ana bolena

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Ana Bolena, primera parte por: Eunice Castro Fuente: Vanidades Rechazó al rey Enrique VIII una y otra vez, cuando este trataba de seducirla... hasta que él le prometió que se divorciaría de Catalina de Aragón. Después, Ana se convirtió en la mujer más poderosa e influyente de la corte inglesa Por la carencia de archivos parroquiales en la época que vino al mundo Ana Bolena (en inglés Anne Boleyn), existe una controversia entre los historiadores para establecer la fecha de nacimiento, pero por deducción se cita el año1507. Ana tenía una hermana mayor llamada María, supuestamente nacida en 1503, y su hermano Jorge, en 1505. Su padre, Sir Tomás Bolena, era un diplomático británico muy respetado en Europa, que hablaba varios idiomas, y el rey Enrique VII lo consideraba uno de sus favoritos, y lo enviaba a grandes misiones diplomáticas en el extranjero. Su esposa, Lady Isabel Bolena (Howard de soltera), era hija del segundo duque de Norfolk. La familia Bolena era considerada una de las más respetables de la aristocracia inglesa. Sus abuelos incluían a un alcalde de Londres, un duque, un hidalgo, dos ladies aristocráticas y un caballero. El primer encuentro entre Enrique VIII y Ana Bolena (ca. 1530). Foto: Vanidades GUARDAR ENVÍA ESTA NOTA A UN AMIGO A na Bolena,prim http://w ww .esma

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Page 1: Ana Bolena

Ana Bolena, primera parte

por: Eunice Castro Fuente: Vanidades

Rechazó al rey Enrique VIII una y otra vez, cuando este trataba de seducirla... hasta que él le prometió que se divorciaría de Catalina de Aragón. Después, Ana se convirtió en la mujer más poderosa e influyente de la corte inglesa

Por la carencia de archivos parroquiales en

la época que vino al mundo Ana Bolena (en

inglés Anne Boleyn), existe una controversia

entre los historiadores para establecer la

fecha de nacimiento, pero por deducción se

cita el año1507. Ana tenía una hermana

mayor llamada María, supuestamente

nacida en 1503, y su hermano Jorge, en

1505.

Su padre, Sir Tomás Bolena, era un

diplomático británico muy respetado en

Europa, que hablaba varios idiomas, y el rey

Enrique VII lo consideraba uno de sus

favoritos, y lo enviaba a grandes misiones

diplomáticas en el extranjero. Su esposa,

Lady Isabel Bolena (Howard de soltera),

era hija del segundo duque de Norfolk. La

familia Bolena era considerada una de las

más respetables de la aristocracia inglesa.

Sus abuelos incluían a un alcalde de

Londres, un duque, un hidalgo, dos ladies

aristocráticas y un caballero.

Tomás Bolena tenía cuatro magníficas

propiedades; la mansión de Blickling Hall, en

el condado de Norfolk; el castillo de Hever,

en Kent: el palacio de Londres y la casa de

los Loo, en Middlesex.

Cuando el rey Enrique VII murió el 12 de

abril de 1509, y su hijo Enrique VIII ‘el más

hermoso de los príncipes cristianos’, que

aún no había cumplido 18 años, subió al

trono, este siguió usando los servicios de

El primer encuentro entre Enrique VIII y Ana Bolena (ca. 1530). Foto: Vanidades

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Page 2: Ana Bolena

Tomás Bolena. Este gozaba de mucha

influencia y admiración en Europa por su

profesionalismo.

Ana fue una niña obediente que se

preocupó por complacer a su padre. Su trato

con su hermana María era cordial, pero no

íntimo, mientras que con su madre y su

hermano Jorge disfrutaba de una relación

muy apegada y feliz.

Según Henry Suhamy, autor de Enrique

VIII, Sir Tomás Bolena comprobó que su hija

Ana tenía, como él, una predisposición

lingüística y gran gusto por los estudios, a

diferencia de su hermana mayor. Y

aprovechó una misión en Bruselas para

obtener el favor de la archiduquesa

Margarita de Austria, que regentaba los

Países Bajos por su padre.

—Quiero confiarle a Su Alteza la más

prometedora de mis hijas —le dijo.

Aceptada Ana, gozó de una posición

privilegiada como pupila y dama de honor de

la regente Margarita. Ella arribó a Bruselas

en la primavera de 1513, accediendo a la

educación impartida en la más elitista de las

escuelas que impartía clases a un pequeño

grupo de niños, entre los que se encontraba

el futuro Carlos V. Por sus finos modales y

aplicación, Ana demostró estar a la altura de

las exigencias del programa de educación

principesca.

La regente Margarita encontró a Ana tan

agradable y elegante en su conducta que

escribió a Sir Tomás: ‘Agradezco mucho que

me haya enviado a su hija’. Margarita llegó a

referirse afectuosamente a Ana como ‘la

petite Boleyn’ (la pequeña Bolena).

La segunda lengua que Ana dominaba era

la francesa y escribía a casa a su padre en

ese idioma con estilo. Este período de

aprendizaje no le duró mucho tiempo a Ana,

pues en octubre de 1914, su padre le

ordenó que se reuniese con su hermana

María en la corte de Francia, como dama de

honor de la nueva reina, María Tudor. Este

Page 3: Ana Bolena

período fue aún más corto tras la muerte de

Luis XII y el nuevo casamiento expeditivo

de su viuda con Brandon. Su hermana

mayor, María Bolena, regresó a Inglaterra

para seguir al servicio de la ex reina. La

nueva reina Claudia, que contaba a la

sazón 17 años, se avino con gusto a

quedarse con la pequeña Ana. El ser dama

en aquella Corte no significaba tener una

gran intimidad con la Reina, pues alrededor

de ella se reunían más de 300 muchachas.

Pero como Ana tenía la ventaja de dominar

el francés bastante bien y el inglés, le

sugirieron:

—Podrías fungir como intérprete cuando

tengamos algún invitado inglés importante

en la Corte.

Ella aceptó encantada. Mientras tanto,

completó sus estudios de francés y adquirió

detallados estudios de la cultura y el

protocolo de Francia. Como era inteligente,

también se interesó en la filosofía religiosa

que reclamaba la reforma de la iglesia. En

cuanto a vanidad, la moda francesa cautivó

los sentidos de Ana, que puso un especial

empeño en su vestuario.

