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El castellano andino norperuano: contactolingüístico, dialectología e historia
TESIS QUE PARA OPTAR AL DOCTORADO EN LINGÜÍSTICA CON MENCIÓN EN ESTUDIOSANDINOS PRESENTA
LUIS FLORENTINO ANDRADE CIUDAD
ASESORES: RODOLFO CERRÓN-PALOMINO KAREN SPALDING
Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 2012
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Contenido
Capítulo 1. Introducción 61.1 Objetivos 6
1.2 Antecedentes 71.2.1 Antecedentes sobre el castellano andino norperuano 81.2.2 Antecedentes sobre el sustrato culle 151.2.3 Antecedentes sobre la presencia del quechua en los Andes norperuanos 29
1.3 Preguntas de investigación e hipótesis 371.4 Metodología 41
1.4.1 Recolección de datos lingüísticos actuales y zonas en que se realizó eltrabajo de campo 42
1.4.2 Análisis de datos lingüísticos actuales 471.4.3 Estrategia de búsqueda documental y archivos revisados 491.4.4 Análisis de datos documentales 52
1.5 Organización de la tesis 55
Capítulo 2. La construcción del concepto de castellano andino 582.1 Introducción 582.2 Notas sobre dialectología, sociolingüística y estudio del contacto de lenguas en el
Perú 592.3 El concepto de castellano andino 72
2.3.1 El castellano andino como variedad regional 732.3.2 El castellano andino como variedad social 792.3.3 El castellano andino como variedad de contacto 872.3.4 Algunos problemas en el concepto de castellano andino 90
2.4 Resumen 91Capítulo 3. El contacto lingüístico en la sierra norperuana y su base sociohistórica 933.1 Introducción 933.2 El sustrato indígena y el contacto lingüístico en tiempos prehispánicos 943.3 La castellanización temprana: siglos XVI-XVII 108 3.4 La minería y la cuestión lingüística 115 3.5 Los obrajes, la textilería tradicional y la cuestión lingüística 125 3.6 Culle, quechua y castellano entre los siglos XVIII y XIX 132 3.7 La hegemonía castellana y la «muerte» del culle en el siglo XX 156 3.8 Resumen 163
Capítulo 4. El castellano andino norperuano como una subvariedad lingüísticaparticular 166 4.1 Introducción 166 4.2 Aspectos fonético-fonológicos 167
4.2.1 Unidades fonético-fonológicas particulares 168 4.2.1.1 Fonema fricativo palatal /š/ 168 4.2.1.2 Presencia marginal del segmento /ž/ 172
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4.2.2 Unidades fonético-fonológicas no particulares 174 4.2.2.1 Oposición entre la semiconsonante /y/ y la lateral palatal /λ / 174 4.2.2.2 Huellas del segmento interdental /θ/ 176
4.2.3 Fenómenos fonético-fonológicos de interés 178 4.2.3.1 Ausencia de «motoseo» 178
4.2.3.2 Tratamiento especial de secuencias vocálicas 180 4.2.3.3 Supresión de la /-r/ del infinitivo ante los clíticos – lo(s) y – le(s) 182 4.2.3.4 Ensordecimiento de vocales no acentuadas 184 4.2.3.5 –e paragógica: subire, llevare, flore 186
4.3 Aspectos morfosintácticos 186 4.3.1 Unidades morfológicas particulares 188
4.3.1.1 Diminutivo –ash– 188 4.3.1.2 Diminutivo –an– 193
4.3.1.3 Deferencial verbal – ste (< usted) 196
4.3.1.4 Urgentivo das ~ dasdás 200 4.3.1.5 Aumentativo –enque 202
4.3.2 Fenómenos morfosintácticos de interés 208 4.3.2.1 Sincretismo en la flexión de primera persona plural del modo
indicativo: dicemos, salemos, producemos 208
4.3.2.2 Sincretismo en el complemento de primera y segunda personas de lasfrases preposicionales: de yo/de tú y a yo/a tú 210
4.3.2.3 Frases negativas con operador antepuesto 215 4.3.2.4 Frases posesivas con doble marcación 216 4.3.2.5 Onde ~ donde como marca de caso acusativo 219
4.4 Aspectos pragmático-discursivos 221 4.4.1 Unidades pragmático-discursivas particulares 222
4.4.1.1 Exclamación ¡array! ~ ¡arrarray! ‘¡Qué vergüenza!’, ‘¡qué miedo!’ 222 4.4.1.2 Focalizador cati ~ cate 223
4.4.1.3 Ausencia del subordinador citativo diciendo 226 4.4.2 Unidades pragmático-discursivas no particulares 228
4.4.2.1 Reportativo y narrativo dice 228
4.4.2.2 Corroborativo pue 231
4.4.2.3 Fático ¿di? 234
4.4.3 Fenómenos pragmático-discursivos de interés 237 4.4.3.1 Tratamiento de vos 237
4.4.3.2 Estructuras topicalizadoras particulares 241 4.5 Resumen 243
Capítulo 5. Discusión 249 5.1 El castellano andino norteño como una subvariedad regional5.2 Entre la influencia del sustrato indígena y una particular evolución del castellano 252 5.3 Contacto de lenguas e historia regional 256 5.4 De nuevo sobre el concepto de castellano andino: problemas y perspectivas 258
Bibliografía 262
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Anexos1. Pauta temática para las entrevistas semiestructuradas 285 2. Características sociales básicas de los colaboradores entrevistados para el corpus 286 3. Matriz sobre rasgos del castellano andino descritos en la literatura: tres ejemplos 290 4. Documento de «extirpación de idolatrías» en que se menciona la lengua «colli» (1618) 292
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Capítulo 1
Introducción
1.1 OBJETIVOS En esta tesis me propongo describir un conjunto regional de castellanos que ha sido
insuficientemente trabajado por la literatura. Se trata de los castellanos que se hablan, en
primer lugar, en las provincias cajamarquinas surorientales de San Marcos y Cajabamba; en
segundo término, en las provincias serranas de La Libertad; y, en tercer lugar, en la
provincia más norteña del departamento de Áncash, Pallasca (ver el mapa 1.1). Intentaré
demostrar, a partir de un corpus recogido en cinco localidades pertenecientes a tres
provincias de esa región, que estamos ante un conjunto dialectal bien articulado, conjuntoque si bien comparte rasgos con la variedad de referencia y contraste —el castellano andino
sureño y sureño-central, de base quechua y aimara—, también se diferencia de esta
mediante una serie de fenómenos que deben ser comprendidos en su propia lógica y
organización (objetivo 1). Asimismo, a través de una revisión del contexto histórico en que
ha surgido ese castellano, tarea que ha demandado una revisión de archivos para enriquecer
la evidencia documental disponible, buscaré una explicación para su particular
configuración (objetivo 2). Al hacer este ejercicio, intentaré someter la categoría de
castellano andino, tal como ha sido construida por la literatura, a una evaluación empírica,
lo que permitirá discutir tanto sus ventajas como sus sesgos y limitaciones (objetivo 3).
Para afrontar estas tareas, aprovecharé conceptos estándares de la dialectología y de la
lingüística sociohistórica, y buscaré enriquecer mi análisis con enfoques derivados del
estudio del contacto de lenguas. Después de una revisión de los antecedentes del problema
(sección 1.2), este capítulo introductorio explicitará las preguntas de investigación y las
hipótesis correspondientes (sección 1.3), detallará las características de la metodología, y
precisará cuáles han sido las zonas de estudio y los archivos históricos revisados (sección
1.4), para, finalmente, presentar la organización general del texto (sección 1.5).
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1.2 ANTECEDENTES
El problema que me propongo investigar se inscribe en un escenario geográfico y social en
el que históricamente han convivido tres idiomas: el culle, el quechua y el castellano. Así,
esta sección buscará resumir los planteamientos disponibles en la literatura acerca de la presencia de estas tres lenguas en los Andes norperuanos. En primer lugar, revisaré los
antecedentes referidos al castellano de esta región (subsección 1.2.1), luego resumiré lo que
se sabe sobre la lengua culle (subsección 1.2.2), para, finalmente, abordar lo que se ha
avanzado en la literatura sobre la presencia del quechua en los Andes septentrionales
(subsección 1.2.3). Debo adelantar que me concentraré en los planteamientos realizados en
trabajos académicos, especialmente los inscritos en la lingüística andina, sin tomar en
cuenta como material de revisión las monografías provinciales y otras publicaciones
regionales de difusión, que ameritarían un examen aparte, con su propia metodología y
objetivos. Quiero advertir, también, que, en diversas ocasiones, al hablar de «Andes
norperuanos», me estaré refiriendo, tal vez de manera demasiado generalizadora, a la
región antes explicitada —las provincias cajamarquinas surorientales de San Marcos y
Cajabamba, las provincias serranas de La Libertad y la provincia de Pallasca, en el
departamento de Áncash—,1 pero al abordar la presencia del quechua, será inevitable hacer
referencia al valle de Cajamarca, en la actual provincia de Cajamarca, y a la región andina
del departamento de Lambayeque. A pesar de la excesiva generalización que esto supone pensando en el territorio peruano, la denominación «Andes norperuanos» permite excluir
claramente del marco geográfico de esta investigación el corredor andino ecuatoriano, cuyo
castellano muestra una identidad dialectal bien definida que no abordaré en mi trabajo y
que solo tomaré en cuenta, de manera esporádica, en el capítulo dialectológico y en la
discusión final.2
1 Como se ve, estoy excluyendo del marco geográfico de mi trabajo la sierra de Piura y Lambayeque, asícomo la mayor parte de provincias del departamento de Cajamarca: las norteñas —San Ignacio, Jaén yCutervo, que tienen buena parte de territorio amazónico y no solo andino—, las centrales —Chota, SantaCruz, Hualgayoc y Celendín—, las suroccidentales —San Pablo, San Miguel y Contumazá—, así como la
propia provincia de Cajamarca, ubicada en el extremo surcentral del departamento. De allí que ladenominación «Andes norperuanos» para nombrar mi zona de estudio sea excesivamente generalizadora, perola adoptaré, en algunas ocasiones, por razones de claridad expositiva. 2 Sobre el español andino ecuatoriano, ver Toscano Mateus (1953), Córdova (1996), Haboud (1998) yHaboud y De la Vega (2008).
Al momento de formular las conclusiones dialectológicas, tendré, por ello,
el cuidado de restringir mis generalizaciones al área geográfica mencionada, mediante la
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denominación más específica «castellano andino norperuano de sustrato indígena
predominantemente culle», pero usar esta versión, más precisa y correcta, a lo largo del
texto, muchas veces oscurecería la exposición.
1.2.1 Antecedentes sobre el castellano andino norperuano
Una de las motivaciones principales para plantear este trabajo surgió de la comprobación de
que, al tratar sobre las características del español de la región de sustrato culle, los
investigadores eludían utilizar la etiqueta de «castellano andino». Esto no debería llamar la
atención cuando hablamos de estudios previos a la consolidación del concepto, como es el
caso de El lenguaje peruano (Benvenutto Murrieta 1936), pero es ilustrativo que la práctica
se mantenga en artículos recientes, redactados en un momento en que la categoría ya ha
pasado a ser de uso estándar en la lingüística hispánica. Tratándose de una región enclavada
en los Andes, me resultaba curioso que los autores se refirieran a los castellanos hablados
allí con denominaciones tales como «español regional» y «castellano local», o bien evitaran
toda generalización con etiquetas particularizadoras como «el castellano de la provincia de
Pallasca», «el castellano de Santiago de Chuco» y «el español de Tauribara». Solo un
artículo reciente sobre la caracterización lingüística de los personajes de Ciro Alegría
(Navarro Gala 2003) utiliza la denominación «castellano andino» de manera directa, desde
el título, pero esta es claramente una excepción.
Pienso que esta cautela terminológica se relaciona con la dificultad de conectar claramente
las hablas de Pallasca, Santiago de Chuco y Tauribara, por ejemplo, con el «castellano
andino» tal como ha sido construido en la literatura, es decir, como una variedad
prototípicamente configurada a través del contacto con el quechua y el aimara y, por tanto,
hablada de manera preponderante en el sur y el centro de los Andes. Esta evidente cautela
—justificada, a mi modo de ver— habla de la necesidad de entender los castellanos
norteños en su propia lógica y organización, evitando generalizaciones inapropiadas, pero,
al mismo tiempo coloca a las hablas de dicha región en un estatus poco claro, como si no
pudieran ser adscritas a ninguna categoría dialectal mayor. En este trabajo buscaré
demostrar que las hablas castellanas de la región de sustrato culle son exponentes del
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«castellano andino» y, más específicamente, del «castellano andino norperuano», pero, para
ello, plantearé que la categoría en cuestión debe ser ampliada y revisada (ver el capítulo 2).
En su trabajo seminal sobre el castellano hablado en el Perú, Benvenutto Murrieta (1936)
no habla de «español andino», pero sí se refiere al de la «región serrana», pasando, endiferentes momentos de su exposición, de este nivel general al particular, para así referirse
a cada provincia o localidad de la que había obtenido datos, a través de un contacto
principalmente epistolar. Entre estas localidades figura con frecuencia, a lo largo de la
exposición, la provincia de Pallasca, que forma parte del extremo sureño de mi región de
interés. Por ejemplo, al tratar el problema del voseo, dice:
El voseo subsiste vivamente en Arequipa, tanto entre la plebe de la ciudad comoentre los chacareros de su campiña. Además como decreciente rezago arcaico,aparece en los pueblos de habla castellana de la provincia de Pallasca y en menor grado todavía en el departamento de San Martín y entre ciertos indios del litoralnorteño (Benvenutto Murrieta 1936: 136).
Posteriormente, dirá, sobre Tauca, al sur de la provincia de Pallasca: «He oído
personalmente, hace algunos años, hablar de vos entre tauquinos, que también me han
hablado en ese trato, pero no tengo todos los recuerdos necesarios para enumerar sus notas
características» (Benvenutto Murrieta 1936: 140). Así, este trabajo clásico sobre el español
hablado en territorio peruano brinda esporádicamente algunas informaciones léxicas,
gramaticales y fonológicas que convendrá tomar en cuenta en este análisis.
El primer análisis sistemático y pormenorizado del habla de una localidad enclavada en la
región de interés se encuentra en la tesis de doctorado que Alberto Escobar presentó a la
Universidad de Múnich sobre La serpiente de oro, la primera novela del escritor indigenista
Ciro Alegría. El estudio se realizó a fines de la década de 1950 y la tesis se sustentó en
1960, pero el libro recién se publicó, sin mayores modificaciones, en 1993. Aunque el
objeto de estudio de Escobar es el castellano tal como aparece representado en un texto
literario, el caso es relevante para este trabajo por el empeño puesto por Alegría en reflejar
el habla de una localidad realmente existente y asentada en el flanco oriental de la zona de
interés: Calemar, en la provincia de Pataz, departamento de La Libertad, un pueblo de
balseros asentado en la ribera oriental del río Marañón. En un registro de los topónimos
mencionados a lo largo de la obra, se comprueba que todos están entre los límites de los
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departamentos de La Libertad y Cajamarca, entre las provincias de Sánchez Carrión, Pataz,
Cajabamba y Cajamarca.3
Entre los fenómenos de orden fonológico reportados por Escobar a partir del «habla de
Calemar» construida en la novela, serán de especial interés para este análisis la disolución
del hiato mediante la inserción de la semiconsonante /y/ como en trayes < traes (1993: 94);
el empleo de /š/ «con intención afectiva en los hipocorísticos», como en Oshwa <
Oswa(ldo) (1993: 98); la elisión de /r/ final del verbo ante pronombre enclítico, como en
contalo por contarlo (1993: 99) y, finalmente, la –e paragógica como en subire y movere
Estas cuatro provincias están involucradas en la región definida
como de sustrato culle y, por eso, este análisis resulta clave para mi argumento. Hay que
mencionar, además, que Alegría era natural de Sartimbamba, un distrito cercano a
Huamachuco, hoy provincia de Sánchez Carrión, y que conocía de primera mano el
castellano que intentó reproducir en su novela.
El trabajo de Escobar está dividido en dos grandes partes: una literaria y otra lingüística.
Esta última se planteó como «el examen del dialecto de Calemar, es decir del habla de los
balseros» (1993: 81), con lo que este estudio inaugura la tendencia particularizadora en la
denominación de las hablas correspondientes al castellano andino norperuano. De acuerdo
con los niveles tradicionales de análisis lingüístico, este examen organiza los fenómenos de
interés ordenándolos como fonético-fonológicos («Observaciones fonéticas»), como
morfológicos («Observaciones morfológicas») y sintácticos («Observaciones sintácticas»).
Al final del texto hay dos apéndices, el segundo de carácter biográfico, y el primero, un
importante análisis de onde ~ donde como marca acusativa, como en la oración Y en eso los
pajaritos vieron ondel cristiano ‘Y en eso los pajaritos vieron al cristiano’. Probablemente,
Escobar quiso separar este análisis del conjunto de la obra por el tratamiento más extendido
que le dio al fenómeno, y que había publicado previamente como un artículo en Sphinx
(Escobar 1960), extensión que no hubiera sido coherente con el carácter breve, panorámico, pero muy puntual y minucioso, que le otorga su exposición a cada uno de los hechos
presentados. Esta función de onde ~ donde como marca de caso acusativo está presente
también en mi corpus, aunque como un rasgo productivo solamente en Pallasca (ver
4.3.2.5).
3 Hans Schneider (1952). «Peruanisches Spanisch in Ciro Alegrias La serpiente de oro». Romanistisches
Jahrbuch V, pp. 232-244. Citado por Escobar 1993: 81.
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por subir y mover (1993: 100). En el terreno morfológico, son datos de primera importancia
el registro del aumentativo – enque, como en abajenque ‘muy abajo’, para el que se sugiere
«un efecto de sustrato o préstamo» (1993: 111, 114); dizqué como expresión de duda y
suposición (1993: 122); el voseo o tratamiento de vos (1993: 123), frente a usted ,
pronombre este último al que está asociada la forma verbal váyaste, simplemente registrada
pero no analizada (1993: 124); pue < pues como «partícula enfática» (1993: 129) y array
como interjección de «curiosidad, intriga, miedo» (1993: 133). Finalmente, en el campo de
la sintaxis, resalto lo que Escobar describe como «una confusión de nominativo con
acusativo» para el ejemplo Yo soy de aquí, calemarino anque quien sabe único los viejos
sepan de yo en vez de Yo soy de aquí […] sepan de mí (1993: 140); también no por
tampoco (1993: 141); y las interjecciones catay y velay (1993: 151). Se debe resaltar que
Escobar hace un recorrido bibliográfico a fin de verificar el registro de cada fenómeno entrabajos clásicos sobre la dialectología hispánica, lo que constituye un aporte adicional para
este trabajo. Hay que tomar en cuenta que, en ese momento, el autor no abrazaba con
facilidad explicaciones de sustrato, las que reservó solo para ítems léxicos evidentemente
quechuas como acacáu y alaláu (no para array) y solo para un morfema no relacionable
con el quechua, el aumentativo –enque, aunque esta última atribución solo aparece como
una sugerencia. Era un momento de la dialectología hispanoamericana en que, tras el
descrédito en que había caído el trabajo de Lenz (1940), las explicaciones sustratísticas se
miraban siempre con sospecha.4
El segundo trabajo específicamente dedicado al castellano de una localidad de la zona de
interés es el estudio de Aída Mendoza Cuba (1975) sobre los sustantivos utilizados por los
niños de Cabana, Pallasca, Áncash. Se trata de una exposición muy ordenada de la
morfología nominal a partir de entrevistas con niños cabanistas de siete años, en el marcodel proyecto «El lenguaje del niño hispanohablante», dirigido desde el Instituto Nacional de
Investigación y Desarrollo de la Educación (I NIDE), proyecto que dio lugar a estudios
Posteriormente, el tema del aumentativo –enque fue
desarrollado de manera específica por Cerrón-Palomino (2005), quien postuló de manera
más enfática el origen sustratístico —es decir, culle— del segmento.
4 Para una revisión de esta parte de la historia disciplinaria, puede verse De Granda (2001a: 9-35). Sería útilcomparar este trabajo inicial de Escobar con el que realizó posteriormente, a mediados de la década de 1980,sobre Arguedas (Escobar 1984), a fin de observar los cambios en la postura del analista hacia este tipo defenómenos.
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clásicos sobre el castellano infantil de los Andes. Aunque el estudio no tenía entre sus
objetivos la descripción dialectal, sino principalmente fines pedagógicos —aportar al
conocimiento del castellano manejado por los estudiantes peruanos, a fin de construir
instrumentos educativos, principalmente textos, más adecuados a la diversidad dialectal del
país—, los datos que ofrece pueden serán útiles para este estudio, en tanto ilustraciones
adicionales de los fenómenos identificados como relevantes. Por ejemplo, probablemente el
trabajo de Mendoza Cuba (1975: 5) sea el primero en haber aislado, entre estos niños
cabanistas, el sufijo diminutivo – ash –, y en haber mostrado, mediante pares mínimos, que
estábamos ante un segmento distinto del aumentativo castellano: gatazo ‘gato grande’
frente a gatasho ‘gato pequeño’. Posteriormente, la lingüista realizó otros estudios en
colaboración dedicados al castellano de Cabana.
Los datos recabados entre los niños de Cabana fueron retomados por Mendoza Cuba
(1976), junto con los registrados en otras doce ciudades peruanas que formaron parte del
proyecto del I NIDE, en un esfuerzo por proponer una zonificación dialectal del español en el
Perú desde el punto de vista fonético-fonológico, paralelamente al trabajo de Minaya, con
la col. de Kameya (1976), sobre la sintaxis de la frase nominal. Con el mismo enfoque
panorámico, Alberto Escobar presentó, dos años después, su conocida propuesta
dialectológica del español peruano, en Variaciones sociolingüísticas del castellano en el
Perú, descrita como «una visión integral de la lengua española tal como es usada oralmenteen el Perú» (Escobar 1978: 29). Después de deslindar la categoría de «interlecto» como el
castellano de los bilingües subordinados y sucesivos de lengua materna quechua y aimara
(1978: 30-37), Escobar propone la categoría de «castellano andino» como un tipo de
castellano materno que se extiende, geográficamente, desde Cajamarca hasta el altiplano,
incluyendo el litoral sureño.
Además, Escobar separa, dentro del «castellano andino», tres entidades dialectales: el
«castellano andino propiamente dicho», hablado en «los valles interandinos de norte a sur,
incluyendo por razones migratorias Madre de Dios»; el «castellano altiplánico», en el
territorio de Puno; y la «variedad del litoral y Andes occidentales sureños», que se extiende
aproximadamente en la superficie de Moquegua y Tacna (Escobar 1978: 57). Este conjunto
se opondría, por un conjunto de rasgos, al «castellano ribereño», dividido, a su vez, en el
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castellano del litoral norteño y central y el castellano amazónico (Escobar 1978: 37-51).
Será de mucha importancia para este trabajo constatar que, aunque el corpus recogido en
Pallasca, Otuzco y Cajabamba coincide en muchos aspectos con el «castellano andino
propiamente dicho» de Escobar —entidad dialectal a la que correspondería según las
definiciones proporcionadas por este autor—, al mismo tiempo, muestra características que
coinciden con rasgos del «castellano ribereño», como los marcadores discursivos ¿di? y
¿diga?, el uso frecuente de la palabra china ‘mujer joven, generalmente de extracción
campesina’, el tempo «acelerado o stacatto» y el tono agudo (Escobar 1978: 50). Esta
comprobación sugiere que Escobar no manejó datos muy amplios ni detallados de los
Andes norteños para elaborar su propuesta de zonificación. A pesar de este problema, se
debe resaltar que este trabajo fundacional de la dialectología peruana es el primero que ha
englobado, de manera clara y directa, los castellanos de la región estudiada dentro de unaentidad dialectal técnicamente definida, a saber, «el castellano andino propiamente dicho».
Otro trabajo que inscribe los castellanos norteños de la sierra dentro de la categoría
«castellano andino», sin diferenciarlos de sus pares sureños, es el de Caravedo (1992a). La
zonificación de Caravedo parte de la división basada en las «tres regiones naturales» del
Perú. Caravedo contó, para su análisis, con datos específicos de la región de interés,
especialmente de Santiago de Chuco, recogidos en el marco de las entrevistas realizadas
para el Atlas Lingüístico Hispanoamericano (1992a: 732, nota 34). A partir de estos datos,entrega dos observaciones relevantes para este trabajo: en primer lugar, en cuanto a la
pronunciación de la sibilante, observa en la sierra norte rezagos de «una diferenciación
entre una variante apical parecida a la española y una interdental». En Caravedo (1992b) se
amplían los datos referidos a este fenómeno, y se especifica que los datos provienen de la
ciudad de Cajamarca, además de Cuzco. En segundo término, sobre la base de las
entrevistas realizadas con hablantes de Santiago de Chuco, registra el diminutivo – ash –,
pero, al parecer, por una confusión perceptiva al interpretar sus datos, lo homologa con eldiminutivo –cha del quechua y lo presenta con africada y no con fricativa palatal. He
discutido esta interpretación en Andrade (2010: 169-173) y retomo el tema en la subsección
4.3.1.1 de esta tesis. Asimismo, en Caravedo (1996a), un trabajo de índole programática
antes que descriptiva, esta investigadora reporta, a partir de datos recabados en Cajamarca,
evidencia sobre la indistinción entre /λ / y /y/: «un entrecruzamiento de valores
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distinguidores con valores no distinguidores, incluso en el habla de un mismo individuo en
distintos momentos de una situación (p. e. caballo, valle o cabayo, vaye)» (1996a: 501). Es
de interés notar que encuentra el mismo fenómeno en Arequipa. Tratándose de una de las
isoglosas principales para la distinción entre «castellano andino» y «castellano ribereño» en
la zonificación de Escobar (1978), la observación es de clara importancia dialectal, aunque
se debe resaltar que el propio Escobar presentó el rasgo como propio de las generaciones
mayores.
El resto de trabajos sobre los castellanos de la región andina de sustrato culle se concentran
en el aspecto léxico. Estos estudios se pueden dividir en dos grupos: los trabajos del primer
grupo se concentran en el sistema léxico del castellano independientemente de
consideraciones sustratísticas, mientras que el segundo, el más copioso, se enfoca en las
huellas léxicas del culle en los castellanos regionales. Un aspecto común de estos estudios
es su carácter particularizador desde el punto de vista geográfico. El primer grupo incluye
los trabajos de Schumacher de Peña (2008), Cuba (2007), Cuba (2008) sobre los
hipocorísticos en Pallasca, y, finalmente, Mendoza, Schumacher y Cuba (2003) sobre
frecuencias léxicas de los verbos de Cabana. Entre los segundos, que aportan los datos de
mayor interés para este trabajo, figuran los estudios de Cuba (2000), Flores Reyna (1997,
2000, 2001), Pantoja Alcántara (2000) y Escamilo Cárdenas (1989, 1993). Entre estos
últimos trabajos se debe resaltar la acuciosidad en el registro léxico por parte de FloresReyna, cuyos estudios también incluyen información sobre morfemas atribuibles al culle en
el castellano regional, así como el profundo conocimiento de la economía productiva de la
zona que acompaña los glosarios de Escamilo Cárdenas, sociólogo rural y docente de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Se debe mencionar, finalmente, que solo en
los trabajos de Flores Reyna se encuentra una voluntad de integrar la información sobre las
hablas particulares de cada localidad estudiada con otros datos sobre la región de sustrato
culle en su conjunto, el mismo punto de partida que se encuentra en la base del estudio deCerrón-Palomino (2005) sobre –enque y que adoptaré en este trabajo.
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cuanto a la motivación para el nombre de la lengua a partir de este adjetivo, la entrada colli
runa ‘hombre de piel oscura’, de González Holguín, invita a pensar en una aplicación del
adjetivo de color a una población determinada, la del Huamachuco prehispánico o colonial,
a cuya lengua se habría transferido posteriormente la denominación, por metonimia. Dicha
atribución y bautizo habrían sido realizados por un grupo quechuahablante, lo que
explicaría el origen quechua del étimo.
La mención más antigua de la lengua se remonta a 1618: un auto de visita, enmarcado en la
campaña de extirpación de idolatrías de las primeras décadas del siglo XVII, que instruye al
párroco de Cabana para que prohíba hablar la lengua indígena en su jurisdicción. En el
documento, que forma parte del archivo parroquial de Cabana (Pallasca, Áncash), se
dispone «que ninguna persona hable la lengua que llaman colli» bajo «pena de cinquenta
açotes».7
7 Archivo Parroquial de Cabana (APC), Libro E, fols. 23v-25r (ver apéndice 4). Se deduce la foliación porquelos fols. 19-50 del libro están rasgados en diagonal desde la esquina superior derecha hasta la mitad del folio,de manera que el documento no se puede leer completamente. El actual párroco de Cabana, Teófilo Aquino,me explicó que, en 1948, cuando los padres oblatos recibieron esta parroquia de manos de sacerdotes de ladiócesis de Huaraz, los documentos ya estaban así. Afortunadamente, este corte no afecta la lectura del
párrafo relativo al idioma ni la indicación de la fecha. Existe una publicación local por el centenario deCabana (1901-2001) que contiene una transcripción, hecha por el anterior párroco, padre Guillermo ÁlvarezAranda. En el apéndice 4 presento una transcripción trabajada con el apoyo de Laura Gutiérrez.
Nótese el distanciamiento del redactor a través de la frase de relativo con verbo
impersonal: la lengua que llaman colli. Esto sugiere que el término aún no se incorporaba
claramente a la terminología usada por la iglesia, sino que era una palabra empleada
cotidianamente por otros, tal vez la propia población cullehablante, seguramente bilingüe
culle-castellano —pero más probablemente trilingüe culle-quechua-castellano, como
veremos después—, por los «españoles» avecindados en la región o por ambos grupos
poblacionales. Además de ser, como he adelantado, el único texto que contiene el nombre
de la lengua con vocal abierta, es el único que conecta, desde el discurso extirpador, el usode este idioma con la supervivencia de supersticiones y rituales de «la gentilidad». Es
conocido el celo mostrado en distintos momentos por la iglesia colonial contra el quechua y
el aimara como vehículos de transmisión de las antiguas creencias andinas (Mannheim
1991: 68-71; Andrien 2011: 115); el documento de Cabana, en cambio, se concentra en la
lengua local. Este no parece haber sido el único caso de idioma «menor» tenido por nocivo
para los fines de la evangelización en la primera mitad del XVII, puesto que, en 1646, un
edicto del arzobispo de Lima, Pedro de Villagómez, advierte a los sacerdotes de toda su
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jurisdicción —que incluía Cabana—, que durante las «borracheras», los «indios viejos
amautas» recordaban los antiguos ritos, habitualmente en su lengua, «y especialmente en la
materna de sus pueblos donde la ay, para que los demás no los entiendan, y descubran».8 Es
interesante que este edicto se haya emitido en el pueblo de Huacho, en el corregimiento de
Chancay, que se encuentra dentro de la zona atribuida al quíngnam (Torero 1986: 540-541;
1989: 229, Cerrón-Palomino 2004: 87).9 Antes de la localización del documento de
Cabana, la mención del culle que se tenía por más antigua era la contenida en la Memoria
de las doctrinas que ay en los valles del obispado de Truxillo desde el rio Sancta asta
Colán, lo último de los llanos, de 1630, que lista las diversas jurisdicciones eclesiásticas de
la región costeña del arzobispado de Trujillo, mencionando las órdenes que estaban a cargo
de cada una de ellas y, de paso, las lenguas que predominaban allí. Después de recorrer las
zonas costeñas, de habla mochica y quíngnam, el documento termina señalando que aunqueen toda la sierra se habla «la lengua general del Inga», hay algunos pueblos que tienen «su
lengua particular materna que llaman “culli”», pero se apresura en aclarar que en estas
localidades «también usan de la general» (Ramos Cabredo 1950: 55).10
Como se desprende de este documento, la convivencia entre el culle y el quechua parece
haber sido larga e intensa (ver, sobre este punto, las secciones 3.2 y 3.6), aunque los
8 AAL, Visitas Pastorales, 2, 3. «Lo segundo, por quanto por el Concilio Segundo Provincial está mandado,que quando los indios se bautizan, o se casen no se les permita hazer borracheras, ni actos deshonestos, niotras profanidades; y una de las razones de esta disposición, parece auer sido, porque en tales ocasiones losIndios viejos Amautas acostumbran traer a la memoria de los otros sus ritos gentilicos, y darles noticias de lashuacas y adoratorios, y persuadirlos a que bueluan a ellos; y esto lo hacen de ordinario en su lengua, y
especialmente en la materna de sus pueblos donde la ay, para que los demás no los entiendan, y descubran, yconuiene que tan Santo Decreto assi se guarde, no solamente en los bautismos, y casamientos, sino tambienen las confirmaciones, en las honras de sus difuntos, y en las fiestas de sus Iglesias, y Cofradias; pues ay paraello la misma razón» (fol. 11r, énfasis mío). El mismo edicto, que aparece al final de una visita al pueblo deCabana, se adjunta en una visita al pueblo de Llapo, cuya identidad lingüística no está explícita en ladocumentación y que parece haber formado el límite sureño de la región cullehablante (Visitas Pastorales 2,12). 9 Sin embargo, Salas García (2010: 121) afirma, a partir de las visitas del arzobispo Mogrovejo, que en las
primeras décadas del XVII la quechuización de esta zona ya era generalizada.10Adopto el nuevo fechado de la «memoria» que propone Salas García (2010: 91-92). Netherly (2009: 131) propone un reajuste bastante cercano: 1631-1632. Ramos Cabredo lo había datado en 1638, probablementeguiada por una anotación posterior en el documento, que forma parte de la colección Vargas Ugarte,custodiada por la Compañía de Jesús. El propio Vargas Ugarte menciona un expediente de la colecciónPapeles S. XVII, del Archivo Arzobispal de Trujillo (actualmente cerrado para los investigadores), queconsiste en un capítulo contra Bernardo Díaz Mondoñedo, cura de San Sebastián de Trujillo (hoy Belén),quien «llamado a confesar a una india serrana de lengua culla, no lo pudo hacer por ignorarla, aun cuandoconocía la yunga o mochica» (Vargas Ugarte 1953, I: 51, nota 3), donde culla debe de ser una mala lectura deculle o culli. Agradezco a José Antonio Salas por esta indicación.
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escasos datos no apuntan a algún tipo de vinculación genética. 11 Una de las manifestaciones
más claras de este contacto reside en la cantidad de préstamos quechuas que contienen las
dos listas de léxico culle de que disponemos. Si descartamos estos préstamos, ambas listas
entregan un total de entre 48 y 53 palabras simples, 12 cuatro frases nominales con núcleo y
modificador —<ahhi ogoll> ‘hijo hombre’ vs. <usu ogoll> ‘hija mujer’; <urù sag ̽ars>
‘tronco’, donde <urù> es árbol; <còñpulcasù> ‘olas’, donde <coñ> es ‘agua’; <mai-vil>
‘sandalias’, donde <mai> es ‘pie’, y <huiku-vana> ‘comedor de pan’— y dos oraciones
finitas: < pičon-goñ> ‘el pájaro bebe agua’ y <ki amberto gualpe> ‘quiero comer una
gallina’, con el préstamo quechua gualpe < wallpa y el probable pronombre de primera
persona singular culle ki.13 El vocabulario más antiguo aparece en una columna de la tabla
denominada «Plan que contiene 43 vozes castellanas traducidas a las 8 lenguas que hablan
los Yndios de la costa, Sierras y Montañas del Obispado de Truxillo del Perú», junto asendos listados del «quichua», el «yunga» o mochica, la «lengua de Sechura», la «de
Colan», la «de Catacaos», la «de los Hivitos» y la «de los Cholones». Esta tabla fue
elaborada a finales del siglo XVIII por el obispo de Trujillo, Baltasar Jaime Martínez
Compañón (1978 [1790]).14 La segunda lista fue recogida alrededor de 1915 por el padre
Teodoro Gonzales Meléndez, sacerdote de Cabana, en el caserío de Aija, cercano a su
parroquia,15
11 De hecho, el culle sigue considerándose como una lengua genéticamente independiente. Adelaar con la col.de Muysken (2004: 403) señala, aparte del quechua, algunas escasas coincidencias léxicas con las lenguas dePiura y con el mochica, atribuibles al contacto lingüístico.12 El margen de duda se debe a que se puede discutir si dos pares de palabras culles deben considerarse comoun mismo ítem léxico o no, aunque provengan de la misma raíz: <caní> ‘muerte’ en Martínez Compañón y<kani> ‘muerto’ en Gonzales; <urù> ‘árbol’ en Martínez Compañón y <guro> ‘palo’ en Gonzales. Asimismo,en Martínez Compañón hay tres ítems cuyo origen quechua no es seguro: <mamă> ‘madre’, <miù> ‘comer’ y<cuhi> ‘gozo’.13 Sin más datos sintácticos, sería aventurado considerar la <e> final de guallpe como una marca de acusativo.14 Para un análisis integral de esta tabla, ver Torero 1986; Cerrón-Palomino 2004: 91-97; y Adelaar con la col.de Muysken 2004: 397-407.15 Sobre el padre Gonzales, ver la nota 73 en el cap. 3. Sobre la identificación de Aija como la localidad dondese recogió la lista, ver la misma nota.
y fue dada a conocer en 1949 (Rivet 1949), en paralelo con el listado de
Martínez Compañón (Rivet 1949; Zevallos Quiñones 1948). Este fue, al parecer, el último
testimonio recogido de boca de hablantes, capaces de construir oraciones en la lengua.
Aparte de la versión de Rivet, existe una copia del listado aparentemente hecha por
Santiago Antúnez de Mayolo, como se detallará en el capítulo 3.
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Además de ambos listados, la crónica de los primeros agustinos que evangelizaron la
provincia colonial de Huamachuco (San Pedro 1992 [1560]) entrega un conjunto de
palabras que se pueden asignar al idioma, además de muchos términos quechuas. Silva
Santisteban (1986) presentó un listado conjunto de las palabras culles conocidas hasta
mediados de la década de 1980 a partir de estas tres fuentes.16
Valiéndose de los datos léxicos entregados por las dos listas mencionadas y por las fuentes
del XVI, la lingüística andina ha podido reconstruir el área de emplazamiento del culle a
través del examen de la toponimia (ver el mapa 1.1). Adelaar (1990 [1988]) y Torero
(1989) llegaron, de manera independiente, a sendas hipótesis sobre esta área, el primero
después de un minucioso trabajo de campo en la región, orientado inicialmente a localizar
comunidades que todavía pudieran hablar la lengua; el segundo, mediante la revisión de los
mapas del Instituto Geográfico Nacional. De este modo, a través de metodologías
diferentes, se llegaba, básicamente, a la misma conclusión. El área en la que ambos están de
acuerdo y que denominaré, a lo largo de este trabajo, «zona consensual» comprende, desde
el norte, el territorio actual de la provincia cajamarquina de Cajabamba, el de todas las
modernas provincias serranas de La Libertad y el de la provincia ancashina de Pallasca. El
A esas palabras debe
sumarse ahora un corpus amplio de indigenismos no quechuas ni aimaras recopilados en los
años recientes, muchos de ellos atribuibles al culle (Adelaar 1990 [1988]: 87, 95-96; Castro
de Trelles 2005: 209-210; Cuba Manrique 2000; Escamilo Cárdenas 1993, 1989; Flores
Reyna 1997, 2000, 2001; Pantoja 2000; Andrade 1995a: 104-111, 2011). Sin embargo,
hace falta un trabajo integral de selección minuciosa a partir de este bagaje. Se ha planteado
que existió un catecismo escrito en culle a partir de una lectura de la crónica agustina
(Castro de Trelles 1992: XL); sin embargo, no resulta transparente que el redactor de estarelación, Juan de San Pedro, distinguiera el idioma local del quechua, lengua que también
se manejó en la jurisdicción de Huamachuco, de tal modo que cuando el redactor mencionó
«oraçiones y credo en la lengua, tal como se ha hecho en guamachuco» (San Pedro 1992
[1560]: 225), esta lengua podría estarse refiriendo al quechua o bien al culle.
16 Agregó también tres palabras que ahora, después del análisis toponímico de Torero (1989), se consideran parte del léxico de la lengua den, de Cajamarca. Estas palabras — nus ‘señora’, losque ‘doncella’ y mizo ‘criada’— fueron identificadas en el testamento de don Sebastián Ninalingón, curaca de Xaxadén, en 1573(Espinoza Soriano 1977).
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límite occidental habría estado marcado por el fin de la cordillera; así, en la costa, el área
culle habría limitado con la del mochica y el quíngnam.17
Fuera de esta precisión, que se desprende de las fuentes mismas, el límite norteño de la
zona de emplazamiento del culle ha sido difuso desde el inicio del estudio de esta lengua.
Etnohistoriadores como Silva Santisteban (1982, 1986) y Espinoza Soriano (1977, 1974a) plantearon que el valle de Cajamarca, e incluso la zona de «los Huambos» —que cubrió, en
tiempos coloniales, básicamente los territorios de las actuales provincias de Cutervo y parte
de las de Chota y Santa Cruz—, fueron de habla culle, guiándose por informaciones
coloniales y arqueológicas sobre la equivalencia de cultos y de manifestaciones de la
cultura material entre Cajamarca y Huamachuco. Torero (1989) estudió la toponimia de la
zona a partir de los mapas del Instituto Geográfico Nacional, e identificó distinciones entre
los componentes típicos de la toponimia culle y los del territorio cajamarquino no
correspondiente a las provincias de San Marcos y Cajabamba. Sobre esta base, propuso dos
áreas toponímicas distintas, que se superponen en parte, y que habrían derivado de sendos
fondos idiomáticos, denominados den y cat a partir de las terminaciones más frecuentes de
los nombres geográficos en ambas zonas. Posteriormente, Adelaar con la col. de Muysken
(2004) identificó un conjunto de correspondencias léxicas entre la zona culle y palabras del
quechua de Cajamarca no pertenecientes al fondo quechua, lo que sugiere un sustrato culle
para estas variedades;
El límite oriental estaría dado
aproximadamente por el cauce del río Marañón. Es importante mencionar que, si nos
guiamos por la carta de postulación de curatos que el sacerdote Miguel Sánchez del Arroyo,
cura de Ichocán y del pueblo de Condebamba, envió a la curia de Trujillo en 1774, en la
que se jactaba de conocer, además del quechua, el culle «por curiosidad e industria»
(Zevallos Quiñones 1948: 118), tendríamos que ampliar la frontera de la «zona consensual»
hasta la provincia de San Marcos, pues Ichocán se localiza en su actual territorio.
18
17 Zevallos Quiñones sugirió una avanzada culle hacia la costa, en el valle de Virú. Sin embargo, losfundamentos que presenta, básicamente apellidos indígenas, no son convincentes (Zevallos Quiñones 1999: 1,3).18 En Adelaar (2012: 210) se insiste en esta idea.
por ello, llamó a profundizar el análisis para explicar la aparente
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contradicción entre el léxico y la toponimia en cuanto a la identidad lingüística prequechua
del valle de Cajamarca.19
En cuanto al sur, en un trabajo reciente, George Lau ha analizado con cuidado la toponimia
de los sitios arqueológicos, a fin de evaluar la posibilidad de ampliar la frontera del culle
hasta Recuay, pero no ha llegado a resultados concluyentes: «la evidencia es ambigua para
la existencia de una entidad geopolítica recuay cullehablante debido a que no se pueden
fijar los topónimos de manera sistemática en el tiempo», afirma (Lau 2010: 145).
20
Los componentes toponímicos que han permitido trazar el área de expansión de la lengua se
listan en el siguiente cuadro, en el que se especifican, en la primera columna, las variantes
de cada componente. En la segunda columna, se precisa el significado del elemento, si es
que este se ha logrado establecer, así como el fundamento presentado para esta postulación.
Si los autores han tenido ideas discrepantes sobre el significado del componente, se detalla
Solís
Fonseca, por su parte, ha propuesto una extensión hasta Bolognesi, en el límite sureño del
moderno departamento de Áncash, sobre la base de una equivalencia discutible, como
veremos después, entre la difusión de la lengua y la del culto de Catequil, la deidad
principal del panteón huamachuquino (Solís Fonseca 2009: 15; 2003; 1999: 34). Antes queestos autores, Adelaar había propuesto una avanzada hacia el sureste siguiendo el cauce del
río Marañón, por la frontera entre los departamentos de Áncash y Huánuco. Para ello, se
basó en el hecho de que en la segunda visita que hizo el arzobispo de Lima, Toribio
Alfonso de Mogrovejo, a fines del siglo XVI, se mencionó una lengua linga e ilinga en
toda la «zona consensual», pero también en Mancha y Huarigancha, en la mencionada
frontera (Adelaar 1990 [1988]: 86). Torero, por su parte, pensaba que se trataba de colonias
de cullehablantes traspuestas de sus lugares de origen, a la manera de mitmas (Torero 1989:
227-228). Cerrón-Palomino (2005: 126, nota 2) ha cuestionado esta equivalencia. En la
subsección 3.2 presento los argumentos de este autor y añado otros dos, basados en la
misma visita, para sostener que las denominaciones linga e ilinga aludían al quechua.
19 En Adelaar (2012: 203) se señala que algunas de las mencionadas correspondencias también se observan enel quechua de Ferreñafe, que probablemente también habría heredado esas palabras de una lengua previa alquechua. 20 La idea había sido propuesta por otros arqueólogos previamente: entre otros, Grieder (1978). Ver Lau(2010) para más referencias.
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22
el apellido del autor al costado de cada glosa. En cuanto a los procedimientos para la
asignación de significado, los investigadores han seguido dos caminos: o se han basado en
la documentación existente —la opción más confiable si se interpreta con cautela, como
sucede con <quida>, que aparece como ‘mar’ en el listado de Martínez Compañón, y ha
sido glosado como ‘laguna’ por Adelaar con la col. de Muysken (2004: 402)— o se han
fundamentado en una observación de los referentes geográficos más frecuentes a los que
aparece asociado el componente. Este es un camino sensato a falta de datos documentales,
pero es menos confiable que el primero, por dos razones: primero, los investigadores
miramos la geografía andina desde enfoques inevitablemente sesgados por las concepciones
modernas, lo que supone un margen de error en la asociación entre topónimo y referente, a
pesar de la frecuencia, y, segundo, en la toponimia andina es habitual la transposición del
nombre a un fenómeno geográfico adyacente; así, por ejemplo, un río termina recibiendo elnombre de la quebrada por la que pasa y, muchas veces, cambia de nombre adoptando las
designaciones de los accidentes geográficos más prominentes a lo largo de su cauce. Por
ello, es preferible una asignación de significado respaldada en la documentación, cuando
ello es posible y siempre que se base en una interpretación cuidadosa y crítica, no
mecánica, de la fuente documental. En la tercera columna se brindan ejemplos de cada
componente, y, finalmente, en la cuarta, se especifican las referencias bibliográficas
relevantes para cada componente revisado.21
21 Aparte de los componentes presentados en el cuadro, los investigadores han identificado, en el corpus de
topónimos disponible, algunos lexemas no específicamente productivos en la toponimia, pero que formaban parte del léxico general del culle y, como tales, aparecen en los nombres geográficos. Dichos lexemas sonogoll ‘hijo’, como posiblemente en Agallpampa (Adelaar 1990 [1988]: 90; Torero 1989: 227); cau ‘lluvia’,como en Cauday ‘loma de la lluvia’ (Torero 1989: 227; Adelaar 1990 [1988]: 89); sim, de significadoindeterminado, como en Simbal (Torero 1989: 227); uru ‘palo, árbol’, como en Uruloma ‘loma del árbol’(Torero 1989: 227); mun ‘luna’, como en Munday ‘loma de la Luna’ (Adelaar 1990 [1988]: 90); mu ‘fuego’,como en Mumalca ‘poblado de fuego’ (Adelaar 1990 [1988]: 90); nau, de significado indeterminado, como en
Naubamba (Krzanowski y Szeminski 1978: 29-30; Adelaar 1990 [1988]: 90; Adelaar, con la col. de Muysken2005: 403); chuchu ‘flor’, como en Chuchugal (Torero 1989: 251); y lluca ‘viento’, como en Llucamaca (Torero 1989: 252).
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Componentetoponímico
Significado y fundamentación Ejemplos Referencias
–con ~ –coñ ~
–gon ~ –goñ ‘río’ (Torero)‘agua’ (Adelaar y Musken)Fundamentación basada en ladocumentación
Porcón, Miragón, Acogoñ,
Conchucos Krzanowski y Szeminski 1978: 25Adelaar 1990 [1988]: 91Torero 1989: 221Adelaar con la col. de Muysken 2004: 402
-chuco ~ -chugo ‘tierra en el sentido demarcatorio’Fundamentación basada en la
documentación
Conchucos,
Huamachuco,Cerripchugo,
Santiago de Chuco
Adelaar 1990 [1988]: 91Torero 1989: 221
Adelaar con la col. de Muysken 2004: 402-day ~ -tay ‘montaña, roca’ (Adelaar)a ‘montaña’ (Adelaar y Muysken)‘cerro’ (Torero 1989)Fundamentación basada en correlacióncon el referente
Mayday, Namuday,
Chochoconday, Aragostay,
Pinantay
Adelaar 1990 [1988]: 89Torero 1989: 221, 227Adelaar con la col. de Muysken 2004: 402
–bal ~ –ball ~ –ual ~
–guall ‘caserío, aldea, granja’ (Adelaar)‘pampa’ (Torero)Fundamentaciones basadas encorrelación con el referente
No especificado (Adelaar y Muysken)
Simbal, Marcabal, Camball,
Huachacual, Huadalgual Adelaar 1990 [1988]: 88;Torero 1989: 221, 227Adelaar con la col. de Muysken 2004: 402
–maca ‘cerro’ (Torero)‘colina, loma, cerro bajo’ (Adelaar)Fundamentación basada en correlacióncon el referente
No especificado (Adelaar y Muysken)
Shiracmaca, Cruzmaca Torero 1989: 221, 227Adelaar 1990 [1988]: 90Adelaar con la col. de Muysken 2004: 402
–bara ~ – vara
~ – huara
‘terreno en pendiente’ (Cuba)b No especificado (Adelaar y Muysken)
Fundamentación basada en correlacióncon el referente
Parasive,
Survara, Chinchivara, Tunas
Suara
Torero 1989: 221, 231Cuba 1994: 5Adelaar 1990 [1988]: 90Adelaar con la col. de Muysken 2004: 403
-queda ~ -quida ~ -
guida ~
-gueda
‘lago’Fundamentación basada en ladocumentación
Lláugueda
Araqueda Krzanowski y Szeminski 1978: 25Adelaar 1990 [1988]: 89Torero 1989: 226Adelaar con la col. de Muysken 2004: 402
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Componentetoponímico
Significado y fundamentación Ejemplos Referencias
– pus~ – pos ‘tierra en el sentido mineral’Fundamentación basada en ladocumentación
Parrapos,
Ogorpus Adelaar 1990 [1988]: 90Adelaar con la col. de Muysken 2004: 402
– uran~ – goran ~
– guran ‘río’Fundamentación basada en ladocumentación
Sanagorán, Candigurán,
Surgurán Adelaar 1990 [1988]: 90Torero 1989: 226
– sicap ~ –chacap ~
–sácape ~
–chácape
‘chacra, granja’ (Adelaar)Fundamentación basada en correlacióncon el referenteIndeterminado (Adelaar con la col. deMuysken)
Sinsicap, Sagasácape, Monchacap Adelaar 1990 [1988]: 89Torero 1989: 226
Adelaar con la col. de Muysken 2004: 403
-chall ~ -chal Indeterminado Uruchal, Huamanchal,
Cayanchal
Adelaar con la col. de Muysken 2004: 403Andrade 1999: 417Torero 1989: 226, 231
-da ~ -ta Indeterminadoc Ichocda, Cachaida, Calagayta Adelaar con la col. de Muysken 2004: 403-gall ~-gal ~
–galli ~ –calli
Indeterminado Chuchugal, Sangal, Uragalli,
Chichacalle
Adelaar con la col. de Muysken 2004: 403
– ganda ‘cerro’ (Torero)Fundamentación basada en correlacióncon el referente
Shagaganda, Altuganda ‘cerro alto’ (Torero)
Torero 1989: 227Adelaar 1990 [1988]: 89
a –tay como variante de –day recién se plantea en Adelaar con la col. de Muysken 2004: 402. Anteriormente, se lo consideraba un segmento aislable, pero de
filiación indeterminada, sin relación con –day (Andrade 1999: 419). Sería necesario precisar los condicionamientos que determinan la variación entre ambasformas. b Anteriormente se consideraba a –huara como un segmento independiente, cuya atribución al culle no era segura (Krzanowski y Szeminski 1978: 23; Torero1989: 226, 231). Ahora, Adelaar con la col. de Muysken (2005: 403) lo considera una variante de – bara y – vara. Sería necesario precisar las condiciones de esavariación. c Anteriormente se consideraba a –da variante de –day (Adelaar 1990 [1988]: 89; Torero 1989: 221, 226). No se había aislado el segmento –ta como variante de –
da.
Cuadro 1.1. Componentes característicos de la toponimia culle
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25
En mi revisión bibliográfica, he podido obtener evidencia adicional sobre dos de los
componentes listados en el cuadro anterior. En primer lugar, sobre – day, en un texto de
geografía escolar de la provincia de Cajabamba (Berástegui 1933), se dice, con mucha
seguridad, que – day significa ‘loma’. El autor señala lo siguiente: «La laguna de Ushunday,
que significa loma del moscón negro o zumbo; se encuentra al Sudoeste de la capital; es
extensa, pero de muy poco fondo y llena de totorales; no tiene desagüe». La glosa es
confiable por dos razones: ushun o, más precisamente, užun es, en efecto, el nombre de un
insecto descrito como ‘abeja silvestre’ (Quesada 1976a: 95) y como ‘avispón de color
negro’ (Cárdenas Falcón y Cárdenas Falcón 1990: 136), y esto coincide con «loma del
moscón negro o zumbo» como significado de Ushunday. En segundo término, Berástegui
entrega correctamente el significado de topónimos de origen quechua, que son plenamente
verificables, a lo largo de su obra. Se puede postular ‘loma’, entonces, como el significadodel componente – day, que para Adelaar y para Torero significaba ‘cerro elevado’ y ‘roca’,
respectivamente. Nótese que las interpretaciones de ambos estudiosos se basaban en la
correlación con el referente y no en la documentación, ya que no existían datos sobre – day.
La segunda precisión atañe al muy frecuente componente –bal ~ –ball, con variantes –gual,
–hual y – ual . En un documento de tierras de 1781, correspondiente a la zona limítrofe entre
Cajabamba y Huamachuco, se explicita el significado de Vilcahual como ‘rincón de vilca’,
permaneciendo vilca sin traducción: «Lo sierto es [...] que el Alcalde a vista de losdocumentos del dicho Tomas se explicó con la voz Vilcagual que significa rincon de vilca,
y asi el citio esta en un rincon del serro de Vilcapampa», argumenta una de las partes en
conflicto, la de los indígenas.22 El coronel Josef Antonio de Escalante, la otra parte,
sostenía, en cambio, en 1780, una distinción entre Vilcabal, que «es lengua yndica ó natural
que quiere decir altura de Vilca», y Vilcagual, que «se entiende por rinco[n] de Vilca».23
22 Archivo Regional de La Libertad (ARLL), Intendencia, Subdelegación de Huamachuco, expediente 2898,«Autos que siguen el comun de indios del pueblo de Huamachuco con Don Antonio José Escalante sobre elderecho a unas tierras», fol. 18v.23 Archivo Regional de Cajamarca (ARC), Corregimiento, Cajabamba, Causas Ordinarias, Leg. 1, 1631, «Elcoronel D. Josef Antonio de Escalante, dueño de la hacienda de Colcas, en juicio con la comunidad del pueblode Huamachuco sobre mejor derecho de propiedad del potrero llamado Guadalcostai, ubicado en la provinciade Guamachuco», fol. 362r.
Según el testimonio de Escalante, se trataba de dos lugares distintos que los indígenas
querían hacer pasar como uno solo para despojarlo de su propiedad. El cotejo documental
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26
apunta a la indistinción que defendían los indígenas, pues en otro documento más
temprano, correspondiente a la zona de Atun Conchucos, en Pallasca, el mismo redactor
escribe indistintamente <Yungabal> y <Yungaual> para el mismo paraje.24 De ser correcto
el significado brindado por los indígenas, y por Escalante para Vilcagual, –ball ~ –bal ~ –
gual ~ –ual sería un componente equivalente a kuchu ‘rincón’ del quechua, y no tendría
mucho que ver con las lecturas propuestas en la literatura: ‘caserío, aldea, granja’ (Adelaar
1990 [1988]: 88) y ‘llanura, campo, pampa’ (Torero 1989: 221, 229).25
Sobre el sistema fonológico de la lengua, Adelaar con la col. de Muysken (2004: 402) ha
planteado que el culle tenía un sistema vocálico similar al del quechua y el aimara, es decir,
con tres vocales: a, i, u. Los topónimos que muestran o, explica, indican que esta vocal
aparece en la vecindad de /r, q, g/, y se observan casos de aparente armonía vocálica, como
en Chochoconday. Asimismo, postula una distinción entre los órdenes velar y posvelar (/q/
y /k/). Fonotácticamente, señala como un rasgo inusual el hecho de que en los compuestosque tienen un segundo elemento que se inicia con oclusiva, esta tiende a sonorizarse,
mientras que el primer componente puede terminar con oclusiva sorda, como en Ichocda y
Shiracball , lo que le da una sonoridad especial a la toponimia de la lengua. Por otra parte,
Aparte de
componentes toponímicos, se ha planteado que dos sufijos del castellano regional proceden
del culle: en primer lugar, el aumentativo – enque, como en flaquenque ‘extremadamente
flaco’ (Cerrón-Palomino 2005) y el diminutivo – ash, como en cholasho ‘muchachito’ y
chinasha ‘muchachita’ (Flores Reyna 1997, 2000, 2001; Cerrón-Palomino 2005: 136;
Andrade 2010: 169-173). Desarrollo ambos temas con detalle en las secciones 4.3.1.5 y4.3.1.1, respectivamente.
24 AAL, Capítulos, 14, 1, fols. 162r, 163r.25 En Andrade (1999) presenté un listado de los componentes toponímicos consensualmente atribuidos alculle, junto con un listado de otros componentes cuya atribución a este idioma era poco clara. De estosúltimos, aquellos sobre los que ningún trabajo ha insistido posteriormente son –ayda ~ –alda ~ –ida,
propuesto por Torero (1989: 226), como en Cachayda, Muchucayda y Huayacalda; y –chic ~ –chique,
también propuesto por Torero (1989: 226) como en Capachique, Sanchique y Pasachique. El primer grupo detopónimos sería objeto de un análisis distinto por parte de Adelaar con la col. de Muysken 2004: 403, quesegmentan, más bien, – da. En cuanto a – chique, sugerí en ese momento, a partir del material que analicé, que
podía ser de origen quíngnam o mochica. Ahora que se cuenta con algo más de evidencia léxica delquíngnam, sería un buen momento para evaluar esa propuesta. También sugerí como posibles componentesculles – dan, como en Cachicadán y Cahuadán; – buc, como en Puribuc y Sambuc; y – umas, como enChacomas y Sañumas. En el documento citado en la nota anterior, aparece también Adaumas. Otrocomponente aislable en la región, a partir de la documentación revisada, es – ullo, como en Guarasullo,
Huatullo y Mormorullo (no necesariamente debería pensarse en un origen quechua para este segmento: q. ullu ‘pene’).
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ha planteado una diferencia dialectal, en el nivel fonético-fonológico, entre la zona sureña
del «área consensual», es decir, Pallasca y Santiago de Chuco, y el resto de la región: en la
primera zona, se encuentran /ñ/ y /λ / en final absoluto, mientras que más al norte,
encontramos los fonemas no palatales /n/ y /l/: así, Acogoñ y Camball en el sur frente a
Chusgón y Marcabal en el norte. Es llamativo que /ñ/ y /λ / aparezcan a final de palabra,
rasgo que debe resaltarse como diferenciador de la lengua, aunque restringido
dialectalmente, pues ni la fonotaxis del quechua ni la del aimara admiten esta posibilidad,
salvo marginalmente para /λ/ en algunos registros esporádicos de chankill ‘alga’ y
chunchull ‘intestinos’ (Vocabulario Políglota Incaico 1905 para el segundo caso), que en la
mayor parte de variedades se consignan con /l/ final. En cuanto a la morfosintaxis del culle,
se puede decir que, en las frases nominales, tal como en el quechua y en el aimara, el
núcleo ocupa la posición derecha, mientras que el modificador se antepone (Torero 1989:227; Adelaar con la col. de Muysken 2004: 402). En la lista de Martínez Compañón, los
verbos terminan marcados con un segmento <ù>, lo que sugiere una marca de infinitivo (/u/
o /w/; Adelaar con la col. de Muysken 2004: 402). Ya he mencionado el pronombre de
primera persona singular ki, que aparece en una de las dos únicas oraciones recopiladas en
las listas léxicas. Adelaar con la col. de Muysken (2004: 402) encuentra esta marca en los
segmentos iniciales de quimit ‘hermano’, quinù ‘padre’ y cañi ‘hermana’, suponiendo que
estamos ante prefijos de la marca de primera persona; sin embargo, como él mismo
reconoce, esto se contradice con el hecho de que un apellido temprano de la zona es Quino.
Otra palabra en la que podría aparecer esta marca, de acuerdo con este autor, es quiyaya, el
nombre de unas cantoras tradicionales, tomado a partir del estribillo que entonan
constantemente: quiyaya, quiyayita, donde yaya puede entenderse como el préstamo
quechua para ‘Dios’, tal como aparece en la lista de Martínez Compañón.
En esta lista de finales del XVIII, se describe al idioma como la «lengua Culli de la
provincia de Guamachuco». Huamachuco fue, en efecto, el núcleo de una región cultural y
lingüística marcada en tiempos prehispánicos por el culto de Catequil como deidad del rayo
y el trueno, y un complejo panteón construido en torno a su figura y a la de su padre
Ataguju. La identificación y descripción de este panteón fue el objetivo central de la
crónica agustina. Según las prospecciones arqueológicas orientadas a localizar los lugares
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correspondientes a este conjunto de huacas (Topic 1992), la distribución de esta red
coincide de manera llamativa con el área de la «zona consensual», incluido el territorio de
la actual Cajabamba. Por eso tienen razón Topic (1998) y Lau (2010: 148) cuando enfatizan
que, en esta faceta de la historia andina, religión y lengua parecen haber estado muy
imbricados. Además del curacazgo de Huamachuco, el culle fue también la lengua del
grupo Conchuco, parte de la agrupación mayor de «los Conchucos», que se desarrolló al sur
del río Tablachaca, y que congregó también grupos quechuahablantes como los siguas, los
piscobambas, los pincos y los huaris (León Gómez 2003: 459; Chocano 1986: 14). Estas
sociedades se encontraban organizadas en pachacas como unidades básicas, las cuales, a su
vez, conformaban curacazgos que mantenían una suerte de equilibrio político entre sí, sin
conformar macroetnias dirigidas por un grupo hegemónico (León Gómez 2003: 160). Esta
autonomía se traducía, en el terreno idiomático, en la posibilidad de que los curacazgosmantuvieran lenguas distintas, como sucedía en Conchucos, donde el grupo conchuco era
básicamente cullehablante (pero tenía al quechua como segunda lengua) y los demás grupos
eran principalmente quechuahablantes. Los centros de poder más representativos del
curacazgo de Huamachuco y del grupo Conchuco fueron, respectivamente,
Marcahuamachuco y Pashash, este último descrito como un gran sitio funerario y defensivo
en Cabana.
Además de la religión, Lau (2010) ha propuesto dos elementos de la cultura material para
asociarlos con el área de emplazamiento del culle: en primer lugar, un típico complejo de
recintos circulares o semicirculares que rodean un espacio común abierto, parecido a un
patio, observable en Marcahuamachuco, Yayno y diferentes puntos de Santiago de Chuco
y Pallasca; y en segundo término, un tipo de cabeza clava de forma realista («life-like»),
que ha sido descrita especialmente para Huamachuco, Santiago de Chuco y Pallasca. La
mayor parte de autores que han trabajado sobre el tema consideran que el culle se habló en
esta región antes que el quechua; según Krzanowski y Szeminski (1978: 40) desde el
Intermedio Tardío y, para otros, desde los primer os siglos de nuestra era (Torero 1989:
243). Cómo llegó el quechua a la región implica considerar un debate más amplio, y
actualmente en pleno desarrollo, que abre nuevas preguntas y perspectivas.
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1.2.3 Antecedentes sobre la presencia del quechua en los Andes norperuanos
La familia lingüística quechua tiene, entre las lenguas que la conforman, un conjunto de
variedades norteñas que escapan a lo que los estudiosos han llamado la «zona continua de
quechua peruano», un amplio «corredor» de variedades que, hasta la segunda mitad delsiglo XX, iba desde la sierra central del Perú —el llamado callejón de Conchucos, en el
norte del departamento de Áncash— hasta los territorios de Moquegua y Puno (Torero
2002: 58). Se trata de las variedades quechuas habladas en Ecuador y Colombia, las de la
Amazonía peruana —el quechua lamista, el chachapoyano, el santarrosino de Madre de
Dios y el loretano, este último localizado en las cuencas del Napo, el Pastaza, el Tigre y el
Putumayo— y, finalmente, el ferreñafano y el cajamarquino. Por su ubicación geográfica,
estas dos últimas son las variedades norteñas que más interesan en este análisis. El quechua
ferreñafano se habla en los distritos de Incahuasi y Cañaris (provincia de Ferreñafe) y en el
centro poblado de Penachí (distrito de Salas, provincia de Lambayeque), en el
departamento de Lambayeque, así como en algunos distritos de las provincias
cajamarquinas de Cutervo y Jaén. El cajamarquino, por su parte, se habla en los distritos de
Chetilla, Cajamarca (Porcón), Baños del Inca y Llacanora, en la provincia de Cajamarca,
así como en las provincias de Hualgayoc y Bambamarca, también en el departamento de
Cajamarca (Quesada 1976b: 27; Torero 2002: 81; Adelaar, con la col. de Muysken 2004:
186).26
Es probable que, en el pasado, el quechua estuviera más diseminado en Cajamarca que lo
que muestran sus enclaves del presente. A partir de la revisión de la «Relación de la tierra
de Jaén», de fines del siglo XVI, Torero (1993) señala la presencia del quechua en el sector
suroccidental de la hoya de Jaén, en los pueblos de Querocoto, Chimache, Chontalí,
Guaratoca, Sallique, Tabaconas y Pucará. El estudioso sugiere la posibilidad de que estequechua, aunque es denominado «lengua del inga» o «lengua general» por la fuente
colonial, pudiera haber sido un quechua «propio de esos pueblos desde la época
Además de Baños del Inca, Adelaar (2012: 204) menciona que la localidad dePariamarca habría sido hasta tiempos recientes de habla quechua; en ambas, añade, sería
posible encontrar hablantes todavía.
26 Las informaciones sobre hablas quechuas en la sierra de Piura son todavía preliminares (Adelaar 2012:201). Se cuenta también con un léxico del quechua de La Macañía, Pataz, La Libertad, variedad que muestravínculos claros con los quechuas ancashinos (Vink 1982; Adelaar 1990 [1988]; Adelaar con la col. deMuysken 2004: 173).
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30
prehispánica» y que no hubiera sido «extendido a ellos a raíz de las acciones españolas de
conquista», aunque la toponimia sugiere otra lengua de sustrato (Torero 1993: 464). Una
revisión somera de los expedientes de Causas Criminales en los que participaba el
Procurador de Naturales de Cajamarca, en el siglo XVII, refuerza la idea de que el quechua
estuvo más diseminado en Cajamarca de lo que se observa en el presente, ya que las
declaraciones de los indígenas procedentes de distintas zonas de Cajamarca que no eran
«ladinos» se interpretaban en quechua.27
Los quechuas ferreñafano y cajamarquino (parte del llamado grupo IIA o Límay norteño en
la clasificación tradicional) son las variedades más cercanas a la región de interés por el
norte, mientras que por el sur, los quechuas vecinos son los del subrgupo Conchucos (del
grupo Huáilay, rama Central del quechua I en la clasificación tradicional), especialmente
las hablas de las provincias ancashinas de Sihuas y de Corongo, ubicadas en el extremo
norteño de la «zona continua» (Cerrón-Palomino 1987a: 236; Torero 2002: 55-58, 76-77),
así como el quechua de La Macañía, Pataz, el único hablado en La Libertad (Vink 1982).Mientras que los quechuas conchucanos se han entendido consensualmente como resultado
de la expansión más antigua de la familia idiomática (Torero 2002: 86), el origen de las
variedades ferreñafana y cajamarquina ha sido, desde el inicio de los planteamientos
dialectológicos sobre la familia quechua, materia de un largo debate que, lejos de haber
Rivet (1949: 2) afirma que el quechua era la
lengua general del obispado de Trujillo en el siglo XVIII y señala como quechuahablantes
el valle de Tabaconas, en el territorio actual de la provincia de San Ignacio, y el alto Chota.
Por último, Middendorf, en el siglo XIX, afirmó que «los indios de los alrededores [de
Cajamarca] hablan el antiguo idioma del país y muchos ignoran, en absoluto, el castellano»
(Middendorf 1973 [1895], 3: 129-130).
27 Por ejemplo, ARC, Corregimiento, Causas Criminales, Protector de Naturales, Leg. 1, «El protector denaturales del corregimiento de Cajamarca en nombre del indio Martín Quispe denunciando a los alcaldes del
pueblo de Pomabamba (Huaraz) por apropiación ilícita de sus bienes», 1628; «El protector de los naturalesBaltazar Castrejón en nombre de Antón Pachamango contra Hernando Alonso Zenteno español por abigeato»,1659; «El protector de los naturales del corregimiento de Cajamarca, en nombre de Lorenzo Guaman yDomingo Guaccha Quispe, arrieros de esta villa, del ayllo Forasteros…», 1666. Sería necesario hacer unarevisión sistemática de esta serie con el objetivo de mapear la dispersión del quechua en la Cajamarca delsiglo XVII.
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31
terminado, se encuentra en pleno desarrollo. Incluso la asociación entre ambas variedades,
que ha gozado del acuerdo de la mayor parte de investigadores, ha sido cuestionada.28
A fines de la década de 1960, Alfredo Torero prestó atención especial a los quechuas
cajamarquino y ferreñafano y, con un procedimiento léxico atado a la glotocronología, unatécnica cuantitativa basada en la medición de la distancia temporal entre variedades de un
idioma a través de la observación de similitudes y diferencias en el léxico, propuso que
estas variedades provenían de lugares distintos en el actual territorio de Lima: Cajamarca,
de Yauyos, provincia donde se hablan los quechuas de Laraos y Lincha, también
catalogados como IIA (Limay sureño), y Ferreñafe, de Canta, más cerca de Pacaraos, donde
se hablaba por lo menos hasta la década de 1970 otra variedad quechua catalogada por
Torero como IIA (Limay central), el quechua pacareño (Torero 1968). Posteriormente,
orientó hacia la costa de Lima, entre los valles del Rímac y Cañete, el lugar de origen de
Cajamarca, y en cuanto a Ferreñafe, postuló como punto de partida los valles costeños de
Lima, de Chancay a Pativilca (Torero 1972: 77-80). En su última publicación sobre el tema,
en la que introdujo la etiqueta Limay norteño para estas variedades, insistió, en términos
más amplios, en situar la zona de procedencia de ambos quechuas entre las cuencas de los
ríos Chancay y Cañete, en torno a la actual ciudad de Lima. Además, propuso que el
camino que siguió la variedad antecesora de estos quechuas en su escalada hacia el norte
atravesó la sierra central, por la meseta de Pasco y el callejón de Conchucos, a juzgar por laalta cantidad de léxico compartido entre las variedades de estas zonas y las del Limay
norteño (Torero 2002: 56, 80, 89).
29
Gérald Taylor hizo notar que estos quechuas, entre otras variedades de la familia
lingüística, no se avenían bien con una separación tajante entre dos grandes ramas (quechua
I y quechua II , posteriormente denominadas quechua huáihuash y quechua yúngay) y
28 Como veremos, esta asociación ha sido puesta en duda recientemente por Adelaar (2012). Previamente fue
cuestionada por Landerman (1991).29 Este último planteamiento de Torero no parece confirmar la deducción hecha por Adelaar (2012), a partir de trabajos previos del autor, acerca de las vías de difusión de las variedades IIA norteñas: «[L]as supuestasmigraciones que subyacen a la existencia de los quechuas de Cajamarca y Ferreñafe serían paralelas a laexpansión del quechua Chínchay (quechua IIB y IIC juntos), cuyos orígenes están asociados a la regióncosteña que rodea el pueblo de Chincha (en el moderno departamento de Ica). La hipótesis que subyace aestos desarrollos es un conjunto de oleadas sucesivas o simultáneas de grupos quechuahablantes que migrandesde localidades costeras específicas hacia el interior, pero evitando las cordilleras centrales donde ya
predominaba el quechua I». Más bien, Torero sí parece haber pensado en un contacto de dichas oleadas conversiones antiguas de quechuas centrales específicos, a saber, las variedades yaru de Pasco y las conchucanas.
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propuso considerarlas como variedades «intermedias», porque mostraban rasgos
característicos tanto de una como de otra rama. Este autor propuso la existencia de una
tercera rama, aunque resaltó que lo hacía más por razones expositivas que porque creyera
necesariamente en una homogeneidad entre sus exponentes. El «quechua III» de Taylor
integraba algunas variedades asentadas en las regiones periféricas de las grandes zonas
quechuas, entre ellas, las variedades IIA y dos de las de las llamadas IIB, Lamas y
Chachapoyas (Taylor 1979). La dificultad de engarzar los quechuas IIA con una u otra de
las dos grandes ramas de Torero es especialmente clara en Ferreñafe. Un buen ejemplo de
estos problemas reside en la coexistencia de los segmentos – la y – ža, dos formas
sincrónicamente distintas del sufijo llamado «limitativo» o «restrictivo» (etimológicamente,
* –lla). Taylor entiende el primero como la forma vernacular, asociada a una variedad
quechua I o huáihuash, mientras que el segundo habría sido «importado de otro grupodialectal», un miembro de la rama yúngay (Taylor 1996: 6, 55). La interpretación de Taylor
sugiere, entonces, dos oleadas expansivas en la formación del quechua ferreñafano, la
primera de las cuales estaría asociada con variedades huáihuash centrales y la segunda con
variedades yúngay sureñas. Es de interés notar que la primera oleada debió de haberse
producido una vez consolidada la depalatalización de /λ / en la variedad huáihuash de base,
puesto que si el primer * –lla hubiera permanecido con su consonante patrimonial, /λ /, esta
habría devenido /ž/, siguiendo una de las innovaciones características de Ferreñafe y
Cajamarca, tal como lo hizo después el segundo * –lla, «importado» de un quechua yúngay.
De hecho, la depalatalización de /λ / y /ñ/ está entre los procesos que se consideran más
antiguos de los quechuas I o huáihuash (Torero 2002: 87).
Más recientemente, Paul Heggarty y sus colaboradores han ampliado las críticas de Taylor
a la clasificación tradicional, basada en un diagrama de árbol, enfocándose de manera
especial en la división entre las dos grandes ramas. Ellos han defendido como alternativa la
idea de que la familia quechua conformó un continuum dialectal, a manera de abanico, queya no es totalmente evidente en el presente por razones históricas, pero que todavía se
refleja, por ejemplo, en Yauyos, donde el paso de quechua I a quechua II es gradual y
sucesivo (Beresford-Jones y Heggarty 2012). La gran brecha dialectal observable en el
presente en la frontera entre Huancavelica (quechua II o yúngay) y Junín (quechua I o
huáihuash) se explicaría por el traslado masivo de trabajadores sureños a las minas de
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mercurio huancavelicanas entre los siglos XVI y XVIII, no solo a través de la mita minera
sino también mediante la migración voluntaria de fuerza de trabajo asalariada (Pearce y
Heggarty 2011). El planteamiento de Heggarty sobre la historia externa de la familia
lingüística quechua que resulta más relevante para esta investigación es aquel que asocia la
difusión amplia del idioma, a través de los Andes, al apogeo de huari, en el Horizonte
Medio, a diferencia de la visión tradicional, que conectaba este momento de la historia
andina con la difusión del aimara (Torero 1972: 91-92). La nueva propuesta, afirman
Pearce y Heggarty:
[…] ofrece una nueva explicación al carácter «mixto» de las variedades quechuasnorperuanas —mejor dicho, a los problemas que estas variedades muestran paraintegrarse bien sea a la rama Quechua I o a Quechua II—. Dichas variedadesderivarían de avanzadas huari en el lejano norte, como la variedad de Cajamarca,
aislada de la zona continua y, por tanto, desarrollada de manera más idiosincrática(Pearce y Heggarty 2011: 93).
Este último planteamiento ha sido recogido por Adelaar (2012), quien revisa de manera
específica el origen del quechua cajamarquino, aunque sin abrazar las críticas a la división
tradicional entre quechua I y quechua II que Heggarty y sus colaboradores han presentado.
Adelaar empieza, como ya lo había sugerido Landerman (1991), por disgregar la variedad
cajamarquina del llamado grupo IIA, es decir, de los quechuas ferreñafano, pacareño y
yauyino de Lincha y Laraos con los que Torero la había integrado.30
30 En verdad, el quechua pacareño ya había sido separado de este grupo años atrás (Adelaar 1984; Cerrón-Palomino 1987a: 227), para pasar a ser entendido como una subdivisión temprana de la rama huáihuash oquechua I, al mismo nivel que la subdivisión central.
