ustedes están llenos de vida
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USTEDES ESTÁN
LLENOS DE VIDA
Comunidad
Ciudad Romero, Bajo Lempa, Jiquilisco, Usulután
José Nohé Reyes Granados
En memoria de mi madre y de todas las mujeres y
hombres que con su compromiso y testimonio dieron y
siguen dando su vida por esta comunidad. De todo
corazón, un sincero y humilde agradecimiento.
José Nohé Reyes Granados
Prólogo
24de marzo de 2001: la Comunidad Ciudad Romero luce alegre y bonita.
Desde muy temprano nuestra gente se ha levantado a trabajar en los
preparativos para la gran fiesta con motivo de la celebración del vigésimo
primer aniversario de la resurrección en la lucha del pueblo salvadoreño, de
nuestro pastor y mártir OSCAR ARNULFO ROMERO, además del vigésimo
aniversario de la fundación de nuestra comunidad Ciudad Romero en la selva
panameña, y, también, celebramos los diez años de nuestra repatriación de
Panamá a El Salvador para el reasentamiento definitivo de Ciudad Romero en el
Bajo Lempa, Jiquilisco, Usulután;
Las mujeres y algunos hombres preparan cientos de almuerzos; la gente ha
salido a regar las calles para que no haya tanto polvo a la hora de la procesión;
hay globos y palmeras en la entrada principal. La capilla y sus alrededores lucen
muy adornados y está repleta de gente de todas las comunidades de la zona, y
de personas y organismos nacionales e internacionales solidarios y amigos de
nuestra comunidad.
Al fondo de la capilla está el mural de San Romero de América que trajimos de
Panamá. En él se narra el martirio y resurrección de Monseñor Romero y
nuestra historia de lucha y sufrimiento que nos llevó al exilio hacia Honduras y
Panamá, donde permanecimos como refugiados por más de diez años. Los
visitantes preguntan por la historia de la comunidad y cada quien la cuenta a su
propia manera. El problema es que la gente adulta fundadora de esta
comunidad se está muriendo de insuficiencia renal.
Pepe Blanco, un periodista español que acompañó la comunidad desde Panamá,
había prometido escribir un libro sobre Ciudad Romero y yo siempre le andaba
preguntando por el libro.
Un tiempo después, yo leía los interesantes artículos sobre cine, que Elmer
Menjívar escribía en un periódico matutino. Elmer había estado en Ciudad
Romero junto a otros jóvenes estudiantes de la UCA, que vinieron a hacer sus
horas sociales, y cada año este grupo de amigos venían a nuestro aniversario.
Luego Elmer escribió un artículo muy bonito sobre Ciudad Romero que decía:
Ciudad Romero
San Salvador contuvo la respiración por 5 horas. Era el 24 de marzo de 2002 y los poderes civiles, militares y eclesiásticos agacharon la cabeza hasta los talones para que George W. Bush alzara la suya. Y la alzó como revisando esta esquina aforme de su dominio. En la capital, los protocolos se sucedían y el Presidente Flores cachaba el buqué de flores artificiales que le lanzaba su "amigo", el tejano. Mientras tanto, en Ciudad Romero se oficiaba la misa solemne de la fiesta patronal de esta comunidad en el Bajo Lempa, Jiquilisco. El santo que presidía la humilde solemnidad era San Romero de América, el santo clandestino de los pobres salvadoreños. Clandestino porque el "San" se lo robó esta gente al vaticano y se lo colocó a Óscar Arnulfo Romero, aquel obispo que mataron el 24 de marzo de 1980. La coincidencia de los eventos ha sido resaltada por diversas voces, sus matices han sido remarcados y la ironía siempre nos parece deliciosa y oportuna. ¿Quiénes estaban dónde? La capilla de Ciudad Romero estaba llena. Dos horas de misa no cansaron ni al coro de jóvenes ni a las decenas de niños que atendían, a su manera, las diversas partes de esta particular eucaristía. Los grandes, a pesar de estar muchos de pie, seguían con devoción cada invocación del padre Ángel y entonaban a todo pulmón los versos populares -entiéndase al menos contestatarios- de los cantos. También era domingo de Ramos y antes hubo procesión, pero no había burra ni Nazareno, sí había palmas y bienvenida, pero el que llegaba de nuevo, como cada día, era Monseñor Romero, sonriente, con sus gafas de obispo, eternizado en las serigrafías que los niños abanderaban. En San Salvador, tampoco lució mucho Jesús en la burra, no hubo tampoco muchas palmas. Lo que hubo: banderas de los Estados Unidos de América agitándose mientras pasaban las decenas de blindados donde entraba triunfante a la ciudad el jefe de los ejércitos de este mundo. Burros no faltaron, eso sí.
Pero Bush no pasó desapercibido en Ciudad Romero. Cuando se hicieron las peticiones durante la misa, una mujer de unos 70 años, con voz emocionada y mueca severa, pedía a Dios y a Romero por los hermanos emigrantes que viven en Estados Unidos y que trabajan ilegalmente para que la gente aquí, en Ciudad Romero, pueda sobrevivir. Entonces Bush sonó como perseguidor, como Herodes, Pilatos y fariseo: "Ojalá que Bush se toque el corazón y no nos siga matando de angustia por nuestros hijos que trabajan en su país"... "Te rogamos, Señor". También lo trajo al ruedo el padre Ángel al explicarle a la gente por qué el maíz gringo es más barato porque está subvencionado y como si entra al mercado salvadoreño, ellos, los de Ciudad Romero, no podrán competir, porque si bajan el precio no ganarán ni para tortillas. El TLC ofrecido será pecado porque roba, deshonra, miente y hasta mata. Romero sonaba también en su homilía del 6 de enero de 1980: "Un llamamiento a la oligarquía. Les repito lo que dije la otra vez: no me consideren juez ni enemigo. Soy simplemente el Pastor, el hermano, el amigo de este pueblo que sabe de sus sufrimientos, de sus hambres, de sus angustias; y en nombre de esas voces yo levanto mi voz para decir: no idolatren sus riquezas, no las salven de manera que dejen morir de hambre a los demás. Hay que compartir, para ser felices. El Cardenal Lorscheider me dijo una comparación muy pintoresca: hay que saber quitarse los anillos para que no le quiten los dedos. Creo que es una expresión bien inteligente. El que no quiere soltar los anillos se expone a que le corten la mano; y al que no quiere dar por amor y por justicia social, se expone a que se lo arrebaten por la violencia..." Ciudad Romero también contó su historia. Dramática, increíble, humana. Cada año San Romero de América recibe aquí un homenaje sincero, cotidiano, de santo patrón. No sólo los que habitan de continuo esas tierras del Bajo Lempa se daban cita. Misioneras, vecinos, universitarios, políticos, gente solidaria de todos lados rendía homenaje a Romero y a esta ciudad. En este 2002, el homenaje empezó después que el gallo cantara anunciando que el santo había sido negado por el hombre de su iglesia. Ciudad Romero no negó a Romero. Este pueblo dio sus espaldas a Bush y sus lacayos locales; y vive como siempre su tributo a San Romero: nuevo, rico, joven, digno y salvador. Elmer L. Menjívar Q. 26 de marzo, Ciudad Romero, Jiquilisco, Usulután”.
mí me gustó este artículo Y en seguida fui donde Elmer a proponerle
que escribiera un libro de la comunidad. “Ciudad Romero tiene una
historia muy interesante, me dijo, pero más interesante sería si alguien
de la comunidad la escribe. Vos mismo podés hacerlo, solo tenés que sentarte
ha escribir, porque sos parte de esa historia”.
Yo pensé que Élmer bromeaba o que simplemente no le interesaba nuestra
historia. De pequeño nunca tuve tiempo ni libros para leer y con costo había
leído dos o tres libritos en toda mi vida. “Pichula Cuellar”, de Mario Vargas
Llosa, fue el primer librito que don Erick nos obligó a leer en séptimo grado
cuando varios güirros y güirras de Ciudad Romero teníamos que caminar 12
kilómetros, con el charco a las rodillas, para poder llegar a clases en la escuela
de San Marcos Lempa.
Es en serio -insistió Elmer-, yo puedo ayudarte, o proponérselo a Silvia Elena.
Recién iniciaba en la Universidad Tecnológica como estudiante de Derecho,
pero como me gustaba la música, cantaba en el coro universitario y la
Licenciada Silvia Elena era la directora de la Unidad de Cultura. Es una poeta
reconocida, ha estado varias veces en Ciudad Romero y es una excelente
persona. Ella me regaló uno de sus libros, autografiado y me animó para que yo
escribiera el libro.
Pensé entonces que se podía hacer algo sencillo, como escribir un pequeño
resumen de las cosas más importantes de la comunidad, así como la gente me lo
había contado y lo que mi familia y yo habíamos vivido. El padre Ángel se
divierte escuchando esas pasadas chistosas que a veces cuento sobre la selva
panameña, y siempre me ha dicho que debo escribirlas.
Ya tenía unas entrevistas que le había hecho a mi mamá cuando me pidieron mi
autobiografía en la Universidad. Y cuando leí el contenido final, me di cuenta
que queriendo contar mi vida, sin darme cuenta había escrito una buena parte
de la historia de mi comunidad…
“Peor es nada”, decimos en Ciudad Romero, así que me compré una grabadora
usada en el mercado negro por solo 100 colones y comencé a entrevistar a a la
gente que en un momento determinado, estuvieron dirigiendo la comunidad.
Empecé con Neftalí Velásquez, Chungo Fuentes, Jorge Villatoro, Toño Amaya,
A
Don Chabelo y Mario Ordóñez. También entrevisté otra vez a mi mamá, a mi
papá, a Tito y mis hermanas Mabel y Cristina.
Dijeron cosas interesantes y me llamó la atención que todos contaban su propia
historia, pero coincidían en los puntos más importantes de cada entrevista y se
complementaban cronológicamente unas con otras así que reconstruí una sola
historia que junté de la siguiente manera:
LOS FUNDADORES Y FUNDADORAS DE CIUDAD ROMERO
Ya nos conocíamos desde muy pequeños, todos campesinos y campesinas, unidos
por vínculos familiares, de amistad o, simplemente, de vecinos de los cantones
El Portillo, Ocotillo, Corralito, La Hondurita y otros del municipio de Nueva
Esparta, ubicado al norte del departamento de La Unión, cerca de la frontera
con Honduras. La mayoría cultivaba sus tierras y bajaban al pueblo a vender sus
productos. Tenían sus animalitos como gallinas, cerdos, chumpes, cabras y muy
pocos tenían su vaquita.
Algunas familias tenían tierra propia para trabajar, otros arrendaban
pedacitos de tierra para poder cultivar lo poco que se podía en esos cerros
pedregosos, como maíz, frijoles, maicillo y guineo.
Todas estas actividades resultaban insuficientes para sostener a las familias,
pues eran numerosas, y en ese tiempo y lugar, lo normal era que una familia
tuviera cinco, ocho, diez, doce y hasta quince hijos. De manera que, por las
razones mencionadas, la gente permanecía trabajando sus tierras desde abril a
noviembre, y de noviembre a marzo salía con sus hijos a buscar trabajo en las
grandes haciendas del centro y occidente del país, a las cortas de café, a las
cortas de caña, de azúcar y algodón. Mas en las haciendas de agro-exportación,
ninguna o muy pocas condiciones sociales y económicas dignas se les
garantizaban. Trabajaban todo el día por tres colones, mal alimentados y por
las noches dormían bajo los árboles, cada quien llevaba su petate o hamaca y su
cobijita. Siempre estaban sujetos al maltrato de los patronos, caporales y
capataces.
Cuando tenían suerte ganaban algunas fichitas, pero otras veces se
enfermaban y debían regresar a sus casas para curarse con plantas y yerbas.
Los jornaleros estacionales constituían, de hecho, una fuerza de trabajo
movible de acuerdo a las demandas del sector agrícola de exportación que se
había apropiado de todas las tierras más fértiles de El Salvador. A través de
decretos legislativos, la oligarquía de este país abolió y expropió las tierras
comunales y ejidales, obligando a los campesinos a replegarse hacia las tierras
menos fértiles o a los cerros. Creo que eso explica por qué nosotros vivíamos
en esos cerros.
Casi nadie iba a la escuela porque estaba muy lejos y la gente no tenía como
cubrir los gastos. Por la misma necesidad, los niños teníamos que trabajar
desde muy pequeños. Se les compraba su cuma y, ya más grandecitos, se les
compraba su canastillo para llevarlos a las cortas de café.
La mayoría de la gente era muy creyente. Siempre se reunían los domingos para
celebrar la palabra de Dios. Cuando alguien moría siempre acompañaban a la
velación de cuerpo presente y luego a los nueve días de rezo.
Las fiestas se realizaban durante el día, con grupitos musicales de chanchona,
guitarra y violín. “Es que sonaban los caites a mediodía en punto, oiga”.
LA REPRESIÓN SOLO ERA PARTE DE NUESTRA VIDA
Para nosotros era como normal todo lo que la Guardia Nacional (GN) hacía. Con
frecuencia uno veía cómo los militares de la Policía de Hacienda (PH) y de otros
cuerpos represivos torturaban a la gente en las calles y caminos. Uno no podía
mirar a los ojos de un PH porque te dejaba escupiendo sangre de los grandes
culatazos y patadas que te daba en el pecho y estómago.
Si encontraban a un campesino buscando leña en las inmensas haciendas, allí no
más lo mataban y nadie podía decir nada. La propiedad privada de los ricos valía
más que la vida de cualquier campesino. Eso venía desde los tiempos de antes y
uno solo tenía que aguantar y dejarle las cosas a Dios, así nos habían enseñado
los sacerdotes de ese tiempo.
Las dictaduras militares nos obligaban a prestar servicio militar. Los hombres y
los jóvenes eran reclutados para llevarlos al cuartel o como reserva a las
“Escoltas cantonales”.
Isabel Ordóñez o Don Chabelo:
Yo era comandante cantonal del Ocotillo. En el Ocotillo
habíamos dos comandantes, Leonardo Villatoro y yo. Yo
comencé a prestar servicio militar desde 1957. Era ley
que uno tenía que prestar servicio militar y no podíamos
decir que no. Para la guerra con Honduras ya estaba en el
ejército, y como nosotros vivíamos cerca de la frontera nos mandaban con las
patrullas sin armas, sólo con los machetillos a esperar la tropa hondureña. Nos
mandaban de carne de cañón, eso sí que éramos buenos con los machetes.
Una vez teníamos un retén en la calle cuando venía un jeep militar, bien
despacito, porque la calle era muy mala. Nosotros teníamos ordenes de no
dejar pasar a nadie, entonces le salimos a hacer alto con los machetes y, como
no paraba, uno de los Yánez le gritaba con el machete alzado: ¡Si no para pico
llanta, si no para pico llanta! El carro paró y se bajó un militar bien armado y
sólo se puso a reír. ¡Si el ejército hondureño hubiera entrado, a nosotros eran
los primeritos que nos iban a matar! Pero gracias a Dios que lueguito se acabó la
guerra.
Raúl Velásquez:
En los tiempos que el PCN gobernaba, eran puros militares, y todo estaba
militarizado el día de las elecciones. A la fuerza lo hacían ir a votar a uno,
porque si la guardia y los soldados lo paraban a uno, y no le veían la marca de
que había votado, lo golpeaban todo y se lo llevaban preso. Por eso la gente iba
a votar. Pero los mismos soldados le marcaban la papeleta a uno, o lo obligaban
a votar por Conciliación Nacional. Después que uno había votado por ellos, le
daban un tiquete para que fuera a comer.
Pero para las elecciones presidenciales de 1972, la gente se arriesgó a votar
por otro partido, por el PDC, y ganamos. Pero los militares no entregaron el
poder.
En 1977, volvieron a haber elecciones, y ganamos otra vez, entonces fue con un
nuevo partido, La Unión Nacional Opositora (UNO), pero tampoco entregaron el
gobierno. Esa vez dejaron de presidente al General Romero. Ese viejo era más
represivo con el pueblo todavía. Entonces, la gente fue entendiendo que con
elecciones no se iba a cambiar nada, y que había que luchar de otra forma. Allí
en el cerro, nos organizamos en las Ligas Populares 28 de Febrero.
Participábamos en las marchas y protestas del pueblo, para exigir nuestros
derechos, porque el gobierno no respetaba nada, ni los derechos humanos, ni
los derechos civiles ni nada. Había que cambiar ese régimen. Por eso las
organizaciones populares tomaban cada día más fuerza, y comenzaron a tomar
acciones de hecho. Se organizaban grandes marchas pacíficas para exigir al
gobierno un alto a la represión, pero no. Nada de eso servía. A mi me enviaron a
cumplir una misión al cuartel de La Unión. Yo entré al ejército como voluntario
y desde allá estaba pasando toda la información. Teníamos que buscar la forma
de defendernos, porque no había de otra en esos tiempos.
PERO LA REPRESIÓN AUMENTÓ
Después del golpe de Estado al General Romero, el 15 de octubre de 1979,
aumentó la represión en todo El Salvador por parte de los cuerpos represivos y
de los grupos de exterminio de extrema derecha, entre ellos, la Organización
Democrática Nacionalista ORDEN, y los escuadrones de la muerte del mayor
D`Abuison.
El comandante Juan Martínez de Nueva Esparta, también reprimía a la gente
con sus escoltas cantonales, cuenta Don Chabelo:
Nos obligaban a reclutar la gente y no nos daban armas. La gente se nos corría
o se nos paraba con el machete dispuesta a morir antes de ser reclutada para
ese ejército asesino. Si algo nos pasaba estábamos fregados, porque nosotros
servíamos al gobierno bajo nuestro propio riesgo. La pobre gente estaba más
jodida porque ya no estaba segura en ningún lado, porque antes la gente no
salía para no ser reclutados, pero ahora los estábamos llegando a sacar de sus
casas y hasta de sus trabajos. La gente tuvo obligadamente que organizarse
porque no tenía otra salida.
Pero el mensaje de la palabra de Dios, el mensaje de Jesucristo estaba
cambiando. Aparecen las organizaciones de base de la Iglesia, y el mensaje
liberador de Monseñor Romero, el Arzobispo de San Salvador. En donde el
Reino de Dios ya no está únicamente en el cielo, sino que se empieza a construir
aquí en la tierra, y si el reino de Dios está también en la tierra, entonces no
puede ser la voluntad de Dios tanta represión, tanta explotación, persecución,
asesinatos, desapariciones etc. Monseñor Romero hacía el llamado a que ningún
cristiano debía quedarse callado ante tanta abominación. Y nos decía:
“Cada uno de ustedes tiene que ser un micrófono de Dios. Cada uno de ustedes tiene que ser un mensajero, un profeta. Siempre existirá la Iglesia mientras haya un bautizado, ahí hay que decir algo en nombre de la verdad que ilumina
las mentiras de la tierra. Y ese único bautizado que quede en el mundo, es el que tiene ante el mundo la responsabilidad de mantener en alto la bandera de la verdad del Señor y su justicia divina. Por eso da lástima pensar en la cobardía de tantos cristianos y en la traición de otros bautizados. ¿Pero qué están haciendo, bautizados en el campo de la política? ¿Dónde está su bautismo? Bautizados en las profesiones, en los campos de los obreros, en el mercado. No seamos cobardes, no escondamos el talento que Dios nos ha dado desde el día de nuestro bautizo y vivamos de verdad la belleza y la responsabilidad de ser un pueblo profético” (Monseñor Romero, Homilía 8 de julio de 1979).
“Yo denuncio sobre todo la absolutización de la riqueza. Este es el gran mal de El Salvador: la riqueza, la propiedad privada como un absoluto intocable y ¡ay del que toque ese alambre de alta tensión, se quema! No es justo que unos pocos tengan todo y lo absoluticen de tal manera que nadie lo pueda tocar, y la mayoría marginada se está muriendo de hambre” (Homilía 12 de agosto de 1979). “¿Qué otra cosa es la riqueza cuando no se piensa en Dios? ¡Qué sacrificios enormes se hacen ante la idolatría del dinero! No solo sacrificios, sino también iniquidades. Se paga para matar. Se paga el pecado. Y se vende. Todo se comercializa. Todo es lícito ante el dinero.” (Homilía 11 de septiembre de 1977.) Al igual que Jesucristo, Monseñor fue señalado y acusado por el tirano o la
oligarquía que siempre se creyó dueña de este país. Y fue amenazado por el
grupo de asesinos más sangrientos de la historia de El Salvador, los
Escuadrones de la Muerte, fundado y liderado por Roberto D’abuison. Pero
Monseñor les contestó:
“El Dios de los cristianos no tiene que ser otro, es el Dios de Jesucristo, el del que se identificó con los pobres, el del que dio su vida por los demás; el del Dios que mandó a su Hijo Jesucristo a tomar una preferencia sin ambigüedad por los pobres… …No hay más que un líder: Cristo Jesús. Jesús es la fuente de la esperanza. En Jesús se apoya lo que predico. En Jesús está la verdad de lo que estoy diciendo… …Volvemos aquí a la opción preferencial por los pobres. No es demagogia, es evangelio puro”. (Homilía 30 de septiembre de 1979).
“Ahora la Iglesia no se apoya en ningún poder, en ningún dinero. Hoy la Iglesia es pobre. Hoy la Iglesia sabe que los poderosos la rechazan, pero que la aman los que sienten en Dios su confianza… Esta es la Iglesia que yo quiero”. (Homilía 28 de agosto de 1977). “La persecución es una nota característica de la autenticidad de la Iglesia… Esto no quiere decir que sea normal esta vida de martirio y de sufrimiento, de miedo y de persecución, sino que debe significar el espíritu del cristiano. No estar con la iglesia únicamente cuando las cosas andan bien, sino que seguir a Jesucristo con el entusiasmo de aquel apóstol que decía: si es necesario muramos con él. (Homilía 11 de marzo de 1979). “Por eso insisto yo, mucha oración. Oremos, pero no con una oración que nos aliene, no con una oración que nos haga fugarnos de la realidad. Jamás vayamos a la iglesia huyendo de nuestros deberes de la tierra. Vayamos a la iglesia a tomar fuerzas y claridad para retornar a cumplir mejor los deberes del hogar, los deberes de la política, los deberes de la organización, la orientación sana de estas cosas de la tierra. Estos son los verdaderos liberadores” (Homilía 11 de noviembre de 1979). “¿Por qué sólo hay ingreso para el pobre campesino en la temporada del café, del algodón y de la caña? ¿Por qué esta sociedad necesita tener campesinos sin trabajo, obreros mal pagados, gente sin salario justo? Estos mecanismos se deben discutir no como quien estudia economía, sino como cristianos, para no ser cómplices de esa maquinaria que está haciendo cada vez gente más pobre, marginados, indigentes.” (Homilía 16 de diciembre de 1979). El mensaje se difundía rápidamente, los sacerdotes y los predicadores de la
palabra de Dios, fueron actores importantes en este esfuerzo.
Antonio Amaya:
Yo nací en 1942, en Lislique, en el cantón el Terrero.
Mi papá trabajaba en correos nacional, entonces nos
fuimos a vivir a Corinto. A pie le tocaba andar por
todos esos cerros, desde Corinto hasta Gotera o
Santa Rosa venía caminando. Entonces no había ni
bicicletas. Pero mi mamá murió cuando yo tenía ocho años. Entonces fue que me
fui para Nueva Esparta, con mis abuelos que vivían en el Portillo.
Nosotros trabajábamos igual que todos los campesinos en esos cerros,
sembrábamos maíz, maicillo y frijoles. Pero eso no alcanzaba para comer todo
el año, entonces lo que hacía la gente era vender las cosechas a los ricos, y
cuando uno de pobre venía a cosechar, ya todo estaba vendido. El que
trabajaba la tierra solo se quedaba con el trabajo y a veces uno no alcazaba a
pagar. A veces uno estaba bien sudado aporriando el maicillo, cuando llegaban
los viejos ricos con sus bestias y se sentaban debajo de los árboles, a esperar
que uno terminara de aporrear, para llevarse la cosecha. No nos dejaban ni
siquiera para las tortillas del siguiente día. Después ellos mismos lo
contrataban a uno de jornalero y nos pagaban con el mismo maíz que nos habían
quitado. Nos sacaban el jugo de todas formas.
Entonces yo me vine para Usulután a buscar trabajo. Estuve trabajando en la
Normandía y después me trasladé a las Californias, a trabajar en las salineras.
Allí me establecí pero venía a trabajar hasta La Maroma y Nancuchiname. Aquí
en el Zamorano era un campamento, porque el casco de la hacienda estaba en
San Marcos Lempa. Todas estas tierras eran puras algodoneras y arrozales. Yo
sufrí en carne propia la explotación. La guardia era pagada por el gobierno pero
cuidaba las haciendas de los ricos. En cada campamento había una pareja de
guardias para reprimir a los trabajadores. Un día yo estaba en la cola para la
pesa, cuando un viejito como de unos setenta años estaba con su puchito de
algodón que se lo estaban pesando, y como esos viejos le robaban a uno en la
pesa, entonces el viejito se le quedó viendo a la pesa y el pesador le gritó “y vos
qué miras, querés pesar vos”, y el viejito solo agachó la cabeza y le dijo que no,
y como los guardias siempre estaban encima apuntándole a uno con los grandes
fusiles; entonces llegó un guardia y preguntó qué pasaba. No le dijo el pesador,
este viejo que está de rebelde. Y el guardia le pegó una pechada al pobre señor
que lo aventó por allá. Daba cosa mirar aquello, y la gente sin poder hacer
nada, porque Dios guarde, a esos ni se les podía ni mirar; y unos hombres cholos
que estaban allí cerca con sus machetes, solo se restregaba la cara, pero cómo
podían hacer algo. Si a la guardia le pagaba el gobierno para que fuera a cuidar
las haciendas de los oligarcas y estaban al servicio de ellos, esa era la patria
que ellos y los soldados decían que defendían. Lo que ellos hacían en esas
haciendas con uno ni siquiera se le puede llamar injusticia, era peor que una
injusticia. Un peso con veinticinco centavos le pagaban a uno por trabajar todo
el día, y nos daban las famosas chengas que eran unas tortillas que hacían en
una maquinita. Esas chengas eran duras, que te aseguro que si te pegaban con
el filo de una chenga en la frente, te hacía una gran herida.
Eso fue como en 1958 y yo aguanté varios años trabajando para ellos. En 1971
yo regresé a Nueva Esparta y me casé. Luego fui invitado para venir aquí a
Jiquilisco, a pasar unos estudios para ser celebrador de la palabra de Dios,
estudios de pastoral comunitaria. A mí siempre me gustaron las cosas de Dios y
cuando estuve en Tierra Blanca, yo fui sacristán. Entonces me vine para
Jiquilisco a estudiar. Los pasionistas tenían un centro de estudios y allí
habíamos gente de todo el país y conmigo también venía Edelio Avelar.
A partir de 1973, yo regresé a Nueva Esparta y comenzamos el trabajo
pastoral con el hermano Rigoberto Portillo y Edelio. Cubríamos casi toda la zona
norte del departamento de La Unión. Nosotros fuimos preparados para
trabajar con la comunidad, para organizarlas y llevarles la buena nueva de la
palabra de Dios, del Dios de la vida y no del Dios de la muerte y del miedo como
tradicionalmente se nos había enseñado. Denunciando la injusticia y la opresión
que los campesinos vivíamos, tal como nos orientaba Monseñor Romero.
Yo conocí a Monseñor Romero allí en Sesori. Tuve el honor y la dicha de
estrechar su mano, y no lo digo por vanagloriarme, pero así fue. Él llegó para la
fiesta de la Concepción, el ocho de diciembre. Nosotros no trabajábamos
directamente bajo la línea de Monseñor, pero escuchábamos sus homilías y su
mensaje en la Radio YSAX, eso lo formaba y lo hacía crecer a uno. Y como dice
la palabra de Dios, la verdad os hará libres. A través de la palabra de Dios se le
iba abriendo los ojos a la gente. Después nosotros éramos cinco con el hermano
Neftalí Velásquez y el hermano Germán Benítez, y fuimos perseguidos por el
ejército. Ya nos había amenazado el comandante local de Nueva Esparta de que
a los cinco nos iba a cortar la cabeza, porque decía que nosotros éramos
comunistas. Pero ellos mismos se contradecían, porque también decían que los
comunistas eran ateos, y nosotros lo que andábamos haciendo era predicar el
evangelio, con la Biblia en la mano. Los ateos del diablo eran ellos, porque
asesinaban a los campesinos, a los sacerdotes y predicadores de la palabra;
porque al hermano Germán Benítez lo mataron y a nosotros nos buscaban por
todos esos cerros, pero la gente nos protegía. Al final solo quedamos Edelio,
Neftalí y yo, porque después que mataron al hermano Germán, el hermano
Rigoberto Portillo se fue exiliado para Canadá.
Fueron tiempos muy difíciles, pero también fueron tiempos hermosos, porque la
gente se liberó, perdió el miedo y se organizó para luchar en contra de la
injusticia. Era triste lo repito, pero era bonito ver a la gente manifestándose
pacíficamente por la vida, la gente estaba dispuesta a provocar un cambio como
decía Monseñor Romero. La gente nos apoyaba, teníamos muchas casas de
apoyo; los dueños de las casas de apoyo debían mantener en la clandestinidad a
los dirigentes porque eran perseguidos por la guardia, darles la comida y
colaborar en lo que fuera necesario. Tenía que ser gente de confianza porque
ellos pasaban a ser parte de la familia, así tuvimos varias casas de apoyo, como
la del compa Mencho y la comadre Antolina, la de Neftalí, la de don Ursulo y la
de la señora Chabela Jiménez.
Antolina Granados:
A veces yo cruzaba cerros y cerros para ir a una misa o a una
celebración de la palabra de Dios. Siempre escuchaba las
homilías de Monseñor Romero. Así fue que fui entendiendo que
tanta injusticia en contra del pueblo no era la voluntad de Dios,
y que era posible cambiar esa situación si todos nos
organizábamos. Dios guarde, si la gente temblaba cuando veía a
un guardia. Los jóvenes eran reclutados forzosamente y los
campesinos no teníamos derechos. Así fue que se hicieron las
primeras reuniones en mi casa con los catequistas. Y Mencho era
cabo de la escolta del Ocotillo, pero él no estaba de acuerdo con todas la
matanzas que el Comandante hacía contra nuestra misma gente.
Enemecio Reyes (Don Mencho):
Yo era cabo de la escolta del Portillo, y el comandante local
nos enviaba a reclutar gente. Era obligación traerle cinco
reclutas y, si no, nos cobraba cinco colones, que en ese
tiempo era mucho dinero. De manera que si no llevábamos
ninguno, nos tocaba pagarle veinticinco colones al
comandante, o someternos a un castigo. Por eso nos
veíamos obligados a reclutar hasta nuestra misma gente e
incluso a nuestros mismos familiares. Otras veces la gente nos daba los cinco
colones del comandante y los dejábamos ir.
La gente caminaba con un gran miedo porque hasta de los trabajos los íbamos a
sacar. Eso obligó para que la organización fuera mucho más rápida, y la gente
colaboraba porque apenas miraban la tropa salían corriendo para dar aviso a
los demás.
Pero al mismo tiempo yo estaba organizado, mi casa ya era casa de apoyo.
Acabábamos de terminar de construirla, era de teja y paredes de adobe, bien
grande, con dos corredores y rodeada de árboles. Tenía una gran vista para el
pueblo porque estaba en la mera puntita del cerro el Ocotillo. Allí dormían los
dirigentes de las organizaciones populares. Después también fue punto de
encuentro de los dirigentes de las demás zonas como Morazán, San Miguel y
San Salvador, porque la punta del cerro era bien estratégica.
Nosotros teníamos bien claro que este trabajo era clandestino. Hasta ese
momento nadie andaba armado, ni se oía hablar de guerrilla, ni, mucho menos,
de guerra, porque la concientización se estaba haciendo desde la fe cristiana,
los catequistas y delegados de la palabra ya estaban metidos de lleno en esta
misión.
Pero después nos fuimos dando cuenta, como dice la canción de los Guaraguaos,
que “no bastaba con rezar”, no bastaba con marchas ni protestas pacíficas,
porque la guardia incrementó sus operativos y las marchas las disolvían a
balazos.
Luego se nos planteó la necesidad de formar una guerrilla para luchar por la vía
armada en contra de la dictadura militar. Y fue entonces que llegaron el
comandante Gonzalo y el comandante Milton, con tres hombres más y algunas
armas. Ellos también se quedaban en mi casa, pero pasaban todo el tiempo
encerrados en uno de los cuartos, estudiando, planificando; allí conocimos
también a Rafael Arce Zabla, y me acuerdo que le gustaba jugar con vos cuando
estabas recién nacido, y decía que ibas ser un gran hombre porque habías
nacido el mismo día que nacieron las Ligas Populares 28 de febrero (LP 28).
Por las noches reuníamos la gente en el campo para recibir entrenamiento, unos
para incorporarse a la guerrilla y otros para estar listos en el momento
necesario, porque ya se veía venir la guerra encima y teníamos que estar
preparados. Lo primero que nos enseñaron fue a defendernos de un Policía de
Hacienda (PH), también nos enseñaron a usar y desarmar pistolas y algunas
estrategias de combate: cómo hacer una retirada, cómo rodar o avanzar en la
línea de fuego, etc. La situación ya estaba insoportable y entonces si ya se
hablaba de una defensa a través de las armas para liberar al pueblo de tanta
opresión.
En febrero de 1980 ya había bastante gente concientizada y un buen grupo
venimos a apoyar la manifestación pacífica y toma de Catedral de San Miguel,
porque en todo el país ya la gente no aguantaba y se estaba manifestando para
denunciar tanta injusticia. Pero esa vez murió mucha gente y, entre ellos, el
finado Juan Granados, que acababa de salir del cuartel; los soldados lo
agarraron a balazos mientras colocaba una pancarta frente a catedral. El
Obispo de San Miguel Eduardo Álvarez, que también era coronel, fue el que
autorizó la entrada del ejército a catedral, para que hicieran la masacre. Julión
Jiménez, que también estaba poniendo la pancarta, fue alcanzado por una
granada que le desgarró la pierna izquierda. A Julio lo llevamos para mi casa y
luego los compas lo sacaron para Honduras. Al finado Juan lo trasladaron a
Nueva Esparta, y bajó mucha gente a la vela. Durante la vela y el entierro, el
comandante local y los orejas estuvieron anotando en una lista a todo el que
llegó, porque dijeron que eran guerrilleros, y desde entonces quedamos
quemados.
LA MASACRE DE CATEDRAL
Virginia García y Vicenta, fueron algunas de las sobrevivientes de la masacre
de Catedral y ellas relatan:
Esa vez íbamos un buen grupo para la manifestación en San Miguel y allí nos
dijeron que la protesta era a nivel nacional y que se iba a hacer una sola
manifestación en San Salvador. Nos subimos a los buses y salimos. Desde la
Plaza Cívica hasta la Plaza Libertad, estaba que no cabía otra alma, protestando
y exigiendo un cese a la represión. De repente vimos que venía el gran poco de
animales con tanquetas y cañones. Desde los edificios nos empezaron a
disparar, mataban a la gente como matar hormigas. Linda tenía como doce años
pero yo nunca la dejaba, ahí la andaba en todas las marchas pero esa vez se me
perdió. Cuando pasó la balacera yo salí corriendo para la Universidad Nacional y
allí quedó el gran poco de gente tirada. Me perdí del grupo y de mi hija. En la
noche la gente estaba llegando a la Universidad Nacional y gracia a Dios un
cura llegó a dejar a Linda que se había refugiado en la Iglesia El Rosario. El
siguiente día nos llevaron para reconocer a los muertos y yo sólo conocí al
finado Tacho que estaba tirado en medio de aquel gran montón de muertos.
Hubo una misa por todos los caidos y allí estuvo Monseñor Romero, nos dio
palabras de consuelo y habló bien fuerte en contra del gobierno asesino.
Las últimas protestas pacíficas las hicimos en las tomas de Catedral de
Usulután y La Unión. En la catedral de Usulután casi muere Payinsito, que fue
uno de los primeros que llegó para organizar a la gente en el cerro. Se cayó
desde el campanario, pero como era chiquito, no se mató.
LA LISTA NEGRA
Enemecio Reyes, Matías Ramírez, Neftalí y Gabriel Velásquez:
Mientras tanto, en Nueva Esparta, estaban construyendo una cancha de fútbol
y el comandante local Juan Martínez ponía a trabajar a las escoltas de todos
los cantones. Los primeros días todos fuimos a trabajar, pero luego ya no
quisimos porque nos tenía de esclavos y había pisto para esa cancha. Entonces
nos reunió a todas las escoltas y muy enojado nos comenzó a amenazar, a gritar
que éramos unos subversivos; yo sé que aquí hay subversivos, y a todos los voy
a guindar uno por uno de este tirante, dijo, les voy a quitar la cabeza y la voy a
trabar en los palos para que quede de ejemplo. Y agarró a Matías del pescuezo
y le ordenó a Chevo que lo ahorcara.
Chevo era mi hermano, y mi propio hermanito me iba a guindar ese día. Yo era
soldado de la escolta del Portillo, pero los orejas ya tenían bien chequeado que
yo estaba participando en un cursillo de las familias de Dios, ya me habían
puesto el dedo porque las cosas de Dios eran prohibidas; si a uno lo veían en
una reunión o lo encontraban con una Biblia era segura ahorcada la que tenía. El
mensaje de liberación venía desde el evangelio y esa era la línea de Monseñor
Romero, por eso la gente lo quería tanto; y por eso mismo también ellos lo
odiaban y lo habían amenazado a muerte. Ellos nos acusaban de ser comunistas
y nosotros ni siquiera sabíamos qué significaba esa palabra. Lo asesinaban a uno
por andar una Biblia y predicar la palabra de Dios, pero a la gente le decían que
éramos comunistas y que los comunistas eran ateos. Se inventaban cualquier
cosa para matarlo a uno.
El Comandante Local ya me tenía en la lista negra. Esa vez me puso de rodillas y
me metió en cañón de la pistola en la boca. Verdad que vos sós subversivo, hijo
de puta, - me gritaba /, y yo sólo esperaba que mis sesos chispiaran la pared.! Y
Chevo haciéndose el loco, nunca encontraba el lazo para ahorcarme; Chevo era
comandante de un cantoncito por allá arriba y también era oreja, al igual que
Cornelio, mi otro hermano. Pero no tenía huevos de ahorcarme, y el viejo le
gritaba, que si no se apuraba lo iba a guindar a él también… ¡No, hombre, si esa
vez la vi bien cerquita!-
-Desde ese día la mayoría de los que andábamos en la escoltas ya no
regresamos al llamado del comandante, porque sabíamos que no estaba
bromeando, y si alguien no se presentaba decían que era subversivo. Por eso
cuando alguien faltaba a trabajar tenía inmediatamente que salirse de la casa y
dormir en el monte porque de lo contrario no amanecía.
Entonces el comandante mandó a sacar una gran lista de todos los soldados que
no quisimos seguir trabajando en la cancha, y la juntó con la otra lista que ya
tenía de los catequistas y los que habían ido a la marcha y al entierro del finado
Juan. Así habían anotado casi toda la gente de esos cerros.
En los retenes que ponían los soldados le pedían los documentos a la gente y
buscaban en la lista. El que aparecía en la lista hasta allí llegaba sin más
averiguaciones. Todos los días amanecía gente descabezada en los caminos. La
tropa subía por la noche a los cantones a sacar la gente, si no las encontraban
se llevaban las cositas de la casa y las que no las destruían. Y si lo encontraban
a uno en la casa, lo mataban con todo y familia.
Una de las cosas que más indignó a la gente fue cuando Juan Martínez mandó a
matar a toda la familia del finado Matilde Velásquez, sus dos hijos, y al yerno
que se acababa de casar. Los llegaron a sacar de la milpa donde estaban
trabajando. Los descabezaron, les cortaron las mejillas y ensartaron las
cabezas en los postes del cerco, mirando sus cuerpos descuartizados. También
mataron al finado Carmen Castellón. Él ya sabía que estaba en la lista pero esa
noche le dolía demasiado una muela y fue a la casa a buscar remedio, allí lo
estaban esperando. Después mandó a matar al finado Germán que era
catequista y rezador, al finado Adelio Velásquez, Juan Salmerón, al finado
Saturnino Villatoro. Llevaban corte parejo de todos los que estábamos en la
lista.
Ya nosotros no teníamos vida, porque esa lista la repartieron por todos los
cantones, ya no podíamos salir para ningún lado porque los orejas estaban en
todas partes, incluso dentro de la misma familia. La misma familia le cerraba
las puertas a uno porque si la tropa se daba cuenta que uno había llegado
también se los llevaban a ellos.
QUERÍAN MORIR DEFENDIENDO SU GENTE Y NO “LA PATRIA”
El reclutamiento en el ejército era forzoso, y reclutaban solamente a los hijos
de nosotros mismos, los pobres. Pero ya dentro de los cuarteles, les lavaban el
cerebro, y les decían que estaban allí para defender a la patria de los
comunistas, de los subversivos y terroristas. Por lo tanto, asesinar a un
campesino o a un grupo de campesinos que ellos señalaran de comunistas, era
defender y hacer patria. Hasta se corrió una frase que decían “has patria,
mata un cura”. Por eso muchos soldados del ejército se desertaron y varios se
incorporaron a las filas guerrilleras, algunos porque ya habían sido
concientizados antes de ser reclutados y otros que tomaban conciencia al
darse cuenta que su familia había sido asesinada a manos de su mismo ejército.
Eso hizo que el grupo armado en ese cerro creciera, porque hasta entonces
eran muy pocos los que andaban. Nadie quería meterse a la guerrilla y por eso
la gente luchaba en las calles, rezaba y se manifestaba de mil maneras, para
que esa pesadilla se acabara. El dolor, la indignación y el terror fue que los
obligó poco a poco a incorporarse.
Hubo una reunión con el grupo armado en donde se decidió que no había otra
salida que bajar a quitar al comandante, porque todos estábamos en la lista
negra y llevaban corte parejo. Planearon el ataque para las nueve de la mañana
de un día jueves, que es el día de comercio en el pueblo. Entre los que iban a
llevar a cabo la operación estaban el finado Mauricio Velásquez, que se había
desertado del ejército después de enterarse de la muerte de sus primos
Matilde y Adelio. Solo “el cubano” le decían porque era alto y moreno. También
iba el finado Rosa que solo le decían “Cabriíllo”, y el finado Tino, recién
desertados del ejército. Estaban muy bien entrenados porque ellos mismos les
habían enseñado.
Cabal, a las nueve de la mañana se escucharon los disparos. Dicen que todavía
fueron a recuperar la pistola, se agarraron los tres de la mano y salieron
corriendo juntos para el lado del cementerio y luego subieron por el Portillo
rumbo al Ocotillo. Todo el mundo cerró las puertas y nadie los conoció, y si
alguien los vio no se acordaba, porque a ese viejo asesino nadie lo quería.
Decían que habían sido unos cubanos.
Ese fue un duro golpe para el gobierno porque ese asesino era uno de los fieles
servidores de la burguesía y nunca imaginaron que la gente desesperada podía
responder de esa manera.
Como a las ocho de la noche subió el operativo militar y nosotros sólo
escuchábamos la gran balacera porque todo el mundo ya no estaba en sus casas
desde que publicaron la lista negra. Por eso estamos vivos, porque los que no se
salieron ya no están para contar el cuento.
A la casa de Mencho fue la primerita que le cayeron. Dice él:
Los orejas ya sabían que mi casa era casa de apoyo, por eso éramos de los
primeros en la lista. A Vicenta la habían puesto de comandante. Ametrallaron la
casa por todos lados, que si hubiéramos estado dentro no hubiera quedado
ninguno. Botaron las puertas y tiraron piedras en el tejado, pero esa vez no la
quemaron. Baliaron a los perros y vaciaron toda la cosecha que teníamos;
revolvían un saco de fríjol, otro de maíz, otro de maicillo y quebraron toditos
los trastes.
El siguiente día llegué a ver la casa. La habían dejado sin puertas, no había nada
que pudiera servir. La bala que le pusieron a la chapa de la puerta había pasado
una gallina que estaba echada, pero no pasó la pared de adobe. Yo estaba
dentro de la casa cuando escuché un tropelito afuera. Me tiré en el suelo con la
pistola en la mano, yo andaba dispuesto a todo. Les hice la consigna y luego me
contestaron. Era Santos, el novio de Cristina, que me habían ido a buscar. El
patio de la casa amarilleaba de conchas de balas de todo calibre, habían dejado
un buen poco de cartuchos de nueve milímetros, los recogí y se los llevé al
grupo armado.
Yo no me había incorporado al grupo armado porque no podía dejar a Antolina
con ese poco de güirros y ya estaba embarazada de Amilcar. Eran nueve
cipotes: estaba Vicenta que era la mayor, de ahí le seguía Cristina, Telba,
Marina, Oscar, Tito, Estenia, Leonel y vos, Nohé, que apenas tenías dos años.
Las armas eran escasas y tenían un gran valor en esos tiempos, y a pesar de que
yo no andaba en el grupo armado me habían dado una pistola: te la has ganado -
me dijo el comandante Milton -, pero primero muerto antes que entregarla. Ese
era un juramento sagrado.
Seguíamos durmiendo en el monte porque ya no teníamos casa. Pensábamos
irnos para Monteca pero en El Corralito nos encontramos con el compadre
Santos Castellón, y nos dijo que para qué íbamos a ir hasta allá a caminar con
ese montón de güirros, que mejor nos quedáramos en su casa.
Nos quedamos unos días donde el Compa Santos, pero Vicenta y yo, ya
estábamos “quemados” (señalados como guerrilleros), la tropa pasaba casi
todos los días, por eso siempre nos íbamos a dormir al monte. Después de ocho
días, decidimos irnos siempre para Monteca, porque allí era demasiado
peligroso. El compa Santos no quería que nos fuéramos, pero yo sabía que si los
soldados nos hallaban en su casa, también lo iban a matar a él. A mí no me
importa morir a su lado compadre - me dijo -, es que no es justo lo que hacen
estos desgraciados…
Nosotros siempre agarramos camino porque Andrés, mi hermano, nos había
llegado a decir que en Monteca no había ningún peligro. Llegamos con la
nochecita y encontramos a mi hermano peleándose con la mujer porque no
quería que nosotros nos quedáramos en su casa, que era muy peligroso que nos
vieran allí.
Nosotros dimos la vuelta y como todos estábamos muy cansados, sobre todo
Antolina con esa gran panza, nos quedamos en una lomita arriba de la casa, al
pie de unos palos de pino. Yo pasé vigilando toda la noche por los coyotes que
podían comerse un güirro, o los soldados que nos podían encontrar.
