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ANTECEDENTES
Tiempos difíciles vivía el país en aquellos años finales de la década de 1940-1950. Y no es que
fuera una novedad que los ánimos estuvieran caldeados; casi podríamos afirmar que ellos
habían entrado en ebullición desde el siglo XIX y que siguieron con hervores mas o menos
frecuentes durante todo el siglo XX, situación que podría deberse al proceso de construcción
de la república, que venía reclamando independencia para decidir y guiar sus destinos.
Facciones de distinto color, cada una con intereses propios, se disputaban el poder, las más de
las veces, en sangrientas luchas que solo dejaban campos arrasados y abandonados,
desolación y muerte.
En medio de este panorama, la educación se erigía como una alternativa, quizá la más
adecuada, para tratar de que no fueran las armas sino la razón quien primara al momento de
dirimir controversias. Sin embargo, la universidad pública, que en sus inicios se concibió
como alcázar de saber y recinto sagrado para el debate de las ideas, fue presa de la
pugnacidad política que la obligo a cambiar el rumbo según los intereses del partido en el
poder.
Desde 1930, cuando el partido liberal retomo el solio presidencial, después de tres décadas de
hegemonía conservadora, se venía fermentando, en un amplio sector de la dirigencia del país,
entre quienes se contaban algunos miembros del parido liberal, el partido conservador y la
iglesia católica, un molestar que, a todas las luces, ponía a tambalear la precaria
institucionalidad nacional. Los enfrentamientos no se hicieron esperar, y la polarización de
fuerzas entre quienes pretendían perpetuar la ideología conservadora, de un lado, y quienes
abocaban por la apertura del país a las nuevas corrientes de pensamiento, por el otro, abono
el terreno para desatar la violencia partidista, Una de las principales piedras de choque era la
renovación del aparato educativo hacia otras formas de pensar, desligados de la ideología
predominante en cabeza de la iglesia Católica.
Especial relevancia tuvo la primera administración de Alfonso López Pumanejo, entre 1934 y
1938, periodo en e l cual la llamada “Revolución en marcha” adelanto reformas para tratar de
poner el país a tono con las tendencias mundiales de desarrollo. El sector agropecuario y el
educativo fuero n los más sobresalientes en este proceso:
La reforma educativa garantizo la libertad de enseñanza, la libertad de cátedra, la
diversificación de las carreras, la capacitación técnica, la ilustración filosófica universal y la
incorporación de los métodos y avances de las ciencias. Limito considerablemente la
intervención de la iglesia en la educación, prerrogativa que le había sido otorgada desde el
concordato de 1887 y que le había servido para ejercer un fuerte control sobre los sistemas
educativos. El decreto 1238 de 1935, elaborado por el entonces ministro de educación, Darío
Echandia, concedió al gobierno el control de los grados y títulos, dio potestad al estado para
vigilar las tarifas de las matriculas, redujo el número de horas dedicadas a las enseñanzas de
la religión, introdujo materias nuevas como educación sexual y agrego al programa de
literatura algunas obras que estaban condenadas por la iglesia (libro Universidad de Medellín
1950-2000,p 11).
Estas reformas, lideradas por el partido liberal, propiciaron, entre otras muchas
consecuencias, que un amplio grupo de personas, de filiación conservadora; saliera de la
Universidad de Antioquia y en protesta por lo que consideraban un atropello a la moral,
fundaran, en 1936, la Universidad Pontificia Bolivariana, bajo la égida de la arquidiócesis de
Medellín.
Pero mediando la década del cuarenta, llego al poder el partido conservador en cabeza de
Mariano Ospina Pérez. Los dirigentes del partido, algunos liberales inconformes y el grueso de
ciudadanos simpatizantes con esta ideología vieron la oportunidad de restableces el orden y
las buenas costumbres que, en su sentir, habían sido alteradas por las reformas liberales, y
procedieron a echar marcha atrás a todo aquello que tuviera visos de ideas diferentes a las
emanadas de la Santa Sede.
A pesar de la orden impartida por el gobierno nacional de conservar a los liberales en sus
puestos de trabajo, en Antioquia el gobierno seccional hizo caso omiso y descarto el mandato
presidencial. A los liberales, entonces, les tocó el turno de padecer la persecución y la
exclusión. Las directivas de la Universidad de Antioquia, ahora de filiación conservadora,
fueron suprimiendo puestos de trabajo, ocupados hasta entonces por liberales. Quienes no se
plegaron a los nuevo patrones de pensamiento fueron objeto de persecución en todos los
órdenes. No había libertad de cátedra ni se permitía la controversia. La sujeción al
pensamiento de la Iglesia Católica era el sello que marcaba el proyecto educativo y, en
consecuencia, el perfil de ciudadano que se esperaba formar. Los desórdenes surgidos como
reacción al asesinato del líder Jorge Eliecer Gaitán fueron atribuidos al partido liberal. La
Universidad pública perdió su norte y se sumió en e l oscurantismo. Si bien es cierto que se
pretendió acallar el discurso, también lo es que en las mentes de los intelectuales abiertos al
debate; la llama de la libertad de pensamiento seguía viva y esperaba el momento oportuno
para proyectar su luz.
Fue este el momento cuando entro a actuar el Directorio Liberal Municipal de Medellín, y sea
esta la ocasión para resaltar el papel protagónico que este organismo tuvo en la creación de
nuestra Alma Mater. A muchos de los miembros del Directorio, despedidos de la Universidad
pública, se les habían cerrado las puertas para trabajar y ejercer sus profesiones, y a
estudiantes que simpatizaban con el partido se les acosaba y expulsaba de la Institución con
los más pueriles motivos. El Directorio, entonces, tomo cartas en el asunto. Como la situación
política le era adversa, inicio una serie de reuniones clandestinas, en casas y oficinas
particulares, con el propósito de adecuar espacios para el debate de las ideas y la búsqueda
de soluciones estructurales a los problemas del país.
