tijuana mexico
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TIJUANA, MXICO
I
El aspecto de la estancia era srdido y siniestro. No se trataba de un lugar que
inspirase temor, sino ms bien angustia por el desdichado que se viese forzado a
malvivir entre las cuatro paredes de la habitacin nmero 105 del Motel La Esperanza,
cuyo nombre intentaba, sin mucho xito, disimular la desgracia de sus moradores.
El cuarto era tan pequeo que apenas caba en l la cama de matrimonio, la
cual haca las veces de improvisada mesa, a juzgar por los rastros de comida y migas
de pan que quedaban sobre las sbanas. stas, absolutamente amarillas por el uso
exagerado de la leja y los aos de uso continuo, estaban cubiertas de agujeros sin
que realmente se llegase a saber con certeza si haban sido provocados por las
polillas, quemaduras de cigarrillos o incluso disparos de bala. En todo caso, poco
descanso iba a encontrar el husped en esas radas y profundamente speras sbanas.
Las paredes del cuarto eran de cal, pero haban sido pintadas en un color marrn
oscuro que, junto con la moqueta verde que cubra todo el suelo, provocaba una
sensacin de ahogo a todo el que entraba, haciendo parecer la habitacin an ms
pequea de lo que en realidad era.
Diego estaba sentado en la cama con la mirada perdida, justo enfrente de un
televisor que colgaba de la sucia pared el cual, atendiendo a su apariencia, podra
contar con ms de 20 aos de servicio. Llevaba ms de treinta minutos esperando, en
la misma posicin, sin apenas moverse ni hacer ningn ruido. De repente, el telfono
de la habitacin comenz a sonar insistentemente durante unos segundos y Diego se
levant rpidamente. Su curtida y gruesa cara no mostraba emocin alguna, sino ms
bien una indiferencia pasmosa, como si lo que estuviese haciendo lo repitiese uno y
otro da de forma mecnica. Sin detenerse, abri la puerta del cuarto de bao, se
meti dentro y la volvi a cerrar, situndose de cara a la misma. Apenas un minuto
ms tarde, la puerta de la habitacin se abri y alguien entr. Diego pudo escuchar a
-
travs de la puerta del bao como esa persona se tumb en la cama, se quit las
botas y comenz a rezar en voz alta.
Diego esper durante casi una hora encerrado en el bao, hasta que le pareci
que aquel perfecto desconocido que se encontraba a unos pocos metros se haba
quedado dormido, segn delataban sus sonoros ronquidos. Fue en ese momento
cuando se puso unos guantes negros de piel que guardaba en el bolsillo de sus
pantalones vaqueros, empu la pequea pistola que esconda en su cintura, la
encaj un silenciador y sali del bao lentamente. Efectivamente, el joven tumbado
en la cama se encontraba plcida e inocentemente dormido. Su nombre era Vicente y
era uno de los mensajeros de los Mendoza, una de las familias de narcos que
controlaban el trfico de cocana en Tijuana. Diego se qued mirndole durante unos
minutos. Casi poda sentir pena por l. Nada haca pensar que aquel chaval de apenas
veinte aos, que tan pacficamente dorma, haba matado a ms de diez personas y
todas ellas pertenecan a los Rivera, otro de los grupos mafiosos ms importantes de
la ciudad, cuyos negocios se centraban fundamentalmente en la cocana, aunque
tambin en la prostitucin y el trfico de armas.
No era tiempo para meditar sobre lo que se propona a hacer. Estaba all para
cumplir con un trabajo por el que los Rivera le iban a pagar 250.000 pesos. Sin
pensarlo ms, apunt framente a la cabeza de Vicente y le dispar dos veces. Era su
asesinato nmero veinticinco. Sin tocar nada, quit el silenciador de la pistola, se
guard el arma y el silenciador, abri un poco la puerta de la habitacin para ver si
haba alguien fuera y, al comprobar que el pasillo estaba desierto, sali y baj por las
escaleras hasta llegar al garaje. Una vez all, subi a pie la rampa que llevaba a la
calle y sali al exterior.
Eran las 2:54 de la madrugada y la calle estaba desierta, a pesar de que el
calor, incluso a esas horas, era insoportable. El ambiente era tan pegajoso que haca
difcil respirar. Sin mirar atrs, camin a paso rpido hasta la calle Barrera, un
acomodado barrio del norte de Tijuana, compuesto por edificios idnticos de cuatro
plantas, en donde principalmente vivan empresarios que haban tenido suerte en sus
-
negocios, aunque no tanta como para vivir en otro barrio ms elegante. El rea estaba
configurada como una urbanizacin privada, de tal manera que slo se poda acceder
por determinadas entradas custodiadas por guardas de seguridad y en las que
siempre, o casi siempre, se requera identificacin. Diego lleg hasta la urbanizacin
en apenas veinte minutos, teniendo la precaucin de ponerse su gorra de Capitn
Especial Antidroga de la Polica Federal Mejicana, la cual tena guardada en su bolsillo
trasero del pantaln. En cuanto lleg a la entrada norte, los agentes de seguridad que
all se encontraban se levantaron, miraron de reojo la gorra policial y, sin preguntar
por identificacin alguna, le dejaron pasar.
Una vez dentro de la urbanizacin, se dirigi directamente al edificio donde
viva Marta, su madre, subi al cuarto piso, abri la puerta y, tras mirar atrs por si
alguien le vena siguiendo, cerr y se dirigi directamente al saln. All se sirvi un
gran vaso de Bourbon con un poco de agua, se tumb en el sof y se qued dormido
pensando cmo era posible que hubiese matado en slo dos aos a veinticinco
personas.
II
Diego no haba sido siempre un asesino a sueldo, aunque su pasin por las armas le
arrastraba desde muy pequeo, cuando acompaaba a su padre a los campos de tiro y
le vea como practicaba su puntera disparando a pequeas latas que colocaba en
lnea a unos metros de distancia. Ya con diez aos haba decidido que quera ser
polica, aunque su padre siempre haba luchado por convencerlo para que se dedicase
a cualquier otra cosa. Los esfuerzos de su padre fueron en vano, ya que con slo
dieciocho aos ingres en la academia de polica y dos aos ms tarde se gradu como
nmero uno de su promocin, especializndose tcnicas de lucha antidroga.
Tras dos aos patrullando por las calles de Mxico D.F., ciudad en la que naci y
creci, fue seleccionado para formar parte del recin creado Grupo Especial Antidroga
de la Polica Federal, cuerpo de lite para combatir las mafias de la droga,
especialmente en Tijuana. De esta forma, fue trasladado Tijuana, paraso de los
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narcos de la droga, donde se fue con su madre, ya que por aquel entonces vivan
juntos tras haber enviudado sta haca apenas un ao.
All, Diego se sigui formando y, progresivamente, fue interviniendo en
distintas operaciones antidroga. Gracias a estas misiones fue adquiriendo la fama de
polica duro, luchador e incorruptible, lo cual le granje muchos enemigos tanto fuera
como dentro del cuerpo pero que, al mismo tiempo, le permiti llegar al rango de
capitn en tan slo tres aos. Su cargo era extraordinariamente complejo en una
ciudad controlada literalmente por los narcos. Cualquier paso poda ser entendido
como un ataque tanto por la polica como por los capos y su cabeza tena precio
desde el mismo da en que accedi al puesto de capitn.
III
El ruido del molinillo de caf le despert sobre las seis y media de la maana.
Reposadamente, se levant del sof y todava con la gorra puesta se dirigi hacia la
cocina. Dentro estaba Mara, la joven asistenta que cuidaba de su anciana madre y
viva con ella en la casa. Mara era de una belleza pura. Originaria de Sinaloa, se
haba marchado a vivir a Tijuana a los cinco aos de edad, cuando sus padres se
trasladaron all por motivos laborales. Poco despus, su madre y su padre tuvieron la
mala suerte de verse sorprendidos en medio de un tiroteo entre dos narcos rivales
cuando se encontraban dentro de su automvil en un semforo en rojo, siendo
alcanzados por unas balas perdidas que les ocasionaron la muerte al instante.
Mara fue acogida por la congregacin de San Ass, viviendo con las monjas
hasta que con dieciocho aos tuvo que buscarse la vida por ella misma, al no poder
prolongar la estancia all por ms tiempo. Tras dormir incluso en las calles de Tijuana
durante casi quince das, Diego la encontr en una patrulla rutinaria y, tras ver la
claridad de su mirada y la ternura de su expresin, decidi llevarla a casa de su
madre y ofrecerle un trabajo como asistenta. Eso sucedi hace un ao, y ahora Mara
era parte de su reducida familia.
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Aquella maana Mara, con slo diecinueve aos de edad, pareca ms hermosa
que nunca. Sus grandes ojos verdes brillaban con una intensidad que absorba
totalmente la mirada de Diego. Delgada, morena de piel y de pelo castao, era
normalmente el centro de atencin all donde estuviese lo que, por culpa de su
extraordinaria timidez, le impeda salir a menudo a la calle.
Diego se sent en una de las sillas blancas de la cocina y dio los buenos das a
Mara, la cual le respondi con una leve sonrisa, dejndole sobre la mesa un caf bien
cargado con un poco de leche, tal y como a l le gustaba. Dio un primer sorbo sin
apartar la mirada de Mara, que estaba terminando de prepararse una taza de caf.
Cuando la termin, se sent junto a Diego, le mir a los ojos y le volvi a dedicar una
agradecida sonrisa. Diego agach la cabeza y comenz a mirar fijamente su caza de
caf, ya casi vaca.
-Por qu te has quedado a dormir aqu esta noche? -Pregunt Mara casi
susurrando, para no despertar a Marta.