El capullo se fue convirtiendo en flor. No

poseía Ana precisamente la belleza

característica de su época, donde era

esencial que la mujer tuviese una piel tan

blanca como la leche. Pero era hermosa,

aunque su tez era demasiado oscura.

Contribuía a ello su larga cabellera negra,

que ella llevaba siempre suelta, y sus

hermosos ojos negros de un encanto

dramático. Exótica y primorosamente

desenvuelta, Ana Bolena se hizo notar en la

corte francesa, aunque conservando

siempre intacta su reputación.

En el invierno del año 1521, recibió una

carta de su padre en la que la reclamaba:

’Doy por terminada tu educación y debes

regresar a Inglaterra. Serás una de las

damas de honor de la reina Catalina’.

En enero de 1522, Ana partió de Calais, que

Page 4: Ana Bolena

en aquel entonces todavía era una posesión

inglesa. En marzo hacía su debut en la corte

inglesa en un baile de máscaras en honor al

Rey y se destacó por sus dotes de bailarina

en una complicada danza, acompañando a

la hermana menor de Enrique y a

importantes damas de la Corte.

Pronto su carisma atrajo a la gente a su

alrededor, y su modo de caminar y su

sentido de la moda francesa inspiró nuevas

tendencias entre las damas de la Corte.

Según la historiadora Alison Weir, el

encanto de Ana no radicaba tanto en su

aspecto físico como en su personalidad

vivaz, su elegancia y su rápido ingenio.

Brilló en el canto, componiendo música,

bailando y conversando. Era dulce y alegre,

y disfrutaba de los juegos de azar, bebiendo

vino y chismorreando. Era valiente y

emocional, por lo que los hombres jóvenes

de la Corte andaban a su alrededor. Aunque

hubo lenguas maledicientes que corrieron la

voz de que Ana tenía un sexto dedo en la

mano y en el pie izquierdo, y un tercer seno,

pues en esa época tener algún signo de

deformidad era relacionado con el diablo.

Y eso que en aquellos tiempos aún ella no

había despertado la envidia, porque estaba

aún muy lejos de que encendiera la chispa

del amor en Enrique VIII.

Ana encontró que Catalina de Aragón, la

primera esposa de Enrique VIII, era popular

entre muchos súbditos y nobles, aunque ella

no participara en la política ni en la vida de

la Corte por algún tiempo.

La historia de Enrique y Catalina era larga.

Supo que a los 12 años, Enrique había sido

prometido en matrimonio con Catalina, que

tenía 18 años entonces y era la viuda de su

hermano Arturo (llevaban casados seis

meses cuando Arturo, que todo el tiempo

había estado enfermo, murió). Enrique

accedió al trono dos meses antes de cumplir

los 18 años y se casó con Catalina seis

semanas después. Ella iba vestida de

Page 5: Ana Bolena

blanco para revelar al mundo que a pesar de

haber estado brevemente casada con

Arturo, era todavía doncella, y por

consiguiente apta para convertirse en

esposa de Enrique.

Según Irving, Amy y Sylvia Wallace, y

David Wallechinsky, autores del libro The

Intimate Sex Lives of Famous People, en

ese entonces Catalina y Enrique se amaban.

Catalina de Aragón poseía gran belleza en

su juventud. Hija del rey Fernando II de

Aragón, era delicada y graciosa, y le

gustaba bailar. Además, no era inferior a

Enrique desde el punto de vista intelectual.

Enrique estaba dotado de una extraordinaria

apostura y corpulencia. Le gustaban la caza,

los bailes y los festines, la ostentación y las

vestimentas elegantes, y en su adolescencia

se había convertido en la personificación del

Renacimiento, destacándose no solo en el

juego de tenis y los torneos, sino también en

la música, el arte, la filosofía y otras

actividades intelectuales.

Catalina enseñó a Enrique español y, por su

parte, ella decidió aprender inglés. El Rey

hizo entrelazar sus iniciales con las suyas

propias en el monograma real, lucía sus

colores en los torneos y corría a ella cada

vez que se producía algún nuevo

acontecimiento, diciendo: ‘¡La Reina tiene

que saberlo!’ o ‘¡Eso complacerá a la

Reina!’. Pero pronto comenzaron las

complicaciones para Catalina. Su primer

vástago, una niña, nació muerta; a

continuación murió un hijo poco después de

nacer. Otro hijo nació muerto, un tercero

nació prematuramente y murió. Luego,

Catalina dio a luz una niña saludable el 18

de febrero de 1516, a la que bautizaron con

el nombre de María. Para el padre y el país

este nacimiento femenino solo prolongaba la

incertidumbre sobre el porvenir de los Tudor.

En 1517, tuvo la Reina varios abortos y

después un niño que nació muerto. De

tantos embarazos, Catalina había

Page 6: Ana Bolena

envejecido prematuramente. Su cuerpo

hinchado y su rostro marchito habían

apagado la pasión que un día Enrique había

sentido por ella.

El Rey había iniciado una relación con

Elizabeth ‘Bessie’ Blount, una jovencita de

17 años, dama de honor de Catalina.

En 1518, su amante Bessie le dio el hijo

varón que el monarca tanto ansiaba:

Enrique FitzRoy. Pero era un hijo bastardo

que nunca podría ascender al trono.

Según la biógrafa Carolly Erickson, autora

del libro Mistress Anne, el niño FitzRoy fue

alejado de la Corte para ser educado en una

casa de campo cerca de Londres, y el Rey

dejó de ver a Bessie.

Enrique comenzó a tener relaciones de

estrecha amistad con unas personas que no

acataban la tradición feudalista, y lo

adulaban, y él les hacía favores.

Centro y eje de este animado grupo era la

familia de Ana Bolena, formada por Sir

Tomás Bolena, entonces tesorero de la Real

Casa, su esposa Isabel, dama en la Corte,

su hijo Jorge, embajador, y María, la hija

mayor que había sido dama de la corte de

Catalina y ahora estaba casada con William

Carey, empleado en la Corte. Todos los

puestos ocupados por esta familia habían

sido otorgados por el Rey y así justificaba la

presencia de María Bolena en Palacio y la

de él en casa del tesorero.

María Bolena desde que había regresado de

Francia se había dedicado a intimar con los

hombres y antes de cumplir los 17 años su

reputación estaba por el suelo. Luego se

había casado con Carey y convertido en la

amante del Rey.