Entre las opciones propuestas, la fundación de una nueva Institución Universitaria que, sin
propiciar revanchismo ni discriminación de ninguna naturaleza, tuviera una orientación
liberal, no de partido, sino de flexible a nuevas corrientes de pensamientos, fue la que tuvo
mayor acogida. Consecuentes con este postulado, los miembros del directorio convocaron a
distinguidos personajes de la vida académica para buscar apoyo a la iniciativa de fundar una
nueva Universidad en el departamento de Antioquia, institución que se identificaría como
Universidad de Medellín.
Aprobada la iniciativa, se procedió a constituir comisiones que se responsabilizaran de la
elaboración del estatuto, la proyección financiera, la reglamentación de los procesos
académicos, tales como matriculas y propuestas de planes de estudios, la definición de las
actividades académicas con las cuales iniciaría la nueva institución, entre otras muchas
tareas que debían cumplirse para concretar la creación.
Reuniones van y reuniones vienen, cada vez en diferentes recintos para no llamar la atención
de las autoridades encargadas de mantener el orden publico. En una de esas sesiones se
acordó que era necesario abrir una Faculta de Derecho que pudiera recibir a un nutrido
grupo de estudiantes de este saber, expulsados de la Universidad de Antioquia. Y como del
liceo de bachillerato de esa misma Universidad también había sido expulsado un grupo de
estudiantes, la Universidad de Medellín debía abrirles sus puertas para que continuaran sus
estudios. Así, entonces, facultad de derecho y liceo de Bachillerato fueron definidos como
puntos de arranque de la proyectada Institución. Además, se acordó el ofrecimiento de
algunos cursos para capacitar a parte de la población que no cumplía requisitos para acceder
a la educación superior pero que le era urgente acreditar alguna preparación para vincularse
al mercado laboral.
A pesar de la recomendación de que la creación de una nueva Universidad se mantuviera en
reserva, la noticia se filtro y “Antonio Panesso Robledo, que era el director del periódico El
Correo liberal, no se aguantó las ganas, y al otro día publicó un titular que decía: “Fundada la
Universidad Liberal de Medellín” que ocupaba casi toda la pagina”(QUINTERO QUINTERO,
Alberto, citado en libro Universidad de Medellín 1950-2000. Medellín: Editorial Colina, 1999p.
36).
Las reacciones en contra de esta iniciativa no se hicieron esperar no faltaron quienes la
calificaron como una traición a la Universidad de Antioquia, comentarios que amedrentaron a
algunos y ocasionaron retraso en las actividades programadas. Entonces, Ramón Abel Castaño
Tamayo y Hernán Puerta Pérez emprendieron la tarea de convencer a algunos personajes
influyentes en destinos ámbitos, y destacados en la vida local y nacional, acerca de la
conveniencia de apoyar la creación de una nueva Universidad y de prestar sus servicios
profesionales en calidad de docentes. Así se fue consolidando un cuerpo profesoral de
altísimas calidades, casi todos ellos antiguos profesores de la Universidad de Antioquia,
además de personas dispuestas a asumir labores administrativas, y un grupo de jóvenes que
esperaban continuar sus estudios en la facultad o en el Liceo , según el caso, o iniciarlos.
La comisión encargada de redactar el estatuto tuvo algunos tropiezos que significaron un
retraso en el cumplimiento de esta tarea. Entonces el doctor Ramón Abel Castaño asumió el
reto de redactarlo, y en las horas d la tarde del 1 de febrero, fecha programada para la
segunda reunión, los asistentes estuvieron de acurdo con el documento de creación y
procedieron a fírmalo. Este acto protocolario se llevo acabo en el edificio Mercedes, que
estaba ubicado en el parque Berrío, en el sitio donde hoy se levanta una de las esculturas del
maestro antioqueño Fernando Botero.
Este documento constituye el acta de fundación de la Universidad de Medellín.
Al día siguiente, los periódicos liberales de la ciudad anunciaron, con gran despliegue, la
creación de la Universidad. También el Directorio Nacional liberal tuvo información sobre
este acontecimiento y expresó, por baca de Carlos Lleras Restrepo, su complacencia por la
concreción de tal idea que beneficiara a todo el departamento de Antioquia.
El proceso de gestación había llegado a su fin. Ahora había que activar el halito para que la
Universidad viera la luz del día.
LOS PRIMEROS PASOS
Ya se había firmado el acta de fundación. Ahora venia la parte mas difícil: buscar los recursos
necesarios para poner a funcionar la Universidad. Era una tarea de titanes, sobre todo, por las
sospechas que generaba la orientación de esta nueva institución que, según la imperante
pacta moral de la sociedad antioqueña, ponía poner en peligro las sanas costumbres y
corromper las jóvenes mentes de quienes allí tuvieran cabida.
La revista Semana, de 26 de julio de 1952 trajo un artículo en el cual recogió los dos primeros
años de funcionamiento de la Universidad:
“Entre truenos y relámpagos”, mientras que en la plazuela de Berrío se quemaban recámaras
y voladores en honor de la patrona, la Virgen de la Calendaría, un grupo de ciudadanos
firmaba el acto de fundación de la Universidad de Medellín, a las 9 de la noche del 1º de
febrero del 1950.
El episodio se desarrollaba en el edificio Mercedes, viejo caserón colonial que aun se levanta
entre modernos edificios y pequeños “rascacielos” de la capital de Antioquia. En la planta baja
venden artículos finos para hombres y vestidos sobre medidas (Everfit). En el segundo piso,
oficinas de profesionales, casi todos ellos jóvenes abogados u hombres de negocios. Tenía allí
su oficina Francisco López de Mesa (“El Mono”) que trabajaba con su colega- hoy su esposa-
Haydée Eastman. Muchos no creyeron en el milagro y se retiraron desde las primeras sesiones
(p. 24).
A pesar de las vicisitudes que se vislumbraban, los fundadores siguieron en su propósito de
consolidar la nueva Universidad. No se arredraron ante comentarios de prensa como el
registrado por el periódico conservador El Colombiano que, dos días después de firmada el
acta de fundación, publicaba un escrito en el que se leía:
“Entre truenos y relámpagos, mientras que en la plazuela de Berrío se quemaban recamaras y
voladores en honor a la patrona, la Virgen de la Calendaría, un grupo de ciudadanos firmaba
el acta de fundación de la Universidad de Medellín, a las 9 de la noche del 1º de febrero de
1950.”
