tres veces levantándose y postrándose en tierra, se levantaron

finalmente, y, terminada la oración, cada cual se marchó a su trabajo.

Había en la puerta pidiendo limosna muchos sarracenos que fueron

cautivos de los cristianos y ahora estaban liberados. Llegó también un

entierro. El sacerdote hizo sobre el cadáver una larga oración, y, por último,

lo sacaron fuera de la ciudad, para darle sepultura. En este mismo día de

fiesta, las otras mezquitas estaban tan llenas de sarracenos como aquella. Las

mezquitas, en Granada y en los otros lugares, son como las parroquias en

nuestra tierra”.

Como vemos el alemán se sintió atraído por la descripción de loslugares sagrados y de los cultos y ritos del Islam. Se fijó, también, deforma especial en los cementerios, que le causaron una gran curiosidad:

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“El veintitrés de octubre, saliendo de mañana por la puerta de Elvira

(Alfira), por donde se va a Córdoba, nos salió al paso el cementerio de los

sarracenos, que en verdad creo es dos veces mayor que todo Nüremberg, lo

que me causó mucha admiración. Me dijo don Juan de Spira, varón digno

de crédito, que cada sarraceno se entierra en una sepultura nueva y propia.

Construyen las sepulturas con cuatro losas de piedra, de manera que apenas

se cabe en ellas. Las cubren con ladrillos para que no toque la tierra al

cadáver. Luego se allana la fosa con tierra. [...]

El veinticuatro de octubre, saliendo de mañana por la puerta Elvira,

cerca de nuestra posada, recorrimos aquel cementerio, que es tan grande y está

distribuido en tantos planos, que causa admiración. Uno era el antiguo, y

poblado de olivos; el otro no tenía árboles. Los sepulcros de los ricos estaban

rodeados, en cuadro, como los jardines, con muros de rica piedra. Fuimos

también al cementerio nuevo, donde vimos enterrar a un hombre, y a siete

mujeres, vestidas de blanco, sentadas cerca del sepulcro, y al sacerdote, con la

cabeza hacia el mediodía, también sentado, y cantando a continuos y grandes

alaridos, mientras que las mujeres sin cesar esparcían odoríferos ramos de

mirto sobre la sepultura. Este cementerio es dos veces mayor que el de

Nüremberg. Paso por alto los otros cementerios, lo mismo que aquel que está

a los pies de la Alhambra –que también es muy espacioso–, mayor creo, que

la ciudad de Nördlingen. De la misma manera que adoran a Dios en dirección

al mediodía, así también se entierran inclinando la cabeza hacia oriente.

En lo más alto del monte, hacia el norte, de frente a la Alhambra, hay

otra ciudad unida a la grande Granada –pero separada por una muralla–, y

se llama Albaicín (Alfasyn), en la cual se alojó el rey Chico (Junior Rex).

Repito que tenía un cementerio mayor que aquel que está al pie de la

Alhambra. Aquel día, mientras subíamos a la ciudad del Albaicín, tuve

ocasión de ver aquel cementerio. Ocupa gran parte de una ladera del monte

sobre la ciudad y tanto espacio como la ciudad de Ulm. En la cumbre hay

una altísima torre, en la cual están los sepulcros de los reyes de Granada”.

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Es interesante también, por supuesto, la descripción que hace de lospalacios de la Alhambra y del Generalife que, siempre, atraerán a losviajeros y la imaginación de muchas gentes. Münzer fue testigo de lasituación en que quedaron estas dependencias palaciegas tras la recientetoma de Granada. La descripción de las costumbres árabes y su sentido dela hospitalidad adoptados por los nobles españoles es digna de tenerse encuenta, así como la sensualidad que impregna la recreación de lasactividades realizadas en los baños árabes, elemento que será unaconstante en este tipo de descripciones:

“Habiendo entrado en la fortaleza a través de muchas puertas de

hierro, de muchos soldados y habitaciones de oficiales, llegamos por fin al

palacio, soberbio y suntuoso, del señor alcaide, cuyo nombre es Íñigo

López, de la casa de Mendoza de Castilla, conde de Tendilla y alcaide de

Granada, quien, leída la carta de recomendación del alcaide de Almería, nos

dispensó una admirable acogida. Habiendo recitado yo primero un

pequeño discurso en latín, que entendió perfectamente, pues era muy

docto, y habiéndome contestado él sin vacilar, nos hizo sentar sobre

alfombras de seda, y mandó confituras y otras cosas. Tomando el refrigerio,

él mismo nos condujo al alcázar real, con una admirable comitiva de

soldados. Vimos allí palacios incontables, enlosados con blanquísimo

mármol; bellísimos jardines, adornados con limoneros y arrayanes, con

estanques y lechos de mármol en los lados; también cuatro estancias llenas

de armas, lanzas, ballestas, espadas, corazas y flechas; suntuosísimos

dormitorios y habitaciones; en cada palacio, muchas pilas de blanquísimo

mármol, mucho más grandes que la que hay junto a San Agustín, rebosantes

de agua viva; un baño –¡oh, qué maravilla!– abovedado, y fuera de él, las

alcobas; tantas altísimas columnas de mármol, que no existe nada mejor; en

el centro de uno de los palacios, una gran taza de mármol, que descansa

sobre trece [sic por doce] leones esculpidos también en blanquísimo

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Page 24: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

mármol, saliendo agua de la boca de todos ellos como por un canal. Había

muchas losas de mármol de quince pies de longitud por siete u ocho de

altura, e igualmente muchas cuadradas, de diez y once pies. No creo que

haya cosa igual en toda Europa. Todo está tan soberbia, magnífica y

exquisitamente construido, de tan diversas materias, que se creería un

paraíso. No me es posible cuenta detallada de todo. El conde nos acompañó

siempre en persona, y él mismo nos explicó todas las cosas.

Había en el baño una bella pila de mármol, donde se bañaban

desnudas las mujeres y concubinas. El rey, desde un lugar con celosías que

había en la parte superior –y que nosotros vimos–, las contemplaba, y a la

que más le agradaba, le arrojaba desde arriba una manzana, como señal de

que aquella noche habría de dormir con ella.

Pregunté al alcaide acerca del emblema del rey, si era también una

Granada, y si estaba dibujado en algún lugar allí. Me respondió que no tenía

emblema alguno, sino un yelmo en forma de Granada, en medio del cual

estaba escrito en caracteres arábigos: Hile galilla, que quiere decir: «Sólo

Dios es vencedor», o: «Sólo Dios es Todopoderoso». Aquel emblema está

pintado en color celeste, en varios lugares.

Hay en los palacios tanta belleza, con las cañerías de agua con tanto

arte dirigidas por todos los sitios, que no se da nada más admirable. A través

de un altísimo monte, el agua corriente es conducida por un canal y se

distribuye por toda la fortaleza. [...]

Todos los palacios y estancias, en la parte de arriba, tienen artesonados

y techumbres tan soberbias, fabricadas con oro, lapislázuli, marfil y ciprés,

de tan variadas maneras, que no se puede ni escribir ni contar. Ya hay en el

castillo quinientos soldados, llamados jinetes, con hermosísimos caballos.

Militan a las órdenes del conde y le prestan obediencia.

Subimos a dos altísimas torres y contemplamos la situación de la

ciudad; pero, como dijo el conde, apenas si podíamos contemplar la mitad de

ella. Creo que no hay ciudad mayor en toda Europa ni en África. Vimos en la

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Page 25: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

parte de abajo del castillo, hacia el mediodía, otro castillo, muy fortificado,

pero no terminado del todo. Igualmente, otro hacia la puerta meridional,

construido, según dijo, entre dos murallas. Así, el rey, aunque no quisieran los

sarracenos, puede dejar la ciudad, y entrar y salir a la Alhambra.

Son muchos los sarracenos que están edificando allí. Son muchos

también los que en la fortaleza y sitios reales reconstruyen lo que estaba en

ruinas. Pues el rey de Granada, después que se dio cuenta de que no podía

resistir al cristianísimo rey de España, permitió que se derribasen muchos

edificios. Hay muchas tiendas de víveres y alojamiento para los

bombarderos y para los otros soldados. No se le permite a ningún sarraceno

dormir de noche en el alcázar, sino que tienen que bajar a la ciudad o a

alguna otra posada de ella. [...]

Existe también en la Alhambra una soberbia y noble mezquita –que

ahora está dedicada a la bienaventurada Virgen María y es sede del

arzobispo–, que tiene cuarenta canónigos y ciento cuarenta racioneros, esto

es, vicarios racioneros. Igualmente se ha fundado allí un monasterio de

frailes menores de la orden de San Francisco. Tiene el rey fuera del recinto

de la Alhambra, en la cumbre de un monte, un jardín verdaderamente regio

y famosísimo, con fuentes, piscinas y alegres arroyuelos, tan exquisitamente

construido por los moros, que no hay nada mejor.

El veintiséis de octubre, cuando estábamos allí, vimos a muchos

sarracenos adornando ya y restaurando las pinturas y las demás cosas con la

finura propia suya; disfrutamos allí de un magnífico espectáculo. Subiendo

a otro monte más alto y contemplando la situación del lugar, hallamos una

bellísima llanura con tres grandísimas torres –preciosas interiormente,

medio derruidas en el exterior–, donde en otro tiempo los reyes de Granada

tenían sus diversiones”.

Los moriscos y su situación social y económica, sus costumbres, sushábitos, son un inevitable tema de interés para Münzer, como elemento

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Page 26: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

fundamental del exotismo que saciaba el ánimo de novedad del viajero yque veremos repetirse en visitantes posteriores:

“Al pie de los montes, en una buena llanura, tiene casi en una milla

muchos huertos y frondosidades que se pueden regar por canales de agua;

huertos, repito, llenos de casas y de torres, habitados durante el verano, que,

viéndolos en conjunto y desde lejos los creerías una populosa y fantástica

ciudad. Principalmente hacia el noroeste, en una legua larga, o más,

contemplamos estos huertos, y no hay nada más admirable. Los sarracenos

gustan mucho de los huertos, y son tan ingeniosos en plantarlos y regarlos,

que no hay nada mejor. Es además un pueblo que se contenta con poco y

vive en su mayor parte de los frutos que de ellos saca, y que no les faltan

durante todo el año. No beben vino; pero, en cambio, preparan gran

cantidad de uvas pasas, que llaman bautzas. Su ganado, como los caballos y

los asnos, encuentran fácilmente pastos. Tiene asimismo Granada altas

montañas, llanuras, valles, que, por la escasez de agua, no pueden regarse ni

son habitables. Tienen allí infinitos rebaños de cabras, ovejas, bueyes

grandes y gordos. En los montes tienen tantos ciervos, osos, gamos, conejos

y principalmente jabalíes, que parece increíble. La carne de ciervo tiene muy

buen mercado. Causa admiración el número de perdices, que son grandes y

tienen rojo el pico y las patas. Cuando cabalgábamos por los montes de Vera

a Almería casi en una hora levantamos cuatro o seis bandadas de perdices.

En Vera compramos vino por cinco dineros, de los que allí entran cincuenta

en un florín rhinense; pero en Granada pueden comprarse cuarenta por un

ducado, a causa de la abundancia de víveres. También tiene mucho palmito

silvestre, cuyas raíces, ya en octubre, cuando están tiernas, descortezan y

sacan de su jugo un dulce alimento. [...]

En tierra de cristianos, una casa ocupa más espacio que cuatro o cinco

casas de sarracenos. Por dentro son tan intrincadas y revueltas, que las creerías

nidos de golondrinas. De aquí proviene que se diga que en Granada hay más

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Page 27: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

de cien mil casas, como yo buenamente creo. Sus tiendas y casas se cierran con

sencillas puertas de madera y clavos de palo, como se acostumbra en Egipto y

en África, pues todos los sarracenos convienen tanto en las costumbres como

en los ritos, utensilios, viviendas y demás cosas. [...]

Es también intocable, por así decirlo, la población de Granada, pues en

tiempo del asedio, conquistadas las otras ciudades de los alrededores, hubo en

la ciudad más de doscientos mil hombres preparados para la guerra, entre los

de la ciudad y los prófugos de otros lugares. Estaban, sin embargo,

sobrecogidos de tanto temor, que no intentaron hacer nada contra el rey. Te

quedarías admirado de las vituallas con que pudieron alimentarse. Tanta es la

abundancia de frutos durante todo el año, con los que vive este pueblo sobrio

y que no bebe vino, que sería suficiente para otro pueblo mayor. Fabrican pan

de muy diversas materias, como de trigo, de mijo, de panizo, etc.

Conquistada Granada y sometida al yugo de los cristianos, muchos miles

de hombres –más de cuarenta mil–, con sus dos reyes, huyeron a África.

Muchos perecieron también de hambre en la época del asedio; otros diéronse

a la fuga. Queda, no obstante, un gran número de sarracenos en la ciudad.

Han pasado apenas cuatro meses desde que, en el mes de junio, conspiraron

ocultamente unos cuarenta mil queriendo matar hasta el último de los

cristianos que apenas si llegaban a los diez mil. Fue descubierta esta

conspiración gracias a un sarraceno que fue preso por ciertas amenazas

lanzadas prematuramente a un cristiano. Fueron descubiertas en casa de un

sarraceno armas para cuatrocientos hombres. Fue sofocada esta conspiración.

Y aunque tengan autorización para vivir libremente y practicar sus cultos

durante tres años –plazo que ya termina en el mes de enero–, va poco a poco

quebrantándose su entereza y resistencia, porque se les han quitado todos los

puertos de mar y las más grandes ciudades de los alrededores están habitadas

por cristianos con lo que se les hace muy difícil rebelarse. [...]

Únicamente los hombres entran en las mezquitas, y observan la ley del

falso profeta Mahoma con toda escrupulosidad y la mayor devoción.

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Page 28: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

Mahoma niega en el Corán –que en árabe quiere decir compilación de

preceptos–, niega, digo, como Arrio, la trinidad en las Personas, y como

Nestorio, la humanidad. No admite que Dios sea Padre, afirmando que no

hay padre sin unión carnal. Afirma igualmente que Jesucristo nació de la

Virgen María como puro hombre, y no como Dios; y que no murió, porque

por su bondad no era digno de muerte. Que no padeció bajo el poder de los

judíos, sino que otro fue puesto en su lugar. Coloca su paraíso en los

placeres de la comida, de la bebida, en los vestidos, en el amor, en la música

y en otros goces carnales, según se escribe a través de todas las páginas del

necio Alcorán. Niega también todos los sacramentos, diciendo son redes y

engaños del clero. Pretende también que todos se pueden salvar en su ley;

que Cristo está en el paraíso, y que en su día dará muerte al Anticristo.

Cumplen estrictamente con la ley de las limosnas y del ayuno, desde

una hora antes de la salida del lucero de la mañana hasta la caída de la tarde.

Recomiendan también las oraciones, de las cuales son también muy

observantes. Tienen mucha veneración a la Virgen María, a Santa Catalina,

a San Juan, y les imponen a sus hijos estos nombres.

Un anciano me mostró un rosario hecho de huesos de dátiles, diciendo

que era de la palmera de la que comió María, cuando su huida a Egipto. Lo

besaba diciendo que era muy útil para las embarazadas, conforme él lo había

experimentado.

Aseguran también que quienes en este mundo se privan rigurosamente

de los placeres, en la otra vida tendrán muchos más, y quienes lo hicieren

en menor grado, también tendrán menos. El sábado suyo es nuestro viernes.

Acabadas las oraciones, vuelven a sus trabajos, diciendo que la ociosidad es

la causa de todos los males, y que Dios mandó que viviésemos con sudor y

trabajo. Son extraordinariamente amantes de la justicia; son exactos en el

peso; huyen de la mentira, más ponen su único fin en los placeres.

Cada mañana, dos horas antes de la salida del sol, esto es, a la hora del

lucero matutino, lo mismo que al mediodía y por la tarde, sus sacerdotes

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Page 29: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

suben a sus torres, y dando vueltas, gritan: «Dios es grande y omnipotente, y

Mahoma su mensajero y precursor». Recitan igualmente otras muchas

oraciones, en las cuales proclaman glorioso a Dios, a su manera, y tienen

naturalmente tan maravillosas entonación y pausas, que nadie puede

aprendérselas por artificio. Más bien, como dije antes, parece gemido que

canto. Algunas veces sus oraciones duran hasta dos horas, como sucedió en

una mezquita junto a nuestra hospedería. Al reunirse en las mezquitas,

permanecen de pie, ordenadamente y descalzos, habiéndose antes lavado los

pies, las manos, los ojos, el ano y los testículos. A una señal del sacerdote,

inclinan primeramente la cabeza, golpeándose el pecho; luego se postran en

tierra y oran, y, por último, se levantan de nuevo. Hacen esto tres veces, y en

la creencia de haber sido absueltos de los pecados de esta manera, vuelven a

su trabajo. En verdad que son muy devotos en su veneración a Dios según

sus costumbres. Ponen tantas lámparas en sus templos, como no hay más.

Sus sacerdotes –que son muy numerosos– van vestidos con una túnica blanca

y con la cabeza ceñida de un paño también blanco. Son muy devotos y tienen

sus aposentos alrededor de la mezquita mayor, y en ellos administran justicia,

hacen de notarios y ejercen otros ministerios espirituales.

No he visto a ningún hombre que llevase calzas, a no ser algunos

peregrinos que las llevaban hasta las rodillas, sujetas con nudos en la parte

posterior, de manera que a la hora de la oración y de las abluciones pudieran

fácilmente quitárselas. Las mujeres, en cambio, todas llevan calzas de lino,

holgadas y plegadas, las cuales se atan a la cintura, cerca del ombligo, como

los monjes. Sobre las calzas se visten una camisa larga, de lino, y encima,

una túnica de lana o de seda, según sus posibilidades. Cuando salen, van

cubiertas de una blanquísima tela de lino, algodón o seda. Cubren su rostro

y cabeza de manera que no se les ven sino los ojos. Se casan hasta con cuatro

mujeres, a las cuales repudian por la más leve causa, conforme a

determinadas condiciones fijadas en los esponsales. Dan a cada esposa sus

habitaciones, que, aunque pequeñas, las tienen muy limpias. Deben

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Page 30: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

proveerlas, además, de aceite, harina, leña y otras cosas. Cada esposa invierte

la dote en gastos propios, como collares, ropas, etc. No es posible la

enumeración de cada una de esas condiciones sino al muy experto. Las

esposas que tienen los maridos ricos les profesan mucha veneración, porque

las mujeres son fácilmente compañeras de la felicidad; pero ninguna se

compadece de su marido en la adversidad, sino las buenas. No puede la

mujer repudiar al marido si no es por una muy grave causa, consignada en

los esponsales. Pero cuando desean la separación, molestan al marido de

tantas maneras que, indignado, termina por repudiarlas. En esto proceden

como las bestias. Los sarracenos honrados se contentan con una sola mujer

y se avergüenzan de tener muchas”.

Por lo poco que los viajeros se detenían en Málaga, merece la penaque acojamos aquí los comentarios que de esta ciudad hizo el viajeroalemán:

“Tiene en las faldas del monte, yendo hacia oriente desde la ciudad,

un notable y hermoso castillo, muy fuerte, decorado con muchas puertas

de hierro y muy variadas cerraduras. ¡Oh, qué hermoso es también el

espectáculo junto a la puerta del mar! Tiene igualmente tres cuevas o

grandes oquedades cavadas en la durísima piedra, como están las de

Granada, donde se custodiaban los cautivos cristianos, y otras muchas

particularidades. Llegados al señor alcaide del castillo, gracias a las cartas de

recomendación nos recibió afablemente, y un criado suyo nos condujo

hasta la fortaleza del castillo alto, situada en la cumbre de un monte, por

entre dos filas de murallas. ¡Oh, qué castillo más maravilloso y bien

fortificado! Desde allí, en días serenos, se divisan fácilmente África y

Berbería. Media una distancia de quince millas cortas. Vimos igualmente

una pequeña mezquita real, preciosísima, y algunas muestras notables de

mosaicos de estilo moruno”.

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Page 31: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

En Sevilla se detuvo también a comentar algunos aspectos de la viejaciudad árabe, como la mezquita, entonces ya consagrada catedral yreedificada sobre los cimientos del edificio islámico:

“Tuvo, entre otras cosas, una grandiosa mezquita, cuyo huerto y tres

dependencias subsisten todavía. La longitud de toda la mezquita era de

doscientos cincuenta pasos y su anchura de ciento noventa. La longitud del

huerto es hoy de ciento cuarenta pasos míos. Existe en el centro una

bellísima fuente, en la que se lavan los mahometanos. Derruida la fuente,

pusieron en su lugar otra mejor. Sobre los caños hay escritos estos versos:

Su Real Majestad, después de vencer a los moros,

me hizo gracia de esta agua, cuando ya estaba derrumbada.

Con ese agua actualmente se riega todo el huerto, pues tiene muchos

árboles de cidros, limoneros, naranjos, cipreses y palmeras.

La mitad –que antiguamente era mezquita– ha sido derribada ahora, y

en su lugar se levanta una soberbia iglesia en honor de la bienaventurada

Virgen María”.

El estilo mudéjar del Alcázar también le llamó la atención y locomparó al estilo nazarí de la Alhambra, recurso que será en adelantebastante utilizado por otros autores: “El Alcázar de Sevilla fue levantadodesde sus cimientos por el rey Alfonso, el autor de las Tablas Astronómicas,y cuyo padre, Fernando, libertó a Sevilla de manos de los moros. EsteAlcázar es enorme, y no menor que la fortaleza de la Alhambra deGranada. Está construido en el mismo estilo, con sus patios, estancias,aposentos y conducciones de agua, decorado con oro, marfil y mármoles,aunque sus losas no sean tan grandes. Su configuración exterior no es iguala la de Granada, porque está situada en una llanura; pero cuenta con seiso diez huertos, entre grandes y pequeños, con limoneros, cidros, naranjos,mirtos y agua corriente, como no puede decirse”.

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Page 32: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

Merece la pena, por poco habitual, recoger la descripción queMünzer hizo del palacio de la Aljafería de Zaragoza:

“Extramuros de la ciudad, hacia el mediodía, existe un antiquísimo y

fortísimo castillo levantado por los sarracenos, que actualmente el rey

Fernando hace restaurar y reedificar. El dos de febrero entramos a visitarlo,

después de vísperas. Muchos marranos de ambos sexos estaban allí presos,

esperando cada día el suplicio del fuego. Vimos en primer lugar un patio de

nueva construcción, cuya longitud era de treinta y cinco pasos, y una

anchura de trece, tan soberbio con sus soberbios artesonados, que es

inverosímil. En la parte alta, cerca del techo había una tribuna dorada para

unas ciento cuatro personas, que como desde una atalaya podían

contemplar los juegos y demás cosas que sucedían abajo. Además de aquel

patio, había cinco grandes cámaras, cuyos artesonados estaban tan

decorados con oro y preciosos colores, que causaban un gran placer a quien

los mirase. Tanto en el patio como en todas las cámaras, debajo de los

artesonados corre todo alrededor una inscripción [latina] en letras doradas

como sigue:

Fernando, rey de las Españas, de Sicilia, de Córcega

y de Baleares, príncipe excelente, prudente, valiente,

piadoso, constante, justo, feliz, y la reina Isabel,

más que mujer por su religión y amplia grandeza,

cónyuges insignes, vistoriosísimos con el auxilio de Cristo,

después de libertar de los moros a Granada, y de expulsar a este antiguo y fiero

enemigo, cuidaron de construir este edificio, el año del Señor de mil

cuatrocientas noventa y dos”.

Münzer dio testimonio de la presencia de una copiosa comunidadmorisca en Aragón y de su gran importancia económica: “Entre todos losreinos de España, es el de Aragón el que más sarracenos tiene, porque son

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muy diligentes en el cultivo de la tierra. Los nobles perciben de ellos uncrecidísimo tributo, que consiste en la cuarta parte de todos los frutos, sincontar las otras exacciones. De aquí proviene aquel refrán en España:Quien no tiene moros no tiene oro. Hay muchos y grandes puebloshabitados exclusivamente por sarracenos. En algún campo o comarca,donde pueden vivir holgadamente sesenta sarracenos, apenas sí podríanvivir quince cristianos. Son muy cuidadosos en el riego de los campos yen el cultivo de la tierra, parcos en la comida y muy ricos en secreto”.Aprovechó su estancia en Zaragoza para describir, como ya hemos vistoque hizo anteriormente en Granada, la situación y hábitos más visibles desu vida en la morería:

“Los sarracenos, más debajo del monasterio de los frailes menores, en la

parte nueva de la ciudad, tienen un espacio reservado y una ciudad donde

habitan, en bellas y limpias casas, con tiendas para vender, y una hermosa

mezquita, donde tuve ocasión de hablar detenidamente con un sacerdote de

ellos, que me respondió amablemente a cada una de mis preguntas. Me dijo

que las causas de divorcio entre ellos eran: la embriaguez, la necedad, el

adulterio y el aliento fétido en la mujer, que por ello podía ser repudiada y

devolvérsele la dote; excepto la que fuere repudiada por adulterio, que entonces

se la repudia «desnuda», conservando la dote el marido, sin que ella pueda

reclamarla. Se le sigue a la mujer por esto una grande infamia y cae en el

desprecio de las otras. La mujer siempre está sujeta a la potestad del marido, y

nunca lo puede repudiar por cualquier vicio que este tenga; siendo, en cambio,

el marido quien ha de repudiarla. Si en el repudio existe un hijo único, lo

conserva el marido; si dos, los dividen; si tres, dos son para el marido y uno

para la mujer, etc. Se casan hasta con siete mujeres, como hizo David, a quien

dicen seguir. Pero como están entre cristianos, no se les permite tener más que

una, y no la pueden repudiar, a tenor de nuestras leyes. El Corán prohíbe a los

maridos golpear a las mujeres o matarlas, aunque no las repudien.

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Page 34: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

Cantan los salmos y oraciones proféticas en sus torres y mezquitas y

oran como nosotros. Los sarracenos son hombres muy fuertes y bien

proporcionados, y soportan los trabajos más duros. Se consagran

especialmente a los trabajos y artes manuales. Son herreros, alfareros,

albañiles, carpinteros, molineros y lagareros de vino y de aceite, etc.”.

(Jerónimo MÜNZER. Viaje por España y Portugal (1494-

1495). Nota introductoria, R. Alba. Madrid: Polifemo, 2002)

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ANTOON O ANTOINE DE LALAING (Lalaing, 1480-Gante, 1540). Viaje aEspaña: enero 1502-febrero 1503. Obra: Relation du premier voyage dePhilippe le Beau en Espagne, en 1501. Publicado en la Collection des voyagesdes souveraines des Pays-Bas. M. Gachard, ed., 1876.

Este caballero borgoñón hizo dos viajes a España en 1501 y en 1506,en el séquito de Felipe el Hermoso, a quien servía como chambelán.Aprovechó su estancia en nuestro país para realizar un muy interesanterelato del viaje. Su relación con la corte española en la casa del archiduqueFelipe y, más tarde, del emperador Carlos V, su hijo, y sobre todo suproximidad a Margarita de Austria, hija del emperador Maximiliano yregente en los Países Bajos, le reportó importantes títulos y cargos degobierno: fue elevado a conde de Hoogstraeten y a gobernador ylugarteniente general de Holanda, Zelanda y Frisia, en 1522.

Lalaing, como hombre del Norte que viaja por vez primera en su vidaal cálido Sur, parece que se interesó, desde un primer momento en surecorrido por nuestro país, por curiosidades de marcado carácter orientaly por aquellas maravillas, semejantes a las descritas en Oriente por otrosviajeros, que apreció animado por la curiosidad y el deseo de novedades.En Asturias, por ejemplo, sentencia: “Los hombres y las mujeres deAsturias se pueden comparar con los egipcios, comiendo como en esospaíses. Las mujeres llevan pequeños jarros con asas y pequeños aretescolgando de sus orejas, y grandes anillos a manera de estribos. Y es laentrada de Galicia. Y hallaron, caminando por esa región, muchasmontañas de alabastro”.

Le sorprendieron notablemente las costumbres moriscas, adoptadasen la corte desde hacía tiempo por los nobles españoles, lo que habíallegado a caracterizar a la sociedad hispana al menos desde los tiempos deltan criticado, por eso mismo, Enrique IV de Castilla:

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Page 36: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

“El viernes, día de la Natividad de San Juan Bautista el rey y el

archiduque, acompañados de varios grandes señores y caballeros,

encontráronse desde muy temprano a un cuarto de legua fuera de Toledo.

El archiduque y el almirante, y los caballerizos mayores del rey y de

monseñor, iban vestidos a la morisca, muy lujosamente. Llevaban

albornoces de terciopelo carmesí y de terciopelo azul, todos bordados a la

morisca. La parte baja de sus mangas era de seda carmesí, y además de eso

grandes cimitarras, y también capas rojas, y sobre sus cabezas llevaban

turbantes. Llegados aquellos al lugar, el duque de Béjar, con cerca de

cuatrocientos jinetes, todos vestidos a la morisca, salieron de su

emboscada con banderas desplegadas, y vinieron a hacer la escaramuza a

donde estaban el rey y el archiduque, lanzando sus lanzas a la moda de

Castilla. Y dijo el rey a monseñor que de esta manera hacen los moros

escaramuzas contra los cristianos. Y de allí el rey y el archiduque, y con

ellos los grandes señores, se retiraron bajo un árbol cerca del río, donde se

había puesto un catafalco, y al pie de este una enramada. Sobre aquel

catafalco habían hecho cuatro fuentes, dos de las cuales por diversos caños

echaban vino, y las otras dos agua. Los que estaban sobre el catafalco

daban diversas frutas para almorzar a aquellos que las pedían. Eso se hace

antes del calor, según costumbre antigua, por los de Toledo, en recuerdo

de que en tal día fue la ciudad ganada y reconquistada a los moros.

Después de eso, el rey y monseñor, acompañados de mil ochocientos a dos

mil jinetes, regresaron a Toledo yendo a desmontar en el palacio del

comendador mayor. Desde allí marcharon a pie hasta los Observantes,

donde encontraron a la reina y a la princesa en la puerta de la iglesia,

esperándolos allí, en donde oyeron misa, después de la cual cada uno se

retiró a su alojamiento. Dicho día, por la noche, a la luz de las antorchas,

algunos caballeros, para complacer a las damas, corrieron unas cañas, y

volvieron a hacer lo mismo al día siguiente”.

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Page 37: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

La descripción de Granada y de sus monumentos merece unaatención especial, pues por ella sabemos el estado de la ciudad nazarí trassu inmediata conquista:

“El lunes [19 de septiembre] fueron a ver la ciudad, la cual se asienta

sobre una montaña. Por la parte hacia Santa Fe, donde el campamento del

rey de España estaba, es terreno llano y bastante fértil, donde se ven varios

bellos jardines. Al otro lado son todo montañas muy altas. La ciudad es muy

grande. Las casas son pequeñas: por lo que el rey y la reina hicieron derribar

varias de esas pequeñas calles, y las hicieron hacer muy anchas y grandes, y

obligaron a los habitantes a hacer casas grandes, a la manera de las casas de

España. Cada casa tiene su fuente que baja de las montañas, las más de las

cuales corren por delante de sus entradas. Las que vienen de las rocas son

buenas de beber: no las que proceden del deshielo de las nieves.

Separada de la ciudad por una muralla hay otra ciudad llamada el

Albaicín, donde, en tiempo de los moros, había un rey, hermano del rey de

Granada, que, muerto su hermano, guerreó contra sus sobrinos. Esa guerra

fue la principal ocasión de la victoria de los españoles contra ellos. Dejo esta

materia a las crónicas. De una calle del Albaicín, comprendidas las callejas de

alrededor, salieron treinta mil ballesteros contra los enemigos de dicho rey.

Granada es muy comercial, principalmente en sedas, porque los

mercaderes compran allí la mayor parte de las sedas que se trabajan en Italia,

para hacer las telas de seda. El sitio en donde se venden es llamado el

Zacatín. Cerca de ese sitio hay una plaza llamada la Alcaicería, donde se

venden los paños de seda trabajados a la morisca, que son muy hermosos

por la multitud de sus colores y la diversidad de sus labores, y hacen de ellos

un grandísimo comercio. Esas dos son las más frecuentes y numerosas

mercancías de Granada. Vense allí varias iglesias a la manera morisca,

bastante bellas, y las llamaban mezquitas, cuando eran mahometanas, en las

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que hay varias hileras de columnas. A uno de los lados de estas se situaban

los hombres, y las mujeres al otro, mientras su sacerdote hacía el servicio de

su Mahoma. La reina, de esas mezquitas ha hecho hacer iglesias. La primera

y principal es la de Nuestra Señora; la otra es de la Santa Cruz y es la sede

episcopal, y varias otras están dedicadas a diversos santos y santas.

El martes, 20, fueron a ver el castillo llamado la Alhambra, el cual un

caballero, natural del reino de Behage o Boesme, lugarteniente del conde de

Tendilla, capitán del castillo y gobernador del reino de Granada, se lo

enseñó. Está asentado sobre una montaña, más alto que la ciudad, y está en

un extremo de ella. Es muy grande: parece una ciudad pequeña. Dos grupos

de casas se contienen dentro, uno de los cuales es llamado el barrio de los

Leones, donde hay un patio cuadrado, losado de blanco mármol, y en

medio brota una fuente pavimentada de parecido mármol; y por la boca de

doce leones, hechos de lo mismo, sale el agua de la fuente; encima de cuyos

leones hay una gran arca de agua donde está el tubo por donde penetra el

agua en dichos leones; y es una cosa bien hecha. Allí hay también seis

naranjos que preservan a las gentes del calor del sol, bajo los cuales hace

siempre fresco. Alrededor de ese patio hay galerías enlosadas de mármol

blanco, y doscientas cincuenta columnas de lo mismo. Y las habitaciones de

alrededor de las dichas galerías están pavimentadas de lo mismo, teniendo

varias de esas losas de doce a trece pies de largo y de seis a siete pulgadas de

ancho. Cada una de esas habitaciones tiene su fuente que brota en medio de

aquélla en un depósito, y nada hay más fresco, las cuales vienen todas de la

fuente del centro del patio. En un extremo de ese patio, en una gran sala

pavimentada de mármol blanco, tenía costumbre de dormir el rey moro,

para estar más fresco, y está su lecho en un extremo de la sala y el de la reina

en el otro extremo. En el techo de esa sala están pintados del natural todos

los reyes de Granada desde hace largo tiempo. En otro cuerpo del edificio

hay un jardinillo bellísimo, pavimentado de mármol blanco, el mejor

trabajado que se pueda ver. En medio hay una hermosa alberca para poner

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peces dentro. Hay también varias habitaciones de la especie de las otras,

cuyos artesonados están tallados y dorados excesivamente. En las estufas y

baños allí situados, pavimentados también de mármol blanco, hacía venir el

rey moro a multitud de mujeres para su solaz y deleite; el cual, para hacer

esas exquisitas obras, hacía traer el mármol de África, de muy lejos al otro

lado del mar. Visto todo ello, es uno de los lugares mejor trabajados que

haya en la Tierra, y, según creo no hay rey cristiano, cualquiera que sea, que

esté tan bien alojado a su gusto. [...]

Un poco más alto que el dicho castillo, la dicha montaña sostiene un

jardín llamado Generalife, que es bello entre los bellos, y de los trabajados

excesivamente bien, lleno de toda clase de frutos extraños, en el que hay

hechos muchos setos, donde brotan varias fuentes; al extremo del cual se ve

un edificio muy hermoso y bien trabajado, que tiene sus techos bien

trabajados y dorados a la manera morisca”.

Como sucediera a anteriores visitantes de la ciudad, y aún después deél a otros varios, el traje de los moriscos, especialmente el de las mujeres,le llamó la atención y despertó su curiosidad, y a tal punto le produjoextrañeza que, adelantándose a las visiones fantasmales de los románticos,las identificó con sombras del más allá, en este caso de un pasadorecientemente extinto:

“Encuentro los trajes de las mujeres de Granada muy raros, porque no

llevan más que blancos lienzos que les arrastran hasta el suelo, y les cubren, al ir

por las calles, la mitad de su rostro, y ellas no ven más que con un ojo; y llevan

grandes calzas que les cubren las piernas a la manera de un collar, y tienen otras

calzas de telas, como un maronita, que sujetan por delante con una agujeta.

Y no llevan otra cosa por lo que se refiere a vestido. Y parecen espíritus,

cuando se las encuentra por la noche. Los españoles las llaman tornadizas,

porque han sido moras”.

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Page 40: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

La toma de Granada había quedado constituida en hito histórico enla memoria del reinado de Isabel y Fernando, y de la historia española. Enel supuesto encabezamiento que ostentaban los reyes granadinos,podemos advertir concomitancias con la descrita costumbre en Toledo decelebrar las victorias sobre los musulmanes, por parte de los cristianos,mediante el consumo, en cantidad, de vino, agua y frutas:

“De las conquistas que han hecho juntos [los Reyes Católicos], casados, la

principal y muy digna de memoria es la conquista del reino de Granada, que es

país grande y lleno de grandes y poderosas ciudades y de fuertes castillos, en

especial la ciudad y castillo de Granada, donde este rey y reina estuvieron siete

años en el sitio; y no aceptó jamás la reina marcharse de allí hasta tanto fuese

arrebatado todo ello del poder de los moros descreídos que durante tan largo

tiempo lo habían poseído, que no hay memoria de lo contrario. Y dicen que los

reyes de Granada eran tan orgullosos y jactanciosos que escribían su título de este

modo: Juan o Fierabrás, por la gracia de Dios grande, rey de Granada, bebiendo los

vinos y las aguas y comiendo los frutos de la tierra a despecho de la Cristiandad.

Durante cuyo sitio ella misma hizo edificar, a dos leguas de Granada, la ciudad

llamada Santa Cruz [sic por Santa Fe], donde ella dio a luz uno o dos hijos”.

Como otros viajeros de la época, en Aragón constató también la huellamora y presencia morisca, y las leyendas generadas por la tradición en tornoa la presencia musulmana en la Península, tan del gusto caballeresco:

“El martes [24 de octubre] caminaron cuatro leguas y se alojaron en la

Aljafería, castillo en otro tiempo edificado por el rey Aljafe, a un tiro de arco

de Zaragoza. El rey de Aragón, acompañado de varios nobles, y cerca de

quinientos caballos, salió un cuarto de hora al encuentro del archiduque y

de la princesa, y cabalgaron juntos hasta el castillo de la ciudad, donde

monseñor y su esposa se hospedaron, y el rey se fue a alojar en su

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Page 41: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

alojamiento de la ciudad. En este castillo antiguo, que es obra sarracena,

adornado por dentro con hermosas habitaciones y galerías, fueron por

Gabelon vendidos los Doce pares de Francia al rey Marsilio”.

Llegado a La Muela, fue consciente de la gran presencia morisca enAragón, pues allí no había “más que cinco casas de cristianos: todos losdemás son moros. Y fue monseñor alojado en la casa de su sacerdote,llamado de nombre Mahón de Foros; el nombre que tiene por su oficio esalfaquí, y su hijo también es sacerdote. Estos enseñaron al archiduquealgunos libros, entre los cuales el Corán es el fundamento de su ley. En elmuy hermoso castillo de ese lugar, perteneciente a un caballero aragonés,hay una de las más hermosas y abundantes fuentes de manantial que seaposible ver”. También en Zaragoza se detuvo a describir su famosa morería:

“Zaragoza tiene un tamaño aproximado al de Arras y es muy comercial,

adonde acuden mercaderes de varias naciones; está situada en país muy fértil

en tierras de labor, viñedos y praderíos. Es la cabeza y la mejor ciudad de

Aragón. Los moros tienen en ella un barrio y un sitio para hacer su

abominable sacrificio a su Mahoma, cuyo lugar llaman mezquita, donde

diariamente los solíamos ver. Empiezan a acudir a su mezquita cerca de las

doce de la mañana; y antes que entren, se descalzan y en una fuente que allí

brota se lavan desde los pies hasta la cabeza, y dicen que con ese lavado se

limpian de sus pecados, como nosotros por la confesión; luego se vuelven a

vestir y entran en su mezquita, la mayor parte alfombrada; y llegados hasta

las alfombras, se quitan sus calzados, porque les está prohibido el andar con

ellos por encima, salvo con los pies desnudos. Los hombres están a un lado

y las mujeres al otro, y no se ven entre sí; y su alfaquí, revestido con una capa

de paño blanco y un sombrerón de lo mismo, como un fraile, teniendo un

báculo, lee una hora larga. Todos los hombres, al fin de su lectura, gritan y

se lamentan, luego dicen no sé qué devoción en su ley escrita, como nosotros

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tenemos las Horas; y dura esto cerca de dos buenas horas. Al hacer esto se

levantan varias veces, y besan el suelo cada vez que se levantan por tres veces;

luego se vuelven a sentar, y sentados besan también el suelo varias veces.

Hechas estas ceremonias, el alfaquí pronuncia un sermón de una media hora;

luego mete su cabeza en un agujero donde hace alguna oración a su dios

Mahoma; y todos los hombres hacen otro tanto después de él. Realizado eso,

vuelven a recoger sus zapatos de sobre las tabletas sujetas a las paredes

alrededor de su mezquita; luego se vuelven a sus casas. Y hacen eso

únicamente una vez a la semana; es el viernes, cuyo día celebran como

nosotros el domingo, y no entran en su mezquita sino ese día. Su sacerdote

puede tener mujeres e hijos, como cualquiera de ellos.

El país de Aragón en ciudades y pueblos está completamente lleno, y

no quieren rey ni señor en ellas, por los grandes tributos que tienen: porque

cada cabeza, sea hombre, mujer y niño, pagan por año una moneda de oro

llamada dobla equivalente a un escudo de oro. Están libres de eso cuando se

hacen cristianos: lo que apenas hacen, porque no comen carne de cerdo ni

beben vino por el mandamiento de Mahoma, su profeta y patriarca, no

porque se embriagase y hubiese sido estrangulado por un cerdo, como varios

le atribuyen, porque murió como los demás. Esto dice el Suplemento de las

crónicas. En cuanto a que no usan el vino ni el cerdo, nosotros, alojados en

sus casas repartidas por el país, hemos tenido de ello una viva experiencia:

porque hacían lavar los platos donde se había comido el tocino y los

pucheros donde se había cocido, y los pucheros y los vasos donde se había

tenido el vino, y los sitios de sus casas donde nosotros habíamos pisado”.

(“Antonio de Lalaing, señor de Montigny. Primer viaje de

Felipe el Hermoso a España, en 1501”. Viajes de extranjeros

por España y Portugal. J. García Mercadal, comp., trad.,

prólogo y notas. Salamanca: Junta de Castilla y León,

Consejería de Educación y Cultura, 1999, v. 1, 399-517)

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ANDREA NAVAGERO (Venecia, 1483-Blois, 1529). Viaje a España: 1524-1526. Obra: Viaggio fatto in Spagna et in Francia, 1563.

En la isla de Murano, donde hoy todo turista busca sus renombradosvidrios artísticos, tuvo Andrea Navagero una huerta que ocupaba granparte de sus desvelos y que dejó, a su marcha a España, al cuidado delgeógrafo Giovanni Battista Ramusio. En ella se recreaba con otrosconocidos humanistas de la talla de Pietro Bembo o Pietro Aretino. Portanto, está claro que la vegetación y su cultivo, así como el paisaje, van allamarle poderosamente la atención en su viaje por nuestro país. Su pasopor España tuvo importantes consecuencias culturales, pues contactó en1516 con Juan Boscán en Granada y le animó a escribir nuevos versoscastellanos en metros y estrofas a la italiana.

El humanista y poeta italiano llegó a nuestro país como embajadorde la Signoria de Venecia ante el Emperador Carlos V. Pronto, enZaragoza, ofreció una primera noticia, aunque muy breve, de lasingularidad peninsular en Europa, la larga presencia de la civilizaciónhispanomusulmana, describiendo sumariamente la Aljafería: “Fuera de laciudad hay un palacio que es como un castillo, hecho por los reyes moros,donde habita el Virrey”. En Toledo conoció y refirió algunas de lastradiciones y leyendas que aún hoy abundan sobre su pasado andalusí, tanfecundo en ellas, como es el caso del Palacio de Galiana, que más tardegenerararán numerosos cuentos de raíz romántica: “En esta llanura [laHuerta del Rey] hay un antiguo palacio arruinado que llaman de Galiana,que fue hija de un rey moro, de la que se cuentan muchas cosas, no sé siverdaderas o fabulosas, que se suponen acaecidas en tiempo de lospaladines de Francia; más sea de esto lo que fuere, las ruinas muestran queel palacio era hermoso y están en un lugar muy apacible”.

De Sevilla nos ha dejado una curiosa descripción de la Huerta delRey o Buhayra que, todavía entonces, parece que mantenía el aspecto del

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antiguo palacio almohade, así como de los Caños de Carmona, acueductoque pertenece también, en su última remodelación, a esa etapa histórica:

“A la parte del río en que está Sevilla y fuera de ella hay muchos

monasterios, además de San Jerónimo, todos buenos y bellos, y asimismo

hay muchos jardines, y uno entre ellos que se llama la Huerta del Rey, y es

del Marqués de Tarifa, que tiene un hermoso palacio con un gran estanque,

y tantos naranjos, que de su fruto saca grandísima renta; en este jardín y en

otros de Sevilla he visto naranjos tan altos como nuestros nogales. A esta

parte del río, por el camino de Carmona, por el cual viene el agua a esta

ciudad, los arcos del acueducto van cerca de una milla más allá de Sevilla, y

lo restante viene el agua por canales, parte subterráneos y parte descubiertos;

al fin de los arcos se ven cimientos arruinados de antigua fábrica, que

indican que los antiguos trajeron a la ciudad estas aguas”.

De camino a Granada pasa por Antequera y en su territorio conocióuna versión de la leyenda de la Peña de los Enamorados, tan famosa enaquella zona, que va a inspirar a futuros viajeros y escritores siglos adelante.El relato adquiere en Navagero tintes de tragedia que acercan a los amantesmalagueños a la altura de los personajes dramáticos de Shakespeare:

“En mitad del camino de Antequera a Archidona hay un monte muy

áspero que se llama la Peña de los Enamorados, por lo ocurrido a dos

amantes, que el uno era un cristiano de Antequera y la otra una mora de

Archidona, que habiendo estado escondidos muchos días en aquel monte,

hallados al fin y no pudiendo escapar, antes de verse separados y vivir el uno

sin el otro, determinaron morir juntos, y subiéndose al más alto peñasco del

monte, después de muchas lágrimas y lamentos por su adversa suerte,

viendo ya cerca los que los perseguían, abrazados estrechamente y juntos sus

rostros se arrojaron de la cumbre y dejaron su nombre a aquella montaña”.