El quechua
cajamarquino, plantea Adelaar, muestra rasgos tan conservadores, tanto en la fonología
como en la gramática, que se puede afirmar que probablemente estuvo, junto con Lincha y
Laraos, entre los primeros en separarse del antiguo Quechua II, sin que eso necesariamente
conduzca a tratar a Cajamarca, Lincha y Laraos como una unidad, porque no hay evidencia
específica de su ligazón. Entre estas características conservadoras se encuentran las
siguientes: mantenimiento de la oposición entre una africada simple /č/ y una retrofleja /ĉ/;
retención de la oposición entre una oclusiva velar /k/ y una posvelar /q/; mantenimiento de
la oposición entre dos sibilantes: /s/ y /š/; inexistencia de vocales largas; marcas alternativas
–y e – yni de primera persona actora para el pasado del indicativo junto con – ni, esta última
de uso generalizado para el presente de indicativo; marca – wa – de primera persona objeto;
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34
uso del morfema – nki de segunda persona actora para el tiempo no pasado, junto con – yki
para el pasado; empleo de – yki junto con – q como marca de la transición de primera a
segunda persona; presencia del derivador verbal – ka –, que marca una acción pasiva,
accidental y no planificada, y, finalmente, inexistencia de las marcas externas de pluralidad
especializadas para la primera y tercera personas (– ku) y para la segunda persona (– chik )
típicas de los quechuas II: en cambio, Cajamarca muestra variantes de –llapa (–žapa, –
džapa) y, en menor medida, – sapa.31
Entre estas características, es especialmente llamativa en la variedad cajamarquina, explica
Adelaar, la presencia de – yki junto con – q como marca de la transición de primera a
segunda persona; por ejemplo, rikayki ‘(yo) te miro’ para el presente, pero rikarqaq o
rikashurqaq ‘yo te miré’, para el pasado (Quesada 1976b: 125-126). Adelaar presupone que
– q, la forma correspondiente a los quechuas de tipo I o huáihuash, fue la marca original de
esta transición, debido a que su uso está gramaticalmente menos restringido que el de – yki.
Los quechuas II o yúngay habrían reemplazado esta marca primigenia probablemente
debido a su coincidencia formal con el sufijo agentivizador (tusu- ‘bailar’, tusu-q ‘que
baila, bailarín’) y con la marca de pasado habitual formada sobre la base de este (tusuq
kanki ‘solías bailar’). Si este proceso efectivamente tuvo lugar, conjetura Adelaar, la forma
verbal más probable en que se habría iniciado sería el tiempo presente del modo indicativo,
que es exactamente el estado mostrado por el quechua cajamarquino. De este modo,concluye, «Cajamarca es probablemente el único dialecto que da testimonio de un proceso
de sustitución que está en la base de lo que ahora se considera una de las diferencias
diagnósticas entre las dos grandes ramas del quechua» (Adelaar 2012: 207-208). En cuanto
al léxico, la variedad cajamarquina presenta una mezcla de ítems correspondientes al
quechua II o yúngay con otros del quechua I o huáihuash, en sus exponentes más norteños;
en algunos casos, estos ítems coexisten, como sucede con urma – e ishki – ‘caerse’, donde el
primer verbo es típicamente quechua IIC o chínchay sureño y el segundo huáihuash oquechua I.
32
31 Habría solo un rasgo en el que Cajamarca se muestra como una variedad innovadora, junto con Ferreñafe,Santiago del Estero y la mayor parte de quechuas bolivianos: la generalización de – šu como marca detransición de segunda persona objeto (Adelaar 2012: 207).32 Sin embargo, hay diferentes matices semánticos entre ambos verbos, pues ishki- se define como ‘caer,
bajar’, mientras que urma- es ‘caerse resbalando’ (Quesada 1976a).
Un caso ilustrativo consiste en que la variedad cajamarquina —junto con
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35
Ferreñafe, los quechuas yauyinos y el conjunto de quechuas huáihuash o I— muestra rika –
‘ver’, mientras que los demás quechuas yúngay o II presentan riku –. Este último se
entiende como un desarrollo posterior a la separación inicial de Cajamarca, Ferreñafe y
Yauyos del tronco II o yúngay (Adelaar 2012: 211-212).
Adelaar conecta el origen del quechua cajamarquino con una avanzada militar llevada a
cabo desde el norte de Ayacucho, donde, a diferencia del territorio sureño del moderno
departamento, no se ha atestiguado la presencia de hablas aimaras. «El centro del estado
Huari, situado en el norte de Ayacucho […], sería un buen candidato para haber disparado
una expansión lingüística hacia Cajamarca y Yauyos», afirma. En el caso de Yauyos, dicha
expansión habría ocurrido gradualmente, como una penetración de hablantes de quechua II
en un área previamente ocupada por el aimara, mientras que, en el caso de Cajamarca, se
postula una conquista militar de larga distancia, con posible desplazamiento de grupos
étnicos locales que hablaban quechua II. Este contingente habría avanzado por el callejón
de Huaylas durante la fase expansiva del Estado huari, alrededor del año 900 de nuestra era
(Adelaar 2012: 212-123), sobre un territorio que habría sido previamente de habla culle,
pero que muestra, sobre todo en la toponimia pero también en el léxico, rastros de haber
tenido como lengua primigenia un idioma distinto, llamado den por Torero (Andrade 2010).
Por último, Adelaar deja abierta para la investigación futura la pregunta sobre si Huari fue
la cuna general del quechua o solamente del quechua II. Sin embargo, el punto pendientemás importante para enriquecer esta propuesta sería relacionarla con la evidencia
arqueológica acerca de la supuesta expansión militar norteña de huari. Por el momento esta
evidencia es débil, tanto por el lado de la posible larga duración de dicho dominio como por
la capacidad efectiva de control político por parte de la sociedad huari en la costa y los
Andes norteños (Makowski 2010: 97 y nota 2).
Otro punto que está abierto a la investigación es la historia del quechua ferreñafano.
Adelaar menciona que esta variedad muestra menos vocabulario sureño y más léxico
compartido con las variedades centrales que la cajamarquina. Como he adelantado, Taylor
(1996: 6, 55) ha presentado ejemplos ilustrativos de la coexistencia de rasgos de quechua
huáihuash o I y quechua yúngay o II en la gramática de la variedad ferreñafana, como
sucede con el sufijo limitativo o restrictivo. Esto sugiere un escenario de dos oleadas
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sucesivas en la configuración de esta variedad, a diferencia de lo planteado para Cajamarca,
donde los rasgos comunes con los quechuas huáihuash o II son menores y se entienden o
bien por razones de contacto y vecindad, o bien como retenciones de la protolengua
compartidas entre Cajamarca y los quechuas huáihuash (Adelaar 2012: 211).
Una pregunta que se abre es, entonces, si el quechua que se habló en la «zona consensual»
culle se habría acercado más al escenario cajamarquino, tal como está planteado en Adelaar
(2012), o al que se sugiere para el ferreñafano. Nada se ha dicho en la literatura acerca de
este tema. Una posibilidad sería considerar como una referencia el «quichua» que se
consigna en el «Plan que contiene 43 voces castellanas…», de Martínez Compañón (1978
[1790]), tomándolo como la «variedad general» que, según Rivet (1949: 2), se empleó en la
jurisdicción del obispado de Trujillo en las zonas que no contaban con otra «lengua
materna». Sin embargo, Torero (2002: 209) ha señalado que el quechua recogido en ese
documento constituye una muestra del grupo IIC o chínchay sureño, con coincidencias
léxicas con la variedad cuzqueña de fines del siglo XVI y principios del XVII, en
particular, <hacha> para ‘árbol’. Este mismo autor ha planteado que, a partir de la
toponimia, se puede afirmar que el culle estuvo en la región antes que el quechua,
probablemente desde los primeros siglos de nuestra era (Torero 1989: 227, 243). De su
silencio acerca de la presencia de este último idioma en la «zona consensual», se puede
inferir que pensó en la misma fase de expansión que dio lugar a las variedadescajamarquina y ferreñafana; es decir, la segunda fase de expansión de la familia lingüística
quechua, correspondiente únicamente al quechua yúngay o quechua II y relacionada con la
irradiación de «grandes centros urbanos constituidos en la costa central peruana», como
Pachacámac, entre los siglos VI y IX o X d. C., en la época llamada Huari-Tiahuanaco o
Tiahuanaco Peruano (Torero 1972: 97; 1989: 243).
De este modo, el culle habría estado presente en la región por lo menos desde los inicios del
Horizonte Medio, en la mitad del primer milenio de nuestra era (Torero 1972: 98), para
después ser alcanzado por el quechua IIA por la influencia de las sociedades nucleadas
alrededor de Pachacámac. Cabe añadir que en las recientes críticas orientadas a cuestionar
la validez del quechua IIA y en la propuesta de Adelaar (2012) sobre la vinculación del
quechua cajamarquino con huari, no se ha incluido un planteamiento acerca de la presencia
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del quechua en la «zona consensual». A lo largo de este trabajo, tendremos presentes dos
posibles caminos para explicarla: el que se postula para el quechua cajamarquino (Adelaar
2012), pero también la interpretación que se desprende del trabajo de Taylor (1996: 6, 55)
acerca del quechua ferreñafano como una variedad configurada a partir de dos oleadas
sucesivas, la primera vinculada con el grupo huáihuash o quechua I, y la segunda, con una
variedad yúngay o quechua II.33
Confirmar este planteamiento implica descartar dos hipótesis alternativas: primero, la
desemejanza total o mayoritaria entre los dos conjuntos dialectales comparados, es decir, la
posibilidad de que se trate de conjuntos disjuntos (gráfico 1.1), y, segundo, la alternativa de
1.3 PREGUNTAS DE INVESTIGACIÓN E HIPÓTESIS
La primera pregunta que motiva este trabajo tiene carácter descriptivo: ¿cómo es un
castellano hablado en los Andes cuya principal influencia de sustrato o adstrato no
corresponde al quechua ni al aimara? De manera más específica: ¿cómo es el castellano de
la región andina de sustrato culle? Dado que la definición del castellano andino como
variedad lingüística está firmemente anclada en la influencia del quechua y el aimara,
considerados como los idiomas andinos «mayores» (ver el cap. 2), la respuesta que se
desprende de la literatura es que el castellano de la región andina de sustrato culle tiene las
mismas características básicas que las hablas construidas mediante el contacto con estas
lenguas. Sin embargo, el conocimiento previo de la zona de estudio y el contacto con el
habla de sus moradores me llevó a pensar de manera distinta, de modo que formulé lasiguiente hipótesis:
Hipótesis 1. El castellano hablado en los Andes norperuanos, en la región de
sustrato culle, comparte algunos rasgos con el castellano andino sureño y surcentral,
de base quechua y aimara, pero muestra otras características no compartidas que
ameritan postular una categoría dialectal distinta, aunque relacionada con la
variedad de referencia y contraste.
33 La llegada del quechua al territorio ecuatoriano siempre se ha planteado como un problema aparte. Sobreeste tema, ver Torero (2002, 1984) y, más recientemente, Hocquenghem (2012).
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la inclusión, en la cual el castellano hablado en los Andes norperuanos solo constituiría una
instancia de un conjunto mayor, a saber, la variedad de referencia, el castellano andino
sureño y surcentral (gráfico 1.2). La hipótesis postulada los presenta como conjuntos
parcialmente distintos, con una zona de intersección (gráfico 1.3). Esta posibilidad genera
un problema, y es definir cuál es el conjunto mayor que integraría tanto la variedad de
referencia como la variedad de estudio. La eventual confirmación de la hipótesis 1 abre,
entonces, la posibilidad de expandir la categoría de castellano andino para permitir la
convivencia de dos conjuntos dialectales en su interior: uno sureño y surcentral, construido
a través del contacto con el quechua y el aimara, y otro norteño. 34
Gráfico 1.1. El castellano andino norperuano y el castellano andino sureño y surcentral comoconjuntos disjuntos
De este modo, la
verificación de la hipótesis 1 resulta relevante para fines teóricos más amplios que la sola
descripción de una variedad desatendida, pues permite someter a evaluación empírica y a
subsecuente discusión una categoría, la de «castellano andino», para afinarla y enriquecer sus alcances. De manera más específica, el caso del castellano andino norperuano permitirá
discutir la aparente uniformidad diatópica o regional atribuida a esta variedad del español.
34 En esta formulación estoy dejando de lado, por el momento, el hecho de que Escobar (1978) plantea unaseparación entre el castellano andino general y un sector dialectal que llama altiplánico, ubicado en el sur del
país, y otro correspondiente a Moquegua y Tacna. Desarrollaré este punto en el capítulo 2 (sección 2.3.1).
Castellano andino
sureño
Castellano andino
norteño
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Gráfico 1.2. El castellano andino norperuano como un subconjunto del castellano andinosureño y surcentral
Gráfico 1.3. El castellano andino norperuano y el castellano andino sureño y surcentral comoconjuntos dialectales parcialmente distintos, con una zona de intersección
La eventual confirmación de la hipótesis 1 abriría una segunda pregunta, esta vez de
carácter explicativo: si el castellano de los Andes norperuanos, en la región de sustrato
predominantemente culle, muestra características particulares, distintas del castellano
andino sureño y surcentral, ¿a qué se debe esto? Responder esta pregunta supone abordar
un antiguo problema en el estudio de los castellanos hispanoamericanos, a saber, ¿cuál ha
sido el aporte de las lenguas indígenas en la configuración de las nuevas variedades? Con
cargo a presentar una revisión más detenida de estas ideas en el capítulo 2 (sección 2.2),
debo adelantar que Zimmermann (1995) y de Granda (2001a) han advertido sobre las
Castellano andino
sureño
Castellano andino
norteño
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implicancias ideológicas de las posturas extremas para responder a esta pregunta, sea hacia
el lado del hispanismo, sea hacia el lado de la influencia indígena. Esta discusión ha
conducido a una mayor cautela en la evaluación de los factores del cambio lingüístico en
Hispanoamérica y a un punto de partida abierto a reconocer que no todo se debe al sustrato
indígena, ni tampoco a una evolución «interna» del castellano en los nuevos contextos;
antes bien, lo esperable, en una situación de contacto lingüístico complejo como la que ha
ocurrido en nuestros países, es encontrar rasgos que den cuenta tanto de la influencia
indígena como de una particular evolución del sistema castellano, pero entendiendo que las
motivaciones de este último desarrollo, otrora consideradas «internas», bien podrían ser
procesos motivados por el propio contacto.
A ello debe sumarse una consideración relativa a la normalización lingüística. Una clara
subordinación de las regiones lingüísticas estudiadas a los centros de poder y prestigio,
basada en articulaciones históricas, económicas y culturales específicas, tiende a suprimir
las características más marcadas, pero también a evitar aquellas opciones que contradigan
las selecciones de la variedad estándar, a pesar de que estas resulten menos complejas. Los
sectores rurales de la región analizada han tenido como referentes económicos y culturales
ciudades intermedias como Cajabamba, Huamachuco y Pallasca, y más modernamente,
Otuzco y Cabana, y en menor medida, Santiago de Chuco. Estas ciudades intermedias han
mantenido características rurales y no solamente urbanas, y estrechos contactos con elmundo campesino, siendo Cajabamba tal vez la localidad socialmente más compleja por su
diferenciación marcada entre campesinado y elite urbana, así como entre familias de
«cajabambinos netos» y grupos de migrantes, jerarquía que se observa hasta el día de hoy.
Sin embargo, los centros externos de mayor prestigio y poder han estado relativamente
alejados, aunque siempre articulados con las elites regionales a través de circuitos
económicos, migraciones y vínculos familiares. Me refiero a Trujillo y Cajamarca en el
norte y, más modernamente, Lima y Chimbote en el sur. De este modo, la presiónnormalizadora que estas grandes ciudades han podido ejercer en términos lingüísticos ha
sido débil, más aún tomando en cuenta las limitaciones de la educación pública peruana.
Con estos presupuestos en mente, formulo mi segunda hipótesis, que tiene carácter
explicativo:
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Hipótesis 2. Las particularidades que muestra el castellano de los Andes
norperuanos, en la región de sustrato culle, en relación con la variedad de contraste
y referencia, se deben al diferente sustrato indígena que ha influido en ese
castellano, así como a la particular evolución que ha experimentado el sistema
castellano en el mencionado territorio, en una situación de contacto lingüístico
complejo y escasa presión normalizadora.
De esta forma, la adecuada evaluación de la hipótesis 2 obliga a contar no solamente con
una descripción minuciosa de los castellanos estudiados sino también con una comprensión
apropiada de su historia y su contexto, tanto en términos lingüísticos como sociales. Esta
comprensión supone enriquecer la comparación interdialectal con una evaluación de los
hechos lingüísticos en diálogo con los procesos sociohistóricos. La metodología de estudio
debe orientarse, entonces, no solo a describir adecuadamente los hechos del lenguaje en los
Andes norteños sino también a dibujar un panorama lo más aproximado posible de la
historia del territorio estudiado en lo que se refiere al contacto idiomático. En la siguiente
sección detallo las características principales de este enfoque metodológico.
1.4 METODOLOGÍA
En esta subsección detallo la metodología seguida para abordar las preguntas de
investigación anteriormente planteadas y de este modo evaluar las hipótesis
correspondientes. Dado que la primera pregunta es de orden dialectológico y la segunda de
carácter histórico-lingüístico, la verificación de las hipótesis debe partir de métodos
apropiados para abordar ambos tipos de fenómenos. En los siguientes apartados detallo los
procedimientos seguidos para recoger los datos lingüísticos actuales (1.4.1) y para
analizarlos (1.4.2), así como para recabar la evidencia documental (1.4.3) y estudiarla
apropiadamente (1.4.4).
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1.4.1 Recolección de datos lingüísticos actuales y zonas en que se realizó el trabajo decampo
Entre los años 2009 y 2011 se recolectaron los datos lingüísticos actuales en tres
temporadas de campo, llevadas a cabo en cinco localidades de las provincias de Otuzco (La
Libertad), Cajabamba (Cajamarca) y Pallasca (Áncash).35
En las tres provincias en que se realizó el recojo de datos, se efectuó una observación de
distintas actividades de la vida diaria, en diferentes escenarios en los que se tomaronapuntes de campo, y se llevaron a cabo entrevistas semiestructuradas de entre 30 y 60
Como se ve en el mapa 1.1, las
cinco localidades fueron Agallpampa, en Otuzco; Cajabamba y Lluchubamba, en
Cajabamba; y Cabana y Tauca, en Pallasca. Decidí trabajar en las tres provincias
mencionadas por considerarlas representativas de la región andina de sustrato
predominantemente culle, tanto desde un punto de vista geográfico como documental. En
cuanto a lo primero, Otuzco se ubica en el centro occidental de la «zona consensual»,
Cajabamba en el extremo norteño de la misma región, y Pallasca constituye el extremo
sureño. De este modo, con información recogida en las tres provincias, logré contar con un panorama geográfico representativo de la región de interés. Por otro lado, para el territorio
de las tres modernas provincias, se cuenta con evidencia documental acerca de la presencia
del idioma indígena en tiempos coloniales o republicanos. Así, la inclusión de su territorio
dentro de la «zona consensual» culle no es solamente producto de una generalización a
partir, por ejemplo, de los datos toponímicos, sino que se encuentra refrendada
explícitamente en los documentos. Además de esas tres provincias, el año 2011 realicé una
visita a la ciudad de Huamachuco (Sánchez Carrión) y a un centro poblado de su entorno,
La Conga (Marcabal, Sánchez Carrión), con el fin de corroborar datos específicos. Aunque
las entrevistas realizadas en Huamachuco y La Conga no constituyen parte del corpus, estas
visitas permitieron contar con datos de localidades ubicadas en el centro oriental de la
«zona consensual» y que también se encuentran mencionadas explícitamente en los
documentos coloniales como de sustrato culle.
35 En las tres temporadas de campo fui apoyado por la Dirección de Gestión de Investigación de la PUCP yconté con la asistencia del profesor Roger Gonzalo Segura, cuya esmerada participación agradezco. Su amplioconocimiento de la geografía, la vida cotidiana y las dinámicas productivas de los Andes permitió enriquecer la temática de las entrevistas y afinar el recojo de información. El profesor Marco Ferrell Ramírez brindótambién valioso apoyo en la revisión de transcripciones, en la búsqueda y revisión bibliográfica, y en ladiscusión de los datos recolectados.
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minutos, así como entrevistas puntuales de menor duración. La observación y escucha libre
permitió tomar nota de algunos rasgos lingüísticos que hubiera sido improbable elicitar en
el marco de las entrevistas, dada la particular relación, siempre asimétrica, que se produce
entre un entrevistador ajeno a la comunidad de habla y los colaboradores. Un buen ejemplo
de este tipo de hechos es el tratamiento de vos (desarrollado en 4.4.3.1), vigente en algunas
comunidades rurales, pues este trato supone horizontalidad, confianza y familiaridad entre
los participantes en la interacción. Para el registro de hechos como este, me he basado,
entonces, en los apuntes de campo.
En cuanto a las entrevistas, estas fueron de distinta índole y duración, algunas de ellas
semiestructuradas y de 30-60 minutos, otras de naturaleza más libre y abierta, y de menor
duración. Estas últimas, por lo general, estuvieron orientadas a obtener información muy
específica o datos relacionados con el contexto educativo y cultural de la región. En cada
provincia se buscó obtener 12 entrevistas semiestructuradas de por lo menos 30 minutos de
duración con personas que no hubieran vivido más de un año fuera de la provincia en
cuestión. El corpus final consta de 27,5 horas de grabación. Se buscó que los entrevistados
fueran representativos de distintos grupos etarios entre los 20 y los 90 años, que ambos
sexos estuvieran balanceados en el corpus y que los colaboradores hubieran tenido
diferentes niveles de acceso a la educación formal, desde solamente algunos años de
primaria hasta educación superior técnica y, en algunos casos, universitaria.
Inicialmente, se planificó también contar con entrevistados de características laborales
predominantemente urbanas y predominantemente rurales, según declaración del propio
colaborador. Sin embargo, en la primera de las localidades en las que se trabajó,
Agallpampa (Otuzco), esta distinción se mostró muy difícil de manejar, puesto que para
algunos entrevistados que compartían actividades agrarias con empleos de corte «urbano»,
fue muy difícil definir cuál era su labor principal. Como el trabajo de campo en
Agallpampa fue el primero, decidí que en las siguientes temporadas haría las entrevistas en
dos localidades distintas: una básicamente urbana y otra básicamente rural, a fin de tener un
criterio adicional al del empleo para lograr el contraste buscado. Finalmente, intenté contar,
en cada una de las tres provincias, por lo menos con una entrevista grupal, en la que el
colaborador o colaboradora estuviera acompañado por un familiar o un amigo cercano, de
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manera que se pudieran producir interacciones entre ellos, y no solo con los
entrevistadores. Este último tipo de entrevistas, más cercanas al grupo focal, probó ser muy
efectivo para la recolección de datos.
De este modo, el corpus está constituido por 36 conversaciones de entre 30 y 60 minutos deduración, grabadas en localidades urbanas y rurales. Son entrevistas semiestructuradas con
18 colaboradores hombres y 18 mujeres, entre los 20 y los 90 años, y con distintos niveles
de acceso a la educación formal. La temática de las entrevistas fue variada, pero se
siguieron básicamente dos secuencias de manera alternativa: en la primera, (1) se empezaba
preguntando por las celebraciones y costumbres principales de la localidad; (2) se buscaba
fomentar el surgimiento de una narrativa, ya fuera de corte personal o comunitario
(leyenda, tradición oral, etcétera), y (3) se abordaba parte de la biografía del entrevistado.
En la segunda estructura, (1) se empezaba preguntando por aspectos de la vida del
entrevistado, básicamente cuestiones de índole laboral, (2) se fomentaba el surgimiento de
una narrativa, y (3) se terminaban abordando las principales costumbres y celebraciones de
la localidad. Como se ve, en ambas secuencias se cubrió la misma temática, pero en distinto
orden. La elección entre una u otra alternativa se decidía en el momento de la interacción,
en función del contenido predominante en la conversación previa al inicio de la entrevista
propiamente dicha y dependiendo de lo natural que resultaba uno u otro comienzo para la
conversación grabada, que inevitablemente supone tensión y artificialidad. Además decubrir estas tres etapas, se buscó siempre contar con un detalle de la edad, ocupación
principal y origen del entrevistado.
Un objetivo presente en todas las entrevistas, pero de ubicación variable en la secuencia de
la conversación, fue el chequeo de rasgos lingüísticos, generalmente palabras, pero también
estructuras sintácticas y morfemas. La duración de este chequeo dependía de la conciencia
lingüística que mostraba el entrevistado, así como del entusiasmo con que abordaba estos
temas. En algunas ocasiones, si el entrevistado mostraba una actitud alerta e interesada, se
buscó explorar también las percepciones acerca del habla de grupos sociales específicos y
de localidades vecinas. Con los entrevistados dedicados a la docencia, se buscó indagar,
además, por actitudes y valoraciones frente a determinados rasgos lingüísticos en el aula.
En los anexos se presentan tanto la pauta para las entrevistas semiestructuradas (anexo 1)
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como un detalle de las características sociales de los colaboradores y colaboradoras cuyas
entrevistas forman el corpus analizado (anexo 2).
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Mapa 1.1 Área de sustrato culle y localidades en las que se realizó el trabajo de campo
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1.4.2 Análisis de datos lingüísticos actuales
Antes del recojo de datos en el campo y con el apoyo de los alumnos participantes en dos
seminarios de lingüística que dirigí en la PUCP, preparé una tabla o matriz que reúne losrasgos lingüísticos presentados en la literatura como característicos del castellano andino.
Además de los fines pedagógicos propios de cada seminario, esta actividad tuvo dos
objetivos relacionados con esta tesis: en primer lugar, identificar si existía efectivamente un
sesgo a favor de las hablas sureñas y surcentrales en las muestras en que se ha basado la
descripción de esta variedad y, en segundo término, contar con una sistematización
minuciosa de los rasgos atribuidos a dicho castellano, que, entonces, ya podía ser adoptado
con confianza como la variedad de referencia y contraste.
Para la construcción de esa matriz, decidí partir del trabajo de cuatro autores que han
elaborado descripciones panorámicas del castellano andino: Alberto Escobar (1978), Anna
Maria Escobar (2000), Juan Carlos Godenzzi (1996a) y Virginia Zavala (1999). Se creó una
columna para cada uno de estos trabajos y se añadió una columna adicional para los otros
autores cuyos trabajos serían materia de revisión por los alumnos. Se abrió una fila para
cada rasgo señalado por los cuatro autores, de modo que fue posible visualizar con claridad
en qué rasgos coincidían sus descripciones y en cuáles no. Personalmente, me encargué detrabajar las cuatro primeras columnas y de monitorear el trabajo de los alumnos con los
textos adicionales. De esta manera, se cuenta con un producto que sistematiza, después de
una revisión colectiva, los rasgos consensualmente atribuidos al castellano andino, así
como otras características menos consensuales pero igualmente identificadas por los
autores revisados (ver un ejemplo de tres ítems de esta matriz en el anexo 3). 36
La revisión bibliográfica realizada para la elaboración de esta tabla permitió confirmar el
sesgo sureño y surcentral con que se ha venido estudiando el castellano andino, tema que se
36 Esta matriz fue trabajada en el segundo semestre del 2009 y el primero del 2010, en el marco del Seminariode Interlingüística (Maestría de Lingüística, Escuela de Graduados) y del Seminario de Español del Perú(especialidad de Lingüística y Literatura, Facultad de Letras y Ciencias Humanas). El producto se imprimiócomo una publicación interna. Los estudiantes y colegas que colaboraron en su elaboración son Jorge Acurio,Lizbeth Alvarado, Carolina Arrunátegui, Roberto Brañez, Roger Gonzalo, Alanna Hochberg, Marco Lovón,Arturo Martel, Nilton Michuy, José Neyra, Natalie Povilonis, Pilar Ríos, Tabea Storz, Patricia Temoche,Margaret Tokarski, Keivy Valdez, Nicolás Vargas e Isabel Wong.
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desarrollará con detalle en el segundo capítulo. Para fines metodológicos, la visión más
precisa de los rasgos consensualmente atribuidos al castellano andino, una vez ya
establecido este con seguridad como de corte sureño y surcentral, permitió contar con la
base necesaria para efectuar la comparación que supone la primera hipótesis. Para ello, una
vez que se sistematizaron los apuntes de campo y se alistó la transcripción discursiva —y,
en los fragmentos pertinentes, fonética— de las entrevistas, se procedió, en primer lugar, a
identificar aquellos hechos lingüísticos que fueran saltantes por coincidir o por diferir de la
variedad de referencia y contraste, no estando atestiguados en la generalidad de variedades
castellanas. En segundo término, se evaluó si su presencia era constante en las entrevistas
de las tres provincias estudiadas, y no solo en una o dos de ellas, a fin de confirmar la
difusión regional del fenómeno en cuestión. De este modo, se identificó un primer conjunto
de hechos lingüísticos comunes a las tres provincias estudiadas, compartidos o nocompartidos con la variedad de referencia y contraste, y ausentes en la mayor parte de
variedades castellanas. Excepcionalmente, tomé en cuenta para el análisis algunos hechos
lingüísticos no comunes a las tres provincias, pero que resultaban relevantes por
encontrarse presentes en la literatura sobre el castellano estudiado, tal como sucede con el
aumentativo –enque (ver el apartado 4.3.1.5).
Una vez aislado el conjunto de rasgos relevantes para la investigación, los separé en tres
niveles de análisis estándares en lingüística: fonético-fonológico, morfosintáctico y pragmático-discursivo, y los estudié desde dos perspectivas: una gramatical y otra
histórico-dialectal. En cuanto a lo primero, describí cada fenómeno de acuerdo con las
pautas relevantes para cada nivel de análisis, especificando sus eventuales variantes y las
posibles motivaciones contextuales de estas variantes. En el caso de hechos lingüísticos que
ya hubiesen sido descritos previamente, aproveché el corpus para ahondar en algunos
aspectos gramaticales que no estuvieran suficientemente detallados en la literatura. En
cuanto a lo histórico-dialectal, una vez confirmada la presencia o ausencia del rasgo en lavariedad de referencia y contraste, procedí a explorar las implicancias de dicha presencia o
ausencia. Posteriormente, busqué precisar, hasta donde fuera posible, el carácter
sustratístico del fenómeno en cuestión —ya fuera atribuible al quechua, al culle o a ambas
lenguas indígenas— o, más bien, su condición de proceso desarrollado en el marco del
propio sistema castellano y en ausencia de una fuerte presión normalizadora. Para esto
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49
último, se exploró si el fenómeno había sido identificado en otras variedades de castellano,
especialmente hispanoamericanas, o en otros momentos del desarrollo del idioma. En el
caso de que se hubiera descartado un origen sustratístico, intenté responder si, a pesar de
desarrollarse en el marco del propio sistema castellano, el rasgo estudiado era un fenómeno
típico de una situación de contacto lingüístico de acuerdo con las pautas señaladas por la
literatura (por ejemplo, un caso de simplificación o de adaptación gramatical). Dado el
carácter panorámico de esta descripción, solo en algunos casos muy llamativos busqué
precisar las diferencias de frecuencia de cada fenómeno en grupos específicos dentro del
corpus, tomando en cuenta las variables de edad, sexo, condición rural-urbana y nivel
educativo de los colaboradores. En algunos casos, fue necesario precisar diferencias
zonales en el corpus, separando las entrevistas de Otuzco, Cajabamba y Pallasca.
1.4.3 Estrategia de búsqueda documental y archivos revisados
Para abordar la segunda pregunta de esta investigación y evaluar la hipótesis
correspondiente, es necesario, según adelanté, esbozar un panorama aproximado de la
historia del territorio estudiado en lo que se refiere al contacto idiomático. Esto supone
idear maneras de acercarnos a los espacios y circuitos del pasado que habrían permitido
poner en contacto a los agentes sociales en diferentes etapas de la historia regional,
mediante la generación de rutinas comunicativas. De este modo, estaremos en condicionesde generalizar patrones sobre el uso de lenguas y el contacto entre sus hablantes, e inferir
fuerzas y motivaciones que permitan explicar la configuración de una forma específica de
español en el territorio. Ante la ausencia de una historiografía puntual que permita una
aproximación tal para la región de sustrato predominantemente culle, fue necesario
recopilar e integrar las interpretaciones presentes en la literatura para reconstruir lo que se
sabe acerca del contexto histórico pertinente, pero también buscar nuevas evidencias para
las etapas y espacios sociales que no estuvieran tratados con el detalle suficiente. Por ello, planifiqué algunas estrategias de revisión documental en archivos, con el fin de obtener
datos lingüísticos complementarios a los que brindan los documentos coloniales y
republicanos ya disponibles, como la visita del arzobispo Toribio Alfonso de Mogrovejo y
la crónica de los agustinos (San Pedro 1992 [1560]) para el siglo XVI; la visita de Vázquez
de Espinosa (1969 [1630?]) para el siglo XVII; la escasa documentación publicada para el
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periodo de la ilustración borbónica, en el siglo XVIII (Martínez Compañón 1978 [1790],
Restrepo Manrique 1992); los tardíos expedientes de supersticiones e idolatrías del Archivo
Arzobispal de Trujillo, parcialmente publicados (Larco 2008), todos ellos referentes al
XVIII y XIX, y algunos informes geográficos de autoridades republicanas como los
subprefectos Terry (1874) y N. y Cava (1874), de fines del XIX, además de los trabajos
históricos relevantes tanto sobre estos documentos como sobre la región de estudio.37
Tomando en cuenta la zona de interés, decidí trabajar básicamente en tres archivos
eclesiales y dos regionales: el Archivo Arzobispal de Lima (AAL), el Archivo Arzobispal
de Trujillo (AAT) y el Archivo Histórico Diocesano de Cajamarca (AHDC), entre los
primeros, y el Archivo Regional de La Libertad (ARLL) y el Archivo Regional de
Cajamarca (ARC), entre los segundos. La búsqueda documental tuvo tres objetivos:
primero, identificar expedientes tempranos en los que se mencionara la intervención de
intérpretes en lenguas indígenas; segundo, seleccionar expedientes que contuvieran datos
sobre los circuitos geográficos relevantes para la comunicación intra- e interregional y,
tercero, ubicar expedientes que permitieran explorar los aspectos lingüísticos en espacios
productivos importantes para la historia regional, como los obrajes —espacios organizados
de producción textil— y los asientos mineros. Con estos objetivos en mente, revisé en el
AAL las series Visitas, Capítulos, Estadísticas e Idolatrías, separando en todas esas
colecciones los expedientes relevantes para mi zona, es decir, los correspondientes al actualterritorio de la provincia de Pallasca, que formó parte de la jurisdicción del Arzobispado de
Lima hasta la creación del obispado de Huaraz en 1899.
38
37 Sobre la arqueología de la región, ver Topic (1998, 1992), Topic y Topic (2000), McCown (1945), BriceñoRosario (2010), Herrera (2005), Grieder (1978) y Lau (2010). En cuanto a la relación de los agustinos, ver Millones (1992) y Castro de Trelles (1992). Sobre Martínez Compañón, principalmente Restrepo Manrique(1992); Schjellerup (2008); Macera, Jiménez Borja y Franke (1997), y Schaedel y Garrido (1953). Sobre laetnohistoria de Cajabamba y Conchucos, siguen siendo referencias obligatorias, respectivamente, Espinoza
Soriano (1974b) y Cook (1976-1977). Ver también León Gómez (2003). Sobre Áncash en general, incluida la provincia de Pallasca, ver Álvarez Brun (1970). Para la historia de Cajamarca en relación con el idioma, SilvaSantisteban (1982, 1986). Este autor también ha trabajado sobre los obrajes de la región (1996-1998; 1964).Aunque, como adelanté, no he hecho una búsqueda exhaustiva en este terreno, las principales monografías
provinciales que he revisado son Mendoza (1951) para Santiago de Chuco, Zumarán (1966) para Cajabamba,y Villavicencio (1994) para Tauca.38 Actualmente, Pallasca integra el obispado de Huari, organizado inicialmente como prelatura en 1958.Agradezco a Laura Gutiérrez Arbulú y a Melecio Tineo, del AAL, por su profesional apoyo en la revisión delos expedientes. Laura Gutiérrez me brindó, además, valiosa asesoría paleográfica al momento de transcribir los principales documentos de mi corpus documental.
En el AAT me dediqué, durante
las dos escasas pero valiosas tardes de revisión que se me ofrecieron, a completar la
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transcripción de los expedientes de idolatrías, pues la publicación de Larco (2005) no los
contiene todos, aunque sí selecciona los de mayor interés desde el punto de vista
etnohistórico.39 En el AHDC me concentré en revisar los expedientes sacramentales
tempranos relativos a Cajabamba e Ichocán, con el fin de ubicar visitas de autoridades
eclesiásticas en las que se abordara la comunicación de los párrocos con los indígenas.40
Además de estos archivos generales, trabajé en el pequeño archivo parroquial de Cabana,
donde revisé los tres libros más tempranos que integran su colección,41 y en el Archivo del
Cabildo Metropolitano de la Catedral de Lima, donde pude revisar el manuscrito de las
visitas del arzobispo Mogrovejo.42
En cuanto a los archivos civiles, en el Archivo Regional de La Libertad (ARLL) me
concentré en los expedientes correspondientes a la Subdelegación de Huamachuco, cuatro
legajos que se mantienen separados dentro de la serie Intendencia.
43 En el Archivo
Regional de Cajamarca revisé las series Minas, Mitas y Obrajes, y la subserie Protector de
Naturales, dentro de la serie Causas Criminales. Esta última, que fue la más productiva, por
registrar procesos en los que necesariamente intervinieron actores indígenas, contiene
cuatro legajos ordenados cronológicamente desde 1605 hasta 1784. En el ARC revisé
también parte de la colección de documentos de Cajabamba, que se encuentran separados
de la colección general.44
39 Un segundo objetivo en el AAT fue revisar las visitas de Martínez Compañón que obran allí, valiosomaterial que aún se encuentra inédito. Dadas las restricciones para acceder a ese archivo eclesial —donde,como dije, pude trabajar dos tardes, gracias a una generosa excepción—, no me fue posible completar larevisión de esas visitas. El AAT no es un archivo abierto al público: los administradores del cabildometropolitano consideran que el local no es apropiado para recibir investigadores, dado que se encuentradentro de la misma residencia del arzobispo, monseñor Miguel Cabrejos Vidarte. Agradezco a Imelda Solano,quien me atendió con mucha gentileza una vez que pude acceder al archivo.40 A pesar de la falta de recursos para alistar este archivo para la atención al público, pude observar unexcelente trabajo de organización preliminar por parte de Alejandro Ramos. Él me atendió con particular
generosidad y disposición, pero lamentablemente ya no se encuentra en Cajamarca. En dicho repositoriodocumental hay muchos expedientes pendientes de clasificación y descripción.41 Agradezco al párroco Teófilo Aquino y a la abogada Guilda Vivar, vecina de Cabana, quien llamó miatención sobre el valor del mencionado archivo.42 El historiador Fernando López, director del mencionado archivo, facilitó mi trabajo en gran medida con su
profesional y cálida atención.43 Agradezco al historiador Napoleón Cieza Burga, director del ARLL, y muy especialmente a la archiveraMartha Chanduví, por su profesional apoyo y orientación. 44 La ayuda del director de dicho archivo, Evelio Gaitán Pajares, fue clave para asegurar una revisión
productiva. Agradezco también la profesional asistencia de la archivera Luz Elena Sánchez Pellissier.
Este último archivo resultaba clave, dado que la jurisdicción de
Cajamarca incluyó el territorio serrano del actual departamento de La Libertad hasta lacreación de las intendencias, cuando el «partido» de Huamachuco pasó a formar parte de
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Trujillo. Además de ambos repositorios documentales, revisé un expediente específico en la
colección de manuscritos de la Biblioteca Nacional del Perú, así como un archivo familiar
en Huamachuco.45
En cuanto a la participación de intérpretes, se ubicó un conjunto de expedientes en el AAL,
el ARLL y el ARC. En primer lugar, se registró la identidad del intérprete, a fin de contar
con la posibilidad de cruzar información sobre la lengua indígena que manejaba en una
ocasión posterior. Cuál era esa lengua indígena que el intérprete manejaba fue el dato más
importante que se buscó en este conjunto documental. Solo en un caso se menciona
1.4.4 Análisis de datos documentales
Como resultado de la estrategia documental descrita, se cumplieron los tres objetivos
planteados al inicio; es decir, se identificaron expedientes tempranos en los que se pudo
observar la participación de intérpretes en lenguas indígenas, se seleccionaron documentos
con datos relevantes sobre la circulación intra- e interregional de la población común y se
ubicaron expedientes que permitieron observar y deducir los aspectos idiomáticos en
espacios económico-productivos fundamentales para la historia regional, como los obrajesy los asientos mineros. Además, se logró identificar tres documentos que contienen
menciones explícitas al idioma culle, entre los cuales resalta un auto de visita eclesial a
Cabana, de 1618, pues incluye la que vendría a ser la mención más antigua de la lengua
(anexo 4). Para un idioma escasamente documentado como este, el hallazgo de estos
últimos documentos supone un importante logro inesperado. El corpus documental se
trabajó en diálogo con la literatura historiográfica pertinente, y como complemento a ella, a
fin de esbozar un panorama lo más aproximado posible de la historia del territorio
estudiado en lo que se refiere al contacto lingüístico. En la medida en que los tipos de
expedientes correspondientes a los tres objetivos señalados demandaron diferentes
enfoques analíticos, los procedimientos seguidos con ellos serán abordados por separado en
los párrafos siguientes.
45 El archivo familiar del literato Luis Flores Prado, a quien agradezco.
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explícitamente el idioma culle como lengua meta de la interpretación,46 pero considero que
en varios del resto de expedientes, la interpretación debió de darse en esta lengua, aunque
no se la mencionara directamente. El hecho de que en los demás documentos la lengua
meta de la interpretación fuera el quechua, mayoritariamente presentado como «la lengua
general del inga» o simplemente como «la lengua general», se utilizó como evidencia sobre
la coexistencia de ambos idiomas indígenas en espacios determinados de la zona de estudio.
Asimismo, se observó en estos documentos qué tipo de actores indígenas necesitaban de la
participación del intérprete y cuáles no, aunque también se observaron procesos enteros en
los que la interpretación parecía darse de manera rutinaria, cuando hubiera sido improbable
que ninguno de los indígenas participantes fuera «ladino en la lengua española».47 Esta
práctica «masiva» del oficio también se ha observado entre los notarios-intérpretes
mestizos del Cuzco en la primera mitad del XVII (Ramos 2011: 32). En un expedientetardío, que se comentará con más detalle al final de este apartado, 48
El expediente sobre la rebelión obrajera también sirvió para determinar circuitos relevantes
de circulación intra- e interregional, que involucraban a la población indígena, así como a
«castas» y mestizos. Con este fin también se trabajó con la colección de expedientes de
supersticiones e idolatrías del AAT.
la participación de un
intérprete quechua-castellano se juzgó necesaria en la Real Corte de Lima, junto con la de
un mestizo experto en el «idioma yndico», después de comprobarse que los reos, indígenas
participantes en una rebelión obrajera desatada en los límites de las actuales provincias
liberteñas de Otuzco y Julcán, estaban «faltos de castellano». En este caso, el documento
brinda evidencia sobre un manejo del quechua llamativamente tardío por parte de los
indígenas en una zona documentada como de habla culle, y en un espacio no minero, pero,
además, sobre las percepciones que su castellano despertaba en la capital del virreinato.
49
46
ARC, Causas Criminales, Procurador de Naturales, leg. 1, «El procurador de los naturales del pueblo deSantiago de Chuco en nombre de Juana Julcacallay», 1675. 47 Por ejemplo, la visita de Gómez de Celis. Intendencia, subdelegación de Huamachuco, legajo 445, 1785-1792. 48 Biblioteca Nacional, Colección General de Documentos Manuscritos, C3611, «Autos criminales seguidoscontra el Caudillo Alexo Zavaleta y demás cómplices de que havian formado el Esquadrón de 104 hombres
para atacar la Partida de Dragones, y su Comandante, destinados a la expedición de Carabamba y azesinar alazendado don Ygnacio Amoroto».
En esos documentos observé las migraciones y
49 Los expedientes de la colección suman 25. Los que corresponden a la zona de interés son nueve, de loscuales siete han sido publicados por Larco (2005). En orden de antigüedad, los nueve expedientes
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desplazamientos de los denunciantes y los acusados, con el objeto de determinar si sus
movimientos rutinarios seguían o no circuitos concentrados en la región de interés, bajo el
entendido de que son dichos circuitos los que constituyen la base del contacto y la
interacción entre las poblaciones humanas, dinámica que, a lo largo del tiempo, va
configurando identidades regionales y variedades lingüísticas. Esta información se
complementó con datos adicionales brindados por la literatura obrajera en torno a los
caminos seguidos por los indios operarios que escapaban de los talleres (Silva Santisteban
1964).
A partir de la revisión de la literatura historiográfica,50 y tomando en cuenta recientes
avances en lingüística andina sobre la historia del quechua,51 consideré que los obrajes y
los asientos mineros constituían dos espacios económico-productivos claves para trazar lahistoria del contacto idiomático en la región. En cuanto a los obrajes, la documentación ya
conocida alertaba sobre el hecho de que la lengua predominante en ellos podía ser el culle,
junto con el quechua como segunda lengua, aunque la evidencia se restringía al territorio de
las actuales provincias de Otuzco y Julcán, las más occidentales de la «zona consensual»
(Marzal 1988 [1983]: 365-368; Pantoja Alcántara 2000). Mediante una visita más amplia,
realizada en 1785 por Pedro Joseph de Celis, por encargo del corregidor de Trujillo, con el
fin de verificar la situación de los indios en los obrajes y haciendas de todo el «partido de
Huamachuco», fue posible generalizar esta percepción al conjunto de la región estudiada,
con excepción del territorio de la actual Pallasca, que no estaba comprendida en esa
jurisdicción.52
corresponden a las localidades de Santiago de Chuco (expediente 4, 1771); Lucma, hoy en la provincialiberteña de Gran Chimú (expediente 7, 1774); Chuquisongo, Santiago de Chuco (expediente 9, 1774);Otuzco (expediente 15, 1800-1803); Lucma, Gran Chimú (expediente 16, 1804); Carabamba, hoy en Julcán(expediente 17, 1808); Carabamba, Julcán (expediente 18, 1809-1810); Huamachuco (expediente 20, 1817) yMarmot, Gran Chimú (expediente 23, 1831).50 Sobre obrajes, Silva Santisteban (1964, 1996-1998); sobre minería, Contreras (1995, 1999), Fisher (1977) yEspinoza Soriano (2004).51 Fundamentalmente, Itier (2011) y Pearce y Heggarty (2011).52ARLL, Intendencia, Subdelegación de Huamachuco, Legajo 445, 1785-1792. Agradezco a los historiadorestrujillanos Juan Castañeda Murga y Frank Díaz Pretel por orientarme hacia este documento.
Despierta sospechas, sin embargo, el carácter rutinario con que parece actuar
el intérprete, el notario Ambrosio Pérez Navarro, quien ejerce sus labores en todos los
puntos señalados sin excepción. Un documento adicional de importancia que ya he
comentado en relación con los circuitos intra- e interregionales, y que ya había sido
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estudiado por Silva Santisteban (1964, 1996-1998), es el expediente sobre la rebelión de
Carabamba, de mediados del siglo XVIII.53
En cuanto al circuito minero, identifiqué, en el AAL, un capítulo abierto por la justicia
eclesiástica, a mediados del siglo XVII, contra el bachiller Eusebio de Garay, párroco del
asiento de San Lorenzo de Atun Conchucos, a raíz de una serie de acusaciones que
incluían, además de cierta afición excesiva al juego de naipes, descuidos en la enseñanza de
la doctrina cristiana a los indios y en la organización de una escuela para los jóvenes y
niños.
Silva-Santisteban, sin embargo, no resaltó el
carácter pluriétnico que tuvo el levantamiento, aspecto clave para el contacto lingüístico.
54
El argumento principal de esta tesis es, como se ha visto, de carácter doble: tiene un aspecto
dialectológico y otro de índole histórico-lingüístico.Cada uno de estos aspectos se refleja en
las dos hipótesis planteadas en la sección 1.3. Desarrollaré estas facetas de mi argumento
por separado, proponiendo, en el capítulo tercero, una historia del contacto lingüístico en la
Aunque Atun Conchucos es un punto de importancia relativamente menor en el
circuito minero colonial, en comparación con el auge que cobraron en el XVIII Hualgayoc
(en la actual provincia de Hualgayoc, departamento de Cajamarca) y Quiruvilca (en laactual provincia de Santiago de Chuco, La Libertad), el caso es interesante porque permite
observar la diversidad de orígenes geográficos de los indígenas presentados como testigos y
como denunciantes, así como la participación de intérpretes en lengua quechua en muchas
de estas declaraciones. He utilizado este expediente para observar la presencia del quechua
en este espacio económico-productivo, enclavado en una zona cullehablante, en la
búsqueda de una explicación para la vigencia de la «lengua general» a pesar de que la
región ya contaba con una lengua indígena, seguramente reservada al espacio familiar, y
con el castellano como la lengua del poder. Esta fuente se discutirá, en el capítulo tercero,
en asociación con el expediente sobre la rebelión obrajera de Carabamba, donde también
observamos el manejo del quechua en un espacio predominantemente agrario y no minero.
1.5 ORGANIZACIÓN DE LA TESIS
53 Biblioteca Nacional, Colección General de Documentos Manuscritos, C3611.54 AAL, Capítulos, 14, 1.
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región estudiada y reservando el capítulo cuarto para la descripción dialectal. Además de la
presente introducción, esos capítulos centrales serán precedidos por una sección teórico-
conceptual: el capítulo segundo, en el que se ofrecerá una presentación crítica de la
categoría de castellano andino tal como ha sido trabajada por la literatura, a partir de un
sucinto recorrido por la historia de algunos conceptos centrales de la dialectología, la
lingüística sociohistórica y el estudio del contacto de lenguas en el Perú. Cerrará el texto un
capítulo, el quinto, en el que se integrarán los principales hallazgos y conclusiones en el
marco de cuatro discusiones más amplias: las perspectivas y limitaciones en el estudio de la
subvariedad postulada; la importancia del sustrato indígena, el contacto lingüístico y la
fuerza relativa de la presión normalizadora en la configuración de los castellanos
estudiados; la necesidad de tomar en cuenta el contexto histórico regional para el estudio
del contacto de lenguas y, finalmente, los problemas y potencialidades del concepto decastellano andino. Se incluirán como anexos la guía para las entrevistas realizadas en el
trabajo de campo (anexo 1), un cuadro con las características sociales básicas de las
personas entrevistadas para el corpus principal (anexo 2), un fragmento de la matriz de
rasgos del castellano andino utilizada como instrumento de comparación (anexo 3) y una
transcripción del documento de 1618 en que se menciona por primera vez la lengua «que
llaman colli» (anexo 4).
Finalmente, quisiera agradecer a algunas personas e instituciones sin cuyo apoyo el trabajode investigación que condujo a esta tesis no se hubiera podido concretar. La confianza
depositada en el proyecto por la Dirección de Gestión de Investigación de la Pontificia
Universidad Católica del Perú (PUCP) permitió realizar el trabajo de campo y la revisión de
archivos durante tres temporadas, entre los años 2009 y 2011, con la asistencia esmerada
del profesor Roger Gonzalo Segura y el apoyo minucioso del profesor Marco Ferrell
Ramírez. La Escuela de Graduados brindó un apoyo fundamental al proceso de
investigación en su conjunto, a través de la beca Huiracocha, que me permitió contar con eltiempo y la tranquilidad económica necesaria para sistematizar y analizar los datos
recabados. Los profesores y compañeros del doctorado del Programa de Estudios Andinos
constituyen una comunidad y un entorno inmejorable para discutir ideas y mejorar
planteamientos y enfoques; en el caso particular de esta tesis, desempeñaron un papel clave
los asesores del proyecto, Karen Spalding y Rodolfo Cerrón-Palomino, así como el
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lingüista Jorge Iván Pérez Silva. Finalmente, la Escuela de Lenguas Modernas de la
Universidad de Newcastle, en el Reino Unido, me ofreció, a través de su Santander
Fellowship Schema, una estadía ideal para la redacción final de la tesis. Durante esta
temporada, los lingüistas Rosaleen Howard e Ian Mackenzie fueron agudos interlocutores
que brindaron críticas e impulso clave a algunas de las ideas presentadas a continuación.
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Capítulo 2
La construcción del concepto de castellano andino
2.1 INTRODUCCIÓN
Esta tesis se plantea un problema que tiene aspectos dialectológicos y sociohistóricos,
puesto que su primer objetivo tiene carácter dialectal —a saber, demostrar que los
castellanos de los Andes norteños del Perú de sustrato culle conforman un conjunto bien
articulado, que si bien comparte rasgos con el castellano andino sureño y sureño-central, de
base quechua y aimara, también se diferencia de este mediante una serie de fenómenos que
deben ser comprendidos en su propia lógica y organización— y el segundo es de corte
histórico —a saber, buscar una explicación para entender la particular configuración de este
castellano a través de una revisión del contexto histórico en que se ha formado—. Por ello,
en este capítulo presentaré algunas categorías y enfoques básicos de la dialectología, la
sociolingüística histórica y el contacto lingüístico, que me servirán para evaluar las
hipótesis propuestas. He preferido exponer esas categorías y enfoques no de manera
esquemática sino en el marco de una breve revisión histórica del estudio del español del
Perú en el siglo XX (sección 2.2). Este recorrido me conducirá de manera más directa a la
discusión central de este capítulo, esto es, la construcción del concepto de castellano
andino.
En efecto, para responder adecuadamente al tercer objetivo planteado en esta investigación
—someter la categoría de castellano andino a una evaluación empírica, a fin de discutir
tanto sus ventajas como sus sesgos y limitaciones—, requeriré revisar la manera como se ha
construido esta noción en la literatura (sección 2.3). Para ello, dividiré los principales
planteamientos realizados sobre el tema distinguiendo tres ejes conceptuales que me han
parecido constantes en el tratamiento del tema: un primer eje concentrado en la variación
regional (sección 2.3.1), un segundo eje concentrado en la variación social (sección 2.3.2) y
un tercer eje orientado a observar los fenómenos derivados del contacto lingüístico (sección
2.3.3). El último eje, como se verá, ha abierto un flanco sociohistórico en el debate sobre la
configuración de esta variedad. Esta revisión permitirá identificar algunos problemas que
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supone la categoría de castellano andino tal como ha sido construida por la literatura
(sección 2.3.4). Siendo que el interés principal de este trabajo está en la variación regional,
mi acercamiento a las limitaciones del concepto enfatizará los aspectos diatópicos del
problema. Una sección final (2.3.5) resumirá lo encontrado en esta revisión, que será, en
parte, un examen de la bibliografía existente, pero que también intentará ofrecer una
contribución a la historiografía de una noción que ha llegado a ser de uso estándar en la
lingüística hispánica.
2.2 NOTAS SOBRE DIALECTOLOGÍA, SOCIOLINGÜÍSTICA Y ESTUDIO DEL
CONTACTO DE LENGUAS EN EL PERÚ
El interés por la variación regional de las lenguas es tan antiguo como el ser humano, pero
el inicio de su estudio sistemático y pormenorizado puede ubicarse en el siglo XIX (Britain
2010: 127), con la consolidación de la geografía lingüística como subdisciplina. Las
técnicas y categorías tradicionalmente usadas por esta subdisciplina —como la
representación gráfica de la variación lingüística a través de mapas y la noción de isoglosa
entendida como una frontera que permite demarcar áreas dialectales— llegaron a América
para cobrar un desarrollo especialmente intenso en países como Colombia y México. En
Colombia, José Rufino Cuervo inauguró, con Apuntaciones críticas sobre el lenguajebogotano (Cuervo 1907), una tradición de estudios filológicos serios con un claro horizonte
dialectológico que, aunque, para algunos autores, no llegó a plasmarse del todo, dejó el
camino abierto para el estudio sistemático de la variación regional (Guitarte 1983); otros
consideran a Cuervo, de manera más entusiasta, como el fundador de la dialectología
hispánica, hasta el punto de que Carrión Ordóñez afirma que él «representa para la
dialectología castellana el equivalente de Diez para la romanística y el de Bopp para los
estudios indoeuropeos» (Carrión Ordóñez 1983a: 159). La creación del Departamento de
Dialectología del Instituto Caro y Cuervo, en 1948, brindó el marco institucional apropiado
para el surgimiento de un conjunto de trabajos descriptivos y metódicos sobre los
castellanos colombianos bajo el impulso de Luis Flórez (Montes Giraldo 1996: 134). Esta
dinámica desembocó en la preparación del monumental Atlas Lingüístico-Etnográfico de
Colombia (ALEC), publicado en seis volúmenes, «que muestra la distribución de 1.500
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fenómenos léxicos, gramaticales y fonéticos registrados en 261 localidades», además de
haber recogido amplia información cultural asociada a la variación dialectal, lo que pone a
Colombia en «una situación privilegiada dentro del conjunto de países americanos»
(Fontanella de Weinberg 1993 [1992]: 128-130, 200). Posteriormente, la contribución
colombiana al proyecto internacional del estudio coordinado de la «norma lingüística culta»
culminó, a diferencia de otros países, con la publicación de una serie de materiales sobre
distintos rasgos caracterizadores de las principales variedades regionales colombianas
(Montes 1996: 134), lo que añadió profundidad al análisis ya avanzado por el ALEC.1
En México, el desarrollo de la dialectología se produjo principalmente en la segunda mitad
del siglo XX. También en este caso un factor impulsor fue la elaboración de un atlas, el
Atlas Lingüístico de México, que atendió tanto a la variación geográfica como social,
distinguiendo los datos recogidos de acuerdo con estratos sociales. Fontanella de Weinberg
resalta, además, el hecho de que el proyecto interamericano sobre la norma culta tuvo en
México un desarrollo especialmente intenso, dado que su director fue Juan M. Lope
Blanch, quien ya había hecho avances significativos, desde la década de 1960, en la
descripción dialectal del español mexicano (p. ej., Lope Blanch 1964), aunque su
teorización sobre el contacto entre el español y las lenguas indígenas, reacia al
reconocimiento de cualquier influencia de estas últimas sobre el primero, ha sido
minuciosamente criticada por Zimmermann (1995). También en México parece haber
tenido un papel clave el aspecto institucional, con la fundación, en 1967, del Centro de
Lingüística Hispánica, hoy Centro de Lingüística Hispánica Juan M. Lope Blanch, de la
Universidad Nacional Autónoma de México (Fontanella de Weinberg 1993 [1992]: 128,
177, 215). No se debe olvidar, por otro lado, la temprana publicación de trabajos
descriptivos sobre léxico, fonética y sintaxis llevados a cabo por académicos alemanes y
estadounidenses a finales del siglo XIX y por intelectuales mexicanos asociados a la
Academia Mexicana de la Lengua a inicios del siglo XX. El dominicano Pedro HenríquezUreña recopiló estos estudios iniciales en el tomo cuarto de la Biblioteca de Dialectología
Hispanoamericana, dirigida por Amado Alonso (Henríquez Ureña, comp., 1938) y él
1 Para la clasificación dialectal estándar del español de Colombia, ver Montes Giraldo (1982); para una
revisión reciente de los principales rasgos de las variedades colombianas, ver la compilación de File-Muriel y
Orozco, eds. (2012). Para una descripción de los hallazgos principales del ALEC, Flórez (1964).
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mismo propuso la primera división dialectal del español mexicano (Henríquez Ureña 1921),
luego revisada por Lope Blanch (1996: 87-88), así como una zonificación del español
americano basada en las diferencias de sustrato indígena (Henríquez Ureña 1921), cuyos
criterios de diferenciación fueron después rechazados (Rona 1964: 222; Zamora Munné
1980; Zimmermann 1995: 10). Esta fue sin duda una base fundamental para el desarrollo
posterior de estudios dialectales y descriptivos, llevados a cabo tanto por académicos como
por «inquietos aficionados» (Fontanella de Weinberg 1993 [1992]: 215-222).
En el Perú, el enfoque dialectológico y el interés por la variación diatópica del lenguaje no
se implantó con el mismo ímpetu ni la misma profundidad. Si nos fijamos en la lexicografía
de fines del XIX, la cobertura del Diccionario de peruanismos de Juan de Arona (1938) se
centró en Lima, pues se enfatizan los limeñismos y las voces de uso más general, pero
quedan de lado la Amazonía y el conjunto de ciudades de los Andes, salvo Arequipa, que
era tierra natal del padre de Arona; Moquegua, a la que también estaba ligado por razones
familiares; Cañete, donde se ubicaba la hacienda familiar, y, muy esporádicamente, Tarma
(Tauzin y Castellanos e. p.; Carrión Ordóñez 1983a: 150). De este modo, con todas sus
virtudes, la obra fundacional de la lexicografía peruana no recogió el ambicioso proyecto de
abarcar las voces «municipales en las más provincias del Perú» que algunos de sus
antecedentes se habían propuesto, en particular, el «Diccionario de algunas voces técnicas
de mineralogía y metalurgia», preparado por la Sociedad de Amantes del País y publicado
en el primer volumen del Mercurio Peruano (Carrión Ordóñez 1983a: 157). Ricardo Palma,
por su parte, legó en sus Neologismos y americanismos (1896) y en sus Papeletas
lexicográficas (1903) un conjunto de avances lexicológicos que tienen, a decir de Rivarola
(1986: 38), el valor de ser «obra de un excelente literato y estilista, aficionado a asuntos
gramaticales y léxicos, pero no de un filólogo». Se deberá esperar hasta Peruanismos
(Hildebrandt 1969) y hasta el estudio de Carrión Ordóñez sobre las voces recogidas en
Arequipa por el sacerdote Antonio Pereira y Ruiz (Carrión Ordóñez 1983b) para que elPerú alcanzara la madurez lexicográfica (Rivarola 1986: 38).
En cuanto a la tarea dialectológica propiamente dicha, recién a mediados de la década de
1930 se publicó una primera propuesta de zonificación del español del Perú sobre la base
de datos originales: Benvenutto Murrieta (1936) planteó que el territorio peruano se podía
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dividir en cuatro zonas, tomando en cuenta la fonología: la región del litoral norte; el litoral
centro y sur; la región serrana, que comprendía el litoral sureño; y la región de «la
montaña» o la selva. Rivarola (1986: 31) afirmó que «su propuesta obedecía a una intuición
parcialmente acertada, pero carecía de sustentación»; de hecho, en términos geográficos, es
equivalente a la zonificación posterior de Escobar (1978). Con todos los aciertos y avances
que supuso El lenguaje peruano, se debe mencionar que, además de la falta de fundamento
lingüístico que Rivarola menciona, dicha zonificación no estuvo basada en una recolección
directa del material lingüístico en el campo sino principalmente en contactos epistolares y
en el testimonio siempre indirecto de las obras literarias. Así tenemos muchas veces, a lo
largo de la obra, impresiones lingüísticas mediadas por la percepción de los corresponsales
de Benvenutto, algunos de ellos profesores e intelectuales regionales de indudable
conocimiento, pero que entregaban informes inevitablemente mediados por sus propias
categorías y su ubicación social en el entramado regional.
Una revisión de la minuciosa bibliografía preparada por Carrión y Stegmann (1973)
muestra que hasta principios de la década de 1970 no se presentó, después del
planteamiento de Benvenutto Murrieta, una propuesta de zonificación alternativa del
español del Perú que aprovechara los enfoques y categorías de la dialectología o de la
geografía lingüística. Aunque el Instituto Superior de Filología y Lingüística de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) se había fundado en 1936 y, en
1947, habiendo retornado de Buenos Aires, Luis Jaime Cisneros había creado el Seminario
de Filología en el Instituto Riva-Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú
(PUCP), los intereses de ambos equipos no se orientaron centralmente hacia la descripción
dialectal. Las secciones universitarias de lingüística se crearon oficialmente recién en 1970.
En la UNMSM se formó el Departamento Académico de Lingüística y Filología a partir del
instituto antes mencionado, que, durante unos breves años de transición, a fines de la
década de 1960, había inscrito los cursos del área en la sección de literatura. En la PUCP secreó el mismo año la sección de Lingüística y Literatura, que formaba parte, como hasta
ahora, del Departamento de Humanidades. Paralelamente, sin embargo, empezaba a tomar
cuerpo un interés por las cuestiones del idioma fuera del ámbito académico, en el marco
político e ideológico del gobierno militar de Juan Velasco Alvarado.
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En 1972 se creó, en el Ministerio de Educación de ese gobierno, el Instituto Nacional de
Investigación y Desarrollo Educativo (I NIDE), con el filósofo y educador Augusto Salazar
Bondy como director, «con miras a promover la investigación científica y tecnológica de la
Educación y editar textos especializados» (Ministerio de Educación del Perú 2012). En este
contexto, se inició el proyecto «El lenguaje del niño hispanohablante», destinado a conocer
la base lingüística con la que contaban los menores de 7 años en diferentes ciudades del
país para, con este fundamento, producir textos más apropiados a su realidad lingüística y
cultural. Aunque el proyecto no tenía entre sus objetivos la descripción dialectal, sino
principalmente fines pedagógicos, dio lugar a estudios clásicos sobre el castellano infantil
de los Andes y, a partir del amplio material recabado, generó acercamientos descriptivos no
solo al léxico regional (Minaya, Abugattás y Cuba 1978) sino también a la variación
fonológica (Mendoza Cuba 1976) y sintáctica (Minaya con la col. de Kameya, 1976).
Aunque por provenir de niños de 7 años, cuya competencia lingüística no se halla
necesariamente consolidada, este material fue mirado siempre con recelo como evidencia
para hacer generalizaciones dialectológicas (Rivarola 1986: 33), era la primera vez que se
aplicaban, a partir de datos recogidos en el campo, conceptos básicos de la dialectología
estructural, como la idea de que la zonificación dialectal debe basarse en un limitado
número de isoglosas entendidas como rasgos sistemáticos, permanentes y de considerable
abstracción, como había estipulado Rona (1964) para el ámbito hispanoamericano. En el
nivel fonético-fonológico, Mendoza (1976) identificó, por ejemplo, la manera de aplicar
este principio, más allá de los repertorios de fonemas y variantes fonéticas, atendiendo a las
diferencias en la base articulatoria de los distintos castellanos investigados, como ha
resaltado Arrizabalaga (2010). Rivarola (1986: 33) también reconoció que el estudio de
Mendoza había «sacado a luz numerosos fenómenos de gran interés» y afirmó que «tendrá
que ser punto de referencia para investigaciones ulteriores».
Ahora bien, a inicios de la década de 1970, se encuentra paralelamente, en las lenguasindígenas peruanas, en particular en el quechua, un espacio simbólico desatendido por las
generaciones previas. Así, junto con la reivindicación de las demandas campesinas y la
implementación de la reforma agraria por parte del gobierno militar, en el ámbito
académico se produjo una serie de estudios gramaticales y lexicográficos enfocados en el
quechua, que culminaron, como resultado de un esfuerzo conjunto con el Instituto de
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Estudios Peruanos y con el lingüista Alberto Escobar como director del proyecto, en la
publicación de doce diccionarios y gramáticas que ofrecieron un panorama amplio y
detallado de la diversidad dialectal de esta familia lingüística.2
2 Se trata de las gramáticas y diccionarios del quechua Cuzco-Collao (Cusihuamán 1976a, 1976b), Ancash-
Huailas (Parker 1976, Parker y Chávez 1976), Jauja-Huanca (Cerrón-Palomino 1976a, 1976b), Cajamarca-
Cañaris (Quesada 1976a, 1976b), Ayacucho-Chanca (Soto 1976a, 1976b) y San Martín (Park, Weber y
Cenepo Sangama 1976; Coombs, Coombs y Weber 1976).
Este conjunto de
publicaciones permitía profundizar los avances realizados en la investigación de la
dialectología histórica del quechua por parte de Parker (1963) y Torero (1964, 1968, 1972,
1974) desde la década de 1960. Los trabajos de estos dos autores supieron combinar la
descripción dialectal con una reflexión histórica de largo plazo, muchas veces estableciendo
conexiones con los datos arqueológicos sobre las formaciones sociales prehispánicas. Esta
necesidad teórica de trabajar dialectología e historia de manera integrada, orientación ya
consolidada en la lingüística andina con los trabajos posteriores del propio Torero (1983,
1984, 1986, 1989, 1993), así como de Cerrón-Palomino (1987a, 2000), Adelaar (1984,
1986, 2010, 2012), Taylor (1994, 2000) e Itier (2000, 2001, 2011), será adoptada en esta
tesis como un punto de partida fundamental.
Rivarola ha señalado que las consecuencias de estos estudios en la investigación del
español en el Perú «han sido muy importantes, en el sentido de haberse activado, por una
parte, los estudios de situación de lenguas en contacto, tanto sobre interferencias en el habla
de bilingües […] como sobre adquisición y uso lingüístico en dicha situación» (Rivarola
1986: 26). En este capítulo quiero plantear que un efecto no buscado del florecimiento de la
lingüística andina en su aproximación al castellano peruano fue, al mismo tiempo, una
reducción del interés por describir y conocer las variedades correspondientes a zonas no
quechuahablantes ni aimarahablantes, por el peso que cobraron, en el espacio académico y
simbólico, el quechua y el aimara como lenguas indígenas mayores del Perú. Por ejemplo,
Cerrón-Palomino afirmaba, en 1972, que ambas eran las más importantes entre las lenguas
vernaculares peruanas, «no porque sean ‘superiores’ o ‘más perfectas’ que las demás, sino
por el papel que ejercieron en nuestra historia como vehículos de culturas más avanzadas y
por su resistencia ante la lengua oficial, sostenida a lo largo de más de cuatro siglos»(Cerrón-Palomino 2003 [1972]: 26).
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En ese momento se produce un vuelco importante en el examen del español peruano. Los
trabajos empiezan a observar con particular énfasis, como señalaba Rivarola (1986: 26), los
fenómenos de transferencia e interferencia en el habla de las zonas bilingües. Un estudio
emblemático en ese sentido fue el de Anthony Lozano (1975), quien postuló la existencia
de una base sintáctica quechua en diferentes tipos de frases nominales del castellano de la
sierra surcentral, en particular, en las frases posesivas. Aunque la propuesta fue objeto de
discusión y crítica (Pozzi-Escot 1973; Rodríguez Garrido 1982; Godenzzi 1987: 138), el
enfoque expresaba bien una tendencia opuesta a la subvaloración académica previa de los
efectos del contacto con las lenguas indígenas en la configuración de los castellanos
americanos, postura representada, por ejemplo, por Lope Blanch (1982, 1986). Algunos
trabajos pronostican en esa etapa, incluso, que el horizonte del castellano de los Andes
estaría en la formación de una «lengua criolla» o «cuasi criolla», es decir, una «lengua
nativa de un grupo que, por lo general, desconoce una segunda lengua», el quechua o el
aimara, y que «estrictamente hablando, no es ni español ni quechua; es, si se quiere, ambas
cosas a la vez: español por su sistema léxico y su morfología y quechua por su sintaxis y
semántica» (Cerrón-Palomino 2003 [1972]: 28), un resultado paralelo al que Pieter
Muysken había descrito como la «media lengua» del Ecuador (Muysken 1979).3
3 Si bien Muysken publicó un artículo resumiendo su propuesta a fines de la década —en la revista Lexis, de
la PUCP—, ya había presentado descripciones gramaticales preliminares en 1975 y 1976 (Escobar 1978:
173).
Posteriormente, dicha visión, aplicada al español de los Andes, fue revisada por su propio
autor (Cerrón-Palomino 2003 [1981]: 75-76), al contarse con datos más copiosos y
exhaustivos. Con el desarrollo reciente del estudio de pidgnis y lenguas criollas, los
trabajos sobre el castellano peruano adquirieron renovado interés, pero este interés estaba
concentrado en la influencia que los idiomas andinos estaban ejerciendo en una supuesta
reformulación radical del sistema castellano; se trataba de una suerte de «desquite» de las
lenguas indígenas sobre el español (Cerrón-Palomino 2003 [1995]: 218) o, como José
María Arguedas lo había formulado décadas atrás, observando a sus alumnos de Sicuani, de
un «sitio», de una toma del castellano, que terminaba siendo transformado en sus esencias
hasta convertirse en un español con la «sintaxis destrozada» y en cuya «morfología íntima»,
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se reconocía «el genio del kechwa» (1986 [1939]: 33).4
Fue en este marco que surgió la segunda propuesta de división dialectal del español
peruano. A fines de la década de 1970, Alberto Escobar postuló, casi reflejando en lo
geográfico las intuciones previas de Benvenutto (1936), que el español del Perú se podía
dividir en un primer conjunto dialectal que llamó «ribereño», subdividido, a su vez, en el
castellano del litoral norteño y central, y en la variedad amazónica; y un segundo conjunto
que denominó «andino», conformado por el «castellano andino propiamente dicho», el
«castellano altiplánico» y la variedad del litoral y los Andes occidentales sureños. Esta
división —tributaria también de los postulados estructuralistas de Rona (1964, 1958)— se
fundamentó sobre todo en criterios fonético-fonológicos, complementados secundariamente
por consideraciones morfológicas, sintácticas y léxicas. A esta zonificación se superpone,
según Escobar, un «dialecto social», que, siguiendo a Wolfram (1969), denominó
«interlecto», y que definió como «el español hablado, como segunda lengua, por personas
cuya materna es una de las dos lenguas amerindias de mayor difusión en el país, o sea el
quechua y el aymara, y se encuentran en proceso de apropiación del castellano» (Escobar
1978: 30-31). Los hablantes de esta variedad social serían bilingües por lo común sucesivos
y siempre subordinados, que pueden avanzar, en su apropiación del castellano, hacia
formas del español regional, o bien hacia la suerte de «lengua criolla» o «cuasicriolla»
quechua-castellano propuesta inicialmente por Cerrón-Palomino (2003 [1972]), o bien
hacia un tipo de «media lengua» como la definida por Muysken (1979), o, por último, «se
congela[n] en una suerte de semilinguismo», este último descrito como «el tipo de“competencia lingüística insatisfactoria”, observado especialmente en individuos que desde
su infancia han tenido contacto con dos lenguajes, pero sin suficiente o adecuado
entrenamiento o estímulo en ninguno de dichos idiomas» (Escobar 1978: 31-32, nota 2). Es
Desde el punto de vista
pedagógico, que era el otro gran punto de partida para el estudio del español peruano en la
época, esta visión tomaba la forma de un contraste marcado entre las normas regionales y la
«norma nacional» (Pozzi-Escot 1972). Por ese entonces Alberto Escobar (1975: 11)
hablaba, con cierta ironía, de la «querella entre la llamada norma nacional versus las
normas regionales».
4 Para un examen de esta retórica «bélica» y «agónica» del contacto de lenguas en el primer Arguedas, ver
Andrade Ciudad y Panizo Jansana e. p.
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de resaltar la importancia que Escobar atribuye al concepto de interlecto en su propuesta de
zonificación, el que describe en detalle antes de la propuesta dialectal propiamente dicha.
Posteriormente, la lingüista Anna Maria Escobar (1990, 1994, 2000), hija de este estudioso,
profundizó la investigación empírica sobre este planteamiento mediante su división entre
«español andino» y «español bilingüe», concepto este último paralelo al de interlecto.
A la propuesta dialectológica de Alberto Escobar, que conforma el capítulo segundo de su
influyente libro Variaciones sociolingüísticas del castellano en el Perú, le siguió un
capítulo sobre grados de bilingüismo, otro sobre la aceptabilidad de oraciones del
castellano andino entre maestros de diferentes regiones educativas del país y, finalmente,
una discusión sobre la naturaleza del «castellano de Lima» a partir de un estudio
exploratorio sobre actitudes lingüísticas. De este modo, el libro en su conjunto es ilustrativo
de la fuerza que iban cobrando, desde finales de la década de 1970, dos enfoques en el
estudio del castellano peruano: la atención puesta en el bilingüismo, por un lado, y la
«dialectología social», especialmente el estudio de las actitudes hacia las lenguas y
variedades, por otro. Terminada la década, surgieron algunos intentos de aplicar los
conceptos de la dialectología clásica a áreas geográficas específicas, sobre todo en estudios
léxicos como los de Alcocer Martínez (1981, 1988) sobre la provincia de Canta,5
5 De hecho, hay noticias sobre dos proyectos de atlas lingüísticos peruanos, que no llegaron a dar frutos. El
trabajo de Alcocer justamente estaba enmarcado en uno de ellos: el Atlas Lingüístico Etnográfico del Perú(Ramírez et al. 1974 y Ramírez et al. 1980), y la parte peruana correspondiente al Atlas Lingüístico
Hispanoamericano, que en sus inicios estuvo a cargo de Enrique Carrión Ordóñez y Rocío Caravedo
(Rivarola 1986: 42, Caravedo 1987a). La influencia del atlas colombiano en el primer proyecto peruano es
visible desde la coincidencia de los nombres.
pero el
foco ya estaba puesto en un área distinta: el estudio de las relaciones entre el lenguaje y la
sociedad, y el fenómeno de las migraciones hacia las principales ciudades de la costa y sus
reflejos en el campo lingüístico.
El trabajo de Rocío Caravedo, desarrollado desde principios de la década de 1980 con un
énfasis inicial en la variación social en el uso de distintos segmentos fonológicos en la
ciudad de Lima (Caravedo 1983, 1987a, 1987b), expresa bien estas tendencias. El artículo
que presentó al Manual de dialectología hispanoamericana (Alvar, dir. 1996) sobre el
español del Perú empieza así:
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En la presentación de los aspectos más relevantes del español del Perú parto de unaconcepción sociolingüística de la dialectología. Quiero decir que si bien el objeto de
la dialectología es estudiar la variación de una lengua a partir de la coordenada
espacial, esta variación no puede ser sino de naturaleza social […]. Parto […] deuna concepción amplia de la sociolingüística según la cual la naturaleza del lenguaje
se define como social, independientemente de que la variación se distribuya o no demodo heterogéneo según los grupos sociales. Desde un punto de vista conceptual,en razón de lo dicho, la dialectología es en sí misma de carácter sociolingüístico.
Las diferencias que se observan a partir de las áreas geográficas involucran tipos de
comunidades, vale decir tipos de sociedades. Los espacios son ante todo espacios de
interacción social. Por ello, al concentrarme en este trabajo en la variación espacialdel español referida al Perú, conectaré el análisis propiamente lingüístico de los
fenómenos con una interpretación que involucra el universo social en que discurren
y se desarrollan (Caravedo 1996b: 152).
Aunque esta investigadora también presentó una división referencial del español peruano(Caravedo 1992a), el foco del análisis ya no estaba puesto tanto en la variación regional
como en la variación social entendida de manera compleja y no solo como la estratificación
en clases de los fenómenos lingüísticos. Pasaban a tomarse en cuenta el género, la edad, el
nivel educativo. Posteriormente (Caravedo 1996a), se adoptarían los planteamientos de
Lesley Milroy (1980) sobre la importancia de las redes sociales y de los circuitos de
interacción entre las poblaciones en el análisis de la variación lingüística, enfoque que será
de utilidad en este trabajo, integrado a la reflexión sobre el contacto lingüístico. La
distribución geográfica de los hechos del lenguaje pasaba, de este modo, a ser vista como
una instancia de su mapeo social, en la medida en que involucraba tipos distintos de
comunidades. Iniciada la década de 1990, el objetivo buscado ya no era el deslinde
apropiado de las variedades regionales a través de la identificación de sus características
distintivas o de la formulación de isoglosas. Al decir de Rivarola:
[M]ás relevante que este aspecto es la expresión de actitudes y valores respecto delos contactos y conflictos lingüísticos en un área cuya historia se caracteriza por la
continuidad de las barreras sociales, económicas, culturales y comunicativas(Rivarola 1990: 202).