Mas que encomiable la iniciativa del Directorio Liberal de Antioquia de fundar una escuela de
varones que compita airosamente con la Universidad de Antioquia y la Universidad Pontificia
Bolivariana, dos magnos centros de cultura que no favorecen los planes políticos de los
ilustres jefes del liberalismo antioqueño.
La nueva fundación tiene una fisonomía ariscamente banderiza, pues disque sus distinguidos
gestores no se aclimatan espiritualmente en los dos anchos y generosos claustros del saber
{se refiere a la Universidad de Antioquia y a la Pontificia Bolivariana} que son honra y prez de
la docencia colombiana 1950-2000. Medellín: Editorial colina, 1999, p. 45)
Una vez constituida la nueva Universidad, había que proceder a darle la organización
adecuada a la misión que pretendían cumplir. El prime paso era crear y proveer los cargos
correspondientes, así:
…Se nombró como Primer Rector al doctor Libardo López, severo como un jurisconsulto
romano, cumbre del carácter y de la probidad mental, maestro insigne de la deontología,
quien desde los comienzos le marco al instituto un recio itinerario de inteligencia y de decoro.
Hoy, (…) el doctor López es su primer Rector Honorario, consejero y guía…
Al lado de él, y como Director del Liceo de Bachillerato, don Aurelio Tabón, pedagogo insigne
de larga y tenaz travesía…
Por su parte, don Pedro Olarte Sañudo, nombrado Presidente e la Institución y de su Junta
Económica, abrió su propia bolsa, generoso, e intereso en esta fundación a sus amigos que son
todos los más eminentes ciudadanos de Medellín.
(…)
De acuerdo con los estatutos se abrió el Liceo de Bachillerato baj0o la dirección de don
Aurelio Tobón, (…) y la Facultad de Derecho que tuvo como primer Decano al Dr. Campo Elías
Aguirre, cuya memoria se mantiene presente como ejemplo de sabiduría, de desinterés y de
cordialidad. Era el 1º de marzo de 1950(FRANCO, Horacio. Revista Universidad de Medellín.
Nº 1, mayo de 1957, p. 9)
Cuando se anuncia la creación de una institución educativa, se presume que esta inicia labores
con el grado inferior de la escala, y que año tras año va ascendiendo hasta completar el ciclo
correspondiente, No fue esto lo que sucedió con la Universidad de Medellín, pues las
condiciones en las que nació y los propósitos que la animaron exigieron abrir, de una vez
varios grados, tanto en la naciente Facultad de Derecho como ene l novel liceo, unidades
académicas que acogerían a jóvenes de diferentes niveles educativos cuyos estudios se
habían visto suspendidos.
Así, entonces, el 5 de febrero de 1950, el periódico El Correo publico la convocatoria para
matricula a los primeros tres grados de bachillerato y a los cuatro de Derecho. Como todavía
no se había conseguido una sede, el proceso de matricula se llevo a acabo en la oficina del
abogado Francisco López de Mesa, ubicada en el edificio Mercedes.
A esta convocatoria respondieron con matricula para Derecho: 28 estudiantes para primer
año; 6, para asegundo, y 8, para cuarto. En este primer proceso de matricula no hubo
aspirantes para el tercer año de Derecho. Un buen número de estos jóvenes había abandonado
la Universidad de Antioquia para acogerse a la nueva Institución que prometía apertura y
libertad de pensamiento. Vale la pena anotar que no hubo en este primer año, ninguna mujer
en calidad de estudiante.
Según la revista semana de 26 de julio de 1952,”la primera matricula se extendió a Bertulfo
Agudelo Osorio (hijo del magistrado Belisario Osorio, fallecido recientemente) en 4º año de
Derecho, y con la condición de dictar una cátedra de Artes y Oficios en la rama de
encuadernación”(P. 24). Recordemos que, además de la Facultad de Derecho y del Liceo de
Bachillerato el acta de fundación establecía algunos cursos, probablemente de educación no
formal, para capacitar a las personas de bajos recursos que requerían vincularse al mercado
laboral. Allí, entonces, como contraprestación por la oportunidad de continuar su carrera,
trabajaba el estudiante Agudelo Osorio. Nos cuenta Ana Patricia, una de sus hijas y quien esta
actualmente vinculada a la Universidad, que él termino los estudios reglamentarios de 1951 y
presento los preparatorios de ley, pero no cumplió con el requisito del trabajo de grado.
Veintiocho años después, en 1979, sustento su trabajo de grado y obtuvo el titulo de abogado.
Hasta el momento de su muerte, ocurrida pocos meses después de recibirse como abogado,
estuvo vinculado a la Universidad, aunque no siempre laboralmente.
Para el Liceo de Bachillerato, la respuesta en cuanto a matricula se distribuyo así: 32, para el
primer grado; 36 para el segundo, y 18 para el tercero. Igual a como sucedió en la Facultad de
Derecho, tampoco hubo matrícula de mujeres en este inicio de labores del Liceo.