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Su relato es minucioso y de todo rigor y, aunque comedido en susapreciaciones no escatima los calificativos para ensalzar lo que ve. Mezclanoticias del pasado lejano con la reciente historia, ya conocida a través deinformadores, ya observada por él mismo de primera mano, de lo queresulta un panorama muy actualizado de la España del momento.Granada, dice: “está en la Baetica, que ahora se dice Andalucía, y suterritorio llega hasta el Estrecho”; su Vega era cuidada todavía por losmoriscos que la habitaban:

“Fuera de la puerta de Elvira hay un magnífico hospital hecho de piedra

tallada y muy adornado, que será sin duda un gran edificio, pero que todavía

no está concluido; lo mandó hacer la reina Isabel y se lleva adelante. Fuera

de esta misma puerta, a mano derecha y un poco más lejos, se está asimismo

haciendo un monasterio de Cartujos, y será muy hermoso; estaban antes

estos monjes en la cima de un montecillo que hay más a la derecha; ahora se

han bajado al llano; me parece que la Cartuja vieja es uno de los sitios más

bellos y alegres que pudieran encontrarse; tiene hermosas vistas y es lugar

retirado del concurso de la gente, pero muy apacible, verde, lleno de fuentes

y de arrayanes. Toda aquella parte que está más allá de Granada es bellísima,

llena de alquerías y jardines con sus fuentes y huertos y bosques, y en algunas

las fuentes son grandes y hermosas; y aunque estos sobrepujan en hermosura

a los demás, no se diferencian mucho los otros alrededores de Granada; así

los collados como el valle que llaman la Vega, todo es bello, todo apacible a

maravilla y tan abundante de agua que no puede serlo más, y lleno de árboles

frutales, ciruelas de todas clases, melocotones, higos... albérchigos,

albaricoques, guindos y otros, que apenas dejan ver el cielo con sus frondosas

ramas. Todos los frutos son riquísimos, pero las que llaman guindas garrafales

son lo mejor que hay en el mundo. Además de los árboles dichos, hay tantos

granados y tan hermosos que no pueden serlo más, y uvas singulares de

muchas clases, especialmente zibibies sin grano, y no faltan olivares tan

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espesos que parecen bosques de encinas. Por todas partes se ven en los

alrededores de Granada, así en las colinas como en el llano, tantas casas de

moriscos, aunque muchas están ocultas entre los árboles de los jardines, que

juntas formarían otra ciudad tan grande como Granada; verdad es que son

pequeñas, pero todas tienen agua y rosas, mosquetas y arrayanes, y son muy

apacibles, mostrando que la tierra era más bella que ahora cuando estaba en

poder de los moros; al presente se ven muchas casas arruinadas y jardines

abandonados, porque los moriscos más bien disminuyen que aumentan, y

ellos son los que tienen las tierras labradas y llenas de tanta variedad de

árboles; los españoles, lo mismo aquí que en el resto de España, no son muy

industriosos y ni cultivan ni siembran de buena voluntad la tierra, sino que

van de mejor gana a la guerra o a las Indias para hacer fortuna por este

camino más que por cualquier otro”.

Como vemos, su paso por Granada le permitió ser testigoinmejorable de la situación y circunstancias de los moriscos granadinos.Su descripción nos trae en tono de reportaje periodístico, preciso yriguroso sin eludir el tono crítico, una relación actualizada y viva de laúltima presencia de un colectivo hispanomusulmán en la Península:

“Aunque no hay en Granada tanta gente como cuando era de los

moros, es todavía muy populosa, y no hay en España quizás tierra más

frecuentada. Los moriscos hablan su antigua y nativa lengua, y son muy

pocos los que quieren aprender el castellano; son cristianos medio por fuerza

y están poco instruidos en las cosas de la fe, pues se pone en esto tan poca

diligencia, porque es más provechoso a los clérigos que estén así y no de otra

manera; por esto, en secreto, o son tan moros como antes, o no tienen

ninguna fe; son además muy enemigos de los españoles, de los cuales no son

en verdad muy bien tratados. Todas las mujeres visten a la morisca, que es

un traje muy fantástico: llevan la camisa que apenas les cubre el ombligo, y

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sus zaragüelles, que son unas bragas atacadas, de tela pintada, en las que basta

que entre un poco la camisa; las calzas que se ponen encima de las bragas,

sean de tela o de paño, son tan plegadas y hechas de tal suerte que las piernas

parecen extraordinariamente gruesas; en los pies no usan pantuflas, sino

escarpines pequeños y ajustados; pónense sobre la camisa un jubón pequeño

con las mangas ajustadas, que parece una casaca morisca, los más de dos

colores; y se cubren con un paño blanco que llega hasta los pies, en el que se

envuelven de modo que, si no quieren, no se las conoce; llevan el cuello de

la camisa generalmente labrado, y las más nobles bordado de oro, como

asimismo a veces el manto blanco, que suele tener una cenefa bordada de

oro, y en los demás vestidos no hay menos diferencia entre las ricas y las

comunes, pero la forma del traje es igual en todas. También tienen todas los

cabellos negros y se los pintan con una tintura que no tiene muy buen olor.

Todas se quiebran los pechos y por esto les crecen mucho y les cuelgan, y esto

lo reputan y tienen por bello; se tiñen las uñas con alcohol, que es de color

rojo; llevan en la cabeza un tocado redondo (el turbante), que cuando se

ponen el manto encima toma este su forma; así los hombres como las

mujeres acostumbran bañarse, pero las mujeres especialmente”.

Vemos que en todo su relato pone en contraste lo moro y lo españoly se advierte un tono ácido a la hora de comparar el antiguo esplendornazarita con la realidad presente de Granada, de tal modo que describe,por ejemplo, los jardines cuajados de mirtos que existieron en tiempos delos reyes moros, hoy arruinados: “de las ruinas de tantos sitios amenos seinfiere que los reyes moros no carecían de nada que pudiera contribuir alos placeres y a la vida alegre”. Incluso, la situación que aprecia le sugiereun incierto futuro para el antiguo reino musulmán:

“En tiempo de los moros dicen que el rey de Granada podía reunir más

de cincuenta mil caballos; ahora faltan casi del todo por haberse ido los

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caballeros y gente noble, quedando sólo el pueblo y la gente vil, fuera de

algunos pocos. Cuando el Rey Católico conquistó este reino prometió a los

moriscos que no entraría en él la Inquisición, y el día antes de mi salida

entraron en ella los inquisidores; esto podrá arruinar fácilmente la ciudad,

si proceden severamente contra los moriscos; y además, porque a causa del

privilegio de no tener Inquisición durante cuarenta años, han ido a morar

de todas partes a Granada mucha gente sospechosa para vivir seguros, y esto

perjudicará mucho a la belleza y aumento de la ciudad, porque los tales han

labrado hermosas casas y son mercaderes muy ricos, y si no vienen más y se

destruyen los que ahora hay, todo irá rápidamente empeorando”.

(Andrea NAVAGERO. Viaje por España (1524-1526).

Trad. y anotado por A. M.ª Fabie. Madrid: Turner, 1983)

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JACOB CUELVIS O DIEGO CUELBIS (Leipzig?, ca. 1574 -¿?). Viaje a España:mayo 1599-1600. Obra: Thesoro chorographico de las Espannas, editadosólo parcialmente en 1942 y 2000. Hay un manuscrito de principios delXVII en el British Library, Harley 3.822; y otro en la Biblioteca Nacionalde Madrid, manuscrito de Pascual de Gayangos: ms. 18.472.

Este visitante de la España del Barroco, persona culta que dominabael latín y varias lenguas vernáculas, escribió su Thesoro en español, lenguaentonces de moda dada la preponderancia mundial del Imperio hispano.Esta obra está escrita en forma de itinerario o diario de viaje y recoge lasanécdotas que vivió, los acontecimientos que presenció y los paisajes ymonumentos que observó a lo largo de su ruta. En Córdoba, por ejemplo,prestó una especial atención a la mezquita, que describe en estos términos:

“Es uno de los notables edificios que los árabes o moros hizieron en

España, tanto que después de La Meca, ésta era la principal mesquita que

avía en toda la morisma. En el año DCCCXCII, reynando en esta ciudad

de Córdova Abderramán, rey de Córdova mora, dize el Suplemento de las

crónicas que este rey començó a edificar muy sumptuosamente la mezquita

de Córdova y quiso que la grandeça deste edificio hiziese ventaja a todas las

mezquitas de Arabia. Después, su hijo Hicen, rey, el qual hizo guerra a

Narbona, obligó a los narbonenses que en carros y cavallos truxesen (los

materiales) de la tierra donde (los hubiese) hasta Córdova, para acabar la

obra de su mesquita. Los materiales son traídos de más de ciento cinquenta

leguas, 150. Tiene XXIV naves y cada nave más de XXX arcos sobre sus

pilares, que son mármoles gruesos y muchos dellos muy ricos y hermosos,

entre los quales ay también algunos pilares anchos de ladrillo y pasan todas

costas pilares de quinientos (sic).

La techumbre no es alta conforme a la grandeça del templo; pero fue

toda muy bien obrada de cedro y de otras preciosas maderas con muchas

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pinturas. Tiene encima muy grandes canales anchas de plomo por donde

corre el agua que llueve”.

Destaca entre los sabios y grandes personajes cordobeses de laAntigüedad a Séneca, y a otros del período árabe y del inmediato siglo XV;resulta muy curiosa la forma en que va imbricando uno y otro período:

“Fue también de esta ciudad Auicenna, gran médico; rabí Moyses,

médico del Soldan Rasis, Almanzor y Averroes, que fue commentador de

artes y (el) famoso poeta Juan Mena.

En el tiempo de los moros fue en Córdova la más principal universidad

de Medicina de todas las Españas. En esta ciudad estuvo una de las quatro

audiencias o chancillerías, conuentus jurídicos, que los rom(anos) tenían en

España, donde se determinavan los pleytos”.

El Campo de Gibraltar fue descrito por Cuelbis en términos hartocuriosos, pues mezcla en la descripción las dos Columnas de Hércules, lade Hispania Bética y la de Hispania Tingitana, acercando ambas orillas:“Tiene este estrecho algunos pueblos fuertes como Gibraltar, Algeria yTarifa, y de parte de Barbario o África: Venta Alcáçar y Tánger o Tanjar.Los quales aunque están asentados en la tierra africana todavía se suelenquentar por los de España”. Reflexiona además sobre algunos topónimosque inevitablemente relaciona con la lengua árabe, como sucede con elpropio Gibraltar: “Después viniendo los moros a España, la llamaronMonte Calpe, Gibraltar o Gibelarich, Gibel quería decir en la lenguaarábiga, mons, y arich; Mons Tarich, llamado, de donde se llamó así laciudad y después la mar misma”; y acerca de Tarifa: “llamóse tambiénTartesia y después que el capitán de los árabes pasó la segunda vez enEspaña, los moros llamaron Tarifa por memoria de su capitán”. Tras estasobservaciones, llegado a Málaga describe: “Es un principal puerto desta

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mar Mediterránea. Está asentada en la costa de la mar, en lugar muy llano,de manera (que) quando la mar crece, llega a los muros della. Tiene fuertesmurallas y torres, con una fortaleza de la mar mui buena en lo alto de lamontaña, que llaman Alcazava”; y sigue recordando memorias arábigasque, otros viajeros y en épocas posteriores, vivirán en tierras de Toledo anteotras ruinas: “Don Rodrigo, el qual començó a regnar en el año DCCX,de la sangre real de los godos vio la virginidad y honestidad de una hija delConde Julián, Señor de Cantabria, llamada la Cava. Éste señor era capitány teniente del Rey en estas provincias y en Málaga, y no sabiendo de otramanera tomar vengança del Rey don Rodrigo, llamó a los moros de África,los quales les entraron en España con un capitán –Muza, llamado– ymuchos mil combatientes, en el año 717, y por esto nombraron en Málagauna puerta la Cava, que sale a la marina y está ésta siempre cercada, porquedizen aver salido por ella la Cava, quando fue de España”.

Ya en Granada, Cuelbis se encontró con una imagen viva del moroque viajeros posteriores volverán a tropezarse: “Quando yo estuve enGranada uvo en ella un embaxador moro solo, de Berbería, que yuavestido a la moresqua”. Porque aquí las memorias de los antiguos dueñosde la tierra aún estaban más presentes que en otras partes de España:

“La fuerça de Granada. Esta fortaleza de mil y treinta torres, 1.030, y

doze puertas, XII. Salían desta ciudad en tiempo que la poseían los reyes

moros, cinquenta mil combatientes de guerra, 50.000.

Cuentan los naturales que quando ganaron a Granada los Reyes

Cathólicos D. Fernando y Ysabel, que el rey Chiquo moro y señor de

Granada, pidió la merced de tres cosas de su magestad. Primera era la vida,

la qual las perdonasen. La segunda, libero y franco partimiento que le dexase

pasar libremente su camino en África, con su gente. Tercera, que mandasen

cerrar esta puerta para siempre a jamás, en su memoria, después de que

hubiese salido; la qual merced el rey Chico ha obtenido”.

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Pero más sorprende, si cabe, lo que revela de otra puerta, dato de granefecto barroco propio de la trama del gran teatro del Siglo de Oro: “LaPuerta del Rastro. Encima desta puerta, dentro, ay dos calaveras o cabeçaspuestas en las varandas de madera que dizen algunos que son del reyChico, moros y sus caballeros, los quales mandaron matar los ReyesCathólicos. Los otros dizen que no utrum sint de los moros caballerostraydores matados en la guerra de Granada, que fue el año MD.LXXIIX,quando (se) rebelaron los moriscos del reyno de Granada, eligiendo uncapitán, don Fernando de Válor”.

La realidad del morisco había cambiado desde los años en que otrosviajeros, como hemos visto, conocieron aún sus tiempos de relativabonanza y así, saliendo de Granada, en Yemas, describió: “pueblopequeño y de muy pobre gente morisca”. La expulsión estaba próxima. LaAlpujarra seguía siendo, no obstante, un lugar deleitoso, y Guadix fuedescrito por el alemán con gran colorido:

“Está cercado de un muro, contramuro, con muy hermosas torres. Es uno

de los pueblos de España que más goza de alamedas, frutales y riberas frescas,

por la qual los moros llamaron en arábigo Guadix, como río de vida, por su

fertilidad. Los melones son (los) mejores aquí de toda España, y (los) más

grandes, por lo que se provee cada año dellos el Rey. Es abundante de viñas,

claretes lindísimos, de muy buena carne de carnero, y puerco muy barato. Tiene

grandes vegas de riego. Es tierra muy abundante de las herbas medicinales.

Verdad es que falta a esta ciudad naranjas y toda suerte de agrio. Tampoco se

cría azeite. De caça, Guadix es uno de los pueblos más regalados de toda España:

de conejos, liebres y perdices. Tiene en su término quatro ríos de truchas y peces

abundantes y también salinas, que son las mejores de España”.

Merece la pena su descripción de Granada y sus monumentosemblemáticos, que le causaron gran admiración. Descubrió en ellos un

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excelente motivo para la recreación histórica y legendaria y recogió, entreotras, la tradición de los rastros sangrientos de la muerte de losAbencerrajes, que en el futuro va a alimentar las imaginaciones románticas:

“Está abraçada con dos collados altos, a los quales devide un río cuyo

nombre es Darro, el que tiene este nombre porque se cría oro en el caserío

de Aro. Éste nace quatro leguas de la ciudad, sobre la cumbre de un monte.

En uno de los collados está el alcázar y fortaleza de la ciudad, que llaman

Alhambra. El otro collado se llama el Alcaçaua, que es gran población de

casas; tiene aquel nombre por ser sitio fuerte. Ay otro collado que se llaman

Albaiçín, que en el altura es casi ygual y semejante al Alhambra, y es lugar

muy grande.

Ay también abaxo, en lo llano, muy gran población, en que ay muchos

edificios sumptuosísimos. Quatro leguas de la ciudad ay unos montes muy

altos que todo el año tienen nieve y parecen ser muy cerca de la ciudad, por

lo qual los llaman la Sierra Nevada. Son de mucha alegría y recreación de

verano, mayormente, por el estío y gastarse mucho de aquella nieve para

enfriar el agua y vino, donde dizen los vecinos que en Granada ay tres cosas

que duran todo el año y para siempre: la nieve de la Sierra Nevada; lodo, en

la calle Elvira; siempre (...) en la cara. [...]

Alhambra de Granada. Es el alcázar y fortaleza de la ciudad, que se

llamó en arábigo Alhambra, casa vermeja en árabe, porque la tierra de sus

edificios se ve claro ser vermeja. Está en lo más alto de los collados de

Granada, a la mano ysquierda del camino de Cádiz. Aquélla es tan noble

que a su grandeça se puede llamar una excelente ciudad, porque caben

dentro de sus muros más de cuarenta mil hombres [...].

En lo más alto está la casa real donde hazían su habitación los Reyes

moros de Granada. Puede bien caber en ella 40.000 hombres. Los muros de

su cercada son altos y muy fuertes con muchas torres tan grandes y hermosas

que es cosa admirable de ver.

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Casa real. En esta casa ay dos apartamientos. Uno se llama el Quartel

de los Leones, y el otro el Quartel de Comeres.

Quartal de Leones. En el Quartal de los Leones ay una fuente de agua

muy hermosa, cuya pila es muy grande, asentada sobre XII leones grandes

y gruesos, puestos en piedra; y echan agua por las bocas.

En cada uno de estos quarteles ay aposentos para dos reyes, de salas

quadradas y patios muy excelentes, solados de losas blancas muy grandes en

cañas de agua que nace del suelo y la echan muy alta, haziendo una vista

muy hermosa y apacible.

Tienen las pieças sus techumbres de mil maneras y obras muy

diferentes labradas y doradas todas con mucha escritura y letras arabejas,

que es cosa muy expantosa. En uno de estos aposentos, a la mano derecha,

se muestra la cama del Rey Chiquo, así llamado muy grande.

A la mano ysquierda, en otro aposento real, la tierra es toda acostada

de mármol blanco. Aquí se muestran aún las señales de la sangre de algunos

traidores, cavalleros moros, los quales mandó matar el Rey Chiquo moro.

Fuera deste portal, a la mano ysquierda está la Mesquita Real de los

moros, agora se llama Yglesia de San Francisco; donde se abre la puerta ay

pintadas mil cosas: una caça en que lo moros son a cavallo. Ytem, donçellas

morescas pintadas en sus vestidos y ropas.

Quartal de las Frutas. Esta casa está cerca de la casa real. Es vermeja;

dentro se ven muchas pinturas de los moros artificiosísimas y principal los

retratos de las frutas, de todo género, que es cosa rara y maravillosa.

Almazén de los Moros. Poco más adelante está el alaraçena de los

moros, donde se ven muchas armas antiguas: coraças, espadas, saetas y

flechas; con infinitas arbalestras y carros grandes, y otros instrumentos, los

quales han usado los moros en la guerra.

Este quartal es (el) más fuerte de todos, con muros altísimos; no dexan

entrar a ningún hombre. Yo soy desta opinión: que los soldados están allí

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teniendo sus aposentos con el capitán. Cerca de (la) alcaydea se puede mirar

bien el sitio y asiento de casi toda la ciudad (de) Granada, (es) notable. [...]

La huerta que tiene el Alhambra de Granada es muy alta y ancha,

donde se ven aún algunos pedaços de los pilares y edificios o rastros; y dizen

que en tiempo de los moros uvo aquí una fuente de piedra que yva hasta la

Xeneralife. En esta huerta ay agora muchos ciervos y çorlitos.

Desta parte de la Alhambra es la más alegre y graciosa vista, de muchos

bosques y frescuras infinitas, llenas de frutales de todo género: limones,

granadas, naranjas, etc.

Xeneralife. Enfrente de (la) Alhambra se ve la Xeneralife, que es una

casa de placer, a dezir, con una huerta lindísima de los reyes moros; de

muchísimas frescuras y arboledas infinitas, que da mucho contento el mirar

y contemplar un lugar tan deleitoso. En esta Xeneralife escondióse en la

guerra de Granada el Rey Chiquo moro, y fue preso por los soldados.

Alixares. Aquí se ve también, mil pasos fuera de la ciudad, otra casa que

se llama Alexares, edificio en otro tiempo sumptuoso, donde los reyes moros

solían estar en el verano para su pasatiempo o recreación. Agora se ve

derribado de la mayor parte.

En el otro collado casi ygual del Alhambra, llamado Albaquí [sic por

Albaicín], se ve un lugar más alto, en la cumbre, un lugar cerrado con un

muro fuerte, donde se juntaron los moros de Jaén y Úbeda huidos en el

tiempo quando don Fernando y Ysabel, los Reyes Cathólicos [i. e. Fernando

III], ganaron a los moros y recuperaron estas villas. Son caserías derribadas

y agora desoladas: Domun cultae dirutae”.

(Diego CUELBIS. Andalucía en 1599 vista por Diego

Cuelbis. Preparación del manuscrito, estudio preliminar y

notas por S. Raya Retamero. Málaga: Caligrama, 2002)

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RICHARD TWISS (Rotterdam, 1747-London, 1821). Viaje a España: 25febrero-7 septiembre 1773. Obra: Travels through Portugal and Spain in1772 and 1773, 1775.

Hijo de un comerciante inglés afincado en Holanda, el joven Twissviajó por varios países de Europa por el doble motivo de formarse ydistraerse. Aficionado a la arquitectura y la arqueología, la literatura y lahistoria, y a las ciencias naturales, especialmente a la botánica, miembrode la Royal Society de Londres, sus aficiones se vieron reflejadas en el relatode sus viajes. De espíritu enciclopédico y a la vez diletante, propios de laépoca, dedicó en España su tiempo a la distracción y a satisfacer sucuriosidad y deseo de novedades. Su libro fue pronto editado en inglés,francés y alemán, alcanzó fama y fue bien recibido por la crítica –mereciólos mejores elogios del reputado Samuel Jonhson– pero también fuedesplazado en poco tiempo por la llegada de nuevos gustos literarios, queapuntaban hacia el romanticismo, lejos del estilo sobrio y contenido, sindemasiados alardes estilísticos, de Twiss.

Su contacto con el mundo andalusí tuvo un primer atisbo enSegovia, donde pudo además constatar que el secular enfrentamientoentre el mundo hispano y el islámico aún tenía secuelas: “Acontinuación fui al Alcázar, o palacio real, situado sobre una peña. Unprofundo foso lo separa de la ciudad, con la que se comunica a través deun fuerte puente de piedra. Lo construyeron los árabes en el siglo VIII.Después lo habitaron los reyes de Castilla y ahora se usa como prisióndel Estado. Cuando estuve allí, habían sido confinados en este lugartrece capitanes corsarios turcos. Parte del palacio se ha convertido enescuela militar en la que se educan ochenta cadetes, que también sealojan allí. Este es el castillo de Segovia mencionado en Gil Blas, unaobra original francesa de Mr. Le Sage, y no una traducción del español,tal y como se piensa”.

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El paisaje español, en especial el andaluz, como va a ser habitual enotros viajeros septentrionales, le impresionó sobremanera, y para sudescripción recurrió a ambientes orientales sugeridos por sucontemplación: “16 de mayo. Continuamos viaje y llegamos a la ciudadde Guadix tras viajar siete leguas por montañas áridas, en las cuales sólocrecen unas pocas encinas. Entre Baza y Guadix sólo hay dos casas una delas cuales es la venta en la que comimos y que podría llamarse La Guaridade la Meditación, ya que me cuesta imaginar que se encuentre un lugarmás apartado, incluso en los desiertos de Arabia. El paisaje que la rodeaes muy hermoso, a base de olmos y moreras. A la izquierda, a dos leguasde distancia, divisamos Sierra Nevada, tras la cual se encuentran lasmontañas de las Alpujarras. Estas se extienden diecisiete leguas a lo largoy once a lo ancho. Sus cumbres están coronadas con nieve probablementecoetánea a las montañas y son tan altas que desde la cima de algunas queresultan accesibles se puede divisar el estrecho de Gibraltar, la costa deBerbería y las ciudades de Tánger y Ceuta”.

Comprobamos que España vuelve a ser destacada como espacioliminar de África, impresión que agudiza la presencia islámica en laPenínsula durante siglos, sobre todo en ciudades como Granada oCórdoba, donde ha quedado huella palpable de ello. La descripción dela primera de esas ciudades es escueta pero precisa, aunque con rasgosexagerados y casi legendarios, como el cómputo de sus antiguas torresfortificadas: “Granada está dividida en cuatro sectores: Granada, laAlhambra, el Albaicín y Antequeruela. Tiene doce puertas, quesiempre están abiertas; antiguamente la rodeaba una muralla en la quese habían construido mil treinta torreones, ninguno de los cuales existeactualmente. Granada es sede de un arzobispado, una universidad yuna cancillería real; tiene veinticuatro iglesias parroquiales,veintinueve conventos (cada uno también con una iglesia), oncehospitales y cuatro colegios”.

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Los detalles que nos ofrece de la Alhambra demuestran la extrañezaque le provocó en conjunto, sobre todo sus materiales constructivos y suselementos decorativos, hasta el punto de no poder evitar mostrarse comouno de los pioneros en iniciar la costumbre vandálica del turista contra unmonumento y arrancar una pieza de mosaico para llevársela como souvenir,aunque en este caso el acto tiene además la razón de tomar una muestrarara, al igual que se tomaban muestras de la naturaleza desconocida yexótica. Veremos también que para la descripción del Generalife no hizooídos sordos a las viejas leyendas granadinas y que el paisaje de la ciudadadquiere ya entonces sus notas de encanto y fama casi universales:

“El palacio real de la Alhambra es uno de los edificios más completos

y espléndidos que los árabes levantaron en España. Fue construido en 1280

por el segundo rey moro de Granada y en 1492, en el reinado de su

decimoctavo rey, fue tomado por los españoles al mando de Fernando,

como se mencionó anteriormente. [...]

La Alhambra es un conjunto de muchas casas y torres, amurallado por

completo y construido con grandes piedras de diferentes tamaños; sobre la

puerta principal hay una clave en bajorrelieve. Casi todas las habitaciones

tienen las paredes y los techos de escayola: algunos grabados, otros pintados y

otros dorados, pero todos sobrecargados con diversas frases árabes tales como:

«No hay más Dios que Alá», que se repite miles de veces. Todos los suelos son

o de mármol o de losetas; concretamente uno está adoquinado con dos losas

de mármol blanco, cada una de más de trece pies de largo y aproximadamente

la mitad de ancho. Algunas de las paredes están cubiertas de una especie de

mosaico basto, compuesto de trozos de azulejos de diferentes colores, que

representan estrellas y hojas. El primer patio que visité es un rectángulo con

una fuente en cada ángulo, y en el medio hay un estanque de agua corriente

lo suficientemente profundo y ancho como para nadar en él. Alrededor de este

patio hay varios baños, cuyas paredes, suelo y techo son todos de mármol

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Page 59: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

blanco. En las zonas de la Alhambra donde se han utilizado ladrillos, la

argamasa empleada entre ellos es tan gruesa como los mismos. Casi todas las

columnas son de mármol blanco y normalmente su longitud es de ocho veces

su diámetro (que es de un pie), los capiteles son muy diversos. La torre de

Comares es la más grande de la Alhambra. El patio de los Leones tiene el suelo

de mármol y el pórtico que casi lo rodea está sostenido por ciento veintiséis

esbeltas columnas de alabastro, que están en grupos de dos o tres. En el centro

hay una pila que se apoya en el lomo de doce leones a tamaño natural con las

cabezas hacia delante, aunque muy torpemente esculpidas. De esta pila sale un

pedestal que sostiene otra pila más pequeña, que tiene un caño de donde sale

un surtidor. Los leones echan así mismo agua por la boca. Esta fuente está

hecha en mármol en su totalidad. A continuación, pasamos a la sala de los

Secretos, que es una pequeña habitación octogonal. En cada esquina se puede

oír claramente un murmullo que proceda de la esquina opuesta pero, sin

embargo, no desde ningún otro lugar. El baño real es de mármol y baldosines

de colores en su totalidad, y en el medio hay una fuente que antes surtía de

agua a los baños. Los nichos de la pared contenían las camas de los reyes

árabes. Aquí hay además un gran número de fuentes distribuidas en las

diversas habitaciones y que todavía funcionan. [...]

Después atravesamos los jardines, que están llenos de limoneros y

naranjos, granados, arrayanes, etc. Al final hay otro palacio llamado el

Generalife, situado en un sitio más elevado que la Alhambra. Desde los

balcones hay una de las vistas más bellas de Europa sobre toda la llanura

fértil de Granada, rodeada por montañas nevadas. Cerca de la entrada al

palacio hay dos cipreses grandísimos que tienen cerca de quinientos años y

se llaman los cipreses de la Reina Sultana, ya que la descubrieron bajo estos

árboles conversando íntimamente con el moro abencerraje. Las paredes de

una de las habitaciones están cubiertas con las siguientes tres inscripciones

repetidas cientos de veces en árabe: «Sólo Dios conquista», «Gloria a Dios»,

«Dios es mi esperanza».

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Page 60: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

En los jardines vi dos jarrones, o cántaros, de loza de barro azul y

blanco, cada uno de siete pies de altura y cinco pies de diámetro con varias

inscripciones. Me llevé una baldosa circular de una de las habitaciones,

cuyas paredes estaban cubiertas completamente con otras iguales”.

Córdoba, dijimos, es la otra ciudad en la que Twiss reconoció conclaridad la huella islámica. Aquí citó, como hombre erudito, a las gloriasliterarias de la ciudad, Séneca, Lucano, Avicena y Averroes, y describe lamezquita como uno de sus monumentos más significativos con ciertaprofusión de detalles, aunque su arquitectura le causa más extrañeza aúnque la Alhambra. Concluimos la cita de Twiss sobre Córdoba recogiendosu descripción del caballo andaluz, reputado por ser tradicionalmenteconsiderado heredero directo del árabe:

“La plaza mayor es grande y regular y está rodeada de pórticos. El

palacio del obispo está situado en la ladera del río y sus jardines están

abiertos al público. La catedral fue edificada por Abderramán, rey de los

árabes, en el año 787, y aún conserva el nombre de mezquita. Es una obra

única en su estilo y muy grande. El techo es plano y bajo, sin torres, aunque

los españoles han construido una en las proximidades; hay cuatro o cinco

inscripciones árabes encima de las puertas. El techo se sostiene por un gran

número de columnas colocadas de una manera tan irregular que pasé medio

día intentando idear un sistema que me permitiese contarlas, pero sin

resultado satisfactorio. Sin embargo, estoy seguro de que sobrepasa el

número de quinientas noventa; y en los claustros, fuera de la iglesia, hay al

menos otras cuarenta. Estas columnas son cada una de una sola pieza de

mármol, jaspe, granito, pórfido, alabastro, verde antico, etc. La distancia

desde la base al capitel es de diez pies, y el diámetro de un pie y medio. Los

capiteles son muy parecidos a los de la Alhambra de Granada y habían sido

dorados en un comienzo, ya que todavía se pueden ver restos del dorado en

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Page 61: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

muchos de ellos. En diversos lugares el pavimento lo han levantado tanto

que cubre las basas, de manera que las columnas parecen surgir del suelo, en

un estilo muy semejante a las del palacio del Dux de Venecia. Algunas

columnas de esta iglesia son lisas, otras estriadas, con un tercio de las estrías

rellenadas, y otras estriadas en espiral. Algunas descripciones de esta iglesia

calculan treinta y nueve naves, otras, diecinueve, pero el conjunto ofrece tal

escena de confusión que resulta difícil describirla para dar una idea

aceptable de ella. Un ensayo italiano de arquitectura, impreso en Roma en

1768, da una descripción breve de ella, al final de la cual dice el autor: «Los

cristianos, con objeto de construir un templo en el centro de la iglesia, han

quitado un gran número de estos pilares, lo que en parte ha estropeado la

singular belleza de este bosque de columnas». Este autor dice que era un

templo de Jano, anterior a la época de los árabes, lo cual es muy probable,

debido a que algunos capiteles de las columnas son corintios. La plaza que

está delante de la iglesia es muy hermosa, y en ella hay plantados ochenta

grandes naranjos. En el centro hay un estanque, lleno de carpas, y a cada

lado de la plaza hay fuentes de donde mana agua continuamente, que están

rodeadas de cipreses y palmeras.

Córdoba es el mejor mercado de caballos de toda España. Es aquí

precisamente donde se pueden ver los tan justamente célebres y hermosos

caballos andaluces, cuya exportación es causa de pena de muerte. Son de

cola larga y están enteros; se encuentran muy pocos castrados en España. Las

yeguas sólo se tienen para la reproducción y para trillar el grano; su

exportación sí que está permitida. Cabe pensar que el caballo de Adonis

debía de ser andaluz, por la descripción que hace Shakespeare:

Redondos cascos, flexibles articulaciones, cernejas largas y nutridas.

pecho amplio, ojos grandes, cabeza pequeña, abiertas narices,

cruz alta, orejas cortas, piernas rectas y de extremada robustez,

crin menuda, cola espesa, ancha grupa y piel suave”.

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Page 62: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

Como buen aficionado a las ciencias naturales, se fijó en otrosanimales diferentes; un ejemplo es el que sigue, que destacamos porque alos ojos y experiencia de Twiss contribuye a dar a España una imagen másoriental: “Por la mañana pasamos por la ciudad de Álora, junto a la cualhay un castillo árabe en ruinas sobre una colina, y por la tarde pasamos allado de un acueducto, que antiguamente había tenido cincuenta y cincoarcos, pero los once últimos estaban caídos. Este día observé una grancantidad de esos hermosos pájaros que los españoles llaman avelucos [sic,por abejarucos]. No se los encuentra en ninguna otra parte de Europa,exceptuando Granada y toda Andalucía, pero también se los puede ver enlas Indias Orientales, donde se les llama «devoradores de abejas»”.

Si en la Península Ibérica había quedado un reducto para laconvivencia de las tres culturas del Libro, y aún de la cuarta, si hemos deincluir al cristianismo protestante, este era Gibraltar, merced a lamonarquía parlamentaria:

“Gibraltar cuenta con una iglesia protestante y una católica-romana

para los españoles y portugueses que residen en esta ciudad y que son unos

trescientos, en su mayoría tenderos, y también para los seiscientos

genoveses, mayoritariamente marineros; y una sinagoga para los judíos, que

suman casi un total de seiscientos. Calculo que el número de ingleses es de

unos dos mil, excluyendo los militares. Aparte de estos grupos hay unos

cientos de moros que continuamente van y vienen de la costa de Berbería.

Comercian con ganado, aves de corral, pescado, fruta y otras provisiones, ya

que nada se puede obtener de España, donde jamás se permite la entrada ni

a moros ni a judíos”.

(Richard TWISS. Viaje por España en 1773. M. Delgado

Yoldi, ed. y trad. Madrid: Cátedra, 1999).

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JOSEPH TOWNSEND (London, 1739-Pewsey, Wiltshire, 1816). Viaje aEspaña: febrero 1786-junio 1787. Obra: Journey Through Spain in theYears 1786 and 1787, 1791; el propio autor lo reeditó en 1814, añadiendoun prefacio titulado Causes of the Overthrow of the Spanish Monarchy.

Townsend fue un ilustrado, en el pleno sentido de la palabra. Masterof Arts, por el Clare Hall de Cambridge; médico, clérigo, coleccionista yaficionado a la geología, paleontología, la mineralogía, etc. Hombreemprendedor, accionista del canal Kennet y Avon, en Inglaterra. Dejósentir en su viaje a España y en la narración de sus impresiones yreflexiones sobre nuestro país ese impulso ilustrado, interesándoseespecialmente por las causas de la decadencia española y su estancamientoen el orden económico, social y político. Fue un agudo espíritu crítico quese preocupó por el atraso en la ciencia médica, por la situación de pobreza,o por el deficiente desarrollo de la agricultura, industria y comercio quepudo advertir en muchos lugares de España. Todos sus juicios –hastaaquellos que ofrece sobre las cuestiones más triviales– llevan la agudeza delanálisis racional; por ejemplo, cuando une en un mismo concepto a lasregiones meridionales de Europa con África y comenta la costumbre entodas ellas de usar una faja para vestirse: “En España, Italia y África estágeneralizado entre todos los habitantes el uso de fajas para evitardesgarrones. Aunque es cierto que estos son muy frecuentes, el hecho deque no abunden en las naciones que no las utilizan invita a atribuirlos aldescuido, que es posible estimule precisamente la confianza en laprecaución que han adoptado para prevenirlos”.

Otra agudeza del autor la encontramos en su viaje a Barcelona,donde pudo ver a unos reos trabajando en la limpieza del fondo de uncanal, vestidos de verde, lo que le llamó la atención por entender que erauna forma de despreciar a los musulmanes. En este caso quitamos larazón, en parte, al inglés, reconociendo no obstante el interés y lo

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informado de su análisis, pues debemos precisar que el verde en España–eso sí, quizá por tradición islámica–, era el color que distinguía a lajusticia y por lo que los cuadrilleros de la Santa Hermandad vestían unaespecie de manguitos verdes que les distinguía como servidores de la ley:

“Cuando nos acercábamos a Barcelona tuvimos que cruzar un río cuyo

cauce estaba siendo limpiado por unos criminales vestidos de verde;

contamos hasta cincuenta, que eran vigilados por una serie de centinelas

apostados a distancias prudenciales para evitar su huida.

Este color es sagrado para los mahometanos, sobre todo los africanos,

por lo que el hecho de que con él vistan los españoles a sus peores

criminales, e incluso a sus verdugos, constituye un curioso signo de

desprecio hacia aquellos”.

Su curiosidad como erudito y como religioso anglicano le llevó enToledo a interesarse por el antiguo rito mozárabe español que, veremos,en la España del Despotismo Ilustrado y de la permanencia de laInquisición, era una celebración en franca decadencia. Comprobamos queel inglés trata los asuntos religiosos como si fueran económicos y losresuelve con la idea del libre comercio:

“Tuve interés por oír misa en una capilla donde sólo utilizan el misal

mozárabe, que fue compuesto por San Isidoro para la Iglesia goda después

de que se convirtiera del arrianismo a la fe católica. Esta liturgia dominó

hasta que, tras la expulsión de los moros, la corte introdujo el misal romano;

pero al mismo tiempo, influida por la indulgencia y el sentido común de

Jiménez [de Cisneros], permitió que los nobles y el clero de Toledo

utilizaran su propio rito. Sin embargo, poco a poco se fue abandonando y

llegó casi a olvidarse, hasta el punto de que cuando estuve allí los únicos

asistentes fuimos el sacerdote oficiante y yo.

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Ninguna institución religiosa tendría por qué temer la tolerancia, a

menos que sea absurda en extremo. La supresión de las persecuciones

conduce a un simultáneo decaimiento de las sectas, pues estas llevan dentro

de sí la semilla de la mortalidad y sólo aquellas pueden evitar su disolución.

Cuando el gobierno ha sancionado una religión y se encarga de dotar a sus

ministros, cuando tras una fría deliberación ha elegido la que le parece

mejor y la ha hecho oficial, ya ha cumplido con su deber, y tiene que dejar

el resto al arbitrio de los ciudadanos; y si se interfiere, debe hacerlo para

estimular la competencia, y nunca para establecer un monopolio”.

La presencia de la peculiaridad histórica española por excelencia, estoes, el largo episodio de la Reconquista, es patente en Townsend aunque,lejos de la visión amplificada y la recreación románticas, prefirió el datomás riguroso, lo que le sirvió para ambientar momentos concretos de sunarración. Así, por ejemplo, en Andújar, escribió: “El castillo, que se loconquistó Fernando III el Santo a los moros en 1225, parece muyantiguo”. Y, hablando de Córdoba, comentó: “Sólo me dio tiempo paravisitar la catedral, que me agradó en extremo. Sus numerosas columnasdispuestas en tresbolillo semejaban un bosquecillo de pequeños árboles.No tuve tiempo de contarlas, pero me parece que son muchas más que lasochocientas que dicen que hay. Las dimensiones de este edificio, que fueantiguamente mezquita, son quinientos diez pies de longitud ycuatrocientos veinte de anchura”.

Del Alcázar de Sevilla, a su vez, dijo: “Se encuentra en su vivienda,una casa que, como fue residencia de los reyes moros, recibe el nombre deAlcázares. Se trata de un edificio irregular, pero cómodo, que estáemplazado en un lugar agradable y dispone de numerosas, espaciosas ybien proporcionadas habitaciones. El jardín, que es muy singular, haconservado su forma primitiva, lo que le convierte en un modelo del estilomorisco. Se organiza mediante numerosas sendas enmarcadas por setos

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poblados de mirto, y en el centro de los parterres hay árboles aislados a losque se ha dado la forma de guerreros con mazas de púas. Abundan, sobretodo, los naranjos y los limoneros. La totalidad de este jardín de recreo, elpalacio y el patio se encuentran cercados por una fuerte muralla que secomunica con la de la ciudad, respecto a la cual es mucho más alta. Alotro lado hay un huerto de naranjos bastante extenso. No puedeimaginarse un lugar más delicioso para pasar el verano y la primavera”.

De Málaga también destacó su historia en relación con su pasado enla Antigüedad y en el periodo islámico:

“Las antigüedades de esta ciudad y de sus alrededores deben de ser muy

interesantes para los que gusten de este tipo de temas. Después de que fuera

fundada por los fenicios, pasó sucesivamente a manos de cartagineses,

romanos, godos y moros. El primer soberano que reinó desde ella y la

convirtió en sede de su imperio fue Haly Abenhamith, quien, una vez que

hubo dominado los reinos de Granada y Murcia, marchó al frente de sus

victoriosas tropas hasta Córdoba, donde, después de matar con sus propias

manos al usurpador Zulemán, tomó posesión del trono vacante y legó a sus

sucesores un imperio unificado.

En 1487, después de enfrentarse a una obstinada resistencia, Fernando

e Isabel recuperaron la ciudad de la dominación mora. En esa época debió

de haber sido un lugar muy bien fortificado, y dos fuertes torres, la superior

llamado Gebalfaro, y la otra Alcazaba, comunicadas entre sí por murallas,

debieron de constituir el apoyo principal de los sitiados. Pero dejaré que

sean personas mejor cualificadas para ello quienes describan las

antigüedades de la población”.

Como vemos, parece que el inglés se fue animando, poco a poco, ensu internamiento por Andalucía a describir más pormenorizadamente,cada vez, sus monumentos y a relatar con más detalles su historia. En

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Granada describió, como no podía ser de otra manera, su monumentopor excelencia, la Alhambra y, junto con ella, el Generalife:

“Poco después de mi llegada visité la Alhambra, o antiguo palacio de

los reyes moros; y durante todo el tiempo que pasé en Granada raros fueron

los días que no me detuve a contemplar un edificio de una arquitectura tan

completamente diferente a toda la que había visto hasta entonces.

Se accede primero a un patio oblongo que mide ciento cincuenta por

noventa pies y tiene en el medio un estanque de cien pies de longitud

rodeado por un pequeño seto de flores. A cada lado hay una columnata. De

allí se pasa al Patio de los Leones, que debe su nombre a los trece [sic por

doce] que sostienen la fuente que hay en el medio, y aparece adornado por

una arquería formada por ciento cuarenta columnas de mármol. Hice un

dibujo de esta pieza, aunque si hubiera conocido el que tan bellamente

realizó el señor Swinburn me habría ahorrado las molestias; sin embargo,

como hemos elegido diferentes puntos de vista, creo que mi trabajo no fue

inútil. En el dormitorio regio hay dos alcobas adornadas con columnas

separadas por una fuente que se encuentra en el medio de la habitación.

Junto a esta pieza hay dos baños. El gran salón tiene por planta un cuadrado

de cerca de cuarenta pies, y alcanza una altura de sesenta [sic]. Se ven en él

ocho ventanas y dos puertas, todas muy retranqueadas. Separa esta pieza del

patio oblongo una galería que mide noventa por dieciséis pies. Todas estas

habitaciones interiores tienen fuentes, y sus suelos son de azulejos o de losas

de mármol dispuestas como en tablero de ajedrez. Los techos, por su parte,

están evidentemente inspirados en las estalactitas. Los frisos están adornados

con arabescos que armonizan perfectamente con las inscripciones arábigas

alusivas al uso al que está destinada cada una de las habitaciones en las que

aparecen. Así, por ejemplo, sobre la entrada de la sala de justicia se lee la

siguiente sentencia:

«Entra sin temor: si buscas la justicia, la encontrarás»

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Una hermosa escalera conduce a varias habitaciones reservadas para ser

utilizadas en el invierno.

La Alhambra posee jurisdicción propia, y tiene un alcalde, un alguacil,

un escribano, una prisión, un patíbulo y un cuchillo para decapitar. [...]

Al este de la Alhambra, sobre la pendiente opuesta de la colina, está el

viejo palacio del Generalife, cuyos jardines y fuentes lo convierten en un

lugar perfecto donde pasar los ratos de ocio, si es que aún la atención no ha

tenido oportunidad de ser absorbida por su más hermoso rival. Pertenece al

conde de Campotejar, descendiente de los reyes moros.

El camino que sube a la Alhambra atraviesa un bosquecillo de olmos

umbroso y bien regado en el que la multitud de ruiseñores que la pueblan

deleitan con sus gorjeos melodiosos y continuos no solamente durante la

noche, sino también al mediodía”.

Muy interesante es el juicio de Townsend sobre la expulsión de losmoriscos y sus fatales consecuencias en la economía española, pues seaproxima en mucho a algunos análisis actuales. Ello demuestra el buencriterio que aplicaba a sus observaciones y el profundo conocimiento quellegó a tener de la realidad española:

“Es imposible tratar de las industrias granadinas sin recordar la

expulsión de los moriscos y detenernos a examinar las causas que estuvieron

en el origen de esa medida drástica y extraña.

Se sabe que eran muy numerosos y que a causa de su laboriosidad y

austeridad se hicieron ricos y poderosos. También es sabido que cuatro mil

de los cien mil que condenó la Inquisición por renegar de la fe cristiana

fueron quemados infructuosamente. En 1609, Felipe III expulsó del reino

de Valencia a África a ciento cuarenta mil; y en los tres años siguientes echó

a seiscientos mil de Sevilla, Murcia y Granada. Si a estas cantidades

sumamos los que murieron de hambre o bajo la espada, podemos afirmar

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Page 69: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

que aunque España no perdió las cuatrocientas mil familias que calcula

Campomanes, sí se desprendió de un millón de sus súbditos más activos.