Yo solo me acordaba de lo que me había dicho el compa Santos antes de salir:
“Compa, si le va mal, recuerde que las puertas de mi casa siempre estarán
abiertas”. A las cuatro de la mañana salimos de regreso. Cuando nos vieron
llegar, toda la familia del compa Santos salió corriendo a encontrarnos, y nos
alojamos en una casita que tenían aparte, pero siempre por la noche nos íbamos
a dormir al monte.
QUISIERON CALLAR LA VOZ DE LOS QUE NO TENÍAMOS VOZ Nosotros ya teníamos varios meses de andar huyendo en el monte, el ejército
asesinaba, quemaba y destruía, pero cada muerto que caía, creaba más
conciencia en la población y la resistencia y la lucha aumentaban.
A finales del 79 ya había un grupo armado en el cerro, pero la gente le pedía a
Dios que la represión no siguiera, porque el dolor de perder a nuestros seres
queridos era demasiado grande. Por eso la gente escuchaba y seguía el mensaje
de Monseñor Romero, porque él llamaba justamente a eso, al cese de la
represión, al cese de la violencia, pedía y exigía una salida negociada al
conflicto. Sin embargo, el gobierno y el ejército seguían matando y
reprimiéndonos. “Queridos hermanos, quiero hacer un llamamiento a todos los sectores del país para que evitemos tener que llegar a una guerra civil y de todos modos logremos en nuestro país una auténtica justicia.” (Homilía 20 de enero de 1980). “Espero que este llamado de la Iglesia no endurezca aún más el corazón de los oligarcas si no que los mueva a la conversión. Compartan lo que son y tienen. No sigan callando con la violencia a los que les estamos haciendo esta invitación, ni mucho menos, continúen matando a los que estamos tratando de lograr haya una más justa distribución del poder y de las riquezas de nuestro país. Y hablo en primera persona porque esta semana me llegó un aviso de que estoy yo en la lista de los que van a ser eliminados la próxima semana. Pero que quede constancia de que la voz de la justicia nadie la puede matar ya.” (Homilía 24 de febrero de 1980). “Este es el pensamiento fundamental de mi predicación: nada me importa tanto como la vida humana. Es algo tan serio y tan profundo, más que la violación de cualquier otro derecho humano, porque es vida de los hijos de Dios y porque
esa sangre no hace sino negar el amor, despertar nuevos odios, hacer imposible la reconciliación y la paz. ¡Lo que más se necesita hoy aquí es un alto a la represión”. (Homilía 16 de marzo de 1980, VIII p. 349) Y Monseñor hacía llamados a la conciencia de los soldados y muchas veces era
escuchado y se desertaban del ejército:
“Quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles: hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos; y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice “No matar”. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la dignidad human, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en el nombre de Dios; cese la represión”. (Monseñor Romero, Homilía 23 de marzo, 1980)
El siguiente día lo asesinaron los escuadrones de la muerte de Roberto
D´Abuison, mientras celebraba misa en la capilla del Hospital “La Divina
Providencia”.
Pero el 24 de Marzo, con el asesinato de Monseñor Romero, nos habían
mandado un claro mensaje: o se callan y se someten a la dictadura asesina, o se
mueren. Entonces entendimos que era el final de cualquier esperanza de paz
por la vía pacífica, porque nosotros escuchábamos sus homilías y su mensaje de
aliento en la radio YSAX, y Monseñor Romero en la medida que el dolor del
pueblo lo fue haciendo hablar, en esa medida fue denunciando la injusticia y
tanta muerte que nosotros los pobres sufríamos. Eso significaba un ataque
fuerte para el gobierno, porque al igual que ahora, el gobierno salía diciendo
que todo estaba bien, y Monseñor Romero desmentía todo eso, denunciaba la
injusticia y pedía a los cristianos a no quedarse callados ante tanta
abominación. Porque en ese momento, como pastor de la iglesia debían tomar
una decisión, porque al igual que Cristo, él sabía que podía morir. O se sometía y
compartía el pecado, la injusticia, la violencia y la corrupción; o se enfrentaba a
ellos. Pero monseñor Romero al igual que Jesús, optó por la verdad, por la
justicia, y tomó la opción preferencial por nosotros los pobres y se enfrentó al
tirano.
Por ese mensaje profético de Monseñor Romero, mucha gente se abstenía de
agarrar un fusil, porque su mensaje daba esperanza. Pero ahora, ¿qué nos
quedaba? Si habían sido capaces de matar al arzobispo de San Salvador, y de
masacrar públicamente a toda esa gente en su entierro, imagínense nosotros en
esos cerros que nadie sabía que existíamos; porque así era, en el campo
mataban los pocos de campesinos y nadie podía decir nada. Bastaba con que el
gobierno dijera que eran subversivos, terroristas o comunistas para
justificarlo. La gente no sabía leer, ni mucho menos sabía que era comunismo,
nosotros solo sabíamos que había un gobierno y un ejército asesino que nos
estaba matando y ya no solo a los campesinos sino también a los estudiantes, a
los profesionales, a los curas y hasta al obispo de San Salvador.
La paciencia se había acabado y estábamos dispuestos hasta dar nuestras vidas
para cambiar esta situación, para darles a nuestros hijos un futuro mejor.
Para nosotros, Monseñor Romero era como el representante de Dios aquí en la
tierra y era el único que tenía voz para exigir la justicia terrenal y denunciar la
injusticia, porque nosotros ¡cómo íbamos a denunciar un asesinato, una masacre
o una violación, si era el mismo gobierno el que daba las órdenes y era el mismo
ejército y la Guardia Nacional los que las ejecutaban! Los jueces era parte del
mismo aparato opresor; entonces la gente iba a quejarse con Monseñor Romero.
Él era la voz de los que no teníamos voz. La gente llegaba todos los días de
todas partes del país, o le enviábamos cartas, y él sabía escuchar y en las
homilías incluía estas denuncias que eran transmitidas por la radio YSAX.
Esa fue una pérdida tan grande que nosotros sentíamos que todo se nos caía,
que todo se nos derrumbaba y los soldados ni siquiera nos dieron tiempo de
llorarlo, porque ese mismo día subieron al cerro y la gente tenía que salir a
refugiarse a otro lugar. Los soldados y los orejas tenían bien controladas las
entradas y salidas de los pueblos, el comandante de Lislique por el norte, el
nuevo comandante de Nueva Esparta y el de Anamorós por el poniente, y el de
Polorós al sur. Sólo nos quedaba Honduras por el oriente. Y para donde nos
hacíamos pues. Eso era duro oiga.
El otro mensaje que le quedó muy claro a la gente es que no había otra opción
que empuñar las armas y luchar contra la dictadura militar que nos estaba
matando. Ya no había espacio para las protestas pacíficas. La vía electoral se
había agotado, porque la dictadura había perdido en las dos últimas elecciones
(1972 y 1977), y no había entregado el poder. Con Monseñor Romero se
mantenía la esperanza, pero con él mataron esa esperanza de paz negociada, y
entonces había que defenderse y luchar de cualquier manera.
“Estoy seguro que tanta sangre derramada y tanto dolor causado a los familiares de tantas víctimas no será en vano. Es sangre y dolor que regará y fecundará nuevas y cada vez más numerosas semillas de salvadoreños que tomarán conciencia de la responsabilidad que tienen de construir una sociedad más justa y humana.” (Homilía 27 de enero de 1980). Un Obispo morirá, pero la Iglesia que es el pueblo, no perecerá jamás. Si me matan, resucitaré en la lucha de mi pueblo. EL MIEDO PUEDE MÁS QUE CUALQUIER COSA
(Antolina Granados, Enemecio o Mencho, Cristina, Tito y Oscar)
Antolina:
Allá en el Corralito estábamos nosotros cuando mataron a Monseñor Romero, y
no pudimos ir al entierro porque los soldados nos tenían cercados, no podíamos
movernos mucho porque había retenes por todos lados. Ya Dios lo hace, porque
cuando nos ametrallaron la casa, yo me salvé de puro milagro. Unos minutos
antes había llegado Victorino del compa Ruperto a sacarme. ¡Sálgase madrina, -
me dijo - , porque vienen los soldados! Y fue que se echó los cipotes al lomo y
salió corriendo, entonces yo agarré al niño y salí detrás de él… Al ratito se
escuchaba la gran balacera y los latidos de los perros. Esa noche dormí en una
zacatera con todos los cipotes, y los niños bien calladitos, nadie hacía bulla,
como que si supieran el peligro que corrían, ya Dios lo hace.
Allí en El Corralito estuvimos todo ese tiempo. Pero ya el grupo armado se
había fortalecido, la mayoría de hombres y algunas mujeres ya andaban con el
grupo armado, así le decíamos al principio.
Con la comida sufríamos porque no había qué comer, por eso a finales de abril
cuando ya estaba para caer las primeras tormentas, Mencho pensó hacer un
pedazo de milpa en el Portillo, en las tierras del compadre Virgilio. Se fue con
los cipotes más grandes, Oscar y Tito, que tenían como siete y seis años.
También se llevó a Cristina que tenía como catorce años, para que les hiciera el
almuerzo.
Enemecio Reyes:
Comenzando a trabajar estábamos cuando venía un hombrecito de rompidas con
el sombrerito en la mano. Era Necifor Bustillo que venía huyendo de los
soldados; ¡corra Don Mencho, que nos van a matar!, me dijo, y fue que siguió
corriendo; y cuando yo levanté la cabeza vi que por la loma de enfrente venía el
cordón de soldados que comenzaron a dispararme en ráfaga. Inmediatamente
yo caí de panzas al pie de una piedra con la pistola en la mano. La tierra
temblaba y se despolvoreaba de la gran balacera que caía. Los cipotes estaban
atrás de mí y Cristina estaba detrás de un palo de verberíllo. Tírense al suelo
les gritaba yo. Cristina me gritaba desde el palo: ¡Papá, no vaya a disparar
todavía, no vaya disparar papá! Yo me fijé que a ella no le tiraban, solo a mí. No
teníamos salida, sólo había un gran barranco como de treinta metros de altura.
A vos no te han visto, le dije a Cristina, no te vayas a mover de allí, yo voy a
hacer la retirada, tal vez así se salvan ustedes. Si cree que puede hágala, me
dijo, pero no vaya a disparar. Eso me dio valor porque en los entrenamientos ya
nos habían enseñado todo eso, y Cristina también había pasado todos los
entrenamientos. Así que me dejo ir rodadito con la pistola en la mano hasta
caer en aquel gran abismo. No me acuerdo como caí porque cuando vine a
despertar estaba en una quebradita todo lleno de sangre, y la pistola a saber
que la hice. Yo creía que tenía más de algún balazo porque ya comenzaba a
sentir dolores por todo el cuerpo. Me limpié la sangre y esperé allí un ratito.
Comencé a rodear el cerro para ir a buscar a los cipotes. Me escondí porque no
sabía si todavía estaban allí los soldados, pero ya no había nadie.
Comencé a buscarlos y subiendo la lomita encontré las huellas de los zapatillos
de hule que les había comprado en Anamorós. Entonces corrí a buscarlos a la
casa de Agustina. Le habían quemado la casita de zacate de jaraguas que tenía.
Allí estaban las dos cumitas de los cipotes y yo salí corriendo para donde
Ruperto, el hermano de Antolina. Aquél me salió con una tortilla y un pedazo de
carne. ¡Qué iba andar comiendo yo! Tampoco sabía nada de Cristina.
Cristina:
Yo me había quedado detrás del árbol y nunca había visto antes como era ese
barranco de alto, pero yo también me aventé porque los soldados se seguían
acercando. Rodé y rodé hasta llegar al abismo, ratos sentía que pegaba en las
ramas y bejucos y otros ratos en el aire hasta que fui a caer a una posita que
estaba abajo. Caí toda golpeada, pero como el miedo puede más que cualquier
cosa, seguí corriendo para el lado de Lislique, y por suerte me encontré con el
grupo armado que estaba en el otro cerro. Ellos se asustaron cuando me vieron
toda golpeada y llena de sangre. Les dije que a mi papá quizás lo habían matado
y que los cipotes se habían quedado allí, que los fuéramos a buscar.
Oscar y Tito:
Nosotros nos habíamos quedado tendidos en el suelo sin mover un solo dedo.
Ese día Cristina se había puesto un vestido rojo de Vicenta, y cuando salió
rodando, los orejas y los soldados le gritaban: ¡Allí va Vicenta, dispárenle!,
¡Párate, Vicente!, le decían, pero Cristina siguió rodando hasta caer al
barranco. Vámonos, dijeron, que ya se fueron estos hijos de puta.
Nosotros seguíamos allí tirados de barrigas en el suelo hasta que ya no
escuchamos ningún ruido. Cuando los soldados se fueron, salimos corriendo para
la casa de tía Agustina pero no había nadie y los soldados habían quemado la
casa. Había unos gajos de guineo manzano maduritos pero no agarramos ninguno
porque pensamos que nos podía regañar mi tía. Nos fuimos para donde tía
Ángela, donde estaba la gente que andaba huyendo, y cuando subimos a la punta
del cerro vimos a los soldados cuando le estaban poniendo fuego a la casa de
nosotros. Nos acercamos con cuidado y conocimos a los orejas que andaban
enseñándole las casas y la gente a los soldados.
Llegamos a la casa de tía Ángela y la gente estaba muy asustada porque ese
mismo día también habían matado a Eduardo, el hermano de René Sorto. Se
estaban haciendo cuadrías para ir a buscarlos cuando vimos a mi papá que venía
llegando. Y ahí no viene el muerto, dijo la gente, y corrimos a encontrarlo.
Enemecio Reyes:
Yo andaba bien preocupado por la pistola, a nadie le daban una pistola si no
andaba en el grupo armado, pero no me dijeron nada. En esos días llegó desde
Morazán el comandante Gonzalo y me mandó a llamar. A gente como ésta no
podemos dejar que la maten, le dijo al comandante Milton, tenemos que sacarla
de aquí inmediatamente. Los vamos a llevar para San Miguel, allí les vamos a dar
una casa. Para San Miguel no me voy, le dije, porque yo soy bien conocido y lo
más seguro es que voy a amanecer descabezado cualquier día. Mejor que se
vaya Antolina con los cipotes y yo me quedo con el grupo. Pero Antolina no quiso
porque ya andaba para reventar con aquella gran panza y tampoco quería irse
ella sola viendo que se quedaba toda la gente. Ustedes han dado todo lo que
tenían por esta causa y no vamos a dejar que los maten, dijo el comandante
Gonzalo. Tenemos que sacarlos de aquí de cualquier forma, porque los cuilios
andan tirando un operativo que no dejan piedra sobre piedra, y de ese si que no
se van a salvar.
OPERATIVO TIERRA ARRASADA Y EL EXODO HACIA HONDURAS
Antolina Granados:
El primero de mayo, el ejército metió el último operativo de Tierra arrasada.
Ya habían metido otros operativos, pero ahora entraron por tierra y aire. Los
batallones subieron desde El Portillo arrasando con todo lo que se movía. Allí en
el caserío El Potrero, donde vivía Mauro y la señora Chabela Jiménez, quemaron
toditas las casas.
Desde la punta del cerro se miraba la gran humazón; eso le dio tiempo a alguna
gente para correr hacia el lado Honduras, y los aviones bombardeaban desde el
aire con bombas de quinientas libras y ametrallaban, mientras los soldados
seguían subiendo el cerro, terminando de quemar las últimas casitas que habían
quedado paradas.
A El Corralito estaba llegando la gran cantidad de gente y no sabíamos que
hacer. Muchos no se habían querido salir de sus casas porque decían que ellos
no se metían con nadie. Pero ese día se dieron cuenta. Los compás ya nos habían
avisado la noche anterior, la misma gente también avisó al resto de sus
familiares y por eso se salvó la mayoría.
El tercer día de bombardeo, la mayoría de familias ya estaban reunidas en El
Corralito y el ejército seguía avanzando, los aviones sobrevolaban la zona, pero
la gente estaba escondida, solo nos movíamos durante la noche.
El grupo armado estaba pendiente de nosotros y ellos tomaron la decisión de
sacarnos para Honduras, porque no había más salida. El compa Santos también
agarró sus maletas y se fue con nosotros.
Yo iba bien cargada, porque te llevaba a vos (Nohé) en los brazos y pesabas,
llevaba una mochila en la espalda y la gran panza ya para reventar. Panchito
Bustillo que era bien pegado con nosotros, llegó corriendo y me dijo: ¿Con qué
le ayudo, Antolina, con la mochila o con el niño? Con la mochila, le dije yo, como
si supiera, porque ese pobre hombre se perdió, quizás lo mataron porque nunca
más supimos nada de él, ¡imagínense que le hubiera dado al niño!...
Solo de noche caminábamos, porque en el día andaba el ejército y los aviones
bombardeando, caminábamos toda la noche, y yo ya para reventar. Al final, el
niño se lo dejé a Cristina porque yo ya no podía ni con los pies, ¡así andaba los
grandes tamales! (los pies hinchados)… La noche que cruzamos la frontera yo ya
no podía más y para acabar de fregar me descompuse el dedo de un pie.
Al no más cruzar la frontera me tocó tener el niño. Ese niño nació tan
resentido que lloraba y lloraba y no se conformaba con nada. ¡Pobre Catracho,
con razón es tan bravo ahora! Éramos varias mujeres embarazadas y digamos
que yo tuve suerte porque Berta, la mujer de René Sortos, tuvo otro niño que
ya venía muerto.
En total éramos como seiscientas personas que estábamos allí como animales,
según el trato que nos daba el ejército hondureño. Así comenzó el éxodo de
ésta comunidad en el exilio.
LA CÁRCEL SIN PAREDES
Oficialmente, entre Honduras y El Salvador, aún no se habían saldado las
disputas causadas por la mal llamada “Guerra del Fútbol” (1969). De hecho,
gran parte de la frontera entre ambas naciones constituían aún una zona en
litigio y era constantemente vigilada por la Organización de Estados
Americanos OEA.
Raúl Velásquez:
En ese cerro habíamos varios hombres y mujeres armados para combatir la
dictadura. Porque después de las elecciones del 77, y después de la muerte de
Monseñor Romero, nos había que dado bien claro que no había otra salida que
tomar las armas. Pero ese día del operativo de tierra arrasada, nosotros
habíamos enviado la mitad del grupo, para reforzar un operativo en Morazán.
Solo quince nos habíamos quedado en el cerro. Nosotros ya conocíamos la
estrategia del enemigo, por eso advertimos a la gente un día antes. Con ese
operativo de Tierra Arrasada, iban a matar a toda la gente, allí no iba a quedar
nadie. Entonces, la idea de nosotros fue ayudar a la gente civil a cruzar la
frontera con Honduras, y luego regresar. Porque no era lo mismo pelear con los
cuilios donde no había población, porque ellos eliminaban a la población de los
cerros, y nosotros la protegíamos. Por eso, donde no había población, los
soldados nos respetaban, allí no nos iban a buscar, porque sabían que no eran
pancartas ni megáfonos los que teníamos, allí no era a una manifestación a la
que le iban a disparar. Por primera vez en la historia de El Salvador, ellos iban
a recibir balas también. A la guerrilla le tuvieron miedo desde el principio, con
la población civil es que se empinaban ellos, por eso nuestra obligación era
protegerla.
Eran más de 600 personas las que salimos huyendo de todos esos cerros.
Nosotros los conducimos durante las noches, hacia la frontera con Honduras,
porque con tanta gente no podíamos caminar en el día. La cuarta noche de
camino logramos llegar a Honduras en dos grupos. El primer grupo pasó como a
las cuatro de la mañana. Con el segundo grupo veníamos nosotros, los de “el
grupo armado”, Porque esa era nuestra misión, garantizar que la gente cruzara
la frontera con Honduras, y luego regresarnos. Pero ya en el día, los soldados
hondureños nos rodearon y nos agarraron. Nosotros andábamos bien armados,
pero nuestro objetivo no era pelear con el ejército hondureño, y tampoco
pedíamos poner en peligro al resto del grupo. Nos quitaron las armas y nos
hicieron prisioneros. Algunos tuvieron suerte y lograron esconder las armas,
por eso solo a once capturaron, nos separaron del grupo y nos encerraron en
una casita bien pequeña. La primera semana no nos dieron de comer. Estábamos
sueltos pero no podíamos movernos, la casa estaba con llave por fuera y seis
soldados vigilando. Ahí estuve yo, Jorge, Foncho Gómez, Don Chico Ventura,
Cristóbal, Rómulo, René, Rubén, Moncho, Isidro Jiménez y el Finado Rosa.
Neftalí Velásquez, Antonio Amaya, Antolina Granados:
Al resto del grupo nos dejaron en un llano, a campo libre. También nos trataban
como animales, nos decían que todos éramos guerrilleros y que nos iban a matar
a toditos, o sino que nos iban a entregar al ejército salvadoreño para que nos
mataran.
A partir de ese momento nos torturaron psicológicamente todos los días.
Pusieron a los hombres a hacer un hoyo y nos dijeron que era para meternos a
nosotros mismos y nos iban a enterrar vivos. En la noche no podíamos encender
lámparas ni hacer nada de bulla porque nos castigaban y decían que la tropa
salvadoreña estaba cerquita y nos iban a venir a sacar. A cada rato disparaban
y gritaban, ¡ahí viene el ejercito salvadoreño a matarlos! y nosotros sólo
esperando el momento, porque ya nos habían dicho que el que se corriera lo
mataban; por eso nosotros tirados en el suelo ni siquiera podíamos levantar la
cabeza y tapándole la boca a los cipotes para que no lloraran fuerte. Luego
llegaban y decían: ¿no han visto unos salvadoreños aquí, que venimos a
matarlos? Nosotros sólo cerrábamos los ojos y esperábamos que las ráfagas
nos cayeran encima. A mucha gente metieron presa sólo porque encendían su
lámpara en la noche y se las quitaban. Ellos tenían un hoyo como de cinco
metros de hondo para castigar a los mismos soldados, pero cada vez que les
daba la gana nos metían a nosotros también. A veces a media noche nos
llegaban a levantar y nos llevaban a punta de fusil a encerrarnos a una casita,
porque decían que ya venía el ejército salvadoreño a matarnos.
No teníamos nada qué comer, todo el mundo durmiendo en el puro suelo
húmedo, sin cobija, y como era en invierno nos tocaba aguantar las grandes
tormentas. Alguna gente ya iba enferma. En los primeros días ya nos habíamos
llenado de granos, piojos, pulgas, garrapatas y el hambre nos desesperaba,
sobre todo de ver a los niños enfermos, llorando de hambre y nosotros sin
poder hacer nada porque nos tenían bajo la estricta vigilancia de un cerco
militar.
No nos daban comida, pero tampoco nos dejaban salir a ningún lado para buscar
qué comer, y si alguien reclamaba lo metían al hoyo, porque la idea de ellos era
que nadie nos viera, para acabarnos allí mismo sin que nadie supiera. Hasta para
hacer nuestras necesidades fisiológicas teníamos que pedir permiso y nos
llevaban bien escoltados con uno o dos soldados a la par, y como era en el
monte, nos tocaba hacernos delante de los soldados que no dejaban de
apuntarnos con los fusiles. Era como estar en una cárcel sin paredes, porque no
podíamos salir, a pesar de que estábamos en el monte a campo libre.
Como a los ocho días de estar en ese infierno, vimos un helicóptero que pasó
bien bajito y toda la gente comenzó a brincar y a levantar trapos para pedir
auxilio. El helicóptero dio varias vueltas y la gente más brincaba hasta que
aterrizó.
Eran los agentes de la OEA, que vigilaban la frontera entre El Salvador y
Honduras. Se bajaron los agentes y medio les explicamos la situación. Luego
fueron a ver a los presos que hasta esa fecha seguían encerrados en aquella
casita y no los habían sacado ni siquiera al sol; si nosotros estábamos mal,
imagínense ellos.
Los de la OEA no entendían lo que estaba pasando, por eso llevaron a un militar
salvadoreño y ese comenzó a decir que nosotros éramos unos haraganes, que
nos habíamos salido del país porque queríamos, que en El Salvador reinaba la
paz y todo el mundo trabajaba tranquilamente y que sólo nosotros éramos los
vagos que andábamos haciendo escándalo fuera del país, y que teníamos que
regresar inmediatamente a nuestras casas; y todos gritamos: ¡Pero si no
tenemos casas porque ustedes las quemaron! Esos son puros inventos de ellos,
si el país se encuentra en completa normalidad, decía... Antonio Amaya se le
paró frente a uno de los agentes y le dijo: Nosotros le suplicamos que ustedes
vayan a ver con sus propios ojos si es verdad lo que nosotros decimos, vaya a
ver cómo han quedado nuestras casas, y si es mentira nos regresamos ahora
mismo.
Todos estábamos muy asustados porque ya estaban haciendo la lista para
enviarnos de regreso a que nos mataran en el camino. A muchos los
convencieron o simplemente prefirieron morir antes que seguir en ese infierno
que nos tenían los soldados hondureños y agarraron camino de regreso. Pero el
resto de la gente preferimos seguir sufriendo con tal de salvar nuestras vidas
porque no teníamos donde regresar.
Por fin logramos convencer a los agentes de la OEA, y se fueron en el
helicóptero a inspeccionar la zona. Al rato volvieron convencidos y nos dijeron
que habían visto las casas quemadas y el cerro quemado también. Entonces
ellos nos prometieron buscarnos ayuda.
Salió en las noticias que había guerra en El Salvador y que ya había un primer
grupo de refugiados salvadoreños en Honduras. Ese fue un golpe al gobierno
salvadoreño porque a pesar del asesinato de Monseñor Romero y de la masacre
de catedral, entre otras, se seguía negando que en El Salvador hubiera
represión, ni mucho menos una guerra, que todo estaba bien.
A la semana siguiente llegó un sargento hondureño de origen nicaragüense que
le decían el sargento Sánchez, mal encarado y represivo. Nos reunió a todos y
nos comenzó a insultar, diciendo que éramos unos hijos de puta, comunistas,
que no teníamos por qué estar vivos: “Si yo hubiera estado aquí cuando ustedes
llegaron, no los dejo pasar la frontera, dijo, los hubiéramos agarrado como
acabamos de agarrar a otro poco de guerrilleros igual que ustedes allí en al Río
Sumpul; yo mismo me encargué de que no quedara ninguno vivo.” La gente
escuchaba aterrorizada y lloraban de miedo. Que si ese asesino hubiera llegado
antes, nos hubiera matado a todos.
Posteriormente nos enteramos que se refería a la masacre del río Sumpul el día
anterior, en donde murieron cientos de campesinos de Chalatenango que, al
igual que nosotros, iban huyendo de las bombas. Eso fue a sólo quince días
después que nosotros cruzamos la frontera. Usaron la estrategia del yunque y
martillo, donde el ejército salvadoreño acorralaba la gente en la frontera y los
hondureños les cerraban el paso. Los soldados hondureños eran el yunque y los
soldados salvadoreños el martillo. Igualito que como hicieron con nosotros. El
ejército nos acorraló en la frontera, pero con el apoyo del grupo armado
logramos pasar de noche. Si no, nos hubiera tocado lo mismo y seguramente la
historia registraría este hecho como la masacre de más de seiscientos
campesinos en el Río Torola.
Las cosas cambiaron un poquito después de la llegada de la OEA, porque si ellos
no llegan, el ejército hondureño nos iba a matar allí, ya nos habían puesto a
cavar un gran zanjo, y nos decían que era para enterrarnos a nosotros mismos.
Por eso no querían que nadie nos viera.
Pero después de eso, dejaron entrar a un viejito, que era pastor de una iglesia
evangélica, y él se conmovió de ver tanto sufrimiento, habló con alguna gente y
se comprometió a regresar el siguiente día con algo de comida. Le decían don
Emilio. El siguiente día llegó con un poco de aceite, harina y leche para los
niños, luego se fue a Marcala y regresó con unos sacos de maíz, un molinito de
mano y algunas cobijas para los niños porque hasta entonces así dormían sin
nada. Luego, otra gente, al darse cuenta también trató de llegar pero el
ejército les restringió el acceso. Mientras tanto nos seguían matando
psicológicamente.
Una vez la gente estaba haciendo cola como a las cuatro de la tarde para
quebrar maíz en el molinito de mano que nos había llevado don Emilio, y los que
habían llegado temprano ya estaban echando las tortillas, cuando llegaron con
el gran escándalo que venía el ejército salvadoreño a matarnos, nos botaron las
pailas de maíz y las pelotas de masa y nos metieron como ganado a una casa.
¡Nadie haga bulla decían!, y tápenle el hocico a esos cipotes porque si los
escuchan los soldados ya saben lo que les toca.
Quedamos todos amontonados uno encima de otro con aquel cipotero llorando,
no nos alcanzaban las manos para taparle la boca a tanto güirro. Para nosotros
las horas eran incontables, era tanto el terror que sentíamos que mucha gente
caía al suelo brincando; a Fabián Granados le dio un paro en el corazón y de
puro milagro lo hicimos volver, ahí a dentro ni aire había. Hasta el siguiente día
llegaron a sacarnos. Luego nos dimos cuenta que todo eso, fue porque se fueron
a un baile y no podían dejarnos libres.
La gente nos llevó plástico para que hiciéramos champas. Hicimos unas
champitas bien chiquitas que para poder entrar teníamos que hacerlo gateando.
Así fueron pasando los días y poco a poco nos fueron dando algunos permisos
restringidos y bajo custodia para ir a buscar qué comer. Algunas gentes nos
daban pailadas de salmuera, tortillas y mangos tiernos.
También salíamos a buscar leña; era divertido ver a los hombres buscando leña
sin machete, tortoleando los palos a pura fuerza con las manos y pies.
Quedaban los montes como si toros hubieran andado peleando, y en esas
condiciones estuvimos en ese lugar seis largos meses.
Fuimos allí visitados por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Refugiados (ACNUR), y siendo reconocidos como “refugiados” nos propusieron
exiliarnos en México, Canadá, Nicaragua o Panamá. México ofrecía asilo
político solo para los prisioneros, y Nicaragua estaba en conflicto con la
contrarrevolución. La gente mayor dijo que a Canadá no, porque estaba muy
lejos y luego les sería muy difícil regresar a su tierra natal (pensaban que iba a
ser otra guerra de cien horas como la de Honduras).
Elegimos Panamá por sentirlo más cercano a nuestro país al que añorábamos
tanto y queríamos regresar. Fue entonces cuando llegó a visitarnos una
delegación panameña a cargo de Guillermo Castro, enviado especial del
presidente de Panamá, general Omar Torrijos Herrera.
LOS QUE SE QUEDARON
El ejército hondureño militarizó la frontera y ya nadie más pudo pasar.
Nuestros familiares que se habían quedado ya no pudieron pasar. Regresaron a
los cerros pero ya no podían andar juntos, si no que cada familia debía buscar
un refugio o incorporarse al grupo armado.
Tío Gabriel, Tío Virgilio y Tío Ruperto regresaron a El Ocotillo pero no se
metieron al grupo armado, estaban huyendo de un lugar a otro, tratando de
salvar a sus hijos, aunque sí colaboraron de muchas formas con la guerrilla. A
Tío Virgilio lo mandaban hasta Morazán a traer cargamentos de armas - cuenta
Tío Gabriel - y se tiraba varios días porque solo de noche se podía caminar. Un
día casi nos queman vivos en ese cerro, porque los soldados le pusieron fuego y
nosotros estábamos escondidos en medio de la zacatera, esa vez nos aculamos
a una cueva que nosotros mismos habíamos hecho y por poquito nos asamos.
Pasábamos semanas escondidos en el monte. Ruperto siempre andaba
totopostes en una matatilla y unos pellejos duros de chancho, y con eso medio
engañábamos el hambre. La pichinga de agua sí nunca nos faltaba. A veces
conseguíamos alguna casita para defender la familia, pero a toda casa que
llegábamos los soldados la quemaban aunque no fuera de nosotros. Por eso
nadie nos daba donde vivir.
Lito Velásquez o Lito de Gabriel:
Yo me incorporé a la lucha armada desde el principio. En ese cerro ya habíamos
unos ciento cincuenta hombres armados, y desde Morazán mandaron a pedir
refuerzos para una misión especial. Allá en Hecho Andrajo estábamos nosotros
preparándonos para la primera toma de Corinto, al mismo tiempo que se tomaba
Lislique y otros pueblos importantes en el Oriente del País. Cuando nosotros
regresamos al Ocotillo ya era demasiado tarde. Esos cerros habían quedado
pelados porque los cuilios habían arrasado con todo. Al principio pensamos que
habían masacrado a toda la gente, porque allí no se veían ni animales. Pero luego
nos enteramos que habían logrado escapar hacia Honduras. Formamos las
columnas y salimos a buscarlos, pero ya no los alcanzamos. La frontera estaba
topada de soldados hondureños y nosotros nos hicimos pasar por soldados
salvadoreños, estuvimos platicando con ellos. Nos contaron que tenían
prisioneros a unos guerrilleros que iban bien armados. Si se nos hubieran
opuesto quizás nos hubieran matado, nos dijeron.
Y a nosotros nos daban ganas de meternos a rescatar a los compas que estaban
presos, pero eso era poner en peligro el resto de la gente, y allí estaba toda
nuestra familia, porque cada compa que empuñaba un fusil, dejaba a su familia
desprotegida. Y nos alegramos porque la gente se había salvado pero nos dolió
la pérdida de las armas que tanto nos habían costado. Al principio de la guerra
las armas tenían un gran valor y la consigna era que primero muertos antes de
entregarlas, pero los compas valoraron la vida del grupo que era lo más
importante.
SOLO EL PUEBLO SALVA AL PUEBLO Muchos otros jóvenes se escaparon del cerco militar en Honduras y se
regresaron a El Salvador. Ese fue el caso de Santiago de tía Toña y mis dos
hermanas mayores, Vicenta y Cristina. Los tres se incorporaron a las columnas
guerrilleras en diferentes momentos.
Vicenta o Mabel Reyes:
Yo había sido señalada por el ejército salvadoreño, como comandante
guerrillera y eso me presionó de alguna manera para finalmente tomar las
armas.
Me incorporé a las organizaciones populares desde 1979, cuando estudiaba
quinto grado en el pueblo de Nueva Esparta. En la casa éramos diez hermanos y
solo yo estudiaba porque no había recursos para que todos fueran a la escuela.
Ya para ir a cuarto grado teníamos que bajar hasta el pueblo porque en el
cerro solo había hasta tercero. Mi papá dijo que ya nadie iba ir a la escuela
porque no había pisto. Él siempre se iba para las cortas de café y ese año yo le
dije a mi mamá que quería ir a las cortas para pagar la escuela. Ella no quería
pero yo insistí y al final me fui con mi papá para Berlín que queda aquí en
Usulután.
En esa finca me pude dar cuenta todo lo que la gente sufría: aguantábamos
hambre, nos robaban en la pesa del café y el trato que nos daban era bien
pésimo. Nos trataban como animales y por la noche todos dormíamos debajo de
los árboles. Yo había salido buena para cortar café, pero nos regresamos
antes de terminar las cortas porque mi papá se enfermó.
El pisto que ganamos no alcanzó ni para hacerle remedio. Entonces yo decidí ir
a buscar trabajo al pueblo para poder estudiar en la nocturna. Durante el día
trabajaba haciendo los oficios de la casa de Israel Villatoro que era uno de los
ricachones del pueblo, y por la noche iba a la nocturna. Habíamos dos cipotas, la
otra ayudaba en vender en la tienda. Así fue como hice hasta sexto grado.
En esa casa se oían muchos comentarios aterrorizantes del comunismo, que los
comunistas le quitan las tierras a la gente y un montón de cosas que generaban
temor. Entonces a mí me daba miedo oír de comunismo y todo eso. De mi cantón
había otra muchacha que se llama Carmen García, ella era la que me había
ayudado a conseguir trabajo. Trabajábamos y estudiábamos juntas en el pueblo
y una monja nos estaba convenciendo para ir a estudiar a Nicaragua. Dijo que si
nos hacíamos monjas, íbamos a tener la oportunidad de seguir estudiando lo que
quisiéramos: para enfermera o para profesora. Y como mi interés era estudiar,
entonces yo estaba motivada. Ella nos decía que si alguien quería impedirnos el
viaje, que era el diablo que estaba metiendo su mano, por eso nosotras no le
contábamos a nadie. Cuando ya teníamos las maletas listas decidí contarle a mi
mamá. Pero resulta que para entonces la casa ya era casa de apoyo de las Ligas
Populares, y a mí, como estaba en el pueblo, tenían miedo que contara por eso
me mantenían al margen de todo lo que estaba pasando, aunque yo algo
sospechaba cuando llegaba a la casa.
Cuando mi mamá supo que me iba a Nicaragua, decidieron informarme de la
situación. Fíjate que aquí vienen unas personas que están organizadas para
defender los intereses de la clase campesina y trabajadora, me dijo, y quieren
hablar con vos. Cuando oí aquello me entró un gran miedo, porque en el pueblo
se escuchaban tantas cosas de los comunistas y decían que todos los que se
organizaban eran comunistas. De repente salió un hombre del cuarto, y yo me
asusté porque ese cuarto tenía tiempos de estar cerrado, no si podía abrir, y
me hizo tres preguntas que para mí eso bastó para que agarrara conciencia
rápidamente.
Mirá, cipota, me dijo, y ¿por qué de esta familia solo vos estás estudiando? y
yo le dije que no había pisto. Bueno pero vos ya fuiste con tu papá a trabajar y
ganaron pisto me dijo, ¿porqué no estudian con eso? Porque se enfermó mi
papá… ¿Como es el trato que le dan a los trabajadores? Y yo comencé a
contarle todo lo que había visto en las cortas de café. Aquí pronto va a haber
una guerra porque la situación a la que estamos llegando es insoportable me
dijo. El pueblo ya no aguanta más. Tus padres quisieran poner a todos a
estudiar pero aquí no hay escuela. Aquí hay un pequeño grupo de oligarcas que
se han acaparado todo el país. Todo eso que vistes en la finca, los dueños de
esas fincas son un pequeño grupo de catorce familias que acapararon las
mejores tierras de El Salvador y ahora se han hecho millonarios explotando la
clase trabajadora, a la clase campesina. Y cuando los trabajadores queremos
reclamar nuestros derechos, entonces nos reprimen, entonces nos matan, para
eso tienen al ejército y la guardia nacional. Los escuadrones de la muerte
asesinan a los dirigentes de las organizaciones y el ejército disuelve las
manifestaciones a punta de ametralladoras, bombas y fusiles. En Nicaragua por
eso hay una guerra, allá está peor que aquí. Si vos entendés esta situación, es
mejor que te incorpores a la lucha aquí. Hay muchas organizaciones populares
como las LP28, el Bloque Popular y otras, y si nosotros los pobres no luchamos
por nuestros derechos, nadie lo va a hacer. Solo el pueblo salva al pueblo.
Ese momento fue muy fuerte y decisivo en mi vida. Desde ese día me incorporé
a las organizaciones populares. Ya estaba planificada la toma del Ministerio de
Trabajo en San Salvador y mi mamá nos dejó ir a las dos con Cristina.
Pobrecita mi mamá porque después estaba muriéndose del miedo, esa toma
duró toda una semana y nosotras allí estuvimos metidas todo el tiempo y era la
primera vez que salíamos.
Luego participamos en la toma de catedral de San Miguel. Allí estuve yo
cuando mataron al finado Juan, pero la gente del pueblo me vio y lueguito le
fueron a contar al señor con el que yo trabajaba. Entonces me dijeron que ya
no necesitaban muchacha en la cocina, me dieron un regalito y me mandaron
para la casa. Lueguito de eso fue que sacaron la lista donde yo aparecía como
comandante de la guerrilla y yo sólo era una cipota, pero como aparecía en la
lista tenía que irme al monte porque el que no se iba no amanecía.
Carmen García también se había ido conmigo, pero no andábamos armas,
solamente recibíamos entrenamiento. Después nos llevaron para Morazán. Sin
zapatos me fui. Allí en Santa Rosa me compraron un par de zapatos y cuando
regresé venía con zapatos y con un fusil. Entonces sí ya andábamos armados.
Luego seguimos organizando a la gente y dando entrenamiento. Nosotros ya
andábamos en la clandestinidad y la gente nos apoyaba.
En la medida que los soldados iban matando más gente y quemando más casas,
la gente sobreviviente buscaba apoyo en nosotros y cada sobreviviente o gente
sin casa era un combatiente más que se nos unía. Cuando sacamos la gente para
Honduras mi mamá iba a punto de dar a luz, y vos (Nohé) que eras el niño más
pequeño te había dejado con Cristina. Al pie de un palo de pino estaba Cristina
con el niño en los brazos, bien dormidos estaban los dos a la orilla del camino.
Entonces fue que decidí esconder el arma, me puse el niño en el lomo y salimos
corriendo para alcanzar el grupo de gente que iba adelante porque no sabíamos
qué había pasado con mi mamá. Caminamos toda la tarde y toda la noche y como
vos eras bien gordito nos cansábamos rápido y ahí nos íbamos turnando, a mí
me daba lástima porque no llevábamos comida ni leche y una señora nos regaló
un atado de dulce, y apuro dulce de atado pasaste esos días. Casi amaneciendo
cruzamos la frontera y cuando alcanzamos al grupo ya lo tenían bien
encañonado los soldados hondureños. A nosotras nos pusieron manos arriba, nos
quitaron las blusas y comenzaron a registrarnos buscándonos armas. A los que
iban armados ya los tenían presos.
Cuando por fin la OEA nos descubrió, ordenó que se les diera asistencia a los
presos. La única enfermera que había necesitaba una ayudante y como yo sabía
leer, me mandaron a mí. Todos los días el teniente Navas me firmaba un
permiso para salir con la enfermera. Al principio yo era la única que podía
movilizarme y la única que podía ver a los presos. Pero después, alguien le dio la
lista negra al teniente donde yo aparecía como comandante guerrillera, y la
enfermera me contó. Usted está en peligro, me dijo, y yo no esperé que me lo
dijera dos veces. Tía Toña me ayudó a escapar, a ella fue la única que le conté.
No tuve el valor de decirle a mi mamá… Pedimos permiso para salir a orinar y
como estaba lloviendo aproveché para escaparme.
Santiago Reyes:
Cuando comenzó la guerra yo solo tenía diez años. Uno a esa edad no entiende
mucho las cosas pero mi papá todas las noches nos sacaba de la casa y nos
llevaba a dormir al monte. Mi papá era cursillista, estaba pasando unos
cursillos de la iglesia y por eso eran perseguidos. Entonces cuando llegamos a
Honduras ya estábamos acostumbrados a dormir en el monte, pero allí en Las
Estancias, de tanto dormir en el suelo, ya habíamos perdido el zacate, y cuando
llovía, se hacía la gran lodacera, y allí en los charcos nos tocaba dormir como
chanchos. Entonces mucha gente se escapaba y se regresaba para El Salvador.
Yo aguanté como tres meses y como a los cipotes no nos vigilaban tanto, un día
me escapé. Después me daban ganas de regresarme, porque yo solito en esos
cerros, pero me podían matar los soldados si regresaba. Julio mi hermano se
escapó antes y ya se había metido al grupo armado, entonces yo me fui con él.
Allí terminé de crecer yo, en el grupo armado; mi papel al principio, era de
correo, yo llevaba la información de un campamento a otro y desempeñaba
otras tareas en el grupo... después me llevaron para Morazán y allá si me
dieron un fusil… de mi mamá, de mi papá y de todos ustedes no volví a saber
más nada, todo lo que supe fue que se habían ido para Panamá.
NOS VAMOS A PANAMÁ
El 31 de octubre de ese mismo año (1980), en una caravana de 22 camiones
militares, nos llevaron de Las Estancias hasta San Pedro Sula, y el 1º de
noviembre llegamos por vía comercial aérea a la ciudad capital de Panamá, 353
refugiados salvadoreños.
Nos ubicaron en el Centro de Instrucción Militar de Fuerte Cimarrón, con el
beneplácito, autorización y financiamiento del ACNUR. Allí las cosas cambiaron
completamente: fuimos muy bien alimentados y sometidos a un intensivo
tratamiento médico, debido a la crítica situación de salud en que nos
encontrábamos. Nos quitaron el pelo porque todos estábamos bien mechudos,
llenos de piojos y garrapatas. La gente le tenía miedo a los soldados panameños.
Cuando la gente escuchaba los aviones se ponía nerviosa, los niños gritaban y
buscaban donde esconderse; los soldados se quedaban impresionados al ver esa
reacción de la gente.
Nos explicaron que en Panamá todo sería diferente porque ellos no querían
hacernos daño, que lo que querían era ayudarnos, y así fue. Durante el tiempo
que estuvimos en El Cimarrón nos trataron muy bien. También se nos dio
algunas nociones de geografía e historia de Panamá, mientras tanto se decidía
el sitio y algunos elementos básicos de planificación para nuestro asentamiento
en Panamá.
En El Cimarrón se dieron algunos pequeños incidentes, porque tal como lo
dijimos anteriormente, a la hora de salir huyendo para Honduras, no salimos
solamente la gente organizada, sino que salió toda la gente de esos cerros,
cada quién trataba de salvar su pellejo; incluso gente enemiga que eran orejas,
porque los soldados y las bombas no distinguían a nadie. En Honduras no hubo
problemas entre la gente porque teníamos la represión militar las veinticuatro
horas. Pero en Panamá nos trataban diferente, y algunos se aprovecharon de
eso, por ejemplo sacaban las pitas de los paracaídas para hacer hamacas. Eran
cosas que nosotros no podíamos controlar, porque como grupo de refugiados
todavía no teníamos una organización, y los guardias toleraban eso de alguna
manera porque no los castigaban.
Después de 3 meses de recuperación las enfermedades que nos estaban
matando ya habían desaparecido o estaban controladas; ya no estábamos
hinchados ni teníamos piojos y estábamos dispuestos a trabajar. Entonces los
delegados del gobierno de Torrijos, nos reunieron y nos dijeron: “Los
salvadoreños son gente muy trabajadora y ustedes han pedido tierra para
trabajar, pues Panamá tiene tierra suficiente, los vamos a llevar a las montañas
de la costa abajo, de la provincia de Colón.”
La propuesta nos pareció excelente pues todos éramos campesinos y lo que
mejor sabíamos era cultivar la tierra. En nuestro país no habíamos tenido
mayores oportunidades de desarrollo, ni siquiera tuvimos acceso a la educación
primaria, muestra de ello es que cuando llegó a Panamá nuestro grupo era en un
95% analfabeta.
LA CONQUISTA DEL ATLÁNTICO
Desde la década de 1970, el Estado panameño había iniciado una política de
ampliación de la frontera agropecuaria hacia la vertiente del Caribe del istmo
panameño, la que denominó “La Conquista del Atlántico”. En 1977, ésta, incluso,
fue señalada por el General Omar Torrijos Herrera, como parte de los
objetivos prioritarios del gobierno revolucionario en la política interna del país,
luego de “resuelto” el objetivo central de recuperación de la antigua Zona del
Canal, con la firma del Tratado Torrijos-Chárter, que fue firmado por Torrijos
y el presidente Carter, de los Estados Unidos, para devolver el canal a Panamá
en el año 2000.