Como no había planta física propia para albergar a la población de estudiantes y profesores
que darían inicio a las labores académicas, la junta económica alquilo una casona, antigua
residencia del arzobispo Salazar y Herrera, ubicada en la calle Ayacucho, Nº 40-49, que,
aunque viejo, era grande y podía servir como sede de la Universidad y del Liceo, mientras la
Institución lograba ajustar sus finanzas. En palabras de don Horacio Franco “A su alrededor, la
desconfianza ajena no logró perturbar en lo más mínimo la marcha tranquila de aquella
voluntad común “(Revista Universidad de Medellín Nº, p. 12)
En el libro Universidad de Medellín 1950-2000, se registra el inicio de clases, en fecha 1 de
marzo de 1950. Aunque no hay coincidencia en el día, recogemos aquí el texto de la citada
revista Semana, de 26 de julio de 1952, porque trae datos curiosos que reflejan las penurias
que hubo que sortear para poner en funcionamiento la Universidad:
En la noche del 19 de marzo de 1950, de una oficina del edificio Mercedes salían unos señores
muy respetables, abogados, ingenieros, médicos, estudiantes, con sendas sillas al hombro,
rumbo a la casona de Ayacucho. Al día siguiente comenzaban las clases de la nueva
Universidad y en la casa destinada no había un solo mueble, ni siquiera energía eléctrica. El
“Mono López Mesa” (…) había sido nombrado secuestre de un club popular, y en vista de las
circunstancias “depósito” los muebles en la casa de la U. de M. fueron esos asientos los que
sirvieron en la mañana del 20 de marzo para que los profesores de Derecho y Bachillerato
iniciaron sus cursos, sin escritorios adecuados, ni papel, ni tablero, ni tiza (p.24)
Aunque el “préstamo” de los primeros muebles, provenientes de un club popular, hizo posible
la iniciación de clases, aun faltaban muchos enseres y materiales, necesarios para adelantar
un proceso pedagógico de buena calidad, máxime cuando mes y medio después de la
apertura, el 17 de abril de 1950, una nueva carrera, la Facultad Industrial, bajo la decanatura
del Ingeniero Hernán Puerta Pérez, venia a sumar inquilinos a la ya saturada casa de
Ayacucho.
Entonces la creatividad volvió en ayuda de los pioneros de esta institución. Así, haciendo caso
omiso de falsas dignidades, se recurrió a todo tipo de estrategias que permitieran obtener la
ayuda económica que se requería. La primera de ella fue una suplica expresada en
…la solicitud al os directores delos diferentes periódicos que los habían apoyado hasta ese
momento, de que insertaran en sus paginas un aviso permanente en lugar destacado, en el
cual se solicite ayuda de sectores pudientes, como por ejemplo, así mas o menos: Industriales,
la Universidad de Medellín necesita laboratorios. Ayudadla, etc. (Tomado del libro
Universidad de Medellín 1950-2000, p . 66)
Otro recurso consistió en pedir a los parlamentarios antioqueños, afectos a la Universidad, la
distinción que los honorarios que el gobierno nacional les cancelaria a un en periodo de
receso, para solventar con ellos los mas surgentes gastos de la institución.
Dos semanas después de echa la gestión, las directivas recibían la carta de aceptación por
parte de los senadores.
Otras contribuciones, igualmente valiosas, fueron relacionadas en la citada revista semana de
26 de julio de 1952. Las trascribimos como demostración de gratitud a quienes las hicieron:
El primer contribuyente en dinero contante y sonante fue el doctor Francisco Rodríguez
Maya, banquero-poeta (traductor de Hamlet) y profesor de U. de M. Un obrero de los muelles
de Cartagena envió un billete de cincuenta centavos fruto de una tarde de trabajo, con una
carta en que ofrecía el medio peso” como una contribución de un descendiente de la raza
calamarín”. Los Industriales y empresarios comenzaron a enviar sus donaciones, y los
profesionales a ofrecer gratuitamente sus servicios.
(…)
La “casa suiza”, almacén de relojes de Rodolfo Lowenthal, regalo un reloj de pared que entona
las primeras compases de “la Marsellesa” cada 60 minutos, hora de clase. El taller de Lorenzo
Bustamante fabrícala campana con el escudo de la U. de M. grabado en el cobre. El popular
Granero de los Mesas envió enseguida la cuerda de la campana. El ingeniero Tomas Quevedo
(cuñado del Maestro Efe Gómez) envió los primeros libros para la biblioteca (entre ellos un
tratado de mecánica aplicada), y la hija del Maestro, Margarita Gómez Álvarez, fue la primera
bibliotecaria ad-honórem. Cuando salió para Alemania el industrial Pedro Olarte, presidente
de la U. de M. ; dejo su chaqueta para sufragar los gastos que se presentaran en su ausencia.
No fue necesario disminuir el haber de don Pedro Olarte en el Banco de Bogotá en aquellos
meses (Revista Semana, 26 de julio de 1952, p. 24).
Tal como cualquier obra de beneficio comunitario, también se recurrió a otras actividades,
menos jugosas en ganancias pero demostrativa en la fortaleza de espíritu de estos primeros
miembros de la familia universitaria: las damas del Comité Femenino organizaban basares y
comedores, y hacían rifas para recolectar fondos, y los estudiantes del Liceo por su parte,
recogían cartones, papeles y botellas, que luego eran vendidos, en un proceso de reciclaje
liderado por la señora Graciela Jiménez de Bustamante, miembro del Comité Femenino
Universitario. También las empanadas (con los cuales se han edificado casi todas las iglesias
en estas tierras) hicieron parte de las actividades adelantadas por el Comité Femenino para
contribuir a sufragar los gastos de la Universidad.
La mayor parte de la población estudiantil era gente pobre, con dificultades para matricularse
en una universidad. Entonces las damas del Comité Femenino tuvieron aquí una labor de un
altruismo digno de resaltar: cuenta el ex alumno del Liceo y de la universidad, abogado Rafael
Sosa quien se desempeño en distintos cargos en la institución, que la señora del Comité
Femenino, casi todas conyugues de los fundadores o parientes muy cercanas, consiguieron
que el almacén Everfit donaran vestido completos, de primera calidad para que los
estudiantes mas pobres pudieran asistir a la ceremonia de graduación elegantemente vestidos
como correspondía, y que, además, sostuvieron durante muchos años un restaurante para
brindarle almuerzo en el Liceo.
En este ajetreo que supuso la iniciación de labóreles que había quedado pendiente el
cumplimiento de un requisito de ley: protocolizar el acta de Fundación.
El Acta de Fundación fue protocolizada en la ciudad de Rionegro, por escritura Nº 832 del 7 de
octubre del 1950, juntamente con la resolución 103 del 31 de Julio del 1950, emanada del
Ministerio de Justicia, y en virtud de la cual se le reconoce a la Universidad su personería
jurídica (FRANCO, Horacio. Sinopsis de la Universidad de Medellín. En Revista Universidad de
Medellín Nº1, mayo del 1957, p.11)
Los quebrantos de salud que presentaban el rector de la universidad propiciaron que en
sesión del 27 de abril de 1950, acta 21, el Consejo Directivo nombrara como rector al doctor
Germán Medina Angulo, quien debía suceder al doctor Libardo López. En mayo del mismo
año, el doctor Horacio Franco entro a desempeñarse como coordinador, y luego como
Secretario General vitalicio.