Bajo un gobierno como el de España esto constituyó una pérdida

irreparable, a la que habría que sumar la que supuso la expulsión de

ochocientos mil judíos, con toda su riqueza que se llevó a cabo durante el

reinado de Fernando e Isabel.

Los mejores escritores españoles reconocen que los moros se han

destacado en la agricultura, sobre todo en lo que se refiere a los riegos y al

cultivo de moreras, caña de azúcar, arroz y algodón, productos todos que

ellos mismos introdujeron en España. También se destacaban en la cría de

su peculiar raza de caballos y en las industrias de la seda, el papel y la

pólvora, que Europa conoció gracias a ellos.

¿Era coherente con una política sensata someter al país a semejante

pérdida? ¿En qué principios se basaba el rey para justificar su conducta?

Su número, su laboriosidad y su frugalidad les hicieron ricos y

poderosos, y todo ello, junto con algunas otras circunstancias, fue la causa

de su ruina y destrucción. Cuando el gobierno meditaba sobre su adhesión

obstinada a su religión, su odio insalvable a la cristiandad y su unidad

legislativa, religiosa y de costumbres; cuando consideraba que tenía en ellos

unos enemigos irreconciliables asentados en una parte de la península en la

que la naturaleza facilitaba la resistencia, y era muy accesible para un poder

extranjero; lo hacía porque era consciente de que su número y riqueza les

convertía en una fuerza muy poderosa, lo que resultaba muy alarmante.

Para solucionar este problema se recurrió a diversos métodos, algunos muy

moderados y otros más rigurosos. Desde la época en que el cardenal Jiménez [de

Cisneros] quemó sus Coranes y bautizó a sus hijos, estuvieron sometidos a todos

los horrores de la Inquisición, aunque fue en vano, pues nunca se consiguió

vencer su perseverancia o debilitar en lo más mínimo, y mucho menos anular, su

fidelidad al impostor Mahoma. Lo único que podía hacerse era desembarazarse

de ellos causando el menor daño posible a sus personas y bienes. [...]

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Page 70: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

Aunque la expulsión hubiera sido necesaria, el modo en que se produjo

nunca podrá ser aplaudido, pues se dio a los moros un plazo de sólo sesenta

días para disponer de sus efectos, no se les permitió llevarse oro, plata y

piedras preciosas, y tenían que pagar un impuesto del cincuenta por ciento

por las letras de cambio que querían sacar. Lo único que estaban autorizados

a llevarse era mercancías compradas a comerciantes españoles. Tras su

expulsión, sus casas se arruinaron, sus tierras quedaron sin cultivar y el

comercio decayó. Pero el golpe más severo lo recibieron las industrias, de

manera que algunas apenas lograron sobrevivir y otras quebraron. La

marcha repentina de esta multitud dejó un vacío difícil de llenar, sobre todo

en una nación que durante los siete siglos en los que se había ejercitado en

la guerra y sólo se enardecía por la pasión militar, había aprendido a

despreciar a todo aquel que se dedicaba a las artes mecánicas, especialmente

aquellas en cuyo cultivo destacaban sus enemigos”.

En el siglo XVIII, Siglo de las Luces, sin embargo, en España, elsueño de la razón aún producía siniestros monstruos y Townsend se hizoeco de ello durante su visita a Granada:

“Durante mi estancia en esta encantadora ciudad visité varias veces a

don Francisco Antonio de Gardoqui, un inquisidor de grandes dotes, culto

y muy humanitario. Después de salir una tarde con él y su colega en su coche

para tomar el aire en el paseo, el arzobispo me hizo el honor de interrogarme

acerca de mis sentimientos, y con gran amabilidad me preguntó cómo un

pastor inglés, un maestro de la herejía, podía arriesgarse a pasear en coche

acompañado de dos inquisidores. Le contesté que cuando tuve el honor de

comer con aquellos caballeros en la mesa de su gracia, les observé con

atención y comprobé que comían carne de vaca y carnero como los demás,

por lo que inferí que nada tenía que temer de ellos. La respuesta le chocó, se

rió de corazón y me aseguró que los inquisidores actuales son más moderados

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Page 71: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

que sus padres, y rara vez se regalan con carne humana; pero me advirtió que

tuviera cuidado, pues aún no han olvidado el sabor de la sangre.

Esto era cierto; y así, aunque el quemadero amenazaba ruina cuando fui

a visitarlo, sólo ocho años antes había sido utilizado para quemar a dos

judíos y a un turco, y en 1726 la Inquisición arrestó a trescientas sesenta

familias acusadas de practicar en secreto la religión mahometana. Esta

acusación respondía muy probablemente a la realidad, pues, en medio de

sus imperfecciones, el tribunal de la Inquisición se caracteriza por la

excelencia de sus investigaciones. Además, en la actualidad siguen viviendo

en España numerosos mahometanos y judíos; aquellos, en las montañas, y

estos, en todas las grandes ciudades. Para pasar inadvertidos realizan con un

celo mayor que el común todas las manifestaciones externas de fervor; y

algunas personas sospechan que los miembros aparentemente más fanáticos

del clero, e incluso de la Inquisición, son judíos”.

(Joseph TOWNSEND. Viaje por España en la época de

Carlos III (1786-1787). Prólogo Ian Robertson; trad. J.

Portus. Madrid: Turner, 1988)

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WILHELM VON HUMBOLDT (Tegel, Berlín, 1767-Berlín, 1835). Viaje aEspaña: septiembre 1799-abril 1800. Obra: “Tagebuch der Reise nachSpanien 1799-1800”. Wilhem von Humboldts gesammelte Schriftenherausgegeben von der Königlich Preussischen Akademie der Wissenschaften.Berlin und Leipzig: B. Behr & Feddersen, 1916, v. 14, 47-355.

Su viaje se encuentra a medio camino entre la Ilustración y elRomanticismo, no en vano fue amigo de Schiller y Goethe y compartiócon ellos aspiraciones intelectuales en el famoso círculo erudito y artísticode Weimar, en una etapa que convencionalmente se describe comoprerromántica. Su mirada, que es la del curioso erudito, sin embargo seabandona también en la recreación artística, y en Córdoba no pudo dejarde apreciar, como harán más tarde otros viajeros septentrionales, laexuberancia de la flora y vegetación, que le llevó a recordar un poema desu amigo Goethe dedicado a las naranjas. Muy especialmente le causósensación el aspecto exótico de la palmera y el efecto evocador queproduce su presencia junto a los monumentos del pasado:

“Lo que más agradablemente nos sorprendió fue la cantidad de

naranjos plagados de dorados frutos colgantes. Es literalmente real, y aquí

se puede entender, eso del brillo de la dorada naranja en la oscuridad. La

visión de los frutos, sin duda notable, quizás nos resulte más extraña que la

visión de la floración, por supuesto más agradable. Cada huerto tiene aquí

las paredes llenas de ellos, cada patio tiene su árbol y, sobre todo, es

especialmente bello el patio de los naranjos de la catedral. Ver allí todas esas

filas de naranjos, hermosos, fuertes y altos, los altísimos cipreses y junto a

una fontana y rodeada de algunas otras más pequeñas, una palmera

extraordinaria, todo ello en medio de un antiguo edificio árabe, resulta una

visión tan bella y extraña que uno se siente transportado en una especie de

suave arrebato que se ve potenciado enormemente gracias al delicioso aire

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Page 73: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

que se respira. Cuando se sale de las casas y sobre todo de la catedral al aire

libre es como si se entrara en una habitación caldeada. La gran palmera me

produjo un placer infinito. El tronco, tan alto, delgado y pelado, un poco

inclinado y tendiendo hacia la altura, suscita en uno la idea del desierto, los

desiertos de África del Norte se asocian en la fantasía y las largas palmas, en

parte erguidas, en parte colgantes, tan fácilmente movibles al impulso del

viento, proporcionan un espectáculo magnífico. Con su copa cerrada en

redondo me parecía la imagen de un habitante satisfecho del desierto. En la

oscuridad de la noche, los cipreses erguían sus esbeltas y tranquilas formas

piramidales, llenas de enhiesta gravedad, sobre los naranjos, suscitando algo

más que nostalgia, lo que me parece propio del álamo solitario. Las naranjas

ponían el bello y extraño contrapunto del color amarillo en el fondo verde

oscuro. No hay nada que atraiga más que una naturaleza extraña y

grandiosa. Ella hace que el alma se centre y purifique, dándole una

disposición superior y un nuevo movimiento. Nunca me he sentido tan

poéticamente inspirado como en este lugar”.

De la mezquita no describió mucho, quizá por resultarle de estiloextraño, pues estaba acostumbrado a otros estilos arquitectónicos decentro Europa, gótico, neoclásico y barroco fundamentalmente, que pocotienen que ver con el del conjunto de la mezquita. Apréciese este efecto,sobre todo, en la descripción del arco de herradura califal. Agudo ysensible observador de la naturaleza, se puede decir que el patio le atrajomás que el interior:

“Por fuera se trata de un edificio de cuatro enormes paredes, lisas y

coronadas de picos en escalera y con una torre no muy alta que resulta más

extraña que bella. Cuando se entra en el interior, no se ve nada más que una

cantidad de filas de columnas de piedra alineadas, todas ellas muy bajas,

diferentes y bellas, unas acanaladas, otras no, todas sin basamento y con

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Page 74: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

capiteles poco elaborados; sobre las columnas va primero un sencillo arco y

encima de este otro, de modo que el espacio entre ellos es diáfano y de

tiempo en tiempo se yerguen pequeñas cúpulas en las que hay aberturas.

Tanto los arcos como las columnas son antiguos, si bien los primeros se

habían pintado recientemente y las ventanas se habían practicado en época

posterior. Antaño toda la luz provenía del patio a través de los arcos que

daban a él y que entonces estaban abiertos y hoy en día condenados. En los

muros hay varias capillas, de las cuales una o dos son totalmente de estilo

árabe antiguo, con mucho trabajo de filigrana en piedra y estuco. [...] El

conjunto sólo resulta notable, en absoluto bello. No tiene lo majestuoso de

una iglesia y apenas la unidad de un edificio; es sólo la unión de muchos

pasadizos en arco, por lo demás bajos. [...] Los arcos en el patio son de color

rojizo con largas líneas blancas, como si las piedras quisieran destacar

individualmente. Todos ellos tienen una forma que supera el semicírculo,

comenzando a converger por debajo, y del mismo modo son, aunque no tan

circulares, los de la iglesia. Del patio ya hemos hablado. La perspectiva desde

la puerta es muy bella. En el estanque del medio, más grande, hay ciprinos

dorados. Está pavimentado con pequeñas piedrecillas que en ocasiones

llegan a ordenarse para formar figuras y entre ellas hay profundas acequias

que conducen a los árboles”.

En Sevilla la arquitectura mudéjar del Alcázar también le produjo unefecto de simpática extrañeza y su atención una vez más se evade hacia lacontemplación de la naturaleza:

“Es el antiguo palacio de los reyes moros, ampliado y habitado por el rey

don Pedro el Cruel. Constituye un edificio muy irregular y difícil de

comprender. Del antiguo estilo moro sólo existe todavía una puerta grande

que siquiera en las ornamentaciones pequeñas, no resulta muy árabe, dado

que con frecuencia aparecen entre ellas las armas de Castilla. Esta puerta o más

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Page 75: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

bien todo el conjunto de la fachada alrededor y encima de ella se alza sobre

dos pequeñas columnas delgadísimas y bajas, y sobre éstas reposan unos

pilares más amplios y sobresalientes, de tal manera que a medida que gana en

altura, va haciéndose más ancha y sobresaliente, y finalmente arriba se ve

coronada por un amplio tejado en saledizo, que en la parte inferior deja ver

las vigas. Sobre la puerta hay algunas ventanas estrechas, que en la parte

superior se dividen en varios círculos. Los adornos son meras espirales

finamente trabajadas. A juzgar por esta pieza, la arquitectura mora tiene ese

carácter pequeño que le dan sobre todo las delgadas columnillas que se

asemejan al cañón de una pipa, pero una gran riqueza en los adornos y

detalles. [...] El jardín está dividido en varias partes. Se asegura que está como

en los tiempos de Don Pedro. En una parte sólo hay setos de mirto recortados

y de los troncos de mirto se han hecho grotescas figuras poniendo sobre ellos

cabezas y manos de madera. También hay inscripciones en el bojedal. En la

otra parte hay un laberinto enormemente fatigoso formado con los pasillos

entre los setos de mirto. En todos hay una enorme cantidad de pequeñas

fuentes. Lo que hace que este jardín sea incomparablemente hermoso son los

naranjos y los limoneros cargados de frutos, algunos cipreses y en verano un

sinfín de rosas. Entre los limoneros encontramos una especie que llaman

toronjas o limones de figura. El fruto es enormemente grande y alargado, en

ocasiones configurado de manera extraña, al final un poco acabado en punta,

en ocasiones con más de un pico y de un olor tan finamente aromático que

resulta indescriptible. Es el más refinado aroma de limón que uno se pueda

imaginar. Había una luz maravillosa, brillaba el sol espléndidamente y

disfrutamos una tarde divina bajo esta extraña vegetación”.

De camino a Málaga, al pasar por Antequera, se fijó en la Peña de losEnamorados, que más tarde va a ser referencia romántica casi inevitable,sobre todo tras el hermoso relato de su leyenda debido a Gustavo AdolfoBécquer. En su relato de la vieja tradición local Humboldt adoptó cierto

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Page 76: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

aire de incredulidad que dista mucho del entusiasmo romántico; el efectoescénico, sin embargo, sí es propiamente de la época:

“El objeto más pintoresco en los alrededores de Antequera es la roca

que llaman el peñasco de los Enamorados. Tiene este nombre porque una

princesa mora habría huido con su amante contra la voluntad de su padre,

y al verse perseguidos, se habrían arrojado de la roca. Esta roca está

totalmente aislada del resto de la sierra en la Vega y ofrece una vista muy

bonita. Detrás, en la parte que mira a la montaña, es todavía más alta, hace

un repecho y una plataforma larga que de repente está cortada a pico. Desde

cualquier parte que se observe el entorno, desde Antequera mismo, desde el

camino de Málaga y desde el camino de Antequera a Loja, por todas partes

esta roca domina con su bella situación toda la tierra. Desde el camino a

Loja es donde mejor se ve su escarpado y agreste abismo. La vi en dos

ocasiones en toda su belleza. Una vez en Antequera desde la altura desde la

cual se va hacia la capilla de San Salvador, anteriormente árabe (pero no

especialmente digna de mención), y la otra vez junto al Venturillo. Era un

día lluvioso y la montaña estaba cubierta y rodeada de niebla. Sobre esta

niebla lanzó sus rayos el sol y toda la cumbre se vio cubierta de ondulantes

nubes doradas. Antequera es una ciudad grande, pero mísera y pobre y lo

mismo se puede decir de su fonda”.

La precisión vuelve a ser nota dominante en la descripción de laAlhambra, incluso se permitió algún alarde de buen filólogo, por lo que apesar de las bellas descripciones de la naturaleza, se aprecia un tono algo fríoy distante, a lo que pudo contribuir lo mal que le sentó el clima de la ciudad,como él mismo confiesa, y la notable diferencia que encontró entre las calles,edificios y entramado urbano de las ciudades de centro Europa por las queél estaba acostumbrado a transitar, y las estrechas calles del trazado árabe deGranada. En contradicción con este espíritu distante propio del observador

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Page 77: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

ilustrado, dio pábulo a toda suerte de leyendas y tradiciones populares,acercándose una vez más en el tono al sentimiento romántico:

“La Alhambra es un edificio amplio y rico en salas, habitaciones, patios

y bellísimas columnatas que, sin embargo, no constituye en ningún lugar un

todo ni tampoco permite una bonita vista hacia el exterior. Algunas de las

piezas que se pueden calificar de extraordinarias son el Patio de los Leones,

un patio con arcadas en los cuatro puntos cardinales y en su centro una pila

soportada por 12 leones erguidos, esculpidos de forma característica,

aunque no bella. Los leones escupen agua. Se puede decir realmente que los

surtidores de agua y fuentes en el Xeneralife y la Alhambra son

innumerables. Aún siguen funcionando todos, sólo que precisamente ahora

con las fuertes lluvias se habían roto algunos canales principales y el agua

quedaba estancada. Esta abundancia de agua refresca considerablemente

estos lugares en verano y los hace agradables. A derecha e izquierda de este

patio se encuentran las habitaciones. A la derecha, aquellas en las que habría

sido ejecutada la familia de los Abencerrajes, de la que se sospechaba que

tenía una relación secreta con la reina y donde todavía hoy se muestran en

el suelo las manchas de sangre; a la izquierda otras salas de audiencia y

similares. Todas estas habitaciones se abren con arcadas y fuentes al patio.

En la antesala de los salones de audiencia hay en las paredes de entrada, a

cada lado de la puerta, uno o dos nichos en los que los que accedían dejaban

por respeto sus pantuflas. En la Torre de la Cautiva estuvo encerrada la reina

acusada, que más tarde, tras la toma, se hizo cristiana y monja. En esta parte

tiene el edificio varias plantas a las que se llega a través de pequeñas y

estrechas escalerillas que conducen finalmente al Tocador de la Reina. Éste

no es otra cosa que una habitación cuadrada y pequeña, abierta por todas

partes, rodeada por una galería abierta que servía de tocador a la reina mora.

La vista desde las arcadas que la enmarcan es muy bella, en especial la que

da al Xeneralife. En el Tocador hay en una esquina algunos agujeros en el

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Page 78: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

suelo. Se dice que sobre ellos se colocaba la reina y recibía baños de vapor.

Precisamente en esta zona del edificio están las galerías cerradas con

alambradas en las que, según nos dijeron, Carlos V mantenía encerrada a su

madre Juana la Loca. En los souterrains de este edificio se encontraron el

tesoro de los reyes y justo allí están los cuartos de baño de la reina. Desde el

Darro, se puede decir que las vistas sobre la Alhambra son las más bellas. Allí

se ve el edificio que se levanta sobre la escarpada pared de piedra, en toda su

altura hasta el Tocador, con sus numerosas galerías y arcadas abiertas.

Decididamente, el estilo arquitectónico no es bello, pero tiene todas las

peculiaridades de la arquitectura árabe: 1. Las columnas delgadas, 2. Los

arcos configurados como tres semicírculos, 3. La morralla decorativa, pues

es lo que en verdad es y no realmente arabescos, con la que están cubiertas

todas las paredes y de las que muchas serían inscripciones en lengua árabe.

Gropius nos dijo, no sin razón, que su arquitectura y especialmente los arcos

intermedios de las columnas se habrían construido imitando alfombras

colgadas; sus pilares podrían reproducir palos de tienda de campaña y, de

este modo, se tendría el estilo arquitectónico de un pueblo nómada en un

país abrasador.

El Xeneralife (equivocadamente pronunciado como Generalife) es otro

palacio y jardín de los reyes moros y en la actualidad propiedad privada del

Conde de Campotejar, que ahora reside en Génova. [...] Si bien el edificio

de este palacio no es tan espacioso y espléndido como la Alhambra, sin

embargo, tiene también zonas muy bonitas. Entre ellas se encuentra el patio

longitudinal con los arrayanes y setos de laureles y un cenador grande muy

hermoso en el centro. Este patio está rodeado en tres de sus lados por

edificios; en el cuarto, por el que se accede, hay una galería abierta que

ofrece una espléndida vista. A la izquierda se encuentra el edificio principal.

Consta de dos o tres plantas y varias habitaciones en las que cuelgan cuadros

de la familia de Carlos V, de algunos otros conquistadores y algunos

miembros de la familia del último rey moro, por ejemplo, de la reina

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Page 79: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

inculpada acusada en hábito de monja. [...] Desde la planta superior se sale

a un jardín que se extiende por varias terrazas. Lo más bonito de él son los

árboles, en particular un viejo ciprés inmensamente grueso, que antes estaba

hueco –ahora se ha construido junto a él un muro de la terraza (pero por el

sonido se sigue percibiendo la oquedad) y en él se habría reunido la reina

mora con su amante. Para defenderla se batieron en duelo caballeros

cristianos y sobre ello se puede consultar la Guerre de Grenade de Florián.

Dese la terraza, una escalera, cubierta en forma de bóveda y enmarcada

por los más bellos laureles que uno se puede imaginar, conduce a través de

una puerta a la montaña, hacia la silla del Moro. Ésta era una casa de campo

del rey moro; ahora sólo queda una esquina levantada como fundamento en

la falda de la montaña. Desde ella se tiene la misma vista, sólo que desde

aquí se abarca con mayor precisión toda la grandeza y la silueta de la

fortaleza de la Alhambra. Si se sigue ascendiendo la montaña, donde al

parecer se encontraban los lugares en los que los moros celebraban sus

torneos, se encuentran algunos restos más de la antigua muralla y,

apartando la mirada de la ciudad hacia la derecha, vemos el sacro monte

Ilipulitano, en el que se levanta un colegio. Lo más bonito de todo este paseo

son los jardines del Xeneralife, en especial los cipreses y laureles. No se puede

concebir una planta más esbelta, delicada y noble que el laurel, que aquí

crece alto y libre, y por la pequeña escalerilla y bajo las ramas del laurel

fluyen pequeños canalillos de agua que forman cascadas y fuentes. En el

Xeneralife se ven también las grandes urnas de las que hay reproducciones

en las antigüedades árabes. Estas antigüedades son, al parecer, muy precisas

y contienen también el plano de las habitaciones que fueron derribadas para

construir el Palacio de Carlos V. Aquí y allá en las montañas en las que se

encuentran la Alhambra y el Xeneralife hay huecos, en parte restos de viejas

minas, en parte cárceles para esclavos, etc. Vimos uno de estos agujeros al

subir al Convento de los mártires. Se hacía entrar al prisionero atado con

cuerdas y luego no podía salir de nuevo por sus medios. [...]

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Page 80: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

Granada es una ciudad más bien fea. Las calles son estrechas,

especialmente algunas muy viejas, donde los moros tuvieron su mercado

central de la seda. Las casas, malas. Toda Granada tiene un tufillo

leguleyo y abogados y escribanos hay por todas partes. La situación es

bonita, pero sobre todo la grandeza de la ciudad es considerable. No creo

que el clima me sentara bien. Ahora, a mediados de febrero era todavía

muy áspero y frío”.

(Wilhelm VON HUMBOLT. Diario de viaje a España. 1799-

1800. Ed. y trad. de M. A. Vega. Madrid: Cátedra, 1998)

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WASHINGTON IRVING (New York, 1783-1859). Viaje por Sevilla yGranada: primavera 1829. Obra: The Alhambra, 1832 (de 1851 data laed. corregida y aumentada tal y como la conocemos hoy). Escribía con elpseudónimo de GEOFFREY CRAYON, bajo el cual hay que buscar la 1ª ed.de The Alhambra.

Irving es, sin duda, el divulgador por antonomasia de esemonumento granadino. Su obra, que es la de un diplomáticonorteamericano en viaje de exploración y conocimiento de su nuevodestino, destaca por lo imaginativo, por el estilo de cuento romántico queda a su narración y por lo curioso de su interpretación de tradiciones yleyendas. Va a contribuir como nadie en la difusión de los valoresartísticos, literarios y paisajísticos –entendido el paisaje como un todo queaúna historia, geografía y ecología, de Granada–. Además, va a imprimirpara siempre el sello de exotismo oriental, de ambiente africano a loespañol, y este sello será desde entonces algo consustancial y genuino delser de España. El mundo arabo-islámico le fascina. Escribió una biografíadel Profeta y una particular historia de las guerras de Granada. Elambiente andaluz le permitió recrearse intensamente en esa pasión quetransmitió a sus narraciones para darles fuerza y hondura emocional.Camino de Granada observa, sueña y reflexiona:

“Ahora, antes de entrar en mi asunto, séame permitido apuntar algunos

pormenores sobre el aspecto de España y la manera de viajar en este país. Casi

todos se figuran en su imaginación a España como una región meridional

preciosa, con los suaves encantos de la voluptuosa Italia; pero es, por el

contrario, en su mayor parte –si bien se exceptúan algunas de sus provincias

marítimas–, un país áspero y melancólico, de escarpadas montañas y

extensísimas llanuras desprovistas de árboles, de indescriptible aislamiento y

aridez, que participan del salvaje y solitario carácter de África. [...]

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Page 82: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

Los peligros del camino dan también lugar a un modo especial de

viajar, parecido, aunque en pequeña escala, a las caravanas del Oriente. Los

arrieros se reúnen y emprenden juntos la caminata en largo y bien armado

convoy y en ciertos y determinados días; y, a la vez, algún que otro viajero

aumenta el número y contribuye a la general defensa. En este primitivo

modo de viajar está el comercio del país. [...]

En las escabrosas laderas de estas montañas la perspectiva de ciudades

y pueblecitos amurallados, construidos a manera de nidos de águila

suspendidos entre las rocas y rodeados de moriscos baluartes o cuarteadas

ciudadelas, nos lleva a remontarnos con la imaginación a los caballerescos

tiempos de las guerras entre moros y cristianos y a la romántica lucha por la

conquista de Granada”.

Ya a la vista de la Alhambra, el viajero norteamericano no pudoreprimir su emoción y expresar la razón de su libro en palabras en las queaflora el más entusiástico sentimiento:

“Para el viajero inspirado en lo histórico y en lo poético, la Alhambra

de Granada es un objeto de tanta veneración como la Kaaba o Casa Sagrada

de la Meca para los devotos peregrinos musulmanes. ¡Cuántas leyendas y

tradiciones verídicas y fabulosas, cuántos cantares y romances amorosos,

españoles y árabes, y qué de guerras y hechos caballerescos hay referentes a

aquellos románticos torreones! El lector comprenderá fácilmente nuestra

alegría cuando, poco después de llegar a Granada, el gobernador de la

Alhambra nos dio permiso para residir en las habitaciones vacías del Palacio

morisco. Mi compañero fue pronto llamado por los deberes de su cargo

oficial; pero yo permanecí de intento algunos meses en el viejo Palacio

encantado. Las siguientes páginas son el resultado de mis abstracciones e

investigaciones durante tan deliciosa permanencia. ¡Si ellas pudiesen

comunicar algo de los fascinadores encantos de este sitio a la imaginación

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Page 83: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

del lector, éste no podría menos de apesadumbrarse de no haber pasado

conmigo una temporada en los legendarios salones de la Alhambra!”.

Su internamiento en la Alhambra de la mano de su guía, unparticular sherpa que le sirvió en sus andanzas por aquellas tierras, elllamado hijo de la Alhambra, le dio pie para iniciar sus poéticas visioneslegendarias:

“Nos internamos a seguida en una honda y estrecha cañada cubierta de

frondosa arboleda, con una alameda en pendiente y varios caminillos

alrededor, provista de asientos de piedra y adornada de fuentes. A nuestra

izquierda divisamos las torres de la Alhambra asomando por encima de

nosotros; y a la derecha, en la falda opuesta de la cañada, estábamos

dominados igualmente por otras torres contrarias, en lo alto de una roca.

Estas, según nos dijeron, eran las Torres Bermejas, llamadas así por su color

rojo. No se sabe su origen; son de una época muy anterior a la Alhambra, y

suponen que fueron edificadas por los romanos; y, según otros, por una

errante colonia de fenicios. Subiendo por la pendiente y sombría alameda,

llegamos al pie de una gran torre morisca cuadrada, que forma una especie de

barbacana, y que constituye la entrada principal de la fortaleza. Dentro de la

barbacana había otro grupo de veteranos inválidos, uno haciendo la guardia

en la puerta, mientras que los otros, envueltos en sus ya raídos capotes,

dormían en los poyos de piedra. Esta puerta se llama la Puerta de la Justicia

del tribunal establecido en aquel vestíbulo durante la dominación de los

musulmanes, para los simples juicios y causas ordinarias; costumbre común

en los pueblos orientales, y citada frecuentemente en las Sagradas Escrituras.

El gran vestíbulo o porche de entrada está formado por un inmenso

arco árabe de forma de herradura, que se eleva a más de la mitad de la altura

de la torre. En la clave de este arco hay grabada una gigantesca mano, y

dentro del vestíbulo, en la del portal, hay esculpida del mismo modo una

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desmesurada llave. Los que pretenden ser peritos en los símbolos

mahometanos afirman que esta mano es el emblema de la doctrina, y la llave

el de la fe; otros sostienen que está significando el estandarte de los moros

que dominaron la Andalucía, en oposición con el cristiano emblema de la

cruz. Sin embargo, el hijo de la Alhambra le dio una diferente explicación,

más en armonía con las creencias del vulgo, que atribuye algo misterioso y

mágico a todo lo que es de moros, y cuenta toda clase de supersticiones

referentes a estas viejas fortalezas”.

La admiración y sorpresa que experimentó al ingresar en los palaciosde la Alhambra se va a convertir en sentimiento tópico de todo viajero enGranada. La interpretación del escritor norteamericano, exuberante ydesbordada, producto de este primer efecto impactante, inaugura unanueva etapa del exotismo español que ha dado en llamarse alhambrismo:

“La transición es casi mágica; parecía que habíamos sido transportados

a otros tiempos y a otros reinos, y que estábamos presenciando las escenas

de la historia árabe. Nos encontramos en un gran patio embaldosado de

mármol y decorado a cada extremo con ligeros peristilos moriscos: se llama

el Patio de la Alberca. En el centro hay un extenso estanque o vivero, de

ciento treinta pies de largo por treinta de ancho, poblado de dorados

pececillos y adornado de vallados de rosas. Al otro lado del patio se eleva la

gran Torre de Comares.

Por el costado de enfrente, sirviendo de entrada un arco morisco,

entramos en el famoso Patio de los Leones. No hay un sitio del edificio que

dé una idea más completa que éste de su original belleza y magnificencia,

pues ninguno ha sufrido menos los deterioros del tiempo. En el centro se

halla la fuente celebrada en los cantares e historias. La alabastrina taza

derrama por todas partes sus gotas de diamantes, y los doce leones que la

sostienen arrojan sus cristalinos caños de agua como en los tiempos de

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Boabdil. El patio está tapizado con un lecho de vegetación y rodeado de

aéreas arcadas árabes de calados trabajos afiligranados, sostenidos por

esbeltas columnas de mármol blanco. La arquitectura, semejante a toda la

del Palacio, está caracterizada por la elegancia más bien que por las

dimensiones, poniendo de relieve cierto delicado, gracioso gusto y

predisposición especial a los indolentes goces. Cuando se mira a través de la

maravillosa tracería de los peristilos y de los –al parecer– frágiles festones de

las paredes, se hace difícil el creer que haya sobrevivido a la destrucción y

desmoronamiento de los siglos, a las sacudidas de los terremotos, a los

asaltos de la guerra y a los pacíficos y no menos dañosos saqueos del

entusiasta viajero; todo lo cual es bastante suficiente para disculpar la

popular tradición de que está protegida por mágico encantamiento.

A un lado del patio hay un pórtico ricamente adornado, que abre paso

a un hermoso salón embaldosado de mármol blanco, y que se llama Sala

de las Dos Hermanas. Una cúpula o tragaluz da entrada por la parte

superior a una moderada claridad y a una fresca corriente de aire. La parte

baja de las paredes hállase ornamentada con hermosos azulejos morunos,

en algunos de los cuales se representan los escudos de los monarcas moros.

La parte superior está adornada con delicados trajes en estuco, inventados

en Damasco, y consisten en grandes placas vaciadas a molde y

artificiosamente unidas, de tal modo, que parecen haber sido

caprichosamente modeladas a mano en medio relieve, y elegantes arabescos

entremezclados con textos del Corán y poéticas inscripciones en caracteres

árabes y cúficos. Estos adornos de las paredes y cúpulas están ricamente

dorados, y los intersticios pintados con lapislázuli y otros brillantes y

persistentes colores. En cada lado de la sala hay departamentos para las

otomanas y los lechos y, encima de un pórtico interior, un balcón que

comunica con el departamento de las mujeres. Existen todavía las celosías,

desde donde las beldades de los ojos negros del harén podían mirar sin ser

vistas los festines de la sala de abajo.

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Page 86: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

Es imposible el contemplar este departamento, que fue en otro

tiempo la mansión favorita de los placeres orientales, sin sentir los

primitivos recuerdos de la historia árabe y casi esperando ver el blanco

brazo de alguna misteriosa princesa haciendo señas desde el balcón o

algunos ojos negros brillando por detrás de la celosía. La morada de la

belleza está allí, como si hubiese estado habitada recientemente, pero

¿dónde están las Zoraydas y Lindarajas? [...]

Un abundante caudal de agua traído desde las montañas por viejos

acueductos moriscos corre por el interior del Palacio, surtiendo sus baños

y estanques, brotando en surtidores en medio de las habitaciones y

jugueteando en atarjeas a lo largo del marmóreo pavimento. Cuando ha

pagado su tributo al real edificio y visitado sus jardines y parterres, se

desliza a lo largo de la extensa alameda, precipitándose hasta la ciudad, ya

corriendo en arroyuelos, ya esparciéndose en fuentes que mantienen en

perpetuo verdor los bosques que cubren y hermosean toda la colina de la

Alhambra. Solamente el que habita en los ardientes climas del Sur puede

apreciar las delicias de esta mansión, en que se combinan las apacibles

brisas de la montaña con la frescura y verdor del valle. Mientras que la

ciudad baja se siente molestada con el calor del mediodía y la seca vega hace

confundirse la vista, los delicados aires de Sierra Nevada circulan en el

interior de estos hermosos salones, arrastrando con ellos el aroma de los

jardines que los rodean. A cada instante convida al indolente reposo la

exuberancia de los climas meridionales; y mientras que los ojos, a medio

entornar, se recrean desde los umbrosos balcones con el brillante paisaje, el

oído se siente acariciado por el susurro de las hojas de los árboles y el

murmullo de las cascadas”.

De indudable importancia para el tema central de esta antología son lasConsideraciones sobre la dominación musulmana en España, que recogen elpunto de vista de Washintong Irving sobre este periodo de nuestra historia:

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“Rechazadas dentro de los límites de los Pirineos las mezcladas hordas

de Asia y África que formaron esta irrupción, dejaron el principio

musulmán de conquista y trataron de establecer en España un tranquilo y

permanente dominio. Como conquistadores, su egoísmo fue igual a su

moderación, y durante algún tiempo aventajaron a las naciones contra las

cuales pelearon. Separados de su país natal, amaban la tierra que les había

sido deparada –según ellos– por Alá, y se esforzaron por embellecerla con

cuanto pudiera contribuir a la felicidad del hombre. Basando los cimientos

de su poder en un sistema de sabias y equitativas leyes, cultivando

diligentemente las artes y las ciencias, y fomentando la agricultura, la

industria y el comercio, constituyeron poco a poco un imperio que no tuvo

rival por su prosperidad entre los imperios del cristianismo; y condensando

laboriosamente en él las gracias y refinamientos que distinguieron al

imperio árabe de Oriente en la época de su mayor florecimiento,

derramaron la luz del saber oriental por las occidentales regiones de la

atrasada Europa.

Las ciudades de la España árabe llegaron a ser el punto de concurrencia

de los artistas cristianos para instruirse en las artes útiles. Las almadrazas de

Toledo, Córdoba, Sevilla y Granada se vieron frecuentadas por numerosa

afluencia de estudiantes de otros reinos, que venían a ilustrarse en las

ciencias de los árabes y en el atesorado saber de la antigüedad; los amantes

de las artes recreativas afluían a Córdoba para adiestrarse en la poesía y en

la música del Oriente, y los bravos guerreros del Norte se trasladaron allí

para amaestrarse en los gallardos ejercicios y cortesanos usos de la caballería.

Si en los monumentos musulmanes de España, en la mezquita de

Córdoba, el Alcázar de Sevilla y la Alhambra de Granada, se leen pomposas

inscripciones ponderando apasionadamente el poder y permanencia de su

dominación, ¿debe menospreciarse su orgullo como alarde vano y arrogante?

Generación tras generación, siglo tras siglo, han ido pasando

sucesivamente, y todavía mantienen los moros sus derechos a este suelo.

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Page 88: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

Después de haber transcurrido un periodo de tiempo más largo que el

mediado desde que Inglaterra había sido subyugada por el normando

conquistador, los descendientes de Muza y Tarik no pudieron prever que

iban a ser arrojados al destierro por los mismos desfiladeros que habían

atravesado sus triunfantes antecesores, del mismo modo que los

descendientes de Rolando y Guillermo y sus veteranos pares no pueden

soñar el ser rechazados a las costas de Normandía.

Sin embargo, el imperio musulmán en España fue casi una planta

exótica que no echó profundas raíces en el suelo que embellecía. Apartados

de sus convecinos del occidente por insuperables barreras de creencias y

costumbres, y separados de sus congéneres del oriente por mares y desiertos,

formaron un pueblo completamente aislado. Su existencia fue un

prolongado cuanto bizarro esfuerzo caballeresco por defender un palmo de

terreno en un país usurpado.

Los musulmanes españoles fueron las avanzadas y fronteras del

islamismo, y la Península el gran campo de batalla donde los conquistadores

góticos del Norte y los musulmanes del Oriente lucharon y pelearon por

dominar; pero el esfuerzo fiero de los sarracenos se vio al fin abatido por el

perseverante valor de la raza hispanogótica.

Y por cierto que no se ha dado jamás un tan completo aniquilamiento

como el de la nación hispanomuslímica. ¿Qué se ha hecho de los árabes

españoles? Preguntadlo a las costas africanas y a los solitarios desiertos. El

resto de su antiguo y poderoso imperio ha desaparecido proscrito entre los

bárbaros de África y perdida por completo su nacionalidad. No han dejado

siquiera un nombre especial tras de sí, aunque durante ocho siglos han

constituido un pueblo separado. No quisieron reconocer el país de su

adopción y el de su residencia durante muchos años y evitaron el darse a

conocer de otro modo que como invasores y usurpadores. Tal cual

monumento ruinoso es lo único que queda para testificar su poder y

dominación, a la manera que las solitarias rocas que se ven allá en lontananza

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Page 89: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

dan testimonio de algún pasado cataclismo. Tal es la Alhambra: una fortaleza

morisca en medio de un país cristiano; un oriental palacio rodeado de góticos

edificios occidentales; un elegante recuerdo de un pueblo bravo, inteligente

y simpático, que conquistó, dominó y pasó por el mundo”.

Irving inauguró además un tema que, posteriormente, se harátambién típico en los visitantes a la Alhambra: su visita nocturna, muyadecuado a la búsqueda de efectos románticos por su conjunción de lucesy sombras, de momentos espectrales y del lirismo que ofrece el claro deluna, ya sea en una descripción poética o en los acordes de un piano:

“Pasábame largas horas en mi ventana aspirando los aromas del jardín

y meditando en la adversa fortuna de todos aquellos cuya historia está

débilmente retratada en los elegantes testimonios que me rodeaban. Algunas

veces me salía a medianoche, cuando todo estaba en silencio, y me paseaba

por todo el edificio. ¿Quién se figurará tal como es una noche al resplandor

de la luna en este clima y en este sitio? La temperatura de una noche de

verano en Andalucía es enteramente etérea. Parecíame elevado a una

atmósfera más pura; se siente tal serenidad de corazón, tal ligereza de

espíritu y tal agilidad de cuerpo, que la existencia es un puro goce. Además,

el efecto del resplandor de la luna en la Alhambra tiene cierto mágico

encantamiento. Todas las injurias del tiempo, todas las tintas apagadas y

todas las manchas de las aguas desparecen por completo; el mármol recobra

su primitiva blancura; las largas filas de columnas brillan a la luz del astro

de la noche; los salones se bañan de una suave claridad, y todo el edificio

semeja un encantado palacio de los cuentos árabes.

En una de estas noches subí al pabelloncito denominado el Tocador de

la Reina para gozar del extenso y variado panorama. A la derecha veía los

nevados picos de la Sierra Nevada, que brillaban como plateadas nubes

sobre el oscuro firmamento, percibiéndose, delicadamente delineado, el

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Page 90: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

perfil de la montaña. ¡Qué delicia tan inefable sentía apoyado sobre aquel

murallón del Tocador, contemplando abajo la hermosa Granada, extendida

como un plano bajo mis pies, sumida en profundo reposo y viendo el efecto

que hacían a la blanca luz de la luna sus blancos palacios y conventos!

Ya oía el ruido de castañuelas de los que bailaban y se esparcían sobre

la alameda; otras veces llegaban hasta mí los débiles acordes de una guitarra

y la voz de algún trovador que cantaba en solitaria calle, y me figuraba que

era un gentil caballero que daba una serenata bajo la reja de su dama; bizarra

costumbre de los tiempos antiguos, ahora desgraciadamente en desuso,

excepto en las remotas ciudades y aldeas de la poética España. Con tales

escenas me entretenía largas horas vagando por los patios o asomado a los

balcones de la fortaleza, y gozando esa mezcla de ensueños y sensaciones que

enervan la existencia en los países del Mediodía, sorprendiéndome muchas

veces la arbolada de la mañana antes de haberme retirado a mi lecho,

plácidamente adormecido con el susurro del agua de la fuente de Lindaraja”.

Al igual que hoy, en tiempos de Washington Irving, la presencia delo moro y del moro era patente en Granada, en la población inmigrantedesde el Magreb, que traía consigo su antigua añoranza por la perdidaGranada y que Irving explicó y caracterizó de modo extraordinario.Veremos, además, la vindicación de tono romántico que hace el autornorteamericano de la figura de Boabdil, tan denostada en general. Élachacó su mala imagen a la obra de Ginés Pérez de Hita y dedicó un parde capítulos de La Alhambra a su memoria: “¡Harto pagó el infortunadoBoabdil su justificable hostilidad con los españoles, siendo desterrado desu reino, quedando su nombre injustamente calumniado, llevado de acápara allá y tenido por el vulgo como un padrón de infamia, y esto en supropio país natal y en el mismo palacio de sus padres!”. Sea más o menosnovelada la anécdota que recoge ofrece, en todo caso, un análisis muyinteresante sobre la presencia de los andalusíes al otro lado del Estrecho:

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“Al entrar en el Patio de los Leones uno de los días siguientes me

sorprendí sobremanera viendo un moro cubierto con su turbante,

pacíficamente sentado junto a la fuente. Creí al pronto ver tornada en

realidad alguna de las supersticiones de aquel sitio y que algún antiguo

habitante de la Alhambra había roto el manto de los siglos volviéndose ser

visible. Pero no tardé en reconocer que era un simple mortal, un tetuaní de

Berbería, que tenía una tienda en el Zacatín de Granada, donde vendía

ruibarbo, quincalla y perfumes. Hablaba correctamente el español, y

conversé con él, pareciéndome despejado e inteligente. Me dijo que subía la

Cuesta muy a menudo en el verano para pasar una parte del día en la

Alhambra, en donde recordaba los antiguos palacios de Berbería

construidos y ornamentados de un modo semejante, aunque nunca con

tanta magnificencia.

Mientras nos paseábamos por el Palacio, me llamó él la atención sobre

algunas inscripciones arábigas, que encerraban gran belleza poética.

—¡Ah, señor! –me dijo–. Cuando los moros dominaban en Granada

eran una gente más alegre que hoy. No se cuidaban más que del amor, de

la música y de la poesía.

Componían versos con pasmosa facilidad, y los cantaban al son de la

música. Los que hacían mejores estrofas y los que tenían mejor voz podían

estar seguros de obtener favor y preferencia. En aquellos tiempos, si alguno

pedía pan, se le respondía que compusiese alguna canción, y el más pobre

mendigo, si pedía limosna en verso, era recompensado a menudo con una

moneda de oro.

—Y esa afición popular a la poesía –le pregunté–, ¿se ha perdido

completamente entre ustedes?

—De ningún modo, señor; la gente de Berbería, aún los de las clases

más bajas, componen todavía canciones bastante buenas, como en otros

tiempos, pero no se recompensa hoy el talento como entonces; el rico

prefiere en la actualidad el sonido del oro al de la poesía y la música.

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Page 92: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

Hallábase hablando así cuando se fijó en una de las inscripciones que

profetizaban el poderío y la imperecedera gloria de los monarcas

musulmanes, señores de esa fortaleza. Movió su cabeza, se encogió de

hombros y la vertió al español.

—Así hubiera sucedido –exclamó–, y los musulmanes reinarían

todavía en la Alhambra, si Boabdil no hubiese sido un traidor y no hubiera

entregado la ciudad a los cristianos, pues los Monarcas Católicos no habrían

podido nunca conquistarla por la fuerza.

Traté de vindicar la memoria del desgraciado Boabdil contra esa

difamación, y demostrar que las disensiones que acarrearon la caída del

trono musulmán fueron debidas a la crueldad de su padre, que tenía el

corazón de un tigre; pero el moro no admitió esta disculpa.

—Muley Hassan –dijo– pudo ser cruel; pero fue bravo, activo y

patriota. Si le hubieran ayudado, Granada sería todavía nuestra; pero su hijo

Boabdil desbarató sus planes, quebrantó su poder y sembró la traición en su

Palacio y la discordia en sus huestes. ¡La maldición de Dios caiga sobre él

por su traición!

Pronunciadas estas palabras, el moro se retiró de la Alhambra.

La indignación de mi compañero el del turbante venía bien con la

siguiente anécdota que me contó un amigo mío, y fue: «que durante un

viaje por Berbería tuvo una entrevista con el Pachá de Tetuán. El

gobernador morisco le significó particular interés en sus preguntas sobre

este país, y con especialidad en lo que concernía a las hermosas provincias

de Andalucía, a las delicias de Granada y a los restos de la regia Alhambra.

Las respuestas de mi amigo despertaron en él todos esos recuerdos, tan

profundamente adorados por los moros, del poder y esplendor de su

antiguo imperio en España; y, volviéndose a sus servidores musulmanes, el

Pachá se mesó la barba y exhaló tristes y apasionadas lamentaciones porque

centro tan poderoso se hubiera caído de las manos de los verdaderos

creyentes. Se consoló, sin embargo, cuando supo que el poder y prosperidad

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Page 93: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

de la nación española estaban en decadencia, creyendo que vendría un

tiempo en que los moros reconquistarían sus perdidos dominios, no estando

quizá muy lejano el día en que los ritos de Mahoma se celebrarían en la

mezquita de Córdoba, y en que algún príncipe mahometano tuviera de

nuevo su trono en la Alhambra».