Cuando Ana Bolena llegó a Inglaterra en

1522, su hermana dominaba el corazón del

Rey. En un principio, Enrique no vio en Ana

más que un peón utilizable para su juego

político. Le convenía casar a Ana con un

irlandés para neutralizarlos.

Sucedía que ciertos derechos que tenía

Page 7: Ana Bolena

Tomás Bolena sobre las propiedades de

Ormond se habían visto impugnados por un

jefe del clan irlandés llamado Sir James

Butler, cuya exterminación hubiese costado

más de lo que las propiedades valían. El

cardenal Wolsey y Enrique VIII

consideraron que era mejor dar solución al

litigio mediante un arreglo matrimonial,

casando a la joven Ana con Butler.

Para convencerla, su padre le dijo:

—Con el tiempo, te convertirás en la

condesa de Ormond, podrás vivir en el

castillo de Kilkenny, asistir a las sesiones

parlamentarias de Dublín y hasta podrías

tomar parte en las fiestas de Londres, si la

tranquilidad lo permite.

Ana no aceptó la boda.

—Prefiero mil veces seguir siendo dama de

la Reina de Inglaterra y quedarme soltera, o

ingresar en un convento, antes que casarme

con ese irlandés Butler y vivir en su tétrico

palacio Kilkenny.

Para una joven acostumbrada a la vida de

París, lo que le ofrecían era inaudito. Sir

Tomás Bolena deshizo el compromiso

ofreciendo una dote insuficiente por su hija,

que el prometido no aceptó.

Ana comprendió que su suerte dependía de

la voluntad paterna y de la real, y ella, que

se había hecho notar por algunos de los

hombres más brillantes de la Corte, decidió

entregar su corazón al joven Sir Henry

Percy, hijo del duque de Northumberland.

Ana se centró en su amor romántico con

Percy hasta que el cardenal Wolsey, en

nombre de Enrique, llamó al joven.

Ante testigos le dijo que con el

consentimiento de su padre y del Rey, le

hubieran buscado emparejar como

correspondía a su rango. Ana no estaba a

su altura y, además, estaba destinada a

casarse con otro.

Cuenta el biógrafo Francis Hackett en su

libro Henry VIII and His Six Wives, que el

joven Percy defendió a Ana y el amor de

Page 8: Ana Bolena

ellos con ímpetu y hasta con lágrimas. Y

argumentó y se negó una y otra vez, aunque

lo quisiese el Rey, a renunciar a ella.

Wolsey aún quiso coaccionarlo e insistió:

—Creí que, apenas me hubiera oído hablar

de los deseos y enojos del Rey, se habría

sometido a la voluntad de Su Alteza.

Fue necesario que Wolsey llamara a su

padre, Northumberland el Magnífico, quien

tomó cartas en el asunto y recriminó a su

hijo de haber sido ‘ingrato, desleal e

imprudente’ y lo acusó de haberlo querido

arruinar. Solo podría salvarlo ‘la misericordia

y la bondad casi divinas del Rey’, y lo

amenazó con desheredarlo.

—Y ahora sigue sirviendo a Su Gracia, y

cumple con tu deber.

Se decidió que Percy saliera de la Corte

para contraer matrimonio con otra joven y

que no volviera a ver a su amada. Todo los

agravios a Percy hirieron profundamente a

Ana.

Ana pensaba que todo era obra de Wolsey y

no culpó al Rey. Pero Enrique estaba detrás

del asunto y no se sabe si buscaba solo

alejar a un rival peligroso o si pensaba

apropiarse de los favores de la joven

hermana de María Bolena.

Según John Cavendish, autor de El

romance entre Ana Bolena y Henry Percy,

Ana fue enviada de la Corte al castillo de

Hever, en Kent, propiedad de su familia. En

ese entonces era vecino suyo su primo

hermano, el escritor y poeta Sir Thomas

Wyatt, gentilhombre originario de Yorkshire.

Wyatt era casado, pero desdichado en su

matrimonio. Al tratar a su prima, quedó

prendado de la chiquilla serena, pero a su

vez, inmensamente perturbadora. Poseído

por la pasión la persiguió.

Ana mantuvo un vínculo sentimental y

galante con Wyatt, y se mostró tan prudente

como experta en los juegos de la galantería

cortesana, pero un día lo abandonó.

Destaca el historiador Eric Ives, autor de la

Page 9: Ana Bolena

biografía The Life and Death of Anne

Boleyn, que Thomas Wyatt en su

composición poética Whoso List to Hunt, la

comparó con una gacela perseguida por él,

que se convence de la inutilidad de su

esfuerzo al descubrir que la que le trastorna

el juicio lleva alrededor de la garganta un

collar con una inscripción en diamantes que

dice: ‘Noli me tangere (no me toques), pues

soy del César’.

Era como una profecía, porque pronto el

César trataría de colocar el collar diamantino

en el esbelto cuello de Ana Bolena.

A su regreso a la Corte, a principios de

1526, Ana se hizo rodear por una camarilla

de amigas y admiradores masculinos y se

volvió muy famosa por su capacidad para

mantener a los hombres a distancia.

El rey Enrique VIII creía que no le sería

difícil conquistar a la hermana de María

Bolena; por esta había perdido repentino

interés. En cambio, la intensa personalidad

de Ana lo tenía muy impresionado.

Ana le demostró que era muy dueña de su

cuerpo y de su mente. Aunque los ojos de

Enrique la perseguían dentro de la misma

cámara de la Reina. Y aunque iba una y otra

vez al palacio de los Bolena para hablarle,

Ana resultaba muy difícil de cazar.

Ana tenía 19 años y Enrique contaba ya 35.

Al principio, Enrique se negaba a creer que

estaba enamorado de Ana. Aseguraba que

ella le había inspirado simpatía y un

sentimiento de afecto, ‘de indisoluble afecto’.

Ana le dijo que ella sentía también afecto

por él y nada más, pero que ella y su madre

habían resuelto no volver más a la Corte.

Enrique se alejó de Hever rumiando sus

palabras. Luego la abrumó con docenas de

cartas de amor. En la primera le decía:

’La inquietud producida por la ausencia me

resulta demasiado severa’, y añadió que le

sería ‘casi intolerable’. ‘Yo no la he ofendido

jamás y me parece que es escasa

retribución al hondo cariño que le profeso, el

Page 10: Ana Bolena

obligarme a permanecer a distancia de la

mujer que más estimo en el mundo’.