Si el rector López fue un autentico guía y orientador en aquellos primeros meses, el rector
Germán Medina asumió la ejecución de funciones que se sentarían bases firmes para el
desarrollo de la universidad. Germán Medina tenía una amplia trayectoria de hombre público:
fue juez en Medellín, Secretario de Gobierno y Gobernador de Antioquia durante la segunda
presidencia de López Pumarejo, y durante el régimen de Lleras Camargo. Fue, además, un
reconocido hombre de la industria, sobre todo, en lo relacionado con los tejidos. Este perfil
permitió atraer miradas, disponer oídos y abrir puertas que habían permanecido cerradas
ante la nueva universidad. Empezó dando ejemplo: para que la institución tuviera una fuente
permanente de ingresos, le regalo una cordelería en donde se trabajaba con la hilaza fina del
algodón para fabricar lazos y cordones de ata calidad. Con la venta de los productos de la
fábrica se sufragaban gastos de la Universidad.
A pesar de la virulencia de alguno s sectores, la Universidad empezaba hacer tenida en
cuenta. Así, en mayo, de 1950,el equipo de futbol había participado en el torneo inter-
facultades y le había ganado al equipo de la Universidad Pontificia Bolivariana; por supuesto,
este triunfo lleno de orgullo a la institución, no solamente pequeña en cobertura, en esos
momentos , si no miraba con reserva las demás universidades de la región. En junio de ese
mismo año, la universidad fue invitada en desfilar en la procesión del corazón de Jesús, evento
al que asistían los planteles educativos, además de lo mas granado de la sociedad
medellinense. Esta participación en un acto publico que, además de su carácter religioso
constituida a un evento social, repercutió positivamente en la imagen que la universidad
estaba proyectando a la sociedad.
Durante ese primer año de labores las dificultades pululaban: considerando la procedencia de
los estudiantes, muchos de ellos expulsados de otros centros educativos, los problemas de
disciplina empezaron a aflorar:
El vicerrector tubo problemas con varios alumnos” díscolos y desadaptados “, y se vieron en la
necesidad de llamar a sus padre o a sus acudientes para ponerlos al tanto de los hechos.
Parece que era tal comportamiento de los muchachos, que el vicerrector recomendó a los
padres intérnalos en una casa de menores o en el regimiento. Solicito al consejo directivo que
se le autorizara para retirar a quienes se consideraba desadaptado, y así se aprobó. Debido a
las frecuentes faltas de asistencia de algunos alumnos, a partir de ese momento se exigió
tomar lista en cada clase (Libro Universidad de Medellín 1950-2000, p. 67)
Esta situación, sumada a la deficiente preparación académica de los estudiantes, hizo cundir el
desanimo entre algunos profesores, y entonces empezaron a presentar renuncias. La primera
de ellas fue del padre Jairo Mejía, sacerdote que prestaba sus servicios como profesor de
religión y quien se retiro apenas una semana después de haber iniciado las clases. Según el
padre Mejía, sus superiores le exigieron abandonar su tarea, pues no estaba claro que rumbo
ideológico, en cuestión religiosa, iría a tomar la institución. A pesar de esta renuncia, el
párroco de la iglesia del barrio enciso prestaba sus oficios religiosos en algunas ocasiones
especiales en la cuales se celebraba la santa misa. Sin embargo, resulto, por lo menos, curioso
que, años mas tarde, la curia allá nombrado capellán para la universidad y que esta lo hubiera
acogido como un funcionario el que se le cancelaba el salario acordado.
Tanto como durante el primero como en el transcurso del segundo semestre, las renuncias
fueron pan de cada día. Los directivos de la trataban de apaliar la situación con algunos
profesionales amigos de la universidad y, en muchas ocasiones, ellos mismos, los directivos,
asumían la orientación de los cursos vacantes. Tales fueron los casos de los doctores Ramón
Habel Castaño y Haydée Eastman. La doctora Eastman, una de las mas activas del Comité
Femenino, era abogada, egresada de la Universidad de Antioquia, y había soportado acervas
criticas de la parte mas conservadora de la sociedad antioqueña por haber estudiado en una
universidad. Por eso, la Universidad de Medellín, de mente abierta a todas las corrientes
ideológicas, fue para ella el ámbito ideal de desempeño profesional.
En aplicación del acta de defunción que establecía: “13º. Habrá un consejo estudiantil elegido
por los estudiantes de la universidad, para servir de órgano de comunicación entre estos y las
directivas”, los estudiantes conformaron este organismo, recién iniciada las actividades. Para
esa época, el consejo estudiantil era una instancia realmente deliberante, no solo en cuanto
tenia que ver con el desenvolvimiento de la vida del país si no con las decisiones de la
administración de la naciente institución. Este órgano de representación estudiantil también
impulsaría muchas de las actividades deportivas y culturales que caracterizaron las primeras
décadas de la vida universitaria. Sin embargo, muchos años pasarían ante la universidad
lograra controlar la beligerancia del consejo estudiantil. El primer cese se presento en la
universidad en octubre de 1950. El consejo estudiantil voto el paro para solidarizarse con los
estudiantes y profesores liberales de Bogotá, que protestaban contra el gobierno Nacional.
Esta fue la primera expresión clara de la toma del partido que desembocaría en
enfrentamientos no solo entre los estudiantes de distintas disciplinas, si no entre grupos con
claros intereses políticos. “En cuanto a los problemas internos, siempre se trato de tener a la
universidad por encima de cualquier rencilla o interés personal” (Libro de Universidad de
Medellín 1950-2000, p.59). Este paro, que no duro más que una semana, fue permitido por las
directivas, teniendo en cuenta que la protesta provenía de profesores miembros del directorio
Nacional Liberal. El 7 de Diciembre de 1950 terminaron las labores del primer año. La
Universidad estaba en marcha.