El eslogan “La conquista del Atlántico” se hizo muy frecuente y etiquetó la
mayor parte de las acciones de inversión, servicios y diversas medidas de
promoción para la colonización de la vertiente atlántica de Panamá. Algunos
científicos sociales en Panamá le tomaron importancia al estudio de este
fenómeno colonizador, y han identificado que esta estrategia del Estado ha
propiciado una gran inmigración hacia la Costa Atlántica de un gran número de
campesinos, en especial de los llamados “interioranos”. Respecto a este caso, es
esa misma política la que propicia la idea de llevar nuestro grupo de campesinos
salvadoreños a la Costa Abajo de Colón.
Desde un principio la propuesta del gobierno de Panamá fue de realizar un
programa de colonización en suelo panameño en el marco de los planes de
desarrollo nacional, bajo las acciones de desarrollo y colonización de su política
“La conquista del Atlántico”, a casi nueve años de iniciada la primera
experiencia dirigida que constituyó la Comunidad Coclesito. En esta ocasión
pretendiendo realizar un programa similar y tomando en cuenta los criterios de
buena aceptación por los panameños vecinos y la disponibilidad de grandes
cantidades de tierras no ocupadas, se eligió como sitio de asentamiento de la
nueva comunidad, las riberas del río Caño, afluente al río Belén en su curso
bajo, en el corregimiento de Coclé del Norte, distrito de Donoso, provincia de
Colón, a unos cinco kilómetros al interior de la línea costera (playa).
Proyectos Especiales del Atlántico (PROESA) era la institución gubernamental
que daba cobertura a esa zona, cuya área de acción circunscribe a la región
centro occidental del Atlántico. El proyecto ya estaba montado y era hora de
distribuir responsabilidades mínimas de cada parte: el ACNUR financiaría el
proyecto y nuestras necesidades; el gobierno de Panamá proporcionaría la
infraestructura administrativa y orientación del programa en materia técnica y
social; y nosotros aportaríamos principalmente nuestro trabajo.
Es así como el 17 de febrero de 1981 se trasladó en helicóptero, el primer
grupo de veintiséis hombres y cuatro mujeres hasta Santa María de Belén,
ubicado en la orilla de la bocana del río Belén.
Allí fueron alojados en unos ranchos y viajaban por el río Belén todos los días
en cayuco, hasta la montaña donde se construiría la nueva comunidad. Se
empezó a zocolar y derribar montaña para construir los dos primeros ranchos
grandes para alojar a la gente mientras se construían las casas de cada familia.
Las cuatro mujeres preparaban la comida en una cocina colectiva que había en
Belén, pero cuando llegó el segundo grupo de mujeres se trasladaron a la
montaña junto con los hombres.
Antolina Granados:
En la medida que fueron llegando las demás mujeres, fuimos haciendo grupos
de trabajo de seis. La cocina siguió colectiva hasta que se construyeron todas
las casas. No había nada qué comer y solo comíamos guineo sancochado. Pero las
cosas cambiaron cundo llegó el General Torrijos. Él vio que la gente sí
trabajaba porque tronaba esa montaña cuando caían los palos a cada ratito y
palencones que a veces entre seis hombres los botaban. Él se conmovió de ver
la situación que nosotros teníamos en esa montaña. Nos reunió a todos y nos
habló de sus proyectos para nosotros: Ustedes no me conocen pero yo sí, - nos
dijo -, ayer yo estuve aquí entre ustedes, observando que trabajan con mucho
empeño; y me he dado cuenta que no son lo que su gobierno dice. En verdad
ustedes son gente campesina que lo que quiere es trabajar. Nos dijo que
limpiáramos la punta de una lomita que estaba enfrente, porque iba a mandar
unos pajaritos con comida. No les vayan a tener miedo, - dijo -, que estos no
tiran bombas. Todo el mundo se echó a reír. Al siguiente día cayeron dos
helicópteros llenos de comida y toda la gente estaba muy contenta con el poco
de arroz, tunas y sardinas que nos llevaron. Nosotras cocinábamos las grandes
olladas de arroz con tuna o sardina.
Al igual que otras comunidades vecinas como Concepción, Veraguas y
Calovébora, el proyecto de la Comunidad Coclecito había hecho el ofrecimiento
de algunos servicios, como los de transporte en avionetas, sistemas radiales de
comunicación. Y la propuesta del Estado a los pobladores de Belén de realizar
un proyecto de colonización tuvo buena aceptación al considerar que ésta
podría traer muchas ventajas para la zona, sobre todo si se abría una
carretera, nuevos empleos y mercado a la población local.
Proyectos Especiales para el Atlántico (PROESA) definió tres etapas por las
que debía transitar nuestro asentamiento: una pionera, que comprendería el
conjunto de las acciones iniciales de apertura del asentamiento, para hacer de
lo que, hasta entonces, era selva, una comunidad. Esta etapa comprendería la
construcción del centro del poblado y de los servicios más básicos. Durante ella
se introducirían algunos programas productivos, una organización incipiente de
los refugiados, a pesar de que durante ella tendríamos un alto nivel de
dependencia. A esta le seguiría una segunda etapa de consolidación del asentamiento, en la que se introducirían y desarrollarían los principales
programas que constituirían la base económica de la comunidad. Se
formalizarían en ella las formas organizativas del asentamiento. En ella el
énfasis de los objetivos estaría dado por la disminución de la ayuda por parte
del ACNUR, y la asimilación en materia de servicios públicos por el Estado
panameño en igualdad de condiciones que los nacionales. Con los ingresos
generados por la producción durante esta etapa se procuraría la transferencia
de la dirección y administración del proyecto a la comunidad. Mas para que esa
transferencia fuera exitosa, esta etapa tendría que ser sucedida por una
tercera de crecimiento y desarrollo autosostenido, en la que los frutos del
trabajo del grupo de salvadoreños nos permitiría la autosuficiencia. Esta etapa
obviamente involucraría la modificación de las condiciones de la región y de los
panameños vecinos a la comunidad, cuyos ingresos promedian hasta los 200
balboas anuales, cifra que obviamente no podría ser tomada como parámetro
para medir la autosuficiencia de los refugiados en este caso.
Bajo estas proyecciones y directrices, se siguió trabajando con muchas ganas,
ya que era un ambiente completamente diferente al que estábamos
acostumbrados. El mar, el río y la peligrosa montaña en la que teníamos que
trabajar era completamente nuevo, teníamos que transportarnos sólo por el
agua y nadie sabia nadar; así, uno de los trabajadores murió ahogado en los
primeros días.
Chungo Fuentes nos cuenta como los pobladores de la zona nos apoyaron:
Algunos beleneños eran nuestros guías, sobre todo un
buen hombre llamado Martín Navarro, moreno, no tan
alto, pero con una fuerza impresionante. Había crecido
en la selva y la conocía muy bien. Él nos acompañaba
todos los días y siempre nos advertía de los peligros
en la selva: tengan cuidado que por aquí hay mucho
bicho venenoso que en poco tiempo te mata; tengan
cuidado con el tigre porque es muy peligroso; para
pelear con el tigre tienen que amolar el machete por
los dos lados, etc. Él siempre iba adelante dándonos una nueva lección,
mostrándonos las diferentes clases de árboles: los que eran buenos para la
construcción de las casas, para leña, para fabricar cayucos y canaletes, etc.
Fue nuestro maestro en la montaña y lo que más nos impresionaba era que
siempre andaba sin zapatos y no le importaba si había espinas o lo que fuera.
LA SELVA FUE TRANSFORMADA
Al principio nos daba miedo porque todo el
tiempo estaba lloviendo y nos tocaba
trabajar debajo del aguacero todos los
días, montar en esos cayucos y caminar
por los grandes charcos montosos,
expuestos a las culebras que a veces
cuando estábamos trabajando las
partíamos con el machete sin haberlas
visto, eran brincos los que nos sacaban. El
tigre (jaguar) también nos acechaba, pero
nos manteníamos juntos todos y nos fuimos
adaptando a ese ambiente. Seguimos
chapodando y derribando inmensos árboles que
hacían temblar la tierra al caer. Esas eran
montañas vírgenes donde nadie entraba.
Comenzamos a construir las casas al estilo de
esa región panameña, en donde todos los
materiales de construcción los sacábamos de la
montaña a excepción de los clavos. Toda la
armadura de la casa se hacía con pura madera y
clavos. Los pisos de las casas no se construían en el suelo, sino que debido a las
condiciones del clima y al peligro de los animales de la montaña, estos debían
hacerse en el aire, soportados por
unos horcones que van enterrados y
sobre los cuales se construye la casa;
se cortan de un árbol conocido como
palo frío; estos horcones aguantan
años sin podrirse. El resto de la
madera se corta y se pela para armar
la casa. El techo se cubre con una palma o penca un poco parecida a la de coco
llamada guágara; ésta se corta, se hiende por la mitad de la vena y luego se
amarra con bejuco en la armazón del techo. El piso y las paredes se cubren con
jira. Para sacar la jira se corta a la medida necesaria el tallo de la palma, que es
alto y delgado como el coco, con una tripa o fibra suave en su interior. Luego se
pica suavemente con el hacha a lo largo del tallo, en diferentes puntos, de
manera que se flexibilice y no se parta; cuando ya se ha picado bien, se raja de
una punta a la otra para poderlo abrir y sacar el pliego de jira. Luego se le saca
la tripa y queda listo para extenderlo y clavarlo sobre la armadura del piso y
las paredes. De esta forma se construyeron dos galeras o casas grandes, para
alojar la gente que seguía llegando y en la medida en que se fueron
construyendo más casas así se fue trasladando el resto de la gente hasta la
montaña.
Ya estando todos en la montaña había que continuar con el proceso de
asentamiento de la comunidad. Se hicieron grupos de hombres para todos los
trabajos en la selva: para cortar,
pelar y halar la madera de las
casas; para cortar, picar y halar
la jira; para cortar, halar y
hender la penca; otros para
buscar bejucos; otros para armar
las casas; otros que ayudaban a
las mujeres en la cocina y
vigilaban por cualquier peligro,
etc.
Se hicieron grupos de mujeres para preparar la comida para toda la gente en la
cocina comunal, cuidar de los niños, etc. De manera que todos teníamos una
tarea asignada y trabajábamos fuertemente todo el día y con todas las ganas
como buenos salvadoreños. Hasta los niños tenían sus tareas asignadas porque
ellos halaban (transportaban en sus hombros) la penca para el techo, los
bejucos, pelaban la madera, ayudaban en la cocina etc.
Nos tocaba levantarnos a las cinco de la mañana y trabajar hasta las cinco de la
tarde, todo el día bajo la lluvia y con poca comida.
Lo único que oíamos estando allá arriba, era el ruido del mar, el ruido de las
hachas y motosierras que estaban derribando la montaña, y la bulla de los
pájaros. Habían unos así grandotes que se llaman picotes. También se oía la
bulla de los monos que aullaban allá en la montaña. Todo el día se escuchaba el
golpe de las hachas, el zumbido de la motosierra y la caída de los árboles.
Temprano en la noche nos acostábamos y escuchábamos el zumbido de los
zancudos que no nos dejaban dormir, pero también escuchábamos el rugido del
mar y el canto de los grillos.
Seguimos así dibujando con nuestras manos en esa montaña aislada la pequeña
ciudad. En total construimos sesenta y cinco casas que luego distribuimos a
cada familia. Cuando ya estábamos en nuestras casas se empezó a repartir la
comida en crudo, y cada familia, en su casa, cocinaba su propia comida.
EL NOMBRE EN HONOR A MONSEÑOR ROMERO
Antonio Amaya, Antolina Granado:
Hasta esa fecha aún no teníamos un
nombre de la comunidad, sólo nos
decían los refugiados salvadoreños.
Había que darle un nombre a nuestra
comunidad y en una asamblea general
salieron varios nombres de lugares de
El Salvador como: La Unión, Nueva
Esparta, El Ocotillo, La Esperanza,
Nueva Esperanza, etc, pero al final
nadie se puso de acuerdo y, como no
nos poníamos de acuerdo, entonces el
padre Murillo intervino diciendo: No
necesitáis poner el nombre de un lugar,
podéis darle el nombre de una persona
muy querida por todos, alguien que
ustedes quieran recordar. El padre
José María Murillo, fue el primer
sacerdote, de los claretianos, que nos
visitó en la montaña, era nuestro sacerdote. Inmediatamente se escucharon los
cuchicheos entre la gente y no tardó mucho para que alguien dijera: Entonces
que se llame Monseñor Romero. Todos hicimos gestos de aprobación y la gente
sonreía diciendo, ese era el nombre que necesitábamos, Monseñor Romero. De
repente alguien levantó la mano y dijo: Yo estoy de acuerdo con que sea
Monseñor Romero, pero propongo que se llame Ciudad Romero. El padre Murillo
intervino y dijo: Lo importante es que ya os habéis puesto de acuerdo y todos
se ven muy felices con la decisión; yo os propongo que vayáis a vuestras casas,
por la noche lo pensáis muy bien y mañana a las tres de la tarde celebramos una
misa para bautizar la nueva comunidad.
El siguiente día se celebró la misa con toda la comunidad, usando el tronco de
un gran árbol como altar y bautizamos la comunidad con el nombre de Ciudad Romero, en memoria del Arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero,
asesinado por los Escuadrones de la Muerte, cuyo martirio fue ejemplo de
amor, lucha y solidaridad con los oprimidos, y con la ilusión de que la Comunidad
fuera un testimonio vivo del gran amor que el pueblo tiene a Monseñor Romero
por su entrega a los más sedientos de justicia.
EL QUE DA CARIÑO RECIBE CARIÑO
Antolina Granados:
La tercera vez que el General Torrijos llegó, siempre aterrizó en Belén, pero ya
no se vino en la lancha. Yo me asusté cuando vi al presidente de Panamá
saliendo de la montaña. Nosotros vivíamos cerca de la quebrada y frente de la
casa del compadre Macario estaba el puente de palo por donde él venía
cruzando, venía con sus botas, una calzoneta tunca, su sombrerito y una
camiseta blanca, porque eso sí tuvo él, nunca llegó vestido de militar, porque
entendía el trauma que nosotros teníamos con los militares. Toda la gente salió
a encontrarlo y tuvimos una larga reunión con él. Qué gobierno más ingrato
tienen ustedes –decía-, un gobierno capaz de tirarles bombas a estos pobres
niños, esa es la ayuda que da el imperio de los Estados Unidos a los pueblos,
armas, aviones y bombas de quinientas libras.
Nos dijo que ya estaba iniciando los trámites para la construcción de la
carretera desde Coclecito hasta la comunidad, pero mientras tanto iba a iniciar
la calle desde Ciudad Romero hasta Belén. Allí en Belén queda una máquina que
va a romper la calle, dijo, pero ustedes tienen que ir a echar una mano también.
Nos habló de la pequeña represa hidroeléctrica que iban a construir en el río
para que tuviéramos energía eléctrica.
En esta comunidad yo me siento como en mi casa; hoy sí podemos hablar del
tema que ustedes quieran. Otras veces no he podido, ni vamos a poder siempre
porque dentro de la guardia nacional están mis enemigos y esa es la razón por
la que no pude visitarles cuando ustedes estaban en El Fuerte Cimarrón, porque
allí también están los que quieren matarme. La CIA me quiere quebrar. Cuando
vengo aquí, ni mi mujer sabe para donde voy. Ustedes deben tener mucho
cuidado y hablar de estos temas sólo cuando yo les diga que he venido con mi
gente, también ustedes son mi gente, la lucha del pueblo salvadoreño es justa,
por eso los que quieran prepararse para regresar a luchar por la liberación de
ese pueblo hermano lo van a poder hacer y yo mismo me encargaré de eso.
Yo viví unos años en El Salvador mientras estudiaba mi carrera militar y tengo
muy buenos recuerdos de los salvadoreños. Está lleno de gente por todos lados;
una vez venía de Santa Ana para San Salvador y traía grandes ganas de orinar,
pero cuando paraba en un lugar solo, veía que enfrente había una casa, me iba
más adelante y había gente trabajando, seguía más adelante y había gente
vendiendo por las calles, oye me tocó aguantarme hasta llegar a mi casa, allí no
se puede ni orinar.
Pero también fui testigo de los atropellos y las injusticias que se cometen
contra ese pueblo y ustedes son el testimonio vivo de lo que estoy diciendo, y
estoy dispuesto a dar apoyo a los que decidan regresar, para que con el mismo
coraje y valentía que ha derribado estas montañas puedan derribar ese
régimen que les mató, les echó de su propia tierra y que en estos momentos
sigue masacrando campesinos salvadoreños.
El presidente Torrijos nos visitaba bien seguido y siempre expresó y demostró
su afecto por la comunidad, nos dio un trato muy especial, siempre estuvo
pendiente de las necesidades básicas, sobre todo de la educación. Siempre nos
repetía una frase que él decía: “El que da cariño recibe cariño”.
Antonio Amaya, Enemecio Reyes:
Cuando cumplimos cuatro meses de estar derribando montaña sacó a pasear a
todos los jefes de familia, nos llevó en helicóptero hasta Penonomé, allí nos
dieron una mudada nueva y cien dólares a cada uno. Por la noche nos tenía
preparada una gran fiesta con un grupo de música típica, con bastante comida y
bebida. El siguiente día nos llevó a conocer el Canal de Panamá y nos compró un
radio a cada uno: “Esto es para que escuchen la Radio Venceremos”, nos dijo. Nosotros nos pusimos a reír, pero la sorpresa fue que cuando llegamos a la casa
pudimos escuchar la voz de Santiago y Mariposa por la Venceremos. Esa noche
hicimos una fiesta con el conjunto que nosotros teníamos. Todos los días a las
siete de la noche (porque allá hay una hora adelantada), la gente estaba pegada
a su radio, informándose de los avances de los compas en El Salvador.
Pero todos los planes de Torrijos
y nuestras ilusiones se vinieron
abajo cuando lo mataron. Eso fue
el 31 de julio de 1981, apenas
cinco meses de haber llegado a la
montaña. Nosotros escuchamos
las noticias por la radio que él
mismo nos había regalado. La
comunidad entera lo sintió en el
alma y lloró la muerte de
Torrijos. De la comunidad fue una
comisión al entierro. Aparte del gran cariño que le teníamos, sabíamos que
estábamos perdidos en esa montaña, y efectivamente así fue porque las cosas
nunca fueron igual. Sólo había pasado un año de que nos mataron a Monseñor
Romero y nosotros sentíamos un sentimiento de dolor bastante parecido.
El general Paredes continuó de alguna manera con la relación que teníamos con
Torrijos; la esposa de Torrijos también nos visitó algunas veces para la navidad
y nos llevaban un paquete navideño a cada familia, allí venían juguetes para los
niños, vino o ron para los adultos, manzanas, uvas, peras y una chuleta de cerdo.
El general Noriega también nos visitó una navidad.
NUESTRA ORGANIZACIÓN Y LOS GRANDES PROYECTOS
COMUNITARIOS
Chungo Fuentes, Enemecio Reyes, Gonzalo Reyes:
Nuestra ilusión era regresar a El Salvador algún día, pero mientras tanto
teníamos que sobrevivir en esa montaña. El 30 de junio de 1981 se había
formado en Asamblea general la primera Junta Directiva Comunal encabezada
por Simón Guzmán. En 1982 inician los proyectos colectivos a largo plazo:
cacao, ganadería y coco, para lo cual fue necesaria una mayor organización. Se
comenzó a derribar montaña en el Río Belencillo para el proyecto de Cacao, en
ese tiempo, un producto de fácil comercialización y buen precio según la visión
de PROESA, el cual se convertiría en la principal fuente económica para Ciudad
Romero. Luego se derriba parte de la montaña cercana a la comunidad para el
proyecto de ganado y en la misma época se inicia la derriba cerca de la playa
para el proyecto de coco. Se hacen las primeras milpas y arrozales colectivos y
se inicia la construcción de una Porqueriza para la cría de cerdos. Todos los
proyectos que se desarrollaban eran dirigidos y administrados por PROESA.
Los hombres están organizados en grupos de diez, donde cada grupo de trabajo
tiene un encargado. El encargado se reunía con la directiva para informarse de
los proyectos que tenían que realizarse. Las mujeres también se organizan en
grupos de 10. Las mujeres coordinan el trabajo de cocina para llevar la comida
a los campamentos de trabajo. Tanto los grupos de mujeres como hombres se
rotaban en los diferentes campamentos. De manera que toda la gente se
mantenía ocupada permanentemente.
Gonzalo:
Yo estaba en el grupo de los solos, nos decían así porque no estábamos casados
y no teníamos más familia. A veces dejábamos a Moncho haciendo tortillas
porque hubo un tiempo que nos tocaba cocinar. En una lata de leche hacíamos
arroz sin sal y sí cocinábamos cualquier cosita. Mi familia se quedó en El
Salvador, y yo me pasé con la gente que venía huyendo para Honduras. Bueno yo
si tenía familia pero antes de la guerra no la conocía, estaba Fabián, Antolina y
Toña, que eran mis primos, pero hasta entonces comenzaba a conocerlos. Yo
solo tenía 18 años y allá en el Ocotillo a uno lo crecieron bien sumiso, casi no
nos dejaban salir, solo fui a la escuela hasta primer grado, toda la gente casi
era analfabeta, y allá en Panamá tampoco tuve oportunidad de estudiar porque
como yo solo, lo que me dieron fue una gran guarizama (especie de machete
largo) y un hacha de ocho libras para chapodar y derribar montaña.
Amanecíamos y anochecíamos trabajando en esa montaña. Yo entregué toda mi
juventud a esta comunidad y me siento orgulloso de eso, lo que a mí me duele es
que no tuve la oportunidad de prepararme, porque ahora le estuviera sirviendo
mejor a la comunidad. El sufrimiento que nosotros hemos pasado nos unió como
hermanos, como una verdadera familia. Yo ahora siento que mi familia es la
comunidad, y por ella soy capaz hasta de dar mi vida. Como te repito, yo
entregué toda la energía de mis mejores años de juventud a los proyectos
comunitarios, yo fui encargado de producción por varios años.
LOS SEMBRADORES DE MAÍZ EN PLENA SELVA EXTRANJERA
Ciudad Romero tenía que estar muy unida para poder sobrevivir en esa selva, un
nuevo clima, un nuevo ambiente; había que desafiar los ríos, la montaña y el
océano Atlántico; viviríamos de la pesca, la caza y la agricultura.
El maíz no existía en esa montaña y la gente se desesperaba por las tortillas,
ya no querían guineos sancochados, así que pedimos semilla de maíz y
comenzamos a sembrar aunque en pocas cantidades. Las primeras milpas las
cuidábamos como un tesoro y en esas tierras vírgenes, no necesitábamos abono.
Cada persona debía saber nadar y tener su cayuco; no sabíamos cómo hacer los
cayucos pero derribamos los árboles y empezamos a fabricar unas canoas todas
cuadradas que se veían bien feas, pero que servían para transportarse. Poco a
poco fuimos perfeccionando la técnica de fabricación, e incluso inventamos
nuevos modelos de cayucos. Luego cada quién se transportaba en su cayuco de
remo a los diferentes campamentos. En los cayucos de motor solo viajaban las
mujeres y niños.
Lo más difícil era eso, el aislamiento en que estábamos. Para poder salir a la
ciudad de Colón, que era la más cercana, había que navegar doce horas por el
mar en un cayuco con motor fuera de borda. La otra opción era por Coclesito, la
comunidad más cercana donde entraba carretera, que estaba a 4 días a pie por
la selva, expuestos a todos los peligros. De esa manera se nos hacía casi
imposible transportar nuestros productos y conseguir los artículos más
necesarios en el hogar.
Mario Ordóñez y Jorge Villatoro eran los promotores de salud, andaban su
pequeño botiquín, se trasladaban con los trabajadores hasta los campamentos y
permanecían allí para dar los primeros auxilios en cualquier emergencia, porque
con frecuencia alguien resultaba herido, lo picaba una culebra o le pasaba
cualquier cosa como cuando había algún accidente en el río o un árbol le caía
encima a alguien. Si el caso era grave había que bajar el paciente hasta Belén
para luego enviarlo al hospital de Panamá o Penonomé en la avioneta de las
Naciones Unidas o enviarlo por el mar.
Nos manteníamos unos pendientes de los otros. Había una solidaridad tan
grande que si había problema con una persona allí iba un grupo que se
encargaba de ayudarle, o todos si era necesario.
BELENCILLO
Río arriba en
lo profundo
de la
montaña,
estaba
Belencillo, el
lugar
escogido para
llevar a cabo
el proyecto
de cacao, que
era el más
grande de
todos; estaba
a unos quince
kilómetros de la comunidad, y la única forma de llegar hasta allá era por el
agua. Había que bajar el río Caño, subir el río Belén y luego el río Belencillo.
Como todo el tiempo estaba lloviendo se tenía que viajar bajo la lluvia y contra
las crecientes.
Ciudad Romero tuvo que reforzar su organización. No se podía estar viajando
todos los días, pues se perdía mucho tiempo y los costos eran muy altos, por lo
que fue necesario construir en las riberas del río Belencillo dos campamentos,
para pasar ahí durante
las jornadas de trabajo
de una a dos semanas.
Mientras los hombres
derribaban montaña, los
niños y las mujeres
trabajaban en el vivero
llenando bolsas y
sembrando las semillas
de cacao. Aquí las
mujeres trabajaron muy
organizadas porque el
trabajo de la cocina no
era nada fácil. Cocían las grandes peroladas de arroz para todos los
trabajadores. El arroz era la comida de todos los días porque la tortilla solo la
comíamos de vez en cuando. El platillo típico era la platada de arroz, aunque el
conqué sí variaba de vez en cuando: arroz con tuna, arroz con sardina, arroz
con jamón, arroz con frijoles, arroz con pescado, arroz con coco, arroz en
leche etc.
Los sábados por la mañana regresábamos
a la comunidad, se reunían las familias y
por la noche todo el mundo iba a misa o a
la celebración de la palabra de Dios
cuando no había sacerdote. El domingo
por la tarde, salíamos de regreso para
Belencillo.
A este ritmo logramos sembrar en
Belencillo ochenta y dos mil plantas de cacao. Rosario Ramos, Sedeño,
Francisco Jiménez y Francisco Alcocer, que eran panameños miembros del
equipo técnico, permanecían con nosotros en la montaña coordinando y
supervisando los proyectos. En este proyecto, Ciudad Romero lo dio todo. Puso
todas sus esperanzas, era bonito ver a toda la gente trabajando bien
organizada, y con una increíble fuerza de voluntad y trabajo.
La escuela funcionaba hasta sexto grado, con maestros pagados por el
gobierno panameño, que viajaban desde la Ciudad de Panamá para quedarse con
nosotros durante todo el semestre. Los niños y jóvenes trabajábamos duro
pero también íbamos a la escuela. En los últimos años, los que se graduaban de
sexto grado con mejores notas y querían seguir estudiando se los llevaban
becados para Coclecito y regresaban de visita hasta los seis meses. Para los
niños más pequeños había una guardería atendida por el Comité de Madres
Maestras de la Comunidad.
También había una sastrería atendida por el Comité de Amas de Casa, donde se
hacía la ropa para toda la gente de la comunidad; el centro de salud; el equipo
evangelizador, que venía funcionando desde El Salvador; y también había un
grupo musical que amenizaba todas las fiestas y actividades de la comunidad,
cuyo director y experto violinista era Don Serapio Reyes, de unos sesenta y
cinco años, quien también era el peluquero oficial de la comunidad. Ese era su
trabajo y aporte a la comunidad porque lo sabía hacer muy bien. Niña Tomasa
era la partera o comadrona de la comunidad. Como allí no había hospital ella
atendía todos los partos desde que vivíamos en Nueva Esparta y el refugio en
Honduras. Niña Tomasa recibía los niños al mundo. Tía Adriana era la rezadora
cuando alguien moría, y toda la comunidad rezaba y los despedía a la hora de la
muerte, para asegurar que llegaran con bien al cielo. Nadie tenía dinero pero
tampoco nadie tenía
necesidad de pagar
por los servicios
básicos, incluso el
corte de cabello, y las
fiestas también eran
comunitarias, el
dinero casi no
circulaba, la gente
caminaba tranquila sin
un solo cinco en la
bolsa.
Como no había luz
eléctrica no se podía ver televisión; entonces nos llevaron un televisor grande y
una planta eléctrica para ver el mundial España ochenta y dos; así que
estábamos contentos, pero cuando lo encendieron solo se miraba el gran
hormiguero, no tenía nada de señal. El siguiente día llegaron en un helicóptero
con una gran antenota pasamontañas, sembramos un palo bien alto y la subieron
hasta allá arriba y otra vez la gente se reunió en la casa comunal, pero tampoco
funcionó. Apenas se miraba la sombra de los muñequitos corriendo y la gente
que se le salían los ojos por ver mejor, y otros colgados de la antena dándole
vueltas.
La tele se la llevaron, pero nos dejaron la planta para alumbrarnos cuando
habían fiestas o alguna velación, porque hasta entonces todo se hacía en lo
oscuro sólo con unos candilitos.
Después lo que hicimos fue organizar torneos de fútbol. La comunidad estaba
organizada en cuatro sectores enumerados del uno al cuatro. Se formó un
equipo de fútbol por cada sector y se organizaban los torneos por temporadas
y todos los domingos había partidos.
Como no había otra diversión toda la comunidad asistía a la cancha de fútbol
para apoyar al equipo de su sector. Nosotros vivíamos en el sector tres y era
divertido verlos jugar debajo de aquellas grandes tormentas; la pelota se les
quedaba pegada en los charcos y cuando se metían todos se caían y salían los
bultos negros de lodo, corriendo detrás de la pelota; los uniformes no se
distinguían y no se sabía quiénes eran de cada equipo. Los jugadores gozaban el
partido, pero la barra lo disfrutaba mucho más. Menos mal que la cancha
estaba a la orilla del río y al terminar el partido todo el mundo incluso la barra,
salía corriendo a tirarse al agua que siempre estaba bien calientita y daba
gusto estar allí metidos. Nos poníamos a jugar “coyo” y nos divertíamos
muchísimo. El que tenía el coyo, debía perseguir a los demás, y solamente podía
pasarle o pegarle el coyo, si le tocaba el pelo. Y como todos éramos buenos en
el agua, eso era lo bonito, alcanzar a alguien, era como querer tocarle la nariz a
un pez en el agua. Y uno se rebuscaba para que no le pegaran el coyo, porque si
el juego terminaba, decían que era la mujer de Meco.
LA FE CRISTIANA ESTUVO SIEMPRE PRESENTE
Gracias a Dios, desde un
principio tuvimos también el
acompañamiento de la iglesia,
que nunca se alejó. El equipo
misionero de Colón estuvo
siempre dándonos ánimo para
seguir caminando como
comunidad en la fe de
Jesucristo. Con nuestra
llegada, la iglesia, desplegó un
plan pastoral para toda la Costa Abajo. El padre Celestino Sáez fue nombrado
jefe del equipo misionero. La misión salía cada cuatro meses desde Colón,
visitando varias comunidades y por último llegaban a Ciudad Romero; allí se
quedaban una semana con nosotros. El Padre Celestino era nuestro sacerdote al
menos por una semana. Durante esa semana, habían cursillos, talleres de
costura, de cocina.
Los sacerdotes, las
monjas y los seminaristas
eran figuras muy
importantes en la
comunidad, aunque no
estaban todo el tiempo
con nosotros; pero cuando
llegaban, la gente se
alegraba mucho y los
trataban muy bien. Había
un equipo pastoral en la
comunidad que también daban catequesis a los niños y jóvenes. Yo asistí a la
catequesis desde muy pequeño, incluso desde la parvularia nos hablaban de
Jesús y cantábamos cánticos a la Virgen María. Se había construido una capilla
bien grande para que cupiera toda la gente porque casi toda la comunidad
siempre estaba en misa. La señora Eulalia era de las que nunca faltaban a misa,
era la primera en llegar y siempre se sentaba adelante. Al fondo de la capilla,
estaba el mural de San Romero de América que describe toda nuestra historia
hasta llegar a Panamá, y en el centro un salvador del mundo (nuestro santo
patrono). Este mural fue pintado por el padre Maximino Cerezo Barredo,
claretiano. Él llegó y se reunió con la comunidad para conocer la historia, y de
las ideas de la gente él pintó este gran mural que nosotros ahora consideramos
como uno de los tesoros de la comunidad. Este mural es especial nos dijo, será
único, porque son las ideas de ustedes. Después que sacó toda la información,
nos dijo que iba a cerrar la capilla por un mes, que él se iba a encerrar a pintar
y necesitaba concentrarse, por eso nos pidió que nadie lo interrumpiera, ni
siquiera a mirar por la ventana. Y la gente tenía la gran curiosidad por saber
qué era lo que el padre estaba pintando. Cabalito al mes había terminado, y
abrió las puertas de la capilla para que todos lo viéramos. La gente nunca había
visto algo tan bonito y todo el mundo estaba mirando.
Este mural en
realidad refleja
nuestra historia
desde la
represión en El
Salvador, hasta
nuestra llegada a
Panamá. Las
primeras escenas
reflejan la
represión en El
Salvador en 1980, nuestras casas quemándose, los catequistas escondiendo su
biblia, los helicópteros bombardeando nuestras casas y la gente corriendo para
salvar sus vidas en, cruzando la frontera con honduras. El río que allí aparece,
representa al río Torola que cruzamos, los ríos en Panamá que representan la
vida y el inicio de una nueva etapa de nuestras vidas en el exilio. A parecen
también las manos abiertas, simbolizando el buen recibimiento que nos dio el
pueblo panameño, nuestra gente trabajando, sembrando maíz. En la escena
siguiente, aparece otra vez, el sufrimiento del pueblo salvadoreño, porque la
comunidad ya se encuentra a salvo en otro país, pero sigue pensando en El
Salvador, en su gente, en sus hijos y familiares que se quedaron, otra vez
aparece la violencia, las armas, los soldados; los niños y Monseñor Romero
asesinados. Pero también aparece la denuncia y el llamado enérgico de
Monseñor Romero “a los soldados, les suplico, les ruego, les ordeno en el nombre de Dios: ¡cese la represión!”; también aparece el mensaje de vida y
esperanza “Si me matan resucitaré en la lucha de mi pueblo”, y aparece
Monseñor Romero resucitado, con los brazos abiertos y lleno de vida, su cuerpo
herido sigue sangrando en el piso, pero su espíritu ha salido de este cuerpo y
ahora se encuentra de pie, como diciendo: yo vivo en ustedes, en sus mentes en
sus corazones, y estaré presente en todas las luchas de éstas y las futuras
generaciones.
El ACNUR siguió apoyándonos con la alimentación y en los proyectos colectivos.
Seguimos trabajando organizados en comunidad, porque así era nuestro
sistema de trabajo, y sin mayores problemas, porque lo que trabajábamos era
de todos y para todos.
La gente sembraba árboles frutales y otros en sus solares como marañón
japonés, guanábana, mango, coco, pifa, naranja, limón, guayaba, café, pan, caña
etc. Todo era una belleza, porque a los pocos años la comunidad parecía que
estaba en medio de una finca.
CRISIS EN LOS PROYECTOS COLECTIVOS
Chungo Fuentes, Neptalí Velásquez, Enemecio Reyes:
Todo funcionaba muy bien, la gente vivía en armonía y todo el mundo trabajaba
sin andar reclamando nada, porque la misma organización que teníamos y la
ayuda alimentaria por parte de las Naciones Unidas, permitía solventar las
necesidades básicas de cada familia. Cada grupo o cuadría de trabajo hacía sus
tareas: en la montaña, en la coquera, en la cocina, en la sastrería, en la escuela,
en el jardín de párvulos, en el centro de salud, en la tienda comunal, en los
cayucos, en la catequesis; don Serapio cortando pelo y tocando el violín, don
Jacinto reparando la tubería de agua y Matías en su función de vocero oficial
de la comunidad.
En 1986, El ACNUR comienza a recortar la ayuda, y nosotros no teníamos
individualmente ningún trabajo o cultivo. Todo lo que teníamos era colectivo y
como eran proyectos a largo plazo, aún no daban frutos. El proyecto de coco
todavía no producía, el de cacao apenas comenzaba a producir, ya se cosechaba
el cacao y lo bajábamos hasta la comunidad. Como nunca hacía sol, hubo la
necesidad de comprar una planta secadora y ahí se metía el cacao para secarlo,
pero cuando se sacaba a la ciudad a venderlo, éste no podía comercializarse
porque los precios habían bajado, nuestros costos de transporte eran muy
altos y no era para nada rentable, la gente lo seguía trabajando porque no había
otra opción.
Todo ese tiempo, la gente había estado trabajando en la montaña, y en ningún
momento se había capacitado a nadie de la comunidad para administrar y darle
continuidad a los proyectos; todos los técnicos y administradores de los
proyectos llegaban de fuera, y nosotros sabíamos trabajar muy bien, pero
nunca se preparó a nadie en la parte técnica y administrativa.
La comercialización de los productos era otro pisto. El proyecto de ganadería
era el único que ya nos estaba dando beneficios, porque como solo lloviendo
pasaba siempre había buen pasto en abundancia. El ganado se reproducía
rápidamente, la leche se repartía a cada familia. Pero hasta entonces la gente
trabajaba cien por ciento en los proyectos comunales sin tener que
preocuparse por la comida ya que el barco nos la traía y no se preparó a la
comunidad para la transición. Así no más, de un solo, nos cortaron todo.
Allí comienzan los problemas: hay una escasez tremenda de alimentos y nadie
tenía qué comer. La gente desesperada comienza hasta ese momento a derribar
su propio pedazo de montaña para sembrar arrozales, milpas, yucales,
dacenales, etc., pero en los tiempos libres, porque ante todo, estaban los
proyectos colectivos. Siempre habíamos cultivado estas cosas pero en
cantidades mínimas para comerlas de vez en cuando. Ese es el alimento de la
gente de la zona. Pero ya se nos había terminado todo. Otros trabajaban doble
o triple y sembraron fincas de café porque eso sí estaba dando en esos
momentos. La gente amanecía y anochecía derribando montaña.
Los primeros cuatro o meses sin ayuda, sí que aguantamos hambre.
Anteriormente la gente iba a pescar para salir de la rutina y comerse su
pescadito fresco pero ahora nos habíamos acabado los peces de todos los ríos
y hasta la gente que nunca se había metido al mar ahora estaba desde las
cuatro de la mañana en la bocana del río Belén, esperando que amaneciera para
entrar todos en bandada a buscar el pez de cada día. Apenas amanecía, aquel
poco de cayucos parecía una maratón para adentro del Atlántico, pero habían
veces que ni en el mar conseguíamos un pez, era como si ya nos tuvieran miedo
los peces porque ni los tiburones que siempre estaban rondando y midiendo
nuestros cayucos se veían. Otros se metían bien adentro de la montaña para
cazar algún animalito. Las comunidades vecinas que en un principio habían sido
beneficiadas con nuestra llegada a la zona, ahora se quejaban porque
estábamos acabando con todo; la plaga de Romero acabó con todos los peces
decían algunos beleneños.
Muy a pesar de todo supimos soportar esa crisis y no nos dejamos morir de
hambre. En pocos meses teníamos en la comunidad una tremenda producción
que ni los mismos lugareños habían tenido jamás. Es que daba gusto ver la
inmensidad de hectáreas y hectáreas de siembras de toda clase: arrozales,
dacenales, yucales, milpas, ñampí, etc., La cuestión de la alimentación se
empieza a superar personalmente, y ya no estábamos atenidos al barco, cada
quien había sembrado lo suyo pero eso implicaba dedicar menos tiempo a los
proyectos colectivos.
El problema fue que cuando la gente vio que podía arreglárselas por su propia
cuenta, le fue dedicado más tiempo a lo propio. Los proyectos siempre
continuaban porque la mayor parte del trabajo más pesado ya se había hecho,
ahora solo había que darles mantenimiento, y para eso no siempre era necesaria
toda la gente, de manera que en temporadas podíamos turnarnos y seguir
trabajando en lo propio para asegurarnos que no nos faltara la comida de todo
el año.
La gente estaba desmoralizada porque con mucho dolor veía que el proyecto de
cacao no estaba dando ningún beneficio sino más bien pérdidas. Todo el mundo
seguía trabajando fuerte y las bodegas llenas de sacos de cacao en oro solo de
venderlo, pero nadie los compraba; se perdía menos dejándolos perder o
regalándolos. El resto nos los repartíamos.
Algunos querían seguir los trabajos colectivos y otros no, decían que no valía la
pena seguir trabajando en algo que no era rentable. La comunidad y toda su
organización comienzan a tambalear y a dividirse. Los otros proyectos seguían
funcionando, pero el proyecto de cacao que se suponía iba a darnos la
sostenibilidad en esa montaña ya no era rentable. La gente sólo cosechaba para
el consumo.
TODA LA ORGANIZACIÓN SE VINO ABAJO
En enero de 1987, la Comunidad se parte en dos grupos: el primer grupo formó
una cooperativa con 37 socios y el resto se quedó en el grupo comunal.
Al principio, los dos grupos trabajaban separadamente con su propia
organización, pero los proyectos seguían siendo colectivos. Sólo la tienda
comunal se había dividido. Se turnaban para darle mantenimiento a los
proyectos. La organización comunitaria prácticamente se acabó, aunque
siempre hay una directiva comunal formada por representantes de los dos
grupos. Los grupos empiezan a hacer sus propios reglamentos. El de la
cooperativa era el más estricto de todos, el que faltaba un día a trabajar, tenía
que pagar, y cuando no pagaba, entonces lo echaban. Empieza la competencia y
la rivalidad entre cooperativistas y comunales. Se llega a un momento bien
difícil de confrontación. Nadie podía controlar la situación. Cada quién pone su
tienda, fabrican su propio cayuco grande fuera de borda, y se encargan de
traer su propia mercancía desde Colón. Compran mercancía para vender a la
comunidad y a los demás vecinos.
Finalmente se toma la decisión de dividir los proyectos también, cada grupo
saca su producción, pero igual no la puede comercializar, y el cacao se sigue
perdiendo por cantidades. El proyecto de coco que era a largo plazo para
entonces apenas empezaba a florear. El proyecto de ganado era el único que
seguía funcionando.
Entonces la comunidad se fracciona aún más. Aparece otro grupo de siete
familias, que luego les pusieron el grupo de los “canadienses”. Posteriormente
se separaron otras cinco familias que formaron el grupo de “los neutrales”;
luego el grupito de “los independientes” que estaba formado por dos familias;
quedando la comunidad dividida en cinco grupos.
Se repartieron todos los proyectos y cada quién administraba su parte.
Estos fueron los momentos más difíciles de nuestra organización, pero
nosotros tuvimos la valentía de soportarnos y resolvíamos los problemas
mediante el diálogo. La directiva comunal jugó un papel muy importante en la
solución de conflictos, ya que allí no había ni policías ni tribunales; la directiva
era la máxima autoridad y la gente la respetaba porque, por muy grande que
fueran los problemas, se solucionaban dentro. Hubo problemas muy serios que
pudieron terminar en muertes violentas, pero el sufrimiento nos había unido
tanto que, gracias a Dios, nunca llegamos a esos extremos. Vivimos diez años en
esa montaña y nunca hubo un lesionado o muerto por otra persona, nos
tratábamos como verdaderos hermanos.
La iglesia permaneció todo ese tiempo con nosotros. Ellos nos aconsejaban,
nunca nos abandonaban, pero la situación era tan difícil que ellos no hallaban
qué hacer con tanta división en la comunidad. De alguna manera éramos
manipulados, porque cuando alguien llegaba y decía hagan esto nosotros lo
hacíamos, y si éramos mal orientados nos iba mal.
El exilio fue una escuela para nosotros. Primero porque allí aprendimos a leer
un poquito, pero desgraciadamente después que murió Torrijos, el interés por
la educación también bajó. Si nosotros hubiéramos tenido gente capacitada
para manejar los proyectos no hubiera pasado todo esto. Nosotros siempre
fuimos manejados, hay que aceptar que así fue, nosotros hacíamos lo que nos
decían: sembramos cacao porque nos dijeron que esa iba a ser nuestra
salvación en esa montaña, sin tener nosotros ni idea de como era el cacao, o si
iba a funcionar o no. Nosotros allí estábamos trabajando con todo, sin
preguntar absolutamente nada. Nosotros nos encargábamos de la organización
interna del trabajo, pero de los proyectos no.
No fuimos lo suficientemente listos. Pero aprendimos muchísimo. Creíamos en
los proyectos colectivos, pero nos faltó capacidad. Lo cual pudo haber sido
previsto, y no dudamos que Torrijos iba por esa vía, porque lo primero que hizo
al llegar a esa montaña fue traer profesores y montar la escuela, así fue como
algunos aprendimos a leer; o tal vez habría orientado los proyectos de forma
diferente, porque si en vez de cacao hubiéramos sembrado café, por ejemplo,
el café sí lo pagaban muy bien en ese tiempo. Y no es que nos estemos quejando
por eso, simplemente que nuestra historia pudo ser otra, y la organización sí
funciona cuando la gente está capacitada y nosotros teníamos muchas
condiciones a favor.
LOS NIÑOS TENÍAMOS NUESTRO PROPIO MUNDO
Nosotros habíamos
crecido en esa montaña
y todos nuestros
pensamientos e
ilusiones estaban allí.
Durante la gran
hambruna nosotros
hasta anduvimos
cortando todo las
palmas de la clase que
fuera, para comernos el
palmiche o cogollo. El
platillo típico del día era la tortilla con limón y sal.
La ropa la lavábamos sin jabón, y nos íbamos días enteros a las playas buscando
cocos para sacar aceite o cocinar con coco. También buscábamos de un material
que quemábamos para alumbrarnos en la noche, porque tampoco teníamos gas
para los candiles.
En ese tiempo fue que nos tocó trabajar más que nunca para tener raíces que
comer lo antes posible, y la semilla para sembrar era muy escasa, pero la gente
se rebuscaba como podía y hacíamos trueques con los indígenas y la demás
gente de las comunidades vecinas. Daniel se hacía pasar por pastor y se iba a
bautizar a los indígenas, y ellos le regalaban chanchos y gallinas. Cada quien
sembró lo que pudo y también hacíamos trueque entre nosotros mismos. Nos
buscábamos prestado un saco de yuca, un poquito de arroz, aceite, azúcar, sal,
y hasta los huevos, etc. La cosa era no dejarnos morir de hambre.
En medio de la crisis por el hambre, mi papá decidió que sembráramos café.