Tal es el deseo y la creencia general de los moros de Berbería. Ellos

consideran a España, y especialmente a Andalucía, como su legítimo

patrimonio, del cual fueron despojados por traición y violencia. Estas ideas

se confirman y perpetúan entre los descendientes de los proscritos moros de

Granada diseminados por las ciudades de Berbería. Algunos de ellos residen

en Tetuán, conservando sus antiguos nombres, tales como Páez y Medina,

y uniéndose en matrimonio con familias que presumen ser del mismo

elevado origen. Su ponderado linaje es mirado con cierta popular

deferencia, rara vez demostrada entre las familias mahometanas por ningún

rango hereditario, excepto por la familia real.

Los vástagos de estas estirpes –según se dice– continúan suspirando

por el terrestre paraíso de sus antecesores, y entonan preces en sus mezquitas

todos los viernes, implorando de Allah que llegue el tiempo en que Granada

vuelva a ser restituida a los fieles, suceso que esperan con tanta avidez y

confianza como tenían los cruzados cristianos en recobrar el Santo Sepulcro.

Añadamos aún que algunos de ellos conservan los antiguos planos y

escrituras de las posesiones y jardines de sus antepasados de Granada, y aún

tienen las llaves de sus casas, enseñándolas como testimonio de su

hereditario derecho, para presentarlas en el soñado día de la restauración”.

Como hemos visto a lo largo de todos estos fragmentos escogidos,pasado histórico, pasado legendario y presente se funden en laimaginación del novelista norteamericano. El siguiente fragmento, quizá,pueda resumir la manera tan ágil y fecunda con la que unía tan dispareselementos, creando un relato que va desde la memoria histórica hasta la

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novela de tono romántico con trasfondo popular y a la vez erudito. Comoen Bécquer, esta suma ofrece un distinguido elemento de realidad en latradición legendaria:

“En la cúspide de la elevada colina del Albaicín, que es la parte más alta

de la ciudad de Granada, existen los restos de lo que era antes un palacio

real, fundado poco después de la conquista de España por los árabes, y

convertido hoy en humilde fábrica. Esta regia morada ha caído en tal olvido,

que me costó gran trabajo descubrirla, a pesar de la ayuda del sagaz y

sabelotodo de Mateo Jiménez. Este edificio conserva todavía el nombre

especial con que se viene conociendo durante muchos siglos, de La Casa del

Gallo de Viento. Se llamó así por una figura de bronce que representaba un

guerrero a caballo armado de lanza y adarga, sobre una de sus torres, y

girando en forma de veleta hacia donde soplaba el viento, con una leyenda

en árabe, que vertida en romance castellano decía de esta manera:

Dice el sabio Aben-Habuz

que así se defiende el Andaluz.

Este Aben-Habuz –según las crónicas moriscas– fue un capitán del

invasor ejército de Tarik, a quien dejó aquel de alcaide de Granada. Se cree

que colocó aquella figura guerrera para recordar constantemente a los

habitantes musulmanes que estaban rodeados de enemigos, y que su

salvación dependía únicamente de vivir siempre prevenidos para su defensa

y prontos a salir al campo de batalla.

Las tradiciones cuentan, sin embargo, una historia bastante diferente

acerca de este Aben-Habuz y de su palacio, y afirman que la figura de bronce

era antiguamente un talismán de gran virtud, aunque en época posterior

perdió sus mágicas propiedades, degenerando en una simple veleta”.

(Washington IRVING. Cuentos de la Alhambra. Pról. y

presentación F.-Ll. Cardona. Barcelona: Edicomunicación, 1993)

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RICHARD FORD (London, 1796-1858). Viaje a España: noviembre, 1830-octubre, 1833. Obra: Hand-Book for Travellers in Spain, 1845.

Este escritor inglés, culto y de clase acomodada, graduado enDerecho en el Trinity College de Oxford fue buen escritor y además buendibujante –sus bocetos de Sevilla, sobre todo las vistas panorámicas de laciudad, minuciosas y precisas, a la vez que artísticas, recuerdan mucho alas de otro extraordinario paisajista de casi trescientos años antes, GeorgHoëfnagel–. Nos ha dejado un Manual para viajeros que es, sin duda, laguía más completa, inteligente y amena de cuantas se elaboraron en elsiglo XIX sobre nuestro país. Merece, desde luego haber sido llamadoRerum Hispaniae Indagator Acerrimus, epitafio que hoy figura en su tumbade Heavitree. Está dirigida a lectores selectos porque, aunque el títulopueda dar a entender que es un libro de andar por casa, está muy lejos delgran público por la profundidad de sus reflexiones, la erudición de suscitas y la perspectiva crítica, que da un aire característico a todo su libro yle acerca a una brillante obra de literatura, en absoluto de tono menor.Elevó, por tanto, el subgénero del libro de viajes al de pieza literaria concarácter propio. Nadie, de forma tan aguda, caracterizó los rasgos quepodríamos definir como exóticos u orientales de lo español, que fuedesgranando en una interesante introducción que denominaGeneralidades. A veces sus comentarios no están exentos de prejuicios y deun cierto sentimiento de superioridad que antepone el mundo anglosajóny europeo del norte al meridional –entendido este en un sentido amplioque incluye el sur de Europa y el mundo africano y oriental–; tengamosen cuenta que escribió desde la Inglaterra de Disraeli. Así, por ejemplo:

“En ninguna otra parte oye el forastero con más frecuencia esas palabras

talismánicas que son como la estampa del carácter nacional: No se sabe, no se

puede, conforme, el «No sé», «no lo puedo hacer»; el Mañana, pasado mañana,

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el Bukra, blabukra, del oriental amigo de aplazarlo todo. Aquí estamos en el

Bakalum o Veremos, «ya veremos lo que pasa»; el Pek-éyi o muy bien, y el

Inshullah, si Dios quiere, de Santiago; el Ojalá, o deseo de que Dios haga lo

que uno desea, el musulmán Enxo-Allah. En una palabra, los pecados

obsesivos del oriental, su ignorancia, su indiferencia, su tendencia al

aplazamiento, moderados por una religiosa resignación ante la Providencia”.

De forma específica, se refirió al carácter andaluz con un comentarioque podríamos oír aún en labios de algunos españoles del norte y que nodeja de ser un tópico bastante manejado desde el septentrión:

“Los castellanos, más graves, hijos más verdaderos de los godos, o

desprecian a los andaluces como medio moros, o bien se ríen de ellos como

meros payasos y bufones, y cierto es que son algo holgazanes, insinceros,

veleidosos y poco dignos. El Majo reluce en sus terciopelos y botones de

filigrana, sus borlas y sus dijes; su traje es tan alegre como su sol; para él la

apariencia externa lo es todo. Este amor de lucir, boato, es precisamente el

árabe batto, betato; su epíteto favorito, bizarro, distinguido, es la palabra árabe

bessarâ, elegancia de forma, de bizar, que significa joven. El Majo es un

verdadero presumido, muy fanfarrón; esta fanfarronería, tanto de palabras

como de hechos, es también mora, ya que fanfar e hinchar significan ambas la

misma cosa: distender, y en árabe, como en español, se aplica a las narices, la

hinchazón de las ventanas de la nariz del caballo berberisco, y, en un sentido

secundario, también significa pretención. El Majo, sobre todo si es crudo, es

amigo de las bromas pesadas, y sus ocurrencias y «bromas» tienen todavía en

español nombres árabes: jarana, jaleo, es decir, Khala-a, zumbonería.

Es dado a los amores, por supuesto, y está lleno de requiebros o bromas

al paso, cumplidos y réplicas ingeniosas. Se dirige a su querida con devoción

oriental; es la hija de mi alma, de mis ojos, exactamente los ya rojí, ya ainí,

ya jabibí de El Cairo”.

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Sobre el pasado histórico de nuestro país y su reflejo inevitable en elpaisaje tuvo también su particular punto de vista, en esta ocasión bastanteagudo y alejado del tópico caracterizador; muy al contrario, procuró lacomprensión de un fenómeno complejo de largo desarrollo en el tiempo:

“Estas dehesas y despoblados, o llanuras desiertas, son de gran extensión.

El país sigue tal y como quedó después de la derrota de los moros. Las

primeras crónicas, tanto de cristianos como de musulmanes, están llenas de

narraciones de las incursiones anuales que ambos infligían unos a otros, y a

las que las zonas fronterizas estaban siempre expuestas. El objeto de esta

guerra de guerrillas fronterizas era la extinción, talar, quemar y robar, cortar

árboles frutales y exterminar a las aves del cielo. La guerra de exterminio fue

la propia de naciones y credos rivales. Fue verdaderamente oriental, y la

misma que ha descrito Ezequiel, que conocía bien a los fenicios: «Id en su

pos por la ciudad y golpeadles; que vuestro ojo no tenga piedad y no la

tengáis tampoco vosotros; matad completamente a viejos y a jóvenes, a

doncellas y niños pequeños y mujeres». El deber religioso de golpear al infiel

vedaba la piedad a ambos bandos por igual, porque la incursión cristiana y

la cruzada eran la exacta contrapartida de la algara musulmana y la algihad;

mientras que, por razones militares, todo era convertido en un desierto, para

crear una frontera edomita de hambre, una zona defensiva por la que

ningún ejército invasor pudiera pasar con vida, las «bestias del campo eran

las únicas que proliferaban» (Deut. VII, 2). La naturaleza, abandonada de

esta manera, volvía por sus fueros, y ha arrojado de sí toda huella de

antiguos cultivos, y distritos que fueron graneros de romanos y moros

ofrecen ahora los más tristes contrastes de su antigua prosperidad e

industria. La fisonomía del suelo y el clima en estas llanuras desiertas es

ahora verdaderamente africana. Algunos campesinos nómadas, medio

bereberes, cuidan de sus rebaños, que merodean por sus llanuras solitarias y

sin vallar”.

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Las costumbres sociales, aparte del carácter, los tipos y paisajes fuerontambién objeto de la atención de Ford:

“El criterio oriental de que las maneras hacen al hombre sigue

constituyendo una regla importante del código social en España, donde

faltar a las reglas convencionales de comportamiento y buena educación trae

consigo más desgracias para el ofensor que la ruptura de las leyes divinas.

Aquellas reglas son impuestas por uno mismo, y, por ser cosas de opinión,

no existen más que por el sistema de excluir a los que las contravienen.

Ocurre allí, como en Oriente, que «nada en cuestión de forma, maneras o

trato es indefinido, arbitrario, mutable o dejado al impulso del momento o

al gusto del individuo: las exigencias inalterables de la sociedad son

familiares a todos; todos, por lo tanto, saben cómo conducirse en cualquier

situación nueva con dignidad y sin apuro, torpeza o vulgaridad». El oriental

elevado a un alto cargo desde una condición baja anterior asume

inmediatamente las maneras correctas y las actitudes del pachá; Sancho

Panza hizo lo mismo en su gobierno, como también el regente Espartero,

aunque fuese igualmente hijo de un campesino manchego. Esto resulta

extraño a la naturaleza inglesa, pero es lo que ocurre a diario en España,

donde, en ausencia de instituciones inamovibles, la gente se guía por

personalidades, por accidentes fortuitos del momento; allí, el poder,

conseguido todavía gracias a la simple influencia personal, no es apenas

inferior al chatir de los turcos; maneras agradables, exudando cortesía del

cielo, bastan para ganarse la fidelidad de los corazones españoles”.

En cuanto al trato social: “El español es un oriental de categoría, ynada es mejor ni más fácil que la manera en que todas las clases, yparticularmente las mujeres, hacen los honores de sus casas, por humildesque sean. Las mujeres españolas raras veces se levantan de sus asientos paradar la bienvenida a nadie; esto es un resto de su antigua costumbre

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oriental de sentarse en el suelo. Habitualmente se conduce al visitante a lamejor estancia, a la Sala de Estrado, lo que en El Cairo se llama Sudhr. Sele coloca a la mano derecha de un sofá, la posición oriental de honor, y sehacen grandes honores a su sombrero, quasi turban”.

El curioso aparato dispuesto en torno a esta prenda, hoy imposiblede percibir, fue descrito por Ford con gran perspicacia:

“La cortesía de que es objeto el sombrero de un caballero particular es

notable, sobre todo entre la gente bien de provincias: no se le permite tenerlo

en la mano, ni dejarlo en el suelo; el atento dueño de la casa se crece en este

tipo cardinal de cortesía, coge el sombrero, a pesar de la débil resistencia, lo

deja sobre un cojín, solo, en una silla o bien sobre el sofá, sitio de honor. La

diferencia entre los españoles y los moros, en muchas cosas además de esta,

consiste solamente en que aquellos llevan sombrero y estos turbante”.

La forma de saludo también sirvió de pretexto al inglés para marcarlas diferencias norte-sur y previene en su Manual al visitante extranjero enEspaña sobre la forma de realizarla cumpliendo las normas sociales:

“Habiendo llegado a una casa sevillana, el visitante, al pasar por la

sólida puerta de madera, roble de Oxford, entra en un portón, el Zaguán,

en árabe sahan; este, también, está cerrado por una puerta de filigrana de

hierro, La cancella (cancelli, rejas), a través de la cual se ve el interior de la

casa. Al llamar al timbre se oye una voz que dice: ¿Quién es? La

contraconsigna a este reto: Gente de paz. Este es un resto de la inseguridad

oriental, es el Salam Aleikoum, Aleikoum Salam. [...] Antes, al pasar el

umbral, todo el mundo, y esto los mendigos todavía lo hacen, solían

pronunciar el lema de Sevilla: Ave María Purísima. Este «ábrete Sésamo»

talismánico supone una garantía extra de respetabilidad, ya que al diablo le

es imposible pronunciar esas palabras. Y los habitantes de la casa responden:

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Sin pecado concebida. Esto se refiere a una piedra angular de la mariolatría,

la inmaculada concepción de la Virgen, que lleva largo tiempo siendo la

monomanía de España, y particularmente de Sevilla, donde «grande es la

Diana de Éfeso»”.

También resulta en particular curiosa la descripción de algunascostumbres culinarias españolas, sobre todo las que están relacionadas conalgún tipo de celebración. En este caso las razones históricas hanmodificado no a un paisaje sino a unos hábitos:

“Dar cenas no es costumbre española ni tampoco oriental. El temor a

la Inquisición, que era toda oídos y toda ojos, encerraba en sus propias

casas a las familias como a moluscos en sus conchas. Temían

comprometerse; las flechas descuidadas que se lanzan del carcaj secreto de

los pensamientos cuando el vaso llevado a los labios deja escapar los

secretos del corazón en los momentos de descuidada hospitalidad –in vino

veritas–. Pero cuando quiera que los españoles se lanzan de verdad a dar

una cena, como en el Oriente, lo que les sale es una Azuma, una fiesta.

Entonces no hay nada que baste; ni sólidos ni líquidos se escatiman, por no

hablar del ajo y el aceite. El desgraciado forastero es tratado como

Benjamín: se le sirve siete veces, y se espera de él que lo coma todo, y tres

platos más encima; por eso, que aquellos de mis lectores así invitados eviten

la comida de ese día y mantengan libre todo el sitio de que dispongan sus

estómagos, porque indudablemente serán objeto del peligroso experimento

de ver hasta qué punto pueden aguantar el estómago y la piel del ser

humano llenándose sin explotar. De vez en cuando se organizan comidas de

fonda, convites de campo y escotes, el nukut de El Cairo, o sea meriendas, y

allí vemos, como en los bailes, a los supervivientes del sexo femenino

obligados a llevarse a casa dulces en sus pañuelos, por no hablar de las

servilletas, como dice Marcial”.

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Tampoco escapó al juicio de Ford el peso excesivo que la religióntenía/tiene en la vida española y la enorme influencia que las condiciones delpasado supuesto ha ejercido para esta consideración del hecho religioso ennuestro país:

“Digamos algo sobre la religión, que empapa toda la vida cotidiana de

España y el español, y es, como su nombre mismo indica, una verdadera

ligazón, y una de las poquísimas en esta tierra de falta de adherencia y desunión:

aquí no hay festivales ni disidencias que debiliten, como en Inglaterra, la fuerza

común del país; su orgullo máximo es el de ser el cristiano originario de la

Cristiandad, y que su religión, la fe, es la única pura y sin adulterar. Se jacta de

ser el cristiano viejo rancio y sin mancha, no un judío o un morisco recién

convertido, a ambos de los cuales él aborrece, igual que el moro aborrecía a los

musulmanes nuevos, los Musalimah, que abandonaron la cruz y cuyos hijos

recibían el despectivo epíteto de Muuallah o Mulatt, o sea, no de pura casta,

sino híbridos y como mulas. La palabra Católico se usa frecuentemente como

equivalente de español y es epíteto que lleva consigo la fuerza de «excelente». [...]

La hora de ponerse el sol, que en el herético Gibraltar se anuncia con

fuego de artillería, se indica en la ortodoxa España por medio de una

campana que pasa tocando a muerto por el día que termina. Es exactamente

lo mismo que el Mughreb de los moros. Este es el momento indicado para

rezar por las almas de los difuntos, y de aquí que reciba el nombre de a las

ánimas; esta es la única expresión que oirá el viajero, y también a las

oraciones, que es algo más tarde, cuando termina la corta media luz y

comienza la invasión rápida de la oscuridad. Esta es la Eschi de los moros.

Se llama de las oraciones porque se toca entonces la campana del Ángelus, del

Ave María. Se piensa que esta es la hora exacta en que Gabriel saludó a la

Virgen. Es impresionante cómo se observa el Ave María: cuando suena la

campana toda la población se detiene, se descubre y se santigua, y los actores

solían hacer esto incluso en plena escena; inmediatamente cesan en la

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Alameda pública las risas y las bromas, y se oye en su lugar el zumbido

monótono de varios miles de voces que recitan una misma oración”.

El instrumento musical español por excelencia, la guitarra, y elfolclore del que forma parte de manera consustancial, ocupa,lógicamente, algunas páginas excelentes en la obra de Ford:

“La guitarra es parte y bagaje de todo español y de sus baladas; se la

echa en bandolera con una cinta, tal y como lo vemos pintado en las tumbas

egipcias de hace cuatro mil años. Es el incambiado kinur oriental, la kitara,

cítara, cithara, guitarra, guitorne; la guiterne Moresche de los bardos. [...]

Las mejores guitarras del mundo se hacían, como es natural, en Cádiz,

por la familia Pajez, padre e hijo; desde luego, un instrumento tan habitual

constituyó siempre objeto de cuidado y preocupación en la bella Bética, y

así vemos que en el siglo VII la guitarra sevillana adoptaba la forma del

pecho humano, porque, como dice San Isidoro, es de allí de donde salían

los sonidos, ya que los acordes eran las pulsaciones del corazón, a corde. Las

guitarras de los moros andaluces se rasgueaban en consonancia con estas

importantes cuerdas del corazón; Zaryáb, un cantador del oriente, se

convierte en el Pajez de Abdu-r-rahman en el año de 821, y fue favorecido

por él como Farinelli lo fue por Fernando VI. Reformó la guitarra o laúd,

añadiéndole una quinta cuerda de color rojo vivo para que representara la

sangre, ya que la primera o tiple, siendo amarilla, indicaba la bilis; y esta es

la fecha en que, en las orillas del Guadalquivir, cuando el atardecer hace salir

al aficionado a las serenatas envuelto en su capa, las gotas color rubí del

corazón femenino se licúan más sin duda alguna, gracias a una sabia

manipulación de esas cuerdas guitarrescas, de lo que jamás se licuaron las de

la sangre de San Jenaro con la ayuda de libros o velas; y no se crea, o al

menos tal se dice, que si el tintineo persiste vayan a agriarse excesivamente

los hígados de los maridos. [...]

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Page 103: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

Entre tanto los aires y melodías que cantan los campesinos y las clases

bajas son muy orientales; y no cabe realmente dudar de su remota

antigüedad o de que formasen parte de los aires primitivos, de los que nos

vemos privados ahora por falta de un sistema de notación musical adecuado.

A la melodía entre los egipcios, como a la escultura, nunca se le permitió

cambiar, a fin de impedir que cualquier fascinación o atractivo nuevos se

interfiriesen con la severa influencia de su inspiradora, la religión. El hecho

de que ambas fueran inventadas para el servicio del altar se indica en el mito

de su origen divino. Estas melodías fueron pasando a otros países, de modo

que los quejumbrosos Manerõs del Nilo, traídos por los fenicios a España,

se convirtieron en el Linus de Grecia (Herodoto). Las melodías nacionales

de los Fellah, los moros y los españoles, están emparentadas entre sí, y son

lentas y monótonas, con frecuencia en completa oposición a los

sentimientos que expresan sus letras, que han cambiado, mientras que las

melodías continúan sin cambiar”.

De Cádiz, además de mencionar las guitarras –“las que hacen JuanPajez y su hijo Josef están a la misma altura que los violines y los tenoresde Stradivarius y Amati: las mejores tienen la parte posterior de unamadera oscura llamada Palo Santo, pero ahora son escasas y caras”–,admiró sus “Esteras, hechas con una caña plana o junco, que crece cerca deLepe, y se usan en lugar de alfombras. Son muy bonitas y están tejidas concomplicados patrones orientales”. Pero aún más admiración le causaronsus mujeres de ojos árabes, que le sugirieron metáforas orientales:

“Las «Damas de Cádiz», el tema de nuestras viejas baladas, han

conservado toda su antigua celebridad; les ha tenido sin cuidado tanto el

tiempo como el espacio. Obsérvese, sobre todo en esta Alameda, el modo

gaditano de pasearse. El piafar, de que tanto hemos oído hablar, y que ha

sido diferenciado por la señora Romer, juez competente, del «afectado

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Page 104: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

cimbreo de las mujeres francesas y del movimiento, más propio de

granaderos, de las inglesas; este de las gaditanas es como un grácil

movimiento natatorio». El encanto que tiene está en que es natural, y en

esto de ser las verdaderas hijas de Eva sin sofisticación alguna las mujeres

españolas tienen pocas rivales. Andan con la seguridad, el equilibrio y la

tendencia a encontrar instantáneamente el centro de gravedad que vemos en

las gamuzas. Esto se hace sin esfuerzo, y es resultado de una organización

perfecta: se podría jurar que serían capaces de bailar por mero instinto y sin

haber sido enseñadas. La andaluza, en su mirar y en su andar, aprende,

aunque sin darse cuenta de ello, de la gacela, y sus movimientos muestran

lo puro de su raza y lo alto de su casta. Su paso podría ser comparado con

el paso castellano de un caballo berberisco cordobés”.

El viaje de Ford se inició efectivamente en tierras gaditanas. Laevocación a África es constante y no podía de ser otra manera, porqueambas costas están realmente próximas y, de esta manera, “Vejer –Bekkeh–es el espejo mismo de una ciudad mora, escalando penosamente unaempinada eminencia”; y “Tarifa es la ciudad más mora de toda Andalucía,esa Berbería Cristiana”. Las dos orillas, un día hermanadas por la historia,Ford las vio, con gran sutileza, alejarse y distanciarse por diferentescircunstancias de coyuntura, que no culturales. Empleó, eso sí, un tonoen general cargado de prejuicio occidental hacia lo oriental. Su imagen delos enfrentamientos entre ambos espacios y su descripción del crecienteantagonismo entre ambas orillas, con la fuerte visión final de unaseparación a cañonazos es realmente digna de una antología:

“Una milla hacia el interior está la Laguna de Janda. Cerca de este lago,

Tarik, desembarcando de África el 30 de abril del año 711, se enfrentó a

don Rodrigo, el último de los godos. Aquí comenzó, en 19 de julio, la

batalla que fue decidida el 26 del mismo mes junto al Guadalete, cerca de

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Jerez. Gayangos ha aclarado estas fechas históricas; mientras que Páez, el

maestro de la juventud española, se muestra incierto sobre si el año debería

ser 811 u 814. Esta batalla dio España a los musulmanes; uno de los secretos

de su desenlace fueron precisamente las disensiones civiles que había entre

los godos, y la ayuda que obtuvieron los moros de los judíos, que estaban

siendo perseguidos por el clero godo. Tarik y Muza, los dos generales

victoriosos, recibieron del califa de Damasco esa recompensa que desde

entonces ha sido ejemplo permanente para los envidiosos gobernantes

españoles: fueron llamados a la corte, cayeron en desgracia y murieron en el

olvido. [...]

En la Venta de Taibilla el camino se bifurca; el que sigue a la izquierda

conduce a la Trocha, mientras una pintoresca garganta a la derecha,

moteada por fragmentos de antiguos puentes y calzadas de los moros,

conduce a la orilla del mar. En la torre de La Peña del Ciervo, la Highar

Eggêl de los moros, se abre la magnífica costa africana. Y aquí dejaremos que

el fatigado viajero descanse un momento y contemple el magnífico

panorama. África, que no es tierra de desérticas arenas, se levanta

bruscamente del mar con tremendo ímpetu coronada por las nieves eternas

del Atlas inferior; ante nosotros yacen dos continentes; hemos llegado al

extremo del mundo antiguo, un angosto golfo divide las tierras del

conocimiento, la libertad y la civilización de las regiones vírgenes de la

ignorancia bárbara, la esclavitud, el peligro y el misterio. Ese promontorio

es Trafalgar. Tarifa se eleva justo delante de nosotros, y las llanuras del

Salado, donde triunfó la cruz contra la media luna. Los muros blancos de

Tánger relucen en la costa opuesta, descansando, como una corona de

nieve, sobre montañas oscuras: detrás de ellas se extiende el desierto, la

guarida de la bestia salvaje y el hombre más salvaje aún. Los dos continentes,

separados, se levantan altivos; fruncen severamente el ceño el uno contra el

otro, con el aspecto frío y herido de la amistad terminada. En otros tiempos

estaban unidos, pero «un mar horrible corre ahora entre ellos» y les separa

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para siempre. Mil barcos cruzan ahora el estrecho, cargados con el comercio

del mundo entero. Todos los barcos desean pasar por estas aguas, más

hondas de lo que jamás exploró sonda alguna, donde ni el mar ni la tierra

son amables con el forastero. Más allá de este punto está la bahía de

Gibraltar, y en esa roca gris, objeto de cien luchas, erizada ahora con el

doble de mil cañones, la bandera roja de Inglaterra, en la que nunca se pone

el sol, sigue desafiando la batalla y el viento. Lejos, en la distancia, el

Mediterráneo azul se extiende hasta perderse de vista como un lago. Europa

y África se van alejando suavemente una de otra; costa, cabo y montaña,

rostro, forma y naturaleza, ¡qué parecidos todos ellos!; el hombre, sus leyes,

sus obras, sus credos, ¡qué diferentes y qué opuestos! [...]

Los moros llamaban a este estrecho Bahr-z-zohak, esto es, el mar

estrecho; el Mediterráneo era para ellos Bahr-el-abiad, o sea el mar blanco;

la longitud del estrecho desde el Cabo Espartel hasta Ceuta, en África, y

desde Trafalgar hasta Punta Europa, en España, es de alrededor de doce

leguas. [...]

Entre La peña del ciervo y Tarifa hay una llanura regada por el salado

río Salado. Fue aquí donde Walia, en el año 417, derrotó a los Vandali

Silingi, echándolos a África; y aquí también donde el caballeroso Alonzo XI,

el 28 de octubre de 1340, derrotó a las fuerzas combinadas de Yusuf I, Abú-

l-hajaj, rey de Granada, y Abú-l-hassan, rey de Fez, que hicieron una

desesperada y última intentona de reinvadir o reconquistar España. Esta

victoria abrió el camino del triunfo final de la cruz, ya que los moros nunca

se repusieron del golpe. Los relatos de un testigo presencial son dignos de

Froissart. Los cañones hechos en Damasco fueron utilizados aquí por

primera vez en Europa”.

Ford continuó su ruta dirigiéndose hacia Sevilla por Jerez y, aquí,además de apuntamientos paisajísticos o históricos, se anima a haceralgunas precisiones lingüísticas:

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Page 107: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

“Xerez de la Frontera, o Jerez, porque ahora se ha puesto de moda

escribir todas estas palabras guturales germánicas o moras que tienen X o G

delante de una vocal abierta con una J, como Jiménez en vez de Ximenez,

Jorge en lugar de Gorje, etc., se llama de la Frontera con el fin de

distinguirlo de Jerez de los Caballeros, en Extremadura. Los moros la

llamaban Sherish Filistin, porque había sido asignada a una tribu de filisteos.

Los nuevos colonos de Oriente conservaban los nombres de sus antiguos

hogares y su odio a sus vecinos. La villa se levanta entre laderas cubiertas de

viñas, con sus torres moras enjalbegadas, su Colegiata de cúpula azul y sus

enormes bodegas, o sea almacenes de vino, que parecen cobertizos de naves

de guerra en Chatham. No falta quien piense que esta villa fue la antigua

Asta regia Caesariana. Se ven aún algunas esculturas mutiladas en la Calle de

Bizcocheros y en la Calle de los Ídolos, porque los jerezanos llaman ídolos a las

imágenes esculpidas de los paganos, mientras que se inclinan devotos ante

las nuevas sagradas imágenes de sus propias iglesias. Jerez es una extensa

ciudad mora, mal construida y mal desaguada, con una población de cosa

de treinta y dos mil habitantes. Parte de las murallas y portones originales

se ven aún en la ciudad vieja: los suburbios son más regulares y allí es donde

residen los ricos vinateros. Jerez fue conquistada a los moros en 1264 por

Alonzo el Sabio. El Alcázar, cerca del paseo público, es muy bello”.

Más tarde, pasó por Utrera que, “durante la guerra con los moros, fueel refugio de los agricultores que huían de las talas españolas y de lasincursiones fronterizas”; y por Alcalá de Guadaíra:

“Alcalá, el «castillo del río Aira», fue la púnica Hienippa, un «lugar de

muchas fuentes». Se llama también «de los panaderos», por haber sido

durante mucho tiempo la tahona de Sevilla: el pan es la base misma de su

existencia, y las muestras de esto abundan. Las Roscas, de forma circular, se

cuelgan como guirnaldas, y las hogazas, o panes, se colocan sobre mesas en

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el exterior de las casas. Panis ic longe pulcherrimus; ciertamente es, como

dicen los españoles, Pan de Dios, el «pan de los ángeles de Esdras». El pan

español era ya estimado por los romanos por su ligereza. [...]

El castillo es uno de los ejemplos moros más bellos: era la llave de

Sevilla por tierra. Se rindió el 21 de septiembre de 1246 a Fernando el

Santo. La guarnición había confraternizado con Ibn-l’Ahmar, el reyezuelo de

Jaén, que estaba ayudando a los cristianos contras los sevillanos a causa de

divisiones internas y odios locales de esos que siempre han sido causa de la

debilidad de la centrífuga España.

La ciudad mora estaba bajo el castillo, y ya no existe. Queda una

pequeña mezquita, ahora dedicada a San Miguel, en cuyo día fue tomada la

plaza; de ella hicieron un cuartel los franceses. Obsérvense las paredes

llamadas tapias, los graneros subterráneos, mazmorras, las cisternas o aljibes,

la torre de homenaje y la enorme torre de los calabozos o torre mocha. El río,

a sus pies, da una bonita curva en torno a la base rocosa; largas líneas de

murallas bajan siguiendo las laderas del terreno irregular”.

Ya en Sevilla Ford tuvo claro que: “Lo primero que hay que hacer essubir a la Giralda, y lo segundo ir a caballo alrededor de las murallas”.Estos paseos le sirvieron para evocar la historia de la ciudad:

“Sevilla se rindió a los moros sin tardanza, inmediatamente después de

la derrota de don Rodrigo en Guadalete: hubo traición y disensión dentro

de su recinto, porque la viuda del monarca destronado, Egilona, no tardó

en casarse con Abdu-l-aziz, el hijo del conquistador Musa-Ibn-Nosseir.

Sevilla continuó su fidelidad al califa de Damasco hasta el año 756, cuando

Abdu-r-rahmán estableció en Córdoba el califato occidental de la familia de

Beni Umeyyah, a la que Sevilla siguió sujeta hasta el año 1031, cuando esa

dinastía fue derrocada, acabando con ella la verdadera dominación mora. La

trama mal tejida se deshizo entonces en pedazos; diversos aventureros se

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hicieron reyes de cada provincia y de cada ciudad, quot urbes, tot reges,

volviéndose rivales y enemigos unos de otros. La casa, dividida contra sí

misma, no podía tenerse en pie, y menos aún en un momento en que los

reinos de León y Castilla estaban consolidándose bajo Fernando III el

Santo, uno de sus mejores reyes y el más bravo de los guerreros”.

El viajero pudo ver todavía allí innumerables huellas del pasadomusulmán:

“La Sevilla moderna es una ciudad puramente mora. Los musulmanes,

durante su dominio en ella de cinco siglos, la reconstruyeron enteramente,

utilizando edificios romanos como material de construcción. El clima es tan

seco y tan adecuado para la conservación que las mejores casas siguen siendo

las edificadas por los moros, o bien las que han sido hechas según su

modelo. De edificios romanos, por lo tanto, apenas queda traza. Los

sevillanos aseguran que las murallas y la Torre del Oro fueron construidas

por Julio César, lo que es una solemnísima tontería, porque son

indudablemente moras, tanto por la forma como por la construcción. La

ciudad romana era muy pequeña y se extendía desde la Puerta de la Carne,

por la plaza San Nicolás y San Salvador, hasta la Puerta de Triana. [...]

Más de la mitad de Sevilla es mora. Sólo seleccionaremos aquí lo

mejor: y, para empezar, visitemos la torre de la catedral, la Giralda,

llamada así a causa de la veleta, que gira. Sobre este campanario, único en

Europa, se han diseminado muchos errores. Fue construido en 1196 por

Abu Yusuf Yacub, que lo añadió a la mezquita que había sido erigida por

su ilustre padre del mismo nombre. Según Zúñiga, los cimientos fueron

hechos a base de estatuas romanas destruidas; los moros sentían tal

veneración por esta torre de Mueddin que, antes de capitular, quisieron

destruirla, pero se lo impidió la amenaza de Alonzo el Sabio de que, si lo

hacían, saquearía la ciudad.

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«Abu Yusuf Yacub fue el gran constructor de su época; hizo tender un

puente de barcas a través del Guadalquivir, en el lugar mismo donde se

levanta el actual puente moderno, y construyó torres para defenderlo, y

todo ello quedó terminado e inaugurado, según los documentos, el 11 de

octubre del año del Señor de 1171. Construyó también una parte de las

murallas exteriores, y erigió muelles a lo largo de las orillas del río para

facilitar la descarga de los numerosos barcos que en aquella época llegaban

a Sevilla con productos de Europa, Asia y África. Reparó el acueducto

romano, conocido ahora por el nombre de los Caños de Carmona, y con él

llevó excelente agua a todos los rincones de su capital provisional. Pero el

principal edificio levantado por este ilustrado monarca fue la gran Mezquita

de Sevilla, que, a juzgar por lo que queda todavía de sus muros exteriores

entre la torre y la nueva sacristía, tiene que haber sido semejante en diseño

y ejecución a la celebrada Mezquita de Córdoba. Los cimientos fueron

sentados en el mes de octubre de 1171 y el edificio fue completado por su

hijo y sucesor, Abu Yusuf Yacub, quien, en el año de la hégira de 593 (era

cristiana, 1196), ordenó que se le añadiera una alta torre. Esta misión le fue

encargada a su principal arquitecto Jáber, a quien los autores españoles

llaman Gever y que, por la coincidencia de sonido con su nombre, ha

pasado, de la manera más errónea que cabe, por ser el inventor del álgebra.

Esta torre, como la llamada kutsabea de Marruecos y la de Rabat, que

también son obra del mismo arquitecto, fue erigida probablemente con el

doble objeto de llamar a los fieles a la oración y de hacer observaciones

astronómicas. En la cima había cuatro bolas de bronce (Manzanas), tan

grandes que, según se nos ha informado, para introducirlas en el edificio fue

necesario quitar la piedra clave de una puerta llamada «la Puerta de los

Muezines», que conducía desde la Mezquita hasta el interior de la torre; la

barra de hierro que la sostenía pesaba alrededor de diez quintales y todo ello

fue vaciado por un famoso alquimista, nativo de Sicilia, llamado Abú Leyth,

costando cincuenta mil libras esterlinas. Y es un dato curioso, y que muestra

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la minuciosa exactitud del escritor de quien tomamos estos datos, que,

durante el terremoto de 1395 [sic por 1356], o sea, 157 años después de la

caída del poder moro, estas bolas, junto con el soporte de hierro, fueron

derribadas, y entonces, pesando el soporte se comprobó que su peso, tal y

como lo había dado uno de los historiadores de Sevilla, era exactamente el

que afirmara el escritor mahometano». Hasta aquí nuestro veraz amigo

Gayangos, que, aquí, y por primera vez, ha desbrozado el pantano de errores

en el que muchos se han hundido, y que amenaza a todos los que copian lo

que encuentran escrito en malas guías españolas y en peores extranjeras. [...]

Es un cuadrado de cincuenta pies. Las ajaracas, o patrones moros en

bajorrelieve, son distintas en cada lado. Obsérvense los elegantes arcos que se

entrecruzan, tan frecuentes en el estilo sarraceno-normando de Apulia. [...]

La Giralda era la torre más alta desde donde el mueddin llamaba a los

fieles a la oración; y aquí están todavía sus sustitutos, las campanas, porque

son tratadas casi como si fueran personas; antes de ser colgadas se las bautiza

con un óleo especial consagrado expresamente para ellas durante la Semana

Santa, y reciben nombres bautismales de santos. [...]

De las otras torres moras de minarete o mueddin obsérvense las de San

Marcos, Santa Marina, Santa Catalina y Omnium Sanctorum. La de San

Pedro ha sido modernizada.

Debajo de la Giralda está el moro Patio de los Naranjos, con la fuente

original, en la que en otros tiempos los musulmanes llevaban a cabo sus

abluciones. Sólo quedan dos lados de este temenos o «bosquecillo». Se entra

por el norte, por la rica Puerta del Perdón, que fue modernizada en 1519 por

Bartolomé López. Obsérvese el arco moro y las puertas de bronce originales,

pero el campanario es moderno. [...]

Una puerta penumbrosa, donde aún queda un arco en herradura de la

antigua mezquita, conduce al interior, donde cuelga lo que en otros tiempos

fue un cocodrilo o Lagarto, enviado a Alonzo el Sabio, en 1260 por el sultán

de Egipto, que había pedido la mano de su hija: la Infanta rehusó un

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pretendiente cuyo primer regalo a duras penas indicaba un tierno afecto.

Aquí están enterrados algunos de los conquistadores de Sevilla, por ejemplo,

Pedro del Acero, 1265”.

Ford se detuvo, por supuesto, a describir el Alcázar y aprovechó paradar una verdadera lección de sus conocimientos sobre técnicas yelementos constructivos, a lo que, comprobamos, era muy aficionado, eneste caso el azulejo:

“Ahora se puede visitar el Alcázar; pero antes obsérvese un singular

arco sesgado moro en una calleja angosta que conduce a la Puerta de Jerez

y que demuestra que los moros practicaron esta invención, que ahora pasa

por moderna, hace, por lo menos, ocho siglos. Al Alcázar se entra por dos

puertas, que son la de las Banderas, donde se izan estas cuando el rey reside

allí, o bien la de la Montería, de donde el rey salía de caza. El gran portal es

completamente moro, y, sin embargo, fue construido en 1364 por don

Pedro, el gran restaurador de este palacio. En este periodo Yusuf I acababa

de completar las complicadas decoraciones orientales de la Alhambra, y

Pedro, que con frecuencia tenía las mejores relaciones con los moros de

Granada, deseoso de adoptar este estilo, empleó obreros y artesanos moros,

de la misma manera que los reyes normandos, cristianos, de Sicilia,

contrataban mano de obra sarracena por falta de suficiente gusto y talento

entre sus propios y más toscos súbditos. Obsérvense los delicados arabescos,

las ventanas divididas por una columnita, ajimeces, y el techo tallado. La

curiosa inscripción gótica casi parece cúfica, y dice así: «El muy alto, y muy

noble, y muy poderoso y conquistador Don Pedro, por la gracia de Dios, Rey de

Castilla y de León, mandó facer estos alcázares y estas facadas que fue hecho en

la era mil quatro cientos y dos»; esto es, en el año de nuestra era de 1364.

La palabra Alcázar quiere decir palacio real. La palabra es mora, o más

bien romana, porque Al-kasr, Al-caçar quiere decir simplemente Caesar,

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cuyo nombre era sinónimo de majestad. Esta residencia está construida

sobre el solar del pretor romano. Los palacios, como los templos, se ganan

una especie de reverencia prescriptiva, y cuando una dinastía o un credo son

expulsados, sus sucesores, como cosa natural, se aprovechan de las huellas de

sus predecesores. Esta residencia fue construida en los siglos X y XI por

Jalubi, arquitecto toledano, para Abur-r-rahman An-na’ssir Lidin-Allah, que

significa «el defensor de la religión de Dios».

Ha sido muy modificado por los Reyes Católicos y por Carlos V, y

afrancesado por Felipe V, que subdividió los nobles salones con lamentables

tabiques de yeso y listones. La parte más antigua da al jardín. Don Pedro

reparó el lado contrario y sus techos pintados siguen aún allí como muestra

el Banda. [...]

Al entrar, las columnas que hay en el vestíbulo son romanas, con

capiteles góticos: estas pertenecían al palacio original. Don Pedro hizo traer

de Valencia muchas otras columnas de la real residencia aragonesa, que

mandó destruir. El gran Patio es soberbio, de setenta pies por cincuenta y

cuatro. Fue modernizado en 1569. La obra de estuco es de Francisco

Martínez. Muchas de las puertas, los techos y los Azulejos son moros

auténticos. Visítense el bonito Patio de las muñecas y los salones contiguos

restaurados por Arjona. El salón de embajadores tiene un magnífico techo

de media naranja, pero los balcones y los retratos reales españoles estropean

el carácter moro; las cabezas borbónicas de babuino son un insulto y al

mismo tiempo un perjuicio. Aquí estuvo reunida la junta de Sevilla hasta la

derrota de Ocaña. En la sala contigua se dice que don Pedro hizo asesinar a

su hermano, el Maestre de Santiago, a quien había recibido como invitado.

Otra anécdota de este Ricardo III español merece ser mencionada aquí: Abu

Said, que había usurpado el trono de Ismael II de Granada, huyó a Sevilla

del heredero legítimo de este, bajo promesa de salvoconducto de Pedro,

quien recibió y festejó a su huésped, mandándole matar luego en

circunstancias de inhospitalaria y burlona crueldad, con objeto de

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apoderarse de su tesoro y sus joyas. Gayangos encontró, en un manuscrito

árabe existente en el Museo Británico, un relato contemporáneo de este

suceso. Entre las joyas se especificaba «un rubí enorme»; este rubí se lo dio

don Pedro al Príncipe Negro después de la victoria de Navarrete. Este es el

«bello rubí, grande como una pelota de raqueta» que la reina Isabel enseñó

al embajador de María Estuardo, Melville, y que el astuto diplomático

quería conseguir para su amante; es la misma y exacta piedra que adorna

ahora la corona real de Inglaterra en la torre de Londres.

De este salón se pasa por una sucesión de habitaciones verdaderamente

árabes que dan todas al jardín, y luego se sube al segundo piso, modernizado

por Carlos V: el viajero debe ir por la terraza sobre el jardín y visitar la

capilla de Isabel, que da al noroeste y es muy pequeña, de quince pies por

doce. Este Azulejo es completamente peruginesco, y quizá la mejor muestra

de este arte en toda España.

Sevilla es muy rica en esta especie de decoración mora. Azul y Azulejo,

aunque ambas palabras se deriven del árabe, no vienen de la misma raíz. La

primera es Lazurad, el Lapis Lázuli; la segunda, Zulaj, Zuleich, que quiere

decir teja barnizada. Lazurad viene del persa, ya que la palabra árabe es

zaraco, de donde tenemos el español zarco, que se aplica a los ojos azules. La

mayoría de los nombres de colores en español se derivan de palabras árabes,

como Albavalde, Carmesí, Gualdo, Azul-turquí, Ruano, Alazán. Los moros

eran químicos y decoradores, y fue de ellos de quien los rudos hispanogodos

aprendieron esas artes y las palabras con que expresarlas. El uso del Azulejo

es muy antiguo y oriental. El zafiro y el azul fueron siempre los tintes

favoritos (Éx., XXIV, 10; Is., libro 11). La sustancia se compone de arcilla

roja, cuya superficie está muy vidriada con colores de esmalte. El material es

fresco y limpio, y no hay bicho capaz de hallar en él su guarida. Los moros

formaron con él las más ingeniosas combinaciones de color y diseño.

Los mejores ejemplos de Azulejo que se ven en Sevilla son los Dados,

en el Patio del Alcázar. Algunos son moros, otros del tiempo de don Pedro;

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luego viene esta capilla (1504), y a continuación el curiosísimo portal de Las

monjas de Santa Paula; luego los Dados, en la Casa Pilatos; luego el pabellón

de verano del jardín del Alcázar, 1546; del mismo periodo son los Dados de

Berruguete, en la biblioteca del Alcázar. Los de San Agustín fueron diseñados

en 1611, cuando los amarillos estaban muy de moda. Entonces se hizo muy

corriente la costumbre de representar monjes y temas sacros. Véanse la

fachada de la iglesia de la derecha, fuera de la Plaza del Popolo, y los azules

de la Caridad, según diseños de Murillo.

El Cuarto del Príncipe, una habitación verdaderamente digna de la

Alhambra, está situado sobre el vestíbulo”.

El inglés recorrió el territorio sur sevillano, el Aljarafe, “en árabeSharaf, tierra de colinas. Este fértil distrito se llamaba el jardín deHércules y fue convertido en reserva por Fernando el Santo, como la partedel león de la conquista de Sevilla. Producía las mejores aceitunas béticasde la antigüedad, pero ahora todo él es ruina y desolación. Los españoles,con sus talas, lo devastaron todo, y sus antiguas guerras están ahoramarcadas por carreteras y puentes rotos. Las ruinas han seguido allí, sinque nadie las quite ni las repare, después de seis siglos de la más normalapatía y el más normal abandono; y no solamente hay excelente aposentopara las lechuzas en los edificios en ruinas, sino también magníficasguaridas para toda clase de caza, que vive a su gusto en estos desiertosdonde la naturaleza y sus ferae son los amos indiscutidos”. Camino del surpasó por “San Juan de Alfarache, Hisn-al-Faraj, o sea «la fisura en lahendedura»; esta era la llave fluvial de los moros en Sevilla, y las viejas yarruinadas murallas coronan aún las alturas”.