-No me apeteca volver a mi casa -respondi rpidamente Diego-. Tengo mucho
trabajo estos das y estar slo en mi casa se me hace muy duro. No me gusta estar
slo aunque pueda parecer lo contrario-. Mara volvi a sonrer de una manera tan
dulce e inocente que Diego se estremeci.
Diego se tom la taza de caf de un sorbo, sin poder apartar la mirada de
Mara. El tiempo pareca transcurrir de una forma vertiginosa y, sin darse cuenta, el
reloj del saln haba dado las ocho de la maana, hora en la que habitualmente se
incorpora al trabajo. Sin apurarse, se despidi de ella y se dirigi al cuarto donde su
madre dorma. Sin entrar, apoyado en el marco de la puerta, se detuvo all durante
unos minutos, observando tiernamente a la persona que durante tantos aos le haba
cuidado. La profunda tri steza de ver enferma a la nica mujer que a lo largo de su
vida se haba preocupado sinceramente por l, le haca sentirse profundamente
angustiado, desamparado, perdido y solo. Culpndose a s mismo por sentir de tal
forma, cerr los ojos y sali corriendo de la casa, bajo siempre la atenta mirada de
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Mara, la cual no extraaba el repentino cambio de humor de Mario.
Una vez lleg al portal del edificio, se volvi a colocar la gorra de la polica y
camin hasta la salida de la urbanizacin, la cual segua estando custodiada por el
mismo personal de seguridad que la noche anterior. Sin mediar palabra alguna, los
agentes le abrieron la gruesa valla de seguridad que bloqueaba el paso y le dejaron
salir.
Sin darse muy bien cuenta, comenz a caminar velozmente hasta que se
percat que se estaba comportando de forma extraa, por lo que decidi caminar
algo ms lento para no levantar sospechas en una ciudad en donde alguien podra
estar siguiendo los pasos del capitn de la polica especial antidroga. Sin embargo, no
transcurrieron ms de cinco minutos hasta que volvi a acelerar el paso rumbo a su
pequeo despacho de la comisara. Por suerte, la comisara de polica estaba prxima
a la casa de su madre, por lo que no tard ms de quince minutos en llegar.
IV
El ambiente de la comisara en aquella maana era relativamente tranquilo. La
temperatura de aquel mes de abril era inusualmente alta, incluso para una ciudad
como Tijuana, superando ampliamente en aquel momento del da los treinta y cinco
grados centgrados. Por ello, los pocos agentes que haban llegado se encontraban
sentados detrs de sus escritorios, la mayora de ellos utilizaba un vetusto ventilador
que ms que enfriar, extenda el agobiante calor por toda la oficina, haciendo del
sitio un lugar en el que era difcil respirar.
Diego entr a paso ligero por la entrada principal de la comisara de polica,
salud a los compaeros que se encontraban en la recepcin y se dirigi directamente
a un pequeo cuarto agosto y sin apenas luz, en donde se encontraban instaladas un
par de mquinas de caf y un dispensador de agua junto a un destartalado sof. Era el
cuarto que utilizaban los policas de la comisara cuando queran descansar o cuando,
simplemente, no les apeteca trabajar. Curiosamente, era una de las salas ms
utilizadas de todas las instalaciones ya que era la nica que tena un aparato de aire
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acondicionado.
Sin ni siquiera encender la luz (a esas horas del da el sol no entraba apenas por
la diminuta ventana que estaba entreabierta en el extremo derecho superior del
cuarto), camin hasta una de las dos mquinas de caf, coloc un pequeo vaso de
plstico en el interior de la cafetera y apret el interruptor de encendido de la
misma. En apenas veinte segundos un lquido marrn, ciertamente denso, comenz a
caer por el dispensador hasta que el vaso de plstico estuvo completamente lleno de
lo que pareca ser caf. A continuacin, cogi dos sobres de azcar, los abri y vaci
su contenido en el vaso, pudindose afirmar que muy posiblemente el contenido de
azcar era ampliamente superior al de caf. Agarr el vaso con fuerza, derramando
sobre la mesa en la que estaba la cafetera gran parte del lquido, y se sent en el sof
de la habitacin.
A Diego siempre le haba gustado ese extrao cuarto de descanso y,
especialmente, el viejo sof que presida el cuarto, tan viejo y desgastado que era
difcil saber cmo todava no se haba partido en dos. Acuda a esa sala a menudo,
sobre todo cuando buscaba en lugar en el que meditar, lo cual acostumbraba a hacer
despus de haber cumplido alguno de los encargos que los Rivera le encomendaban.
La prctica en la comisara haba creado un cdigo implcito entre los policas de la
comisara, que saban que si el capitn se encontraba dentro no deban entrar hasta
que decidiese salir del cuarto por su propia voluntad y continuar, o empezar, con sus
funciones diarias.
Tras aproximadamente treinta minutos de reflexin y, sin ninguna conclusin
clara sobre el rumbo que haba tomado su vida, se levant, tir el vaso de plstico en
una bolsa de basura que alguien haba depositado justo en la puerta y sali con
direccin a su despacho. Saba que el da de hoy iba a ser complicado. No tardara
mucho en que llegase alguna llamada a la comisara informando del asesinato que la
noche anterior se haba producido en la habitacin nmero 105 del Motel La
Esperanza y tena que estar preparado para llegar en primer lugar, junto a sus
hombres de confianza, a la escena del crimen.
-
El despacho de Diego poda considerarse como uno de los mejores de toda la
comisara. Aunque no era demasiado amplio, tena todas las comodidades que un
agente de polica poda esperar encontrarse en Tijuana. La luz impregnaba todo el
cuarto durante gran parte del da, desde las siete de la maana hasta que sobre las
seis y media de la tarde empezaba a oscurecer. La mesa de trabajo era espaciosa y
flanqueada de un buen nmero de cajones a cada lado de la misma. Asimismo, debido
a su condicin de capitn, dispona un ordenador que, aunque no era ltimo modelo
(contaba con ms de cinco aos), poda considerarse como uno de los ms modernos
de todo el cuerpo de polica de la ciudad. Tena asimismo, justo en frente de la
puerta de entrada, un conjunto de estanteras donde poda guardar todos los
expedientes de los casos que investigaba, las cuales cubran completamente una de
las cuatro sucias paredes del despacho. Todas las estanteras estaban abarrotadas de
desordenados expedientes, escritos, investigaciones y documentacin varia,
aparentemente sin gran correlacin entre s. Diego siempre se enorgulleci de tener
estanteras. Sus compaeros, por falta de espacio, se vean obligados a guardar todos
sus papeles policiales donde podan, principalmente en el suelo que rodeaba sus
mesas.
Como buen capitn de polica, se haba trado haca tiempo un pequeo
armario donde siempre guardaba una botella de bourbon, otra de tequila y par de
vasos de cristal. En un principio lo utiliz como kit de supervivencia pensado para
aquellos das donde deba enfrentarse a demasiados asuntos desagradables. Sin
embargo, en los ltimos tiempos, desde que los trabajos que le encargaban los Rivera
se haban multiplicado, era raro el da en donde no recurra al armario y se dejaba
ayudar por sus dos compaeras.
Al entrar a su despacho, como era habitual, cerr rpidamente la puerta y se
sent trs de la mesa de trabajo, en una silla antigua de madera oscura, coja y
agrietada por varias partes del asiento, la cual se mova constantemente cada vez que
la utilizaba y que resultaba realmente incmoda hasta que, por necesidad y, con el
paso del tiempo, dej de percatarse del continuo balanceo de la silla. Sin demora,
-
cogi el ltimo expediente de la pila de dossieres que tena en el lado derecho de su
mesa y sac un informe que estaba guardado dentro de una carpeta azul que firm
todas sus hojas.
Se trataba del informe que haba redactado sobre el ltimo asesinato que haba
investigado. Era una de las decenas de muertes violentas que se producan en Tijuana
cada mes y que claramente se producan por un ajuste de cuentas entre crteles
rivales. El departamento no dispona ni de fondos ni de hombres para hacer una
investigacin ms profunda y, cuando no se encontraba ningn tipo de evidencia en la
escena del crimen que pudiese servir de hilo de inicio para la investigacin, tal y
como era el caso, el expediente se archivaba directamente y se pasaba al Juez de
turno el cual, muy posiblemente, archivara tambin el caso sin ms trmite.
Eran apenas las diez y media de la maana y el calor comenzaba a hacer
irrespirable el ambiente. Sudando, se levant, se sec el sudor con un pauelo de tela
que guardaba en el bolsillo y encendi un pequeo ventilador que colgaba de la pared
izquierda del despacho, cerca de las estanteras plagadas de expedientes. Comenzaba
a sentirse nervioso. Era extrao que todava no hubiese reportado nadie el asesinato
de la noche de ayer. Prefera no pensar demasiado sobre ese asunto, por lo que se
volvi a sentar y estuvo finalizando, revisando y firmando algunos informes policiales
que tena pendientes hasta aproximadamente las doce del medio da, cuando decidi
descansar un momento y salir a hablar con sus compaeros y quiz comer algo.
Cuando lleg al espacio comn de la oficina que compartan varios agentes, se
dispuso iniciar una conversacin con ellos, para ver si tenan alguna novedad que
contarle. Nada de eso, la maana haba sido relativamente tranquila y nicamente
haban realizado trabajo de oficina. No se haba reportado ni una sola llamada
reportando un homicidio. La incertidumbre continuaba acrecentndose en Mario, por
lo que propuso a algunos de sus compaeros salir a comer y beber algo. Sin duda todo
se vera diferente con un poco de alcohol en el cuerpo.