De la sinopsis de la Universidad de Medellín, escrita por Horacio Franco, y publicada en el
número uno de la revista Universidad de Medellín extractamos el siguiente texto:
“El que se casa quiere casa”. Y esta parecía ser el pensamiento hermético del doctor Medina
que buscaba sitio apropiado para concretar en forma externa esa Fundación inextinguible,
que desde sus principios eran necesariamente transeúnte o de inquilinato. Y el momento
llego. Queremos relátalo simplemente sin protuberancias inútiles. En el recinto de la
Universidad de Medellín, en la casa que esta ocupo cerca de la espadaña de la antigua iglesia
de San Juan de Dios edificio ya derrubios por la piqueta de la valorización y sus ensanches,
dentro de una ceremonia sobria y sencilla, se firmo la escritura Nº 7521 de 19 de septiembre
de 1953, otorgada en la notaria 4ª del circuito de Medellín a cargo del eminente profesional
doctor Bernardo Saldarriaga, instrumento por medio del cual el doctor Germán Medina,
Rector de la Universidad, y su señora esposa doña Lucrecia Uribe de Medina, donaban para
aquella institución una extensa porción de terreno destinado a las construcciones
universitarias y situadas al oriente de la ciudad… Y en estos terrenos comenzó; dentro de los
breves días siguientes, la edificación de sus aulas la universidad, obra a la cual también el
doctor Medina le entrego todo su dinamismo y su más amplia generosidad.
La inauguración de los primeros pabellones, verificada del 20 de octubre de 1954, durante la
semana universitaria de este año fue una fiesta de la voluntad, de la inteligencia y del sentido
cívico al servicio de las nuevas generaciones (Revista Universidad de Medellín, Nº 1, p.13).
Este acto de generosidad del doctor Medina y su esposa fue, sin lugar a dudas, una inyección
que revitalizo las esperanzas y que sentó las bases para que la universidad diera pasos firmes
y su desarrollo. Sin embargo, ese previo serviría para el funcionamiento del Liceo. A la
Universidad le tocaría deambular por diversas instalaciones antes de conseguir su sede
propia. Aclaradas muchas incertidumbres, la universidad continúo su marcha. En septiembre
de 1951, la vida académica fue animada con la celebración de la primera semana universitaria,
un espacio de integración de todos los miembros de la Universidad, adornado con desfiles de
carrosas, basares y reinado, evento éste que habría de permaneces durante largo tiempo
como parte de la programación de esta festividad.
Algunas de las personas que han acompañado el devenir de la institución recuerdan que la
semana universitaria iniciaba con desfiles de carrosas, exquisitamente engalanadas, que
llevaban a los candidatos del reinado de la universidad. Este desfile recorría las principales
calles del centro de Medellín y constituida una fiesta tanto para los estudiantes como para la
ciudadanía que aplaudida. El baile de coronación de la reina universitaria acontecimientos
social de primer orden y se llevaba acabo en el club de profesionales. Mujeres y hombres se
esmeraban por que su apariencia y su vestir estuvieran a la altura que dictaba la moda en ese
momento.
En 1954, la familia universitaria había crecido considerablemente; ya se habían construido los
primeros bloques en el lote Mira Flores y era imperiosa la necesidad de ampliar los espacios
para que la vida académica pudiera fluir con mayor comodidad. Entonces se tomo la decisión
de trasladar el Liceo para la nueva sede; las carreras universitaria, entre tanto como buscarían
sus propios espacios.
La separación entre Liceo y Universidad fue solo física, en esa época. El Gobierno
Departamental ejercía una extrita vigilancia sobre los planteles de educación básica y media,
y, de manera soslayada, la Universidad de Antioquia, por su carácter de institución publica.
Pero la Universidad de Medellín, privada, era más difícil de controlar, sobre todo, teniendo en
cuenta el principio de la autonomía universitaria. El Liceo, por su parte, si podía intervenir
porque, aunque fuera una institución privada, tenia que acogerse a las directrices del
Gobierno Nacional. Los paros estudiantiles y las alteraciones del orden público que se
presentarían años mas tardes darían cuenta de que el Liceo y la Universidad seguían juntos en
la lucha.
Cuenta Eugenio Echeverri, egresado del Liceo, que cuando ocuparon la nueva sede, en 1954,
en cumplimiento de una directiva de la Gobernación de Antioquia cada salón de clase tenia,
en lugar visible, un cuadro con la foto del general Gustavo Rojas Pinilla. La vigilancia oficial
ocupaba todos los rincones del sistema educativo del nivel básico.
Para la misma época en el que el Liceo se traslado a su sede Mira Flores (1954), las Facultades
también lo hicieron, buscando mayor comodidad para su creciente población estudiantil. Se
alquilo, entonces el sexto piso del banco de Colombia, donde hubo serias dificultades por los
ascensores, pues estos Vivian copados con bulliciosos grupos de estudiantes que subían y
bajaban constantemente. Entonces hubo que mudarse otra vez, primero a la venida Colombia,
cerca de la Iglesia de San Juan de Dios, y luego a una sede de la plazuela Uribe Uribe. Estos
continuos cambios no dejaban de crear traumatismos en el desarrollo normal de la vida
universitaria y eran una preocupación permanente en la mente de algunos fundadores. Así lo
expresaba el doctor Eduardo Fernández Botero a su secretaria, Diosa Murillo. Recuerda la
señora Murillo que desde cuando surgió la idea de fundar una universidad, el doctor Botero se
caso con ese sueño y en su puesta en escena se ocupo con un entusiasmo y una dedicación
nunca antes vista. A partir del momento cuando el doctor Medina regalo los terrenos para la
construcción del Liceo, el doctor Botero se convirtió en el líder para conseguir el Predio
adecuado al funcionamiento de la universidad. Ya desde 1953 le había “echado el ojo” a la
finca la Ortega, ubicada en el sector los Alpes al occidente de la ciudad. En la evocación de ese
periodo, cuando trabajo como secretaria del doctor Fernández Botero, cuanta la señora
Murillo que algunas veces lo acompaño a visitar la finca la Ortega y, que sentada en una
piedra, tomaba nota de los dictados del doctor Fernández; la señora Murillo destaca una frase
que, a su juicio era una idea fija en este fundador “Diosa, usted es muy creyente, rece para que
podamos construir aquí la Universidad de Medellín con la mejor Facultad de Derecho en todo
el país”. Seis años después se firmaría la escritura de adquisición del lote de los Alpes,
soberbio campus que exhibe la universidad.