Y entró por fin en la provincia de Huelva por Almonte, “en elCondado de Niebla, que era un pequeño principado bajo los moros”. EnNiebla, encontró también ruina y decadencia: “Ilipa, es un lugar decaídoy decadente junto al río Tinto, con una población de unas ochocientas

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personas. Tiene un antiquísimo puente, con un castillo arruinado y unatorre del homenaje de gran importancia en otros tiempos. Esta era laclave del pequeño reino, y fue concedida en feudo al valiente Guzmán elbueno”. Mostró especial atención por las torres, las atalayas, “en árabeTaliah”, de la costa onubense: “Las atalayas están, en general, construidasde tapia, que es una especie de cemento africano, o fenicio introducidocon el sistema mismo de las torres, y que, como éstas, continuó sincambiar en las dos tierras emparentadas de España y Berbería. La mezclade que se compone, o sea piedra, mortero y cascajo, es puesta en unmarco móvil de madera sujeto por medio de tornillos, es empujada luegobien fuerte hacia abajo, se quitan los tornillos y se coloca comoconvenga, hacia arriba o hacia abajo. De aquí que los romanos llamasena este sistema parietes formacei (Plinio), o sea paredes hechas por mediode marcos o moldes; Plinio, concretamente, describe los de España ycomenta su indestructibilidad; de hecho acaban convirtiéndose en masassólidas, en fósiles. Los godos siguieron usándolo y lo llamaban formatum.La palabra tapia es árabe; aún se llama tobi en Egipto, y significa paredde tierra. En el condado inglés de Devon esto se llama Cob. Estas paredessiguen siendo construidas actualmente en Andalucía y Berberíasiguiendo exactamente el mismo método”. Puso además su atenciónsobre Moguer, Palos y la Rábida, lugares de imborrable recuerdocolombino: “Moguer (Lontigi Alontigi) se alza en el río Tinto y trafica envino y frutas; la ciudad y su castillo están medio en ruinas, y debajo sehalla el puerto, Palos (Palus Etreplaca). Visítese el convento franciscanode Santa María Rábida, nombre moro muy común en España quesignifica «frontera o lugar expuesto», Rábbitah, Rebath, sitios que erandefendidos por los Rábitos, que no eran otros que los Morabitins, losMorabitos, los Almorávides de Conde, una especie de Chilzi, un mediofanático y medio monje, de cuyo ejemplo tomaron los españoles elmodelo de sus Caballeros de Santiago”.

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En estas costas de Huelva, en Ayamonte, dando nuevas muestras de suerudición, recordó un episodio relacionado con las anteriormente descritasrabitas –puntos fuertes situados en lugares estratégicos de la costa– lo que lesirvió para, una vez más, proclamar la superioridad del califato cordobés, ensu época de esplendor, sobre otras civilizaciones de Occidente, y elencuentro norte-sur que ha tenido lugar secularmente en España:

“Es la llave y el puerto del Guadiana; los bosques vecinos dan madera

para la construcción de místicos y embarcaciones costeras: es un puerto

pesquero pobre. En el siglo IX los normandos hicieron incursiones de

piratería contra la costa occidental de España. Pasaron, en el año 843, desde

Lisboa hasta el Estrecho, y en todas partes, como en Francia, vencieron a los

indígenas que no estaban preparados, saqueando, incendiando y

destruyendo. Incluso capturaron Sevilla el 30 de septiembre del año 844,

pero salió a su encuentro el califa de Córdoba, que los derrotó y expulsó.

Los moros los llamaban Majus, Madjous, Magioges (Conde), y los primeros

cronistas españoles Almajuzes. La raíz de Magus, o sea seres sobrenaturales,

lo que casi eran considerados. La palabra Madjous la aplicaban estrictamente

los moros a los bereberes y africanos que eran paganos o muwallads, o sea

que no eran seguidores del Corán. La verdadera etimología es la misma que

la de Gog y Magog, que tan frecuentemente mencionan Ezequiel y las

Revelaciones como saqueadores de la tierra y de las naciones, May-Gogg, «el

que disuelve»; los feroces normandos aparecieron, llegando nadie sabía de

dónde, justo cuando la mente de los hombres se estremecía ante la llegada

del milenio, y por lo tanto se les consideraba precursores de los destructores

del mundo. Este término de indefinible potencia gigante subsiste en la

palabra Mogigangas, que significa imágenes aterradoras que los españoles

solían exhibir en sus festivales religiosos, como los Gogs y los Magogs de

nuestros sabios cívicos del Oriente. Así pues, Andalucía, por ser el punto

medio entre el Norte y el Sudeste, se convirtió en lugar de cita de los dos

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grandes y devastadores enjambres que arrasaron Europa: aquí fue donde los

duros hijos de la helada Noruega, los adoradores de Odín, chocaron con los

sarracenos de la tórrida Arabia, los seguidores de Mahoma. No puede

aducirse prueba más convincente del poder y la relativa superioridad de los

moros cordobeses sobre las otras naciones europeas que esta triunfante

resistencia que supieron oponer a esos feroces invasores, que habían asolado

sin dificultad las costas de Inglaterra, Francia, Apulia y Sicilia: vencedores

en todos los demás sitios, aquí se vieron rechazados vergonzosamente. No

es de extrañar, por lo tanto, el terco odio que los normandos sentían por los

moros españoles, ni tampoco que se aliaran con los catalanes, en cuya

arquitectura se percibe aún su influencia; pero, como ocurrió en Sicilia,

estos bárbaros venidos del Norte no tardaron en desaparecer o en ser

asimilados, como era natural que ocurriera, por otros pueblos más

civilizados que ellos y a los cuales habían dominado por la mera

superioridad de su fuerza bruta”.

En su camino hacia Córdoba pasó por Carmona, “la moraKarmunah, con sus murallas orientales, su castillo y su posición, es muypintoresca; tiene una población de veinte mil doscientas personas. Hayuna posada decente en la plaza suburbana, según se llega de Sevilla:obsérvese la torre de San Pedro, que es una imitación de la metropolitanaGiralda; obsérvense las murallas macizas y la puerta mora de la ciudad, enarco. El patio de la universidad es moro, la iglesia de un excelente góticoy construida por Antonio Gallego, muerto en 1518”.

Ya en Córdoba, como otros tantos, rememora sus glorias literarias ycientíficas y su pasado esplendor político:

“Córdoba, bajo los godos, se llamaba «santa y erudita». Osio, el

consejero de Constantino y amigo de San Atanasio, que le llamaba

panousios, fue su obispo desde el año 294 hasta el 357: presidió en el

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Concilio de Nicea y fue el primero que condenó al fuego los libros

prohibidos. Bajo los moros Córdoba se convirtió en la Atenas de Occidente,

o, según Rasis, en la «driza de la ciencia, la cuna de los capitanes». Produjo

a Avenzoar, o, por escribirlo más correctamente, a Abdel Malek Ibn Zohr, y

a Averroes, cuyo verdadero nombre era Abu Abdallah Ibn Roshd, que

introdujo a Aristóteles en Europa y, como dijo Dante, il gran commento feo.

La riqueza, el lujo y la civilización de Córdoba bajo la dinastía de los Beni-

Ummeyah parece casi un cuento de hadas; y, sin embargo, Gayangos ha

demostrado su exactitud histórica. Todo ello fue barrido por los bereberes,

verdaderos bárbaros, que quemaron el palacio y la biblioteca. Su avance fue

poco menos fatal para el arte y la civilización de los moros que la irrupción

de los godos para el de la antigüedad. [...]

Córdoba fue siempre celebrada por sus plateros, que llegaron

originalmente de Damasco y continúan aún hoy en día trabajando en ese

estilo cincelado de filigrana. [...]

La Córdoba romana resistió a los godos hasta el año 572, pero la

Córdoba goda fue tomada por los moros casi inmediatamente, por Muquiez

el Rumi. Si bien, al principio, dependió del califato de Damasco, en el año

756 se declaró independiente y llegó a ser la capital del imperio moro de

España bajo Abderrahmán (Abdu-r-rahman, el siervo de los compasivos).

Fue este la cabeza y el último heredero que quedaba de su dinastía, los

Ummeyah, que habían sido expulsados del Oriente por los usurpadores

abbasidas. Jamás novela alguna ha superado la verdad de la vida aventurera

de este hombre. Fue fundador de reinos y ciudades: bajo su égida Córdoba

se convirtió en la rival de Bagdad y Damasco, y fue también el centro de

poder y civilización de Occidente, y esto en una época en que la debilidad,

la ignorancia y el barbarismo cubrían todo el resto de Europa. Contenía en

el siglo X casi un millón de habitantes, trescientas mezquitas, novecientos

baños y seiscientas posadas. Bajo los españoles declinó, y ahora es un lugar

sucio, atrasado, mal abastecido y en plena decadencia, con una población de

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menos de sesenta mil almas, o, como algunos dicen, y probablemente con

más exactitud, de cuarenta y cinco mil”.

La mezquita, no hay ni que dudarlo, fue objeto de especial atenciónpara el viajero inglés:

“La catedral o La Mezquita, como aún se la llama todavía (mesgad, de

masegad, que significa venerar postrado), se levanta sola. El interior es

acastillado y sombrío. Se debe pasear en torno a ella, observar las torres

cuadradas con contrafuertes, con parapetos en sierra: es del mismo tipo que

vimos en Sevilla. Examínense los tímpanos moros de las diferentes

entradas. Se entra al Patio de los Naranjos por la Puerta del Perdón, cuyo

tipo es verdaderamente oriental. La cisterna fue hecha en 945-46 por

Abdu-r-rahman. En esta, antes sagrada temenos y «bosquecillo», los

importunos mendigos molestan al extranjero y destruyen la ilusión. Se

debe subir a la torre del campanario, que, como la Giralda, fue afectada por

un huracán en 1593: la reparó en 1593 Fernán Ruiz, de esta ciudad. No

quedó tan lograda, ni en forma ni en color, como la restauración, hecha

por él mismo, de la Giralda de Sevilla. El patio fue obra de Said Ben Ayub

en el 937; tiene cuatrocientos treinta pies por doscientos diez. Las

diecinueve entradas a la mezquita están ahora cerradas, excepto la central.

Obsérvense las columnas miliarias encontradas en medio de la mezquita

durante las reparaciones de 1532: las inscripciones fueron grabadas de

nuevo en 1732, y registran la distancia, ciento catorce millas, a Cádiz desde

el templo de Jano, en cuyo lugar fue levantada la mezquita. El interior de

la catedral es imposible de describir, es preciso verlo; es un laberinto de

columnas, que, como en el caso del basilicum, sostiene un techo bajo.

Gayangos observa que el edificio entero fue construido principalmente con

materiales tomados de templos griegos y romanos en la Península y fuera

de ella. Morales comprobó que los materiales de un templo de Jano,

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consagrados al culto cristiano durante el período de la dominación goda,

habían servido para la construcción de la mezquita; y los escritores árabes

dicen que de un total de mil doscientas columnas, ahora reducido a unas

ochocientas cincuenta y cuatro, que sostenían antes el techo bajo, ciento

quince proceden de Nismes y Narbona, en Francia; sesenta de Sevilla y

Tarragona, en España; mientras que ciento cuarenta fueron donadas por

Leo, emperador de Constantinopla, y el resto fueron arrebatadas a los

templos de Cartago y otras ciudades de África; y las columnas no son, en

absoluto, uniformes: unas son de jaspe, otras de pórfido, y otras de diversos

y exquisitos mármoles; sus diámetros no son iguales tampoco; las cañas de

algunas, que eran demasiado largas, hubieron de ser aserradas o hundidas

en el suelo a una profundidad de hasta cuatro, e incluso cinco o seis pies,

mientras que, para las que eran demasiado cortas, las deficiencias se suplían

por medio de enormes y desproporcionados capiteles corintios, con lo que

se echaba a perder toda la armonía y uniformidad. Los árabes siempre se

han apropiado los restos de las ciudades y templos romanos para material

de sus edificios. [...]

El solar que ocupa es, aproximadamente, de trescientos noventa y

cuatro pies de este a oeste, y trescientos cincuenta y seis de norte a sur. Las

columnas dividen su interior en diecinueve naves longitudinales y

veintinueve naves transversales: las laterales están convertidas en capillas.

Obsérvense los curiosos arcos dobles y los que pasan sobre columnas, que

constituyen una de las primeras variantes de la forma basilical: las columnas,

como en Paestum, no tienen plintos, que serían incómodos para la gente que

anda por entre ellas. Algunos de los arcos superiores están bellamente

entrelazados, como cintas; las columnas se diferencian unas de otras en

color, diámetro y material, pero los moros no tenían mucha idea de la

simetría y trataban a las columnas romanas como Procustes a los hombres.

El tejado bajo tiene aproximadamente treinta y cinco pies de altura, y era

plano hasta que se pusieron en su lugar las cúpulas modernas. La madera de

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alerce con que fue hecho sigue tan fuerte como cuando fue colocada allí,

hace casi once siglos. Este árbol, el Eres de los hebreos, el L’aris de Berbería

(la raíz de Larix, lárice o alerce), es la thuya articulata, o arbor vitae, que

crece en tan gran cantidad en las montañas de Berbería, más allá de Tetuán,

de donde fue traído aquí. [...]

Visítese la Capilla de la Villa Viciosa, que antes era la Maskurah, o sede

del Califa. Obsérvese el Mih-rab, el nicho donde era colocado el Alcorán: el

Califa llevaba a cabo su Chotbá u oración pública en la ventana que daba a

la Ceca o sanctum sanctorum. Obsérvense los curiosos leones, como los de la

Alhambra, y también los Azulejos y el estuco con arabescos, en otros tiempos

pintado de azul, rojo y dorado. Las inscripciones están en cúfico. Visítese la

Capilla de San Pedro, en otros tiempos la Cella, la Ceca, el Santísimo y la

Kiblah o punto vuelto hacia la Mecca, que está al este desde España, pero al

sur desde Asia; obsérvese el espléndido exterior de mosaico, de un estilo

llamado por los moros Sofeyabá, que no tiene rival en Europa y es de una

riqueza verdaderamente bizantina. Una mísera reja cerca la tumba del

condestable Conde de Oropesa. Esta capilla es llamada por los españoles

Del Zancarrón, ridiculizando así el hueso del pie de Mahoma, burla

realmente apropiada en boca de los veneradores de diez mil reliquias

monacales; éntrese en la capilla que es un octógono de quince pies; el tejado,

hecho en forma de concha, está ejecutado con una sola pieza de mármol. El

peregrino daba la vuelta siete veces a esta Ceca, como se hacía en la Mecca,

razón de que el pavimento se encuentre tan gastado”.

Siguiendo por el norte de Andalucía, visitó Jaén:

“Jayyàn fue un pequeño reino independiente bajo los moros, y

constaba de doscientas sesenta y ocho leguas cuadradas. La capital, la

romana Aurigi Giennium, se levanta como un centinela ante la garganta de

la entrada montañosa a Granada; y esta situación fronteriza explica su

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condición yerma y despoblada. Nunca pudo recuperarse de las razias de

mutuo exterminio, y, sin embargo, aquí tenemos tierra de la más rica que

hay en España, y bien abastecida de agua. Gien, en árabe, significa, o tal se

dice, fertilidad, y la ciudad se llamaba también Jayyenu-l-harir, o sea «Jaén

de la Seda». Su posición es sumamente pintoresca, por estar a la sombra de

una colina coronada por un castillo; las largas líneas de las murallas y las

torres moras ascienden penosamente por las laderas irregulares. El amasijo

de montañas y las llamadas Jabalcuz, La Panadera y El del Viento privan casi

de sol a la ciudad en los días invernales. Jaén ha sido comparada con un

dragón, un Cerbero vigilante. Es lugar pobre, en medio de la abundancia;

su población asciende a dieciocho mil personas, la mayoría de las cuales son

agricultores que trabajan intensamente. Los jardines frutales en las afueras

son encantadores, refrescados y fertilizados por aguas vivas que surgen de las

rocas por todas partes. [...]

Jaén se rindió a Fernando el Santo en 1246, Ibn-l-ahmar, «el hombre

rojo», nacido en Arjona, se había erigido en su rey partiendo del más bajo

fondo de la sociedad y, por estar en desacuerdo con el rey moro de Sevilla,

y sintiéndose incapaz de resistir por sí solo a los cristianos, se declaró vasallo

de estos; después de cooperar sustancialmente a la conquista de Andalucía,

se convirtió en el fundador de la cuarta dinastía mora y del reino de

Granada, a donde los moros, a medida que iban siendo expulsados de otras

partes, huían como a su último refugio”.

En su ruta de Sevilla a Granada, pasó por Estepa y Roda, que es,“como indica su nombre árabe Rauda, un jardín de rosas, roda; entrePedrera y la Venta de Cobatea y El Cortijo de Cerezal, donde reinó durantetanto tiempo José María [el Tempranillo]; y efectivamente esta zona difícily accidentada está hecha para los ladrones y los animales de presa; nuncahan escaseado aquí en toda la historia de España; el más famoso fueprobablemente Omar Ibn Hafssun, que, como Viriato, se convirtió «ex

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latrone Dux», y durante muchos años, en el siglo IX, disputó estosdominios hasta a los califas de Córdoba; originalmente era un renegadocristiano”. Visitó también Antequera y Archidona, accediendo al reino deGranada a través de Loja, “la clave de Granada”. En Antequera Ford,después de ver cómo el gobernador de la plaza se afanaba en la “tarea dedemoler la mezquita mora con objeto de vender los materiales yembolsarse el dinero: Cosas de España”, reflexiona sobre uno de los viciosdel carácter español: “Antequera, probablemente porque le va mejor a larima, es lugar seleccionado para indicar el fatalismo oriental de losespañoles y su individualismo, según el cual cada persona se cuida antetodo de sí misma: Salga el sol por Antequera, venga lo que viniere, el últimomono se ahoga. Esta es una nueva versión de nuestro «The devil takes thehindmost», y del francés «Sauve qui peut»; pero la costumbre de dejarpasar al primero es de todas épocas: occupet extremun scabies; al postremole muerde el perro”.

Llegado a Granada, el erudito viajero inglés realizó algunasconsideraciones toponímicas e históricas, aderezadas con un final denovela que da pábulo a las leyendas difundidas a partir de la obra de GinésPérez de Hita, muy del gusto romántico:

“El nombre de Granada es una corrupción de Karnattah, la antigua

ciudad de origen fenicio. El prefijo car se presenta en muchas ciudades

construidas sobre eminencias, por ejemplo: Cartago, Carteia, Carmona,

Cartama. Nata ha sido interpretado por alguno como extranjero, o sea la

«ciudad del extranjero», de los «peregrinos» (Casiri), y por otros como el

nombre de una diosa local. Karnattah, cuando la invasión mora, fue

entregada por uno de los generales de Tárik a los «judíos», y de aquí que

fuera llamada «Karnattah-al-Yahud». Ocupaba el solar de la actual Torres

Bermejas y se levantaba sobre el «Campo del Príncipe». Era completamente

distinta a Illiberis, con la que ha sido confundida después. [...]

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Cuando se desintegró el califato de los Omeyas, Illiberis fue tomada

por un jefe bereber cuyo sobrino, Habús Ibn Mákesen, en el año 1019,

trasladó su residencia a la posición más fuerte de Karnattah; como de

costumbre destruyó la ciudad vieja, «Granada la vieja» y utilizó los restos

fenicios y romanos para sus nuevos edificios. [...]

Granada, que bajo los moros tenía medio millón de habitantes, apenas

si cuenta ahora con ochenta mil. La fecha de su ruina es el 2 de enero de

1492, cuando el pendón de Castilla ondeó por primera vez sobre las torres

de la Alhambra. Disensiones internas, las mismas que permitieron a Ibnu-l-

ahmar fundar su reino, condujeron a su decadencia y ruina; y de la misma

manera que la Cava dio paso a la ruina de la monarquía goda y abrió el

trono de España a los moros, así una mujer cristiana era ahora la teterrima

causa de la caída musulmana, facilitando el triunfo de los descendientes de

Pelayo. Su nombre era Isabel de Solís. Era hija del gobernador de Martos y,

habiendo sido cogida prisionera por los moros, se convirtió en la favorita de

Abu-l-hassan, rey de Granada. Es la heroína de una romántica novela

histórica de Martínez de la Rosa. Su nombre árabe es Zoraya, «Estrella de la

Montaña», alusión a su magnífica belleza, por lo que ‘Ayeshah, otra esposa

y prima de Abu-l-hassan, se sintió celosa de su rival y de esta manera, se

dividió la corte en dos partidos. Los Zegris (Zegrim, la gente que venía de

Zegr, o sea Aragón) adoptaron la causa de ‘Ayeshah y los Abencerrajes, o sea

los Beni Cerraj (los hijos de la silla o del Palacio), la de Zoraya. En junio de

1482, Abu-Abdillah, hijo de ‘Ayeshah, destronó a su padre. Su nombre fue

corrompido por los españoles, que lo convirtieron en Boabdila. Los moros

le llamaban también As-Saghir, o sea el más joven (de donde el término

español el Rey chico), para distinguirle de Abu-l-hassan, su padre. Boabdil

hizo matar inmediatamente a los Abencerrajes, porque la amnistía no es

cosa de tierras orientales. De esta forma la casa quedó dividida contra sí

misma y los más valientes fueron muertos en el justo momento en que

Castilla y Aragón se unían bajo Fernando e Isabel”.

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Interesa el juicio de Ford sobre las consecuencias de la caída deGranada: “Los moros, antes de la caída de Granada, aunque aborrecidos,eran tratados con respeto por los cristianos, como Moros, caballeros ysoldados. Pero después fueron llamados Moriscos. Este diminutivoexpresaba desprecio y auguraba ese mal trato de que el partido vencido escon demasiada frecuencia víctima en la cruel y púnica Iberia”.

El escritor confesaba que la Alhambra era, para los ingleses, “elresumen y la sustancia de Granada. Para ellos es el primer objeto, el imán,la perla preciosa”. Tras relatar la historia de la decadencia y destrucción deledificio, fragmento que no hay que perderse como muestra notable de lamezquindad humana, para vergüenza y desolación de cualquier almasensible, pasó a describir, con su acostumbrada minuciosidad, el conjuntodel monumento:

“Habus Ibn Makesen, cuando se retiró de Illiberis en 1019, levantó

sobre esta obra externa la Kassabah Alhambra, que significa «la cerca de lo

rojo», la actual Alcazaba. Este Ibnu-al-ahmar eligió para su residencia y

construyó el Kasru-l-hamra, el Alcázar o palacio de o en la cerca roja. Las

largas líneas de murallas y las torres coronan la colina y siguen las curvas y

hondonadas del terreno: aquí no se persigue la simetría ni conseguir líneas

rectas; de aquí, como en Jaén, Játiva, etc., la elegancia y pintoresquismo de

estas fortificaciones orientales son la antítesis misma de la recta vulgar y a

tiralíneas de las obras de Vauban, tan poco útiles para el artista como

admirables para el ingeniero.

Las torres moras se levantan entre un cinturón de árboles, que

contrasta con las pedregosas sierras que se elevan sobre ellas; pero todo es

artificial y obra del moro, encantador del agua. [...]

Una vuelta brusca conduce a la gran entrada, La Torre de Justicia, la

«Sublime Porte», ante la cual el rey, por medio de su kaid, administraba la

justicia como en Oriente (Deut., XVI, 18) y a la manera antigua, que por lo

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menos era más rápida y barata, y, posiblemente, igual de equitativa que en

el actual tribunal de la Cancillería de nuestro país. Esta puerta fue erigida en

1348 por Yusuf I, Abu-l-hajaj, un gran decorador de la Alhambra. Los

moros la llamaban Bábu-sh-shari’ah, o sea la «puerta de la ley». La

inscripción que hay sobre el dintel deja constancia de su elevación y también

del nombre del fundador. Termina así: «Que el Todopoderoso haga de esta

(puerta) un baluarte protector e inscriba su (erección) entre las acciones

imperecederas del justo». La decoración mora ha sido rota para hacer sitio a

una hornacina para una imagen de la Virgen. Encima de la herradura se ve

una mano abierta y, sobre el arco interno, una llave, en la que algunos ven

el símbolo oriental del poder (Is., XXII, 22) y otros la «llave de David» (Rev.,

III, 7). Algunos, sin embargo, la consideran emblema de hospitalidad y

generosidad, las cualidades redentoras del oriental. Gayangos piensa que es

una representación de los cinco primeros mandamientos del credo del Islam

[...]. Entre los sufís la llave era un signo simbólico que denotaba

conocimiento, «la llave con la cual Dios abre el corazón de los creyentes».

Se ve en muchos castillos andaluces, especialmente en los construidos

después de la llegada de los Almohades.

La entrada es por una puerta doble: «David se sentó entre las dos

puertas» (2 Sam, XVIII, 24). Aquí hay un cuarto de guardia; y los pasillos

están dispuestos de manera que obstruyan la entrada de cualquier enemigo.

Ahora, en lugar del mameluco bien armado y del reluciente moro, o del

campeón de Tendilla cubierto de hierro, vemos algunos inválidos

escuálidos, medio muertos de hambre, con aire de bandidos, apelotonados

unos contra otros, con el hambre retratada en los ojos y la miseria

harapienta por todo uniforme. Estos espantapájaros constituyen la adecuada

guardia de un edificio arruinado por la apatía española”.

Mucho y bueno es lo que el inglés escribió de la Alhambra; destacamosde su extensa relación su acceso al edificio y primeras impresiones:

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“El exterior severo, sencillo y casi huraño de la Alhambra no ofrece

razón alguna para esperar la espléndida belleza que en otros tiempos brilló

en su interior, cuando la apertura de una sola puerta dejaba entrar al

forastero en un semiparaíso. A semejanza de otros Alcázares moros

impresionantes, éste fue construido sobre la cima de una colina y está hecho

de tapia. Las pintorescas paredes y torres que rodean las alturas siguen las

líneas naturales del terreno desigual. Este palacio-fortaleza, morada de un

oriental, tenía por objeto atemorizar a la ciudad que se extendía a sus pies,

y alejar de sí el calor y los enemigos, tanto extranjeros como internos, y

guardar en su seno a las mujeres. El aspecto sencillo del exterior tenía por

objeto alejar de sí los efectos del mal de ojo, que contempla con recelo a los

demasiado prósperos y destruye su felicidad. La voluptuosidad y el

esplendor de su interior quedaban así enmascarados, como el espato

reluciente de un guijarro áspero. Y así, mientras el palacio español era todo

él ostentación externa e imperfección interna, el lema del moro era esse

quam videri; contentándose con la sustancia de dentro, se sentía libre de la

vanidad de hacer ostentación de un sepulcro blanqueado ante el mundo.

La disposición interna del edificio era puramente oriental. Los paseos

con columnas, las fuentes, los baños, el Tarkish ornamentado de estuco, el

friso de Azulejo dado, que juntaba en sí la duración, el color, la frescura y el

rechazo de los parásitos; encima colgaba el rico techo de Artesonado, dorado

y estrellado como un cielo sobre los espléndidos salones. «La arquitectura de

los árabes», dice Owen Jones, «es esencialmente religiosa y procede

directamente del Corán, como la arquitectura gótica procede de la Biblia.

La prohibición de representar la vida animal les indujo a buscar otros

medios de decoración, inscripciones tomadas del Corán, entrelazadas con

adornos geométricos y flores, no tomadas claramente de la naturaleza, sino

traducidas a través del telar; porque se diría que los árabes, al cambiar su

vida nómada por la sedentaria, al dejar la tienda para sustituirla por una

forma más sólida, transfirieron los chales lujosos y las colgaduras de

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cachemira que habían adornado sus antiguas moradas a estas nuevas, de

modo que el palo de la tienda se convertía en una columna de mármol, y el

tejido de seda en yeso dorado»; y ciertamente podría añadirse a esto que la

palmera era el modelo de las columnas que los árabes usaban en sus patios.

Por lo que se refiere a las inscripciones árabes, esos epigramata están escritos

con caracteres complejos, y constituyen una decoración por sí solos: su uso

fue tomado de las filacterias, los escapularios preservadores de los judíos.

Gayangos observa sobre su calidad que «los hay de tres clases: Ayát, o sea los

versos del Corán; Asja, frases piadosas no tomadas del Corán, y Ash’ár, es

decir, poemas en alabanza de los constructores, o dueños, del palacio».

Como la mayor parte de la poesía oriental, su contenido es monótono o

insípido para el lector europeo; el encanto parece consistir más bien en los

sonidos y en las palabras que en el significado. Las inscripciones

pertenecientes a las dos primeras clases están generalmente escritas en

cúfico, que son los caracteres de la ciudad de El Kufeh, fundada hacia el año

17 de la Hégira. Su forma cuadrada se presta a diseños geométricos, y

ciertamente es difícil distinguir en ellas las letras de estos diseños, así como

también es difícil distinguir los caracteres árabes modernos de los adornos

retorcidos que los acompañan. Las letras cúficas están frecuentemente

dispuestas de manera que presentan un aspecto uniforme de derecha a

izquierda, y viceversa, «de manera que la inscripción puede ser leída de

ambas formas, y también de arriba abajo y de abajo arriba. Los poemas

largos están escritos todos al estilo africano, con tal cuidado que no falta

nunca un solo punto diacrítico a ninguna de las letras, y las vocales y los

signos gramaticales están todos igualmente insertados en sus sitios». Los

caracteres árabes modernos fueron adoptados hacia el año 950, pero el

antiguo cúfico continuó siendo utilizado hasta 1508.

Los colores empleados por los moros eran, en todos los casos, los

primitivos azul, rojo y amarillo (oro); los colores secundarios, púrpura, verde y

naranja, sólo se utilizaban en los frisos de Azulejo, que, por estar más cerca del

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ojo, constituían un lugar de reposo para la vista después del colorido más

brillante de la parte superior; ahora algunos parecen verdes, pero éste es un

cambio producido por el tiempo en el azul metálico original. Los Reyes

Católicos usaron tanto el verde como el púrpura y su obra puede ser fácilmente

identificada por la tosquedad de la ejecución y la falta de ese armonioso

equilibrio de colores que los moros supieron comprender mucho mejor. Entre

los egipcios, los griegos y los árabes, dice el señor Jones, los colores primitivos

solamente se usaron en los primeros períodos del arte; los secundarios se

volvieron más importantes durante su decadencia. Compárense los templos

faraónicos con los tolemaicos [de la dinastía griega de Egipto], y los edificios

griegos primitivos con los de Pompeya. No cabe la menor duda de que bajo los

moros las columnas de mármol estaban todas sobredoradas, pero los españoles

en sus reparaciones encontraron más fácil raspar todo el oro, y, de esta manera,

dejar al descubierto la piedra blanca, que volver a sobredorarla. Las elegantes

columnas, semejantes a palmeras, merecen ser observadas y especialmente la

variedad de sus capiteles; estos, en todos los casos, están tallados en mármol

blanco, y sólo los ornamentos de las volutas, señalados actualmente por líneas

borrosas, están pintados sobre un fondo azul, de modo que la superficie blanca

del mármol es el ornamento; en algunos casos este orden se invierte; pocos de

los capiteles conservan su colorido a la perfección, aunque queden restos de él

en casi todos ellos; el fondo es con frecuencia rojo, con hojas azules en las

superficies superiores; todas las bandas y las inscripciones eran en oro; las

inscripciones normales son: «No hay más vencedor que Dios»; «Bendiciones».

Los «frisos» y los adornos de Azulejo merecen cuidadoso examen. Por

intrincados que parezcan estos entrelazamientos, están formados sobre la base

de las reglas más sencillas: «Si se traza una serie de líneas equidistantes entre sí,

cruzadas por otra serie semejante en ángulo recto de manera que formen

cuadrados, y los espacios así creados se disponen diagonalmente, haciendo

encontrar cada cuadrado de manera alternativa, se puede conseguir cualquier

combinación; y se conseguiría la misma variedad dibujando líneas

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equidistantes diagonalmente y disponiendo los espacios en cada cuadrado en

ángulo recto». En las columnas de Azulejo las partes son las mismas, y la infinita

variedad de diseño se consigue cambiando los colores y la yuxtaposición de las

distintas partes. De esta manera no hay fin posible para la multiplicación de

diseños con esta combinación de líneas y colores. Conviene observar que si

Azulejos de estos son utilizados para pavimentos y tienen inscripciones, es que

fueron puestos allí por los españoles, porque los mahometanos ponen siempre

gran cuidado en no pisar siquiera un pedazo de papel accidentalmente caído en

su camino, por temor a que pudiera tener escrito el nombre de Alá. Muchos

de los pavimentos de mármol de la Alhambra no fueron, sin duda alguna,

puestos allí por los moros, ya que están colocados sobre el nivel primitivo y

ocultan parte del mosaico.

Los colgantes en forma de estalactita en colmena, de los que hay tan

soberbias muestras, están todos construidos sobre principios matemáticos;

se componen de numerosos prismas, unidos por sus superficies laterales

contiguas, y consisten en siete formas diferentes procedentes de tres figuras

primarias sobre fondo plano: el triángulo recto, el rectángulo y el triángulo

isósceles. Mister Jones, disecando algunos de ellos, consiguió identificar sus

varios ingredientes. Estos son susceptibles de una infinita variedad de

combinaciones, tan variadas como las melodías que se pueden sacar de las

notas de la escala musical. Los techos cónicos de la Alhambra indican una

maravillosa potencia y efecto, obtenidos por medio de la repetición de los

más simples elementos; casi cinco mil piezas forman parte de la

construcción del techo de Las Dos Hermanas, y aunque son sencillamente de

yeso, reforzado acá y allá con pedazos de caña, están en el más perfecto

estado de conservación: pero es que la carpintería de los fenicios pasó a los

moros. Estas casas, «techadas con cedro y pintadas de bermellón» (Is., XXII,

14), son exactamente las de los antiguos egipcios; compárese con Córdoba.

Los techos de Artesonado, la obra de marqueterie de puertas y

contraventanas, semeja la del Alcázar de Sevilla. Los diseños, aunque en

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apariencia intrincados, pueden todos ellos ser reducidos a las reglas

geométricas más simples, y el mismo principio se puede aplicar a los Lienzos

y a los Azulejos. Las complejidades desconciertan a la pluma y al lápiz por

igual. La costumbre no consigue enromar su infinita variedad. Para el ojo

superficial y no habituado a ellos, los diseños pueden, ciertamente, parecer

todos iguales, pero van creciendo ante uno a medida que se les examina, y esta

es la única manera de comprender sus inagotables variedades; ¡cómo habrán

sido en los comienzos, cuando su colorido relucía con su esplendor originario!

La manera de colgar las puertas es la usada por los antiguos en sus templos y

utilizada aún en nuestros días en Oriente: cuelgan de pernos que forman parte

de la puerta misma y descansan sobre un hueco practicado en la losa de

mármol del suelo; en la parte superior hay otro igual practicado en la viga; un

cerrojo suele cerrar al mismo tiempo las dos hojas de las puertas plegables y el

postigo; el método oriental es ingenioso.

El edifico fue comenzado por Ibnu-l-ahmar en 1248; lo continuó su hijo

Abu’abdillah, y lo terminó su nieto Mohamed III en 1314. El fundador,

como Eduardo III en Windsor, ha puesto por todas partes su lema, su «Honi

soit qui mal y pense». Las palabras son Le galib ilé Allah, o sea «No hay más

vencedor que Dios», y se ven por doquier en el Tarkish y el Azulejo. El origen

es este: cuando volvió de la rendición de Sevilla sus súbditos le saludaron con

el nombre de galib, o sea vencedor, y él replicó: «No hay más vencedor que

Dios». Este lema aparece también en su escudo, que tiene la bandera de

Castilla, concedida a él por Fernando el Santo, y la misma que adoptara don

Pedro para emblema de su orden de la Vanda, o Banda. Esta banda, antes

azul, fue teñida de «rojo» para halagar a este William Rufus moro (Conde).

El gran decorador fue Yusuf I, quien, aunque no victorioso en la guerra

(véase Salado), fue eminente en las artes de la paz: tan grandes eran sus rentas

que se le creía poseedor de la piedra filosofal; pero su secreto consistía en la

tranquilidad y el trabajo, «et magnum vectigal parsimonia». Redoró y volvió

a pintar el palacio, que tuvo entonces que parecer algo salido de los «Cuentos

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de los Genios», mientras que ahora está desierto y vacío y convertido en una

mera carroña. Los colores han sido borrados por la cal y las proporciones

destruidas por siglos de malos tratos; y, sin embargo, el tiempo y el aire seco

de España lo han gastado con suavidad, tratándolo como a una bella mujer.

¡Lo que tiene que haber sido en otros tiempos!, «¡cum tales sunt reliquiae!»

Pedro Martyr, un italiano de buen gusto, escribió esto cuando lo visitó, en el

séquito de los góticos vencedores: «¡Alhambram proh!, ¡dii inmortales!,

¡qualem Regiam!, ¡unicam in orbem terrarum crede!»”.

La Andalucía oriental fue ampliamente visitada por este curiosoturista inglés, que se detuvo en Málaga:

“principal puerto de Granada; su situación es admirable; el Guadalmedina,

o «Río de la Ciudad», la divide de los suburbios Perchel y La Trinidad. El río

nunca tuvo nombre propio. Malachaeque flumen urbis cum cognomine. Es un

mero arroyo en verano, pero en invierno se convierte en devastador torrente,

una maldición y al tiempo un antídoto para la ciudad: sus sedimentos obstruyen

el puerto, pero también, como un Alfeo, limpia las acumulaciones de porquería

a que los habitantes se muestran extrañamente indiferentes. El mar, en

consecuencia, se retira, y es así como el viejo muelle moro está ahora en plena

ciudad, mientras la Alameda se cubrió de agua en el siglo pasado. [...]

Málaga, Malakah, fue una ciudad bien amada del moro. Rasis la

describe como un paraíso en la tierra. La tomó Fernando el Católico el 18

de mayo de 1487, después de un terrible sitio. El rey rompió todas sus

promesas y celebró su triunfo con confiscaciones y autos de fe. Pulgar, que

fue testigo directo, cuenta con detalle todas estas atrocidades púnicas que se

imputaron a Fernando el Católico como méritos; pero bien es cierto que

nulla fides servanda est hereticis. [...]

La ciudad se ve enseguida. Visítese el noble castillo moro, construido en

1279 y en otros tiempos palacio y fortaleza. La parte baja se llama Alcazaba, Al

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Kassabah, o sea el corazón, el centro. Está comunicada con la torre de arriba, el

Gibal Faro, la «Colina de los Faros». Obsérvese una bella entrada mora en

forma de herradura, incongruentemente adornada con antiguas columnas

romanas e imágenes católicas modernas. El vulgo relaciona La Puerta de la

Cava con La Cava, la hija del Conde Julián, cuya violación por don Rodrigo

introdujo a los moros en España. Ahora bien, es curioso que una puerta mora

se llamase así antes de que llegaran allí los moros. Esta La Cava es corrupción

de Alcaba, descendimiento, y Cava, por su parte no otra cosa que Cahba, lo

que en árabe significa mujer deshonesta, «maldición», cosa que una mujer

deshonesta es tanto en España como fuera de ella. Que don Julián o Elyano fue

causa de la invasión mora es cosa cierta, pero el nombre de esta Elena, su hija,

no se menciona nunca. [...]

La Atarazana o astillero moro es todavía arsenal, de nombre aunque no

de hecho. Un bello arco de mármol en forma de herradura sigue en pie: ha

sido desfigurado por un miserable cobertizo y escapó por los mismísimos

pelos al hado de ser demolido en 1833; el español que tiene un puesto de

autoridad siente poco interés por el arte moro, que considera como resto de

un bárbaro infiel e invasor; le irrita la admiración que inspira a los

extranjeros, porque implica una cierta inferioridad en él. Incluso Ponz, que

era persona de gusto y aficionada a las antigüedades, recomendaba

«embellecer y reparar» Málaga quitando «todas las fealdades que tienen

resabios de los moros». Quería poner en su lugar lo académico y lo trillado”.

En la sierra malagueña visitó Ronda, que en tiempos de Ford aún notenía los resabios románticos que luego caracterizarían a esta singularciudad andaluza. Pero el viajero inglés, sin duda, ayudó a forjarla:

“Ronda, dicen los españoles, es la Tívoli de Andalucía, pero Trajano,

aunque Andaluz, no construyó aquí ninguna quinta; sus mecenas fueron los

moros. La ciudad cuelga de una roca rodeada por un río y sólo accesible por

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tierra por una angosta cuesta guardada por un castillo moro. Tiene

dieciocho mil habitantes, montañeses, contrabandistas, toreros y Majos muy

crudos, gente audaz, valiente y de fresca tez. Fue conquistada por sorpresa

por Fernando en 1485. El Tajo, o corte, es su característica más marcada. El

Guadalevín, el «arroyo profundo», que más abajo se llama El Guadairo,

rodea a Ronda de la misma manera que el Marchán rodea a Alhama, el Tajo

a Toledo y el Huéscar y el Júcar a Cuenca. [...]

En la ciudad conviene visitar el convento dominicano; la torre mora se

levanta al borde mismo del abismo. Hay otra torre mora en la Calle del

Puente Viejo; visítese, en la calle de San Pedro, La Casa del Rey Moro,

construida en 1042 por Almonated, que bebía el vino en gobeletes

moteados de piedras preciosas y hechos con los cráneos de aquellos a

quienes él mismo había decapitado (Conde). Aquí está La Mina de Ronda,

una escalera cortada en la piedra hasta el río. Se debe bajar a la curiosa gruta

de la nereida, al fondo; fue excavada por esclavos cristianos en 1342 para Ali

Abou Melec: los escalones estaban protegidos con hierro, y los españoles los

vendieron para sustituirlos con madera; el general Roja, el gobernador, que

vivía en la casa, usó esta madera para hacer leña en 1833.

Ronda es una intrincada y antigua ciudad mora de tortuosas callejas,

cuestas y bajadas. Las casas son pequeñas; las puertas están hechas del Nogal de

buena calidad que abunda en los valles de frutales. Los Peros, Samboas, Ciruelas

y Melocotones de Ronda son proverbiales. Las damiselas, al contrario que las de

la oscura Andalucía, son aquí frescas y rubicundas como las manzanas reinetas.

Ronda es la fresca residencia veraniega de la gente rica de Sevilla, Écija y

Málaga. Es sumamente salubre y la longevidad es aquí proverbial”.

(Richard FORD. Manual para viajeros por Andalucía y

lectores en casa. Reino de Granada. Madrid: Turner, 1981; y:

Manual para viajeros por Andalucía y lectores en casa. Reino

de Sevilla. Madrid: Turner, 1980)

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THÉOPHILE GAUTIER (Tarbes, 1811-Neuilly-sur-Seine, 1872). Viaje aEspaña: abril 1840-septiembre 1840. Obra: Voyage en Espagne, 1843.

Escritor con temprana vocación de pintor y dedicación al periodismopara poder ganarse la vida, su Viaje a España supuso para él unaoportunidad de expansión y recreo, de lucir sus dotes para el arte en lasdescripciones de ambientes y paisajes, de monumentos y obras de arte y,además, de recrearse en sus buenas cualidades como literato. Para él viajarera un placer y daba más importancia al tránsito que a la llegada al lugarde destino. Esa falta de prisa favoreció que su agudeza de persona sensiblele hiciera detenerse a cada paso y así regalarnos descripciones y relatos quepasaron pronto a caracterizar, en toda Europa, los rasgos reales eimaginarios de nuestro país. Su obra será imitada, usada y referida portodos los interesados en las cosas de España. Aunque lo exótico y lopintoresco se dibuja en sus páginas, el autor francés no pretendió conoceren seis meses el alma española, actitud humilde que le honra y queadoptó, en general, en todos los juicios que hizo sobre aquello que ibaobservando con ojos más de artista que de erudito, y más de hombresencillo que sabe ver y escuchar que de analista con ánimo de demostrarsus propias tesis. Fue un convencido del arte por el arte, un parnasiano,no un estudioso: el valor estético, por tanto, quedó en él por encima de laexactitud del dato y de la cifra, aunque su alto concepto de la armonía leindujo, a la vez, a ofrecer notas sobre las dimensiones y proporciones.Tampoco fue un romántico que tratara, con más o menos imaginación,de recrear el pasado. Su capacidad de artista le permitió observar más querecrear y sus postulados estéticos le llevaron a reflejar los resultados de esapercepción en sus descripciones de ambientes, escenas y paisajes.

Esas dotes para asimilar lo que percibía se reflejan, por ejemplo, en lacapacidad de apreciar algunas peculiaridades de la lengua española, caso dela jota; para él no existía tal sonido, horrible en la lengua francesa, y le

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atribuía un origen árabe. Tuviera o no razón el escritor francés en estaobservación fonética, asimiló, sin embargo, en su obra muchos hispanismoscon los que enriquece la narración; entre ellos, algunos arabismos queintrodujo para acentuar el efecto exótico de sus descripciones. La propiedady el acierto con las que insertó estas palabras españolas hacen que elproducto final no rechine ni resulte artificioso. Así, por ejemplo, hace usodel término mozárabe diferenciándolo con exactitud del concepto moro.

La falta de precisión histórica es notable en Gautier a la hora derelatar su estancia en Toledo, pues mezcló leyenda, tradición, romance yaportaciones propias en una amalgama que da, sin embargo, a lanarración, un aspecto de encantadora exuberancia:

“A poca distancia de San Juan de los Reyes se encuentra la famosa

mezquita sinagoga, o mejor dicho, no se encuentra, porque si no se lleva

guía, uno pasaría veinte veces ante ella sin sospechar de su existencia.

Nuestro guía llamó a una puerta horadada en un muro de adobe rojizo, de

lo más insignificante del mundo. Al cabo de un buen rato, porque los

españoles nunca tienen prisa, vinieron a abrirnos y nos preguntaron si

veníamos a ver la sinagoga. Como nuestra respuesta fue afirmativa, nos

hicieron pasar a una especie de patio lleno de plantas sin cuidar, en medio

de las cuales crecía una chumbera con hojas profundamente recortadas, de

un verde intenso, y muy brillantes como si hubieran sido barnizadas. En el

fondo había una casucha que parecía no ofrecer nada de particular y que

más bien podría parecer un granero que cualquier otra cosa. Nos hicieron

entrar en aquella casucha. Nunca jamás una sorpresa pudo ser más grande:

estábamos en pleno Oriente. Las columnas delicadas, con capiteles

ensanchados como turbantes, los arcos turcos, las aleyas del Corán, el

artesonado de madera de cedro, los vanos desde arriba: no faltaba nada.