Don Chico era compadre de mi papá y nos ayudó a conseguir las plantitas de
café. Empezamos a socolar y a derribar montaña y como éramos bastantes,
avanzábamos bien rápido: estaba mi papá, Oscar y Tito que eran los más
grandes y luego estaba Leonel, Pablo, Amilcar y yo que tenía unos ocho años
para entonces y Amílcar tenía seis. Logramos sembrar dos fincas de café, una
que estaba relativamente cerca de la comunidad, y la otra que estaba un poco
más lejos, a la orilla del río Caño, cerca de la quebrada de Limón, donde estaban
los inmensos potreros del proyecto de ganadería. Los paisajes se miraban bien
bonitos cuando uno subía o bajaba por el río.
Los niños no teníamos mayores diversiones, nunca habíamos visto televisión y
nunca habíamos salido de esa montaña. Para nosotros todo lo que existía en el
mundo era la comunidad, los ríos, los cayucos, las montañas, el mar, Belencillo,
los beleneños, veragüenses y los indígenas guaimíes. La radio, que era la única
cosa que hacía bulla, los papás la tenían bien controlada y por lo general los
niños no teníamos permiso para usarla porque las pilas eran caras.
Entonces jugábamos a la guerra entre los soldados y los guerrilleros, y otras
veces los alemanes contra los franceses. Hacíamos pistolas y fusiles de madera
y nos andábamos por toda la comunidad; subíamos a la pista, bajábamos por la
casona, la escuela, seguíamos por donde tío Fabián, bajábamos la quebrada y
subíamos hasta la capilla. A veces subíamos hasta donde don Chico, bajábamos
por la guardería, la porqueriza y nos íbamos hasta los límites de la montaña, allá
por donde vivían los solos: Gonzalo, Eduardo, Santos Villatoro y Foncho Gómez.
Otras veces nos íbamos para el campo y nos poníamos a jugar con pelotas de
leche de hule. Hacíamos pelotas de esponja y las forrábamos con leche de hule
(caucho) porque allí había bastantes palos de hule.
Aparte de los candiles, la luna era la única luz que teníamos en la oscuridad de
la noche. Muy pocas veces salía porque siempre estaba nublado o lloviendo. A
veces nos poníamos a pelear por la luna. Tomábamos caminos diferentes para
ver a quién seguía la luna. A mí me va siguiendo decían, no, a mí me va siguiendo,
mirá, pues aquí viene…
Todos los días nos íbamos en grupos para el río, era tan limpio que uno se metía
hasta el fondo tomando agua mientras iba bajando. Hacíamos todo tipo de
competencias en el agua: poníamos brincas a la orilla del río para ver quien
saltaba más alto, cruzábamos el río para ver quien llegaba primero.
Misteriosamente, en el mero centro del río había una palma de guajara que
asomaba el cojoyo a la superficie; eso le daba un toque especial a esa parte del
río porque era bien profundo, y los niños que iban aprendiendo a nadar tenían
que llegar hasta la palma para poder ser reconocido como nadador por el resto
del grupo. Pero el más hombre era el que cruzaba el río primero o bajo el agua,
y el que llegaba de último era la mujer de Meco durante todo el día o hasta que
había otra competencia. Meco era un viejito interiorano que vivía solo río
arriba cerca de los indígenas.
En tiempos de la sardina todo
el mundo bajaba a pescar,
porque detrás de la sardina
venía todo tipo de peces en
cantidades exageradas. El
que quiera comer pescado
que se moje los pies, decían
los panameños, y todo el
mundo aprovechaba para
llenar sus cayucos. Los
romereños éramos los
primeros que estábamos en la bocana, pero para estas temporadas bajaba
gente de todos lados, los beleneños, la gente de Calle Larga y los indígenas de
La Gallina.
“Ñantore”, nos decían los indios para decir buenos días. Ñantore curí, les
contestábamos nosotros. ¿Mucho pescado? Sí, mucho pescado; o: No hay nada
de pescado, contestábamos nosotros o ellos, dependiendo quien preguntaba.
Esas eran las grandes pláticas que teníamos con ellos porque no hablaban
español.
Nosotros nunca buscábamos problemas con los guaimíes porque nos habían
dicho que cuando pelean con alguien es hasta que se matan, y si no, donde
quiera que te encuentren, se te van al tope sin andar hablando mucho. Pero los
salvadoreños teníamos fama de ser invencibles con el machete, entonces ellos
también nos tenían respeto y nunca se dieron peleas.
Un día veníamos de pescar con Leonel, Amilcar y Pablo. No habíamos agarrado
nada de pescado, veníamos con hambre, pero nosotros siempre andábamos
cantando ballenato o típico: “Se la llevó aquel maldito carro, aquel cero 39, hay
lo que me duele, lo que me duele, lo que me duele, válgame Dios”, cantábamos
todos en coro. ¿Qué doler? nos preguntó en tono ofensivo un indio un poquito
más grande que nosotros. A vos te duele la pepita del culo, respondió Leonel.
Seguir mono Branco dijo el indio más grande, seguir, seguir. Y nosotros
empezamos a remar con todo, éramos cuatro canaletes en el mismo cayuco y
ellos solo dos, pero nos llevaban bien cerquita. Corrimos y corrimos y esos
indios no se cansaban, ya casi se nos iban poniendo al par y nosotros no
andábamos machete. Delen más duro, decía Leonel, halen. Y ese cayuquito iba
bien pelado que solo eran pencas de agua que tiraba. De repente Pablo pone el
canalete y saca un corta uñas que tenían una pequeña navaja y se las enseñaba a
los indios; vengan pues, vengan si son tan gallones, les decía con la cuchilleta en
la mano. Y los indios de una vez se pararon, nosotros seguimos canaleteando
para tomar distancia, y Perica seguía parado con el cortaúñas en la mano todo
tembloroso. Mono Branco, nos gritaban los indios, mono negro, les
contestábamos nosotros, pero cuando ya estábamos bien lejos…
Así era nuestra vida llena de inocencia, casi nunca teníamos cosas novedosas
que aprender porque nadie salía de la montaña. Llegó un tiempo que sentíamos
que tampoco había mucho que aprender de los adultos porque estaban en la
misma situación que nosotros, siempre estaban trabajando en la montaña.
Cuando uno hacía preguntas que no sabían responder, se enojaban y muchos
papás castigaban a sus hijos por hacer preguntas. Pero siempre encontrábamos
espacios para divertirnos, incluso mientras trabajábamos.
Nuestras casas estaban ubicadas en lugares estratégicos y las inundaciones en
vez de asustarnos nos divertían. Sacábamos los cayucos y nos poníamos a remar
o a nadar contra la corriente. El río nos daba unas grandes arrastradas pero
era divertido porque después subíamos por los montes cortando frutas de los
árboles desde el cayuco.
UNA VENTANA EN LA MONTAÑA Todos los días íbamos a bañar al río, pero un día nos intoxicamos con unas
frutas que encontramos a la orilla del río. Cuando veníamos de regreso allí por
la casa de Moncho, comenzaron a vomitar los primeros. Moncho llegó corriendo
todo asustado, se echaba hasta dos cipotes en el lomo y salía corriendo para el
centro de salud. Nos daban de todo y nosotros no parábamos de vomitar. A
Julio, Tina y Vidal se los llevaron en un helicóptero para Panamá... La directiva
mandó a cortar el árbol para que nadie fuera a comer más papayitas.
Cuando los cipotes regresaron de Panamá ya venían con ropa nueva, y traían
zapatos puestos que les habían regalado la gente en la ciudad. Se les veían bien
bonitos, porque nadie más tenía zapatos, todos andábamos chuña y siempre
estábamos metidos en el agua. Comenzaron a contarnos que habían conocido los
carros, que los carros tenían cuatro llantas, que hacían ruido y que pitaban duro
¡pip pip!; que habían comido mangos, manzanas etc. Y nosotros escuchábamos
maravillados todas las cosas que ellos decían. Luego todo el mundo soñaba con
ir a la ciudad para conocer los carros o subirse en un helicóptero.
Seguimos nuestra vida normal, trabajando, estudiando, jugando, pero también
éramos muy católicos, siempre estábamos en misa y asistíamos puntualmente a
las catequesis. Además de que creíamos en Dios, era un motivo para estar
juntos y la gente aprovechaba para chambriar un poco. De alguna manera los
niños lo veíamos como una diversión.
Cuando alguien se moría, toda la comunidad estaba presente en la vela, y el
siguiente día también nadie trabajaba y acompañábamos el entierro porque
todos sentíamos que era un miembro de nuestra familia. Yo recuerdo que todo
el mundo lloraba.
Unos meses después de la intoxicación, andaba dando una epidemia en los niños.
Se comenzaron a hinchar, se ponían amarillos y si no eran tratados a tiempo se
morían. En Ciudad Romero ya había varios niños infectados. Carlos, de Toño
Amaya, fue el primero que se hinchó, tenía hasta los cachetes bien soplados;
Gladis de Eduardo, Jaime de Don Chabelo, Polo y Leonel, también estaban
hinchados.
Eran como las seis de la tarde y todo el mundo alarmado. Mario Ordóñez era
uno de los promotores de salud y estaba corriendo de un lado para otro,
Domiciano ya estaba listo con la panga, mi mamá y tía Adriana estaban bien
afligidas casi llorando buscando la ropa para alistar los cipotes. Yo no estaba
enfermo y nunca me habían enfermado, pero en ese momento estaba pidiéndole
a Dios que también me enfermara para ir a la ciudad a conocer los carros.
La gente estaba llorando porque ya iban a ser las siete de la noche y sus hijos
iniciaban ese viaje amargo de noche por el mar, yo también estaba llorando
porque todos se iban y quería ir también. Todos se fueron y yo me metí al
cuarto a llorar, cuando llegó tía Adriana y me preguntó: Bueno ¿y vos, de qué
lloras? – yo no le contestaba y ella seguía preguntándome. Si estás enfermo
decí ahorita porque la panga ya va a salir. Sí, estoy enfermo, le dije; ella me
alumbró con el candil y llamó a mi mamá: Comadre, venga, que este güirro
también está enfermo, hay que llevarlo antes de que se vaya la panga, porque
si lo dejamos, y después quién lo va a sacar de aquí. Al escuchar aquello yo
comencé a llorar más fuerte y, como todo el mundo estaba con los nervios
alterados, llegó mi mamá con otro candil y me comenzaron a alumbrar y dice:
Vos, cipote, andá a llamar a Mario, que venga a ver a este cipote. El cipote
regresa bien cansado y dice: Dijo Mario que se lo lleven así porque ya es muy
noche. Me alistaron rapidito y me llevaron corriendo, me subieron a la panga y
me metieron en la paneta junto con todos los enfermos. Domiciano arranca el
motor y por fin salimos. Bajamos por el río Belén y como el mar esta bien bravo
nos tocó caminar hasta el Escribano.
En toda mi vida lo más lejos que había salido era hasta Belencillo cuando íbamos
a llenar bolsas de tierra para los viveros de cacao, pero eso no era salir sino
meterse más en la montaña.
Navegamos toda la noche bajo la lluvia. Siempre me pregunté durante el
camino, cómo hacía Domiciano para manejar en esas noches tan negras, bajo la
lluvia, sin luz y sin salirse de la ruta, era impresionante.
El siguiente día por la mañana, salimos de la paneta para ver el amanecer y a lo
lejos podíamos ver la orilla de la costa, pero ya no podíamos disfrutarlo tanto
porque nos sentíamos bastante mal, yo sentía que me dolía todo el cuerpo y solo
quería tener los ojos cerrados, mis manos y mis pies estaban realmente
hinchados, y me comencé a afligir porque ya nos habían dicho que varios niños
habían muerto de eso. Yo apenas iba a descubrir el mundo, lo menos que quería
era morir. Yo no sabía que la enfermedad era contagiosa. Nos mirábamos unos a
los otros y nos reíamos haciéndonos burla, sobre todo a mí, porque era el más
gordito de todos y decían que me miraba bien redondo.
Por fin después de casi doce horas de viaje, estábamos llegando a la ciudad de
Colón. Se podían ver las lucitas de los barcos, que también veíamos por primera
vez. Pasamos por el rompeolas de la entrada al canal de Panamá en la parte del
océano Atlántico. La panga no llegó al muelle sino que se fue recto hasta
enfrente del Hospital Amador Guerrero. De lejos veíamos los carros que
corrían de un lado a otro, y nosotros los mirábamos maravillados, nunca olvido
esas imágenes.
En Belén se habían subido unos guaimís que también llevaban tres niños
infectados con la misma enfermedad. Los médicos nos ingresaron
inmediatamente, nos examinaron y nos metieron unas grandes agujas para
ponernos venoclís. Yo lloraba, y en ese momento me arrepentí de estar allí. Nos
daban solo comida sin sal, nunca habíamos estado solos fuera de casa, eso era
terrible. También andaban Don Toño Amaya y mi papá, pero ellos sólo llegaba
una vez al día y era una berreasón de cipotes cuando ellos se iban.
Pasaba todo el día desde la ventana mirando los carros que corrían de un lado
para otro, y yo veía todo aquello como si fuera de otro planeta, como cuando
uno ve una película de ciencia ficción, que sabe que nunca va a estar allí.
Cuando todos estuvimos de alta, nos subimos por primera vez a un carro que
nos llevó a la piquera donde tomamos el primer bus hacia Panamá. El siguiente
día nos llevaron en la avioneta 8-3-9 hasta Belén.
Fue toda una experiencia y cuando llegamos a Ciudad Romero, todo el mundo
esperándonos y los güirros haciéndonos mil preguntas sobre nuestro viaje, y
nosotros por supuesto emocionadísimos contando hasta los más mínimos
detalles de nuestra gran aventura.
Tan sólo habíamos abierto, por un momento, una pequeña ventanita en la gran
montaña, pero volvimos al mundo de inocencia y santidad, al paraíso donde los
niños y niñas no podíamos decir, escuchar, ni ver nada relacionado con la
sexualidad.
Un día estábamos en la quebrada pescando chacalines con agujas de jeringas,
cuando llegó Licho de Cornelio un poco asustado: “Hey, dicen que las indias
tienen a los inditos por la cuzuca” - No, no puede ser - ¿Por qué? - Porque las
mujeres de Romero los tienen por el ombligo – Ajá, pero sólo son las de
Romero, porque las indias sí los tienen por la cuzuca, porque le acabo de oír a
unos hombres que estaban diciendo, yo estaba escondido detrás de un palo… y
se armó toda una discusión que nos dejó más confundidos, porque otro dijo que
había visto una perra tener sus perritos y también los tuvo por allí mismo. Si
pero sólo son ellas, porque las mujeres de Romero los tienes por el ombligo. Si
es cierto, aquí por el ombligo se les abre una puerta y sale el niño caminando. El
problema es que era delito preguntar esas cosas, porque si los papás se daban
cuenta del tipo de pregunta que uno hacía, le daban una buena garroteada.
ALGUNAS FAMILIAS SIEMPRE NOS FUIMOS A CANADÁ
Cuando las fincas de café comenzaron a florear, mi papá decidió construir una
casa en la finca que
estaba cerca de los
potreros. Pero luego le
gustó el lugar y decidió
que nos fuéramos a vivir a
la finca.
Unos años antes, mi mamá
había recibido una carta
de Tío Evelio (uno de sus
hermanos que se había
quedado en El Salvador).
En la carta nos contaban
que finalmente pudieron
cruzar la frontera con
Honduras y que de allí les habían dado asilo en Canadá. Que estaban felices.
Que nosotros habíamos cometido un error al no irnos para Canadá, pero que
todavía se podía, que nos fuéramos con toda la familia, que él se encargaba de
los trámites. Que finalmente nos había podido localizar porque alguien les dijo
que vivíamos en Ciudad Romero, Panamá. Que tuviera cuidado con los niños que
no los fuera a matar un carro, (todos se rieron porque nosotros no conocíamos
los carros). Pero otra vez, mi mamá decidió quedarse con la comunidad y no
separarse del grupo.
Entonces, cuando la gente nos vio cargando nuestras cosas para finca, que
estaba a unos cuatro kilómetros de la Comunidad, nos decían, en forma de
broma, que nos íbamos para Canadá, y así le pusieron a ese lugar. Y cuando los
proyectos se dividieron, mi papá, que para entonces era el presidente de la
comunidad, decidió formar su propio grupo, por eso le llamaron el grupo de los
canadienses...
Habíamos formado allí, como una pequeña tribu, que luego fue creciendo porque
mis hermanas casadas nos siguieron también. A la orilla del río había un
plancito antes de subir la lomita donde estaban las casas en medio de la finca
de café. Ponciano Sorto, también se fue para Canadá con toda su familia. Él
había derribado otra lomita enfrente de la finca y allí construyó su casa.
Nosotros estábamos muy contentos porque ya habíamos más gente para
enfrentar el tigre si llegaba, porque a pesar de que teníamos tres buenos
perros, los animales nos comían las gallinas.
Los perros tenían un valor invaluable allí, se consideraban un miembro más de la
familia. Durante la hambruna, mucha gente aceptó hasta dos o tres chanchos
gordos por un perro, y todavía lo daba con lástima. Un perro cualquiera valía
más que uno o dos chanchos gordos; nosotros pensábamos al principio, que
tontos eran esos indios, dar dos chanchos por un perro, y ellos decían: “Yo
comer chancho en un día, núgre cazar animales y darme de comer todos los
días”. Una vez, el mejor perro cazador que nosotros teníamos se fue a la
montaña siguiendo un animal, y más nunca volvió. Pasamos días enteros en la
montaña buscándolo y nada que apareció, se llamaba Caminante.
LA FIEBRE DEL ORO Todos los días íbamos en cayuco a la escuela de Ciudad Romero, porque en
Canadá no había. Debíamos regresar inmediatamente terminaban las clases
porque el trabajo en la finca era lo que sobraba. Nosotros hacíamos todo el
proceso para sacar en oro el café, y como éramos bastantes no necesitábamos
pagar mozos. Luego bajábamos a venderlo donde Tío Fabián. Ese río siempre
estaba lleno de gente, unos pescando, otros que iban para los potreros y otros
a sus trabajos etc, y todo el mundo iba cantando y chiflando por el río.
A veces la gente organizaba las famosas juntas, donde alguien que necesitaba
limpiar un potrero por ejemplo, y no tenía plata para pagar, hacía la
convocatoria, preparaba grandes peroladas de comida y chicha de maíz para
todos, y los trabajadores llegaban de todos lados. Todo el mundo trabajaba,
comía, bebía y se la pasaba muy bien, y de esa forma la gente solucionaba sus
problemas.
Algo así era nuestra rutina diaria, hasta que se regó la bulla que Ernesto
Gómez había sacado una piedra de oro, y le habían pagado el gramo a ocho
dólares. Allí no había forma de ganar plata, solo tío Fabián es que a veces
pagaba tres dólares por todo el día derribando montaña o chapodando; y en las
temporadas de café que pagaba para pilar café. Debíamos rebuscarnos para
producir casi todo lo que consumíamos; en todo caso los negocios se hacían por
medio del trueque. Por ejemplo los pescadores cambiaban pescados por pollos,
por sacos de yuca, de dacen, etc.
Lo de la piedra de oro fue una gran novedad que se corrió inmediatamente por
toda la comunidad, y todo el mundo estaba ahora muy interesado en buscar oro,
pero no sabían cómo. La gente se rebuscó y en unos pocos días eran cuadríllas
de gente en las quebradas lavando oro, para luego ir donde Chaparro a vender
por ocho dólares el gramo.
Un día que bajé a Ciudad Romero, vi como la gente lavaba oro. Esa misma tarde
nos hicimos una batea cada uno con Nayo, y en la primera quebrada que
hayamos nos pusimos a escarbar. Las bateas eran redondas con un hoyito al
centro. Llenábamos la batea de tierra y la íbamos lavando como lavar maíz,
luego la movíamos en forma giratoria hasta que finalmente quedaba el fondo
lleno de hierro, y cuando uno movía la batea, brillaban los granitos de oro entre
el hierro. Esa tarde escarbamos sin parar, y bien decían que el diablo se lo
ganaba a uno, porque nosotros paramos hasta que ya no pudimos ver en la
oscuridad de la noche que cayó sin darnos cuenta.
Nosotros muy asustados porque decían que allí salía el hombre sin cabeza;
también decían que a Julito de Julio Ordoñez le salía una mujer que se llevaba
a los niños, y que después se convertía en un animal negro. Contaba Julio
Ordóñez, que todas las noches, al niño que tenía como tres años, se le aparecía
una mujer, y el niño lloraba y les decía que una mujer lo llamaba, los perros
ladraban y los chanchos chillaban, pero nadie veía nada. Después el niño prendía
en calentura y no podía estar ni un momento solo, que hasta temblaba del
miedo. Nosotros fuimos varias noches, porque toda la comunidad acompañaba a
la familia durante las noches, la gente llegaba y se ponía a jugar naipe, otros
montaban vigilancia, pero cuando había gente nunca llegaba el animal. Se hacían
rezos y hasta el cura llegó a celebrar misa, porque eso duró como cuatro
meses… y nosotros dos caminando en la oscuridad y sin zapatos por aquella
montaña, con las bateas y el botecito de oro. Pero más miedo le temíamos a la
gran marimbeada que nos iban a dar cuando llegáramos a la casa. Lo primero
que hice al llegar fue enseñarle el botecito con oro a mi papá, y le dije que
había estado con Mino y Nayo en la quebradita de al lado. Esa vez me salvé de
puro milagro.
En la Comunidad había todo un alboroto. En Canadá, mi papá nos mantenía
trabajando en las tareas cotidianas: como la finca de café, el ganado, la leña, la
milpa, el arrozal etc., ni siquiera teníamos permiso para bajar a Ciudad Romero
a jugar un partido de fútbol. Pero el siguiente día, nos llevó a cortar gambas
para hacer bateas. A partir de ese día tuvimos permiso para lavar oro.
Nosotros brincábamos de contentos.
A las cinco de la mañana del siguiente día, nuestro batallón cambió de ruta y
nos fuimos todos a la quebrada: Oscar, Tito, Leonel, Pablo, Amilcar y yo. La
regla era que las mujeres se quedaban en la casa, pero esa vez también nos
llevamos a Estenia y a Chana.
Cuando llegamos, ya estaba lleno de gente. La plaga romereña, como nos decía
don Bruno, amanecía en las quebradas con el agua a la cintura, lavando oro.
Hacían desraizados los árboles. Llevaban corte parejo.
Nosotros comenzamos a escarbar también, y pasábamos allí todo el día metidos
en el agua hasta que la noche nos echaba para la casa, era como si esa babosada
tuviera un encanto porque a veces hasta se nos olvidaba comer, sobre todo
cuando nos iba bien.
BUSCANDO LA NAVE PERDIDA DE CRISTÓBAL COLÓN
Un día, Julio, de Tía Adriana, llegó un poco apurado a Canadá y dijo: “Allí en La
Casona están unos gringos comprando canaletes, cayucos y otras cosas usadas,
pero fíjense que esos gringos son bien tontos porque solo quieren cosas viejas.
Yo ya vendí todos los canaletes viejos porque los nuevos no los compran”.
El siguiente día, en clases le pregunté al maestro Diógenes, que por qué los
gringos eran tan tontos comprando cosas viejas. “Esos gringos tontos, dijo,
están buscando una de las naves perdidas de Cristóbal Colón, que fue hundida
justamente en la bocana del Río Belén, es por eso que allí se llama Santa María
de Belén. Cuenta la historia de Panamá, que en 1502, durante el cuarto viaje,
Cristóbal Colón naufragó en la bocana de este río, y cuando logró llegar a tierra
exclamó, ¡Santa María de Belén! Fundó la primera población con ese nombre en
sus intentos de colonización del Istmo. Panamá todavía no se había
independizado de Colombia, es decir que efectivamente Colón llegó a Colombia,
justo aquí al lado, en Santa María de Belén. Pero tuvo que ser abandonada más
tarde por los españoles, debido a las malas condiciones del clima, trasladándose
hasta Portovelo que queda en esta misma Provincia de Colón. En El Salvador no
van a creerles cuando digan que estuvieron viviendo en este lugar. Y los gringos
necesitan todas estas cosas de ustedes para exhibirlas en el museo junto a la
nave que se supone está cargada de oro”.
Había toda una compañía de gringos todos los días alrededor de la bocana,
metiendo unas grandes máquinas que perforaban el río a grandes
profundidades como si estuvieran buscando petróleo. También se metían con
grandes aparatos y caminaban dentro del río.
La vida se ponía interesante en Ciudad Romero, porque en 1990 varios güirros
nos íbamos a graduar de sexto grado, y teníamos la gran oportunidad de
atravesar la montaña para continuar los estudios en Coclesito. Los estudiantes
que se graduaban de sexto grado con mejores calificaciones podían aplicar a
una beca del ACNUR y el gobierno panameño para continuar estudiando en
Coclesito, la Pintada o Colón. Y yo le ponía tantas ganas a mis estudios como
tantas ganas tenía de conocer el mundo. Mis dos hermanos Oscar y Tito, Julio
y otros jóvenes más, ya estaban estudiando en Coclesito.
Julio Turcios:
En Coclesito había un
Centro Estudiantil
que tenía un
Internado para los
estudiantes que
llegábamos desde
lejos. Era un
programa del
Gobierno del General Torrijos, uno sólo pagaba 27 dólares por todo el año, y
allí tenía uno comida, dormida y todo. Allí hacía uno hasta noveno y el ACNUR
nos daba una beca. Nos llevaban en helicóptero a principios del año y nos traían
hasta finales del año. En las vacaciones de medio año, si queríamos ir a Ciudad
Romero, teníamos que caminar por la montaña. Nosotros como éramos jóvenes,
solo hacíamos dos días caminando por la montaña, y la comunidad nos mandaba
un cayuco hasta Calle Larga; allí en Calle Larga dormíamos y el siguiente día
seguíamos el camino por el río. Una vez yo me perdí en la montaña, porque como
yo era el más pequeño de todos, no me dejaban venirme por la montaña, me
dejaban en el internado todo el año. Pero el siguiente año me dejaron venir, con
la condición de que me tenía que venir con el grupo de las mujeres, porque
siempre se hacían dos grupos, uno de hombres y otro de mujeres, y las cipotas
caminaban bien despacio, yo era pequeño pero me gustaba caminar rápido;
entonces me adelanté para alcanzar el otro grupo, yo solito por la montaña. El
problema fue de que llegué a donde habían dos caminos y como la lluvia borraba
las huellas, yo no sabía por dónde agarrar y me perdí. Fue un buen susto porque
todos me anduvieron buscando, pero me encontraron luego.-
Pero en la comunidad había iniciado un nuevo fenómeno que estaba cambiando
por completo las cosas. Era algo tan grande que estaba parando los proyectos,
los trabajos e incluso estaba parando la fiebre del oro. La gente estaba todo el
tiempo en movimiento, en reuniones, y otra vez estaban uniéndose, porque
últimamente la comunidad había estado bien dividida. Los papás nunca hablaban
con nosotros y era un delito que un niño estuviera escuchando una conversación
de adultos, y se castigaba con garrote.
ALIÑEMOS EL RETORNO
Desde que salimos de El
Salvador, siempre
estuvimos pensando en
regresar a nuestra tierra
natal, ese fue uno de los
horizontes que nunca se
perdió de vista. Por eso no
nos fuimos para Canadá.
Pero el tiempo fue pasando
y la guerra nunca
terminaba. Mucha gente
quería la repatriación, pero
eso se veía como algo imposible y peligroso porque el país seguía en guerra. Se
hacían asambleas generales y unos llegaban pero otros no. La comunidad seguía
dividida en los cinco grupos y eso dificultaba aún más la organización.
En 1989, cuando la comunidad se enteró de las primeras repatriaciones de
otros refugiados salvadoreños en Honduras, la idea de retornar a El Salvador
tomó más fuerza después de diez años de permanencia en Panamá. Poco a poco
esa idea comenzó a tomar forma, y se inició la organización para la difícil tarea
de la repatriación.
Nosotros nos manteníamos informados a través de Radio Venceremos y para la
ofensiva del once de noviembre del ochenta y nueve, todos nos reunimos en la
casa comunal, cada quien con su radio a todo volumen escuchando los avances
de la guerrilla hacia las ciudades. Teníamos la esperanza que ese iba a ser el
final de la guerra y entonces nosotros podíamos regresar a El Salvador.
Chungo Fuentes, Jorge Villatoro:
Después de la ofensiva del 89, el gobierno salvadoreño se vio obligado sentarse
a negociar la paz en serio. Eso creó un ambiente diferente en el país, y guerra
seguía, pero la paz por la vía negociada era como más posible. La Radio
Venceremos nos mantenía informados, pero también en los últimos años, los
jesuitas nos visitaban de vez en cuando, y algunos de ellos eran salvadoreños o
habían estado en El Salvador, y nos contaban al detalle como estaban las cosas.
Todo esto fue motivando a la gente para organizarse y luchar para poder
regresar a nuestro país. En abril de 1990, cuando la mayoría estaba dispuesta a
retornar, se hizo del conocimiento del Organismo Nacional para Atención a
Refugiados-ONPAR, la decisión de iniciar un proceso de repatriación en
comunidad. Posteriormente se lo comunicamos al gobierno de El Salvador, al
ACNUR y al gobierno de Panamá.
En julio de ese mismo año, se inició la famosa campaña Aliñemos el Retorno, con el propósito de ver los problemas que se presentaban para la repatriación y
buscarles posibles soluciones. Se realizaron largas jornadas de reunión, donde
se expresaron los mayores problemas, allí se discutía el tema y la mayoría
quería regresar, pero siempre habían opiniones encontradas: unos decían que no
podíamos dejar tanto trabajo botado, pero otros decían que cuando salimos de
El Salvador lo perdimos todo y no nos hacía falta; otros decían que el Salvador
nos necesitaba y que debíamos regresar para contribuir con la paz de nuestro
país.
El 23 de septiembre de 1990 llegó una delegación del Gobierno de El Salvador,
encabezada por Gloria Salguero Gros, a dar respuesta a nuestra solicitud.
Hicieron una reunión general en la capilla y allí empezaron a preguntarle a la
gente si era cierto que querían la repatriación, y toda la gente dijo que sí.
Entonces comenzaron a meternos en miedo diciendo que el país todavía estaba
en guerra y que correríamos muchos peligros al regresar, que mejor nos
quedáramos allí: Ustedes aquí están en la gloria, nos dijo mientras miraba la
comunidad llena de vegetación y árboles frutales en medio de aquella montaña.
Al final se fueron sin llegar a ningún acuerdo. La comunidad estaba solicitando
que nuestro reasentamiento en El Salvador fuera en la Hacienda
Nancuchiname, Usulután, pero ellos en ningún momento estuvieron de acuerdo y
allí se generó el impase entre el gobierno y la comunidad. Nosotros no podíamos
ni queríamos regresar a Nueva Esparta, porque sabíamos cómo era la vida en
esos cerros, además la comunidad se había duplicado y la mitad de las familias
ya no tendrían donde llegar. Nosotros sabíamos que estas tierras habían sido
expropiadas con la Reforma Agraria, y eran muy buenas para trabajar, porque
mucha gente de la comunidad había dejado su vida en esas tierras cortando
algodón.
No podíamos regresar sin papeles. La organización de la comunidad era
necesaria para poder presionar al gobierno y aunque los problemas internos de
la comunidad no se habían resuelto, aún así se logra elegir un Comité de
Retorno.
Solicitamos el apoyo del Servicio Jesuita para Refugiados, quienes nos
acompañaron durante todo el proceso de repatriación. A través de ellos se
logró el acompañamiento de la Comunidad Ciudad Segundo Montes por haber
sido ellos refugiados en Colomoncagua, Honduras, y tener la experiencia de la
repatriación. De Segundo Montes, nos enviaron a Vicenta, ahora como miembro
de la directiva de esa comunidad.
Mi mamá emocionada esperaba a Vicenta (su hija mayor), no había sabido más
nada de ella por casi diez años desde que se escapó de Honduras. Estaba desde
muy temprano preparándose para el gran encuentro, y la comunidad también
esperaba impaciente alguna noticia de sus familiares.
Como a las dos de la tarde zumbaba el cayuco y estaba todo el mundo en el
muelle, esperando la delegación de los jesuitas. Venían varios jóvenes del
noviciado, entre ellos José Luis Benítez, Francisco El Chino, Tumbli, y Jefrin.
Todo el tiempo la gente hablaba de Nueva Esparta, Lislique, Anamorós, El
Ocotillo, Portillo, la cuesta de la mantequilla, El Corralito, eso era todo lo que
nosotros sabíamos de El Salvador. Pero tampoco conocíamos mucho de Panamá
más que lo que veíamos en clases. Todos los lunes cantábamos el Himno nacional
de Panamá y rezábamos la oración a la Bandera. Nunca nos cuestionábamos si
éramos panameños o salvadoreños, porque para nosotros sólo existía lo que
estaba dentro de la montaña, los ríos y el mar.
Ese día escuché por primera vez en mi vida el Himno nacional de El Salvador.
Casi solo Vicenta y los jesuitas cantaban porque nadie más se lo sabía. Vicenta
habló mucho sobre la situación en El Salvador y la gente hacía todo tipo de
preguntas. Con la llegada de Vicenta, se logra reunir en la capilla después de
mucho tiempo a toda la comunidad, y ella comenzó a contarnos todo lo que tuvo
que pasar después de escaparse del cerco militar en Las Estancias, Honduras.
Vicenta:
Después de todo lo que vivimos en Las Estancias, yo tuve que escapar porque la
enfermera me avisó que me iban a matar. Mi Tía Toña me ayudó a escapar. Yo
ni siquiera me despedí de mi mamá, y salí corriendo sin rumbo por el Río Torola.
Esa noche dormí en el monte y el siguiente día llegué a las primeras casitas de
Upire. Yo preguntaba por los compas y me decían que no los habían visto, que se
habían ido para Morazán. Así anduve como dos meses, hasta que me fui a
encontrar con un compa que venía de Morazán y me fui con él. En Morazán me
incorporé al campamento guerrillero y pasé varios meses sin saber
absolutamente nada de lo que estaba pasando con ustedes en Honduras.
Después de ustedes, salieron miles de refugiados para Honduras por
diferentes partes. Yo después tuve un hijo y tuve que ir a Honduras para dejar
el niño con sus abuelos en el refugio de Colomoncagua.
El mismo día que llegué había traslado de tropas y el relevo que llegó fue el
Teniente Navas, el mismo que nos reprimió y nos quiso asesinar en Las
Estancias. Cuando me vio me conoció inmediatamente y se fue directo para
donde yo estaba. Me dijo delante de todos que yo era una persona de alto
peligro, que yo era Comandante de la Guerrilla y que era yo quien estaba
sacando a todos los refugiados para Honduras porque en 1980 yo había sacado
otro grupo de refugiados que ahora estaban en Panamá. Vos te llamás Vicenta
Reyes Granados, me dijo, tu mamá se llama Antolina, tu papá Enemecio y ahora
ellos viven en Panamá.
Pero como ya me había cambiado de nombre, eso me sirvió. Le enseñé la cédula.
Yo me llamo Mabel, le dije, mi mamá vive en El Salvador, y agarré a Don
Ferdinando, y él es mi tío le dije, y al viejito le temblaban las patas pero no se
cortó; sí, ella es mi sobrina dijo inmediatamente, y cuando le preguntaba algo,
yo respondía primero, y el teniente se ponía más bravo y me gritaba que me
callara, pero la gente se agrupó y el viejo se fue. Inmediatamente me declaró
como una persona peligrosa y pasó el informe al Estado Mayor. Cortó durante
seis días el paso de la alimentación y la leña a la comunidad. Se puso más
represivo con la gente y me andaba bien controlada. Eso dio motivos para
denunciarlo ante las Naciones Unidas y luego fue trasladado a otro lugar.
Regresé a la línea de combate. Estuve un tiempo en la Radio Venceremos,
lástima que no sabía que ustedes eran fieles oyentes de la Venceremos aquí.
En septiembre del 85, el ejército metió un fuerte operativo para capturar la
Venceremos. Nos bombardearon durante dieciséis horas. Ese día yo me
convencí cómo los gringos metían millones de dólares en helicópteros y bombas.
Su objetivo era acabar con la Venceremos, y allí estaba ese día toda la
comandancia del FMLN, allí estaba Schafik, Leonel y Joaquín. No pudieron
localizar la posición exacta de la radio y nos defendimos a como pudimos, pero
una sola bomba mató a cuatro compañeros y tres quedamos heridos. Con todas
las bombas que tiraron era para que nadie quedara vivo, pero logramos escapar.
A las cinco de la tarde nos llegaron a sacar. También sacaron el equipo y nos
subieron al cerro Nahuaterique para darnos asistencia. En total éramos
catorce heridos y a los que no podíamos caminar nos dejaron escondidos. Nos
dejaron aterrados con monte y nos dijeron que nos iban a llegar a rescatar
hasta dentro de tres días porque el ejército tenía rodeado todo el cerro. Aquí
su vida dependerá de la disciplina que ustedes tengan nos dijeron, deben ser
fuertes…
A los dos días llegaron los brigadistas para darnos asistencia e informarnos de
las posiciones de los soldados. Esa noche nos cambiamos de lugar. Toda la noche
de arrastrados hasta donde nos estaba esperando un compa con unas tortillas
duras. Tratando de comer estábamos cuando nos informaron que los compas
habían atacado el Cuartel Cenfas de La Unión. Entonces se llevaron a todos los
soldados y nosotros pudimos salir. Yo tenía esquirlas de bombas en la pierna y
en el hombro. A los compas que estaban más graves se los llevaron a Cuba y a
nosotros nos llevaron a Honduras.
Así fue como regresé a Colomoncagua, donde me integré al proceso
organizativo de la comunidad hasta 1989 que decidimos repatriarnos a El
Salvador y fundamos la Comunidad Ciudad Segundo Montes. Esa experiencia de
la repatriación es la que voy a compartir con ustedes, para que vean que con
una buena organización es posible salir de esta montaña.
Vicenta, que ahora se llama Mabel, nos siguió contando su experiencia y la
gente se fue sintiendo más animada porque comenzó a sentir que sí era posible
la repatriación a su tierra natal. Toda esa experiencia conectaba a la gente
directamente con su país. A partir de ese momento, se comienza nuevamente a
hacer reuniones generales con todos los grupos en los que estaba dividido
Ciudad Romero.
LA RECONCILIACIÓN
Neftalí Velásquez:
Con la posibilidad del retorno, se plantea la
necesidad de una reconciliación en donde todos
arregláramos los problemas que habían ocurrido en
el exilio; ahora el objetivo era regresar a El
Salvador y si todo lo que habíamos trabajado se iba
a quedar botado, no había razones para seguir
peleando. Que todos los problemas se quedaran
junto al trabajo, para luchar juntos por una nueva
vida.
Mabel y los novicios jesuitas, propusieron que se
hiciera un muñeco de trapo relleno de hojas secas,
para quemarlo en la placita frente a la capilla, como símbolo de que los
problemas que habíamos tenido durante el exilio, quedaran quemados allí
mismo. Todos los grupos lo tomaron a bien y comenzamos a armar el muñeco de
trapo y por la noche se convocó a la comunidad a una misa de reconciliación. Se
guindó el muñeco en el árbol de almendra que estaba en la placita frente a la
capilla y se realizó toda una ceremonia. Teníamos que escribir y pegar el papel
en la parte del muñeco con la que uno había cometido la ofensa. Los que habían
peleado se los ponían en los puños, los que habían tenido malos pensamientos se
lo ponían en la cabeza y los que habían levantado chambres se lo ponían en la
boca. A ese muñeco le quedó topada la trompa de puros papeles. Habían unos
que les daba pena y mandaban a otro, ponérselo en la boca, le decían, y la gente
que se moría de la risa.
Luego de quemarlo, la gente opinó y al final nos dimos un fuerte aplauso y un
abrazo de reconciliación. Todos lo tomamos muy en serio porque a partir de ese
momento, ya los grupos se disolvieron para poder formar nuevamente una
comunidad unida y bien organizada. Se formaron varios comités para distribuir
el trabajo: el comité de animación, propaganda, seguridad, alimentación,
disciplina, etc.
En la Comunidad, de lo único que se hablaba era de la repatriación y la alegría
estallaba en los rostros tan golpeados por la experiencia de refugiados.
Estábamos tomando una opción por la vida, por una nueva vida en un país en
donde todavía no había paz, pero donde era posible vivir, con ganas de
trabajar, de sembrar la tierra y buscar otros medios de desarrollo para el
futuro de nuestros hijos.
CUATRO DÍAS ATRAVESANDO MONTAÑA POR LA REPATRIACIÓN El gobierno de Alfredo Cristiani, del partido Arena, nos había puesto un sinfín
de obstáculos para impedir o retrasar nuestra repatriación a El Salvador.
Cuando nosotros salimos durante el operativo de tierra arrasada, nadie llevó
nada, ni mucho menos documentos, nadie tenía documentos para regresar y el
gobierno no nos los quería dar. En la embajada de El Salvador en Panamá, nunca
quisieron atender a la comisión de repatriación que ya llevaba días en la capital
tratando de buscar acuerdos con el embajador, pero no eran escuchados. El
gobierno se mostraba intransigente y entonces era necesario ejercer una
mayor presión para poder ser atendidos.
El 16 de noviembre de 1990, emprendimos una caminata hacia Panamá 120
personas, entre niños y adultos, para exigir nuestro derecho de retornar a El
Salvador.
La noche anterior habíamos hecho la despedida con una misa y luego una fiesta
con don Serapio y su grupo musical.
A las cinco de la mañana, toda la comunidad estaba reunida en la placita frente
a la capilla, para despedir al grupo que salía. Rompió la lloradera y nosotros
iniciamos la caminata. En una asamblea general hicieron la selección de la gente
que salía, y ahí estaba yo caminando, despidiéndome de la gente. No entendía
por qué todos estaban llorando, yo estaba muy feliz de ir a conocer más allá de
la montaña.
En el camino la gente salía a despedirnos. En la casa de Juana Sosa, estaban el
maestro Luis y el maestro Diógenes, despidiendo a la gente. Ellos también
estaban llorando. Me abrazaron y me desearon suerte en el viaje hacia El
Salvador… Sólo entonces entendí que ya nunca más íbamos a regresar, que
estaba dejando para siempre la comunidad, mi montaña, mis ríos, el mar
Atlántico, y todo mi pequeño mundo.
Sentí que el alma se me partió mientras miraba toda la comunidad y los ríos
desde la loma. Sin darme cuenta comenzaron a rodar mis lágrimas. Todo el
mundo llorando y la gente nos despedía desde sus casas. Desde la loma podía
ver mi escuela, mi casa, la casa comunal, la clínica, la pista de aterrizaje, el
campo y todo el paraíso natural que habíamos construido.
Pasamos por el cementerio
donde quedaba parte de
nuestra gente. Bajamos por
una de las fincas de café que
teníamos y seguimos río
arriba viendo cientos de
hectáreas de tierra cultivada
con nuestras manos.
Penetramos en la montaña y
no podíamos dejar de llorar.
Cuando llegamos al río, me tiré hasta el fondo y permanecí allí por un buen rato,
pero mis lágrimas brotaban aún bajo el agua. Salimos a la playa pasando por el
proyecto de la coquera que empezaba a florecer.
Caminamos todo el día bajo el aguacero, con nuestra mochila al lomo, sin parar,
en silencio, sólo el ruido de la montaña y la lluvia. Por mi mente pasaba toda la
película de mi vida: los ríos, la escuela y todas las cosas que se quedaban.
Yo sentía un gran cariño, respeto y admiración por los profesores, los curas y
las monjas. Nunca imaginé que fuera tan duro despedirse de ellos. Ramírez fue
mi maestro hasta cuarto grado y luego pasé con el maestro Diógenes. Mientras
caminaba en aquel silencio, yo oía resonar en el eco de la montaña, las palabras
que el maestro Diógenes González nos había citado en el acto de despedida el
día anterior, y que yo nunca olvido:
La vida es un caminar.
Ustedes han caminado bastante. Y si la vida es un caminar,
Ustedes están llenos de vida.
Amigos y amigas de Ciudad Romero, Sigan caminando
Y que Dios les acompañe siempre.
Allí donde nos calló la noche nos quedamos. Solo pusimos los nailons y nos
acostamos en el suelo; aquel gran zancudero no nos dejó dormir y la lluvia no
cesó toda la noche. Si uno sacaba tantito la nariz le caían las pelotas de
zancudos, pero dentro del nailon tampoco se podía estar porque uno se
asfixiaba y se cocía del calor. Pasamos toda la noche un momento dentro del
nailon y otro momento dando de comer a los zancudos. Todavía se me eriza la
piel cuando me acuerdo.
El segundo día salimos muy temprano. Ya estábamos acostumbrados a ese clima
pero ahora llevábamos la ropa mojada por más de veinticuatro horas, ya
teníamos la piel frágil y la mayoría comenzaba a escaldarse, la gente caminaba
toda abierta; los que llevaban zapatos tampoco los aguantaban y los dejaban
trabados en los palos. Los ríos estaban por los montes, corríamos el riesgo de
ser arrastrados, así que los guías cruzaban primero y tiraban un lazo para que
pudiéramos cruzar agarrados. La situación se puso más dramática cuando
Marcial, por accidente, le hirió el pié a Neftalí, y no pudo caminar más. Los
hombres tuvieron que cargar con él en una hamaca el resto del camino.
Jefrin era un novicio jesuita que llegó a la comunidad para acompañarnos en el
proceso de repatriación y estaba a cargo de la comisión de animación. Después
del primer día de camino, Jefrin nos reunió a los de la comisión para elaborar
un pequeño plan de emergencia que levantara la moral de nuestra gente.
Nosotros corríamos adelante para esperar el grupo en alguna loma, y desde allí
gritábamos consignas y la gente contestaba:
- ¡La marcha es por la vida! ¡Queremos la salida!, contestaba la gente; y el eco
se replicaba en la montaña;
- ¿A dónde queremos ir? ¡A Jiquilisco, Usulután!
- ¿Al Zamorán? ¡Con Romero en el corazón!
- ¿Quién lo impide? ¡Cristiani, Cristiani!
- ¡Juntos vinimos! ¡Juntos nos vamos!
- ¿Nuestra decisión es? ¡Irrevocable!
- ¡Viva Ciudad Romero! ¡Que Viva!
- ¡Viva nuestra Repatriación! ¡Que viva!
Es increíble pero esto funcionaba, daba fuerzas para seguir caminando.