Ella le respondió: ‘Suplico a Su Alteza muy

seriamente que desista, y a esta mi

respuesta en buena parte. Prefiero perder

mi vida que mi honestidad.

El Rey intuyó que mientras Ana tuviese

presente el recuerdo de su relación con su

hermana María y su atadura a su esposa

Catalina, no habría modo de convencer a la

chiquilla voluntariosa y soberbia de que

aceptase su amor.

Entonces trató de amenazarla con que lo

perdería y le escribió una tonta carta para

ver si reaccionaba:

’Considere, dueña mía, cuánto me hace

sufrir su ausencia. Espero que no será por

su deseo; pero si así fuere, si adquiriese la

certeza de que usted lo quiere, me

resignaría a lamentar mi suerte adversa,

procurando poco a poco olvidar mi locura.Y

con esto termino, por falta de tiempo, esta

carta descortés’.

Enrique quería a toda costa poseer a Ana,

sin necesidad de afrontar su situación con la

Reina y con María Bolena. Ana respondió

una y otra vez a sus cartas conmovida, pero

sin ceder, aunque el hecho en sí de que le

respondiese alentaba las esperanzas del

Rey. Enrique estaba trastornado,

obsesionado, deshecho de amor. Ana lo

invitó a que declarase cuál era el verdadero

significado de sus afirmaciones de amor.

Enrique le contestó con una extensa carta:

’Meditando acerca del contenido de sus

últimas cartas, me veo acosado por mil

pensamientos torturadores y sin saber a qué

atenerme, ya que en unas frases creo

descubrir una satisfacción y en otras todo lo

contrario. Le ruego encarecidamente que

me diga cuáles son sus intenciones respecto

al amor que existe entre los dos’.

Le decía que necesitaba a toda costa una

respuesta, ya que llevaba un año herido por

el dardo de su cariño y sin tener aún la

Page 11: Ana Bolena

seguridad de si hallaría o dejaría de hallar

un lugar en su corazón. Si ella estaba

dispuesta a cumplir los deberes de una

amante fiel, entregándose en cuerpo y alma,

él le prometía que no solo recibiría el

nombre de dueña suya, sino que ‘apartaré

de mi lado a cuantas hasta ahora han

competido con usted en mis pensamientos y

en mi afecto, y me dedicaré a servirle solo a

usted’.

Era un ultimátum. Aunque el Rey le decía

claramente que estaría dispuesto a

prescindir de María Bolena y de Catalina,

Ana aún desconfiaba, y leyó y releyó una y

otra vez la carta de Enrique buscando algún

motivo que justificase un nuevo plazo. Pero

su corazón se desbocó y escribió al

Monarca diciéndole que él, solo él, poseería

su corazón en el momento en que quedase

totalmente libre. Y para subrayar sus

palabras le envió también una prenda de su

afecto. Enrique creyó estallar de felicidad.

—¡Me quiere! —gritó exaltado.

Ana sería solamente suya y él de ella,

aunque tuviese que cambiar el curso de la

historia de Inglaterra.

Según el biógrafo Philippe Erlanger, en su

libro Enrique VIII, a partir de ese momento el

Rey decidió solicitar la anulación de su

matrimonio con el argumento de que

Catalina había sido primero la esposa de su

hermano Arturo. Por lo tanto, la unión de

ellos de 18 años no era lícita. ¿Acaso no era

prueba concluyente de lo pecaminoso de su

existencia la triste suerte de sus hijos

muertos? A la existencia de su hija María

nadie le daba importancia por ser mujer.

Murmurando oraciones y fortaleciendo su

espíritu con la declaración, mil veces

repetida de que obedecía la voluntad de

Dios, el Rey fue en busca de su esposa y le

lanzó un breve discurso para demostrarle

que estaban viviendo en pecado mortal.

—Es imposible que de aquí en adelante se

nos vea juntos. No queda otro remedio que

Page 12: Ana Bolena

te retires a vivir en un lugar alejado de la

Corte —dijo el Rey resuelto, pero con tono

de ternura.

Catalina lloró desesperada, pero defendió

sus derechos diciéndole:

—Esposo mío, tus escrúpulos son

infundados. No hay razón para obligarme a

que me aleje de la Corte.

Enrique no supo qué responder. No le era

posible decirle a la Reina que sus

verdaderas intenciones no eran los

escrúpulos religiosos, sino que estaba loco

por el amor de Ana y deseaba tener un

heredero varón que ella podría darle.

Catalina, que tenía 42 años y era infecunda,

no podría.

Desde los inicios de su reinado, Enrique VIII

había apoyado al papado frente a la

Reforma, e incluso en 1521 había escrito

contra el credo luterano el tratado Defensa

de los siete sacramentos. Por eso le habían

concedido el título de ‘Defensor de la fe’. El

pensó que la anulación de su matrimonio le

sería fácil. Al principio, Clemente VII estuvo

dispuesto a aceptar la anulación del

matrimonio, si la Reina lo admitía. Enrique

trató de convencer a Catalina para que

aceptara el divorcio a cambio de una

fortuna, pero ella, asqueada, ni le contestó.

La Reina era adorada por el pueblo y

respetada por la Corte. Ningún Papa se

atrevería a anular en contra de su voluntad

la boda de la hija de los Reyes Católicos, y

también tía del Gran Carlos V, emperador

de casi toda Europa y gran defensor del

catolicismo.

Catalina había traído a su cultísima corte

una parte de los intelectuales, clérigos y

laicos más destacados de la época, como

Juan Vives y Tomás Moro, este último autor

de Utopía, que se pusieron de su parte,

porque les constaba el encanto de la Reina,

su honor y conducta intachable.

En cuanto a la anulación del matrimonio, se

formaron dos bandos: el primero, los de la

Page 13: Ana Bolena

Iglesia de Inglaterra, que sometían sus

principios a la caprichosa voluntad de

Enrique VIII; el segundo bando estaba

formado por los que preferían la obediencia

a Dios y al Papa.

En los años que siguieron, el Rey luchó por

todos los medios para lograr el deseado

divorcio sin apartarse de la Iglesia, pero

Catalina hizo lo mismo, queriendo evitar que

su hija María fuese declarada bastarda.

Mientras tanto, Ana presionaba al Rey cada

día más para desplazar a Catalina y ser ella

reina de Inglaterra.

Enrique VIII llevaba una doble vida; mientras

vivía con Catalina, se las arreglaba para

retener a Ana cerca de él o sostener una

apasionada correspondencia con ella. Pero

la joven continuaba negándole sus favores y

achacaba a Wolsey, ministro de Enrique,

cuantos retrasos sufría el divorcio. —Me

estoy haciendo vieja y he perdido mi

reputación —le decía—. ¿Por qué no se

decide esto de una vez?

En 1529, Ana, convencida de que Wolsey

era un traidor, se vengó del despiadado

intrigante que la había separado del joven

Percy, su primer amor. Ana logró que

Wolsey fuese despedido de la oficina

pública. Después de su despido, el Cardenal

le pidió que lo ayudase a volver al poder.

—¡Jamás! —le dijo.

Además, logró que Enrique lo desterrara y le

quitara su fastuoso palacio de Hampton

Court, donde siempre ella había soñado

vivir. El Cardenal también fue despojado de

sus bienes, pero murió en 1530 de una

enfermedad terminal.

Con Wolsey muerto, Ana se convirtió en la

más poderosa de la Corte. Tenía poder

sobre nombramientos del gobierno.

Al año siguiente, la reina Catalina fue

desterrada de la Corte y sus antiguos

aposentos entregados a Ana. En 1532, ya

Ana y Enrique eran amantes y fueron a

visitar a Francisco I esperando ganar su

Page 14: Ana Bolena

apoyo para el matrimonio. Antes de partir a

Calais, Enrique otorgó a Ana el marquesado

de Pembroke, convirtiéndola en la primera

plebeya inglesa conocida en convertirse en

noble por creación, y no por herencia.

(Continuará)

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Ana Bolena, última parte

por: Eunice Castro Fuente: Vanidades

Con una ambición sin límites, en seis años le ganó la partida al Papa, a la Iglesia, al emperador Carlos V y al pueblo inglés; pero al final de su vida, pagó muy caro el precio de sus intrigas

Gracias a la relación de Ana Bolena con Enrique VIII, su familia también se había

beneficiado. A su padre, Tomás Bolena, el Rey le había conferido el título de conde de

Wiltshire y también de Ormond. Su hermana María habiendo enviudado recibía una

pensión anual de 100 libras, y su hijo, Henry Carey, se estaba educando en un monasterio

de gran prestigio.

Cuando William Warham, el conservador arzobispo de Canterbury murió, Ana había

designado al capellán de su familia, Thomas Cranmer, para el puesto vacante. Cuando el

canciller Tomás Moro, de alma limpia y mente razonadora renunció, Ana apoyó la subida

del radical Thomas Cromwell, que no tardó en convertirse en el consejero favorito del Rey.

Ana no estaba dispuesta a fingir una sumisión que no sentía y le dijo:

—Si el amor del Rey hacia mí es considerado irregular, a mi juicio su boda con Catalina lo

es más. ¿Acaso habrá quién crea todavía que su matrimonio con el príncipe Arturo no se

consumó en los seis meses que estuvieron casados? —ironizó.

La respuesta negativa del Vaticano a conceder el divorcio al Rey la impulsaba a promover

una alternativa a Enrique:

—Deberías seguir el consejo de los radicales religiosos como William Tyndale, que ha

negado la autoridad papal, creyendo que es el Rey quien debe conducir la Iglesia.

Page 15: Ana Bolena

Como no podía avanzar en Inglaterra con el tan anhelado matrimonio que la elevaría a la

posición de reina, Ana se dedicó a desempeñar un enorme papel en la posición

internacional, solidificando una alianza con Francia. Su excelente relación con el

embajador francés, Giles de la Pommeraye, había hecho que este preparase la

conferencia internacional en Calais en 1532, en la cual Enrique esperaba ganar el apoyo

de Francisco I de Francia, para ejercer presión en el Vaticano, para la aceptación de su

nuevo matrimonio.

Dispuesto a un arreglo mediante el cual ambas Cortes quedaran obligadas a reconocer a

Ana Bolena, Enrique exigió a Catalina que le entregara las joyas reales e hizo saber que

emplearía grandes sumas en regalos para sus cortesanos franceses. Enrique estaba

dispuesto a llamar hermano suyo al rey de Francia y jurarle eterna amistad, si Francisco se

comprometía a recibirlo con Ana y a interceder con el papa Clemente VII para que este no

cumpliera su amenaza de excomunión. Ana quedó esperando en Calais, mientras Enrique

se adelantó al encuentro del rey de Francia, a la cabeza de una comitiva. Enrique visitó

varios santuarios de Nuestra Señora, dejando generosos aportes y, finalmente, el rey de

Francia lo acompañó a Calais para saludar a Ana Bolena, que se emocionó

profundamente.

Un cronista escribió que ambas Cortes se unieron para bailar y comer, y el rey de Francia

estuvo varias horas junto a Ana.

La conferencia de Calais resultó el triunfo político que Enrique esperaba, al dar el gobierno

francés su apoyo a su nuevo matrimonio.

Inmediatamente después de volver a Dover en Inglaterra, sin invitados ni avisos, él

contrajo matrimonio en secreto con Ana Bolena el 15 de noviembre de 1532. La unión se

efectuó mediante una oración como un precontrato, para apaciguar el desasosiego de la

novia. El 25 de enero de 1533 se celebró una segunda boda en presencia de un padre de

la Iglesia. Ya Ana sabía que estaba embarazada y el matrimonio era vital para que el hijo

fuese legitimado.

Según unos historiadores, el sacerdote Rowland Lee ofició la ceremonia nupcial; según

otros, fue un fraile de apellido Brown. Cuenta el biógrafo Francis Hackett, autor del libro

Henry VIII and His Six Wives, que para finales de febrero, el Rey organizó un banquete en

honor de Ana. Dos días antes, ella se presentó en una reunión donde los cortesanos

hablaban de sus amores con el Rey. Ana se dirigió a su antiguo admirador, el poeta

Thomas Wyatt, y dijo:

—¡Quién me diera una manzana! ¡Hace tres días que quiero comer manzanas y...!

Wyatt la miró perplejo. Y entonces Ana, rompiendo a reír a carcajadas, le dijo:

—¿Sabe lo que dice el Rey que significa eso? ¡Pues dice que es señal de que estoy

encinta! Pero no, ¡no!

Luego salió riéndose de la estancia.

Sus palabras se propagaron como el fuego y el día del banquete no se hablaba de otra

cosa. Enrique se mostró más afectuoso que nunca con ella e hizo algunas observaciones

insinuantes. Mostrándole a la abuela de Ana, la duquesa de Norfolk, un aparador repleto

de vajilla de oro, le dijo:

—¿Verdad que Ana lleva una gran dote y que es un magnífico partido?

Esto tenía un significado, el Rey y Ana estaban a punto de casarse o se habían casado ya.

No se habló de otra cosa en la cena, pero no hubo ningún tipo de confirmación por parte

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de los interesados.

El próximo paso que despertó muchas sospechas en la Corte fue cuando Ana ordenó que

le añadieran piezas de tela a sus vestidos, para agrandarlos en la zona del busto y el

vientre. Ella misma cometió la indiscreción de decirle a su tío, el duque de Norfolk:

—Si no esperara un hijo, hubiera peregrinado al santuario de Nuestra Señora de

Walsingham para suplicárselo.

En este ambiente cargado de intriga, el 23 de mayo de 1533, Thomas Cranmer, el

arzobispo de Canterbury —en sesión para decidir sobre la validez del matrimonio del rey

Enrique con Catalina de Aragón— declaró el matrimonio nulo, basándose en Levíticos, y

también manifestó como hija ilegítima a la princesa María, que contaba entonces 16 años

de edad. Cinco días más tarde, el 28 de mayo, Cranmer legitimó el matrimonio de Enrique

y Ana Bolena.

Desafiando al Papa, Cranmer declaró que la iglesia de Inglaterra estaba bajo el control de

Enrique y no de Roma. Esta fue la famosa llamada ‘Ruptura con Roma’, que marcó el final

de la historia de Inglaterra como un país católico.

Catalina fue formalmente despojada de su título como reina, a tiempo para la coronación

de Ana, el 1 de junio de 1533. Para la celebración, las calles de Londres fueron

enarenadas, y en las edificaciones se colgaron rasos y damascos.

Según la biógrafa Joanna Denny, en su libro Anne Boleyn, el alcalde de Londres organizó

una procesión de 50 barcas que se deslizaron sobre el Támesis, con personajes de la

aristocracia y cargadas con músicos.

Ana embarcó desde Greenwich, en la barca de Catalina, hasta la Torre de Londres, en

donde el maestro Kingston la recibió y escoltó hasta sus habitaciones particulares. Al día

siguiente, parecía que toda Inglaterra quería saludar a la nueva Reina que, vestida con

ropa de seda de oro, se dirigió con la comitiva a la Abadía de Westminster. Pero la

muchedumbre había venido a observar, no a celebrar. Ana notó el frío recibimiento. Según

ella, había visto mucha gente, pero pocos tenían la cabeza descubierta y su bufón decía a

los que encontraba:

—Hey... ¿Tú no te descubres? ¡Será tal vez que tienes tiña!

Cranmer sostuvo sobre la cabeza de Ana una corona hecha especialmente para ella,

porque la que se usaba para tales casos resultaba demasiado pesada. Aunque hubo

fuegos artificiales, toque de campanas, bailes y banquetes en los festejos, en el ambiente

parecía palpitar una tragedia.

Según el biógrafo Philippe Erlanger, en su libro Enrique VIII, en seis años Ana Bolena

había ganado una partida insensata contra el Papa, la Iglesia, el emperador Carlos V y el

pueblo inglés, que había puesto su afecto en la reina Catalina. El 11 de julio, el Papa

excomulgó a Enrique VIII.

El pueblo denominaba a la nueva reina el ‘cuervo nocturno’. Su logro había sido tan

prodigioso, que hablaban en voz baja de hechizos, filtros y maleficios.

El 25 de junio murió María Tudor, la hermana menor de Enrique.

Una bruja hizo un vaticinio sobre el embarazo de Ana:

—Tendrá el más grande de los monarcas ingleses, se lo aseguro.

Enrique no era un hombre supersticioso, pero la curiosidad por saber el sexo del ser

esperado lo llevó a escuchar las predicciones de astrólogos, adivinos y hechiceros, que le

aseguraban solemnemente que la criatura sería varón. Le recomendaron talismanes y

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amuletos, pero él decidió no usar nada:

—Tenemos tantos enemigos que puede que alguna cosa resulte un engaño para hacer

daño a la madre o al niño —dijo.

Durante los meses que quedaban de espera, cada día Enrique se exaltaba más. Se

debatía entre llamar a su futuro hijo Enrique o Eduardo. Dios iba a revelarle con el

nacimiento de esta criatura que aprobaba lo que había hecho. Si nacía un niño saludable

sería la confirmación, pero si le daba una hija... ¿qué gloria podía darle a una nación de

hombres y a la perpetuación de los Tudor?

Ana notó que su esposo estaba consumiendo más alcohol que de costumbre y que llegaba

a tratar a alguna de sus damas con excesiva confianza, y le aconsejó:

—Sé lo inflamable que es tu corazón y debes guardar distancia con mis damas.

Destaca la biógrafa Hester W. Chapman, en su libro The Challenge of Anne Boleyn, que

faltando solo unos días para el parto, el Rey estalló en ira contra su mujer, aunque no

estaban solos y le gritó:

—Si tanto te molesta, cierra los ojos, como otras mejores que tú hicieron. Te sobran

razones para saber que tengo poder suficiente para hundirte en menos tiempo del que

empleé en elevarte a este puesto.

Después, no le dirigió la palabra a Ana durante varios días.

La mañana del 7 de septiembre de 1533, la Reina comenzó a sentir dolores de parto, y

tras sufrir bastante, nació una niña en el castillo de Greenwich. La llamaron Isabel en

honor a su madre y a la madre del Rey.

Según Vercors en su libro Anne Boleyn, cuando el Rey recibió la noticia, sus ojos

destellaron como relámpagos y atemorizó a los que le rodeaban. Enrique no estaba ajeno

a los comentarios de los que dudaban de su virilidad (erróneamente) por no dar una

generación masculina, y se avergonzaba. Ana estaba dormida con la niña sobre su pecho

cuando él entró a verla.

—Estabas ahí —le dijo al despertar.

Después, Ana le confió la amargura que había provocado en su ser por haberle provocado

una desilusión.

—Tengo mucho miedo de perderte —sollozó.

El la abrazó conmovido y, con voz ronca, le dijo:

—¡Preferiría mendigar de puerta en puerta, antes de abandonarte, Ana!

La hija indeseada sería en el futuro la gran Isabel I, reina de Inglaterra y única heredera del

rey Enrique VIII.

Mientras tanto, Catalina de Aragón había sido confinada en varios castillos y separada de

su hija María, quien demostraba apoyo total a su madre.

La animosidad de Ana hacia su terca hijastra se recrudeció y exigió que sirviera de dama a

la nueva heredera. Hijastra y madrastra se odiaban; la princesa María se refería a Ana

como ‘la amante de mi padre’, mientras Ana la llamaba ‘esa maldita bastarda’.

Enrique estuvo de acuerdo, ya que deseaba humillar a María por su fidelidad a Catalina,

pero no dio la orden por temor a despertar más resentimientos contra Ana, a la que sabía

el pueblo calificaba de ‘ramera’.

Como reina consorte, Ana Bolena comenzó a llevar una vida social en palacio agitada y

vibrante, e introdujo en la Corte la moda francesa. Gastaba enormes sumas en vestidos,

joyas, tocados, abanicos de plumas de avestruz, monturas para los caballos, fina tapicería

Page 18: Ana Bolena

y mobiliario que adquiría en todas partes del mundo. Para satisfacer sus gustos

extravagantes renovó numerosos palacios.

Ana tenía una plantilla de sirvientes mayor que la que había tenido Catalina. Más de 250

criados atendían sus necesidades personales, desde sacerdotes hasta mozos de establo.

Sesenta damas de honor la servían y acompañaban a los eventos sociales. Ella se

mostraba caprichosa, burlona, exigente, invasiva y combativa, subía el tono para defender

su derecho y su dignidad. Temerosa de ser suplantada, era insoportablemente celosa y

muy puntillosa en lo referente al cumplimiento de su contrato matrimonial. Aunque también

era generosa distribuyendo limosnas para ayudar a los pobres.

En marzo de 1534, la iglesia de Roma declaró la validez del matrimonio de Enrique VIII

con Catalina de Aragón.

Pero en noviembre, el Parlamento inglés aprobó el Acta de Supremacía, que declaraba la

independencia de la iglesia Anglicana bajo la soberanía del Rey.

—Ahora todo el poder político y religioso de la nación se concentran en mi persona —dijo

Enrique, soberbio.

E hizo rodar las cabezas de quienes se le oponían. Los acusó de traidores, los juzgó y los

condenó a morir.

Un día, ordenó el arresto de Tomás Moro y del obispo John Fisher, que fueron juzgados

por traidores, ante la negativa de estos a jurar el Acta de Supremacía. Ambos fueron

confinados a la Torre y decapitados, Moro el 6 de julio de 1535, y Fisher, el 22.

Ana no se daba por satisfecha en su papel de Reina y exigía triunfos más rotundos.

Enrique iría en junio a Francia, a entrevistarse con el rey Francisco, y ella le dijo:

—Si me quedo como regente, buscaré una razón poderosa para mandar a matar a mi

hijastra María.

Un sentimiento de rencor germinaba en el corazón de Enrique, que advertía la oposición

que había en torno a ellos. El ya no contemplaba románticamente a Ana, la mujer por la

cual había hecho tan grandes sacrificios. Se había cansado de ella y frecuentaba a otras

mujeres. En lo más íntimo la hacía responsable de no darle el heredero.

Ella no veía el peligro de su situación y creía que Enrique solo necesitaba más valor y

audacia para destrozar a sus enemigos. Lady Rochford, su cuñada, fue quien la alertó.

Para impedir que Enrique marchara a Francia, Ana inventó que estaba embarazada. Sabía

que la noticia de tener un heredero llenaría de ilusión al Rey, que se quedó a su lado; pero

pasados unos meses, Enrique descubrió el engaño de Ana.

—Me mentiste —le recriminó furioso y reanudó sus coqueteos con otra mujer.

Indignada, Ana hizo lo posible por obligar a la damita en cuestión a dejar la Corte. Al

enterarse, el Rey dio una brusca contraorden y exasperado le recordó a Ana:

—Tu autoridad se deriva de la mía, no lo olvides.

La relación matrimonial seguía deteriorándose. El Rey se desencantaba cada día más de

su mujer. En eso, Ana quedó embarazada y se llenó de grandes expectativas.

Por esa época, Catalina de Aragón estaba muy enferma y el 7 de enero de 1536, moría

rabiando de dolor, en el castillo de Kimbolton. Ni siquiera a la hora de su muerte le dieron

permiso a su hija María para abrazar a su madre por última vez.

Circularon rumores de que Catalina había sido envenenada por Ana con la supervisión de

Thomas Cromwell, y así lo creyeron, porque durante el embalsamamiento, descubrieron

que su corazón estaba negro. Aunque Catalina nunca renunció al título real, fue enterrada

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el 29 de enero de 1536 en la Abadía de Peterborough con un funeral digno de una

princesa viuda, por sus esponsales con el príncipe Arturo, en vez del de reina, como le

correspondía por su matrimonio con Enrique VIII.

Según el biógrafo Henri Suhamy, autor de Enrique VIII, el rey reaccionó a la muerte de

Catalina vistiéndose de amarillo y pareció sentirse feliz de haberse liberado de ella, porque

se celebró el acontecimiento con banquetes y bailes.

Ana no estuvo con él porque cuidaba de su embarazo con la esperanza de que esta vez

llegase el heredero. Mientras, el Rey se dedicaba a conquistar un nuevo amor, Jane

Seymour, una joven regordeta, tímida y recatada, cuatro años más joven que Ana.

Jane había sido primero dama de compañía de Catalina y luego de su ‘concubina’, como

ella llamaba a Ana.

Procedente de una familia de cierto bienestar, la Seymour era lo contrario de Ana, un

espíritu tranquilo, siempre dispuesta a oír las quejas y lamentos del Rey. Su lema era:

‘Nacida para obedecer y servir’.

Un día, Norfolk entró de súbito en la estancia de Ana para decirle que Enrique se había

caído del caballo con tal fuerza, que en un principio no habían creído hallarlo con vida. Ana

se alteró y cinco días después daba a luz, prematuramente, a una niña que nació muerta.

Enrique se enfureció.

—¡Por Cristo, hacerme esto a mí! ¡A mí, una hija! ¡Prefería un hijo ciego, sordo, tullido,

pero un hijo! ¡No importa cómo, pero un hijo! ¡Bruja! —insultaba a la Reina—. Cuando te

levantes, tú y yo hablaremos.

El Rey le dijo a su consejero Cromwell:

—Fui seducido, obligado a contraer este matrimonio, hechizado por alguna brujería y, por

eso, Dios no permite que tenga hijos varones. Por eso debo casarme de nuevo.

Enrique ya estaba encaprichado con Jane Seymour y Cromwell, el mismo que lo había

ayudado a sacar a Catalina de Aragón de su vida, desarrolló un tenebroso plan para

deshacerse de Ana antes de que cumpliesen los tres años de casados.

En mayo le contó al Rey que Ana sostenía un romance con Mark Smeaton, un joven que

había sido maestro de baile de ella. También le dijo que le era infiel con el cortesano sir

Henry Norris, y otros amigos, e inclusive cometía incesto con su propio hermano, Jorge

Bolena.

Bajo tortura, el músico confesó tener amores con la Reina. Lady Rochford, la esposa de

Jorge y cuñada de Ana, por celos, confirmó las acusaciones de incesto que se hicieron en

contra de su marido y este fue encarcelado en la Torre. Menos Smeaton, todos

sostuvieron su inocencia en público. No obstante, fueron condenados a muerte. Ana supo

que había caído en desgracia cuando recibió la orden de comparecer ante la Cámara del

Consejo.

—Es de inmediato —le dijeron.

Presidía la sesión su inescrupuloso tío, el duque de Norfolk. Con gran desconcierto, ella

supo que encaraba acusaciones de adulterio y otras más que le serían informadas en la

Torre de Londres, adonde la embarcaron de inmediato.

La recibió sir Kingston, el mismo que tres años antes la había acogido en su feliz

coronación. Ana le preguntó enloquecida:

—Maestro Kingston, ¿voy a morir sin que se me haga justicia?

—Hay justicia para el súbdito más pobre del Rey —respondió el oficial.

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Ana empezó a reírse a carcajadas.

En ese mismo instante, en el palacio de Greenwich, Enrique VIII se inclinaba para dar un

beso a su hijo natural de 17 años, Henry FitzRoy, duque de Richmond, a quien dijo entre

sollozos:

—Tú y tu hermana María deben dar gracias a Dios por haber escapado de esa mujer que

trató de envenenarlos.

Al día siguiente, el Rey ya no pensaba nada más que en Jane Seymour y le escribió

firmando: ‘Tu señor y servidor’.

Ana Bolena, reina de Inglaterra, fue sometida a un rápido juicio, donde su padre se

degradó al punto de formar parte del jurado. Fue hallada culpable de adulterio, incesto,

herejía, traición y actos contra el Rey, y sentenciada a morir decapitada, aunque ella juró

que era inocente y que había caído en una trampa de la que no pudo escapar. Cranmer

anuló su matrimonio con el Rey, y su hija Isabel fue declarada bastarda.

Mientras Ana atravesaba por este horrible proceso, cada noche el Rey se paseaba con

Jane por el Támesis en su barca iluminada, donde sus músicos le interpretaban sus

melodías preferidas. Su poder era excesivo e inhumano. A veces, los verdugos tenían que

dar hasta tres hachazos para cortar la cabeza de un sentenciado, y Ana hizo una solicitud

a Kingston:

—No deseo que me decapite un verdugo común con un hacha, sino un ejecutor que sepa

manejar la espada.

Luego, hasta se atrevió a bromear:

—No tendrá problema mi ajusticiador ya que tengo un cuello pequeño. Me dirán: ‘La Reina

sin cabeza’.

Su solicitud fue complacida. Harían venir de Calais a un verdugo francés con una filosa

espada. Todos los sentenciados en el caso de Ana fueron ejecutados el 17 de mayo. La

muerte injusta de su hermano le produjo un profundo dolor.

La ejecución de ella estaba señalada para el día 18. Ana se levantó al amanecer y, luego

de recibir la comunión, se preparó para subir al cadalso. Pero Kingston entró para

anunciarle que la ejecución se había retrasado, porque no había llegado el verdugo de

Calais. Ana pensó que era a propósito y que se trataba de una crueldad más de Enrique.

Ella juró a Kingston que jamás le había sido infiel al Rey.

—Parece que no moriré hasta el mediodía, y lo lamento, porque a esa hora ya pensaba

estar muerta y haber acabado de sufrir.

—No sufrirá —le respondió Kingston.

Transcurrió la tarde y luego llegó la noche sumida en la misma incertidumbre. El último

amanecer sorprendió a Ana despierta en su larga espera; apenas si había cerrado los ojos

en toda la noche.

Kingston vino a verla temprano y no tardaron en conducirla al cadalso.

Los ingleses acudieron en gran número para ver a la única reina ejecutada de su historia.

Ana pidió a todos que rogasen por el Rey, que era bueno. Encomendó su alma a Dios y

suplicó a todos que la perdonasen. Luego se arrodilló y una de sus damas le vendó los

ojos.

—¡Dios mío, ten piedad de mí! —susurraba, cuando el certero golpe de espada de su

ejecutor cortó su cuello y su cabeza rodó por entre la paja. Eran las 9 de la mañana del 19

de mayo de 1536.

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El gobierno no había aprobado proporcionar un ataúd apropiado para Ana. Por ello su

cuerpo y su cabeza fueron depositados por sus damas en un arca alargada y sepultados

en una tumba sin marcar en la capilla de St. Peter ad Vincula.

¿Cuál fue la causa real de la muerte de Ana Bolena? La historiadora Alison Weir, autora

del libro Enrique VIII, El Rey y su Corte, sostiene que Ana fue víctima de una conspiración

urdida por Cromwell. Supuestamente, la Reina estaba embarazada cuando fue ejecutada y

Cromwell le hizo creer al Rey que el hijo no era suyo.

Al día siguiente de la trágica muerte de Ana Bolena, Enrique VIII se comprometía con Jane

Seymour y 11 días más tarde, el 30 de mayo de 1536, se casaba con ella, en el palacio de

York.

FIN

Debemos aclarar que el género de la novela biográfica no es un género puro. Tiene

tanto de historia y realidad como de ficción y fantasía. La biografía tiene como

mérito estudiar e historiar al personaje en su entorno real. Decir obligadamente la

verdad lógica de los hechos. Sin embargo, el mérito de la novela es darle forma a la

historia. El autor la adorna con su imaginación. Crea diálogos y presenta los

personajes según su concepción personal