Restos de antiguas pinturas casi borradas teñían las paredes con extraños

colores y aumentaban la singularidad del efecto. Esta sinagoga que los árabes

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convirtieron en mezquita y los cristianos a su vez convirtieron en iglesia,

sirve hoy de taller y alojamiento para un carpintero. El altar ha sido

sustituido por un banco de trabajo. Esta profanación es muy reciente. Aún

se pueden ver vestigios del retablo y la inscripción en mármol negro que

confirma la consagración de este edificio para el culto católico”.

Si esta descripción no es, que digamos, muy exacta, y confundió loislámico con lo hebreo sin demasiada matización, vamos a ver que poco apoco se dejó llevar por el ambiente hasta mezclar, por fin, presente ypasado, realidad y ficción con absoluta ligereza:

“El palacio de la Galiana está situado fuera de la ciudad, en la Vega; y

para ir allí se pasa por el puente de Alcántara. Al cabo de un cuarto de hora

de marcha a través de campos y de cultivos por los que circulaban miles de

regatos, llegamos a un bosquecillo de árboles de una gran frescura, a cuyos

pies funcionaba una noria de la más antigua y egipcia sencillez. Unas jarras

de barro, atadas en los radios de la rueda con cordeles de caña, sacaban el

agua y la depositaban en un regato de tejas huecas, que conducían a un

aljibe de donde se la dirigía sin dificultad por unas acequias hasta los puntos

que se querían regar.

Un gran montón de ladrillos de color rojizo esbozaba la silueta mellada

detrás del follaje de los árboles: era el palacio de la Galiana. Entramos, por

una puerta baja, en aquel montón de escombros habitado por una familia

de campesinos. No es posible imaginar algo más negro, más ennegrecido

por los humos, más sucio y de aspecto más cavernoso. Sin embargo, la

encantadora Galiana, la mora de grandes ojos pintados con alheña, de blusas

de brocado llenas de perlas, había pisado con sus pequeñas babuchas este

suelo de madera hoy medio hundido y se había asomado a esa ventana

mirando a lo lejos, en la Vega, a los caballeros moros que se ejercitaban en

el lanzamiento del djerrid.

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Seguimos, pues, animosamente nuestra exploración, subiendo a los

pisos superiores por unas escaleras que se tambaleaban, agarrándonos con

los pies y las manos a las matas de hierba seca que allí colgaban como si

fueran barbas en el mentón cañudo de las viejas murallas.

Llegados a lo más alto, nos dimos cuenta de un extraño fenómeno:

habíamos entrado con los pantalones blancos y salíamos con los pantalones

negros, de un negro que se movía y se agitaba y se revolvía. Estábamos

cubiertos de pulgas, de unas pulgas diminutas que se habían precipitado

sobre nosotros en enjambres compactos, atraídas sin duda por la frialdad de

nuestra sangre septentrional. Nunca me podría haber imaginado que

existieran tantas pulgas en el mundo.

Algunas cañerías para llevar el agua a los baños de agua caliente son los

únicos vestigios de magnificencia que ha preservado el tiempo. Los

mosaicos de cristal y de loza esmaltada, las columnitas de mármol con

capiteles cubiertos de dorado, esculturas y aleyas del Corán, los estanques de

alabastro, las piedras caladas para dejar pasar los perfumes, todo ha

desaparecido. Tan sólo queda el armazón de los gruesos muros y unos

montones de ladrillos que se están reduciendo a polvo: porque estos

maravillosos edificios que evocan las magias de Las mil y una noches no están

desgraciadamente construidos más que en adobe recubierto de una capa de

estuco o de cal. Todos estos encajes, todos estos arabescos no están, como

generalmente se cree, tallados en mármol o en piedra, sino muy bien

moldeados en yeso, lo que permite reproducirlos al infinito y sin gran coste.

Se requiere toda la sequedad conservadora del clima de España para que

unos edificios construidos con tan frágiles materiales hayan podido resistir

hasta nuestros días”.

Tras referir la leyenda de la Galiana, a la que dio completo pábulo–“está mejor conservada que su palacio”, dice–, desarrolla la otra leyendatoledana por excelencia, la de don Rodrigo y la Cava, sin descuidar, claro

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está, la de la gruta de Hércules, casi tan famosa como aquella. Dejando aun lado estas imaginaciones, nos parece más interesante seguir el viaje deGautier hacia Andalucía:

“El camino subía haciendo numerosos zigzags. Íbamos a pasar el

Puerto de los Perros (Despeñaperros). Es una garganta estrecha, abierta

naturalmente en el muro de la montaña por un torrente que permite muy

justo el paso del camino que lo bordea. El Puerto de los Perros es así llamado

porque fue por aquí por donde los moros vencidos salieron de Andalucía,

llevándose consigo la felicidad y la civilización de España. España, que está

en relación con África como Grecia lo está con Asia, no está hecha para las

costumbres europeas. El genio de Oriente penetra bajo todas las formas, y

es tal vez de lamentar que no haya seguido siendo mora o mahometana. [...]

Atravesada Sierra Morena, el aspecto del país cambia por completo. Es

como si se pasara de repente de Europa a África: las víboras, volviendo a sus

agujeros, dejan una raya como regueros oblicuos en la arena fina del

camino; los áloes empiezan a blandir sus grandes sables espinosos junto a las

cunetas. Esos anchos abanicos de hojas carnosas, espesas, de un gris azulado,

dan enseguida una fisionomía diferente al paisaje. Uno se siente de verdad

en otro mundo: se comprende que se ha abandonado realmente París. La

diferencia de clima, de arquitectura, de costumbres no extraña tanto como

la presencia de esos grandes vegetales de las regiones tórridas que no

tenemos costumbre de ver más que en los invernaderos calientes. Las

adelfas, las encinas, los alcornoques, las chumberas de hoja barnizada y

metálica, presentan algo de libre, de robusto y de silvestre que indica un

clima en el que la naturaleza es más poderosa que el hombre y puede

prescindir de él.

Delante de nosotros se desplegaba como un inmenso panorama el

reino de Andalucía. Esta vista tiene la grandeza y el aspecto del mar. Unas

cordilleras sobre las que la lejanía pasaba su nivel, se desarrollaban con

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ondulaciones de una suavidad infinita, como si fueran largas olas azuladas.

Anchos regueros de vapores rubios bañaban los intervalos. Acá y allá vivos

rayos de sol abrillantaban de oro algún montículo más próximo y

tornasolado con sus mil colores como una garganta de paloma. Otros

montículos ondulados recordaban esas telas de los antiguos cuadros,

amarillas por un lado y azules por el otro. Todo eso estaba inundado por un

día resplandeciente y espléndido, como debía ser el que iluminaba el paraíso

terrenal. La luz se desparramaba por ese océano de montañas como de oro

y plata líquidos, lanzando una espuma fosforescente de lentejuelas en cada

obstáculo. Era más grande que las más amplias perspectivas del inglés

Martynn, y mil veces más bonito. El infinito en la claridad es más

distintamente sublime y prodigioso que el infinito en la oscuridad”.

Llegado a Granada Gautier reconoció su ansia por ver la Alhambra yel Generalife, de los que tenía noticia a través de las narraciones deWashintong Irving. Sus descripciones serán muy admiradas y utilizadaspor viajeros posteriores y es que el francés no dejó pasar nada a su agudaobservación y fue capaz de reflejar con gran viveza las impresiones desorpresa y admiración que le transmitían las novedades que encontró enla ciudad andaluza. Al abandonarla no pudo evitar decir con hondosentimiento: “salimos de Granada lanzando un suspiro al menos tanprofundo como el del rey Boabdil”. Su primera impresión de la ciudadmonumental reconoce que fue muy diferente a la que esperaba a través delo que había oído e imaginado, más propio de la tramoya de un teatro quede la realidad que se observa:

“Granada está construida sobre tres colinas, al final de la llanura de la

Vega. Las Torres Bermejas, así llamadas a causa de su color y a las que se les

atribuye origen romano o incluso fenicio, ocupan la primera y la menos

elevada de estas eminencias. La Alhambra, que es toda una ciudad, cubre la

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segunda y la más alta colina con sus torres cuadradas, unidas entre sí por

altas murallas e inmensas callejuelas, que en su recinto encierran jardines,

bosques, casas y plazas. El Albaicín está situado en el tercer montículo,

separado de los otros por un barranco profundo y lleno de vegetación:

cactos, tueras, pistacheros, granados, adelfas y matas de flores, y en el fondo

del cual discurre el Darro con la rapidez de un torrente alpino. El Darro,

que acarrea oro, atraviesa la ciudad unas veces a cielo abierto, otras bajo

unos puentes tan largos que más bien merecen el nombre de bóvedas, y va

a reunirse en la Vega a poca distancia del paseo, con el Genil que se contenta

con acarrear plata. Esta parte del río, a través de la ciudad se llama Carrera

del Darro; y desde el balcón de las casas que lo bordean se disfruta de una

vista magnífica. El Darro destroza mucho las orillas y causa frecuentes

derrumbamientos. Y así, una antigua copla, cantada por los niños, hace

alusión a esta manía de arrastrarlo todo, y da una razón grotesca. E aquí la

poesía en cuestión:

Darro tiene prometido

el casarse con Genil.

Y le ha de llevar en dote

Plaza Nueva y Zacatín.

Los jardines llamados Cármenes del Darro, de los que se han hecho tan

encantadoras descripciones en las poesías españolas y moras, se encuentran

a orillas de la Carrera, subiendo por el lado de la fuente de los Avellanos.

La ciudad se encuentra así dividida en cuatro grandes barrios: la

Antequeruela, que ocupa las cimas de la colina o más bien de la montaña

coronada por la Alhambra; la Alhambra y su apéndice el Generalife; el

Albaicín, en otro tiempo, amplia fortaleza, hoy barrio en ruinas y despoblado;

y Granada propiamente dicha, que se extiende en la llanura alrededor de la

catedral y de la plaza de la Bibarrambla, y que forma un barrio separado.

Tal es, poco más o menos, el aspecto topográfico de Granada,

atravesada a lo ancho por el Darro, bordeada por el Genil que baña la

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Alameda, abrigada por Sierra Nevada, que desde cada esquina de calle, se

puede ver tan próxima por la transparencia del aire que parece que se podría

tocar con la mano de lo alto de los balcones y los miradores”.

Precisamente el contraste natural entre el frío de la sierra y el climacálido de la Vega va a ser destacado por muchos autores, entre ellos,Gautier: “Esta mezcla de agua, de nieve y de fuego hace de Granada unclima sin igual en el mundo, un verdadero paraíso terrenal; y, aunque noseamos moros, cuando causamos la sensación de estar absortos en unamelancolía profunda, se nos puede aplicar el dicho árabe de «Piensa enGranada»”. Tierra de la que dice “gozar de una primavera eterna bajo unatemperatura africana”. Por supuesto, manifestó una especial pasión por laAlhambra, llegando incluso a fijar allí su residencia. Su introducción en elmonumento será tópico en otros muchos viajeros:

“Se penetra en la Alhambra por un corredor situado en el ángulo del

palacio de Carlos Quinto; y se llega, después de algunas vueltas, a un gran

patio designado indistintamente con los nombres de Patio de los Arrayanes,

la Alberca, o Mezuar (palabra árabe que significa «baño de las mujeres»).

Al desembocar de esos pasillos oscuros en este ancho recinto

inundado de luz, se experimenta un efecto parecido al del Diorama.

Parece que el toque dado con la varita mágica de un encantador os ha

transportado en pleno Oriente, a cuatro o cinco siglos hacia atrás. El

tiempo que todo lo cambia en su marcha, no ha modificado en nada el

aspecto de estos lugares, en los que la aparición de la sultana «cadena de

los corazones» y del sultán moro Tarfé, con su manto blanco, no os

causaría la menor sorpresa”.

La descripción del edificio también será un ejemplo a seguir por otrosmuchos escritores del momento:

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“A cada lado de la puerta que lleva a la sala de los Embajadores en el

jambaje mismo del arco, por encima del revestimiento de las baldosas

barnizadas cuyos triángulos de colores chillones revisten la parte baja de los

muros, están excavados en forma de pequeñas capillas dos nichos de

mármol blanco esculpidos con una extrema delicadeza. Aquí es donde los

antiguos moros depositaban sus babuchas antes de entrar, en señal de

respeto, poco más o menos, como nosotros nos quitamos el sombrero en los

lugares respetables.

La sala de los Embajadores, una de las más grandes de la Alhambra,

llena todo el interior de la torre de Comares. El techo, de madera de cedro,

ofrece las combinaciones matemáticas tan familiares a los arquitectos árabes.

Todos los trozos están ajustados de manera que sus ángulos salientes y

entrantes forman una variedad infinita de dibujos; los muros desaparecen

bajo una red de adornos tan apretados, tan inextricablemente enlazados que,

si tratásemos de buscarle una comparación, no la hallaríamos mejor que con

varios guipures colocados unos sobre otros. La arquitectura gótica, con sus

encajes de piedra y sus rosetones calados, no es nada en comparación con

esto. Sólo las palas de pescado y los bordados de papel grabados con punzón

con los que los pasteleros cubren sus dulces nos pueden dar una idea. Uno

de los caracteres del estilo moro consiste en ofrecer muy pocos salientes y

muy pocos perfiles. Toda esta ornamentación se desarrolla sobre planos

unidos y apenas sobrepasa cuatro o cinco pulgadas de relieve. Es como una

especie de tapicería ejecutada en el muro mismo. Un elemento particular

que la distingue es el empleo de la escritura como motivo de decoración. Es

cierto que la escritura árabe con sus formas retorcidas y misteriosas se presta

maravillosamente a este uso. Las inscripciones, que casi siempre son aleyas

del Corán o elogios a los diferentes príncipes que han construido y decorado

las salas, se desarrollan a lo largo de los frisos, sobre los jambajes de las

puertas, alrededor de los arcos de las ventanas, entremezcladas con flores,

follajes, lazos y todas las riquezas de la caligrafía árabe. La de la sala de los

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Embajadores significa «Gloria a Dios, poder y riqueza para los creyentes».

Otras contienen las alabanzas a Abu Nazar, quien, «si hubiese sido

transportado vivo al cielo, habría borrado el esplendor de las estrellas y los

planetas», aserción hiperbólica que nos parece un poco demasiado oriental.

En otras bandas figura el elogio a Abu Abd Allah, otro sultán que hizo

trabajar en esta parte del palacio. Las ventanas están atiborradas con poesías

en honor de la nitidez de las aguas del depósito, del frescor de los arbustos

y del perfume de las flores que adornan el patio del Mezuar, que se puede

ver, en efecto, desde la sala de los Embajadores a través de la puerta y las

columnas de la galería. [...]

La mayoría de estos adornos están, pues, hechos con moldes, y se han

repetido sin gran trabajo cuantas veces la simetría lo ha exigido. Nada más

fácil que reproducir de manera idéntica una sala de la Alhambra: bastaría

con tomar las huellas de todos los motivos de adorno. Dos arcadas de la sala

del Tribunal, que se habían hundido, han sido rehechas por obreros de

Granada con una perfección que no deja nada que desear. Si fuéramos un

poco millonarios, una de nuestras fantasías sería hacer una reproducción del

patio de los Leones en uno de nuestros parques. [...]

Atravesaremos, sin detenernos, el jardín de Lindaraja, que ya no es sino

un terreno inculto, cubierto de escombros, lleno de malezas, y entraremos

un instante en los baños de la Sultana, revestidos de mosaicos de baldosas

barnizadas, bordados de filigrana de yeso como para dar vergüenza a las

madréporas más complicadas. Una fuente ocupa el medio de la pieza; dos

especies de alcobas han sido abiertas en el muro. Aquí es donde «Cadena de

los corazones» y Zobaida venían a descansar sobre unas almohadillas de tela

de oro, después de haber saboreado las delicias y los refinamientos de un

baño oriental. Se ven todavía, a unos quince pies del suelo, las tribunas o

balcones donde se colocaban los músicos y los cantores. Las bañeras son

grandes cubas de mármol blanco de una sola pieza, colocadas en unos

pequeños gabinetes abovedados, que reciben la luz por unas rosetas o

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estrellas entretalladas. No hablaremos, para no cansar con repeticiones

fastidiosas, de la sala de los Secretos, donde se puede observar un efecto

acústico singular, y cuyos ángulos están ennegrecidos por la nariz de los

curiosos que van a cuchichear alguna impertinencia fielmente trasportada al

otro rincón. De la sala de las Ninfas, donde se ve encima de la puerta un

excelente bajorrelieve de Júpiter cambiado en cisne y acariciando a Leda, de

una libertad de composición y de una audacia de cincel extraordinarias; de

las dependencias de Carlos Quinto, vilmente devastadas, que no tienen hoy

nada que valga la pena destacar salvo sus techos llenos de la ambiciosa divisa

«Non plus ultra», y nos trasladaremos al patio de los Leones, la parte más

curiosa y mejor conservada de la Alhambra. [...]

El patio de los Leones tiene veinte pies de largo, setenta y tres de ancho,

y las galerías que lo rodean no sobrepasan los veintidós pies de altura. Están

formadas por ciento veintiocho columnas de mármol blanco dispuestas en un

desorden simétrico de cuatro en cuatro y de tres en tres. Estas columnas, cuyos

capiteles muy trabajados, conservan trazos de oro y de color, soportan arcos

de una elegancia extrema y de un corte muy particular”.

Córdoba fue la segunda ciudad que Gautier visitó en Andalucía. Sudescripción repite y confirma las impresiones que iba formándose a lolargo de su recorrido por tierras andaluzas: “Córdoba tiene aspecto másafricano que cualquiera otra ciudad de Andalucía. [...] Los moros, sipudiesen volver, no tendrían mucha dificultad para volver a instalarse allí”.El rasero de comparación entre lo que esperaba encontrar y lo querealmente encontró era muy alto, sin duda, pues sus expectativas habíansido creadas por los mismísimos versos de Victor Hugo. Quizá, por ello,las primeras observaciones, en parte, le decepcionaron. Más tarde recuperóel entusiasmo con la contemplación de la mezquita y, sobre todo, conalgunos de sus elementos, que le hicieron alcanzar las más altas cúspides delnumen poético, como sucedió en el momento de apreciar una cruz

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supuestamente tallada en una columna de pórfido por la uña de un esclavocautivo en tiempos del califato; o un “enorme colmillo de marfil colgadoen medio de una cúpula con cadenas de hierro, y que parecía el cuerno decaza de algún gigante sarraceno, de algún Nemrod de un mundodesaparecido. Este colmillo pertenece, según dicen, a uno de los elefantesempleados para llevar los materiales durante la construcción de lamezquita”. Por otra parte, sus prejuicios sobre la civilización árabe en elpresente también mediatizaron la visión de lo que encontró en Córdoba:

“Fue el califa Abderramán I quien empezó las obras de la mezquita de

Córdoba hacia finales del siglo VIII. Los trabajos fueron llevados a cabo a

tal ritmo y con una tal actividad que la construcción estaba ya acabada al

principio del siglo IX. ¡Veintiún años bastaron para acabar este gigantesco

edificio! Cuando uno piensa que hace mil años, una obra tan admirable y

de tan colosales proporciones era ejecutada en tan poco tiempo por un

pueblo caído luego en la más salvaje barbarie, el espíritu se extraña y rechaza

creer en las pretendidas doctrinas del progreso, en boga hoy en día. Uno se

siente incluso tentado a adherir a la opinión contraria, cuando visita

comarcas ocupadas en otro tiempo por civilizaciones desaparecidas. Yo

siempre he lamentado mucho, por mi parte, que los moros no hayan

quedado dueños de España, que ciertamente no ha hecho más que perder

con su expulsión. Bajo su dominio, si se ha de dar crédito a las exageraciones

populares, tan seriamente recogidas por los historiadores, Córdoba contaba

con doscientas mil casas, ochenta mil palacios y novecientos baños; y doce

mil pueblos le servían de arrabales. Hoy no tiene cuarenta mil habitantes y

parece casi desierta.

Abderramán quiso hacer de la mezquita de Córdoba una meta de

peregrinación, una Meca occidental, el primer templo del Islam después de

aquel en el que reposa el cuerpo del Profeta. Aún no he visto la casbah de

La Meca, pero dudo que iguale en magnificencia y en extensión a la

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mezquita española. Se conservaba en ella uno de los originales del Corán y,

reliquia más preciada todavía, un hueso del brazo de Mahoma.

La gente del pueblo pretende incluso que el sultán de Constantinopla

sigue pagando un tributo al rey de España para que no se celebre misa en el

lugar consagrado especialmente al Profeta. Esta capilla es irónicamente

llamada por los devotos el Zancarrón, término de desprecio que significa

«mandíbula de burro o viejo armazón». [...]

La impresión que se experimenta al entrar en este antiguo santuario del

Islam no cabe ser definida y no tiene ninguna relación con las emociones

que corrientemente causa la arquitectura. Os parece más bien caminar

dentro de un bosque con techo y no dentro de un edificio. Por cualquier

lado que os volváis, el ojo se pierde a través de las hileras de columnas que

se cruzan y se alargan hasta perderse de vista como una vegetación de

mármol surgida espontáneamente del suelo. La misteriosa media luz que

reina en este bosque añade más aún a la ilusión. Se cuentan diecinueve naves

en el sentido de la anchura, y treinta y seis en el otro sentido; pero la

abertura de los arcos transversales es mucho menor. Cada nave está formada

por dos filas de arcos de bóveda superpuestas, de las cuales algunas se cruzan

y se entrecruzan como cintas, produciendo el efecto más extraño. Las

columnas, todas de una sola pieza, apenas tienen más de diez o doce pies

hasta el capitel de un corintio árabe lleno de fuerza y de elegancia, que

recuerda más bien una palmera de África que el acanto de Grecia. Son de

mármoles raros, de pórfido, de jaspe, de mármol verde y violeta, y otras

materias preciosas. Hay incluso algunas antiguas y que proceden, por lo que

dicen, de las ruinas de un antiguo templo lejano. De esta suerte, tres

religiones han celebrado sus ritos sobre este emplazamiento. De estas tres

religiones, una ha desaparecido sin retorno en el abismo del pasado con la

civilización que representaba; la otra ha sido rechazada fuera de Europa

donde no conserva más que un pie, hasta el fondo de la barbarie de la

oriental; la tercera, después de haber alcanzado su apogeo, minada por el

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espíritu del libre examen, se está debilitando cada día más, incluso en

regiones donde reinaba como soberana absoluta; y quizá la vieja mezquita

de Abderramán durará aún lo suficiente para ver una cuarta creencia

instalarse a la sombra de sus arcos de bóveda, y celebrar con otra formas y

otros cantos al nuevo Dios, o más bien al nuevo profeta, porque Dios no

cambia nunca. [...]

Hasta mediados del siglo XVIII, el antiguo artesonado de

Abderramán, de madera de cedro y de alerce, se había conservado con sus

artesones, sus sofitos, sus rombos y todas esas magnificencias orientales. Se

reemplazó más tarde por bóvedas y semicúpulas de un gusto mediocre. El

antiguo enlosado ha desaparecido bajo un pavimento de ladrillo que elevó

el suelo, ahogó los fustes de los pilares, e hizo más sensible aún el defecto

general del edificio, demasiado bajo para su extensión.

Todas estas profanaciones no impiden que la mezquita de Córdoba

siga siendo uno de los más maravillosos monumentos del mundo; y, como

para hacer sentir más amargamente las mutilaciones del resto, una parte,

que se llama Mirah, se ha conservado como por milagro en una integridad

escrupulosa.

El techo de madera labrada y dorada con su media naranja constelada

de estrellas, las ventanas recortadas y dotadas de reja que tamizan

suavemente la luz, la galería de columnitas de trébol, las placas de mosaicos

en cristales de color, las aleyas del Corán en letras de cristal dorado, que

serpentean a través de los adornos y los arabescos más graciosamente

complicados, forman un conjunto de una riqueza, de una belleza, de una

elegancia de hadas, cuyo equivalente sólo se encuentra en Las mil y una

noches, y que no tiene nada que envidiar a ningún arte. Jamás hubo líneas

mejor escogidas, ni colores mejor combinados; los góticos mismos, en sus

más finos caprichos, en sus más preciosas orfebrerías tienen algo de

dolorido, de demacrado, de enclenque, que está en relación con la barbarie

y con la infancia del arte. La arquitectura del Mirah muestra, al contrario,

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una civilización llegada a su más alto desarrollo, un arte en su apogeo o en

su punto culminante. Más allá ya no hay más que decadencia. La

proporción, la armonía, la riqueza y la gracia, nada falta. De esta capilla se

pasa a un pequeño santuario excesivamente adornado, cuyo techo está

formado por un solo bloque de mármol que se ha vaciado en forma de

concha marina y cincelado con una delicadeza infinita. Aquí estaba

probablemente el «sancta sanctorum», el lugar formidable y sagrado en el

que la presencia de Dios es más sensible que en cualquier otra parte.

Otra capilla, llamada capilla de los Reyes moros, en la que los califas

hacían sus oraciones separados de la muchedumbre de los creyentes, ofrece

asimismo detalles curiosos y encantadores; pero no ha tenido la misma suerte

que el Mihrab, y sus colores han desaparecido bajo una innoble capa de cal”.

Ya en Sevilla, Gautier se fijó en sus murallas: “Sevilla está rodeada porun recinto de murallas almenadas, flanqueadas a intervalos por gruesastorres, varias de las cuales han caído en ruinas, y por fosos hoy casienteramente cegados. Estas murallas que no servirían absolutamente paranada contra la artillería moderna, producen con sus almenas árabes,recortadas en sierra, un efecto bastante pintoresco. Su fundación, como lade todos los muros y la de todos los campos guerreros posibles es atribuidaa Julio César”.

Vistas las murallas, no pudo dejar de elevar la mirada y fijarse en laGiralda:

“La Giralda, que sirve de campanil a la catedral y que domina todos los

campanarios de la ciudad, es una antigua torre mora levantada por un

arquitecto árabe llamado Geber o Guever, inventor del álgebra, que le debe

su nombre. El efecto es encantador y de una gran originalidad. El color rosa

del ladrillo, la blancura de la piedra con la que está construida, le dan un

aspecto de alegría y de juventud en contraste con la fecha de su construcción

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que remonta al año mil, una edad muy respetable en la cual una torre bien

puede permitir alguna arruga y prescindir de tener lozana la cara. La

Giralda, tal como está hoy, no tiene menos de trescientos cincuenta pies de

altura y cincuenta de ancho en cada uno de sus lados. Sus muros son lisos

hasta una cierta altura, en la que comienzan unos pisos de ventanas moras

con balcones, tréboles y columnitas de mármol blanco, enmarcadas en

grandes paneles de ladrillo en forma de rombo. En este sitio la torre acababa

en otro tiempo con un tejado de baldosas barnizadas de diferentes colores

que coronaba una barra de hierro adornada con cuatro manzanas de metal

dorado de un prodigioso tamaño. Este coronamiento fue destruido en 1568

por el arquitecto Francisco Ruiz, que hizo elevar otros cien pies, en la pura

luz del cielo, la hija del moro Guever, para que su estatua de bronce pueda

mirar por encima de las sierras y charlar en el mismo nivel con los ángeles

que por allí pasan. [...]

Se sube a la Giralda por una serie de rampas sin peldaños, tan suaves y

tan fáciles que dos hombres a caballo podrían fácilmente escalar de frente

hasta la cima, donde se goza de una vista admirable. Sevilla aparece a

vuestros pies, resplandeciente de blancura, con sus campanarios y sus torres,

que hacen impotentes esfuerzos para alzarse hasta el cinturón de ladrillos

rosas de la Giralda. Más allá se extiende la llanura en la que el Guadalquivir

pasea el muaré de sus aguas. Se puede ver Santi-Ponce, Algaba y otros

pueblos. En último término, la cordillera de Sierra Morena con sus

dentellones perfectamente recortados, a pesar de la lejanía, tan grande es la

transparencia del aire en este admirable país. Por el otro lado, se levantan las

sierras de Gibraín, de Zahara y de Morón, matizadas con los más ricos tonos

de lapislázuli y de amatista. Admirable panorama cribado de luz, inundado

de sol y de un esplendor deslumbrante”.

(Théophile GAUTIER. Viaje a España. Ed. y trad. J. Cantera

Ortiz de Urbina. Madrid: Cátedra, 1998)

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LOUISA TENISON (1819-1882). Viaje a España: 1850-mayo 1853. Obra:Castile and Andalucia, 1853.

Sensible pintora e influenciada por el espíritu romántico, no pudoresistirse a describir los contrastes tonales y cromáticos de la visiónnocturna de la Alhambra, hoy singular atractivo turístico:

“Bella a todas horas del día, es aún más bonita cuando se contempla a

la luz de la luna. Cuando todo está en calma y en silencio, cuando ningún

sonido molesta la casi abrumadora tranquilidad del escenario, la

imaginación puede dar rienda suelta a sus desenfrenadas fantasías, y poblar

estos patios una vez más con sus antiguos habitantes. Cuando la brillante

luna se mira en las columnas encantadas, los estragos del tiempo, las

bárbaras modificaciones de los ‘Soberanos cristianos’, los cambios modernos

que perjudican lo que aún queda, todo se mezcla en las profundas y oscuras

sombras que esconden las tristes realidades que hacen desvanecer las

imágenes del pasado. No se ve otra cosa que el bello contorno del conjunto,

que aparece más como trabajo de genios que de hombres, y que parece

como si el más leve soplo le pudiera hacer desaparecer. Este es el momento,

cuando vienen a la memoria las viejas baladas, e invocan imágenes de los

actores y las escenas de historia de los moros.

Entonces también es el momento de disfrutar de las vistas, mirando

hacia abajo desde las ventanas de la Torre de Comares sobre la ciudad en

calma, con sus innumerables luces brillando en la oscuridad; un cielo más

bajo, brillando como si lo fuera, rivalizando con el de arriba –el «cielo bajo»,

como lo llaman los españoles–. Podemos permanecer contemplando sus

misteriosas sombras hasta que, olvidándonos del presente, esperamos oír los

dulces murmullos que suenan de minarete en minarete «No hay más que un

solo Dios, y Mahoma es su profeta». Pero nuestro sueño pronto se

desvanece, las campanas de innumerables iglesias irrumpen en la

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tranquilidad de la noche y el fuerte grito de alerta de «Ave María Purísima»,

nos recuerda las luchas de los católicos contra los enemigos de su fe; y

aunque la imaginación está privada de tan rica fuente de poesía y romance,

aún en nuestros corazones nos alegramos del triunfo de los ejércitos

cristianos, y nos ponemos del lado de aquellos que sufrieron tanto para

colocar el estandarte de la Cruz en las torres de los infieles”.

(Siete viajeras inglesas en Granada (1802-1872). Ed., trad. y

comp. M.ª A. López-Burgos. Granada: Axares, 1996, 99-229)

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HANS CHRISTIAN ANDERSEN (Odense, 1805-Copenhague, 1875). Viajepor España: 4 septiembre-23 diciembre 1862. Obra: I Spanien, 1863.

El famoso autor de cuentos danés parece que tuvo un primercontacto con lo español en su país natal en 1808, siendo niño, a través delos soldados expedicionarios del Marqués de la Romana, que dejaron enél una profunda huella. España estuvo siempre en su horizonte y, granviajero, tuvo en ella su particular Jerusalén, meta última de sus anhelos.Cumplió por fin su deseo en 1862, aunque sus esperanzas se vieron enparte frustradas, no tanto por lo que vio y sintió en el país sino por verserechazado por la alta sociedad y el mundo literario españoles que, engeneral, ignoraban su obra, reconocida ya, sin embargo, en casi todaEuropa. Parece que este disgusto afectó la redacción de su libro de viajespor España, ya que los críticos afirman que no es la pieza más acabada desu producción. No obstante, recordó al país con gran cariño, valoró suexotismo y destacó de él el clima y la flora tropicales, los rasgos orientalesque, a veces, en su imaginación de hombre del norte, no dudó en calificarcomo turcos –caso de la evocación de la antigua mezquita malagueña que,curiosamente, nada conserva de tal–.

De Granada dijo que “al igual que Roma, ha sido para mí una delas ciudades más interesantes del mundo; un lugar donde creí poderechar raíces”.

De Elche destacó su famoso palmeral, “el mayor y más hermoso deEuropa, el más paradisíaco de toda España”, maravillándole la abundanciade dátiles, a lo que suma, en la descripción de tan ubérrima exuberancia,la cantidad de granados y limoneros que se extendían por tierras ilicitanasy le hacían sentir como si estuviera “en el país de la abundancia, en unambiente digno de la radiante Sakuntala [...]; un paraje extraordinario,una naturaleza evocadora de los relatos que solemos leer sobre TierraSanta. Habíamos cruzado por asoladas estepas de piedra; apagado nuestra

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sed con el agua tibia de las cisternas; los rayos del sol abrasaban como enlos valles de Palestina; en la atmósfera candente nos solazamos a la sombrade las palmeras, como hiciera el rey David y como hicieran los apóstolesen sus largos recorridos”.

Y del Alcázar de Sevilla hizo un palacio de fantasía oriental al referirsea la sensación vivida en el momento de entrar en una de sus estancias: “seencuentra uno como en un salón de hadas de Las mil y una noches,sobrecogido y extasiado ante la belleza y la fastuosidad orientales”.

De visita en Córdoba, pese a que el autor profesaba profunda feprotestante, la vista de la mezquita, hoy Catedral, le ofreció la ocasión devivir un momento de notable trascendencia ecuménica con la observaciónde las alabanzas al Dios único y a su Profeta escritas por todo el temploen lengua árabe: “En esta grandiosa catedral de Córdoba entonaron en suépoca los fieles musulmanes su ¡La illah ilallah! Ahora se arrodillan aquílos únicos verdaderos creyentes, de la única Iglesia verdadera, sintiéndosetransportados mientras cantan Salve Mater Dolorosa”. Y reflexiona: “sinduda, el emplear la espada en defensa de la fe era cosa de la época, antesse acometía con la espada igual que hoy se grita: «¡Tú no eres cristiano!».¡Sabemos tan poco de la vida que se mueve en el fondo del mar, hastadonde al menos penetra la sonda marina, y queremos saber lo que semueve en la profundidad religiosa del corazón, donde no hay sonda quepenetre! «No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréiscondenados»”.

De forma especial hemos escogido tres fragmentos. En el primero, elautor, inspirado en los viejos romances españoles que pudo leer, segúnparece, a través de versiones alemanas, evoca al héroe español porantonomasia, el Cid, y mezcla, en el recuerdo, su particular imaginario deescandinavo, las sagas de su país natal con la épica castellana. El héroelegendario aparece en sus últimos momentos cabalgando hacia la gloriacomo un Parsifal enfrentado a las Walkyrien, de manera que el paladín

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cristiano, en su postrera cabalgada camino del Valhala, se enfrenta almundo pagano representado, en este caso, por los infieles sarracenosdefendidos por una tropa de mujeres guerreras. Cuando el autor sale porfin de ese éxtasis retrospectivo –con grandes concomitancias con lapelícula de Anthony Mann–, veremos que vuelve a recobrar el hilonarrativo al rememorar el cervantino Diálogo entre Babieca y Rocinante:

“Muchos de los viejos romances españoles están relacionados con

Valencia; son aquellos que tratan del Cid, el héroe que permaneció fiel a su

Dios, a su pueblo y a sí mismo en todas las batallas y tribulaciones; aquel

que, en su época, ostentó tan alto rango como los reyes de España, y que,

en nuestros días, sigue siendo el orgullo del pueblo. Entró victorioso en

Valencia, donde vivió días de felicidad doméstica con su noble y heroica

Jimena y sus hijas doña Elvira y doña Sol; todos sus seres queridos rodearon

su lecho de muerte; hasta su caballo de batalla, Babieca, mandó llamar a su

lado, según canta el romance. La enternecedora canción cuenta que el

caballo se portó con la mansedumbre de un cordero, contemplando con

grandes ojos a su dueño, quien no podía hablarle, como tampoco él podía

hablar a su dueño. A altas horas de la noche atravesó por Valencia aquel

extraño cortejo, camino de San Pedro de Cardeña, tal como el caudillo

muerto lo exigiera en vida. La bandera victoriosa de el Cid, a la cabeza,

cuatrocientos caballeros la protegían; y detrás iba el cadáver. Erguido sobre

la grupa de su caballo de batalla, iba el muerto revestido de armadura, con

yelmo y escudo; la luenga barba ondeando sobre su pecho. Gil Díaz y el

obispo Jerónimo cabalgaban a su lado. Abrióse la puerta de Valencia que da

a Castilla y avanzó por ella el cortejo, lenta y silenciosamente, hacia la

planicie donde se hallaba acampado el ejército sarraceno. Una mora disparó

sobre ellos una flecha venenosa, más ella y un ciento de sus hermanas de raza

hubieron de pagar con la vida. Treinta y seis reyes moros se encontraban en

el campamento; el terror hizo presa en ellos tan pronto como vieron

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aparecer al héroe muerto montado en su caballo blanco. Y de ese modo

ganó el Cid, después de muerto, riquezas, tiendas de campaña, oro y plata;

el más pobre se hizo rico, pregona el romance del Cid en Valencia.

Todavía existe en la vetusta muralla de piedra, de almenada cresta, el

pórtico por el que entró a caballo aquella noche de angustia y de muerte

para los sarracenos. Me cobijé a la sombra de dicho pórtico y me puse a

pensar en el héroe y en su caballo; y, justo en ese instante, apareció un rapaz

retozón y jubiloso a la grupa del penco más miserable que había visto en mi

vida, pellejo y huesos, el símbolo del hambre entre todos los cuadrúpedos;

y mi pensamiento trascendió del noble caballo del Cid al de Don Quijote,

ambos igualmente inmortales en el mundo de los romances; dos polos

opuestos: Babieca y Rocinante”.

El siguiente fragmento pertenece a un recuerdo muy particular delescritor pues se refiere a una vivencia personal que adquirió al recorrer ensolitario las callejas de Málaga e introducirse, por gusto de conocer ycuriosidad de observar, en humildes estancias que mantenían en supresente decadencia antiguos esplendores y ofrecían un sabor melancólicode sencillo tipismo que hoy, por desgracia, ya no podemos contemplar:

“En tiempo de los moros subía el mar rodando por la playa hasta

chocar contra las robustas murallas de Málaga. De ellas perduran las ruinas

frente a la Alameda; el arco de entrada, en forma de herradura, nos revela al

punto la época y la raza que lo construyó. No muy lejos de las murallas, en

una calle estrecha y sinuosa, se elevan dos casas morunas con muros

encalados; pero allí donde la cal se ha desprendido resalta cierta

irregularidad: las columnas de mármol. En el interior del reducido patio

existe todavía mayor riqueza de mármol; casi todo está emborronado de cal,

y unos edificios anejos, auténticos pegotes, parecen construidos meramente

para fastidiar la primera impresión de belleza. ¿Quién habitó el lugar en otro

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tiempo? No se sabe; ahora hay aquí un establecimiento de ferretería. Dentro

de la tienda se yerguen, bajo el rico artesonado del techo, todavía arrogantes

los esbeltos pilares de mármol profusamente decorados. Empinadas

escaleras de piedras y angostos pasillos comunicaban las numerosas estancias

entre sí; en cada una de ellas se reflejaba aún el tiempo pasado. El techo se

elevaba en una cúpula –«media naranja» lo llaman– que ostenta profusión

de dorados e incrustaciones de maderas preciosas. Era tal como si el pasado

aún durmiese aquí, más sus sueños eran puro misterio. Uno atraviesa con

pasos lentos aquellas salas, se detiene, no hay quien le arranque de allí; se

siente algo así como cuando, revolviendo en la tienda de un ropavejero,

entre la variedad de objetos, da uno con un viejo retrato, extraordinario por

su originalidad o su belleza, y se es consciente de los muchos años que han

pasado desde que la retratada vivió y floreció entre los mortales. Nadie

conoce su vida ni su situación, más una cinta de perlas, la tela de sus ropas

o sus colores y el modelo del vestido crea un ambiente en la imaginación.

Lo mismo ocurría con aquellos aposentos de perfectas proporciones, con

aquellas ventanas de esbelta delicadeza, con los airosos y fantásticos techos.

Podía imaginarse la clase de vida que aquí se llevó en otros tiempos. Tal vez,

manos expertas trabajaran aquí creando esas obras maestras que más tarde

vimos y admiramos nosotros en otra parte; quizá relumbraran aquí los más

bellos ojos de Málaga; o quizá habitara aquí ese poeta que, al son de su

flauta, compuso las coplas que todavía suenan en la boca del pueblo; o tal

vez la música más querida del antiguo amo de la casa fuese el choque de las

armas durante el califato de los omeyas.

A la vera de este hay otro edificio, más rico y más revelador del rango y

la posición de su propietario. Verdad es que la arcada que rodea el patio está

tapiada, pero las columnas con sus arcos se averiguan perfectamente; los

ajimeces se conservan, aunque, por otro lado, los aposentos y salas se hallen

atestados de cajones y toda clase de chatarra; más ni siquiera eso logra

disimular la pasada grandeza. Los magníficos artesonados dorados del techo

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parecen recientes; llama la atención incluso la aparente frescura de los

ornamentos de las paredes. En una de las salas descubrimos en medio del

suelo una pila de mármol con su seco surtidor de hierro, del que en otros

tiempos saltaron los chorros de agua refrescando el ambiente. En el interior

del jardín, cercado por altas tapias, corría todavía el agua por los prolongados

surcos labrados en el mármol; la exuberante cabellera de los helechos surgía

de hendiduras y rajas. Una enorme palmera alzaba su fresca pantalla de hojas

muy alto, por encima de naranjos y rosales. Todo era maravilloso y, sin

embargo, tan decadente, tan abandonado a sí mismo. En otra época, este

jardín fue cuidado y mimado; ¡qué agradable debió de ser, tras un día de

canícula, poder pasear por aquí en la noche estrellada o a la luz de la luna!

Entre los aromáticos árboles saltaban hilos de agua; momentos muy dichosos

debieron de vivirse aquí, pero también de angustia cuando los cristianos

asediaban el lugar, y la escasez y el hambre se cernían entre esos muros. Allá,

en lo alto, el fuerte de Gibralfaro resistiría hasta el último hombre.

Mientras paseaba por aquí, antojábaseme que la nubecilla de calor del

sol era un velo mágico que, extendido sobre el añoso jardín tapiado, hacía

dormir a todo. Pero en cuanto se alzase el velo, se rompería el hechizo; los

chorros del agua tornarían a salpicar en las pilas; los árboles y flores, más

frescos que nunca, se recobrarían en su sitio; los moros y las moras se

levantarían de su sueño de muerte para volver a vivir y a laborar”.

Por último escogemos el inevitable recuerdo de la Alhambra y suentorno, meta del viajero apetecida muy por encima de todos los otrosposibles focos de atracción. Y así lo expresó Andersen, sin lugar a dudas:“Lo que yo más deseaba era ver la Alhambra”. La visión del danés sobre ellegendario monumento nazarí está muy mediatizada por los relatos deWashintong Irving, a quien cita, y por la fantasía de Pérez de Hita, con loque las narraciones sobre las disputas entre los montescos y capuletosgranadinos, es decir, zegríes y abencerrajes, ocupan buena parte de las

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páginas dedicadas a la Alhambra. Recogió también tópicos muysocorridos de todo visitante del monumento: la leyenda de la Puerta de laJusticia; la negativa impresión sobre el Palacio de Carlos V, que rompe laarmonía del entorno; el fuerte contraste entre la pobre apariencia externade los palacios nazaritas y la grandeza de su interior: “Tenía la sensaciónde que el espacio se dilataba. Era como transitar por un maravilloso bazarde caprichosos encajes de piedra, donde el agua cristalina saltaba en lossurtidores, fluía susurrante por los canalillos labrados en el mármollabrado de los suelos y llenaba los grandes estanques en los que nadabanpeces dorados”. De la Sala de los Abencerrages menciona el conocidoepisodio del asesinato de estos personajes que, supuestamente, dejómarcada en el mármol la mancha imborrable de su sangre, renuente atodo intento de limpiarla en un fantasmagórico efecto que recuerda laconocida escena imaginada por Wilde en el Castillo de Canterville:“Según cuentan, se relaciona con dicha sala la última historia de fantasmasconocida en España; aún suenan aquí por las noches los lamentos yestremecedores gritos y amenazas de ánimas en pena”.

Sin embargo, el escritor danés prefirió para sus visitas el Generalife.En el siguiente pasaje nos traslada en el espacio y en el tiempo condelicada y sutil guía de tal manera que, de una descripción del paisaje,pasamos a una evocación del pasado, en la que se entremezclanfragmentos de romance, y por fin a una melancólica reflexión de futuro:

“Magníficos pero mudos cipreses de los jardines del Generalife, ¿qué es lo

que vísteis?, ¿de qué fuisteis testigos? ¡De la caída de Boabdil!, ¡de la derrota de

los árabes! Hasta vosotros llegaron los gemidos cuando cayó Alhama.

«Paseábase el rey moro

por la ciudad de Granada

desde la puerta de Elvira

hasta la de Vivarrambla.

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¡Ay de mi Alhama!

Cartas le fueron venidas

cómo Alhama era ganada.

Las cartas echó al fuego

y al mensajero matara.

¡Ay de mi Alhama!

Apeóse de la mula

y en un caballo cabalga;

por el Zacatín arriba

subido había a la Alhambra.

¡Ay de mi Alhama!»

Y los moros acudieron y el rey les anunció su pérdida; el más anciano

de los sacerdotes profetizó al rey su destino:

«Bien se te emplea, buen rey,

buen rey, bien se te empleara»

Y le menta los abencerrages de Córdoba y el juicio. Concluye el romance:

«Por eso mereces rey

una pena doblada:

que te pierdas tú y el reino

y que se acabe Granada.

¡Ay de mi Alhama!»

Imponentes cipreses de los jardines del Generalife, vosotros lo oísteis,

vosotros vísteis el pendón de los cristianos ondear por vez primera desde la

torre más alta de la Alhambra. Cuando haya regresado a mi país del norte y

me pasee por el bosque de hayas, o me siente en mi habitación solitaria,

junto al fuego, creceréis en mi fantasía, y lo que ahora es el presente serán

entonces viejos recuerdos”.

