un día en una vida: 19 de abril de 1970
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Un día en una vida
(Testigos ocasionales de un hito político)
Los compadres de don Agustín Rondón salieron al camino veredal con los primeros
cantos de los gallos para que no los dejara la vieja chiva o ‘bus de línea’ como le
llamaban cariñosamente y de manera sofisticada, al vehículo que más que bus de
transporte municipal parecía un camión por su colorido y los costales llenos de arroz,
racimos de plátano, cachaco, yuca y alguna gallina. El paso del bus sobre el sendero
empedrado fue casi un carnaval, no solo de ruidos sino de olores: la bulla de los animales,
los típicos saludos tolimenses que asombran a quienes los hayan escuchado por su
volumen ensordecedor, la mezcla de humores y el aroma seco de los trajes. Entre
pronósticos del clima, comentarios de las cosechas y los reclamos compartidos por la
constante lucha para que el agua llegara a sus parcelas transcurrió el viaje que terminó en
la plaza central del municipio de Saldaña, donde don Agustín los recibió en su tienda
repleta de comestibles para todos los gustos. Cucas, panelitas de leche, doña Maria Jesús,
esposa de Rondón, se encargó de atender a los compadres y aceptarles los fiados. Les
organizó las provisiones en sus costales y antes de despedirse uno por uno pasaron a
donde el señor Rondón, que se encargó de explicarles y entregarles la papeleta con la que
debían depositar sus votos por Rojas Pinilla durante las elecciones del domingo 19 de
abril.
Agustín era conservador acérrimo, como casi todos en el pueblo de Saldaña, pero
esta vez quien se robaba su sueño era Rojas Pinilla, un candidato que sin embargo no
despertaba mucha confianza para la mayoría de los tolimenses. Aún así don Agustín
estaba convencido de que el destino de un país avanzado estaba en manos del general
Rojas. Por eso empezó a visitar a la gente en el campo para recordarle obras como el
canal de irrigación Ospina Pérez y o el puente de Girardot, que se habían logrado con
Rojas cuando había estado al frente de los destinos del país. Le gustaba la política y por
eso sabía que eran enormes los rumores de que podía fraguarse un fraude en las
elecciones presidenciales. Así que convocó a sus compadres y amigos a madrugar y
cumplirle al voto. Y así se hizo. Sólo que a diferencia de anteriores elecciones, ese 19 de
abril de 1970 don Agustín cambió el orden del día y anunció que la lechona solo se
entregaba cuando el sufragio se hubiera consumado. El día transcurrió normal. Pasadas
las 4:00 p.m., con tragos en la cabeza y animado por los informes de la radio, Rondón
recorrió las calles de Saldaña celebrando el triunfo de Rojas. Fue tal el espectáculo que
armó don Agustín que el asunto llegó a oídos del alcalde Héctor Rondón, familiar suyo,
quien lo llamó a cuentas y le advirtió que no ingiriera más alcohol y que en caso de
desobedecerle, lamentablemente lo tenía que confinar en un calabozo.
Así que entre nueve y diez de la noche se fue a su casa a acostarse a dormir, con la
emoción inminente de la victoria. Sin embargo cuando se levantó y le preguntó confiado
a su mujer “¿ganamos?”, ella le contestó con rostro triste: “nos acostamos ganando pero
nos levantamos perdiendo”. Una frase que se repitió en muchos otros pueblos de
Colombia. Y que a don Agustín literalmente le cayó como una punzada al corazón. Se
recostó en la cama y segundos después falleció. La gente del pueblo comentó que la
causa de su muerte no fue un paro cardiaco sino la frustración de la derrota electoral. Así
lo recuerda hoy su hija Magdalena Rondón, una abogada conservadora que tiene sus
propias remembranzas del 19 abril de 1970. De nada sirvieron las papayeras y la lechona.
Perdió Rojas y se murió don Agustín, una doble tragedia que ensombreció a una familia
de Saldaña, mientras otro paisano, Jaime Oviedo vivía la otra faceta de esa fecha
emblemática para varias generaciones de colombianos. La de testificar las condiciones
electorales de ese día. Hoy recuerda que los medios no estuvieron en Saldaña y toda la
información se transmitió desde Telecom. Pero fue tal el desorden y la improvisación en
un pueblo de escasos habitantes, que aunque posiblemente allí no pasó nada irregular, si
constituye una buena prueba del ambiente que imperó en las elecciones del 70.
Con ley seca A pocos kilómetros de Saldaña, el diputado de la Asamblea de Cundinamarca Felipe
Arango cumplió gestiones como delegado presidencial del debate en Neiva (Huila). Así
recuerda lo vivido: “Viajé con un representante de la ANAPO. Fuimos a un club y la
mayoría de la gente no quería a Rojas Pinilla, más que por tratarse del candidato
oficialista porque su contrincante era un coterráneo, Misael Pastrana Borrero. Por eso
hubo conflicto entre los afiliados. Traté de calmar los ánimos pero la solución fue
retirarnos. Pese a que había ley seca, al otro día 20 me tomé unos tragos y retomamos la
conversación en el club, pero los afiliados estaban en otra tónica porque aunque había
ganado Pastrana imperaban los rumores de que todo había sido un fraude. Entonces los
afiliados criticaron que Pastrana Borrero había sido escogido a dedo y que no era posible
que un político pudiera gobernar si ni siquiera había ganado la convención de su partido”.
Un entorno agitado que empezó a tomarse al país vertiginosamente y que dejó a cada
colombiano hoy mayor de 45 años, algún recuerdo específico de ese 19 de abril de 1970.