Además de Jefrin, también venía con nosotros Isabel, una española que nos
ayudó muchísimo en ese camino, al parecer ella era enfermera porque venía
atendiendo cualquier emergencia. Y como la mayoría veníamos sin zapatos,
veníamos aún más expuestos al peligro, por ejemplo a mí, me picó un animal que
no supe que fue, pero que el dolor era mucho más fuerte que cuando te pica un
alacrán, y se me durmió la lengua casi inmediatamente. Yo pensé que hasta allí
iba llegar, pero Isabel me atendió, y unos minutos más tarde me ayudaron para
seguir caminado, porque no podíamos parar por mucho tiempo. Por la noche
llegamos a un río llamado Aguas coloradas, en donde Don Efraín tenía un
ranchito para pasar la noche siempre que viajaba. Ahí por lo menos logramos
cocinar y todos comimos después de dos días de camino. Dormimos todos
apelotados pero bajo un techo y estábamos tan cansados que de los zancudos
no me acuerdo.
El tercer día no avanzábamos mucho porque caminábamos con el lodo a las
rodillas, y los hombres que llevaban la hamaca se cansaban más rápido. Pero
logramos llegar a San Benito.
En medio de la montaña habían construido como seis casitas, era como un
campamento de trabajo, nos estaban esperando con una perolada de yuca y
pescado, tuvimos una pequeña reunión. Allí nos tomaron la famosa foto que
luego se imprimió en el póster del primer aniversario de la comunidad, donde
estamos todos así como íbamos, sólo en chores, sin zapatos y sin camisa,
sosteniendo una pancarta que decía:
Marchamos a Panamá, a exigir el derecho de regresar a El Salvador. Al Zamorán con Romero en el corazón. Pasamos la noche en las casitas y el siguiente día bajaron desde Coclecito por
el río en un cayuquito para llevarse a Neftalí. Niña Ángela que tenía cerca de
sesenta años ya no aguantaban caminar, la montaron en un caballo y la botó.
Caminamos todo el día pero ya casi no llovía, ni teníamos que cruzar tanto río.
Por fin llegamos a Coclesito. Allí nos estaba esperando el Comité de Retorno,
la iglesia y la gente de Coclesito. También había periodistas y camarógrafos.
Queremos un hombre, una mujer y un niño, dijeron por el megáfono. Luego
llamaron a Toña, a mi papá y a mí, para hacernos una
entrevista, aunque en ese momento yo no estaba
consiente que estaba ante una cámara de la televisión.
Mirá hacia acá, me decía el hombre mientras me
mientras me enfocaba con la cámara, y yo me
preguntaba qué sería esa cosa.
Luego nos llevaron a comer arroz con carne de búfalo y
con la misma nos subieron a unos pick up 4 x 4. Llegamos como a las diez de la
noche a la iglesia de La Pintada, cerca de Penonomé, pero había que seguir
preparando los planes para llevar a cabo nuestro objetivo en la capital.
Cuando íbamos pasando por el puente de Las Américas, que atraviesa el canal
de Panamá, todos queríamos sacar la cabeza por las ventanillas del bus, pero los
adultos nos halaban del pelo y nos sentaban.
Nos concentramos en el Parque Porras, para luego salir en una marcha hasta la
embajada de El Salvador. La policía llegó a ver qué pasaba, luego nos dieron
seguridad y nos iban abriendo el tráfico. El embajador no quiso atendernos y
nos mantuvimos con carteles y pancartas alrededor de la embajada, gritando
consignas.
Nos alojamos en una iglesia
conocida como Las Esclavas, y de
allí marchábamos todos los días a
la embajada para ver qué
respuesta nos daban. Todo el
mundo andaba con los pies
hinchados por la caminata,
heridos, llenos de granos y
hongos.
¡ LOS ÚLTIMOS DÍAS EN LA MONTAÑA!
Alfredo Alvarado:
Alfredo, era miembro de la directiva central y estaba a cargo del resto de la
gente que se había quedado en la montaña. No había forma de comunicarse con
la gente que iba por la pica, pero en la comunidad teníamos un radio para
comunicarnos con Coclesito y Colón. En la casa de Ismael lo teníamos, yo era el
radista, con Joaquina.
Al segundo día que nuestra gente iba por la montaña, la noticia se había regado
por todo Panamá, y a nivel internacional también. Entonces llegó en un
helicóptero la diputada Gloria Salguero Gross amenazándonos y diciendo que
nosotros éramos los responsables si algo le pasaba a la gente en esa montaña
tan peligrosa. Nosotros le dijimos que sabíamos que eso era peligroso, pero que
su gobierno no nos dejaba otra opción. Ellos estaban preocupados porque la
noticia se había regado y no querían aparecer como culpables si algo malo
pasaba en esa montaña. Estuvimos pendientes de todo lo que pasaba con la
gente en el camino, hasta que llegó a Panamá.
Como a los quince días mandamos el
primer barco lleno de gente para
aumentar la presión al gobierno en la
ciudad. La gente estaba contenta
porque venía para su país, no nos
importaba dejar todo porque ya
nuestra gente estaba adelante. Todo
el mundo estaba regalando sus cosas:
los cayucos, las camas, los potreros,
los cafetales, los proyectos colectivos
allí quedaron.
Al final habíamos quedado en esa
montaña solo quince familias y la gente tenía miedo quedarse en sus casas.
Todas las demás casas estaban solas, nada de gente ya por los caminos y
aquella llorazón de perros. Entonces nos fuimos a vivir a las casas cerca de la
capilla. En la casa de niña Nicanor teníamos la cocina comunal, y en la noche nos
daba miedo aquella gran llorazón de perros, la gran oscurana, nada de candiles
ni bulla de gente, sólo el zumbido del mar y el ruido de los animales en la
montaña. Hasta a los hombres nos daba algo de miedito.
La gente de las comunidades no quería que nos viniéramos y nos decían que nos
quedáramos, incluso don Bruno, que nos decía la plaga de Romero, llegó a
decirnos que para qué íbamos a seguir rodando, que nos quedáramos... Yo fui de
los ultimitos que salí de la comunidad. Daba una cosita fea ver y dejar todo
aquello. Nos despedimos de los beleneños y salimos sin mirar atrás.
Era el mes de
diciembre, época muy
lluviosa, y el mar
estaba picado. Lo
difícil del transporte
en barco fue que como
no había muelle, tocaba
que meter los cayucos
hasta el barco que se
quedaba bien lejos de
la playa. Era bien
arriesgado, porque el
mar estaba tan picado
que había que estar
esperando días
enteros para entrar en
los momentos que estaba un poco manso y, a pesar de ello, siempre volcó algún
cayuco. Se perdieron todas las cosas y hubo gente que se escapó de ahogar…
Jefrin había regresado a la montaña, y esa vez que uno de los cayucos volcó, se
salvó de puro milagro. A las mujeres que eran más gorditas costaba mucho
subirlas al barco, algunas se cayeron al agua durante el trasbordo del cayuco al
barco. Los panameños, especialmente los beleneños, nos apoyaron con el
traslado de la gente desde la comunidad hasta el barco. Eran once años los que
teníamos de convivir como vecinos y habíamos aprendido a llevarnos bien,
porque siempre hubo un intercambio entre las comunidades.
Durante el viaje las mujeres
y los niños se marearon, y
todo el mundo estaba
vomitando. Lo triste era que
teníamos que navegar por
más de doce horas, sin poder
movernos mucho porque la
pequeña embarcación no
tenía mayores condiciones;
así que la gente, bien
mareada, vomitaba donde
podía. De manera que todos
venían vomitados, pero nadie reclamaba nada porque así eran las cosas, y
pasara lo que pasara nuestro objetivo era seguir adelante y la gente se
aguantaba.
En total éramos 600 personas
las que fuimos alojados en las
Esclavas y en el colegio María
Auxiliadora.
Desde allí caminábamos todos
los días a la embajada
salvadoreña para exigir que
agilizaran nuestra salida. Los
panameños nos dieron mucho
aliento con su muestra de
solidaridad; nos decían: Echen palante salvadoreños.
Algunos medios de comunicación nos
ofrecieron espacios para dar a
conocer nuestra lucha. Nos dieron
varios espacios en la radio, televisión
y los periódicos, de gratis. Mientras
tanto la gente decía: Salvadoreños,
sigan adelante, lograrán lo que
quieren. Y como siempre no faltó
alguno que nos dijera: Desde el
tiempo que andan recorriendo estas calles, ya hubieran llegado caminando a El
Salvador.
Llegamos al 24 de diciembre, y las cosas no avanzaban mucho después de un
mes de estar en Panamá.
Mientras tanto, en el Colegio María Auxiliadora donde estábamos alojados, las
monjas y gente solidaria estaban preparándonos una fiesta. Allí conocimos a
Mayra Scott, la monja panameña, trabajando, organizando, y también cantando
con su guitarra. Y la gente bien impresionada porque una panameña cantaba una
canción de las pupusas. (Qué es lo que te gusta, qué es lo que te gusta. A mi me
gustan las pupusas, con curtido y salsa de tomate, a mi gusta de queso,
revueltas o de chicharrón…) Nosotros (los niños), no conocíamos las pupusas,
pero después de escuchar la canción sabíamos que era algo bueno. Los jóvenes
y el comité de animación también estábamos preparando teatro y otras cosas.
Por la noche hubo toda una gran fiesta; nos visitó mucha gente, y nos llevaron
regalos, también llevaron música típica, piñatas y juguetes para los niños. Hubo
teatro y Tito como siempre con su guitarra, cantando mejoranas y animando a
la gente.
Al pasar la navidad sigue nuestra lucha, y como no nos escuchaban decidimos
tomarnos la embajada. Sólo así se pudo hablar con la cónsul, porque el
embajador había abandonado la embajada todo ese tiempo. Nos acompañó una
persona de las Naciones Unidas para lograr más presión, pero tampoco se llega
a ningún acuerdo. La gente se estaba desesperando.
En esos días estaban las noticias alarmantes sobre la guerra del golfo. En
Panamá todo el mundo estaba con los nervios de puntas porque solo habían
pasado unos pocos días de que el imperio de los Estados Unidos había invadido
Panamá, y todavía no se nos pasaba el susto. Cuando los gringos invadieron
Panamá, desde la montaña nosotros escuchábamos los grandes bombazos que
caían en Colón… Muchas veces nos encontramos con manifestaciones de
panameños que exigían al gobierno de los Estados Unidos la reconstrucción de
sus viviendas destruidas durante la invasión.
A LA HUELGA COMO ÚLTIMO RECURSO.
Jorge Villatoro, Chungo Fuentes, Ángel Bautista o Tito:
Nosotros iniciamos el proceso de repatriación en 1989, y a diciembre del 90,
todavía no habíamos logrado nada concreto. Después de intentar todos los
tipos de protesta pacífica sin lograr ningún resultado, marchando todos los
días hasta la embajada salvadoreña, los mensajes por los medios de
comunicación, las vigilias, la toma de la embajada, los cuatro días de caminata
por la montaña y toda la comunidad en las calles de la Ciudad de Panamá;
durmiendo en el suelo por más de tres meses. Se decidió como último recurso
hacer una huelga de hambre
para decir de una vez por
todas al gobierno
salvadoreño que ya no
podemos seguir en esa
situación, y que la
comunidad estaba dispuesta
a llegar hasta las últimas
consecuencias para exigir
nuestro derecho
constitucional de retornar a
El Salvador. El ACNUR
pagaba nuestro viaje, el gobierno de El Salvador sólo tenía que emitir la
documentación necesaria para poder ingresar a El Salvador. Y los mismos
diputados nos llegaron a leer textos de la Constitución, donde dice que todo
salvadoreño que se encuentre fuera del país tiene derecho a regresar, y un
montón de cosas muy bonitos que podrían ser hasta sagradas; pero ahora que
nosotros exigimos ese derecho, prácticamente se nos ha dicho que no. No nos
recibían ni nos escuchaban en la embajada a pesar de estar allí todos los día y
las noches.
Ángel Bautista Reyes o Tito:
Yo era parte de la comisión de comunicación y propaganda, junto con Julio,
Mino y Chepe. Nosotros fuimos de los primeritos que salimos de la montaña
para adelantar el trabajo en la ciudad; cuando la gente llegó por la pica, ya
teníamos las pancartas, los carteles y todo listo. El día de la toma de la
embajada, esa tarea se la habían asignado a los hombres adultos, pero muchos
no llegaron, y a la hora llegada nos dijeron a los jóvenes que nos
incorporáramos, entonces nos metimos a la embajada. El objetivo era entrar
para hablar con la cónsul, porque el embajador ya no llegaba. Al principio
forcejeamos con el guardia de seguridad, pero pasamos, subimos las gradas y
cuando llegamos arriba, ya se había escapado la señora esa. Luego llego la
policía y se formó toda una discusión y no se logró el objetivo. Entonces la
gente sintió todo aquello como un fracaso, porque estábamos allí todos los días,
luchando contra nadie, porque el embajador nadie sabía dónde estaba. Mucha
gente se desmoralizó y se querían regresar para la montaña. Entonces Mabel
reunió a toda la gente y nos dijo que teníamos que seguir luchando hasta lograr
nuestro objetivo, y nos motivó para pensar en otras formas de lucha, en otras
formas de obligar al gobierno para agilizar nuestra repatriación… …Entonces el
4 de Enero de 1991, doce compañeros y compañeras nos declaramos en huelga
de hambre por tiempo indefinido, o hasta que el gobierno de Alfredo Cristiani
nos dejara entrar a nuestro país. Yo me acuerdo de Lencho de Medardo,
Moncho, Virginia, Juan Castellón, Chepe, Calixto Sosa, Juan Ángel, Mino y
Oscar. En la acera frente al edificio de la embajada colocamos unos cartones y
allí nos acostamos; el resto de la comunidad también permaneció día y noche
frente al edificio. Todas las noches había vigilia donde se presentaba teatros
para denunciar los atropellos a nuestros derechos por parte del gobierno
salvadoreño.
Pasaron los primeros dos días y el gobierno como si nada. Solo agua con miel
era lo que podíamos tomar, pero luego ingresaron a Virginia al hospital, y como
al cuarto y quinto día, otros compañeros también ya estaban presentando
problemas de salud. La comunidad arreció la protesta con marchas y volanteo
en las calles. Eso provocó un escándalo porque los medios de comunicación a
nivel nacional, le dieron cobertura a nuestra situación, y no se hizo esperar la
respuesta de la población panameña y algunos organismos internacionales,
sumándose a nuestra lucha, abriéndonos espacios en los medios de
comunicación radiales, escritos y televisivos; haciendo presencia junto a
nosotros en la embajada, tratando de mediar ante el gobierno salvadoreño,
colaborando con la alimentación y alojamiento de nuestra gente etc; porque
todo lo que nosotros estábamos pidiendo era regresar a nuestro país del que
nos habían expulsado en 1980. Hasta un banco brasileño que estaba frente de
la embajada nos habilitó un espacio para que la gente descansara y fuera al
baño.
Es hasta entonces que el gobierno salvadoreño, a través de la embajada, se
compromete a iniciar la documentación para nuestro retorno en comunidad, ya
que antes habían intentado dividirnos. Nos habían ofrecido traernos en
pequeños grupos para llevarnos a diferentes lugares. Pero nosotros nos
mantuvimos firmes con nuestra consigna que “Juntos venimos, juntos nos
vamos”. Bajó la cónsul hasta donde estaba la gente y nos dijo que levantáramos
la huelga, que ella se comprometía a que se agilizara nuestra documentación,
pero nosotros ya no les creíamos, y le exigimos que nos diera ese compromiso
por escrito, de lo contrario, ellos serían los responsables de lo que pudiera
pasar con las vidas que ya estaban en peligro. En esas condiciones se levantó la
huelga de hambre, pero el resto de la comunidad se mantuvo vigilante para
asegurarnos que cumplieran los acuerdos. A nosotros nos llevó Mabel, Jefrin,
José Luis, y los del servicio Jesuita para nuestra recuperación. Al principio solo
nos daban sopitas y cosas liquidas.
Una vez iniciados los trámites para nuestra documentación, el gobierno
salvadoreño dijo que no podíamos repatriarnos en comunidad si no teníamos
donde llegar. Una comisión viajó a El Salvador para ver las tierras que ellos nos
ofrecían en el Pechiche, departamento de La Paz, pero no se les aceptó porque
nosotros pedíamos tierras para trabajar, y ellos solo nos ofrecían los solares
para las casas. Nos reiteraron que a Nancuchiname no podíamos ir porque era
una zona de conflicto, y que no podíamos regresar a nuestro país si no teníamos
donde llegar. Nosotros habíamos exigido desde el principio, venir a la Hacienda
Nancuchiname, aquí en el Zamorán, pero al ver que no era posible, se decidió
como estrategia, alquilar un terreno donde llegar provisionalmente, pues
sabíamos que ya estando en el puesto nos la arreglaríamos de cualquier manera.
Raúl Velásquez:
Yo fui parte de la comisión, y apoyados por varias organizaciones hicimos
contactos con mucha gente, hasta que al final, encontramos a un hombre que
nos alquilaba cuarenta manzanas de tierra allá en Cerro Bonito, Villa el Triunfo, Departamento de Usulután. Fuimos a ver la tierra y todavía estaba la
gran maicillera que acababan de cortar. No había ningún árbol en todo el
terreno y para sembrar el maicillo le habían metido el tractor.
Celebramos el contrato de arrendamiento ante notario y se le presentó al
gobierno. No tuvieron más opción que dejarnos entrar a nuestro país, y a partir
de ese momento, las negociaciones ya fueron directamente con el embajador,
el ACNUR y funcionarios del Ministerio del Interior, hasta que por fin, el 23
de enero sale el primer grupo hacia Cerro Bonito.
CIUDAD ROMERO EN EL SALVADOR
Ángela Alvarenga:
Yo he sufrido y he luchado toda la vida. Chico y Cristóbal
(su esposo y su hijo), estuvieron presos en Honduras y a
mí, casi me meten al hoyo por andar peleando por ellos.
Allá en Panamá, cuando el primer grupo se iba a venir por
la pica, allí habían anotado a Chico con todos los cipotes
míos, venía Luis, Carmen y Marta; entonces yo les dije
que me venía con ellos también, y fue que agarré las
maletas y me vine a pata por la montaña. Al cuarto día de
camino, como yo era la más viejita que venía en el grupo, me vinieron a
encontrar en un caballo. Y me monto yo en aquel animal, porque si que habíamos
sufrido en todo ese comino, pero para qué fue aquello, si al ratito me votó el
dicho animal ese, y de allí me llevaron toda golpeada.
Cuando ya nos íbamos a venir de Panamá para El Salvador, nos dijeron que
nosotros veníamos en el primer vuelo. Y yo me sentía bien contenta porque
tanto que habíamos luchado por nuestra repatriación, pero cuando llegamos al
aeropuerto, yo ya no sentía alegría, yo lo que sentía era un gran miedo, porque
todo aquello y todas las calles estaban llenas de soldados. Estábamos otra vez
ante aquellos uniformes sangrientos, ante aquella mirada represiva. Yo solo me
acordaba cuando ellos torturaron y casi matan a Chico y Cristóbal allá es
Esparta, y después nos quemaron la casita. Y cuando llegamos allí a El Triunfo,
hasta con tanquetas nos estaban esperando. No nos dejaban pasar, pero llegó
más gente a apoyarnos y entonces le hicimos huevos a enfrentarnos a los
soldados. Después el sacerdote celebró una misa en la iglesia de Villa El
Triunfo, y después agarramos camino para Cerro Bonito. Ya estaban hechas las
champitas de lona donde nos íbamos a alojar.
El último grupo llegó el 27 de enero de 1991 a Cerro Bonito donde se
reencuentra nuevamente toda la comunidad.
El apoyo de las comunidades se hizo sentir así como la solidaridad nacional e
internacional que nos había
acompañado desde Panamá.
Nuestros familiares seguían
llegando para vernos
después de tantos años. La
noticia se regó en todo el
país y la gente seguía
llegando.
En aquel terreno desolado
estábamos en pleno verano,
y las champitas de lona en el solazo, parecían hornos y se levantaban los
grandes remolinos de polvo que nos dejaban aterrados. No había ningún árbol
cerca de las champas y la tierra quemaba los pies descalzos.
De todas partes llegaban familiares. De mi familia habían llegado mis tíos
Ruperto y Gabriel y mi abuelita Chana. Todos emocionados, haciendo preguntas
y ellos comenzaron a contar sus historias: Tío Gabriel anduvo huyendo y vivió
un tiempo en las montañas de Honduras, luego regresó para apoyar la lucha. Tío
Ruperto también vivió en carne viva toda la guerra, no salió de la zona, allí
defendió su familia y siempre fue base de apoyo de los compas. Siempre
andaba de caites, sombrero, su pichinguita de agua, y su matatilla de
totopostes.
Yo estaba muy feliz de conocer a mi abuelita Chana. La última vez que ella me
vio, yo tenía dos años, pero seguía siendo el niño tierno para ella, porque me
consentía mucho. Mi mamá me había contado que en El Salvador teníamos otra
hermana que se llamaba Cristina, y que ella y Mabel eran las que me habían
cargado durante la guinda para Honduras, pero no supimos nada de ella en toda
la guerra. De repente, alguien gritó que venía Cristina, y mi mamá salió
corriendo. Yo solo me quedaba viendo como mi mamá la abrazaba, y me costaba
creer que tenía una hermana más. Cristina lloraba de la emoción al ver a su
familia después de tantos años. Ella también se escapó del cerco militar en
Honduras.
Cristina Reyes Granados
Este es mi hijo Joel, dijo Cristina, nació en medio de la guerra y luego se lo
tuve que dejar a su papá y a su abuelita, porque allí nos iban a matar a los dos.
Lo dejé con la condición que nunca le iban a negar que yo era la mamá. Me fui
para Morazán con Mabel, y las dos trabajábamos en la Radio Venceremos, yo
estaba en el área de Propaganda. Yo ya no pude ver más a mi hijo porque si los
soldados se daban cuenta que era mi hijo lo mataban. Yo solo llorando pasaba
los primeros días, y me quería salir para quedarme con él, pero si los soldados
me hallaban, nos mataban a los dos.
Con el tiempo me acompañé con el papá de mis hijas, pero a él lo hirieron en una
emboscada. Los compas lo sacaron y lo fueron a dejar a una casa de apoyo. Yo
estaba recién parida de Letis, pero me fui a meter hasta allá. A los pocos
minutos la tropa estaba rodeando la casa. ¡Corré, me dijo, aunque sea vos
salvate!... Dicen que lo bajaron a patadas de la cama y lo anduvieron por toda la
casa a patadas y culatazos.
Como al mes llegó una carta diciendo que él estaba preso en el Penal de
Mariona. Entonces fue que me dijeron que me tenía que ir para San Salvador,
para incorporarme allá. Me fui con las tres niñas, sin conocer nada. Allí fue
donde conocí a Noemí y otras monjas, luego busqué los contactos y me
incorporé nuevamente a la lucha.
Cuando nos tomamos la embajada de Costa Rica, el objetivo era exigir la salida
de los lisiados de guerra hacia Cuba u otro país donde se les diera asistencia
médica. Allí conocí a María Pegoste, ella andaba una papa envuelta en papeles y
liada con tirro. Con eso amenazaba a los vigilantes para que no se movieran.
Luego los compas capturaron unos coroneles y los canjearon por varios
comandantes que estaban presos, allí salió el papá de mis niñas y lo mandaron
para Cuba.
Para la ofensiva del 89 yo me fui a Morazán a dejar a las niñas donde la Señora
Jeña. Si no regreso me las cuida, le dije, y me vine que era una sola chillazón.
A mí me tocaba estar en San Ramón, pero cuando llegué a la Universidad
Nacional donde estaba el contacto, ya se habían ido los compañeros. Ni modo
me dijeron, aquí te vas a incorporar, ya no hay tiempo. Vladimir se llamaba el
compañero que había quedado al mando. Y lueguito cientos de soldados,
invadieron la Universidad con tanquetas y aviones.
Rapidito replegaron a los compañeros hacia San Ramón, y nosotros ya no
pudimos salir. Vladimir nos dijo que la cosa se había complicado porque la gente
armada ya no respondía. Que nos coláramos entre los estudiantes, y como había
un montón de gente refugiada en el sótano del edificio de medicina, nos
metimos allí también. Cuando llegaron los soldados, me agarraron del pelo y de
un solo halón me tiraron arriba. Del primer culatazo yo sentí que me quebraron
el pecho. Yo quedé que no podía respirar. Pero más me dolía ver cómo
torturaban a los compañeros. Nosotros ya estábamos preparados
psicológicamente, pero el dolor era insoportable. Nadie se hacía cargo de las
cosas de que se nos acusaban, yo dije que era una vendedora de dulces y nadie
me sacó de allí. El huevo fue que Vladimir nos entregó. Él fue con los soldados a
sacar los fusiles y luego nos fue a señalar uno por uno, incluso lo hicieron
señalar a gente que no conocía porque él a mí no me conocía antes de ese día.
Pero vieran como lo andaban de torturado al pobre, nosotros que sabíamos que
nos estaba entregando a la muerte, lo podíamos entender en ese momento
porque no hay hombre que aguantara eso, esos animales eran horribles.
Nos tuvieron ocho días torturándonos, amarradas, vendadas y sin comer.
Sabíamos que en la comida o en la bebida le ponían drogas para que uno hablara
cosas, por eso yo del tanque del servicio tomaba agua, pero no les agarré nada.
Uno no sabía cuado era de día o de noche.
Un día me dijeron que allí tenían a mi mamá. Si no hablas la vamos a empezar a
descuartizar me decían, y se oían los grandes alaridos de una mujer. Habla hija
de puta me decían: ¿Dónde están las armas? A veces cambiaban de torturador
y llegaba uno nuevo, hablando suave, diciendo que si yo entregaba a los demás y
las armas, nos iban a dar no sé cuantos miles de dólares y nos iban a mandar
para Canadá o cualquier país que nosotros eligiéramos. Pero cuando no nos
sacaban nada comenzaban a golpearnos nuevamente. Quítenle las chiches a esa
vieja decían, y otra ves se escuchaban los alaridos de la mujer que
supuestamente era mi mamá. Yo sólo apretaba los ojos y me ponía a pensar que
esos eran los momentos donde hacen hablar a la gente y decir lo que ellos
quieren que uno diga. Yo solo me acordaba de Vladimir, cuando nos entregó uno
por uno. Yo daba gracias a Dios de que mi mamá y todos ustedes se habían ido a
Panamá.
Cuando vieron que no hablamos, llegó un teniente y me sacó para otro cuarto
junto con una compañera. Yo solo quiero preguntarles qué quieren - nos dijo -,
que pasemos toda la tropa por ustedes y después las matemos, o salir ante las
cámaras entregando todas las armas. Enciérrense en ese baño y lo piensan muy
bien. Así para preparar a mis soldados, porque todos van a pasar por encima de
ustedes.
Cuando nos soltamos la venda en el baño, las dos caímos por allá, desmayadas.
Teníamos ocho días de no ver la luz y sin comer. Ella se paró primero y yo
después. Y usted como se llama me preguntó en vos baja. Yo me llamo Norma le
dije (ese era mi seudónimo). Yo soy Ismelda me dijo ella, soy licenciada… Y nos
abrazamos un buen rato, llorando las dos. Si salimos entregando esas armas nos
van a meter presas un montón de años me dijo. Pero mejor salgamos.
Entonces el cuilio nos llevó un peine y maquillaje para que nos arregláramos, y
cuando salimos donde estaba el Coprefa, allí tenían el gran poco de armas y el
poco de gente presa que también habían estado torturando hasta obligarlos a
hablar. Allí había médicos, profesores, estudiantes, ordenanzas hasta
vigilantes de la Universidad. Dicen que salimos en cadena por todos los canales
y luego nos metieron presos.
En la cárcel a mí nadie me llegaba a ver, y no sabía nada de mis hijas ni de mi
familia en Panamá, pero las visitas que llegaban ponían las cosas en una mesa
común, allí se repartían y también nos daban a las que no teníamos familia.
Cuando por fin salí de la cárcel, regresé a Morazán con mis hijas, y el partido
me asignó otras tareas. Ahora trabajo en CODELUM.
Siempre voy a San Salvador con frecuencia, y ayer (26 de enero 1991) yo
estaba en el Hotel Siesta en un foro, cuando se escuchó por los micrófonos que
diéramos un fuerte aplauso de bienvenida a los compañeros y compañeras de
Ciudad Romero que venían llegando de Panamá.
Ahí viene mi mamá dije yo, y pegué el brinco de donde estaba sentada y salí
corriendo a preguntar. Me dijeron que estaban en el Puerto El Triunfo y hasta
a allá fui a buscarlos. Después me dijeron que no, que era en la Villa El Triunfo,
pero como ya era de noche, me tuve que quedar allá. El ejército tiene retenes
por todas las calles ahora, no se puede andar de noche, por eso vine hasta hoy.
Santiago Reyes:
Lo último que yo supe de mi papá, de mi mamá y de todos ustedes, fue que se
habían ido para Panamá, y durante toda la guerra no supe más nada de ustedes.
Toda la guerra fue difícil, pero lo más difícil yo creo que fue la ofensiva del
once de noviembre del ochenta y nueve. Hasta el tope se llamaba. El objetivo
principal de esa ofensiva era ponerle fin a la guerra. Una de las cosas por las
que nosotros luchábamos era por acabar con la dictadura militar para liberar a
El Salvador de la opresión, y para que los campesinos pudieran tener sus
tierras. Pero el gobierno nuca quiso oír al pueblo y siempre creyeron que con la
millonaria ayuda de los Estados Unidos podían matarnos a puros bombazos. Los
gringos enviaron una flota de aviones artillados y con eso bombardeaban y
quemaban poblaciones enteras.
Al principio nos hicieron muchas bajas y masacraron a las poblaciones cercanas
a nuestros campamentos; pero nosotros cambiamos la estrategia de combate a
guerra de guerrillas, y nuestra fuerza aumentó y se desplegó en todo el país.
Ya no había grandes concentraciones de guerrilleros y difícilmente podían
golpearnos. La aviación ya no les funcionó lo mismo y los obligamos a combatir
en el terreno. Después nos vinieron los AK-47 y la artillería anti aérea. Cuando
nosotros ya teníamos una fuerza considerable, le exigíamos al gobierno que se
sentara a negociar, que resolviera las demandas del pueblo para que hubiera
paz en el país. Pero el gobierno nunca vio en serio nuestros planteamientos y lo
que hacía era aumentar la represión. Entonces el objetivo de la ofensiva del 89
era ponerle fin a la guerra. Habían dos planteamientos fuertes y así nos
explicaron a nosotros: el primero era que íbamos a ganar la guerra con una
victoria militar, a través de las armas; y el segundo era que de no ganar la
victoria militar, nosotros íbamos a golpear al gobierno y al ejército asesino de
Alfredo Cristiani, para debilitarlo de tal manera que se viera obligado a
negociar la paz.
Hubo todo un proceso de concientización a los combatientes, porque se nos
explicó clarito que muchos de nosotros no íbamos a regresar, y que teníamos
que estar dispuestos a ofrendar nuestras vidas para lograr el objetivo final,
que era la paz y la liberación nacional de El Salvador.
A mí me tocó estar en San Miguel. Y nosotros cumplimos con el objetivo,
liberamos San Miguel, estuvimos como doce días en el centro de San Miguel,
también se liberó Chalatenango y otros departamentos, pero el problema fue
en San Salvador. Soyapango fue práticamente destruido por la aviación, y allí
nos hicieron muchas bajas. El pueblo nos apoyó de muchas formas, entonces el
gobierno metía la aviación, por ejemplo Majicanos fue bombardeado también. El
avance de nuestra tropa continuó aunque fuera lento, y el gobierno siguió
bombardeando. Luego el 16 de noviembre ellos ejecutaron la masacre de los
seis sacerdotes Jesuitas. Eso provocó un escándalo y una presión internacional
en contra del gobierno de Alfredo Cristiani.
Nosotros logramos nuestro objetivo final que fue crear las condiciones para
obligar al gobierno a firmar la paz. Nuestra dirigencia del FMLN, no se
equivocó. No logramos una total victoria militar, pero obligamos al gobierno a
negociar. Y obligamos a los gringos también a entender que no iban a
derrotarnos tan fácilmente por las armas, porque aquí se murieron varios
gringos, y vieron caer muchos de sus aviones. Entonces el gobierno de los
Estados Unidos le cortó la ayuda militar al gobierno de Alfredo Cristiani. Eso
fue lo que definitivamente los obligó a negociar, porque sin la intervención de
los Estados Unidos, esta guerra se hubiera acabado hace tiempos.
Pero yo me eché toda la guerra. Nunca más supe nada de mi familia. Si cuando
ustedes vinieron, yo ni cuenta me di. Con Julio nos habíamos separado durante
la guerra y él sí sabía que ustedes habían venido, y con Pastora me habían
andado buscando por todo Morazán hasta que por fin me encontraron allá por
Cabañas donde yo estaba. Me trajeron a conocer la comunidad y a visitar la
familia, porque aquí estaba toda mi familia. Daba gusto ver esta comunidad
como trabajaba de organizada. Yo comparaba a Ciudad Romero con Ciudad
Segundo Montes, bien organizada. Entonces, cuando se firmó la paz, me vine
para Ciudad Romero.
LA CONQUISTA DE LA TIERRA PROMETIDA
Cerro Bonito no era la Tierra Prometida. La comunidad tenía claro que allí
solo estábamos de paso, porque nuestro objetivo era llegar a Nancuchiname.
Me acuerdo que en Panamá, los sacerdotes comparaban la vida de nuestra
comunidad con el éxodo del pueblo de Israel hacia la tierra prometida. Y
nosotros seguíamos allí en Cerro Bonito sin hacer mayores cosas, cocinando,
halando agua, buscando mangos tiernos, yendo a bañar a río etc. Pero después
de casi un mes de espera, mucha gente ya se estaba desesperando y se querían
ir con sus familiares para Nueva Esparta. Entonces la directiva tuvo que
agilizar la salida y el 17 de febrero, se empieza a trasladar la gente en
pequeños grupos hasta El Marrillo, que estaba cerca de la Hacienda
Nancuchiname, donde nosotros habíamos pedido llegar desde que estábamos en
Panamá.
Estas tierras pertenecieron a dos de las catorce familias que dominaban el país
a principios de los 80, la familia Dueñas y la familia Regalado. Durante la
guerra, los grandes terratenientes tuvieron que abandonarlas y luego les
fueron expropiadas por la Reforma Agraria y éstas pasaron a manos de las
cooperativas.
Miguel Alemán, era el Presidente de la Confederación de Cooperativas de la
Reforma Agraria CONFRAS, integrada por siete federaciones de cooperativas,
entre ellas FENACOA, que aglutinaba veintiocho cooperativas, incluida
Nancuchiname.
Miguel Alemán:
En esos momentos, la comandancia general del FMLN, estaba negociando con el
gobierno la desmovilización de las tropas. Yo era parte de la comisión
negociadora y se acordó que cada fuerza integrante del FMLN se ubicara en
diferentes regiones. Así es que al ERP le tocó la zona Oriental y se
desmovilizaron las diferentes fuerzas militares del FMLN.
En el quinto punto de los acuerdos de paz está todo eso. También la estrategia
del Frente incluía alguna toma de tierra. Yo sabía que Nancuchiname tenía una
deuda terrible con el gobierno, era enorme, pasaba de los 34 millones de
colones y el gobierno les andaba cayendo para quitárselas. Entonces fue que se
entabló comunicación con la gente de Ciudad Romero que estaba en Panamá.
Vino una delegación, hicimos una asamblea general con la Cooperativa
Nancuchiname donde se les propuso que aceptaran a Ciudad Romero como
asociados. Ellos estuvieron de acuerdo y así fue, porque era la única forma de
poder entrar legales a estas tierras. De lo contrario era una usurpación. Se
sacó el acuerdo de asamblea general y el punto de acta extendido por la
cooperativa. La gente de la cooperativa estaba contenta porque también ese
era un apoyo para ellos, porque el gobierno ya les andaba encima queriéndoles
quitar la tierra. Nadie quería que el gobierno nos fuera a meter otra gente
aquí, en cambio todos sabíamos que Ciudad Romero era considerada como base
de apoyo del FMLN. Es decir que Ciudad Romero sí entró legalmente a estas
tierras y se siguió el proceso de inscripción a la cooperativa.
Pero ya estando en el puesto, la comunidad solicitó unas tierras que estaban
prácticamente abandonadas, eran grandes mangollaneras y no se trabajaban
desde principios de la guerra. La cooperativa aceptó. Pero la idea era de que
ellos trabajaran en cooperativa, que mantuvieran la tierra colectivamente,
porque es la manera de cómo los campesinos se pueden defender, y pueden
lograr juntos un desarrollo económico social diferente.
Yo tenía el punto de acta y la comunidad lo tenía también. El presidente de
gobierno de El Salvador, Alfredo Cristiani, decía que yo había falsificado la
firma y me hizo una campaña de desprestigio. El gobierno siempre pensó que
estas tierras iban a regresar a manos de los antiguos hacendados.
La primera comunidad Organizada que llegó a esta zona fue Ciudad Romero
Aquí venimos a empezar de nuevo, como si nunca hubiéramos trabajado, como si
nunca hubiéramos tenido nada. En El Marrillo estuvimos viviendo como un mes,
en las casas deterioradas por el tiempo y las balas, abandonadas entre el monte
porque en verdad esta era una zona de conflicto. Eran contadas las familias que
habían tenido el valor o la necesidad de quedarse. Allí conocimos a don Lolo con
su camión amarillo, era el único carro que entraba por esa calle. También
conocimos a Niña Letis, Niña Santana y la gente volvió a encontrarse con Mauro
Fermán. La gente bien contenta cuando lo vio allí.
Al igual que en la montaña, aquí también había mucho zancudos, pero ya
estábamos acostumbrados a convivir con ellos. Nos seguíamos alumbrando con
los candiles porque no había electricidad. Había carretera pero apenas podían
entrar los carros de doble tracción, y en el invierno no pasaban carros. No
había escuela cerca, así que ese año nadie estudió y todos los estudiantes
estábamos incorporados al trabajo comunitario, preparando el lugar de
reasentamiento porque, durante la guerra, el monte y los árboles habían
crecido.
La solidaridad nacional e internacional era una garantía para nosotros y eso nos
daba valor para resistir a las posibles agresiones del ejército que le tenían
miedo a los cheles con cámaras.
En pocos días derribamos la mangollanera, hicimos las champas de lona, y el 12
de marzo del 91 nos trasladamos para el nuevo lugar en Nancuchiname para
terminar de instalarnos. El objetivo era estar listos para el 24 de marzo,
porque Monseñor Romero, ha estado siempre presente en nuestra comunidad.
Nosotros siempre hemos celebrado el 24 de marzo, por eso, en asamblea
general se decidió inaugurar nuestro reasentamiento definitivo de Ciudad
Romero, el 24 de marzo, para hacer una sola celebración de las dos actividades
tan importantes para nuestra comunidad: el reasentamiento definitivo, y el
martirio y resurrección de nuestro pastor y mártir, Monseñor Romero.
Chungo Fuentes:
Gracias al FMLN, a CONFRAS, a las cooperativas Nancuchiname, La Maroma,
Mata de Piña, a otras instituciones y personas que ya vivían aquí en la zona,
como Don Lolo, Niña Letis, Niña Santana, Don Lencho, Remberto, Mercedes,
Niña Pimpa, etc., nosotros entramos legalmente a estas tierras.
Nosotros entramos sin mayores problemas. Lo bueno comenzó cuando Ciudad
Romero se convirtió en la base de apoyo del partido para todo el chorro de
gente que venía atrás de nosotros para la toma de estas tierras. Allí fue donde
al ejército y al gobierno no les gustó porque hasta ese momento digamos que
nos habían respetado, y estábamos trabajando tranquilos. Nosotros éramos la
primera comunidad organizada que llegaba a la zona.
El primer choque con el ejército lo tuvimos en El Marrillo, cuando vinieron los
Refugiados de Nicaragua. Nosotros les apoyamos un poco en la logística y
transporte. El gobierno había dado órdenes de no dejar pasar a más gente a
estas tierras y les pusieron como tres retenes en la entrada de San Marcos.
Allí los detuvieron y hasta baliaron la llanta del camión amarillo que nosotros
enviamos para traer la gente. Los soldados ya sabían que ese camión era de
Ciudad Romero y después nos estuvieron hostigando por eso, nos decían que no
nos metiéramos con la otra gente que ellos no se iban a meter con nosotros.
Ellos sabían que a nosotros no podían sacarnos, porque éramos socios de la
Cooperativa Nancuchiname.
Después vinieron los lisiados de Cuba, ya estábamos nosotros aquí en
Nancuchiname y los recibimos en nuestra comunidad, los alojamos en la casa
comunal que era una galerota de lámina. Luego llegaron unos refugiados de
Costa Rica que también los tuvimos un tiempo con nosotros y luego se fueron
allá para el lado de San Vicente.
Ya por último vino la gente de Segundo Montes y el ejército las sacó de
Lempamar y La Canoa. Estuvieron unos días con nosotros mientras se logró que
ellos tomaran esas tierras. De esa forma se fue llenando de gente esta zona
que ahora conocemos como el Bajo Lempa.
No había agua para tomar y nos tocaba buscar agua en el Río El Espino o en los
pozos de las casas de la gente que vivía en El Zamorano, como Mercedes,
Remberto y niña Pimpa, esa gente nos apoyó bastante.
Desde Cerro Bonito ya se habían incorporado algunos jóvenes a la guerrilla y los
compas venían a reunirse con los jóvenes de vez en cuando. Una noche que hubo
fiesta con el conjunto de la comunidad, vinieron los compas a bailar con los
grandes fusilotes trabados. Se quedaron varios días alrededor de la
comunidad, pero cuando los soldados venían ellos se iban para evitar un
enfrentamiento cerca de la comunidad. Una vez estaban los compas entrenando
en la cancha de fútbol cuando les avisaron que venían los soldados y ellos
salieron en guinda para el lado del río.
Lito, de tío Gabriel, era el que reclutaba los jóvenes. Explicaba las razones por
las que inició la guerra y las razones por las que era necesario seguir luchando
hasta la victoria final. Después de las reuniones varios jóvenes decidían irse
voluntariamente para el Cerro de San Agustín o a San Francisco Javier.
Ya se habían ido varios jóvenes activos en la organización de la comunidad,
entre ellos Pilo, Tito, Julio, Chepe, Sixto, y muchos más. Cuando se fue Tito, mi
mamá casi se muere, porque ella había sufrido durante once años por no saber
nada de mis dos hermanas Vicenta y Cristina que se habían incorporado desde
1980. Todo el mundo quería irse, el mensaje penetraba rápidamente y la gente
se incorporaba. Además la comunidad dio la orientación de que se incorporara
todo el que pudiera. A mí me daba lástima mi mamá, porque ella sufría cada vez
que alguien de la casa se iba. Pero un día, después de la reunión me subí al
camión. Ya se había ido Saúl de Neftalí, Carlos de Bartola y otros cipotes casi
de mi edad (13 años). La última que se había ido de mi casa fue Estenia, y mi
pobre madre sufría. Ya cuando estábamos por salir, llegó Lito, a contar la gente
que llevaba, y se asustó cuando me vio dentro del camión; - ¿Y vos, para dónde
vas? me preguntó. - Para el cerro, le contesté. - Ya querés que mi Tía Antolina
me mate, dijo, porque ella a mí me va a echar la culpa después, mejor bajate
del carro. Y yo me bajé algo avergonzado porque todos los cipotes me estaban
haciendo bulla.
La educación popular, siempre se había dicho
que los niños, que ahora
eran jóvenes, serían el
futuro de nuestra
comunidad. Pero la
mayoría se estaba yendo
al cerro. Es decir que
Ciudad Romero se estaba
quedando sin futuro.
A pesar de estar en
nuestro país, no teníamos una escuela. Desde Panamá se estaban capacitando
como maestros populares algunos jóvenes de la comunidad que habían
terminado octavo o noveno grado. En El Salvador, algunas instituciones como
CIAZO Y ASDI, dieron seguimiento a este programa. Luego también tuvimos la
ayuda de nuestro hermanamiento con Sant Paul de Minnesota.
Mino, Juan Ángel,
Polo de tío Macario,
Julio, Oscar,
Filomena y
Orbelina, fueron
capacitados en unos
meses como
maestros populares
y ellos
desarrollaron un
importante papel en
la educación
popular como se le
llamó. Las primeras
clases se dieron bajo unos árboles de mangollano. Los niños sentados en el
suelo, apoyaban el cuaderno en sus piernas para escribir.
Maximino Sorto fue uno de estos maestros y cuenta que fue una experiencia
muy bonita:
Andábamos todo el tiempo en reuniones tras reuniones y uno sentía que la
cabeza no daba más. Teníamos muchos intercambios y capacitaciones donde
conocíamos otras experiencias como la de Segundo Montes, en Morazán. Eso
nos daba mucho ánimo para seguir adelante, porque la educación popular es
alternativa y uno tiene que ajustarse a los medios con los que cuenta para
aprovecharlos al máximo en beneficio de los niñas y niñas.
Estudiando a cualquier costo. La
educación popular solo cubría hasta
sexto grado. Más de treinta
estudiantes que habíamos
terminado sexto grado en Panamá,
estábamos sin escuela. El siguiente
año, el Servicio Jesuita nos apoyó
con transporte y uniforme para
que estudiáramos tercer ciclo en la
Escuela de San Marcos Lempa, que
estaba a unos 12 Km. de la
Comunidad. Cuando entró el
invierno, la calle se puso muy mala
y los carros se pegaban en los
charcos; entonces nos llevaban en
los tractores de la comunidad. Era
divertido porque unos íbamos
colgados y otros montados en la
rastra. Pero luego ni tractores
pasaban. Todos tuvimos que abandonar la escuela.
El siguiente año (1993), Carlos, de Calixto me dijo que el padre Ángel le estaba
ayudando para estudiar en San Marcos. Decile a tu papá que hable con él, me
dijo, dicen que es bien bravo. Es el padre que vino con los de Nicaragua. Mi
papá no quería que yo estudiara, no sólo porque no tenía dinero y mi mamá
estaba muy enferma, sino también porque era una cuma menos en el trabajo, y
ese año estábamos preparando cuatro manzanas de tierra para la milpa.
Pero mis ganas de estudiar eran tantas que un día decidí hablar yo mismo con
“el cura enojado”. Yo no lo conocía pero ya me lo habían advertido. ¿Y qué
haces aquí tocando mi puerta tan temprano? me dijo (eran las 6 am). Y yo
olvidé las palabras que había memorizado antes de tocar la puerta. Y se echó a
reír. Luego yo le comenté sobre unos alemanes que apoyaban a la comunidad.
Veremos si ellos pueden ayudarte y también a otros de tu comunidad que ya
estoy llevando a San Marcos, porque sus padres me pararon en el camino para
pedirme que les llevara a clases todos los días. Vaya que tú si eres valiente,
mira que venir hasta acá tú solo, y a esta hora. Así me gusta la gente, que
defienda lo que quiere, si es bueno.
El padre Ángel me dio dinero para comprar mis cuadernos,
y mis hermanas, Mabel y Cristina, me ayudaron a
convencer a mi papá, para que me dejara ir a la escuela.
Allá en la escuela me encontré a Carlos, Ilsa, Martina,
Tina, Chovel, Santos, Arsenia, Romelia y Tina. Yo no sabía
que habían tantos romereños estudiando, pero es que
cada quien se las estaba arreglando por su cuenta.
En el verano los charcos de las calles se convertían en
capas gruesas de polvo y uno llegaba hasta cenizo de puro polvo. Pero cuando
entró nuevamente el invierno, la calle se cortó y ya no pudieron pasar los
carros, ni siquiera el del padre Ángel que era 4 x 4.
Entonces, decidimos caminar. Algunos papás como Isidro, Toño Jiménez y Toño
Bonilla, iban a encaminar a sus hijas hasta los manguitos que estaban a una hora
de camino. A las cuatro de la mañana echábamos los zapatos, el uniforme y los
cuadernos en la mochila y comenzábamos a caminar. Al llegar a San Marcos, nos
lavábamos en el río Lempa, sacábamos el uniforme todo arrugado y así nos lo
poníamos.
Casi no nos relacionábamos con los demás estudiantes, menos aún con los de
Nueva Esperanza, porque ellos se burlaban de cómo hablaba la gente de Ciudad
Romero. Ellos también hacían su grupito y varias veces pudimos oír como se
divertían burlándose de nuestra forma de hablar: “vos güirro, andite de juida,
traeme la paila, ya te vide”, y otras palabras que nosotros usábamos en Ciudad
Romero. “Ellos eran los civilizados y nosotros los indios que veníamos de la
selva”. Y de hecho se dieron algunas peleas entre jóvenes.
Don Erick, fue uno de los profesores que más nos ayudó, no fallaba con sus
consejos más que sermones, y siempre nos llamaba la atención por la actitud
que tomaban los dos grupos. Aunque poco a poco nos fuimos adaptando y luego
hicimos algunas amistades.
Las clases terminaban a las doce, y eran otras dos horas caminando de regreso,
para luego incorporarse al trabajo en la milpa. Y cuando yo llegaba a la milpa
como a las dos de la tarde, mis hermanos, que estaban allí desde las seis de la
mañana, me quedaban viendo de mala gana, decían que yo solo estaba
estudiando por no trabajar todo el día. Así que cuando llegaba al trabajo me
sentía obligado a reponer el “tiempo perdido en la escuela”. Salíamos cansados,
pero todavía teníamos energías para jugar un partido de fútbol ya con la
nochecita.
Julio de tía Toña se había comprado un televisor blanco y negro de doce
pulgadas, y como no había energía, lo conectaba en una batería de carro. En la
noche se le llenaba la champita de gente, que hasta le hacían agujeros en las
paredes de ajonjolí, para poder ver desde fuera. Pero después Julio se inventó
cobrar veinticinco centavos de colón para ir a recargar la batería hasta San
Marcos, y los cipotes se la ponían en el lomo desde allá, con tal de no perderse
las películas de Cantinflas y Pedro Infantes.
Lothar Rauer y Sigrid, eran los
representantes del Grupo “Un Solo
Mundo de Wesel”, Alemania, queines
establecieron un hermanamiento con
nuestra comunidad en diciembre de
1991. Ellos eran los que financiaban
nuestras becas a través de padre
Ángel. Nos visitaban cada año y nos
explicaron que estaban trabajando en algunos otros proyectos con la
Comunidad. Nosotros nos pusimos muy contentos porque por fin teníamos una
seguridad de poder seguir nuestros estudios en San Marcos. El siguiente año,
más jóvenes pudieron ir a la escuela junto con nosotros. La calle ya estaba un
poco transitable pero a veces nos dejaba el pick up y teníamos que caminar.
Oscar Armando (Camando) era un amigo en común
que teníamos todos los romereños allí en San Marcos.
A veces le invadíamos la casa y le comíamos todas las
charamuscas. Niña Fita (su madre) se convirtió
también en nuestra amiga, nuestra segunda madre.
Nos recibía muy bien. Allí agarren charamuscas si
quieren nos decía, y en ocasiones hasta nos daba de
comer. Nosotros muriéndonos del hambre, pero
también de la gran vergüenza porque nadie andaba ni
un cinco. Aunque sabíamos que ella lo hacía de todo
corazón, le conmovía ver tanto hambriento y también de ver tanto sacrificio
que nosotros hacíamos para estudiar; porque al principio, la beca solo nos
cubría los útiles y el transporte; para comida o refrigerio nunca teníamos nada.
Chungo Fuentes:
Estábamos saliendo de una guerra. La comunidad tenía un respaldo muy
grande en todos los aspectos. Había mucha gente que quería ayudarnos. Se
comenzó a planificar los grades proyectos para nuestra comunidad, empezando
por el de vivienda y ganadería.
Desde nuestra llegada, el servicio jesuita nos había acompañado en todos los
esfuerzos de proyectos para la comunidad. El ERP que era una de las cinco
organizaciones del FMLN, también nos estaba apoyando mucho, sobretodo con
la cuestión de las tierras para nuestro asentamiento, porque nosotros habíamos
pertenecido a las masas del REP, a las LP28.
Veníamos saliendo de una guerra, y nosotros de una montaña. La comunidad no
tenía capacidad técnica para manejar los grandes proyectos que se habían
planificado. La ayuda de los jesuitas y el ERP, era determinante. Ellos eran los
que sabían. La mayoría de veces, nosotros sólo seguíamos lineamientos; ellos
contrataban los técnicos y todo el personal para manejar los proyectos y los
dineros de los proyectos. Se compró una máquina para fabricar bloques, una
gran planta generadora de electricidad y otras máquinas que nadie sabía cómo
usarlas y nunca se capacitó a nadie. Vino un primero proyecto de viviendas para
la comunidad, pero no se terminó, porque se gastó buena parte de los fondos
para reparar la calle para San Marcos. Era algo necesario porque no había calle
en ese entonces. Las casas solo nos quedaron con el techo de duralita y postes
de cemento, cubierta con lona o jaral de ajonjolí. La directiva estuvo de
acuerdo, ese dinero se iba a reponer para terminar las casas.
Pasamos algunos años viviendo en las champas, pero finalmente iniciamos el
segundo proyecto de viviendas. Aprendimos a fabricar los bloques y
comenzamos a hacer las casas. El diseño para estas casas era grande, piso de
ladrillo, paredes de bloque y techo de duralita. La gente emocionada comenzó a
trabajar con gran entusiasmo. Se formaron los grupos de trabajo por cada
avenida y se comenzó a construir simultáneamente en cuatro avenidas,
cuarenta casas. Lueguito aprendimos a pegar bloques y esas casas iban para
arriba.
La organización funcionaba muy bien. La gente trabajaba parejo. Al mismo
tiempo se estaban desarrollando proyectos agrícolas en colectivo y como nadie
tenía tierras, nadie trabajaba individual, igual que en Panamá. Los dos
tractores amarillos trabajaban todo el día, hicimos decenas de hectáreas de
maíz, ajonjolí, maicillo y hortalizas. Todo el trabajo era colectivo. Fueron
nuestros mejores tiempos porque la comunidad se veía que iba creciendo
rápidamente. Con toda la experiencia en Panamá, nosotros éramos un modelo en
el trabajo colectivo para las demás comunidades, y eso llamaba la atención y el
interés de los donantes por colaborar con nosotros.
Ciudad Romero tenía una oficina en San Salvador. La Comunidad Segundo
Montes nos había apoyado mucho en eso. En la misma oficina de Ciudad Romero,
habilitamos un espacio para Nueva Esperanza que había llegado de Nicaragua.
Compartimos el espacio para que ellos pusieran su oficina, así como Segundo
Montes había hecho con nosotros. Ya estando las dos oficinas funcionando, y
tomando en cuenta que ya había otras comunidades en la zona, surgió la idea de
crear un solo organismo que velara no solamente por Ciudad Romero, sino por
todas las comunidades de la costa. Los jesuitas nos hicieron la propuesta y
nosotros estuvimos de acuerdo porque en ese tiempo teníamos bastante ayuda
y podíamos ayudar a otras comunidades. Ya teníamos tractores, carros,
camiones y ya estábamos construyendo nuestras viviendas.
El planteamiento era muy bueno, nosotros estábamos vivos gracias a la
solidaridad y queríamos ser solidarios. Empezamos a darle forma a la nueva
criatura y en unos pocos días nació la Coordinadora para el Desarrollo de la
Costa (CODECOSTA).
Nosotros la creamos, y a partir de ese momento siempre se siguieron
gestionando los fondos para Ciudad Romero, pero ya como miembros de
CODECOSTA, incluso nuestra oficina, nuestro teléfono y todos nuestros
contactos pasaron a CODECOSTA. La nueva organización comenzó a funcionar
y a recibir los fondos para los proyectos de las comunidades, principalmente la
nuestra. Se ejecutaron decenas de proyectos en beneficio de las comunidades.
Hasta se reparó la calle para San Marcos, porque estaba intransitable, no
podían pasar los camiones con los materiales de los proyectos. Todos
estábamos contentos con la nueva organización que iba a impulsar el desarrollo
de la costa, y Ciudad Romero era la comunidad número uno en el trabajo
colectivo y en la organización. Éramos ejemplo para las demás comunidades de
la zona.
El ERP estaba involucrado en todos estos proyectos desde el principio, y las
cosas iban muy bien, porque también a través de los proyectos, nosotros
apoyábamos la lucha del pueblo salvadoreño, y en ese sentido nosotros
colaboramos bastante con el ERP. Pero eso despertó el interés de gente
aprovechada que inmediatamente tomaron el control de CODECOSTA y
pusieron ellos un director fraudulento. Mauricio Aguilar se llamaba. Y desde
entonces las cosas cambiaron en CODECOSTA. Ya no se respetaron los
porcentajes de colaboración acordados, se pedía dinero a nombre de Ciudad
Romero y ahí venía. Pero a la comunidad no llegaba. Nosotros éramos como la
gallina de los huevos de oro, no hallaban qué hacer con Ciudad Romero, “nos
querían mucho”… Y de repente nos dijeron que ya no había dinero para
continuar el proyecto de viviendas. Solamente habíamos iniciado cuarenta y
cinco casas que tenían hasta nueve hiladas de bloque. Casi toda la gente se
quedó sin ni siquiera iniciar sus casas y condenados a seguir viviendo en las
champitas.
También desviaron setenta y cinco mil dólares de nuestro proyecto de
ganadería. Ese proyecto lo solicitamos recién llegados aquí porque en Panamá
nos fue muy bien con el ganado. Sabíamos que funcionaba por eso lo pedimos,
pero ellos se lo llevaron para California que está a unos quince kilómetros de la
comunidad, diciendo que ahora iba a ser manejado por CODECOSTA para todas
sus comunidades, y el acuerdo no era así. Ese proyecto era de Ciudad Romero.
Luego desviaron noventa y cinco mil colones que venían para la comida de la
gente que estaba trabajando en el proyecto de vivienda, y la gente trabajando
en los proyectos comunales no tenía qué comer. El cheque que nos dieron no
tenía fondos y la directiva no hallaba como hacer para darle de comer a los
trabajadores. Entonces la gente vio que se había parado el trabajo y no había
nada qué comer, el proyecto de ganadería nunca llegó, y entonces comenzaron a
reclamar.
La mayoría de convenios con CODECOSTA y el ERP, eran a nivel de directiva,
habían cosas que la comunidad no podía saber, porque estábamos saliendo de
una guerra y era muy peligroso. Pero las cosas ya no estaban funcionando bien y
nos vimos obligados a separarnos de CODECOSTA y también del ERP. Eso nos
trajo serios problemas porque tuvimos que salirnos de nuestra propia oficina.
Ellos no querían porque se les iba a hacer un gran escándalo, trataron de
impedirlo y no nos querían dejar sacar nuestras cosas porque decían que ya
habían pasado a manos de ellos. Nos amenazaron con quitarnos todo porque si
nos salíamos de CODECOSTA no podíamos llevarnos nada y tampoco podíamos
ser beneficiarios de ningún proyecto.
Nosotros siempre nos salimos, entonces para salvar su pellejo, hicieron una
campaña de difamación de la directiva, acusándonos de haber malversado y
robado los fondos de los proyectos. Nos bloquearon y desprestigiaron a nivel
nacional e internacional. Decían que nosotros éramos traidores, “vende-patria”,
e incluso llegaron a tildarnos de areneros.
Hasta entonces fue que nosotros reunimos a la comunidad, les explicamos todo
lo que estaba pasando. Ellos también llegaron a reunir a la gente e intentaron
desprestigiar a la directiva frente a la comunidad. Pero nosotros ya le
habíamos explicado a la gente. La gente sabía y criticaba los lujos que se daban
algunos directivos en San Salvador, y en ese sentido seguramente se malgastó
algo de dinero, y eso dio lugar a otras interpretaciones, y la misma comunidad
criticaba a la directiva, porque la gente es muy humilde y la mayoría no sabía
leer, pero no es tonta. Pero también la gente sabía que no era esa la razón para
que nos quedáramos sin dinero en la primera parte de ejecución de un proyecto
tan grande como era el de vivienda. Además, todo el mundo sabía que nosotros
no manejábamos la plata de ese proyecto. La directiva solo manejaba pequeños
proyectitos, porque a veces había personas que ayudaban directamente a la
directiva, pero como repito, eran pequeñas cantidades, los grandes proyectos
los manejaba CODECOSTA. La idea de ellos era acabarse a la directiva y seguir
usando la comunidad para sacar pisto. Pero no se los permitimos.
Nos unimos al Partido Revolucionario de Trabajadores Centroamericanos
(PRTC). Nuestro pensamiento ideológico estaba con el proyecto histórico del
FMLN, estos dirigentes del ERP y CODECOSTA con estas acciones estaban
muy lejos de esto, porque la comunidad quedó en la desgracia. Nos quitaron los
proyectos colectivos a pesar de haber sido aprobados para nosotros. Aquí
empieza la etapa más dura para Ciudad Romero después del reasentamiento,
porque con el bloqueo que nos habían hecho a nivel nacional e internacional, la
comunidad ya no pudo, ni ha podido hasta la fecha (2000) gestionar nuevos
proyectos. La comunidad entró en crisis porque la organización se cayó. Los
proyectos agrícolas eran colectivos, la directiva renunció y la comunidad se
había quedado sin dirección. No teníamos proyectos, no teníamos casas, no
teníamos comida, no teníamos directiva, la gente tenía miedo estar en la
directiva y qué hacíamos entonces. Cada quién comenzó a rebuscarse para
hacer su pedacito de milpa. Los proyectos agrícolas se quedaron a medio andar
porque no había fondos para continuarlos de forma colectiva y nadie quien
supiera administrarlos. Tuvimos que repartirlos para que la gente se aliviara un
poco. Nos pasó igualito que en Panamá cuando el ACNUR nos quitó la ayuda.
Acababa de pasar la guerra y todavía era peligroso. Sí había una directiva, pero
estaba tan desprestigiada y sin autoridad, que no servía de mucho. La compaña
de Codecosta había funcionado incluso dentro de un sector de la comunidad.
Nadie quería asumir la responsabilidad de ser directivo. A veces llegaban
delegaciones directamente a la comunidad y no había quién los atendiera,
porque los directivos que estaban medio funcionando estaban trabajando en su
milpa. La comunidad en ese momento se dividió en vez de unirse para buscar
una salida en común al problema.
Pero el problema todavía se extendió a las comunidades de la zona que se
quedaron con CODECOSTA, también se ocuparon de difamarnos ante las
comunidades vecinas, diciendo que nos salimos del ERP, porque nos habíamos
vendido y que éramos areneros, traidores nos decían… Después de la vida que
nosotros hemos tenido que pasar desde que los soldados nos quemaron las
casas, los años de lucha en esos cerros, los muertos que nos ha costado, los
diez años de exilio, y que ahora alguien nos llame areneros es una ofensa muy
grande. Y tuvimos que soportar toda clase de insultos.
Concientes o inconcientemente, algunas comunidades y personas se prestaron a
la campaña sucia de CODECOSTA. Yo creo que allí está el fondo de los
problemas que luego tuvimos con la directiva y los que dirigían Nueva
Esperanza, lo que llevó a romper las buenas relaciones que un día existió entre
las dos comunidades. Ellos se quedaron en CODECOSTA y con el ERP. Y
nosotros nos tuvimos que salir. En el PRTC, la cosa era diferente. Nosotros nos
salimos del ERP, pero seguimos dentro del partido; sin embargo, unos meses
más tarde, Joaquín Villalobos y Guadalupe Martínez que eran de la máxima
dirigencia del ERP traicionaron al partido, llevándose una buena cantidad de
diputados.
Finalmente CODECOSTA se quedó con todo, y siguieron manejando grandes
proyectos en aquellas comunidades que se quedaron con ellos. A Ciudad Romero
prácticamente la borraron del mapa con la gran campaña de desprestigio.
Nosotros sí queríamos trabajar en comunidad, porque desde que se fundó
Ciudad Romero en 1981, hemos trabajado juntos y tenemos una gran
experiencia en el trabajo colectivo. Por eso mismo sabíamos que las cosas no
iban a funcionar de la forma en que CODECOSTA lo estaba planteando. Incluso
hubo un momento en que estuvimos de acuerdo en compartir el proyecto de
ganadería porque dijeron que nos iban a dar el 25%. Pero cuando pedimos ese
veinticinco por ciento para que fuera administrado por la comunidad no lo
quisieron entregar. Querían que todas las comunidades estuvieran unidas pero
ellos querían tener el control de todo, eran ellos los que tomaban las decisiones
por encima de la voluntad de las comunidades. Allí fue donde nosotros no
estuvimos de acuerdo.
La ayuda técnica y en otras áreas por parte de las instituciones es muy buena
siempre que se respete la voluntad de la comunidad, pero ese no era el caso de
la nueva directiva fraudulenta de CODECOSTA. Eran un tajo de aprovechados,
vividores. El proyecto de ganadería terminaron repartiéndoselo, y como era de
esperarse, CODECOSTA desapareció más tarde.
Miguel Alemán:
El problema con CODECOSTA fue que hubo cambio forzoso y fraudulento de
directiva, porque hubo gente que quiso manejar las cosas a su manera, incluso
hay uno de ellos que se fue hoy con la última deserción del FMLN, junto con el
alcalde de San Salvador Rivas Zamora, se salió del partido hablando pestes.
Mauricio Aguilar se llama. Esa gente iba en el camino de buscar intereses
personales, eso fue lo que no gustó a la gente de Ciudad Romero.
Ciudad Romero cayó en un momento de decepción bien grave. También ellos
debieron cometer algún error, porque tenían el derecho de pedir información
sobre los proyectos. ¿Por qué lo empiezan? ¿Por qué no lo terminan? A saber de
qué manera es que estaban trabajando los directivos, y como después
renunciaron, no había forma de saber.
Mauricio ya no era del ERP. No hombre, si ese señor es como el mono que ha
andado toda la vida de rama en rama, y no estaba solo. Se hacía pasar como
miembro del ERP, pero no lo era, porque estuvo en FASTRAS y yo lo mandé al
carajo, él no era ninguno de los mandos del ERP. Tal vez algún mando medio.
No recuerdo quién era el presidente de CODECOSTA, pero este Mauricio hizo
una jugada bien fea. Hicieron una asamblea fantasma, eligieron a una nueva
junta directiva de CODECOSTA y se colocó él a la cabeza. Se fue al ministerio
a asentar la nueva directiva. Indudablemente pagó, porque le metieron juicio y
lo ganó. La abogada que pusieron para acusarlo era amiga de él y no le hizo el
trabajo a la comunidad sino a él.
No ha sido tan honesto. Incluso se había incrustado aquí. Nos dijo que las
comunidades lo estaban pidiendo para diputado y yo me quedé asustado porque
sabía quien era. Es una persona que no merece respeto por todo lo que hizo, en
esos momentos se venía saliendo de un conflicto y la gente venía atemorizada.
Hubo mucho dinero para ayudar a las comunidades y los que administraban esos
fondos se quedaron con ellos. Es posible que así fue como sucedió, y yo
descarto que haya sido orden del ERP. Aunque por supuesto que Joaquín
Villalobos debió estar detrás de todo esto. Yo entiendo que la comunidad o los
directivos hayan tenido temor, o respeto a esta gente por haber pertenecido al
ERP. Todavía hay gente que cuando ve a alguien que fue su jefe de pelotón, le
guardan un gran respeto, y hasta se le cuadran; aunque después se haya hecho
un gran pícaro o corrupto. No si la guerra ya había pasado y a esa gente había
que tratarla como lo que era. Con ese cheque sin fondos que les dio, era
suficiente para ponerlo preso, les dio un cheque sin fondos por setenta y cinco
mil pesos. Y la pobre gente después no tenía que comer.
Quien se tomó CODECOSTA fueron personas particulares que pertenecieron al
ERP durante la guerra pero en esos momentos ya no representaban al ERP.
Porque con FASTRAS lo mismo pasó, gente que había sido mandos medios del
ERP llegaron a destruirla, y se la acabaron. Yo por eso renuncié”.
Padre Ángel:
CODECOSTA fue llevada en sus principios por el Servicio Jesuita para
Refugiados. Ellos fueron quienes inventaron y sacaron adelante Codecosta. Tal
vez en concordancia con el FMLN. Y eran los que traían grandes cantidades de
dinero para el proyecto general a través de Servicio Jesuitas para Refugiados
mundial, que ellos tenían entonces. Y pusieron al frente de Codecosta a una
mujer técnica bien preparada- no recuerdo su nombre, pero yo la conocí y era
bien honesta, aunque era eso, una técnica, una profesional -.
Ella fue quien dirigió el desvío de fondos del primer proyecto de viviendas para
la primera reparación de la carretera entre El Zamorán y San Marcos Lempa,
primero por la urgencia y necesidad, porque estábamos aislados durante las
lluvias y, segundo, pienso yo, porque creerían recuperar ese dinero en algún
otro proyecto internacional solidario. Pero los fondos de la vivienda empleados
en la carretera nunca llegaron por otro medio y aquí fue el primer fracaso de
Codecosta y sus consecuencias en Ciudad Romero. Tengo entendido que al
menos se gastaron más de cien mil colones de los de entonces en esa primera y
vital reparación de la carretera. Allí estaban dirigiendo las obras gente de
Ciudad Romero, como Neftalí, Chungo y otros, que se turnaban viendo los
avances. También Nueva Esperanza participó con una pequeña cantidad en
proporción al total, como un 10 % del total, pero entonces sus directivos eran
Armando Martínez y Gloria Núñez y en un ejercicio de responsabilidad dijeron
que Nueva Esperanza no podía aportar más, que eran pobres, que no tenían
apoyos tan grandes como Ciudad Romero. Y, en efecto, fue Ciudad Romero
quien puso la gran mayoría del dinero para esa imprescindible primera gran
reparación de la calle de El Zamorán a San Marcos después de doce años de
abandono y guerra. Lo que sucede fue que nunca se logró recuperar los fondos
invertidos y la gente de Ciudad Romero fue la afectada en otros proyectos
importantes y le vino una gran crisis. Gloria Núñez y Armando Martínez
estuvieron directamente metidos en estos días en estos asuntos de parte de
Nueva Esperanza y pueden ampliar el testimonio. De aquí fue que Servicio
Jesuitas abandonara Codecosta y lo tomara el ERP. Pero, al comienzo,
Codecosta del ERP no lo llevaba Mauricio Aguilar. Eso fue después. Aunque sin
tantos fondos como antes, este primer Codecosta administrado por el ERP
ayudó a las comunidades con proyectos agrícolas, de letrinas y otros, que ellos
gestionaron bien. Más adelante fue que se metió Mauricio Aguilar y
comenzaron los problemas de manejo de fondos. Y los problemas no fueron
sólo con Ciudad Romero. Nueva Esperanza se salió pronto también de
Codecosta por manejos poco claros de ésta, a partir de entonces, y
organizaciones como la importante cooperativa de microcréditos de mujeres
del Bajo Lempa ACAMG, que se estaba formando, tuvo que romper con él y con
Codecosta por el mismo motivo que Ciudad Romero antes. Entonces fue que se
acabó Codecosta del todo.
Chungo Fuentes:
A la par de todo esto, nosotros traíamos la lucha por la tierra. Ciudad
Romero con más de 600 habitantes era la comunidad más grande de la zona.
Una vez me lo dijo el capitán Burgos (1992) cuando trajeron la gente de Nuevo
Amanecer: Dígannos hasta dónde quieren ustedes la tierra de Ciudad Romero y
nosotros mismos se las medimos, pero apártense de las otras comunidades, que
nosotros vamos a decidir que hacer con ellos. Incluso nos ofrecieron darnos
tierra comunal y parcelarnos tres manzanas a cada familia, pero que no
apoyáramos a las demás comunidades. Nosotros pudimos haber resuelto
nuestro problema de las tierras bien facilito y no nos hubiéramos complicado la
vida. Pero nosotros también estábamos aquí para apoyar el proceso y éramos en
ese momento como el corazón de todo el esfuerzo en la zona. No habían dado
una gran responsabilidad.
Entonces cuando el ejército vio que no podía negociar con nosotros en esos
términos, y como ya tenían la gente de Nuevo Amanecer allí en El Zamorán, lo
que hicieron fue meter la tropa por la fuerza y nos quitaron toda la tierra que
nosotros teníamos para el lado de La Limonera y comenzaron a meter su gente.
Nosotros hicimos la lucha pero fue imposible porque no solo estaba el ejército
sino también la gente que ellos habían traído. Eso podía terminar en una
matanza entre los mismos campesinos, porque ellos también eran campesinos.
Eso fue el 14 de enero del 92, dos días antes de la firma de los acuerdo de paz.
Aunque nosotros éramos el triple de gente que ellos, tratamos de evitar una
tragedia. Dejamos que nos quitaran una buena parte de la tierra que nos había
dado Nancuchiname, y después de ser la primera comunidad que aseguró sus
tierras, ahora no teníamos casi nada, nos quitaron más de la mitad de las
tierras. Nueva Esperanza ya estaba ubicada del otro lado del río, y para dónde
nos hacíamos nosotros, si para entonces ya todas las tierras estaban tomadas.
Al final tuvimos que andar peleando para conseguir un pedacito de tierra por
aquí, otro pedacito por allá. En Salinas del Potrero conseguimos una parte,
luego la Cooperativa Nancuchiname nos dio otro poquito allá por la Noria y como
no alcanzaba, al final tuvimos que tomarnos la montaña. Esa lucha si fue dura
porque allí si brincó el ejército y el gobierno, pero como ellos nos habían
quitado nuestras tierras, al final accedieron.
La población aumentó considerablemente debido a que nuestros familiares que
se quedaron durante la guerra, decidieron reunificarse en esta comunidad. Por
ejemplo, si alguien sabía que su pariente estaba en La Unión o Morazán, hablaba
con la directiva para conseguirles un solar o una parcela y se los traían. Así se
vino mucha gente incluso gente que no eran nuestros parientes pero que eran
vecinos de alguno de ellos y pedía ayuda. Para estos casos la comunidad se
reunía, porque las tierras ya estaban delimitadas y cada familia nueva que
entraba, hacía más pequeña las parcelas del resto de la comunidad. Pero a
pesar de eso, la comunidad siempre fue muy solidaria y así se le ayudó a
muchas familias.
Después de los problemas con CODECOSTA, la gente estaba desmoralizada y
la organización de la comunidad estaba tirada. La tierra nos había quedado
dividida, ya no había proyectos comunales. Entonces fue que se decidió
parcelar y repartir las tierras, en 1995. En 1996, la Unión Europea nos ayudó
para la escrituración de nuestras parcelas.
LA IGLESIA Y LA SOLIDARIDAD
Lothar y Sigrid, siguieron visitando la comunidad cada año, a pesar de que
también rompieron sus
relaciones con la directiva. Ellos
decidieron trabajar
directamente con ciertos
sectores de la comunidad como
las mujeres en el comedor, el proyecto de becas del padre Ángel, la
Cooperativa Romerito y la guardería infantil. Gracias a este hermanamiento se
fortaleció el comité de mujeres, se mejoró la guardería y la alimentación de los
niños, y muchos jóvenes tuvimos la oportunidad de seguir estudiando.
También sobrevivió el hermanamiento con St. Paúl de Minnesota, aunque ya no
con la misma intensidad. Los maestros populares seguían haciendo su trabajo
para garantizar la educación hasta sexto grado. Mientras tanto nosotros
seguíamos yendo a la escuela de San Marcos.
En la parte pastoral, la hermana Helena y el Padre Jesús de Jiquilisco, nos
estuvieron apoyando. Después, vino el padre Miguel Kenedy que era jesuita. El
padre Miguel trabajó mucho y aquí se quedaba con nosotros; ese fue el primer
sacerdote que se estableció en la comunidad, pero lamentablemente se fe
después de todos los problemas que luego hubo, con Jorge, con la directiva y
con Codecosta. Desde que se fueron los jesuitas nos habíamos quedado sin
sacerdote en la comunidad. Entonces el padre Angel Arnaíz, que habían venido
con la comunidad Nueva Esperanza, venía a celebrar la eucaristía hasta que
llegó el padre Paulino. El padre Paulino ya llevaba muchos años en Jiquilisco, y
nos lo mandaron para acá. Tenía como setenta años, era amigable pero muy
estricto en sus asuntos. Le gustaban mucho los cacahuates y siempre les
llamaba cacahuate o cacahuatillo a los niños. Por eso la gente solo le decía el
Padre Cacahuate.
Miguel Ángel La Fuentes, era un joven seminarista que había llegado junto con
el Padre Paulino. Ambos eran de la Congregación Pasionista, españoles y con
ganas de trabajar con la comunidad. la gente los recibió muy contentos, y
comenzaron a trabajar. Con bloques que habían quedado del proyecto de
viviendas, se construyó la casita pastoral, y con horcones de tigüilote y lámina,
si hizo una ranchita para celebrar las misas. Se levantó el trabajo pastoral con
el coro y la catequesis para los niños. Paulino vivía en Ciudad Romero, pero
también atendía otras comunidades como La Limonera y Sisiguayo. Miguel
Ángel realizó un gran trabajo con la juventud y los niños. Gracias a ellos y al
trabajo de la gente, luego se construyó la Capilla y se colocó el mural de San
Romero de América que traíamos desde Panamá. Cuando salimos de la montaña
cortamos la pared de la capilla y nos trajimos nuestro mural que es como un
tesoro patrimonial de la comunidad.
Se levantó con mucho éxito una
granja de gallinas, que el padre
extendió su mercado de huevos por
casi toda la zona. Estos son los
huevos de Cacahuate decía la gente y
todo el mundo compraba los huevos.
Con ellos se fundó la guardería
comunal. Las y los jóvenes
catequistas también colaboramos un
poco en este proyecto que luego fue
apoyado y mejorado por nuestro Hermanamiento con Alemania. La iglesia era
bastante fuerte entonces, todo el mundo estaba en misa, los niños en la
catequesis y con el grupo de teatro dramatizábamos los evangelios. Algo
parecido como en Panamá.
LOS JÓVENES DE CIUDAD ROMERO
Ya teníamos como tres años de vivir en este país y todavía no conocíamos San
Salvador. Jefrin que nos había acompañado desde Panamá, era nuestro
profesor de teatro y junto con Miguel preparábamos las diferentes actividades
de la comunidad; para semana santa, para el 24 de marzo, para el día de las
madres, las posadas y pastorelas en navidad etc.
Polo y yo,
estábamos en el
grupo de teatro
de la comunidad,
y Jefrin que era
nuestro
profesor de
teatro, decidió
llevarnos a San
Salvador. Voy a
llevarlos a que
voten el tufito a
monte, nos dijo
cuando estábamos subiendo al carro. Esa noche amanecimos viendo películas en
el tele. Teníamos que aprovechar porque en Romero se pagaban veinticinco
centavos para ver una novela. El siguiente día por la noche, Jefrin y Anayra nos
llevaron al cine para ver “La Garra”. Nunca olvido esa película porque nosotros
ya teníamos diecisiete años y nunca habíamos visto “un televisor tan grande”.
Nos parecía que el león ya se salía y nos comía ahí mismo.
El siguiente día nos dieron un librito a cada uno y nos vinieron a dejar a la casa.
“Cuando terminen el libro haremos otro paseo, nos dijeron”. Yo no estaba
acostumbrado a leer. Pero esa misma noche comencé a leer el libro con la luz
del candil, porque en el día no se podía, no había tiempo para esas cosas. Si uno
se ponía a leer durante el día, mi papá nos mandaba a hacer cualquier cosa, para
que no estuviéramos haraganeando, decía.
Yo admiraba mucho todo lo que Jefrin y Miguel Ángel hacían. A tal grado que
estuvieron a punto de convencerme de estudiar para sacerdote. Incluso Jefrin
me había llevado a la UCA, me presentó con el padre Tojeira como un joven de
Ciudad Romero y futuro novicio de la Compañía de Jesús. El problema fue que
ellos se casaron antes de que yo entrara. Unos años después, el padre Paulino y
Miguel Ángel se fueron de la Comunidad. Bueno, Miguel Ángel, como era
pasionista, se apasionó con una joven bióloga que vino a trabajar a la zona.
Nuestra relación con Lothar y Sigrid había venido creciendo a pesar de que
ellos no hablaban español. Nos dijeron que iban a ampliar las becas para los que
quisiéramos seguir estudiando Bachillerato en el Instituto Nacional de
Jiquilisco. Siete nos graduamos de noveno grado, en el 96, y ya había otros
cinco en el bachillerato. En Jiquilisco, algunas familias nos alquilaban pequeños
cuartitos para quedarnos durante la semana y el viernes por la tarde nos
veníamos para la Comunidad.
Ese fue un cambio drástico en mi vida, pero muy bueno, porque me di cuenta
que sin haberme
casado me había
librado de la Patria
Potestad, y la figura
del paterfamilia
desapareció de
repente. Entonces
yo tenía mucho más tiempo para estudiar. Los sábados trabajaba en las
actividades agrícolas y el domingo en las actividades comunitarias y religiosas.
Yo era catequista y tocaba la guitarra en el coro.
Fuimos los primeros romereños en la universidad, después de tanto
sacrificio. Aunque es justo aclarar que en Panamá, Eusebia Sosa, fue la
primera estudiante universitaria, que luego se graduó como una profesora. Ella
estaba casada con Diomedez, un panameño que trabajó mucho con nosotros en
los proyectos colectivos en la montaña, y decidieron quedarse en Penonomé.
Ese fue el caso de varias jóvenes en Panamá, sin embargo hubo dos mujeres que
se trajeron su panameño para El Salvador.
Pero aquí en el Instituto Nacional de Jiquilisco, se graduaron las primeras cinco
bachilleres y cuatro de ellas pudieron continuar sus estudios en la universidad.
Mena, Orbelina, Romelia y Tina, fueron las primeras romereñas en la
Universidad aquí en El Salvador. Arcenia, también era parte de este primer
grupo pero ella decidió irse a los Estados Unidos.
En el segundo grupo éramos siete bachilleres pero cinco se fueron a USA y solo
dos nos graduamos. El otro también se fue y solamente yo entre la universidad
para estudiar Derecho.
Del tercer grupo, todos terminaron su bachillerato pero solamente Estela tuvo
acceso a una beca para enfermería. Más sin embargo por esfuerzo propio y
gestión con otras instituciones, Polo y Yaneth, lograron sacar un profesorado
mientras trabajaban como maestros populares.
Durante el proceso de repatriación,
los jóvenes jugamos un papel muy
importante, sobre todo en las
comisiones de comunicación,
animación y propaganda. Una vez
establecidos en El Salvador, fueron
los pioneros de la educación popular.
En marzo de 1995 vino un proyecto
para los jóvenes, apoyados por el Centro para la Promoción de los Derechos
Humanos “Madeleine Lagadec”. En asamblea juvenil se definieron los talleres a
realizar: taller de dibujo, pintura, música y se establecieron los grupos y
horarios para dar seguimiento al proceso. Además, se formaron las comisiones
de deporte, de TV y video, y la comisión de construcción.
La preparación fue continua y progresiva. El involucramiento de 48 mujeres y
47 hombres, permitió que la junta directiva y los comités fueran conformados
por jóvenes de ambos sexos. La junta directiva juvenil tuvo un papel decisivo en
la resolución de las dificultades en todo el proyecto y se consiguió que los y las
jóvenes nos sintiéramos más responsables de lo que pretendíamos hacer.
Para la construcción de la obra comunitaria, nos organizamos en grupos de
trabajo conformados por 7 a 10 jóvenes que trabajábamos todos los días
laborales de 1.00 a 5.00 p.m. y los sábados todo el día. El proyecto contemplaba
la construcción de tres importantes obras como un centro juvenil, una galera
anexa a éste y la cancha de básketbol.
La inauguración del
centro juvenil tuvo lugar el
11 de noviembre del 95, y
con esto se cubría la
primera meta. En
diciembre se empieza la
construcción en la
cancha siguiendo el
mismo proceso utilizado
para la construcción del
centro juvenil y la
galera. La cancha fue inaugurada en mayo de 1996.
La construcción, si bien fue un buen motivo para la organización, que funcionó
muy bien en Ciudad Romero, resulto un proceso demasiado pesado, pero al final
lo habíamos logrado. Sólo de ver todo esto construido nos sentíamos felices,
porque ya organizados podríamos planificar lo que quisiéramos para conquistar
un mejor futuro para cada uno de los jóvenes, un mejor desarrollo para la
comunidad, un ejemplo bueno y orientado para todos los pequeños.
La organización se mantuvo fuerte y muy bonita durante los dos años que duró
el proyecto. Pero la situación económica en la comunidad era muy difícil y la
gente adulta estaba emigrando a los Estados Unidos. De los 95 jóvenes
organizados solamente como veinte estábamos estudiando, el resto se dedicaba
exclusivamente a las actividades agrícolas y de pastoreo.
Casi todos los miembros de la directiva se fueron a los Estados Unidos y la
organización se fue cayendo poco a poco, aunque el centro siempre siguió
funcionando de cualquier manera, hasta que el huracán Mitch acabó con todo.
Se dañó la mesa de pimpon, los instrumentos musicales, todos los libros de la
pequeña biblioteca entre otros.
El problema de las maras estaba azotando todo el país. En Ciudad Romero
nunca hubo maras, pero algunos jóvenes alienados decían ser mareros. Por
ejemplo el Mardoqueo que se metió al cuartel y de allí salió medio loco, fumaba
drogas y buscaba problemas con medio mundo, se desnudaba y caminaba sin
ropa por las calles, entraba a las casas y trataba de abusar de las mujeres,
hasta que alguien lo ultimó a balazos.
En la escuela había en esos momentos un caos total. Los maestros populares
todos se habían retirado en la medida que el gobierno iba creando nuevas
plazas y contratando nuevos profesores de afuera, dejando de lado a los
maestros populares. Entonces empezamos también la lucha para mejorar la
escuela.
En 1999 solo habíamos quedado unos 12 de los 95 jóvenes que estuvimos
organizados. De estos algunos se acompañaron y el resto continuamos
estudiando gracias al proyecto de becas y al programa de educadores
populares, porque nadie tenía dinero para pagar el privilegio de estudiar en
este país. Los pocos que pudimos entrar a la universidad, teníamos la obligación
moral de trabajar en las actividades comunitarias, y tratar de orientar y
motivar a los nuevos jóvenes para que se involucraran también. Casi todos e
incluso los adultos que inyectaban dinamismo en la comunidad, se habían ido y la
situación cada día se ponía más difícil, pues la mayoría de las familias ya
estaban desintegradas.
La mayoría no veía como sobrevivir aquí, irse de mojados no era lo más fácil
porque allí se juego la vida. Pero para muchos, eso es preferible comparando su
situación aquí. A veces yo venía de San Salvador los viernes por la tarde, y
después de hablar un poco con mi mamá y mi papá, salía a caminar por ahí; pero
todos mis amigos y la generación con la que yo crecí ya no estaban, el centro
juvenil cerrado, la cancha de fútbol y básquetbol, vacías y yo no hallaba que
hacer aquí.
Entonces me fui metiendo en el trabajo de organización con los nuevos jóvenes
que iban creciendo. Katherine, una inglesa que había venido a la zona, venía
impulsando un proyecto de música, y montamos una pequeña escuelita con
clases de guitarra que yo impartía en el centro juvenil… La Coordinadora del
Bajo Lempa era, una nueva organización que desde que nació en 1996, venía
tomando fuerza en la zona y tenía su oficina en Ciudad Romero. Habíamos
tenido reuniones con Chencho Alas, Arístides y otros representantes de La
Coordinadora. Ellos tenían el Programa “Cultura de Paz”, un proyecto financiado
por la Fundación para la autosuficiencia, orientado a los jóvenes de la zona, y
ese fue un buen gancho para las primeras convocatorias de jóvenes. Uno de los
proyectos que hicimos con La Coordinadora, fue pintar la mayoría de casas de
la comunidad. Ellos consiguieron la pintura y nosotros fuimos casa por casa
pintando. Hacíamos las cuadrías de jóvenes y nos distribuíamos por las casas.
Muchas de las paredes habían sido manchadas por los mareros que trataban de
meterse a la comunidad. Los dueños de las casas a veces nos daban una
colaboración y ese fondo nos servía para fortalecer la organización, o dar un
pequeño refrigerio a los trabajadores.
En marzo de 2001, se elige la nueva Directiva de Jóvenes de Ciudad Romero.
Estuvimos de acuerdo en que lo primero que había que hacer era cambiar la
directiva Central de la comunidad que no estaba funcionando. Convocamos a
reunión a la directiva central en funciones, integrada por dos personas, para
plantearles nuestra situación y solicitar que convocaran a elecciones porque su
período ya había terminado.
Unas semanas después, se formaron grupos de jóvenes para pasar una
encuesta en toda la comunidad y que la gente propusiera los candidatos a la
nueva directiva. Como era de esperarse, hubo toda clase de opiniones, “de
todos modos pasa una y otra directiva y nosotros seguimos lo mismo”, “si los
viejos no han hecho nada que van a hacer ustedes”, decían.
Sabíamos que mucha gente no aceptaba participar en las directivas. Entonces
hablamos con cada uno de los candidatos propuestos. Algunos aceptaban, pero
otros decían que no podían descuidar sus trabajos personales como la milpa, las
vacas, etc. Otros decían que mejor se iban para el norte, a buscar trabajo para
ayudar a su familia. Otros que ya estaban cansados de servir a la comunidad.
De manera que solo quedaron once de las cuarenta propuestas, incluidos Virgilio
y yo como propuesta de los jóvenes, pero entre estos habíamos parientes
cercanos como el caso de Mario, Chela y Wilfredo; o el caso de Cristina,
Virgilio y yo que éramos hermanos. Finalmente solo quedaron siete candidatos a
la nueva junta directiva comunal.
En julio del mismo año convocamos a asamblea general para la elección de nueva
Junta Directiva y ese mismo día se dio la toma de posesión. Sin duda alguna,
todo esto marcaba la historia de la Comunidad, no solo porque era un proceso
de reformas positivas impulsadas por jóvenes; sino porque además era la
primera vez que en los veinte años de fundada la comunidad, una mujer era
presidente, Santos Cristina Reyes Granados.
Durante los dos años de gestión de la nueva directiva (2001-2003) se lograron
grandes proyectos para la comunidad, entre ellos el de alumbrado público y
reparación de las calles, en gestión con la alcaldía de Jiquilisco gobernada por
el FMLN; el proyecto de agua potable que necesitó la organización de toda la
comunidad, que fue un gran proyecto para toda la zona, donde ya Ciudad
Romero se había quedado afuera por falta de organización, pero con la nueva
directiva le entramos con todo y logramos incorporarnos. Ciudad Romero era la
comunidad más grande y por lo tanto la que más mano de obra aportó a este
proyecto, cada familia trabajó al menos unos cincuenta jornales. Después se
consiguió un pequeño proyecto de viviendas a través de la Coordinadora, un
proyecto de letrinas con MSM. Además logramos reestablecer contactos con
nuestro hermanamiento en Minnesota, con quienes se inició la gestión para
construir la casa comunal. También hubo un mayor acercamiento con nuestro
hermanamiento en Alemania (Lothar y Sigrid). Formalmente yo no era parte de
esta directiva pero participaba en la mayoría de reuniones, con derecho a voto,
la directiva me dio esas facultades, y apoyé en todo lo que pude, especialmente
en la gestión y comunicación.
Durante ese período apareció como mandado del cielo, el padre Arturo
Escalante, porque como decía al inicio de este título, los problemas eran
grandes en la comunidad, pero además teníamos el problema con las maras que
trataban de meterse, y el padre Arturo inició un trabajo muy importante con
los jóvenes que estaban siendo inducidos a las maras. Nosotros ya estabamos
trabajando con el programa Cultura de Paz, y el padre Arturo vino a reforzarlo.
Al igual que el padre Paulino, además del trabajo pastoral, se involucró de lleno
en los problemas y los quehaceres de la comunidad, porque la verdad es que no
permitimos que las maras se establecieran. Supimos pararlos a tiempo. El padre
Arturo se ganó en poco tiempo el cariño de la gente, y lo considerábamos como
propio, de la casa, el padre de Ciudad Romero, decía la gente con toda
propiedad. Después siguió trabajando con La Coordinadora en otras
comunidades de la zona. Pero el padre Arturo solo venía por dos años y luego se
fue. Luego vino por unos meses más el padre Pilar, pero también fue. Desde
entonces, el trabajo pastoral que ellos realizaban se fue desvaneciendo, y
menos gente participaba en las misas, en el coro y en la catequesis.
En realidad no es que nos hayamos quedado sin sacerdote, porque desde el
principio siempre hemos tenido al padre Ángel y por lo menos las misas nunca
han faltado en la comunidad. La gente aquí es muy celosa y como Paulino,
Arturo y Pilar vivían y trabajaban en Ciudad Romero, ellos han sido los padres
de Ciudad Romero; y como el padre Ángel vive y trabaja mayoritariamente en
Nueva Esperanza, pues entonces el padre Ángel es de Nueva Esperanza. Así lo
ha considerado la gente, sin embargo en los últimos años, el padre Ángel ha
dedicado más tiempo a la comunidad, se ha ido ganando el cariño de la gente y
actualmente es el padre a cargo de atender a nuestra comunidad.
LOS MAESTROS POPULARES
Maximino Sorto:
La lucha desde la educación popular fue grande. Se hizo mucho, pero a la par de
todos estos esfuerzos debía ir el desarrollo económico, y no era así. La
situación en el país estaba crítica, y en Ciudad Romero también.
Ya en los últimos años, a los maestros populares nos estaban dando un
reconocimiento como de sesenta dólares al mes, y con eso uno no llegaba a
ningún lado porque no teníamos tiempo para sembrar milpa ni nada de esas
cosas. Nos tocaba comprar todo y seguíamos viviendo en las champitas de lona.
En esas condiciones, qué esperanzas tenía uno de hacer su casita. Yo me había
acompañado y las obligaciones en la familia eran mayores. Inicié mis estudios
de profesorado a distancia en la Universidad Don Bosco, junto con otros
compañeros, pero con este gobierno arenero, no había esperanzas de que uno
fuera a tener una plaza en el futuro, y nosotros estábamos bien preparados
como profesores. Al final todos se habían ido a los Estados Unidos.
Habíamos luchado junto con algunos maestros del Ministerio para que nos
construyeran la escuela. Luego yo viajé a España y a los Estados Unidos,
siempre en la gestión para la educación. Logramos conseguir fondos para
construir la biblioteca de la escuela en Ciudad Romero, y otros proyectitos
más.
Habíamos creado la Organización de Educadores Populares para El Salvador,
con el objetivo de luchar por nuestros derechos, porque, por ejemplo, en
Segundo Montes, algunos maestros habían culminado sus carrera como
profesores en la universidad, y el gobierno no quería darles una plaza después
de tantos años de sacrificio; y si daban una plaza para la escuela, ellos traían
sus profesores de fuera, estando los nuestros mejor preparados y autorizados
por el Ministerio de Educación.
Estábamos fregados porque no teníamos recursos para estudiar, y tampoco
teníamos una seguridad de tener un empleo después de terminar nuestros
estudios. Al final todos terminamos yéndonos del país. Yo creo que sí valió la
pena todo nuestro sacrificio, porque se logró que los niños y niñas nunca les
faltara la educación que el gobierno arenero les había negado por casi diez
años; el gobierno no hacía nada aquí.
HURACANES Y TERREMOTOS EN LA TIERRA PROMETIDA
Mientras estas tierras
pertenecieron a la
oligarquía salvadoreña,
tenían un sistema de
bordas y drenajes en
constante
mantenimiento para
proteger la producción
del gran capital. Ahora
está en manos de las
comunidades campesinas
y no se les da ningún tipo
de mantenimiento. Para
el huracán Mitch (1998),
CEL abrió las
compuertas de las
represas hidroeléctricas
y toda la zona se inundó.
Como a la una de la
mañana comenzamos a
evacuar a la gente en la
lancha que habíamos traído de Panamá, y los llevábamos para la capilla, que al
padre Paulino se le había ocurrido construir con el piso mucho más alto.
Allí se refugió la gente, y aunque la
mayoría sabíamos nadar por nuestra
experiencia en Panamá, esta cose ara
algo que nunca habíamos visto aquí y
teníamos miedo a que siguiera llenando.
La carretera se había cortado en dos
tramos y no había paso con vehículos.
Sacamos a la gente en la lancha hasta el
desvío del Zamorano para que se fuera a
pie hasta San Marcos. Un helicóptero
sobrevolaba la zona y la gente bien contenta porque la iban a rescatar… En
Ciudad Romero la gente se subió al techo de la capilla con banderas blancas y
espejos para pedir auxilio, pero el helicóptero sólo venía a rescatar a los
policías que también se les habían llenado la casa. Nosotros que nos
ahogáramos.
Esta lancha heroica, la trajimos desde Panamá, y durante las inundaciones, ella
se convierte en
nuestra salvadora.
Desde la una de la
mañana estábamos
nosotros, haciendo
viajes y viajes con la
lancha llena de gente
por las calles y
avenidas de Ciuadad
Romero. Veníamos
llegando de El Zamorán de dejar un viaje, cuando de repente, vimos a un buen
grupo de gente que nos gritaba y levantaban las manos. Nosotros fuimos
inmediatamente a ver qué era lo que pasaba, y al llegar nos dimos cuenta que
era un buen grupo de gente de Nueva Esperanza que se habían quedado
aislados y no podían pasar el dreno. Nosotros andábamos la lancha sin motor y
eso complicaba más la pasada del dreno, porque otras veces ya habíamos
entrado hasta Nueva Esperanza en la lancha con motor, para rescatar a la
gente, pero sin motor era más riesgoso. Esta vez nosotros enviábamos a un
buen nadador para llevar un lazo a la otra orilla del dreno, lo amarrábamos de
los árboles y eso nos servía para cruzar la lancha, y también a la gente que
sabía nadar un poco se cruzaba agarrado del lazo. Llevamos a la gente hasta El
zamorán y regresamos a la capilla para seguir sacando la gente de la comunidad.
Después de El Zamorano, la gente tenía que caminar como cinco kilómetros con
la corriente de agua hasta las rodillas para poder llegar hasta donde había un
camión que los llevara hasta las escuelas de San Marcos Lempa o Tierra Blanca
y Jiquilisco. Los hombres y jóvenes nos quedamos en la comunidad para cuidar
las cosas y animales, porque estaban entrando en lancha por los esteros para
robar en las casas que habían quedado solas. El agua quedó estancada por
varios días y la gente no tenía qué comer ni donde cocinar, todo estaba lleno de
agua y lodo. Los cultivos se perdieron, las milpas, ajonjolineras y otros. Se
ahogaron muchos animales y las cosas que la gente tenía en sus casas fueron
dañadas o arrastradas por la corriente.
La ayuda del gobierno nunca llegó, a pesar de muchos países dieron su ayuda
para los damnificados. La única ayuda que llegó, fue la que vino a través de la
Iglesia y las ongs. Sin embargo, a Ciudad Romero le tocó la peor parte, porque
como la directiva poco funcionaba, y algunas organizaciones solo llevaban la
ayuda que venía para la zona, a las comunidades donde ellos trabajaban, y
Ciudad Romero después de lo de CODECOSTA se había quedado aislada. Casi
nadie nos visitaba y la ayuda tampoco llegaba.
Después del Mitch, mucha gente se frustró al ver sus cultivos perdidos, y el
fenómeno de las emigraciones hacia Los Estados Unidos que ya venía desde
1994, se disparó como nunca. Y como la mayoría no tenían casas, comenzaron a
vender sus parcelas devaluadas por la inundación y se fueron hacia el Norte.
Después, vinieron los terremotos del 13 de enero y febrero de 2001. Para el
primer terremoto, yo estaba con las mujeres en el Comedor Belencillo,
haciendo pupusas para recaudar fondos. De repente comenzó a temblar, y se
escuchaba un gran zumbido y temblaba cada vez más fuerte, entonces yo salí
corriendo de la casa pero la tierra se movía tan fuerte que uno caía al suelo y
no podía pararse, intenté pararme tres veces pero me volvía a votar y uno
aturdido solo esperaba que la tierra se abriera y nos tragara… Babilonia ha sido
una comunidad de las más vulnerables cerca de la bocana del río Lempa,
entonces salimos para allá con Jorge Villatoro y otros compañeros de la
coordinadora, y la gente nos contaba que allá la cosa fue peor, dicen que la
tierra se abría y se cerraba, y que el agua y la arena brotaban entre las
aberturas.
Unos años después, en el 2005, vino el Huracán Stand, que también nos inundó.
Otra vez se vuelve a repetir casi la misma historia del noventa y ocho con
Mitch; sin embargo, ya existían otras organizaciones en la zona, habían una
nueva directiva de la comunidad y esta vez la coordinación con las comunidades
fue mejor.
La Coordinadora
del Bajo Lempa,
una organización
que tomó más
fuerza después
del Mitch, había logrado junto a las comunidades, dar pasos importantes. Uno
de ellos fue el lograr que el gobierno declarara la zona, como zona de
desastres, la cual entre otros cosas, abría puertas para la gestión. Otro paso
importante fue el establecer el sistema de alerta temprana, para dar
respuesta, antes, durante y después de las emergencias. Este proyecto
contempla un sistema de radios de comunicación, en diferentes comunidades de
la zona, como Amando López, El Presidio Liberado, El Marillo, Las Mesitas, Las
Gavetas, Babilonia, Salinas, y la radio base que está en Ciudad Romero. Se
construyó en Ciudad Romero, las instalaciones, que reúne las condiciones
necesarias para establecer desde allí, el centro de operaciones que está
directamente conectado con CEL y Protección Civil.
La Coordinadora, a través del sistema de alerta temprana, logró un acuerdo
importante con CEL, que es la autónoma Estatal, que administra las represas
hidroeléctricas, para mantener informada a las comunidades, de la cantidad de
metros cúbicos por segundos, que las represas hidroeléctricas van a descargar.
Durante las emergencias, el Sistema de alerta temprana se activa y la
coordinación se lleva desde el centro de operaciones que está en nuestra
comunidad. De manera que las comunidades ya sabemos con unas horas de
anticipación si va a llenar o no. Y en base a eso tomamos las medidas
necesarias.
Estas cosas importantes que las mismas comunidades hemos ido logrando a
través de la organización, y de alguna manera hemos logrado dar respuestas
durante las emergencias. Pero sabemos que la solución al gran problema, va más
allá de las emergencias, y parte de la solución implica la construcción de la
borda en el río Lempa, el dragado y limpieza del los drenos, y sobre todo, la
voluntad política del gobierno. Y hacia allá esta orientada nuestra lucha ahora.
La gente de la mayoría de comunidades hemos trabajado con el apoyo de la
Iglesia, la pastoral y organizaciones de la zona como Comunidades Unidas, en la
construcción de tramos de borda con sacos de arena. Se conseguían los sacos,
se pedían cuotas por cada comunidad y la gente llegaba a trabajar; llenábamos
los sacos de arena del mismo río Lempa, y la cargábamos hasta la borda.
Producto de esta lucha, y con el acompañamiento de la fracción legislativo del
FMLN, se logró la reorientación de ocho millones de dólares de un préstamo,
para obras de mitigación en los ríos Lempa, Paz, Jiboa, y Grande de San Miguel.
En nuestro caso, para construir un total de dos kilómetros de borda, y reparar
otro tanto en ambas orillas del río Lempa. Pero además se logró el dragado y
limpieza de nueve principales drenos en el Bajo Lempa. El gobierno es el que
ahora está ejecutando este proyecto, sin embargo, a nosotros nunca se nos
olvida, que cuando estuvimos en la asamblea legislativa cientos de campesinos y
campesinas del Bajo Lempa, de Puerto Parada y de otros cuatro
departamentos, afectados cada año por los desbordamientos de los ríos Paz,
Jiboa, Lempa, y Grande de San Miguel, para pedir que se nos construyan las
bordas, ellos no votaron. Me acuerdo que en la agenda de ese día estaba la
discusión de nuestra pieza de correspondencia y la ley antiterrorista que el
gobierno de USA y El Salvador querían aprobar. Nosotros estábamos allí en el
palo de hule desde la mañana, exigiendo a la asamblea legislativa la aprobación
de los fondos para las obras de mitigación; y aprovechamos también para
protestar en contra de la ley antiterrorista que ese día iban a aprobar, porque
con esa ley el gobierno tiene el claro propósito de reprimir al movimiento
social, porque la ley no es clara en definir que es terrorismo y amplía
facultades a las autoridades, porque la ley deja espacios para el abuso de
autoridad que puede ser usado a conveniencia política del gobierno de turno.
Los diputados del fmln, propusieron al pleno que se discutiera durante la
mañana nuestra pieza de correspondencia, para que nosotros pidiéramos
regresara a nuestras casas, y los diputados areneros dijeron que no, que era
más importante aprobar la ley ante terrorista. Todo el día discutieron la dicha
ley hasta la una de la mañana que finalmente fue aprobada por los partidos de
derecha. A esa hora de la mañana nosotros seguíamos allí en el salón azul, y la
mayoría de la gente en el palo de hule. Esa vez habíamos ido bastante gente de
la zona, y también nos estaba apoyando la alcaldía de Jiquilisco, y allí también
estaba con nosotros el alcalde David Barahona gritando y sonando botellas. A
esa hora de la madrugada un diputado del FMLN, tomó la palabra, nos saludó y
comenzó a leer nuestra pieza de correspondencia para que fuera discutida en
el pleno legislativo. Pero todos los diputados areneros sin sentido humano, se
pararon y se salieron del salón azul, felices por su nueva ley terrorista, y ni
siquiera escucharon nuestra pieza de correspondencia. Sin embargo, ésta
siempre fue leída, y los diputados del CD, PDC y PCN, al menos por esta vez se
quedaron y votaron junto al FMLN para aprobar los fondos.
En Nueva Esparta, muchos de nuestros familiares que se quedaron durante la
guerra, finalmente pudieron salir del país y se fueron hacia Estados Unidos.
Venían a visitarnos, y al ver su familia en crisis, les ofrecían un viaje a Estados
Unidos.
Así fue como en 1994, se fueron las primeras personas de la Comunidad, y
parece que les fue bien, porque luego ya estaban enviando dólares a su familia,
y unos meses más tarde se llevaron a sus hijos, luego a sus hermanos y después
se extendió a los amigos y compadres. Ellos prestaban el dinero sin ningún
interés, la gente pagaba cuando empezaban a trabajar allá.
Después del Mitch, la emigración aumentó. Cada mes salía sólo de nuestra
comunidad un promedio de ocho personas. Algunos que no tenían quien los
mandara a traer, comenzaron a vender su solar, su parcela, las vacas o
cualquier cosa, pero se iban.
Alfredo Alvarado:
Como la comunidad se quedó sin tierras, porque la tierra de nosotros la quitó el
ejército, a nosotros, los desmovilizados del FMLN nos tocó un pedacito de
tierra allá por Sisiguayo; entonces yo no tenía tierras donde trabajar cerca de
la Comunidad. Aquí no teníamos esperanzas de mejorar nuestras casitas. Mis
hijos ya estaban grandes, tenían que ir a la escuela y yo no tenía como cubrir
esos gastos. Ese fue mi caso, todos nos fuimos con la ilusión de cambiar la
champita de lona y paredes de ajonjolí, por una casa donde pudiéramos vivir
dignamente. En el invierno muchas veces el viento nos llevaba los ranchitos de
lona. Cuando venían las tormentas salíamos corriendo a cuidar que no se
mojaran las cositas que teníamos. Uno guindado de cada esquina de la lona y
otros poniendo todos los trastes de la cocina para que cayera el agua de las
goteras del techo…
En ese tiempo yo pagué cuatro mil dólares. El compadre Beto me mandó a
llevar. En ese viaje uno se juega la vida, porque yo crucé México hasta Puerto
Escondido, por el mar. Yo tenía buena condición física y mucha experiencia de
viajar por el mar en Panamá, y no soy muy católico pero en ese viaje bajé todos
los santos del cielo.
Gracias a Dios llegué con vida. Hay un montón de gente que no logra llegar, por
ejemplo el caso de Tibicho que murió en el camino, luego Rubenia que nunca se
supo más de ella, y Lino que le cortó la mano el tren…
En la misma semana comencé a trabajar y lueguito mandé a llevar a Rigo, mi
hijo mayor. Después me llevé a Roque, mi hermano, luego a Raúl mi yerno y así
se fue haciendo la gran cadena, porque Rigo mandó a llevar a Calecho y sus
amigos; Roque se llevó a Nino, mi otro hermano y aquél a su mujer, Raúl a mi
hija y esa cadena todavía no para. De repente ya estábamos como la mitad
Ciudad Romero en los Estados Unidos, porque esa cadena la hace cada uno que
se va, a tal grado que a ahora no hay nadie que no tenga un familiar allá.
Yo trabajé duro durante cuatro años y medio. Pagué todas mis jaranas, ayudé a
mi familia, y a veces también a los amigos; mandé a construir mi casita y
compré una parcela de tierra, porque al final, la gente que no tenía quien se lo
llevara vendía sus tierras y se iba.
Después de casi cinco años que yo consideré que había logrado mis objetivos,
tenía que tomar una decisión: mandar a traer a mi señora y quedarme o
venirme, porque no solo era mi señora, también tenía varios hijos pequeños. Y
después de ese tiempo cualquier cosa puede pasar, o uno se consigue otra
mujer allá o la mujer se rebusca con otro aquí, porque legalmente así es, uno
no se puede aguantar tanto lejos de la familia. Sinceramente hace mucha falta
y para mí la familia era lo más importante, por eso fue que mejor decidí
venirme. Ahora no tengo dinero pero por lo menos tengo mi casita y mi parcela
donde trabajar, y lo más importante, mi señora y mis hijas.
¿Y los jóvenes cómo son allá?
En la actualidad, para los jóvenes el viaje a los Estados Unidos puede ser un
bien o un mal. Allá se trabaja bajo el sistema capitalista, cada quien está en su
trabajo, hay gente que ni se acuerda de la comunidad, hay gente que
rápidamente es absorbida por el sistema, compran sus buenos carros, su casa y
derrochan el dinero en los vicios, y muchas veces su familia y la gente de su
comunidad pasando miseria, pero son insensibles a todas estas cosas. Pero
también hay mucha gente que sabe de dónde salió y sabe por qué está allá, es la
mayoría yo creo, porque ellos ayudan mensualmente a sus familias, y para los
aniversarios de nuestra comunidad siempre colaboran. Esa es la gente que
mantiene viva la memoria de la comunidad.
¿Piensa usted regresar?
Yo ya no regreso a Los Estados Unidos, porque allí se sufre, no es como estar
en su país, y como lo repito, nadie quisiera irse, pero la situación aquí está tan
dura que la gente busca a salirse como sea.
José de la Paz Villatoro (Chepe de Don Chico). Chepe, fue uno de los jóvenes
que estudiaron becados en Coclesito, y también uno de los jóvenes que luego se
incorporó a la guerrilla del FMLN. Unos años después llegó a ser presidente de
la comunidad:
Licho, mi hermano, se fue para Los Estados Unidos en 1994, y en 1998 después
de Mitch, me mandó a llevar a mí. Para entonces yo era el presidente de la
comunidad, pero era bien difícil porque la comunidad quedó bien desprestigiada
y desorganizada después de los problemas con CODECOSTA. No nos habíamos
podido recuperar. Con la mala propaganda, nadie confiaba en nosotros. Con
tantas necesidades que teníamos porque en todas las demás comunidades ya les
habían construido sus casitas, y nosotros seguíamos viviendo en las champitas
de lona. No había esperanza de gestionar algún proyecto como directiva,
porque teníamos el bloqueo. Todos los proyectos los rechazaban. No había
esperanza de nada.
Yo tenía cinco hijos y a la hora de la comida uno se afligía, ya no queríamos ver
la tortilla con sal. Por eso mejor decidí arriesgarme en ese camino
aprovechando que mi hermano me ayudaba con el viaje, no cualquiera tenía esa
oportunidad.
El coyote nos dejó botados y tuvimos que buscar otro coyote a medio camino,
pero digamos que en el primer viaje no sufrí tanto.
Cuando por fin llegamos, nos estaban esperando. Cuando uno llega todos van a
visitarlo y te dan tus quince, veinte y algunos hasta cincuenta dólares, porque la
gente sabe que uno va bien acabado de aquí. Esas fichitas son las que uno
manda al nomás llegar, porque uno sabe como queda la familia. Cuando me fui,
todo lo que tenía eran cien colones, que son como diez dólares. De eso le dejé
cinco a mi mujer, y yo solo me fui con cinco dólares para el camino.
Solo una semana descansé yo y lueguito comencé a trabajar. Uno puede sentir
la gran discriminación, porque hay patrones que te tratan como a un perro y
hasta peor que un perro, porque ellos a los perros los tratan bien, yo hasta me
quedaba asustado como cuidan a los perros. Quieren más a los perros que a un
ser humano que va buscando como ganarse la vida. Y uno, sólo agacha la cabeza
porque necesita el trabajo. Ellos piensan que solo ellos son americanos y la
verdad es que como dice la canción de los Tigres del Norte “somos más
americanos que el hijo de anglosajón”.
Pero también hay gente muy buena que trata de ayudarnos. Yo me cambié de
trabajo y luego mandé a traer a Digna, los niños se quedaron con mi papá. Ya
entre los dos pudimos ahorrar para ayudar a la familia y construir la casita.
Allá uno es esclavo del trabajo. Uno solo trabaja para pagar taxas, seguros y la
renta. Al final, de todo lo que uno gana, no le queda nada, y para poder ahorrar
un poquito tenemos que socar la tripa como decimos, lo que uno ahorra es a
apuro sacrificio. Pero si uno se sacrifica logra a hacer sus cositas.
Yo estuve siete años allá, y me vine porque los hijos ya habían crecido y se
estaban poniendo rebeldes, no les hacían caso a los abuelos, pues sí, ya no es lo
mismo, ellos son más alcahuetes que uno de padre. Las consecuencias uno las ve
después y muchas veces demasiado tarde, porque mis dos hijas mayores se
fueron de la casa al nomás que nosotros llegamos y sólo tenían como catorce
años.
La otra cosa difícil aquí es que todo está más caro, yo me quedaba asustado
porque el pistillo que uno trae solo lo ve salir y salir, y para que entre un cinco
es bien difícil. Allá uno está acostumbrado a recibir el cheque todos los viernes
y aquí de dónde cheque si no hay trabajo.
¿Y qué pensabas de la comunidad?
Yo venía pensando como allá, hacer mi vida individual. Pero en esos días fue que
vos me invitaste a formar parte del comité de festejos que estaban creando
allí en el parque. Así fue como me fui metiendo otra vez, porque uno se motiva
cuando ve el movimiento de los demás. Luego me eligieron presidente de la
comunidad y empezamos a trabajar con la directiva. El siguiente año también
me eligieron presidente del comité de festejos de la comunidad y organizamos
unas fiestas bien bonitas para el 2006, vino la orquesta de la policía.
¿Por qué decidiste irte nuevamente?
Como digo, la situación económica aquí es yuca. En eso que hablé con el patrón y
me dijo que si yo me iba, me daba el mismo trabajo que tenía anteriormente.
Entonces fue que decidí irme con mi esposa, con la idea de mandar a llevar a los
hijos después.
Renuncié a la directiva y me quedé algunos meses esperando la salida. La
comunidad se quedó como cuatro meses sin presidente porque nadie quería
asumir ese compromiso. No es fácil estar trabajando de gratis porque trabajo
hay un montón, pero y entonces de qué va a comer uno, y para acabar de joder,
la gente lo pasa puteando a uno a cada rato.
Después fue que me dijeron que vos habías aceptado ser presidente. Yo no
quise ir a esa asamblea porque ya estaba más pensando en el viaje. Me acuerdo
que antes de irme estuvimos planeando aquí con vos, la forma en que nosotros
pudiéramos ayudar desde allá; porque esa era mi idea también, apoyar a la
directiva y a la comunidad desde allá, ese era el compromiso que yo llevaba.
Eso fue lo último que hablamos. Porque aquí siempre queda gente que lucha por
sacar a la comunidad adelante, aunque uno no esté aquí, uno ve pues las
mejorías que los demás hacen por la comunidad, por eso es importante que
todos aportemos, porque los beneficios son para nuestra misma gente. Esta es
nuestra comunidad de donde salimos todos y a donde la mayoría vamos a
regresar algún día, aunque sea viejitos.
Pero desgraciadamente, esta vez nos fue mal. Yo creo que fue que nos
tendieron una trampa, porque ya estábamos en México cerca de Veracruz,
cuando el carro paró de repente. El guía mejicano nos gritó que nos tiráramos
porque venía la migra. Apagaron las luces y la noche estaba bien oscura.
Tírense al monte nos gritaba el guía, corran para el monte y nosotros no
mirábamos nadita y el cabrón ese tirándonos del carro, corran, corran… de
repente yo escuché los gritos de Digna, luego la comadre Tina, entonces los
demás corrimos para el otro lado porque eso parecía que era una película de
terror… De repente yo quedé en el aire y eso si es perro porque en lo oscuro
uno no sabe con qué diablos se va a ir a estrellar allá abajo. El carro se había
parado a mediación de un puente altísimo como de ocho metros. A las orillas no
tenía ninguna protección y el pinche guía empujando a la gente. Sólo
escuchábamos los gritos en medio de aquella gran oscurana… Yo tenía la pierna
y el brazo izquierdo bien quebraditos, no podía moverme.
Hay chepito me estoy muriendo, me gritaba Digna, y yo cómo me movía… era
doble el gran dolor que uno sentía, y yo sólo lloraba... El pinche guía se fue en
el carro y nos dejó botados.
A los gritos llegó un viejito y comenzaron a parar carros para poder llamar a la
policía. Jeovani no se había tirado y bajó hasta donde yo estaba, pero yo le dije
que se fuera antes que llegara la policía, que siguiera su camino. El cipote no
quería dejarnos pero al final se fue. La policía nos rescató y nos llevó al
hospital.
Todos nos trataron muy bien. El problema fue que las operaciones eran
demasiado caras. Tratamos de buscar el apoyo del gobierno salvadoreño a
través de la embajada, pero nos cerraron las puertas. Para este gobierno
arenero cuando uno está aquí en el país no vale nada, no hay trabajo, no hay
oportunidades, no hay nada. Cuando uno se va, se convierte en un mojado, en un
ilegal, en un criminal dicen los gringos. Pero si uno logra pasar, trabaja como
burro allá y comienza a mandar dólares, entonces ya somos “héroes”, los
hermanos lejanos que sostenemos la economía de El Salvador. Porque ellos
saben que al final, nuestras remesas van a parar a la bolsa de los millonarios,
comenzando por las grandes comisiones que nos cobran los bancos.
Allí no éramos hermanos lejanos, ni salvadoreños en el exterior, estuvimos
tirados en el hospital y nosotros sin conocer a nadie. Después alguna gente nos
ayudó a establecer contacto con la familia y hasta entonces fue que se
comenzó a hacer algo. Un día también llegó Yulma una monja que llegaba a la
comunidad, ella nos ayudó bastante.
Por fin pudimos regresar y ya tenemos dos meses de estar en esta silla. Pero la
comunidad también nos ha apoyado mucho. De repente llega la gente con su
puchito de maíz, y algunos nos apoyan con algunas fichitas también. Eso es lo
bonito de esta comunidad, la solidaridad que hay en estos casos. Estas cosas no
pueden olvidarse nunca, aunque ya no vivamos aquí, porque uno no sabe cuando
le va a cambiar la vida.
¿Y qué piensas ahora?
Yo ahora voy a luchar desde aquí. En la directiva es que no quiero participar,
pero en el comité de festejos sí. Cuando uno viene de allá después de varios
años, se da cuenta que hay muchas necesidades, y los que están en los Estados
Unidos pueden organizarse y ayudar desde allá, aunque sea con poco pero que
apoyen en algo, sobre todo los que están en Georgia, que es donde está los más
grueso de la comunidad. Yo el mensaje que les mando es que se organicen
ahorita que están allá, porque algún día van a regresar y van a querer ver la
comunidad bonita, no como cuando se fueron, y si ahora la comunidad está más
bonita es porque la gente aquí ha luchado, porque siempre hay gente que tiene
voluntad y dedica su tiempo al trabajo de la comunidad, dedicándole tiempo a
tantas reuniones y otras tareas de los proyectos, y las gente sin empleo pero
se las rebusca, en cambio allá, todo el mundo tiene su cheque cada semana y
bien puede aportar algo para el desarrollo de la comunidad. Al nomás me
recupere un poco vamos a entrarle nuevamente, gracias a Dios la directiva se
ha puesto las pilas y está consiguiendo buenos proyectos para la comunidad y
ahora es cuando vamos a necesitar más organización, y ojalá que la gente allá se
organice y puedan apoyar también.
Julio Turcios: Yo había sacado noveno grado allá en Panamá, y cuando llegamos a El Salvador,
yo daba clases como maestro popular. Luego la comunidad dijo que íbamos a
apoyar la lucha armada del pueblo, que todo el que estuviera dispuesto que se
incorporara a la guerrilla. Entonces en ese grupo me incorporé yo también y me
fui para el cerro. Después de los acuerdos de paz, nos desmovilizamos y
regresamos a la comunidad. El padre Angel me ayudó para sacar el bachillerato
a distancia, en Usulután, pero después ya no tuve oportunidad para poder ir a la
universidad, yo quería estudiar arquitectura y quería seguir estudiando, pero
no conseguí la beca. Entonces conseguí trabajo con los de derechos humanos,
para ver si así podía continuar mis estudios, pero la situación estaba tan difícil
que no me alcanzaba ni para sobrevivir; ya me había acompañado con Rosibel y
ya tenímos a Yeny. Por más que trabajara uno aquí, no se veía lo que uno hacía.
Mientras que los se habían ido para los Estado Unidos, rápido se veía el cambio.
Mandaban a hacer su casa y le ayudaban a su familia. Ya había un mantón de
gente allá y me llamaban que me fuera. A veces yo hablaba con Silvio y me
contaba como estaban las cosas por allá.
Yo nunca quise irme, porque lo que yo quería era estudiar. Pero después me di
cuenta de que de todas maneras aquí tampoco iba a estudiar, y tampoco
veíamos ningún futuro para nuestros hijos. Entonces fue que decidí agarrar
camino. Chabelo, Lito, Toño Bonilla, Rubén, Cántaro y entre varios me
ayudaron, pero Chabelo fue el que más me ayudó. El camino es duro, pero
comparado con otros, digamos que yo no tuve tantos problemas y luego
comencé a trabajar. No me gustaba para nada estar allá, pero como quiera, uno
ya estando allá tiene que adaptarse. Luego mandé a buscar a Rosibel y después
a la niña…
Y ahora cómo vive la gente allá?
Llegar a Atlanta es como llegar a Ciudad Romero, nosotros vivimos en la Ciudad
de Roswell, los domingos todo el mundo en el campo, fregando por allí. Donde
quiera ves a un romereño. Ahora como la población ha crecido, han cambiado un
poco las cosas. Antes cuando uno llegaba, todo el mundo iba a visitarlo y le daba
algo. Porque cuando uno llega allá llega hasta sin calzoncillo, el muy pantalón y
camisa. Por ejemplo cuando yo llegué, recogí como cuatrocientos dólares de lo
que me dio la gente. Ahora no; por ejemplo, si vos te vas, allá está Catra,
Oscar, Lione, que son tus hermanos y todos saben que ellos te van a apoyar,
entonces los demás ven que no es tan necesaria la ayuda.
A veces, cuando salimos todos juntos, los dueños de los restaurantes se quedan
admirados porque invadimos los lugares. Cuando yo me casé, fui a reservar el
restaurante, y el señor se asusto cuando le dije que iban a haber como
cuatrocientas personas. Voy a cocinar por poquitos, me dijo, porque nunca
vienen todos los invitados. Prepárelo todo de un solo le dije, estos si van a
venir, y el señor no me creyó. Y cuando llegamos, detrás del carro mío venían
toditos, y yo le pregunto, tiene lista la comida, y él dice, no, pero de dónde
sacan tanta gente ustedes?... Las compañías a veces hacen sus fiestas de fin de
año, y le dicen a uno, tráete unos amigos, y yo les digo, ¿cuántos querés? Allá
todos somos amigos o todos somos romereños, y por lo general somos bastante
unidos. La mayoría conserva su identidad como romereños, y el deporte más nos
une. Pero hubo un tiempito que tuvimos problemas, por puras tonteras, porque
Romero había sido campeón de fútbol varias veces. Nosotros tenemos cuatro
equipos, pero teníamos un equipo que nadie lo paraba. Entonces había otro
equipo que tenía un mejicano, y quizás tenía dinero porque comenzó a comprar
jugadores, y varios de Romero se metieron a ese equipo. Los dos equipos
quedamos de finalistas en un torneo, y en la final ellos nos ganaron. Pero ese no
fue el problema, el problema fue que uno de los jugadores que se habían ido con
ellos, se fue a burlar de la barra nuestra y la gente eso lo tomó como una
traición, y después ya no se hablaban, y como ese volado es como una cadena
porque uno es familia del otro el otro del otro y al final se había dividido como
en dos grupos la gente, y los dos equipos quedaron de rivales. Eso nos afectó
bastante porque hasta dejamos de colaborar con la comunidad para las fiestas
patronales y el siguiente año ya no les ayudamos en nada.
Pero ahora ya cambiamos de capitanes de los equipos, Mino es el capitán de
ellos y yo soy el capitán del de nosotros; y como yo me llevo bien con Mino,
entonces ya no hay problemas y todos andamos juntos otra vez. Todos los
domingos nos vemos en el campo, entrenamos juntos y después nos vamos
juntos a comer; restaurantes que están vacíos, los llenamos de un solo.
¿En qué trabaja la mayoría de gente allá?
La mayoría trabajamos en trabajos de mantenimiento. Unos cortando grama,
otros cortando o podando árboles y otros sembrando, por ejemplo yo trabajo
en una compañía que corta árboles; y la mayoría de las mujeres trabajan en
servicios de restaurantes. Alguno que otro trabaja en carpintería y algotros en
pintura, pero son pocos.
FIESTAS PATRONALES EN CIUDAD ROMERO
Las fiestas de aniversario
en Ciudad Romero son las
más grandes festividades
de la comunidad, sin
embargo no eran lo
suficientemente alegres.
Cuando terminé la
universidad, yo fui con
Efraín, uno de mis
compañeros de la
Universidad, a las fiestas
patronales su pueblo, San Felipe, un cantoncito de La Unión. Es un lugar muy
bonito cerca del Río Goascorán. La gente allí vive su vida individual, pero cuando
se trata de las fiestas patronales, la cosa es diferente. Todo el mundo se
organiza, colabora, y montan unas fiestas impresionantes. Eso fue en enero del
2005, y nuestro catorce aniversario se nos acercaba. Durante el viaje de
regreso, yo solo pensaba en cómo hacer más alegres las fiestas en Ciudad
Romero. Y al llegar a la comunidad, comencé a promover la idea de crear un
comité de festejos, para imprimirle un nuevo estilo a las fiestas de marzo.
Nosotros también tenemos un santo patrono, y se llama San Romero de
América. Hablé con Chungo Fuentes, Alfredo, Chepe, Eliseo, Mario, Estela
Ramírez, Cristina, Gonzalo, Toño Jimenez, Santiago y Don Toño. Curiosamente
todos estaban interesados y pensando también, en el aniversario que se nos
avecinaba. Convocamos a una reunión en el parque, y allí mismo creamos el
comité de festejos. Elegimos a un coordinador y creamos cuatro comisiones:
comisión de baile, de logística, de comunicaciones y de gestión.
Era necesario darle un mayor realce a nuestras fiestas, donde además de lo
tradicional, tuviéramos a partir de ese año, un campo de feria y fiestas con
grupos en vivo, que es lo que le gusta a la mayoría de la gente adulta, y es una
tradición que debemos conservar.
El Reencuentro con Panamá. Nuestras fiestas son precisamente para recordar
nuestra historia, para reflexionar y para divertirnos también. Y cuando
hablamos de nuestra historia, hablamos necesariamente de Panamá, la tierra
que vio nacer y crecer a muchos de nosotros. Todo el mundo ha querido
regresar a Panamá, y en medio de los preparativos para las fiestas, a mí se me
presentó la oportunidad de viajar.
Chungo se quedó como coordinador interino del comité de festejos, y yo salí sin
pérdida de tiempo. Me fui por tierra en Ticabus... En Penonomé, me estaban
esperando mi hermana y mis sobrinas, Cruz, y los cipotes de Cheva y Diomedez.
Desde el primer día hicimos planes con Calixto para ir a Ciudad Romero
caminando por la montaña, ese era mi objetivo principal, observar las ruinas de
los que un día fue en esa montaña, mi pequeño mundo, Ciudad Romero. Quería
sacar fotos y videos para que la gente los viera. El otro objetivo, era visitar
Las Esclavas, la Iglesia donde estuvimos durmiendo en el suelo por tres meses
durante la repatriación. María, que ahora vive en Panamá, me acompañó para
recorrer la ciudad durante todo el día. Panamá había cambiado muchísimo. Nos
costó encontrar Las Esclavas. La habían remodelado y estaban de fiesta,
música típica en vivo, baile de pollera y todo. Me costaba creer lo que estaba
viendo. Me senté un rato en el suelo, para contemplar detenidamente la iglesia
y recordar aquéllos momentos difíciles durante la repatriación.
El siguiente día llegué a la Ciudad de Colón donde está la mayoría de familias
romereñas, Eduardo y toda su familia, Chela, Miguel, Victoria y las guatas de
tío Fabián, etc. En Colón me aconsejaron que mejor fuera a la montaña por el
mar. En el muelle me encontré con unos beleneños. Me identifiqué y les
comenté que estaba allí durante toda la semana esperando un cayuco para ir a
Belén y Ciudad Romero.
Hey mira tu acá, un salvadoreño de Ciudad Romero. ¿Y Don Fabio que tal? y
toda esa gente ¿cómo les va? - Muy bien, les contesté, pero tío Fabián murió. -
Y qué tu vas a hacer pallá si esa vaina está sola. Después que ustedes se fueron
al Salvador, todo el mundo vino pa Colón. Unas cuantas familias no más que han
quedado por allí. Y tú tienes alguna herencia por ahí, porque mira que venir
desde El Salvador para esas montañas, debes tener muy buena herencia he. -
No, no, lo que pasa es que yo crecí allí y siempre he querido regresar, caminar
por ahí nuevamente, es algo que necesito hacer. -Vaya que tú sí eres
agradecido he. Pues mira, ese cayuco verde que está ahí parqueado sale hoy por
la noche pa Belén…
A las diez de la noche salgo, me dijo Samuel, un veragüense. Pero vamos a
desembarcar en Veragua porque con este mal tiempo no podemos entrar a
Belén. No importa le dije, yo conozco todo eso y puedo caminar hasta Belén por
la playa.
A las ocho estábamos Moye y yo en el muelle, listos para salir. Pero el
motorista nunca que llegaba. Luego apareció diciendo que el tiempo había
empeorado y no podía arriesgar la mercancía…
Bueno, la decepción se me pasó con una fiesta amenizada por los Plumas Negras
y Ulpiano Vergara. Ellos son de los grandes de la música típica panameña, y
como quien dice, no hay mal que por bien no venga, no podía perdérmela por
nada. Había escuchado, bailado y cantado su música desde muy pequeño y
estaba muy emocionado de poder verlos en vivo. Para mi sorpresa también
había cantadera con Lili Samaniego y Moyo Cisneros. Sin duda fue la noche de
mi vida porque bailé típico hasta que rayó el sol.
Regresé a Penonomé donde Telva, y un día nos fuimos a visitar a Ana de Hilario
Pérez, a la Pintada. Su hermana Lidia que sigue viviendo en la montaña, venía
llegando en esos momentos, caminando por la pica. Yo emocionado cuando la ví,
porque a demás tenía noticias frescas de la montaña. Me contó que ahora ellos
viajan por otro camino que solo les toma dos días para llegar a Coclesito, y que
viajan con frecuencia para visitar a su hermana. - Mañana nos vamos de
regreso, me dijo, así que si te animas coge tus maletas y vámonos hoy mismo
para Coclesito. - ¿Cómo están las cosas en la montaña? - Mira, yo casi no visito
Romero porque lloro cada vez que voy y me acuerdo de mi gente. Pero sí está
muy bonito por ahí. Cornelio (una de las familias que también se quedó), usa la
comunidad como potrero y todo está muy limpiecito. La mayoría de casas se han
caído, solamente han quedado los horcones de palo frío y eso más bien parece
una finca con todos los árboles frutales que la gente dejó. La casa comunal
todavía está allí, es la casa de Cornelio ahora. - ¿Y los árboles de pino y
marañón que estaban en la escuela, qué pasó con ellos? - Ah, todavía están.
Ahora que tú vayas te vas a dar cuenta qué bonito está todo eso.
Ya teníamos todo listo, cuando cayó una llamada diciendo que Gachi había
muerto en Colón. Suspendimos el viaje y salimos inmediatamente para Colón.
Hasta allí llegó mi viaje de reencuentro con la montaña, porque debía regresar
para las fiestas en Ciudad Romero, ese fue el compromiso con el comité de
festejos antes de salir.
Venía con mucho pesar de no haber llegado hasta la montaña. Pero cuando
llegué a Ciudad Romero, encontré a todo el mundo bien entusiasmado
trabajando en función de las fiestas. La idea de lo del comité de festejos
realmente había dado resultados. La gente participó con entusiasmo en las
diferentes actividades. Ese año vino el grupo de La Canoa, y uno de Morazán
que hicieron bailar a los viejitos y jóvenes hasta de cabezas, como decimos.
En el año 2006 se reforzó aún más el comité de festejos y los romereños en
USA también se organizaron para recaudar fondos y ayudar con el
financiamiento de las fiestas, especialmente con el almuerzo para todos los
asistentes. En Atlanta organizaron un torneo y en un fin de semana recaudaron
alrededor de $ 1,400 dólares. Cuentan los organizadores que un grupito de
romereños, se pusieron las pilas, organizaron el torneo, hicieron la
convocatoria, cobraron una cuota por equipo, hicieron colectas y pusieron cajas
para recibir donaciones. Fue una actividad muy bonita donde la mayoría
participó. Los romereños y romereñas se sintieron identificados, y otros
salvadoreños y centroamericanos también participaron.
Las fiestas patronales son un buen motivo para organizarse, para compartir,
para reunir las diferentes familias que vienen desde Nueva Esparta, San
Salvador e incluso de Los Estados Unidos. Familias que ya tienen su residencia,
designan esta fecha para visitar la comunidad, su familia y disfrutar de las
fiestas.
BELENCILLO Y SU MURAL
Otra cosa
importante
fue el haber
pintado el
mural en una
de las
paredes del
comedor
“Belencillo”.
Juliana
Baquero, una
voluntaria
colombiana que había
venido a través de la
Coordinadora del
Bajo Lempa y
ArtCorps, estaba
pintando un mural en
las paredes del
comedor “Belencillo”,
que es un proyecto
comunal,
administrado por el comité de mujeres. Este comedor fue construido en el
2000, financiado por nuestro hermanamiento en Alemania. Cristina, Chela, Niña
Celsa y Flora Rivera fueron las impulsoras de este proyecto. Mena y yo,
estuvimos apoyando desde la gestión del proyecto y luego yo seguí apoyando en
la ejecución del mismo. Cuando se terminó la construcción, los jóvenes ayudaron
a pintarlo, luego hubo mucho trabajo para echarlo a andar.
Se llama “Belencillo”, en honor al trabajo y sacrificio de nuestra comunidad en
la selva panameña, especialmente, el trabajo organizado de las mujeres en el
campamento de Belencillo. Es un elemento vital de nuestra memoria histórica. Y
cuando Juliana me dijo que iba pintar un mural allí, lo primeo que se me ocurrió
fue eso, una fachada de Ciudad Romero en Panamá.
En un principio Juliana no aceptó, porque cómo iba a pintar algo que solo existía
en nuestras mentes, algo que ella nunca había visto. Yo tenía esas imágenes tan
frescas y comenzamos a dibujar borradores. Luego llevé a mi mamá, a Neftalí,
Mario Ordóñez, tía Adriana, y viendo el borrador comenzamos a recordar hasta
los más mínimos detalles. Todos bien emocionados aportando un poquito cada
uno. Logramos convencer a Juliana y comenzamos a pintar en una de las
paredes. Ella se emocionaba al escuchar a la gente y hasta le agregaba algunos
adornos, y nosotros: No, no, allí no había volcanes, ni calles... eran lomitas llenas
de árboles...
Entonces yo conseguí fotos de la montaña, de las casas, de los palos de pifá
etc. Queríamos que el mural quedara lo más real posible, como si fuera una foto
tomada desde el aire. Y eso era muy difícil para ella. Ella era la artista pero
nosotros los que sabíamos donde y como estaba cada cosa. Pero al final ella
supo tenernos paciencia y todos quedamos satisfechos con el trabajo.
En este mural está pintada
nuestra vida en la
montaña. Ahora la gente
adulta puede ver el mural
y recorrer los caminos,
recordar todas las
experiencias bonitas y
difíciles en la montaña.
Primero reconocen las
partes más visibles como el muelle, los
cayucos, la pista, la escuela, la casa
comunal y la capilla. Luego buscan los
caminos que los conducen hasta lo que un
día fue su casa. Cuando la gente por fin
encuentra su casa, se ríe con una cara de
felicidad tremenda, y hay otros que
reclaman porque la suya no aparece. Un día
un señor llegó y se emocionó tanto con el
mural: Ésta era la casa de don Fabián, ésta la de Mencho, y por aquí estaba mi
casa… ¿por qué no está mi casa? - Me reclama el hombre y a mí me dio risa,
porque en realidad tenía razón. Es que Juliana no me dejó dibujar todas las
casas, porque dijo que ya eran muchas en un mural.
¡LLEGAMOS A EL SALVADOR, PARA UN FUTURO MEJOR!
Foto casa comunal Ciudad Romero se fundó con 353 habitantes (65 familias) en la selva panameña
en 1981. Reasentamos la comunidad en el Bajo Lempa con 600 miembros en
1991 y quince años después somos un poco más de mil habitantes (220 familias)
sin contar los más de 500 que se han marchado a USA. Unos 1,500 romereños y
romereñas, más los que ahora viven en Panamá.
Ahora nuestra gente vive principalmente de la agricultura, la ganadería y las
remesas que envían los que se van. Según un estudio realizado por La
Corrdinadora del Bajo Lempa y la Universidad de Monte Rey en el años 2007,
revela que la pobreza y la crítica situación económica generalizada en El
Salvador, se ve reflejada en Ciudad Romero. Ésta es una comunidad con algunos
problemas sociales importantes: bajos ingresos, entre $30 y 200 dólares
mensuales por familia. Emigración, un 35%. Familias mono parentales en un 42%.
Desempleo; y un alto déficit en la salud y educación pública, que se combinan con
una amplia gama de riesgos para la salud entre los que se encuentran aquellos
relacionados con la higiene, las condiciones de vida y de trabajo o las del
ambiente. Un 85% de los niños en edad escolar asisten a clases, mientras que el
75% de los que no asisten, proviene de las familias mono parentales. Un 80%
de las familias encuestadas, identificaron la educación y salud pública, de mala
calidad.
Los servicios con los que contomos: escuela pública, un dispensario comunitario,
apoyado por Voces de la Frontera y ASPS; agua potable, (un 90% de familias
tiene acceso directo al agua potable, del proyecto de agua de las comunidades,
mientras que el 10% restante la obtiene a través de sus vecinos); energía
eléctrica, alumbrado público, Internet, telefonía fija y celular.
Cristina Reyes:
Cuando yo llegué a Ciudad Romero, allá en Cerro Bonito, me quedé admirada,
porque a pesar de la desgracia y la gran pobreza en la que vivían debajo de
aquellas chanpitas de lona, tenían un nivel tan grande de organización que la
comunidad se veía alegre y motivada. Después se vinieron para acá, para
Nancuchiname; mi mamá y mi papá me dijeron que me viniera a incorporar otra
vez a la comunidad. Yo seguía viviendo en Morazán, entonces me vine, porque mi
papá ya había hablado con la directiva de la comunidad, y todos habían estado
de acuerdo. Yo también hablé con la directiva para que le ayudaran a Joche con
Doris, que eran mis vecinos allá en Morazán y estaban bien fregados. La
directiva aceptó porque esa ha sido una de las características de esta
comunidad, que ha sido bien solidaria; y nos venimos a incorporar a la
comunidad, nos dieron materiales para hacer las champas, porque toda la gente
vivía en champas de lona, nos dieron los solares y las parcelas para trabajar, y
desde entonces me incorporé al trabajo de la comunidad. Al nomás llegar me
eligieron presidenta del comité de padres de familia de la escuela. Esa fue la
primera responsabilidad que la comunidad me dio. No teníamos escuela todavía
pero los maestros populares daban las clases debajo de los árboles, y la
comunidad organizaba todo eso, con el apoyo de CIAZO y las organizaciones
que nos apoyaban. Era bonito trabajar con ese nivel de organización. Mi mamá
me contaba la forma en que trabajaban, y como habían trabajado en Panamá, y
yo fui a prendiendo muchas cosas que en el país nunca se habían visto; el nivel
de solidaridad que había entre la gente, y lo que más me admiraba es que
después de diez años en Panamá, la gente todavía conservaba las costumbres
que yo, que estuve todo el tiempo en el país, hasta ya se me habían olvidado,
por ejemplo el saludo con la cabeza, el acompañar a los difuntos en las
velaciones, o a los enfermos…
En 1993, retomé el trabajo con las mujeres, yo fui fundadora de Asociación de
Mujeres Salvadoreñas AMS, que era una línea del ERP, la organización a la que
la comunidad y yo habíamos pertenecido. Después de los grandes problemas con
CODECOSTA y el ERP, la comunidad estaba organizada con el PRTC. Entonces
comenzamos el trabajo organizativo de las mujeres, con el Movimiento de
Mujeres Salvadoreñas MSM, y nos metimos por todas estas comunidades. Yo
era de la directiva de MSM y atendía varias comunidades del Bajo Lempa. Aquí
en la comunidad ahora tenemos como unas cuarenta mujeres organizadas.
Después me eligieron de presidenta de la comunidad. Y lo que más me gusta de
esta comunidad, es que a pesar de que siempre tenemos algún tipo de
problemas, nunca se han dado problemas violentos entre la misma gente, nos
protegemos uno al otro. Aquí no hay pleitos por religiones o por partidos
políticos. Aquí todos creemos en Dios y somos católicos, pero creemos en el
Dios de los pobres, en el Dios de Jesucristo, el Dios de Monseñor Romero. Y
todos somos Fmln, aquí no hay de otros partidos. La gente está clara. El
opresor ha estado siempre en el gobierno, por eso salimos nosotros y muchos
salvadoreños del país y por eso seguimos luchando, para que haya un cambio.
La organización ha sido el motor de empuje en todos los grandes proyectos
de desarrollo que hemos logrado, ya bien nos lo contaba Cristina. Pero también
hemos aprendido que la comunidad debe prepararse y ser parte activa y
protagónica. No se puede dejar tanta responsabilidad en manos de unos pocos.
La experiencia nos ha demostrado tanto en Panamá como en El Salvador, que
debemos ser nosotros los actores de nuestro destino colectivo. Cuando la
comunidad responde, se logran grandes proyectos como el de cacao, coco y
ganadería en Panamá. Cuando la comunidad responde, se ha introducido el agua
potable a cada vivienda; se han reparado las calles, se han organizado los
jóvenes en el centro juvenil, las mujeres en Belencillo, el comité de festejo y
las fiestas patronales; y se logran grandes proyectos como el de la casa
comunal albergue que hemos construido entre todos y todas.
Yo acepté ser el presidente de Ciudad Romero en el 2005, cuando la comunidad
estaba en uno de esos momentos, que ni a las asambleas generales llegaba la
gente. No había ni siquiera directiva, porque el presidente anterior se había ido
a Estados Unidos a mitad de su mandato. Yo era el síndico de esa junta
directiva, y me tocó asumir para completar el mandato del presidente anterior,
porque nadie quería.
En el 2006 hubo elecciones
nuevamente y fui reelecto por
un periodo más 2006-2008.
Esta vez la elección fue
diferente: Gonzalo, Marcelina y
yo, fuimos los tres candidatos
presidenciales propuestos por
la asamblea, nos sentaron en
una silla viendo hacia el frente.
Todos los electores se
colocaron en fila detrás del
candidato o candidata de su
preferencia, y el que tenía más gente en su cola, ese sería el presidente o
presidenta... …Al final formamos una buena directiva, porque sí había gente que
querían servir, lo que no querían era ser presidente, porque al presidente es al
que le caen todos los palos y es el que más responsabilidades tiene, es el que
más tiempo y trabajo debe dedicar a la comunidad, es casi un trabajo
voluntario a tiempo completo. Esa ha sido la costumbre en los últimos años,
pero yo ahora trato de que sea la directiva en su conjunto, la que asuma la
responsabilidad de conducción.
Ahora tenemos nuestra personería jurídica en regla, porque después de tantos
años sin directiva formal, hasta ya nos habían borrado de los archivos en la
alcaldía. La participación de las mujeres en la directiva, sigue siendo todavía un
reto. Una de las causas principales es la migración: algunas porque se fueron a
los Estados Unidos, y otras porque su marido se fue y la carga en el hogar
ahora es mayor, y otras que simplemente no les gusta o sus maridos no las
dejan asumir este tipo de responsabilidades.
En los primeros meses de nuestra
gestión, conseguimos el proyecto de la
casa Comunal Albergue. Este era un
gran proyecto que la gente venía
pidiendo desde el Huracán Mitch
(1998), y sólo ha sido posible varios
años después, gracias a la solidaridad
Internacional de la Cruz Roja Suiza,
Cruz Roja Salvadoreña, Alcaldía de
Jiquilisco gobernada por el fmln, y
sobre todo, por el trabajo de la
comunidad como resultado del nuevo esfuerzo organizativo que internamente la
comunidad demostró. En este sentido es digno reconocer el trabajo esmerado
de cada uno de los miembros de la comunidad que participó, y el trabaja de
organización y conducción que realizaron los encargados de grupo y esta Junta
Directiva. También reconocemos y agradecemos el aporte en mano de obra, que
nos dio la Coordinadora del Bajo Lempa y Asociación Mangle, y las comunidades
la solidaridad, Nueva Esperanza, El Zamorán y El Cedro. Ha quedado
demostrado una vez más, que cuando la gente se organiza, la comunidad cobra
vida y progresa. Y que por el contrario, cuando la organización se cae, la
comunidad se estanca.
Todos se alegraron y
aplaudieron cuando en
asamblea general les
dijimos que por fin
tendríamos el proyecto
para la casa comunal
albergue. Que sería el
edificio más grande que
jamás se había construido en los veintiséis años de la historia de la comunidad.
Con una plataforma de treinta y cinco
metros, por veinte de ancho, y una altura
de uno punto cinco metros el piso.
Levantamos acta donde la comunidad
asumía el compromiso de aportar dieciséis
días de trabajo voluntario por familia.
Seleccionamos los encargados de los grupos
de trabajo y se inició la construcción.
En las primeras dos rondas de
trabajo, todos los doce grupos
respondieron. En total éramos trece
grupos con el de los y las jóvenes.
Cada grupo tenía entre 15 y 20
trabajadores.
Se levantó la fundación y esas paredes iban con todo para arriba. La directiva
coordinábamos el trabajo interno con la gente. Debíamos garantizar un grupo
de trabajo cada día. Pero luego hubo retraso en la entrega de materiales, como
la tierra de compactación, la arena y el cemento. Luego llegó la arena y el
cemento, pero no llegaron las
batidoras de mezcla; entonces
la gente sacó sus herramientas
y a pura pala batimos toda la
mezcla de la fundación de la
casa, con tal de que no se
parara el trabajo. Luego que
nunca venía la tierra para el
relleno y la gente llegaba a
trabajar pero no había materiales. Eso desmotivó a muchos, porque el trabajo
se paró casi un mes. Después se solucionó lo de los materiales pero la mitad de
la gente ya no llegaba a trabajar. La directiva había firmado un convenio con la
Cruz Roja, y teníamos que cumplir con nuestra parte del trabajo. De lo
contrario, la comunidad queda mal librada para futuros proyectos. Nos tocó
entonces reforzar el trabajo organizativo. Reunión tras reunión. Hasta hemos
hecho reunión en cada una de las nueve avenidas de la comunidad, reuniones
hasta con cada grupo de trabajo, para explicar el
retraso y hacerles conciencia. Finalmente la gente
respondió, no con el mismo entusiasmo que al
principio, pero respondió. Ahora estamos viendo los
resultados y la gente está muy contenta.
En teoría, cada grupo ha trabajado catorce días, sin
embargo hubo gente como siempre, que no quiso
colaborar, pero la mayoría aportó y otros pagaron un
mozo para que trabajara por ellos; y un porcentaje de
la gente que no aportó es porque están muy enfermos,
pero aún en algunos de estos casos, han pagado un
mozo para no quedarse sin aportar.
Hay esfuerzos para
reorganizar el grupo
juvenil y entre otras
cosas los jóvenes se
sumaron los fines de
semana, como un grupo
más de trabajo en este
proyecto. Me dio mucha
satisfacción un fin de
semana, cuando más de
treinta jóvenes
estábamos reunidos,
trabajando,
construyendo, haciendo
historia, porque este es un proyecto que va a trascender a las futuras
generaciones.
El 35% de familias no tenía letrina o estaba en malas condiciones. Este
proyecto de la Cruz Roja, también trajo como beneficio adicional, la
construcción de más de setenta letrinas aboneras en la comunidad para igual
número de familias.
Esta casa comunal
Albergue, ha traído muchos
beneficios a nuestra
comunidad. Será nuestra
Arca de salvación durante
las inundaciones, y el resto
del tiempo, será un espacio
común, donde la comunidad
se reúna, donde la
organización comunitaria se
fortalezca y cobre vida. Es
un espacio que genera condiciones para la vida
común de nuestra gente; donde la comunidad y
otras comunidades del Bajo Lempa convergen
para compartir nuestras preocupaciones,
nuestras alegrías o nuestras tristezas.
Las fiestas patronales son las festividades más
grandes de nuestra comunidad Ciudad Romero. Este año 2008, incorporamos dos nuevas
actividades: la primera fue la elección y
coronación de la Primera Reina de las fiestas
Patronales de Ciudad Romero; los criterios de
selección fueron la simpatía, la participación
comunitaria, el discurso, y por supuesto, la belleza que es algo que abunda en
Ciudad Romero. Finalmente fue coronada, la señorita Briseida Cecilia
Maldonado Velásquez, convirtiéndose asi, en la primera reina de las fiestas
patronales de Ciudad Romero. Y la segunda actividad fue la inauguración del
Mercado Lacal, en un esfuerzo conjunto de la Directiva, el Comité de festejos,
la Coordinadora, Mangle y la Alcaldía. Los productores de las diferentes
comunidades, trajeron sus productos agrícolas, la mayoría cultivados
orgánicamente, ya que la agricultura orgánica es un proyecto que se está
impulsando en la zona desde la Coordinadora, con una red de productores con
enfoque orgánico que se capacita y se
forman en la práctica y en la escuela agrícola
de formación agrícola de la Coordinadora del
Bajo Lempa. Ese día hubo mucha
concurrencia de productores y consumidores,
había más de cuarenta diferentes productos
locales.
La casa comunal albergue, que también se
inauguró en el marco de estas fiestas patronales 2008, es ahora el nuevo
escenario que se prepara cada año, para recibir a nuestro patrono que aún
sigue clandestino, pero que resucita cada año en Bajo Lempa, “nuevo, rico, joven, digno y salvador”. Ahora cada familia tiene su solar y su parcela agrícola que la gran mayoría
trabaja y conserva. La agricultura y la ganadería son la base de subsistencia de
nuestra gente, sin embargo, muchos, vendieron sus parcelas para irse a los
Estados Unidos, no lograron pasar o los deportaron, y ahora la tienen muy
difícil; pero muchos de los que sí lograron pasar, han recuperado sus tierras ya
estando allá y han mandado a construir su casa. Sin embargo, la vivienda sigue
siendo un problema para las nuevas generaciones aquí.
Nuestros hermanos y hermanas en los Estados Unidos, también son parte del
presente y futuro de esta comunidad; porque ellos son los que sostienen la
economía de un veinticinco por ciento de las familias de Ciudad Romero, y otro
porcentaje similar de familias es subsidiado de alguna manera por las remesas
familiares, de vez en cuando. Pero hay un cuarenta por ciento de familias que
no reciben remesas, y ellos también son parte de esta comunidad. En ese
sentido, nosotros hemos venido promoviendo una organización que busque
compartir estos beneficios, y que la acción de nuestros hermanos vaya más allá
de la ayuda directa a sus familiares, que trascienda al campo colectivo, al
campo comunitario, y al igual que nosotros ahora luchamos por reivindicar la
organización de nuestra comunidad: con el Comité de Festejos, con los jóvenes,
con las mujeres, con la directiva central, etc., ellos también se organicen para
ayudar en los proyectos comunitarios. Es algo necesario, y entendemos que no
sea nada fácil, pero es algo bueno que beneficia a todas las familias de la
comunidad. Ellos y ellas se están organizando y eso a mí me llena de mucha
alegría y satisfacción:
Julio Turcios:
Todo este tiempo la mayoría de la gente ha estado pensando que vive allá, es
decir, gastan el dinero como si siempre van a vivir en los Estados Unidos. Pero
desde hace algunos años ya no es tan así la cosa, porque hemos visto muchos
casos de gente que se enferma o tiene algún accidente de trabajo, y se tienen
que venir, o los últimos casos de la gente que ha vivido años allá como un gringo
normal, sin pensar en la comunidad, con buena casa, carros y lujos; pero de
repente los han tirado para El Salvador, sin nada, y lo han perdido todo.
Entonces todo esto ya pone en qué pensar a los demás. El pensamiento ahora es
más que todo ver cómo hacer sus cositas aquí, y ahora hay una mejor
disponibilidad de ayudar a la comunidad. Vos ya habías llamado a varios de
nosotros para proponer que nos organizáramos y formáramos una directiva,
para ayudar a la comunidad, y un año lo hicimos; en un fin de semana recogimos
mil cuatrocientos dólares y los enviamos para las fiestas patronales cuando se
acababa de formar el comité de festejos. Si la ayuda se paró por los
problemitas que te contaba (lo del partido de fútbol). Pero ahora sin muchos
problemas ya hemos formado una directiva y en Texas se ha formado otra,
porque queremos ayudar a la comunidad. La idea es que vamos a inscribir a todo
el que quiera colaborar con cinco dólares semanales, como allá te pagan cada
semana, o veinte al mes como quieran, y con esos fondos ya tenemos un acuerdo
con ustedes, los de la directiva, para desarrollar proyectos en la comunidad.
Ustedes administran los fondos, en este caso vos que sos el presidente, porque
esa es la otra cosa que ha ayudado también, la gente allá tiene confianza en
esta directiva, y ya hemos dicho que no vamos poner tanto requisito con los
fondos, lo único que queremos es ver los proyectos y que el dinero se invierta
en lo que hemos acordado. En este primer mes ya recogimos mil dólares que se
van a invertir en la casa comunal albergue. Pero la mara allá quiere hacer más
proyectos, como reparar las calles de la comunidad y mejorar la cancha de
fútbol, si es posible hacer un complejo deportivo. Dice la mara, vamos a
arreglar la cancha, por si un día nos echan, por lo menos vamos a tener donde ir
a jugar pelota. La gente ahora está más pensando en que algún día va a
regresar a la comunidad y eso motiva la idea de organizarnos, yo creo que
podemos hacer muchas cosas.
La organización Comunitaria, también nos ha permitido luchar junto al pueblo salvadoreño, para seguir resistiendo a las políticas privatizadoras y anti
populares de los gobiernos de Arena, que han acabado con la producción
agrícola en este país. Pero además de resistir, nos permitirá luchar por los
cambios que este país necesita. Después de las Privatizaciones y la
dolarización, es cuando la gente de nuestras comunidades más ha emigrado. Los
que salen de aquí, ya salieron mojados por las inundaciones del Río Lempa. La
mayoría se va con la esperanza de encontrar un trabajo y cambiar su situación
económica allá. En cambio los que nos quedamos debemos luchar por nuestra
propia sobrevivencia, pero también por el desarrollo de nuestras comunidades,
que depende en gran medida, de un cambio de gobierno en este país. Tenemos
ahora la oportunidad histórica de hacer verdaderos cambios, como lo dijo
nuestro profeta y pastor, Monseñor Romero:
“Estoy seguro que tanta sangre derramada y tanto dolor causado a los familiares de tantas víctimas no será en vano. Es sangre y dolor que regará y fecundará nuevas y cada vez más numerosas semillas de salvadoreños que tomarán conciencia de la responsabilidad que tienen de construir una sociedad más justa y humana, y que fructificará en la realización de reformas estructurales audaces, urgentes y radicales que necesita nuestra patria” (Homilía 27 de enero de 1980).
Esta es la oportunidad de hacer posible el primer gobierno en la historia de El
Salvador, que represente los intereses del pueblo salvadoreño, después siglos
de dictaduras tanto militares como civiles. De hacer posible el proyecto
histórico de nuestro partido, un proyecto que recoge los ideales por los que
lucharon nuestros padres, desde antes que el fmln naciera. Porque la comunidad
está clara que el desarrollo de la comunidad, del Bajo Lempa y del país entero,
no depende sólo del trabajo local, sino de las políticas gubernamentales; y
Arena nos ha tenido excluidos y marginados por casi veinte años.
Ahora lucharemos con más entusiasmo, porque no solo tenemos un partido
fuerte y unido, sino también a Mauricio Funes y Salvador Sánchez Cerén, que
es la fórmula presidencial ganadora para el 2009. Pero además, creemos que
Mauricio Funes, es uno de los muchos hombres y mujeres luchadores en los que
ha resucitado Monseñor Romeo; así lo ha demostrado en el ejercicio de su
trabajo periodístico por más de veinte años. Él también ha sido la voz de los sin
voz, él también se enfrentó al poder y fue perseguido y calumniado… pero
ahora la historia será diferente. El anhelo más grande de nuestra comunidad en
este momento, es que ese cambio por el que hemos luchado toda la vida, se
produzca a partir del 2009.
No más mojados que se van, no más mojados los que nos quedamos.
Me dijo el Padre Ángel un día de estos: “Ustedes tienes derecho a que por lo menos se les trate como ciudadanos salvadoreños, ¡qué clase de gobierno tienen ustedes, vaya usted a saber!”.
Shafick explicaba en una reunión aquí en Ciudad Romero, en las oficinas de la
Coordinadora, que la oligarquía salvadoreña considera el libre mercado como el
ungüento mágico que soluciona todos los males. “Dicen que el libre mercado
genera las oportunidades, y el que no las aprovecha es porque es tonto.
Entonces, explicaba Shafick, ellos quieren decir que más del 80% de los
salvadoreños, somos tontos, porque no aprovechamos esas grandes
oportunidades que el gobierno arenero y el mercado generan, y por eso es que
más del ochenta por ciento de los salvadoreños no somos ricos, y la mayoría es
pobre”.
La crisis es tan grande que sigue obligando a miles de salvadoreños a emigrar.
Pero también ha forzado la organización como alternativa de las comunidades
del Bajo Lempa. Aquí han jugado un papel muy importante las juntas directivas
comunales, la iglesia, las ONG y asociaciones locales que han gestionado y
promovido la solidaridad y la ayuda internacional. Es gracias a la organización y
a esta solidaridad, que nuestras comunidades han ido sobreviviendo. El
gobierno aquí, brilla por su ausencia, y cuando aparece, es porque se le ha
obligado. Un ejemplo es cuando después del Huracán Mitch, vino la ayuda
internacional para la pavimentación de la carretera de San Marcos hasta la
Canoa. El Bajo Lempa fue una de las zonas más afectadas por el Huracán, pero
pasó el tiempo y nunca que construían la carretera, después se corrió la noticia
de que arena se había robado el dinero de la carretera para la campaña de
Francisco Flores. Entonces las comunidades nos organizamos y con el apoyo de
la Iglesia, la Coordinadora del Bajo Lempa y otras organizaciones de la zona,
nos tiramos a las calles de San Salvador y marchábamos hasta la casa
presidencial, a exigirle a Flores que devolviera el dinero y nos construyera la
carretera. Las marchas fueron constantes hasta que se les obligó a iniciar el
proyecto.
Pero esto solo fue posible con la participación y la organización de las
comunidades, que ya organizadas, formamos una identidad colectiva que
nosotros hemos ayudado a construir desde el principio, “el Bajo Lempa”, a
veces conocido como el Rojo Lempa haciendo referencia a una identidad mayor.
Creemos que sí es posible buscar mecanismos y formas para crear aquí mejores
condiciones, de seguir construyendo aquí nuestro futuro. La cosa es trabajar
con amor a nuestra gente, y no desmayar, porque siempre habrá personas que
traten de trabajar por la comunidad y otros que buscarán sus intereses
personales. Por eso debemos mirar siempre hacia el futuro. Hay que ir
pensando no en el yo, sino en nosotros, en los hijos de los hijos de nuestros
hijos. Porque la comunidad y el nombre de Ciudad Romero no terminan, eso va
creciendo cada vez más.
Pude haber incluido otros testimonios interesantes en este libro, pero los
protagonistas ya no están en la comunidad por distintas razones. Sin embargo,
al leer este libro, ellos y ellas sabrán que son parte de él. Porque el dolor de
uno fue el dolor de todos y los momentos de alegría también han sido
compartidos.
Un llamado, a todos
los romereños y
romereñas, desde
donde se
encuentren, a
rescatar y
transmitir esos
valores y principios
con los que fue
fundada nuestra
comunidad. A hacer
honor a nuestro
nombre, para que
nuestros mártires
vivan para siempre
en la lucha, en la
hermandad, en la solidaridad y en la paz de este pueblo.
¡JUNTO A MONSEÑOR ROMERO, CIUDAD ROMERO VIVE!
LISTA DE TRABAJADORES Y TRABJADORAS VOLUNTARIOS EN LA CONSTRUCCIÓN DE NUESTRA CASA COMUNAL ALBERGUE DE CIUDAD ROMERO:
NOMBRE DEL TRABAJADOR O
TRABAJADORA GRUPO 1
1 JOSÉ LEONIDAS VELÁSQUEZ
2 MÁXIMO NÚÑEZ
3 PEDRO RAMÍREZ BONILLA
4 CATALINO REYES RAMÍREZ
5 OMAR NOE VELÁSQUEZ
6 SANTOS WILIAN SORTOS
7 EUGENIO CASTELLÓN
8 MARÍA ADRIANA VELÁSQUEZ
10 ALFONSO REYES
11 GLADIS DEL CARMEN MOLINA
12 ISIDRO GUEVARA BUSTILLO
13 FLORINDA MEJÍA GÁLVEZ
14 DIONISIO NÚÑEZ
15 ARMANDO COLINDRES
NOMBRE DEL TRABAJADOR O
TRABAJADORA GRUPO 2
1 SANTOS NELSON MEJÍA
2 SANTOS CRISTINA REYES
3 LADISLADO GÓMEZ
4 MARCIANO REYES GANADOS
5 JOSÉ DE LA PAZ REYES
6 BUENAVENTURA BONILLA
7 MARÍA SANTOS CRUZ BONILLA
8 AMALIA REYES BONILLA
9 MARIBEL JIMÉNEZ RAMIREZ
10 MARÍA RAMONA NÚÑEZ
11 FLORA MEJÍA GALVEZ
12 SIMEONA REYES
13 MIGUEL ANGEL TURCIOS
14 MARÍA MARGARITA PEREZ
15 GUADALUPE SORTOS
NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 3
1 JESUS REYES FUENTES
2 NEFTALI REYES JIMENEZ
3 JOSE AMILCAR SALMERÓN
4 MAURO RYES GÓMEZ
5 MERCEDES ESCOTO DOMINGUEZ
6 ENEMECIO REYES VELÁSQUEZ
7 JOSÉ NOHÉ REYES GRANADOS
8 NICOLAS REYES
9 TEODORA MANCÍAS
10 JOSÉ RENÉ SORTOS
11 NEFTALÍ VELÁSQUEZ
12 FRANCISCO VILLATORO
13 DIMAS VELÁSQUEZ
14 SANTOS AMAYA
NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 4
1 DANIEL MALDONADO
2 ANTONIO BONILLA
3 JULIO JIMENEZ
4 ROSA MARINA SANTOS RAMIREZ
5 RENE SORTOS MENDEZ
6 MARTINIANO VELÁSQUEZ
8 LORENZO MANCÍAS
9 GERARDO RUBIO
10 VICENTE CASTELLÓN
11 FREDIS GÓMEZ
12 LIDIA JIMENEZ
13 EDUARDO SALMERÓN
14 SANTOS CALLETANO VELÁSQUEZ
15
NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 5
1 MARIO ORDOÑEZ VILLATORO
2 GONZALO REYES GRANADOS
3 JESUS SOSA MANCÍAS
4 TEODORA SOSA
5 ISABEL ORDOÑEZ
6 ANTONIO AMAYA ARGUETA
7 VILMA HAYDEE MEJÍA
8 ANA MARIBEL REYES CASTELLÓN
10 SANTIAGO REYES GRANADOS
12 ROMÁN REYES
14 ARACELI CENEIRA VELÁSQUEZ
15 ANA COLOMBIA GÓMEZ AVELAR
NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 6
1 ALFREDO ALVARADO MALDONADO
2 SANTOS VILLATORO
3 JOSE DE LA PAZ VILLATORO
4 JACINTO RUBIO
5 SANTIAGO RAMIREZ
6 MARGARITO REYES RAMIREZ
7 ISIDRO CASTELLÓN
8 SONIA MARIBEL CASTELLÓN
9 VICTORIO JIMENEZ
1O EUGENIO SANTOS
11 OLGA EDELMIRA GUZMÁN
12 BARTOLO HERNADEZ
13 CARMEN RENÉ VENTURA
NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 7
1 ISIDRO REYES JIMENEZ
2 VICTOR MANUEL VILLATORO
3 PABLO CASTELLÓN
5 JOSÉ LUCAS VELÁSQUEZ
6 CARLOS HUMBERTO HERNANDEZ
7 RODOLFO AVELAR
8 PETRONA VILLATORO
9 MIRNA VELLATORO
10 LEONIDAS HERNANDEZ MONTEAGUDO
12 ANGEL GÓMEZ
13 MARCELINA VENTURA
14 JOSÉ SIMÓN GUZMAN
15
NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 8
1 FIDEL GÓMEZ AVELAR
3 JASE ANTONIO JIMENEZ
4 PONCIANO SANTOS
5 YADRIELA RAMIREZ
6 JOSÉ SANTOS RAMIREZ
7 IGNACIO SANTOS
8 PONCIANO SORTOS
9 EGIPCIA ORDOÑEZ
10 WILFREDO ORDOÑEZ
11 CRISTINO GÓMEZ
12 ENRQUE GÓMEZ
13 EDELIO AVELAR
14 ADRIANA VILLATORO
15 GERMAN REYES
NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 9
1 ISRAEL CASTELLÓN
2 OSCAR SANTOS
3 ELVIA REYES
4 MATÍAS RAMIREZ
5 ROSA ANTONIA VENTURA
6 EVELIO VÁSQUEZ
7 CEFERINA REYES
8 FERMIN ALVARADO
10 RAMONA SORTOS
12 JULIO ORDOÑEZ
13 MACARIO REYES
14 JENIFER ARMIDA
15 ELVIA AMELIA SORTOS
EUSEBIA SOSA
NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 10
1 ROMULO MANCÍAS
2 RAUL VELÁSQUEZ
3 MARÍTZA PEREZ
4 MISAEL PEREZ
5 SANTAMARÍA MANCÍAS
7 CATALINO SOSA
8 RAFAEL ALVARADO
11 FRANCISCO VENTURA
12 OSWALDO
13 MARÍA ÁNGELA MOLINA
14 RAMIRO VÁSQUEZ
15 BALENTIN REYES
NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 11
1 ERNESTO GÓMEZ
2 DONATO SANTOS
3 ISABEL MOLINA
4 ELISEO CASTELLÓN
5 OLIVIA RAMIREZ
6 BALENTÍN REYES RAMIREZ
7 ROSIBEL MALDONADO
8 ANA ROSA GRANADOS
9 BENITO VILLATORO
10 MARÍA INES CASTELLÓN
14 MARTINA REYES
15 LUIS ROBERTO ALVARENGA.
16 SELSA CERROS.
17 BALENTIN REYES
NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA GRUPO 12
1 JUSTO RUFINO LLANEZ
3 JUAN BAUTISTA CASTELLÓN
4 ANA MARÍA ALVARADO
5 MARÍA DE LA PAZ MOLINA
7 DESIDERIO CASTELLÓN
8 ANA VICTORINA VILLATORO
9 MARÍA MEJÍA GALVEZ
10 SATURNINO SALMERÓN
11 LIDIA CHICAS
12 BERNARDO CARRANZA
13 JOSÉ LINO ALVARADO
14 ALEX HUMBERTO SANTOS
15 SULEMA CERROS
NOMBRE DEL TRABAJADOR O TRABAJADORA
GRUPO JUVENIL
1 JULIA ITZELA ALVARADO MEJÍA
2 VIRGILIO REYES GRANADOS
3 ELSI ORDONEZ REYES
4 ENIDIA ORDOÑEZ REYES
5 MAYRA ALVARADO MEJÍA
7 MIRNA ALVARADO MEJÍA
8 PASCUAL YANEZ
10 RAMIRO VASQUEZ
11 CARLOS HUMBERTO ORDONEZ
12 RONI SOSA
13 JESUS RAMIREZ ORDONEZ
14 MELQUI MANCIA
15 LILIAN SOSA
16 HUMBERTO CASTELLÓN
17 SANTOS WILIAN SORTO
18 RUDI MEJÍA
19 WILLIAN MEJÍA
20 NUMAN REYES
21 ERICA ROMERO REYES
22 OTILIA CASTELLÓN
23 CRUZ REYES GRANADOS
24 NOEMÍ REYES GRANADOS
25 LINA SANTOS
26 LUZ VELÁSQUEZ
27 BRENDA VASQUEZ
28 DORIS GOMEZ
29 BAUTISTA ALVARADO
30 YURI VELÁSQUEZ
31 LITA VELÁSQUEZ
32 SALVADOR ALVARENGA
33 IRSAN ALVARENGA
34 ARMANDO REYES
35 VICTOR VELÁSQUEZ
36 GUADALUPE VEÁSSQUEZ
37 YESEL COLINDRES
38 FANY ARELY BONILLA REYES
39 LILIANA BONILLA REYES
40 OSCAR AVELAR
41 ESTER YANEZ MEJÍA
42 ELDA CASTELLÓN REYES
43 JOSÉ NOHÉ REYES GRANADOS
177
Carta a mi Madre:
Queridos amigos y amigas.
En primer lugar quiero dar en nombre de mi
familia el mío propio, los más grandes
agradecimientos, por su muestra de solidaridad y
apoyo, que nos han mostrado en estos momentos
tan duros de nuestras vidas.
En segundo lugar quiero informar con todo el
dolor de mi alma, a los familiares, amigos y
amigas que aún no se han enterado, que mi madre
MARÍA ANTOLINA GRANDOS BONILLA,
falleció este domingo 27 de agosto de 2006, a las 04 AM.
No quiero entrar en detalles, solo quiero decir que mi madre fue una mujer de
fe, una de las fundadoras de esta Comunidad a la que tanto amó y por la que
luchó durante toda su vida.
Ella es la madre de 13 hijos e hijas a los que amó como solo ella sabía hacerlo.
Yo siempre la describí como la madre perfecta, que le alcanzaba su amor para
todos sus nietos, bisnietos, sobrinos, hermanos, hermanas y miembros de ésta
comunidad CIUDAD ROMERO.
De los 13 hijos e hijas, ninguno nació con asistencia médica por lo que una de
ellas murió al nacer. Uno nació bajo un árbol de amate inmediatamente después
de cruzar la frontera entre El Salvador y Honduras mientras huíamos de las
bombas y balas del ejército salvadoreño, a principios de la guerra. Mis dos
hermanos menores nacieron en la selva panameña, en similares condiciones.
Todo esto fue quebrantando su salud y en los últimos años estuvo luchando
contra múltiples enfermedades, entre ellas el hígado que fue dañado por
tantos medicamentos.
Ella luchó hasta el último respiro, y en medio de su enfermedad supo sacar
fuerzas para defender y transmitir sus ideales, y como buena cristiana se
mantuvo fiel a sus principios y a la palabra de Dios.
Ella manifestó siempre sentirse orgullosa de sus hijos e hijas, y nuestra vida
también ha girado siempre alrededor de ella.
178
Ella es una de las razones principales por la que yo sigo viviendo en esta
comunidad, y también se que es una de las razones por las que mis hermanos y
hermanas se fueron a Los Estados Unidos, para trabajar y pagar a los médicos
que la atendían, porque en este país o pagas o te mueres, puedo decir esto con
conocimiento de causa.
A veces durante los momentos de crisis de esta comunidad, yo me he
preguntado, si valdría la pena seguir viviendo en Ciudad Romero, si mi mamá ya
no estaba. Después de ver la impresionante respuesta que esta comunidad nos
ha dado, su muestra de solidaridad y hermandad, después de enterarnos que
ese gran dolor que nos embargaba, no era solamente mío, no era solamente de
papá, de mis hermanos, hermanas y familiares, si no que era algo compartido
entre toda la comunidad y amistades cercanas. No solo el llanto y el
sentimiento, sino también el trabajo en la cocina, en la logística, en la
construcción de la bóveda y muchas cosas más.
El Padre Ángel, que le tiene mucho cariño a esta familia, fue muy atinado en
seleccionar las lecturas dedicadas a mi madre durante la misa de cuerpo
presente. “Mi familia y yo, vamos a servir al señor, vamos a servir a la
comunidad, vamos a servir a este pueblo”. Al menos eso fue lo que yo entendí, y
eso es precisamente lo que ella quiso durante toda su vida, y se sentía orgullosa
de sus hijas he hijos luchadores, comenzando por Mabel, nuestra hermana
mayor. A veces decía: “Mabel quiere más al FMLN que a mí”. Pero nunca se
quejó por eso.
En mi casa siempre ha habido una taza de café, un plato de comida o cualquier
cosita para los visitantes. El corredor de nuestra casa era una pequeña
estación para todos los vendedores de la zona. Aunque un día se molestó con un
vendedor de vitaminas, que llegó como de costumbre, y comenzó a hablar en
mal de Schafik, el día de su muerte. Nunca más le compró nada al “vitaminitas”
como ella le llamaba. Aunque siempre lo recibía amablemente, ella decía que los
areneros, explotadores no tienen necesidad de andar vendiendo por las calles.
Mi madre se llevaba muy bien con las vendedoras de pescado, se sentaban a
platicar sobre sus penas y enfermedades. A todo el mundo le contaba la
historia de esta comunidad. Estos pescados son bien buenos decía, en Panamá
habían bastantes, los cipotes los agarraban por cayucadas. De éstos le gustan a
179
Virgilio, de éstos le gustan a Nohé. Estos también son bien buenos. Lo chistoso
es que ella nunca había probado un tan solo pescado, porque no le gustaban.
Pero lo que era bueno para sus hijos era muy bueno para ella.
Hoy por la mañana una de las vendedoras llegó como de costumbre. Dígale a
Niña Antolina que le llevo buenos pescados, así como a ella le gustan, me dijo, y
yo no pude contener el llanto... A la señora también le brotaron las lágrimas y
se fue sin decir una palabra.
En sus últimos días de lucha por su vida en la tierra, ella decía a la gente con
orgullo, mi hijo es Abogado, da clases de Ingles en el Instituto, trabaja en la
Coordinadora y es el presidente de Ciudad Romero. Esto último, el que yo
sirviera a la comunidad era lo más importante para ella. Todas las mañanas
antes de irme al trabajo yo iba a su cama para ver como estaba. No hijo yo
estoy bien, ándate tranquilo. Siempre me apoyó en todo. Para las inundaciones
siempre la sacábamos en la lancha hasta el desvío del Zamorán. Hasta aquí
dejadme, me decía, yo me voy sola de aquí, anda a ayudar a la gente…
También era una de las principales interesadas en la recuperación de la
memoria histórica de esta comunidad. Fue una de las mayores informantes
para el libro que estoy escribiendo, además siempre le estaba repreguntando
para confirmar alguna cosa mientras escribía los testimonios de otras
personas. Se sentaba en la hamaca cerca de la computadora, para escuchar las
entrevistas y a veces me interrumpía para agregar o profundizar algunas cosas.
El machote del mural que luego se pintó en el Comedor, solo fue posible con su
ayuda, sobre todo la parte del campamento en Belencillo, ella era la que se
acordaba perfectamente donde estaba la cocina, la casa comunal y hasta los
caminos. “Ahora yo estoy toda malienta, decía ella, porque a veces no me
acuerdo dónde he dejado las cosas, pero si me pregunta de la historia de la
comunidad, allí si me acuerdo de todo”.
Estoy escribiendo todo esto con mucho dolor pero con mucha sinceridad que
fue uno de los valores que ella me enseñó.
Reitero mis agradecimientos y ruego a Dios y a mi madre que nos llenen de
fortaleza desde el cielo.
José Nohé Reyes Granados
Ciudad Romero, 29 de agosto de 2006
180
LOS HUMILDES CAMPESINOS
Canción comunitaria. - Antonio Amaya -
Voy a contar una historia
Lo que mi pueblo sufría
Por una junta asesina
Que compasión no tenía
Cuando el primero de mayo
Los aviones bombardearon
Y los soldados quemaron
Las casitas que teníamos
Salimos para Honduras
Llegamos a las Estancias
Allí estuvimos seis meses
Bajo mucha vigilancia.
El gobierno panameño
Fue el que asilo nos dio
General Omar Torrijos
General de división
Nos fuimos a Panamá
Llegamos al Simarrón
Allí estuvimos un tiempo
Solo en recuperación.
Al gobierno panameño
Y su guardia nacional
Yo los admiro y los quiero
Y al querido General.
Hoy panamá esta de luto
Lo sentimos su dolor
Porque ha perdido un gran Hombre
Hombre de mucho valor
El General fue un líder
Líder de fama mundial
Fue el que luchó por los pobres
Sincero y muy popular
Los latinoamericanos
Decimos en voz popular
No olvidaremos jamás
Al querido General.
El pulgarcito
Ya se nos llega el momento
ya todo está preparado
de nuestro sueño dorado
todos juntos regrezar
al Zamorán Jiquilisco
donde quiero trabajar
todos juntos como hermanos
nos queremos repatriar
cultivaremos la tierra
allá en nuestro país
sembrando arroz y frijoles
también la paz y el maíz.
No se porque a El Salvador
181
Le llaman el pulgarcito
Pero es que de centro América
Es el país más chiquito
Pero ese no es requisito
Que nos va a desanimar.
San Romero Nuestro Pastor.
(Nohé Reyes)
Mi pueblo sufrio la guerra
militares y escuadrones,
campesinos torturaron
San Romero asesinaron
Casas pueblos bombardearon
Al exilio nos mandaron
Honduras fue nuestro infierno
Panamá nos rescató
Torrijos nos dio la fuerza
Mi gente se organizó
La selva fue nuestro mundo
San Romero nuestro pastor
Las manos del campesino
Trabajan fuerte con mucho amor
La selva fue transformada
Ciudad Romero allí se fundó
Como un testimonio vivo
del gran amor que él profesó
San Romero tú que vives
En el que siembra la tierra
En el que estudia y trabaja
En el que clama justicia
El que cruzó la frontera
Para ver si allí respira
En la madre que llorando
Pide a Dios que la bendiga.
Creíste que tanta sangre
Fecundaría nuevas semillas
Tanto dolor tanto llanto
Tanto amor costó tu vida
Tu sangre corre en mis venas
Tu vos en mi corazón
Tu ejemplo cruza fronteras
Tu mensaje se escuchó
El salvador necesita cambios profundos
giro al timón
mujeres hombres concientes
una sociedad más justa
San Romero tú que vives
En el que siembra la tierra
En el que estudia y trabaja
En el que clama justicia,
El que cruzó la frontera
Para ver si allí respira
En la madre que llorando
Pide a Dios que la bendiga.
182
CRONOLOGÍA
- 1969 Guerra entre Honduras y El Salvador
1980
- Enero, primer operativo militar, asesinatos y ametrallamiento de casas en el Ocotillo.
- Enero 22, se unen todas las organizaciones populares, para la gran manifestación
en San Salvador. El ejército bombardea la Universidad nacional.
- Marzo 24 asesinan a Monseñor Romero
- Mayo 1- 4, Tercer operativo de Tierra Arrasada
- Mayo 5, 600 campesinos llegamos a Honduras y somos reprimidos por el ejército de
ese país.
- Noviembre 1, llegamos al Cimarrón en la Ciudad de Panamá.
1981
- Febrero 17, sale el primer grupo de 26 hombres y cuatro mujeres para Santamaría de
Belén, en la costa debajo de Colón, a preparar la condiciones de asentamiento de para
los refugiados salvadoreños.
- Marzo, Se lleva a cabo el asentamiento de los Refugiados salvadoreños en la selva
Panameña
- Juinio, en nuevo asentamiento, recibe el nombre de Comunidad “Ciudad Romero”, en
memoria del Arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero.
- Octubre, Muerte del General Omar Torrijos Herreras, presidente de Panamá.
1982,
- inicia el trabajo con los grandes proyectos colectivos, cacao, coco y ganadería.
1986
- Crisis en los proyectos y división de la comunidad en cinco grupos.
1987
- División y repartición de los proyectos colectivos.
1989
- inicia el proceso de Repatriación hacia El Salvador.
1990
- Otubre 23, nos visita una delegación de diputados salvadoreños.
- Noviembre 16 sale la caminata por la repatriación, por la pica durante cuatro días
hasta llegar a Coclesito, con destino a la ciudad capital de Panamá, a exigir el derecho
de retornar a El Salvador.
- Diciembre, toma de la embajada salvadoreña en Panamá, para exigir nuestra
documentación y nuestra inmediata repatriación.
1991
183
- Enero 04, inicia la Huelga de Hambre de 12 miembros de la Comunidad, para presionar
al gobierno salvadoreño agilice la repatriación.
- Enero 23, sale el primer vuelo para El Salvador
- Enero 27, se reúne toda la comunidad en Cerro Bonito, Vía El Triunfo, Usulután.
- Febrero 17, nos trasladamos hasta El Marillo, Bajo Lempa.
- Marzo 12, traslado de toda la comunidad para la Hacienda Nancuchiname, donde se
haría el reasentamiento definitivo de la comunidad.
- Marzo 24, se inaugura el reasentamiento Definitivo de la Comunidad Ciudad Romero,
en la Hacienda Nancuchiname de San Marcos Lempa, juntando así nuestra fiesta con
el Aniversario del martirio de Nuestro Pastor, Oscar Arnulfo Romero.
1994
- Construcción de la Capilla de Ciudad Romero, con el Padre Paulino, Miguel Ángel y la
comunidad.
1995
- Organización Juvenil y construcción del Centro Juvenil y la cancha de básquetbol.
1996
- Inauguración del Centro de desarrollo infantil de la comunidad.
1998
- Primera inundación en Ciudad Romero, a causa del Huracán Mitch y el desbordamiento
del Río Lempa.
1999
- Se construye en nuestra comunidad, el centro de formación y las oficinas de la
Coordinadora del Bajo Lempa.
2000
- Construcción del Restaurante comunitario, BELENCILLO.
2007
- Marzo, inicia construcción de la casa comunal albergue.
2008
- Marzo 24, inauguración de la casa comunal albergue.
- Abril, Romereños y Romereñas se organizan el USA en coordinación con la junta
directiva de la comunidad, para financiar proyectos de desarrollo en Ciudad Romero.
184
ALGUNAS DE PERSONAS Y ORGANIZACIONES QUE NOS HAN APOYADO.
Servicio Jesuita ( Padre Jon Cortina,
Padre Jose María Tojeira,
Padre Miguel Kennedy,
Jefrin Rodriguez, Jose Luis Benitez,
Omar, El Chino).
Mons. Aris,
Los padres Paulinos
Las Religiosas del Sagrado Corazón de
Jesús
Las Religiosas María Inmaculada
Los de la Comisión de Derechos
Humanos COPODEUPA.
Padre Conrado y Rosaura.
La Universidad Nacional de Panamá.
CARITAS NACIONAL DE PANAMÁ,
Carlos Lee
OMPAR
Pepe Blanco
Stuar.
Ciudad Segundo Montes.
FASTRAS,
CONFRAS.
FENACOA
El FMLN
Cooperativa Nancuchiname.
Cooperativa La Maroma.
Cooperativa Mata de Piña.
Voces de la frontera.
Médicos sin Fronteras
Hermanamiento Grupo Un solo Mundo,
Alemania (Lothar y Sigrid)
Hermanamiento Snt. Paul Minnesota.
Padre Murillo
Padre Toribio
Padre Celestino Sáez
Padre Cerezo Barredo
Padre Paulino
Miguel Ángel La Fuente.
Padre Arturo
Padre Pilar
Padre Ángel Arnaiz
Mayra Scott
Don Lolo
Don Lencho
Niña Tomaza
Niña Santana
Remberto
Mercedes
Niña Letis
Don Santos, Mala Hierba.
Mauro Chavez
Mauro Fermán
Niña Pimpa
185
Presidentes de Ciudad Romero.
1- Simeón Guzmán 1981
2- René Sortos 1982
3- Macario Reyes 1983
4- Raúl Velásquez 1985
5- Enemecio Reyes Velásquez 1987
6- Jorge Villatoro 1990
7- Eliseo Castellón 1993
8- José de la Paz Villatoro 1995
9- Cristóbal Ventura 1997
10- Jesús Reyes Fuentes 1998
11- Santos Cristina Reyes Granados 2000
12- Santos Cayetano Velásquez 2002
13- José de la Paz Villatoro 2004
14- José Nohé Reyes Granados 2005
186
“La vida es un caminar. Ustedes han caminado bastante. Y si la vida es un caminar, Ustedes están llenos de vida. Amigos y amigas de Ciudad Romero, Sigan caminando Y que Dios les acompañe siempre".
Palabras del Maestro Diógenes González, en el acto de despedida de Ciudad Romero en la
Selva panameña.
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