(Hans Christian ANDERSEN. Viaje por España. Trad. del

danés, epílogo y notas de M. Rey. Madrid: Alianza, 2004)

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AMÓS DE ESCALANTE (Santander, 1831-1902). Viaje a Andalucía:invierno-primavera 1863. Obra: Del Manzanares al Darro. Relación deviaje, 1863.

Solía escribir bajo el pseudónimo de Juan García, con el que firmóla primera edición de este libro. Persona de sólida formación académica,hizo sus primeros estudios entre su ciudad natal y Francia, donde teníafamilia, continuándolos en el Instituto Cántabro, recién fundado, endonde también estudiaron otros grandes de la cultura española, comoJosé María de Pereda o Marcelino Menéndez Pelayo, quienesmantuvieron en vida una estrecha relación con Amós. Finalizó susestudios en Madrid, donde se licenció en Ciencias Físico-Matemáticas yQuímicas, en 1860. Su sólida formación clásica inicial, especialmente enlengua y cultura latinas, fue completada por un exhaustivo conocimientode la literatura contemporánea pues en esta ciudad frecuentó diversoscírculos literarios y tuvo acceso a las bibliotecas públicas –sobre todo a ladel Ateneo de Madrid–, donde manejó numerosas obras de Lord Byron,Walter Scott, Victor Hugo o Alfred de Musset. En la capital españolaescribió para diversos semanarios y otras publicaciones periódicas y susviajes se inscriben en el contexto de su formación. El primero de ellostuvo por destino la Italia recién unificada políticamente y data de 1861-1862; en él coincidió con Pedro Antonio de Alarcón. Hombre, porfamilia, a medio camino entre la vieja hidalguía rural y la nuevaburguesía del comercio, en sus años de juventud mostró un fuerteimpulso liberal que le llevó a formar parte de los Voluntarios de laLibertad y a sentir admiración por el progreso económico, social ytecnológico, lo que se ve reflejado en sus escritos. Sin embargo, siempremantuvo una actitud de respeto y defensa de la tradición histórica y deciertos valores caballerescos que aplicaba a su propia conducta. Estacombinación, junto con su sólida formación intelectual, hizo que, al

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hablar de sus modales y comportamiento en general, Juan Valera dijeseque era, en su tiempo, el mejor educado de los hombres.

En su viaje por Andalucía rastreó las huellas de su pasado sin olvidarse deapreciar el presente. Habla de una tierra lejana a la suya, con tal dedicación ycariño que Marcelino Menéndez Pelayo llegó a afirmar: “vista está Andalucíacon ojos de amor en este libro, que puede servir de antídoto a tantos otros enque se la calumnia con apariencia de enaltecerla. De la Andalucía verdaderahabla, no de la Andalucía de pandereta, cuyos tópicos resobados debieranquedar ya para exclusivo solaz de los viajeros comisionistas de ambosmundos”. En este mismo juicio –o parecido– coincidió más tarde José Maríade Cossío: “al escribir Escalante su viaje de Andalucía, una disposición deespíritu optimista y risueña coincide con el genio de la más risueña de lasnaciones españolas, y esa disposición de espíritu, tan propensa a la efusión,hace que esta se desborde en todas las páginas del libro y nos dé una versiónde Andalucía tan lejana del pintoresquismo flamenco, que entonces privaba,como del sentido dramático y sombrío, que ya preludiaba en relatosnovelescos, pero que aún nadie, ni como paradoja, había insinuado enpretendidas visiones objetivas de aquella región”. Al acabar su viaje, Amós “serecoge al norte, al paisaje de brumas exteriores y anímicas. Pero nos habrádejado, para siempre también, uno de los más bellos y justos libros escritossobre Andalucía” –en palabras de Rafael Benítez Claros–.

Antes aún de iniciar su viaje, el poeta aclaraba cuáles eran susobjetivos: conocer la pintoresca Andalucía, “original y castiza”, peroprotagonista también de numerosos pasajes de la historia española; yaclara: “además, hay un pueblo que vivió ocho siglos enclavado en nuestratierra, encarnado en nuestra historia, en perpetua lucha con nosotros, ysiendo parte de nosotros mismos y ese pueblo es todavía para nosotros unmisterio. Conocemos sus leyes, pero no sus sentimientos; sus hechos, perono sus costumbres; su fisonomía, pero no su alma; o, si las conocemos, esimperfecta y apasionadamente, como juzgados y tenidos por enemigos y

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contrarios. Y el secreto de ese pueblo, el misterio de su vida, la revelaciónde su poder y su energía, están en ese país que ocuparon tanto tiempo,donde vivieron poderosos y respetados, donde esparcieron semilla de viday de cultura, donde, en fin, según nuestro poeta contemporáneo, más deun bueno y leal corazón encierra su sangre todavía”.

Como a otros viajeros anteriores, a Amós le sorprendió el paisaje deAndalucía nada más llegar a Jaén:

“Cuando llegamos a Andújar, caía ya el sol; el paisaje era

completamente andaluz. Comenzaba a percibir la exactitud de una imagen

muy usada por los escritores de todas partes, que la han aprendido sin duda

de los meridionales; las casas esparcidas en los olivares parecían palomas

blancas posadas y medio ocultas en el ramaje.

Andújar es un bando de ellas que seca al sol sus plumas después de

haberse bañado en el Guadalquivir.

El blanco mate de la cal se destaca enérgicamente por todas partes; así

los pueblos y los simples cortijos se descubren a distancias extraordinarias.

Sobre los vallados de tierra esparcían las pitas sus gruesas y carnudas

hojas, retorcidas como reptiles poderosos; entre ellas asomaban sus anchas

pencas, a trechos, las higueras chumbas, y a trechos un grupo de cañas

sonoras se cernía al viento, gracioso contraste de la inmóvil rigidez de

aquellas monumentales plantas.

Algún abejaruco perezoso, haciendo gala de sus pintadas plumas,

cruzaba el camino en busca de su alberge, y alguna paloma descarriada

giraba en anchos círculos azorada e inquieta, para venir a guarecerse del

mismo olivo de donde partiera.

El árbol de la paz tiene allí matices desconocidos en el centro de España.

Desde el verde sombrío de los más cercanos, hasta las tintas purpúreas

y grises de los más distantes, presenta una gradación armoniosa de colores

que separa suavemente los términos del paisaje, dándole vigoroso tono.

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Antes del crepúsculo, el cielo se vistió de extraordinaria belleza. Rojas

y encendidas ráfagas en el occidente coronaban de fuego las obscuras

colinas; el lucero de la tarde centelleaba más blanco y más brillante que

nunca sobre nuestras cabezas, y en el resto del firmamento se derramaba un

azul de extraordinaria profundidad y trasparencia. ¡Cielo de Andalucía! Los

ojos atraídos quieren sondearle y, perdidos en su azul y limpia claridad,

siempre ven un ¡más allá! ¡Más allá que siguen desvanecidos, y al que nunca

llegan! Así el alma sondea ansiosa el misterio de la Divinidad, queriendo

penetrarle. ¡Afán inútil! ¡Cuando se cree cercana a la revelación encuentra

un más allá, que es la eternidad, el infinito!”.

Córdoba le produjo al principio una enorme sensación de melancolía:

“Luego, pasando por las calles de nombres indiferentes, salí al río. El

padre Betis venía caudaloso y revuelto: su oleaje azotaba con veleidades de

mar los modernos muelles de la ribera.

Estos muelles ocupan una parte sola de la ciudad: desde ellos hasta el

puente yacen arruinados los antiguos.

Grandes pedazos de muralla han caído al río, y, lamidos por las aguas,

parecen hoy informes escollos en que se estrella su corriente; sobre lo que

aún queda en pie crecen malezas y entre ellas han establecido sus jardines

humildes los vecinos de las pobres casas construidas a lo largo de la orilla”.

Con estas ruinas, las memorias del pasado glorioso de la Córdobacalifal quedan para la evocación, y la reflexión de su decadencia vuelve atraer tintes nostálgicos a la pluma de Amós que se une y hermana con lossentimientos de los hombres del pasado:

“La sierra de Córdoba está al Noroeste y una media legua de la ciudad.

Saliendo por la puerta de Gallegos se atraviesa el paseo de la Victoria, y,

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cruzando la vía férrea, se toma un camino polvoroso entre huertas cercadas de

pitas. Por él se llega a la Arizafa actual, que no es otra cosa que la antigua Rusafa

o casa de campo fundada por el ilustre Abderhamán, fundador de la mezquita.

Allí, según las tradiciones árabes, erigió una torre con maravillosas

vistas y plantó una palma traída de Damasco, tierna memoria de la patria.

De esa palma nacieron después cuantas dieron sombra en España a los hijos

de Ismael, cuantas dan sombra a los hijos de sus afortunados vencedores.

A esa palma, que le recordaba su triste historia, la muerte de los suyos,

su propia fuga de Oriente, su vida errante y obscura en África, dedicó el

califa poeta estos célebres y sentidos versos:

Tú también, insigne palma,

eres aquí forastera,

de Algarve las dulces auras

tu pompa halagan y besan,

en fecundo suelo arraigas

y al cielo tu cima elevas,

tristes lágrimas lloraras

si cual yo sentir pudieras.

Tú no sientes contratiempos

como yo de suerte aviesa,

a mí de pena y dolor

continuas lluvias me anegan.

Con mis lágrimas regué

las palmas que el Forat riega,

pero las palmas y el río

se olvidaron de mis penas

cuando mis infaustos hados

y de Alabas la fiereza

me forzaron a dejar

del alma las dulces prendas;

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a ti de mi patria amada

ningún recuerdo te queda,

pero yo triste no puedo

dejar de llorar por ella.

De la obra del califa sólo quedan partes del cercado, y acaso las

acequias que riegan la huerta.

El suelo es hoy tan fecundo y generoso como en el siglo VIII, y

muestra robustos limoneros cargados de fruto, frescas lilas y bolas de nieve

y rosas de espléndidos matices; pero las palmas desaparecieron”.

A esta situación decadente opone el glorioso pasado de la otroraciudad califal:

“Empero, la época gloriosa y floreciente para la noble ciudad fue el

imperio de los califas. Fieles a su misión, extendían el nombre del Profeta

por doquiera, llevando sus haces victoriosas desde el país de Afranc (Gallia

Narbonense) al de Galicia; y mientras los rudos y tenaces batalladores que

se decían reyes de Asturias y Sobrarbe, de León y de Navarra, apenas tenían

un monje oscuro que escribiera su indomable constancia y la valerosa

resistencia con que guardaban los últimos rincones de su invadida tierra,

profundos y elegantes historiadores consagraban su erudición y su numen a

eternizar las hazañas de la gente muslímica; y en el palacio mismo, en las

asambleas de nobles y letrados, los Hafites relataban las crónicas

encomendadas a su leal memoria.

Los míseros cristianos empleaban todas sus fuerzas y tesoros en forjar

hierros para rescatar la Patria cautiva; no sabían más arte que el de la guerra,

ni tenían otra sociedad que las mesnada: y en tanto el reino cordobés se

cubría de monumentos, sus sabios viajaban por Oriente, sus escritores se

inmortalizaban, sus soberanos mismos unían a la palma de soldados el laurel

de poetas, y, benéficos y atentos al bien de todos, fundaban madrisas para

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los huérfanos, zawiyes para los pobres, organizaban sus kagiefes o

descubridores para perseguir a los criminales, y tenían en la frontera sus

rabitos, caballeros de austera y penitente vida, siempre en vela, siempre

prontos a atajar con sus lanzas las entradas y correrías de los españoles.

Rudos eran e ignorantes nuestros padres cuando sus eternos enemigos

poseían academias y bibliotecas, de las cuales la Meruania tenía un índice de

cuarenta y cuatro tomos de cincuenta folios.

Entonces tenía Córdoba doscientas mil casas y seiscientas mezquitas,

cincuenta hospicios, ochenta escuelas y novecientos baños públicos.

Entonces llegó a su apogeo de gloria y de fortuna, poniendo al frente

de sus ejércitos a aquel famoso Almanzor, que, recogiendo y guardando

cuidadosamente el polvo que cubría sus armas y vestidos en las batallas, tuvo

tierra bastante para que diesen sepultura a su cuerpo el día en que, más que

las heridas, la vergüenza de la derrota le mató en Medinaceli. ¡Heroico

pensamiento y magnífica tumba de soldado!

Tiene razón Zorrilla cuando, preparándose a cantar su ruina, dice:

¡Antes selle mi boca una mordaza

que llame yo en la lengua de Castilla

a su raza oriental, bárbara raza!”.

De entre las glorias de Córdoba hizo mención especial, cómo no, de lamezquita. Como sucediera a otros viajeros anteriores, cita con disgusto lastransformaciones sufridas en el monumento más que por el tiempo por laacción de los hombres. Refiriéndose a la capilla cristiana de su interior, dice:

“Para construirla principió el Cabildo a demoler la parte central de la

construcción de Abderhamán: opúsose el Municipio y recurrieron al

emperador. Este decidió a favor de la Iglesia; más pasando algún tiempo

después por Córdoba y viendo los trabajos nuevos, se arrepintió de su

sentencia, y, volviéndose al obispo Fr. Juan de Toledo y dignidades que le

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acompañaban, les dijo: «Si yo tuviera noticia de lo que hacíades, no lo

hiciérades, porque lo que queréis labrar hallárase en muchas partes; pero lo

que aquí teníades no lo hay en el mundo».

Justiciosa crítica en que mostró Carlos V su inteligencia y gusto

artísticos: pero la inconsecuencia está en la naturaleza misma del espíritu

humano; ¿por qué no pensó de igual manera el célebre monarca cuando

permitió demoler el palacio de invierno de los reyes moros de Granada para

hacer edificar el suyo?

Resto y señal de la primitiva magnificencia de la Mezquita cordobesa

es el Mihrab, o lugar donde se custodiaba el Corán.

Antes de llegar a él hay un vestíbulo o capilla, cuyo ingreso forman tres

arcos de cinco lóbulos, con tres de herradura sobrepuestos; entre uno y otro

de los primeros apoyan otros arcos trilóbeos. Las dovelas de las archivoltas

figuran mosaicos de admirable riqueza, y sobre mármol blanco, dorado por

los años, materia de toda la obra, se esparcen y derraman una multitud de

aleyas (versículos alcoránicos), inscripciones cúficas, grecas y follajes. La

pompa oriental, el gusto y la variedad del trabajo, revelan su procedencia

bizantina; hijos son de una misma madre San Marcos de Venecia y el

Mihrab de Córdoba.

Arte enervado por el clima de su cuna, intérprete de sentimientos

voluptuosos, su objeto es seducir, no imponer; su carácter, la gracia, no la

majestad. El numen sarraceno atiende siempre a complacer a los sentidos,

cuyo ejercicio erige en acto religioso; recoge y encierra esas sensaciones para

concentrarlas, como se recoge y guarda la llama para que alumbre mejor;

busca la vida individual y la lisonjea y halaga con todos los recursos de su

genio. Es el contraste de la poesía de los orientales opulenta y pomposa, y

su discurso mesurado y frío.

El pueblo llama al santuario mahometano la capilla del Zancarrón.

Un sacristán muestra aquella preciosa joya del arte musulmán,

abriendo la verja que cierra el vestíbulo. En el centro de este se ve un túmulo

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sencillo, sobre cuya tapa están la banda y las bocas de dragón de los Nazaritas

de Granada. El sacristán encendió una cerilla y, asegurándola en el extremo

de una caña, la hacía correr a lo largo de las paredes del Mihrab, haciendo

notar su prolija labor y belleza; luego la alzó a la bóveda que cierra el

santuario, magnífico trozo de mármol ambarino, de una sola pieza imitando

una concha”.

En Sevilla, el entorno de la plaza del Triunfo de nuevo le sirvió parareflexionar sobre el pasado y derivar hacia el presente; un presentedecaído:

“¡La Giralda!; hemos visto de lejos su gallardía, admiremos de cerca su

solidez. Sus fachadas están adornadas con labor árabe, fingiendo arquerías

lobeadas, enlazadas entre sí con medias columnas, y antiguas pinturas al

fresco muy maltratadas por la intemperie; de cerca como de lejos, la

gallardía de la torre contrasta con la pesadez de los cuerpos superiores; aquel

peso agobia y mortifica la airosa obra del moro Herver. [...]

¡A dos pasos está el Alcázar! Bien merecida tiene Sevilla su fama de

ciudad monumental. El Alcázar y la catedral; los dos enemigos están allí

fronteros, como lo estuvieron durante ocho siglos los dos pueblos que

representan: el templo ha olvidado su encono, ha depuesto las armas, mira

al cielo, enarbola la cruz del perdón, y abre sus puertas al arrepentido y

converso; el palacio, ceñudo, amenazador con su cinto de muros, sufre la

derrota sin resignación, por fatalismo; no acepta la gracia que le ofrecen y,

envuelto en sus memorias, espera sin temor, como sin impaciencia, el día de

la muerte, del descanso”.

En el Alcázar Amós sintió sensaciones encontradas y, en ningún caso,al contrario que otros viajeros, confiesa percibir de forma clara el pasadoislámico:

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“Las restauraciones dan un aire de novedad y juventud al palacio, que

no responde a la predisposición del espíritu que llega a visitarlo. La primera

cualidad de las restauraciones es el respeto religioso a lo existente; si esto

desaparece, o pierde su fisonomía propia, la restauración hace una obra

nueva, y en mi entender no llena su objeto; por eso las restauraciones piden

tanto y son tan difíciles; hay quien las cree imposibles.

¿Por qué no sentí yo en el Alcázar de Sevilla lo que luego sentí en el de

los reyes Nazaritas? ¿Por qué aquel monumento no despertó en mi memoria

el pueblo extraño y nuevo, la civilización, el culto, las costumbres que

dieron ser al arte que le edificó? ¿Es porque su arquitectura no tiene

fisonomía suficientemente marcada, o porque las renovaciones la

desnaturalizan, o porque dice en la portada que lo edificó un rey cristiano?

Quizás por todas estas circunstancias juntas.

Allí no soñé con alquiceles, ni oí los galantes diálogos de las cortes

sarracenas, ni los pomposos discursos de sus magnates, ni la altiva

presunción de sus guerreros. Es verdad que la figura dramática del rey don

Pedro eclipsa y hace olvidar cualquiera otra. El ruido de las espuelas

castellanas ha ahuyentado los plácidos y melancólicos recuerdos que

pudieron haber dejado allí Abdul-Azís y sus sucesores.

Don Pedro es el rey popular; la tradición defiende su memoria contra

la Historia, tan apasionadas la una como la otra.

Azote de los nobles soberbios, amparo del plebeyo oprimido, reñidor,

valiente, aventurero, galán, león en el coraje, tigre en la venganza; violento,

irresistible en el amor, y a par veleidoso e ingrato, velando siempre por la

dignidad de rey, no consintiendo mengua en su prestigio ni ataque a su poder;

reducido a defender su corona daga en mano en combate singular, solo y

cercado de traidores, y perdiéndola en la demanda, se alza su sombra imponente

y majestuosa, justificada de sus crímenes por su fin desastroso y triste.

El pueblo hizo propia su causa, lamentó su muerte, celebró su bizarría,

y le consagró sentidos lamentos en sus cantares:

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Valiente llaman a Enrique.

y a Pedro tirano y ciego,

porque amistad y justicia

siempre mueren con el muerto. [...]

¡La Padilla! ¡Será cierto que sus ruegos conservaron la vida de muchas

víctimas, que salvó muchas cabezas nobles destinadas ya al verdugo! Si así

fue, ¡cuánto debió amarla don Pedro! En medio de la vergüenza de su

estado, esa mujer interesa por su constante fidelidad al monarca

desgraciado. Su cariño era lo único que le quedaba, cuando sin cetro y sin

soldados, odiado y perseguido, disputaba en Montiel su vida a la Fortuna.

¡Raro ejemplo de constancia!

En los jardines del Alcázar hay un ruiseñor que lanza a menudo

plañideras notas escondido entre las hojas de un viejísimo naranjo. El árbol

fue plantado por don Pedro; el pájaro de triste voz que a su nombre se

abriga y vuela a veces silencioso por las ramas es para el pueblo el espíritu

amoroso y desolado de doña María de Padilla. Esta poesía, esta leyenda, me

traen a la memoria la elocuente y apasionada divisa que leí en una joya

romana:

UBI AMOR, IBI ANIMA”.

Observando Sevilla, su entorno y su paisaje, el escritor montañésvuelve a transmitir sus sentimientos introspectivos al exterior que observa:

“Apartémonos de la alegría y del ruido, busquemos la soledad. A lo

largo del río corre una avenida de moreras: la brisa vespertina que viene

jugando sobre la haz de las aguas sube hasta sus hojas y las hace suspirar y

estremecerse; el sol cae; allá por los altos de Castilleja, sobre los montes que

van a Extremadura, reposan amontonadas masas de nubes: la luz las rasga y

divide, y sobre el rojo y encendido horizonte se destacan sus fantásticos

contornos: ya semejan populosas ciudades, ya vastas arboledas; tan pronto

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montañas escabrosas, tan pronto gigantescos monumentos. Su forma

cambia con variedad prodigiosa. Un grupo parece ahora un paisaje, un valle,

un río, un árbol y una ruina; y un momento después se transforma en un

monstruo fabuloso; sus alas inmóviles se abren en el espacio y alza la

corpulenta cabeza como si amenazara al cielo, mientras las rocas de su cola

arrastran sobre la cumbre de la colina. Una ráfaga de luz se desliza bajo el

monstruo y lo separa de la tierra; su mole rígida se va elevando lentamente

en los aires: vacila, se estremece, despréndensele las alas, la cabeza cambia de

aspecto, sus restos van disolviéndose poco a poco, el último parece apenas

una ave de largo vuelo que va alejándose y desparece en el horizonte.

Las aguas del río reflejan los colores del cielo; el ópalo y el nácar, el

dorado topacio y el rubí encendido esparcen sobre ellas sus tintas y

cambiantes, que van fundiéndose en el limpio azul de la primera noche.

Triana y sus edificios se destacan en masas oscuras: el último rayo de luz,

atravesando los arcos del campanario de Santa Ana, le hace semejar un faro

encendido.

Más cerca, los cipreses de los Remedios alzan su línea de agujas

inmóviles y negras, y la gallarda palma ondea como si, suscitando más

placenteras ideas, quisiera templar la tristeza del árbol funeral. El ciprés es la

muerte implacable, solemne, o la aspiración ascética, rigorosa; la palma

cariñosa llama al fatigado, y le ofrece su sombra y su frescura, es un símbolo

más humano, y sobre la tumba fría e inexorable se levanta como la gloria

que sobrevive”.

Una vez en el reino de Granada, la naturaleza contrasta con lasmemorias que el viento de la historia, en esos parajes, le llevó a evocar:

“Clareaba el día cuando pasábamos por Loja. Este pueblo está

apostado en el seno de dos recias lomas, a la sombra de un escueto peñón;

desde él se baja hacia la vega de Granada. [...]

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¡Loja! ¡Tristes memorias y recientes duelos despierta tu nombre; para

ahuyentarlos, para impedir que una nube dolorosa oscurezca mi fantasía y

vierta sobre mi pobre y descolorida relación su sombra opaca, acudamos a

la poesía! ¡Oh, cuántas veces la poesía, con sus mentiras halagüeñas, enjuga

la sangre y calma el dolor de las heridas de la historia! ¡Cuántas veces, como

un rayo de alegría, ahuyenta y disipa los agoreros nublados del porvenir!

En Loja pone Zorrilla la cuna de su creación angélica, de Moraima, la

esposa de Boabdil:

Moraima, la flor de Loja,

la azucena de Ali-athar,

la gacela de ojos garzos

cuyas niñas de azul cielo

eran fuentes de consuelo

para el viejo militar.

Cuando el tiempo haya desplegado sus nieblas entre el poeta español y

los lectores de su poema; cuando la leyenda haya confundido la existencia

del héroe con la del bardo que le celebra, y las almas apasionadas busquen

la pasión y los sentimientos del cantor en los sentimientos y la pasión de sus

personajes, nadie pasará aquellos lugares sin dar un recuerdo a la amorosa y

desgraciada reina, a la blanca paloma,

al lirio blanco del peñón de Loja.

En Loja vivió también el Gran Capitán, separado de la corte por el

ánimo mezquino del rey Católico. De allí fueron a sacarle el voto de la

nación y el clamor del ejército vencido en Rávena para los aprestos de una

expedición que restaurase el empañado brillo de las armas españolas en

Italia; pero la celosa suspicacia de Fernando V no permitió esa ocasión de

nueva gloria al ilustre guerrero, y tan pronto como pudo hallar un

pretexto en la disolución de la liga del Papa y Venecia y sus paces con

Francia, ordenó suspender los preparativos y licenciar las tropas. El viejo

corcel de guerra se había rejuvenecido; había sentido renacer el antiguo

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brío con la esperanza de nuevas lides; un desengaño más fue lo que recogió

en vez de laureles.

Tan duro fue y tan amargo, que envenenó sus días y acercó el término

de ellos.

Rindiendo a Loja comenzaron los reyes Católicos la postrera campaña

contra los moros. Boabdil acudió a defenderla y peleó con denuedo, pero en

vano; había nacido con mala estrella, era destino suyo asistir a la ruina de su

gente; un hado adverso le acompañaba, y todas sus empresas tenían término

funesto: por eso le llamaba su pueblo el Zogoibi, el desventurado.

Allí empieza la sangre; el llano que se extiende a los ojos sería un lago rojo

si toda la que allí se ha vertido sucesivamente se juntase en una misma hora.

No hay en aquel valle un tronco viejo ni una peña que no hayan visto

una agonía o una hazaña. Campo de batalla, arena de torneo, tela de

combates singulares, al acercaros a él con la mente fija en la Historia esperáis

oír el clamor de las trompetas, el ruido de los aceros o el salvaje lelilí

sarraceno, tremendo grito de guerra lanzado por los escuadrones árabes al

entrar en liza.

Nada de eso oís; pero la luz de la mañana, disipando las creaciones de

la fantasía, os muestra el espectáculo real de una hermosa Naturaleza”.

La vista de Granada fue, como para tantos viajeros por el sur,anhelada sobre cualquiera otra:

“En fin, descubrimos a Granada. Su línea de tejados ondeaba en el

polvoroso ambiente, y sobre ella se levantaba serena y grave, la oscura mole

de la catedral.

Dos cerros la abrigaban. En uno de ellos flotaban los vapores de la

mañana, entre los cuales, y sobre copas y ramas de árboles, asomaban torres,

almenas y un cinto de murallas tostadas por los soles de cinco siglos. Así,

envuelta en nieblas, ha llegado a nosotros la historia del pueblo que la

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edificó; así las veíamos todos cuando jóvenes, y vio nuestra imaginación

pasar a través de la bruma las heroicas figuras de sus habitadores.

Porque aquel cerro es la Alhambra, y aquella torre cuadrada, robusta,

avanzada sobre el precipicio y en cuyo terrado cuelga una campana, es la

torre de la Vela.

La voz de Granada, el pregonero de sus leyes, el clarín de sus peleas, el

alarido de sus rebatos, el clamor de sus victorias, el ¡ay! de sus desastres: ¡la

campana de la Vela! ¡Quién no se ha figurado su tañido solemne, sonando

siempre en los días señalados de la ciudad!

Pertenece al número de esos objetos dibujados con tanta precisión por

la profética fantasía, que, en viéndolos, son reconocidos desde luego sin

necesidad de ajeno aviso”.

El ingreso a la Alhambra es otro de los temas corrientementereferidos por los viajeros:

“Los rojos muros de la Alhambra se descubren a trechos entre las

hojas. Así vislumbré la Puerta Judiciaria, y la torre de las Cabezas;

llegamos a la de los Siete Suelos, donde la ancha avenida toca al recinto de

la fortaleza. Al pie de ella, con el nombre de la torre, hay una hospedería,

y en ella me alojé. [...]

Sin tomar treguas fui a mi objeto, a la Alhambra; siguiendo la

alameda que costea el muro, dejando a la derecha una áspera subida que

por él penetra, y en la que gallardean los más hermosos chopos de

Lombardía que he visto, llegué a la Puerta Judiciaria. Es una bella torre en

la cual se abre un arco de herradura, dentro de un cuadro de ladrillo, con

dos ventanas en lo alto; en la clave del arco hay un brazo grabado con la

mano extendida hacia arriba. ¿Qué símbolo es aquel? No menos

misteriosa parece la llave esculpida sobre otro arco interior que forma la

verdadera puerta. [...]

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Page 177: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

Según las tradiciones árabes, aquel talismán guarda la existencia del

Alcázar; subsistirán su poder y sus muros en tanto que la mano no llegue a

tocar la llave.

¿Habéis leído El astrólogo árabe, de Washington Irving? Pues en él

encontraréis el origen y el misterio de aquellos emblemas. No los buscó en

los recónditos arcanos de la teología muslímica, sino en los de su propia

imaginación poética, y a fe que más halaga y satisface su cuento al viajero

que el grave discurso de los doctores e intérpretes del Corán.

Washington Irving, que vivió muchos meses en la Alhambra, ¡ah

dichoso!; que recorrió sus torres y galerías a todas horas del día y de la noche;

que pudo ver las sombras que las habitan y conversar con los espíritus que las

pueblan, es un excelente compañero para visitar aquellos lugares.

Id con él, veréis qué vida toman las piedras y los ladrillos, y qué interés

os inspiran los rotos muros y los quebrantados ajimeces.

Entré por la Puerta Judiciaria; dentro de ella hay un retablo de la época

de la conquista. Los antiguos dominadores de aquella tierra eran tan

verdaderos señores de ella, la ocupaban tan de veras y con autoridad tan

arraigada y firme, que sus vencedores no creían poseerla y haberlos arrojado

de allí sino poniendo en cada rincón, en cada pared, un testimonio de la

nueva soberanía y del nuevo culto. Una imagen, una cruz en las torres, en

las columnas, hasta en los sepulcros, son tanto la consagración de lo infiel

como el sello de los nuevos señores”.

El palacio de Carlos V, como ya vimos al hablar de la mezquita deCórdoba, causó su enfado, frecuente en todos los que visitan la Alhambra,por haber servido para el derribo de una parte del palacio nazarí, y explicalas razones de su edificación con gran enojo:

“Otra circunstancia hubo en su fundación, más dolorosa que el

derribo de la obra árabe. Amenazados los moriscos de confiscación de

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Page 178: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

bienes y de dura persecución, acudieron a Carlos V ofreciéndole 80.000

ducados para que moderase el riguroso decreto. Compraron, pues, la

conservación de su propia fortuna y el uso de su traje nacional, y parte de

la venta se empleó en la construcción del Palacio. ¡Cuántas lágrimas,

cuánto sudor, cuántos afanes para contribuir al estipendio! Todo está

enterrado en aquellos cimientos... Pero si al estudiar los grandes

monumentos erigidos por príncipes examináramos lo que costaron al

pueblo, ¡qué pocas veces haría la admiración callar la compasiva y doliente

voz del alma!”.

La descripción de la Alhambra es una mezcla de datos eruditos,sensibilidad de artista y una pluma elegante, perfectamente dotada para ladescripción:

“Me encontré en el patio de la Alberca. Un estanque, donde brillan al

sol las escamas de los peces encarnados, ocupa la mayor parte de su anchura;

dos setos de espesos arrayanes le bordean a lo largo, y su perenne verdura

templa la ardiente monotonía de la cal y el mármol.

El mármol y la cal son dos materiales que la vista encuentra en el

interior de la Alhambra. La piedra, empapada de sol, ha tomado un

color de ámbar, la cal tiene suavísimo color de rosa. Estas tintas varían

de intensidad, según la hora; a la del mediodía se funden en un tono

general opalino.

Aquel estanque era el de las abluciones, tan usadas en la ley

mahometana; en sus dos extremos dos tazas con saltador le alimentan. En el

costado sur del patio dos galerías sobrepuestas con arcos y columnas son el

único resto del palacio de invierno; en la superior, el rompimiento del arco

central representa líneas que recuerdan las de la arquitectura indostánica. En

el costado septentrional otra galería baja, semejante a la opuesta, abre paso

a la torre de Comarech, según los sabios; Comares, según el pueblo.

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Page 179: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

A dos causas se atribuye esta denominación: a haber trabajado en su

adorno artífices naturales de la villa de igual nombre, y a que el estilo de su

adorno pertenece al llamado por los orientales Comarragia.

Las galerías anteriores están prolijamente labradas al gusto árabe.

Inscripciones cúficas fáciles de reconocer por la forma rectangular de sus

caracteres; otras africanas, de contornos indecisos y curvos, enlazadas con

nudos y flores, formando medallones y cenefas, recordaban al creyente los

principios fundamentales de su fe: La gloria a Dios, la omnipotencia a Dios,

la eternidad a Dios: sólo Dios es vencedor.

La torre de Comares está ocupada por el salón de Embajadores, estancia

magnífica, soberbia, donde, a pesar del tiempo, brillan el oro y los colores:

su aspecto de riqueza y esplendidez no puede describirse, ni caeré yo en la

tentación de detallar su adorno. En ella, como destinada a cortesanas y

pomposas ceremonias, a deslumbrar los ojos de los enviados extranjeros, o

persuadirlos de la gloria y grandeza de los soberanos granadinos, al lado de

los motes religiosos aparecen inscripciones encomiásticas del rey fundador.

¿Quién no conoce el estilo poético y grandilocuente de esas inscripciones?:

«¡Oh hijo de rey, y descendiente de reyes, y a quien las estrellas en

alteza no igualan si a ti se comparan! ...».

En esto convienen todos los arabistas; no así en la interpretación

literal de las palabras, lo cual, a mi modo de ver, se explica por lo alterado

de los caracteres con remates, adornos y enlaces para la simetría y

visualidad de la inscripción.

Pero la pompa y altisonancia del estilo literario árabe, lejos de parecer

ridículas, armonizan maravillosamente con la solemne gravedad de sus

actos, con la audacia intrépida de sus empresas, con la bizarría caballeresca

de sus costumbres. Así lo comprendemos nosotros, y cualquiera otro retrato

nos parecería infiel y defectuoso.

La idea de Dios es la primera que figura en sus composiciones murales;

luego, el elogio del príncipe o del héroe, con la hiperbólica enumeración de

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Page 180: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

sus virtudes, y, en fin, las bellezas de la Naturaleza y del arte celebradas en

imágenes y comparaciones; pero refiriéndolo todo siempre a Dios, calidades

del corazón, producciones de la inteligencia, bellezas de la creación, como a

un único principio y origen de todo bien y de toda hermosura.

Los árabes son los coloristas del estilo. Lo que su ley les vedaba trazar

con el pincel lo escribían con la pluma.

De la sala de Comares pasad al patio de los Leones; del palacio, a la casa.

Ignoro el destino que el célebre patio tendría, pero al compararle con la

anterior estancia parece que debió de ser morada y habitación de los monarcas.

Rica y espléndida su arquitectura, es más cariñosa, más familiar,

digámoslo así; no impone, pero, ¡ay!, enamora. Aquellas ligerísimas

columnas, que a trechos se aparean, como si una sola no bastase a sostener

el peso de las bóvedas; estas bóvedas mismas de menudas pechinas, de

afiligranados arcos que cuelgan del aire, como sostenidas por ocultos

imanes; aquel matiz tornasolado de las paredes, aquel color ambarino del

mármol forman un conjunto tan ligero, tan frágil, tan delicado, que no hay

alma indiferente a su encanto, no hay pecho sordo a su halagüeña armonía.

Se ocurre al ver aquello que los que lo hicieron, recordando su origen

primitivo, conservaban algo de sus instintos y hábitos primeros: lo frágil,

deleznable y transitorio de la construcción árabe parece un recuerdo de la

tienda, su habitación primera.

Dos templetes, iguales y fronteros, avanzan en los dos costados del

patio. El grabado y la litografía los han popularizado; pero su vista sola da

idea cabal de su gracia y su gallardía. Sus columnas, agrupadas de diversos

modos, brotan de la tierra como otras tantas venas de un manantial copioso;

sus festoneadas archivoltas, sus bovedillas de arcos pendientes y estalactitas

parecen los penachos del agua helada al caer y suspendida en el espacio por

el conjuro de una maga.

La famosa fuente se compone de dos tazas sobrepuestas: la mayor

descansa sobre las grupas de los toscos leones que dan nombre al patio. [...]

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Page 181: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

El sol baña el patio, y acaricia amorosamente los encajes y filigranas de

sus muros, los aleros se adelantan sobre esculpidos canecillos de alerce, y

proyectan sobre la pared una sombra transparente en la cual juegan los

vigorosos reflejos de la parte iluminada.

Aquella luz y aquel reposo explican muchos misterios del arte y de la vida

de Oriente; es una atmósfera que adormece suavemente los sentidos, aletarga

el cuerpo y aguza la mente, y da nueva perspicacia y claridad al espíritu.

Eso que los franceses llaman rêverie no ha venido del norte; es un

estado moral engendrado por el ardiente sosiego del mediodía. Para

entregarse a él, para acrecerlo y saborearlo con mayor deleite, edificaron los

árabes esta parte de su Alhambra.

Esto no se comprende en la visita apresurada que hacen la mayoría de

los viajeros al paso y con las explicaciones mecánicas de un conserje. Pero

yendo allí unas cuantas veces solo, abandonándose al plácido reposo que el

lugar ofrece, meditando un poco a la sombra de los artesones, dejando vagar

la mirada por los gastados mármoles del piso, y en el ambiente dormido y

sereno que envuelve la construcción entera, se hace evidente.

¡Si viérais el efecto que allí produce el ruido lejano de pisadas, la voz

humana y, sobre todo, el crujir de las ropas talares!

Los ecos de las estancias que dan a estas galerías, la sala de los

Abencerrajes, la del Tribunal y la de las Dos Hermanas, tienen una

sonoridad y dulzura singulares.

¡Qué paraje de reposo para el monarca fatigado del Consejo, para el

guerrero cansado de la batalla! Su recuerdo solo y la esperanza de tornar a

verle, ¡qué bríos darían al brazo, que aliento al corazón!

El borbollar del agua, amoroso y sordo como el arrullo de las palomas,

sonaba incesante en las mágicas estancias, y el aromoso vapor de las esencias

enardecía el ambiente. Y el follaje de los mirtos y limoneros del jardín de

Lindaraja penetraba por el delicioso mirador para aspirar ansioso aquella

atmósfera encantada.

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Page 182: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

Al perder aquello era poco derramar sangre; su valor era más grande,

su precio debía ser mayor. Lágrimas, lágrimas de hombre, que escaldan el

rostro, y queman el alma, y dejan una señal deshonrosa en la Historia;

lágrimas por las que su madre misma le avergonzase debía costar su pérdida

al último rey de Granada.

¡Sangre y lágrimas! ¡Constantes compañeros del hombre! ¡Huella

siniestra de su paso por la vida! [...]

En la inmediata sala del Tribunal están las curiosísimas pinturas,

invasión del genio y civilización cristianos en el genio y civilización sarracenos.

Los críticos disputan si son obra de artistas moros o cristianos, la ley

mahometana veda representar figuras animadas; pero en una de ellas, en la

que representa los diez reyes moros, hay un carácter que sólo pudo ser

impreso por quien seguía los preceptos del Corán.

Los graves rostros, las luengas barbas, las actitudes solemnes, el gesto

mesurado, dan una expresión augusta a aquel Senado de monarcas, que

deliberan de la paz o de la guerra, consultan el porvenir o la felicidad de su

pueblo; la sangre juvenil se revela en los que llevan la mano al puño del

alfanje, la madurez y experiencia en los que la ponen sobre el corazón, como

si atestiguasen la sinceridad de sus palabras”.

En Amós de Escalante el moro alcanza una dignidad y un respetoconsiderables. El episodio del mendigo musulmán da vivas muestras de ello:

“Cerca de la Capilla Real está la de los Pulgares; allí yace Hernán

Pérez, el de las hazañas; el valiente servidor, inmediato a sus reyes aún en

el sepulcro.

En el mismo lugar estuvo la puerta de la mezquita, donde, penetrando

una noche con inaudita audacia por las calles de Granada, clavó su puñal en

un listón con el mote «Ave María». A la mañana siguiente el moro Tarfe

paseó a vista del campamento cristiano el lienzo atado a la cola de su caballo

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Page 183: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

en reto y desafío, y saliendo el joven Garcilaso hizo campo con él y le mató,

ganando el sagrado mote para blasón de su familia.

Saliendo de la catedral quise dar la vuelta alrededor de ella, y pasé por

la calle de la Cárcel Baja.

Mi pie se detuvo involuntariamente: ¡mis ojos dudaron de lo que

veían!

Junto a la puerta del Perdón un moro, sentado en el suelo, ¡pedía

limosna! Los padecimientos habían alterado las nobles facciones de su

rostro, cuyos ojos enfermos abrigaban unas antiparras verdes. Tenía un

turbante blanco, de blancura hollada y marchita por la miseria, arrollado a

la cabeza y envuelto en un jaique listado, gris y negro; extendía una mano

nerviosa y fina para recibir limosna.

¡Un moro mendigando a las puertas de la catedral de Granada! ¡Qué

lección histórica! ¡Qué ejemplo de fortuna y de rigor implacable del destino!

Aquel hombre, para mí, representaba un pueblo entero; un pueblo

proscripto, humillado, reducido a padecer hambre y miseria allí donde fue

rico y soberano, a mirar en manos ajenas el bien que fue suyo, a mendigar

un sitio a la sombra del olmo o del laurel que plantaron sus abuelos.

Un niño acostado a su lado, reclinada la cabeza sobre las rodillas del

hombre, dormía apaciblemente. ¡Pobre niño! ¿Significaba acaso que aún las

iras de la suerte no están satisfechas y que su peso amenaza a las generaciones

venideras de aquel pueblo desventurado?

Las plantas, lejos de la patria, en suelo ingrato y extraño, languidecen

y expiran sin dejar semilla que engendre nuevos seres; su desgracia acaba

cuando ellas mueren. ¿Por qué no sucede lo mismo al hombre? ¿Por qué esa

ley dolorosa y cruel, que le hace transmitir su desventura y su infortunio a

aquello que más quiere: a sus hijos?

¡Cuánto me hizo pensar aquel grupo miserable! Quise hablar al moro,

pero me detuvo el temor de que su respuesta disipase mis ilusiones; quise

darle limosna, y me detuvo el respeto de su infortunio; quise, en fin, decirle:

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«No te quedes en el umbral, ve más adentro; más adentro está el que sana

las enfermedades del cuerpo y las heridas del alma; arroja lejos de ti ese

turbante, entra en el templo cristiano, abrázate a la Cruz, y ella te consolará

y te dará remedio».

¡Cuántas vacilaciones e incertidumbres como esas tiene el alma!

¿Cómo no las vence, sabiendo que en pos de ellas viene infaliblemente el

pesar de no haber puesto por obra la idea primera?

Volví otras veces a buscarle y no le volví a encontrar, pero su aire de

resignación y nobleza, su profunda miseria y la del niño que dormía en su

regazo quedaron tan profundamente grabadas en mi memoria, que, a ser

pintor, sabría retratarlos”.

A la hora de salir de Granada, el poeta confesó haber quedadoprendado para siempre del embrujo de la ciudad y, en especial, de laAlhambra:

“Los ocho días que viví en Granada los pasé en la Alhambra. Sentado

en el patio de los Leones, junto a la fuente de los Abencerrajes, o sobre el

sepulcro de la sala del Tribunal, absorto en aquella luz mágica que lo inunda

y en el nacarado y suavísimo color que viste las paredes, meditando sobre los

que fueron, y, viendo surgir del olvido y de la muerte sus sombras y sus

recuerdos, ni sentía el paso de las horas ni los pensamientos amargos que la

soledad engendra. Hay infortunios tan grandes que a su vista los propios

males o se olvidan o parecen llevaderos.

Allí solía encontrar a Rafael Contreras, amable compañero, arquitecto

encargado de las restauraciones. Conversábamos y uníamos nuestros

recuerdos; la idea de la ruina completa de la Alhambra venía a menudo a

nuestros labios, y revolvíamos los modos de retardarla, que el evitarla es

imposible.

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Page 185: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

Id pronto al noble Alcázar; daos priesa los que queréis verle y saludarle,

los que buscáis impresiones y recuerdos para enriquecer vuestro corazón y

vuestra memoria; daos priesa, artistas y poetas, antes que cese de existir y

quede cegada una de las más ricas venas de inspiración y de poesía”.

(Amós de ESCALANTE. Del Manzanares al Darro. Pról.

R. León. Madrid: Gil Blas, 1920)

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EDMONDO DE AMICIS (Oneglia, 1846-Bordighera, 1908). Viaje a España:febrero-julio, 1872. Obra: Spagna, 1872.

Viajó a España por curiosidad, como viajero impenitente y, además,como enviado del periódico La Nazione, de Florencia, con el que tenía elcompromiso de publicar por entregas las crónicas de sus vivencias ennuestro país. Hombre de gran sensibilidad social y comprometidohumanismo, que se refleja en todas sus obras, incluida la que nos ocupa–no en vano se adhirió en 1891 al movimiento socialista–, en su viaje aEspaña añade a este sentimiento la visión exótica y un tanto estereotipadadel país. Todo ello envuelto en un aire vitalista y amable, no exento decierta melancolía, que le hizo ver en Andalucía una “tierra prometida delos viajeros; la fantástica Andalucía, cuyas maravillas tanto había oídocantar en Italia y en España por novelistas y poetas; aquella Andalucía porla que puedo decir que había emprendido el viaje”. La primera ciudad quevio fue Córdoba y parece que le causó honda impresión:

“¡Córdoba, la antigua perla de Occidente, como la llamaban los

antiguos poetas árabes, la ciudad de las ciudades! ¡Córdoba, la de los treinta

barrios y tres mil mezquitas, que encerraba entre sus murallas el mayor

templo del Islam! Su fama se extendía por Oriente y oscurecía la gloria de la

antigua Damasco. Los fieles venían desde las más remotas regiones de Asia

hasta las orillas del Guadalquivir para prosternarse ante el maravilloso

Mhirab [sic] de su mezquita, al resplandor de sus mil lámparas de bronce,

fundidas con las campanas de las catedrales de España. Los artistas, los sabios,

los poetas de cualquier parte del mundo musulmán acudían a sus florecientes

escuelas, a sus inmensas bibliotecas, a las magníficas cortes de sus califas.

Afluían los ricos y las hermosas mujeres, atraídas por la fama de su esplendor.