Manifestantes que pasaron gritando arengas contra los oligarcas, noches de arresto
porque a la hora de las requisas algunos no portaban su documento de identidad, sucesión
de memorias dispersas alrededor de un hito político.
Como la remembranza de Maria Cruz Molina, vocal de
la ANAPO desde su juventud, quien aún le cuenta a sus
amigos y familiares que esa tarde del 19 de abril, “cuando la
Presidencia ya estaba ganada y Rojas iba sobrado en el
conteo, se robaron las elecciones”. Molina evoca también
como la senadora María Eugenia Rojas se fue personalmente
a la Registraduría a reivindicar los votos de su padre y cómo se rumoró que el presidente
Carlos Lleras y el ex ministro de gobierno Carlos Augusto Noriega pensaron en detenerla
para controlar la situación. “Nosotros reviramos por esos votos, pero Rojas no quiso ver
sangre. Antes de él entrar a gobernar las muertes se habían esparcido en todas partes, por
lo que no quería que los colombianos reincidieran en una situación de violencia”, insistió
María Cruz Molina. Un recuerdo vivo que avivó su sentimiento anapista a tal punto que
ese día histórico compuso una canción que quizás sólo ella alcanzó a escuchar. ♫ “El 19
de abril, antes del amanecer, gritábamos todos juntos que con Rojas al poder. Nadie se
imaginaba lo que nos sucedería que nos robaran los votos en la Registraduría. María
Eugenia por la tarde, valiente la capitana, fue a recobrar ese triunfo que había obtenido su
padre. Carlos Lleras y Pastrana tuvieron mucho que pensar, apresaron a la capitana para
podernos callar” ♪.
Como esta sencilla mujer de aproximadamente 74 años que hoy vive rodeada de sus
ocho nietos, a quienes siempre les cuenta lo que sucedió ese 19 de abril, Jorge Antolinez,
hoy presidente del Fondo de Pensionados de la Registraduría Nacional del Estado Civil,
tiene su propio inventario histórico. En abril de 1970 fue el encargado de la custodia del
arca triclave de Bogotá y esa responsabilidad lo lleva hoy a asegurar que un fraude en esa
arca triclave estuvo lejos de suceder. Pese a que rememora que ese día le fue muy mal
porque la gente quería írsele encima e incluso hubo algunas amenazas, sostiene que el
ambiente de trabajo de la Registraduría ese 19 de abril fue “muy sabroso”. Y agrega
convencido: “ni siquiera las precarias instalaciones de la antigua estación del ferrocarril
del noroeste influyeron en el entusiasmo por cumplir a toda costa con el trabajo. No había
una oficina digna de admirar o que al menos no albergara 3.000 o 4.000 archivadores,
pero trabajamos con gusto”. Antolinez era jefe de grupo, es decir que tenía a su cargo a
un equipo de personas que entre cédulas, registros, partidas de bautismo y certificados de
defunción, manejaban todo la información que implicaba convertirse o dejar de ser
ciudadano.
Con camisa arremangada, clavos y martillo en mano, Antolinez recuerda cómo
salían de las oficinas a armar los puestos de votación. En su condición de ‘clavero’, como
se le denominaba entonces a la persona que custodiaba el arca triclave, Antolinez sostiene
que el 19 de abril de 1970, desde temprano en la mañana hasta bien adentrada la noche
fue la única persona que cuidó del arca triclave hasta que esta quedó bajo custodia de la
policía. Por esta experiencia tan cercana, hoy asegura enérgicamente que no hubo
posibilidad alguna de fraude, al menos en Bogotá. Y con esa misma convicción sostiene
que tampoco en la capital hubo irregularidades en la inscripción de cédulas. Sobre los
desórdenes para la inscripción de cédulas, Antolinez señala que algunos grupos políticos
como la ANAPO “llegaban con cantidades de cédulas para que se inscribieran y eso estaba
en contra de la ley. La inscripción de la cédula es personal, sólo puede haber una cédula
por la persona, y esta debe presentarse. Por eso no se les permitió inscripciones masivas
de documentos de identidad”. Y concluyó reiterativo: “los empleados trataron de cumplir
al pie de la letra las órdenes. Lo que pasó después lo desconocemos. Nuestro trabajo se
acogió a la ley. Si hubo fraude fuera de Bogotá lo desconozco”.
La mala pasada que el corazón le jugó a don Agustín, las situaciones confusas o
precipitadas que detectó don Jaime Oviedo en el mismo pueblo de Saldaña, la forma
como el ex diputado Felipe Arango constató los cambios de parecer en un prestigioso
club social privado de Neiva, la decepción cargada de añoranzas de María Cruz o el recio
carácter de Jorge Antolinez, quien en el ocaso de su vida sostiene que al menos en
Bogotá no hubo fraude, constituyen también facetas de la deshilvanada memoria del 19
de abril de 1970. Sin que ellos los hubieran decidido previamente, también fueron
testigos de ese histórico día. Por eso sus relatos, como los de millones de colombianos
que aún hoy todavía dudan de lo que sucedió ese domingo de 1970, ayudan a unir las
piezas del rompecabezas de un episodio de recuerdos inconexos en un mar de desazón,
que corresponde hoy a la versión definitiva de uno de los capítulos más oscuros de la vida
política nacional, hoy convertido apenas en una sumatoria de volubles anécdotas.
Fragmento tomado de la tesis 19 de abril de 1970: Un hito político hecho relato, escrito por
Sandra Carolina Rodríguez Novoa y María Ximena Plaza como requisito para optar por el
título de Comunicadora Social con énfasis en Periodismo de la Universidad Javeriana.
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