En junio de 1955, renuncio el rector Medina y, como rector interino, fue designado Luis Mesa
Villa. El doctor Mesa convoco a la asamblea general de socios fundadores para sección el 5 de
Agosto de 1955. En esa asamblea se acepto la renuncia de don Pedro Olarte sañudo a la
presidencia de la Universidad en su reemplazo fue elegido Germán Medina. Una nueva etapa
estaba por comenzar.
En ese mismo año de 1955, llego la rectoría del doctor Fernández Botero, vinculado a la
universidad desde su fundación, en calidad de miembro del consejo directivo y como profesor
de derecho constitucional colombiano, y quien había desempeñado altos cargos en el sector
público, entre ellos, la alcaldía de Medellín. Fernández Botero tenia el perfil del embajador que
requería la universidad en ese momento: excelentes relaciones con lo mas selecto de la
sociedad a escala nacional: se trataba de tu a tu, con presidentes, ministros y altas
personalidades de la vida política y cultural del país. El rector Fernández Botero le dio un
nuevo empujo al crecimiento de la universidad.
Una de las tareas mas encomiables cumplidas por el doctor Fernández Botero durante su
primera administración fue, en palabras de don Horacio Franco, “sacar a la Universidad a la
calle y hacer que la calle la respetara y la quisiera como una institución propia”.
…Celebro el doctor Fernández Botero, como Rector, la semana universitaria de 1956, con un
esplendor inusitado y entonces e pudo ver como se había impuesto ya la universidad y de que
manera, en corriente de exosmosis, venia ya de las gentes de la calle la activa expresión de su
confianza, el valioso factor de su crédito moral y la realidad de su esperanza (FRANCO,
Horacio. Revista Universidad de Medellín. Nº 1. Mayo del 1957.p. 16).
Del discurso de coronación de la reina de ese año 1956, pronunciada por el Rector Fernández
Botero, vale la pena destacar algunos aportes que dan alguna idea de la erudición, la elegancia
y la galantería que lo caracterizaba, y que para nada reñían con un carácter enérgico,
autoritario, franco, y de palabra directa:
Señores, señoras, majestad:
En esta hora crucial de nuestra vida colombiana, refiriéndome a la Universidad de Medellín,
nadie me acusaría de excesivo celo y de desmedida pasión y me apropiara para sus jóvenes
años y para sus maduras realidades y para sus codiciosas esperanzas, la exclamación que en
los albores de la era cristiana lanzo el gran Tertulianos: “Somos de ayer, y los llenamos todo”.
Porque nació hace 7 años en la mente iluminada de unos pocos idealistas y hoy avasalla
corazones, atrae inteligencias, congrega multitudes y esparce simpatías aun más allá de los
linderos nacionales.
(…)
Pero yo quiero, señora, tener la plena seguridad de que allí donde aparezca la mujer, todo ese
cuadro de horror que supera las épocas barbarías empezara a suavizar sus matices con tonos
mas bajos de tolerancia, de suavidad, de respeto y de amor…
Por esas razones la muchachada de la universidad fue a buscarlos hasta el valle del cauca,
tierra donde las palmeras y el sol y los cielos azules hicieron la euritmia de vuestro cuerpo, el
brillo de vuestro cuerpo, el brillo de vuestra regía sonrisa y la placidez de vuestra mirada. Os
han llamado para demostrar, además, como aquí rechazamos con hechos el regionalismo
agresivo y la pugna estéril entre las comarcas de la madre comunes para elevar un trono a la
sagrada unidad de la patria grande.
…Ayer os hicieron reina del café, el grano que enriquece y da pan y vestido material, y ahora,
la Universidad de Medellín que alimenta con pan de ciencia y viste con ganas espirituales, os
corona su soberana.
Cuando yo os vi llegar, pro primera vez, a sus modestos edificios, mas que caminando,
navegando por un mar de corazones, y cuando vi que vuestro comenzado discurso se ahogaba
en el elocuente leguaje de las lagrimas, con esa honda de emoción de los muchachos, una
dulce corriente de esperanza sacudió mi humanidad, por que aquellas perlas de los mas bellos
ojos sellaron el pacto de nuestro mandato y os vincularon para siempre el amado instituto. La
corona que os ofreció la galantería la adquiristeis ese día por derecho de conquista y yo,
momentáneo capitán de esas huestes, os reconozco esa conquista y coloco sobre vuestras
sienes el símbolo de la regia potestad que haría resaltar, esplendida, las gracias de un rostro
que Leonardo hubiera escogido, gustoso, para modelo de sus madonas inmortales( Fernández
Botero, Eduardo. Discurso de coronación. En Revista de Universidad de Medellín Nº2,
noviembre de 1957).
En la misma revista de la Universidad de Medellín, Nº encontramos otro echo para resaltar: es
el relacionado con la campana de sitio viejo, corregimiento de Titiribí.(Departamento de
Antioquia).
La historia de esta campana es uno de los acontecimientos que, por su desenvolvimiento a
través de estos años, vale la pena consignar acá. Hemos de hacer la aclaración de algunos
textos no tienen registrado el autor, pero han formado parte de los archivos de la Universidad:
Por medio de la proposición que se deja trascrita la compañía unida de el zancudo, a moción
del señor don Guillermo Mora L., socio fundador y benefactor de la Universidad de Medellín y
de doña Luz Greiff Einstein de Mora, presidencia de su Comité Femenino, entrego a la
institución la reliquia histórica que es conocida también con el nombre de la campana del
Conde de Bourmont. Es un campanario especial, construido en la sección de bachillerato que
fue inaugurada la campana durante la semana clásica de la Universidad de Medellín el 31 de
mayo del presente año…( Revista Universidad de Medellín, Nº2,p.261).