Desde ahí se dispersaban, ávidos de saber, a lo largo de las costas de África,

por las escuelas de Túnez, de El Cairo, de Bagdad, de Cufa y hasta la India

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y la China, a recoger libros, inspiraciones y apuntes. Las poesías cantadas a

las faldas de Sierra Morena volaban de cítara en cítara, hasta los valles del

Cáucaso, para excitar el ardor de los peregrinos. ¡La bella, la poderosa, la

sabia Córdoba, coronada de tres mil pueblos, ostentaba altivamente sus

blancos alminares en medio de sus bosquecillos de naranjos y expandía

alrededor del divino valle un aura voluptuosa de alegría y de gloria!”.

Las palmeras de Córdoba llamaron también la atención del viajeroitaliano y le hicieron evocar, desde el interior de los patios, “fantásticasleyendas de odaliscas y de califas”; pero la Mezquita es el monumento alque dedicó especial atención en esta ciudad y de ella dice, de formacontundente, que es “unánimemente considerada, todavía hoy como eltemplo musulmán más hermoso y uno de los más admirablesmonumentos del mundo”. Desde la descripción puramente histórica,aprendida, sin duda, en diversos manuales y obras de divulgaciónmanejadas en la época, pasó a la descripción personal de aquello quecontemplaba y a las impresiones, aún más personales, que esacontemplación le causó y que llevó al entonces joven De Amicis a sufriruna especie de ascético arrebato:

“La mezquita de Córdoba, transformada en catedral después de la

expulsión de los árabes, sigue siendo una mezquita, y se construyó sobre las

ruinas de la primitiva catedral, próxima a la orilla del Guadalquivir.

Abderramán empezó la construcción en el año 785 o 786. «Levantemos una

mezquita», dijo él, «que supere a la de Bagdad, a la de Damasco y a la de

Jerusalén; que sea el mayor templo islámico, que se convierta en La Meca

de Occidente». Se puso manos a la obra con gran ardor; los esclavos

cristianos llevaban las piedras de las iglesias destruidas a los cimientos. El

mismísimo Abderramán trabajaba una hora al día; la mezquita se construyó

en el espacio de pocos años, los califas sucesivos a Abderramán la

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embellecieron y quedó acabada del todo después de casi un siglo de

continuos trabajos. [...]

La puerta principal de las murallas está situada en el mismo lugar donde

se divisaba el alminar de Abderramán; en su cima, ondulaba el estandarte

musulmán. Entramos; creía que iba a ver enseguida el interior de la mezquita,

pero me encontré en un jardín lleno de naranjos, cipreses, palmeras, rodeado

por tres lados por un ligerísimo pórtico que cierra por el cuarto lado la fachada

de la mezquita. En el centro de este jardín estaba, en época de los árabes, la

fuente para las abluciones; a la sombra de esos árboles, se reunían los fieles

antes de entrar en el templo. Estuve algunos momentos mirando a mi

alrededor, respirando el aire fresco y oloroso con una vivísima sensación de

placer; el corazón me latía pensando en la famosa mezquita tan cerca de ahí;

por una parte me sentía empujado hacia la puerta con una inmensa curiosidad

y, por otra, retenido por no sé qué juvenil ansiedad. «Entremos», me dijeron

los compañeros. «Todavía un momento», respondí, «dejadme saborear bien la

dulzura de la espera». Finalmente me moví, y sin tan siquiera mirar la

maravillosa puerta que mis compañeros me señalaban, entré.

Qué fue lo que hice o dije nada más entrar, no lo sé; pero algún que

otro sonido gutural se me debió de escapar o tuve que hacer algún otro gesto

muy poco usual, porque algunas personas que en ese momento se dirigían

hacia mí se echaron a reír y se dieron la vuelta para mirar a su alrededor,

como para entender la causa de la profunda emoción que había

manifestado. Imaginad un bosque y suponed que os encontráis en el punto

más denso y que no veis más que troncos de árboles. De igual modo, en la

mezquita, a cualquier parte donde uno se dirija, la mirada se pierde entre las

columnas. Es un bosque de mármol del que no se ve el fin. Se siguen con la

mirada, una a una, las larguísimas filas de columnas que se cruzan a cada

paso con otras innumerables filas y se llega a un fondo semioscuro en el cual

parece que todavía blanquean otras columnas. Son diecinueve naves que se

ensanchan en la dirección de los pasos de quien entra, cruzadas por otras

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treinta y tres, sostenidas en total por más de novecientas columnas de

pórfido, jaspe y mármol de todos los colores. Cada columna sostiene una

pilastrita, y están unidas por un arco y un segundo arco entre pilastra y

pilastra, ambos arcos tienen la forma de una herradura de caballo, de

manera que, imaginando que las columnas son muchos troncos de árbol, los

arcos representan las ramas y el parecido de la mezquita con un bosque es

completo. La nave central, bastante más ancha que las demás, se sitúa

delante de la maksura, que es la parte más sagrada del templo, donde se

veneraba el Corán. Desde las ventanas del techo, desciende un pálido rayo

de luz que ilumina una fila de columnas; más allá, una parte oscura y en otro

lugar desciende otro rayo que ilumina otra nave. Es imposible expresar el

sentimiento de mística admiración que despierta en el alma semejante

espectáculo. ¡Es como la repentina revelación de una religión, de una

naturaleza y de una vida desconocida, que os arrebata la fantasía entre las

delicias de un paraíso lleno de amor y de voluptuosidad, en donde los

bienaventurados, sentados a la sombra de frondosos plátanos o de pequeños

rosales sin espinas, beben en vasos de cristal vinos centelleantes como perlas

escanciados por jóvenes inmortales, y reposan entre los brazos de amables

vírgenes de grandes ojos negros! ¡Con sólo ver la mezquita, todas las

imágenes del eterno placer que el Corán promete a los fieles se os presentan

en tropel a la mente: vivas, ardientes, chispeantes, produciendo una

dulcísima y momentánea embriaguez que deja un poso de melancolía en el

corazón! ¡Una breve confusión en la mente y un chispazo que recorre las

venas, esta es la primera sensación que os embarga en la catedral de

Córdoba! [...]

Llegamos a la maksura, la más completa y maravillosa obra del arte de

los árabes en el siglo X. en la parte delantera, hay tres capillas contiguas, con

una bóveda de arcos y paredes recubiertas por extraordinarios mosaicos que

representan grupos de flores y pasajes del Corán. Al fondo de la capilla

central, se encuentra el mihrab principal, el lugar sagrado donde estaba el

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espíritu de Dios. Es una hornacina de base octogonal, cerrada por arriba por

una colosal concha de mármol. En el mihrab estaba depositado el Corán,

copiado a mano por el califa Omán, cubierto de oro, decorado con

incrustaciones de perlas, enclavado sobre una silla de madera de áloe; a su

alrededor los miles de fieles llegaban a dar siete vueltas de rodillas.

Acercándome al muro creí que me iba a caer: ¡las losas de mármol del suelo

estaban hundidas!

Saliendo de la capilla, me detuve durante largo tiempo para

contemplar la bóveda y las paredes de la capilla principal, la única parte de

la mezquita que se conservó casi intacta. Es un centellear deslumbrante de

cristales de mil colores, un tejido de arabescos que confunde la mente, un

conjunto de bajorrelieves, de dorados, de adornos, de minuciosos dibujos y

de colorido, de una delicadeza, de una gracia, de una perfección como para

desesperar al más paciente de los pintores. Es imposible retener nada de

aquel portentoso trabajo; podéis volver cien veces a mirarlo que sólo os

quedaría delante de los ojos, recordándolo, un hormigueo de puntitos

azules, rojos, verdes, dorados, luminosos, o un complicadísimo bordado

que, continua y rapidísimamente, cambia de dibujo y de colores. Tan sólo

de la fogosa e incansable imaginación de los árabes podía salir semejante

milagro de arte”.

Un monumento menos reconocido en esa época era el conjuntoarqueológico de Madina al-Zahra; sin embargo, De Amicis le prestóatención y ello ya en sí es de tener en cuenta:

“A lo lejos, a tres millas de la ciudad, en el septentrión, a las faldas de

un monte, se alzaba Medina-Az-Zahra, la «ciudad de las flores», una de las

más maravillosas obras de arquitectura del califato de Abderramán III,

comenzada por el propio Califa como homenaje a una favorita suya de

nombre Az-Zahra. Los cimientos fueron construidos en el año 936 y diez

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mil obreros trabajaron allí durante veinticinco años. Los poetas árabes

elogiaban Medina-Az-Zahra como el más espléndido de los palacios árabes

de la humanidad y como el jardín más delicioso de la tierra. No era un

edificio sino un vastísimo conjunto de palacios, jardines, patios, pórticos y

torres. Allí había plantas exóticas de Siria, juegos fantásticos de altísimas

fuentes; riachuelos flanqueados por palmeras y estanques profundos repletos

de mercurio que brillaban al sol como lagos de fuego; puertas de ébano y de

marfil, adornados de gemas; millares de columnas de preciosísimos

mármoles, grandes terrazas aéreas y, entre la innumerable multitud de

estatuas, doce animales de oro macizo, relucientes de perlas, que arrojaban

por la boca y por las narices aguas olorosas. Este inmenso palacio real era un

hervidero de millares de siervos, esclavos y mujeres; de todas partes del

mundo acudían los músicos y los poetas. ¡Y, sin embargo, este Abderramán

III, que vivió entre tantas delicias, que reinó durante cincuenta años, que

fue poderoso, glorioso y afortunado en cada una de sus empresas, escribió

antes de morir que durante su largo reinado sólo había sido feliz catorce

días! Y su fabulosa «ciudad de las flores», setenta y cuatro años después de

haber sido colocada la primera piedra, fue invadida, saqueada e incendiada

por una horda de bárbaros, y hoy no quedan más que unas pocas piedras,

que apenas recuerdan el nombre. De otra espléndida ciudad, de nombre

Zahira, que se levantaba al oriente de Córdoba, ordenada su construcción

por el poderoso Almanzor, gobernador del reino, ni siquiera quedan las

piedras. Un grupo de rebeldes las redujo a cenizas poco después de la muerte

de su fundador: Tutto ritorna alla gran madre antica”.

La siguiente ciudad que visitó el escritor italiano fue Sevilla, segundofoco de atracción de quienes se adentraban por Andalucía siguiendo laruta norte-sur atravesando por Despeñaperros: “en tiempos de los árabes,Córdoba tenía la supremacía en la literatura y Sevilla en la música.Averroes decía: «Cuando muere un sabio en Sevilla y se quieren vender sus

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libros, se mandan a Córdoba; si muere un músico en Córdoba, susinstrumentos se envían a Sevilla para ser vendidos». Hoy en día, Córdobaha perdido también la supremacía literaria y Sevilla tiene las dos”.

En esta ciudad se detuvo –como Gautier, a quien había leído–, acontemplar la esbelta silueta de la Giralda, y desde su cima observó unavista de Sevilla y su término hoy imposible:

“La famosa Giralda de la Catedral de Sevilla es una antigua torre árabe,

construida, según se afirma, en el año mil, bajo diseño del arquitecto Gaver,

inventor del álgebra. Modificada en la parte superior después de la

reconquista, fue convertida de esta manera en campanario cristiano; aunque

todavía conserva su aspecto árabe. Por su altivez, recuerda más el

desaparecido estandarte de los vencidos que la cruz que le han impuesto los

vencedores. Es un monumento que produce una sensación nueva: hace

sonreír. Es desmesurado e imponente como una pirámide egipcia, y al

mismo tiempo, alegre y gracioso como un quiosco de jardín. Es una torre

cuadrada, de ladrillo, de un bellísimo color rosa, sin adornos hasta una cierta

altura, y de abajo arriba adornada con ventanitas moriscas, abiertas aquí y

allá, como al azar, guarnecidas con balconcitos que ofrecen un bellísimo

aspecto. En la planta donde antiguamente había un techo de varios colores,

rematado en una cúpula de hierro que sostenía cuatro enormes bolas

doradas, se eleva ahora el campanario cristiano de tres pisos. El primero,

ocupado con las campanas; el segundo, rodeado de una balaustrada, y el

tercero formado por una especie de cúpula, sobre la cual gira como una veleta

una colosal estatua de bronce dorado que representaba la Fe, con una palma

en una mano y en la otra un estandarte, visible a gran distancia de Sevilla;

cuando le da el sol, brilla cual enorme rubí incrustado en la corona de un rey

tirano que dominara con la mirada todo el valle andaluz.

Subí hasta la cúpula y ahí quedé ampliamente compensado de la fatiga

de la subida. Sevilla, toda blanca como una ciudad de mármol, rodeada de

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una guirnalda de jardines, de bosques y de avenidas, en medio de un campo

repleto de cortijos, se extiende ante los ojos con toda la pompa de su belleza

oriental. El Guadalquivir, cargado de naves, la cruza y abraza con una

larguísima curva. Aquí, la torre del Oro dibuja sus graciosas formas sobre las

azules aguas del río; ahí el Alcázar ostenta sus austeras torres; allí los jardines

del duque de Montpensier tienden, más allá de los techos de los edificios,

sus frondas verdes. La mirada penetra en la plaza de toros, en los jardines de

las plazas, en los patios de las casas, en los claustros de las iglesias, en todas

las calles que van a desembocar alrededor de la Catedral. A lo lejos se ven

los pueblos de Santi-Ponce, Algaba y otros que blanquean las faldas de las

colinas. A la derecha del Guadalquivir, el gran barrio de Triana; por un

lado, lejísimos, las dentelladas crestas de Sierra Morena; por el lado opuesto,

otros nuevos montes de infinitos tintes azules. Sobre este maravilloso

panorama el más puro, el más transparente, el más encantador cielo que

jamás haya sonreído a la mirada del hombre”.

Sobre el Alcázar tiene las ideas muy claras, al contrario que otrosviajeros extranjeros que confunden lo mudéjar con lo netamente islámico.Y aunque entre sus paredes dio testimonio de sus terribles leyendas, máscercanas de nuevo a las fantasmagorías que a la pura verdad histórica, elresumen final de su visita será positivo, de manera que el “triste recuerdose pierde entre las mil imágenes que recuerdan la vida deliciosa de los reyesárabes”. El inspirado escritor, veremos, se dejó arrebatar por la fuerteimpresión que el abigarramiento decorativo mudéjar le produjo, hasta elpunto de ver con la imaginación más de lo que en verdad era posiblecontemplar con los simples ojos:

“El Alcázar, antiguo palacio de los reyes moros, es uno de los

monumentos mejor conservados de España. Visto desde fuera, parece una

fortaleza: está rodeado de altos muros, de torres almenadas y de viejas casas,

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que forman delante de la fachada dos espaciosos patios. La fachada está sin

adornos y es de aspecto severo como las demás partes exteriores del edificio.

La puerta está adornada de arabescos dorados y pintados, entre los cuales se

ve una inscripción gótica que indica la época en la que el Alcázar fue

restaurado por orden del rey Don Pedro. El Alcázar, efectivamente, aunque

sea un palacio árabe, es más una obra de reyes cristianos que de reyes árabes.

Fundado no se sabe exactamente en qué año, fue reconstruido por el rey

Abdelasis hacia finales del siglo XII; conquistado por el rey Fernando hacia

la mitad del siglo XIII; reedificado una segunda vez, el siglo siguiente, por

el rey Don Pedro; habitado posteriormente, durante más o menos tiempo,

por casi todos los reyes de Castilla; y, finalmente, elegido por Carlos V para

celebrar ahí su boda con la infanta de Portugal. El Alcázar fue testigo de los

amores y de los delitos de tres estirpes de reyes; cada una de sus piedras

despierta un recuerdo y encierra un secreto.

Se entra, se cruzan dos o tres salas, en las que no queda de árabe más

que el techo y algún que otro mosaico en los zócalos, y se desemboca en un

patio donde uno se queda mudo de admiración. Un pórtico con

elegantísimos arcos se extiende a lo largo de los cuatro lados, sostenido por

columnitas de mármol, unidas dos a dos. Arcos, muros, ventanas y puertas

están recubiertos de esculturas, de mosaicos, de entretejidísimos y

delicadísimos arabescos, trabajados ya como finísimo encaje, ya como

tapices bordados, pendientes a modo de ramos y guirnaldas de flores.

Exceptuando los mosaicos de mil colores, todo es blanco, nítido, luminoso

como el marfil. A los cuatro lados, las cuatro grandes puertas por donde se

entra a las salas reales. Aquí, la admiración se transforma en encanto. Estas

salas reúnen cuanto de más rico, variado y espléndido pueda imaginar la

fantasía más ardiente en el más ardiente de los sueños. Desde el suelo hasta

la bóveda, alrededor de las puertas, a lo largo de los marcos de las ventanas,

en los ángulos más apartados, en cualquier parte donde se fije la mirada,

aparece tal multitud de adornos de oro y de piedras preciosas, tal red espesa

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de arabescos y de inscripciones, tal maravillosa profusión de dibujos y de

colores, que apenas se han dado veinte pasos uno queda aturdido y confuso,

mientras los ojos, cansados, van buscando de aquí y de allá un palmo de

pared desnuda en donde refugiarse y reposar. En una de estas salas, el

guardián nos enseña una mancha rojiza que recubre un buen trozo del

pavimento de mármol y os dice con voz solemne:

«Esta es la mancha de la sangre de Don Fadrique, gran maestre de la

Orden de Santiago, muerto en este mismo lugar, el año 1358, por orden del

rey Don Pedro, su hermano»”.

Como otros tantos viajeros por Andalucía, De Amicis sintió verdaderaprisa por llegar hasta Granada y, aún en Málaga, reconoció: “miimaginación vagaba ya por las calles de Granada y por los jardines de laAlhambra y del Generalife”. Aunque no sólo los dos grandes monumentosgranadinos le impresionaron sino que, como buen viajero, supo recorrer yreconocer en la ciudad todos los vestigios que, “además de la Alhambra ydel Generalife, atestiguan el antiguo esplendor de Granada. Siendo elúltimo baluarte del Islam, Granada se encuentra entre las ciudades deEspaña que conserva los más numerosos recuerdos”. Entre ellos, laalcaicería, “mercado árabe casi intacto”, que le pareció un bazar asiático; oel Albaicín, en el que accede a una casa de destartalado aspecto exterior ymiserables habitantes a la puerta, pero que guardaba tras ella “una réplica dela famosa Corte de los Milagros que ya describiera Víctor Hugo. [...] ¡Ohmaravilla! ¡Era el patio de una casa árabe, rodeado de graciosas columnas,coronadas por ligerísimos arcos, con aquellos indescriptibles bordados de laAlhambra alrededor de las puertecitas y de las dobles ventanas, con las vigasy tabiques del cielo raso esculpidos y coloreados, con pequeñas hornacinaspara los jarrones de flores y las urnas de los perfumes, con el baño en medio,con todas las huellas y los recuerdos de la deliciosa vida de una opulentafamilia! ¡En aquella casa vivía aquella pobre gente!”.

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Por fin, la primera impresión que tuvo sobre la Alhambra estácargada de exotismo: “La Alhambra está situada sobre una colina alta quedomina la ciudad y ofrece desde la lejanía el aspecto de una fortaleza,como casi todos los palacios orientales”. De nuevo, el viajero se adentróen el recinto del monumento a través de la Puerta de la Justicia: “la llavesignifica que aquella puerta es la llave de la fortaleza y la mano simbolizalos cinco principales preceptos del Islam: oración, ayuno, obras decaridad, guerra santa y peregrinación a La Meca. Una inscripción árabeatestigua que el edificio fue construido hace ya cuatro siglos por el sultánAbul Hagag Yusuf; otra que aún se lee hoy sobre las columnas dice: «¡Nohay más Dios que Allah y Mahoma es su profeta! ¡No hay poder ni fuerzafuera de Allah!»”. Pero, visto el pobre efecto visual que los edificiosexteriores de la Alhambra producían, el italiano, guiado en su paseo porun español de singular apellido, Góngora, no acabó de convencerse de lafastuosidad del edificio descrita por tantos poetas y escritores. Ahora bien,cuando por fin penetró en el interior, hubo de rendirse a la magia deledificio, extasiado por el gran abigarramiento decorativo, la suntuosidadde los espacios y la riqueza de los materiales, hasta el punto deabandonarse al final del recorrido a la más sensual ensoñación de un bañoárabe, culmen del exotismo sicalíptico en toda visión orientalista. Noobstante, De Amicis no se deja embriagar por estas recreaciones hasta elpunto de perder el sentido de la realidad social, y en medio del éxtasisprovocado por esas imágenes recuerda su vida pasada: “cómo vivíamosnosotros, en verano y en invierno, en aquellas casas que parecen cuarteles,en las habitaciones de un tercer piso, ya oscuras, ya inundadas de untorrente de luz, sin mármol, sin agua, sin flores, sin columnitas. ¡Cuándopienso que tendremos que vivir toda la vida así y morir entre aquellasparedes, sin haber probado una vez la voluptuosidad de estos palaciosencantados! ¡Cuando pienso que también en esta miserable vida terrena sepuede gozar inmensamente y que yo no gozaré! ¡Pienso, en fin, que podía

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haber nacido hace cuatro siglos como rey de Granada y que en vez de esohe nacido pobre!”.

Pasar con el autor al interior de la Alhambra es sentir esa sorpresa porla manifestación del extremo lujo:

“Entramos por una pequeña puerta, cruzando un pasillo,

desembocamos en un patio. Impulsivamente apreté con fuerza la mano de

Góngora, me preguntó entonces con acento triunfal:

«¿Se ha convencido?»

No respondí, no lo veía, estaba ya infinitamente lejos de él: la

Alhambra había empezado a ejercer sobre mí aquella misteriosa y profunda

fascinación a la que nadie puede escapar y que nadie sabe expresar.

Entramos en el patio llamado de los Arrayanes, que es el más grande del

edificio y presenta al mismo tiempo el aspecto de un salón, de un patio y de

un jardín. Un gran estanque de forma rectangular, lleno de agua, rodeado de

arrayanes, se extiende por un lado y por otro del patio, reflejando como si fuese

un espejo los arcos, los arabescos y las inscripciones de los muros. A la derecha

de la entrada, se ven dos tipos superpuestos de arcos moriscos, sostenidos por

ligeras columnas, y al lado opuesto del patio, una torre se alza, con una puerta

por donde se distinguen en la penumbra salas interiores y pequeñas ventanas;

por entre éstas, el azul del cielo y las cimas de los lejanos montes. Los muros

están adornados, hasta determinada altura, con espléndidos mosaicos. Y, desde

éstos hasta arriba, con arabescos de finísimo diseño que parecen temblar y

cambiar a cada paso. Por todas partes, entre los arabescos y a lo largo de los

arcos se alargan, serpentean y se cruzan como guirnaldas inscripciones árabes

que encierran saludos, sentencias y proverbios. [...]

Quizás dimos unos quince pasos y nos detuvimos. Góngora me dijo

con voz emocionada: «¡Mire!» Miré y lo juro sobre la cabeza de mis lectores:

sentí que me corrían dos lágrimas por las mejillas: Estábamos en el patio de

los Leones.

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Si en ese mismo instante me hubiesen hecho salir por donde yo había

entrado, no sé si habría sabido decir lo que había visto. Un bosque de

columnas, una infinidad de arcos y de bordados, una indefinible elegancia,

una delicadeza inimaginable, una riqueza prodigiosa, un no sé qué de aéreo,

de transparente, de ondulante, como un gran pabellón de encaje; una

variedad de luces, de vistas, de misteriosas oscuridades, una confusión, un

desorden caprichoso de pequeñas cosas, una majestuosidad palaciega, una

alegría de quiosco, una amorosa gracia, una extravagancia, una delicia, una

fantasía de joven apasionada, un sueño de ángel, una locura, una cosa sin

nombre: tal es el primer efecto que produce el patio de los Leones. [...]

Fuimos a ver las salas. Hacia el levante hay una sala llamada de la Justicia,

a la que se llega pasando bajo tres grandes arcos, cada uno correspondiente a

una puerta que da al patio. Es una sala larga y estrecha, de rica y atrevida

arquitectura, con las paredes cubiertas de enlazados arabescos y preciosos

mosaicos, la bóveda llena de puntas, marañas, concavidades de estuco que

cuelgan de los arcos, a lo largo de las paredes, se amontonan, descienden, salen

las unas de las otras, comprimiéndose y superponiéndose, parecen disputarse

el espacio, como las burbujas del agua en ebullición, presentando aún en

muchos puntos los rastros de los antiguos colores que le debían dar el aspecto

de un pabellón cubierto de flores y de frutas suspendidas. La sala tiene tres

pequeñas alcobas, en sus bóvedas, aún se ve una pintura árabe, la antigüedad

y la extrema rareza de las pinturas que quedan de la época le dan un

grandísimo valor. Las pinturas están ejecutadas sobre cuero y éste cuelga del

muro. En la alcoba central están representados, sobre un fondo dorado, diez

hombres, que, se supone, son diez reyes de Granada, vestidos de blanco, con

sus turbantes en la cabeza, una mano en la cimitarra, sentados sobre cojines

bordados. Las pinturas de las otras dos alcobas representan castillos, damas y

caballeros, escenas de caza y de amor, de las que es difícil captar el significado.

Pero las caras de los diez reyes responden maravillosamente a la imagen que

nos formamos de aquella gente: color aceitunado, bocas sensuales, ojos negros

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de profunda y misteriosa mirada que parece estar brillando siempre en los

rincones oscuros de las salas de la Alhambra.

Al lado norte del patio hay otra sala llamada de las Dos Hermanas, por las

dos grandes losas que forman el suelo. Es la sala más bonita de la Alhambra.

Pequeña, de forma cuadrada, cubierta con aquellas bóvedas con forma de

cúpula a las que los españoles llaman medias naranjas, sostenida por columnas

y arcos dispuestos en círculo, toda ella trabajada a modo de gruta de

estalactitas, con una infinidad de puntas y de cavidades, coloreadas, doradas,

tan etéreas, que parecen estar suspendidas en el aire y que al tocarlas vayan a

agitarse como una cortina, desgarrarse como una nube o desvanecerse como

pompas de jabón. Las paredes, recubiertas de estuco, como en todas las otras

salas, y cubiertas de arabescos increíblemente tupidos, delicados, son uno de

los más maravillosos productos de la fantasía y de la paciencia humana.

Cuanto más se miran, más se unen, cruzándose las innumerables líneas, así de

una figura nace otra y de esta una tercera, todas ellas presentando una cuarta

que se nos había escapado y que se divide de repente en otras diez que no se

habían visto, para luego recomponerse y transformarse desde el principio.

Uno no termina nunca de descubrir nuevas combinaciones, porque cuando

las primeras se rehacen, olvidados de cómo estaban, nos parece verlas por

primera vez. Habría que perder la vista y la razón si se quisiese llegar hasta el

fin de aquel laberinto; se necesita una hora para ver el marco de una ventana,

los adornos de una pilastra, los arabescos de un friso, y no basta para imprimir

en la mente el dibujo de una de las extraordinarias puertas de cedro. A los dos

lados de la sala, hay dos pequeñas alcobas; en el medio, una pequeña jofaina

con un tubo para el surtidor, unido al pequeño canal que atraviesa el patio y

va a la fuente de los Leones. Enfrente de la puerta de la entrada, del lado

opuesto, otra puerta, por donde se entra a otra larga y estrecha sala, llamada

la sala de los Naranjos. Desde esta sala, por una tercera puerta, se entra a un

pequeño gabinete llamado el gabinete de Lindaraja, riquísimo en adornos y

cerrado por una graciosísima ventana con dos arcos que da a un jardín.

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Para gozar de toda la belleza de esta mágica arquitectura hay que salir

de la sala de las Dos Hermanas, cruzar el patio de los Leones y entrar en la sala

llamada de los Abencerrajes, situada del lado del mediodía, frente a la de las

Dos Hermanas, cuya forma y adornos se repiten. Desde el fondo de esta sala

la mirada atraviesa el patio de los Leones, pasa por la sala de las Dos Hermanas,

entra en la sala de los Naranjos, penetra en el gabinete de Lindaraja, se cuela

en el jardín por donde aparece el denso verdor bajo los arcos de aquella joya

de ventana. Las dos aberturas de esta ventana, empequeñecidas por la

lejanía, tan llenas de luz en el fondo de aquella hilera de salas oscuras,

parecen dos grandes ojos abiertos que miran y hacen imaginar que por allí

existían quién sabe qué misteriosos paraísos.

Una vez vista la sala de los Abencerrajes, fuimos a ver los baños que se

encuentran entre la sala de las Dos Hermanas y el patio de los Arrayanes.

Bajamos por una escalerilla, pasamos por un estrecho pasillo y desembocamos

en una espléndida sala, llamada sala de los Diwanes, en donde iban a descansar

sobre tapices persas las hermosas favoritas de los reyes, al son de las cítaras,

después de haberse bañado en las cercanas habitaciones. Esta sala fue

reconstruida sobre las ruinas de la antigua y adornada con arabescos, dorada

y pintada por artistas españoles, como la antigua tenía que haber estado; de

modo que se puede considerar como una sala de la época de los árabes que ha

quedado intacta en todas sus partes. En el centro, hay una fuente y en las

paredes opuestas dos especies de alcobas en donde se recostaban las mujeres,

encima, las tribunas en donde estaban los músicos. Las paredes adornadas,

salpicadas de pequeñas manchas, abigarradas, con mil vivísimos colores,

presentan el aspecto de una tapicería de paño de china, bordada con hilos de

oro, con aquellos interminables entretejidos de figuras que enloquecerían al

más paciente fabricante de mosaicos”.

(Edmondo DE AMICIS. España. Diario de viaje de un turista

escritor. Ed. y trad. I. Romera. Madrid: Cátedra, 2000)

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ANNIE J. TENNANT HARVEY (¿?-1898). Viaje a España: 1872. Obra:Cositas españolas; or Every Day Life in Spain, 1875.

Siendo mujer, como era habitual en la época sus obras más literariaslas escribió bajo el pseudónimo de Andree Hope; no así su relato de viajespor España, quizá por comprometer menos este género la buenareputación de una dama. Aunque su obra se inscribe en la épocapostromántica, su narración tiene un marcado tono de romanticismo,especialmente en algunos pasajes de entre los cuales hemos escogido unoen que se hace eco del aspecto más fantasmagórico que se ofrecía a lasimaginaciones del XIX, tan influidas por las leyendas que transmitióWashington Irving. La visión de los musulmanes como entes espiritualeso personajes del pasado adormecidos y no muertos, que en cualquiermomento pueden resucitar para regresar a sus antiguas posesiones ydevolver el antiguo esplendor y riqueza a aquellos ámbitos en los quehabitaron, una suerte de traslación del sebastianismo portugués a lamentalidad hispana, pero a la inversa, pues en vez de anunciar la vuelta deun legendario rey-santo cristiano perdido en las costas de Berbería, seaplica al pasado más legendario de al-Andalus:

“Pero Granada, y en especial la Alhambra, posee todo el encanto que

el alma de un hombre pueda desear. ¡Qué pena! para los pobres mortales, el

paraíso terrenal es demasiado perfecto. El débil corazón humano necesita

una atención constante tan y tanta lucha para mantenerlo en orden.

Demasiadas cosas buenas y bellas lo enervan y lo incapacitan para luchar

contra la aburrida e interminable batalla de la vida.

El clima, los encantos y la belleza de Granada conquistaron a los moros

casi tanto como a las huestes cristianas de Isabel y Fernando, y es hoy tal y como

lo era entonces. Pocos permanecen aquí mucho tiempo sin sentir ¡vivamos y

seamos felices hoy, dejemos que el mañana se ocupe de él mismo! [...]

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Si el día era encantador, ¿qué palabras pueden dibujar el encanto de la

noche? Cuando la penumbra lo envuelve todo, con todos los misteriosos

sonidos de la noche y la naturaleza; cuando con la melancolía del

crepúsculo, los espíritus del pasado vienen a la deriva a través de la mente,

entonces estas ruinas se expresan con otra voz, y alrededor de ellas

permanece la patética bendición del recuerdo. Las lágrimas aquí derramadas

han permanecido desde hace mucho tiempo en reposo. La luna, cuando

derrama su tenue luz, tanto sobre la montaña como sobre el palacio en

ruinas, hablan de silencio y de paz; y la naturaleza, siempre consolatoria,

quita con un suave toque la dureza a la pena, y entre estos maravillosos

escenarios incluso el dolor por inmenso que sea, pierde su cruel aguijón. [...]

Desde una alta torre, en la que se encuentra el Tocador de la Reina, se

puede obtener una vista probablemente sin igual en cuanto a extensión y

belleza, pero nuestros lugares de descanso preferidos eran la Sala de la

Justicia y la Sala de Dos Hermanas. Las dos planchas de mármol gemelas,

idénticas en color y en tamaño, que le dan su nombre a la sala (la de Dos

Hermanas), se dice que son las silenciosas e incansables guardianas de un

tesoro enterrado en las profundidades de las montañas y a las que ella

siempre señala. Si se dibujara una línea desde el centro de cada una hasta la

lejana sierra, se podría descubrir una mítica puerta. Dentro de sus hojas

reposa una saga que hace tiempo defendía a Granada y a sus reyes con la

ayuda de poderosos encantamientos; pero un día, incluso este gran filósofo

cayó bajo la influencia de los encantos femeninos, y para disfrutar sin que le

molestaran cuando estaba en compañía de la que él amaba, se retiró con

incalculables riquezas a un lugar recóndito de las montañas, y de igual modo

insensible al paso del tiempo, y sin recordar los cambios que habían tenido

lugar sobre la tierra, pasa sus días en perezosa y vergonzosa indolencia.

Una de las ventanas de la Sala de la Justicia se asoma al recogido y

delicioso jardincillo de Lindaraja, llamado de ese modo por una dama de

nombre Raquel, la cual, después de reinar de forma suprema en el corazón

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del desafortunado Boabdil, se hizo cristiana cuando los ejércitos de

Fernando e Isabel entraron en Granada. Después de hacerles volver la

cabeza a muchos de los caballeros más distinguidos de las huestes cristianas,

ella llegó a ser superiora de un convento que había fundado, y murió a edad

muy madura, en completo olor de santidad”.

(Siete viajeras inglesas en Granada (1802-1872). Ed., trad. y

comp. M.ª A. López-Burgos. Granada: Axares, 1996, 289-321)

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JAN MORRIS (Clevedon, Somerset 1926). Viaje a España: 1964. Obra:The Presence of Spain, 1964; ed. rev. 1979.

Esta historiadora y escritora especializada en la literatura de viajes quehabía servido en la Inteligencia británica durante la Segunda GuerraMundial, sigue en esta obra el tono entre erudito y romántico que, al decirde los editores, entronca directamente con Richard Ford. Su misma vidatiene visos de novela y, como viajera y reportera para The Times,acompañó a la primera expedición que coronó el Everest. Su libro sobreEspaña fue considerado por el hispanista Gerald Brenan como, quizá, elmejor libro de viajes escrito sobre el país. Su largo recorrido por España abordo de una furgoneta Volkswagen, de las que en la época popularizaronlos hippies, acompañada de su familia, pone un toque de sugerentemodernidad en su perspectiva sobre el viaje, que sigue siendo, pese almedio motorizado, un viaje a la antigua justo en el momento en que elviajero se convierte, definitivamente, en un turista.

De ella hemos escogido para nuestro tema un texto imprescindible,que sigue efectivamente la idea entre entusiasta y melancólica sobre elpasado islámico de España, y continúa con la reflexiones sobre su ser entérminos que ya conocemos, pero que renueva y puntualiza con ideasoriginales. Impresiona que en su narración aparezcan unos fantasmas, losotros, que reviven, como los de una conocida obra de arte cinematográficareciente, en la imaginación o –quién sabe– en la especial capacidad dediscernimiento de los niños:

“En qué medida puede decirse que el talante nacional es de origen

musulmán, y en qué medida ibérico autóctono, es algo que los expertos no

parecen poder dilucidar; pero hay momentos, cuando la aspereza de la vida

española parece ser especialmente opresiva, que sientes la tentación de aplicar el

calificativo de abrasivo a todo lo ibérico y lubricante a todo lo musulmán. Hay

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sin duda un fondo de pesar en el más noble de los monumentos islámicos de

España, la gran mezquita de Córdoba, pues hoy que su mirab ha sido reducido

a la categoría de simple curiosidad, que de su patio se han hecho cargo los

canónigos, que toda su enorme extensión marcial está interrumpida por los

altares cristianos levantados en su centro, que sus antiguas y fraternales arquerías

están amuralladas, sus fuentes de abluciones convertidas en estanques

ornamentales y sus errantes sabios, expulsados para siempre de la sombra de los

naranjos, ahora que lleva más de setecientos años cristianizada, da la sensación de

ser una maravilla manqué, una Mezquita de la Roca privada de su excelsa magia,

o una Kaaba extirpada de La Meca. Sólo en fecha relativamente reciente, y por

influencia extranjera, han empezado los españoles a reconocer verdaderamente el

genio islámico –Unamuno, dicho sea, consideraba la conquista musulmana

como la mayor calamidad acaecida a España–. La Alhambra fue utilizada por los

cristianos vencedores como asilo de deudores, hospital, prisión y almacén de

municiones, y hasta nuestros días no se colocó sobre las rampas de esa dorada

fortaleza el inquietante ruego del mendigo de De Icaza:

Dale limosna, mujer

que no hay en la vida nada

como la pena de ser

ciego en Granada.

Los últimos moriscos –moros cristianizados– fueron expulsados de

España en 1609, pero se encuentran por todo el territorio personas en cuyas

venas fluye aún sangre mora: hombres morenos, delgados, hechos para el

alquicel, mujeres cuya mirada oblicua te sigue tras angostas ventanas,

pequeños retozones como pilluelos de la Kasbah, viejos con una orla de barba

como morabitos. No hay en el Sur, como había antes de la Guerra Civil,

mujeres que cubran con un velo su rostro como las musulmanas; pero una vez

y otra, cuando una mujer mayor entra en la tienda de ultramarinos y observa

a un extraño en su interior, se la verá tomar la esquina del velo negro con que

se cubre entre los dientes y retenerlo así protectoramente, exactamente igual

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que las mujeres egipcias, a medio camino entre el purdah y la emancipación,

conservan el reflejo de taparse a medias con el velo. Los españoles no montan

en burro sentados a grupas al modo árabe (aunque los caballeros españoles sí

adoptaron en los torneos el estribo corto de los moros); pero, a pesar de todo,

cierra un día los ojos cuando frente a tu ventana pase un hombre cabalgando

ágilmente sobre un burro y, mientras resuena en la calle el claro y breve clip-

clop de sus cascos y el hombre canturrea, casi para sí, algún complejo versillo,

podrías casi creerte en Muscat o Aquaba, observando el lento avance de un

grueso mercader del zoco por entre el huerto de palmeras.

El carácter eterno de la vida española guarda aún impresiones muy

islámicas: en la frontera de Andorra, en cualquier fin de semana, el oficial

de fronteras español está sentado en una silla de cocina mientras examina los

pasaportes, y tiene un aire tan acabado de pachá con sus papeles y su barriga,

que acabas por echar en falta su pipa turca. El talento español para la

diversión me recuerda a veces al de los países árabes: como los egipcios, los

españoles son muy aficionados a los festejos públicos, los jardines públicos,

las excursiones, las torres de observación, a remar en barca de modo

incompetente o pasear en grandes grupos familiares admirando las

maravillas del paisaje. El rostro impasible de los políticos españoles evoca

imágenes de jeques reticentes, y la pasión española por los pasteles, dulces y

pegajosos, tiene un regusto a huríes, harenes y té de jazmín. De cuando en

cuando la guía que leemos observa tentadoramente, hablando quizá de una

pequeña aldea del delta del Ebro o un recóndito pueblo de la serranía

andaluza, que sus gentes «conservan aún ciertas costumbres musulmanas»; y

aunque el libro nunca llega a ser más explícito al respecto, y el pueblo,

cuando llegas a verlo, tiene un aspecto perfectamente vulgar, la frase puede

sugerir, en un modo muy oriental, ocultos legados de magia, pederastia, o

vida regalada que nos hacen sentir al oriente encantadoramente próximo.

Pues las formas de vida musulmana no se limitaron a una élite

conquistadora. Los moros impregnaron la totalidad de la sociedad con sus

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costumbres, tanto que incluso hoy es fácil imaginar las negras tiendas de los

beduinos levantadas, como un día estuvieron, en torno a las murallas de

Toledo. Durante los siglos en que se prolongó la ocupación, toda España

era bilingüe: incluso los príncipes cristianos del Norte hablaron el árabe

entre sí y se adornaron con atavíos moros. El Cid luchó unas veces con los

cristianos y otras, a favor de jefes musulmanes y, mientras duró la

reconquista, hubo una constante relación, aunque sólo fuera por medio de

los refugiados, entre uno y otro lado. Hubo muchos cristianos que se

convirtieron al islamismo. Pero hubo muchos más que, aun conservando su

fe cristiana bajo el dominio musulmán, parecían moros, vivían como moros

y probablemente pensaban como ellos. Los musulmanes dominaron en

España por más de siete siglos y echaron raíces muy profundas.

Hay un lugar en Granada que hace patente hasta qué punto fueron

efectivamente profundas. En los montes que se elevan sobre la ciudad, se

encuentra, por supuesto, la Alhambra –vanidosa en el interior, imponente

en el exterior, sobre todo si alcanzas a contemplar sus murallas doradas por

la lente de un telescopio lejano, y la ves asentada al pie de Sierra Morena,

como la ilustración de un manuscrito–. Pero el edificio a que me refiero no

es tan grandioso. Se encuentra en el corazón de la ciudad y para encontrarlo

debes bajar un pequeño callejón que pasa al lado de un bar, y empujar un

gran portón claveteado que hay a la derecha. Allí verás, resguardado del

tráfico, muy silencioso, muy viejo, un patio caravanero moro. Se trata de

una estructura cuadrada de arcos, enlosada en piedra, cuyos muros son tan

altos que está generalmente inmersa en sombra. Una familia que vive en

uno de sus ángulos se ocupa de ella, y quizá notes que la mujer te observa

desde la ventana de la cocina mientras se retira el pelo de los ojos; pero el

patio mismo está casi siempre solitario y parece habitado por fantasmas.

Nada hay más sencillo que imaginar allí a los mercaderes, con sus reatas de

carga y sus mantas rayadas, sus narguiles y sus altos turbantes. Nada más

fácil que oír la cháchara de sus regateos, los gritos de los jefes de caravana y

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los gruñidos de los animales, el líquido fluir de la lengua árabe entre los

ancianos sentados bajo los arcos, o la hermosa salmodia del Korán entonada

por un mendigo ciego a la puerta.

Y cuando abandonas el lugar, quizá para entrar en el bar en busca de

un vaso de vino y una ración de gambas, comprobarás con sorpresa que te

acompañan los fantasmas, que el hombre que te sirve tras la barra parece

extraordinariamente yemení, y el murmullo de voces a su espalda no es muy

distinto al soniquete del regateo en un bazar sirio. No hace tanto tiempo.

No es muy lejano. Con frecuencia pueden divisarse las casitas de Marruecos

desde Gibraltar, y España posee aún dos enclaves, Ceuta y Melilla, allá en

la costa magrebí. En las Alpujarras, la madrina, al devolver al niño a sus

padres tras el bautizo, todavía dice: «Aquí tenéis vuestro hijo; moro me lo

disteis, os lo doy cristiano». Cuando en 1936 los nacionalistas sitiados en el

Alcázar de Toledo fueron finalmente liberados por el ejército franquista de

África, supieron que sus tribulaciones habían terminado porque, al escuchar

a través de los destrozados muros a los ruidos de la calle, oyeron a la

infantería marroquí hablando árabe.

Vagando un día por Cádiz, ese puerto de mar antiguo y blanco

construido sobre una lengua de tierra, topé con un niño y una niña que

jugaban a soldados. La niña estaba vestida de caballero –casco de cartón, espada

ancha de madera, un escudo de plástico de juguete y un desaliñado camisón

blanco–. El niño era indudablemente un moro, con un turbante flojo de toalla

envolviéndole precariamente la cabeza y una túnica que parecía hecha de trapos

viejos cosidos entre sí. Le pregunté, por pura fórmula, a quién representaban:

«Yo soy el caballero cristiano», dijo alegremente la niña levantándose el casco.

El niño, sin embargo, tenía más sentido de la historia. «Yo soy los otros», replicó

misteriosamente, y doblo su cimitarra entre las manos”.

(Jan MORRIS. Presencia de España. Trad. E. Rodríguez

Hallfter. Madrid: Turner, 1984)

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Page 209: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

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Page 211: Antologia Al-Andalus - Mercedes Delgado

Í N D I C E

PREFACIO ........................................................................................... 5

ANTOLOGÍA ...................................................................................... 13

Hieronymus Münzer o Monetarius ............................................ 15

Antoon o Antoine de Lalaing ..................................................... 35

Andrea Navagero ....................................................................... 43

Jacob Cuelvis o Diego Cuelbis ................................................... 49

Richard Twiss ............................................................................. 56

Joseph Townsend ....................................................................... 63

Wilhelm von Humboldt ............................................................ 72

Washington Irving ..................................................................... 81

Richard Ford .............................................................................. 95

Théophile Gautier ................................................................... 136

Louisa Tenison ......................................................................... 152

Hans Christian Andersen ......................................................... 154

Amós de Escalante ................................................................... 162

Edmondo de Amicis ................................................................ 186

Annie J. Tennant Harvey ......................................................... 201

Jan Morris ................................................................................ 204

BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA ................................................ 209

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CAJASOL FUNDACIÓN

Presidente de Cajasol:Antonio Pulido Gutiérrez

Director General de Cajasol:Rafael Ramón López-Tarruella Martín

Secretario de Cajasol:Lázaro Cepas Martínez

Subdirector de Relaciones Institucionales:Francisco Javier Romero Álvarez

Jefe de Gabinete del Presidente:Fernando Vega Holm

Director del Centro Cultural Cajasol:Antonio Cáceres Salazar

Edita:Cajasol Fundación

Introducción, selección y edición:Mª. Mercedes Delgado Pérez

Diseño y cuidado de la edición:Pedro Bazán

Ilustración de cubierta:David Roberts: Vista de Ronda

© de la edición, Cajasol Fundación

© de la introducción, Mª. Mercedes Delgado Pérez

I.S.B.N.: 978-84-8455-xxx-x

Depósito Legal:

Impresión: PINELO. Talleres Gráficos

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Los 500 ejemplaresde que consta esta edición

se terminaron de imprimir en los TalleresGráficos de Antonio Pinelo

el día xx de abrilde 2008.

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