Además, se empezaba a encontrar que la atribución de la procedencia geográfica de un
individuo a través de su comportamiento lingüístico pasaba a ser redefinida en las grandes
ciudades receptoras de migrantes como una marca de diferenciación social. De este modo,
«[l]a variación geográfica o dialectal se convierte […] en variación social o diastrática»
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(Caravedo 1996a: 497). Asimismo, como una consecuencia lógica del variacionismo de
tipo laboviano con el que esta investigadora empezó a desarrollar su trabajo, empezaba a
verse como importante la observación de la variación interna en las comunidades
estudiadas y su contacto con otras variedades, sin tomar las «áreas dialectales» como
compartimentos estancos que podían segmentar, a la manera de un rompecabezas, el
territorio nacional. Esto condujo «a extender el estudio del español del Perú, circunscrito
tradicionalmente a la caracterización de variedades estáticas o a la búsqueda de isoglosas
que delimitan zonas lingüísticas» (Caravedo 1996a: 496), aunque, en verdad, después de la
propuesta de Escobar (1978), no se había sometido a verificación empírica la validez de sus
planteamientos sobre zonificación dialectal; por ejemplo, hasta ahora no contamos con un
estudio que intente evaluar la hipótesis sobre una subárea moqueguana-tacneña en el
espacio del «castellano andino». En la nueva perspectiva, resultaban claves los enfoques
sobre el contacto entre variedades de un mismo idioma, con canales de influencia entre sí, y
no como bloques cerrados y aislados (Trudgill 1986). Esta perspectiva, que resalta, por
ejemplo, la importancia de las presiones normalizadoras y los procesos de acomodación y
simplificación entre variedades, será también fundamental en este trabajo.
Por otra parte, la importancia de los fenómenos migratorios en el Perú, a lo largo de las
décadas de 1950 y 1960, enfatizada en sus trazos generales por estudiosos como José Matos
Mar (1984) y Héctor Martínez (1980), empezó a dar lugar, a mediados de la década de
1980, a estudios de corte cualitativo (Oliart 1985), que probablemente inspiraron
indagaciones acerca de la manera como iba variando el castellano de los migrantes, sobre
todo andinos, en los nuevos entornos urbanos y costeños en los que se habían asentado
(Paredes 1989; Caravedo 1990; Klee y Caravedo 2005). Además, se empezó a observar la
manera como el castellano de estos migrantes podía influir también el habla de la sociedad
receptora (Caravedo 1996a: 499). La caracterización espacial de las variedades lingüísticas
peruanas planteada por Caravedo, presentada no como una zonificación propiamente dichasino como una propuesta referencial, que atendía a consideraciones históricas, sociales y
demográficas, seguía la habitual separación del país en tres regiones —costa, Andes y
Amazonía—, pero, llamativamente, mencionaba el tema de la migración inmediatamente
después, puesto que «los fenómenos migratorios más recientes y los consiguientes
desplazamientos y contactos lingüísticos son determinantes para la configuración
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sociolingüística del país» (Caravedo 1992a: 721). Este último tipo de configuración pasaba,
pues, a ser el norte de los estudios sobre el español peruano, antes que la descripción
dialectal propiamente dicha, enfocada en la variación espacial de los fenómenos
lingüísticos. Por último, el hecho de que Lima, la capital del país, hubiera recibido a la
mayor cantidad de migrantes, la convertía en el terreno privilegiado para el estudio de esta
reconfiguración de las variedades y su nueva jerarquía (Caravedo 2001: 221-223; 1996:
496-500).
Mientras tanto, el conocimiento de las lenguas andinas mayores, el quechua y el aimara, iba
profundizándose a partir de enfoques gramaticales, comparativos e históricos, siguiendo la
línea abierta por Torero y Parker en la década de 1960. Cerrón-Palomino publicó
Lingüística quechua a mediados de los años ochenta (Cerrón-Palomino 1987a), Alfredo
Torero continuaba los estudios dialectológicos iniciados en la década de 1960 a través de
artículos diversos (Torero 1983, 1984, 1986), Willem Adelaar profundizaba el estudio de
temas gramaticales e históricos (1987, 1986, 1984, 1982a, 1982b) y Gerald Taylor ponía el
acento en variedades quechuas que no encajaban bien en la tradicional bipartición entre los
dos grandes grupos, quechua I y II, de la familia lingüística, como las de Ferreñafe y
Yauyos (1996, 1994). Como ya había apuntado Rivarola a mediados de la década de 1980
(1986: 26), estos avances seguían presentando estímulos para el estudio de las variedades
de español habladas en el país, pero en este momento, gracias al desarrollo de los estudios
sobre contacto lingüístico, se podían afinar enfoques y análisis específicos. Así, surgieron
estudios concentrados en describir de manera pormenorizada los fenómenos de
«transferencia» entre el quechua y el español, pero, a diferencia de los estudios iniciales
sobre estos fenómenos, el foco ya no estaba puesto exclusivamente en el castellano, sino
que también la influencia de la lengua dominante sobre el quechua empezaba a ser objeto
de indagación (Godenzzi 1996a; Granda 2001a: 303), aunque este último autor enfatizó con
mucha claridad, a fines de la década de 1990, que faltaba mucho esfuerzo para conocer apropiadamente el conjunto de fenómenos surgidos en esta última dirección, en
comparación, por ejemplo, con la atención puesta en la influencia del español en lenguas
indígenas mexicanas. Desde esta última área de la lingüística del contacto, Zimmermann
(1995) sostenía que incluso la falta de efectos concretos de la lengua indígena sobre el
español debía constituir un fenómeno de interés para la lingüística si lo que interesaba era
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estudiar la historia del contacto entre las lenguas y no solamente el devenir del español.
También Rivarola afirmaba que el objeto de investigación que le interesaba ya no era la
historia de una lengua, el español, sino de las «relaciones que se establecen entre las
lenguas que comparten un espacio histórico» (Rivarola 1990: 202). Este giro conceptual en
el campo de estudio será de capital importancia en este trabajo.
Por otra parte, en la década de 1990, los procesos de contacto lingüístico empezaron a verse
con mayor precisión y complejidad en trabajos como los de Cerrón-Palomino, Germán de
Granda y Anna Maria Escobar. Empezaba a pensarse, por ejemplo, en transferencias de
más largo plazo en el castellano andino; por ejemplo, del aimara al quechua, primero, y de
este idioma al castellano después, como se planteó para el caso de la fricativización de las
oclusivas en posición implosiva en el castellano del sur andino, como sucede en aɸto <
apto, proyexto < proyekto y riθmo < ritmo (Cerrón-Palomino 2003 [1996]) Después de
venir estudiando el contacto lingüístico en el Paraguay y en distintos contextos
afrohispánicos, el lingüista español Germán de Granda podía abordar con instrumentos más
flexibles y precisos, como la categoría de «causación múltiple» (Malkiel 1967, 1977),
debates clásicos como la influencia de «sustrato» en frases posesivas como Su casa de Juan
(Granda 2001a: 57-64), el antiguo tema de debate de Lozano (1975), Pozzi-Escot (1973),
Rodríguez Garrido (1982) y Godenzzi (1987: 138). También Godenzzi (1996b) trabajó las
formas de pretérito en el castellano de Puno a partir del concepto de causación múltiple.
Anna Maria Escobar, por su parte, después de haber defendido en distintos estudios la
división entre español andino y español bilingüe, renovaba el análisis de los rasgos de estas
variedades a partir de criterios históricos basados en la comparación interlingüística y en
teorías universalistas sobre la evolución gramatical en situaciones de contacto.
Sin embargo, con este florecimiento de los estudios dedicados al contacto lingüístico entre
el castellano y las lenguas mayores de los Andes desde los años noventa, con la primacía
del enfoque sociolingüístico sobre el dialectológico y con el énfasis puesto en Lima como
espacio privilegiado para el estudio de la influencia mutua entre variedades, quedaba fuera
de escena la descripción pormenorizada de las hablas regionales dentro de su propio
entorno geográfico y las propias especificidades de su variación social, a pesar de los
llamados de atención hechos al respecto por Germán de Granda (2001a) y por la propia
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Rocío Caravedo (2001: 215; 1996: 499). Hubo, en las últimas décadas, es cierto, estudios
aislados sobre el español amazónico (Ramírez 2003), sobre el español piurano
(Arrizabalaga 2008), sobre el español de Chincha (Cuba 1996) e, incluso, como hemos
visto en el capítulo primero, sobre algunas localidades de la «zona consensual» de sustrato
culle. Sin embargo, estos esfuerzos no estuvieron integrados a proyectos de zonificación
más amplia como los de Escobar, Benvenutto Murrieta y Caravedo. Sin que el territorio
peruano haya sido objeto de una indagación dialectológica pormenorizada y constante
como la que floreció en Colombia y en México, los nuevos cambios en los enfoques
teóricos y metodológicos no hicieron sino desdibujar la importancia de este tipo de
intereses. Los vacíos en el conocimiento de la realidad dialectal del Perú dejaron, entonces,
de percibirse como un problema, puesto que ya las agendas eran otras. A pesar de los
avances que esta noción supuso, el propio desarrollo del concepto de castellano andino, con
su énfasis en el bilingüismo quechua-castellano y aimara-castellano, y su consecuente sesgo
sureño, jugó en gran medida a favor de este proceso.
2.3 EL CONCEPTO DE CASTELLANO ANDINO
El concepto de castellano andino es hoy en día una categoría estándar en la lingüística
hispanoamericana. Por ejemplo, en su capítulo dedicado a las variedades del español, un
libro de introducción al castellano pensado sobre todo en lectores de habla inglesa dedica al
«Andean Spanish» una sección completa, al mismo nivel que el español de Castilla, el de
Andalucía, el de las Islas Canarias, el del Caribe, el de México y el de la costa del Pacífico,
y lo define así:
El término «español andino» se aplica comúnmente al espectro de tipos de habla,desde la interlengua hasta el español monolingüe con influencia indígena, que se
habla en el área cordillerana que va desde la línea ecuatorial hasta el Trópico de
Capricornio (Mackenzie 2001: 148, traducción mía).
A pesar del frecuente uso del concepto, hay que reconocer que su significado no siempre
coincide en los diferentes enfoques teóricos. Por ello, es necesario empezar este trabajo con
una presentación pormenorizada de los distintos ejes que han guiado, en los trabajos
clásicos sobre el tema, la construcción de la categoría. A partir de la revisión bibliográfica
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efectuada, he identificado tres ejes conceptuales en este proceso: un eje diatópico o regional
(subsección 2.3.1), un eje centrado en lo social (subsección 2.3.2)6
A partir de la revisión bibliográfica efectuada, la publicación más antigua que he
encontrado con la expresión castellano andino, español andino o sus equivalentes es un
trabajo escrito en inglés, en 1935, dedicado a la historia de los idiomas ibéricos, que destina
un capítulo a tratar de la expansión del castellano en América. El autor de The Spanishlanguage, together with Portuguese, Catalan and Basque, William James Entwistle, un
romanista británico, utilizó la expresión Andine Spanish al abordar la influencia de las
y, por último, uno
enfocado en los fenómenos de contacto lingüístico (subsección 2.3.3). Los autores que han
trabajado sobre el tema rara vez sitúan sus acercamientos de manera exclusiva en uno de
estos tres ejes conceptuales, pero se puede decir que sus propuestas presentan énfasis
distintos, que resulta útil identificar y deslindar. Por otra parte, existen aspectos, en el
desarrollo de este concepto, que escapan a los tres ejes conceptuales identificados. Por
ejemplo, el carácter histórico del fenómeno representado con el membrete «castellano
andino» ha sido siempre un punto clave en la reflexión de autores como José Luis Rivarola
(2000, 1986), Rodolfo Cerrón-Palomino (2003) y Germán de Granda (2001a, 2001b). Sin
embargo, la discusión abierta por Anna Maria Escobar (2001a, 2001b) acerca de este punto
se vale de argumentos surgidos del estudio del contacto de lenguas; por ello, este debate se
presentará en el marco del tercer eje conceptual (subsección 2.3.3). Al exponer las distintas
propuestas desarrolladas en el marco de estos tres ejes conceptuales, intentaré también
identificar la base empírica en la que se han fundamentado los estudios correspondientes,
así como el tipo de fenómenos que se enfatizan al caracterizar la variedad, distinguiendo a
qué nivel de análisis lingüístico corresponden principalmente. A partir de lo encontrado en
esta revisión, expondré, en la subsección 2.3.4, algunos problemas y limitaciones en el
tratamiento brindado al castellano andino por la literatura. Dados los objetivos de esta tesis,
esta revisión enfatizará los aspectos regionales de la problemática.
2.3.1 El castellano andino como variedad regional
6 Prefiero evitar el término diastrático porque alude directamente a los estratos o clases sociales, y, como se
verá, los autores que han trabajado el concepto desde este enfoque proponen una comprensión más amplia de
las unidades sociales, tomando en cuenta, por ejemplo, factores étnicos y etarios, redes sociales, etcétera.
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lenguas indígenas americanas en el castellano. En particular, afirmó que «el acento
invariable quechua en la penúltima sílaba debe de haber jugado un papel en el musical
acento del español andino, pero solo porque corresponde al acento habitual del español, en
penúltima sílaba» (Entwistle 1951 [1935]: 250, traducción mía). La frase original en inglés
—«the sing-song accent of Andine Spanish» — contiene el adjetivo andine, distinto del que
finalmente ganó terreno para referirse a la variedad en la tradición inglesa y a lo relativo a
los Andes en general, a saber, andean.7
Ahora bien, el trabajo más antiguo que he localizado con una descripción precisa y
sistemática de una variedad andina específica es el de Penelope J. Cutts (1973), publicado
después de 1985, cuando la autora estaba afiliada al Departamento de Lenguas Modernas
de la Universidad de Salford, Reino Unido. El documento se titula Peculiarities of Andean
Spanish, Department of Puno (S. E. Peru), y describe el habla castellana del departamento
altiplánico sobre la base de sesenta entrevistas con hablantes bilingües quechua-castellano yaimara-castellano, llevadas a cabo en 1972 en Capachica y las localidades vecinas de
Hilata, Yapura, Llachón, Cotos y Siale; Azángaro y Ayaviri (todas localidades
Griswold Morley (1952: 334), quien, a la muerte de
Entwistle, publicó un obituario en Hispanic Review, afirma que, a diferencia de sus trabajos
posteriores, en este libro, él se basó poco en sus propios datos, y que su reflexión descansó
centralmente en la revisión de otros autores. Esto es especialmente claro cuando trata de la
influencia mapuche en el español chileno, tema para el cual Entwistle cita ampliamente el
trabajo de Lenz (1940). No resulta transparente, sin embargo, en qué se fundamentó para
sus afirmaciones sobre el « Andine Spanish», puesto que no lo dice explícitamente. En una
áspera reseña del libro, que carece de una sección bibliográfica, Hayward Keniston (1938:
161) lamentó justamente que The Spanish language careciera de una indicación más
completa de las fuentes usadas. Entwistle tampoco ofreció una definición del término
andino, lo que permite inferir que estaba empleando el adjetivo en un sentido general y no
especializado, a saber, ‘relativo a los Andes’. Esto quiere decir que este uso se basa en la
acepción geográfica de la palabra: el castellano andino sería inicialmente la variedad de
castellano hablada en los Andes en un sentido general.
7 Andean y no andine, registrado desde 1839, figura como entrada en The Oxford English Dictionary; andine solo se menciona, junto con andean, como el adjetivo correspondiente a lo relativo a los Andes, en el
Merriam Webster’s Dictionary (<www.merriam-webster.com>).
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quechuahablantes), y Huancané, Moho, Ilave y Zepita (aimarahablantes), así como la
capital del departamento de Puno. Aunque fue publicado por el Centre for Latin American
Linguistic Studies de la Universidad de Saint Andrews, Escocia, después de 1985 —con la
fecha errónea de 1973 en la portada—, es seguro que el texto circuló a inicios de la década
de 1970 como un documento mimeografiado, puesto que, en Variaciones sociolingüísticas
del castellano en el Perú, de 1978, Alberto Escobar lo cita y lo lista como ítem
bibliográfico con el mismo título de la publicación posterior.8
Aunque el uso de la expresión Andean Spanish es explícita desde el título mismo del
documento de Cutts, la autora no se detiene en definirlo. Tal como hizo Entwistle (1951
[1935]), a quien ella cita, parece estar valiéndose del adjetivo en su acepción cotidiana,
‘relativo a los Andes’, solo que esta vez el término se aplica al castellano hablado en una
En su minuciosa descripción, Cutts hace referencia a fenómenos fonético-fonológicos,
como «la reducción de los sonidos vocálicos y el reforzamiento de las cosonantes»;
sintácticos, como la discordancia de género y número en la frase nominal; y un conjunto de
hechos que hoy describiríamos como pragmáticos o discursivos, y que ella englobó como
miscelaneous parts of speech, entre los que se encuentran la duplicación del adverbio ya,
como en la oración Ya se ha muerto ya, y el uso frecuente de la marca diciendo en el
discurso reportado. Cutts elige la expresión Andean Spanish para referirse a su objeto de
estudio, que en los años previos parece haber competido con otras opciones de corta vida,
como serrano speech y mestizo dialect of Peru, ambas usadas por Douglas Gifford (1969),
opciones restrictivas y particularizadoras como «el castellano de Ayacucho» y «el
castellano de Calemar», empleadas, respectivamente, por Stark (1970) y Escobar (1993),
alternativas hipergeneralizadoras e inadecuadas como el Peruanisches Spanisch de
Schneider (1952, cit. por Escobar) e, incluso, la descriptiva solución de Kany, quien, en su
clásico trabajo sobre la sintaxis de los países hispanoamericanos, solamente especificaba
«sierra del Perú» para los rasgos correspondientes a los Andes peruanos, alternativa que
tiene la desventaja de atar las fronteras dialectales a las nacionales.
8Lo más probable es que la autora haya hecho enmiendas al texto original antes de que se publicara el
documento en Saint Andrews, lo que debió de producirse entre 1985 y 1991, puesto que el texto forma parte
de una serie, Working Papers, cuyos volúmenes inmediatamente anterior y posterior corresponden a las dos
fechas señaladas. Entre las enmiendas que he identificado figuran ítems bibliográficos de la década de 1980
en el listado final.
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región andina específica, la del Altiplano peruano. Curiosamente, esta misma región sería
deslindada de la variedad «andina propiamente dicha» en la más influyente descripción
posterior de Alberto Escobar (1978), en la que ya encontraremos una definición técnica del
término. En efecto, Escobar propone que el castellano andino debe entenderse como una
variedad materna, distinta del interlecto, aquel conjunto de hablas caracterizadas por la
influencia directa de los sistemas quechuas y aimaras en el aprendizaje del castellano como
segunda lengua. Mientras que el interlecto es una variedad transicional e inestable, ya que
sus hablantes «se encuentran en proceso de apropiación del castellano» (p. 30), el
castellano andino se define, más bien, como una variedad materna que presenta rasgos fijos
transmitidos de generación en generación. Estos rasgos son principalmente fonológicos y,
entre ellos resulta capital la conservación de la antigua oposición fonológica entre /y/ y /λ /,
que permite diferenciar dos tipos de castellano: el andino del ribereño o no andino, que
integra a las variedades amazónica y costeña del norte y central. Además de esta
característica, el autor toma en cuenta, para distinguir ambos conjuntos dialectales, la
realización de la sibilante, el vocalismo, la articulación de /x/ y el predominio de la fricción
o de la oclusión en la realización de /č/. El propio Escobar reconoce que la zonificación se
fundamenta en un conjunto de rasgos que son principalmente fonológicos (p. 37), aunque
también presenta algunas características sintácticas, discursivas y léxicas de carácter
complementario.
En un paso adicional hacia el conocimiento de la variación del español hablado en el
territorio peruano, el tipo denominado castellano andino se divide, en la propuesta de
Escobar (1978), en tres variedades: la andina «propiamente dicha», la «altiplánica» y la
«del litoral y de los Andes occidentales sureños». Lingüísticamente, esta distinción toma en
cuenta la asibilación de las vibrantes, cuya ausencia distingue al español del litoral y de los
Andes occidentales sureños de los dos primeros conjuntos; el ensordecimiento parcial de
las vocales, que distingue al segundo conjunto dialectal del castellano «andino propiamentedicho» y el «del litoral y de los Andes occidentales sureños»; y la realización de /x/, que es
débil y no estridente en la última variedad, mientras que en las dos primeras es fuerte y
estridente (p. 48). Desde el punto de vista geográfico, el «castellano andino propiamente
dicho» se extiende «por los valles interandinos de norte a sur, incluyendo por razones
migratorias Madre de Dios»; el «castellano altiplánico» corresponde al departamento de
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Puno; y el «del litoral y Andes occidentales sureños», al territorio moqueguano y tacneño
(p. 57). De este modo, el tipo castellano andino —es decir, el conjunto que engloba a las
tres variedades anteriormente definidas— corre por toda la cordillera de los Andes y sus
valles aledaños y alcanza, además, los territorios de Madre de Dios y la costa de Moquegua
y Tacna. Podemos ver, entonces, que la zonificación lingüística no coincide con la
geográfica y, en este sentido, resulta claro el carácter técnico de la definición de andino en
la propuesta de Escobar.
En cuanto al material en que se basa esta zonificación, Escobar señala lo siguiente:
Nuestras investigaciones para el castellano de los bilingües se basan en la
recolección del material por entrevista libre y por la aplicación de cuestionarios a
una muestra preestratificada, con la correspondiente validación estadística. En lo
que toca al español materno, la recolección del corpus fue conducida por entrevistalibre, in situ, y con selección de informantes múltiples y diversificados por criterios
de edad, sexo, educación e ingresos (1978: 30).
No se especifica cuáles fueron los puntos geográficos elegidos para el recojo de datos, lo
que lleva a suponer que este se hizo en diferentes localidades de todos los departamentos
incluidos en la zonificación final. Sin embargo, al revisar los datos léxicos, sintácticos y
discursivos que respaldan la distinción entre dos grandes tipos, se observa que se atribuyen
las expresiones ¿di? y ¿diga? al tipo 1 o ribereño, específicamente a la variedad de la costa
norteña y central, tal como el uso de la palabra china ‘mujer joven, generalmente
campesina’, a pesar de que ambos rasgos son altamente productivos en los Andes norteños
(ver subsección 4.4.2.3 para ¿di?; para china, Rohner y Andrade e. p.). Este hecho me lleva
a pensar que en la propuesta de Escobar, la recolección de datos no fue tan intensa y
prolongada en los Andes norteños como lo fue en los sureños.
Tal como muestra la inclusión de Madre de Dios en el territorio del «castellano andino
propiamente dicho», la propuesta de Escobar no es rígida en cuanto a la equivalencia entre
territorio y lengua: lo andino dialectal desborda lo andino geográfico. En efecto, él era muy
sensible a los cambios que se estaban produciendo en los hechos del lenguaje como
producto de la migración. En una presentación preliminar de los resultados expuestos en
Variaciones sociolingüísticas, menciona como una dificultad metodológica en la
recolección de datos el hecho de que al trabajar en las ciudades de la costa y los espacios
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urbanos con mayor densidad poblacional, «de tres informantes posibles por lo menos uno
no era hablante nativo de español, y de cada cinco candidatos dos o tres no eran oriundos
del lugar» (Escobar 1975: 12). En este sentido, sería inapropiado restringir la propuesta de
este autor al eje regional; sin embargo, con todos los matices expuestos, sí se puede afirmar
que existe un énfasis de este orden en su caracterización del castellano andino como entidad
distinta del interlecto, pero que ello no le quita apertura a consideraciones sociales. No
sucederá lo mismo en propuestas posteriores, que subrayarán el anclaje geográfico de esta
variedad lingüística casi al mismo nivel que su relación con las lenguas andinas mayores, el
quechua y el aimara.
En una antología de textos de bilingües de los siglos XVI y XVII, José Luis Rivarola, por
ejemplo, reacciona frente a propuestas generalizadoras, que postulan una equivalencia entre
los países andinos y el uso de esta variedad, y afirma:
Por «español (o castellano) andino» entiendo […] una variedad geográficamente
más limitada, esto es, aquella vigente en las áreas propiamente andinas […], áreas
en las cuales el español ha convivido secularmente, y en parte convive aún hoy, conlos idiomas indígenas mayores, el quechua y el aimara (Rivarola 2000: 13, énfasis
mío).
En esta definición, se observa una ligazón estrecha entre territorio andino y lenguas andinas
mayores, conglomerado geográfico y lingüístico que constituiría la base de esta variedad de
castellano. El lingüista español Julio Calvo plantea el problema de la siguiente manera:
En el Perú se registran por lo menos tres dialectos diferentes del español: unoinfluenciado por las lenguas indígenas quechua y aimara, se habla en la sierra
(español andino); otro, más general o menos marcado, se habla en la costa (español
costeño). El prototipo del primero es Cuzco, Arequipa y su ámbito. El prototipo del
segundo es Lima y el suyo. […] Un tercer dialecto, menos extendido en cuanto ahablantes (apenas un 10 %), pero muy extendido geográficamente, es el español
amazónico […] (Calvo 2008: 189).
En la propuesta de Calvo, se observa el mismo engarce territorio-lengua planteado por
Rivarola (2000) como la base de la que surge y se desarrolla el castellano andino, espacio
que, además, queda prototípicamente caracterizado como el correspondiente a Cuzco y
Arequipa. Tributaria de la división del territorio peruano entre «tres regiones naturales» —
zonificación que, con mayores matices, adopta Caravedo (1992a)—, esta postulación
plantea una exagerada equivalencia entre los Andes sureños y la variedad andina. Una
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posición más matizada a este respecto es la que propone Cerrón-Palomino, para quien el
castellano andino es un continuum de sistemas aproximativos respecto del castellano
estándar, que se caracterizan por su uso amplio, no solo en comunidades rurales y urbanas
de la sierra del Perú sino también en la costa, y que muestran una serie de influencias
gramaticales de las lenguas andinas mayores, el quechua y el aimara (Cerrón-Palomino
2003 [1981]: 74-75). Esta propuesta se distingue de las anteriores en que, desde el punto de
vista regional, deja un lugar para la existencia de esta variedad fuera del ámbito de los
Andes, pero, desde el punto de vista lingüístico, comparte con ellas el énfasis en la
influencia determinante del quechua y el aimara para su configuración.
2.3.2 El castellano andino como variedad social
Por lo menos desde el planteamiento de la categoría de interlecto por parte de Alberto
Escobar (1975, 1978), la reflexión sobre el castellano vinculado con las lenguas indígenas
en los Andes adquirió una dimensión social y no solo regional. Dado que el interlecto
engloba, según Escobar, las hablas castellanas que son resultado de la adquisición del
español como segunda lengua por parte de hablantes maternos de quechua y aimara, y que
la migración ha llevado a muchos de estos hablantes fuera del territorio propiamente andino
para asentarse en distintas ciudades de la costa y de la selva, era forzoso para él reconocer
en esta entidad lingüística un «dialecto social difundido en todas las regiones del país», y
no solo una variedad regional. Asimismo, como, por lo general, los hablantes del interlecto
se ubican «en los estratos más deprimidos por la estructura social», Escobar concluía que
este conjunto de hablas «viene a ser algo así como la primera y más amplia capa horizontal
de la dialectología del castellano del Perú» (Escobar 1978: 32). Identificaba, así, dos hechos
sociales básicos en la caracterización de esta entidad lingüística: su extensión geográfica y
su restricción social.
Como hemos visto antes, el interlecto se define también como una variedad transicional e
inestable, ya que sus hablantes «se encuentran en proceso de apropiación del castellano» y
terminan avanzando hacia formas populares del español regional, o bien hacia soluciones
cuasicriollas (Cerrón-Palomino 2003 [1972]: 28) similares a la «media lengua» descrita por
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Muysken (1979) para la sierra de Ecuador o bien hacia «una suerte de semilingüismo» o
competencia lingüística insatisfactoria en la segunda lengua. Por otra parte, dado que las
soluciones a las que llegan los distintos hablantes son comunes, en gran parte normadas por
el funcionamiento de una y otra lengua, Escobar concluye que estamos ante «un sistema
complejo», entendiendo «sistema», como «mucho más que fruto del contraste» entre dos
idiomas y como una entidad socialmente compartida. De estas reflexiones surge una suerte
de contradicción en la descripción del interlecto, que termina definido a la vez por la
transitoriedad y por la fijeza, así como por su estatus de fenómeno social y por el carácter
individual de las soluciones lingüísticas que engloba. ¿Se trata de un sistema transitorio
pero de carácter social, compartido por un grupo mayoritario de hablantes, o estamos ante
múltiples sistemas individuales en vías de transformación hacia distintos resultados y, por
lo tanto, destinados a no encontrar un cauce común que permitiría englobarlos como una
variedad lingüística? ¿Cuál es, pues, finalmente el estatus de este hecho del lenguaje en el
Perú? Posteriormente, el concepto sería retomado y elaborado empíricamente por Anna
Maria Escobar (1994) con el término de español bilingüe, opuesto a su noción de español
andino como variedad materna fruto del contacto lingüístico, oposición que desarrollaré en
la subsección 2.3.3.
Existe otra dimensión social en la zonificación propuesta por Alberto Escobar y que resulta
más importante de presentar en esta subsección. Se trata de la comprobación clave de que
los tipos y variedades descritos en la subsección anterior pueden caracterizarse no solo en
términos regionales, sino que, además, internamente, muestran una variación debida a la
jerarquización social o lo que el autor denomina el «eje vertical». Para abordar este eje,
utiliza las categorías de acrolecto, mesolecto y basilecto, desarrollados por la investigación
inicial sobre lenguas criollas, donde el acrolecto corresponde a las variedades de mayor
prestigio, cercanas al estándar, mientras que el basilecto «se ubica entre los usos dialectales
del extremo opuesto». Sin embargo, mientras que estos criterios se utilizan para distinguir usos sociales relativos a diferentes rasgos del «español ribereño», en lo que respecta al
«español andino», los resultados son más escuetos y se restringen a dos fenómenos
lingüísticos: en primer lugar, Escobar encuentra que las vibrantes muestran una variante
asibilada generalizada en los diferentes estratos, pero su ensordecimiento y retroflexión
ante pausa caracteriza al basilecto. En Arequipa, identifica una realización levemente
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africada con pérdida de sonoridad en el acrolecto, mientras que en el mesolecto la vibrante
asiblidada «recupera toda su resonancia». En segundo término, para el español de los
Andes norteños, identifica, para todas las capas sociales, un uso generalizado de /š/ en la
formación de hipocorísticos y gentilicios, como en Shanti < Santiago y shilico ‘natural de
Celendín’ (Escobar 1978: 51-56).
En la década de 1990, Rocío Caravedo analizará con mayor precisión la dimensión social
del español andino. Desde un enfoque inicialmente variacionista, inscrito en la
sociolingüística cuantitativa laboviana, y a partir de los datos recabados para el Atlas
Lingüístico Hispanoamericano, esta investigadora detectó que algunos de los rasgos
atribuidos a la variedad andina no se distribuían de manera uniforme entre los grupos
sociales, entendidos estos ya no solo como estratos verticales en una jerarquía sino, de
manera más amplia, también como conjuntos definidos por categorías como edad, género,
etnia y redes sociales. El mantenimiento de la oposición entre /y/ y /λ /, por ejemplo, el
rasgo más importante para distinguir al «tipo 1» (español andino) y el «tipo 2» (español
ribereño) de Escobar, mostraba no solo variantes generacionales, que ya habían sido
señaladas por el propio Escobar, sino también una variación individual, pues «se alternan
los dos patrones en el habla de un solo informante, lo que revela la progresiva pérdida de la
diferencia» (Caravedo 1996b: 157). En cuanto a las vibrantes, señala que la presencia de la
variante asibilada no se encuentra socialmente estratificada en las zonas propiamente
andinas, pero añade que cuando los hablantes se trasladan a la capital, como este rasgo
recibe una valoración social negativa, el fenómeno tiende a desaparecer (1996b: 160). De
este modo, el tomar en cuenta las consecuencias de la migración puede cambiar
dramáticamente la caracterización de un rasgo como prototípico de una variedad. Ello
llevará a esta autora a proponer una distinción entre «modalidades originarias» y
«modalidades derivadas» del castellano en el Perú; entre las segundas estarían las
configuradas a partir del fenómeno migratorio (Caravedo 1996a).
Una segunda manifestación del carácter social de la variedad andina, según el trabajo de
Caravedo, será la valoración relativa que recibirá este tipo de español en las grandes
ciudades destino de la migración, especialmente Lima. En la ciudad capital, Caravedo
encuentra que las «modalidades originarias» son estratificadas de manera distinta por el
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grupo receptor limeño. En esta jerarquía, el español costeño se situará en el rango más alto,
el amazónico en un lugar bajo pero sin sobrepasar a la variedad andina, que ocupará el
extremo inferior. La investigadora afirma que sostiene esta afirmación en encuestas
desarrolladas en diferentes etapas de la investigación realizada sobre el español del Perú
para el Atlas Lingüístico Hispanoamericano, aunque sería importante conocer las
características del procedimiento, así como el detalle de los resultados cuantitativos. Una
precisión es fundamental: cuando se propuso al grupo evaluador costeño jerarquizar una
muestra de habla costeña popular frente al habla andina de una persona «con grado
sociocultural superior al limeño», la primera siempre obtuvo una valoración más positiva.
Esto lleva a la investigadora a concluir que el factor más importante para la diferenciación
social a través de lo lingüístico es el geográfico o dialectal, antes que el educativo o el
socioeconómico. De este modo, «[l]a diferencia espacial por sí misma actúa de indicador
social en la situación de contacto de variedades en la capital» (Caravedo 1996a: 497-498).
Otro autor que ha trabajado sobre la dimensión social de la variación lingüística en el
castellano andino es Juan Carlos Godenzzi. Concentrándose en la ciudad de Puno, tal como
Cutts a inicios de la década de 1970, Godenzzi (1987) encuentra diferencias entre grupos
sociales en distintos aspectos fonético-fonológicos, morfosintácticos y léxicos a partir de un
corpus de 70 horas de entrevistas libres, con colaboradores que fueron ubicados en un
«campo de posiciones sociales» según su origen étnico, movilidad geográfica, nivel
económico y «capital escolar». En su trabajo —que, tal como el de Caravedo, toma muy en
cuenta la migración—, Godenzzi determina que la variable étnica desempeña un papel
clave en la distribución social de los hechos lingüísticos estudiados, pues la distinción más
importante se observó entre residentes en Puno «“venidos de fuera”, los pequeños mistis de
tradición urbana y los puneños de origen quechua-aymara». Los rasgos lingüísticos
estudiados fueron el yeísmo versus el mantenimiento de la oposición entre /y/ y /ʎ/, la
realización de /y/ intervocálica, la omisión del artículo, la doble marcación de las frases posesivas, el uso de los pronombres de objeto directo e indirecto (lo y le), el uso del futuro
sintético (cantaré) versus el perifrástico (voy a cantar), el uso del pasado indefinido (canté)
versus el perfecto (he cantado), el uso del presente sintético (canto) versus el perifrástico
(estoy cantando), el uso «redundante» de la preposición en con los deícticos como aquí (en
aquí), la concordancia de género y de número, y el uso de los ítems léxicos bebe versus
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wawa y wawito, así como señor, hombre y caballero. En Godenzzi 1991 este autor
profundiza el tema de la discordancia de género y número, y le otorga al fenómeno mayor
perspectiva histórica en Godenzzi 2005 [1991]; en Godenzzi 1998 amplía los hallazgos
sobre el uso y omisión del artículo, mientras que en Godenzzi 2004 retoma el tema del
yeísmo versus el mantenimiento de la oposición entre /y/ y /ʎ/, relacionándolo con la toma
de posiciones de identidad, y actualiza sus resultados sobre las relaciones entre las formas
verbales perifrásticas y simples, por un lado, y la distribución de los grupos sociales
puneños, por otro. Si bien las relaciones entre lengua y sociedad constituyen el foco del
trabajo de este autor, su enfoque aborda, con similar interés, la influencia del contacto
lingüístico entre el quechua, el aimara y el español en la discusión de algunos fenómenos
característicos del español del sur andino. Un importante trabajo que recorre
panorámicamente las transferencias observadas entre el quechua y el español fue publicado
por el autor en 1996 (Godenzzi 1996a) y ha sido reproducido en Godenzzi 2005.
Susana de los Heros Diez Canseco (2001: 69-97), por su parte, estudió, a mediados de la
década de 1990, el comportamiento de /r/ y /ʎ/ en el castellano de la ciudad del Cuzco, de
acuerdo con las variables de clase social, origen rural-urbano y género. También del
departamento de Cuzco, pero de la ciudad de Calca, proceden los datos de Klee y Ocampo
(1995) sobre la expresión del pasado en narrativas de bilingües quechua-castellano, así
como los de Ocampo y Klee (1995) sobre el orden entre el objeto y el verbo en el mismo
tipo de bilingües. Finalmente, Alvord, Echávez-Solano y Klee (2005) estudian la variación
en la realización de la /r/ entre distintos tipos de bilingües residentes en Calca.
2.3.3 El castellano andino como variedad de contacto
Como he adelantado, el concepto de interlecto, inicialmente planteado por Alberto Escobar
(1975, 1978), fue retomado empíricamente por su hija Anna Maria Escobar, quien,
considerando las connotaciones negativas que adquirió el término con el paso del tiempo
(Escobar 1989), lo rebautizó como español bilingüe. La nueva etiqueta no hace referencia,
como puede parecer, al español hablado por los bilingües castellano-quechua y castellano-
aimara en general, sino solo al de un tipo de bilingües conocidos en la literatura como
sucesivos, que, por lo general (aunque no necesariamente), son subordinados; esto es, con
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menor proficiencia en el manejo de la segunda lengua, el castellano, que en la primera. En
el caso del español opuesto al bilingüe, denominado español andino tanto por Alberto
Escobar como por Anna Maria Escobar, estamos no solo ante monolingües
castellanohablantes sino, también, ante bilingües que han adquirido tempranamente el
castellano junto con el quechua; es decir, ante bilingües simultáneos, quienes, por lo
general, tienen un manejo fluido de ambas lenguas. Esta precisión es importante, pues sitúa
el bilingüismo como un componente clave no solo del interlecto sino también del español
andino, aunque con dos diferencias cruciales: mientras que el interlecto implica un
bilingüismo de tipo individual y sucesivo, el español andino supone uno de tipo social y
simultáneo, además, claro está, de la presencia de monolingües en castellano, pero siempre
en estrecho contacto con las lenguas andinas. Esto no era transparente en los textos de
Alberto Escobar, en los que se caracterizaba al español andino como una «variedad
materna» de castellano. En una interpretación apresurada, ello podría haber llevado
erróneamente a pensar en una variedad regional hablada solo por monolingües
castellanohablantes.
Anna Maria Escobar explica que el bilingüismo social es producto de la existencia de una
comunidad bilingüe, mientras que, en el caso del bilingüismo individual, estamos ante
sujetos bilingües que no necesariamente conforman una comunidad en sentido estricto. Esta
última, desde un enfoque sociolingüístico, consiste en un grupo social diferenciado dentro
de la sociedad mayor, con un alto grado de interacción con los grupos monolingües, con un
bilingüismo extendido y con un uso activo de la segunda lengua para propósitos
comunicativos cotidianos (2001a: 132, 2001b). Para someter la distinción entre español
andino y español bilingüe a verificación empírica, Anna Maria Escobar ha estudiado la
frecuencia de las frases posesivas con doble marcación en los dos grupos de hablantes,
diferenciando entre estructuras doblemente marcadas y con orden estándar (su chompa de
Juan) y estructuras doblemente marcadas y con orden inverso (de Juan su chompa), queresultan más cercanas a la sintaxis de la frase posesiva en quechua y aimara. Así, ha
confirmado que el segundo tipo de estructuras es característico de los hablantes de español
bilingüe, aunque también encontró escasos ejemplos en los bilingües simultáneos (A. M.
Escobar 1994: 68). Para profundizar el estudio de esta distinción, desde fines de los años
ochenta por lo menos (A. M. Escobar 1988: 26-27), esta investigadora ha venido
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subrayando la necesidad de diferenciar el grado y el tipo de bilingüismo de los informantes
en los trabajos realizados sobre las hablas andinas. En contraste, no ha explicitado la
procedencia regional de sus entrevistados, que describe, en ciertos casos, como migrantes
entrevistados en Lima y como residentes en zonas rurales y urbanas del Cuzco (A. M.
Escobar 1994: 67; 2000: 149) y, en otros, como «45 adultos bilingües que provienen de
diferentes zonas rurales y urbanas de la región andina. Algunas de las grabaciones fueron
hechas en Lima y otras fueron hechas en su región natal» (A. M. Escobar 2000: 48).
Algunos investigadores del castellano andino han rechazado la distinción propuesta por
Anna Maria Escobar entre español bilingüe y español andino. Virginia Zavala (1999: 69),
por ejemplo, ha reportado que, en un estudio exploratorio, identificó la recurrencia de la
estructura posesiva doblemente marcada y con orden inverso en una localidad monolingüe
del valle del Mantaro, cuando lo esperable, según el planteamiento de Anna Maria Escobar,
sería encontrar allí solamente la estructura doblemente marcada con orden estándar como
forma predominante. Germán de Granda (2001a: 198-199) ha identificado también rasgos
supuestamente atribuibles al español bilingüe en el área central de la provincia de Salta y en
los valles Calchaquíes salteños, donde el quechua dejó de utilizarse hace aproximadamente
un siglo o siglo y medio. Rocío Caravedo, por su parte, ha señalado que desde el punto de
vista dialectal, la separación mencionada no se justifica, pues obedece a factores
psicolingüísticos que son relevantes para el estudio de los procesos de adquisición
(Caravedo 1992a: 729), mas no —se infiere—para la descripción de variedades regionales
o sociales. Por otra parte, ha señalado que la comprensión del bilingüismo como un
fenómeno social no debería referirse solamente a los individuos que hablan más de una
lengua, sea de manera sucesiva o simultánea, subordinada o coordinada, sino también a los
monolingües que no tienen ningún conocimiento de las lenguas indígenas involucradas en
el proceso de contacto, pero que están sujetos a su influencia. De este modo, señala, se
podrán tomar en cuenta, de manera fluida, en la descripción de un espacio lingüísticodeterminado, todas las variedades lingüísticas existentes en él, sin restringirse a las hablas
de los bilingües (1996a: 494). Como se ve, el planteamiento de Anna Maria Escobar ha
tenido la virtud de colocar nuevamente los fenómenos de bilingüismo en el centro de la
discusión sobre la naturaleza del castellano andino, tal como había hecho Alberto Escobar
desde inicios de la década de 1970.
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Un segundo campo de debate que el trabajo de Anna Maria Escobar ha abierto en el estudio
del castellano andino, siguiendo los planteamientos de Thomason y Kaufman (1988), es el
de la historicidad del fenómeno que nombramos mediante esta etiqueta. Desde perspectivas
diferentes y con definiciones menos acotadas del concepto, diversos autores han apuntado
que algunas de las características definitorias de esta variedad se encuentran presentes
tempranamente en los documentos coloniales escritos por bilingües, sea en cartas o en
crónicas. En consecuencia, han postulado que dicha variedad ya se encontraba configurada,
en sus rasgos definitorios, desde los primeros siglos de la dominación hispánica. A partir de
la lectura de cartas de bilingües, José Luis Rivarola (1994, 2000) ha identificado en esta
escritura rasgos fonético-fonológicos y sintácticos como la alternancia de vocales altas y la
discordancia de género y número. En cuanto a las crónicas, Cerrón-Palomino ha señalado
que, en textos de bilingües como Guaman Poma de Ayala y Francisco Tito Yupanqui, se
puede observar la reducción de diptongos y el lo redundante o aspectual (Cerrón-Palomino
1995, 2003 [1992]). Adorno (2000 [1986]) y Harrison (1982) han identificado, por su parte,
en Guaman Poma y Joan de Santa Cruz Pachacuti, la recurrencia de mecanismos de
presentación del discurso referido mediante las locuciones dizque y dicen, con un valor de
información reportada de segunda fuente. De hecho, la continuidad histórica del fenómeno
ya se encuentra señalada desde los trabajos pioneros sobre el español andino (ver, por
ejemplo, Cutts 1973).
Anna Maria Escobar ha estudiado, en la crónica de Joan de Santa Cruz Pachacuti, la
presencia de la alternancia vocálica y los mecanismos de marcación de la información
reportada, a fin de confirmar si la coexistencia entre un español andino, como una variedad
surgida del bilingüismo social, y un español bilingüe, marcado por el bilingüismo
individual, existía ya durante la época colonial. De este modo, ha comparado la presencia
de los fenómenos mencionados en la escritura del cronista con datos actuales
correspondientes a ambos tipos de español. Como resultado, encuentra que el tratamientode la alternancia vocálica en Santa Cruz Pachacuti se asemeja más al conjunto de
soluciones esperadas en una variedad de español como segunda lengua que a las de una
variedad materna de español, mientras que, en el caso del reportativo, es imposible asociar
los datos con alguna de las dos variedades, pero sí se puede decir que la función reportativa,
tomada en un sentido semántico, se expresa de manera diferente en el texto de Santa Cruz
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Pachacuti que en los datos del presente. El primer resultado lleva a la autora a concluir que
el español andino, según la definición restringida que ella propone, no se encontraba
configurado todavía en el siglo XVII, como sugerían los académicos que habían trabajado
sobre el tema. El segundo resultado es interpretado como un reflejo de las etapas iniciales
de la evolución de la función reportativa en las variedades del español en contacto con el
quechua. La primera conclusión se relaciona con un hecho de carácter sociohistórico: la
aparente inexistencia de una comunidad bilingüe en el sentido antes detallado se debería a
la supuesta separación entre las sociedades hispana e indígena (la denominada república de
españoles frente a la república de indios), así como a la existencia de una «estructura de
castas» durante los primeros siglos de la dominación hispana. Así, el bilingüismo social no
podría haberse desarrollado durante la etapa colonial, debido a que las condiciones
sociolingüísticas necesarias para la interferencia estructural no se dieron en este período
(A. M. Escobar 2001b). Algunos planteamientos historiográficos que cuestionan la
existencia real de la consabida división colonial, más allá del discurso legal, podrían servir
de base para futuros estudios que busquen replantear el problema de la historicidad del
castellano andino con nuevas evidencias documentales.9
A partir de la revisión bibliográfica efectuada, se puede afirmar que aunque el concepto de
castellano andino ha permitido legitimar un conjunto de hablas castellanas en el marco de la
lingüística hispánica, la manera como se ha trabajado la categoría ha contribuido a generar
algunos problemas y vacíos en el estudio del español del Perú. La primera observación que
quiero formular atañe directamente al problema planteado en esta tesis y se refiere al eje
regional en la definición del concepto. Si bien nunca se ha puesto en cuestión que la
cobertura geográfica del castellano andino alcanza a todos los Andes —la discusión a este
respecto, más bien, se ha centrado en la expansión de la variedad hacia las grandes ciudadesde la costa—, las muestras en las que se ha basado la literatura evidencian un claro sesgo a
favor de hablas sureñas y surcentrales. El departamento de Ayacucho, por ejemplo, fue
privilegiado desde el inicio (Stark 1970, Pozzi-Escot 1973) y mantuvo su interés en trabajos
2.3.4 Algunos problemas en el concepto de castellano andino
9 Por ejemplo, ver Spalding 1984: 223-225 para la fluida interacción entre los caciques huarochiranos y el
poder español.
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de finales de la década de 1990 (Zavala 1999), junto con Huancavelica de manera
secundaria (Andrade 2007), mientras que el Cuzco parece estar en la base del material
analizado por A. M. Escobar (2000) y Calvo (2008); de hecho, lo está en los casos de Klee
y Ocampo (1995), Ocampo y Klee (1995), Alvord, Echávez Solano y Klee (2005), De los
Heros Diez Canseco (2001) y Merma Molina (2008). El departamento de Puno también ha
generado buena parte de las muestras en que se ha basado la literatura desde el pionero
trabajo de Cutts (1973), pasando por los estudios de Schumacher de Peña (1980), hasta la
mayor parte de acercamientos de Godenzzi, entre finales de los años ochenta y la década
del 2000 (Godenzzi 2005, 2004, 1998, 1996b, 1991, 1987). En cuanto a los Andes
centrales, los trabajos iniciales de Cerrón-Palomino (2003 [1972], 2003 [1976]) surgieron
de ejemplos obtenidos en el valle del Mantaro, y un texto más reciente (2003 [1995])
analiza ejemplos obtenidos de una publicación periódica del mencionado valle. Esta clara
orientación regional ha excluido involuntariamente del análisis las hablas castellanas de los
Andes norteños, que, como hemos visto en la subsección 1.2.1, han sido catalogadas de
manera particularizadora o bien con cierta vaguedad desde el punto de vista dialectal.
Desde mi punto de vista, la explicación para este elusivo tratamiento reside en el sesgo
sureño y surcentral que ha caracterizado la construcción del concepto. Considero, además,
que esta es una manifestación de un proceso más amplio de sureñización en la comprensión
de lo andino que se observa también en el estudio de la cultura material.
Un segundo problema, estrechamente relacionado con el anterior, pero que conviene
abordar de manera específica, atañe a la manera como se ha tratado el bilingüismo en
relación con el castellano andino. Como hemos visto en la subsección anterior, desde los
planteamientos iniciales de Alberto Escobar (1975, 1978), el bilingüismo cobró centralidad
en la definición y en el análisis de esta variedad dialectal, dando lugar a una serie de
productivos estudios acerca de las diversas maneras en que ha influido el contacto
lingüístico en la transformación del castellano. Sin embargo, el sesgo sureño en laconstrucción del concepto, sumado al peso simbólico que cobraron el quechua y el aimara
desde la década de 1970, llevó a entender el bilingüismo y el contacto de lenguas vinculado
al castellano andino como un fenómeno restringido a las dos «lenguas andinas mayores».
Esta tendencia ha dejado fuera del escenario otras lenguas andinas que, como el culle en los
Andes norteños, pueden —o no— haber contribuido a la configuración de variedades
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89
particulares del castellano. Siguiendo a Zimmermann (1995), si redefinimos el objeto de
estudio del contacto de lenguas en la América hispana, desde un punto de vista
sociohistórico, no como el examen del castellano influido por los idiomas indígenas sino
como la historia de las relaciones entre los idiomas que han entrado en contacto en el
territorio americano, habrá que concluir que interesan tanto los vínculos entre el castellano
y las lenguas indígenas actuales, que forman parte de su adstrato, como los nexos entre el
castellano y las lenguas indígenas extintas, sea que estas hayan tenido una influencia
efectiva o no en la configuración de las nuevas variedades, porque esa posible ausencia de
efectos también forma parte de la historia que interesa reconstruir. Desde este punto de
vista, convendría entender el bilingüismo relacionado con el castellano andino como un
fenómeno histórico más amplio, que no solamente involucra a las dos lenguas andinas que
en el presente aparecen como las más visibles. En este sentido, resulta apropiada la
definición de castellano andino que ofrece Juan Carlos Godenzzi:
Por castellano andino entendemos, en un sentido amplio, el utilizado en ámbitos
geográficos y/o sociales donde se da, o se ha dado, la presencia o influencia delquechua, el aimara o alguna otra lengua andina (cauqui, jacaru, puquina, etc.); es
hablado tanto por grupos de monolingües del castellano o bilingües maternos (que
han adquirido simultáneamente el castellano y una lengua andina), como por grupos
de bilingües consecutivos (que teniendo como materna una de las lenguas andinas,hablan el castellano como segunda lengua) (Godenzzi 1991: 107-108).
Un tercer problema se relaciona con la ausencia de una perspectiva comparativa
interregional en el estudio del castellano andino. No solo sucede que el análisis de esta
variedad se ha sesgado geográficamente favoreciendo las hablas sureñas y surcentrales del
Perú, sino que, además, se observa una ausencia de trabajos que busquen relacionar los
hallazgos efectuados en el territorio peruano con las hablas andinas de otros países como
Ecuador, Argentina, Colombia y Bolivia, siendo que, por ejemplo, ya existe una tradición
descriptiva sobre el castellano andino en el noroeste argentino (Granda 2001b, Fernández
Lávaque 2000), el altiplano boliviano (Mendoza 1991; Coello Vila 1996) y la sierraecuatoriana (Toscano Mateus 1953, Córdova 1996, Haboud 1998 y Haboud y De la Vega
2008). Salvo esfuerzos aislados como el ejemplar trabajo de Germán de Granda acerca de
la frase posesiva doblemente marcada (Granda 2001a: 57-64) y los estudios de Azucena
Palacios (1998) sobre la variación pronominal, no existen análisis que aprovechen los datos
de diferentes países andinos para estudiar el devenir del castellano. Por ello, cuando se
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habla del «español andino», rara vez se suele pensar en la región en su conjunto como un
área en la que se han producido intercambios y contactos en distintos períodos históricos.10
Por último, aunque existe un conjunto de trabajos que toma en cuenta fuentes documentales
en el estudio del castellano andino, y a pesar de que se encuentra en discusión la
historicidad misma del fenómeno (ver sección 2.3.3), se observan vacíos en la
reconstrucción de la historia externa que ha dado lugar a las variedades de español en los
Andes. En lo que respecta al periodo colonial, Anna Maria Escobar (2001a) ha señalado la
importancia de dos tipos de actores, los religiosos y los encomenderos, para historizar el
Mackenzie (2001: 151) ha señalado que el castellano andino ha sido definido sobre todo en
términos sintácticos y fonológicos. A partir de la revisión bibliográfica efectuada, se haceevidente que desde el inicio del estudio de esta variedad, se ha privilegiado el nivel de
análisis fonético-fonológico (Escobar 1978; Mendoza Cuba 1976) y, secundariamente, se
ha abordado el sintáctico (Minaya, con la col. de Kameya 1976; Cerrón-Palomino 2001
[1972]). Algunos trabajos recientes han mostrado la necesidad de abordar los niveles
pragmático-discursivos (Zavala 2001; Calvo 2000; Merma Molina 2008; Andrade 2007) y
textuales (Garatea 2006, 2008). Cerrón-Palomino ha resaltado, en la presentación de A. M.
Escobar (2000), la productividad potencial de una postura atenta a las funciones semánticas
generales, antes que a las estructuras particulares en las que estas funciones se expresan. Ya
Godenzzi había propuesto un enfoque similar, que denominaba onomasiológico, desde sus
trabajos iniciales (Godenzzi 1987: 135). La atención puesta en las funciones, tomando en
cuenta «aspectos propios de la episteme» que subyace a las estructuras formales de las
lenguas andinas y el castellano, podría abrir vías interesantes de contacto entre la lingüística
andina y otras disciplinas como la antropología y la psicología. Un ejemplo sería el estudio
de la transferencia de la evidencialidad (Zavala 1999; Andrade 2007), pero el enfoque
también podría ser provechoso para estudiar otras funciones semánticas claves en el debate
sobre el contacto de lenguas en los Andes, como la posesión, el número y el tiempo.
10 Son excepcionales a este respecto las descripciones panorámicas de la dialectología del español,
principalmente en el ámbito anglosajón, como el trabajo de Cotton y Sharp (1988: 176-177), en el que seafirma, desde el inicio de la descripción dialectal, que «lingüísticamente, la zona andina se extiende desde el
sur de Colombia por el norte hasta el noroeste de Argentina y el extremo norte de Chile en el sur; incluye
Ecuador, Perú y la zona montañosa occidental de Bolivia, el área alguna vez ocupada por el imperio incaico».
Un caso similar es el de Mackenzie (2001).
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aprendizaje del quechua como segunda lengua por parte de la sociedad colonial en el siglo
XVII; Gabriela Ramos (2011), por su parte, ha puesto de relieve la necesidad de considerar
la figura de los intérpretes —indígenas primero, mestizos después— como una forma de
acceder al manejo del castellano por parte de los grupos quechuahablantes en el mismo
período. El estudio de los escribientes indígenas ha mostrado avances en los últimos años,
gracias a los trabajos de Rivarola (2000) y Garatea (2006, 2008) en cuanto al castellano, y
los de Itier (2005, 1991) y Durston (2008), desde el lado del quechua. Sin embargo, parece
necesario, además de los textos y los actores, avanzar en la comprensión de los escenarios
mismos del contacto de lenguas, para contextualizar de manera más precisa la formación de
los nuevos castellanos en escenarios regionales específicos, tal como se viene haciendo en
el caso de la familia lingüística quechua para Cuzco y Huancavelica del siglo XVIII (Itier
2011, Pearce y Heggarty 2011, respectivamente). Dos ejemplos ilustrativos sobre este
vacío, en el caso del castellano andino, son, primero, la ausencia de una historia social de
las haciendas del sur y la sierra surcentral como espacio de contacto lingüístico y, segundo,
las grandes lagunas existentes en cuanto al conocimiento de la educación colonial de los
indios del común, a pesar de los avances logrados en torno a la formación de las elites
indígenas (Alaperrine-Bouyer 2007) y para espacios y periodos específicos, como el del
Trujillo ilustrado del siglo XVIII (Ramírez 2009) y el Porco del período colonial tardío
(Platt 2009). Cabe aplicar, entonces, al estudio del castellano andino el llamado de Ramos
(2011) a redoblar esfuerzos para establecer puentes de diálogo entre la historia y la
lingüística en abordaje de problemas que reclaman una mirada interdisciplinaria.
2.4 R ESUMEN
A lo largo de este capítulo, se ha sostenido que el enfoque dialectológico no se implantó en
el Perú con el mismo ímpetu y profundidad que en otros países latinoamericanos como
Colombia y México. Ello produjo un vacío en el conocimiento de las variedades regionales
del castellano peruano, a pesar de los avances iniciales logrados al respecto por Benvenutto
Murrieta (1936) y continuados luego por trabajos impulsados por motivaciones
pedagógicas, como los de Pozzi-Escot (1973), Mendoza Cuba (1976) y Minaya con la col.
de Kameya (1976). En medio de este vacío, se consolidó, a inicios de los años setenta, el
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concepto de castellano andino como una variedad materna de español, diferente del
castellano aprendido, como segunda lengua y de manera sucesiva y subordinada, por
hablantes maternos de quechua y aimara (A. Escobar 1975, 1978). En un contexto
académico y político que enfatizó la importancia simbólica de las «lenguas andinas
mayores», el interés por la influencia de estos idiomas sobre los castellanos hablados en los
Andes disminuyó el atractivo de variedades diatópicas de castellano que no mostraban
dicha influencia como posibles objetos de estudio. La fuerza que cobró la variación social
en el estudio de los hechos del lenguaje, el fenómeno de las migraciones masivas y la
concepción de Lima como un crisol de lenguas y culturas contribuyeron a restar
importancia al estudio de dichas variedades en sus propios contextos geográficos. El
concepto de castellano andino surgió, al parecer, en la tradición de habla inglesa, por lo
menos desde mediados de los años treinta (Entwistle 1951 [1935]), como una aplicación
directa del adjetivo geográfico, pero, con el tiempo, fue cobrando nuevas connotaciones, de
modo que se entendió no solo como una variedad regional sino también como una variedad
social y de contacto. En la caracterización lingüística del fenómeno se han privilegiado
rasgos de orden fonético-fonológico, en primer lugar, y sintáctico, en segundo término. Esta
tendencia analítica se suma al sesgo metodológico que ha privilegiado el examen de
muestras sureñas en la construcción del concepto.
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93
Capítulo 3
El contacto lingüístico en los Andes norperuanosy su base sociohistórica
3.1 INTRODUCCIÓN
En este capítulo me propongo trazar una historia del contacto lingüístico producido en los
Andes norteños del Perú, específicamente en la antigua zona de emplazamiento del idioma
culle, prestando especial atención a la base sociohistórica de dicho contacto. Para este fin,
me enfocaré en tres aspectos a lo largo del capítulo: (1) en las informaciones disponibles
acerca de la lengua indígena mencionada, así como sobre sus interacciones y competencias
con el quechua primero y con el castellano después; (2) en los discursos producidos por el
sistema colonial, especialmente la iglesia, sobre la cuestión de los idiomas entre el siglo
XVI e inicios del XIX; y (3) en algunos espacios económico-productivos considerados
claves para esta región en el mismo período, bajo el entendido de que la existencia de los
circuitos comunicativos asociados a dichos espacios constituye una condición necesaria,
aunque no suficiente (Zimmermann 2009), para la emergencia de variedades lingüísticas,
subvariedades y lenguas; en este caso, para el surgimiento de una subvariedad particular del
castellano.
Este recorrido se iniciará (subsección 3.2) con una síntesis de lo que se ha podido
reconstruir sobre las vinculaciones entre las lenguas de sustrato, el culle y el quechua, antes
de la invasión española, tomando como fuentes principales los estudios de lingüística
andina sobre la toponimia y el léxico indígena del norte peruano, así como las crónicas
tempranas sobre la región, especialmente la relación agustina (San Pedro 1992 [1560]) y la
visita del arzobispo de Lima, Toribio Alfonso de Mogrovejo, al norte del Perú. En la
subsección 3.3, abordaré algunos ecos de la llegada del castellano en el siglo XVI;
específicamente, las consecuencias de su imposición como lengua del poder administrativo
y eclesiástico, efectos que resultan visibles hasta el siglo XVIII en las visitas emprendidas
para examinar la situación de los indios en tanto meta de la acción pastoral. También serán
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útiles como fuentes sobre la situación lingüística en este período las crónicas tempranas
sobre la región, especialmente la ya mencionada relación agustina y, según intentaré
sostener, la dinámica del circuito económico obrajero, si podemos establecer conexiones
entre la producción textil como un espacio de interacción comunicativa y el uso de los
idiomas en la región. El tema de los obrajes será retomado posteriormente, en una
subsección especial, integrándolo con datos léxicos sobre la textilería tradicional (3.5).
También abordaré la relación entre la cuestión idiomática y el circuito productivo minero a
partir de un expediente eclesial de 1650-1651 sobre el asiento de Atun Conchucos (3.4).
Para estudiar las bases del contacto lingüístico durante los siglos XVIII y XIX (subsección
3.6), partiré de las informaciones aportadas por documentos eclesiales y administrativos de
la época, como las visitas pastorales, especialmente las del arzobispo Baltazar JaimeMartínez Compañón, y algunas monografías provinciales publicadas por prefectos y
subprefectos durante el último cuarto del XIX. También con el propósito de averiguar sobre
los circuitos regionales en este período, observaré un corpus de expedientes de
«persecución de idolatrías» del Archivo Arzobispal de Trujillo, así como la documentación
sobre una rebelión obrajera de fines del siglo XVIII. En la subsección 3.7 resumiré las
noticias e interpretaciones disponibles acerca del último tiempo de vigencia del culle entre
los siglos XIX y XX, «muerte» lingüística que determinó la hegemonía total del castellano
en la región de interés.
3.2 EL SUSTRATO INDÍGENA Y EL CONTACTO LINGÜÍSTICO EN TIEMPOS
PREHISPÁNICOS
Antes de la invasión europea, Huamachuco fue un importante centro político-religioso en el
territorio andino, núcleo de una población organizada alrededor del culto de los ancestros y
una red de huacas asociadas a la figura de Catequil (Topic y Topic 2000). Catequil fue presentado como «principio de muchos males y el ydolo mas temido y honrado que avia en
todo el Peru» por el redactor de la relación agustina (San Pedro 1992 [1560]: 174). La
extensión e importancia del culto a Catequil parecen haber sido subrayadas por este
religioso con fines estratégicos: probablemente estaba interesado en magnificar la
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supervivencia de los antiguos ritos y creencias para ensalzar la labor evangelizadora de su
grupo y para argumentar, ante un superior en la península, que se necesitaban más
misioneros para una adecuada conversión (González 1992: 10). Fuentes adicionales, sin
embargo, refuerzan la impresión de una intensa expansión del culto por lo menos en los
Andes norteños. Albornoz menciona a «Catiquilla» —forma quechuizada del nombre,
también empleada por Calancha (1638: lib. 2, cap. 32, 471-472)— entre las huacas
principales de la zona, y otros cronistas tempranos, como Cristóbal de Molina y Sarmiento
de Gamboa, subrayan su importancia regional, tal como han destacado Silva Santisteban
(1982: 302) y Topic, Topic y Melly Cava (2002).
Por otra parte, es notable, a partir del análisis de Topic (1992: 60-84), que la mayor parte de
huacas asociadas a la red de Catequil se localizaron dentro de las fronteras postuladas parael área de emplazamiento de la lengua culle por la lingüística andina, incluido el territorio
actual de la provincia de Cajabamba. Aunque dicha red religiosa excluye el territorio de la
actual provincia de Pallasca, extremo sureño de la región lingüística estudiada, el relato
más tardío de Arriaga (1999 [1621], cap. 2) y Calancha (1638: lib. 2, cap. 32, 471-472)
confirma la integración del territorio pallasquino al circuito religioso, pues ambos cronistas
afirman que después de la venganza de Huayna Cápac contra el ídolo, porque este había
pronosticado la muerte de su padre Túpac Yupanqui en la campaña de Quito, los restos de
Catequil fueron trasladados a «Cahuana» (Cabana) y después a Tauca. Otra tradición,
aparentemente más antigua, indica que el ídolo fue decapitado y su templo incendiado por
haber pronosticado la derrota de Atahualpa por parte de Huáscar en la guerra de sucesión
(San Pedro 1992 [1560]).1
1 El mismo relato se encuentra en Cristóbal de Molina y en Sarmiento de Gamboa (Gareis 1992: 122).
Iris Gareis (1992: 122) le da preferencia al segundo relato por su
fechado más temprano y porque las fuentes que lo reportan parecen ser independientes. En
todo caso, lo principal para mi argumento es que ambas narrativas sugieren que, por lo
menos desde el siglo XVI, el norte de «los Conchucos» —es decir, «la Pallasca» y sus
comarcas, «Cahuana» y Tauca— estaban estrechamente integradas a esta red religiosa. Al
respecto, es ilustrativo que dos documentos, ambos de inicios del XVII, mencionen a
Catequilla entre las huacas principales de la zona: en primer lugar, un documento roto y
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muy deteriorado que obra en el Archivo Parroquial de Cabana, fechado el 21 de diciembre
de 1618,2
…sobre un ídolo de oro que nunca a parecido que la lla[man] la catequilla, sehiçieron grandes diligencias, y por noticia que [roto] se fue a cierto paraje y se hallorastro de que abia poco que la abian sacado, hallose un bulto de piedra, y el sol pintado en una piedra como de molino, hiçose todo pedaços y se puso una cruzgrande, lo mas que se abiriguo fue que alguno tubo noticia della y la hallo paraaprovecharse del oro.
y, en segundo término, la «Visita de idolatrías de los pueblos de Pallasca, hecha
por el bachiller Bartolomé Jurado». Esta fuente reporta que en el pueblo de Tauca:
3
Distanciándose de la hipótesis consensual sobre la expansión del culle, que plantea como
límite sureño el territorio correspondiente a la actual provincia de Pallasca, en el extremo
norteño de Áncash (ver la sección 1.2.2), el lingüista Gustavo Solís Fonseca ha propuesto, a
partir de la difusión del nombre de Catequil, que el idioma se extendió hasta Bolognesi, en
el límite sureño del mencionado departamento: «En Bolognesi hay indicios de vigencia o
influencia culli, pues algunos sitios sagrados (Llamoq Punta, en Mangas) se relacionan con
el dios Catequilla, la deidad más importante de los culli» (Solís Fonseca 2009: 15). Este
tipo de explicación, basada en una equivalencia mecánica entre datos lingüísticos y
manifestaciones de la cultura simbólica y material, ha probado ser equívoca en otras
latitudes (Renfrew 2010) y, en el caso específico que estamos revisando, conduciría a
conclusiones erróneas, pues Topic, Topic y Melly Cava (2002: 324-328) han identificadosiete lugares llamados Catequilla en el Ecuador, la mayor parte asociados a manantiales de
aguas consideradas curativas, en zonas para las que ningún otro indicio apunta siquiera
lejanamente a la presencia del idioma.
4
2 Archivo Parroquial de Cabana (APC), Libro E, fols. 23v-25r (ver anexo 4).3
Archivo Arzobispal de Lima (AAL), Hechicerías e Idolatrías, I: 13, fol. 2v. Sobre Bartolomé JuradoPalomino, autor de Declaración copiosa —una traducción al quechua del catecismo italiano de RobertoBelarmino, a través de la edición española de Sebastián de Lirio— ver Durston 2007: 170. El testimonio deJurado confirma lo señalado por Arriaga: ya después de instalado el poder español, «dizen que los Indios del
pueblo de Tauca hurtaron este Ídolo [del nuevo templo que tenía en Cabana], y aunque se hizieron muchasdiligencias para descubrille, lo negaron siempre los viejos de Tauca, y algunos que se hallaron más culpadosfueron embiados a la casa de santa Cruz» (1999 [1621], cap. 2).4 En el caso de Cajamarca como posible zona cullehablante, se ha echado mano de una explicación similar,esta vez mediante la asociación con estilos cerámicos (Silva Santisteban 1982, 1986).
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Ahora bien, Catequil parece haber sido un oráculo consultado no solo por los miembros de
la antigua población que tenía a Huamachuco como núcleo político-religioso sino también
por integrantes de grupos foráneos. Según la segunda narrativa sobre el conflicto entre
Catequil y el poder incaico, en plena lucha por el poder entre los herederos de Huayna
Cápac, Catequil fue consultado por Atahualpa acerca del resultado del enfrentamiento en
que estaba inmerso. La huaca predijo su derrota, lo que desató las iras de Atahualpa y
determinó la primera destrucción del ídolo. Según el redactor agustino, Catequil fue
fragmentado como consecuencia de una certera coz. La cabeza de la huaca fue tirada al río,
y el lugar del adoratorio fue arrasado por fuego que «ardio mas de un mes» (San Pedro
1992 [1560]: 177-178). Los naturales de Huamachuco lograron recuperar los fragmentos
sagrados y los llevaron a San José de Porcón, «a cuatro leguas de Huamachuco», donde
Catequil permaneció siendo honrado hasta la llegada de los españoles. Este relatodemuestra el carácter conflictivo que, en algún momento previo a la invasión, tuvieron las
relaciones entre la sierra norte y la sierra sur en términos culturales. Los actores políticos
que la huaca simbolizaba en la narración tomaron partido por las fuerzas norteñas en el
enfrentamiento entre Huáscar y Atahualpa, y el ídolo sufrió las consecuencias de esta
decisión mediante la fragmentación.
Cuáles son los procesos sociopolíticos que simbolizaba esta narrativa es una pregunta que
está lejos de ser resuelta; sin embargo, en el campo de la interacción entre lenguas, sí se
pueden plantear algunas afirmaciones. Hoy sabemos que el culle era una lengua distinta del
quechua. Su territorio de expansión ha sido seriamente estudiado por la lingüística andina y
el núcleo de esta zonificación es uno de los pocos puntos que gozan de consenso entre los
especialistas. Así, el mapa de esta zona puede formularse hoy con claridad, como hemos
visto en 1.2.2. Sin embargo, lo que los mapas idiomáticos no pueden mostrar con solvencia
es la interacción entre la lengua nativa y los otros idiomas en competencia en un territorio
determinado; en este caso, cuál fue la distribución de espacios y funciones entre el culle y
la lengua del poder, que, por lo menos desde el siglo XV, fue el quechua de base
chinchaisuya utilizado por el imperio incaico para su expansión (Cerrón-Palomino 2008:
45-46). Fuentes como la toponimia y las primeras documentaciones léxicas del territorio
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culle pueden arrojar algunas luces para formular esta pregunta de una manera más general:
¿cuál era la situación del culle en relación con el quechua en el temprano siglo XVI?
En cuanto a la toponimia, es útil notar que, a pesar de la fuerte «personalidad» del culle en
el terreno de los nombres geográficos (Adelaar 1990 [1988]: 88), en la región estudiada, la
toponimia mayor —los nombres de las localidades y los accidentes geográficos más
importantes— muestra una importante presencia del quechua. Cajabamba, Lluchubamba,
Condebamba son topónimos de importantes zonas del territorio actual de la provincia de
Cajabamba —al norte de la zona de interés— que han sido formados íntegramente por dos
elementos quechuas, el componente final –bamba (< pampa) ‘llanura’ y kasha– ‘espina,
cactus’, lluychu– ‘venado’ y kunti– ‘grupo étnico de los kuntis’, respectivamente, en la
posición inicial. Asimismo, encontramos topónimos formados por antiguos componentesaimaras ya incorporados previamente por el quechua y otro elemento correspondiente al
fondo léxico de este último idioma: Angasmarca, Andaymarca y Quiruvilca son los
nombres geográficos de importantes puntos del territorio actual de la provincia de Santiago
de Chuco —al sur de la zona de interés— que han sido formados por un componente
quechua — angash– (< anqash) ‘azulenco’, anday (< antawi) ‘(lugar) con cobre’ y kiru
‘diente’, respectivamente— y otro incorporado por el quechua desde el aimara ( –marka
‘poblado’, en los dos primeros casos, y –willka ‘ídolo’, en el tercero).5 Xulcaguanca y
Yanaguanca son los nombres de dos importantes gargantas volcánicas al centro de la región
de interés, que integran el componente final quechua –wanka ‘peñón sagrado’ y los
elementos quechuas iniciales shullka– ‘hijo menor’ y yana– ‘negro’. Este último caso es
interesante porque el par de topónimos toma como núcleo una palabra quechua para la cual
existía una opción culle aparentemente equivalente: huachecoal (San Pedro 1992 [1560]:
190).6
5 El componente Anday, en Andaymarca, también muestra un elemento aimara en la –y proveniente dellocativo – wi (Cerrón-Palomino 2008: 196).6 La importancia de estas gargantas volcánicas persistió, cambiando de significado, hasta el siglo XVIII, puesen el mapa del corregidor Miguel Feijóo de Sosa (1984 [1763]), quien asume un punto de vista trujillano,aparecen exageradamente prominentes: su nueva importancia radicaba en que Xulcaguanca y Yanaguancaeran considerados como los puntos de origen del agua que llegaba a la costa. El mapa topográfico de la visitade Martínez Compañón, hecho por José Clemente del Castillo en 1786, es consistente con esta representaciónexagerada de las dos «huancas» (British Library, Archives and Manuscripts, Add., ms. 17672 B).
Estamos, entonces, ante un elemento léxico quechua que reemplaza una alternativa
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de la lengua originaria para nombrar un objeto geográfico de importancia evidente.
Tendríamos aquí una ilustración clara de la desigual distribución de poder entre ambas
lenguas, en un momento determinado del pasado. ¿Debemos interpretar esta red de
nombres quechuas concentrados en la toponimia mayor del territorio estudiado como una
muestra de la tendencia incaica, enfatizada por el inca Garcilaso (1943 [1609]: V, XIV), de
rebautizar lugares claves de las nuevas zonas conquistadas con nombres del idioma
imperial? ¿Conviene, más bien, pensar en una presencia previa de este idioma, como parte
de una red de quechuas centrales ampliamente difundida, sobre la cual se impuso, como
una fina capa, la lengua franca de los incas (Mannheim 1991: 9)? 7
Se puede notar, en el léxico indígena de la zona, una importante proporción de productivos
términos quechuas, que probablemente fueron incorporados antes de la llegada de losespañoles; es decir, que no fueron impuestos como quechuismos desde el castellano. Es el
caso de shullka ‘hijo menor’, china ‘mujer joven, generalmente campesina’ y shuqya
‘montículo de piedras en medio de la chacra’. Dos indigenismos muestran extrañamente la
vibrante múltiple: la exclamación array ∼ arrarray ‘¡qué miedo, qué vergüenza!’ (ver
subsección 4.4.1.1) y canrra ‘manchas blancas en la cara’ (Flores Reyna 2000: 178;
Cárdenas Falcón y Cárdenas Falcón 1990: 61). En ambos casos, la inusitada vibrante surge
de un étimo quechua con africada retrofleja:arrarray
< q.atratray
ykanrra
< q.kantra
.
8
7 Un análisis pendiente de la toponimia y el léxico quechua presentes en la zona de interés podría ayudar aresponder con más detalle esta pregunta. En cuanto a la toponimia, sería interesante elegir algunos sectoresespecíficos de la Carta Nacional para deslindar los topónimos quechuas y observar tanto su asignación alugares prominentes o secundarios del territorio, como su identificación dialectal. En cuanto al léxico, seríaútil construir un corpus de quechuismos, depurado de términos poscoloniales (como supay, por ejemplo), para
precisar a qué variedades quechuas podrían asignarse la mayoría de los ítems léxicos.8 Para la acepción figurada de kantra como ‘eccema’, ver Cerrón-Palomino 1976a; para atratray, Cerrón-Palomino 1976a y Adelaar 1977.
Esto quiere decir que la variedad quechua con la que coexistió el culle, y de la que este
idioma tomó ambos préstamos, mantenía la antigua oposición entre las africadas,
posiblemente ya perdida en variedades sureñas como la cuzqueña y la ayacuchana al
momento de la conquista incaica, aunque hace falta saber incluso si la fusión de las
africadas en el quechua cuzqueño ya estaba consolidada antes de la conquista hispánica
(Mannheim 1991: 175). En el mismo sentido, se han registrado quechuismos que muestran
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proporción de quechuismos asciende a 85,71% en el primer corpus, mientras que, en el
segundo, es de 16% según mi análisis.9
Esta imagen del paisaje lingüístico en el temprano siglo XVI explicaría por qué los
agustinos no parecen haber diferenciado entre la lengua «materna» de la zona y el quechua
como un idioma impuesto, aunque Castro de Trelles ha entrevisto en la relación alguna
Este contraste sugiere que no fue exagerado Blas Valera, citado por Garcilaso (1943
[1609]: VII, III, 92), al afirmar que, una vez desestructurado el Tahuantinsuyo, los pueblos
recientemente quechuizados volvieron a sus antiguas lenguas «maternas». Habría que
puntualizar, sin embargo, que este retorno no fue rápido ni uniforme. En las primeras
décadas posteriores a la invasión española, préstamos quechuas ya generalizados en la
región estudiada siguieron siendo usados, y el quechua mismo posiblemente siguió vigente
de manera general hasta el siglo XVII y en algunas áreas incluso hasta el XVIII (ver 3.6),
pero el uso larvado, sobre todo entre las mujeres y los grupos más rurales, de las antiguas
palabras y estructuras culles que anteriormente venían siendo reemplazadas fue cobrandofuerza paulatina, y el viejo idioma renació con su distintiva impronta léxica, gramatical y
fonológica. Las evidencias más tempranas, representadas por la toponimia y la
documentación léxica del siglo XVI, sugieren que antes de la invasión hispánica, estaba
llevándose a cabo una progresiva cobertura del culle por parte del quechua, proceso que iba
más allá de las altas esferas administrativas. No parece haberse tratado, pues, de un
bilingüismo estratégico y flexible, concentrado en las esferas del poder, como en ocasiones
se ha interpretado el objetivo de la política lingüística del Tahuantinsuyo (Cerrón-Palomino
1987a: 75-76; 1987b: 23-24), sino de una situación de diglosia con bilingüismo extendido
(Fishman 1980), en la que el quechua era la lengua de prestigio, y el culle, el idioma
subordinado. En este sentido, más recientemente, Cerrón-Palomino (2005: 127) ha sugerido
que si la invasión hispánica no hubiera tenido lugar, tal vez hoy no tendríamos noticia del
antiguo idioma de Huamachuco: la vieja lengua norteña habría terminado absorbida por
completo por la lengua del poder incaico.
9 Para Torero (1986: 532), la proporción es de 18,42%. Más adelante explico las razones de esta discrepancia.
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indicación sobre la existencia de un antiguo catecismo escrito en culle, de paradero hoy
desconocido (Castro de Trelles 1992: XL; San Pedro [1560] 1992: 45). Otros autores han
manifestado estar de acuerdo con esta última interpretación (Cerrón-Palomino 2005: 128;
Durston 2007: 106; Flores Reyna 1997; Andrade 1999: 402). Sin embargo, cuando los
agustinos mencionaron «un catecismo y oraciones y credo en la lengua como se a hecho en
Guamachuco», también podían estarse refiriendo al quechua o, más precisamente, al
conjunto de estructuras y palabras quechuas y culles que ellos percibían como una sola
entidad lingüística. Es posible pensar que los agustinos escucharon a su llegada un quechua
tan generalizado que la lengua subordinada no emergió a la luz con claridad. Aunque no se
puede descartar la propuesta de Castro de Trelles, la proporción de quechuismos y
aimarismos en la relación agustina es, como se ha adelantado, abrumadora.
I. Léxico quechua-aimara1. <añas>2. <azua>3. <çaco>4. <chacaras>5. <chumbes>6. <chuspas>7. <çinches>8. <coca>9. <coy>, <coyes>10. <cumbi>
11. <çupay>12. <curaca>13. <guaca, guacas>14. <guaracas>15. <illa llama>
16. <illa>17. <llautos>18. <mamaconas>19. <mamacori>20. <matezillos>21. <mitimaes>22. <mocha>, <mochas>,
<mochar>,<mochadero>
23. <molle>
24. <ochas>25. <oxotas>26. <pachamama>27. <panpa>28. <pantanaco>
29. <puna>30. <punchao>31. <quilla>32. <rurani>33. <tambo>34. <taquillas>35. <taquis>36. <topos>37. <ucho>38. <vincha>
39. <viracocha>40. <xalca>41. <yanaconas>42. <ynga>
II. Léxico de origen probablemente culle1. <alcos>2. <muniguindo>3. <huachecoal>
III. Palabras probablemente mixtas culle-quechua1. <chucomama>
2. <exquioc>3. <chuchococ>
IV. Una palabra de origen probablemente quíngnam1. <guacheminis, guachemines>
Tabla 3.1. El léxico indígena en la relación agustina y su procedencia idiomática
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Un escenario de diglosia con bilingüismo extendido, en el que el quechua era la lengua alta
o de prestigio, también permitiría entender las referencias del arzobispo Toribio Alfonso de
Mogrovejo a la presencia del idioma linga ∼ ilinga en distintas localidades de la regiónestudiada. Frente a Adelaar (1990 [1988]: 93) y Torero (1989: 223), quienes consideran que
las palabras linga ∼ ilinga hacen referencia al culle, Cerrón-Palomino ha cuestionado la
equivalencia recogiendo una propuesta de George Kubler, quien señaló que probablemente
estemos ante una mala transcripción de lengua del inga (Rivet 1949: 3), aunque Cerrón-
Palomino no piensa que se trate propiamente de problema de escritura sino de una
contracción de la denominación original: (lengua) del inga > ilinga > linga.10 En el
Popayán colonial, explica, el quechua recibía el nombre de linga, y se sabe que los pueblosmencionados por Mogrovejo tenían, aparte del culle, el quechua como segunda lengua
(Cerrón Palomino 2005: 126, nota 2). Para defender esta idea, se pueden añadir dos
argumentos, basados en la propia revisión de las visitas. En primer lugar, cuando el
secretario del arzobispo Mogrovejo menciona el manejo de las lenguas indígenas por parte
de Joan de Caxica, eminente quechuista y aimarista agustino y por ese entonces párroco de
Santiago de Chuco, escribe, primero, que «sabe muy bien la lengua ylinga y laymara» y,
tan solo a vuelta de folio, reitera sus habilidades en otros términos: «saue muy bien la
lengua aymara y general».11
10 Nótese que, en los documentos coloniales, hasta mediados del siglo XVII, el quechua aparece confrecuencia descrito como «lengua general del inga»; así, por ejemplo, en una visita contra el cura BartolomeJurado, llevada a cabo en 1646, el fallo, que es muy favorable, menciona que Jurado es «muy auentajadolenguaras» y que está «dando a la estampa un libro en la lengua general del inga de que se espera sacar mucho fruto en prouecho de las almas» (énfasis mío). AAL, Visitas, 2: 3, fol. 9r. 11 Archivo del Cabildo Metropolitano de Lima, Volúmenes Importantes, Libro de Visitas de Santo Toribio,fol. 84r. Sobre la pericia lingüística de Joan de Caxica, ver Calancha (1638: IV, cap. XII, 856).
Esto plantea una equivalencia clara entre ylinga y «la general»,
que no podía ser otra que el quechua. En segundo lugar, al revisar el documento original,
podemos notar que la palabra linga también aparece, en dos ocasiones, como parte de la
frase nominal lengua general de linga, como vemos en las siguientes imágenes, la primera
referente a la doctrina de San Agustín de Cajacay, ubicada al sur del territorio actual del
departamento de Áncash, en lo que sería la provincia de Bolognesi, y la segunda,
correspondiente a la doctrina de San Juan de Pararín, en el actual territorio de la provincia
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de Recuay, Áncash.12 De este modo, se puede plantear con más fundamento que la lengua
que Mogrovejo registró a su paso por la región culle fue el quechua, tal como en la doctrina
de Mancha y Huarigancha, en la margen derecha del río Marañón, en el límite entre los
departamentos de Áncash y Huánuco. Ello, por un lado, previene de ampliar la zona de
habla culle hacia el sur, siguiendo esta frontera (Adelaar 1990 [1988]: 93), y, por otra parte,
confirma el fuerte bilingüismo quechua-culle presente en la zona a fines del XVI, panorama
al que se vino a sumar el castellano como nueva lengua del poder. 13
Imagen 3.1. Lengua general de linga en la doctrina de Cajacay (fol. 10r)
Imagen 3.2. Lengua general de linga en la doctrina de San Juan de Pararín (fol. 11r)
12
Doc. cit., fols. 10r, 11r.13 Herrera (2005: 71-72) ha identificado un topónimo típicamente culle, Yangón, en las cercanías delencuentro entre los ríos Yanamayo y Marañón, y, por ello, ha respaldado la propuesta de Adelaar. Torero, sinembargo, ya mencionaba la existencia de topónimos aislados atribuibles al culle bastante alejados del áreaconsensual (Torero 1989: 227). Topónimos aislados distan de ser una buena base para zonificacioneslingüísticas, puesto que puede tratarse de designaciones conmemorativas. La posibilidad de que coloniasminoritarias rebauticen el nuevo territorio es improbable, por razones sociopolíticas. Adelaar (1990 [1988]:93) ha propuesto, por su parte, el topónimo Sanachgán como una muestra de la avanzada culle por esa zona.En Andrade (1995: 78) he discutido esa propuesta.
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La intensidad del contacto quechua-culle antes del siglo XVI no debe hacernos olvidar, sin
embargo, las relaciones que los pueblos cullehablantes debieron de mantener con hablantes
de otros idiomas indígenas antes de la llegada de los españoles. Aunque la situación no ha
recibido ninguna atención por parte de la lingüística andina, existe tímida pero clara
evidencia de contacto lingüístico entre el culle y los dos idiomas «yungas» más importantes
en cuanto a su extensión antes del siglo XVI. Estas lenguas eran el quíngnam, descrito
habitualmente como la lengua del «reino de Chimor», con sede en Chan Chan, actual
Trujillo, idioma extendido desde el valle de Chicama, donde competía con el mochica,
hasta las costas de Chancay, o bien hasta las localidades costeñas de Carabayllo (Cerrón-
Palomino 1995: 33; Torero 2002: 214), y el mochica, el idioma de la población
prehispánica de los valles de Lambayeque y Saña, con el valle de Chicama como límite
sureño, donde se entremezclaba con el quíngnam (Cerrón-Palomino 1995: 29).
En primer lugar, el mito de creación de Huamachuco hace referencia a los «guachemines»
como los antiguos pobladores que, a manera de «gentiles», debieron ser derrotados por los
héroes fundadores huamachuquinos Catequil y Piguerao (San Pedro 1992 [1560]: 173-174).
Torero (1989) y Cerrón-Palomino (1995: 32, nota 10) han relacionado el nombre
«guachemin» con la entrada <guaxme> ‘pescador’, presente en el lexicón de fray Domingo
de Santo Tomás (1951 [1560]), que ambos asignan al fondo quíngnam. Según el mito, la
«hermana» de estos «guachemines», preñada por la huaca Ataguju para dar a luz a Catequil
y Piguerao, se llamaba Cautaguam, nombre que aparece con las variantes Cauptaguam y
Cautaguan (San Pedro 1992 [1560]: 173). El nombre de la diosa parece integrar un
componente culle con un segmento proveniente del quíngnam. En efecto, el primer
elemento puede aislarse mediante el contraste con el nombre de la planta cautagora, donde
–gora procede del quechua *qura ‘hierba’.14
14 Flores Reyna (2000: 179) registra cautagosh para Tauca, con variante cautagosha para Pallasca, y la definecomo ‘planta medicinal buena para aliviar los malestares del aire’ . Mi registro de cautagora corresponde aAgallpampa, Otuzco. No se encuentran cautagora ni sus variantes cautagosh y cautagosha en Weberbauer (1945), Soukup (1970) ni Brack Egg (1999).
El segundo componente del nombre de la
diosa (–guan ~ –guam) también puede segmentarse si consideramos el antiguo nombre de
la huaca de Toledo, en Trujillo, que, según Feijóo de Sosa (1984 [1763]: 25), era
Yomayocgoan, y si tomamos en cuenta que un listado de topónimos coloniales para la zona
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de Trujillo (Zevallos Quiñones 1993a) entrega una serie de nombres que contienen el
mismo segmento: Naguan, Llinlliguan, Niniguan, Siguan, Tascaguan, Ñaguan, Ñuguan y
Puguan. La distribución costeña del componente y su presencia en la importante huaca de
Toledo sugieren origen quíngnam.15
En contraste, el contacto lingüístico en el extremo norteño de la región analizada sí ha sido
objeto de debate en la lingüística andina. Aunque la existencia de una entidad idiomática
autónoma, distinta de la lengua culle, del quechua y del aimara no ha sido documentada en
crónicas ni visitas coloniales para el valle de Cajamarca, Torero (1989) planteó que la
toponimia muestra una separación clara entre la zona culle y el mencionado territorio, tanto
en sus flancos occidentales como orientales. Guiándose de las terminaciones toponímicas
más frecuentes y de un análisis minucioso de los mapas de la Carta Nacional, el autor identificó dos posibles fondos idiomáticos, distintos del culle, para esa región: el fondo den
—representado por topónimos como Lupudén, Quindén y Jajadén — y el fondo cat —
Estaríamos, entonces, ante un compuesto culle-
quingnam. Las posibles relaciones culturales y políticas con la costa norcentral quedan
también señaladas en el hecho de que el lugar mítico de fundación del antiguo Huamachuco
se localizó en las cabeceras serranas del noroeste ancashino, el cerro de Guacat, actual
Huacate, en la cuenca del río Santa (San Pedro 1992 [1560]: 174; Topic 1992: 62). Por
último, tenemos una única pero interesante evidencia léxica del contacto culle-mochica: el
topónimo Chuchupón, compuesto en el que <chuchu> se puede relacionar claramente con
la palabra culle para ‘flor’ en la lista de Martínez Compañón, y – pon corresponde a una
palabra mochica que significaba ‘piedra’ y que, en la toponimia, suele aludir a ‘peñasco’(Krzanowski y Szeminski 1978: 24; Torero 1989: 240; Andrade 1999: 418). A partir del
«plan» de Martínez Compañón, Adelaar, con la col. de Muysken (2004: 403), indica una
correspondencia léxica entre culle y mochica (culle <paihac>, mochica <pey> ‘hierba’), así
como limitadas coincidencias con las lenguas piuranas (culle <cumù>, Colán <cũm>
‘beber’; culle <chuip>, Catacaos <chupuchup> ‘estrella’). Estas escasas relaciones, agrega,
probablemente se debieron al contacto. En todo caso, es posible esperar más en el tema de
las relaciones entre el culle y las lenguas de la costa.
15 En mi reseña de Zevallos Quiñones 1993a y 1993b (Andrade 1995b), propuse origen culle para elsegmento, guiándome del nombre de la diosa Cautaguan, sin tomar en cuenta el dato de la huaca de Toledo.
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ilustrado por nombres como Quilcate, Siracat y Queracot —. Este hallazgo contradijo
interpretaciones previas, formuladas exclusivamente a partir de la documentación
etnohistórica, que señala la coincidencia de manifestaciones culturales entre las poblaciones
cajamarquinas y huamachuquinas y, a partir de ello, postulaban de manera directa la
identidad idiomática entre ambas regiones, partiendo de una equivalencia automática entre
lengua y cultura material (Silva Santisteban 1982: 299-301 y 1989).
Posteriormente, Adelaar con la col. de Muysken (2004: 403-404) llamó la atención sobre el
hecho de que un grupo de indigenismos no provenientes del fondo quechua eran
compartidos entre la zona culle y el quechua de Cajamarca, lo que apunta a la existencia de
sustrato culle en el valle del mismo nombre. Un productivo sufijo diminutivo de origen
culle, el morfema –ash– , como en cholasho ‘muchachito’ y chinasha ‘muchachita’,también es compartido entre ambas zonas (ver 4.3.1.1). En un trabajo reciente (Andrade
2010), he propuesto que esta aparente paradoja se puede resolver si pensamos en una figura
de estratos idiomáticos sucesivos para el valle de Cajamarca, entre los cuales el estrato más
antiguo correspondería al den, y el posterior, previo a la llegada del quechua y del
castellano, al culle. La existencia de topónimos compuestos quechua-den y castellano-den
en otras regiones de Cajamarca impediría, sin embargo, generalizar esta conclusión a todo
el territorio del actual departamento. Por ejemplo, la zona de Contumazá, ubicada al sur
oeste y considerada por la literatura como el núcleo político del llamado «reino de
Guzmango» (Watanabe 2002; Torero 1989: 233), probablemente mantuvo en vigencia la
antigua lengua cajamarquina, y no el culle, hasta la llegada del quechua primero y del
castellano después, lo que se evidencia en topónimos compuestos quechua-den y
castellano-den. Son ejemplos de ello, respectivamente, Lampadén, Marcadén, Cuscudén,
Llamadón, Cascadén, Puchudén, Cochadén; y Campodén y Tumbadén. En 1790, un
informe enviado por Manuel de la Concepción Losada sobre el pueblo de San Francisco de
Guzmango a requerimiento del subdelegado de Cajamarca, Juan de Guisla y Larrea,
informó que en la localidad de Contumazá los «primitivos idiomas» de los indios «ya están
fuera de uso por que todos hablan el Castellano, y van tirando a lo que se usa» (Villanueva
Urteaga, ed., s. f.: 35-36). Las visitas hechas al sector occidental de Cajamarca en la década
de 1570 (Rostworowski de Diez Canseco y Remy 1992) podrían arrojar más luces sobre
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general. No es solo que en toda la sierra, según el documento, predominaba el quechua,
sino que, además, los pocos pueblos que seguían hablando el culle también manejaban la
«general del inga» (o «de linga»). Esta situación de bilingüismo —que, en algunas
poblaciones debe de haber sido de trilingüismo, contando también el castellano— no se
limitó a las cabeceras andinas cercanas a Trujillo, posiblemente aquellas localidades que
estaban más a la vista del redactor de la copia de curatos, como Simbal y Sinsicap. En el
noreste de la región estudiada también puede entreverse un escenario similar, a partir de
datos del último cuarto del XVII. Espinoza Soriano ha dado a conocer un documento
fechado en 1678, titulado «Auto del Corregidor Hontaneda», en el que se afirma que un
intérprete, conocedor de la «lengua del inga», entendía también el idioma de los naturales
de Cajabamba, que el etnohistoriador identifica certeramente como el culle (Espinoza
Soriano 1974a: 43-44).17 Más al sur, la situación era similar: en una visita llevada a cabo en1612 a la doctrina de Cabana y Huandoval, en el territorio de la actual Pallasca, se da a
entender a los indios el cometido de la visita tanto «en su lengua materna» como en la
general.18
¿Cuáles fueron los hitos del retorno a la antigua lengua que Blas Valera mencionó? ¿Entre
quiénes se dio y por qué? ¿Qué grupos transitaron definitivamente al castellano y cuáles
persistieron en un bilingüismo extendido y diglósico entre el castellano y el culle? ¿Quiénes
Esta imagen, común a las serranías de Trujillo, a Pallasca y Cajabamba —es
decir, a puntos centrales, sureños y norteños, respectivamente, de la «zona consensual»—,
dista del bilingüismo restringido a las elites administrativas que, se supone, promovió de
manera estratégica y tolerante el imperio incaico. Más bien, las evidencias apuntan a un
progresivo copamiento del antiguo idioma local que fue cortado lentamente por la
conquista.
17 El «auto» forma parte del Expediente sobre que se le declare el cacicazgo de la guaranga de Luchos a don
Lorenzo Santa María de Barrionuevo. Años de 1672, 1681, de propiedad de la familia Barrionuevo, residenteen Trujillo, según comunicación personal del etnohistoriador. 18 AAL, Visitas, 1, III. «En el pueblo de Cabana en trece días del mes de junio del dicho año doy fe yo eldicho notario que este edito y el de atras se dio a entender en la lengua general y en su lengua materna en ladicha iglesia por Francisco Nabarro lengua nombrada para dicho efecto y dello doy fe». «Asimesmo doy feque oy domingo diez y siete deste mes de junio se publicaron y dieron a entender los editos de atras en lalengua general y materna a los indios deste pueblo de Guandobal estando presentes a la misa la mayor partedel pueblo de Cabana y dello doy fe» (fol. 5). El documento, firmado por el bachiller Juan Martínez, tambiénes comentado, en referencia al «quechua pastoral», por Durston (2007: 126).
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no hicieron esta sustitución lingüística? ¿Por qué parece haber persistido el quechua en la
mayoría de poblaciones hasta el siglo XVII y, como veremos después, en algunas de ellas
hasta el siglo XVIII? ¿Cuáles eran las funciones del quechua, en el nuevo contexto?
Estamos lejos de poder plantear respuestas concluyentes a estas preguntas, pero es posible
ensayar algunas vías de reflexión. Quiero presentar tres. La primera, desarrollada a
continuación, se refiere al discurso eclesial sobre los idiomas en la región estudiada; la
segunda, presentada en la sección 3.5, aborda el uso de los idiomas en los obrajes textiles,
un espacio clave de la «economía del saqueo» colonial (Spalding 1982); la tercera atañe al
circuito productivo de la minería y la circulación de poblaciones de distinto origen
geográfico (los «forasteros») en los asientos mineros.
En cuanto al discurso eclesial, no parece haberse promovido un uso intenso ni activo delculle en la actividad pastoral, a diferencia de lo que ocurrió con el mochica en la costa
norteña (Hovdhaugen 1992) y, especialmente, con el quechua (Durston 2007). Como he
señalado, no es seguro que cuando Juan de San Pedro—el más probable redactor de la
crónica agustina, según uno de sus principales transcriptores, Eric Deeds— mencionó un
catecismo, oraciones y credo preparados especialmente para la evangelización en
Huamachuco (Castro de Trelles 1992: XL), se estuviera refiriendo al culle. Por otra parte,
Calancha informa que Juan Ramírez, el primer agustino encomendado a Huamachuco,
ignoraba «lo más» de la lengua de los naturales (Calancha 1638: lib. 3, cap. 13). Tampoco
San Pedro parece haber sido capaz de diferenciar el quechua del idioma local (Cerrón-
Palomino 1995: 177, nota 3; Andrade 1995: 51-52). El mismo desinterés parece haberse
mantenido hasta mediados del siglo XVII, pues en 1654 el arzobispo de Lima, Pedro de
Villagómez, argumentaba contra Juan de Padilla —quien se había ufanado ante Felipe IV
de su conocimiento de la «lengua general que hablan y entienden todos»— señalando que
en el arzobispado de Trujillo y en el de Lima, «hay otras muchas [lenguas] y diferentísimas
[…] que llamamos maternas», y apuntaba que los indios hablantes de estos idiomas,
especialmente los viejos y las mujeres, se cerraban si se les hablaba en quechua, lo cual,
como se puede inferir, constituía ya una práctica (cit. en Marzal 1988 [1983]: 125).
Finalmente, se observa una insistencia entre los religiosos en subrayar su conocimiento de
la lengua general al momento de buscar las ansiadas promociones. Así, las fuentes invitan a
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pensar en un uso eclesial del quechua en la región de interés, concentrado en especial en los
varones y los más jóvenes. Este factor sería importante para explicar el mantenimiento del
quechua en la región estudiada: una de las funciones coloniales de este idioma parece ser,
pues, específicamente pastoral.
Sin embargo, pasar del discurso eclesial a la práctica concreta, averiguando los mecanismos
a través de los cuales las ideas sobre las lenguas se habrían traducido en prácticas reales, es
un asunto complejo, pero, a través de datos documentales presentados en la sección 3.6,
intentaré realizar este ejercicio, contrastando esta hipótesis con el peso que puede haber
tenido el sistema productivo minero en el mantenimiento de la «lengua general». Por el
momento, quiero adelantar que encuentro verosímil pensar en una política que combinara el
castellano y el quechua en espacios institucionales específicos, especialmente en ladoctrina, quedando la lengua «materna», el culle, en el dominio puramente doméstico, pero,
como también veremos, en espacios productivos comunitarios, como los obrajes.
Paralelamente, se puede sostener que, a lo largo del siglo XVII, no hubo en la sierra norte
un discurso de represión cultural como el que se verificó en otras regiones del virreinato, en
especial, en el Arzobispado de Lima, donde este período brindó el marco para la conocida
campaña de «extirpación de idolatrías». En el norte peruano, las órdenes mendicantes,
como los agustinos en Huamachuco y los mercedarios en Cajamarca, guardaron
celosamente su territorio y, desde las reformas toledanas, aplicaron una estrategia pastoral
centralizada en las parroquias, donde estaban obligados a residir (Durston 2007: 78). Si
bien sus miembros podían combinar el uso del castellano y el quechua entre los grupos
indígenas cercanos a estos poblados principales, no podían hacerlo con tanta solvencia en
los caseríos más alejados, por las dificultades propias de los caminos y las inclemencias
estacionales del clima serrano. Estas poblaciones alejadas de los centros urbanos
importantes probablemente fueron las que abandonaron primero el quechua, y luego,
encontraron en el castellano un vehículo para su inserción temporal y puntual al mercado,
pero es verosímil pensar que siguieron usando el culle de manera predominante en la vida
cotidiana. Las visitas pastorales del XVIII nos mostrarán el claro predominio femenino
entre los indios que se encontraban en esta situación.
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El discurso eclesial fue distinto en el norte de «los Conchucos», que perteneció a la
jurisdicción del Arzobispado de Lima. Un documento de 1618, una visita pastoral que obra
en el Archivo Parroquial de Cabana, incluye, entre las prohibiciones para los indios de la
zona, la de usar «la lengua que llaman colli», bajo «pena de cincuenta açotes». El rechazo
del idioma indígena se suma al de otras manifestaciones culturales como hacer «la cachua»,
la interpretación de «atambores» y otros «instrumentos antiguos», el «pacarico» para honrar
a los muertos y el «rutuchico» para bautizar a los niños.19
…que quando los indios se bautizan, o se casen no se les permita hazer borracheras,ni actos deshonestos, ni otras profanidades; y una de las razones de esta disposición, parece auer sido, porque en tales ocasiones los Indios viejos Amautas acostumbrantraer a la memoria de los otros sus ritos gentilicos, y darles noticias de las huacas yadoratorios, y persuadirlos a que bueluan a ellos; y esto lo hacen de ordinario en sulengua, y especialmente en la materna de sus pueblos donde la ay, para que losdemás no los entiendan, y descubran, y conuiene que tan Santo Decreto assi seguarde, no solamente en los bautismos, y casamientos, sino tambien en lasconfirmaciones, en las honras de sus difuntos, y en las f iestas de sus Iglesias, yCofradias; pues ay para ello la misma razon (énfasis mío).
No estamos ante una asociación
aislada entre discurso extirpador e idioma «materno»: en 1646, el arzobispo Pedro de
Villagómez envió un edicto a las diferentes doctrinas de su jurisdicción y en él se incluye
una disposición referida a las borracheras y otros excesos que recomienda lo siguiente:
20
De este modo, el idioma culle, como lengua «materna», distinta del quechua, fue
expresamente vinculado a las campañas de extirpación en la parte sureña de la «zona
consensual», correspondiente al Arzobispado de Lima. Sin embargo, en una visita
posterior, ya enmarcada en plena campaña extirpadora, el visitador se dirige al arzobispo
Villagómez y no menciona la lengua, pero sí el «rutuchico» o corte de pelo como bautizo,
el «pacarico», un tipo de ceremonia ritual para los difuntos, y el culto de las antiguas
huacas, entre las cuales está «Catiquilla», así como creencias no referidas anteriormente,
como la «fe con los sueños», ciertas «supersticiones» al momento de la cosecha del maíz, el
19 APC, Libro E, fols. 23v-25r (ver apéndice 4).20 AAL, Visitas Pastorales, 2, 3, fol. 11r. El mismo edicto puede verse en Visitas Pastorales, 2, 12. Es deinterés que este edicto se haya emitido en el pueblo de Huacho, corregimiento de Chancay, donde la lenguaindígena «materna» era el quíngnam, aunque Salas García (2010) afirma que para entonces esta regióncosteña se encontraba ya quechuizada.
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uso ritual de piedras en medio de la chacra y los «misigueros que eran los que guardaban
los pajares», objetos rituales acerca de los cuales no he encontrado referencia en otros
documentos asociados a la extirpación.21
Más al norte, mientras tanto, los discursos sobre el rechazo de la lengua indígena y de otras
manifestaciones religiosas y culturales son nulos, después de las informaciones aportadas por los agustinos. Estos se quejaban, en 1560, del arraigo que tenían las costumbres
antiguas entre los indios de Huamachuco: la confesión indígena, la adivinación mediante
sueños y la animización del entorno y de objetos aparentemente insignificantes como las
piedras fueron algunas prácticas demonizadas en la relación de Juan de San Pedro. A juzgar
por el documento, se puso en marcha desde entonces una agresiva campaña de
cristianización, como lo ilustra la segunda destrucción de Catequil, esta vez a manos de los
padres Antonio Lozano y Juan Ramírez. San Pedro (1992 [1560]: 178-179) refiere que
estos subieron hasta el adoratorio de Porcón y descubrieron la cabeza y los fragmentos de la
huaca, que habían sido salvados de las iras de Atahualpa por los huamachuquinos. Los
religiosos tomaron esta vez las piezas sagradas y las llevaron al monasterio de Huamachuco
para después molerlas y, una vez hechas polvo, echarlas río abajo. Décadas después, se
observa, en el discurso eclesial norteño, una ausencia de referencia a las supersticiones y
creencias indígenas, en contraste con lo ocurrido en las serranías del Arzobispado de Lima.
Los expedientes de idolatrías que obran en el Archivo Arzobispal de Trujillo son muy
tardíos; empiezan recién en 1771 y se concentran en el XIX. Documentos más tempranos
sobre juicios a hechiceras y afines se pueden encontrar, aisladamente, fuera de la
jurisdicción eclesial, en el Archivo Regional de Cajamarca, clasificados como casos
En la serie de Hechicerías e Idolatrías del AAL
decrece paulatinamente la referencia al norte de «los Conchucos», el área correspondiente a
la actual provincia ancashina de Pallasca, en comparación con otras zonas más sureñas
como Cajatambo y Yauyos; en contraste, las referencias a Pallasca, Cabana, Tauca y Atun
Conchucos se mantienen constantes en otras series del mismo archivo. Dicha región perdió
parece haber perdido progresivamente interés para los operadores de la campaña
extirpadora.
21 AAL, Hechicerías e Idolatrías, 1, 13. El expediente carece de fecha, pero, como está dirigido al arzobispoVillagómez, se redactó con seguridad en el período 1640-1671.
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criminales dentro de la jurisdicción civil.22
En el pueblo de Santiago de Chuco en dos días del mes de septiembre de mil yseiscien[tos] y setenta y cinco años don Augustin de Caruajal alcalde ordinario delos naturales deste dicho pueblo estando en la carcel publica del para tomar sudeclaraçion a Maria Juana pressa en presençia de don Pedro de Quiros su defensor,su merced en la lengua culli como ladino en ella la reciuio juramento y lo hiço por Dios nuestro señor y la señal de la cruz segun forma de derecho.
Este silencio abona a favor de una interpretación
«estratégica» de la crónica agustina, en el sentido apuntado por González (1992: 10).
Quiero detenerme ahora en un aspecto del uso del idioma culle que resalta en la revisión
documental. En concordancia con la carta del arzobispo Villagómez, el examen da cuenta
de un uso preponderante de la lengua indígena entre las mujeres indias para el último cuarto
del siglo XVII. En los expedientes de causas criminales, mientras que los indios acusados
no requieren intérprete, las mujeres sí suelen necesitarlo. En uno de estos casos, se
menciona explícitamente el idioma. María Juana, acusada injustamente de asesinato para
encubrir a su amante, Augustín Pisan Quillich, debió ser interpretada, en culli, por el
procurador de los naturales de Santiago de Chuco:
23
En el pueblo de Otuzco, en La Libertad, está el caso de Juana Guagal Pintas, india
procesada en 1634 por haber sido acusada de asesinar a varios naturales de la pachaca de
Guacac «con hichiços y bocados». Guagal Pintas debió ser interpretada en la «lengua de lamaterna» para defenderse. Es interesante notar que un hombre afectado por los supuestos
hechizos declaró haber perdido el habla como efecto de los mates de chicha que Guagal
Pintas le había dado; al día siguiente de la bebida, no pudo comunicarse en castellano, a
pesar de ser ladino, por estar «con la manera tartamodiando», ni tampoco en «la materna de
los naturales».
24
22 He revisado la colección de Causas Criminales en la subsección Protector de Naturales del mencionadoarchivo, abreviado ARC. No debe descartarse que el Archivo Histórico Diocesano de Cajamarca, actualmenteen reorganización, contenga algunos documentos relevantes. Allí solamente revisé algunos libros de bautismoy defunción, en busca de visitas pastorales. No existe una sección Hechicerías e Idolatrías como tal.23 ARC, Corregimiento, Causas Criminales, Protector de Naturales, «El protector de los naturales del pueblode Santiago de Chuco en nombre de Juana Julca Callay…», 1675, fol. 2v.24 ARC, Corregimiento, Causas Criminales, Protector de Naturales, «El protector de los naturales del pueblode Otusco, Pedro de Chávez, en nombre de Agustín Ramírez…», 1634.
Interpreto estas menciones a «la lengua materna» como referencias al
culle, porque si se hubiera tratado del quechua, se hubiera empleado una expresión
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emparentada con la de «la lengua general». Como vimos, el propio arzobispo Villagómez
usa el adjetivo «maternas», en su respuesta a Juan de Padilla, para calificar las lenguas
indígenas diferentes del quechua. No se han encontrado casos de indios varones
monolingües en culle, lo que apoya la referencia del arzobispo a una distinción de sexo en
este aspecto.
De este modo, si bien los agustinos declararon haber llevado a cabo, en la década de 1560,
formas tempranas de represión de la religión indígena y de las huacas asociadas a Catequil,
dicho fervor, de haber pasado del discurso a la práctica, parece haber sido estratégico y
coyuntural, y haber eclipsado rápidamente en el centro y el norte de la región estudiada,
para retomar bríos recién en el XVIII, como veremos en el apartado 3.6. En el norte y en el
centro de esta región, las comunidades indígenas más alejadas de los pueblos principaleshabrían retornado al antiguo idioma, dejando el quechua como lengua franca. El quechua,
por su parte, parece haberse mantenido en los poblados principales por el refuerzo que
supuso su uso pastoral, especialmente en el espacio de la doctrina, como veremos en la
siguiente sección, mientras que el castellano ganaba presencia irradiando su influencia
desde los núcleos urbanos, las parroquias y las escuelas regentadas por estas. En cambio, un
espacio importante para el mantenimiento de la antigua «lengua materna», el culle, parece
haber estado en el circuito económico de los obrajes, al que dedicaré la subsección 3.5.
3.4 LA MINERÍA Y LA CUESTIÓN LINGÜÍSTICA
Con el objetivo de integrar, en el panorama histórico regional del siglo XVII, el espacio
económico-productivo de la minería, he analizado un expediente eclesial de 1650-1651
sobre el asiento minero de San Lorenzo de Atun Conchucos, en el territorio de la actual
provincia de Pallasca, Áncash. Se trata de un capítulo interpuesto por la justicia eclesiástica
contra el bachiller Eusebio de Garay, párroco de la doctrina de Pallasca, a la que pertenecía
la localidad de Atun Conchucos.25
25 AAL, Capítulos, 14, 1.
En el proceso participó de manera directa un grupo de
indígenas catalogados por la parte acusada como forasteros; es decir, como indios nacidos
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fuera de las comunidades a las que habían migrado y a las que se habían integrado, así
como sus descendientes (Wightman 1990: vii). En un documento de idolatrías, dirigido al
arzobispo Pedro de Villagómez, y, por tanto, correspondiente al período 1640-1671, se dice
que en Atun Conchucos «[n]o se aberiguo nada por componerse aquel asiento de minas de
indios forasteros».26 Atun Conchucos no está considerado como un polo de explotación
minera intensa, como lo fueron a finales del siglo XVIII Hualgayoc, Cerro de Pasco y, en
una escala mejor, San José de Quiruvilca.27 De hecho, para mostrar el carácter parcial de su
producción en el siglo XVIII, Magdalena Chocano (1986: 22) ha comparado cifras de Atun
Conchucos con las de Cerro de Pasco, el mayor asiento minero del Bajo Perú, y ha
encontrado una proporción de 100:9 a favor del primero en cuanto a la cantidad de
trabajadores, y de 100:8 en cuanto a la cantidad de minas.28
Por otro lado, en el callejón de Conchucos, amplia región a la que la localidad pallasquina
le dio nombre, la actividad minera parece haber sido previa a la presencia de los españoles,
si nos guiamos por las noticias existentes sobre mitmas para trabajar minas de oro en la
zona huari, al sur de este corregimiento (León Gómez 2003: 462). La explotación colonial
de Atun Conchucos debe de haberse iniciado en las primeras décadas del siglo XVII, si
tomamos en consideración los siguientes hechos: en el fallo contra Garay se abordó el tema
de la ausencia de escuela en el asiento minero en términos que indicaban que su actividad
productiva era aún incipiente a mediados de siglo, y que se esperaba una estabilización
mayor en los años posteriores. Se le señalaba al cura que no cejara en los esfuerzos de dotar
al asiento de una escuela adecuada, porque habría «mayor comodidad asentandose las
Sin embargo, en términos
demográficos, la minería parece haberle dado un papel prominente a Conchucos en elámbito regional, pues en 1774 congregaba al 23% de residentes (857 habitantes) sobre el
total de la doctrina de San Juan de Pallasca. «Podemos asegurar que la actividad minera
tenía sus efectos más importantes en la zona norte» del amplio corregimiento de Conchucos
en su conjunto, afirma Chocano.
26 AAL, Hechicerías, 13, 1. 27 Sobre Hualgayoc, ver Contreras (1995); sobre Quiruvilca, Espinoza Soriano (2004).28 No existen estudios sobre la minería conchucana del siglo XVII. Los datos de Chocano respecto a este
punto son de 1799 y provienen de Fisher 1977: 197. En cifras absolutas, tenemos un total de 385 minas y2470 trabajadores en Cerro de Pasco; 31 minas y 228 trabajadores en Conchucos.
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labores de las minas del dicho asiento y trabajandose continuamente en todos los ingenios
como se espera» (fol. 135r). Al mismo tiempo, algunos forasteros declarantes indicaban
haber migrado al asiento hacía tres décadas, con lo cual la explotación colonial debió de
haberse iniciado antes de 1620. Es llamativo que el religioso carmelita Antonio Vázquez de
Espinosa, quien escribe su Compendio y descripción de las Indias occidentales cerca de
este último año, dándole los toques finales en 1628 (Sánchez Albornoz 2008: 702), no
mencione las minas conchucanas, y se centre más bien en los obrajes y la calidad de la ropa
producida en «Conchucos de Pardavé», como se llamaba inicialmente al territorio de
Pallasca, aunque sí se refiere a la actividad minera en el vecino territorio de Siguas, «donde
hay ricos metales de plata e ingenios en que se muelen y benefician» (Vázquez de Espinosa
1969 [c. 1620-1628]: 320-332). El trabajo de Chocano muestra que, en la segunda mitad
del XVIII, la actividad minera en esta zona estaba en plena actividad; sin embargo, parafines de esa centuria, un viajero informado indicaba la paralización de las labores por falta
de capital: «En el pueblo de Atun Conchucos hay una mina de azogue de ley muy subida,
pues de una libra de mineral se han extraido en un ensayo dos onzas de metal; mas no
obstante por falta de caudales ha quedado intacta» ( El viagero universal… 1798: 368).
El capítulo contra el bachiller Garay es de interés para los fines de este trabajo porque
entrega información precisa sobre la procedencia de cada uno de los declarantes y detalla si
intervino o no el intérprete en su declaración. No se observa, en este caso, el uso rutinario y
mecánico de la interpretación que se puede deducir en otros expedientes:29 el intérprete
interviene solo en algunas oportunidades del proceso, y su participación coincide de manera
bastante coherente con la falta de manejo de la escritura por parte del declarante, salvo en
un caso en que se interpreta al escribano de naturales, cuando sabemos que este, para
ejercer su oficio, necesariamente debía ser «ladino» en la lengua castellana.30
29 Por ejemplo, como comentaré después, en la visita de Gómez de Celis a los obrajes y haciendas deHuamachuco (Archivo Regional de La Libertad, Corregimiento, Subdelegación de Huamachuco, leg. 1).30 Esta relación no es bidireccional; vale decir, todos los indígenas que necesitan de intérprete ignoran laescritura (esto es, no saben firmar), pero no todos los que dejan de firmar requieren interpretación. Hay cinco«ladinos» que no firman.
Una ventaja
del expediente es que, dado lo intrincado del proceso, y debido a que el sacerdote
capitulado apela y se defiende con energía, se tomaron las declaraciones de los
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participantes más de una vez, lo que permite completar datos y aminorar errores. Por
ejemplo, en su segunda declaración, el escribano de naturales ya no es interpretado,
mientras que todos los demás participantes que declararon con intérprete al inicio, también
recibieron este apoyo en su segunda declaración. Me interesó, en primer lugar, cruzar la
información sobre la procedencia de los indígenas declarantes con la participación de
intérpretes, tanto porque estamos hablando de una localidad que forma parte de la «zona
consensual» culle, como por su carácter de asiento minero, tomando en cuenta la
importancia que parece haber tenido la minería como fuerza impulsora de cambios
idiomáticos en la región andina según estudios recientes sobre la familia lingüística
quechua.31
En el siguiente cuadro, ordeno la información sobre los declarantes presentados como
indígenas en este expediente, detallando si se usó intérprete para la toma de su testimonio y
si el declarante supo firmar o no. El proceso se llevó a cabo en tres localidades: Atun
Conchucos, Pallasca y Lima. He descartado de mi análisis a los indígenas declarantes que
residían en Pallasca o en sus inmediaciones y, obviamente, a los residentes en Lima, puesto
que me interesa concentrarme en el asiento minero. También he excluido a los mestizos,
españoles y autoridades no indígenas. Como resultado, tenemos 20 indígenas declarantes,
16 hombres y 4 mujeres, que llegaron a Atun Conchucos, donde eran residentes, desde
diferentes partes de los Andes, incluido un migrante de Quito. Ello ilustra la heterogeneidad
de procedencias que caracterizaba a los trabajadores de los asientos mineros y de los
conglomerados urbanos que se iban formando alrededor de las explotaciones, por más
pequeñas que estas fueran.
Por otro lado, el caso permite observar qué esperaba la justicia eclesiástica en el
terreno idiomático tanto para la difusión de la doctrina cristiana por parte del párroco como
para la implementación de escuelas en el asiento minero.
32
31 Para el caso de la «lengua general» y su relación con la minería colonial, ver Itier 2000, 2001, 2011; parauna discusión sobre la frontera dialectal entre quechua I y quechua II a partir del análisis de la mita minerahuancavelicana, ver Pearce y Heggarty 2011.
La mayor parte de indígenas forasteros (8 individuos) eran de
32 El caso de Huancavelica brinda el mejor ejemplo a este respecto (Pearce y Heggarty 2011), pero, sin ir tanlejos, también se observa esta heterogeneidad de orígenes en el asiento más cercano de San José deQuiruvilca, en territorio de la actual provincia de Santiago de Chuco (Espinoza Soriano 2004: 204-205). Ladiversidad de procedencias no se limitaba a los indígenas, por supuesto. Entre los mineros que trabajaban enla administración y usufructo de Atun Conchucos, tenemos a Joan de Auila del pueblo de Guamachuco;
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zonas quechuahablantes localizadas en el actual territorio ancashino: Corongo, Huari, Atun
Huaylas y Huaraz; a ellos, siguiendo la definición de forasteros que propone Wightman
(1990: vii), se debería sumar un indio joven nacido en el propio asiento, pero hijo de padres
coronguinos. Entre los restantes, además del quiteño, encontramos a un declarante de
Huamachuco (actual La Libertad), dos de Tauca, uno de Cabana y una mujer de Llapo
(actual Áncash), estas últimas localidades enclavadas en la «zona consensual» culle.33
Si nos concentramos en la información sobre el uso de idiomas, lo primero que llama la
atención es que los 16 participantes que requirieron interpretación declararon en quechua.
Los intérpretes presentes en el proceso fueron dos, Bernardo de Yllescas y Pedro Cosme, y
en reiteradas oportunidades se dice que ellos ejercían su labor en la «lengua general», sin
que haya ninguna indicación de que, además, interpretaran en alguna «lengua materna», es
decir, en culle. El dato más importante es que los dos declarantes procedentes de las zonas
con seguridad cullehablantes —Tauca y Cabana— que requirieron intérprete fueron
Hay
tres participantes cuya procedencia no se explicita, pero estos reclaman que no se los trate
como a forasteros sino como a «dueños naturalizados en estas minas», de lo cual se deduce
que no habían nacido en el asiento minero, aunque probablemente hubieran llegado a él
desde pequeños. En cuanto a sus oficios, es interesante mencionar que solo dos de los
indígenas declarantes trabajaban directamente en las labores mineras —uno «en los
ingenios» y el otro como «repasador», trabajador que estaba encargado de entremezclar elmineral en proceso de amalgamación, incorporando el azogue a los minerales argentíferos
«pasando» y «repasando» con sus pies sobre los montones de metales (Tauro del Pino 2001
[1993], tomo 14, sub repasiri; Langue y Salazar-Soler 1993, sub repasiri/repasile) —,
mientras que los más se desempeñaban brindando servicios como la zapatería, la sillería
(para caballos y acémilas), el arrieraje, la herrería, el curtido de cueros y la platería.
Gaspar de Rivera, «que dijo ser natural de la villa de Madrid»; y Francisco de Çauala, «natural de la villa deBiluao, en el señorío de Biscaya».33 La documentación segura para el culle llega hasta Tauca y no hasta Llapo (más al sur), pero dada la mayor cercanía de Llapo respecto de Tauca que de Corongo (zona quechuahablante), considero a aquella localidad elextremo sureño del territorio culle. Un indicio a favor de esto es que en una visita realizada a Llapo en 1646,tal como en la efectuada a Cabana el mismo año, se incluye el edicto del arzobispo de Lima, Pedro deVillagómez, que asocia la supervivencia de las «supersticiones» con las lenguas indígenas, especialmente conlas «maternas» no quechuas. AAL, Visitas Pastorales, 2, 3; 2, 12.
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traducidos también por Yllescas y Cosme. Esto sugiere que, en el asiento minero, la lengua
de comunicación mayoritaria entre los indígenas era el quechua y no el castellano ni el
culle, aunque probablemente este último se usara para la comunicación intrafamiliar en los
hogares constituidos por hombres y mujeres procedentes de las localidades de la «zona
consensual». Una pregunta que surge es de qué quechua estamos hablando, si de la «lengua
general», como se dice reiteradamente en los expedientes, o de una variedad central,
guiándonos por el predominio de forasteros nacidos en el territorio correspondiente al
actual centro de Áncash. Una posible respuesta está en la defensa del párroco Garay, que
revisaré posteriormente.
El segundo dato de importancia es que la jerarquía eclesiástica esperaba que el bachiller
Eusebio de Garay ejerciera en Atun Conchucos dos actividades que se relacionabandirectamente con el uso de idiomas: el adoctrinamiento de los indios y la implementación
de una escuela en el asiento, para los hijos de los trabajadores indígenas. El párroco estaba
obligado a hacer la doctrina general a los indios los miércoles y viernes, así como los días
de fiesta, mientras que a los más jóvenes debía adoctrinarlos todos los días, por las mañanas
y por las tardes. Según la declaración de varios testigos indígenas, el cura delegaba esta
labor en los fiscales indios y, al parecer, solo intervenía por ratos, sentado en un sillón, sin
hacerse cargo plenamente de la tarea. Uno de los testigos residentes en Pallasca, Juan
Baptista, es muy específico en cuanto al uso de idiomas en el adoctrinamiento:
De la sesta pregunta. Dixo que el dicho don Eusebio de Garay dotrina a su gente por su propia persona [,] les enseña las quatro oraciones en la lengua castellana y luegoen su pr esencia manda a los fiscales prosigan en la dicha dotrina en la lenguaquichua.34
El dato es clave porque indica que los indios fiscales debían manejar el quechua no
solamente en Atun Conchucos, donde la población indígena estaba conformada en granmedida por forasteros, sino también en Pallasca, la «cabeza de doctrina», también asentada
en la «zona consensual» culle. Si los fiscales pallasquinos utilizaban la lengua general, y no
34 AAL, Capítulos, 14, 1, fol. 212v.
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el culle, en el apoyo que brindaban a Garay para el adoctrinamiento, es seguro que los
conchucanos procedían de la misma manera. A los ojos de un testigo español, anterior
beneficiario del «ingenio de moler metales», el método del sacerdote para hacer la doctrina
entre los indios consistía en hacer «que unos a otros se la enseñasen de ordinario» (fol.
245r); probablemente, él no diferenciaba las jerarquías entre fiscales enseñantes e indios del
común aprendices. Otro testigo no indígena, minero y nacido en Trujillo, aseguró que todos
los indios sabían muy bien la doctrina «y asi lo an mostrado en algunas ocasiones que este
testigo se la a visto recitar en su lengua quando los examina el dicho cura que lo haçe
algunas veçes» (fol. 263). Un vecino que dice manejar la «lengua general de este reyno»
precisa que Garay confirmaba la asistencia de los indios padrón en mano y, por el celo
puesto en el adoctrinamiento, «se a conseguido que todos los yndios e indias deste asiento
sauen muy bien la dotrina christiana […] y los a oydo reçar a todos juntos y a muchos cadauno de por si y esto responde» (fol. 291r). De este conjunto de declaraciones se deduce que
el bachiller Garay impartía la doctrina usando de manera predominante el castellano y,
eventualmente, el quechua, pero delegaba en los fiscales la mayor parte del adoctrinamiento
en el idioma indígena. Su uso del quechua parece haberse restringido al momento de la
«evaluación», en el que, sobre la base de preguntas prestablecidas, examinaba el correcto
«recitado» de la doctrina por parte de los indios. Este «recitado» parece haber tenido una
fase grupal y otra individual. La dinámica ocurría, según los testigos, en el cementerio de la
iglesia.
El manejo mismo del idioma por parte de Garay estuvo en entredicho a lo largo del
proceso. Como parte del capítulo, el párroco fue «visitado» en Pallasca, su sede principal,
así como en el asiento minero, y en ambas localidades se le pidió decir la doctrina cristiana
y predicar en la lengua general para confirmar su manejo del idioma. El visitador, Diego de
Vergara y Aguiar, tuvo que concluir que en el terreno idiomático, Garay «está corto y asi
quando se le mando predicar en la Iglesia de la Apallasca se escusó y en el asiento de Atun
Conchucos aunque se quiso escusar haçiendole deçir alguna cossa sobre el ebangelio no
dijo nada del sino algunas y pocas rasones que eran generalidades» (fol. 121v). Garay se
defendió echando mano de una ambigüedad existente en la política lingüística colonial,
entre la corona y la iglesia (Andrien 2011: 115), diciendo que los visitadores anteriores le
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habían indicado, siguiendo una cédula real, que enseñara la doctrina cristiana y el
catecismo «en romance». En el fallo, se le encontró culpa por el desconocimiento de la
lengua indígena, y se lo amonestó para que «se reforme en el dicho idioma de suerte que
pueda acudir debidamente a las obligaçiones de su officio» (fol. 305r). Además, se le aclaró
que el habérsele indicado hacer la doctrina «en romance» no implicaba que dejara de
hacerlo en la lengua general (fol. 147r).
Sobre su escaso manejo idiomático, Garay argumentó que él no sabía la lengua «por arte»
—es decir, mediante el aprendizaje formal y sistemático— «sino por auerla aprendido
naturalmente y la hablo como los yndios desde que tengo uso de razón» (fols. 129-131). Su
defensa parece apuntar a la diferencia entre dos variedades quechuas: una variedad
vernacular, probablemente un quechua central cercano al de los indios forasteros deCorongo, Huaraz, Atun Huaylas y Guari, que eran mayoría en el asiento, y la lengua
general cuyo manejo le exigía el arzobispado de Lima, en un momento en que el «quechua
pastoral» como instrumento de la política cultural y evangelizadora de la Iglesia ya estaba
plenamente consolidado (Durston 2007, especialmente cap. 5). Aunque esto no termina de
explicar la actitud evasiva y el aparente desmanejo idiomático que se deduce de las
impresiones de Vergara y Aguiar, es posible que Garay aludiera con astucia a una
diferencia idiomática realmente existente para evadir la acusación. Un expediente más
temprano para el mismo territorio apunta a este escenario lingüístico, al establecer una
diferencia entre un quechua chinchaisuyo y la «lengua general». En la visita contra el
licenciado Juan de Agurto, cura vicario de la doctrina de Cabana, el testigo indio Geronimo
Julca Maquin declaró a favor del desempeño idiomático del sacerdote señalando «que el
dicho cura es lenguaraz y que habla la lengua general y la Chinchay Suyo, tan bien como
un yndio».35
35 AAL, Visitas Pastorales, 1, VII, 1620, fol. 6r. El documento también ha sido comentado por Durston (2007:126).
Esto se suma a la evidencia fonético-fonológica que sugiere rasgos centrales
para el quechua de la «zona consensual» (ver sección 3.2), así como a las características del
quechua de Macañía, Urpay, Pataz (Vink 1982), estrechamente emparentado con las
variedades ancashinas.
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En el proceso contra Garay se pone mucho énfasis en la ausencia de escuela en el asiento
minero, y en determinar si esta situación era resultado de la dejadez del sacerdote o de
circunstancias que él no podía enfrentar. La iglesia esperaba que en este dominio se
enseñara a los indios jóvenes a hablar en castellano, además de «leer, escribir, cantar y la
doctrina cristiana» (fol. 15r-15v). Los testigos presentados por Garay argumentaron a favor
de este en dos sentidos: en primer lugar, diciendo que era imposible congregar a los
muchachos, porque estos estaban generalmente ocupados en los trabajos mineros, ayudando
a sus padres en los ingenios y en la molienda, mientras que los administradores, interesados
en su trabajo, se coludían con ellos para evadir su asistencia. En segundo término,
señalaron la práctica imposibilidad de conseguir un maestro por la falta de pago adecuado.
El fallo del visitador indicó que Garay no debería olvidar esta tarea, aunque hubiera muy pocos jóvenes que asistieran a la escuela, y recomendó que, en la medida en que la
producción minera rindiera sus frutos, el bachiller «haga toda diligençia para que se busque
maestro que les pueda enseñar aunque sea con alguna paga moderada de su salario» (fol.
135r). El caso permite observar la importancia otorgada por la jerarquía eclesiástica al
establecimiento y buen funcionamiento de las escuelas parroquiales, presentadas como
instancias distintas del adoctrinamiento. El discurso de la iglesia mostraba diferencias
claves en cuanto al uso idiomático en ambos espacios: se esperaba que, en la escuela, los
indios e indias jóvenes aprendieran a hablar, escribir y leer en castellano, mientras que se
insistía que el adoctrinamiento se hiciera en la lengua general, el quechua. Por su parte, el
culle, el idioma local, mencionado tímidamente en el auto de extirpación de idolatrías de
1618 de la vecina doctrina de Cabana, no tuvo papel alguno en el capítulo contra Garay.
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Declarante Procedencia Datos sobre idioma ¿Firma? (¿Sabeescribir?)
Joan de la Cruz Guamachuco Ladino No firmó porque nosupo.
Joan Anampa oHanampa
Guari Ladino No firmó porque nosupo.
Francisco Caruachari Corongo Interpretado por Yllescas y Cosme
No firmó porque nosupo.
Bernarda Caruachuray S. d. Interpretada por Yllescas
No firmó porque nosupo.
Francisco Chuquiruna Cabana Interpretado por Yllescas y Cosme
No firmó porque nosupo.
Cristóbal Tocto oToctto
Corongo Ladino No firmó porque nosupo.
Joan o Juan Baptista Atun Guaylas Ladino No firmó porque nosupo.
Alonso Bernardo Atun Conchucos(padres de Corongo)
Ladino No firmó porque nosupo.
Joana Caxacarua Guaraz Interpretada por Yllescas y Cosme
No firmó porque nosupo.
Agustín Poma Chagua S. d. Ladino Firmó.Martín Capcha S. d. Ladino Firmó.Pablo Guaman oBaman
S. d. Ladino Firmó.
Phelipe de Santiago oPhelipe Santiago
Guaraz Interpretado por Yllescas y Cosme
No firmó porque nosupo.
Miguel Pares o Pari Tauca Interpretado por Yllescas y Cosme
No firmó porque nosupo.
Simón Chaico Corongo Interpretado por Yllescas y Cosme
No firmó porque nosupo.
AntonioPomachinchay
Tauca Interpretado solo por Yllescas; la segundavez se dice que esladino.
Es escribano. Firmó.
Jacinto o Juan deAguilar
Quito Ladino Firmó
Phelipe Guanca Guari Interpretado por Yllescas
No firmó porque nosupo.
Juana Luisa Llapo Interpretada por Cosme
No firmó porque nosupo.
Ana Pacay Corongo Interpretada por
Cosme
No firmó porque no
supo.Tabla 3.4. Indígenas participantes en el capítulo contra Eusebio de Garay
(Atun Conchucos, 1650-1651)
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125
3.5 LOS OBRAJES, LA TEXTILERÍA TRADICIONAL Y LA CUESTIÓN LINGÜÍSTICA
Si consideramos necesario vincular los movimientos idiomáticos a los acontecimientos
históricos, no podemos dejar de tomar en cuenta el rol de los obrajes en el contacto
lingüístico producido en los Andes norteños entre los siglos XVI y XVIII. Silva Santisteban(1964, 1996-1998) ha estudiado la historia de este sistema económico-productivo para el
antiguo corregimiento de Cajamarca, que hasta mediados del siglo XVIII incluyó
administrativamente a Huamachuco. Los obrajes eran complejos productivos destinados al
hilado y tejido de fibras y piezas de lana y algodón. Si bien las labores realizadas en ellos se
concentraban en un edificio principal, que contaba con un número variable de tornos, el
complejo productivo podía alcanzar hasta las viviendas de los indios, que completaban en
estas distintas labores menores asociadas a las «obras». Esta relación se puede observar en
la siguiente imagen, de fines del siglo XVIII (Martínez Compañón 1978 [1790]), en la que
se observa a un grupo de indias escarmenando lana a las afueras del edificio central del
obraje, mientras que las viviendas de los indios «obrajeros» se representan como muy
cercanas a este:
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Imagen 3.3. Indias escarmenando lana (Martínez Compañón 1978 [1790])
Silva-Santisteban describe el sistema obrajero como una expresión industrial en medio de
una economía de corte feudal. El sistema se basaba en «la apropiación privada de la
plusvalía sustentada en la explotación de los operarios indígenas […], la existencia de un
amplio mercado de los productos manufacturados y el enriquecimiento de los obrajeros»
(Silva Santisteban 1996-1998: 30). Los obrajeros podían ser particulares, órdenes religiosas
y la corona misma, salvo algunos pocos casos administrados por la comunidad, tal como
sucedió en Sinsicap (actual Otuzco, La Libertad), un obraje fundado por la encomendera
Florencia de Mora y legado a los indios a fines del XVI. Por lo general, los indiostrabajaban por un mínimo jornal y muchas veces sin retribución alguna, a manera de mita,
«es decir, trabajo en forma de tributo cedido por el rey a los encomenderos» (Silva
Santisteban 1996-1998: 31). El administrador del obraje en el que los indios estaban
«inscritos» estaba obligado a pagar el tributo de estos al Estado colonial mediante parte del
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producto, en una época en que los productos textiles funcionaban casi como medio de
cambio.
Además de la labor indígena, el sistema creció por la fuerte demanda de «géneros y paños»
en un momento en que la península no podía importarlos por su escasez en Europa, y
declinó cuando el virreinato se abrió a la importación de manufacturas inglesas y francesas,
junto con la supresión del servicio personal de los indios (Silva Santisteban 1996-1998: 29-
30, 61). El centro de este sistema estaba en el valle de Cajamarca, en haciendas como Santa
Cruz de Polloc, San Felipe de Combayo y, sobre todo, San Antonio Abad de Porcón, 36
Evidencia documental sugiere que el culle era el idioma de comunicación privilegiado en
los obrajes de la «zona consensual» en el siglo XVIII. En primer lugar, durante la visita que
realizó en 1747 el obispo de Trujillo, Gregorio Molleda y Clarke, al obraje de Sinsicap, en
el territorio de la actual provincia de Otuzco, quedó claro que el cura doctrinero, el agustino
Eugenio Rodríguez, no hablaba el idioma, pero el agustino Nicolás de Verástegui, quien
crucialmente era el administrador del obraje, lo sabía muy bien (Marzal 1988 [1983]: 365-
368). Un año antes, Molleda y Clarke había recibido la queja del propietario de la hacienda
Uningambal, Juan Antonio Matheo de Vitores de Velasco, sobre la falta de religiosos que
pudieran administrar los sacramentos en el idioma indígena a los indios de su hacienda. En
el expediente, una sumaria de testigos menciona el uso de este idioma entre los indios de la
región. Uno de ellos, Leonardo Hurtado, declara «que sabe y le consta que en las haciendas
pero
había varios puntos obrajeros diseminados en la «zona consensual». Los más importantes
eran los obrajes de la hacienda Pauca, en San Marcos; San Juan Bautista de Mirabamba, en
Cajabamba; Chusgón, en Huamachuco; Sinsicap y Usquil, en Otuzco; Julcán, Carabamba ySanta Cruz de Calamarca, en el actual Julcán; y Tulpo, en Santiago de Chuco (Silva
Santisteban 1996-1998: 39, 44). El obraje de Carabamba era el más importante de la región,
y en él se produjo, a finales del siglo XVIII, un importante motín que analizaré en la
subsección 3.6.
36 Este San Antonio Abad de Porcón no debe confundirse con San José de Porcón, en Huamachuco (hoy provincia de Sánchez Carrión), adonde, según la crónica agustina (San Pedro [1560] 1992: 177-179), losindios huamachuquinos trasladaron los restos de Catequil después de la destrucción de la huaca por parte deAtahualpa.
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de Chota, Mótil y Carabamba [las tres en los términos de las actuales provincias de Otuzco
y Julcán] comúnmente hablan la lengua Culle y principalmente en la hacienda de
Carabamba son los más cerrados».37 Siendo Carabamba la localidad donde se encontraba el
obraje más importante de la zona, es significativo el énfasis que pone el testigo en la
identidad idiomática de los indígenas carabambinos. En el ámbito civil, durante la
importante visita que llevó a cabo en 1785 Pedro Joseph de Celis, por encargo del
corregidor, a diferentes obrajes y haciendas del «partido de Huamachuco», con el objetivo
de verificar la situación de los indios, el justo pago de jornales y el correcto estado de la
infraestructura, en todas las localidades obrajeras se requirió la mediación de un intérprete
en la «lengua materna», Ambrocio Pérez Navarro, para explicar a los indios el sentido de
las diligencias «en su proprio idioma».38
37 AAT, Papeles de Uningambal, 1: 1-6. La transcripción de algunos fragmentos ha sido presentada por
Pantoja Alcántara (2000) y se cita de allí. 38 ARLL, Corregimiento, Subdelegación de Huamachuco, leg. 1.
En todos los casos, se llamó a los indígenas que
parecían ser «de mayor versación y razonamiento» para interrogarlos acerca de los puntosmencionados, también con participación del intérprete. Sin embargo, los datos de esta
última visita deben tomarse con cautela, dado que la interpretación parece ser rutinaria y
masiva, cuando hubiera sido improbable que ninguno de los indígenas participantes fuera
«ladino», práctica que también se ha observado entre los notarios-intérpretes mestizos del
Cuzco en la primera mitad del XVII (Ramos 2011: 32)
Por otra parte, el léxico del tradicional telar de cintura mantiene una llamativa consistencia
en la «zona consensual». Si bien grandes «telares de pie» hechos de madera subsisten hoy
como propiedad familiar en las viviendas de Santiago de Chuco y Huamachuco, y se usan,
sobre todo por varones, para la confección de frazadas y ponchos de hermosa factura y
colorido (Castro de Trelles 2005), más importante que ello para los propósitos de este
trabajo es el carácter conservador de la nomenclatura de las partes del telar de cintura (ver
imagen 3.4). El trabajo en «telares de pie» sin duda formó parte del sistema productivo
obrajero, pero probablemente también estuvieron vinculadas a este circuito labores
menores, como la confección de cinchos, fajas y alforjas, realizadas en telares de cintura,
principalmente por las mujeres, como hasta el día de hoy.
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Imagen 3.4. Léxico de las partes del «telar de cintura» en la región de interés (datos deAgallpampa, Otuzco)
El telar de cintura es una técnica prehispánica que subsiste hasta el presente en diversos
puntos de los Andes centrales y norteños. Para una descripción de sus características
generales, ver Andrade (2011: 54-57). En la «zona consensual», la nomenclatura de las
partes del telar integra términos del quechua (kallwa, roque), probables cullismos
(maychaque, chuguay) y arcaísmos del castellano (paltoque < palitoque). Salvo el
omnipresente nombre de la kallwa y, parcialmente, el del roque (< ruk’i), que es menosgeneralizado, los nombres de estos utensilios son diferentes en las regiones quechuas y
aimaras (Andrade 2011). Si bien la diversidad de fuentes idiomáticas para los nombres
mencionados no abona a favor de que el culle fuera la lengua de comunicación mayoritaria
en el dominio del trabajo textil, como sugieren los documentos del XVIII que he revisado,
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el hecho de que la nomenclatura difiera marcadamente entre la «zona consensual» y la
región más norteña, que engloba a Chota y al valle de Cajamarca, sí permite sostener la
existencia de dos circuitos comunicativos diferenciados a pesar de que el sistema
productivo era el mismo en ambas regiones (ver tabla 3.2).
«Zona consensual» culle Al norte de la «zonaconsensual»
Otuzco Santiagode Chuco
Pallasca Cajabamba Valle deCajamarca
Chota
Soguita/chambos ¿? ¿? Chamba Chamba ChambaMaychaque Maychac ~
maychaqueMáychaque Cungallpa Cungallpos ~
cungalpiosCungallpus
Paltoque Paltoque Talko Shongo Shongo PutigChuguay ~
chuwayChugay Chúgay Illawa Illawa Illawa
Kallwa Kallwa Kallwa Kallwa Kallwa KallwaRoque Roque Ruque ¿? ¿Putig? Palo
escogedor Tramero/tramador ¿? ¿? ¿? Tramero Tramero
Faja ¿? ¿? ¿? Cargadora/aparina Cargadora
Fuentes: Santiago de Chuco: Castro de Trelles (2005), Flores Reyna (2001, 2000); Pallasca: CubaManrique (2009), Cajabamba: Touzett Arbaiza (1989), Cajamarca: Biblioteca Campesina (1997 [1989]);
Chota: Herold (1995).
Tabla 3.2. Nombres del «telar de cintura» en distintas zonas de la sierra norte del Perú
Aunque, como se observa, el núcleo de la «zona consensual» mantiene una clara
consistencia en la nomenclatura de estos utensilios, se debe mencionar que existen
esperables variaciones en las zonas de frontera. El léxico de Cajabamba se alinea de manera
más clara con la región más norteña, Chota-valle de Cajamarca, mientras que en el extremo
oeste, en San Ignacio, Otuzco, Arabel Fernández López (2007) ha reportado un nombre
alternativo para la kallwa: cachani. En una visita al centro poblado de Chuquique, en el
distrito de Tauca (Pallasca, Áncash), en la frontera sur de la «zona consensual», he podido
registrar un nombre que considero cognado con este último: quichañ ~ quichañe (elementoe de la figura 3.4), además de una denominación distinta para el roque, a saber, chocche
(elemento f). Considero que esta nomenclatura es la más conservadora de las que he
recopilado. En Chuquique, la tejedora Alicia Chávez, además de reportar los nombres
mencionados, mostró un «palito» adicional que se usa en su localidad para sostener la
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urdimbre por debajo del conjunto de hilos, manteniéndolos separados: el timbe, hecho de
un carrizo delgado y de una especie vegetal llamada sangre de toro (Virola boliviensis,
según Brack Egg 1999). Los únicos nombres no indígenas utilizados por la tejedora para
los implementos del telar fueron los de los elementos (a) la soga y (h) la pretina. No hay,
así, ningún nombre asociado al fondo léxico quechua. Por ello, considero que el listado
presentado en la tabla 3.2, correspondiente a Chuquique, se puede postular con más
probabilidad como propio del culle. En la tabla se presentan los nombres registrados en
Agallpampa y San Ignacio, Otuzco, para facilitar la comparación. Como se verá más
adelante, Chuquique es importante para la historia externa del culle porque uno de los
últimos hablantes reportados era natural de allí.
Chuquique (Tauca) San Ignacio (Otuzco) Agallpampa (Otuzco)Elemento (a) Soga ¿? Soguita/chambosElemento (b) Maychaque Maychaque MaychaqueElemento (c) Talco Paltoque PaltoqueElemento (d) Chuguay Chuguay Chuguay ~ chuwayElemento (e) Quichañ / quichañe Cachani KallwaElemento (f) Chocche Ruki RoqueElemento (g) Trameador Tramero Tramero/tramador Elemento (h) Pretina Pretina Faja
Fuentes: San Ignacio: Fernández López (2007).
Tabla 3.3. Nombres del «telar de cintura» en Chuquique, comparados con los de Otuzco
Los nombres de Chuquique, registrados cuando la tejedora estaba trabajando en una
colorida liclia listada de fondo negro —el estilo tauquino—, fueron corroborados mediante
una entrevista con Porfirio Pérez, uno de los tejedores más experimentados de Tauca, la
capital distrital, quien dio la variante castellanizada quichañe para el elemento (e). El
considerar los nombres de Chuquique como los más cercanos al culle significa que kallwa y
roque fueron introducidos al pequeño subsistema léxico del telar de cintura desde el fondo
quechua en la mayor parte de la «zona consensual», lo cual abona a favor de un largo e
intenso periodo de contacto y competencia entre ambos idiomas. A este escenario se sumóel castellano, que también ha marcado su presencia en este subsistema léxico. Abordaré con
más detenimiento la historia de la convivencia entre estos tres idiomas en la siguiente
subsección.
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3.6 CULLE, QUECHUA Y CASTELLANO ENTRE LOS SIGLOS XVIII Y XIX
Uno de los dos principales testimonios léxicos del idioma culle es el listado de términos
recolectados en el «Plan que contiene 43 vozes castellanas traducidas a las 8 lenguas que
hablan los Yndios de la costa, Sierras y Montañas del Obispado de Truxillo del Perú»,documento incluido en el copioso informe pictórico elaborado por encargo del obispo de
Trujillo, Baltasar Jaime Martínez Compañón, acerca de su amplia jurisdicción, a fines del
siglo XVIII (Martínez Compañón 1978 [1790]).39
Torero ha planteado que la lista «quichua» presente en esta lista corresponde, antes que a
posibles variedades locales, al grupo Chínchay sureño, más específicamente a la variedad
cuzqueña de fines del siglo XVI y XVII: en efecto, se registra <hacha> para ‘árbol’, tal
como consignó González Holguín en su Vocabulario preparado a inicios del XVII (Torero
2002: 209), mientras que <pana>, el término para ‘hermana de varón’, es elcorrespondiente a la variedad cuzqueña, y no a la cajamarquina o a las ancashinas, en las
que tenemos pani (Quesada 1976a; Parker y Chávez 1976). El extraño registro de
<huaami> ‘mujer’ probablemente sea una errata de copista. En cuanto a la lista
El «plan» entrega datos sobre las lenguas
«quichua»; «yunga de las provincias de Truxillo y Saña», es decir, mochica; «de Sechura
en la provincia de Piura», también conocida como sec; «de Colan en la provincia de Piura»
y «de Catacaos en la provincia de Piura», que se han interpretado como variedades de la
una sola lengua, el tallán; la «lengua Culli de la Provincia de Guamachuco»; la «de los
hivitos en las Converciones de Huailillas», es decir, el hibito, y, finalmente, la «de los
Cholones de las mismas Converciones», el cholón.
39 La parte pictográfica de este informe es la más conocida; la textual, en cambio, está diseminada entre el
Archivo Nacional de Colombia y el Archivo Arzobispal de Trujillo, este último prácticamente cerrado paralos investigadores en la actualidad. La parte relativa al archivo colombiano ha sido publicada y sistematizada
por Restrepo Manrique (1992). Permanecen inéditas, en cambio, las visitas que obran en el AAT. Por un permiso excepcional, he podido revisar algunas de las visitas realizadas por Martínez Compañón en la «zona
consensual», que se dividen en dos tipos: el primero, concentrado en asuntos administrativos y económicos dela iglesia, pero con una sola y valiosa pregunta dedicada a la geografía de la zona, con especial mención delos caminos y con referencias a temas productivos y comerciales (los expedientes se titulan «Información delos valores y cargas, número de anejos y distancias…»). Este conjunto de visitas se realizó en 1785. Elsegundo tipo está dedicado al desempeño pastoral de los curas encargados de cada doctrina; estas visitas sellevaron a cabo en 1792. Entre las primeras, pude mirar rápidamente las de Huamachuco, Chuquizongo,Santiago de Chuco, Usquil, Otuzco, Santiago de Lucma, Mollepata y Marcabal. Entre las segundas, confirméque obran en el AAT las de Santa Isabel de Sinsicap, Santiago de Lucma, Usquil, Otuzco, Mótil yCarabamba, Santiago de Chuco, Mollepata y hacienda de Angasmarca, Sangual, Uningambal y Calipuy.
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correspondiente al culle, cuando retiramos los hispanismos tomados para designar unidades
conceptuales aparentemente no cubiertas por el léxico indígena —<cuerpo>, <alma>,
<cielo> y <animal>—, queda un corpus de 38 términos (tabla 3.5), de los cuales tres se
emparentan claramente con el quechua: <yaià> para ‘Dios’ (< quechua yaya); <aycha> para
‘carne’ (< q. aycha); <challuă> para ‘pescado’ (< q. challwa); y otros tres se relacionan de
manera menos clara con este idioma: <cuhi> para ‘gozo’ (< q. kusi); <mamă> para ‘madre’
(< q. mama) y <miù> para ‘comer’ (< q. miku–, analizable como la raíz *mi– y -ku–
‘reflexivo’).40
En 1986, Alfredo Torero publicó un análisis del «plan» con el objeto de deslindar áreas
lingüísticas en la costa norte, comparando sus términos por pares de idiomas, obviamenteteniendo solo en cuenta los vocablos indígenas. En cuanto al culle, la comparación arrojó
un índice significativo de vocablos compartidos con la lengua quechua: 18,42%, proporción
similar a la que, a manera de control, el estudioso encontró entre el quechua y el aimara
(Torero 1986: 532). Mi cálculo es de 16% y la discrepancia con Torero se debe a la
separación que he propuesto entre los tres préstamos seguros del quechua y los tres menos
claros. En cualquier caso, esta cifra muestra que estamos ante entidades lingüísticas
probablemente distintas, pero en intenso contacto. Esta situación contrasta con la
abrumadora presencia del quechua en el corpus de indigenismos incluidos en la relación
agustina, de la segunda mitad del XVI (San Pedro 1992 [1560]; ver tabla 3.1). Este corpus
muestra un porcentaje de 85,71% palabras procedentes del fondo quechua y aimara (42
ítems léxicos de 49), mientras que las palabras probablemente culles ascienden a 6,12% (3
de 49), proporción idéntica a de las que integran elementos culles y quechuas. A pesar de
los distintos objetivos lingüísticos de cada documento,
Sin embargo, estos tres últimos casos, especialmente <mamă> y <miù>,
pueden constituir meras coincidencias formales entre ambos idiomas.
41
40 Adelaar con la col. de Muysken (2004: 403) propone «una raíz prequechua *mi-, que puede reconstruirsesobre la base de las palabras del quechua moderno miku– ‘comer’ y michi– ‘pastear’».41 Martínez Compañón buscaba registrar las palabras efectivamente asumidas por los hablantes como parte deuna lengua, mientras que San Pedro simplemente incluyó términos del habla local en su redacción, sin
preocuparse por asociarlos con una lengua específica.
el contraste parecería indicar un
paulatino retorno a la lengua local y un paralelo debilitamiento del quechua como «lengua
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franca» en la sierra norteña, a favor del castellano como nueva lengua de comunicación
interregional.
<yaià> ‘Dios’
<usù> ‘hombre’<ahhi> ‘mujer’<chucuàll> ‘corazón’<aycha> ‘carne’<mosčár> ‘hueso’ <quinu> ‘padre’<mamă> ‘madre’ <usu ōgŏll> ‘hijo’ <ahhi ōgŏll> ‘hija’ <quimit> ‘hermano’<cañi> ‘hermana’<miù> ‘comer’
<cumù> ‘beber’<canquiù> ‘reír’<ačasù> ‘llorar’<čollapù> ‘morir’<cuhi> ‘gozo’<pillách> ‘dolor’<caní> ‘muerte’
<sú> ‘Sol’
<mùñ> ‘Luna’<chuip> ‘estrellas’<mú> ‘fuego’<llucá> ‘viento’<pichuñ> ‘pájaro’<pús> ‘tierra’<urù> ‘árbol’<mučh-cusğá> ‘tronco’ <urù sag ̽ars> ‘rama’<chuchú> ‘flor’<huačohú> ‘fruto’ <paihač> ‘hierba’
<coñ> ‘agua’<quidā> ‘mar’ <uram> ‘río’<còñpulcasù> ‘olas’<čau> ‘lluvia’ <challuă>‘pescado’
Tabla 3.5. Léxico indígena en la columna correspondiente al culle del «plan» de MartínezCompañón
Un dato adicional, de índole cualitativo, abona a favor de esta lectura: mientras que larelación agustina ofrece un quechuismo para el significado ‘luna’ (<quilla>), el «plan»
registra la alternativa culle aparentemente recuperada (<mùñ>). Evidencia documental
podría respaldar parcialmente esta interpretación. Un documento de 1711, escrito durante el
obispado de Joan Vítores de Velasco,42
42 AAT, «Libro de Bautismos de la Parroquia de Santiago de Chuco, que corresponde a los años 1685-1736(Libro de Indios)», fol. 62. La transcripción, realizada por la archivera Imelda Solano, del AAT, me fuefacilitada amablemente por Manuel Flores Reyna.
se queja de que los indios de Santiago de Chuco no
hablen la «lengua general del Inga, tal como la hablan en los pueblos de Caxabamba y
Guamachuco», debido a que algunos de ellos, especialmente las indias mayores, estaban
«poco aprovechados» y no podían dar razón de «los principales mysterios de Nuestra Santa
Fe». Del documento se deduce, en efecto, que a inicios del siglo XVIII había algunos
puntos del antiguo territorio bilingüe quechua-culle que habían abandonado la «lengua
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general». El hecho de que a fines del siglo XVI el arzobispo Mogrovejo haya registrado la
lengua linga precisamente en Santiago de Chuco, cuando era párroco nada menos que el
quechuista y aimarista Joan de Caxica, confirma que esta localidad había sido de habla
quechua, además de cullehablante, pues en el análisis presentado en 3.2 la designación de
linga corresponde a la lengua general. Santiago de Chuco habría perdido, así, el quechua en
favor de la coexistencia entre el culle y el castellano en poco más de un siglo. Esta
localidad sería un buen ejemplo del proceso narrado por Blas Valera (Garcilaso 1943
[1609]: VII, III, 92), quien afirmó que, después de desestructurado el Tahuantinsuyo, los
pueblos recientemente quechuizados volvieron a sus antiguas lenguas, salvo que habría que
matizar la proposición señalando que este proceso fue más largo y lento de lo que el
testimonio de Valera parece sugerir.
Sin embargo, para tener el panorama lingüístico completo, deberíamos resaltar y explicar
también la permanencia del quechua en otras áreas de la «zona consensual» hasta bien
entrado el siglo XVIII. Una pregunta inicial para abordar este problema es cuán
generalizada era esta presencia. El documento de 1711 mencionaba como
quechuahablantes, además de cullehablantes, a Cajabamba y Huamachuco, dos de los
puntos principales de esta región, los polos económicos más activos del norte oriental y el
centro, respectivamente. En cuanto al sur, hemos visto, en el apartado anterior, que no solo
en el asiento minero de Atun Conchucos sino también en Pallasca, cabecera de doctrina, los
fiscales indígenas apoyaban al párroco en el adoctrinamiento de los indios en «quichua» a
mediados del siglo XVII. No tenemos más datos sobre el uso del quechua en este sector de
la «zona consensual» para el siglo XVIII. En cambio, para la porción occidental de la
región, la evidencia es abundante y va desde la primera mitad del XVII hasta fines del siglo
XVIII. Para el XVII, la Memoria de las doctrinas que ay en los valles del obispado de
Truxillo desde el rio Sancta asta Colán, lo último de los llanos decía, en 1630, que «en toda
ella [la sierra] se habla la lengua general del Inga, salvos algunos pueblos adonde tienen los
naturales dellos su lengua particular materna que llaman “culli” pero también usan de la
general». En 1651, desde una perspectiva evidentemente costeña, se informa al obispado de
Trujillo lo siguiente:
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[S]i en este obispado […] fuera necesario catedrático, avia de aver sinco por ladiversidad de lenguas, uno para la general del Inga para la sierra, y otro para el pueblo de Olmos que tiene lengua particular, y otro para Sechura, que tiene otralengua; y otro para Catacaos y Paita que hablan diferente lengua; y otro para losdemás pueblos que llaman de los valles, donde se habla una lengua que se llama la
Mochica; y para los examenes se llamen examinadores que sepan la lenguanecesaria (Rostworowski de Diez Canseco 1975: 320).43
A mediados del siglo XVIII, se nos informa reiteradamente que en los obrajes de Sinsicap
(hoy Otuzco) y Carabamba (hoy Julcán), además del culle, los indios hablaban «tal cual de
ellos» la lengua general.
44 Incluso para fines de ese siglo, como veremos después con
detalle, seis de los siete indios apresados y trasladados a Lima por participar en una
rebelión obrajera en Carabamba declararon en quechua, con la ayuda del intérprete general
del Reyno, «por falta de español».45
…y a más de la [lengua] General que la sé perfectamente por haberla mamadoentiendo también la culle por curiosidad e industria y por haber administrado losSantos Sacramentos entre los que la acostumbran hablar once años seis meses(Zevallos Quiñones 1948: 118).
Por último, debemos recordar que el «Plan» de
Martínez Compañón coloca al «quichua» en la primera columna entre las lenguas indígenas
del obispado de Trujillo, lo que probablemente haya llevado a Rivet (1949: 2) a afirmar que
esta era la «lengua general» de la extensa jurisdicción eclesiástica trujillana. La mención al
conocimiento de la «lengua general» en las postulaciones a curatos del obispado abonaría a
favor de este último planteamiento. Por ejemplo, en 1774, Miguel Sánchez del Arroyo, cura
de Ichocán y del valle de Condebamba, en el límite de las actuales provincias de San
Marcos y Cajabamba (Cajamarca), escribía lo siguiente acerca de sus conocimientos
idiomáticos:
46
43 Otra ausencia idiomática notable en este pasaje es la del quíngnam. Netherly (2009: 135) interpreta estesilencio como un efecto del debilitamiento del idioma en los alrededores de Trujillo, donde buena parte de sushablantes ya eran probablemente bilingües en español, situación que haría innecesario para los españoles
invertir tiempo y dinero aprendiendo una lengua que percibían como dificultosa en extremo.44 AAT, Papeles de Uningambal, 1: 1-6, según los fragmentos presentados por Pantoja Alcántara (2000).
45 Biblioteca Nacional, Colección General de Documentos Manuscritos, C3611, «Autos criminales seguidoscontra el Caudillo Alexo Zavaleta y demás cómplices de que havian formado el Esquadrón de 104 hombres
para atacar la Partida de Dragones, y su Comandante, destinados a la expedición de Carabamba y azesinar alazendado don Ygnacio Amoroto».46 Una buena pregunta es dónde nació Sánchez del Arroyo, porque él dice haber aprendido el quechua como
lengua materna. He buscado referencias biográficas en el Archivo Histórico Diocesano de Cajamarca(AHDC), pero sin resultados positivos. Sánchez del Arroyo aparece mencionado como teniente de cura de la
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Estos datos parecen dibujar, para la zona de interés, un panorama de trilingüismo quechua-
culle y castellano en el cual el caso de Santiago de Chuco parece haber sido la excepción
antes que la regla. En una situación típica de dominación social sobre una población
indígena, lo habitual es que la lengua originaria se mantenga en el ámbito familiar y
cotidiano, junto con el nuevo idioma de prestigio copando la mayor parte de dominios
formales y públicos, en un esquema tradicionalmente denominado diglosia por la
sociolingüística, desde la reformulación de Fishman (1980, 1995 [1972]) a partir de la
definición inicial de Ferguson (1959). En el caso de la «zona consensual», tenemos un
panorama más complejo, en el que a la «lengua local» se le superpone el uso de dos
idiomas: otra lengua indígena, el quechua, y, como nueva lengua dominante, el castellano.
¿Cómo entender este panorama? De manera más específica, ¿cómo explicar que el quechuahaya sobrevivido largamente, junto con el culle como «lengua baja» o sin prestigio, a la
imposición del castellano como nueva lengua del poder?
Las visitas a los obrajes del oeste de la «zona consensual» abren una vía de explicación por
lo menos para las localidades serranas del actual La Libertad a mediados del siglo XVIII.
La visita realizada por el obispo Molleda y Clarke al obraje de Sinsicap (Otuzco) en 1749
precisa que de las 472 personas que estaban empadronadas, la mayoría de varones no sabía
castellano y las mujeres lo ignoraban totalmente.47 Un año antes, en 1746, el mismo obispo
había abierto una causa48
doctrina de Sinsicap, en las cercanías de Otuzco, actual La Libertad, en unos autos ejecutivos promovidoscontra él, fechados en 1769. AAT, Obra Pía de Sinsicap, leg. 5 (descripción analítica de Manuel FloresReyna). En un documento que obra en el AHDC, fechado en 1800, se lo menciona como «el finado cura de la
doctrina de Chirinos» (certificación de don Manuel Unanue y Urrutia, cura y vicario de la doctrina deMórrope y Pacora, sobre el litigio entre el presbítero Manuel Sánchez del Arroyo con don Joaquín Salazar, por restitución de bienes de este último, legajo pendiente de clasificación en el AHDC, 1684-1799). 47 La visita de Molleda y Clarke también obra en el AAT y tiene más de 600 folios. Marzal (1988 [1983]) soloha publicado fragmentos de la parte relativa al asiento de Sinsicap. Por su importancia y detalle, estedocumento debería publicarse en su integridad, cuando el valioso acervo documental del AAT pueda ser nuevamente revisado por los investigadores.48 AAT, Papeles de Uningambal, 1: 1-6. La transcripción de algunos fragmentos ha sido presentada por
Pantoja Alcántara (2000).
por el hecho de que los indios de las haciendas de Uningambal
(en Otuzco), Angasmarca (hoy en Santiago de Chuco) y Carabamba (hoy en Julcán)
carecían de sacerdotes «lenguaraces» que pudieran administrarles los sacramentos, «por
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cuanto dichos indios hablan la lengua culle y no entienden la española, particularmente las
mujeres». El culle llega incluso a ser calificado de «tan bronco y difícil, que aun los más
expertos en la lengua general no son capaces de predicar, ni rezar en dicho idioma». 49
Que es natural de la provincia de Guamachuco, Corregimiento de Cajamarca, y queha estado varias veces, en las haciendas de Uningambal, Carabamba y Angasmarcay que le consta que los indios de dichas Haciendas hablan la lengua Culle, y quemuy poco o nada se explican en la Española, y que si hablan algunas palabras, escon torpeza y que las mujeres totalmente no la entienden, lo que sabe el declarante por experiencia, porque sabiendo la lengua culle les ha hablado en Castellano, y nole han contestado, ni precibido lo que les preguntaba, hasta que lo hacía en la lenguaCulle, y que le consta que una India muy desconsolada vino a un Sacerdote Secular Lenguaraz diciéndole que se había confesado con su Cura y que no sabía lo que lehabía dicho […] porque ni ellos entienden al Cura ni el Cura a ellos.
Aunque se precisaba que estos indios también hablaban «tal cual de ellos» la lengua
general, se decía con claridad que «es imposible que los indios de dichas haciendas y sus
contornos se puedan confesar de otro modo que no sea en su propia lengua, porque solo en
esta tienen verdaderamente explicación». El huamachuquino Nicolás de Vargas y
Escobedo, testigo en esta causa, relató lo siguiente:
50
Sobre esta aparente barrera idiomática, que no parece haber sido percibida como un
problema en los siglos previos (sección 3.3), es posible observar un énfasis muy claro en la
documentación eclesial trujillana del siglo XVIII. Queda claro que había, en primer lugar,
un manejo incipiente del castellano en un sector de la población indígena, casi nulo entre
las mujeres y los ancianos; en segundo término, un conocimiento general del quechua, pero
juzgado como insuficiente por la Iglesia para la apropiada evangelización; y, en tercer
lugar, un uso mayoritario del «bronco y difícil» idioma local. No debemos descartar que
este súbito acento en las barreras comunicativas por parte de la jerarquía eclesial esté
expresando un conflicto institucional, orientado a una reforma en las políticas episcopales,que tomó la forma de una recusación de la estrategia anterior de adoctrinamiento,
aparentemente basada en el quechua. Un indicio a favor de ello es que, a juzgar por la
49 Carta de fray Pablo Ponce de León al obispo de Trujillo, 6 de setiembre de 1746 (Pantoja Alcántara 2000:125). 50 AAT, Papeles de Uningambal. Cit. en Pantoja Alcántara (2000: 127).
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documentación, los intensos llamados a tomar en cuenta el culle para el adoctrinamiento no
cristalizaron en su lógica consecuencia, es decir, el uso de este idioma en la evangelización
posterior, mediante, por ejemplo, la producción de catecismos y manuales, ni siquiera
mediante su aprendizaje por parte de los sacerdotes (recuérdese que en la década de 1770
Sánchez del Arroyo declaraba entender el idioma solo «por curiosidad e industria», antes
que como una necesidad pastoral). Antes bien, ya avanzada la segunda mitad del siglo
XVIII, se observa un giro castellanizador en la política lingüística del obispado trujillano,
acompañado por el interés en la fundación generalizada de escuelas para los jóvenes y
niños indígenas de la jurisdicción (Ramírez 2008).
Fue el ilustrado obispo Martínez Compañón, el mismo que recogió el valioso «plan» citado
al inicio de esta sección, el líder de esta opción castellanizadora, inscrita en el marco de lasreformas borbónicas. El principal estudioso de este período de la vida eclesial trujillana, el
historiador colombiano Daniel Restrepo Manrique (1992), da cuenta de un cuestionario
adicional al oficial de la visita emprendida por Martínez Compañón entre 1782 y 1785,
cuestionario que empieza preguntando «qual sea el carácter, y genio de los Naturales de
esta Doctrina; y si sepan y hablen la lengua castellana».51 Esta decisión constituye un
reflejo de una concepción borbónica más amplia sobre qué debía hacerse con los indios: se
trataba, dice Restrepo, de un esfuerzo de incorporar «de lleno al indígena a la cultura y
modos de vida hispano-europeos, [lo] que implicaba no sólo la vida religiosa y social, sino
también la mentalidad, formas de subsistencia y concepción general del mundo». Durante
el reinado de Carlos III, resultó claro que era la Iglesia la llamada a conducir este proyecto
de «integración total». Restrepo destaca que Martínez Compañón se hizo eco como nadie
de este plan reformador, y cita una carta pastoral dirigida a los indios de su diócesis en
1783, en la que promovió «la lengua castellana como lengua de su magestad y de la nacion
en que vosotros os podais explicar sin interprete en los casos que se ofrescan y se os puedan
con mayor facilidad ablar por vuestros superiores».52
51 Restrepo Manrique (1992: 250-251, nota 150) cita un documento del Archivo Nacional de Colombia,signado como Virreyes 3, abril 14 de 1782, fols. 97v-99r. 52 Restrepo Manrique (1992: 429-430) cita un documento del Archivo Nacional de Colombia, signado comoMiscelánea 30, «Carta pastoral de Martínez Compañón a los indios del obispado», fol. 449.
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No sabemos qué efectos tuvo el giro de la política lingüística eclesial trujillana en la
dinámica comunicativa de la «zona consensual» a finales del siglo XVIII y durante el XIX;
tampoco conocemos cuáles fueron sus mecanismos de concreción. Incluso, si nos
concentramos solo en el ámbito del discurso eclesial y no en sus posibles y elusivos
efectos, no se ha estudiado en profundidad la continuidad de las políticas enunciadas por
Martínez Compañón, y que solo pudieron ser aplicadas por él durante algo más de diez
años, antes de que dejara Trujillo para pasar a su nueva sede en Colombia. Tampoco está
clara la relación entre las políticas e iniciativas de la iglesia «ilustrada» con los
antecedentes que parecen dibujarse en los discursos de obispos como Molleda y Clarke. Sin
embargo, alguna pista nos brinda este conjunto de documentos acerca del uso del quechua
como medio de evangelización de los indios en la «zona consensual» antes de 1750, si
interpretamos el «descubrimiento» de Molleda y Clarke sobre las imperfecciones de la prédica en «lengua general» a los indios cullehablantes como una estrategia de
diferenciación, cuando no de oposición, respecto a las prácticas previas. Aquí reside una
posible respuesta a la pregunta sobre el porqué del mantenimiento del quechua en la «zona
consensual», a pesar de que los indígenas en esta región contaban con su propia «lengua
materna» para la comunicación cotidiana. El quechua habría sido, entre finales del siglo
XVI y mediados del XVIII, el idioma privilegiado por la iglesia para el adoctrinamiento de
los indios. De este modo, habría continuado desempeñando su papel de «lengua franca»
después del desmembramiento del imperio incaico, solo que esta vez con funciones
restringidas al dominio religioso.
La hipótesis sobre la acción de la iglesia como factor causal en los grandes procesos de
mantenimiento y cambio idiomático en los Andes se ha aplicado, a veces de manera
apresurada, en distintas ocasiones y en diferentes contextos. Uno de los casos más
conocidos es el que atribuye la difusión del quechua en distintos sectores de la Amazonía a
la acción misionera eclesial (Benvenutto Murrieta 1936; Cerrón-Palomino 1987a: 344;
Torero 2002: 104, 294; 1993: 464-465). Este factor también ha sido invocado para explicar
el estatus más alto que cobró el mochica entre las lenguas de la costa norte y el consecuente
declive del quíngnam, por ejemplo (Torero 2002; Cerrón-Palomino 1995), aunque, más
recientemente, se ha planteado que antes de la desaparición del quíngnam, se produjo,
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desde las primeras décadas del siglo XVII, no una «mochiquización» sino una
quechuización de los pueblos indígenas de la costa central, con fines de evangelización
(Salas 2011). En los últimos años, sin embargo, se observa, sobre todo en la historia social
de la colonia, una tendencia a mirar con mayor escepticismo no solo el poder de la iglesia
sino también el de la institucionalidad colonial en general como agente de grandes cambios
idiomáticos en los Andes. Así, por ejemplo, Andrien (2011) discute cuáles fueron los
verdaderos efectos de la represión de las lenguas indígenas después de las rebeliones de
Túpac Amaru y Túpac Katari a fines del siglo XVIII, y concluye que la evidencia indica
que los esfuerzos desplegados por la corona contra el quechua y el aimara tuvieron solo un
impacto limitado al corto plazo en el uso cotidiano de estas lenguas. De manera más
general, este historiador concluye que «la evidencia histórica disponible proporciona escasa
indicación de que las políticas desplegadas por el estado colonial tuvieran efectosdramáticos en el uso del quechua y el aimara en los Andes durante el siglo XVIII y la época
de la independencia» (Andrien 2011: 113, 120). Incluso podría leerse el amplio trabajo de
Durston (2007) sobre el «quechua pastoral» como un minucioso esfuerzo por separar el
discurso de la Iglesia acerca de las lenguas, en primer lugar, de la implementación de ese
discurso en la vida cotidiana y, en segundo término, de sus efectos concretos en la historia
social andina.
Siendo consciente de estas reservas, he buscado, en el ámbito de la minería, una
explicación alternativa al factor causal de la iglesia para el mantenimiento del quechua en la
«zona consensual». Como he adelantado, en los últimos años, la lingüística andina ha
encontrado en la economía minera colonial una fuente importante para buscar enfoques
alternativos a los tradicionales para explicar los grandes procesos de configuración de
variedades, especialmente en el caso de la familia lingüística quechua (Itier 2000, 2001,
2011; Pearce y Heggarty 2011). En la «zona consensual», la minería efectivamente se
desarrolló durante la colonia, aunque Hualgáyoc, el asiento minero más importante, se
empezó a explotar intensivamente recién en el último cuarto del siglo XVIII. Localidades
mineras de importancia menor se encontraban activas desde el siglo XVII en Santiago de
Chuco (Espinoza Soriano 2004) y Conchucos (Chocano 1986). En la sección 3.4 he
revisado un expediente sobre el asiento de Atun Conchucos para observar los datos
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referentes al uso idiomático. Efectivamente, a partir de ese examen he podido concluir (1)
que en el asiento minero de Atun Conchucos se usaba el «quichua», (2) que probablemente
esta era la lengua de comunicación mayoritaria entre los indígenas, en gran parte forasteros
venidos de distintos sectores del actual territorio ancashino, y (3) que es posible pensar en
la coexistencia de dos variedades quechuas, una «formal», de uso eclesial, difundida a
través de textos y gramáticas, «reducida en arte», el «quechua pastoral» de Durston (2007),
y otra «vernacular», probablemente una variedad huáihuash o quechua I, cercana a los
quechuas vecinos del norte de Áncash y al de Macañía, Pataz. Sin embargo, la evidencia
brindada por ese documento en torno a la minería como factor explicativo para el
mantenimiento del quechua es ambigua en dos sentidos.
En primer lugar, es ambigua porque, al mismo tiempo que confirma el uso del quechua enun asiento minero, muestra el intenso empleo del idioma indígena en el adoctrinamiento de
los indios no por parte del sacerdote, sino por las autoridades indígenas mismas, los fiscales
reclutados por el cura como asistentes en las tareas de la evangelización. El documento
retrata de manera clara que los fiscales eran los encargados de practicar el «recitado» de la
doctrina con los demás indígenas, y que eran supervisados, no sabemos con cuánta eficacia
ni diligencia, por el párroco Eusebio de Garay. Un testigo del proceso, vecino de Atun
Conchucos, se dijo conocedor del quechua y brindó testimonio confirmando la dedicación
puesta por los indios en dicho «recitado», diciendo que «los a oydo reçar a todos juntos y a
muchos cada uno de por si». Así, el documento que he utilizado para evaluar el peso del
factor minero no permite excluir la hipótesis alternativa, a saber, la vinculación causal entre
el mantenimiento del quechua y la acción evangelizadora de la iglesia. Abona a favor de
esta lectura el énfasis puesto por la justicia eclesial en la necesidad de que dicho
adoctrinamiento se hiciera en el idioma indígena y en que Garay mejorase en el futuro su
manejo del idioma para un apropiado cumplimiento de sus tareas. El tratamiento distinto
que se le brinda en el expediente al uso idiomático en la escuela, espacio privilegiado para
el castellano, invita a pensar que el llamado a emplear el quechua en la doctrina no era pura
retórica.
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En segundo término, el expediente es ambiguo por exceso. Se lee en el documento que la
práctica de Garay de delegar en los fiscales el «recitado» de la doctrina en el idioma
indígena no se daba solamente en el asiento minero de Atun Conchucos sino también en
Pallasca, la cabeza de doctrina, a la que dicho asiento estaba asociado. De hecho, las
descripciones más detalladas del uso del quechua por parte de los fiscales provienen de esta
última localidad. Aunque del documento se deduce que la actividad productiva en Atun
Conchucos todavía no estaba consolidada cuando tuvo lugar el capítulo contra Garay, se
podría contraargumentar, para mantener la hipótesis sobre el vínculo con la minería, que
Pallasca probablemente ya estaba involucrada en la red de producción conchucana y que
ahí residía la causa del mantenimiento del idioma en dicha localidad, además de la lengua
indígena de la zona, que sin duda seguía siendo el culle, del que tenemos testimonio
específico para Pallasca hasta fines del siglo XIX.53
El 27 de agosto de 1756 se produjo una rebelión de los operarios obrajeros que conectó a
los mitayos de Carabamba y Julcán (hoy en la provincia de Julcán) y Chusgón (hoy en la
provincia de Sánchez Carrión) con mestizos y «castas» residentes en Otuzco. De acuerdo
con Silva-Santisteban (1996-1998: 57), la desesperación por verse expoliados llevó a los
indios de los mencionados obrajes a amotinarse «contra el arrendatario y contra las
autoridades locales que no hacían cumplir las ordenanzas». Las sublevaciones se
mantuvieron constantes por lo menos en Otuzco hasta 1780, debido a la incorporación de
indígenas anteriormente exentos del tributo a los padrones de impuestos.
Para evaluar el uso de estos idiomas enuna localidad alternativa, no involucrada directamente con la minería, propongo observar a
continuación con detalle documentación relativa a un conjunto de rebeliones obrajeras
producidas entre Otuzco y Julcán, en la segunda mitad del siglo XVIII, un período bastante
tardío para el mantenimiento del quechua desde una visión como la que sugería Blas
Valera.
54
53 AAL, Visitas, 6, XXVII.54 Restrepo Manrique (1992: 247) cita la «carta del vicario de Huamachuco doctor Silvestre Carrión al obispoMartínez Compañón», 20 de setiembre de 1780, en Pérez Ayala, José Manuel. Baltazar Jaime MartínezCompañón…, pp. 190-191.
En 1785, el
común de indios de Carabamba acusó al arrendatario del obraje, Ignacio Amoroto, por
deudas laborales acumuladas durante casi tres años. Casi a finales de siglo, en 1794, se
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produjo el mayor detonante para los desórdenes cuando Amoroto, que se había convertido
en un personaje muy odiado, intentó trasladar el antiguo obraje y las viviendas de los indios
al paraje de Ayangay, descrito como un lugar frío e inhóspito, situado en la puna, donde
había ingenios mineros abandonados.55 Los ingenios de Ayangay estaban conectados a la
producción minera de Quiruvilca, en el territorio de Santiago de Chuco.56 La iniciativa del
traslado, concertada con las autoridades no solo de la intendencia de Trujillo sino incluso
del poder central en Lima, mediante superior resolución,57 desencadenó un amotinamiento
entre indios y mestizos que llevó a la cárcel a un «español papelista» de Trujillo —un
tinterillo cuyo papel en la asonada puede calificarse por lo menos de ambivalente—, a un
mestizo «de casta sambo» y a ocho indios yanaconas, uno de los cuales falleció en la Real
Cárcel de Corte debido a los estragos causados por el largo tiempo de prisión. 58
La racionalidad del traslado, según la administración virreinal, residía en el declive que
había experimentado el obraje y hacienda de Carabamba, que había terminado siendo
perjudicial al hacendado.
59
55 Biblioteca Nacional del Perú, Colección General de Documentos Manuscritos, C3611, código de barras2000005819, «Autos criminales seguidos contra el Caudillo Alexo Zavaleta y demás cómplices de que havianformado el Esquadrón de 104 hombres para atacar la Partida de Dragones, y su Comandante, destinados a la
expedición de Carabamba y azesinar al azendado don Ygnacio Amoroto».56 ARLL, Intendencia, Subdelegación de Huamachuco, Leg. 445, expediente 2960. «Expediente sobre el avíode operarios de la mina de Querubilca e ingenios de Ayangay, año de 1789». Sobre la historia de Quiruvilca,Espinoza Soriano (2004). 57 BNP, doc. cit., fol. 34r.58 El traslado de este indio, Francisco Natividad Inocente, de la Cárcel de Corte al hospital de San Andrés fueordenado nada menos que por el médico Hipólito Unanue.59 BNP, doc. cit., fol. 38r.
El procurador de naturales de la Real Audiencia, Isidro Vilca,
quien defendió a los indios en Lima, apuntó motivaciones más personales: dijo que con el
destierro, Amoroto «estaba esperanzado en lograr […] una impía venganza», y
enriquecerse con el trabajo de los indios por el cuantioso dinero impago. Otra lectura
posible, y complementaria a las anteriores, sería que a través del despojo, se buscaba contar
con mano de obra «cautiva» para la actividad minera en Ayangay, en una región en la que
el principal problema para el desarrollo minero residía en contar con operarios suficientes
en el momento necesario, debido a la inexistencia de la mita, recurso clave para el
crecimiento del sector en el sur andino (Espinoza Soriano 2004: 197). Para ello, era
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fundamental el empobrecimiento de estos indios, acostumbrados a vivir en zonas de
«temple» o clima templado como Julcán y Carabamba, y que, en una «puna estéril», no
podrían mantener una economía que complementaba hábilmente los turnos en la actividad
obrajera con el cultivo de sus propias parcelas y la ganadería. Las declaraciones de los
indios apuntan con claridad a las sombrías perspectivas de la producción agropecuaria
como su preocupación principal: en Ayangay no se lograban cosechas, «a ecepcion de unas
cortas papas […] y en apurando el yelo se pierden todas», y la ganadería era imposible,
pues «hasta el ganado de las jalcas moría en crecida suma». A ello se sumaba la absoluta
desconfianza que sentían por Amoroto, firmemente cimentada por años de deudas, abusos y
maltratos.
Como los indígenas obrajeros no quisieron abandonar sus casas, algunas de estas fueronincendiadas con el apoyo de la intendencia y de la compañía de granaderos del Cuerpo de
Milicias Provinciales del Partido de Truxillo, donde Amoroto evidentemente gozaba de
influencias. Los granaderos fueron comandados por el capitán Julián Fernández Flores de
Mendoza, quien afirmó tener a su cargo nada menos que «la traslacion de los indios de las
haciendas de Carabamba y Julcan y destrucción de sus poblaciones». Los ocho granaderos
fueron apoyados por «milicianos» de Santiago de Chuco, que procedieron a saquear las
viviendas que quedaban para su provecho personal. Como reacción al incendio, se formó
un pelotón de 104 hombres, en su mayoría mestizos de Otuzco, liderados por Alexo
Zavaleta, «de casta sambo», quienes, llevando «una bandera colorada y muchas armas de
fuego», intentaron emboscar a las fuerzas oficiales (fol. 8r). Según la acusación fiscal que
se haría posteriormente, en Lima, también las indias mujeres «estubieron alentadas con el
espíritu de oposición y azonada».60
El amotinamiento no fue la única manera de resistir el traslado a los ingenios. El párroco
Francisco Javier de Lizárraga, quien, a fin de atraer a los indios, se había trasladado al frío
Ayangay con antelación, a pesar de padecer de «la enfermedad de tenaz gálico», escribió al
60 Toda la parte del expediente donde se encuentra la acusación fiscal, la defensa del procurador y lasdeclaraciones de los indios en la Real Cárcel de Corte de Lima está sin foliar, por lo cual no se entregaindicación sobre el lugar en las citas extraídas de esta sección.
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gobernador intendente general de Trujillo, don Vicente Gil de Taboada, el 7 de mayo de
1794, una carta muy quejosa en la que informaba que algunos indios obrajeros habían
fugado.61
Pezantes se reunió después con los 34 «indios fujitibos» en casa del propio Alejo Zavaleta,
uno de los líderes de la asonada, pero obtuvo la misma respuesta: los indios primero darían
sus vidas antes que ir a Ayangay mientras allí estuviese Amoroto. Por ello, le comunicó alintendente que los esfuerzos por trasladar a los indios constituían una tarea imposible.
A solicitud de Lizárraga y del capitán Fernández Flores de Mendoza, se encargó
buscar a los «indios dispersos de Carabamba y Julcán» a don Agustín Pezantes, persona
como muchos «parientes y parciales» en el pueblo de Otuzco. En apoyo de su labor, la
intendencia envió una carta a los alcaldes otuzcanos para que «no permitan que dichos
yndios bajo de ningun pretesto ni motivo sean abrigados por los vecinos de ese Pueblo».
Los alcaldes, Pedro Sauna Tanta Chigne y Pedro Ruiz de Mora, le respondieron al
intendente confirmando la resistencia de los indígenas:
…allando numero de ellos en sierto lugar, les requerimos el orden de VuestraSeñoría. Y contestaron sumisos, que obedecían los superiores ordenes, con lavenerasion que deuen, pero a que obligarlos a que sirban en Ayangay primero perderían el pesqueso salvo de que el Sr. Sancho [Antonio Sancho Davila] u otroarrendador venga pero menos a Don Ygnacio Amoroto una vez que los hadestruido, quemado sus casas y vienes dejándolos a perecer. Parece a ellos que sonlibres y que no pueden ser obligados a seruicio de ningun particular salvo al de Nuestro Rey y Señor a quien deben sus tributos (fol. 29v).
62 Sin
embargo, el intendente pidió refuerzos y el traslado tuvo finalmente lugar. De acuerdo con
un informe enviado el 13 de junio de 1794 por Gil de Taboada al virrey Conde de Lemos,
al final del proceso se habían «destruydo enteramente las dos citadas haziendas sin dejar en
ellas Iglesia, Casas, Ranchos, ni otro Edificio alguno», se había trasladado a Ayangay a la
mayor parte de naturales, y varios de los fugitivos se habían «restituido». El intendente
señalaba, además, la esperanza de que los que faltaban finalmente se allanarían al traslado
«por no quedarles la esperanza, o expectativa de establecerse nuevamente en Carabamba, y
Julcan, donde no les ha quedado abrigo alguno».63
61 BNP, doc. cit., fols. 24v-25r. 62 BNP, doc. cit., fols. 30-31.63 BNP, doc. cit., fol. 35r.
No conocemos el éxito que tuvo el
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proyecto en el largo plazo, pero el olvido en que ha quedado el nombre de Ayangay, frente
a los de Carabamba y Julcán, este último hoy convertido en provincia, sugiere que la
fortuna del traslado no fue duradera. Faltaría documentar esta parte del proceso, que juzgo
de gran interés por la intensa violencia con que se impuso, desde el gobierno colonial, un
modo de vida claramente indeseable a una comunidad entera de indígenas, así como por la
férrea y larga resistencia ofrecida por estos, incluidas las mujeres, contra las acciones de un
administrador codicioso y con firmes lazos con el poder.64
Si bien Silva Santisteban ha incorporado este caso en su historia de los obrajes norteños, no
ha enfatizado ni el carácter pluriétnico de las rebeliones ni los datos relativos al uso de
idiomas en los expedientes. Para mi argumento, es relevante que los indios se hubieran
aliado desde el inicio con un grupo de mestizos y «castas», y por lo menos con un«español» de Trujillo, a fin de enfrentar a Amoroto y a los granaderos. El caso también es
útil para evaluar la hipótesis sobre el factor minero en el mantenimiento del quechua,
porque estamos ante una población de indios dedicados a las labores textiles y agrícolas
resistiéndose activamente a ser trasladados a una zona minera. En cuanto al carácter
pluriétnico de los motines, los relatos de los testigos coinciden en que si bien el pelotón
estaba compuesto principalmente por mestizos otuzcanos —de hecho, se lo describe como
«el esquadron de mestisos»—, estos contaron con la ayuda de varios indios para intentar
incendiar la casa hacienda, que sirvió de cuartel durante el debelamiento de la sublevación.
De hecho, distintos testimonios coinciden en que fue a ruego de los indios e indias de
Carabamba que se radicalizaron las acciones hasta el punto de que Amoroto asegura que se
intentó asesinarlo, así como a los ocho miembros de la compañía de granaderos. Uno de los
indígenas mencionados, Rumualdo Gutierres, el que más había sufrido por la agresión de
Amoroto y los soldados reales, pues su casa había sido completamente incendiada, fue
acusado de azuzar al escuadrón, al grito de «Mata y quema á estos perros ladrones
facinerosos». Además de «castas», mestizos e indios, jugó un papel importante en las
acciones previas a la rebelión Pasqual Baylon de Roxas, un «papelista» o tinterillo
64 Un punto que asoma con insistencia en el expediente es la manera aparentemente turbia con que Amorototerminó haciéndose de la administración de Carabamba, en desmedro de los intereses de la familia de AntonioSancho Dávila, quien ya estaba muerto en el momento de la rebelión y a quien se describe como el antiguo
poseedor del mayorazgo al que la hacienda pertenecía.
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«español» que llegó a Carabamba desde Trujillo para realizar gestiones como personero de
un religioso. Este prestó apoyo a los indígenas en la redacción y el trámite de sus reclamos,
pero las declaraciones posteriores de los indios sugieren que intentó excederse en el cobro
de sus servicios y que demoró innecesariamente las gestiones. El motín fue debelado y
tanto el «papelista» como el «sambo» Zavaleta y el «indio» Gutierres, quintero de la
doctrina de Otuzco, junto con seis indios tributarios y yanaconas de los obrajes de
Carabamba y Julcán, fueron tomados presos y llevados a la cárcel de Trujillo, donde
pasaron «cuatro meses de penosísima prisión» hasta que fueron trasladados a la Real Cárcel
de Corte en la capital.
Ya en la Real Cárcel de Corte, los indios se presentaron como «yanaconas de las haciendas
de Julcan y Carabamba en la provincia de Guamachuco» y declararon de inicio queAmoroto les debía más de 14 mil pesos por cinco o seis años de trabajo impago. Se nombró
a Isidro Vilca como procurador para su defensa. Este hizo un vibrante alegato a su favor,
pero, a pesar de ello, los obrajeros fueron encontrados culpables de sedición y se los
condenó al destierro en Valdivia. Vilca apeló, y no se sabe si logró la absolución y
restitución de bienes para los indios, pues el expediente termina con su enérgica solicitud,
sin respuesta alguna por parte de la administración judicial. Para los fines de este trabajo,
importa resaltar que el 20 de enero de 1795 se procedió a tomar las confesiones de los
indios, y se designó a los intérpretes Juan José Cárdenas y Andrés Reyes «para los que no
fuesen inteligentes en la lengua castellana». Cárdenas, catalogado como indio, tenía el
puesto de intérprete general de los naturales, mientras que Reyes, descrito como mestizo,
era «uno de los mas expertos en el idioma indico, y español». El «español» Baylón de
Roxas no requirió de la participación de intérpretes, pero todos los indios sí, porque se
encontró en ellos «falta de español». Cárdenas, siendo intérprete general, con seguridad
traducía del español al quechua y viceversa; tal vez Reyes también. Es de mucho interés
que ambos participaran juntos en todas las diligencias. No tengo claro si esta suerte de
interpretación en equipo formaba parte de las rutinas de la justicia colonial en el siglo
XVIII o si estamos ante un caso excepcional. De ser cierto esto último, podría tratarse de
intérpretes que manejaban diferentes variedades del quechua y, en este caso, Cárdenas
representaría a la variedad sureña, privilegiada por la administración colonial y eclesial,
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mientras que Reyes manejaba una variedad central, tal vez aquella hablada en la «zona
consensual». Tampoco se puede descartar que Reyes manejara el otro idioma indígena, el
culle, probablemente el «idioma indico» de los encausados, pues la expresión «idioma
índico» se solía usar a finales del XVIII para referirse a las otras lenguas indígenas, de
alcance regional, las que hubieran sido llamadas «maternas» en la documentación del XVI
y el XVII. Lo que sí podemos tener por seguro es que el quechua estaba presente en la
interpretación y que, por tanto, los siete indígenas procesados lo manejaban, aunque fuera
de manera subordinada, tal como hablaban el castellano según percepción de los
administradores de justicia.
Proviniendo estos indios de una zona obrajera y agropecuaria y habiéndose resistido
activamente el traslado a una zona minera, este documento no apoya la hipótesis de que elmantenimiento del quechua en la «zona consensual» descansara en el circuito productivo de
la minería, a menos que las comunidades de Carabamba y Julcán ya estuvieran articuladas
con esta red; por ejemplo, con las minas de Quiruvilca, fuertemente asociadas a Ayangay y
Carabamba, lo que estaría pendiente de investigar y documentar.65 Si bien el documento
tampoco ofrece evidencia específica a favor de la hipótesis alternativa —a saber, la ligazón
causal entre el mantenimiento del quechua y las actividades doctrinarias de la iglesia—, no
descarta esta lectura. Antes bien, a lo largo de las narrativas, se observa el fuerte
involucramiento de los indios por lo menos con las imágenes y la ritualidad católicas. Entre
el conjunto de indígenas procesados —descritos como labradores y a la vez como hiladores
y tejedores—, estaba Juan Bautista Aguilar, «munidor» o encargado del servicio de las
imágenes de la iglesia de Carabamba, especialmente de sus vestidos y ornamentos.66
65 En 1789 don Felipe Sancho Dávila, un miembro de la antigua familia poseedora del mayorazgo al que
pertenecía el obraje de Carabamba, solicitó al virrey Teodoro de Croix la provisión de operarios indígenas para la explotación de las minas de Quiruvilca y sus ingenios de Ayangay. ARLL, Intendencia, Subdelegaciónde Huamachuco, Leg. 445, expediente 2960.66 La palabra «munidor» (del cast. muñir ) aparece con frecuencia en los libros parroquiales de cofradías. Por ejemplo, en el Archivo Parroquial de Cabana (Pallasca), Libro B, aparece como «muñidor(a)» y como«munidor(a)». En Cabana la palabra todavía se entiende, aunque el cargo parece haber desaparecido. Es deinterés la depalatalización de la /ñ/ en el verbo castellano.
En su
calidad de tal, antes de ocurrido el amotinamiento, fue llamado de emergencia por otros
pobladores, los «mayordomos de las Ymagenes que en Carabamba había colocadas»,
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porque los sacerdotes de la iglesia las estaban desvistiendo para trasladarlas a Ayangay. En
el expediente se informa que las mujeres se habían enfrentado a los curas para impedir esta
penosa parte del destierro, pero que fueron repelidas «dándolas chicotazos los curas». Se
nota aquí una clara división de funciones entre mayordomos y muñidores, además de un
compromiso de los indios y las indias con las imágenes sagradas católicas lo
suficientemente fuerte como para generar un enfrentamiento con los curas, estos últimos
coludidos con el proyecto de destierro y despojo, como muestran claramente las cartas del
párroco Lizárraga al intendente general de Trujillo.67
El carácter pluriétnico de la rebelión tiene una consecuencia adicional de interés para mi
argumento. Como se recordará, los indios de Carabamba fueron descritos en las visitas de
Molleda y Clarke, en la década de 1740, como «los más cerrados» hablantes maternos de lalengua culle, incapaces de entender la doctrina en quechua, a pesar de que manejaban este
idioma, y mucho menos en castellano. Uno de los testigos citados en estos expedientes,
Nicolás de Vargas y Escobedo, huamachuquino cullehablante, decía de los indios de
Uningambal, Usquil y, crucialmente, Carabamba «que muy poco o nada se explican en la
Española, y que si hablan algunas palabras, es con torpeza». Seis décadas después,
observamos a los indios obrajeros hablando castellano, aunque la justicia limeña los
encontrara «faltos» en él. Desde un punto de vista sociolingüístico, la rebelión implica que
poblaciones indias y mestizas de distintos puntos asentados en los territorios actuales de
Julcán y Otuzco entraron en contacto por lo menos desde la segunda mitad del siglo XVIII.
En las sublevaciones tenemos a actores no mencionados en las visitas de la primera mitad
del XVIII: mestizos y «castas», que hablaban una variedad particular de castellano. Al
entrar en contacto con los indios obrajeros, la comunicación debió de darse en este idioma,
pero, crucialmente, en una variedad influida por la lengua indígena en el habla de una de las
partes en juego, aquella de los indios sublevados. El caso de la rebelión de Carabamba, del
que se tienen antecedentes por lo menos desde 1750, muestra que las sublevaciones ocurren
en picos dentro de un período más amplio, y que dichos momentos excepcionales son
expresión de un cúmulo de tensiones que se van gestando en un plazo mayor, tal como se
67 BNP, doc. cit., fols. 24-25.
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ha mostrado para el caso del Alto Perú (Serulnikov 2007). En nuestro espacio, la
interacción entre los sublevados lleva a pensar en flujos comunicativos previos
suficientemente consolidados que se pudieron activar de manera efectiva en el momento de
la rebelión.
El caso de Carabamba supone, entonces, la existencia de un circuito comunicativo fluido e
intenso entre «castas», mestizos e indios de Julcán y Otuzco durante la segunda mitad del
siglo XVIII. Silva-Santisteban refiere, además, remitiéndose a un documento de su archivo
personal, que antes de la rebelión, a mediados del siglo XVIII, los indígenas de Carabamba,
hartos de los abusos perpetrados por el administrador, fugaban a Conchucos. El
administrador del obraje de Carabamba (¿tal vez ya Ignacio de Amoroto?) se queja de esta
manera:
Los atrasos que causan los abandonos son indecibles, no solo porque dejan losganados desamparado [sic], sino porque sufre el obraje el mayor atraso, habiendollegado muchas veces el caso de no poder enterarse el número de piezasacostumbrado. Yo mismo —dice el administrador— me ha [sic] apersonado enalgunos pueblos de aquel partido de Conchucos exponiendome a experimentar algunos atropellos, sin haber logrado el intento de retener un indio, no obstante lascongratulaciones y obsequios con que me han demostrado aquellos alcaldes,caciques y mandones metiéndoles a mayor abundamiento diez pesos por cabeza(Silva Santisteban 1964: 42).
La documentación del siglo XVIII sobre los obrajes abunda en referencias a indios
fugitivos, lo que generaba un problema económico a los administradores, pues estos
estaban obligados a pagar el tributo de los indios mediante parte del producto de su trabajo;
de allí la preocupación por «enterar» o completar el número de piezas requerido, lo que
suponía mano de obra constante y activa (Silva Santisteban 1964: 44). La queja citada
anteriormente tiene la virtud adicional de presentarnos un camino específico de huida, que
atravesaba el partido de Huamachuco hasta llegar a la jurisdicción de Conchucos,
políticamente separada, tanto en el ámbito civil como en el eclesial. Sería de mucho interés
averiguar el destino laboral y de residencia de estos indios huidos: en Conchucos había
obrajes activos por lo menos hasta el siglo XVII (en Tauca, Llapo, Huandoval, Cabana y
San Juan de Pallasca, por ejemplo, y más al sur, en Corongo, Piscobamba, Huari y Uco),
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pero también, como hemos visto, por lo menos un asiento minero de importancia, Atun
Conchucos, que, a mediados del siglo XVII se describía como poblado por «forasteros» y
que, a mediados del siglo XVIII, aún estaba productivo (ver la sección 3.4).
Para el mismo período, es posible comprobar la existencia de otro circuito similar en la«zona consensual» a través de la revisión de los documentos de idolatrías del Archivo
Arzobispal de Trujillo (AAT), parcialmente publicados por Larco (2008).68 El único legajo
de Idolatrías del AAT contiene 25 expedientes, de los cuales nueve corresponden a la zona
de interés. Siete han sido publicados por Larco (2008) y dos fueron revisados por mí en el
propio archivo a fin de completar el corpus. Aproveché la disponibilidad de este conjunto
de documentos para explorar si los movimientos rutinarios de los denunciantes y los
acusados en los documentos de idolatrías seguían o no circuitos concentrados en la «zona
consensual», bajo el entendido de que son dichos circuitos los que constituyen la base del
contacto y la interacción entre las poblaciones humanas, dinámica que, a lo largo del
tiempo, va configurando identidades regionales que resultan necesarias para la
conformación de variedades lingüísticas, subvariedades y lenguas.69
68 Entre el XVIII y el XIX empieza a prestarse, en la iglesia de Trujillo, una atención preferente a la supuestasupervivencia de «idolatrías» y «supersticiones» que, en principio, parecería extemporánea en comparacióncon el Arzobispado de Lima, donde las primeras décadas del siglo XVII fueron el marco temporal para lacampaña más intensa de «extirpación» que se haya estudiado en el virreinato del Perú (Duviols 2003). Seríaimportante aclarar esta característica tardía de los expedientes trujillanos y proponer una ubicación preliminar
para ellos en el contexto general de las campañas de extirpación. En el cuestionario adicional al oficial de lavisita emprendida por Martínez Compañón, aparece, junto a la pregunta sobre el conocimiento del castellano,«si en los Yndios se nota algo, que huela a superstición, sobre que puntos, y quales sean los antecedentes pararecelarlo, ó creerlo; y que medios serian los mas eficaces para extirparla con respecto á su caracter,
inclinaciones, ideas, y costumbres». «Prevención circular a los curas de la diócesis de Trujillo para quecontesten otro cuestionario sobre aspectos civiles, económicos y antropológicos», Trujillo, abril 14 de 1782(Restrepo Manrique 1992: 125). 69 Para la zona de interés, el legajo contiene, en orden de antigüedad, nueve expedientes, que corresponden alas localidades de Santiago de Chuco (expediente 4, 1771); Lucma, hoy en la provincia liberteña de GranChimú (expediente 7, 1774); Chuquisongo, Santiago de Chuco (expediente 9, 1774); Otuzco (expediente 15,1800-1803); Lucma, Gran Chimú (expediente 16, 1804); Carabamba, hoy en Julcán (expediente 17, 1808);Carabamba, Julcán (expediente 18, 1809-1810); Huamachuco (expediente 20, 1817) y Marmot, Gran Chimú(expediente 23, 1831).
A partir de esta
revisión se reveló como muy marcado un circuito concentrado en la región de interés, pues
lo encontramos mencionado en tres ocasiones diferentes y en referencia a distintos
personajes. Se trata de un camino entre la localidad de Tauca, en el norte de «los
Conchucos» (actual Pallasca), y Santiago de Chuco, el primer pueblo demográficamente
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importante de la «provincia de Huamachuco» viniendo desde el sur. Tanto migraciones
como desplazamientos temporales reflejan la importancia de esta ruta. Los actores
querellantes en el expediente 4, los indios Joseph Asero Jayco y María Fernanda, eran
ambos naturales de Tauca y migraron a Santiago de Chuco por razones poco claras, aunque
el denunciante afirmó que María Fernanda había tenido que huir de su pueblo por haber
realizado prácticas de hechicería y curanderismo. La imagen de «los Conchucos» como un
polo de saber curanderil en la «zona consensual» se confirma al revisar los detalles de la
querella: María Fernanda afirma haber buscado en una ocasión con ahínco a una india
conchucana, María Benita, que llegó a Santiago de Chuco para la fiesta del «patrón
Santiago», pues era sabido que «las mugeres de aquella provincia tienen fama; que son del
arte [i. e., de la hechicería]», y ella necesitaba de este tipo de apoyo.
Los demás circuitos aparecen de manera más tímida: son aquellos que conectan
Huamachuco con Otuzco, Huamachuco y Lucma (hoy en la provincia de Gran Chimú), y
Cajabamba y Lucma. Sin embargo, a partir de la documentación revisada, se puede postular
el carácter sostenido de por lo menos tres circuitos: un primer circuito «obrajero», que
conectaba Carabamba y Otuzco; un segundo circuito de indios fugitivos, que integraba a
Carabamba, el obraje más importante de la zona, con «los Conchucos», y un tercer camino
que llamaremos «curanderil», que aparece como preponderantemente femenino, y que unía
las localidades de Tauca y Santiago de Chuco. Los tres caminos, representados en el mapa3.1, pueden postularse con seguridad como vías rutinarias que, a lo largo del siglo XVIII, a
fuerza de repetición, fueron conformando algunas redes de interacción que, desde el punto
de vista teórico, se imaginan como necesarias, aunque no suficientes (Zimmermann 2009),
para la emergencia o consolidación de variedades lingüísticas específicas. El primero puso
en contacto, en castellano, a los indígenas obrajeros con los mestizos y «castas» de Otuzco;
el segundo relacionó a indígenas obrajeros de Carabamba con pobladores no especificados
del extremo norte de Áncash no sabemos en qué idioma; y el tercero, menos explícito en ladocumentación, parece haber impulsado el intercambio de saberes y servicios
«curanderiles» principalmente entre mujeres conchucanas y sus pares de Santiago de
Chuco.
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Ahora bien, la documentación también muestra circuitos alternativos, que escapan de la
«zona consensual»: estos caminos evidencian, por ejemplo, la fuerza de atracción que tenía
Trujillo para los habitantes de localidades como Lucma y Otuzco, así como el intenso polo
comercial que seguía siendo la ciudad de Cajamarca para algunos acusados en los
expedientes de idolatrías, que iban hasta allá a comerciar sus productos. Asimismo, uno de
los actores principales de la rebelión obrajera llegó a Carabamba desde Trujillo, haciendo el
tradicional camino que pasaba por Simbal. El corregidor de Trujillo Miguel Feijóo de Sosa
refiere que a Trujillo también llegaban multitud de forasteros desde la sierra, algunos de
ellos calificados de «vagos y errantes» (1984 [1763]: 31, 104, 122). Sin embargo, la
documentación también habla, más o menos explícitamente, de la existencia de circuitos
rutinarios concentrados en la «zona consensual». Considero que estos caminos ofrecen una
pista para imaginar cuál fue la base material a través de la cual se produjo el contactolingüístico entre poblaciones distintas de la región estudiada. La rebelión obrajera de
Carabamba y las noticias sobre indios fugitivos que migraban a Conchucos nos hablan,
finalmente, de la necesidad de identificar más documentación acerca de las acciones
emprendidas por los indígenas de los Andes norteños en los siglos XVIII y XIX a fin de
conocer las distintas estrategias que desarrollaron para responder al poder económico,
político y religioso de su época. De este modo, tal vez podría revisarse la visión
preponderante actualmente, acerca de una dinámica étnica más pasiva en el norte andino en
comparación con el sur, después de la rebelión de Túpac Amaru. Este enfoque está en la
base de la hipótesis relativa a la inexistencia del proceso de «reindigenización» en los
Andes norteños del siglo XIX, en contraste con el sur (Pearce 2011), planteamiento que
presentaré en la siguiente sección como la explicación más sólida de la que disponemos
actualmente para dar cuenta de la extinción del culle —y del quechua, tendríamos que
agregar— en la «zona consensual».
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Mapa 3.1. Algunos circuitos rutinarios en la «zona consensual» según documentación del sigloXVIII (AAL, Idolatrías; BNP Manuscrito C3611, Silva Santisteban 1964)
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3.7 LA HEGEMONÍA CASTELLANA Y LA «MUERTE» DEL CULLE EN EL SIGLO
XXA lo largo del siglo XIX se observa un llamativo silencio documental acerca de la presencia
de la lengua culle y del quechua en el territorio del partido de Huamachuco, otrora núcleo
lingüístico y cultural de la región estudiada. En 1812, el párroco de Otuzco, BernardoMartínez Otiniano, elaboró una relación geográfica a partir de un cuestionario enviado
desde España, bajo el influjo de las ideas liberales de las Cortes de Cádiz y, al tocar la
cuestión de la lengua, fue tajante en señalar que «en esta Doctrina el ydioma general que
usan todos los indios es el español, en que están vastamente instruidos, por la continua
versación que tienen con la Gente Española y por tanto no hay memoria de la lengua yndica
llamada culli» (Castañeda Murga 1993-1995: 283). Martínez Otiniano había nacido en
Otuzco y, según el editor del documento, su conocimiento de la zona determinó su elección
como negociador durante las revueltas contrarias a la Independencia en 1821, lo que le
otorga legitimidad a su testimonio.70 El declive de las lenguas indígenas en la región habría
sido violento y durado menos de un siglo, dado que hasta las visitas de Molleda y Clarke,
en la década de 1740, la vigencia del culle, en primer lugar, y del quechua, como lengua
indígena superpuesta para fines religiosos, estaba clara para localidades como Carabamba,
Sinsicap y Uningambal. Tampoco hay datos para Santiago de Chuco, Huamachuco,
Cajabamba o San Marcos en este período.71
Llamativamente, las menciones al culle se restringirán desde entonces a la zona sur de la
región dialectal postulada, un territorio que no formaba parte del obispado de Trujillo ni del
de Cajamarca sino, más bien, del arzobispado de Lima. El norte de la vasta provincia de
«los Conchucos», más específicamente lo que hoy constituye la provincia de Pallasca, en el
70 Comunicación personal con Juan Castañeda Murga. Trujillo, 8 de junio del 2011.71 En cambio, sí los hay para Contumazá, considerado antiguo núcleo de la lengua den (Torero 1989: 233) y,
por lo tanto, fuera de la «zona consensual». La información es paralela a la de Martínez Otiniano: un informefirmado por Jorge Manrufo, en 1790, sobre el pueblo de la Santísima Trinidad, indica que «ya no se usa elidioma antiguo-Indico, y que todos están enteramente reducidos al Castellano», mientras que Manuel de laConcepción Losada señalaba, sobre el pueblo de S. Francisco de Guzmango, el mismo año, que «sus
primitivos idiomas ya están fuera de uso por que todos hablan el Castellano, y van tirando a lo que se usa»(Villanueva Urteaga, ed., s. f.: 25-26; 35-36). Si bien es posible que la referencia de Manrufo haya apuntadoal quechua y no al den, el plural usado por Losada parece aludir a una mayor diversidad idiomática. Sea comofuere, es claro que, a fines del siglo XVIII, en Contumazá solo se hablaba el castellano. Sobre el contactoquechua-den en Cajamarca, ver Andrade 2011a: 174.
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departamento de Áncash, parece haber sido el último reducto de la lengua, tal como lo fue
el pueblo de Eten para el caso del mochica (Cerrón-Palomino 1995: 187-194). A mediados
del siglo XIX encontramos, para la doctrina de Pallasca, la única mención a la lengua que
muestra una pronunciación yeísta. El párroco Manuel Sánchez Quiñones detalla en su
«razón estadística» que «el Idioma de esta Doctrina es el castellano. En su fundación
hablaban la Lengua Cuyi, la que ya no se conoce».72 En este caso, a diferencia del de
Martínez Otiniano en Otuzco, tenemos buenas razones para dudar de la información, pues
datos posteriores indican con claridad la vigencia del idioma. En 1874, por ejemplo, Rafael
Terry (1874) presentó otro «informe estadístico» sobre la provincia de Pallasca, en el que
señala que, en ella, «la raza dominante es la indígena y su idioma el español; existiendo
muy pocas personas que hablan un dialecto especial del idioma llamado Culle». La visión
del párroco parece haber sido, entonces, en exceso generalizadora. También existeninformaciones muy concretas relativas a Tauca, hacia el sur oeste de Cabana, el punto más
sureño en el que se hayan reportado hablantes de la lengua. Alipio Villavicencio, un
profesor de la zona, afirmó con mucha precisión que, a fines del siglo XIX, en el barrio de
Puente Roldán, los miembros de la familia de Asunción y Ruperto Chávez, «descendientes
del cacique de Chuquique», hablaban entre ellos el culle y nadie los entendía (1994: 181). 73
Más importante aún es el hecho de que al sur de Pallasca, en el territorio de la antigua
doctrina colonial de Cabana y Huandoval, en el caserío de Aija, se recogió, de labios de un
poblador, otro importante testimonio léxico del culle, similar en valor al «plan» de
Martínez Compañón. Se trata de la lista de palabras registrada por el padre Teodoro
Gonzales Meléndez, cura de Cabana, en 1915.
74
72 AAL, Visitas, 6, XXVII.73 En marzo del 2011 realicé una visita al barrio de Puente Roldán. Los vecinos mayores recordaban a uno delos dos hermanos, Asunción Chávez, y refirieron que había vivido la mayor parte de su vida en Chuquique,
centro poblado en el camino entre Tauca y Llapo, y que vivió sus últimos años, junto con su esposa, en PuenteRoldán. No pude obtener ninguna referencia sobre los antiguos cacicazgos de Chuquique, localidad quetambién visité. Una vecina refirió que don Asunción era experto en el techado tradicional de las viviendas,hecho con pencas y con una variedad de carrizo no hueco, llamada suro, nombre de distintas clases deChusquea, según Weberbauer (1945: 454).
El listado pasó a manos del erudito
74 La identificación del nombre del religioso fue hecha por Rodolfo Cerrón-Palomino (2005) a partir de unamonografía provincial. Rivet (1949), quien publicó el documento a partir de apuntes del intelectual ancashinoSantiago Antúnez de Mayolo, solo da el apellido del sacerdote. El padre Teodoro Gonzales nació en 1847 — según Rivet (1949: 3), en Pallasca—, fue hijo natural de don Manuel Gonzales y de doña Feliciana Meléndez;
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ancashino Santiago Antúnez de Mayolo, quien, a su vez, lo entregó en una «breve nota»,
fechada el 5 de agosto de 1935, a Paul Rivet, que finalmente la publicó. El estudioso
Manuel Flores Reyna obtuvo de manos del hijo de Antúnez de Mayolo una fotocopia de un
documento inédito, preparado por el estudioso ancashino, que contiene una transcripción a
máquina del listado, en lo que parece ser el apartado de un libro de publicación trunca
acerca de la provincia ancashina de Aija. La lista contiene 19 ítems, entre palabras y
expresiones, atribuibles al culle debido a las coincidencias con el listado de Martínez
Compañón. La versión de Rivet contiene diferencias ortográficas en comparación con el
documento de Antúnez de Mayolo; por las coincidencias entre las particularidades
ortográficas de la primera versión y la escritura de voces indígenas de otras lenguas
incluidas en el texto de Rivet (1949), considero que este último alteró la representación
ortográfica del documento original. Por ello, copio ambas versiones a continuación yconsidero más confiable la de Antúnez de Mayolo, presentada en la tabla 3.5.
<pičon-goñ> ‘pájaro bebiendo agua’<guro> ‘palo’<pišose> ‘leña’<muntua> ‘sombrero’<uro> ‘cuello’<čo> ‘¡Escucha!’<pui> ‘mano’<huiku-vana> ‘comedor de pan’<vana> ‘pan’
<mai-vil> ‘sandalias’<odre> ‘vientre’<maiko> ‘manta’<korep> ‘perro’<goñ> ‘agua’<nina> ‘candela’<ki amberto gual’pe> ‘quiero comer una gallina’<kani> ‘muerto’<mai> ‘pie’<ču>‘cabeza’
Tabla 3.4. Léxico recogido por el padre Teodoro Gonzales en Pallasca (1915), versión de Rivet
fue bautizado el mismo año en la iglesia de San Lorenzo de Conchucos, viceparroquia de la doctrina dePallasca (AAL, Ordenaciones, 133: 47). Adelaar con la col. de Muysken (2004: 401, nota 192) ha obtenido eldato de que fue en Aija que se recogió el listado a partir de las notas de campo de Walter Lehmann, que seconservan en el Instituto Iberoamericano de Berlín. El estudioso Manuel Flores Reyna obtuvo de manos delhijo del intelectual ancashino Santiago Antúnez de Mayolo una fotocopia de un documento inédito, preparado
por este último, en el que también se encuentra esta indicación. Probablemente, sea de estos papeles que surjala información recabada por Lehmann.
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Tabla 3.5. Léxico recogido por el padre Teodoro Gonzales en Pallasca (1915), versión deSantiago Antúnez de Mayolo
Ambas versiones difieren no solo en la representación de los sonidos africado palatal (č en
Rivet, ch en Antúnez de Mayolo), fricativo palatal (š en Rivet, sh en Antúnez de Mayolo) y
oclusivo velar (k en Rivet, c ~ qu en Antúnez de Mayolo), sino, además, en la transcripción
de las palabras correspondientes a las glosas ‘gallina’ (gual’pe en Rivet, gauallpe en
Antúnez de Mayolo), ‘sandalia’ (maivil en Rivet, maivill en Antúnez de Mayolo) y
‘sombrero’ (muntua en Rivet, muntúa en Antúnez de Mayolo). Es extraña la supresión de la
lateral palatal y su cambio por la lateral simple en la primera versión; la omisión de la tilde
en muntúa puede constituir una errata. Aunque en este breve listado aún podemos observar
Aija de Cabana y el idioma Culle.- Hay en Áncash, además de las Tierras de Aixa de laMitología Andina, otro lugar llado [sic] Aija, que es un pequeño caserío situado al pie de la población de Cabana, en cuya región se hablaba antiguamente un dialecto local llamado Culle,del que hemos podido recoger las siguientes palabras, gracias a la atención del Dr. Gonzales,
cura de Pallasca.
Vocabulario Culle
Castellano Culle Kechua de Aija(Huaraz)
barriga odre pacha pie mai chaquimano pui maqui pescuezo uro kuncacabeza chu peka
muerto cani huanushkasombrero muntúa tzukusandalia maivill llankemanta maico lliclla palo guro shucshuleña pishoce yamtaagua goñ yacu pajarito tomando agua pichon-goñ perro corep allko pan vana tantacomedor de pan huici-vanaquiero comer gallina qui amberto gauallpe
¡oye! cho! she!candela nina nina
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préstamos quechuas —<nina> ‘candela’ y <gauallpe> ‘gallina’—, así como un posible
préstamo del castellano —<vana> ‘pan’—,75 el testimonio ofrece claras coincidencias con
el listado de Martínez Compañón (MC): <pichon> ‘pájaro’ (MC: <pichuñ>), <goñ> ‘agua’
(MC: <coñ>) y <cani> ‘muerto’ (MC: <caní> ‘muerte’). Por otra parte, a diferencia del
listado del XVIII, el listado pallasquino contiene una oración transitiva —<qui amberto
gauallpe>— con el posible pronombre de primera persona singular <qui> y un verbo
aparentemente conjugado, <amberto> ‘quiero comer’.76
Se podría pensar que la dirección de este repliegue se debió a que este territorio estaba
fuera de la jurisdicción del obispado de Trujillo, que, como hemos visto en la sección
anterior, tuvo un agresivo discurso castellanizador en la segunda mitad del siglo XVIII,
paralelamente a una tardía preocupación por supersticiones e idolatrías, en un período en
que el Arzobispado de Lima había perdido interés en estos asuntos, o bien estaba
Hay un posible compuesto que
debería contener una marca agentiva, ‘comedor de pan’, pero la notación de ‘comedor’
difiere demasiado entre ambas versiones, que, sin embargo, coinciden en presentar el objeto
(<vana>) en posición final, a diferencia de la estructura quechua correspondiente (tanta-
mikuq).
Desde el punto de vista sociohistórico, el listado es clave porque confirma la vigencia del
idioma, una vez entrado el siglo XX, en el extremo sureño del antiguo territorio culle. Al
respecto, el investigador Henri Reichlen le reportó a Rivet que el idioma todavía se usaba
en «tres pueblos de la región de Cabana-Bolognesi» en la década de 1940. Podemos decir,
entonces, que la lengua indígena se refugió en el extremo sur de su antigua zona de
emplazamiento. El camino tomado por el idioma entre los siglos XIX y XX evoca, así, la
antigua ruta seguida por Catequil, la «huaca» principal de Huamachuco, en el siglo XVI, al
escapar de la temprana destrucción emprendida por los religiosos agustinos, según el relato
de Arriaga (1999 [1621]) y Calancha (1638: lib. 2, cap. 32, 471-472).
75 En Tauca se conoce, más bien, el paragoll, un preparado de harina de maíz, hecho tradicionalmente sobre la panca del choclo, pero no totalmente envuelto en esta, como la humita. El paragoll bien puede tener origen prehispánico y su nombre es atribuible al culle. 76 Adelaar con la col. de Muysken (2004: 402) propone que <quinu> ‘padre’, <quimit> ‘hermano’ y <cañi>
‘hermana’ contienen un prefijo de primera persona qu(i)-, posiblemente presente también en quiyaya, formade canto ritual que puede contener la raíz yaya ‘dios’. El qui de la lista de Gonzales apoya esta idea.
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concentrado en otras zonas de su territorio, después de haber sido pionero en conectar, a
inicios del XVII, la lengua indígena con creencias y cultos que se juzgaron necesarios de
«extirpar». Sin embargo, existen dos objeciones frente a este planteamiento: en primer
lugar, no se conocen los mecanismos a través de los cuales se habría implementado la
represión de la lengua indígena en el partido de Huamachuco. En segundo término, el
obispado de Martínez Compañón, periodo en el que se concentró el discurso más agresivo
en favor del castellano, duró aproximadamente diez años, tiempo en principio muy corto
como para determinar grandes mudanzas en el terreno idiomático. A diferencia de la
hipótesis sobre una asociación causal entre el mantenimiento del quechua en la «zona
consensual» y la actividad doctrinera de la iglesia en el siglo XVIII (ver la sección 3.6),
adoptar la idea de una relación directa entre las prácticas eclesiales y la desaparición del
culle en el partido de Huamachuco sería apresurado, pues, más allá de la coincidenciageográfica entre jurisdicciones y resultados idiomáticos, no existe mayor fundamento para
afirmarlo.
Existe una explicación alternativa que ha sido defendida sobre la base de evidencia
demográfica y sociohistórica. El historiador Adrian J. Pearce ha señalado la importancia del
proceso de «reindigenización», ocurrido a lo largo del siglo XIX, como fundamento para
explicar la supervivencia y relativa vitalidad del quechua y el aimara en los Andes centrales
y sureños. Define la «reindigenización» como un proceso que permitió a las poblaciones
nativas recuperarse en términos demográficos, pero también económicos y políticos,
durante el periodo que corre entre la independencia, en la década de 1820, hasta por lo
menos la década de 1850 e incluso después, hasta la Guerra del Pacífico. Esta recuperación
integral de la vida indígena descansó en la inestabilidad política y la debilidad económica
de las elites criollas regionales para controlar la fuerza de trabajo de las comunidades
asentadas fuera de los entornos urbanos. En términos demográficos, dicha recuperación se
observa en las cifras trabajadas por Kubler (1957) y posteriormente refinadas por
Gootenberg (1991).
En contraste, este proceso no se produjo, según Pearce, en los Andes norteños. En primer
lugar, se nota un descenso de la población indígena en las provincias con mayor presencia
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de toponimia culle. En Huamachuco, ahora Sánchez Carrión, los no indígenas censados en
1876 eran 57 por ciento del total de la población, pero pasaron a ser más de dos tercios en
1940. En Cajabamba, más llamativamente, las cifras correspondientes fueron 54,4 por
ciento y 88.8 por ciento. En cambio, en la provincia de Pallasca, donde se recogieron los
últimos testimonios de la lengua, la mayoría no indígena declinó tan solo ligeramente, al
pasar de ser 54.5 en 1876 a 52 por ciento en 1940. Así, Pearce puede concluir que la
extinción de las lenguas indígenas del norte —entre ellas, el culle, pero también el
mochica— puede explicarse por la ausencia de un proceso de reindigenización similar al
que se produjo en el sur y el centro de los Andes. Dicho en otros términos, la explicación
residiría en el proceso de mestizaje, observable desde temprano en la región norteña, donde
las mayorías mestizas ya estaban firmemente consolidadas hacia 1870, incluido el antiguo
núcleo lingüístico y cultural culle, pero, crucialmente, no su extremo sureño (Pearce 2011:155). Habría que apuntar que la misma explicación valdría para aquellos otros puntos de la
«zona consensual» en los que la documentación del siglo XVIII habla de una pervivencia
del quechua, además del culle.
Como el autor reconoce, el proceso de reindigenización sigue siendo poco conocido
(Pearce 2011: 156) y la hipótesis muestra cabos sueltos; faltaría explicar, por ejemplo, por
qué subsistieron enclaves quechuas en Lambayeque y Cajamarca, y por qué Middendorf, en
el siglo XIX, afirmó, para esta última zona, que «los indios de los alrededores [de
Cajamarca] hablan el antiguo idioma del país y muchos ignoran, en absoluto, el castellano»
(Middendorf 1973 [1895], 3: 129-130). En segundo término, no se ha agotado lo suficiente
la revisión de archivos para conocer las formas de respuesta indígena en los Andes norteños
frente a la dominación económica y política de los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, el
planteamiento general de Pearce explica adecuadamente el repliegue del idioma en Pallasca
o, en todo caso, lo hace mejor y con más fundamento que la propuesta alternativa, el
planteamiento que descansa en la acción causal de la iglesia. Además, permite imaginar con
más precisión cómo se dio este repliegue, descartando, por ejemplo, la idea de una
migración sostenida desde el norte hacia el sur, pues el fundamento demográfico revisado
supone que mientras que en el centro y el norte de la «zona consensual» las familias
indígenas se fueron mestizando con el correr de las generaciones, en Pallasca, buena parte
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de ellas permanecieron manteniendo su identidad, sus modos de vida y también su idioma
por lo menos hasta las primeras décadas del siglo XX. Será de gran interés, sin duda,
documentar con detalle estas implicancias de la hipótesis.
3.8 R ESUMEN
A lo largo de este capítulo, he propuesto una lectura del contacto de idiomas en la «zona
consensual» a lo largo de cuatro siglos, enfatizando algunas conexiones entre esta dinámica
y la historia social de la región. El área de emplazamiento de la lengua culle, postulada por
la lingüística andina, corresponde de manera bastante precisa con la distribución geográfica
de la red de huacas articuladas alrededor de la figura de Catequil, según la relación agustina
de Juan de San Pedro (1992 [1560]). La lengua se encuentra mencionada explícitamente en
la documentación colonial desde 1618 y, en la documentación republicana, hasta los años
veinte del siglo XX, aunque las noticias fiables sobre la existencia de hablantes llegan hasta
los años cuarenta. En cuanto al material lingüístico, a los escasos registros léxicos de fines
del siglo XVIII y principios del siglo XX se pueden sumar recientes recopilaciones de
indigenismos y un copioso corpus de topónimos que ha sido sistemáticamente analizado
por estudiosos como Alfredo Torero (1989) y Willem Adelaar (1990 [1988]). Aunque el
núcleo de expansión de la lengua está bastante claro, es posible sostener una ampliación de
la frontera norteña que cubra la provincia cajamarquina de San Marcos y el valle deCajamarca, mientras que por el sur, no se encuentra fundamento para postular una
ampliación que vaya más allá de la moderna provincia de Pallasca (Lau 2010). En cuanto al
este, no se ha discutido el carácter fronterizo constituido por el cauce del río Marañón, ni
tampoco, en lo que respecta al oeste, la clara frontera idiomática que suponen las dos
lenguas costeñas limítrofes, el quíngnam y el mochica, aunque sería conveniente explorar
de manera más detenida las vías de contacto entre estos idiomas, así como entre las
sociedades que los hablaban. El culle fue la lengua de comunicación privilegiada en el
sistema productivo de los obrajes, especialmente entre las mujeres y los ancianos, y parece
haberse extinguido a principios del siglo XIX en toda su área norteña, permaneciendo solo
en su último refugio, el actual territorio de la provincia de Pallasca, debido a las diferentes
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características que cobraron los procesos de mestizaje y «desindigenización» en ambas
áreas (Pearce 2011).
He sugerido que la intensa convivencia entre el culle y el quechua no se cortó de manera
rápida con la llegada de los españoles y la imposición del castellano como lengua del poder.
Antes bien, la evidencia documental muestra que en algunas localidades importantes de la
zona de interés se siguieron hablando ambos idiomas indígenas de manera compartida por
lo menos hasta mediados del siglo XVIII, mientras que algunas pocas, como Santiago de
Chuco, retornaron a la antigua lengua, olvidando la «lengua general» y adoptando
paulatinamente el castellano. La evidencia sugiere que el quechua pervivió en buena parte
de la «zona consensual» como vehículo de adoctrinamiento religioso, y no, como podría
pensarse a partir de la literatura reciente sobre la historia de la familia lingüística quechua,como una suerte de «lengua franca» asociada a la producción minera. La documentación
también sugiere una coexistencia de dos variedades quechuas, por lo menos para el siglo
XVII, en el territorio de la actual Pallasca: una variedad eclesial, aprendida «en arte», y una
variedad vernacular, probablemente cercana a los quechuas vecinos de Corongo, Sihuas y
Macañía (Pataz), hablada como lengua mayoritaria de comunicación entre los indígenas,
muchos de ellos «forasteros», en el asiento minero de Atun Conchucos. Evidencia
documental y léxica indica que el quechua hablado en la «zona consensual» era, antes que
una variedad impuesta desde el sur, una variedad de quechua central, lo que invita a pensar
en un bilingüismo indígena más antiguo y extendido del que se ha supuesto
tradicionalmente para la región.
Es posible postular algunas conexiones entre este recorrido lingüístico y la historia social
de la región. Además de la vinculación entre el mantenimiento del quechua y la acción de
la Iglesia, podemos entender la sustitución lingüística (language shift) hacia el castellano en
el norte —y, paralelamente, el repliegue del idioma indígena en el sur— como el resultado
de la ausencia de un proceso de «reindigenización» como el que se ha planteado para los
Andes sureños (Pearce 2011). Asimismo, se puede sugerir que la zona dialectal postulada
en este trabajo constituyó también, durante algunos períodos de su larga historia, una región
con circuitos comunicativos diferenciados. Estos circuitos parecen haber estado vinculados
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a una compleja red de «huacas» y cultos antes de la llegada de los españoles; a actividades
económico-productivas como los obrajes textiles después de la conquista; a estrategias de
supervivencia indígena, como la huida de estos últimos espacios productivos, durante el
siglo XVIII; y, por último, a redes de conocimiento curanderil, marcadamente femeninas,
según la documentación sobre «supersticiones e idolatrías» de los siglos XVIII y XIX. Esta
red de circuitos, concentrada en la región de interés, alejada de los polos idiomáticos de
prestigio en la costa y sumada a la influencia de un sustrato indígena complejo, en gran
parte culle y secundariamente quechua, habría constituido la base para la formación de una
subvariedad particular del español andino, que podemos denominar castellano andino
norperuano. Esta subvariedad se caracterizará en sus rasgos dialectales más importantes en
el siguiente capítulo.
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Capítulo 4
El castellano andino norperuano como una subvariedadlingüística particular
4.1 INTRODUCCIÓN
En este capítulo me propongo presentar los hechos dialectales de mayor interés que he
encontrado a lo largo del trabajo de campo, a fin de evaluar si es posible postular que el
castellano andino norteño de sustrato culle constituye una subvariedad lingüística particular
dentro del conjunto denominado castellano andino. Parto de la concepción del castellano
andino como una variedad lingüística que reúne un continuum de sistemas aproximativos
respecto del castellano estándar, que se caracterizan por su uso amplio, no solo en
comunidades rurales y urbanas de la sierra del Perú sino también en la costa, y que
muestran una serie de influencias gramaticales de las lenguas andinas mayores, el quechua
y el aimara (Cerrón-Palomino 2003 [1981]: 74-75), pero también, en el caso de
subvariedades regionales, de las otras lenguas andinas, como el culle en este caso. Para
denotar la relación de inclusión entre los castellanos descritos en este capítulo y el
mencionado conjunto dialectal, utilizo el término subvariedad . Cabe recordar que la
lingüística considera a las variedades y subvariedades como abstracciones formuladas por los especialistas a partir de conjuntos de hablas concretas que muestran rasgos compartidos,
pero que nunca constituyen objetos «reales» ni forman territorios delimitables con fronteras
fijas y excluyentes.
Ordenaré los hechos presentados, de acuerdo con los tradicionales niveles de análisis
lingüístico, como aspectos fonético-fonológicos, aspectos morfosintácticos y aspectos
pragmático-discursivos, sin tomar en cuenta, por el momento, los aspectos léxicos, que
deberían trabajarse en profundidad en investigaciones posteriores. En cada nivel de análisis,me detendré en dos tipos de hechos: en primer lugar, unidades lingüísticas y, en segundo
término, fenómenos lingüísticos. Las unidades forman el inventario de que disponen los
hablantes en cada nivel de análisis; a saber, fonemas y alófonos en el nivel fonético-
fonológico; morfemas, alomorfos, estructuras morfológicas y estructuras sintácticas en el
nivel morfosintáctico; y marcadores pragmático-discursivos en el nivel correspondiente.
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Los fenómenos lingüísticos son hechos de índole operacional; es decir, procesos que
realizan los hablantes al combinar las unidades para formar estructuras mayores en los
diferentes niveles mencionados: por ejemplo, la supresión de un fonema en contacto con
otro, en el nivel fonético-fonológico, y la doble marcación de los elementos de la frase
posesiva, en el nivel morfosintáctico.
En algunos casos, la comparación con la variedad de referencia me llevará a tomar en
cuenta no solo unidades y fenómenos presentes en los castellanos estudiados sino también
unidades y fenómenos ausentes en ellos. En virtud de tal contraste, dicha ausencia puede
resultar tan interesante como una unidad o un fenómeno efectivamente presente. Como se
ha adelantado, la variedad de referencia y contraste en este trabajo es el castellano andino
sureño y surcentral, de adstrato quechua y aimara, que, como se ha mostrado en el capítulo
segundo, es el conjunto de hablas que ha recibido atención preferente en la literatura para la
construcción del castellano andino como objeto de estudio. Esta descripción incluirá, así, de
manera prioritaria, unidades y fenómenos lingüísticos que no se han descrito para dicho
castellano, así como unidades y fenómenos que sí se han registrado en él. Además del
castellano andino sureño y surcentral, se hará referencia, a lo largo de esta exposición, a
otras variedades que presentan unidades o fenómenos similares a las que he identificado
como recurrentes en mi corpus. Entre las principales variedades de referencia secundaria se
encuentran, en el territorio peruano, el castellano de la costa norte y el castellanoamazónico, y, fuera del territorio nacional, la variedad andina ecuatoriana y los castellanos
mexicanos.
4.2 ASPECTOS FONÉTICO-FONOLÓGICOS
Después de la revisión de los datos recolectados en Pallasca, Otuzco y Cajabamba, se puede
confirmar la presencia de dos elementos distintivos en el repertorio de unidades fonético-fonológicas compartidas por los hablantes de dichas localidades. Se trata de la fricativa
palatal /š/ con estatus de fonema y de la existencia marginal de un segmento [ž], sonoro,
con punto de articulación prepalatal y modo fricativo, solo observable en indigenismos de
probable origen culle. Entre los elementos compartidos con la variedad de contraste, he
juzgado pertinente tratar, en este nivel de análisis, la presencia de la oposición fonológica
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entre la semiconsonante /y/ y la lateral palatal /λ /, así como la existencia de huellas de la
antigua oposición entre /θ/ y /s/.1 En cuanto a los fenómenos de carácter fonético-
fonológico, quiero resaltar tres hechos que contrastan con la variedad de referencia: la débil
presencia del motoseo, entendido en los términos de Cerrón-Palomino (2003 [1975]); un
tratamiento distinto de las secuencias vocálicas, que son evitadas totalmente en los
castellanos bilingües de base quechua y aimara, mientras que, en los castellanos estudiados,
esta aversión parece darse solo en el caso de unión de vocales en sílabas distintas (hiato),
pero no en la misma sílaba (diptongos); y, en el terreno más bien morfofonémico, la
supresión de la /-r/ del infinitivo en contacto con los pronombres enclíticos – lo(s) y –le(s).
En concordancia con la variedad de referencia, he registrado el ensordecimiento de las
vocales no acentuadas y una – e paragógica muy productiva en Pallasca.
4.2.1 Unidades fonético-fonológicas particulares
4.2.1.1 Fonema fricativo prepalatal /š/
En lo fonético-fonológico, el castellano de las tres provincias estudiadas cuenta con un
fonema adicional /š/, distinto de la sibilante /s/ por el rasgo prepalatal. La oposición entre
/s/ y /š/ es visible en el par mínimo conformado por el diminutivo –ash–, como en picasho
‘piquito, pico pequeño’, y el aumentativo –az–, como en picazo ‘pico grande’. Como elmorfema –ash– es altamente productivo en el habla familiar de las tres regiones estudiadas,
se puede inferir que las oportunidades para que los hablantes pongan a prueba la distinción
fonológica entre la fricativa prepalatal sorda y la sibilante alveolar sorda son también muy
frecuentes. Este caso es especialmente relevante para las zonas sureñas y centrales de la
región de interés, que no mantienen el aumentativo indígena –enque; sin embargo, incluso
en Cajabamba, donde este morfema sí es productivo, compite con el aumentativo castellano
–az–, por lo que picazo para el significado ‘pico grande’ también sería una opción posible,
además del hipotético * piquenque, que no está registrado en el corpus (véanse las secciones
1 He preferido dejar de lado, por el momento, el caso de las vibrantes, que muestran gran variabilidad y
diversidad de realizaciones, desde una variante asibilada como en el sur hasta una variante tensa, de mayor duración, en la parte occidental de la zona estudiada, la más cercana a la costa. Pienso que para ofrecer un
buen recuento de las vibrantes sería de mucha utilidad tener una hipótesis sobre la naturaleza de estossegmentos en la lengua de sustrato, tarea que se podrá alcanzar después de sistematizar apropiadamente losdatos que sobre este punto ofrece el léxico indígena.
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4.3.1.1 para –ash– y 4.3.1.5 para –enque). Otros pares mínimos se forman entre un
indigenismo de posible origen culle y un término castellano: casa ‘vivienda’ frente a casha
‘madera podrida’ (Tauca, Áncash) y masa ‘mezcla de harina, agua y levadura’ frente a
masha ‘comadreja’ (Cajabamba, Cajamarca) (Flores Reyna 2000: 186), o bien entre dos
indigenismos: shura ‘mazorca con roya (hongo) negra’ frente a sura ‘mujer estéril’ (Flores
Reyna 2001: 38).
Aunque la fricativa prepalatal sorda formaba parte del sistema fonológico del español que
llegó a los Andes en el siglo XVI, cabe señalar que la toponimia culle también está marcada
por la presencia de este fonema, por lo que se deduce que el segmento era muy productivo
en el sistema fonológico indígena (Adelaar 1990 [1988]: 92). Así, podemos estar ante una
influencia de sustrato reforzada en las primeras décadas de la colonia por la nueva lengua
hegemónica. Algunos ejemplos de topónimos que contienen este fonema son Shagaganda,
Shiracball e Ipashgón. En los Andes norteños, algunos topónimos quechuas que entraron
de manera más firme al sistema de nombres geográficos del castellano han experimentado
la conocida evolución /š/ /x/, un fenómeno general en la historia del castellano, como
observamos en Cajamarca (<*kashamarka; Cerrón-Palomino 1976c: 207-208) y
Cajabamba (<*kashapampa).2 Sin embargo, buena parte de los topónimos culles que
contienen el segmento, muchos de ellos parte de la toponimia menor, se muestran
conservadores a este respecto.
Lo mismo sucede con las unidades del léxico común. Muchos indigenismos de origen culle
muestran la fricativa palatal sorda, que no ha atravesado el cambio /š/ /x/, sino que ha
conservado su textura fónica. Sirvan de ejemplos shámbar ‘sopa de trigo resbalado en batán
y carnes diversas’, caisha ‘bebé’ y ‘engreído’, quesheste ‘sopa de trigo tostado, habas,
arvejas y carne’, callabash ‘cinta que envuelve el vellón de lana en el extremo superior de
la rueca’, cushal ‘caldo, tomado muchas veces como desayuno’ (Adelaar 1990 [1988]: 96;
Andrade 1995: 107-108), shayguro ‘espinazo’ (Flores Reyna 2001: 33), macsho ‘hueso’ y
cashallurto ‘sopa de trigo pelado, habas, arvejas y pellejo de chancho’ (Andrade 1995:
111). Compárese esta tendencia conservadora con la que han atravesado palabras quechuas
de difusión más amplia en los Andes norteños, como, en la ciudad de Cajamarca, joyjona
2 Para una revisión reciente del proceso /š/ /x/ y de la representación de la fricativa palatal en las fuentescoloniales andinas, ver Cerrón-Palomino 2010.
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‘manta tradicional femenina de hilo de algodón, por lo general blanco y azul’ (< quechua
*shuyshuna, lit. ‘cernidor’).3
Aparte del valor fonológico del segmento —el hecho central que quiero destacar en esta
descripción—, es importante presentar dos matices que cobra la fricativa prepalatal sordaen las diferentes localidades estudiadas. El primero es un matiz afectivo, rasgo que no es
exclusivo de la región de interés, sino que, como Alberto Escobar (1978: 56) notó, se
extiende por diferentes zonas de los Andes norteños en los hipocorísticos y gentilicios. Así,
en la región estudiada, se han registrado Joshé (< José), Jashi (< Jaci < Jacinto) en
Cabana, Dosha (< Eudosia) en Cajabamba y shihuanco (< Sihuas) en Huamachuco para
los quechuahablantes «que no hablan bien el castellano» (Escamilo Cárdenas 1993: 13). 4 El
recurso no se aplica solo a nombres propios y gentilicios: en Huamachuco, escuchamos a
una hablante calificar de angoshtana (< angostana) ‘angostita’ una pieza de tela, palabra
que también integra el sufijo –an–, un diminutivo (subsección 4.3.1.2).
El segundo es un valor que podríamos describir como indexical, utilizando un concepto
sociolingüístico.5 En virtud de este valor, el segmento [š] es tomado como un índice de la
procedencia social o geográfica de una persona, o bien de sus características de
personalidad. Ejemplos de lo primero han sido registrados en Agallpampa y en Cabana: en
la primera localidad, se refiere que los habitantes «de comunidades», de características más
rurales, «hablan siempre con la eshe»; en la segunda, se indexa mediante el sonido a los
residentes del vecino distrito de Tauca. De hecho, un dicho con que los cabanistas se burlan
de los tauquinos hace uso del cambio /s/ [š] en su propia formulación: ¡Habash
partidash! ¡Macsho de burro!6 El escritor Ciro Alegría ofrece un ejemplo inmejorable de
3 El caso muestra que un indigenismo, una vez incorporado al léxico castellano, sufre el proceso /ʃ/ /x/, conapertura vocálica adicional (ʃʊy.’ʃʊ.na xoy.’xo.na), exactamente igual que sucedió con jora ( ʃ ʊ ra xora)(Cerrón-Palomino 2008 [2002]). Sin embargo, en Huamachuco, tenemos shushuna ‘mantel’ (Flores Reyna2000: 193) y, en Cajabamba, shushuna ‘pañal’. En ambos casos, estamos ante la misma raíz, pero que, al
parecer, no se terminó de incorporar al léxico castellano como en Cajamarca.4 Pero también Shanti (< Santiago) en el castellano del valle del Mantaro y Misha (< Misael) en el quechuade Lamas, San Martín.
5 La indexicalidad se define como la propiedad de los idiomas y de las variedades lingüísticas de evocar tipos particulares de relaciones sociales, a través de la acumulación de usos, de tal manera que dichas variedades eidiomas terminan adquiriendo un aire de asociación natural con dichos vínculos (Woolard 2004: 81). Estadefinición se orienta a observar la indexicalidad en el cambio de código (codeswitching) y, por ello, se refierea idiomas y variedades; sin embargo, el concepto también se aplica a rasgos lingüísticos aislados.6 Se me explicó que la frase imita paródicamente a un supuesto vendedor o vendedora de habas natural deTauca. El macsho de burro hace referencia al hueso que se emplearía para darle sabor al potaje.
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este carácter indexical. Al recordar a su antiguo profesor de escuela en Trujillo, el poeta
César Vallejo, Alegría, natural de Sartimbamba (Sánchez Carrión), reproduce su manera de
hablar resaltando este cambio y asociándolo directamente con la ciudad de procedencia del
poeta:
[Vallejo] anunció que iba a dictar la clase de geografía y, engarfiando los dedos para simular con sus flacas y morenas manos la forma de la Tierra, comenzó a decir:
—Niñosh… la Tierra esh redonda como una naranja… Eshta misma Tierra en quevivimosh y vemosh como shi fuera plana, esh redonda.
Hablaba lentamente, silbando en forma peculiar las eses, que así suelen pronunciarlas los naturales de Santiago de Chuco, hasta el punto en que por talcaracterística son reconocidos por los moradores de las otras provincias de la región(Alegría 1976: 34).
En cuanto a [š] como indiciario de personalidad, se me comentó en Agallpampa (Otuzco)
que la preponderancia de este sonido es característica del habla de los caylengos o
muchachos engreídos. Según Cerrón-Palomino, este mismo fenómeno ocurre en el quechua
del valle del Mantaro, cuyos hablantes utilizan el cambio /s/ [š] para remedar el habla de
los niños y para darles voz a personajes ficticios en las narraciones tradicionales.7 Resulta
de mucho interés que un rasgo general y distintivo de los castellanos que estamos
estudiando cobre, al mismo tiempo, valores sociales asociados con la ruralidad —que,
como sabemos, tiene connotaciones de atraso social—, y con el engreimiento einfantilización, otra forma de atraso, esta vez en el desarrollo del individuo. Benvenutto
Murrieta (1936: 127) ya había señalado que este cambio es particularmente frecuente en la
sierra norte. El fenómeno también ha sido descrito para algunas variedades mexicanas:
shobaco < sobaco, moshca < mosca (Henríquez Ureña 1938: 305).
Para el castellano altiplánico peruano, se ha descrito un fenómeno distinto, pero que cobra
también la forma del cambio /s/ [š], para el primer segmento del sufijo – ción
Burlonamente, los cabanistas dicen de sus vecinos que tienen un único macsho colgado del techo de la cocina,que bajan a la olla una y otra vez. Macsho es probablemente un término de origen culle, y macshudos es elapelativo burlón que reciben los tauquinos en toda la provincia de Pallasca. Flores Reyna (2001: 37) registra,también para Tauca, macshó, con acentuación aguda, y con un significado mucho más específico: «hueso delas patas de los animales (reses o carneros) con las cuales se da gusto a las comidas». En Flores Reyna (2000:186) se ofrecen dos variantes, macshó y macsho, con el mismo significado. 7 Comunicación personal, mayo del 2012. Debo al profesor Cerrón-Palomino también la referencia al retratolingüístico de Vallejo por parte de Ciro Alegría.
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(promoshón) y en otros casos ante /i/: hashendu, ensushar, espeshal (Cutts 1973: 60).
Exactamente el mismo proceso se ha registrado en el castellano ecuatoriano: siete > shete,
dieciocho > dieshocho, cielo > shelu,8 pero en esta variedad, además, se señala el cambio
en los hipocorísticos (Pashi < Paci < Pacífico, Shuli < Sole < Soledad, Cashi < Casi <
Casimiro) y se señala la recurrencia del cambio general /s/ [š] en el habla infantil, en
palabras como zapato, que deviene shapato (Cotton y Sharp 1988: 180). De este modo, en
lo que respecta a este rasgo, los castellanos estudiados se asemejan más a las variedades
ecuatorianas, con la importante diferencia de que en aquellos es posible postular un valor
fonémico para la fricativa prepalatal.
4.2.1.2 Presencia marginal del segmento [ž]
Aparte de la sibilante palatal, existe, en el sistema fonético-fonológico de los castellanos
estudiados, un segmento que, por su baja frecuencia, no alcanza el estatus de fonema, pero
que subsiste en algunos indigenismos. Se trata del segmento [ž], sonoro, con punto de
articulación prepalatal y modo fricativo. Su presencia se da exclusivamente en
indigenismos no provenientes del quechua, como bunže ‘desnutrido’ (Otuzco), canžul
‘muca, comadreja’ (Cajabamba), munžo ~ minžo ‘ombligo’ (Cajabamba, Pallasca, Otuzco),
linžo ‘variedad de gaviota’ (Marcabal)9 y munganža ‘leño prendido, utilizado para
alumbrar’ (Tauca). Los ejemplos anteriores, en los que el segmento aparece tras consonantenasal /n/, invitarían a pensar que estamos ante el resultado de un proceso fonético-
fonológico condicionado por un contexto específico. Sin embargo, la unidad aparece
también en contextos distintos; por ejemplo, en contacto con otras consonantes, como ante
/g/: cužgún ‘prendedor de manta, como el topo, pero con más adornos’ (Tauca) y žažga
‘pobre’ (Cajabamba); en posición intervocálica: cuži ‘mina prehispánica’ (Tauca), cažul
‘cancha especial, de maíz no seco’ (Cajabamba), užum ‘abejorro’ (Santiago de Chuco),
pužuca ‘variedad de papa’ (Tauca) y pážame ‘oca asoleada’;
10
en posición final absoluta:
8 En mi corpus, entushasmo < entusiasmo (Agallpampa, Otuzco) y shembro < siembro (Lluchubamba,Cajabamba), fuera de contexto narrativo y sin relación con el habla infantil.9 Esta ave también recibe el nombre de liclic, tal como en zonas quechuahablantes.10 Užum es registrada por Cárdenas Falcón y Cárdenas Falcón 1990: 136. Cuba (2000) registra cadžul para
Tauribara, caserío de Huandoval (Pallasca), con el significado ‘choclo tostado. Se come generalmentecaliente’. El registro de pádžame también corresponde a Cuba. Esta investigadora representa el segmentocomo africado y no como fricativo.
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chaž ‘guardián de chacra’; y en posición inicial: žashpe ‘raspetón’ (Cajabamba), žúmbol
‘decaído, enfermizo’ (Cajabamba, Tauca) y žucar ‘resbalar, deslizarse, rodar’
(Cajabamba).11 Esta variabilidad relativa de contextos sugiere que estamos ante un
segmento que formaba parte del sistema fonético-fonológico de la principal lengua del
sustrato indígena, el culle, y que, fonotácticamente, aparecía de manera privilegiada en
contacto con la nasal /n/. Las palabras užum ‘abejorro’, žúmbol ‘decaído, enfermizo’, punžo
‘pedigüeño’, munžo ‘ombligo’ y canžul ‘muca’ cuentan con las variantes ushun ~ ushum,
shumbol, punsho, munsho y canshul, lo que sugiere que estamos ante el inicio de un
proceso de fusión entre el segmento y la fricativa palatal /š/, a favor de esta última, en un
proceso de nivelación impulsado por el carácter marcado de la fricativa prepalatal sonora y
la mayor frecuencia del segmento palatal, que, además, como se ha visto, tiene estatus de
fonema.12
Es de remarcar que munžo ~ minžo ‘ombligo’, la única palabra de esta serie que ha sido
registrada en las tres localidades estudiadas, se pronuncia en las tres con el segmento
prepalatal, fricativo y sonoro (aunque en Huamachuco, Escamilo Cárdenas (1993) la ha
registrado con sh). Por ello, pese a su carácter marginal en términos fonológicos, se puede
postular este rasgo como una característica común de los castellanos estudiados: los matices
de su pronunciación siguen formando parte del conocimiento fonético-fonológico de los
hablantes. Flores Reyna (2000: 175) lo compara con «el sonido palatal que en inglés ocurre
11 Žažga ‘pobre’, žucar ‘rodar’ y žashpe ‘raspetón’ han sido registrados por Cárdenas Falcón y CárdenasFalcón 1990: 92. Flores Reyna (2000) da como ejemplos de ž, que representa con el dígrafo <zh>, muganzha ‘brasa que está por apagarse’ y chamzho ‘gusano de la papa’. A pesar de haber preguntado explícitamente por los gusanos que afectan a los cultivos de papa, en mi material no aparece chamžo. Como mencioné, paramunganža, he registrado otro significado, pero perfectamente relacionable con el que ofrece Flores Reyna.Este investigador también registra bunzhe, con variante punzhe ‘barrigón (na) (niño(a) o animal tiernoafectado de parasitosis)’; munzho, con variante minzho ‘ombligo’; cahuinzha ‘arbusto que crece en laderas
pedregosas’ (Huamachuco); canzhul ‘muca’ y ‘enredado’; conzham ~ conzhan ‘pantano, oconal’, cunzho ‘agazapado(a), agachado(a) (como el que se esconde)’ (para Santiago de Chuco), chinzhe ‘cimarrón(a)’, parranzho ‘variedad de pajarito (color plomo)’, pilunzha ‘muchacha bonita’, pinzhe ‘embotado(a), repleto(a),
muy lleno(a)’ (para Huamachuco), punzho ‘pedigüeño, mendigo’ y tonzhil ‘cuello’ (Santiago de Chuco).Cuba (2000) registra para Tauribara (Huandoval, Pallasca) condžo ‘color blanco con manchas rojas o rojo conmanchas blancas’; mugandža ~ mugancha ‘palo encendido sin llama que una persona mueve en la oscuridad
para producir luz’ y mundžo ‘ombligo’.12 Flores Reyna también reporta un caso de aparente cambio ž > č: « parrunzha o parruncha. s. vagina,vulva», donde «la pronunciación [tradicional] era parrunzha» (2000: 188); Cuba consigna dos ejemplos deesta variabilidad: mugandža ~ mugancha y chindžo ~ chincho ‘variedad de huacatay’, así como un caso devariación con /s/: chamdžo ~ chamso ~ tsamso ‘gusano blanco de cabeza roja que se alimenta de la papa y ocaen la chacra’ Flores Reyna (2000) registra urrume ‘variedad de moscón que hace huecos en el maguey’ paraužum ~ ushun ~ ushum.
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en palabras como pleasure o vision», dice que es diferente de la sh de Ancash o de Sheyla y
lo representa con el dígrafo <zh>. Para Cuba (2000) aparentemente se trata de un sonido
sonoro y prepalatal, pero africado y no fricativo, pues lo representa con dž ; sin embargo, no
ofrece una descripción del segmento. Solamente contamos con un posible par mínimo de
indigenismos para defender el estatus fonológico de la unidad; a saber, cuži ‘mina
prehispánica’ y culli ‘lengua indígena prehispánica’. Sin embargo, el último vocablo no es
de manejo generalizado en las localidades estudiadas, y su conocimiento viene de la escuela
y de la instrucción formal; paradójicamente, el nombre de la principal lengua del sustrato
indígena no forma parte, en el presente, del conjunto de indigenismos vernaculares
aportados por esa misma lengua.13 Por otra parte, cuži ‘mina prehispánica’ solo ha sido
registrado en la conservadora localidad de Tauca (Pallasca), por lo que el posible par
mínimo tendría una validez regional demasiado restringida.
El hecho de que las variedades quechuas de Chetilla (Cajamarca) y Chachapoyas
(Amazonas) cuenten con este segmento como resultado de un proceso fonético-fonológico
que afecta a la lateral palatal (Cerrón-Palomino 1987a: 164) no debería llevar a concluir
que estamos ante una influencia culle en dichas variedades. Diversos indigenismos
procedentes del culle que se usan actualmente en Cajabamba, Otuzco y Pallasca contienen
la lateral palatal (ver 4.2.2.1), de manera que no se podría postular un proceso λ → ž
atribuible a esta lengua. Más bien, el posible antiguo par mínimo cuži ‘mina prehispánica’ yculli ‘lengua indígena’ permitiría postular una oposición sistemática entre ambos
segmentos. Finalmente, es relevante mencionar que dos segmentos fricativos y sonoros han
sido registrados en el quichua de Cañar, en préstamos atribuibles al sustrato cañari (Howard
2010).
4.2.2 Unidades fonético-fonológicas no particulares
4.2.2.1 Oposición entre la semiconsonante /y/ y la lateral palatal / λ /
Entre las generaciones mayores de las localidades estudiadas, se conserva la oposición
entre los fonemas lateral palatal /λ/ y semiconsonante palatal /y/. Como el mismo fenómeno
13 En el siglo XVII, sí lo fue, por lo menos en Cabana, Pallasca, pues un documento de extirpación deidolatrías hallado en el archivo parroquial nos habla de «la lengua que llaman colli» (APC, Libro E, fols. 23v-25r).
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ha sido descrito para los castellanos andinos de sustrato quechua y aimara (Escobar 1978:
cap. 2; Godenzzi 2005: 169), estamos ante un rasgo compartido entre las hablas estudiadas
y el castellano andino tal como ha sido descrito por la literatura, rasgo que, por tanto, no
puede dar lugar a una posible distinción entre las hablas de los Andes norteños y sureños.
La conservación de esta oposición sugiere que el sistema fonético-fonológico del culle
contó con una oposición entre /λ / y /y/, dado que la tendencia general del castellano ha sido
a fusionar esta oposición en un solo elemento (/y/), y allí donde esta se ha mantenido, ello
se debe a razones de contacto, por la existencia de la misma oposición en la lengua de
adstrato, como sucede en el quechua y el aimara. En el corpus de indigenismos atribuibles
al culle, se observa que ambos segmentos pueden ocupar distintas posiciones de la palabra,
salvo la posición inicial absoluta para /y/ (coyo ‘kiwicha’, cusay ‘papa de mayor tamaño en
la cosecha’, shayguro ‘columna vertebral’, conyam ‘maíz selecto para semilla’; para /λ /:lloctape ‘arbusto cuyas hojas se usan para lavar el cabello’, callabash ‘cinta para asegurar
el vellón de lana en el hilado’, cushall ‘caldo ligero, tomado muchas veces como
desayuno’, cashlla ‘aguado’). Debido a la escasez de material, solo se ha podido registrar
un par mínimo: chugall ‘planta medicinal’ frente a chugay (Cabana, Santiago de Chuco) ~
chuguay ‘aparejo del telar de cintura que permite insertar la trama en la urdimbre’.
En las localidades estudiadas, sin embargo, los hablantes más jóvenes parecen estar
relajando la oposición entre /λ / y /y/: comparé las diferentes frecuencias de aparición de /λ /
entre el hablante mayor y el menor de la muestra de Agallpampa, Otuzco, en palabras
castellanas que patrimonialmente contendrían el fonema. El resultado mostró una clara
disminución en el hablante más joven: 52% de producciones yeístas en contextos en que
patrimonialmente podría haberse esperado /λ / versus 47% de producción de /λ / en los
mismos contextos, con un 1% de casos dudosos. Las cifras correspondientes para el
hablante mayor son 20% y 80%, respectivamente. 14 Sin embargo, hay que mencionar que la
cercanía a la costa (específicamente, a Trujillo) puede jugar un papel en este proceso,
puesto que, en general, se nota que el relajamiento de la oposición es mayor en la muestra
de Otuzco que en la de Cajabamba y Pallasca, incluso si tomamos en cuenta solo a los
hablantes mayores. Este hallazgo va de la mano con lo señalado ya a mediados de los años
14 El total de casos analizados en el hablante más joven fue de 44; en el hablante mayor, 66.
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setenta por Aída Mendoza (1976), quien encontró que las variedades castellanas andinas
que están en fuerte contacto con la capital, como la de Huancayo, tienden a confundir el uso
de /λ / y /y/. Caravedo (1996b: 157) también ha resaltado la variación existente en la región
andina en torno a esta oposición, variación que puede llegar incluso al nivel del habla
individual.
4.2.2.2 Huellas del segmento interdental /θ/
He encontrado, en mi corpus, huellas de la antigua oposición castellana entre la sibilante
interdental y la dorsal. Si bien estos rastros son escasos, y no se encuentran en todos los
colaboradores, es significativo que se presenten en las tres provincias estudiadas. La
realización de /θ/ se encuentra fijada en algunos lexemas específicos, en topónimos, como
Mostazas, pronunciado [mos.’ta.θas] (Agallpampa, Otuzco), y números, como cincuenta,
pronunciado [θin.’k wen. ta] (Cajabamba, Cajabamba) y ordinales como tercere [ter.’θe.re]
(Tauca, Pallasca),15 pero también se observa en verbos de uso frecuente como empezamos
y empiezan [em.pe.’θa.mos, em.pje.’θan] (Cajabamba), sustantivos y adjetivos como
carrizos [ka.’rri. θos] (Cajabamba), veces [‘be.θes] (Cajabamba), frezada [fre.’θa.da]
(Tauca, Pallasca) y feliz [fe.’liθ] (Tauca). La realización de /θ/ coincide, en todos los
casos mencionados, con contextos en los que canónicamente se podría esperar el segmento
en variedades peninsulares centrales y norteñas. Es posible descartar problemas de
pronunciación idiosincráticos en los hablantes que muestran este rasgo.
Estos datos, aunque escasos, refuerzan la interpretación de Caravedo (1992), quien
encuentra, en sus datos de Cajamarca, correspondientes a colaboradores originarios de
sectores rurales y de escasa escolaridad, una llamativa proporción de realizaciones
interdentales de la sibilante en contextos que canónicamente tendrían /θ/, a diferencia de los
contextos que canónicamente tendrían /s/, que muestran realizaciones muy infrecuentes de[θ] y se manifiestan mayoritariamente como [s]. Aunque los casos recopilados en mi corpus
no son tan frecuentes, sí apoyan la interpretación presentada por esta investigadora:
«Observando el hecho en su dinamismo y enlazándolo con los procesos históricos y con la
15 La –e final de tercere se explica por la prótesis de /e/ característica de Tauca (ver 4.2.3.5).
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idea aceptada de que un cambio puede venir precedido de un proceso de variación o de
coexistencia de formas más o menos reguladas, el fenómeno que comento puede muy bien
considerarse como resto de una anterior distinción en proceso de desaparición» (Caravedo
1992b: 652). En mis datos, las variables urbano-rural y edad no parecen ser importantes,
pues de los tres colaboradores de los que se tomaron los ejemplos presentados, dos son
agricultores (uno adulto mayor, el otro joven) y uno profesor y funcionario (adulto joven);
es de interés, por otro lado, que los tres sean hombres. Habría que añadir que, antes del
trabajo de Caravedo (1992b), el fenómeno solo había sido reportado para el Cuzco, con dos
ocurrencias: doce y diecisiete (Benvenutto Murrieta 1936: 119). La investigadora aporta
también más evidencia del segmento en esta importante ciudad surandina.
En un influyente trabajo sobre variación y cambio en el español, Ralph Penny se muestraescéptico sobre esta hipótesis, que califica de controversial:
Sobre la base de entrevistas realizadas en la preparación de un atlas lingüístico, ella[Rocío Caravedo] identifica dos variedades andinas ampliamente separadas(Cajamarca en el norte y Cuzco en el sur) en las que algunas palabras con «/θ/
canónica» muestran proporciones sustanciales de pronunciaciones de tipointerdental ([θ]), mientras que palabras con «/s/ canónica» muestran bajas proporciones de [θ]. Si este patrón estadístico de «contrastes» se puede aceptar como evidencia de la supervivencia de una oposición fonológica entre /θ/ y /s/ en el
Perú, debería construirse un argumento para explicar cómo así un contraste quellegó a tener esta forma solo en el siglo XVI (en España central/septentrional) llegóa difundirse por estas remotas áreas, mientras que otras zonas que estaban encontacto más cercano con la península no muestran signos de este contraste (Penny2004 [2000]: 236, nota 8).
Pienso que la explicación que Penny reclama puede provenir del examen de la particular
configuración demográfica de las poblaciones andinas, que pueden haber recibido refuerzos
de origen peninsular central o norteño varias décadas después de haberse producido el
asentamiento inicial de los grupos españoles, refuerzos que bien podrían haber sido más
intensos que los de otras zonas geográficamente más cercanas a la península. Ello podría
haber determinado procesos de estandarización específicos, posteriores a los de la primera
etapa de la formación del castellano americano, tal como ha sido resaltado, con diferentes
matices, en los trabajos de Germán de Granda (1994) y Rivarola (1996).
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4.2.3 Fenómenos fonético-fonológicos de interés
4.2.3.1 Ausencia de «motoseo»
Un rasgo de los castellanos estudiados y que se define por ausencia con respecto a la
variedad de referencia y contraste es que no aparece con claridad en el corpus el fenómenode vocalismo conocido como motoseo (Cerrón-Palomino 2003). En el castellano andino de
los bilingües quechua-castellano y aimara-castellano, este fenómeno ha sido descrito
tradicionalmente como una tendencia a «confundir» las parejas de vocales altas y medias /e,
i/ y /o, u/, de tal manera que los hablantes pueden producir tingo en vez de tengo, mesa en
vez de misa, poro en vez de puro y puro en vez de poro. El hecho, en realidad, se relaciona
con la transferencia del sistema vocálico quechua y aimara, compuesto por tres fonemas: /a,
I, U/, con variaciones alofónicas diversas. La reciente aproximación al fenómeno de Pérez
Silva, Acurio Palma y Bendezú Araujo (2008, cap. 1) ha enfatizado que los supuestos
fonemas /i/ y /u/ del quechua en realidad deberían ser descritos como /I/ y /U/, con un
timbre más abierto y con un campo de dispersión mucho mayor que los correspondientes a
los fonemas /i/ y /u/ del castellano. Inicialmente, los bilingües producirían, en la segunda
lengua, vocales más cercanas a las de su lengua materna y, en etapas sucesivas de
aprendizaje, irían acercando sus producciones a las de los monolingües en español. En el
fenómeno del motoseo, también habría desempeñado un papel importante la percepción de
los hablantes monolingües del castellano, que tenderían a ver en estas produccionesconductas erróneas de los bilingües, como un mecanismo ideológico «higienista», orientado
a reforzar la percepción de la incapacidad y «falta de voluntad» de estas personas para
superar lo que es concebido como un problema individual (Pérez Silva y Zavala Cisneros
2010); de allí el acento puesto en la «confusión».
Aunque no está claro cómo era el sistema vocálico de la lengua culle, se puede observar
que, en el corpus estudiado, el fenómeno del motoseo no está presente. Si tomamos en
cuenta que en el castellano de los hablantes maternos de chipaya no se presenta este rasgo,
y que su idioma materno no muestra menos vocales que el sistema castellano (Cerrón-
Palomino 2006: 58), podríamos pensar que la inexistencia del motoseo en la zona estudiada
sugiere que la principal lengua del sustrato indígena también presentaba un sistema
vocálico con tantos o más fonemas que el castellano. En el corpus, las producciones de los
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pares vocálicos /i, e/ y /o, u/ son claramente distintas, y muestran un timbre cercano al del
español general. Las diferencias en el nivel educativo de los hablantes no determinan
distinciones a este respecto y tampoco lo hace el carácter urbano-rural, la edad o el sexo del
entrevistado. Las únicas excepciones que podrían llevar a confusión son los vocablos que
han mantenido una pronunciación distinta de la estándar por una retención léxica de
variantes antiguas, como en comisería, medecina y mesmo,16 y un fenómeno de flexión que
determina las realizaciones partemos en vez de partimos, salemos en vez de salimos,
etcétera (ver la subsección 4.3.2.1). Sin embargo, queda claro que, en el primer caso,
estamos ante una diferencia en la evolución de estos vocablos en los castellanos analizados,
y, en el segundo, frente a un rasgo morfológico antes que fonético-fonológico. Un hecho
que abona a favor de la plena capacidad de los hablantes para distinguir entre /i/ y /e/ es
que, como veremos más adelante, el mencionado fenómeno de flexión se vecomplementado, para el caso de los verbos en e-i, como decir y reír , por un proceso
posterior de disimilación, que produce dicemos y riemos, siendo inexistentes en el corpus y
aparentemente agramaticales *decemos y *reemos. Si los hablantes no produjeran
naturalmente la distinción entre /i/ y /e/, los resultados dicemos y riemos no serían tan
claros.
Por ello, resulta llamativo que, en la segunda mitad del siglo XIX, Abelardo Gamarra El
Tunante haya incluido este rasgo en su parodia del habla de las «chinas» cajabambinas quecantaron ante Simón Bolívar a su paso por Cajamarca. 17 Gamarra hace del motoseo un
elemento central de su parodia. Veamos:
Señor que te estás sentauEntre medios de las flores
El Dios, señor, te ha mandauA recreyar corazones
Cuando Dios creyó la Luna
También te creyó, Simón;Brillar así to fortuna
Con todo mi corazón.
16 Mendoza Cuba (1975: 18) menciona bicerritos en Cabana, Pallasca; también en Pallasca, Cuba registrabuñega, devisar y bijuco como variantes de boñiga, divisar y bejuco, respectivamente (Cuba 2007: 101, 108;2000: 18, 19).17 Citado en Villanueva Urteaga (1975: 165-166).
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Y si el Dios toviera poder Yo te lo quisiera dar,Locero de amanecer
Cuando empieza a relumbrar.
De rayos de Sol te hicieraTo trono para que estésSentadito, y os tuvieraPara besarte tos pies
En la canción que Gamarra recrea, encontramos to por tu (en dos ocasiones), tos por tus,
toviera por tuviera y locero por lucero. Prácticamente en cada estrofa aparece el rasgo del
motoseo, junto con otras características como la aversión a las secuencias vocálicas y el uso
del artículo junto con nombres propios, como un recurso en la representación del habla de
las «chinas», palabra que hace referencia a las mujeres jóvenes, por lo general de extracción
campesina, la acepción predominante en la sierra norteña (Rohner y Andrade e. p.). Se
podría pensar que siendo Gamarra natural de Huamachuco, nos está ofreciendo un reflejo
fiel del habla de las mujeres rurales en el siglo XIX. Sin embargo, a la luz de los datos
recabados, que incluyen justamente dos distritos cajabambinos, pienso que El Tunante está
siguiendo, para su representación, la horma sureña en las parodias del habla de indio,
dentro de una tradición que se remonta a Juan del Valle Caviedes y encuentra su apogeo en
Felipe Pardo y Aliaga (Rivarola 1990 [1987]).
4.2.3.2 Tratamiento especial de secuencias vocálicas
Otro rasgo de contraste que importa resaltar a partir del material recabado es el hecho de
que no se observa, en los hablantes entrevistados, ni siquiera en los menos urbanizados, un
fenómeno que es característico del español bilingüe quechua-castellano y aimara-
castellano, a saber, la aversión a la presencia de diptongos tras consonantes, como en fuerte
y tienda y el rechazo de las secuencias vocálicas en sílabas distintas (hiatos). La literatura
sobre castellano andino ha señalado con insistencia que los hablantes de esta variedad,
especialmente los bilingües quechua-castellano y aimara-castellano, tienden a resolver el
primer problema mediante la simplificación de la sílaba CVV, con diptongo, vía la
reducción de una vocal, la llamada monoptongación (ferte < fuerte), y el segundo,
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mediante la inserción de una semiconsonante que rompe la secuencia vocálica (mayisturu <
maestro). En las localidades estudiadas, solo se observa la segunda tendencia, pero no la
primera, lo que sugiere que estamos ante fenómenos distintos que han sido subsumidos en
uno solo en la bibliografía sobre el castellano andino sureño y surcentral.
La lengua de sustrato parece haber contado con un repertorio de estructuras silábicas que
facultaba las sílabas CVV, con diptongo tras consonante. Tomemos en cuenta, por ejemplo,
los indigenismos chuego ‘papa especialmente grande’, cuira ‘pago en especie por trabajo
agrícola’ y shiure ‘gusano blanco y largo que ataca el maíz’, donde observamos la
estructura silábica CVV.CV para los tres ejemplos. Los tres casos comparten sílabas CVV,
que muestran consonante seguida de diptongo.18 Por ello, es razonable afirmar que la
ausencia de aversión a las secuencias vocálicas dentro de la misma sílaba, en los castellanos
estudiados, se relaciona con la lengua de sustrato, de la misma forma que la presencia de
este rasgo en el castellano de los bilingües quechua-castellano y aimara-castellano se
vincula con la lengua de adstrato.
Sin embargo, en las zonas estudiadas, la lengua de sustrato parece no haber aceptado las
secuencias vocálicas en sílabas distintas (hiatos). En efecto, he revisado los indigenismos
no quechuas del corpus recopilado, así como la generalidad de la toponimia culle, y no he
encontrado secuencias V.V, es decir, hiatos. El único candidato posible, en la toponimia, es
de carácter histórico: el nombre Adaomas,19 cuya pronunciación es incierta, pudiendo ser
[a.’dao.mas] (tal vez [a.’daw.mas]) y [a.da.’o.mas]. Dado que es el único ejemplo de
posible hiato, preferiero inclinarme hacia la primera alternativa de pronunciación. Los
18 Los dos primeros ejemplos han sido registrados en el glosario de términos agrícolas, ganaderos y productivos de Escamilo (1989); el tercero, en Flores Reyna (2000). Chuego ha sido registrado en Taucacomo ‘papa asada sobre candela’ y también ha sido mencionado en referencia a Cajabamba por AbelardoGamarra (Villanueva Urteaga 1975: 165). En Cajabamba he registrado, además, ondio ‘círculo en el suelo enel juego de las canicas’. Ondio tiene estructura silábica VC.CVV.19 Adaomas aparece como nombre de un potrero en un litigio de tierras que va del siglo XVII al XVIII
(Archivo Regional de Cajamarca, Corregimiento, Cajabamba, Causas Ordinarias, Leg. 1). No es seguro queestemos ante un topónimo de origen culle, por lo demás. En la región de interés, otros topónimosrelacionables con este son Picomas, chacra en Cachicadán (Santiago de Chuco) y Chacomas. Se podría pensar en la terminación aimara –uma como en Carumas. Sin embargo, faltaría explicar la [s] final. Cépeda Cáceres(2011: 103) propone, para Carumas, que esta [s] es una de las formas de gentilicio en castellano («loscarumas»). Sin embargo, para los tres ejemplos norteños, no tenemos evidencia de que se trate de etnónimos.Compárese, de paso, la reducción de la secuencia vocálica *qara-umas en qarumas (siguiendo la propuesta deCépeda), con el mantenimiento de la secuencia en Adaomas (he registrado ada como nombre de una especievegetal en Cajabamba). Por ello, no pienso que estemos ante la presencia de un segmento de posible sustratoaimara.
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fitónimos guarauya ‘arbusto de flores amarillas’ y mancaullo ‘variedad de tuna’ —
pronunciados, respectivamente, [gwa.’raw.ya] y [man.’kaw.ʎo] — apoyan esta posibilidad.
En el corpus he observado que, entre los colaboradores dedicados al campo y de mayor
edad, son frecuentes casos como trayer y cayer . En este caso, propongo una solución
coherente con la representación del castellano de las «chinas» cajabambinas elaborada por
Abelardo Gamarra en el siglo XIX (véase 4.2.3.1), donde tenemos recreyar por recrear y
creyó por creó en dos ocasiones; es decir, casos en los que la secuencia vocálica se da entre
sílabas distintas, secuencia que, siguiendo la hipotética horma de la lengua de base, se debe
romper mediante la inserción de yod. Estando este fenómeno también presente en el habla
de los bilingües quechua-castellano y aimara-castellano, el hecho de que en este caso El
Tunante haya representado un rasgo del castellano andino norteño no invalida la afirmaciónde que está siguiendo una horma sureña en su parodización lingüística, porque en este
preciso punto, ambos castellanos bilingües habrían coincidido. Este rasgo se habría ido
perdiendo progresivamente, de manera que ahora tenemos traelo y no trayelo ‘traerlo’, raíz
y no rayiz, día y no diya en la generalidad del corpus. Trayer y cayer serían huellas de su
antigua productividad. Para las variedades populares del castellano piurano se ha descrito
este mismo tratamiento de las secuencias vocálicas (Arrizabalaga 2008: 31).
4.2.3.3 Supresión de la /-r/ del infinitivo ante los clíticos –lo(s) y –le(s)
Una constante en las tres provincias estudiadas es el registro de formas como llevalo por
‘llevarlo’ y traelo por ‘traerlo’, en las que no aparece la marca de infinitivo que sería
obligatoria para el castellano andino tal como ha sido descrito por la literatura. En el
corpus, este rasgo está marcado por estrato, por generación y por estilo comunicativo: en
cuanto a lo primero, se presenta en el habla de los sectores rurales, menos urbanizados, y es
más frecuente en los hablantes con menor educación formal; en cuanto a lo segundo, es másfrecuente en los entrevistados de mayor edad; en relación con lo tercero, es característico
del habla rápida e informal. Sin embargo, hasta donde he podido detectar con las
limitaciones del formato de entrevista y de la observación complementaria, algunos
hablantes urbanos jóvenes, con educación secundaria completa, no producen este rasgo ni
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siquiera en situaciones de comunicación informal. Algunos ejemplos se citan a
continuación:
(1)Tienes que bautizalo [a ese tramo del camino] Quipu Capacñan (Cajabamba).Tuvimos que entregale [la casa] a la dueña (Cajabamba) Nos hemos ido a velo (Lluchubamba)Para trabajalo la tierra (Lluchubamba) No podemos atendelos hasta tarde (Lluchubamba)Y al trabajalo, le da forma (Cajabamba)Saca, no lo ensuciamos [la chompa], pa’ devolvelo (La Conga, Marcabal, SánchezCarrión)
Entiendo este rasgo como la supresión de la marca de infinitivo ante el pronombre
enclítico. Dado que la presencia de esta característica ha sido mencionada también en otras
variedades hispanoamericanas —por ejemplo, para la mexicana (Henríquez Ureña 1938:
323)—, lo considero como la retención de una antigua característica del español peninsular
que ha podido generalizarse por la debilidad de la presión normalizadora en los Andes
norteños. De hecho, el mismo fenómeno se sigue produciendo en gallego y en portugués,
incluso en las variedades estándares. El hecho de que, en la región estudiada, los hablantes
más jóvenes, más expuestos a la influencia de los medios de comunicación y más proclives
a la migración ya no muestren este rasgo apoya esta propuesta.
Finalmente, quisiera mencionar, en relación con los ejemplos de (1), que en las variedades
que estoy estudiando, tal como en el castellano andino descrito por la literatura, se observa
el uso del pronombre lo de manera polivalente: para antecedentes y consecuentes
masculinos y femeninos y, en menor grado, plurales. Por ejemplo, tenemos Para trabajalo
la tierra para un consecuente femenino. Una diferencia notoria con el castellano andino de
sustrato quechua o aimara es la muy baja frecuencia del llamado « lo aspectual», sin
antecedente aparente, como en los ejemplos Ya lo llegó, Ya lo murió, Lo durmió rápido,
¿Lo voy o no lo voy?, registrados en el valle del Mantaro (Cerrón-Palomino 2003 [1992]:
158), donde no es posible reconstruir un antecedente ni un consecuente para el falso
pronombre. Solo he identificado dos posibles ejemplos de este rasgo, cuya naturaleza se
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encuentra en intensa discusión en la literatura reciente (Palacios 1998; Mayer 2008). Estos
casos son los siguientes:
(2)
[Hablando de un alma en pena] Dije: «ya me gana pa’ allá», se va; pa’ abajo me heido, carrerita, pero suavecito lo he corrido (Lluchubamba, Cajabamba).
Entonces, ahorita lo estoy en ese juicio, no sé si este alcalde me reconoce o no(Cabana, Pallasca)
Por último, he identificado un solo caso claro de supresión del pronombre objeto en
oraciones en que el objeto antecede al verbo, como en el ejemplo La arcilla ϕ traigo de la
mina (Pozzi-Escot 1972: 130), rasgo que ha sido descrito ampliamente para el castellano
andino sureño y surcentral. El solitario ejemplo ha sido recogido en Cajabamba, en unaexplicación sobre el lavado de ropa como parte del duelo por un pariente muerto,
explicación ofrecida por un funcionario público de la ciudad:
(3)Y en estos pozos ahí se reúnen todos y lavan y chancan contra una piedra toda laropa, y tiene que ser toda. Toda la ropa: frazada, ropas, y hacen el tendido para que pueda secarse y luego ya ϕ recogen como recuerdo.
4.2.3.4 Ensordecimiento de vocales no acentuadas
He identificado en el corpus una tendencia marcada entre los colaboradores de nivel
educativo más bajo y menos urbanizados a ensordecer las vocales en contexto inacentuado.
Ejemplos como crespits < crespitos, chiquits < chiquitas, guachits < guachitos ilustran el
contexto que más favorece la aparición del fenómeno: sílaba postónica y antes de /s/ que
marca morfológicamente el plural. Sin embargo, el hecho también se produce en otros
entornos. Por ejemplo, la pronunciación local del topónimo Huayumaca, nombre de un
barrio de Cabana (Pallasca), se asemeja a Huaymaca, a tal punto que los colaboradores
limeños que apoyaron en la transcripción de las entrevistas realizadas en Cabana, quienes
no conocían la escritura del topónimo y, por tanto, no podían guiarse de esta, lo escribieron
sistemáticamente Huaymaca. El castellano altiplánico, tal como ha sido descrito por Cutts
(1973: 15), también muestra esta tendencia, que, por otra parte, ha sido descrita para hablas
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de Aragón, en España, y ha sido profusamente estudiada para el español mexicano (Lope
Blanch 1963-1964). Lope Blanch descartó la posible atribución del fenómeno al sustrato
indígena, ya que «se lo encuentra en otras regiones americanas de población indígena
totalmente distinta» (Fontanella de Weinberg 1993 [1992]: 218-219). Sin embargo,
justamente por encontrarse en áreas de influencia indígena, la influencia podría buscarse en
características compartidas por las diferentes lenguas de sustrato; de cualquier forma,
habría que integrar esta explicación con el dato sobre la variedad aragonesa. Cotton y Sharp
resaltan el carácter abierto de esta discusión, después de señalar la amplia difusión del
fenómeno en la zona andina y describirlo como un proceso que conduce del relajamiento a
la supresión:
Tal como en México, en las alturas andinas de Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia,
las vocales tienden a relajarse, ensordecerse y aún perderse, particularmente encontacto con una sibilante (Cotton y Sharp 1988: 182).
A partir de los datos recabados en los Andes norteños considero de interés, para enriquecer
esta discusión, un enfoque que vaya más allá de la palabra y adopte como contexto la
unidad entonacional para analizar el fenómeno. En un enunciado entero, el fenómeno se
puede presentar en una sola de las diferentes palabras pronunciadas por el hablante
(ejemplos a y b) o bien en varias de ellas (ejemplo c). Cabría preguntarse a qué se debe esta
variabilidad. A continuación presento tres ejemplos recogidos en Cabana que ilustran esta percepción:
(4)a. Un sol prioste nomás < Un solo prioste nomás
b. El sábado es pa’ cortar los árboles, talalo, pe’. Y el doming ya es rajarlo y
pircar, también, pue’.
c. Pero ese tamalcit chiquit nomás ph < Pero ese tamalcito [es] chiquito nomás
pe.
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4.2.3.5 –e paragógica: subire, llevare, flore
Un rasgo exclusivo de la muestra de Pallasca, y especialmente marcado en la conservadora
localidad de Tauca, es la adición de /e/ en palabras agudas terminadas en consonante /r/
como en los siguientes ejemplos:
(5)Subire < subir Movere < mover Ayere < ayer Mejore < mejor Flore < flor Chugayare < chugayar (‘pasar la trama por la urdimbre del telar de cintura’)Tejere < tejer Mayore < mayor Alcanfore < alcanfor
Una –e paragógica también ha sido descrita para el castellano altiplánico (Cutts 1973: 18),
pero con una productividad más amplia, que alcanza, además del contexto descrito (comere
< comer , collare < collar ), a palabras terminadas en /s/: seise < seis, dieciseise < dieciséis
y veintiseise < veintiséis. Cutts también registra posibles casos de posible
«hipercorrección» como hacemose < hacemos y puese < pues. El adstrato aimara y su
aversión a las consonantes en posición final (Cerrón-Palomino 2000: 175-176) pueden
explicar la presencia de esta tendencia en Puno. En la región estudiada, sería difícil postular
un efecto de sustrato, dada la restricción de este hecho al extremo sur de la «zona
consensual».
4.3 ASPECTOS MORFOSINTÁCTICOS
Tres unidades morfosintácticas diferencian las hablas castellanas de Pallasca, Otuzco y
Cajabamba del castellano andino de adstrato quechua y aimara: dos diminutivos, –ash– y –
an–, como en chinasha ‘muchachita’ y cholano ‘muchachito’, respectivamente, y un sufijo
verbal de significado deferencial, – ste, como en viéraste y dígaste. Mientras que este último
rasgo se puede atribuir a un cambio interno del propio sistema castellano, los dos primeros
pueden constituir préstamos de la principal lengua del sustrato indígena. Es menos claro a
qué lengua de sustrato se debe atribuir la expresión adverbial urgentiva das, a veces
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reduplicada en dasdás, pues se la puede asociar con ras de los quechuas centrales. Los
trabajos previos han planteado como un cullismo en el castellano andino norteño el
aumentativo –enque, como en fuertenque ‘muy fuerte’ (Cerrón-Palomino 2005; Flores
Reyna 2000: 183; Andrade 1995: 103-104), pero sobre la base de fuentes indirectas. En esta
investigación, he registrado el morfema en el campo, pero únicamente en el norte de la
región de interés, en las localidades de Huamachuco y Cajabamba, y no en Pallasca ni en
Otuzco, por lo cual lo presentaré no como un rasgo compartido de la subvariedad sino
como una característica de alcance dialectal menor, aunque efectivamente atribuible a la
antigua lengua de sustrato.
En cuanto a los fenómenos morfosintácticos, incluyo dos que contrastan con la variedad de
referencia y uno que resulta común con ella, pero que difiere en cuanto a su distribución;
además, presento dos rasgos de interés pero cuya productividad se encuentra
geográficamente restringida; el primero, a la zona de Pallasca, y el segundo, al norte de la
«zona consensual». Los dos fenómenos contrastantes son los siguientes: (1) un caso de
sincretismo en la flexión de la primera persona plural del modo indicativo, de tal manera
que se produce dicemos y no decimos, salemos y no salimos, y producemos y no
producimos; y (2) un sincretismo de régimen en virtud del cual, para algunos hablantes, las
frases preposicionales con a y con de reciben todos los pronombres plenos y no en caso
acusativo, de tal manera que se producen de tú y a yo (no de ti ni a mí, respectivamente). Elfenómeno común con la variedad de contraste es la existencia de la doble marcación en las
frases posesivas, pero con una diferencia, pues se observa una frecuencia mayor del orden
canónico POSEÍDO-POSESOR (su chompa de Juan) y una frecuencia baja del orden inverso
(de Juan su chompa), más cercano a la sintaxis quechua y aimara. De cualquier forma, es
relevante para la discusión sobre contacto de lenguas en la región andina el hecho de que
este último orden, POSESOR -POSEÍDO, haya sido efectivamente registrado en el corpus. Una
particularidad restringida a la zona de Pallasca en el terreno morfosintáctico es la vigenciade onde ∼ donde como marca acusativa. Asimismo, se ha identificado en la parte norte de la
«zona consensual» la anteposición de la marca de negación, lo que produce resultados no
descritos para la variedad de referencia como no casi vengo y no todavía salgo.
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4.3.1 Unidades morfológicas particulares
4.3.1.1 Diminutivo –ash–
El diminutivo –ash– se ha mostrado vigente en el castellano de las tres localidades
estudiadas, en competencia con el castellano – it – y en complementariedad con otro sufijodiminutivo aparentemente indígena, – an – (véase 4.3.1.2). Como – an–, –ash– es
especialmente productivo en el habla familiar y materno-infantil, pero, a diferencia de –an–
, –ash– tiene vigencia en las tres provincias en las que realicé trabajo de campo, mientras
que –an– se concentra en el norte (Cajabamba y Huamachuco) y en el flanco occidental
(Otuzco), excluyendo el sur, donde es poco productivo. El diminutivo –ash– no solo es
recurrente en las tres provincias estudiadas, lo que brinda un panorama generalizable a toda
la región de sustrato culle, sino que, probablemente por razones de migración, el segmento
se emplea incluso en algunas grandes ciudades que están fuera de esta área, como
Trujillo.20
Este diminutivo contiene el segmento fricativo palatal /š/, que, como vimos en 4.2.1.1, tiene
estatuto de fonema en estas variedades de castellano, probablemente debido a su alta
frecuencia en la lengua de sustrato (Adelaar 1990 [1988]: 92). Este diminutivo ya había
sido mencionado en trabajos anteriores (Flores Reyna 2000: 177, 2001: 34; Cerrón-
Palomino 2005: 136), pero sin recibir un desarrollo específico, dada la orientación deambos trabajos, el primero dedicado al registro léxico y el segundo a describir otro
morfema prestado por el culle al «castellano regional», el aumentativo –enque.21
Observemos el comportamiento de este diminutivo en los siguientes ejemplos:
(6)
gato gatasho ‘gatito’cholo cholasho ‘muchachito’
20 La productividad del sufijo en Trujillo se comprueba mediante titulares de prensa que, a mediados del 2011,dieron cuenta de la captura de uno de los principales cabecillas de las bandas delincuenciales trujillanas,apodado Gringasho. El diario vespertino Satélite tituló, por ejemplo, en portada «¡‘Los pulpos’ iban asesinar [sic] a Gringasho!» el 11/06/2011. Por otra parte, en Trujillo, he podido escuchar a migranteshuamachuquinos utilizar ante desconocidos, cuya procedencia geográfica no estaba especificada, la expresióncortés un momentasho ‘un momentito’, con la seguridad de que iban a ser entendidos.21 La mención más antigua del sufijo es la de Mendoza Cuba, referida al castellano infantil de Cabana (1975:5, 22); también se menciona el segmento en Cuba Manrique 2007: 107.
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china chinasha ‘muchachita’bebe bebasho ‘bebito’balde baldasho ‘baldecito’ flor florasha ‘florcita’cerca cercasha ‘cerquita’
Vemos, en los ejemplos, que el antiguo diminutivo se comporta de manera similar al –it–
del castellano, es decir, insertándose entre el final de la raíz y la marca de género, salvo en
el penúltimo ejemplo, en el que el castellano preferiría un apoyo consonántico, con la
variante [ –sit –] para derivar florcita y, en algunas variedades del idioma, [–esit–] para
florecita. En contraste, –ash– se adosa directamente a la raíz sin apoyo consonántico
alguno. Tal como –it– en castellano andino, –ash– se puede sufijar a bases adverbiales
(cercasha), y no solo a bases nominales (nombres y adjetivos). Otra particularidad del
sufijo reside en el hecho de que la palatalidad de la sibilante puede asimilarse al fonema /s/
cuando este forma el final de la raíz, como es el caso de casa, que desemboca en cashasha
‘casita’, y no en casasha.
Rocío Caravedo (1992a: 732) mencionó el supuesto sufijo «acho / acha», con africada y
«pronunciado a veces con una palatal fricativa sorda», para «muchos lugares de la sierra»,
entre ellos, Santiago de Chuco, ubicado en la zona de estudio. Caravedo también ha
mencionado el proceso de asimilación descrito en el párrafo anterior en los siguientestérminos: «en la sierra norte, cuando la palabra termina en una sílaba con s (como casa o
voz) se produce un mecanismo asimilatorio según el cual la s se palataliza y se pronuncia
como cachacha, vochacha». Llama la atención que a pesar de que la destacada lingüista y
maestra menciona una palatalización de la /s/, representa el segmento de base con una
africada (cachacha, vochacha). Ella parece ver, así, la fricatividad del segmento como un
fenómeno de orden alofónico, pues, en su origen, el fonema sería africado («acho / acha»).
En mi corpus, la consonante que conforma el segmento es claramente fricativa y no
africada. Caravedo ha señalado que sus datos proceden de encuestas realizadas en la sierra
norte, especialmente en Santiago de Chuco. Sin embargo, he confirmado en Otuzco, en
Cajabamba, en Pallasca, en Huamachuco —y también en Santiago de Chuco, en una visita
previa, realizada a fines de la década de los ochenta—, que el sufijo se pronuncia con
fricativa prepalatal y no con palatal africada, y que es como fricativa prepalatal que termina
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pronunciándose la s de la raíz casa en cashasha.22 Al parecer, una confusión perceptiva al
interpretar fonéticamente sus datos llevó a Caravedo a afirmar que el segmento es
«probablemente proveniente del diminutivo quechua», –cha–, que contiene una africada.
Otra posibilidad es que la tendencia a buscar la explicación de las particularidades norteñas
en la morfología quechua —en este caso, en un morfema que contiene una africada— haya
llevado a forzar involuntariamente los datos. De ser así, estaríamos ante un ejemplo claro
de las consecuencias negativas que ha tenido el interpretar las hablas norteñas a partir de las
descripciones vigentes del castellano andino, que parten de un sesgo sureño, de marcada
influencia quechua.
Que el diminutivo quechua no debe homologarse al segmento en cuestión queda claro si
consideramos su aplicación, con matiz afectivo, a los nombres propios masculinos. Se tratade un empleo muy productivo de este diminutivo que ilustro a continuación, en la segunda
columna, en contraste con la derivación correspondiente al diminutivo quechua, prestado al
castellano andino sureño, que incluyo en la tercera:
(7)Base Diminutivo –ash– Diminutivo –cha Pablo Pablasho Pablucha Manuel Manuelasho Manuelcha Andrés Andreshasho Andrescha
En (7) observamos que –cha del quechua y – ash – tienen un comportamiento diferente en la
derivación de nombres castellanos. Ambos segmentos se distinguen, además, en el plano
fonético-fonológico, mediante la africada /č/ y la fricativa prepalatal /š/. Así, podemos
concluir que este segmento no tiene origen quechua, como suponía Caravedo (1992a).
Antes bien, postulo origen culle para el morfema, atendiendo, en primer lugar, a la
presencia de la fricativa prepalatal sorda, recurrente, como hemos visto, en la antigua
lengua. Este indicio, sin embargo, resulta insuficiente para la atribución idiomática, ya que
tanto los quechuas centrales como los aimaras centrales cuentan con este segmento en su
repertorio fonológico, y los hablantes de distintas variedades del castellano en los Andes
norteños lo usan de manera consistente con matices afectivos, como ha notado Alberto
22 Flores Reyna (2000: 177) aporta el ejemplo pescueshasho ‘de cuello corto o pequeño’, coincidente con midescripción.
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Escobar (1978: 56). Por ello, es necesario atender a la distribución regional del diminutivo,
que, como vimos, recorre diferentes localidades inscritas en la zona de emplazamiento del
culle, a saber, Cajabamba, Otuzco, Pallasca, Huamachuco y Santiago de Chuco. 23
Para explicar el sorprendente hecho de que el castellano andino norteño de sustrato culle se
haya prestado un morfema de la lengua indígena sojuzgada —y, previsiblemente,
estigmatizada—, presento la explicación propuesta por Cerrón-Palomino (2005) sobre el
problema equivalente de la supervivencia del sufijo aumentativo –enque en el mismo
castellano regional (véase 4.3.1.5). El mencionado lingüista argumenta que allí donde «las
lenguas nativas cedieron tempranamente al castellano se dio una suerte de pax lingüística, y
es en dicho contexto en el que, al perderse el recuerdo de la lengua nativa, desaparecía
también todo espíritu inquisidor idiomático». Agrega el investigador que, en el caso de –enque, se sumaba el hecho favorable de que su fisonomía y su pronunciación parecían
castellanas (Cerrón-Palomino 2005: 136). En el caso de –ash–, notamos que ambas
condiciones se cumplen para la explicación del problema planteado: en primer lugar, es
claro que la extinción del culle en las localidades estudiadas debe de haberse producido
hace, por lo menos, tres generaciones, en el mejor de los casos (el de Pallasca), a juzgar por
las brumosas referencias a «alusiones de los mayores» a una «lengua antigua». En segundo
término, dado que la fricativa prepalatal no era ajena al sistema fonológico castellano en el
siglo XVI, el sufijo en cuestión pudo pasar al repertorio castellano sin mayores problemas
en las primeras etapas de aprendizaje de la segunda lengua por parte de los cullehablantes.
Ya incorporado como préstamo, con el correr del tiempo, los hablantes mantuvieron su
vigencia una vez perdida la lengua nativa, dada la familiaridad con el segmento, presente en
diversidad de términos también prestados de la lengua de sustrato, por lo que ha cobrado
carácter de fonema en estas hablas castellanas (ver 4.2.1.1).
23 En cuanto a la variación generacional, Mendoza (1975: 22) ha aportado evidencia de la productividad delsegmento en el habla infantil de Cabana, provincia de Pallasca. Los ejemplos de Mendoza son hermanasho,ojashos, sequisasha y Ramonshasho. Nótense, en los dos últimos ejemplos, tendencias morfofonémicasdistintas de las observadas por mí; en primer lugar, un alomorfo [ –sash –] en sequisasha y Ramonsasho y, ensegundo término, la ausencia de palatalización de la primera sibilante, que sería lo esperable según nuestrosdatos: sequishasha y Ramonshasho. El hecho de que los datos de Mendoza surjan de niños tal vez puedaexplicar estas diferencias. En Cabana he registrado poquishasho ‘poquitito’, pronunciado [pok.’ša.šo], quecontrasta con los datos de Mendoza. En este último ejemplo también observamos el ensordecimiento y caídade la segunda vocal (4.2.3.4).
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Cabría pensar en la posibilidad de que sea el sufijo despectivo castellano – aj –, como en
colgajo y sonaja, el que esté en la base del segmento revisado en esta sección, suponiendo
que en este caso, la /x/ se deba a una antigua fricativa prepalatal idéntica a la de –ash–. Sin
embargo, Pharies (2002, sub – ajo) aclara que la historia de este sufijo es más compleja, y
que no ha pasado por el segmento en cuestión, ya que se origina en «la convergencia de dos
sufijos latinos, concretamente – āculum –ī […], que sirve para derivar nombres de
instrumentos, lugares y objetos a partir de bases verbales, y -ālia –īum […], que forma
colectivos a partir de bases mayoritatiamente nominales».
El lingüista Julio Calvo (2007) ha pensado en otra posibilidad de origen castellano para el
sufijo. Para él, el morfema se debería relacionar, más bien, con el sufijo aumentativo del
español estándar –az–, en una suerte de contrario semántico respecto del significadonuclear de este morfema (oposición que Calvo gusta describir con el término «espínico»).
Sin embargo, Calvo no analiza los ejemplos citados por Cerrón-Palomino (2005: 136) para
el diminutivo, los cuales proceden de Flores Reyna (2000): carasha ‘carita’, ojasho ‘ojito’,
pescueshasho ‘pescuecito’, y no explica por qué no se mantiene en ellos el significado
aumentativo y, más bien, solo se observa el matiz diminutivo. Crucialmente, existen pares
mínimos entre el aumentativo castellano – az– y el diminutivo que estamos analizando, tal
como he observado en Otuzco, donde se diferencia picazo ‘pico grande de un ave’ de
picasho ‘pico pequeño de un ave’ y ojasho ‘ojito’ de ojazo ‘ojo grande’.24 Por otra parte,
Pharies (2002, sub –azo) no registra ningún matiz diminutivo en la historia de este
morfema, que tiene una función aumentativa y de derivador de nombres de golpes, esta
última más tardía y derivada de la primera. Todo ello haría sumamente improbable pensar
en una evolución semántica como la propuesta por Calvo. Así, podemos descartar que este
segmento tenga origen quechua (Caravedo 1992a: 732) y origen castellano (Calvo 2007:
216). Más bien, la revisión de los datos invita a postular origen culle para este segmento,
principalmente por su distribución geográfica y, de manera secundaria, por la presencia de
la sibilante palatal. Cabe señalar, por último, que en cuanto a su distribución geográfica, el
morfema ha sido registrado, además de la «zona consensual», en el valle de Cajamarca y en
24 Mendoza (1975: 5) aportó el par mínimo /gat-ás-o/ ‘gatazo’ y /gat-áš-o/ ‘gatito’ para el habla infantil deCabana, Pallasca.
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Celendín (Carrasco 2007, pero a partir de fuentes literarias). En Andrade (2010) propongo
una explicación para la presencia del segmento en Cajamarca.
4.3.1.2 Diminutivo –an– Junto con –ash–, que entiendo como un morfema procedente de la lengua de sustrato, e –it–
, del castellano, se ha registrado un tercer diminutivo en dos de las tres zonas estudiadas,
Otuzco y Cajabamba, y con menor productividad en Pallasca. Tal como sucede con –ash–,
–an– se emplea en contextos comunicativos informales y preferentemente familiares; por
ejemplo, es productivo en la comunicación entre adultos y niños. A partir de la reflexión
metalingüística de los hablantes, no es posible especificar cuáles son las distinciones
semánticas o pragmáticas entre ambos diminutivos.25 Se requeriría una observación
específica para determinar los factores que inducen a la elección entre uno y otro. A partir
de un estudio panorámico como el que he realizado, los mismos hablantes que en
Cajabamba y Pallasca utilizan –ash–, minutos después pueden usar –an– e incluso hacerlo
con la misma raíz. Por esta razón, fuera de un detalle distribucional que explicaré después,
la única distinción que planteo por el momento entre ambos diminutivos es de índole
dialectal. Mientras que –ash– es productivo en toda la región estudiada y, por tanto, podría
plantearse como un rasgo común de la subvariedad postulada, el uso de –an– se observa
productivo en los sectores norteño y occidental, excluyendo las zonas sur y oriental, donde
no es inexistente, pero sí tiene baja frecuencia. Su mayor productividad se observa en la
subregión de Huamachuco-Cajabamba, la única zona en que he observado una frecuencia
equivalente en el uso de –an– y de –ash–. Veamos a continuación algunos ejemplos de
raíces en las que se ha encontrado –an–:
(8)a. mano manano ‘manito’b. carro carrano ‘carrito’c. alforja alforjana ‘alforjita’d. cholo cholano ‘muchachito’
25 En todo caso, esta información es insuficiente y contradictoria: en Lluchubamba, un hablante de Jocos(Cajabamba) comentó que una manano es más grande que una manasho y que un cholano es más grande queun cholasho, pero en Cabana (Pallasca) se me dijo exactamente lo contrario.
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e. china chinana ‘muchachita’ f. viejo viejano ‘viejito’g. angosta angoshtana ‘angostita’
Como sucede con –ash–, y como es habitual en los diminutivos en general, en el uso de
este segmento se puede deslindar un valor predicativo y otro afectivo. En el grupo deejemplos anteriores, podemos observar que, tal como el diminutivo castellano, –an– se usa
para indicar la dimensión pequeña del referente en los tres primeros ejemplos. En 8a, una
hablante de Otuzco se está refiriendo a las pequeñas manos que tiene el duende (de acuerdo
con la entrevista, ella lo ha visto peinándose con sus mananos). En 8b, carrano se refiere a
un vehículo de propiedad del concejo municipal de Marcabal, que, durante mi visita, era
una alternativa de transporte que me fue recomendada en algún momento para un trayecto
corto. En el contexto comunicativo, se contraponía ese vehículo a los carros grandes de las
empresas de transporte interprovincial que hacían la ruta Huamachuco-Cajabamba.
Alforjana, de 8c, se refiere a las alforjas que preparan las tejedoras a manera de recuerdo,
del tamaño de la palma de la mano; no son las alforjas «reales» que sirven para cargar
productos. 3d-e muestran ejemplos muy recurrentes del uso afectivo de este sufijo, con las
raíces típicas para referirse a los niños del entorno cercano. En Lluchubamba (Cajabamba),
pude escuchar el llamado cariñoso de atención ¡Cholano, calajo!, dirigido por un adulto al
hijo de unos vecinos que no sabía dar razón del paradero de sus padres. Por el cambio
calajo < carajo, este adulto parecía estar usando un rasgo de baby-talk , la lateralización de
/r/. Es interesante que sea en este marco que haya introducido el diminutivo. En el caserío
La Conga, de Marcabal (provincia de Sánchez Carrión, La Libertad), pude escuchar a una
niña de 3 años llamando cariñosamente a su hermano menor, un bebé, choyano (<
cholano). Aquí observamos, más bien, la deslateralización de /l/ y su
semiconosonantización como un rasgo afectivo adicional. En Otuzco se registró la frase
¡Los dos cholanos se han propuesto a dormirse!, referida a los dos niños del entorno
familiar, que se habían dormido al mismo tiempo. Lo mismo se aplica, en 3e, a china (< q.china ‘hembra’), la palabra informal para nombrar a las niñas y muchachas del entorno
familiar en las zonas rurales de la sierra norte (Rohner y Andrade e. p.). 3f procede de la
observación hecha por una hablante de Agallpampa (Otuzco, La Libertad), que estaba
conversando con su hermana acerca de las profesiones que se pueden ejercer hasta la vejez.
Ella comentó que los actores y actrices de teatro pueden trabajar hasta viejanos (Esos del
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teatro hasta viejanos ‘tan en actividad). En este ejemplo, se puede observar que el
diminutivo tiene un matiz atenuador que la hablante siente necesario al utilizar la palabra
viejo, que podría resultar derogatoria. En 8g comprobamos que, como –ash–, –an– se puede
aplicar a adjetivos, además de nombres: una hablante en Huamachuco calificaba una tela de
angoshtana, por lo cual no servía para confeccionar determinadas prendas, como rebozos.
En este ejemplo, notamos también el uso intensificador de la palatalización de la sibilante
(ver 4.2.1.1).
Un detalle distribucional que es importante mencionar respecto a ambos diminutivos es el
hecho de que pueden combinarse con –it– del castellano, como un recurso de énfasis, con
la base chiquit–. Así, chiquitano ‘muy pequeñito’ se ha registrado en las tres localidades
observadas. No sucede lo mismo con –ash–, pues chiquitasho se ha encontrado solamenteen Cajabamba. Aunque se trata de un solo ejemplo, es importante mencionar chiquitano
porque esta suerte de doble diminutivo ha sido registrada con frecuencia en las tres
localidades visitadas, aunque restringida a la misma raíz, por lo cual se puede considerar
como una lexicalización.26 Una diferencia combinatoria entre ambos diminutivos es que, tal
como el –it– del castellano, –ash– puede aplicarse a adverbios (cercasha), mientras que no
se han registrado ejemplos similares con –an– (*cercana, *lejanos ~ *lejano).
Este diminutivo, que ha sido registrado también por Pantoja (2000: 96) para Santiago de
Chuco, parece formar parte de topónimos y apellidos registrados en la zona, aunque, en este
caso, se requerirían análisis específicos para deslindarlo del gentilicio castellano. Entre los
apellidos, menciono Chuquiano, Cuzcano, Quiliano y Usquiano. Aunque no tenemos claro,
en todos los casos, el significado de las bases, estas se pueden segmentar si tomamos en
cuenta datos adicionales presentes en la toponimia: así, en Tauca, tenemos el caserío de
Chuquique, de donde podemos segmentar <chuqui->; Cuzcano, con variante gráfica
Cuscano, se puede relacionar con el nombre de Cusco (qusqu, ‘lechuza’, según Cerrón-
Palomino 2008; así, Cuzcano ‘lechucita’); en Quiliano, podemos segmentar <Quili-> por el
nombre del cerro Quillish, en Cajamarca, que es también el de una especie vegetal, un
26 Fuera del corpus, he registrado también cochanito ‘cerdito’ (< q. kuchi) en una entrevista a un adulto mayor de Usquil (provincia de Otuzco). Cochanito y chiquitano muestran una distribución inversa de losdiminutivos castellano y vernacular.
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arbusto del que se hacen escobas (Escamilo Cárdenas 1993: 8); del mismo modo, en
Usquiano, segmentamos el primer componente por la existencia del topónimo Usquil,
distrito de la provincia de Otuzco, la Libertad. Entre los topónimos, tenemos tres ejemplos,
dos de ellos registrados dentro de la zona culle: Llaucano, río en Cajamarca; Chaldiano,
restos arqueológicos ubicados entre Jocos y Ayangay (Cajabamba), y, fuera del área de
interés, Guanano, quebrada y catarata en San Jerónimo de Surco, Huarochirí, Lima. Flores
Reyna (2000: 181) registra, por último, chacotano como el nombre de un instrumento de
labranza para Huamachuco. El significado diminutivo no ha sido mencionado por Pharies
(2002) para el sufijo español – ano, «cuya función primordial es derivar adjetivos gentilicios
y de pertenencia a partir de bases sustantivas, adjetivas y adverbiales». Este sufijo remite a
–ānus, segmento latino que ejerce la misma función, pero que se aplica solamente a bases
sustantivas.
4.3.1.3 Deferencial verbal –ste (< usted)
Una característica que tienen las hablas castellanas de las tres localidades estudiadas se
inscribe en la morfología verbal: la presencia de una marca deferencial – ste, procedente del
pronombre pleno usted , en casos como dígaste, viéraste y tómeste. Escobar (1993: 124)
presenta algunos ejemplos procedentes de La serpiente de oro, pero no aísla el morfema, talvez por considerarlo como uno de los tantos recursos innovadores en la escritura de Ciro
Alegría, empeñado como estaba el narrador indigenista en representar fielmente la oralidad
norteña. No solo se ha registrado el morfema en fórmulas de cortesía como las
anteriormente citadas, que pragmáticamente pueden funcionar como un enunciado
autónomo, sino también en verbos con complementos, como en la oración Dasdás hágaste
la curación ‘Haga usted la curación rápidamente’ (Lluchubamba, Cajabamba), Si lo
pregúntaste al juez… ‘Convendría que usted le pregunte al juez’ (Lluchubamba,
Cajabamba), Vaste a vender papel bond ‘Véndame papel bond, por favor’ (Marcabalito,
Sánchez Carrión), No se molésteste por lo que lo voy a decir (Agallpampa, Otuzco), ¿On’
se vasté? ‘¿Dónde se va usted?’ (Agallpampa, Otuzco) y Mejor váyaste a su casa
(Agallpampa, Otuzco). Algunos ejemplos adicionales se listan a continuación:
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(9)a. ¡Ciérraste la ventana, mejor! (Cajabamba).b. ¿Qué hora vaste a volver? (Cajabamba).c. ‘Ta que se váyaste, pa que véaste cómo lo tenemos el cementerio de Cajabamba(Cajabamba).
d. ¿Hasta cuándo vaste estar acá? (Huamachuco)e. Ahí bájaste por unas graditas. Ahí hay una puertita: ahí tócaste (Cabana). f. ¡No séaste mala; alquíleme celular un minuto! (Cabana)
Esta marca aparece, como vemos, en las diferentes localidades estudiadas; por ello, se
puede presentar como un rasgo de la región dialectal postulada. Se comprueba que esta
marca forma parte de la palabra fonológica cuando observamos que el acento principal no
se modifica al recibir el morfema en palabras trisilábicas; es decir, tenemos molésteste y
no*moléstesté , opción esta última que permitiría pensar en una segmentación distinta, de
dos palabras (moléste y sté), con aféresis del pronombre. Probablemente esta última figurahaya estado en el origen de la incorporación del pronombre al verbo, pero, desde el punto
de vista sincrónico, la marca ya se encuentra inscrita como un morfema en el conocimiento
de los hablantes. Sin embargo, hay que mencionar que existe un acento secundario en la
pronunciación de la sílaba final de molésteste, hecho que no invalida la propuesta, por
constituir un rasgo general de la palabra castellana con pronombres enclíticos (Hualde
2012: 163-164). Tomando en cuenta esto último, una representación más fiel de la
acentuación de molésteste sería moléstesté , donde la sílaba en negritas es la que contiene el
acento principal.
En los ejemplos de (9), observamos que la marca no solamente se adosa al imperativo,
como en molésteste, sino también al indicativo: ciérraste (9a), vaste (9b, 9d), bájaste,
tócaste (9e); y al subjuntivo: váyaste, véaste (9c) y séaste (9f). Ello muestra una
generalización del morfema a diferentes formas verbales, más allá del imperativo, en el que
probablemente tuvo su origen. El caso de ciérraste entrega una base que no contiene la
marca de tercera persona deferencial, sino la segunda singular; es posible afirmar, entonces,
que la deferencia está reservada al segmento –ste. En la literatura sobre castellano andino,
no se encuentran noticias acerca de una unidad morfológica similar, lo cual podría haberse
dado naturalmente si se toma en cuenta la importancia de la noción de respeto en las
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gramáticas del quechua y el aimara, a juzgar por la diversidad de recursos morfológicos
destinados a expresar cortesía y a mitigar la fuerza del enunciado en dichos idiomas.
Pragmáticamente, esta marca constituye un recurso de cortesía por excelencia. Desde un
punto de vista diacrónico, puede entenderse como una gramaticalización de la noción de
respeto, lo que puede brindar un indicio acerca de la importancia de este rasgo cultural para
las sucesivas generaciones de hablantes que han conformado esta subvariedad. Por ejemplo,
nótese, en el siguiente testimonio, que la entrevistada incluye este morfema en la
reproducción de su propio discurso cuando estaba dirigiéndose a su abuela.
(10)Una vez yo me acuerdo de…‘taría de trece años con mi hermano. Mi abuelita dice:«Váyanse ya». Venimos a la Semana Santa porque acá [en Cabana] es bonita la
Semana Santa, y, como vivíamos en el campo, entonces, me dice mi papá: «Vayan, pero vienen para temprano dar de comer a los bueys porque vamos a arar». Ya, noshemos venido, y, entonces, a mi abuelita le digo: «Ya, nos llámaste para irnos», ynos llamó tres de la mañana. «¡Váyanse!». Ay, pero y la lunaza estaba bonita, y fueViernes Santo. Y ya pue, me voy con mi hermano y por acá, bajando, pasamos unrío. Y yo fui a mirar así y vi un bulto: cabeza de acá para arriba, blanco, y paraabajo, negro, y como si que hubiese estado bailando en el aire, ¿no? Y le digo a mihermano: «Avanza, avanza», y él iba a mi tras porque era más chiquiyo, ¿no?, y yamás abajo ya no podía caminar. Parecía que caminaba en altos y bajos, altos y bajos,y no podía caminar, y el bulto nos seguía… (Cabana, Pallasca).
Nótese que solo cuando la entrevistada se dirige a su abuela aparece la forma deferencialque estamos estudiando: nos llámaste. En los momentos en que la abuela se refiere a ella, y
cuando ella se comunica con su hermano, los verbos carecen de una marca similar. De
hecho, el trato de usted está opuesto al de tú actualmente en la región, pero evidencias
lingüísticas y documentales llevan a pensar que la oposición tradicional ha sido entre usted
y vos, donde el último pronombre es la fórmula para el trato horizontal entre pares,
mientras que el primero constituye la opción reservada para la comunicación jerárquica
(por ejemplo, de hijos a padres, de nietos a abuelos) y entre personas que carecen de
confianza entre sí (por ejemplo, de lugareños a visitantes). De este modo, la
gramaticalización de –ste puede entenderse como un refuerzo de la noción de jerarquía en
la morfología verbal, en un interesante caso de gramaticalización.
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Desde el punto de vista pragmático, existe un recurso fonético adicional para atenuar la
distancia en el uso de este recurso morfológico, y es el uso afectivo de la palatalización de
la sibilante (ver 4.2.1.1): por ello, se pueden escuchar casos como apúreshte (< apúreste <
apúreseste), que entiendo como una combinación de jerarquía (–ste) con afectividad
(palatalización de /s/). En el mismo sentido, Escamilo Cárdenas (1993) entrega los
ejemplos Véngashte pacashita a shundurarse a mi lado ‘Venga usted para acá y
acurrúquese a mi lado’ y Ushté nos hashte convidado un cushalito muy rico ‘Usted nos ha
convidado un caldito muy rico’.27 En estos ejemplos, notamos que la palatalización alcanza
no solo a la sibilante del morfema – ste sino a las demás sibilantes del enunciado, excepto la
/s/ de nos en el segundo ejemplo. El propio recopilador, un sociólogo rural con amplio
trabajo en el valle de Chusgón y nacido en la zona, confirma la interpretación que vengo
presentando, al señalar, respecto a su segundo ejemplo, que «como en la oración anterior,está pronunciado con mucho respeto y cariño». En mi lectura, en estos ejemplos, el respeto
está gramaticalizado en – ste, mientras que el «cariño» es transmitido por la palatalización
masiva de /s/.
En apúreshte, observamos, asimismo, una tendencia morfofonémica frecuente en relación
con este segmento: la haplología o reducción silábica cuando el sufijo se ubica después de
la marca pronominal de tercera persona (más propiamente, segunda deferencial) – se – o
después de una base que tiene esta misma sílaba, como pase–, con lo que se produciría la
secuencia –sesté . En estos casos, se prefiere simplemente –sté: pasté (< páseste), apúreste
(< apúreseste), diste (< díceste), aunque ello no implica que no se pueda escuchar páseste.
En el ejemplo de Escamilo Cárdenas Ushté nos hashte convidado un cushalito muy rico,
notamos que la marca puede sufijarse también al verbo auxiliar haber en los tiempos
compuestos. El ejemplo es especialmente ilustrativo por dos razones: por el carácter
declarativo (no imperativo) del enunciado, como podrían entenderse la mayor parte de los
ejemplos reunidos en (9), y porque el enunciado ya contiene el pronombre Usted como
sujeto y, a pesar de su presencia, el verbo incluye el segmento que estamos revisando. En
27 Shundurarse es un quechuismo: shundu- ‘ovillarse’, mientras que cushal es un cullismo. Las glosas son del propio autor.
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mi corpus registro otro ejemplo de –sté sufijado al verbo auxiliar: ¿Haste dejado abajo
onde el… abajito onde mi cuñao la chela, dice? ‘¿Dicen que usted ha dejado abajo, en la
casa de mi cuñado, la cerveza? (Agallpampa, Otuzco).
Por último, es relevante mencionar que, aparte de – ste, existe un caso marginal distintivo de
forma pronominal nominativa enclítica, en lugar de proclítica, que ya no es productiva, sino
que se encuentra fosilizada en una sola raíz: el pronombre de primera persona – me con el
verbo ir en la forma voyme en vez de me voy. Cabe resaltar que voyme alterna como uso
rural frente a la alternativa con proclisis me voy en los hablantes más urbanizados y con
mayor educación formal. Voyme también ha sido registrado entre hablantes mayores del
distrito de Magdalena de Cao, en la costa norte del Perú.
4.3.1.4 Urgentivo das ~ dasdás
Entre los indigenismos aparentemente no quechuas compartidos por Santiago de Chuco y el
quechua de Cajamarca, Adelaar con la col. de Muysken (2004: 403-404) destaca la
expresión adverbial das. Pantoja (2000) ya la había identificado en Santiago de Chuco, y la
había glosado como ‘rápidamente’. He registrado este elemento adverbial en las diferentes
localidades estudiadas, tanto en su forma simple como duplicada, como vemos en los
siguientes ejemplos:
(11)a. Pero das acabamos y nos vamos (Cajabamba).b. Dasdás hágaste la curación (Lluchubamba).c. Cuando [el maíz] está sequito, dasdás desgrana (La Conga, Sánchez Carrión)d. Voyme das lo saco rapidito (Lluchubamba).e. No sé si vendrá das. ¿Cómo será? (San Marcos)
Como vemos en los ejemplos anteriores, das y su variante reduplicada le imprimen al
enunciado un matiz de inmediatez, rapidez en la acción y apremio. En 11a, la empleada de
un restaurante le está comunicando a su jefa, que quiere encargarle una nueva tarea, la
urgencia con que acabará sus pendientes para retirarse. En 11b vemos que la fórmula le
agrega a un pedido de curación un matiz de apremio. El pedido es formulado mediante una
forma imperativa mitigada mediante el segmento verbal – ste, que expresa respeto y
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distancia (véase 4.3.1.3), mientras que dasdás expresa, de manera complementaria, la
urgencia con la que el hablante requiere que el oyente, uno de los curanderos más reputados
de la zona, inicie la curación. En 11c y 11d, notamos un uso descriptivo de dasdás y das,
reemplazable por ‘inmediatamente’, mientras que en 10e la expresión puede ser
reemplazada por ‘pronto’.
Das ~ dasdás se inicia con el segmento /d/, que era un sonido recurrente en la lengua
principal del sustrato indígena, el culle, aunque no se podría precisar si tenía estatus de
fonema hasta no hacer un análisis pormenorizado del léxico disponible. No tenemos ningún
ejemplo de cullismo con /d/ en posición inicial, pero el segmento aparece con frecuencia
después de nasal: candaupa ‘fruto aéreo de la papa’,28 cundusha ‘mujer de mala fama’ en
Cajabamba (Cárdenas Falcón y Cárdenas Falcón 1990), condolgo ‘persona pobre,maltrajeada’ en Santiago de Chuco (Flores Reyna 2000), shundar ‘castigar, golpear’ en
Santiago de Chuco (Flores Reyna 2000), llanda ‘figura antropomorfa en el tejido artesanal’,
landa ‘cabello’, urande ‘alma, espíritu’ en Mollepata (Flores Reyna 2000), uruganda
‘eructo, indigestión’ en Santiago de Chuco (Flores Reyna 2000), cholonday ‘variedad de
papa’ en Tauribara, Huandoval (Cuba 2000), cúndar ‘piojo de cerdo’ para la misma
localidad (Cuba 2000), shiniganda ‘baya dulce comestible’ para la misma localidad (Cuba
2000) y muniguindo ‘redondo’ en la relación agustina (San Pedro 1992 [1560]: 187).
También se registra en posición intervocálica, como en shubada ~ shubadán ‘fontanela’,
cadul ‘maíz tierno tostado’ en Santiago de Chuco (Flores Reyna 2000), cudache ‘codo’
(Flores Reyna 2000), cudache ‘quesillo sin sal’ en Huamachuco (Escamilo Cárdenas 1993),
shade ‘ligero’ en Santiago de Chuco (Flores Reyna 2000) y <quidā> ‘mar’ en el «plan» de
Martínez Compañón (1978 [1790]). En un solo caso, en sílaba con grupo consonántico
oclusiva-líquida: odre ‘vientre’, de la lista del padre Gonzales (Rivet 1949). También, en un
solo caso, después de consonante pero en sílaba independiente: puldunga ‘habas o arvejas
maduras (pero no secas) tostadas’ para Tauribara, Huandoval (Cuba 2000). Esta
variabilidad en la distribución del segmento sugeriría estatus de fonema e invitaría a
atribuirle origen culle a das, iniciada con /d/, lo que va de la mano con su distribución
geográfica. Sin embargo, en el quechua del Callejón de Huailas, se registra ras,
28 Cuba (2000) registra candullpa en Tauribara, Huandoval, Pallasca.
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pronunciado con vibrante múltiple, con la misma función adverbial y el mismo significado
(Julca Guerrero 2009: 168, 170),29 así como en el valle del Mantaro.30 Esto dificulta la
tarea de deslinde mientras no aclaremos cuáles eran los fonemas del sistema fonológico
culle, lo que permitiría analizar si en este caso conviene pensar en un cambio r d (ras
das) en el culle desde el quechua, o d r (das ras) en el quechua central desde el culle.
Por último, cabe mencionar que en Cabana he registrado expresiones alternativas a das:
rash y sas, pero no en el uso espontáneo sino como parte de reflexiones metalingüísticas de
algunos entrevistados. Estos han mencionado que rash hace referencia a la rapidez de las
acciones, sas a la inmediatez en una salida y das al apremio en un pedido. Todo esto solo
parece una suerte de interpretación etimológica guiada por la fonética del adverbio rápido
(rash) y de los verbos salir (sas) y dar (das), del castellano. En el caso de sas, habría que
evaluar, asimismo, si estamos ante la onomatopeya del castellano (zas). Finalmente, laexpresión ha sido registrada, fuera de la «zona consensual», también en el quechua de
Cajamarca (Quesada 1976a) y en el castellano de Celendín (Carrasco 2007, pero a partir de
fuentes literarias).
4.3.1.5 Aumentativo –enque
El aumentativo –enque ha sido registrado por la lingüística andina desde que, a inicios de
los años sesenta, Alberto Escobar analizó el castellano de la novela La serpiente de oro, de
Ciro Alegría. Ambientada en Calemar (distrito de Bambamarca, provincia de Bolívar, La
Libertad), en la margen oriental del río Marañón, la novela de Alegría reproduce rasgos del
castellano regional en la construcción literaria del habla de los personajes, los «balseros»
del Marañón. Entre esos rasgos, se encuentra el morfema – enque, específicamente en el
habla del viejo Matías, uno de los lugareños. Escobar clasificó el segmento como un sufijo
de uso poco frecuente y le asignó un significado «que intensifica y enfatiza el valor positivo
indicado por el nombre, adjetivo o adverbio», sin atribuirle un origen idiomático específico;apuntó solamente que «incita a pensar en un efecto de sustrato o préstamo» (Escobar 1993:
114). Los ejemplos aportados por Escobar a partir de la obra literaria son los siguientes:
29 Curiosamente, según explica Julca Guerrero (2009: 170), ras es frecuente en el quechua huailas, pero no enel conchucano, que es el limítrofe con la región culle; en este último, la expresión equivalente más frecuentees wip.30 Rodolfo Cerrón-Palomino, comunicación personal, mayo del 2012.
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(12)hace tiempenque ‘hace mucho tiempo’abajenque ‘mucho más abajo’nadadorenque ‘gran nadador’
En 1993, Escamilo Cárdenas incluyó un ejemplo adicional para el morfema —feyenque
‘feo, horrible en grado superlativo’— en una recopilación destinada a mostrar la influencia
de la lengua culle en el castellano de Huamachuco. Ejemplificó la entrada con la siguiente
oración: «Realmente ese sapo es muy feyenque». En un trabajo previo (Andrade 1995: 103-
104), presenté algunos datos adicionales entresacados de una monografía provincial de
Cajabamba (Touzett Arbaiza 1989): allasenque ‘aumentativo de allá, que queda muy lejos’,
flaquenque ‘muy flaco’, golpenque ‘golpazo’ y grandenque ‘bastante grande’.
Posteriormente, el investigador Manuel Flores Reyna (2001: 34; 2000: 176, 183) agregómás ejemplos al conjunto: allenque ‘muy lejos’,31 arribenque ‘muy arriba’, burrenque
‘muy burro’, grandenque ‘demasiado grande, muy grande’, lejenque ~ lejenques ‘muy
lejos’, malenque ‘muy mal (de salud)’, oscurenque ‘demasiado oscuro’ y palenque ‘árbol
(palo) muy grande’.
Contando con este corpus, Rodolfo Cerrón-Palomino (2005) presentó una propuesta
general acerca del morfema, y reforzó la idea de que el segmento tiene origen culle. En este
artículo, Cerrón-Palomino describe el comportamiento del segmento, apuntando que falta
recoger más datos para entender algunos aspectos del mismo, y ofrece una explicación
sociolingüística para entender el siguiente problema: «¿Cómo es que una lengua
considerada menor como el culli deja una marca gramatical en el castellano y no ocurre
otro tanto con el quechua o el aimara, con haber sido las ‘lenguas mayores’?». La respuesta
que ofrece, como vimos antes, es la siguiente: «Allí donde las lenguas nativas cedieron
tempranamente al castellano se dio una suerte de pax lingüística, y es en dicho contexto en
el que, al perderse el recuerdo de la lengua nativa, desaparecía también todo espíritu
inquisidor idiomático», lo que favoreció la consolidación del préstamo. Además de la
extinción del culle, habría jugado a favor de la transferencia la fonética del segmento,
31 Este autor también registra allacenque, con la glosa ‘demasiado lejos’.
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cercana a la del castellano (Cerrón-Palomino 2005: 136). Esta hipótesis ha sido cuestionada
por el lingüista español Julio Calvo, quien señala lo siguiente:
En el ámbito del español, el sufijo –enque / –engue se da en diversos lugares
(Honduras: machengue ‘machote’, mejengue ‘enredo’; en Cuba y Chile tenemos fuñingue ‘débil’, entre otros) y hay siempre un significado subyacente de algogrande o exagerado y/o feo: cañingue (como enclenque), perendengue ‘arete’,bullarengue ‘nalgas voluminosas’, perrengue ‘emperrado’ o el célebre potingue delas farmacias. A ellos se suman, con igual semántica, los peruanismos aportados por Cerrón-Palomino: feyenque, flaquenque, etc.; ello obliga a una revisión de estaaventurada hipótesis (Calvo 2007: 216).
En su defensa de un origen «interno» para el segmento, Calvo no explica por qué los
ejemplos norteños solo se dan con oclusiva velar sorda (–enque), y no con oclusiva velar
sonora (–engue), cuando tanto en el castellano de la zona como en la principal lengua del
sustrato indígena /g/ ha sido una unidad del repertorio fonético-fonológico. Establecer dicha
relación sería necesario para vincular con justicia el feyenque y el flaquenque del castellano
andino norteño con machengue, mejengue, fuñingue, cañingue, perendengue, bullarengue,
perrengue y potingue, entresacados de variedades americanas tan diversas como la cubana,
la chilena y la hondureña. Por otro lado, el énfasis que pone Calvo en lo «exagerado y/o
feo» para la semántica del segmento no permite explicar casos claramente ponderativos
como el nadadorenque de Ciro Alegría.
David Pharies ha desarrollado un extenso y minucioso trabajo sobre los sufijos –nc– / –ng–,
de las lenguas iberorrománicas (Pharies 1990). Tomando en cuenta datos del español, del
gallego, del portugués y del catalán, aborda en su investigación los sufijos –enc– ~ –eng–
(como en mostrenco y abolengo),–anc– ~ –ang– (como en potranca y muchitanga), –onc–
~ –ong– (como en floronco ‘chichón’ y mondongo), –ing– (como en señoritingo) y –unc– ~
–ung– (como en corunco ‘pelirrubio’ y farrunga ‘fiesta de medio pelo’). Para el caso del
español, construye su corpus tomando en cuenta no solamente léxicos regionales devariedades peninsulares sino también hispanoamericanas. El estudio es relevante para esta
discusión porque considera a –enque como una variante de –enc– ~ –eng–, junto con –enco
del castellano y del catalán, –enc del catalán, –engo del español, el gallego y el portugués, y
–engue del español y el portugués. En principio, esto parecería darle la razón a la objeción
de Calvo. Sin embargo, al revisar el corpus construido por Pharies, se puede observar que
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solo figuran cuatro instancias de –enque, y de esas cuatro, tres son peruanas y una cubana, a
saber, hambrenque ‘hambriento’, nadadorenque ‘der. de nadador’, tiempenque ‘der. de
tiempo’, las tres peruanas, y patulenque ‘patuleco’, el cubanismo, único ejemplo no
peruano. Como se ve, los tres ejemplos peruanos son idénticos a los de Ciro Alegría, y han
sido entresacados por Pharies de Peruanismos (Hildebrandt 1969: 204), donde se definen
con precisión, a partir de la obra de Alegría, como formas con «valor aumentativo o
enfático», pero Pharies no las recoge así, o bien las interpreta mal, como en el caso de
hambrenque, que glosa como ‘hambriento’, cuando Hildebrandt le asigna un significado
cercano a hambruna. Nadadorenque figura como ejemplo de las dificultades de
identificación categorial que atravesó el estudio, debido a que los registros utilizados para
la construcción del corpus no ofrecieron definiciones de los ítems seleccionados. No es de
extrañar, por eso, que al momento del análisis de –enc– ~ –eng–, al que dedica un capítulodel trabajo, Pharies no recoja estos ejemplos, salvo patulenque, dentro del campo semántico
«designaciones de personas y/o sus rasgos». De este modo, el carácter aumentativo no
figura —no puede figurar— entre los nueve rasgos semánticos aislados por el estudioso
como característicos de estos sufijos, a saber, «términos de propiedad y posesión»,
«designaciones de personas y/o sus rasgos», «animales», «defectos físicos», «tierras y
aspectos del terreno», «procedencia», «cualidades físicas de los objetos», «objetos de
calidad inferior» y «designaciones de tiempo y edad». Aunque este error no cuestiona la
conclusión principal del estudio de Pharies —el origen gótico del sufijo –enc– ~ –eng–,
desde la forma – ingôs, diseminado a través de la toponimia—, sí permite entender las
dificultades del trabajo para dar cuenta de las formas en – enque, restringidas a América
Latina, para las que se apunta solamente a una hipotética fluctuación libre de la vocal final,
en contra de una teoría previa que señalaba que la palabra enclenque podía haber servido de
modelo para las siguientes derivaciones. También se puede entender la nula consideración
del matiz aumentativo para –engue, a la que se asocia «marginalmente» –enque, formas que
solamente se entienden, tal como lo hace Calvo, como «designaciones de cualidades
indeseables».32 Cabe añadir que entre los hallazgos del estudio, figura el carácter exclusivo
32 De hecho, es extraño que Pharies no haya considerado en absoluto el matiz aumentativo, que, aunque no sereconoce en el corpus para las formas –enque ni – engue, sí se registra para la forma –anco (cast. brutanco ‘persona muy bruta’, bujeranco ‘agujero grande’, gallego forxanco ‘zanja muy grande’), en la forma – ango, –
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de –engo entre los derivativos tempranos con la forma –ng– y el carácter
«abrumadoramente mayoritario» de –enco y –anco (no de –enque) entre los derivativos
tempranos con la forma – nc– (Pharies 1990: 88, 123, 126, 177).
En contraste con Calvo (2007) y con Pharies (1990), en esta descripción adopto la idea de
que estamos ante un segmento de origen indígena y más precisamente culle. Pharies debió
considerar los ejemplos entresacados de Hildebrandt (1969) como datos irrelevantes para su
análisis por ser préstamos de «lenguas exóticas que no podrían haber figurado en la historia
de los sufijos» estudiados, tal como el mayismo chilango ‘habitante de las alturas en
México’ (1990: 7), que excluye de su análisis.33 Sin embargo, no considero el morfema
como un rasgo de la región estudiada porque no lo he registrado en el extremo sureño, la
provincia de Pallasca, ni tampoco en el flanco más occidental, Otuzco, donde se loreconoce como un rasgo propio del habla de los huamachuquinos. En efecto, es en
Huamachuco, al centro de la región de interés, pero sobre todo más al norte, en Cajabamba,
donde el aumentativo goza de vigencia y productividad. Flores Reyna (2000: 183) también
ha registrado el morfema para Cajabamba y Huamachuco, además del distrito de
Angasmarca, en Santiago de Chuco. En las otras dos provincias estudiadas en este trabajo,
Pallasca y Otuzco, las alternativas preferidas para el aumentativo son las propias del
castellano, –az– e –ísim–.
El segmento ha sido descrito por Cerrón-Palomino (2005: 133), en consonancia con
Escobar (1993), como «un sufijo que intensifica el valor adverbial o adjetival de la base a la
que se le agrega». Cerrón-Palomino precisa que la intensificación es de carácter
aumentativo, que, en ocasiones, puede adquirir un valor ponderativo, y en otras, más bien
derogatorio, lo cual depende de la semántica de la base. En cuanto a la derivación, el
lingüista explica que «la regla de sufijación exige la caída de la vocal temática, cuando la
anga (catalán brutango ‘intensificador de bruto’, portugués nariganga ‘nariz grande’), así como en la formadominicana – iningo ( jovensiningo ‘muy joven’, tempraniningo ‘muy temprano’).33 Es discutible también que considere otros americanismos cuya filiación ibérica resulta poco clara, comomandinga ‘negro’ en América y ‘descendiente de negro’ en el Perú, viringo ‘perro chino’ en el Perú y‘desnudo’ en Colombia y Ecuador; collinga ‘diminutivo familiar de colla’ en Bolivia, llamingo ‘llama’ enEcuador, cholenco ‘caballo viejo y estropeado’ en Honduras y México, y pichanga ‘escoba rústica’ enColombia, este último con una base reconocida como quechua por el mismo Pharies. A mi modo de ver,hubiera sido más seguro que el estudioso restringiera su corpus a los ítems extraídos de léxicos europeos.
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base acaba en vocal, mientras que cuando termina en consonante se produce el engarce
automático». Para ilustrar el primer caso, tenemos arribenque, donde la vocal temática /a/
ha caído y solo queda la base arrib–, la que recibe el sufijo; para ejemplificar el segundo
caso, tomemos malenque, donde se parte de la base mal, que recibe directamente el
segmento por terminar en consonante.
En el caso de feyenque, Cerrón-Palomino propone que se parte de una forma feyo, «propia
del castellano rural», lo que concuerda con mi propuesta sobre el tratamiento de las
secuencias vocálicas (subsección 4.2.3.2).34 Para lejenques, variante de lejenque, el autor
propone una derivación por infijamiento, tal como sucede con el diminutivo castellano en
lejitos. Para allasenque, Cerrón-Palomino propone «una base apreciativa previa: allacito
[…], con síncopa del parcial ito». A mi modo de ver, resulta más económico postular unalomorfo [ –senque] en este caso, en el que la base no pierde su vocal, tal como se propone
habitualmente para el diminutivo –it– en allasito; por lo demás, a juzgar por la glosa de
Flores Reyna (‘demasiado lejos’), en este caso, el alomorfo parece aportar a la derivación
un grado mayor de intensificación (compárese allenque ‘muy lejos’ o simplemente ‘lejos’;
Flores Reyna 2000: 183, 2001: 34).
Los datos recogidos en Cajabamba permiten enriquecer en un punto la descripción de este
morfema, al haberse comprobado su carácter invariable en cuanto al género: un cholenque
‘un muchacho grande’, una chinenque ‘una muchacha grande’. Incluyo a continuación las
derivaciones registradas en Cajabamba y Huamachuco que no coinciden con los ejemplos
ya conocidos y citados:
(13)buenenque ‘muy bueno’sopinenque ‘trasero grande’ (< sopino ‘trasero’ < ¿quechua supi ‘pedo’?) fuertenque ‘muy fuerte’
carenque ‘muy caro’cholenque ‘muchacho grande’chinenque ‘muchacha grande’cuerpenque ‘cuerpo grande’caudesenque ‘cola enorme [de una serpiente]’
34 Otra explicación posible es partir de la base feo, con caída de la /o/, a la que sucede la derivación feenque [fe.’en.que], la cual recibe la semiconsonante en un segundo momento, para evitar la secuencia vocálica ensílabas distintas (subsección 4.2.3.2).
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Finalmente, presento un fragmento de conversación en el que observamos la espontaneidad
con que tres hablantes de Marcabalito (Sánchez Carrión, La Libertad) reconocen y utilizan
el segmento, al comentar la súbita lluvia que nos sorprende en un paradero, después de
haber estado alumbrando fuertemente el Sol. El sufijo se utiliza para ponderar la intensidaddel calor previo:
(14) —Señor: Míreste, va a llover. — Señora 1: ¡Para eso ha quemado el Sol! — Señora 2: ¡Fuertenque!
4.3.2 Fenómenos morfosintácticos de interés
4.3.2.1 Sincretismo en la flexión de primera persona plural del modo indicativo: dicemos,salemos, producemos
También en el terreno de la morfología, se ha confirmado, en las tres localidades
estudiadas, la existencia de otro rasgo gramatical que no está presente en el sur andino: una
flexión especial de la primera persona plural, modo indicativo, tiempo presente, para la
tercera conjugación, en virtud de la cual se dice dicemos y no decimos, vivemos y no
vivimos, salemos y no salimos. Este tipo de flexión opera independientemente del carácter bisilábico o trisilábico de la base, puesto que se puede construir también producemos y no
producimos, exigemos y no exigimos, invirtemos y no invertimos. El rasgo aparece de
manera más frecuente en el castellano de los hablantes rurales, con menor nivel educativo y
de mayor edad, pero se debe recalcar que también está presente en los hablantes más
urbanizados, en los que puede alternar con las formas estándares, estas últimas propias de
contextos comunicativos más formales. Dicemos ha sido registrado en las tres zonas
estudiadas,35 salemos en Cajabamba, vivemos en Cabana (Pallasca),36 producemos en
35 En entrevistas realizadas fuera del corpus, lo he registrado también para el centro poblado La Conga(Marcabal, Sánchez Carrión, La Libertad).36 Vivemos también ha sido registrado, fuera del corpus, para San Marcos (Cajamarca).
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Tauca (Pallasca),37 exigemos en Agallpampa (Otuzco) e invirtemos solo fuera del corpus,
en Sánchez Carrión (caserío La Conga).
Entiendo este rasgo de flexión como un fenómeno de sincretismo que ha llevado a reducir
las vocales temáticas de la primera, segunda y tercera conjungaciones –a–, –e–, –i–
(presentes, respectivamente, en cantamos, tenemos, vivimos) a dos opciones: –a– y –e–
(cantamos, tenemos, vivemos); es decir que se ha producido una neutralización de la marca
de segunda y tercera conjugaciones a favor de –e– y, como resultado de dicho proceso, se
observa sincretismo en el paradigma flexivo del verbo.38 En los casos de dicemos e
invirtemos, está en juego, además, un proceso de disimilación para la vocal previa a la
vocal temática, lo que permite evitar *decemos e *invertemos. Tómese en cuenta, para ello,
que los infinitivos correspondientes no son *dicir ni *invirtir sino los estándares decir einvertir . El mismo proceso disimilatorio entra en juego cuando la derivación forma hiato:
reír > riemos y no*reemos (Cabana, Pallasca). A continuación presento algunos ejemplos
adicionales:
(15) partir partemos (Cabana, Pallasca)uncir uncemos (Tauca, Pallasca)dormir durmemos (Agallpampa, Otuzco)
parir paremos (Lluchubamba, Cajabamba)subir subemos (Agallpampa, Otuzco; Cabana, Pallasca)seguir siguemos (Tauca, Pallasca)hervir hirvemos (Lluchubamba, Cajabamba)39
En la literatura dialectológica sobre la península ibérica, se ha podido confirmar que el
mismo rasgo está presente, según Lapesa (1981: 479-480), en un sector específico de
España, en la parte nororiental de la península: La Bureba, Álava, La Rioja y el sector
meridional de Navarra. Los ejemplos que menciona Lapesa incluyen justamente partemos,
de partir , y subemos, de subir, además de saléis, de salir, y estuvemos, de estar . Los dos primeros datos —que son los relativos al tiempo presente, modo indicativo, primera
37 Producemos también ha sido consignado, fuera del corpus, en el centro poblado La Conga (Marcabal,Sánchez Carrión, La Libertad).38 Ver Pomino y Stark (2011) para una discusión de distintas definiciones de sincretismo con referencia a lagramática del español.39 También registrado, fuera del corpus, en el centro poblado La Conga (Marcabal, Sánchez Carrión, LaLibertad). También he encontrado abremos, fuera del corpus, para San Marcos (Cajamarca).
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persona plural— son los relevantes para este análisis, pues son coincidentes con los
registrados en el norte del Perú. Hills registró tempranamente el fenómeno en el español de
Nuevo México, donde consignó abremoh, vivemoh, sintemoh (con infinitivo sintir), riemoh,
durmemoh, siguemoh, quiremoh ~ quiemoh y pudemoh (con infinitivo puder). Parece
razonable, entonces, atribuir el rasgo descrito para los Andes norteños a la retención de una
característica de alguna variedad del castellano presente desde temprano en la zona. Hills
piensa que la lógica de este proceso consiste en permitirle al hablante distinguir entre el
presente y el pretérito (abremoh, presente, vs. abrimoh, pasado) (Hills 1938 [1906]: 29).
Me parece preferible la interpretación basada en la noción de sincretismo, porque otros
casos de ambigüedad entre ambos tiempos, como el de la primera conjugación (jugamos,
presente, vs. jugamos, pasado) no han requerido de la distinción mediante el cambio
vocálico.
Desde un punto de vista sociolingüístico, un dato interesante es que el rasgo es
estigmatizado en las escuelas de Lluchubamba (Cajabamba) y Tauca (Pallasca), porque los
profesores parecen homologarlo al «motoseo» de carácter sureño (Cerrón-Palomino 2003;
Pérez Silva, Acurio Palma y Bendezú Araujo 2008). Por ejemplo, si los niños preguntan
¿salemos al recreo?, la profesora podría corregirlos señalando el «error» por salimos. En
Tauca, una colaboradora relató que esta misma práctica correctiva se ejerce en los grupos
juveniles de capacitación vinculados a la Iglesia católica. Así, en lugar de ser visto como un
fenómeno morfológico de flexión y como una característica única de las variedades andinas
norteñas, el rasgo es concebido por estos profesores como una confusión de i por e, a nivel
fonético, razón por la cual es combatido en las aulas. En este caso, se integra el prejuicio
lingüístico del «motoseo» con una ideología lingüística sureñizadora que impide observar
los fenómenos del castellano andino norteño dentro de su propia lógica.
4.3.2.2 Sincretismo en el complemento de primera y segunda personas de las frases preposicionales: de yo/de tú y a yo/a tú
Otra característica no descrita para la variedad de referencia y que se observa de manera
clara en los castellanos estudiados es un grado mayor de sincretismo en el término de las
frases preposicionales, en virtud del cual todos estos complementos se presentan con los
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pronombres personales de sujeto. De esta manera, se obtienen casos como de yo, de tú y a
yo y a tú, en vez de de mí, de ti y a mí y a ti, como en la variedad estándar y, a juzgar por el
silencio de la literatura al respecto, también en el castellano andino sureño y surcentral.
Veamos algunos ejemplos:
(16)a. Mi primo tiene la edad de yo (Agallpampa, Otuzco)b. El arco iris lo empreñó a mi hijo y a yo (Agallpampa, Otuzco)c. Por el estudio de yo (Tauca, Pallasca)d. Y bueno, ¿qué pasa con yo? No es bueno tener su hijo muy viejo… (Agallpampa,Otuzco)
En (16) observamos que no solamente las frases preposicionales con a y con de son las
involucradas en este fenómeno, como demuestran los ejemplos 16a, 16b y 16c, sino
también con, en el ejemplo 16d; este último caso no es tan frecuente como los anteriores,
sin embargo, dada la competencia de conmigo/contigo.40 Entiendo este fenómeno como una
generalización del sincretismo en el paradigma de las frases preposicionales, en virtud de la
cual todos los complementos o términos se presentan con el pronombre sujeto, y no solo los
de la tercera persona (él/ella) y los plurales (nosotros, ustedes, ellos). Esta es una
alternativa distinta, más simple, que la ofrecida por variedad estándar y, a juzgar por el
silencio de la literatura, también por el castellano andino sureño y surcentral, donde,
ciertamente, tenemos también un sistema sincrético para los complementos de las frases preposicionales, pero que no alcanza a la primera y segunda personas del singular, que
muestran los pronombres mí y ti. En el siguiente cuadro, que detalla los complementos
preposicionales para las diferentes personas con la preposición a, se observan mejor estas
diferencias:
40 No he registrado ejemplos con sobre, para y por , fuera de los estándares.
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Preposición a Castellanosnorteños
¿Complementocon pronombresujeto?
Variedad andinasureña
¿Complementocon pronombresujeto?
Primera personasingular
A yo Sí A mí No
Segunda personasingular
A tú Sí A ti No
Tercera personasingular
A él/ella Sí A él/ella Sí
Primera persona plural
A nosotros Sí A nosotros Sí
Segunda persona plural
A ustedes Sí A ustedes Sí
Tercera persona plural
A ellos Sí A ellos Sí
Cuadro 4.1. Diferencias entre la variedad de referencia y los castellanos norteños en cuanto a
los complementos de las frases preposicionales con a
Es relevante mencionar que Kany (1951 [1945]: 130) ha descrito casos idénticos para una
«extensión geográfica […] mucho más amplia de lo que generalmente se supone» en
Hispanoamérica, pero la mayor parte de sus ejemplos apuntan hacia la región caribeña y
ecuatoriano-colombiana: el autor reúne ejemplos de Ecuador (Van a acabar con yo),
Venezuela (Cerquita e yo está durmiendo un trigueño), Colombia (A yo me mandaron
trabajar con usté; Le gustaba bailar con yo; A yo la rabia me abre el apetito; A yo no meda miedo; Eso sí que no sería con yo; ¿Vivirás siempre con yo?; Eso es pa yo; camine con
yo, etc.), Costa Rica (Él irá delante de yo; A yo me picó la cresta; Se rieron de yo; A yo no
me vengas con cosas… Lo que a yo no me gusta, etc.), El Salvador (Cuchuyáte contra yo,
pue; Síganme a yo; Asina mesmo me parece a yo, patrón; Desímelo a yo, a tu nanita, pues)
y Guatemala (Sé que en mi ausencia hablas de yo; Esta casa es de yo; El mal será para
yo). Además, el autor entrega algunos ejemplos de «habla rústica» de San Luis, Argentina
(Pobre de yo; ¿Te vas con yo?; Yo hablo con yo mismo; Andan preguntando por yo) y
apunta que el mismo fenómeno ha sido registrado en regiones rurales de España,
especialmente en Aragón (Para casarte con yo; A tú… Pa yo… Con yo, etc.) y en
variedades del portugués y el catalán. Kany (1951 [1945]: 129-130) especula sobre una
razón psicolingüística para este fenómeno: «La preferencia por el yo tal vez se explique por
el mayor énfasis psicológico de un pronombre sujeto», pero no apunta causas de
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simplificación gramatical, como la razón aquí postulada, descrita mediante la idea de una
radicalización del sincretismo en los complementos de las frases preposicionales.
Al margen de que los ejemplos presentados por Kany (1951 [1945]) proceden de fuentes
literarias, lo cual constituye una limitación, la amplia recolección dialectal presentada por él
invita a entender este fenómeno como un desarrollo interno del propio sistema castellano
allí donde la presión normativa no ha podido suprimirlo, especialmente en sectores rurales
del noroeste de Argentina, de España, así como de distintos países centroamericanos y del
norte de Sudamérica. Tomando en cuenta otros casos de coincidencia, es a este último
grupo, conformado sobre todo por sectores rurales andinos de Colombia y Ecuador, a los
que podría conectarse dialectalmente el fenómeno en las variedades castellanas estudiadas.
En este punto, hay que hacer tres salvedades: la primera, de carácter metodológico, consiste
en que, en el corpus, tenemos claramente más ejemplos de a yo que de a tú, pero ello puede
deberse al sesgo que supone el instrumento de recolección de datos utilizado, la entrevista
semiestructurada. Este formato impone que el hablante privilegie el discurso
autorreferencial antes que el orientado al oyente. Además, el tipo de relación establecido
entre el entrevistado y el entrevistador, quien es extraño al entorno cercano del primero,
obliga a un trato de usted antes que al de tú. Debido a los pocos ejemplos con este
pronombre, obtenidos mayormente de la escucha informal fuera de la situación de
entrevista, decidí hacer un sondeo específico en las localidades de Tauca y Cabana
(Pallasca, Áncash), inquiriendo directamente sobre la gramaticalidad de a yo, a tú, de yo, de
tú, con yo y con tú, utilizando un conjunto de frases como reactivos, que el encuestado
debía calificar mediante una escala simple de tres posibilidades de respuesta (buena,
regular, mala).41 A pesar de que los hablantes a los que se aplicó la prueba se sintieron
visiblemente evaluados y, por tanto, forzados a elegir la respuesta «correcta» y no la
«normal» en términos descriptivos, fue ilustrativo confirmar que cuatro de los cinco
encuestados evaluaron como buena o como regular la oración El lapicero de tú, lo que
corrobora la productividad del fenómeno en la segunda persona singular.
41 Aunque manejé una guía para la realización de la encuesta, no solicité que el entrevistado escribiera omarcara sus respuestas en un papel, a fin de no agregarle más artificialidad y formalidad a una situación ya de
por sí extraña.
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La segunda salvedad es de carácter sociolingüístico: este rasgo es más frecuente entre los
hablantes de mayor edad, con menor nivel educativo y de carácter rural antes que urbano.
Asimismo, durante la encuesta realizada, pude confirmar que para los hablantes jóvenes
urbanos y de mayor nivel educativo, las opciones ofrecidas para evaluar eran motivo de
burla y rechazo. Deduzco de ello que el rasgo se encuentra sociolingüísticamente marcado
como un índice de nivel socioeducativo bajo. Es relevante recordar que ya Kany (1951
[1945]) había detectado el fenómeno en La serpiente de oro, de Ciro Alegría, en boca de
los balseros del Marañón de la localidad de Calemar. Veamos los ejemplos
correspondientes:
(17)Yo soy diaquí, calemarino, anque quién sabe único los viejos sepan de yo (cit. por Kany 1951 [1945]).
Él duerme aquí acompañao de yo y Valencio (cit. por Kany 1951 [1945]).
La tercera salvedad se relaciona con las frases preposicionales con de, por la existencia, en
dos localidades de la región estudiada, Pallasca y Cajabamba, de la alternativa de mío y de
tuyo, además de de yo y de tú, y de las opciones estándares. Esta variante supone una
extraña complementación de las frases preposicionales con el pronombre posesivo pleno.
La alternativa está restringida a frases referidas a entidades, a las que efectivamente puede
aplicarse la noción de posesión, como El lapicero de mío, y no a relaciones de otro tipo
como *El río se ha venido para el lado de mío, para las cuales se preferirían de yo y de mí ,
e incluso onde yo. La distinción semántica entre estos dos tipos de complementación para
las frases preposicionales y la determinación de cuáles son las relaciones no aceptadas para
de mío en el campo de la posesión son temas que merecerían mayor atención en futuros
estudios sobre estos castellanos. A continuación dos ejemplos:
(18) Luis: ¿Y su señora? [¿Cuántos años tiene?] Marcos: ¿De mío? [‘¿mi señora?’]? De mío tiene 29 años (Cabana, Pallasca).
Acá están los DNI, de Giovanna y de tuyo (Tauca, Pallasca).
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En Cajabamba, esta estructura de frase preposicional con de y pronombre personal de
sujeto solo ha sido registrada en hablantes de mayor edad. Debido a la ambigüedad
estructural del pronombre su del castellano, que puede referirse tanto a la segunda
deferencial como a la tercera persona, una colaboradora lluchubambina de mayor edad
entendió, al momento de pedírsele su nombre, que la pregunta se refería al nombre del
personaje que en ese momento era el tópico de la conversación. Al aclarársele que se le
estaba pidiendo el nombre de ella misma, respondió: ¡Ah! ¡De mío! Juana Vicente Campos.
4.3.2.3 Frases negativas con operador antepuesto
En dos zonas de la región estudiada, la norteña (Cajabamba y Huamachuco) y la sureña
(Tauca), se identificó que, en las frases negativas, es frecuente que el operador negativo
asuma una posición distinta de la que ocupa en el castellano general y, a juzgar por el
silencio de la literatura al respecto, también en la variedad de referencia, el castellano
andino sureño, de adstrato quechua y aimara. Esta distribución especial del operador
negativo es antepuesta, y ocurre con frecuencia con los operadores casi y todavía, como
observamos en los siguientes ejemplos:
(19)Yo no casi me acostumbro acá (Mollepamba, Cajabamba)
Ahí [en Machucara] hacen esta ceremonia de Todos los Santos. Ya no casi se notaen la ciudad (Cajabamba, Cajabamba).
No mucha teoría casi nos enseñan (Tauca, Pallasca)
¿No todavía le sirven? (Cajabamba, Cajabamba)42
También se ha registrado una estructura negativa particular, en la que el operador negativo
aparece antepuesto a la frase verbal en la estructura superficial, como en el siguiente
ejemplo, en el que la alternativa estándar sería Creo que no hay:
42 Fuera del corpus, identifiqué este rasgo también en una hablante de San Marcos residente en Cajamarca. Al preguntarle si se había acostumbrado a vivir en Cajamarca, respondió Por días no casi. La misma estructurase pudo escuchar en un hablante cajamarquino joven: —¿Me puede poner jabón en el cuarto? —¿No todavíale ponen?
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(20) — Luis. ¿Tiene Clorets masticables? — Vendedora. No creo hay (Cajabamba).43
A pesar de que la distribución de este rasgo no se ha confirmado para toda la región de
interés, se ha juzgado conveniente mencionarlo en el panorama dialectal presentado por suausencia en la variedad de referencia y contraste. Germán de Granda ha incluido, entre los
rasgos particulares del español andino del noroeste argentino, construcciones negativas
«arcaizantes» como Nadie no vino a mi casa y Yo también no voy a la escuela (2001a: 196,
65-75), pero no ha registrado la anteposición del operador negativo, como en los ejemplos
presentados. La secuencia también no, similar a la del español del noroeste argentino, se
encuentra con frecuencia en mi corpus, y ha sido resaltada por Escobar (1993: 141) partir
del análisis de La serpiente de oro.
4.3.2.4 Frases posesivas con doble marcación
En las frases posesivas, se ha podido confirmar, en Cajabamba, Pallasca y Otuzco, la clara
prevalencia de la estructura POSEÍDO-POSESOR sin doble marcación; es decir, la alternativa
estándar (La casa de Juan). Sin embargo, también se han encontrado casos de frases
posesivas doblemente marcadas. Entre estas, las más frecuentes son las que siguen el orden
POSEÍDO-POSESOR (Su casa de Juan), aunque también se observa, en menor medida, elorden POSESOR -POSEÍDO (De Juan su casa), a diferencia de lo que afirmaba hace casi tres
décadas Rodríguez Garrido (1982) a partir de datos informales de hablantes cajamarquinos.
He analizado el total de frases posesivas de mi subcorpus de Pallasca, y la frecuencia de la
estructura estándar es abrumadora frente a las otras dos: de 152 instancias de estructuras
posesivas, 134 (83,2%) corresponden a la alternativa estándar (La casa de Juan), 18
(11,2%) a la estructura POSEÍDO-POSESOR con doble marcación (Su casa de Juan) y
solamente 9 (5,6%) a la estructura POSESOR -POSEÍDO con doble marcación (De Juan su
43 Una interpretación distinta de este ejemplo surge si se considera a creer + haber como una construcciónverbal compleja, tal como Olbertz (2005: 92) propone para dizque + V en el español andino ecuatoriano, en elque es gramatical el ejemplo Ya no dizque conoce ni mujer ni familia, mientras que resulta dudoso Ya dizqueno conoce ni mujer ni familia. La investigadora propone que estamos ante una estructura similar a la de lasconstrucciones auxiliares, donde es gramatical Ya no ha conocido ni mujer ni familia y agramatical Ya ha noconocido ni mujer ni familia.
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casa). A pesar de su clara minoría, la existencia de estos últimos ejemplos permite discutir
el planteamiento de Rodríguez Garrido (1982), quien partía de la supuesta ausencia de la
estructura POSESOR -POSEÍDO en la sierra norte como una evidencia a favor de la
transferencia quechua para esta estructura en el sur, a diferencia de lo que ocurre con el
orden POSEÍDO-POSESOR con doble marcación, que sí se presentaba en el norte y que, por
tanto, no podía ser atribuido a la influencia quechua, por la menor difusión de este idioma
en los Andes norteños. Benvenutto Murrieta (1936: 155) ya había notado que la
«peculiaridad» de «hacer preceder el genitivo» no solo se observaba en zonas
quechuahablantes de los Andes sino también en Pallasca, al sur de la «zona consensual». A
continuación algunos ejemplos de estructuras doblemente marcadas:
(21)a. Su mamá de mi señora también está viejasha (Cajabamba, Cajabamba).b. Su yerno del viejano (Cabana, Pallasca).c. De don Pedro su nuera (Tauca, Pallasca)d. De mí mi casa (Cajabamba, Cajabamba).
En el grupo anterior, observamos frases posesivas doblemente marcadas que siguen el
orden POSEÍDO-POSESOR (ejemplos 21a, 21b) y frases posesivas doblemente marcadas que
siguen el orden POSESOR -POSEÍDO (ejemplos 21c y 21d). Ambos tipos de estructuras han
sido descritas para la variedad de referencia y, de hecho, existe un intento de distinguir el
castellano andino como variedad materna y el castellano de los bilingües sucesivos
quechua-castellano en función de la prevalencia diferenciada de dichos patrones sintácticos
(A. M. Escobar 1994). Sin embargo, no he encontrado en la bibliografía una descripción
cuantitativa que permita una comparación en los mismos términos con lo encontrado en los
Andes norteños.
Entre las estructuras posesivas con orden POSESOR -POSEÍDO, he observado una variante que
no ha sido reportada para el castellano andino sureño: el orden inverso sin doble marcación:El mismo techo tiene de Llapo la iglesia (Tauca, Pallasca). Asimismo, aunque son escasos
en el corpus, he encontrado dos ejemplos de recursividad en la doble marcación, tanto en el
orden POSEÍDO-POSESOR como en el orden POSESOR -POSEÍDO. Esto ha sido descrito para la
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variedad de referencia para el orden POSEÍDO-POSESOR (ejemplo 22a),44 pero resulta
llamativo en el orden inverso (22b):
(22)
a. Es su mamá de su colega de mi hijo (Cajabamba, Cajabamba)‘Es la mamá del colega de mi hijo’
b. De mi cuñado de su suegro su… sus tierras (Cabana, Pallasca)‘Las tierras del suegro de mi cuñado’
No se han registrado, sin embargo, frases posesivas complejas que combinen ambas
estructuras, como * De mi cuñado sus tierras de su suegro o * De mi hijo su mamá de su
colega, o bien * Su mamá de [de mi hijo su colega] o *Sus tierras de [de mi cuñado su
suegro].
Con respecto al origen del rasgo de doble marcación, tomo como punto de partida la
hipótesis de Germán de Granda (2001a) para el castellano andino de adstrato quechua. De
Granda discute la propuesta de Rodríguez Garrido (1982) y Pozzi-Escot (1973), quienes
postulaban que la estructura POSESOR -POSEÍDO (De Juan su casa) efectivamente podía
relacionarse con la sintaxis quechua, pero llamaban la atención sobre la existencia de la
estructura POSEÍDO-POSESOR (Su casa de Juan) en distintas etapas de la historia del
castellano y, por tanto, consideraban que, en este último caso, se trataba de una retenciónsintáctica y no de una transferencia de la lengua indígena. De Granda argumenta que si bien
podemos concebir este rasgo como una retención de una antigua característica del
castellano, la interpretación no estaría completa sin tomar en cuenta el refuerzo brindado
por la lengua indígena de base.
De Granda basa su argumento en la inexistencia de la doble marcación en las frases
posesivas del castellano andino de la sierra ecuatoriana, cuyo quichua, de manera
excepcional con respecto al resto de variedades de esta familia idiomática, marca solamente
al posesor pero no al objeto poseído en las frases posesivas referidas a la tercera y segunda
personas ( pay-bak maki ‘la mano de él/ella’, kam-bak maki ‘tu mano’) y no obliga a
marcación alguna en las frases referidas a la primera persona (nuka maki ‘mi mano’).
44 Por ejemplo, en Stark (1970: 6), entre niños de Ayacucho, se registra Su chica de su hermano de Django.
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Entonces, vemos que allí donde el adstrato quechua no tiene doble marcación de las frases
posesivas, no se encuentra doble marcación en el castellano, ni en el orden esperable para el
sustrato quechua, según la hipótesis de Rodríguez Garrido y Pozzi-Escot, ni tampoco,
crucialmente, en el orden inverso. Ello quiere decir que sin el refuerzo del sustrato quechua,
la doble marcación no tendería a prevalecer en el castellano resultante. Si el argumento de
De Granda es correcto, debemos inferir que el sustrato indígena del castellano que estamos
describiendo sí mostraba doble marcación en la frase posesiva, pues, de otro modo,
tendríamos un resultado similar al de la sierra ecuatoriana. Sin embargo, dada la realidad
bilingüe quechua-culle del sustrato indígena en la región estudiada (capítulo 3), resulta
difícil afirmar cuál fue la lengua responsable de este refuerzo.
4.3.2.5 Onde ~ donde como marca de caso acusativo
Uno de los hallazgos que Escobar (1993) juzgó más interesantes en el castellano
reproducido en La serpiente de oro es la función de onde ~ donde como marca de caso
acusativo. Ello se hace evidente si tomamos en cuenta que antes de la publicación de la
tesis completa, producida varias décadas después de su sustentación, Escobar publicó los
resultados sobre este tema en Sphinx (Escobar 1960) enfatizando la particularidad de
oraciones como Y en eso los pajaritos vieron ondel cristiano ‘Y en eso los pajaritos vieron
al cristiano’. He identificado en mi corpus el mismo rasgo, que es productivo solamente enel material de Pallasca, Áncash:
(23)a. Nosotros también los decimos así onde ellos [los cabanistas], lahueros (Tauca,
Pallasca).
b. Pero yo, con mi maletín de los papeles, que lo decía onde él: «córrete», le dije,«porque éstos son rateros» en Chimbote (Cabana, Pallasca)
c. [Soñé] Que lo miraba, dice, onde ella, la Virgen (Cabana, Pallasca).
d. “Yaaa, ‘cha que estoy piña, hoy día”, le digo onde ella (Cabana, Pallasca).
e. A mi hijo le gustaba, onde él le gustaba eso, un mazo todavía lo tiene, lo dejó elrostro [golpeado] (Tauca, Pallasca).
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En el material recogido en Pallasca, este uso puede parecer léxicamente restringido al verbo
decir (ejemplos a-d), pero el ejemplo (e) muestra un caso con el verbo gustar . Este último
caso es interesante, ya que entrega una alternancia entre a y onde como alternativas para
marcar el caso acusativo, en el mismo contexto sintáctico. Deslindar cuáles son los
entornos que favorecen una u otra marca debería ser materia de indagaciones más
específicas. Los ejemplos recabados corresponden a colaboradores de edad media y adultos
mayores, con menor nivel educativo. Si bien es imposible generalizar este rasgo a toda la
región estudiada, he identificado un ejemplo claro en un colaborador de Agallpampa,
Otuzco, y un posible caso similar en la colaboradora de mayor edad de Lluchubamba,
Cajabamba:
(24)a. Ende ella dice que también una época así le pasó [la enfermedad del arcoíris] y
resultó así como embarazada, como si hubiera estao eh gestando y no era, pue.Era ese… era un aire que tenía. Sí, así le pasó ende ella (Agallpampa, Otuzco)
b. Otra [laguna] se llama José Callasgón [San José de Collasgón]. Es otro lo queme llevaba mi tía escondiendo, pa’rriba. ¿Y qué se llama esa laguna? JoséCallasgón. Esa es… ese laguno también se repartido así, en cruza. Dice que…Hago el ejemplo, pues, de los antiguos. Dicía que la Virgen, la… la Virgen… laSausagocha con la Ne… con la Laguna Negra, ese peleaban siempre dizqué, pue. Ahí lo habían repartido la… el José Callasgón, así en cruzta, así [hace el
gesto de cruz hacia el suelo]. Dice que eso lo bían, lo bía… este… contaban puelas señoras. Dicía que ese estaba repartido la… la… lo bía puñaleao la… laslagunas onde el José Callasgón (Lluchubamba, Cajabamba).
En 24a se observa claramente, en dos ocasiones, la variante ende < onde como marca de
acusativo. En 24b, si consideramos a José Callasgón como un personaje apuñalado por las
lagunas en la leyenda rememorada por la colaboradora, en efecto onde puede interpretarse
como una marca similar. El hecho de que este rasgo aparezca solamente en una ocasión en
el corpus de Agallpampa (Otuzco) y, en el de Cajabamba, únicamente en la colaboradora de
mayor edad (más de 90 años), sugiere que se encuentra en proceso de pérdida en las hablas
norteñas, pero que ha tenido una difusión mayor. En la actualidad, onde como marca de
acusativo solo aparece como un rasgo productivo en el extremo sur de la región estudiada,
Pallasca, zona que, en distintos aspectos, es la que se ha mostrado más conservadora.
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4.4 ASPECTOS PRAGMÁTICO-DISCURSIVOS
En el nivel pragmático-discursivo, he identificado dos unidades distintivas en la región de
interés. La primera se suma al rico subsistema de exclamaciones provenientes del quechua:
array ~ arrarray ‘¡Qué vergüenza!’. La segunda es cati, del antiguo verbo catar ‘observar’,
que describo como un focalizador. Asimismo, he identificado una ausencia relevante por su
productividad en la variedad de referencia y contraste: la del subordinador citativo
diciendo. Incluyo este último rasgo dentro del nivel pragmático-discursivo, y no en el
morfosintáctico, a pesar de tratarse de un subordinador, por la estrecha relación que tienen
las estructuras introducidas por diciendo con el discurso referido, la modalidad y sus
proyecciones comunicativas en el castellano andino. En contraste, las hablas estudiadas
comparten con la variedad andina de adstrato quechua y aimara los marcadores discursivosdice, con sus valores de reportatividad y narratividad, y pues, con su matiz de
corroboración. Entre los diferentes marcadores discursivos registrados para el castellano
andino, he elegido estos dos por el hecho de que se han descrito tomando en cuenta el
contexto pragmático-discursivo en el que se producen, a diferencia de otras unidades
lingüísticas, para las que solo contamos con ejemplos restringidos al nivel de la oración.
Asimismo, los castellanos estudiados comparten con las variedades amazónicas y costeñas
el marcador fático ¿di?
Por otra parte, he recogido muestras de la subsistencia del uso de vos en algunas localidades
rurales de la región para el trato horizontal entre pares, en complementariedad con usted ,
para el trato formal y de menor a mayor jerarquía. Este hecho, combinado con
documentación histórica relevante, permite inferir que la región en su conjunto fue
voseante, rasgo que se habría venido perdiendo paulatinamente en los dos últimos siglos.
Incluyo la información sobre este pronombre entre los aspectos pragmático-discursivos por
la importancia que tiene en el establecimiento y consolidación de relaciones sociales a
través del discurso. Un segundo aspecto pragmático-discursivo de interés reside en la
existencia de un conjunto de estructuras topicalizadoras que si bien son perfectamente
imaginables en la variedad de referencia en contextos coloquiales, no han sido descritas en
ella, y aparecen en la región estudiada con una frecuencia y variedad llamativas.
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4.4.1 Unidades pragmático-discursivas particulares
4.4.1.1 Exclamación ¡array!~ ¡arrarray!‘¡Qué vergüenza!, ¡qué miedo!’
Tanto en Otuzco como en Cajabamba se ha registrado, en el trabajo de campo, la expresión
array, con variante arrarray, como exclamación de vergüenza y miedo, que se suma a unconjunto de expresiones similares provenientes del quechua, en las que varía solamente la
consonante, como alalay ‘¡Qué frío!’ y atatay ‘¡Qué asco!’. La expresión no ha sido
registrada en Pallasca, por lo que no se la puede plantear como un rasgo compartido en el
nivel pragmático-discursivo, sino como una característica de alcance dialectal menor, en el
centro y el norte de la zona dialectal postulada. La presencia de la vibrante múltiple /ř/
puede interpretarse como una refonologización del fonema quechua africado retroflejo /ĉ/,
operada en el culle, cuyo sistema fonológico habría carecido de esta unidad. El origen
quechua de la expresión se sustenta en el registro de atratray con el significado ‘¡qué
miedo!’ en variedades centrales (Cerrón-Palomino 1976a para el quechua huanca y Adelaar
1977: 424 para el tarmeño) y la refonologización postulada se fundamenta en la existencia
de por lo menos otro quechuismo que ha atravesado por el mismo proceso: canrra
‘manchas blancas en la cara’ (Flores Reyna 2000: 178), derivado de kantra ‘cerco’, que en
la variedad del valle del Mantaro muestra la acepción figurada de ‘eccema’ (Cerrón-
Palomino 1976a).
Además de array ~ arrarray, se ha registrado, en las localidades estudiadas, un rico
conjunto de exclamaciones similares provenientes del quechua: anay ‘¡Qué dolor!’
(Lluchubamba, Cajabamba), atatay ‘¡Qué asco!’ (Lluchubamba), achachau ‘¡Au, quema!’
(Lluchubamba, Cajabamba), alalay ~ alaláu ‘¡Qué frío!’ (Lluchubamba para el primero;
Cabana para el segundo) y añañaw ‘¡Qué rico!’ (Lluchubamba). Array fue registrada
inicialmente por Alberto Escobar (1993: 133) en su estudio pionero sobre La serpiente de
oro y, en mi corpus, aparece también la variante arrarray. Es relevante resaltar que lamisma exclamación ha sido reportada por Toscano Mateus (1953: 359) como muy
frecuente en el español andino ecuatoriano, pero con el significado ‘¡Qué calor!’. Sin
embargo, hay que notar que un ejemplo tomado por el propio Toscano de
Huairapamushcas, de Jorge Icaza, apunta a la misma función registrada en la «zona
consensual»: «Achachay en la barriga el miedo… Arrarray en la cara la vergüenza…
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Ayayay en las manos la soga» (Toscano Mateus 1953: 361). Por otra parte, es de interés
resaltar que una expresión cajamarquina alternativa no se ha observado productiva en las
localidades estudiadas: achichín, que también tiene un rango semántico que oscila entre el
miedo y la vergüenza, y que está vigente desde el valle de Cajamarca hacia el norte del
departamento.
El registro de ¡array! ~ ¡arrarray! se ha hecho fuera del contexto de entrevista, dado el
carácter informal de este tipo de expresiones, que están asociadas, además, al habla rural y
a un nivel educativo bajo. Por ejemplo, en Agallpampa (Otuzco) una mujer joven, de
familia campesina, respondió con esta expresión a la invitación que indirectamente le
formulé —a través de una conocida común— para tener una entrevista con ella. El hecho
de que quien transmitiera mi interés fuera su madrina favorecía la aparición de este tipo deexpresiones. Debo decir que he escuchado la expresión, usada espontáneamente, solo en
mujeres, pero sería inapropiado generalizar este dato, debido a que la escucha directa no fue
el método principal de recojo de datos, sino que tuvo carácter complementario al
instrumento principal de recolección, que fue la entrevista semiestructurada. Los hablantes
consultados respecto a esta expresión en el marco de la entrevista no manifestaron
explícitamente una asociación entre ella y el sexo del hablante. Lo que sí se puede afirmar a
partir de las entrevistas es que la expresión indexa ruralidad y bajo nivel educativo, tal
como lo hacen cati (4.4.1.2) , das ~ dasdás (4.3.1.4) y la recurrencia del segmento [š],
especialmente como efecto del proceso š < s (4.2.1.1).
4.4.1.2 Focalizador cati ~ cate
Cati o cate, imperativo de segunda persona del verbo catar, en su antigua acepción
‘examinar, considerar, registrar’, es un marcador que llamó la atención por su recurrencia
en los castellanos estudiados a juzgar por la escucha de conversaciones informales, preferentemente en zonas rurales. Entiendo este marcador como parcialmente equivalente
al fíjese ~ fíjate o al mire usted de otras variedades castellanas, en el sentido de que
funciona como un orientador de la atención del oyente hacia una porción del enunciado que
el hablante quiere resaltar. El rango discursivo de cati es bastante amplio, y va desde un uso
cercano a su origen léxico, en el que es equivalente a mire, observe (ejemplo 25a) hasta
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usos menos predicativos (25b, 25c), en los que el marcador parece haberse vaciado
totalmente de su carga léxica para funcionar como un focalizador (marco la parte focalizada
del enunciado en versalitas). Veamos los siguientes ejemplos:
(25)a. Cati allacito
‘Vea allacito’ (Cajabamba, Cajabamba)
b. Igualito cati LA LUNA DE AUMENTO (Lluchubamba, Cajabamba)
c. Mis padres yo ¿no? cati MÁS SE HAN OCUPADO A LA CHACRA (Lluchubamba,Cajabamba).
En 25a, el hablante simplemente quiere lograr que el oyente dirija su atención hacia un
lugar juzgado de interés en el marco de la conversación. Es en este sentido que cati puede
equivaler al fíjese de otras variedades, aunque con la diferencia de que el verbo catar, que
le dio origen, ya no forma parte del repertorio léxico de los hablantes. El ejemplo 25b es
más interesante, porque la hablante está haciendo una comparación para que el oyente
entienda las propiedades de la «pasada de cuy» como instrumento diagnóstico en la
medicina popular andina, y ni el cuy ni el término de referencia, la luna de aumento, se
encuentran a la vista. De este modo, cati no puede estar funcionando como un orientador de
la visión en el sentido físico, sino que lo hace en el sentido psicológico: la hablante quiere
reforzar la pertinencia del término de comparación elegido y dirigir la atención del oyente
hacia esa porción de discurso. En 25c, el hablante ha sido preguntado por la ocupación de
sus padres, de modo que el tópico ya se encuentra fijado. Así, el ejemplo permite confirmar
que cati presenta la información nueva, el foco del enunciado, a saber, el hecho de que los
padres eran agricultores.
Este carácter focalizador le otorga a cati una amplia variedad de funciones discursivas que
podrían describirse con mayor detalle. En los ejemplos de 36 reúno dos casos que juzgorepresentativos de esta diversidad de usos, aunque sería de interés ahondar
sistemáticamente en el rango funcional de este elemento:
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(26)a. Una… ¿cómo se llama? ¿Que viven por la jalca, en la… en las huancas? ¿Cómo
se llama? … Cati… cati, ya me he olvidao el nombre, teniéndolo el animalito.¡Ay! Viera usted… ¡Vizcacha! La vizcacha, viera cati lu’he tenido yo(Lluchubamba, Cajabamba).
b. Podemos hacelo cate rosado con amarillo, granate con blanco, verde con rojo,granate con blanco, granate con rojo, granate con amarillo. Según los colores,hay muchas colores. (Lluchubamba, Cajabamba).
En 26a observamos que la primera secuencia de cati permite rellenar una porción de duda
en el discurso, mientras la hablante recupera la unidad léxica que ha olvidado
momentáneamente (el nombre de la vizcacha), tal como el este… este… de otras variedades
del español. La segunda aparición de cati es similar a la de fíjese cuando cobra un matiz de
compromiso emocional. En 26b la función de esta unidad focalizadora consiste claramenteen introducir el desarrollo y ejemplificación de una aseveración previa, a saber, las posibles
combinaciones de colores de las alforjas en Cajabamba. En algunas ocasiones, cati no
focaliza una sola palabra ni una porción del enunciado sino un enunciado entero, de manera
que es necesario observar su alcance en un ámbito más global. Por ejemplo, al interrumpir
la entrevista para dirigirse a sus familiares que habían aparecido de pronto, una
colaboradora se dirigió a ellos preguntándoles: ¿Cati vienen a escuchar? Por ello,
considero a cati como una unidad que forma parte del conocimiento pragmático-discursivo
de los hablantes en las localidades estudiadas. Cati no ha sido registrado por la literatura
sobre castellano andino como un rasgo de esta variedad. Por ello, se justifica presentar este
marcador como un rasgo diferencial de la región dialectal postulada. Una salvedad a este
respecto es que la mayor parte de ejemplos recopilados provienen de Cajabamba,
especialmente de la localidad menos urbanizada, Lluchubamba, pero debe tomarse en
cuenta que, aunque con menor productividad, la unidad se encuentra también en las demás
localidades visitadas.
Un dato adicional de interés es que cati, junto con das ~ dasdás, array ~ arrarray y [š],
constituye un elemento marcado como coloquial, y que, en las regiones estudiadas, indexa
ruralidad y bajo nivel educativo. Por ejemplo, una colaboradora joven de Tauca refirió que
en el colegio se les decía a los estudiantes que cate era una palabra «mal dicha» y que debía
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ser evitada en el discurso por su carácter de localismo, «porque cate puede ser un dejo […]
que tiene Tauca». En Cabana, una mujer mayor recibe el mote Cati Velay por la recurrencia
de esta marca, unida a la expresión velay (<cast. vela ahí), en su discurso. Cabe agregar que
esta combinación ya no está vigente de manera generalizada en los castellanos estudiados.
Ciro Alegría emplea, con mucha frecuencia, catay y velay en La serpiente de oro (Escobar
1993: 151). Ambas expresiones se han registrado también en otras variedades de castellano,
como la piurana (Puig 1995 [1985]) y la huanuqueña (Pulgar Vidal 1967), pero no cati ~
cate, que han fijado en un marcador discursivo la forma imperativa del antiguo verbo
castellano.
4.4.1.3 Ausencia del subordinador citativo diciendo
Un rasgo compartido en las tres localidades estudiadas, y que contrasta con la variedad de
referencia, es la ausencia del subordinador citativo diciendo, marca usada en el castellano
andino sureño y surcentral para introducir el discurso referido, frecuentemente con miras a
expresar motivaciones y objetivos, como en la siguiente oración: «Ya es tarde», diciendo,
se ha ido a su trabajo, que se podría glosar como ‘Tomando en cuenta que ya es tarde, se
ha ido a su trabajo’ y «A mi tía voy visitar», diciendo nomás me he venido, que Cerrón-
Palomino (2000 [1972]: 27) glosa como ‘Vine pensando visitar a mi tía’.
La presencia de dicho marcador en el castellano andino ha sido atribuida a una
transferencia de las formas quechuas nispa y nir, que tienen la misma función en el
discurso quechua y que se han formado a partir de la raíz ni- ‘decir’ más el subordinador –
spa en el quechua sureño y –r en el quechua central (Cutts 1973: 137; Cerrón-Palomino
2003: 27; Miranda Esquerre 1978: 481; Lipski 1994: 348).45 En contraste, para marcar la
cita directa, los castellanos de Cajabamba, de Otuzco y de Pallasca hacen uso de recursos
similares a los del español estándar. La ausencia de diciendo en esta variedad, entonces,constituye un dato importante para confirmar el carácter transferencial de esta marca en el
45 Tal vez por primera vez, Cutts describió con claridad este marcador para el castellano de Puno a inicios delos años setenta: «Probably the most characteristic use of the gerund is in the reporting of speech diciendo,
being a direct translation of Quechua ñispa: ñispa .. ñin (saying… he says) estoy de pasada nomás diciendo,decimos p’ata diciendo» (1973 [circa 1985]: 137).
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castellano andino sureño. Este contraste, asimismo, puede ser postulado como una isoglosa
que divide la región dialectal postulada de la andina sureña.
Veamos, en el siguiente ejemplo, un fragmento en el que un hablante de Agallpampa
(Otuzco) hace un uso pronunciado del discurso directo para referir cómo así llegaron los
profesores al pueblo, proceso en el que el entrevistado afirma haber tenido una
participación decisiva:
(27) —Honorio. Para qué, sí, hasta la actual hay dos profesores nada más aquí. —Luis. Mmhhh… —Honorio. ¿Qué se llamaba? Se llama este… Pacheco y un Manuel Olivares. Esossí tienen mi recuerdo. Eses lo trajimos de una zona de Chugurpampa, que
corresponde a Julcán. —Luis. Chugurpampa… —Honorio. Nos fuimos a traer a ese profesor. —Luis. Mmhhh. —Honorio. Uno cargau digamos suu suuu maleta, otros cargao suu su catrecito, quelo nombramos acá, de dormir. «Vámonos, profesor». Y se recuerda muchas personas hasta ahorita. Yo, por ejemplo, cuando a veces voy con mis nietos […] ledigo: «Profesor». Me dice: «Usted siempre nos vesita», me dice, «acá, ¿diga?». Ledigo: «Por por mis hijos ya de mis hijos», le digo, «vengo». Y dice y dice a suscompañeros, le dice: «Este señor fue a traerme», le dice, «de tal sitio». Ah, porqueotros padres [dicen]: «El profesor que se venga [solo]». Créamelo que no; tenemos
que apoyarlo. Y así he sido y soy.
En el ejemplo anterior notamos que a pesar de la necesidad del hablante de relatar la
llegada de los profesores introduciendo el discurso literal, así como las visitas que él hace
actualmente a la escuela y lo que le dice el profesor, para resaltar su papel en la educación
local, no emplea, para presentar esas citas, el marcador diciendo que es frecuente en el
castellano andino sureño, sino exclusivamente el verbo decir conjugado en primera persona
(Le digo: «Por por mis hijos ya de mis hijos», le digo, «vengo») o tercera persona (Me dice:
«Usted siempre nos vesita», me dice, «acá, ¿diga?»), como es habitual en la mayor parte devariedades de castellano, o bien la cita se introduce de manera directa sin verbo dicendi,
como en el primer caso («Vámonos, profesor») y en el último («El profesor que se venga
[solo]»).
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Los mismos recursos para introducir el discurso referido se emplean en el siguiente
fragmento de entrevista, en el que una colaboradora de Cajabamba relata una experiencia
de salud, cuando estuvo afectada por el aire:
(28)
Ya no, ya no podía; el aire se me iba. Ya la voz lo tenía por acá, ya no podía hablar pue, ¿no? Mejor dicho ya no lo aclarecía la voz, nada. ‘Tonces: «¿Qué tengo?». Ahorami hija me dijo: «No, mamá, te quiere dar un derrame». «No, hijita», le dije. «No tengoderrame ni nada, sino tengo aire. Ahorita mándame a buscar tantas hierbas y esashierbas me lo van a ahorita me van a… a curar». Y así ha sido, pue. Ha ido mi hija alos remedieros donde venden remedios del aire y eso me han hecho oler, me han pasado con las hierbas, me han frotado todo y me quitó, mire.
El ejemplo es de interés porque la hablante no solamente reporta el diálogo sostenido con la
hija sino también el pensamiento propio mediante la introducción de una cita: ‘Tonces:
«¿Qué tengo?», justamente el tipo de procesos mentales que, en el castellano andino sureño
y surcentral se suelen marcar mediante la introducción de diciendo, unidad discursiva que,
en este caso, no aparece.
4.4.2 Unidades pragmático-discursivas no particulares
4.4.2.1 Reportativo y narrativo dice
A diferencia de lo que ocurre con diciendo (subsección 4.4.1.3), el operador reportativo ynarrativo dice se muestra, en los castellanos descritos, similar, en líneas generales, al que se
ha estudiado en el castellano andino de sustrato quechua, salvo algunas particularidades que
mencionaré después. Dice muestra un uso evidencial, como reportativo de segunda fuente
(De Granda 2001a: 126, Zavala 1999: 67), y un uso como marcador narrativo (Andrade
2007). Al ser un rasgo compartido con la variedad de referencia, no se considera a dice,
entonces, como un rasgo diferencial de los castellanos estudiados. Por otra parte, el
contraste entre dice y diciendo en este corpus refuerza la diferenciación entre las funciones
reportativa-narrativa y citativa de ambos marcadores, diferencia que a veces no se
encuentra clara en la literatura.
En cuanto al uso evidencial, los hablantes utilizan dice, tal como en el sur, para reportar
hechos que no han sido presenciados directamente por ellos, sino que son conocidos por
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medio de la información brindada por otros actores. Como consecuencia de este hecho, por
lo general, esta marca está asociada con una carga modal de escaso compromiso del
hablante con la veracidad de los hechos reportados. Géneros discursivos típicos en que se
presenta este uso son el rumor, el chisme y el reporte de creencias locales. Veamos un
ejemplo norteño de este último tipo:
(29) Dice el sitio se queda miedoso [cuando han asesinado ahí] y ya nadie quierearrimarse (Agallpampa, Otuzco).
En cuanto al uso narrativo, los hablantes de los castellanos analizados también utilizan dice
como un marcador que les permite anunciar al oyente que están pasando de un marco de
comunicación cotidiana a un marco de relato, generalmente legendario o de ficción. De
manera interesante, los hablantes usan dice no solo al momento de introducir la narración
sino también en diferentes períodos de esta, como recordándole al oyente de manera
constante el marco discursivo en el que están situados. Los géneros narrativos típicos en
que se presenta esta marca son las leyendas y los chistes, y no los relatos de experiencia
personal, salvo los de la infancia temprana, cuando el hablante no tenía uso de razón.
Veamos este uso narrativo de dice y dice que mediante un ejemplo norteño en el que un
hablante narra una experiencia sobrenatural que le ha ocurrido a una persona de su entorno
cercano:
(30)En la zona de… donde mi hermano trabajaba, Cajamarca, en Hualgayoc, había unamina Carolina. Por ahí traían mineral de Carranza. Hay una pendiente que dentran,o sea, es una bajada, que entra a la quebrada y salen. Ya, daban la vuelta bien abajo,y había un… antes había un solo sitio. Pasa, y mi hermano me contaba dice que miraban el carro acá arriba el tráiler y ellos tenían que esperar abajo ya a que pase¿no? y una vez dice que él dice pues que lo vio el carro ¿no? acá arriba que entró eltráiler, dijo: «Vamos a esperarlo», se paró como una hora, el tráiler nada, pero él lovio. Dice que el tráiler dentró ya a la quebrada y al momento que él esperó comouna hora, ya, pe, ahí será diez, quince minutos que se debe esperar nomás, dijo, pe,decía ¿no? Esperó más de una hora y nada. Era más de las doce de la noche dice.Ahí también son… están los encantados (Agallpampa, Otuzco).
Notemos que el primer dice que aparece después de que el hablante ha establecido con
mucha claridad quién es la fuente del relato (mi hermano me contaba). No interpreto,
entonces, la marca como una indicación de haber recibido la información por medio de la
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palabra (el uso léxico del verbo decir), pues esto ya ha sido especificado, sino como la
señal discursiva de estar entrando a otro marco comunicativo, distinto del cotidiano. La
permanencia en este marco se refuerza posteriormente mediante otro dice que, previo a otro
verbo de decir en su función léxica habitual (dice pues que lo vio el carro; acá arriba que
entró el tráiler, dijo: «Vamos a esperarlo»). El operador se presenta una vez más, al
momento de introducir la resolución del relato, un momento clave en toda narrativa: el
ingreso del tráiler a la quebrada para nunca más salir.
Desde un punto de vista de contacto de lenguas, se considera que, en el caso del uso
evidencial, la interacción con el quechua ha potenciado, en el sur, la transferencia del matiz
reportativo que tenía el sufijo –s/–si a las formas castellanas basadas en el verbo decir,
como dizque y dize que, que ya habrían tenido un significado impersonal al llegar a tierrasamericanas (De Granda 2001a: 126; Andrade 2007: 87). Asimismo, se considera que el
patrón SOV y el carácter sufijante del quechua han influido en que el reportativo dice se
presente prototípicamente al final de la cláusula (Andrade 2007: 87). En los castellanos
analizados, la distribución de dice reportativo es más laxa, pudiendo presentarse con
frecuencia en posición inicial; sin embargo, lo común con la variedad de referencia es la
carga evidencial que adquiere la semántica del operador.
En el castellano andino sureño, siguiendo la horma del quechua, también se han
incorporado al conjunto de narrativas típicamente marcadas por dice los relatos de sueños
(Andrade 2007). Aunque la estrategia de entrevista aplicada en el castellano andino norteño
no buscó elicitar este tipo de material, en los pocos relatos de sueños que surgieron
espontáneamente solo se observa la presencia de este marcador en el final del siguiente
fragmento, por lo que convendría ahondar en este punto con más detalle en futuras
aproximaciones:
(31)Y he llegado al departamentito, como le digo, había tres puertas, y he llegado a laúltima puerta y… había una salita así bien pequeñita, había un mueble, otro mueble,y una cortina. Entonces, ahí me ha dejado ella [la Virgen]. «Tú te quedas acá», meha dicho. Entonces, yo he agarrado, me he ido así, así, en el mueble, pues, porqueyo mi pie, este lado era enyesado, todavía. Me he ido así, así. He llegado y cuando
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dicho o presupuesto en los turnos previos, o bien para la explicitación de un conocimiento
que se juzga compartido y que no se cree necesario actualizar en la interacción; por tanto,
en ocasiones, este pues puede adquirir un matiz de reproche. Veamos, en los siguientes
ejemplos, que el pue norteño es un recurso que adquiere esta misma función pragmática:
(33)i. Lidia. Aquí hay un animal que se llama cargacha. ii. Entrevistador 1.Cargacha…iii. Lidia. Y a veces así también.iv. Karina. Eso grita.v. Lidia. Es porque mucho grita.vi. Entrevistador 1. Ya.vii. Lidia. Y cuando así, a veces, las mujeres o los hombres se ríen, «Ve, la
cargacha», dicemos.viii. Entrevistador 1. Cuando se ríen muy fuerte.ix. Lidia. Sí.x. Karina. Porque sí, las cargachas se gritan mucho.xi. Entrevistador 1. ¿Y cómo es ese animal?xii. Karina. Tiene un picazo bien largo.xiii. Lidia. Es bonito, es bonito, amarillito con negro, bonito, grande tiene su
pico, grande.xiv. Entrevistador 2. ¿No será ese que hemos visto encima del techo, que grita?xv. Karina. Sí, ese siempre hace hueco.xvi. Entrevistador 2. Que siempre mira al cielo, así está [gesto de mirar al cielo].xvii. Entrevistador 1. Ah, ya.xviii. Entrevistador 2. ¿Qué se llama eso?xix. Lidia. Ese es la cargacha, pue. xx. Entrevistador 2. Ah, ya.(Agallpampa, Otuzco)
En el ejemplo anterior, los entrevistadores hemos solicitado previamente información
acerca de las especies animales típicas de la zona. Una de las colaboradoras propone el ave
denominada cargacha (turno i), descrita por Escamilo Cárdenas (1993: 3) como un «ave
silvestre que vive en las peñas, tiene canto muy escandaloso», especie llamada pito en otras
zonas de los Andes. A lo largo del diálogo, las colaboradoras nos vienen dando datos
orientados a la identificación de esta especie. El rasgo más saltante para ellas (turnos iv-x),confirmado por la definición de Escamilo Cárdenas, es su canto «escandaloso». Al no
compartir ese conocimiento, los entrevistadores requerimos más datos para lograr una
adecuada identificación. Por ello, preguntamos por su aspecto (turno xi). Después de la
descripción correspondiente (turnos xii-xiii), uno de los entrevistadores está en capacidad
de asociar al ave con una especie que ha visto anteriormente. Este entrevistador propone
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otros rasgos como los característicos, aparte del canto: el ave suele posarse sobre los techos
(turno xiv) y siempre mira al cielo (turno xvi). El rasgo propuesto en el turno xiv es
confirmado en el turno xv por Karina, con un dato adicional («siempre hace hueco»), pero
la característica presentada en el turno xvi no es corroborada. Por ello, el entrevistador
pregunta por el nombre del ave, tal vez como un recurso para reconfirmar que la segunda
característica propuesta por él es reconocida por las colaboradoras. La respuesta (turno xix)
contiene el marcador pue, puesto que la cargacha ha venido siendo efectivamente el tópico
de todo el fragmento y nadie ha propuesto un tema alternativo. «Debería estar claro que es
de ella que se está tratando en toda la interacción», es lo que parece decir este marcador
discursivo en este fragmento de diálogo.
Veamos un ejemplo en el que pue se usa para explicitar información que se juzga parte delos presupuestos de la conversación:
(34)i. Lidia. Uy, acá hay distintos pueblos. Por aquí hay muchos pueblos. Para
arriba, a Huamachuco, ahora, pues, estamos con las minas. El Perú es rico, pero ¿qué? Solamente vienen los de lejos para llevarse la plata y nosotrosaquí cada día más más pobres. ¿Qué hacemos con el oro y la plata cuandootros lo llevan? Y peor ahorita, porque antes no había ninguna enfermedad, pero ahora hay enfermedad para nosotros las personas, para los animales y
para las plantas, para el sembrío. Porque este año ha aparecido unaenfermedad para los animalitos, para los carneros, de los ojos, de las vistas.¡Lo vieras! Se hacen ciegos aquí casi todititos; todos los animales les handado enfermedad.
ii. Entrevistador. ¿Qué será?iii. Lidia. Sí, la contaminación, pue, el medio ambiente. Por esta carretera pasan
mucho carro con esos reactivos para la mina, con cianuro. Yo me fui un díaa la plaza y pasaba un trailer por mi lado. Yo me paré para un ladito para que pase el carro. Ay, cuando acabó de pasar el carro, un olor pero horrible queme dejó borracha, parecía yo mareada. Eso es este… que dicen que llevanahí cianuro, eso, cosas que son muy fuertes (Agallpampa, Otuzco).
El fragmento de diálogo (34) surgió a partir de una pregunta acerca de los lugares turísticos
de la zona. La entrevistada cambia de tópico para introducir su preocupación acerca de la
situación impuesta por la minería: empieza a detallar los problemas económicos y de
desigualdad que esta causa y luego pasa a mencionar las consecuencias de la contaminación
en la salud de las personas, los animales y las plantas. Finalmente, se centra en un problema
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visual sufrido recientemente por el ganado ovino. En este marco, el entrevistador inquiere
por la causa de este problema (turno ii), pero, por el cambio de tópico tan detallado que ha
habido en el turno anterior, la responsabilidad de la contaminación minera ya debería estar
clara en este punto. Por ello, la entrevistada responde con pue en el primer enunciado del
turno iii, para luego proseguir presentando información que refuerza su evaluación de la
minería.
Los principales valores pragmático-discursivos descritos por Zavala (2001) para el «pues
andino» se pueden encontrar en las variedades de las localidades estudiadas, como ilustran
los ejemplos (33) y (34). Siendo así, no se puede considerar a este marcador discursivo
como un rasgo diferencial de la región dialectal postulada. Es relevante mencionar, por
último, que si bien en el estudio citado se han dejado como puntos pendientes deinvestigación los valores de pues en el marco de narrativas, el corpus recogido en los Andes
norteños muestra que este marcador también es frecuente en este tipo de discurso, de modo
que las narraciones recopiladas también podrían ser un material adecuado para ahondar en
estas funciones poco conocidas del marcador.46 Convendría explorar, asimismo, si, en las
variedades de castellano peninsular, puede encontrarse en pues la misma función
corroborativa atribuida al castellano andino, ejemplificada en (33) y (34).
4.4.2.3 Fático ¿di?
En el terreno pragmático-discursivo, se ha podido observar, en las tres localidades
estudiadas, la recurrencia de un marcador que no está presente en el castellano andino
sureño, pero que sí se encuentra en otras variedades peruanas, como algunos castellanos
norteños de la costa (A. Escobar 1978: 50) y que ha sido documentado, de manera
preliminar, en el castellano de Iquitos (Pérez Silva, Zavala y Zariquiey 2004), aunque falta
estudiar con detalle su presencia y función en estas últimas variedades. Se trata delmarcador ¿di?, que funciona discursivamente como un pedido de confirmación de lo dicho
46 Desde un punto de vista de contacto de lenguas, resulta difícil trabajar con la hipótesis de Zavala (2001)sobre el sufijo evidencial –m/-mi como fuente para el origen del valor corroborativo del «pues andino»,mientras la idea no sea verificada con datos pragmático-discursivos del propio quechua. Por ello, prefiero
basarme solo en la minuciosa descripción que ella hace de este marcador.
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previamente por el hablante y, en el terreno pragmático, como un marcador que, a la vez
que permite mantener la fluidez del diálogo, cede el turno al oyente de manera cortés.
Veamos un ejemplo de estas funciones pragmático-discursivas de ¿di?
(35)i. Entrevistador. ¡Qué tal suerte, señora!ii. Lidia. Sí, pues, mire.iii. Entrevistador. ¿Y cuándo ha pasado eso?iv. Lidia. Hará 15 días, ¿di? [dirigiéndose a Karina]v. Karina. Ya un mes ya. vi. Lidia. Un mes será ya; sí, un mes será ya.
En el ejemplo anterior, el entrevistador está evaluando positivamente la noticia de que una
de las colaboradoras ha resultado beneficiada en un sorteo reciente (turno i). Al preguntar
sobre la fecha en que ha ocurrido el hecho, no obtiene un dato preciso, sino una afirmación
con un grado de incertidumbre, porque la aseveración de Lidia, en el turno iv, es
completada por ¿di?, lo que se acompaña mediante un gesto dirigido a la otra colaboradora.
En efecto, Karina responde, en el turno v, especificando un tiempo distinto del señalado por
Lidia inicialmente. Karina ha producido, entonces, una corrección, confirmada por Lidia en
el turno vi, que no se puede percibir como descortés porque justamente ha sido producto de
la propia invitación de la interlocutora. ¿Di? funciona, pues, prototípicamente, como un
recurso para solicitar la confirmación de lo expresado.
A diferencia de lo que se suele pensar, ¿di? no asume una forma fija en segunda persona
singular, sino que tiene una variante plural, ¿digan?, y dos deferenciales, ¿diga? y
¿digasté?.47 En este último caso, observamos la base verbal flexionada para la segunda
persona deferencial con la marca –ste (ver 4.3.1.3). En ¿digasté?, el acento principal recae,
excepcionalmente, sobre la última vocal de la palabra y no en la /i/ de dígaste debido a la
curva entonacional que adquieren las preguntas en la región estudiada, claramente másmarcada que en el castellano andino sureño. Veamos a continuación una interacción con la
forma ¿diga? entre las mismas colaboradoras del ejemplo (35), que tienen edades distintas,
siendo Lidia mayor que Karina, por lo cual se requiere una de las variantes deferenciales
47 Ya Escobar (1978: 50) había presentado ¿di? y ¿diga?
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del marcador. En la conversación, el tema son las riquezas de la Virgen de la Puerta de
Otuzco.
(36)
i.
Lidia. Terminaba toda la fiesta y abrían todas las alcancías por allá, por acá.Por todos lados había alcancías y sacaban la plata. Esa Virgen tiene mucha plata.
ii. Entrevistador. Ajá.iii. Karina. Tiene joyas de oro, ¿diga? [dirigiéndose a Lidia]iv. Entrevistador. Diferentes vestidos.v. Karina. Diferentes sí, bastantes.vi. Lidia. Cantidad.vii. Karina. Sí, tiene muchas, muchas joyas, mucha ropa ella.viii. Lidia. Mucha plata.
En este caso, vemos el marcador ¿diga?, una de las formas deferenciales de ¿di?, en su
función pragmática de contacto y de cambio de turno. Aparentemente, podría pensarse que,
en el turno iii, Karina requiere que Lidia confirme su aporte al diálogo por no estar segura
de la información. Sin embargo, esta confirmación nunca llega, porque el entrevistador
interrumpe la respuesta, pero se asume que el dato no es falso y Karina lo repite en el turno
vii, integrándolo en un solo enunciado con la información entregada por el entrevistador y
confirmada tanto por ella misma como por Lidia (turnos iv-vi). La uniformidad en la
duración de los turnos entre los tres participantes da una idea de la fluidez de este momento
del diálogo, fluidez a la que aporta ¿diga? como mecanismo cortés de cesión de turno.
El hecho de que la expresión haya sido registrada en variedades de la costa, de los Andes
norteños y de la Amazonía invita a considerarlo como un rasgo de una zona dialectal
amplia del español peruano, básicamente norteña. ¿Di? no constituye, pues, un rasgo
específico del castellano andino septentrional. Sin embargo, migrantes de los Andes
norteños en Lima han indicado que, en la capital, este elemento discursivo es identificado
rápidamente como un índice de su procedencia norteña, razón por la cual lo inhiben. Elloconfirma que ¿di? se encuentra seleccionado en los estereotipos dialectales de la ciudad e
invita a investigar sobre las percepciones externas que existen en torno a los castellanos
estudiados.
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4.4.3 Fenómenos pragmático-discursivos de interés
4.4.3.1 Tratamiento de vos
Aunque las localidades urbanas en la región estudiada muestran los pronombres tú y usted
para el trato de confianza y el trato deferencial o de jerarquía, en Huamachuco yCajabamba, los mayores recuerdan el trato de vos para el primer tipo de vínculo y algunos
afirman mantenerlo o conocer personas que aún lo mantienen. En Agallpampa (Otuzco, La
Libertad), un entrevistado de más de 60 años introdujo espontáneamente en la conversación
el uso de vos cuando estaba recordando un diálogo entre él y su hermano cuando eran
jóvenes. Esta fue la primera noticia que tuve de la prevalencia de vos en la región de
interés, fuera de su registro escrito en monografías provinciales, recopilaciones de tradición
oral, la información de Benvenutto Murrieta (1936: 136, 140) sobre Pallasca y Tauca, y el
trabajo pionero de Alberto Escobar, basado en La serpiente de oro (Escobar 1993: 123-
124).
A pesar de que podría parecer un pronombre en retirada, en dos localidades rurales de la
región de interés, he podido comprobar que esta fórmula de tratamiento se mantiene
vigente: la pareja de pronombres de uso cotidiano es allí vos y usted , y no tú y usted. Estas
dos localidades son los centros poblados menores de La Conga (distrito de Marcabal,
provincia de Sánchez Carrión, La Libertad) y El Suro Chico (distrito de Sitacocha,
provincia de Cajabamba, Cajamarca). Como el objetivo de la tesis es presentar un
panorama dialectal de la región, no se visitaron más localidades rurales con el ánimo de
verificar el uso más amplio de esta fórmula y trazar su extensión geográfica, pero es casi
seguro que el pronombre se mantiene en otros centros poblados menores de la región y
probablemente en algunas ciudades intermedias, entre las familias migrantes. Estudiar su
extensión dialectal y su distribución sociolectal es tarea pendiente.
Vos se usa en dos tipos de relaciones: vínculos horizontales y vínculos familiares de mayor
a menor jerarquía. Por ejemplo, en La Conga y El Suro Chico, se puede tratar de vos a los
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hermanos y a los hijos.48 Pregunté a una adolescente de La Conga por qué no trataba de vos
a sus padres y me respondió: «Porque no somos edades»; es decir, contemporáneos. Es
relevante preguntarse qué pronombre usan los residentes de La Conga con sus amigos
contemporáneos de Huamachuco, adonde van a vender productos y realizar trámites y
transacciones, puesto que la norma en dicha ciudad parece ser el uso de tú. Lo mismo
valdría para los residentes de El Suro Chico cuando visitan Lluchubamba (Cajabamba,
Cajamarca), la localidad cercana de mayor importancia. Un acercamiento etnográfico,
atento a la variación generacional y a la jerarquía de las relaciones, sería necesario para
explorar este tema con detalle. La variación generacional se muestra clave, por ejemplo, en
Lluchubamba: en la familia de un profesor de 50 años, quien ya no usa el pronombre, la
madre hasta ahora emplea vos, usted y a veces tú, pero la abuela usa solamente vos y usted.
El profesor refiere que su hija le responde así a la señora de mayor edad cuando esta usavos: «Mi pequeñita le dice: ‘¿Cuál vos?’ cuando ella le pregunta ‘¿Y vos?’».
A diferencia de lo que ocurre en el Cono Sur, y de lo que se ha reportado para la región de
Arequipa en la primera mitad del siglo XX (Benvenutto Murrieta 1936: 136-137), el uso de
vos no viene acompañado de una flexión especial en el verbo. En La Conga y El Suro
Chico, la flexión de la segunda persona es idéntica a la que se usaría con tú. Así tenemos
vos canta para el imperativo, vos cantas para el indicativo presente y para que vos cantes
para el subjuntivo presente. En contraste, Benvenutto Murrieta (1936: 139) reportó para
Arequipa vos abrís, querís, vivís, enojís, chupís. Este mismo autor menciona el uso del
pronombre para la provincia de Pallasca, además de «ciertos indios del litoral norteño», el
departamento de San Martín y el de Arequipa (1936: 136), pero no presenta ejemplos para
la localidad ancashina. En La Conga pude transcribir cuatro ejemplos de uso del pronombre
en una familia campesina:49
48 Fuera de las localidades estudiadas, he escuchado a dos migrantes de San Marcos en la ciudad deCajamarca usar también el pronombre: se trataba de una mujer de más de 50 años y de un joven de entre 20 y30. Quien usó vos para dirigirse al otro fue la mujer. A pesar de que ella era una empleada de la familia del
joven, en un vínculo similar al de un ama con el «niño» de la familia, parecía primar la diferencia de edad enla selección del pronombre.49 La observación directa fue clave en este punto: el pronombre no habría podido surgir espontáneamente enlas entrevistas semiestructuradas grabadas, incluso en aquellas en las que participaban dos colaboradoresconocidos entre sí, debido a que la interacción principal se daba con el entrevistador y por el entorno artificialque una entrevista siempre supone.
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(37)a. Vamos, Faustina, que cocines vos, ¿ya? (Margarita, de 19 años, dirigiéndose a
su hermana Faustina, de 4).b. —Ahí está mi choyano (Faustina, de 4 años, refiriéndose cariñosamente a su
hermano Michael, de 2 meses).
—Lo otro es choyano; vos, choyana…(Benito, el padre, hablándole a Faustinacariñosamente).c. —¿Quieres? (El entrevistador ofrece caramelos a Faustina, de 4 años).d. ... (Faustina no responde).
— ¿Vos, sí? (Alicia, dirigiéndose a su hija Faustina, insistiéndole en lainvitación).
e. —Alístate vos, ya también, porque ya nos vamos. El señor ya se va ya también(Alicia dirigiéndose a su esposo Benito, apurándolo, y refiriéndose alentrevistador).
Fue en este marco familiar que pude confirmar el uso de vos estrictamente asociado a la
edad y a la jerarquía: como afirmé anteriormente, el pronombre se usa entre hermanos(aunque no sean estrictamente «edades», como en los ejemplos 37a y 37b), entre esposos
(ejemplo 37d) y en el trato de padres a hijos (ejemplo 37c). A diferencia de lo que parece
ocurrir en Lluchubamba, los miembros de esta familia usaron el pronombre
espontáneamente al margen de las diferencias generacionales.
Cuándo y cómo empezó el reemplazo de vos por tú en las ciudades y poblados mayores de
la región de interés es una pregunta que valdría la pena investigar en la documentación.
Benvenutto Murrieta (1936: 137) supone que, finalizado el siglo XVIII, tú ya no tenía
competencia alguna en Lima, mientras que en España la sustitución se dio a fines del siglo
XVII. ¿Cuál será la temporalidad de estos procesos en los Andes norteños? En un
expediente criminal de 1675,50 la acusada, al utilizar el discurso referido, emplea vos en vez
de tú en la recreación de un diálogo, pero, más importante que ello, utiliza una flexión
verbal distinta: callad, digaies y decid para el imperativo, y decís para el indicativo.
Veamos:
50 Archivo Regional de Cajamarca, Corregimiento, Causas Criminales, Protector de Naturales, Leg. 1. «El procurador de los naturales del pueblo de Santiago de Chuco en nombre de Juana Julcacallay, Juana Clara yDomingo Carlos contra María Juana por el asesinato de la legítima esposa de Augustín Pisanquillich (suconviviente)», expediente de 1675.
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(38)Preguntada la noche del dicho dia que dice la lleuo el dicho Augustin Pisanquillichsi durmieron en el dicho sitio Churugual en que parte del y con quien durmio estadeclarante: dijo que durmio con Francisca muger del dicho Augustin y con suhermana Maria Gregoria en la era porque el dicho Augustin quando la llebaua se
aparto en el paraje de Layguada y no lo boluio auer asta que la dicha noche estandodurmiendo desperto al rruido que se hiço y beo al dicho Augustin Pisanquillich quecon una piedra que tenia en la mano estaba dando en la caueça a la dicha Franciscasu muger y esta declarante le dixo que que era lo que haçia y a la dicha Francisca ladixo deçi Jesus y el dicho Augustin Pisanquillich la dixo a esta declarante callad bos porque os a de lleuar el diablo a bos tamuien que la dicha Maria Gregoria suhermana despertó al rruido y empeço a llorar porque la dicha Francisca yastabamuerta de los golpes que con la dicha piedra la hauia dado el dicho AugustinPisanquillch el qual la dixo no digaies que yo echo esto deçid que bos la matastes ami muger porque si no lo decis os e de matar a bos tamuien que yo me boy a Namobal por mi hixa y se fue y la dejo a esta declarante y a la dicha Maria Gregoriasu hermana con el cuerpo difunto de la dicha Francisca (fol. 3r, énfasis mío).
¿Cuándo se perdieron en los Andes norteños los paradigmas de la flexión verbal que
observamos en este fragmento asociados a vos? ¿Cómo está relacionada esta pérdida con
los vínculos sociales que vos terminó representando en esta región? ¿Cuándo empezó a
reemplazarse el vos por el tú en las principales ciudades y poblados? ¿Por qué pervivió vos
en algunas zonas rurales de la región de interés? Estas son algunas de las preguntas de
carácter sociohistórico que podrían plantearse una vez que tengamos debidamente mapeado
el fenómeno en el área estudiada, tanto en el campo dialectal como en el sociolingüístico.
El punto de partida resaltado por la literatura es que la desaparición de vos y su reemplazo
por tú se encuentran estrechamente asociados a la presión normalizadora de las principales
ciudades de la América hispana durante el virreinato. Tradicionalmente, se ha supuesto que
la influencia de Lima fue lo suficientemente fuerte como para borrar vos del territorio
peruano, salvo testimonios aislados de Arequipa, Pallasca, la costa norte (Benvenutto
Murrieta 1936) y Ayabaca, Piura (Rivarola 1986: 34). Los datos de los Andes norteños
muestran que la difusión del pronombre ha sido más amplia y más larga de lo que la
literatura indica, pero, sobre todo, que se encuentra vigente hasta el presente, de tal manera
que se puede afirmar que una parte pequeña del Perú, marcadamente rural, es voseante.
Por último, cabe mencionar en esta subsección la fórmula de tratamiento cho, usada entre
amigos y familiares contemporáneos. Por ejemplo, en San Juan (Tauca), después de haber
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retratado a tres familiares —un adulto, un adolescente y un niño— que estaban
descansando durante la cosecha del maíz, tuve un problema con la cámara fotográfica y
debí hacer la toma por segunda vez. Entonces, escuché al adolescente bromear al niño, su
primo, diciéndole: «¡Cómo lo has quemado la cámara, cho!». Flores Reyna (2001: 32) ha
incluido esta fórmula de tratamiento entre las palabras de origen culle de Santiago de
Chuco y Pallasca. Sin embargo, Kany (1951 [1945]) ha encontrado la misma expresión,
cho, en Bolivia, junto con choy, lo que lleva a pensar, más bien, en un fenómeno de
retención de una antigua alternativa del castellano. La sugerencia de Kany sobre alguna
relación con la partícula interrogativa quechua –chu, bastante extraña ya para Bolivia, se
vuelve más difícil de sostener tomando en cuenta los datos de la sierra norte. Una
particularidad de Pallasca a este respecto es que los hablantes reportan un uso diferenciado
de cho entre varones y de chi entre mujeres. Algunos entrevistados interpretaron estos usoscomo reducciones de las palabras cholo y china, respectivamente.
4.4.3.2 Estructuras topicalizadoras particulares
En las localidades estudiadas, he registrado un tipo de estructuras topicalizadoras que si
bien no serían inusitadas en el habla informal de cualquier variedad del español, llaman la
atención por su frecuencia y diversidad en el corpus. Esto me lleva a postular que dichas
estructuras, que no registradas para la variedad de constraste —salvo en un ejemplo de
A. M. Escobar (1994) que comentaré después—, conforman un conjunto relacionado que
constituye un rasgo común de los castellanos analizados. El primer tipo de estructuras de
este conjunto combina el pronombre pleno nosotros con oraciones impersonales con se:
(39)a. Bueno, nosotros el cuy se prepara acá: primero matas el cuy, después pones a
sancochar tus papas, granas tu arroz, matas tu gallina, haces tu sopa de gallina, y
después mueles tu ají, el ají negro (Tauca, Pallasca).
b. Nosotros se dice rueca (Tauca, Pallasca).
c. Pero nosotros se echa [la semilla de quinua o de ajonjolí] solamente en lossurcos (Tauca, Pallasca).
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Entiendo este tipo de estructuras como un recurso del hablante para remarcar el tópico de la
conversación (nosotros) antes de brindar la información nueva: la manera de preparar el
cuy en Tauca (39a), el nombre de una parte del instrumento de hilado (39b) y la forma de
sembrar algunos cultivos (39c). Por la función topicalizadora que cumple, este tipo de
estructura se puede relacionar con otro, que gramaticalmente tiene un origen distinto:
(40)a. Bueno, yo mis tierras que cultivo, ahorita que estoy cultivando, he hecho
mis sembríos es por Huachas (Tauca, Pallasca).
b. Yo mi casa era un desorden tremendo (Huamachuco, Sánchez Carrión).
c. Y yo mi yerno trabaja él solo (Agallpamapa, Otuzco).
Los enunciados anteriores tienen, también, desde el punto de vista pragmático-discursivo,una función topicalizadora en el sentido de que buscan dejar en claro, en primer lugar, a
quién pertenece o con quién se relaciona el objeto sobre el que posteriormente se va a
predicar. En 40a, se trata de enfatizar la pertenencia de las tierras ante una pregunta del
entrevistador que apunta a la localización de los terrenos de la entrevistada. En 40b, la
hablante, una profesora, está detallando las desventajas de trabajar en capacitaciones
sabatinas, señalando lo descuidada que tenía que dejar su casa. En 40c, la entrevistada está
empezando a narrar los problemas laborales que experimenta su yerno, que trabaja de
manera independiente. En estos tres casos vemos que la información nueva, que se predica
sobre el «objeto» poseído (tierras, casa, yerno) —lo que llamaríamos el foco —, se presenta
una vez que ha sido establecida claramente la primera persona como posesor.
Discursivamente, estas estructuras están funcionando, entonces, como recursos de
topicalización, al igual que la estructura NOSOTROS + ORACIÓN IMPERSONAL de los ejemplos
(39). Es de resaltar que una estructura similar a Yo mi casa se ha registrado en el corpus de
A. M. Escobar (1994: 67) Esa [la hija] su mamá es acá provincia Cajatambo. La estudiosa
interpreta el rasgo como el resultado de la elipsis de la preposición de (de esa su mamá…) y
lo registra como propio del castellano de los bilingües quechua-castellano. Sin embargo, no
resulta transparente en mis datos que estemos ante una supresión como la propuesta. Pienso
que el ejemplo de A. M. Escobar también podría ser interpretado como una estructura de
topicalización antes que como una instancia de las frases posesivas.
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Un tercer tipo de estructuras topicalizadoras que, a mi modo de ver, forman parte de este
mismo conjunto está formado por el pronombre pleno de primera persona, esta vez
singular, más el verbo conjungado en tercera, como en el siguiente ejemplo:
(41)Pero yo me llama la atención que no habla hasta ahora [un niño] (Agallpampa,Otuzco).
Sintácticamente, es llamativa en (41) la ausencia de concordancia entre el pronombre y la
frase verbal, tal como en los ejemplos de (39) se observa una aparente inconsecuencia entre
el pronombre pleno nosotros y el carácter impersonal de las frases posteriores. Relaciono,
entonces, este rasgo con la debilidad de la presión normalizadora en los Andes norteños,
debido a la lejanía de los polos de prestigio estandarizador como Lima y Trujillo. El
conjunto de estructuras topicalizadoras ejemplificadas no ha sido reportado para la variedad
de referencia, salvo el segundo caso, y de manera muy escueta. Por tanto, considero las
estructuras tomadas como conjunto como un rasgo diferenciador de los castellanos
estudiados. Esta característica, ciertamente, se habría desarrollado a partir de las propias
unidades del sistema castellano por necesidades pragmático-discursivas en el marco de una
escasa presión normalizadora, y no como una influencia del sustrato indígena.
4.5 RESUMEN
A lo largo de este capítulo, he mostrado que hay unidades y procesos lingüísticos
compartidos entre los castellanos de las tres localidades estudiadas. Buena parte de estos
fenómenos no han sido descritos para la variedad de referencia, el castellano andino sureño,
de adstrato quechua y aimara. Sin embargo, algunos fenómenos sí son comunes entre las
hablas norteñas y la variedad descrita por la literatura como castellano andino. Esto me
lleva a proponer que, para darles un lugar dialectal apropiado a las hablas estudiadas, sedebería expandir la categoría de «castellano andino», diferenciando en su interior por lo
menos dos subvariedades, una subvariedad sureña y surcentral, caracterizada por una serie
de unidades y fenómenos lingüísticos fijados y construidos por generaciones de hablantes
en contacto con el quechua y el aimara, y una subvariedad norteña, definida, a su vez, por
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un conjunto de unidades y fenómenos creados por generaciones de hablantes en contacto
histórico con dos idiomas indígenas, de los cuales el preponderante fue el culle y el
secundario fue el quechua, un quechua aparentemente cercano a las variedades centrales de
esta familia lingüística.
En este capítulo, me he ocupado de la comparación y contraste con el castellano andino
sureño y surcentral; sin embargo, he notado, a lo largo del estudio, que los hechos
lingüísticos también hablan de otros circuitos y contactos. Algunos rasgos importantes de
los castellanos estudiados no son compartidos por la variedad de referencia, pero sí por
otros castellanos como los de la costa norte, la variedad andina ecuatoriana y las variedades
amazónicas. Ejemplos de ello son el fático ¿di?, compartido con la generalidad de
variedades norteñas del Perú; la expresión arrarray, compartida con el español andinoecuatoriano; y el sincretismo en la marcación de caso de los complementos de las frases
preposicionales, compartido con variedades rurales de Colombia y Ecuador. Estos son
caminos dialectales alternativos que habría que recorrer de manera específica en futuras
investigaciones.
En el cuadro 4.2 se sistematizan las principales conclusiones sobre los rasgos revisados a lo
largo de este capítulo. En él se podrá notar que solo algunos de estos rasgos pueden ser
atribuidos directamente al sustrato indígena, sea culle o quechua; otros se pueden relacionar
con la historia de contacto lingüístico establecida entre el castellano y estos idiomas, en la
medida en que, como las simplificaciones y los sincretismos, se producen típicamente en
contextos de contacto idiomático. Finalmente, un conjunto importante de los rasgos
estudiados se pueden explicar como desarrollos o retenciones específicas del propio sistema
castellano en un entorno de débil presión normalizadora. Se esperaría que este último grupo
de rasgos, habiendo sido menos determinado por razones sustratísticas y de contacto, se
encuentren fuera del área dialectal postulada, en otras zonas de Cajamarca, La Libertad y
Áncash, e incluso en los Andes lambayecanos. Los límites del área dialectal postulada en
este trabajo se pensaron inicialmente en función del área de emplazamiento de la lengua
culle. Tomando en cuenta que las razones sustratísticas y de contacto solo pueden dar
cuenta de una parte de los rasgos identificados como particulares, la zonificación postulada
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debería afinarse en posteriores aproximaciones que no estén basadas en este tipo de
hipótesis.
Desde un punto de vista sociolingüístico, hay que notar que algunas de las particularidades
estudiadas funcionan para los hablantes como índices de ruralidad y bajo nivel educativo, a
pesar de que también se las puede encontrar en entornos urbanos. Un buen ejemplo de ello
es la prevalencia de /š/, que tiene carácter de fonema y que se utiliza también como un
recurso expresivo que denota emotividad y cercanía. Paradójicamente, este rasgo, que
caracteriza a la subvariedad en su conjunto, es también indexical del carácter rural de los
hablantes y, en algunas localidades, de engreimiento e infantilidad. Otro ejemplo destacado
es la marginación de que es objeto el rasgo de sincretismo en la flexión verbal que produce
resultados como partemos y salemos, y que es entendido en la escuela como una muestra de«motoseo» o confusión de las vocales del castellano, sin reconocerlo como una
característica morfológica única de los castellanos descritos. Rasgos de carácter más bien
léxico, como el focalizador cati y el urgentivo das ~ dasdás, también son identificados por
los hablantes como índices de ruralidad y bajo nivel educativo. Todo ello plantea retos a las
posibles iniciativas que en el futuro se orienten a legitimar esta subvariedad de castellano
entre sus propios hablantes, trabajando, por ejemplo, desde la escuela. Un punto de partida
necesario para afrontar este reto es el reconocimiento de este conjunto de castellanos como
una subvariedad particular andina, que debe ser entendida en su propia lógica, sin
desatender sus posibles conexiones con la subvariedad andina sureña y surcentral, así como
con otros castellanos como el amazónico, el andino ecuatoriano y los de la costa norte.
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Rasgo Ejemplo Extensión en la«zona consensual»
¿Presente enla variedad dereferencia?
¿Atribuible alsustratoindígena?
¿Rasgoimpulsado porcontacto?
¿Rasgo pordébil presiónnormalizadora?
Fonema fricativo palatal/š/
masha ‘comadreja’
Los tres puntosestudiados
No Sí Sí (doblecausación)
No
Presencia marginal delsegmento /ž/
minžo ‘ombligo’ Los tres puntosestudiados
No Sí Sí (préstamo) Sí
Oposición entre /y/ y /λ/ rallar / rayar Los tres puntos
estudiados, variaciónsocial
Sí Sí Sí (retención) Sí
Huellas de /θ/ [ka.’rri.θos] Los tres puntosestudiados, nogeneralizado
Sí No No Sí
Ausencia de «motoseo» puro / poro Los tres puntosestudiados
No Sí Sí (vocalismo) No
Tratamiento desecuencias vocálicas
trayer, cayer Los tres puntosestudiados
Parcialmente Sí Sí (estructurasilábica)
Sí
Supresión de /-r/ delinfinitivo ante clíticos –lo y –le
llevalo ‘llevarlo’,traelo ‘traerlo’
Los tres puntosestudiados, variaciónsocial
No No No Sí
Ensordecimiento devocales no acentuadas
guachits <guachitos
Los tres puntosestudiados
Sí No No Sí
–e paragógica Subire, llevare, flore
Solo Pallasca Parcialmente No No Sí
Diminutivo –ash– cholasho,chinasha
Los tres puntosestudiados
No Sí Sí (préstamo) Sí
Diminutivo –an– cholano, chinana Otuzco y Cajabamba No Sí Sí (préstamo) SíDeferencial verbal – ste(< usted)
Ciérraste la puerta
Los tres puntosestudiados
No No Sí (cortesía) Sí
Urgentivo das ~ dasdás Das acabamos ynos vamos
Los tres puntosestudiados
Parcialmente(rash, Áncash)
Sí Sí (préstamo) Sí
Aumentativo –enque chinenque,cholenque
Cajabamba (yHuamachuco)
No Sí Sí (préstamo) Sí
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Rasgo Ejemplo Extensión en la«zona consensual»
¿Presente enla variedad dereferencia?
¿Atribuible alsustratoindígena?
¿Rasgoimpulsado porcontacto?
¿Rasgo pordébil presiónnormalizadora?
Sincretismo en la flexiónde primera persona pluraldel modo indicativo
dicemos, salemos, producemos
Los tres puntosestudiados
No No Sí(simplificación)
Sí
Sincretismo en elcomplemento de primera
y segunda personas de lasfrases preposicionales
de yo/de tú y a yo/a tú
Los tres puntosestudiados, variación
social
No No Sí(simplificación)
Sí
Frases negativas conoperador antepuesto
No casi, notodavía, no creohay
Cajabamba yPallasca
No No No Sí
Frases posesivas condoble marcación
De mi primo susombrero, susombrero de mi
primo
Los tres puntosestudiados, nogeneralizado
Sí No Sí (retención ysintaxis)
Sí
Onde ~ donde comomarca de acusativo
«Estoy piña, hoydía», le digo ondeella
Solo productivo enPallasca
No No No Sí
¡array! ~¡arrarray!‘¡Quévergüenza!’
¡Arrarray! Otuzco y Cajabamba No Sí Sí (préstamo) Sí
Ausencia delsubordinador citativodiciendo
Y dice a suscompañeros:«Este señor fue atraerme», le dice,«de tal sitio».
Los tres puntosestudiados
No No No No
Reportativo y narrativodice
El sitio se quedamiedoso dice[cuando hanmatado a alguien]
Los tres puntosestudiados
Sí No Sí (retención,generalización)
No
Corroborativo pue Ese es lacargacha, pue
Los tres puntosestudiados
Sí No Sí(generalización)
No
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Rasgo Ejemplo Extensión en la«zona consensual»
¿Presente enla variedad dereferencia?
¿Atribuible alsustratoindígena?
¿Rasgoimpulsado porcontacto?
¿Rasgo pordébil presiónnormalizadora?
Fático ¿di? Hará 15 días,¿di?
Los tres puntosestudiados
No No No Sí
Focalizador cati Igualito cati laluna de aumento
Los tres puntosestudiados; mayor
productividad en
Cajabamba
No No No Sí
Tratamiento de vos Vos hazlo Dos centros pobladosen Cajamarca-Huamachuco
No No No Sí
Estructurastopicalizadoras
particulares
Yo mi casa estabatoda desordenada
Los tres puntosestudiados
No No No Sí
Cuadro 4.2. Cuadro-resumen de los rasgos lingüísticos analizados
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Capítulo 5
Discusión
5.1 EL CASTELLANO ANDINO NORTEÑO COMO UNA SUBVARIEDAD REGIONAL Este trabajo ha defendido la idea de que el conjunto de castellanos analizados,
correspondientes a Otuzco (La Libertad), Cajabamba (Cajamarca) y Pallasca (Áncash),
conforman una unidad dialectal bien articulada y definida, distinta de la conformada por los
castellanos andinos sureños que han servido como variedad de referencia, castellanos estos
últimos que están marcados por la influencia de las lenguas andinas mayores, el quechua y
el aimara. A través de la revisión del material, he podido confirmar, sin embargo, que, al
lado de las diferencias, hay suficientes rasgos comunes con el castellano andino sureñocomo para considerar que ambas entidades forman parte de una unidad dialectal mayor, el
castellano andino, pero reformulado en sus alcances y cobertura. De la revisión efectuada
surge la necesidad de ampliar la concepción de castellano andino de tal manera que deje de
ser vista como una variedad uniforme y homogénea desde el punto de vista regional para
pasar a ser concebida como una entidad que contiene en su interior por lo menos dos
entidades dialectales que llamo subvariedades, a saber, el castellano andino sureño peruano,
marcado por la influencia del adstrato quechua y aimara, y el castellano andino norteño,
configurado mediante el contacto con un sustrato complejo, formado por el extinto idioma
culle y, de manera secundaria, por el quechua, junto con una particular evolución del
castellano que resumiré en la sección 5.2. En este último caso, pero no en el primero,
resulta pertinente el concepto de sustrato, puesto que tanto el quechua como el culle, como
idiomas vernaculares, se encuentran extintos en la región estudiada; en el primero, como ha
apuntado Zimmermann (1998), el uso de la categoría de sustrato resulta equívoco e
ideológicamente cuestionable.
He sustentado este planteamiento dialectológico mediante la revisión de rasgos que
atraviesan tres niveles estándares de análisis lingüístico: fonético-fonológico,
morfosintáctico y pragmático-discursivo. En cada uno de estos niveles, he identificado
elementos y procesos particulares de la subvariedad que he denominado castellano andino
norteño de sustrato predominantemente culle, así como elementos y procesos comunes con
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la variedad de referencia y contraste. Un ejemplo del primer tipo de hallazgos, en el nivel
pragmático-discursivo, es la recurrencia de estructuras topicalizadoras particulares como Yo
mi casa estaba toda desordenada y Nosotros el cuy se prepara acá como un guiso, cuya
frecuencia resultaría inusitada no solamente en el estándar sino también en la variedad de
referencia. Un ejemplo del segundo tipo de resultados es la frecuencia con que se escuchan
frases posesivas doblemente marcadas, como Su chompa de Juan, pero también De Juan su
chompa, siguiendo, en este último caso, la estructura sintáctica del quechua, junto con la
opción estándar La chompa de Juan, que resulta mayoritaria.
Existen, sin embargo, algunos rasgos que no se encuentran en toda la región estudiada sino
solamente en un sector de ella. Un ejemplo de esto es la paragoge de – e en palabras agudas
y terminadas en /r/, como flore, cantare y mejore, que encontramos en Pallasca pero no en
Otuzco ni en Cajabamba. De este modo, como es natural, se observan isoglosas internas a
la región dialectal propuesta, pero también suficientes rasgos comunes como para sostener
la existencia de una entidad dialectal relativamente uniforme. Al mismo tiempo, algunas
características que no se encuentran en la variedad de referencia y contraste son
compartidas por el castellano andino norteño con variedades distintas. Este es el caso del
marcador discursivo ¿di? y sus variantes, común con el castellano de la costa norte del Perú
y, aparentemente, también con el amazónico, aunque esta última atribución solo se ha
hecho de manera anecdótica. Aunque estos rasgos centrífugos no son suficientes como paradesdibujar la atribución de una unidad dialectal a la región de interés, sí permiten entrever
que la subvariedad postulada, o, más propiamente, las generaciones de hablantes que la han
construido, han mantenido contactos históricos con otros espacios dialectales del castellano.
Es pertinente en este punto la noción de variedades en contacto, propuesta por Trudgill
(1986).
Alberto Escobar (1978) dividió su tipo castellano andino en tres variedades diferenciadas:
el «castellano andino propiamente dicho», el «castellano altiplánico» y el «castellano del
litoral y de los Andes sureños» (Moquegua y Tacna). De acuerdo con los resultados
anteriormente expuestos, el castellano andino propiamente dicho debería subdividirse en
dos subvariedades distintas, la sureña y surcentral, por un lado, y la norteña, por otro.
Carezco de datos, sin embargo, para evaluar la pertinencia de diferenciar los castellanos
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altiplánico y del litoral y Andes sureños. Por otra parte, me distancio de la noción de
interlecto, tanto en su versión inicial (Escobar 1978) como en su versión afinada (A. M.
Escobar 1994, 2000), más por razones teóricas (expuestas en el capítulo 2) que empíricas,
pues, al carecer de colaboradores bilingües en la zona en que he trabajado, no puedo
evaluar detenidamente este punto y, por ello, remito a las críticas de otros autores al
respecto (Zavala 1999: 69; De Granda 2001a: 198-199, Caravedo 1996a: 494; 1992: 729-
730). De cualquier modo, la noción de castellano andino como una variedad uniforme y
homogénea desde el punto de vista regional queda desdibujada a la luz de los resultados
obtenidos. Hay que reconocer, sin embargo, que ninguno de los autores revisados ha
sostenido dicha unidad de manera explícita, pero el silencio que ha cubierto algunas hablas
andinas por las razones expuestas en el capítulo 2 puede generar esa imagen equívoca.
Un punto que debería trabajarse con más detalle en el futuro es la cuestión de las fronteras
de la subvariedad propuesta. Por las características de la hipótesis que postulé al inicio,
tributaria de un sustrato idiomático particular, la recolección de datos se ha restringido al
área planteada por la lingüística andina para la expansión del idioma culle. Sin embargo, es
posible que los castellanos de localidades que escapan a esta área, correspondientes a otros
fondos idiomáticos indígenas, coincidan bastante bien con la descripción dialectal
presentada en el capítulo 4 e, incluso, con la revisión histórica esbozada en el capítulo 3.
Este problema no ha sido abordado en esta tesis de manera específica y deberá ser materiade indagaciones futuras. ¿Hasta dónde llega el área de la subvariedad identificada por el
norte, por el este, el oeste o el sur? La hipótesis de trabajo con que se inició esta
investigación partió del área de emplazamiento del culle para enmarcar el área, pero como
se explicará en la siguiente sección, tanto o más peso parecen haber tenido los factores
históricos y sociolingüísticos en la configuración particular del castellano analizado. Si esto
es así, sería esperable que las fronteras planteadas deban ampliarse o reformularse en el
futuro. La respuesta deberá provenir de una profundización de las investigaciones de campoen las zonas fronterizas de la «zona consensual».
Otro punto pendiente consiste en la necesidad de efectuar un corte vertical en la
subvariedad descrita, a fin de observar la variación interna debida a factores como nivel
socioeconómico, nivel educativo, género y edad. En este trabajo solo he apuntado las
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diferencias observadas en la distribución de algunos rasgos entre hablantes de localidades
urbanas y localidades rurales. Por necesidades metodológicas, además, he excluido de mi
recolección de datos a los hablantes que muestran trayectorias de migración mayores de un
año. Un corpus como el recogido no podría, en consecuencia, responder a preguntas
relacionadas con el cambio que puede estar experimentando la subvariedad debido al
contacto cada vez más intenso con polos de prestigio idiomático como Trujillo, Lima y
Cajamarca. Sería necesario abordar estos problemas, a fin de obtener una imagen más
completa y dinámica del castellano andino norteño, pero aquí, nuevamente, se hace
necesario que la lingüística interesada en los castellanos peruanos asuma con más claridad
una perspectiva diatópica de base, puesto que no contamos, por ejemplo, con descripciones
panorámicas y sistemáticas de los castellanos de Trujillo y Cajamarca, lo que constituiría
un punto de partida clave para empezar a observar la influencia de la migración en lasubvariedad propuesta.
5.2 ENTRE LA INFLUENCIA DEL SUSTRATO INDÍGENA Y UNA PARTICULAR
EVOLUCIÓN DEL CASTELLANO
La motivación inicial para esta investigación fue explorar cómo es el castellano andino en
un área que no ha tenido como lengua de sustrato, ni tiene como lengua de adstratoactualmente, al quechua ni al aimara sino a otra lengua indígena. El supuesto detrás de la
pregunta era que, en contra de lo que la literatura predecía, el castellano asociado a este
sustrato distinto debía de diferenciarse lo suficientemente de la variedad de referencia como
para ameritar un tratamiento dialectal particular. En la sección anterior he precisado que,
una vez recabados los datos, la hipótesis inicial hubo de ser relativizada, porque al lado de
las características diferenciadoras, existían suficientes rasgos comunes con el castellano
andino sureño como para postular una separación dialectal tajante. La figura que se
dibujaba era, más bien, como se ha explicado, la de una subvariedad dentro de un conjunto
dialectal mayor que englobaría tanto al castellano andino sureño como al norteño. Sin
embargo, el supuesto mencionado hubo de ser relativizado también en dos sentidos más,
estrechamente vinculados al sustrato indígena y a su posible influencia.
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En primer lugar, después de la revisión documental efectuada para este trabajo, tuve que
concluir que la difusión del quechua había sido más larga e intensa de lo que inicialmente
había supuesto en la región de estudio. La literatura había tratado el tema casi en los
mismos términos que había sugerido Blas Valera, citado por el inca Garcilaso (1943
[1609]: VII, III, 92): una vez desestructurado el imperio incaico, los pueblos recientemente
conquistados retornaron a sus antiguas lenguas abandonando el quechua. Sin embargo, la
documentación es clara en señalar que esta lengua se habló por mucho más tiempo en la
región analizada de lo que la bibliografía llevaba a suponer. Localidades como Cajabamba,
Huamachuco y Pallasca fueron señaladas como ejemplo de manejo del quechua por un
preocupado religioso que, en Santiago de Chuco, constataba, en 1711, que los indios ya no
sabían esta lengua y que, por tanto, su adoctrinamiento se dificultaba. Sin embargo,
Santiago de Chuco parece haber sido la excepción y no la regla: un expediente de mediadosdel XVII sobre Atun Conchucos, en la actual provincia de Pallasca, sugiere que el quechua
era la lengua de comunicación cotidiana entre los indios de ese asiento minero, pero
también muestra que era el vehículo de adoctrinamiento en la vecina localidad de Pallasca.
Un siglo después, se observa el manejo del quechua entre los indios obrajeros juzgados
como culpables de la rebelión de Carabamba, una vez trasladados a la Real Cárcel de Corte
en Lima. La hipótesis que resulta más probable para explicar el mantenimiento de este
idioma, junto con el culle y el castellano, es la acción evangelizadora de la iglesia, mientras
que no se encuentra evidencia concluyente a favor de la actividad minera como el principal
factor impulsor.
En cualquier caso, esta comprobación dibuja un sustrato indígena complejo para el
castellano en la región estudiada, y, de este modo, la denominación castellano andino de
sustrato culle resulta insuficiente: deberíamos hablar de un sustrato predominantemente
culle y secundariamente quechua. Esta situación, en la que se observa una lengua indígena
generalizada para la comunicación cotidiana y familiar en una región, a la que se superponeotra lengua indígena con propósitos ideológicos específicos, pero, además, una lengua
occidental y de mayor prestigio para la comunicación oficial, el castellano, supone un reto
para una perspectiva sociolingüística estándar, atada al concepto de diglosia. Habría que
agregar, además, que la documentación y la revisión de los indigenismos quechuas
presentes en el léxico de la región, así como el examen del material recopilado sobre el
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quechua de Macañía, Urpay, en la provincia liberteña de Pataz (Vink 1982), sugieren que la
variedad quechua hablada en la región de estudio no parece haber sido impuesta desde el
sur andino, como se desprende de la literatura, sino que, más bien, se trataba de una
variedad vernacular, cercana a los quechuas vecinos de Sihuas y Corongo, probablemente
en línea con la base de quechua I que se deduce de los trabajos de Taylor (1996: 6, 55) para
la formación inicial del quechua ferreñafano. Esto apunta hacia un sustrato indígena no
solamente bilingüe sino también muy antiguo en su condición de bilingüismo, tema que
debería ser materia de profundización en trabajos posteriores, por ejemplo, dedicados a
trazar la historia del quechua en Ferreñafe.
En segundo lugar, el supuesto de base hubo de ser modificado para dar lugar a otros
factores, no sustratísticos, en la explicación de las particularidades de esta variedad. Tan o
más importante que el sustrato parece haber sido una condición directamente relacionada
con el tipo de español desarrollado en los Andes norteños: el español asentado allí ha
mantenido muchas características que, desde los centros de prestigio, hoy podrían ser
calificadas de arcaizantes, pero que parece preferible observar de manera más neutral, como
desarrollos específicos a los que una comunidad de hablantes puede llegar «naturalmente»
si se encuentra convenientemente alejada y aislada de las presiones normalizadoras
dictaminadas por las grandes ciudades; en nuestro caso, las principales ciudades de la costa,
como Lima y Trujillo. Muchos de los rasgos que diferencian esta subvariedad del castellanode referencia y contraste constituyen, pues, elementos y estructuras formados dentro del
propio sistema español, en contacto sí con un sustrato indígena complejo, como se ha dicho
antes, pero, principalmente, en un espacio alejado lo suficiente de las presiones
normalizadoras como para favorecer ciertas soluciones en desmedro de otras. Sopesar el
peso relativo de ambos factores es un ejercicio que excede las pretensiones de este trabajo,
pero que valdría la pena emprender en el futuro con instrumentos adecuados que
trasciendan la mera contabilización de rasgos atribuibles a una de ambas fuentes, rasgosque, por lo demás, han sido seleccionados en este trabajo a partir de una mirada específica,
construida en función de la comparación con el castellano andino sureño y surcentral.
Sin embargo, quiero dejar claro en esta sección que pienso que la cuestión del sustrato
sigue siendo importante para pensar las particularidades de los castellanos regionales. No
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solo porque sabemos que algunos rasgos diferenciadores de la subvariedad postulada en
este trabajo solo se pueden explicar a partir de este fondo indígena sino, además, por una
precaución metodológica a la que apuntan trabajos como los de Germán de Granda (2001a,
2001b) y Zimmermann (1995): el concepto de «causación múltiple» (Malkiel 1967, 1977),
aplicado seriamente, lejos de ser un cajón de sastre que permite apresurar una explicación
mecánica a fenómenos complejos, debería servir para observar, caso por caso, en qué
medida los supuestos desarrollos específicos «internos» del castellano solo podrían haberse
producido en una situación de contacto con otras lenguas. Como ha demostrado De Granda
para el caso de las frases posesivas doblemente marcadas (De Granda 2001a: 57-64),
fenómenos aparentemente «internos», explicables solo a partir de la historia del idioma
castellano, cobran un sentido más complejo si se los mira comparativamente, tomando en
cuenta las diferencias específicas en los escenarios de contacto desarrollados en cadaregión. Este sería, pues, un tercer factor que deberíamos tomar en cuenta en cualquier
evaluación sociohistórica de las particularidades de una variedad, además del sustrato y la
relación con los polos de prestigio idiomático.
Un punto pendiente de dilucidación en relación con el sustrato indígena, para
investigaciones posteriores, es la tipificación de los elementos provenientes de este fondo a
fin de observar con más detalle cuáles son las categorías y campos conceptuales que, a
juzgar por los préstamos léxicos y las transferencias gramaticales, ha «importado» másmantener y recrear a las generaciones de hablantes que han construido esta subvariedad de
castellano. Por las características de este trabajo, he puesto énfasis en resaltar que entre los
morfemas transferidos del sustrato indígena resaltan aquellos que, como los diminutivos –
ash –, – an – y el aumentativo – enque, se relacionan fuertemente con la emotividad y el trato
familiar. Investigaciones más focalizadas, que tomen en cuenta también el léxico indígena,
podrían aportar más luces sobre los aspectos privilegiados en este proceso. Investigaciones
recientes sobre otros sustratos andinos podrían aportar material comparativo de interés: por ejemplo, Howard (2010), al analizar el aporte cañari al quichua ecuatoriano, observa que
buena parte de los préstamos léxicos se relacionan con el campo léxico de la atribución de
características personales negativas, tanto en el terreno físico como moral, además de la
nomenclatura de especies naturales, topónimos y patronímicos. Aunque precisar el aporte
léxico del sustrato indígena al castellano andino norteño no ha formado parte de mis
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objetivos, a lo largo de las entrevistas he podido notar que algunos campos privilegiados
para profundizar este tema son la agricultura, la textilería, la crianza y la salud. Por razones
estratégicas, he profundizado uno solo de estos campos, el de la textilería, guiado por el
carácter tradicional y fundamentalmente femenino de esta práctica. Indagaciones léxicas
posteriores podrían orientarse a los otros campos mencionados.
5.3 CONTACTO DE LENGUAS E HISTORIA REGIONAL
Dada la ausencia de una historia regional específica del área estudiada, además de la
revisión bibliográfica de la literatura arqueológica y etnohistórica pertinente, fue necesario
recurrir a archivos regionales y eclesiásticos en busca de documentación complementaria,
que permitiera contextualizar mejor la formación de esta variedad de castellano. En esta
revisión, me concentré en expedientes relativos a la participación de indígenas en pleitos
judiciales, que pudieran dar cuenta de la intervención de intérpretes, y en visitas de
autoridades eclesiales y civiles a distintas localidades del área en cuestión. Como resultado
de este examen, ha sido posible incrementar la base documental con que se cuenta para el
idioma culle mediante un conjunto de expedientes entre los cuales resalta un documento de
«extirpación de idolatrías», dictado en Cabana, en 1618, que establece penas para quienes
sigan hablando la lengua. Se ha podido situar este documento en el marco de una preocupación mayor, identificable en el discurso «extirpador», acerca de las lenguas
indígenas menores como vehículos de transmisión de las antiguas costumbres y
supersticiones. Desde el punto de vista histórico, haría falta estudiar este aspecto de la
campaña extirpadora, tomando en cuenta la bibliografía crítica existente sobre este tópico
de la historia colonial (Ramos 1992; Estenssoro 1992, 2003; García Cabrera 1994;
Abercrombie 2002).
La búsqueda documental realizada también me permitió ampliar la evidencia acerca de la presencia del quechua en el área de interés. Como se ha detallado en la sección anterior,
esta presencia se muestra más larga e intensa de lo que la literatura permitía prever. Una
ventaja adicional de los expedientes identificados para este fin, relativos a la producción
obrajera y minera, reside en que permiten deducir circuitos recurrentes de contacto entre
las poblaciones indígenas y mestizas en la región estudiada. A esta documentación se ha
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sumado la revisión del tardío conjunto de expedientes de idolatrías que obran en el Archivo
Arzobispal de Trujillo y las crónicas tempranas que detallan los caminos religiosos del
panteón configurado alrededor del culto de Catequil. En el capítulo cuarto he especificado
algunos caminos que se observan de manera recurrente en esta documentación,
estrechamente relacionados con la producción obrajera y minera entre los siglos XVII y
XVIII y con la actividad curanderil entre los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, considero
que este es un acercamiento preliminar al problema, dado que se ha basado en corpus
documentales muy restringidos.
Haría falta observar estos circuitos, concentrados en la región de interés, de manera más
atenta y específica, a fin de calibrar el peso que han tenido como base del contacto de
lenguas y variedades en los Andes norteños, comparándolos con otros caminos centrífugos
hacia Trujillo, Cajamarca y Lima, por ejemplo, que también aparecen documentados. Si las
características dialectales estudiadas en el capítulo cuarto hablan de manera clara de una
lejanía de los polos idiomáticos de mayor prestigio, sería esperable que los circuitos
centrífugos tuvieran un peso menor que los regionales. Dada la importancia que tienen
estos circuitos como base de las trayectorias poblacionales y las rutinas comunicativas que
consolidan lenguas y variedades, sería necesario diseñar metodologías interdisciplinarias
apropiadas para calibrar de manera más técnica y profunda su real gravitación. En el diseño
de esas metodologías, deberían tener un papel central la geografía humana, lasociolingüística histórica y los acercamientos etnográficos a la historia regional.
La hipótesis de Pearce (2011) sobre la ausencia de un proceso de «reindigenización» en los
Andes norteños, a diferencia de lo ocurrido en la sierra central y sureña entre los siglos
XVIII y XIX, es la propuesta que se ha juzgado más apropiada para explicar el silencio
documental sobre el culle a partir del siglo XIX en el centro y el norte de la región
estudiada, en contraste con la persistencia de noticias sobre el idioma hasta la primera
mitad del siglo XX en el territorio de la actual provincia de Pallasca. Este planteamiento se
asocia de manera directa con el supuesto de un mestizaje masivo e intenso de la población
indígena norteña en los siglos mencionados, es decir, una «desindigenización». Esta última
idea se basa principalmente en datos demográficos. La revisión más atenta de los circuitos
que han constituido la base del contacto lingüístico en la región podría ofrecer evidencia
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adicional acerca de la manera en que se llevó a cabo este proceso, ofreciendo una ventana a
las motivaciones de sus actores. Ello sería conveniente para discutir la posible impresión de
pasividad política y social entre los grupos indígenas de los Andes norteños que el
planteamiento relativo a la «desindigenización» podría generar.
5.4 DE NUEVO SOBRE EL CONCEPTO DE CASTELLANO ANDINO: PROBLEMAS
Y PERSPECTIVAS
En 1986, José Luis Rivarola consideró que para el desarrollo apropiado del estudio del
español del Perú, tan importante como el incremento de la evidencia empírica era el
desarrollo de nuevos enfoques y perspectivas metodológicas: «El avance de la
investigación depende ahora no sólo de una ampliación de la base empírica sino del
desarrollo de un instrumental analítico consistente en las dimensiones sociolingüística,
pragmática y propiamente sistemático-lingüística» (Rivarola 1986: 29). Matizando esta
información, pienso que desde el punto de vista del estudio de la variación regional en el
Perú, ha faltado principalmente recojo de información en el campo, y que la adopción de
nuevas perspectivas metodológicas, relacionadas con la sociolingüística urbana y el estudio
del bilingüismo, pueden haber jugado un involuntario papel en contra de la descripción
detallada de los castellanos regionales en zonas monolingües. El caso del castellano andinonorteño muestra con claridad, a mi modo de ver, que las variedades regionales del español
pueden permanecer mal comprendidas si son cubiertas por conceptos generales que
esconden la ausencia de evidencia sobre sus características y particularidades. En este
sentido, el programa de estudio del castellano andino, con su sesgo sureño y su énfasis en el
bilingüismo quechua-castellano y aimara-castellano, ha dificultado la comprensión de esta
variedad específica de español. Considero que también contribuyó al desinterés por el
estudio de las variedades regionales en su propio contexto de desarrollo la centralidad que
cobró Lima como foco de atención para el estudio de la confluencia de variedades como
producto del masivo fenómeno de migración que experimentó el Perú desde mediados del
siglo XX. Son excepcionales, en este sentido, los estudios realizados sobre la ciudad del
Cuzco (De los Heros Diez Canseco 2001), Calca (Alvord, Echávez-Solano y Klee 2001;
Klee y Ocampo 1995; Ocampo y Klee 1995), Puno (Godenzzi 1987, 1991, 1996b, 1998,
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2004) y Piura (Rojas Rojas, Minaya Portella y Mendoza Cuba 1974; Arrizabalaga 2008).
No obstante sus méritos, todos estos estudios han estado desvinculados de propuestas más
amplias de zonificación que tomen en cuenta el territorio nacional en su conjunto, o bien la
postulación de regiones dialectales más amplias, como el enfoque que anima la
participación peruana en el Atlas Lingüístico Hispanoamericano, cuyos resultados, cuando
se publiquen, enriquecerán sin duda nuestra comprensión de la variación regional y social
que caracteriza al español en el Perú.
Para poderle asignar una ubicación clara al castellano estudiado dentro de la dialectología
hispánica, ha sido necesario proponer una ampliación de la categoría de castellano andino
de tal manera que esta entidad dialectal englobe por lo menos dos subvariedades: el
castellano andino sureño, marcado por la influencia del adstrato quechua y aimara, y el
castellano andino norteño, configurado a través del contacto con un sustrato indígena
complejo y sujeto a una débil presión normalizadora, como se ha detallado en la sección
5.2. Desde el punto de vista diatópico, quedan, sin embargo, varias piezas por ordenar en el
modelo dialectal así reformulado. En estos párrafos finales, quisiera señalar cuatro de ellas.
En primer lugar, habría que responder cuál es la validez de la distinción propuesta por
Alberto Escobar (1978) entre un «castellano andino propiamente dicho», por un lado, y un
«castellano altiplánico» y otro «de los Andes y litoral sureños», por otro. Para el caso de
Puno ya se cuenta con material suficiente gracias a los trabajos pioneros de Cutts (1973) ySchumacher (1980) y al sostenido trabajo descriptivo de Godenzzi (1987, 1991, 1996b,
1998, 2004). Para el castellano de Moquegua y Tacna, el «de los Andes y litoral sureños»,
todo está por hacerse.
En segundo lugar, como se ha señalado en la sección 5.1, sería necesario someter a
discusión el tema de las fronteras de la subvariedad postulada. La categoría «castellano
andino norteño» se muestra en exceso generalizadora si no tomamos en cuenta espacios
como la sierra de Lambayeque y Piura ni las provincias centrales y norteñas de Cajamarca.
¿Sería necesario «empujar» las fronteras de la subvariedad postulada hacia las regiones
mencionadas? Para ello, sería necesario contar con descripciones panorámicas específicas
en cada una de estas direcciones. Un factor que complejiza esta tarea es la existencia de
«enclaves» quechuahablantes en diferentes puntos del territorio cajamarquino y
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lambayecano, pero sin evidencia empírica disponible, se hace imposible adelantar cuáles
serían los resultados esperables de esta tarea.
En tercer término, hay que enfatizar que la variedad de referencia y contraste en este
estudio ha sido el castellano andino sureño, de base quechua y aimara. Sin embargo, a lolargo de la descripción dialectal, se han observado, entre los rasgos discrepantes
identificados, interesantes coincidencias con otras variedades, entre las cuales resalta el
castellano andino ecuatoriano, configurado a través del contacto con el quichua, pero con
un sustrato complejo que involucra otras lenguas andinas como el cañari (Howard 2010).
Entre estas coincidencias, resalto el tratamiento de vos, que parece haber sido generalizado
en la región estudiada y que ahora se restringe a algunas comunidades rurales, la
exclamación arrarray, la presencia marginal del segmento /ž/ y algunas retenciones
específicas como vide ‘vi’, truje ‘traje’ y bía ‘había’, que se encuentran a lo largo de la
región, especialmente en sectores rurales. Si bien ninguna de estas coincidencias constituye
una innovación compartida, sino más bien retenciones de características tenidas por
arcaicas, su número y frecuencia invitan a considerar la relación con el castellano andino
ecuatoriano como una vía promisoria de exploración.
Este último punto se relaciona con la carencia de una perspectiva interregional en el estudio
del castellano andino. Si bien se cuenta ya con descripciones amplias para Ecuador, el
noroeste argentino, Colombia y, en menor medida, Bolivia y Chile, los enfoques, incluido
el de este trabajo, siguen tendiendo a restringirse a los espacios nacionales, olvidando el
carácter internacional de la geografía andina y la larga historia de relaciones entre pueblos y
culturas a lo largo y ancho de los Andes. A principios de los años noventa, Fontanella de
Weinberg ya había notado que «[l]a división entre variedades andinas y no andinas parece
extenderse más allá de los límites nacionales de Colombia, ya que Toscano Mateus […]
considera que en el español de Ecuador la principal división se da entre una variedad
costeña y otra propia de la sierra, mientras que Escobar propone para Perú dos variedades
principales, una ribereña y otra andina […], y José G. Mendoza distingue en Bolivia entre
castellano andino, oriental y sureño» (Fontanella de Weinberg 1993 [1992]: 130-131). Casi
dos décadas después de formulada esta observación, aún no contamos con una zonificación
del castellano andino que intente cubrir la región en su conjunto. Una comparación entre el
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castellano andino ecuatoriano y el norteño peruano sería una excelente manera de iniciar
este camino.
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285
Anexo 1. Pauta temática para las entrevistas semiestructuradas
1. Celebraciones y costumbres principales de la localidad
1.1 Fiestas de la localidad1.2 Platos típicos
1.3 Bailes típicos
1.4 Cultos locales1.5 Lugares turísticos
2. Narrativa personal o comunitaria
3. Cuestiones biográficas
3.1 Trayectoria laboral
3.2 Lugar de origen, viajes realizados, nivel educativo (confirmación de datos paralos requerimientos del corpus)
4. Chequeo de rasgos lingüísticos4.1 Palabras de interés
4.2 Estructuras sintácticas y morfemas
4.3 Formas de tratamiento4.4 Opcional: percepciones acerca del habla de grupos sociales específicos y
localidades vecinas
5. Solo para profesores: usos lingüísticos en el aula
Nota: el orden en la secuencia 1, 2, 3 varió en función de la naturalidad con que se presentaba cada área temática para el inicio de la conversación. La duración y profundidad
del punto 4 dependía del interés, motivación y conciencia lingüística del entrevistado(a).
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Anexo 2. Características sociales básicas de los colaboradores entrevistados para el corpus
Entrevistado Hombre/Mujer
Edad Localidad deresidencia
Nivel educativo Ocupación Duracióndeentrevista
Observaciones
Agallpampa, Otuzco, La Libertad
1. PH Mujer 73 Agallpampa 2.º primaria Ama de casa 30’48
29’34
La entrevista se interrumpe;
por eso hay dos archivos.
2. HJ Hombre 71 Agallpampa 2.º primaria (estudiótambién en el ejército)
Agricultor 42’38
3.TR Mujer 67* Agallpampa 2.º primaria Comerciante 18’02 Se perdió parte de la
entrevista por error.
4. RM Hombre 60-70 Agallpampa Primaria completa Pastor (evangélico)
29’17
5. LV Mujer 55 Agallpampa 5.º secundaria Ama de casa 42’19
4’39
17’41
Habla junto con
colaboradora KR. Se
grabaron entrevistas en tres
momentos, en tres archivos.
6. EZ Hombre 53 Agallpampa Primaria Comerciante-servicios de
mecánica
30’30
7. AR Mujer 50 Agallpampa Secundaria Ama de casa-
comerciante
45’30
24’37
Habla junto con su esposo y
su ahijada.
La entrevista se
interrumpió; por eso hay
dos archivos.
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Entrevistado Hombre/Mujer
Edad Localidad deresidencia
Nivel educativo Ocupación Duracióndeentrevista
Observaciones
8. CG Hombre 40 Agallpampa 5.º secundaria Empleado
público
31’16
9. SB Mujer 30-40 Agallpampa Secundaria Ama de casa 30’01 Habla en parte junto con
una vecina
10. AL Hombre 26 Agallpampa Primaria o secundariaincompleta
Chofer 37’32 Habla junto con colega delmunicipio.
11. KR Mujer 23 Agallpampa 3.º secundaria Ama de casa 42’194’39
17’41
Habla junto concolaboradora LV, pero LV
copa la mayor parte.
12. AZ Hombre 27 Agallpampa 5.º secundaria Comerciante-
agricultor
30’38
Lluchubamba y Cajabamba, Cajabamba, Cajamarca
1. JB Mujer 90 Lluchubamba Primaria 30’48
12’56
Se hicieron dos entrevistas;
en la segunda, más corta,
participa su hija.
2. OG Hombre 75 Cajabamba Secundaria Sastre 38’02
3. DM Mujer 74 Cajabamba Secundaria Empleada 53’24 En aproximadamente lamitad de la entrevista, habla
junto con su esposo.
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Entrevistado Hombre/Mujer
Edad Localidad deresidencia
Nivel educativo Ocupación Duracióndeentrevista
Observaciones
4. SC Hombre 60 Lluchubamba Primaria Agricultor 36’01
5. MC Hombre 50 Lluchubamba Primaria Artesano 44’01
6. MP Mujer 55 Cajabamba Primaria Comerciante 37’17
7. JM Hombre 45 Cajabamba Superior universitario Profesor 48’18
8. SA Mujer 47 Lluchubamba Primaria Madre de
familia-servicios
16’11
30’36
Trabaja en tejido
Fueron dos entrevistas: la
primera, con otra madre de
familia del colegio dondehicimos el contacto; la
segunda, ella sola.
9. RO Hombre 33 Cajabamba Superior universitario Profesor 46’11
10. ER Mujer 33 Cajabamba Superior universitario Profesora 51’07 Es acompañada por una
colega profesora, que habla
muy poco.
11. WP Hombre 22 Cajabamba Superior universitario Estudiante 40’21
12. SG Mujer 25 Lluchubamba Superior técnico Empleada pública
41’23
Cabana y Tauca, Pallasca, ncash
1. ER Hombre 70 Tauca Segundo de primaria Agricultor y
pirotécnico
51’03
2. JR Mujer 70 Tauca Segundo de primaria Ama de casa 1’02’23 La entrevista se realiza
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Entrevistado Hombre/Mujer
Edad Localidad deresidencia
Nivel educativo Ocupación Duracióndeentrevista
Observaciones
junto con la nieta de JR
3. LM Hombre 60-70 Cabana Primaria completa Domador ycriador de
caballos
41’51
4. CC Mujer 60-70 Cabana Tercero de primaria Comadrona,
agricultora yganadera
57’18
5. MY Hombre 50-60 Cabana Primaria Agricultor,
servicios
73’ 17 La entrevista se realizó en
gran parte junto con suesposa, pero él habla la
mayor parte del tiempo
6. FC Mujer 50-60 Tauca Primaria Comerciante,
agricultora
49’28
7. PP Hombre 40-50 Tauca Primaria Tejedor 41’38
8. EC Mujer 40-50 Cabana Cuarto de primaria Empleada
doméstica
48’59
9. WV Hombre 30-40 Cabana Secundaria Vigilante 49’42
10. MG Mujer 30-40 Cabana Secundaria Empleada 48’43
11. SER Hombre 20-30 Tauca Tercero de primaria Agricultor,tejedor
45’29
12. DT Mujer 20-30 Tauca Superior técnica Desempleada. 53’14
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Anexo 3. Matriz sobre rasgos del castellano andino descritos en la literatura: tres ejemplos
Rasgo A. Escobar
(1978)
A. M. Escobar (2000) Godenzzi (2005) Zavala (1999) Otros trabajos
Cambios en consonantes/b/, /d/, /g/, /f/
Sustitución consonántica:g→w wardia ‘guardia’,
alwasil ‘alguacil’.
Señala el rasgo Cerrón-Palomino 2003 p. 94:“Sustitución consonántica: [warira]
‘barrera’, [riru] ‘dedo’, [ha λ ita]‘galleta’, [widyus] ‘fideos’, etc.”
Cerrón-Palomino (2003: 121-33)destaca, como ejemplo de la antigüedad
de algunos fenómenos de contactolingüístico entre el castellano y las
lenguas andinas, el siguiente
comentario de Bertonio (1612): “[N]osreymos de los indios nosotros quando
les oymos que dizen […] Caruasara,
en lugar de Caruajal , […] Peraço, por Pedaço, Salo por jarro, Cometa por
comida, y otros disparates como estos”.Cerrón-Palomino (2003: 124) observa
en Bertonio los cambios /x/→ [s], /d/→
[r], /d/→ [t], y también /f/ → [p], comoen Fabián → Pauian; confites →
compitesa.
Cerrón-Palomino (2003: 153), al
examinar el castellano de TitoYupanqui, observa el “ensordecimiento
de /d/ y /g/” (p.153) ,p. e., matre, Domenco, Petro, eclesia; la
“sonorización por ultracorrección”,
p. e., defundo; y “la metátesis de gruposconsonánticos tanto en posición inicial
como intermedia”: quelrrigo, pintaldo, poneldo, porcesión.
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Rivarola (2000a: 144) se basa en las
grafías de los textos de bilingües para
dar cuenta del ensordecimiento deconsonantes sonoras: p por b:
<capras>, <arropas> y c(qu-) por g :<taliquilla>, <canado>. Por otra parte,
rescata un caso de hipercorrección:
<combrase>.
-cha como préstamo delquechua: Mariacha,
ahorasicha (Godenzzi2005)
Señala el rasgo Diminutivo quechua – cha,añadido a la exclamación
“ahora sí” (expresa temor,amenaza): ¡Ahorasicha!,creo que [Pérez de
Cuellar] va a ganar a
nuestro candidato[Fujimori]; añadido a
nombres propios (da un
sentido peyorativo): Mariacha, Pedrucha,
Pablucha, etc. (Godenzzi2005: 166).
Benvenutto Murrieta 1936 señala elrasgo: Aquicha (aquicito), p. 90.
Atribuido al quechua.
Caravedo 1996: “En el español de la
costa no se usa el diminutivo – acha (de
origen quechua)”, p. 168.
Diciendo: Y se iba a
comer diciendo (1999)
Señala el rasgo. Señala el rasgo. Presenta ejemplos dentro
del marco de ausencia de
discurso indirecto: “Yo voya tejer su faja, yo voy a
tejer su poncho”, diciendo,
salió a mi favor; “¿por qué no fueron junto con
ella? , me dijeron; “¿por qué no fuiste junto
con ella?”, diciendo (Godenzzi 2005: 176).
Señala el rasgo. Cerrón-Palomino 2003, p. 27: A mi tía
voy visitar diciendo nomás me he
venido. ‘Vine pensando visitar a mi tía’(ejemplo señalado por el autor como
una de las “construcciones típicas del
‘español’ hablado en las zonas ruralesdel valle del Mantaro”).
Miranda (1978: 481) Diciendo es usado
como subordinación porque es lomismo del quechua “ni”, con una raíz
de decir que usa en quechua para
oraciones subordinadas, por ejemplo,“Yo soy mecánico, diciendo, fue
Pedro.”
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Anexo 4. Documento de «extirpación de idolatrías» en que se menciona la lengua
«colli» (1618)
Archivo Parroquial de Cabana, Libro E, fols. 23v-25r. El documento ha sido transcrito con
la asesoría de Laura Gutiérrez Arbulú. Las intervenciones de transcripción se marcan entre
corchetes y letras redondas. Las palabras que van entre corchetes y en letra cursiva fueronescritas con otra letra en el propio documento.
[.../fol. 23v, folio roto en diagonal desde la esquina superior derecha hacia el centro
izquierdo del folio/...]
[roto] quinze[roto] vissitador
[roto] en este a-
[roto] guerrero arco-[roto] aviendo ven-
[roto] pueblo de Santiago de Ca-
[roto] provissiones de su Excelencia y de[roto] los adoratorios quitados de ellas
[roto] cruçes taripado toda la gente
[roto] de la comission que tenia de su Señoria Ilustrisima[roto] conviniere para la extirpacion de la i-
[roto] y çeremonias que an usado los indios deste dicho
[roto] ba y ordeno las constituçiones siguientes.
[roto] que ningun indio ni india de qualquier [roto] que sea toque atambor ni use de sus
ins[roto]mentos antiguos asi en fiestas y processiones que se hiçieren como en baptismos y
casamientos y otras solemnidades so pena de que al caci[que] que lo consintiere o fuere
instrumento de que sabe ques le sera quitado el cacicasgo y a la persona que lo tocare lesean dados çien açotes y le quiten el cabello.
Yten que ninguna persona cante cantico antiguo ni haga la cachua por quanto todo es
invocaçion de los idolos y las cachuas son en grande sservicio de nuestro señor so pena de
duçientos açotes y de las penas en que incurren los idolatras.
Yten que a las personas que hicieren el Pacarico guardando las cerimonias que tan sin
temor de Dios y tan publicamente an usado en este pueblo y asimismo a las que hiçieren el
rutuchico les den cien açotes y sean desterrados a la casa de Santa Cruz del Çercado por eltiempo que su Señoria Ilustrisima mandare.
Yten que ninguna persona saque los [¿?]
[…/fol. 24r, folio roto en diagonal desde la esquina superior izquierda hasta el centro
derecho del folio/...]
lo que así [roto]
[¿?] llamado [roto]
y de la [¿?] [roto]
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a la casa de Santa Cruz [roto]
Yten ordeno y mando [roto]
los caciques y alcaldes [roto]cuidado de que las cruçes que se [roto]
siempre puestas y las renueven [roto]dos meses los lugares, para que [roto]
que la crus de Cristo nuestro redentor [roto]de nuestra Redemption y las que se an pues[to] [roto]
las siguientes en lugar de los adoratorios que [roto]
cuyos nombres se ponen aqui.
En Malap, Huachicarua, Malacabi, Car[ua] chuco, Carua Curuay, Huancocuyoc, Huanca
Palta, Pocsi, Pachamalca, Solpacha puquio, Parconcocha puquio, Paracocha puquio, Pasas,Dos cruçes, Huaracvilca, Calcacho, Pacarec, Cochabanba, Huacalbamba, Huaichao malca,
Canibarad, Ayauli, Cachobara, Pariamachay, Colcolmaca, Pichunchu, Husachic, Pochubal
puquio, Catequilla, caguia bagul, Huapucchamalca, Llanudmaca, Carpachaca, Sucbis,Huacanchac, Huacomayo.
Y adviertese a los curas beneficiados de este pueblo que estos son los idolos que an adorado
los indios de este pueblo y tanbien adoran a sus difuntos quemando mais y echando chicha
en el fuego y tanbien adoran al sol y luna y tanbien al raio a quien llaman llibiac o cunyac y
al arco que llaman turumanya y en particular se advierte que en las confesiones no se le pregunto si an adorado
[…/fol. 24v/…]
[roto] dotrina
[roto] y conoscan la[roto] cristiana son los si-
Tauca
[roto] ayac [hasta Corpus]
[roto] antaxambo [un año]
[roto] maichao choque [ siempre. Tiene hermana Ysabel Ualla][roto] el Guamanticlla [hasta Corpus]
[roto] Barbola Guarasticlla [ siempre] +
[roto] Santiago Colque Guanca [cumpla la penitencia del licenciado Guerrero][roto] Uisa Uagaigucha [un año] +
—Martin Lluac Manco que estubo huído [ siempre] +
—Ysabel Vichi carua [ siempre]
—Alonso Anyaipoma [dos meses]
Ayllo Huanlli
[murio] — Maria Llacatanta [ siempre][murio] — Monica Rimai Choque [hasta Corpus] +
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