En la fuente que venimos citando, don Horacio Franco, Secretario General de la Universidad
en ese entonces, por encargo del señor Rector, hace entrega de la campana, en acto solemne a
todo el personal del Liceo y relata la historia de esta reliquia. Cuenta don Horacio que entre
los extranjeros venidos a Colombia y radicados en Antioquia durante el siglo XIX, se
encontraba el Conde Adolfo Augusto de Bourmont, descendiente de la antigua nobleza de la
Bretaña Francesa.
Nacido en 1808, el conde de Bourmont se formo como Ingeniero de Minas; contagiado del
fervor romántico que, con Víctor Hugo a la cabeza, inicio una nueva etapa en la conciencia
humana, se debilito entre amores inconclusos y banales que le produjeron desoladora
consternación de ánimo. Es probable que por aquellos fracasos sentimentales el Conde haya
decidido alejarse de su natal Francia para aventurarse en estas tierras de Dios, agrestes y
bravas, pero de entrañas ardientes, y dispuestas a entregar sus mejores frutos a quienes
sepan ganar su corazón. Llego, entonces, a esta tierra antioqueña en 1856, en busca de un
nuevo horizonte para su atormentada existencia.
Después de intentar fortuna con una compañía minera que, por diversas circunstancias
fracaso, decidió viajar a Titiribí donde fue empresario de la Hacienda y Fundación, limítrofe
con la Empresa Minera El Zancudo. Allí, entre mineros corajudos para el trabajo, amigables y
acogedores, y ebrios en sus ratos de descanso, paso el Conde buena parte de su vida. Ni la
oscuridad de los socavones ni la falta de comodidades a las que estaba acostumbrado lo
hicieron desistir de su empeño; al contrario, se integro tanto con aquel grupo humano de
mentes simples, que decidió dejarles un regalo que transcendiera en el tiempo. Entonces
invirtió parte del oro conseguido en las minas para traer, del viejo castillo de sus antepasados
en la Bretaña Francesa, una campana que la hizo instalar en la capilla de Sitio Viejo.
Previamente, y con el permiso de las autoridades eclesiásticas, el Conde había hecho reparar
la derruida capilla del corregimiento el Zancudo. Esto sucedió por los años setenta del siglo
XIX.
En este mismo bronce fundido con ritos religiosos, cobre y oro, nobles aleaciones metálicas,
en moldes calcinados de la tierra Francesas, el que ahora recibimos. Sirvió antes esta
campana para dilatar sus ecos en la campiña pastoril Francesa y es muy posible que a la hora
del Ángelus, los mismos campesinos del celebre cuadro de Millet, tan aferrados a la tierra,
dejaran sus labores para inclinar sobre el surco fecundo, y reverentemente la cabeza, ante su
llamamiento. Pero ya instalada dentro del fragor de los molinos y de las trituradoras de El
Zancudo, en una tan lejana y enhiesta colina, adquirió otra sonoridad y otro brío. Ante sus
dobles, en aquellos tiempos, se descubrían, creyentes y con unción reverencial, un Antonio
José Cadavid, un Juan Bautista Montoya y Flórez, hijos epónimos de titiribí, y un Efe Gómez
que con su pluma prodigiosa se convirtió después en cronista lirico y filosófico de la campana
del Conde…
Cargado de historias viene, pues, este bronce hasta la Universidad de Medellín, entregado por
don Guillermo Mora y doña Luz Greiffenstein de Mor que son almas estandarte de esta
institución (FRANCO, Horacio. Revista UDE. Nº2, p. 264).
El conde de Bourmont se quedo viviendo en Antioquia hasta su muerte. Sus restos mortales
reposan en la iglesia de San José, en Medellín. Quienes tuvieron la oportunidad de compartir
con él, lo recuerdan como el caballero de noble cuna que se enamoró de estas verdes
montañas:
Quienes conocieron al Conde en las postrimerías de sus días lo recordaran siempre con
admiración y con respeto por que su figura se imponía cuando con discreción de gentil-
hombre se paseaba por las calles de Medellín, casi solitario, evocando, sin duda alguna, sus
lejano días juveniles. Don Luis Latorre Mendoza dice en alguna de sus reminiscencias que
pocas veces se había visto un continente de mayor marcialidad, una fisonomía de mas clásicos
lineamientos (FRANCO, Horacio. La campana de Sitio Viejo. Revista UDEM, Nº2, p. 262).
Pero la historia de la campana no termina acá. Orlando Ortiz, profesor del Liceo durante 37
años, recuerda que hizo parte de la comitiva encargada de devolver la famosa campana que
desde 1955 hasta 1997 ( cuarenta y dos años) permaneció en una torre, especialmente
construida para acogerla, en el Liceo de la Universidad de Medellín. Y allí se habría quedado
por mas tiempo, de no ser por que un egresado del Liceo, natural de Titiribi, el medico Juan
Guillermo Bolivar Colorado, conoció la historia y, en 1997, habiendo llegado a ocupar la
Alcaldia de ese municipi, solicito la Universidad la devolución de la reliquia para instalar en el
sitio para el cual originalmente se trajo desde Francia.
Así, entonces, como fervorosos romeros, algunos profesores y estudiantes del Liceo, en una
solemne peregrinación, se desplazaron hasta el corregimiento El Zancudo para hacer
devolución oficial de la campana que por tantos años había acompañado con su tañido a la
alegre muchachada de esa sección de la Universidad. Este evento se llevo a acabo el 11 de
octubre de 1997, y los habitantes de Titiribí lo festejaron con un sentido y colorido carnaval,
como si la recién llegada fuera el hijo prodigo que regresa a casa. El ex alumno del Liceo,
alcalde de ese municipio, Juan Guillermo Bolívar Colorado, expidió la resolución que a
continuación se transcribe para recibir con honores la Campana del Conde de Boumont.
También la Diócesis de Caldas expreso su regocijo por la devolución de la campana, en carta
que también registramos: