una nuev versiÓa n espaÑola de la carta de...

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U N A N U E V A VERSIÓN

ESPAÑOLA D E L A CARTA

DE JAMAICA

Francisco C U E V A S C A N C I N O

F U E E N F E B R E R O P A S A D O cuando m i amigo Pedro Grases me envió u n e jemplar de l a nueva edición de l a C a r t a de J a m a i ­ca. E r a l a edición crítica p u b l i c a d a bajo los auspicios de l a Pres idencia de l a R e p ú b l i c a de Venezuela . T o d o me hacía esperar l a versión d e f i n i t i v a , y durante varios meses, saboreé de antemano el placer de sumergirme nuevamente en su estudio.

Desde mis pr imeros pasos por el sendero b o l i v a r i a n o l a C a r t a de J a m a i c a me h a servido de guía y de inspiración. E l L i b e r t a d o r confrontaba allí el más sombrío de los h o r i ­zontes; venc ido y ex i l i ado , tr iunfantes los españoles, n i u n a leve luz alegraba a l a América. ¿Qué podía hacer u n c r i o l l o derrotado y r e p u d i a d o p o r las mismas castas a las que pre­tendía representar? Otros habrían l l o r a d o ; en cambio Bol ívar nos deja u n o de sus extraordinar ios documentos: l a jus t i f i ­cación histórica de l a ba ta l l a que había que dar —y d a r l a inexorable e i n i n t e r r u m p i d a m e n t e — contra e l destino; por­q u e la C a r t a que durante tantos años se conoció como d i r i ­g i d a a u n anónimo caballero de Jamaica , es l a réplica genia l de u n h o m b r e a q u i e n el m u n d o pensante cíe entonces ca l i f i ­caba con el denigrante epíteto de insurgente.

Desde los pr imeros documentos que en sus balbuceos redactaron esas juntas que h a b l a b a n todavía en n o m b r e de F e r n a n d o V I I , encontramos explicaciones de nuestra Inde­pendencia . P e r o quedaba p o r demostrar lo i n i c u o de l a cerrazón en que nos había s u m i d o el m u n d o occidental , y d e l porqué n o había sido vengada l a i n d i g n i d a d de l a con­quista . E n el m u n d o c o l o n i a l de entonces tocaba a los hispa­noamericanos h a b l a r como vengadores de razas aniqui ladas

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y de civi l izaciones descabezadas por los conquistadores; y p o r el lo , desde Jamaica , g r i t a Bol ívar : " E s a nosotros, que const i tuimos esa especie i n t e r m e d i a entre ind ios y españoles, a quienes corresponde hacer l a independenc ia ; y l a hare­mos a pesar del abandono de u n a E u r o p a que se muestra indi ferente a nuestros sufr imientos , y que nuevamente per­m i t e que nos sacrif ique l a vie ja e insaciable serpiente que es España . "

E l estudio de l a C a r t a , que f ina lmente inicié con base en l a nueva edición, me de jó profundamente perple jo : l a prosa b o l i v a r i a n a mani f ies ta siempre e l genio de su autor, y su r i t m o ext raordinar io l o hal lamos a u n en escritos redac­tados a l a d i a b l a ; ese r i t m o me recuerda e l correr de u n tormentoso río, cuyo cauda l acrecientan m u l t i t u d de af luen­tes, cada cu a l coloreado p o r e l l i m o de las tierras que bañan, pero que sumados todos f o r m a n el caudal que constituye u n a de las grandes fuerzas de nuestra independencia . E l texto d e f i n i t i v o que ponía ante mis ojos l a Comisión E d i t o r a de los Escritos del L i b e r t a d o r no era ciertamente u n a de las violentas fuerzas de nuestra naturaleza; a cada párrafo ha l la ­b a yo frases que ofendían m i b o l i v a r i a n i s m o , y confusiones frecuentes que ocul taban u oscurecían e l pensamiento d e l L i b e r t a d o r . N o era cosa de corregir esta pa labra o soslayar a q u e l l a frase: todo el documento estaba empedrado de expre­siones infelices que no podía a t r i b u i r a l L i b e r t a d o r . V a l g a n algunos e jemplos:

la "emoción de gratitud" y la paupérr ima figura "ya hemos visto la luz y se nos quiere volver a las tinieblas", del párrafo 6?;

los "campos" por lo que deben ser los Llanos, de aquel capi­tán que llegaba derrotado por Boves, en el 12?;

el "nada ahorran los españoles", del 13?, cuando se habla de sometimiento; el "deseo de bienestar" para Cuba y Puerto Rico, cuando Bolívar se refiere a su anhelo de libertad, en el 14?;

lo turbio y arrítmico del párrafo 17?, en esencia tan hermoso;

lo oscuro de la narrac ión histórica del 19?;

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el miembro de frase "un pueblo que se esmera por recobrar los derechos. . ." , preciosismo que aparece en el 21?, y que al igual del párrafo 50?, donde se trata del "gentil Quetzalcoatl" para señalar al pagano, me chocaban como impropios del Libertador; la oscuridad del párrafo 23?;

los tiempos del verbo, en pretérito en los párrafos 26? a 28'*, tan impropios de quien estaba en medio de la lucha por la independencia;

el "enajenamiento" de las provincias americanas de que ha­bla el párrafo 29?, y que carece de sentido, así como el "código" que supuestamente se aplicaba a la América Hispana;

la adición, en relación con las versiones inglesas, del miembro de frase que aparece en el párrafo 32?, y que no puede ser de Bolívar, pues éste se contó siempre entre los "ultras" de la independencia, y jamás aceptó que la iniciación de ella se debiera a la falta de "un gobierno legítimo, justo y liberal" en la Península;

los calificativos respecto a las instituciones representativas y su aplicabilidad a la América Española que aparece en el párrafo 34?;

la expresión "libertad imperio" que se encuentra en el párra­fo 38? y que se refiere a la expansión de la república romana;

la condicionalidad del destino de una Nueva Granada inde­pendiente, que aparece al final del párrafo 43?, incomprensible en quien había luchado como general granadino, y era ya ciu­dadano de esa nación:

la horrible confusión de ideas que prevalece en el párrafo 52?, y la expresión, igualmente horrenda, "la América está encon­trada entre sí", del 53?; la insistencia en la "prosperidad", párrafo 54? y otros, cuando Bolívar mismo acaba de señalar que quiere ver en América una gran nación, más por su liber­tad y gloria que por su extensión y riquezas.

E n suma, me encontraba frente a u n texto que psicoló­gica y estil ísticamente gr i taba que no podía ser e l dictado

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por el L i b e r t a d o r durante aquellas tórridas jornadas j a m a i ­quinas. ;

E n este estado de desconcierto, se me ocurrió estudiar a fondo el borrador de l a traducción inglesa que se h a l l a en los A r c h i v o s de Bogotá, y que l a edición que comento p u b l i ­ca íntegramente y en facsímil. N o hay l a menor d u d a dé l a autent ic idad de l borrador , en tanto no se conoce e l o r i g i n a l castellano, n i existe copia directa de él.

E l texto inglés acusaba u n a p r i m e r a característica b i e n extraña por c ierto: en tanto los d o c u m e n t o s castellanos tra­ducidos a l inglés se abrevian en u n 20%, esta versión era u n poco más extensa que. la. española. Y l a r iqueza de adje­tivos —tan propios de l a prosa b o l i v a r i a n a — era más a b u n ­dante en inglés. A l estudiar la en detalle, tuve que l legar, ineluctablemente, a l a conclusión de que con todas sus l i m i ­taciones, correcciones y defectos, l a versión inglesa me acercaba más a Bol ívar que l a española.

L a cuestión siguiente se imponía por sí sola: ¿Qué base hay para considerar l a versión española como l a or ig inal? N i n g u n a , en efecto. Dejemos a u n lado el j u i c i o ele L e c u n a , dudoso por tratarse de cuestiones de estilo l i terar io , y ade­más contradicho por B l a n c o F o m b o n a , q u i e n anotó que el estilo de l a C a r t a de J a m a d a era magnífica sólo a trechos. E l hecho innegable es que n i n g u n o de los grandes c o m p i ­ladores bolivaríanos aseveró haber tenido el o r i g i n a l a l a vista. Es más, O ' L e a r y —sin d u d a q u i e n más conocía e l i n ­glés— afirmó expresamente haber la " c o p i a d o de u n D i a r i o de K i n g s t o n " . (Narración, capítulo X I V . )

Pero se nos dirá : si es traducción ¿cómo es que todas las compilac iones r e p r o d u c e n u n documento sustancialménte igual? R e s u l t a evidente que todas r e i m p r i m e n , con peque­ñas variantes, l a versión p r i m e r a , l a ele Yanes -Mendoza ; pero esto n o le otorga autent ic idad. ¿Y el test imonio de O 'Leary? P o r q u e también p u b l i c a e l texto de Yanes -Mendoza . A u n q u e yo lo interpreto de m o d o diametra lmente opuesto a l a tradición, es decir , que fue O ' L e a r y hi jo , como edi tor de las " M e m o r i a s " , q u i e n en 1883 incluyó el texto de Yanes^

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M e n d o z a plenamente consciente de que se trataba de una traducción, y a para entonces m u y conocida.

A todas luces parece que l a versión prístina, es decir, l a que sirvió para l a versión española, es l a inglesa. ¿Cómo e x p l i c a de otro m o d o que sea l a traducción inglesa más r ica y más c lara que el documento español? ¿Cómo just i f icar que sea e l español, y no el inglés, e l que muestre con frecuencia u n texto s impl i f icado? P o r q u e si l a versión española fuera l a o r i g i n a l , esta sencillez sería inexpl i cab le , p o r lo barroco de l a personal idad ele Bolívar y por l a n a t u r a l r i q u e z a ele su lenguaje . Además, en ningún caso las oscuridades de l texto inglés las aclara el español, antes por lo contrar io : las com­p l i c a , con frecuentes huellas de u n a traducción apresurada (párrafos 17-, 36?, 52- y 53?, p o r e j e m p l o ) ; en cuanto a los

agregados que encontramos en e l texto español, o son inne­cesarios, o b i e n muestran u n a elaboración posterior que los hace sospechosos: l a adición sobre C h i l e en e l párrafo 9?, demasiado apegada a l texto de l párrafo 45 t ?; y l a referente a l a n u e v a capi ta l de l a G r a n C o l o m b i a (43?), que contra­d ice e l tenor de l a frase inglesa, y de l a c u a l Bol ívar n u n c a elijo nada , n i antes n i después de 1815. T a m p o c o creo que p u e d a ponerse en d u d a que ciertas supresiones, como l a del párrafo 32 9 y la que sigue a l párrafo 51?, son posteriores a 1818.

S i l a hipótesis que adelanto es exacta, e l resultado habría de jus t i f i car la , es decir, u n a traducción d e l inglés, más ajus­tada a su texto que l a t rad ic iona l , ofrecería u n a versión cas­te l l ana c lara y elegante, acorde c o n e l r i t m o de l a prosa, y sobre todo con l a p r o f u n d i d a d y r i q u e z a d e l pensamiento de Bol ívar . Es esta traducción l a que ahora ofrezco. M e parece que u n a de sus pr inc ipales cualielades estriba en su m a y o r i n t i m i d a d : es más carta y menos manif ies to que l a que conocíamos. ¿Y por qué n o hab ía de serlo? E l genio de Bol ívar tuvo, entre otras características, l a de hacer suma­mente b i e n l o que tenía valor t rans i tor io ; y a l resolver ge­n i a l m e n t e lo part icular , lo dotaba de u n va lor universal . N u n c a publ icó Bol ívar l a C a r t a de J a m a i c a ; las ediciones inglesas de 1818 y de 1825 n o nos presentan u n manif iesto ;

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¿por qué hemos de desvirtuar su o r i g i n a l grandeza? A menos que se nos q u i e r a hacer creer, también, que las cartas de Bol ívar a O l m e d o fueron escritas como u n manif iesto a l Parnaso.

P o r úl t imo, hue lga decir que he confrontado m i trasla­ción con l a que todos conocemos; he evitado además cam­bios puramente estilísticos. Estoy seguro de que esta traduc­ción n o es l a carta que dictó Bol ívar ; pero estoy igualmente convencido de que si acaso el o r i g i n a l l legara a l g u n a vez a encontrarse, más se le acercará esta versión que l a p u b l i c a d a por Yanes-Mendoza .

C A R I A D E J A M A I C A

(Nueva versión al castellano de la traduc­ción al inglés de una carta del general Simón Bolívar al caballero Henry Cullen, publicada por primera vez en 1818, y conocida bajo el título de "Contestación de un Americano Me­ridional a un Cabalero de esta Isla".)

K i n g s t o n , Jamaica, 6 ele septiembre de 1815.

T e n g o ahora e l h o n o r de contestar su carta d e l 29 del mes pasado, que me fue r e m i t i d a por e l señor M a c c o m b , y que recibí con l a mayor satisfacción.

Sensible a l interés que h a q u e r i d o tomar en el destino de m i patr ia , agradezco profundamente l a preocupación que usted expresa ante las desgracias con que h a s ido o p r i m i d a por sus destructores los españoles, desde su descubrimiento hasta el presente. N o soy menos sensible a l afán de sus solí­citas preguntas, relativas a los acontecimientos más i m p o r t a n ­tes que p u e d e n o c u r r i r en l a h is tor ia de u n a nación, aunque me encuentro en u n estado de perple j idad , en u n confl icto entre m i deseo de merecer l a b u e n a opinión con l a que me favorece y l a aprensión de que puedo fracasar en m i empeño, tanto por l a fal ta de documentos y l ibros necesarios, como

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p o r los l imitados conocimientos que poseo de u n país tan i n m e n s o , var iado y desconocido como l a América.

E n m i opinión es i m p o s i b l e responder a todas las pre­guntas que me h a d i r i g i d o . E l m i s m o barón de H u m b o l d t , c o n su universa l idad de conocimientos teóricos y prácticos, apenas lo har ía con exact i tud; porque si b i e n u n a parte de los datos estadísticos y algunos sucesos de l a revolución son conocidos, puedo f i rmemente declarar que los acontecimien­tos más importantes h a n quedado oscurecidos, como rodea­dos de tinieblas, y sobre ellos, en consecuencia, sólo se pue­d e n ofrecer las conjeturas más inciertas e imperfectas.

Ocioso parecería también determinar e l destino y los verdaderos propósitos de los americanos, porque las caracte­rísticas geográficas de su nación, las vicisitudes de l a guerra y las directivas de l a política, tanto l a p r o p i a como l a euro­pea, d u p l i c a n las probables combinaciones que nos depara l a h i s tor ia de las naciones.

C o m o me conceptúo ob l igado a prestar toda m i atención a su m u y apreciable carta, deb ido a sus dist inguidas y f i l a n ­trópicas miras, me a n i m o a d i r i g i r l e estas líneas, en las cua­les, si b i e n n o hallará i lustración a l g u n a para esa l u m i n o s a averiguación en que desea iniciarse, a l menos recibirá mis más sinceros pensamientos y mis vehementes anhelos.

" T r e s siglos h a n t ranscurr ido —dice usted— desde que empezaron las barbaridades que los españoles cometieron c o n t r a los naturales de l a A m é r i c a " ; barbaridades q u e la e d a d presente se h a rehusado a creer, considerándolas fabu­losas, pues parecen traspasar los límites de l a depravación h u m a n a ; y jamás h u b i e r a n sido creídas por modernos críti­cos si repetidos y constantes documentos n o conf i rmaran estas infaustas verdades. E l f i lantrópico obispo de C h i a p a , el apóstol de las Indias, L a s Casas, h a dejado a l a posteridad u n a breve narración ele ellas, extractada de las sumarias ins t ruidas en Sevi l la contra los conquistadores y atestigua­das por cuanta persona de consideración y respeto había entonces en América, y a u n por los secretos procesos que los propios tiranos se h i c i e r o n entre sí, ta l como lo a f i r m a n los más celebres historiadores de aquel t iempo. E n u n a pa-

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labra , todas las personas imparciales h a n reconocido el celo, v e r d a d y v i r t u d que desplegó ese amigo de l a h u m a n i d a d , q u i e n c o n el mayor arrojo e intrepidez , ante su p r o p i o g o b i e r n o y ante sus contemporáneos, condenó esos horribles crímenes, cometidos bajo l a i n f l u e n c i a de u n sanguinario frenesí. N a d a le diré de los escritores ingleses, franceses, i ta­l ianos y alemanes que h a n tratado de l a América, pues s in eluda está usted suficientemente f a m i l i a r i z a d o con ellos.

C o n cuánta gra t i tud recorro ese párrafo de su carta don-ele me manif iesta " l a esperanza de que e l mismo éxito que entonces siguió a las armas españolas, acompañara ahora las de sus contrarios, los o p r i m i d o s hi jos de l a América d e l S u r " . Y o recibo esta m e r i t o r i a expectat iva como u n presagio favorable . Es l a just ic ia l a que decide los conflictos h u m a ­nos, v e l éxito coronará nuestros esfuerzos. 1 N o lo duele usted: e l destino de América está f i j ado irrevocablemente. L a opin ión que antes ar t i cu laba las diversas porciones de a q u e l l a inmensa monarquía , era su única fuerza. L o que antes las unía, ahora las d i v i d e . Más vasto es nuestro o d i o a l a Península que el océano que l a separa de nosotros, y menos difícil es j u n t a r los dos continentes que conci l iar las dos naciones.

L o s hábitos ele obediencia a las autoridades constituidas, u n comerc io de intereses y de luces, u n a c o m u n i d a d de re l i ­gión, u n a benevolencia recíproca, u n a t ierna so l i c i tud por l a c u n a y l a g l o r i a de nuestros antepasados; en f i n , todas nuestras esperanzas, todos nuestros anhelos se centraban en España . D e todo esto emanaba u n p r i n c i p i o de f i d e l i d a d q u e parecía eterno, aunque l a m a l a conducta de nuestros adminis t radores rela jaba este sent imiento de leal tad a los p r i n c i p i o s de gobierno, y los t ransformaba en u n a forzada adhesión que imperiosamente nos d o m i n a b a . A h o r a es a l a inversa, pues esta monstruosa y desnatural izada madrastra ríos amenaza con l a muerte y el deshonor, y nos corresponde

i Lo condicionado de la creencia en la justicia por parte del Libertador es error del traductor; lo hago afirmativo, por pedirlo las frases subsiguientes.

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c o n todo cuanto es agravioso y h u m i l l a n t e , Pero el velo por f i n se ha rasgado; a u n cuando l a España quiso mantenernos e n l a oscur idad y a hemos visto l a luz . H e m o s roto nuestras cadenas; ya somos l ibres y nuestros enemigos pretenden q u e volvamos a l a esclavitud. A h o r a combatimos por nuestra l i b e r t a d con despecho, y r a r a vez ocurre que u n a l u c h a deses­perada no arrastre tras de sí l a v ic tor ia .

P o r q u e nuestros éxitos h a n sido parciales y. alternados, ¿hemos acaso de desconfiar de nuesta fortuna? E n algunas partes nuestros l ibertadores t r i u n f a n , mientras en otras los t iranos conservan sus ventajas. Pero el resultado, ¿cuál es? E l confl icto , ¿no sigue en l a balanza?, ¿no vemos a todo este N u e v o M u n d o en m o v i m i e n t o , armado para defendernos? Echemos u n a ojeada a nuestro alrededor y veremos cómo u n a l u c h a simultánea cubre toda la superficie de este i n ­menso hemisferio.

L a belicosa disposición de las provincias de l R í o de l a P l a t a ha purgado ese terr i tor io , y sus armas victoriosas pe­n e t r a n a l Perú, conmueven a A r e q u i p a y s iembran la a la rma entre los realistas de L i m a . Cas i u n millón de habitantes goza de su l i b e r t a d en esta región.

S i n d u d a e l más sumiso, con su millón y medio de h a b i ­tantes, es el V i r r e i n a t o d e l Perú; y en favor de l a causa rea l se le h a n arrancado los mayores sacrificios. A pesar de que son varias las relaciones concernientes a esa hermosa porción de l a América, se sabe que dista m u c h o de estar t r a n q u i l a , y n o será capaz de detener ese irresistible torrente que amaga a las más de sus provincias .

L a N u e v a G r a n a d a , que puede considerarse e l corazón de Sudamérica, obedece a su p r o p i o gobierno general, excep­tuando el r e i n o de Q u i t o , cuya población contiene sus ene­migos con d i f i c u l t a d , p o r q u e tiene u n a marcada preferencia p o r l a causa de su pa t r ia ; y las provincias de Panamá y de Santa M a r t a , que soportan, n o s in descontento, l a t iranía de sus amos. A través de todo este terr i tor io están esparcidos dos mi l lones y m e d i o de habitantes que lo def ienden contra e l e jército español m a n d a d o por e l general M o r i l l o , q u i e n probablemente será a n i q u i l a d o frente a l a i n e x p u g n a b l e

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plaza de Cartagena. Pero, de someterla, será a costa de tan inmensas pérdidas, que hallará e l resto de su fuerza insuf i ­ciente p a r a sojuzgar a los virtuosos y valientes habitantes de l in te r ior .

L o s desastres de l a heroica pero desdichada Venezuela h a n sido tan numerosos y h a n o c u r r i d o con tan vert iginosa rapidez que, a pesar de haber s ido u n a de esas hermosas provincias que constituían el o r g u l l o de América, está ahora casi r e d u c i d a a u n a absoluta miser ia y a u n a lóbrega sole­d a d . Sus tiranos gob iernan u n desierto, y sólo pueden o p r i ­m i r a los contados i n d i v i d u o s que, habiendo b u r l a d o l a muerte, arrastran u n a precaria existencia; unas pocas muje­res, algunos niños y ancianos, es tocio cuanto queda. P o r evitar l a esclavitud, l a inmensa mayoría de sus varones h a perecido, y los supervivientes combaten con furor en los L l a n o s y en las ciudades de l in ter ior , decididos a m o r i r o a prec ip i tar al mar a sus implacables enemigos, cuyos san­grientos crímenes los hacen dignos r ivales de los primeros monstruos que e x t e r m i n a r o n l a p r i m i t i v a raza ele América. A Venezue la se le atr ibuía casi u n mil lón de habitantes, y con toda veracidad puede afirmarse que u n a cuarta parte h a sido sacrif icada por los terremotos, por l a guerra, e l ham­bre, l a peste y las migraciones ; estas causas, con excepción de l a p r i m e r a , son todas efectos de l a guerra .

Según el barón de H u m b o l d t , en 1808 había en l a N u e v a España, c o n inclusión de G u a t e m a l a , 7 800 000 almas. Desde aque l la época, s i n embargo, las insurrecciones que h a n agi­tado a casi todas sus provincias h a n d i s m i n u i d o sensible­mente ese cómputo que se consideraba exacto, pues como puede usted c o m p r o b a r l o en l a exposición del señor W a l t o n , cuya o b r a describe con f i d e l i d a d los sangrientos crímenes cometidos en aquel o p u l e n t o i m p e r i o , más ele u n millón de hombres h a perecido. A fuerza de sacrificios, humanos y ele toda especie, l a t remenda l u c h a se mant iene ; los españo­les a nadie p e r d o n a n con tal ele subyugar a aquellos cuya desgracia es l a de haber nac ido en ese suelo, a l que conde­n a n a ser i n u n d a d o c o n l a sangre de sus propios hijos. Pero a pesar de todo México será l ibre , p o r q u e sus hijos, deter-

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m i n a d o s a vengar l a suerte de sus padres o a seguirlos a l a t u m b a , h a n abrazado l a causa pat r ia ; y con R a y n a l d icen q u e a l f i n llegó el t iempo de pagar a los españoles suplicios c o n supl ic ios , y de ahogar a esa raza de exterminadores en s u sangre o en el m a r . 2

M u y poca d i f i c u l t a d t ienen los españoles en conservar las islas de C u b a y Puer to R i c o , cuya población, que en c o n j u n t o l lega a 700 u 800 000 almas, n o está en contacto i n m e d i a t o c o n los independientes . Pero, ¿acaso n o son ame­ricanos?, ¿no son vejados?, ¿es que no desean su emancipación?

Este p a n o r a m a abarca u n a escena m i l i t a r de dos m i l le­guas de l o n g i t u d , y en su mayor ancho, de 900 leguas de extensión, en l a cual , defendiendo sus derechos o doblegán­dose bajo l a opresión de l a nación española, se encuentran dieciséis mi l lones de americanos. Si España antes poseía el más vasto i m p e r i o de l universo, ahora es impotente para d o m i n a r e l N u e v o M u n d o , e inc luso incapaz de mantenerse e n e l A n t i g u o . Y E u r o p a , esa región de l m u n d o tan c i v i l i ­zada, comerciante y amiga de l a l iber tad , ¿permitirá acaso q u e u n a vie ja serpiente, con e l propósito de satisfacer su depravado y perverso apetito, arruine y destruya l a más be l la porción d e l globo? ¡Qué! ¿Está E u r o p a sorda a l l l a m a d o de su p r o p i o interés? ¿Está ciega, que n o puede discernir l a justicia? ¿Se ha vuelto insensible a toda compasión? M i e n t r a s más r e f l e x i o n o sobre estas cuestiones más me desconcierto; casi p r i n c i p i o a creer que su propósito es a n i q u i l a r a l a América . Pero esto es impos ib le , porque l a E u r o p a no es l a España. ¡ Q u é demencia l a de nuestra enemiga! Pretender reconquistarnos s in m a r i n a , s in finanzas y casi s in soldados; pues su e jérci to es apenas suficiente para mantener a sus propios subditos en u n a forzada obedienc ia y para defen­d e r l a de sus vecinos. Además, u n a nación como l a España, s i n manufacturas , s in producción p r o p i a , s i n artes, ciencias, o s i q u i e r a u n a polít ica m e r c a n t i l , 3 ¿puede acaso m o n o p o l i -

2 He incluido la frase final porque hay una llamada en la versión inglesa a un pliego de correcciones que se ha perdido.

3 E l calificativo "mercantil" a la "política" parece indispensable.

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zar el comercio de l a m i t a d d e l mundo? Pero supongamos que tenga éxi to en su arrebatada empresa; supongamos^ i n ­cluso, que obtenga u n a reconcil iación: ¿acaso nuestra poste­r i d a d , a u n u n i d a a l a de los europeos reconqinstadores, n o formará en veinte años esos mismos designios, g landes y pa­trióticos, p o r los que hoy día combatimos?

Si l a E u r o p a disuade a l a España de su obst inada teme­r i d a d , i n d u d a b l e m e n t e que le conferirá u n gran benef ic io ; cuando menos, le evitará e l desembolso de sus rentas y le impedirá e l derramamiento de su sangre. España podrá en­tonces f i jar su atención en ocupaciones loables y legítimas, y c imentar su prosper idad y poder sobre fundamentos más d u ­raderos que los de conquistas siempre inciertas, de u n co­mercio s iempre precario, y de exacciones siempre violentas, pues se hacen a u n pueblo remoto, host i l y poderoso. L a misma E u r o p a , fundándose en u n p r i n c i p i o de sapiencia y sagacidad, debería haber preparado y ejecutado el g r a n pro­yecto de l a independenc ia americana, no sólo porque lo exige e l e q u i l i b r i o de poder entré las naciones, s ino p o r q u e habría s ido el método más legítimo y seguro de a d q u i r i r fuentes u l t ramar inas para su comercio. L i b r e como está de las opuestas pasiones de venganza, ambición y codic ia que caracterizan a España, y autor izada por todos los p r i n c i p i o s de l a e q u i d a d , le corresponde a E u r o p a expl icar le sus ver­daderos intereses.

C o m o todos los escritores que h a n tratado este tema con-cuerdan con esta opinión, evidentemente esperábamos que todas las naciones i lustradas se adelantaran a secundarnos en l a obtención de esas ventajas mutuamente benéficas a entrambos hemisferios. ¡Cuan decepcionados hemos quedado! P o r q u e no sólo los europeos, s ino a u n nuestros hermanos los norteamericanos, h a n sido espectadores indiferentes de esta g r a n cont ienda que por l a pureza de sus mot ivos y los grandes resultados que persigue, es l a más impor tante de cuantas se h a n sucedido en los tiempos antiguos y en los modernos; porque , ¿cómo calcular l a trascendencia de la l iber tad en e l hemisfer io de Colón?

" L a i n f a m i a —como usted señala— con la que Bonapar te

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e n t r a m p ó a Carlos I V y a F e r n a n d o V I I , reyes de esa nación q u e hace tres siglos apresó tra idoramente a dos monarcas americanos, es concluyeme e jemplo de l a retr ibución d i v i n a , y a l m i s m o t iempo, u n a prueba de que e l cielo favorece l a j u s t a causa de los colonos, y de que D i o s nos concederá n u e s t r a i n d e p e n d e n c i a . "

D e lo anter ior parecería que alude usted a Moctezuma, rey de México , preso y muerto por Cortés, según nos dice H e r r e r a , a u n q u e Solís a f i r m a que por e l p u e b l o ; y también a A t a h u a l p a , I n c a de l Perú, destruido por Francisco P izarro y p o r D i e g o A l m a g r o . L a di ferenc ia que separa l a suerte de los reyes españoles y los americanos es tan grande que no a d m i t e comparación; aquéllos son tratados con d i g n i d a d , preservados y a l f i n restaurados a su l iber tad , y Fernando a l T r o n o ; en cambio, éstos sufren inaudi tos tormentos y padecen los v i l ipendios más vergonzosos. S i Cuauhtémoc, su­cesor de M o c t e z u m a , fue h o n r a d o con el ceremonia l real y e l c o p i l l i o corona colocada sobre su cabeza, fue por mot ivo de escarnio y n o de respeto, a f i n de que recordara su pasada grandeza antes de verse sometido a l a tor tura . L a muerte de l rey de Michoacán, C a l z o n t z i n , d e l Z i p a de Bogotá, y de todos los príncipes, nobles y dignatarios i n d i o s que se opusieron a l poder español fue semejante a l de este desgraciado mo­narca . E l caso de F e r n a n d o V I I más se parece a lo que ocurr ió en C h i l e en 1535, cuando el U l m é n ele Copiapó g o b e r n a b a aque l terr i tor io . E l español A l m a g r o , tal cual lo h i z o Bonapar te , pretextó defender l a causa de l legítimo so­berano, y en consecuencia lo t i ldó de usurpador , como le sucedió a F e r n a n d o en España; aparentó res t i tu ir a i legítimo m o n a r c a a sus estados, y terminó encadenando y quemando a l i n f e l i z Ulmén, s in escuchar s i q u i e r a su defensa. Pero si e n e l e jemplo de F e r n a n d o V I I c o n su usurpador e l monarca europeo meramente sufre el destierro, en cambio l a suerte clel c h i l e n o tiene u n trágico f i n .

" D u r a n t e los pasados meses —me dice usted— he ref lexio­n a d o sobre l a situación de los americanos y sobre sus espe­ranzas p a r a e l fu turo . T o m o u n g r a n interés en sus tr iunfos, p e r o tengo pocos informes sobre su estado actual , o sobre

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aquel a l c u a l aspiran. T e n g o inmensos deseos de conocer la población de cada provinc ia , así como su polít ica; saber si anhelan repúblicas o monarquías —o b i e n , si formarán u n a gran repúbl ica o u n a gran monarquía . Est imaré como u n favor m u y par t i cu lar todas las noticias de esta especie qué pueda dispensarme, o b i e n señalarme las fuentes donde las pueda obtener . "

L a s mentes generosas se interesan siempre en e l destino de u n p u e b l o que l u c h a por los derechos que D i o s y l a na­turaleza le h a n dado, y sólo e l que h a sido a l u c i n a d o por sus pre juic ios y sus pasiones puede mostrarse insensible a esta t i e rna emoción. Us ted h a pensado en m i pa t r ia y se muestra angustiado por e l la . Este c o r d i a l interés l o hace acreedor a m i apasionada gra t i tud .

Y a he señalado cuál es l a población, ta l como se colige de los varios datos que se nos suminis t ran , pero que por m i l razones n o p u e d e n ser exactos; casi todos los habitantes tie­n e n moradas campestres, y como peones, cazadores y pasto­res, v a n con frecuencia errantes; escondidos en m e d i o de selvas densas a l a par que inmensas, y esparcidos en los gran­des L l a n o s , aislados por extensos lagos y caudalosos ríos, ¿quién podrá hacer u n a relación completa de su número en tales comarcas? Además, Tos tr ibutos que pagan los indí­genas, los sufr imientos de los esclavos, los impuestos, diezmos y servicios que pesan sobre los jornaleros, así como otros desastres, a r ro jan de sus hogares a los pobres americanos. Esto, s in re fer i rme a l a guerra de e x t e r m i n i o que ya ha segado u n octavo de l a población y h a dispersado a l a mayor parte; cuando l a tomamos en cuenta, las di f icul tades para llegar a u n a justa estimación de l a población y de los recursos son insuperables, y l a l is ta de contribuyentes estará r e d u c i d a a l a m i t a d de sus estimaciones iniciales .

Es aún más difícil va t i c inar cuál será l a suerte de l N u e v o M u n d o , establecer algunos pr inc ip ios sobre su constitución polít ica, y predecir l a naturaleza o clase de gobierno que f ina lmente adoptará. C u a l q u i e r conjetura re la t iva a l porve­n i r de esta nación me parece arriesgada y aventurada. D u ­rante sus periodos iniciales , cuando l a h u m a n i d a d se h a l l a b a

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o b n u b i l a d a por l a incer t idumbre , l a ignoranc ia y el error, ¿podía acaso haberse previsto el régimen que asumiría para s u preservación? ¿Quién habría osado af i rmar ta l nación será república, aquélla monarquía , ésa pequeña, l a otra grande? E n m i opinión, ésta es l a descr ipción de nuestro estado. Formamos, p o r así decir lo , u n pequeño género h u ­m a n o ; poseemos u n m u n d o aparte, cercado por diversos ma­res; extraños a casi todas las artes y las ciencias, aunque ya exper imentados en los hábitos comunes a todas las socieda­des civil izadas.

Cons idero que l a América, en su estado actual, se ase­m e j a a l I m p e r i o R o m a n o cuando fue derrocado; cada des­membrac ión formó por sí sola u n sistema político conforme a su situación e intereses, o b i e n siguió l a ambición part icu­l a r de algunos jefes, famil ias o corporaciones, con u n a notable d i f e r e n c i a : que las t r ibus dispersas restablecieron sus ant i ­guas costumbres alterándolas según lo exigían las circuns­tancias y los acontecimientos. M a s nosotros, que conservamos apenas u n vestigio de nuestro estado anterior, n o somos i n d i o s n i europeos, s ino u n a raza i n t e r m e d i a entre los abo­rígenes y" los usurpadores españoles; en suma, siendo ameri­canos por nac imiento y nuestros derechos los de E u r o p a , hemos de disputar y combat i r por estos intereses contrarios, y hemos de perseverar en nuestros anhelos, a pesar de l a oposición de nuestros invasores, lo cua l nos coloca en u n d i l e m a tan e x t r a o r d i n a r i o como compl icado . Es usar de l d o n de l a profecía o p i n a r sobre cuál será e l fundamento polí­t ico que l a América a l f i n adoptará. N o obstante, me atreveré a ofrecerle algunas conjeturas, que u n deseo i r r a c i o n a l 4

arb i t rar iamente me dicta , de jando a u n lado lo que l a razón m e i n d i c a como plaus ib le .

Desde hace siglos l a posición de los habitantes del hemis­fer io americano no tiene para le lo : sometidos a u n estado

4 Para que la frase tenga sentido, debemos aceptar que Bolívar ofrece a continuación sus "deseos irracionales", y no "deseos racionales" como opuestos a "raciocinios probables", lo que es mera tautología; la ex­plicación que aquí se ofrece la confirma el final del párrafo 35?.

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i n f e r i o r a u n a l de l a esclavitud, tuvimos las mayores d i f i c u l ­tades para elevarnos a l goce de l a l iber tad . Permítame ex­p layarme en algunas consideraciones como medio de i lustrar e l tema. Las naciones son esclavas por l a naturaleza de su constitución o por e l abuso de e l la ; pero u n pueblo es escla­vo cuando el gobierno, por su esencia o por sus vicios, o p r i m e , h u e l l a y usurpa los derechos de sus c iudadanos o subditos. S i aplicamos estos pr inc ip ios , hal laremos que la América no sólo h a sido p r i v a d a de su l iber tad , sino tam­bién de l a tiranía activa, o sea de su posesión. 5 M e e x p l i ­caré. E n los gobiernos absolutos l a a u t o r i d a d de los f u n ­c ionar ios públicos n o tiene l ímites: l a ley suprema reside en l a v o l u n t a d de l G r a n Sultán, d e l K h a n , de l Dey y de otros soberanos despóticos, y arbi t rar iamente l a l l e v a n a efecto los bajaes, sátrapas y gobernadores subalternos de Persia y de T u r q u í a , donde se h a organizado u n completo sistema de opresión, a l que se somete e l pueblo en razón de l a autori ­d a d de l a cual emana. A estos oficiales subalternos se les confía l a administración c i v i l , m i l i t a r y política, e l cobro de impuestos y l a protección de l a religión. Pero, después de todo, son persas los jefes de Ispal ian, turcos los vizires de l G r a n Señor, y tártaros los K h a n e s de l a T a r t a r i a . E n l a C h i n a n o m a n d a n buscar a sus mandarines , mil i tares y le­trados a l país de Gengis K h a n que l a conquistó, no obstante que l a raza actual de los chinos es descendiente directa de aquellas tr ibus a las que subyugaran los antecesores de los actuales tártaros.

M u y dis t into es entre nosotros: se nos veja con u n go­b i e r n o que además de pr ivarnos de esos derechos que son nuestros, nos deja en u n a especie de i n f a n c i a permanente en todo cuanto se re lac iona con los negocios públicos. Es por esta razón por l a que a f i r m o que estamos privados de l a

5 En los borradores en inglés encontramos estos dos textos: "Active Tyranny andjox dominión"; la traducción de Yanes-Mendoza es: "Tiranía activa y dominante"; el Discurso ante el Congreso de Angostura, que quizá corrige el texto de 1815, habla de "tiranía activa y doméstica".

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t i ranía activa, pues n i s iquiera se nos permite e l e jercicio ele las funciones que le son propias. Si opor tunamente h u ­biésemos d i r i g i d o los asuntos domésticos en nuestra adminis ­tración in terna , a l menos conoceríamos el curso y mecanismo d e los negocios públicos, y gozaríamos asimismo de esa con­sideración personal que despierta en el pueblo ciertas formas ele respeto, y que es indispensable conservar en toda revolución.

Ba jo e l o r d e n español, que hoy en día se i m p o n e quizá c o n mayor r i g o r que nunca , los americanos o c u p a n en l a c o m u n i d a d el lugar de las bestias de laboreo, o cuando más, e l de simples consumielores embarazados con abrumadoras restricciones; por e jemplo, se nos p r o h i b e n los productos europeos, se estancan los artículos que m o n o p o l i z a e l rey de España, se exc luyen las manufacturas que l a p r o p i a Penín­s u l a no posee, se ext ienden hasta abarcar los artículos de p r i m e r a necesidad los exc luyen tes privi legios comerciales, y entre las provincias americanas se i n t e r p o n e n trabas para impedir les toda comunicación y comercio. E n f i n , si desea usted saber cuál es nuestra condición, le diré que consiste e n cul t ivar los campos para que produzcan añil y grana, café y cacao, azúcar y algodón; en cr iar ganado; en capturar los animales selváticos para conseguir sus pieles, y en cavar las entrañas de l a t ierra para h a l l a r e l oro capaz ele saciar a esa avar ienta nación.

N u e s t r a condición es tan negativa que nada pueeio ha l la r q u e l a iguale en otras sociedades civilizaelas, a pesar de que he consultado l a h is tor ia de todos los tiempos y las ins t i tu­ciones de todas las naciones; salvo tal vez que se nos pueda comparar con los egipcios, cuyos señores son siempre los extranjeros M a m e l u c o s . ¿Acaso n o es u n ultra je , u n a v i o l a ­ción de los derechos de l a humanielaei, pretender que sea meramente pasiva u n a nación tan felizmente const i tu ida , tan extensa, r i c a y populosa?

C o m o acabo de a f i r m a r l o , estamos aislados, más aún —eiiría yo—, ausentes d e l universo en todo cuanto se refiere a l a c iencia de l a polít ica y a l a administración pública. Sa lvo causas extraordinar ias , n u n c a somos gobernadores o virreyes; m u y pocas veces obispos o arzobispos; n u n c a d i p l o -

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máticos; mil i tares , sólo como oficiales subalternos; nobles sí, pero s in verdaderos pr iv i legios ; n u n c a magistrados, n u n c a financistas, y en verdad casi n i mercaderes. Y todo esto, en contravención directa a nuestras instituciones.

E l emperador Car los V celebró con los descubridores, conquistadores y pobladores de l a América u n pacto q u e G u e r r a l l a m a nuestro contrato social . L o s reyes de España, salvaguardando expresamente las prerrogativas reales, con­v i n i e r o n f o r m a l y solemnemente en que fuesen aquel los quienes a su p r o p i o riesgo lo l l evaran a efecto, y por esta razón les otorgaron títulos locales que los h ic ie ron señores de l a t ierra. A ellos se les encomendó que tomasen a los indígenas bajo su protección como vasallos; que estableciesen tr ibunales y nombrasen jueces; que ejerciesen en sus propios distritos e l recurso ele alzada; todo lo cual , con muchos otros pr iv i legios e i n m u n i d a d e s que sería p r o l i j o detallar, se en­cuentra en el t ítulo I V de las Leyes de Indias. E l m o n a r c a se comprometió a n o per turbar jamás las colonias america­nas, pues no tenía sobre ellas o t ra jurisdicción que la de l supremo d o m i n i o , y ellas constituían u n a especie de pro­p i e d a d en manos de los conquistadores y de sus descendien­tes. ¿Cómo hemos de a d m i t i r , pues, que a l mismo t iempo haya leyes expresas que casi s in excepción decretan que los o r i u n d o s de l a España recibirán todos los nombramientos civiles, eclesiásticos y financieros? P o r v i r t u d de d i c h o pacto los descendientes de los pr imeros pobladores y descubridores ele l a América son verdaderos feudatarios de l rey, y en con­secuencia l a magis tratura de l país les pertenece como u n derecho. Es, pues, con u n a manif ies ta violación de todas las leyes y pactos en v igor como los americanos por nac imiento h a n sido despojados de esa a u t o r i d a d const i tucional que les c o n f i r i e r o n las Leyes de Indias .

D e cuanto he d i c h o es fácil i n f e r i r que la América n o estaba preparada para separarse de l a M a d r e P a t r i a como tan bruscamente lo h izo , i m p u l s a d a por esas ilegítimas cesio­nes de B a y o n a (las cuales, en cuanto a nosotros respecta, eran nulas como contrarias a nuestra const i tuc ión) , y p o r esas inicuas guerras que l a R e g e n c i a nos declaró, s in causa

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a l g u n a , n o sólo contrar iando l a jus t i c ia s ino también el dere­c h o . C o n respecto a l a natualeza de los gobiernos españoles, a sus decretos conminator ios y hostiles, y a toda l a trayecto­r i a de su desesperada conducta, existen algunos excelentes escritos publ icados en el periódico El Español por e l señor B l a n c o , a l q u e me permi to refer ir a usted, pues trata m u y h á b i l m e n t e esta parte de nuestra his tor ia .

L o s americanos surgieron bruscamente, s i n conocimiento de l o que i b a a ocurr i r , y lo que es aún más patético, s in esa práctica en los negocios públicos que es indispensable p a r a l l evar a b u e n f i n cua lquier empresa política. D i g o , pues, que súbitamente avanzaron hasta ocupar las eminentes d ignidades de legisladores, magistrados, comisarios de l tesoro n a c i o n a l , diplomáticos, generales, y todas las funciones altas y bajas que f o r m a n la jerarquía de u n estado regularmente cons t i tu ido .

C u a n d o las águilas francesas, a r ro l lando en su vuelo los impotentes gobiernos de l a Península, respetaron apenas los muros de Cádiz, quedamos en l a o r f a n d a d . S i antes ha­bíamos sido entregados a l a r b i t r i o de u n usurpador extran­jero , ahora fu imos lisonjeados con u n a p a r o d i a de just ic ia y bur lados c o n esperanzas siempre frustradas; a i f i n , incier­tos sobre nuestro futuro , nos precipi tamos en el caos de l a revolución. Nues t ro p r i m e r c u i d a d o fue proveer a l a segu­r i d a d i n t e r i o r contra las maquinac iones de ocultos enemi­gos, a l imentados en nuestro seno. Después nos ocupamos de l a segur idad exterior, y establecimos autoridades que susti­tuyeron a las depuestas, a f i n de d i r i g i r e l curso de nuestra evolución y de aprovechar u n a c o y u n t u r a favorable para f u n d a r u n gobierno const i tucional , d i g n o de l a edad presente y adecuado a nuestra situación.

C o m o primeras providencias , todos los gobiernos in fan­t i n o s 6 establecieron juntas populares, las cuales f i j a ron nor­mas p a r a l a convocación de congresos, que a su vez pro­d u j e r o n importantes cambios. Venezue la erigió p r i m e r o u n

6 El galicismo "infantino" que Bolívar repite en la Elegía del Cuzco, aparece en el texto inglés y lo he conservado.

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gobierno federal y democrático, declarando previamente los derechos de l hombre , manteniendo u n justo e q u i l i b r i o entre los poderes, y p r o m u l g a n d o leyes generales favorables a l a l iber tad c i v i l , a l a ele prensa, así como a muchas otras. L a N u e v a G r a n a d a también optó por este fundamentó político, así como siguió todas las reformas hechas por Venezuela , adoptando como p r i n c i p i o c a r d i n a l de su constitución e l más exagerado sistema federal que jamás existió; lo h a mejorado recientemente, con muchas enmiendas que fortalecen el po­der ejecutivo general . Según entiendo, Buenos A i r e s ' y Chile-h a n seguido estos ejemplos; pero como nos hal lamos a tanta distancia de aquellos territorios y los documentos son tan: raros y los relatos tan imperfectos, no intentaré descr ibir é l curso de sus acuerdos. E n t r e ellos existe, s in embargo, u n a diferencia m u y notable en u n p u n t o esencial: Venezue la y l a N u e v a G r a n a d a h a n declarado su independenc ia desde hace ya t i empo; hasta ahora no se sabe si Buenos A i r e s y C h i l e lo h a n hecho.

L o s sucesos en México h a n sido demasiado mudables , complicados, rápidos y desdichados para p e r m i t i r seguirlos a través de l a revolución; carecemos, además, de d o c u m e n ­tos cjue nos i n s t r u y a n y que nos p e r m i t a n u n j u i c i o correcto. P o r lo que sabemos, los independientes mexicanos i n i c i a r o n su insurrección en septiembre de 1810, y u n año después habían r e u n i d o u n gobierno en Zitácuaro, designando u n a Junta n a c i o n a l bajo los auspicios ele F e r n a n d o V I I , e n cuyo nombre se c o n t i n u a b a gobernando. Se observa, pues, u n aparente somet imiento a l rey y a l a constitución de l a mo­narquía, que se conserva por motivos de conveniencia ; pero l a J u n t a nac iona l , cuyos miembros son m u y pocos, es abso­l u t a en el ejercicio de sus funciones legislativa, e jecutiva y j u d i c i a l . 7 A consecuencia de los desastres de l a guerra , esta j u n t a se trasladó a dist intos lugares, y es m u y probable que hoy continúe, con las modif icaciones surgidas de l a natura-

7 La frase anterior, que aparece al final del párrafo sobre México, evidentemente fue trastocada por el traductor; la he incluido en su lugar probable.

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leza de las actuales circunstancias. N o m b r a n algunos al gene-r a l M o r e l o s , en tanto h a b l a n otros d e l celebérrimo Rayón p a r a él puesto de generalísimo o dictador , que se dice h a n creado; parece seguro que u n o de estos héroes, o quizás los dos separadamente, ejercen l a a u t o r i d a d suprema en esas la­t i tudes. E n marzo de 1813, desde Zultepec, ese gobierno presentó a l V i r r e y u n p l a n para l a guerra y l a paz m u y sabiamente concebido; en él rec lamaba los derechos de c iu­dadanía , y respecto a l a América, establecía pr inc ip ios de i n c o n t r o v e r t i b l e justeza que a toda costa debían ser respeta­dos a f i n de evitar que l a guerra fuese c o n d u c i d a a sangre y fuego, o con carnicerías desconocidas a u n entre los bárbaros. Puesto que l a guerra se hacía entre hermanos y conciuda­danos, l a J u n t a propuso eme n o fuese más cruel que entre naciones extranjeras; que los d e r e c h o s d e l pueblo y las cos­tumbres d e l a guerra, invio lables para las mismas naciones i n c i v i l e s y salvajes, con mayor razón se respetaran entre cris­t ianos, subditos de u n m i s m o soberano y gobernados por las mismas leyes. Propuso asimismo que los prisioneros no fue­sen tratados como reos de lesa majestad, sino conservados c o m o rehenes para ser canjeados; pidió que n o se v io lentara a los q u e rendían sus armas, s ino que fuesen tratados como pris ioneros de guerra; que ningún p o b l a d o indefenso y pací­f i co fuese incendiado, n i sus habitantes quintados o diezma­dos ; y l a J u n t a concluía que de rechazarse su p l a n , ejercería r igurosamente las represalias. A l a J u n t a no se le respondió y su propuesta, tratada con e l mayor desprecio, fue quemada públ icamente en la plaza de México por m a n o del verdugo. Y los españoles c o n t i n u a r o n l a guerra de ex terminio con su h a b i t u a l f u r i a , en tanto que n i los mexicanos, n i otra a lguna ele las naciones americanas, condenaban a muerte a sus p r i ­sioneros de guerra, aunque europeos.

L o s acontecimientos de l a T i e r r a F i r m e comprueban que las inst i tuciones puramente representativas n o son adecua­das a nuestro carácter, costumbres y luces. E n Caracas e l espíritu de discordia se or iginó en esas sociedades, asambleas y elecciones populares, de d o n d e surgieron los partidos que nos redu jeron a l a servidumbre . Y en nuestra inestable si-

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tuación, Venezuela , que entre nosotros h a sido la - repúbl ica más adelantada en sus inst i tuciones políticas, nos ofrece u n notable e jemplo de l a inef icacia de u n sistema gubernat ivo federal y democrático. E n l a N u e v a G r a n a d a las excesivas facultades de los gobiernos provinciales y l a carencia de v igor y de capacidad por parte de l ejecutivo general , h a n r e d u c i d o ese hermoso país a l estado en que ahora lo vemos; por esta razón siempre h a n ard ido allí las contiendas intestinas, y contra toda p r o b a b i l i d a d sus incapaces enemigos h a n p o d i d o mantenerse. H a s t a que nuestros patriotas a d q u i e r a n esos ta­lentos y virtudes políticas que d is t inguen a nuestros herma­nos de Norteamérica, m u c h o me temo que nuestros sistemas populares , lejos de sernos favorables, motivarán nuestra r u i ­na . E n su d e b i d a perfección esas buenas cualidades parecen desgraciadamente m u y distantes de nosotros, en tanto siga­mos infectados por los vicios contraídos ba jo e l d o m i n i o de l a nación española, l a cual sólo se h a d i s t i n g u i d o por su ferocidad, ambición, vengat iv idad y codic ia .

Rescatar a u n a nación de l a esclavitud es más difícil que subyugar a u n a l ibre , nos dice M o n t e s q u i e u ; y l a h is tor ia de todos los tiempos comprueba esta verdad, pues nos ofrece muchos ejemplos de naciones l ibres sometidas a l yugo, pero m u y pocas naciones esclavas que recobran su l iber tad . L o s habitantes de este continente, no obstante esta convicción, h a n mostrado e l deseo de formar inst i tuciones l iberales y a u n perfectas, s in d u d a movidos por ese ins t in to que todos los hombres poseen y que les hace aspirar a l a mayor suma de f e l i c i d a d posible, l a cua l sólo puede obtenerse en esas sociedades civiles fundadas sobre los grandes p r i n c i p i o s de l a jus t ic ia , l a l i b e r t a d y l a i g u a l d a d . Pero ¿acaso seremos capaces de mantener en su verdadero e q u i l i b r i o l a difícil carga de u n a república? ¿Hemos de suponer que u n pueblo a l i v i a d o apenas de sus cadenas puede enseguida v o l a r hasta l a esfera de l a l ibertad? ¡Como a l caro se le af lo jarían sus alas y caería de nuevo a l abismo! Semejante p r o d i g i o es inconcebib le ; en verdad, n u n c a se h a visto. N o hay, en con­secuencia, n ingún rac ioc in io probable que p u e d a sustentar­nos en esta expectativa.

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Y o deseo más que otro a lguno ver a l a América conver­t i d a en l a más grande nación d e l universo, menos por su extensión y riquezas que por su l i b e r t a d y g lor ia . A u n q u e aspiro e inc luso ant i c ipo l a perfección d e l gobierno de m i p a t r i a , n o p u e d o persuadirme que e l N u e v o M u n d o será reg ido como u n a sola y g r a n república. C o m o es impos ib le , n o lo deseo; y aún menos deseo ver a l a América convert ida e n u n a sola y universa l monarquía , porque este proyecto, s i n ser útil , es también i m p o s i b l e : los abusos que actual­mente existen n o serían reformados, y nuestra regeneración sería infructuosa ; estos Estados A m e r i c a n o s h a n menester d e los cuidados de gobiernos paternales que curen las llagas y las heridas que el despotismo y las guerras les h a n i n f l i ­g i d o . L a metrópoli , por e jemplo, podría ser México, que es e l único lugar p r o p i c i o , dado su poder intrínseco, s in e l c u a l no hay metrópoli . Pero a u n suponiendo que lo sea e l Istmo de Panamá, como p u n t o central de este vasto con­t inente, ¿acaso los extremos de éste n o continuarían en su languidez y a u n en su actual desorden? P a r a que u n solo g o b i e r n o dé v i d a , anime y p o n g a en ac t iv idad todos los re­cursos de l a prosper idad pública, a f i n de corregir, i lustrar y perfeccionar a l N u e v o M u n d o , requerir ía e n verdad facul­tades divinas o, cuando menos, las luces y virtudes de toda l a h u m a n i d a d .

A n t e l a ausencia de u n poder capaz de restr ingir lo , ese espíritu de d iscordia que ahora aflige a nuestros Estados ardería entonces con mayor f u r i a . Además, los magistrados de las pr inc ipales ciudades n o permitir ían l a preponderan­c i a de los metropol i tanos , antes b i e n los considerarían como a otros tantos tiranos, y sus celos los llevarían hasta l legar a comparar los c o n los odiosos españoles. E n f i n , esa monar­q u í a sería como u n d i f o r m e coloso, que a l a menor con­vulsión se vería desplomado por su p r o p i o peso.

E l A b a t e de P r a d t m u y sabiamente h a d i v i d i d o l a Amé­r i c a en qu ince o diecisiete diversos estados, independientes entre sí, y gobernados p o r otros tantos monarcas. Y o estoy-de acuerdo c o n él en cuanto a su división, pues l a América constará de diecisiete naciones; en cuanto a las monarquías

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americanas, más asequibles pero menos útiles, no apoyo su opinión en-favor de ellas. H e acruí mis razones. E l interés de u n a república, si lo entendemos b ien , se circunscribe a su conservación, prosper idad y g l o r i a ; mas n o debe ejercitar esa l i b e r t a d imper ia lmente , porque esto es, precisamente, contradec ir la ; ningún estímulo exci ta a los republ icanos a extender las fronteras de su nación en detr imento de su bienestar, o con el único propósito de i n d u c i r a sus vecinos a eme par t i c ipen en u n a constitución l i b e r a l . A l conquistar­los no adquieren ningún derecho, n ingunas ventajas, a me­nos que s iguiendo el e jemplo de R o m a los convier tan en conquistas, los reduzcan a colonias o aliados. Tales máximas y ejemplos están en oposición directa con los pr inc ip ios de just ic ia en los sistemas republ icanos ; diré aún más: están en oposición manif iesta a los intereses d e l p u e b l o ; porque cuan­d o u n Estado l lega a ser demasiado extenso, en sí mismo o por sus dependencias, cae en l a confusión, convierte su l i ­bertad f o r m a l en u n a especie de t iranía y abandona los p r i n c i p i o s que debieran preservarla; y a l cabo, degenera en e l despotismo. L a duración es l a esencia de las pequeñas repúblicas, y si l a de las grandes es var iable , siempre se i n c l i n a a l i m p e r i o . Cas i todas las primeras h a n tenido u n a larga duración; de las segundas, sólo R o m a se m a n t u v o a través de las edades; pero esto se debe a que sólo R o m a era u n a república, y no así e l resto de sus territorios, que eran gobernados por leyes e inst i tuciones diversas.

M u y diferente es l a polít ica de u n monarca , cuya aten­ción constantemente se d i r ige a l aumento de sus posesiones, de sus riquezas y de sus prerrogativas. Y con razón, porque su a u t o r i d a d aumenta con estas adquisiciones, tanto con re­lación a sus vecinos como a sus propios subditos, pues unos y otros temen el f o r m i d a b l e poder de su i m p e r i o , el cua l se conserva por l a guerra y l a conquista . Pienso por estas razones que los americanos, deseosos de l a paz, de las cien­cias, las artes, d e l comercio y l a agr i cu l tura , preferirán las repúblicas a las monarquías , y creo que este anhelo corres­p o n d e a las miras que l a E u r o p a tiene hac ia nosotros.

N o apruebo el sistema federal , entre p o p u l a r y represen-

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ta t ivo , que es demasiado perfecto y que requiere virtudes y talentos políticos m u y superiores a los nuestros. P o r i g u a l razón rechazo l a monarquía compuesta de aristocracia y democracia , q u e h a elevado a l a Inglaterra a ta l for tuna y esplendor. C o m o no es posible seleccionar u n sistema com­ple to y adecuado entre repúblicas y monarquías, nos con­tentaremos c o n evitar anarquías dogmáticas y tiranías one­rosas, extremos que por i g u a l nos conducirían a l a i n f e l i c i d a d y a l deshonor, y buscaremos u n justo medio . M e aventuraré, pues, a exponer le los resultados de mis pensamientos y espe­culaciones sobre e l mejor destino de l a América : ta l vez no e l mejor, pero si aquel que le será más asequible.

P o r l a situación, riquezas, población y carácter de los mexicanos, i m a g i n o que pr imero establecerán u n a república representat iva en l a cua l e l poder ejecutivo tendrá grandes atr ibuciones y estará concentrado en u n i n d i v i d u o , de q u i e n , s i desempeña sus funciones con d i l igenc ia y con just ic ia , es p r o p i o suponer que conservará u n a a u t o r i d a d duradera . P a r a el caso de que su incapac idad o v io lenta adminis t ra­ción excite u n a conmoción p o p u l a r que resulte t r iunfante , e l verdadero poder ejecutivo se difundirá en u n a asamblea. S i el preponderante es e l par t ido m i l i t a r o aristocrático, fundará probablemente u n a monarquía , const i tuc ional y l i ­m i t a d a en u n p r i n c i p i o , pero que inevitablemente declinará e n absoluta; porque debemos convenir que nada es más difícil en e l o r d e n político que l a conservación de u n a mo­narquía m i x t a ; y es igualmente cierto que sólo u n a nación tan patr iota como l a inglesa puede someterse a l a a u t o r i d a d r e a l y mantener el espíritu de l iber tad bajo e l i m p e r i o del cetro y de l a corona.

Las provinc ias de l Istmo de Panamá, hasta G u a t e m a l a , formarán ta l vez u n a asociación. Este magníf ico terr i tor io entre los dos océanos podrá con el t iempo convertirse en el e m p o r i o d e l universo : sus canales acortarán las distancias d e l m u n d o , amplif icarán el in tercambio comerc ia l entre E u r o p a , A s i a y América, y traerán a esa dichosa región los productos de las cuatro partes de l G l o b o . Es sólo aquí tal

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vez donde se asentará algún día l a capi ta l de l a t ierra, como lo fue B izanc io bajo Cons tant ino para el V i e j o M u n d o .

L a N u e v a G r a n a d a se unirá con Venezuela si concuerdan en formar u n a república central , y por su situación y ven­tajas, l a capi ta l será M a r a c a i b o . C o m o es m i suelo nat ivo , tengo e l indiscut ib le derecho de desearle lo que en m i o p i ­nión puede serle más ventajoso. Su gobierno emulará, pues, a l británico, pero como anhelo u n a república, en lugar de u n rey tendrá u n poder ejecutivo electivo, v i ta l i c io ta l vez, n u n c a hereditar io . S u constitución será ecléctica, con lo cua l se evitará que par t ic ipe de todos los vicios; tendrá u n a cá­mara o senado hereditar io , q u e en las tempestades políticas se interpondrá entre las olas de las conmociones populares y los rayos de l gobierno ; y otro cuerpo legislativo de l i b r e elección, s in más restricciones que las impuestas a l a Cámara de los C o m u n e s . 8

C o m o l a N u e v a G r a n a d a es extremadamente adicta a l federalismo, es posible que n o consienta en reconocer a u n gobierno central , en cuyo caso formaría por sí sola u n estado que perduraría fel iz p o r las m u y grandes y variadas ventajas crue posee.

Poco sabemos de las opiniones que prevalecen en Buenos Aires , C h i l e y Perú, pero juzgando por lo que se transluce y por las apariencias, es p r o p i o suponer que en Buenos A i r e s habrá u n gobierno central que manejarán los mil i tares , debido a las disensiones intestinas y a las guerras exteriores de aquellas provincias . S u constitución por fuerza degenerará en u n a oligarquía, o b i e n en u n a monarquía sujeta a cier­tas restricciones, y cuya denominación es impos ib le a d i v i n a r . ¡Cuan doloroso sería que ta l cosa sucediera, pues sus h a b i ­tantes son acreedores a l a más espléndida g lor ia ! 9

8 Este párrafo es de muy difícil interpretación por los agregados posteriores (ciudad Las Casas) , por la transposición que el traductor hizo de dos frases que seguramente iban en medio del párrafo y no al final, y por las muchas correcciones y tachaduras del borrador.

9 Se respeta la adición de la última frase en la versión española por la llamada al perdido pliego de enmiendas, pero poniéndola, como en lo referente a Chile, según el texto inglés, con puntos de ex­clamación.

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E l designio de l a naturaleza, l a s i n g u l a r i d a d de su terri­t o r i o , las inocentes y virtuosas costumbres de sus habitantes, y e l e jemplo d e s ú s vecinos, los fieros republ icanos de l A r a u -co, todo, todo coadyuva a que el re ino de C h i l e goce las bendic iones q u e emanan de las justas y moderadas leyes de u n a repúbl ica . M e i n c l i n o a pensar que si en a lguna parte d e América ese sistema de gobierno cont inúa por largo tiem­p o , e l lo será en C h i l e ; jamás se h a e x t i n g u i d o allí e l espíritu ele l i b e r t a d ; los vicios de E u r o p a y de A s i a sólo m u y tardía­mente —y quizá n u n c a — pervertirán las virtudes de esa parte de l a t ierra . L o restricto de su terr i tor io , lo alejado que s iempre estará de l a contagiosa i n f l u e n c i a de l resto ele l a h u m a n i d a d , hará que n u n c a se c o n t a m i n e n sus leyes, usos y costumbres, y que pueda conservar su u n i f o r m i d a d en cuanto a op in iones políticas y religiosas. E n u n a pa labra : ¡Chile puede ser l i b r e !

E l Perú por e l contrario , sufre dos azotes que son los enemigos de todo régimen l i b e r a l y justo : el oro y los escla­vos; e l p r i m e r o lo corrompe todo; e l segundo está c o r r o m p i d o p o r sí m i s m o . E l a l m a de u n siervo r a r a vez alcanza el goce de l a l i b e r t a d r a c i o n a l : se enfurece en los tumultos o se h u m i l l a en las cadenas. A u n q u e estos preceptos pueden ser apl icables a toda l a América, más lo son a L i m a , por las o p i n i o n e s que ya he expuesto, y por l a cooperación que h a prestado a sus amos contra sus propios hermanos, los héroes ele Q u i t o , C h i l e y Buenos A i r e s . Es u n a x i o m a que quienes a s p i r a n a recobrar l a l iber tad , p o r lo menos lo in tentan con s incer idad , y yo o p i n o que las altas clases limeñas no tolera­r á n l a democracia , n i los esclavos y l ibertos u n a aristocra­c i a ; aquéllos preferirán l a t iranía de u n i n d i v i d u o con tal ele verse exceptuados de gravosas persecuciones y de estable­cer l a r e g u l a r i d a d en el o r d e n de las cosas. M u c h o temo que los peruanos con d i f i c u l t a d logren rescatar su indepen­denc ia .

D e todo cuanto he dicho, podemos d e d u c i r las siguientes conclusiones: las provincias americanas l u c h a n ahora por su emancipación; a l f i n obtendrán éxi to ; algunas se constitui­rán regularmente como repúblicas, federales o centrales; los

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territorios más extensos seguramente fundarán monarquías ; y algunas echarán por t ierra sus pr inc ip ios , ya en l a p u g n a actual , ya en futuras revoluciones; u n a gran república es i m p o s i b l e ; u n a gran monarquía, m u y difícil de consol idar .

Q u é idea más grandiosa, l a de moldear a l N u e v o M u n d o en u n a g r a n nación, enlazada por u n solo y gran vínculo; profesando l a m i s m a religión, u n i d o por l a lengua, e l or igen y las costumbres, debe tener u n solo gobierno para incorpo­rar los diferentes estados que puedan formarse. Pero esto es impos ib le , porque lo remoto de sus regiones, lo diverso de sus situaciones, lo contencioso de sus intereses y lo dife­rente de sus caracteres, d i v i d e n a l a América.

¡Cuan subl ime sería el espectáculo si e l Istmo de Pana­má fuese para nosotros lo que e l de C o r i n t o para los griegos! Oja lá que algún día tengamos l a d i c h a de instalar allí en u n augusto congreso a los representantes de repúblicas, reinos e imper ios , y de negociar y tratar con las naciones de las otras tres partes d e l g lobo las grandes e interesantes cuestio­nes de l a guerra y de l a paz. Esta especie de corporación m u y posiblemente ocurrirá durante l a 1 0 dichosa época de nuestra regeneración. C u a l q u i e r otra expectativa es vana, como lo es por e jemplo la de l abate Saint Pierre , q u i e n con laudable d e l i r i o concibió l a idea de r e u n i r u n congreso europeo para dec id i r sobre l a suerte y los intereses de aquellas naciones.

" L o s esfuerzos i n d i v i d u a l e s , según advierte usted en su carta, con frecuencia producen cambios felices e importantes . E n t r e los americanos existe u n a tradición que relata cómo Quetzalcoat l , e l B u d a o W o d e n de Sudamérica, renunció a su poder y se apartó de ellos, prometiéndoles que transcurri ­do el t i empo asignado volvería para reponer su gobierno y restaurar su fe l i c idad . Cómo esta tradición fortalece entre ellos l a creencia de que p r o n t o reaparecerá, calcule usted, señor, cuáles serán los efectos producidos por l a aparición de u n i n d i v i d u o que personif ique el carácter de Quetzalcoat l , el B u d a o W o d e n de q u i e n tanto h a n hablado las otras

10 No puedo creer que el traductor le haya sido fiel al Libertador poniendo el adjetivo indefinido "alguna"; el artículo "la" es imperativo.

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naciones. ¿No cree usted que resultaría en la elevación ele u n p a r t i d o patriótico de suficiente m a g n i t u d para compel i r o i n d u c i r l a unión de todos? ¿Y no es l a unión lo que se r e q u i e r e a f i n de ponerlos en condiciones de expulsar a las tropas españolas y a los otros part idar ios de l a c o r r o m p i d a España , y de establecer u n poderoso i m p e r i o , con u n gobier­n o l i b r e bajo leyes l iberales?"

C o n v e n g o con usted en que los esfuerzos indiv iduales p u e d e n ser causa de eventos generales, en par t i cu lar durante las revoluciones. Pero Quetzalcoat l , e l héroe y profeta del Anáhuae , n o es el capaz de efectuar los prodigiosos benefi­cios que usted contempla . Este personaje es apenas conocido p o r los mexicanos, y no precisamente con ventaja: porque este es el destino de los vencidos, a u n cuando sean dioses. Serlo historiadores y literatos se h a n cu idado de investigar su o r i g e n , l a verdad o falsedad de su misión, sus profecías y el f i n de su carrera. Se discute si acaso fue u n apóstol de Cr i s to o u n pagano; algunos suponen que su nombre , en lengua m e x i c a n a y en la c h i n a quiere decir Santo T o m á s ; otros, c o m o T o r q u e m a d a , que s igni f ica serpiente e m p l u m a d a ; al­g u n o s más, que es el famoso profeta ele Yucatán, G h i l a m C a m b a l . Sobre e l verdadero carácter de Quetzalcoat l los más de los autores mexicanos, polemistas e historiadores, re l i ­g i o s o s 1 1 y profanos, h a n tratado con mayor o menor p r o l i ­j i d a d . Acosta dice que estableció u n a religión cuyos ritos, dogmas y misterios muestran u n a a d m i r a b l e a f i n i d a d con l a de Cr is to , y que tal vez se le parezca más que n i n g u n a o t ra . A pesar de el lo , muchos escritores católicos se h a n i n g e n i a d o para denegar que este profeta fuese verdadero, y se h a n rehusaeio a reconocer en él a Santo T o m á s , como lo a f i r m a n otros célebres autores. L a opinión general es que Quetza lcoa t l fue u n legis lador d i v i n o entre las tribus paga­nas d e l Anáhuae, lugar que poseyó el g r a n M o c t e z u m a , q u i e n d e r i v a b a de aquél su a u t o r i d a d . D e esto deduzco que los mexicanos no seguirán a l pagano Quetzalcoat l aun cuanelo

11 E l resto del párrafo hace necesario añadir el calificativo "re­ligiosos".

174 FRANCISCO CUEVAS CANGINO

apareciese bajo circunstancias ideales, pues profesan u n a religión que es l a más intolerable y p r i v a t i v a de todas.

P o r for tuna, los promotores de l a independencia m e x i ­cana h a n aprovechado con l a mayor d i l i g e n c i a e l fanatismo hoy en boga, proc lamando a l a famosa v i rgen de G u a d a l u p e como r e i n a de los patriotas, invocándola en todos los casos arduos, y llevándola en sus banderas. P o r este medio el entu­siasmo político se h a u n i d o con l a religión, y h a p r o d u c i d o u n vehemente fervor por l a sagrada causa de l a l iber tad . L a veneración de que goza esta imagen en México es superior a la más exaltada que p u d i e r a insp i rar el más diestro y afortu­nado profeta.

P o r lo demás, la época de estas visitaciones celestes ha pasado; y a u n si los americanos fuesen más supersticiosos de l o que realmente son, no darían crédito a las doctrinas de u n impostor , q u i e n además sería considerado como u n cismático, o b i e n como el ant i -Cristo anunc iado por nuestra religión.

P a r a completar l a obra de nuestra regeneración es cierta-tamente l a unión l a que nos falta. Nues t ra división, s in embargo, n o debe sorprender a usted, porque es l a marca característica de todas las guerras civiles, hechura de dos par t idos : los amigos de los ritos establecidos, y los refor­madores. L o s primeros son por lo común los más numerosos, p o r q u e el i m p e r i o de l a costumbre genera l a obediencia a las autoridades ya constituidas; los últimos son siempre me­nores en número, pero más ardientes 1 2 y entusiastas. O c u r r e así q u e el poderío físico se e q u i l i b r a con la fuerza m o r a l , y e l conf l ic to se p r o l o n g a con resultados inciertos. P o r for­t u n a p a r a nosotros, l a mayoría de l pueblo ha seguido sus propios sentimientos.

Y o le eliré a usted lo que nos permitirá expulsar a los españoles y fundar u n gobierno l i b r e ; ciertamente l a unión, pero u n a unión consecuencia de medidas enérgicas y de b i e n d i r i g i d o s esfuerzos, y no de prodigios sobrenaturales. L a

12 E l error del traductor, al poner "ardous", es patente; la versión Y - M lo traduce por "vehemente"; he preferido "ardiente" por -suponer una traducción literal al inglés, y además, evitar el pleonasmo.

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América q u e d a sola, abandonada por todas las naciones, ais-lacla en e l centro d e l universo, s in relaciones diplomáticas n i auxi l ios mil i tares , y combat ida por u n a España que posee más elementos bélicos que cuantos podemos ahora a d q u i r i r .

C u a n d o los éxitos son dudosos, cuando el Estado es débil y cuando las esperanzas son remotas, todos los hombres vaci­l a n , las opiniones se d i v i d e n , las pasiones se enardecen, y todo esto es fomentado por nuestros enemigos para poder t r i u n f a r con mayor f a c i l i d a d . T a n pronto seamos fuertes, estaremos unidos bajo u n a nación l i b e r a l que nos deparará su protección, y bajo cuyos auspicios cult ivaremos las v i r t u ­des y talentos que conducen a l a g lor ia . Entonces empren­deremos l a m a r c h a majestuosa hac ia ese augusto gobierno c i v i l 1 3 que nos está destinado y que hará feliz a l a América ; entonces las ciencias y las artes, que nacieron en O r i e n t e y q u e h a n i lus t rado a E u r o p a , volarán a C o l o m b i a l ibre , donde serán acogidas como en u n santuario.

Ta les son, señor, los pensamientos y observaciones que tengo el h o n o r de someterle, a f i n de que pueda usted, según su mérito, rect i f icarlos o aprovecharlos. Y le ruego me crea cuando le aseguro que para hacer esta exposición de mis sentimientos, más h a i n f l u i d o e l deseo de mostrarme cortés q u e l a convicción de m i p r o p i a capacidad para i lus trar a usted en la mater ia .

Soy de usted,

Simón Bolívar

13 Se incluye l a mención del gobierno civil porque el razonamiento bolivariano exige su ascensión como prueba de que el coloniaje ha sido superado y de que ha triunfado la revolución; su resultado es la feli­cidad del pueblo, siendo "that grand state of prosperity" del texto inglés el efecto, y no la causa.

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