Precisamente cuando Mario se dispona a salir junto a otros compaeros, se
recibi una llamada en la recepcin de la comisara que pareca responder a un
-
asunto grave. No era para menos. El recepcionista del Motel La Esperanza haba
llamado para reportar un asesinato que se haba producido en la habitacin 105. Una
de las limpiadoras haba descubierto el cuerpo haca cinco minutos. Era el momento
que Diego esperaba. Aunque algunos de sus compaeros eran reticentes a aplazar la
comida e ir inmediatamente al Motel, la voluntad del Capitn se impuso y, sin ms
dilacin, se montaron en dos coches patrulla y se dirigieron a la escena del crimen.
V
Cuando llegaron al aparcamiento del Motel les estaban esperando el director, el
recepcionista y la trabajadora que haba encontrado el cuerpo, los cuales empezaban
a ser rodeados de una creciente horda de huspedes curiosos que se iban congregando
en crculo y que no hacan ms que mirar y sealar a la habitacin 105 que ahora se
encontraba cerrada y con un cubo de basura bloqueando la puerta. Ello evitara en la
medida de lo posible (ciertamente poco) que el crtel al que perteneca el joven
asesinado entrase a la habitacin y se pudiese apropiar de alguna pista que les
permitiese tomarse la justicia por su mano.
Diego se dirigi directamente a la limpiadora que haba descubierto el cuerpo,
no sin antes asegurarse que el resto de los agentes no entraban al cuarto antes de que
lo hiciese l. Las instrucciones que haba dado a sus hombres eran claras. Nada de
investigar la habitacin sin que entrase l en primer lugar. La trabajadora le seal
con la mano la puerta de la habitacin 105, situada en la primera planta y que, al dar
a un patio exterior, era perfectamente visible desde donde se encontraban. Poco ms
pudo aclarar. Su estado no era de gran nerviosismo (pareca acostumbrada a estas
situaciones) pero tampoco se mostraba muy dispuesta a colaborar con la polica.
nicamente inform que haba ido a limpiar la habitacin aproximadamente haca
media hora y se encontr al joven tumbado y cubierto de sangre. Despus, sali
corriendo y avis al recepcionista, que fue el que llam a la polica.
Diego estaba contento con la primera aproximacin a la limpiadora. Pareca no
-
haber visto nada anormal ni estar dispuesta a contar nada de lo que se haba
encontrado. No era un mal comienzo. Con suerte no encontraran a nadie ms que
pudiese dar alguna pista o informacin sobre lo que all haba sucedido.
Como estaba previsto, Diego fue el primero en entrar a la habitacin mientras
sus hombres se haban quedado fuera intentando encontrar alguna huella. Conoca
perfectamente el lugar y los alrededores, pero se esforzaba por transmitir una imagen
de cierto desconocimiento y confusin. Dej la puerta de la entrada abierta para no
levantar ninguna sospecha, entr directamente al cuarto de bao, abri la ventana
trasera y posteriormente se sac del bolsillo de su pantaln una pequea bolsa de
plstico donde guardaba una colilla. Esta colilla fue recogida mientras rastreaba el
lugar de otro asesinato producido hace unos meses y que, tras los correspondientes
anlisis posteriores, se determin que perteneca a un sicario que era conocido por no
pertenecer a ningn crtel o grupo criminal especfico, sino que sola trabajar para el
mejor postor del momento.
Sin remordimiento alguno, se puso los guantes de ltex, abri la bolsa de
plstico y dej caer la colilla en un lugar visible del cuarto de bao, cerca de la
ducha, preocupndose de que fuera lo primero que cualquier persona encontrase
cuando entrase. Se guard la bolsa y pas al cuarto donde se encontraba el cuerpo
inerte del joven sicario y cuya vida le haba arrebatado haca menos de 24 horas. La
visin de aquel infeliz era horrorosa, tumbado boca arriba y con la cabeza totalmente
reventada por dos disparos. Un gran charco de sangre cubra la totalidad de la cama y
el calor que se empezaba a concentrar en el cuarto haca de ste un lugar
nauseabundo.
Llam a sus compaeros y pronto entraron tres de ellos. Diego les pidi que
tomasen huellas y revisaran el lugar en busca de alguna pista que pudiese dar con el
asesino, lo cual hicieron inmediatamente. Dos de ellos se quedaron junto al cuerpo
intentando descubrir algo que les pudiese ayudar. El tercer polica se dirigi
inmediatamente al cuarto de bao y localiz la colilla que apenas un minuto antes
Diego haba colocado all. Avis a sus compaeros sobre su hallazgo y guard la colilla
en una bolsa de pruebas para pasa enviarla al laboratorio tan pronto llegasen a la
-
comisara.
Diego sali de la habitacin y sus compaeros se quedaron rebuscando durante
ms de dos horas sin ningn xito. Lo nico que haban encontrado era la colilla.
Hambrientos, salieron a la calle y vieron a Diego hablando de nuevo con la limpiadora.
Sin duda, quera asegurarse de que no haba visto, odo o cogido nada que pudiese
posteriormente situarle en una situacin complicada, pero Julita, que as se llamaba
la seora de la limpieza, insista en que ni vio ni cogi nada, limitndose a abandonar
la habitacin tan pronto como vio el cuerpo tendido en la cama cubierto de sangre.
Diego pareca conforme, recogi los puntos bsicos de su declaracin en un cuaderno
de notas, tal y como haba hecho con el director y en recepcionista del hotel, y anot
igualmente su telfono personal. Eran casi las 4 de la tarde y, en vista de que sus
hombres ya haban bajado, cogieron los coches patrulla y se fueron a comer unos
tacos.
VI
Diego quiso conducir y se puso en camino a una antigua taquera que se encontraba a
unos 10 kilmetros de Tijuana, en un pueblo llamado La Joya. Era uno de sus
restaurantes favoritos puesto que, ms que un restaurante, era un pequeo cobertizo
situado a ras de la carretera, donde el anciano Jeremas, propietario y cocinero del
lugar desde haca ms de 40 aos, serva nica y exclusivamente tacos de carne de
considerable tamao y extremadamente picantes, utilizando para ello unas tortillas
de maz que l mismo preparaba en la parte trasera de su cobertizo. Acompaaba los
tacos con tequila, la nica bebida que estaba disponible en el local. Todo ello, taco y
vaso de tequila, por nicamente treinta pesos. Tabasco ilimitado por cuenta de la
casa.
No tardaron ms de 20 minutos en llegar a la taquera. Aparcaron justo en la
puerta y se bajaron de los coches. El aspecto del lugar era ciertamente deprimente.
El local era pequeo, contaba nicamente con una planta y su fachada no era muy
ancha, de aproximadamente unos cinco metros, pintada de color amarillo que, con el
-
paso del tiempo y el polvo del lugar, haba tornado a un tono marrn. Justo en el
medio de la fachada apareca una pequea ventana desde donde se podan ver las dos
mesas que se encontraban en su interior. Tanto a la izquierda como a la derecha del
local se haban construido dos casuchas, claramente sin licencia, de una planta de
altura y con un aspecto bastante endeble. El color elegido por su moradores fue el
verde y el rojo, respectivamente. El desierto y las montaas eran claramente visibles
detrs de la taquera y de las casas de alrededor. Era un da seco y un ambiente
amarillento lo cubra todo.
La calle estaba vaca y Diego fue el primero que abri la puerta de metal
oxidado de la taquera y entr al local, siguindole sus compaeros. Jeremas no se
encontraba all, pero seguramente llegara en los prximos minutos. No era conocido
por ser el hombre ms rpido de Mjico. Diego se sent junto a tres de sus hombres y
los tres restantes se sentaron en el mesa contigua. Afortunadamente, el local estaba
vaco y quiso aprovechar la ocasin para iniciar una conversacin sobre la forma y el
camino que deba seguir la investigacin del caso. Por ello y, teniendo la precaucin
de hablar en voz baja (aunque haba elegido precisamente ese lugar por su
seguridad), instruy a sus agentes para que basasen las pesquisas en la colilla
encontrada en el bao de la habitacin del hotel ante la inexistencia de cualquier
otra prueba fsica. Claramente no haba ningn testigo y la limpiadora de la
habitacin no pareca haber visto o percibido nada, por lo que Diego se encontraba
tranquilo en este aspecto. Su intencin era que, tras el anlisis de la colilla por el
laboratorio de la polica, se identificase a un sospechoso, se preparase el
correspondiente informe y se dejase dormir en un archivo. Estaban tan enfrascados en
la conversacin que ya haban olvidado completamente que tenan hambre cuando,
repentinamente, apareci Jeremas.
Su aspecto no era agradable, pues no inspiraba confianza alguna. Era
ciertamente una persona alta, quizs medira un metro noventa, de piel muy morena
y con un rostro difcil de olvidar. Lo que ms llamaba la atencin de su semblante era
que nunca sonrea y su cara mostraba en todo momento un gesto de desprecio hacia
el que se atreva a mirarle, incluso si stos eran clientes de su restaurante. Sus ojos
-
eran muy pequeos, de color negro intenso, amenazadores y siempre parecan
esconder algn secreto que slo l conoca. El poco pelo que an conservaba lo tena
descuidado, revuelto, canoso y bastante grasiento. Su ropa tampoco ayudaba a
concebir una mejor imagen de l. Siempre sola vestir lo mismo. Unos pantalones
vaqueros azules rodos y una camiseta de hombros amarillenta y con manchas de
sudor por todo el pecho. No era tampoco conocido por hablar demasiado. De hecho,
no sola preguntar a los clientes de la taquera lo que queran comer. Al servir
nicamente tacos de carne y tequila, los comensales se limitaban a pedirle el nmero
de tacos y tequilas que queran y con ello Jeremas desapareca y volva en unos
minutos con todo ello. Otra mana que tena era el abono de la consumicin, que
deba ser hecha en el momento en que la comida y la bebida eran servidas. Parece ser
que haba tenido problemas ms de una vez con clientes que no pagaban. Diego
conoca a Jeremas y nunca acudi a su taquera para disfrutar de su compaa, sino
para tomar los que le parecan los mejores tacos de todo el pas y, en ciertas
ocasiones, emborracharse. De igual forma, sola acudir a este lugar porque era un
sitio solitario, ideal para mantener alejadas posibles ojos y odos indiscretos.
Entre todos pidieron un total de 14 tacos, el mismo nmero de tequilas y se
apropiaron de dos botes de tabasco que encontraron por all. Era slo la primera
ronda. A medida que fueron comiendo y bebiendo la conversacin se relaj y dejaron
de hablar del asesinato del Motel La Esperanza y pasaron a temas ms livianos.
Alguien propuso organizar una barbacoa el fin de semana y Juan Manuel, primer
oficial y hombre de confianza de Diego, ofreci su casa y su humilde jardn para
organizarla. Enseguida aceptaron todos y se pusieron de acuerdo con el da. Sera el
sbado, justo dentro de tres das. Era una idea excelente y, para celebrarlo, pidieron
a Jeremas otra ronda de tequilas. Entre todos acordaron que cada uno debera llevar
algo de comida y que la bebida, tequila seguramente, la pondra Juan Manuel.
Asimismo, decidieron que podran acudir con sus esposas, novias o amantes, segn las
circunstancias personales aplicables a cada uno.
Diego se qued pensativo y se apart momentneamente de la conversacin.
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Nunca le haba preocupado mucho el encontrarse slo en la vida, sin una pareja que
estuviese junto a l en cada momento, pero ltimamente comenzaba a sentirse algo
agobiado por su situacin personal y, el hecho de que sus compaeros fuesen a acudir
a la fiesta con sus respectivas parejas, le record lo solo que se haba encontrado
siempre. No obstante, tena demasiado que ocultar y mucho que mentir si se tuviese
que enfrentar a una relacin continuada de pareja, lo que muchas veces le impeda
centrarse seriamente en estar junto a alguien. Ahora pareca diferente. Estaba
dispuesto incluso a abandonar su doble vida, pero cada vez que pensaba en ello el
miedo le invada y paralizaba, haciendo de esta intencin un reto que pareca
imposible.
Curiosamente, siempre que le llegaba a su mente esta idea le vena asimismo a
su imaginacin la cara de Mara. Por mucho que se resistiese y luchase por
convencerse de lo contrario, era evidente que, cada vez ms, pensaba en ella. No lo
haca como una adolescente que ayudaba en casa de su madre, sino que pareca
sentir por ella algo ms profundo. No saba muy bien qu sentimientos le despertaba,
pero tena claro desde haca un tiempo que no poda dejar de pensar en ella y sto le
preocupaba sobremanera.
Entre tequilas y conversaciones, se haban hecho la seis de la tarde y Jeremas
llevaba un rato de pie mirndoles. No caba duda de que ya no eran bienvenidos y
deban abandonar el local lo antes posible. Diego se percat de sus miradas, se
levant de la silla y orden a sus hombres que fueran saliendo. Una vez en la calle,
que segua igual de solitaria pero ciertamente ms oscura, entraron a los coches
patrulla y cogieron la carretera hacia Tijuana. Jeremas se asom a la ventana de la
taquera y se qued observando fijamente la nube de polvo que desprendan los
coches al marcharse. Una vez desaparecieron de su vista, se dio la vuelta para
meterse en la sucia cocina en donde preparaba sus tacos, la cual se encontraba en la
parte trasera del comedor. Una vez dentro, cogi el telfono que colgaba de la pared
y comenz a marcar un nmero que tena anotado en un trozo de papel de peridico.
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VII
Una vez aparcaron los coches en el diminuto garaje de la comisara, guardaron las
escasas pruebas y notas tomadas en la escena del crimen, se quitaron el uniforme
policial, y cada uno de los agentes se dirigi por separado a la salida de la comisara y
desaparecieron por caminos diferentes. Sin embargo, Diego que continuaba sentado
en su despacho, con la mirada absorta en la pared y perdiendo el tiempo hasta que
fuesen las 8 de la tarde, hora en la que tendra que acudir a un viejo edificio en
ruinas, no muy lejos de la comisara, donde alguien le esperara con los 250.000 pesos
por el trabajo de ayer. Sentado en su silla y tras su mesa de trabajo, no dejaba de
pensar en la posibilidad de invitar a Mara a la barbacoa del sbado, acudir con ella y
pasar un buen da juntos, aunque cada vez que recapacitaba, lo vea como una locura
y automticamente procuraba pensar en otra cosa diferente. El esfuerzo era en vano.
No tardaba ms de un par de segundos en volver a pensar en Mara y en la
oportunidad nica que se le presentaba de ir junto a ella a esa fiesta.
Decidido, se levant y mir al reloj digital que tena a la derecha de su mesa,
junto a varios expedientes policiales que tena dispersos. Faltaba apenas una hora
para su cita pero no tena prisas, poda llegar en apenas diez minutos andando, por lo
que aprovech para adelantar algo de trabajo para el da siguiente. Se dirigi al
cuarto donde custodiaban las pruebas y en donde sus compaeros haban depositado
la colilla que haban recogido en la escena del crimen. Cogi la bolsa de plstico
donde la guardaban y la mir fijamente. Saba que esa diminuta y asquerosa colilla
era su puerta de salvacin y la prueba perfecta para imputar el asesinato a un sicario
que, por supuesto, no tena nada que ver con esta muerte. Tras unos segundos sonri.
Si le capturaban, pagara por un crimen que no cometi aunque a sus espaldas
contaba con decenas de los que s era responsable. Uno ms no hara la diferencia. En
cambio, si no le capturaban, a nadie le importara otro asesinato ms. No en vano se
trataba de la muerte de otro sicario a sueldo de los muchos que poblaban Tijuana.
Diego rgres con la bolsa de plstico a su mesa de trabajo y cogi un formulario
para comenzar a redactar el expediente. Era imprescindible que lo preparase l
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mismo para no dejar lugar a un posible fallo o error que echase todo por tierra.
Comenz a redactarlo, indicando claramente que no haban encontrado testigos de
ninguna clase y la total ausencia de pistas o pruebas, salvo la propia colilla cuyo
anlisis de ADN no se haba an preparado, estando pendiente de enviar al
laboratorio. Apunt los nombres del director, recepcionista y limpiadora que haban
entrevistado en el Motel, sus escasas declaraciones y sus nmeros de telfono, no sin
antes tener la precaucin de apuntar incorrectamente el nmero de telfono de esta
ltima. Tras ello, se levant para coger de un armario archivador un formulario de
solicitud de anlisis de ADN que, rpidamente, complet y, junto a la propia bolsa que
portaba la colilla, lo meti en un sobre cerrado y lo dej en la bandeja de salida de la
valija interna con destino al laboratorio.
Tras ello, apag la luz de su despacho y se fue a los vestuarios para ducharse y
cambiarse. En apenas veinte minutos ya sala por la puerta de la comisara,
despidindose de los tres agentes que all se quedaban para cubrir el turno de noche.
Una vez en la calle, torci hacia la derecha y tras caminar aproximadamente cinco
minutos en lnea recta, volvi a girar a la derecha y se meti por un estrecho y largo
callejn, sucio y lleno de tierra. El callejn finalizaba en un solitario patio sin asfaltar
que se encontraba totalmente rodeado de edificios decrpitos, de ladrillo rojo y en
estado de semiruina. Ninguno de ellos superaba los cuatro pisos de altura.
Diego se dirigi al edificio que tena justo enfrente suyo y se meti por un
agujero que haba en la pared, ya que tanto las ventanas como las dos puertas de
entrada al edificio estaban tapiadas con ladrillos. Sin duda no era la primera vez que
acuda a este lugar y conoca muy bien por dnde meterse. Eran las 8 en punto
cuando accedi al edificio y tan pronto levant la mirada vio a una persona que le
esperaba de pie, bajito, de complexin fuerte y con semblante serio. Se trataba de un
mensajero de los Rivera. En su mano derecha portaba una bolsa de papel marrn
abultada. Diego saba que eran los 250.000 pesos por su trabajo, por lo que, sin
intercambiar palabra alguna con el mensajero, se limit a permanecer de pie frente a
l esperando a que su interlocutor hiciese algn movimiento.
Sin inmutarse, el mensajero tir la bolsa con el dinero a los pies de Diego.
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-Ah tienes la recompensa por tu trabajo -musit el mensajero mientras
sealaba la bolsa-. Ahora escchame detenidamente, tienes una nueva encomienda
que realizar.
Diego se qued petrificado en ese momento. Por su mente no haba pasado la
posibilidad de volver a trabajar para los Rivera, al menos en los prximos meses,
aunque ahora se daba cuenta que haba sido demasiado iluso. Una vez aceptas el
primer encargo y lo cumples con xito, el resto llegar irremediablemente con el
tiempo y la nica forma de que cese este trabajo llega a travs de la muerte o la
crcel. No le quedaba ms remedio, como haba pasado con los encargos anteriores,
que aceptarlo sin condiciones y cumplirlo a la perfeccin. Su vida dependa de ello.
-Qu es lo que tengo que hacer? -contest Diego en cuanto recobr el aliento.
-Es fcil -ri el mensajero mientras sacaba un sobre marrn del bolsillo de su
camisa.- Toma este sobre. Dentro podrs ver una foto. Debe ser eliminado lo antes
posible. Sin pistas. Te daremos tus habituales 250.000 pesos si todo sale como tiene
que salir. Si fallas y algo nos relaciona, ests muerto.
Sin habla, Diego cogi el sobre de la mano del mensajero, lo dobl y se lo
guard en un bolsillo. Cuando levant la mirada, nicamente pudo ver como la
sombra del hombre se perda en la lejana de aquel vaco y tenebroso edificio. Esper
un tiempo prudencial hasta que el mensajero desapareci totalmente, recogi la
bolsa, la abri, comprob que efectivamente se encontraba llena de dinero y sali por
donde haba entrado.
Al regresar al patio, le sorprendi que la oscuridad ya era patente, por lo que
tena que darse prisa por abandonar ese lugar. Sin ms dilacin, entr en el callejn y,
a paso rpido, lo recorri en apenas tres minutos, consiguiendo salir de l sin ver a
nadie, aunque estaba seguro que desde algn punto le estaban vigilando. Ya en la
calle, decidi que lo mejor era irse a su casa, pero se percat que hoy no haba ido en
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coche a la comisara, por lo que no tena otra opcin que regresar a la comisara y
coger un coche patrulla para llegar hasta su domicilio. Y as lo hizo, retrocedi a paso
firme hasta el aparcamiento y cogi de un cajetn las llaves del primer coche patrulla
que vio. Se meti en l, guard la bolsa con el dinero dentro de la guantera y
abandon el parking rumbo a su casa, a donde lleg en unos quince minutos.
VIII
Diego viva en una modesta casa unifamilar en un barrio de nueva construccin donde
todava no residan demasiados vecinos. La zona se haba construido a imagen y
semejanza de una urbanizacin americana, con casas levantadas sobre espacios
compartimentados de terrenos, cada parcela con un garaje y un pequeo jardn
delantero y trasero. Sin embargo, aunque el proyecto era bueno, la realidad de la
ciudad y la situacin que viva hizo que se urbanizase la zona y se delimitasen las
parcelas, pero que sin que se construyesen todas las casas que estaban proyectadas,
quedando la mayora de terrenos eriales y abandonados. Lo que tena que ser un
barrio lleno de vida y placentero, se haba convertido en otra parte ms del desierto,
aislado y sin moradores. La arena y la tierra lo cubran todo y aquellos jardines
delanteros de las casas haban acabado transformndose en terrenos yermos
dominados por la arena y el lodo.
La casa de Diego era de las ms pequeas de la urbanizacin y estaba situada
en lo alto de la colina, en una ladera estrecha que tena forma de curva. La vivienda
era tena forma cuadrada y estaba pintada de color blanco. nicamente tena un piso
y toda la fachada delantera quedaba cubierta por un gran ventanal. Diego haba
decidido quitar el csped del jardn delantero y cubrir el suelo con baldosas de color
marrn, donde aprovechaba para aparcar su coche cuando no le apeteca meterlo al
garaje. En cambio, el jardn trasero, el cual slo era accesible desde el interior de la
casa, estaba totalmente descuidado. El csped se haba secado y la arena dominaba
todo el terreno. A la derecha de la casa se estaba terminando de construir una
vivienda muy similar a la de Diego, que estaba siendo pintada de color amarillo. A la
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izquierda nicamente se encontraba un solar vaco, sin ninguna construccin. Lo
mismo suceda en la acera de enfrente, todas las parcelas se encontraban sin
construir, lo que haca de la zona un lugar bastante desolador.
Diego aparc el coche patrulla en el garaje, se baj, lo cerr con llave y
accedi por una puerta directamente al interior del domicilio. Lo primero que hizo
fue ir al saln, encender las luces y bajar todas las persianas. Se sent a continuacin
en el sof y sac todos los billetes de la bolsa de papel para contarlos
detenidamente. Todo era correcto, tena exactamente 250.000 pesos. Ms tranquilo,
se dirigi a su cuarto con la bolsa, volvi a bajar todas las persianas y apart una
cmoda que tena colocada cerca de su cama. Justo debajo del mueble haba una
tabla de madera del suelo que estaba algo ms desencajada que las dems. Con un
pequeo movimiento, Diego levant la tabla y meti los 250.000 pesos en el agujero
que sta dejaba descubierto. Una vez guardados los billetes, volvi a colocar con
cuidado la tabla y situ de nuevo la cmoda en su lugar original.
Diego se encontraba algo cansado, por lo que prescindi de prepararse la cena
y opt por quitarse la ropa y ponerse un pantaln corto para irse a dormir. Activ el
reloj-despertador para que sonase a las seis y media de la maana, apag las luces de
la casa y se tumb en la cama. Aunque ya eran casi las once de la noche, no lograba
dormirse, la imagen de Mara le golpeaba con fuerza. Se coloc boca arriba, abri los
ojos y la luz roja intermitente del detector de incendios que estaba en el techo del
cuarto le hizo espabilarse an ms. Volvi a cerrar los ojos y se quiso concentrar para
poder dormirse cuando, de pronto, escuch el molesto zumbido de un mosquito. Abri
los ojos de nuevo, gir la cabeza a su izquierda y vio como el insecto estaba justo
encima de la mesilla de noche. Diego fue siguiendo con la mirada el movimiento del
mosquito, como suba y bajaba, se posaba en diferentes lugares de la habitacin y
volva a revolotear cuando, tras varios minutos de seguimiento, los prpados se le
cerraron y cay profundamente dormido.
Diego pas la noche prcticamente en vela, sin poder dejar de pensar en Mara,
por lo que cuando el despertador son a las seis y media de la maana no le cost
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salir de la cama. Se levant completamente envuelto en sudor debido al angustioso
calor de la noche, as como por las innumerables vueltas que dio en la cama. Se fue
directo a la ducha sin ni siquiera desayunar primero, tal y como sola hacer
habitualmente. Una vez termin de ducharse, entr a la cocina, encendi una radio
antigua de color marrn que tena sobre la encimera, y comenz a prepararse el
desayuno. Extraamente, continuaba sin tener apetito, cosa extraa puesto que
tampoco haba cenado. As, se prepar un caf en una cafetera italiana de metal que
le regal su madre haca unos aos y cogi dos rebanadas de pan de molde para
hacerse unas tostadas que posteriormente untara con algo de mantequilla.
Mientras desayunaba, en un arrebato de valor, se le ocurri la idea de comer en
casa de su madre, as aprovechara para ver a Mara e invitarla a la barbacoa del
sbado. Era una opcin algo atrevida y directa pero, vistas las circunstancias, pareca
la mejor forma de proceder. De esta forma, si aceptaba la invitacin tendra un par de
das para mentalizarse y prepararlo todo, especialmente a s mismo. En caso de que
se encontrase con una negativa, se podra hacer la idea lo antes posible de que,
definitivamente, haba sido rechazado. Fuese cul fuese la respuesta, la
incertidumbre acabara pronto. Se apresur a coger el telfono que tena en la cocina
y llam a casa de su madre con la idea de que lo cogiese Mara y la pudiese avisar de
su intencin de comer con ellas. Aunque siempre sola preparar comida en
abundancia, no quera correr el riesgo de que precisamente ese da no cocinasen lo
suficiente para que l pudiese comer. No pasaron ms de tres segundos desde que
marc cuando la clida voz de Mara respondi al telfono. Diego la salud y, algo
nervioso por lo que saba iba a suceder a la hora de la comida, le comunic su idea de
pasarse sobre la una de la tarde para poder comer con ellas dos. No era muy habitual
que un da laborable fuese a comer con ellas, mxime cuando haba dormido all la
noche anterior, por lo que puso como excusa que gran parte de sus compaeros iban a
acudir a un hipottico curso de formacin durante todo el da, sin que le apeteciese
comer solo. Mara pareci encantada con la idea, respondiendole que preparara un
buen guiso de ternera para los tres. Su madre iba a ponerse muy contenta.
Algo aliviando, aunque saba que se trataba de un alivio muy temporal, y
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envalentonado por lo que l consideraba un acto casi heroico por su parte, se dispuso
a recoger los platos y el vaso que utiliz para el desayuno, vestirse y meterse en el
coche patrulla camino a la comisara.
IX
La maana transcurri con una espesura notable, sin que Diego hiciese nada
realmente productivo salvo suspender indefinidamente la investigacin de otro
expediente por falta de pruebas o pistas sobre la autora del asesinato. Como era
habitual, recoga en el informe los pocos testimonios de los testigos potenciales,
alguna que otra prueba fsica que hubiesen encontrado, normalmente inconcluyente,
apuntaba los datos ms relevantes y enviaba una copia de todo ello al Juzgado de
instruccin de turno, mientras que el original se quedaba en algn archivador de la
comisara acumulando polvo, tal y como sucedera con la copia que enviaba al Juez.
Curiosamente, tampoco haban recibido en toda la maana ninguna llamada
que exigiese la intervencin del capitn de polica. Por primera vez en bastantes
meses, no se haba reportado ningn asesinato en toda la ciudad de Tijuana, lo cual
extraaba y a la vez intranquilizaba a toda la comisara. Vista la inactividad de la
maana y que la ansiedad recorra por completo su cuerpo, Diego decidi por fin
dirigirse a casa de su madre sobre la una de la tarde, sin apetito pero con la
conviccin de cumplir su cometido con Mara.
Cuando lleg a casa de su madre Mara le recibi en la misma puerta, le sonri,
le dio dos besos y le invit a entrar al saln, donde su madre esperaba sentada.
Contenta y, algo sorprendida por lo pronto que haba llegado, se apresur levantarse
para abrazarle y besarle, enfrascndose en una conversacin en la que Diego no se
poda concentrar teniendo a Mara delante. Al poco tiempo, Diego y su madre se
sentaron en el sof del saln y Mara abandon la estancia camino a la cocina para
terminar de preparar el guiso de carne en el que haba estado trabajando gran parte
de la maana. Diego quera enormemente a su madre, pero se encontraba bastante
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nervioso como para poder prestarla atencin, por lo que opt por disculparse e ir a
beber un poco de agua a la cocina.
Mara no se percat de la presencia de Diego y continu preparando la comida.
Estaba lavando y pelando las patatas que posteriormente echara en la gran olla que
estaba utilizando para preparar el guiso. Sin querer revelar su presencia, Diego vea
como Mara manipulaba el cuchillo de una forma magistral. Sus movimientos eran
mecnicos y precisos, casi hipnticos. Coga una pequea patata con la mano derecha
mientras que con la izquierda abra el grifo del agua y la colocaba debajo del chorro
durante cinco segundos exactos. Posteriormente coga el cuchillo y pelaba la patata
completamente en otros cuarenta segundos. Cuando acababa, volva a abrir el grifo,
la lavaba de nuevo y la meta en la olla. Y as sucesivamente.
-Parece que tienes un gran manejo del cuchillo, ms de un crtel te
contratara- brome Diego.- Mara, sobresaltada, se gir en un impulso y sonri a
Diego.- No es para tanto- respondi.- son muchos aos de prctica.
Diego aprovech el inicio de la conversacin para acercarse algo ms a Mara y
crear un ambiente agradable para poder plantearle la posibilidad de acudir a la
barbacoa con l. Mara no le prestaba demasiada atencin, puesto que estaba
totalmente concentrada en su labor.
-Tiene muy buena pinta lo que ests cocinando. Adems, huele muy bien -Se
aventur a decir Diego de una forma bastante tmida y avergonzada. Mara le segua
sin hacer caso, limitndose a darle las gracias por el cumplido. En ese momento,
Diego vivi un momento crtico, puesto que no saba, vista la poca voluntad de Mara
de conversar con l, si continuar con su plan o cancelarlo. Lo que pareca claro era
que, de decirle algo, ese era el momento. Una vez finalizase de preparar la comida y,
en presencia de su madre, esa tarea sera imposible. Por ello, abri la nevera y se
sirvi un poco de agua fra en un vaso que previamente haba cogido de un armario de
la cocina. Sin prisa, se fue sirviendo una y otra vez hasta que Mara pareci finalizar
su guiso. En ese momento, dej la jarra de agua de nuevo en la nevera y con el vaso
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en la mano se dirigi hacia ella, quedndose justo delante suyo.
-Qu sueles hacer los sbados? -pregunt Diego directa y llanamente a Mara.
Ciertamente sta no esperaba semejante pregunta, pero no le dio demasiada
importancia-. La verdad es que no hago gran cosa. Normalmente me quedo aqu en
casa acompaando a tu madre, charlando un poco con ella, o bien salgo a dar un
pequeo paseo.
-Estamos organizando los chicos de la comisara y yo una pequea barbacoa en
casa de un compaero. Nada especial, simplemente por el gusto de pasar un rato
todos juntos. Comeremos all y charlaremos. Sin pretensiones de ningn tipo.
nicamente carne, tequila y amigos -Diego hizo una breve pausa tras su introduccin
para ver como reaccionaba Mara. Quera analizar su lenguaje corporal y la cara que
pona. Tal vez, dependiendo de cmo la viese, no sera necesario continuar con la
invitacin. No obstante, Mara no hizo ningn gesto o mueca que pudiese dar lugar a
interpretacin alguna, ni para bien ni para mal, su cara permaneca inmutable.
-Bueno, lo cierto es que pasas demasiado en esta casa, junto a mi madre, sin
tiempo para ti. Creo que te vendra bien despejarte, estar un rato al aire libre,
pensar en otras cosas, distraerte en definitiva -se dispuso Diego a decirla como forma
de introducir la declaracin de intenciones que vendra luego. Mara no contest,
limitndose a hacer una mueca en seal de resignacin.
-El caso...bueno...haba pensado en que vinieses a la barbacoa este sbado.
Seguro que te lo pasaras muy bien y te ayudara a olvidarte un poco de tus
quehaceres. Yo te vengo a recoger, te llevo y te traigo luego a casa -tartamude Diego
mientras Mara bajaba su cabeza y miraba al suelo.
En pocas ocasiones se haba encontrado Diego tan nervioso como en aquel
momento, especialmente porque Mara no pareca reaccionar de forma alguna a su
proposicin. Un abismo de silencio se levant en ese momento y, aunque
posiblemente no se extendi durante ms de dos segundos, a Diego le pareci como si
hubiese estado esperando durante horas. Para colmo, Mara segua sin levantar la
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cabeza y no poda verla la cara, por lo que ni siquiera poda adivinar, por su mirada, si
se encontraba receptiva a aceptar la invitacin. De repente, le mir y con unos ojos
que a primera vista parecan algo vidriosos, le sonri levemente y le dijo que se lo
pensara, instndole a que llamase maana para confirmarle si finalmente aceptaba.
Diego se qued inmvil y muy sorprendido. Haba barajado las dos posibles
reacciones de Mara, o bien una negativa rotunda, o bien una aceptacin a su
propuesta, pero en ningn momento se le haba pasado por la cabeza que tuviese que
seguir esperando un da ms a que Mara se lo pensase. La sola idea de continuar con
esta incertidumbre por ms tiempo le empez a agobiar sobremanera por lo que opt
por sonrer forzosamente y abandonar la cocina para volver a sentarse con su madre
en el sof. A los pocos minutos entr en el saln Mara para comenzar a preparar la
mesa, a lo que Diego le ayud de mala gana. Sobre las dos menos cuarto, Mara trajo
el guiso y comenzaron a comer. Para Diego no fue una velada demasiado agradable. El
apetito se le haba evaporado y no tena ganas de hablar. Mara tampoco quiso
conversar en ningn momento, pareciendo durante toda la comida abstrada y
despistada. La nica persona que hablaba era Marta, pero pronto se dio cuenta que
nadie contestaba y call a los pocos minutos.
Tras apenas veinte minutos de almuerzo, Diego finaliz y, para sorpresa de su
madre, se despidi rpidamente con la excusa de tener que volver a la comisara por
un asunto urgente que haba surgido por la maana. Dio dos besos a su madre, otros
dos a Mara y desapareci por el pasillo.
X
Una vez recogi Mara la mesa y lav las platos y cubiertos utilizados, pidi permiso a
Marta para salir a la calle y dar un paseo. Aunque no era muy habitual que fuese a
caminar tras la sobremesa, hoy el da no era demasiado caluroso y corra un poco de
viento, por lo que apeteca salir a la calle y por ello a Marta no le sorprendi. De esta
forma, Mara se ase, se cambi de ropa y baj a la calle dejando a Marta viendo una
telenovela en el saln.
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Mara se apresur a mirar a ambos lados cuando sali del edificio, y se dirigi
directamente hacia la parada del autobs nmero 31 que tena justo en frente de la
casa. Estuvo esperando aproximadamente quince minutos hasta que lleg el autobs y
se mont. Pareca algo inquieta. No llevaba un rumbo fijo, realmente le daba igual
en dnde bajarse, lo nico que quera era alejarse lo mximo posible de la zona
donde viva. Se sent en los ltimos asientos y cerr los ojos. No aguant sentada ms
de 20 minutos cuando de repente se levant, puls al avisador de parada y se baj
rpidamente del autobs sin saber siquiera dnde se encontraba. Nerviosa, comenz a
andar de forma apresurada por la avenida en la que le haba dejado el autobs,
moviendo la cabeza de forma brusca hacia todas direcciones, con la nica idea de
encontrar una cabina telefnica en la que poder hacer una llamada. De repente,
visualiz una cabina justo en la acera de enfrente y se lanz por medio de la
carretera sin ni siquiera mirar si venan coches. Por suerte, la avenida se encontraba
sin apenas trfico, por lo que tras algunos bocinazos pudo alcanzar la acera opuesta y
abalanzarse sobre la cabina. Descolg el telfono con fuerza mientras se buscaba en
su bolso un pequeo trozo de papel arrugado en donde tena apuntado a boli un
nmero de telfono. Una vez lo encontr, lo sac y marc el nmero. La mano le
temblaba notablemente.
-Si? -Una afnica voz contest al telfono.
-Soy Mara -respondi mientras comenzaba a sollozar-. Ser el sbado por la
tarde -dijo-. No s la direccin, pero ser el sbado por la tarde.
Tras unos segundos de silencio al otro lado del telfono, la lnea se cort y
Mara colg envuelta en lgrimas. Justo a unos metros detrs de ella se encontraba la
parada de vuelta de la lnea 31, hacia la cual avanz, siendo ahora su caminar mucho
ms lento y pausado, pareciendo incluso por momentos que caera al suelo. A duras
penas, lleg a la parada y se sent en el banco adyacente, esperando a que pasase el
siguiente autobs. Absorta y con la mirada perdida, dej pasar un par de ellos sin ni
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siquiera inmutarse. Transcurrieron al menos 45 minutos hasta que reaccion y se subi
al siguiente autobs. Debido a que ya se estaba haciendo tarde, el autobs iba lleno y
no haba asientos vacos, por lo que tuvo que quedarse de pie todo el trayecto. Estaba
cansada y ciertamente confundida, por lo que volvi a cerrar los ojos mientras
utilizaba una barra en la que apoyaba la cabeza. Cuando lleg su parada, se baj y
entr directamente al portal de la casa de Marta, subi al piso, entr, la salud sin
pararse y se encerr en su cuarto.
XI
Diego pas la mayor parte de la tarde y el da siguiente pensando en Mara y en su
reaccin ante la invitacin. Cada vez se encontraba ms desconcertado y su nico
consuelo era saber que esta agona no poda extenderse mucho ms. Por ello, decidi
volver a casa de su madre una vez finalizase su turno en la comisara y volvrselo a
preguntar. De esta forma, sobre las siete de la tarde se present en la casa de su
madre dispuesto a obtener una respuesta. Le abri Mara, la cual se volvi a mostrar
algo asustada y huidiza. Diego la salud dndole dos besos, a los cuale s sta contest
devolvindoselos algo forzada por la mirada de Marta, que se encontraba justo detrs
suya. Al ver a su madre, Diego se adentr en la casa y lleg hasta el saln, abrazando
a su madre. Mara pas a la cocina y desapareci.
Marta, muy contenta por la inesperada llegada de su hijo, le pregunt curiosa
sobre el motivo de su visita, sin que Diego le ofreciera ninguna explicacin en
concreto. No quera decirle nada a su madre, ni que sta sospechase de lo que tena
entre manos, por lo que se qued unos minutos charlando con ella y viendo un
programa de televisin en el saln. Cuando crey que haba pasado un tiempo
prudencial y, al ver que Mara continuaba recluida en la cocina, se excus con motivo
de ir a buscar algo para beber a la cocina.
Cuando entr en la cocina vio a Mara fregando los platos de la comida que
haban quedado en el fregadero. Diego quiso hacer notar su presencia y cerr la
puerta de una forma algo sonora pero Mara, conociendo que era l, no quiso darse la
-
vuelta. Hastiado, Diego avanz por la cocina hasta donde se encontraba Mara y la
volvi a saludar.
-Qu tal Mara?, te veo en estos das algo huidiza conmigo, te encuentras
bien? -pregunt inocentemente Diego.
-No me pasa nada, slo que estoy algo atareada con la casa ltimamente. En
ningn momento quise hacerte creer que estaba huyendo de ti -respondi
rpidamente Mara.
-Me alegro -sonri Diego.- Pensaba que estabas enfadada conmigo o que,
quizs, te haba molestado la proposicin que te hice ayer para ir a la barbacoa.
Mara, por primera vez en los ltimos dos das, le mir a los ojos y le respondi
dulcemente. -No podra molestarme o enfadarme contigo por un gesto tan bonito -
contest.- Lo cierto es que estara encantada de ir contigo a la fiesta.- respondi
finalmente con la voz entrecortada.
Diego tard varios segundos en asimilar lo que estaba oyendo. Aunque era claro
que haba aceptado su invitacin, haba algo en su interior que le haca desconfiar y
dudar en la honestidad de su respuesta. Tal vez fuera por su tono de voz o quizs por
su lenguaje corporal, pero tena la sensacin de que su respuesta no era sincera. Sin
embargo, decidi disfrutar del momento y olvidarse de sus miedos sin duda
provocados, pens, por sus miedos.
-Fenomenal! -exclam Diego.- Estoy seguro de que te lo pasars bien y te
ayudar a evadirte y olvidarte del da a da de la casa. Te vendr a recoger maana
sobre la una del medioda.
Como temeroso de que Mara cambiase de idea, Diego se apresur a despedirse
de ella hasta el da siguiente, llen dos vasos de agua, sali de la cocina y se volvi a
sentar con su madre en el sof del saln. Estuvieron una media hora charlando y
finalmente Diego decidi marcharse. Mientras bajaba por las escaleras, comenz a
experimentar una sensacin totalmente novedosa para l, una curiosa mezcla entre el
miedo, la incertidumbre y la ms absoluta felicidad. En una situacin normal, tendra
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la cabeza en otros problemas, especialmente en el nuevo trabajo que los Rivera le
haban encargado. Aunque no le haban dado una fecha en concreto, saba que el
tiempo apremiaba y que deba resolverlo lo antes posible. No obstante, ahora no tena
la mente como para pensar en esos asuntos sino que se encontraba enfocada casi
exclusivamente en Mara. Lo mejor sera que se volviese a ocupar de estos menesteres
pasado el fin de semana, as tendra la cabeza ms fra y centrada.
XII
Mara finaliz de recoger la cocina y se fue a su habitacin. Se tumb en la cama y
pas la prctica totalidad de la tarde inmvil, paralizada, sollozando y con los ojos
cerrados. Perdi totalmente la nocin del tiempo, no sabra decir si se lleg a quedar
dormida. Repentinamente, abri los ojos y vio que el viejo reloj de cuerda de su
cuarto marcaba las ocho menos diez de la tarde. Su nimo le dificultaba salir a la
calle, pero se forz a si misma para hacerlo. Pens que un poco de aire le vendra
bien. As, sin ms dilacin, se cambi de ropa y baj a la calle. De pronto, se vio sola
ante la inmensidad de la ciudad y sus piernas comenzaron a temblar, pero se hizo
fuerte, respir profundamente y comenz a caminar sin rumbo fijo.
Cuando llevaba ms de veinte minutos caminando, pas por un parque que se
encontraba bastante iluminado y se sent en uno de los bancos ms prximos a la
calle. Nada ms sentarse, pudo ver como un hombre de cierta edad, bastante alto,
moreno y que pareca estar siguindola, se diriga directamente al lugar donde ella se
encontraba. Sin darle tiempo ni siquiera a reaccionar o asustarse, se sent a su
derecha y, con una voz tenebrosa, susurr a Mara que no se asustase porque vena de
parte de su jefe. En ese momento, Mara le lanz una rpida mirada. Su aspecto era
sucio y siniestro. Iba vestido con unos viejos y rotos pantalones vaqueros y una
camiseta blanca sudada.
-Mi nombre es Jeremas, aunque eso no te debe importar ni interesar -exclam
el extrao hombre.- Creo que tienes cierta informacin que puede interesar al jefe.
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Mara se paraliz. Era incapaz de mover un slo msculo o decir palabra.
Aunque no conoca a ese hombre, saba perfectamente para lo que estaba all y lo que
quera de ella. La situacin comenzaba a ser tensa y, para colmo, la oscuridad haba
baado por completo el parque, encontrndose ambos iluminados nicamente por una
leve pero clida luz que sala desde una farola prxima.
-Procura ser clara y breve, no tengo el ms mnimo inters en que nos vean
aqu charlando a estas horas, ya me has hecho perder gran parte de la tarde
esperando a que salieses de tu casa -le recrimin Jeremas mientras sacaba del sucio
bolsillo de su pantaln un sobre rebosante de billetes de 1.000 pesos que tir
posteriormente sobre las piernas de Mara.
Su primera reaccin fue lanzar su mano en busca del sobre, pero de repente se
par en seco y comenz a temblar. Mir, por primera vez, a los ojos de Jeremas, el
cual no dejaba de mirar a sus piernas. Realmente asustada, se levant y el sobre con
el dinero se le cay al suelo, llegndose a caer un par de billetes a la arena del
parque. La noche comenzaba a cerrarse y lo nico en lo que Mara pensaba era en huir
lo antes posible de ese parque y, sobre todo, de Jeremas. El sonido de un automvil
comenzaba a hacerse cada vez ms intenso, lo cual contrastaba con el silencio de la
calle, nicamente estropeado espordicamente por los gritos de los borrachos que,
por esa hora, comenzaban a llegar al parque. Por fin se decidi a agacharse y recoger
el sobre y los billetes que haban cado al suelo, cuando le pareci escuchar la
marchita voz de Jeremas.
-No te marches tan rpido -le dijo Jeremas a la vez que le ofreca un pequeo
telfono mvil.- Vas a necesitar esto maana. Ms vale que no te despegues de este
trasto ni un slo minuto.
Mara no tuvo otra opcin que extender la mano, coger el telfono y guardarlo
en el bolsillo de su pantaln. Fue en ese momento cuando Jeremas se levant y se
-
perdi por la zona trasera del parque, donde la oscuridad ya era absoluta. Por fin se
encontr sola en el parque y, aunque la zona pareca cada vez ms peligrosa, se sinti
aliviada. Acab por recoger el sobre rebosante de billetes lo ms rpido posible, lo
limpi de arena y lo meti al bolso. Mir bien a su alrededor y encontr que el
nmero de mendigos y borrachos que se estaban concentrando en el parque era cada
vez mayor. Era mujer y llevaba bastante dinero encima, por lo que se apresur por
salir a la calle, la cual segua desierta. Su primera reaccin fue buscar una parada de
autobs ya que, aunque su casa no se encontraba a demasiada distancia, concluy que
era demasiado tarde para ir sola. Sin embargo, a medida que comenz a caminar por
la calle se dio cuenta que no era buena idea permanecer demasiado tiempo en esa
zona. Mir el sobre con el dinero, levant la cabeza y par al primer taxi que pasaba
por all.
XIII
Por fin haba llegado la maana del sbado y, como ya se poda imaginar desde la
noche de antes, Diego apenas pudo dormir un par de horas seguidas, lo que por
desgracia ya vena siendo algo habitual. Los nervios y la ansiedad que vena sintiendo
desde que la mera idea de invitar a Mara a la barbacoa se le pos en su mente haban
crecido exponencialmente hasta haberse convertido en una autntica obsesin. No
haba momento del da o de la noche en que no pensase en Mara y, por supuesto, esta
noche no haba sido una excepcin. Esto era algo que le preocupaba profundamente,
puesto que ya comenzaba a pensar lo que sucedera tras la fiesta. Quedara todo
como si nada hubiese sucedido?, Volveran a verse?, Acabara pensando ms en ella
de lo que lo haca en estos momentos?, Sera incluso mejor no ir a la fiesta y
olvidarse de todo este asunto lo antes posible? Eran innumerables las preguntas que
tena en su cabeza y que le atacaban en cada segundo. La agona se acrecentaba en
cada momento, por lo que opt por salir lo antes posible de su casa y hacer algo que
le pudiese distraer. Fue en ese momento cuando no dud que lo mejor que poda
hacer era preparar el ltimo encargo que le haban encomendado los Rivera.
-
Diego pas a ducharse, eligiendo para ese da agua fra que le pudiese ayudar a
espabilarse. Mientras permaneca bajo el agua, se percat que todava no haba
sacado del bolsillo de su pantaln el sobre marrn que el mensajero le dio el otro da
junto a la bolsa con el dinero, en cuyo interior se encontraba la foto con su prximo
objetivo. En ese momento, el pnico se adue de l, al comenzar a dudar si habra
perdido el sobre. Saba que la prdida de ese sobre y la informacin que contena
significara su muerte segura. Rpidamente, sali de la ducha totalmente mojado,
cogi un albornoz que se puso a la carrera y se fue corriendo hacia el armario de su
dormitorio, donde recordaba haba guardado el pantaln. De un golpe, abri la puerta
del armario y localiz instantneamente el pantaln que visti aquel da. Meti la
mano en el bolsillo y, por fortuna, all estaba el sobre intacto. Lo abri y sac la foto,
la cual haba sido introducida del reverso, sin que pudiese ver a simple vista el
aspecto del desgraciado que estaba condenado a morir. Dud por un momento. Por un
breve instante, por una milsima de segundo, su impulso fue el de romper el sobre
con la foto dentro y salir corriendo. Olvidarse tambin de Mara. Pero la realidad se
volvi a aduear de l y dio la vuelta a la foto. Su cara palideci y dej caer la
fotografa al suelo.
En la foto se podra ver a una persona ciertamente alta y de piel morena, con
un aspecto brusco y desaliado. Diego le conoca bien, no en balde haba coincidido
con l en varias ocasiones. Su nombre era Jeremas, el tosco dueo de la taquera a la
que sola acudir cuando buscaba privacidad.
En ese momento, escuch como llegaba un coche desde la lejana y se paraba
justo en frente de la ventana de su dormitorio, dejando el motor encendido. La
primera reaccin de Diego fue agacharse y desplazarse a un lado del cuarto,
impidiendo que desde fuera se le pudiese ver en el interior de la casa. Casi reptando,
avanz hasta debajo de la venta y se levant unos centmetros, asomando la cabeza
por la misma. Con dificultad, pudo ver que haba dos tipos trajeados dentro de un
Mercedes antiguo color negro. Ambos tenan puestas gafas oscuras y no dejaban de
observar la casa de Diego. Cuando crean tener controlado el terreno y, estando
seguros de que no haba nadie en los alrededores, el hombre sentado en el asiento del
-
copitolo sali y se dirigi hacia la entrada de la casa, mientras su compaero continu
sentado en el coche. A los pocos segundos, escuch como llamaban a su puerta.
Un sudor fro le comenz a caer por la frente. No conoca a ninguno de los dos
hombres, pero mucho se tema que fueran mensajeros de los Rivera que buscaban
rendir cuentas sobre el ltimo encargo an no satisfecho. Descartaba casi por
completo que fuesen hombres de algn crtel rival. En esos momentos, Diego era
demasiado valioso para los Rivera como para que stos permitiesen que alguien ajeno
a ellos le pudiese infligir algn dao, al menos, se consolaba, hasta que se encargase
de Jeremas.
Temblando, se dirigi de forma silenciosa a la puerta de entrada de su casa.
Dudaba si deba abrir, pero la opcin de no hacerlo muy posiblemente no le traera
nada bueno, sino que servira para enfadar a los jefes por lo que, cuando lleg a la
puerta, se detuvo detrs de ella unos segundos para comprobar si aqul hombre
continuaba llamando. Tena decidido que no tena ms opcin que abrir esa puerta y
enfrentarse a lo que quisieran contarle o, peor an, hacerle. Todava mojado y
vistiendo un ridculo albornoz, esper algunos segundos la prxima llamada, pero no
se volvi a or nada. Sin querer abrir todava, retrocedi a su dormitorio y con mucho
disimulo se volvi a asomar a la ventana. Se dio cuenta que el Mercedes negro ya no
estaba all. Algo ms confiado, sac la cabeza por la ventana y mir de derecha a
izquierda. No haba nadie. Se haban marchado. Diego dios unos pasos hasta la cama y
se sent. Estaba realmente nervioso por lo que se intent tranquilizar. Pens que la
visita no poda estar motivada en nada serio o grave ya que, si hubiesen querido darle
un susto o algo peor, nada les hubiese impedido entrar en la casa. Era un toque de
atencin. Tena que deshacerse de Jeremas lo antes posible.
Tras unos instantes de reflexin, Diego se volvi a meter en la ducha y estuvo
en ella un buen rato. Nunca haba sido una persona a la que le gustase permanecer
demasiado tiempo debajo del agua, pero se haba dado cuenta desde haca unos
meses que le ayudaba a concentrarse. Cuando termin, se sec con el mismo albornoz
que haba utilizado antes, se visti con unos pantalones cortos y una camiseta que
-
utilizaba para estar por casa, y se fue a la cocina para desayunar algo. Aunque era
bastante temprano y quedaban an varias horas para la barbacoa, no tena apetito,
por lo que prefiri no comer nada. Se limit a calentar en el microondas un poco de
caf que sobr del da anterior y se lo sirvi con un poco de leche fra y azcar en un
vaso de cristal. Mientras remova el caf con la cucharilla, comenz a pensar en el fin
de semana que le esperaba. Por un lado, tena su cabeza fija en la barbacoa de hoy
junto a Mara y en cmo sera su relacin con ella a partir de ese momento. Por otro
lado, no poda dejar de pensar en la visita que haba tenido hoy y en el encargo que
deba realizar.
Acuciado por el tiempo y apremiado por la visita que acababa de tener, decidi
preparar el plan de accin para eliminar a Jeremas antes de irse a buscar a Mara.
Era consciente que contaba con una ventaja muy importante, puesto que conoca
dnde encontrarle. Saba asimismo cundo era el mejor momento para hacerlo. El
principal problema era que nadie le viese en la taquera cuando perpetrase el crimen.
Comenz a pensar cul sera la mejor hora para hacerlo y concluy que, en base a la
experiencia que tena por las ocasiones en las que haba estado en el local, sin duda
el mejor momento era a la hora del cierre, aproximadamente a las once de la noche.
Sobre esa hora, el restaurante quedaba absolutamente vaco y Jeremas sola estar
distrado terminando de recoger y fregando platos, por lo que podra aprovechar ese
momento para cumplir su objetivo sin ser observado por nadie. Para ello, plane
aparcar el coche en una de las calles aledaas al local y acudir caminando al mismo.
Lo ideal sera que entrase a la taquera sobre las diez y media, se sentase en una de
las mesas (que para esa hora esperaba estuviesen todas ellas vacas) y pidiese un taco
y un tequila. Se demorara un poco en tomar lo pedido, sin perder de vista a
Jeremas. Consider que lo ms seguro sera seguirlo cuando se metiese a limpiar la
cocina que estaba situada en la parte trasera del restaurante. Justo en ese momento,
se levantara, cerrara la puerta de entrada del local y entrara en la cocina. Una vez
cumplido su cometido, dejara algn tipo de pista falsa, quizs otra colilla o un resto
fsico que obtendra de algn expediente olvidado de la comisara, y se retirara
silenciosamente por la puerta trasera de la cocina (puerta que conoca porque en una
-
ocasin ayud a Jeremas a transportar una caja llena de botellas de tequila a la
cocina) para finalmente llegar a su coche y marcharse.
El mero de hecho de haber trazado el plan de accin le tranquiliz
sobremanera por lo que su cabeza, automticamente, volvi a centrarse en Mara.
Inquieto, se levant y mir al reloj de la cocina. Sorprendentemente, acababan de
dar las once de la maana. Se haba descuidado empleando demasiado tiempo en
pensar su estrategia para cumplir el encargo de los Rivera, pero an tena sobre una
hora para prepararse. Sin ms dilacin, se apresur a regresar a su dormitorio y elegir
la ropa que se pondra para la barbacoa. No quera ir formal, aunque necesitaba ir lo
mejor vestido posible, por lo que finalmente opt por ponerse unos pantalones tipo
dockers color crema que ni siquiera haba estrenado hasta ese momento, con un polo
azul marino. Le gustaba la combinacin de ambos colores y adems, pens, el
conjunto luca elegante y le haca parecer ms joven. Como colofn final, escogi
unos zapatos mocasines granates (los nicos que tena) que, en realidad, no
encajaban en absoluto con el resto de su atuendo.
XIV
Mara no haba dormido en toda la noche. De hecho, se haba levantado de la cama en
varias ocasiones. Unas veces iba hasta la cocina y beba agua, otras se sentaba en el
silln que tena en su cuarto con la intencin de que el cambio de sitio le permitiera
conciliar el sueo y otras, simplemente, miraba el telfono mvil que le haba dado
Jeremas para comprobar si tena algn mensaje.
A duras penas haba llegado la maana. Los primeros rayos de claridad
comenzaban a colarse por la ventana y empezaba a orse el piar de algunos pjaros
que, despreocupados, jugaban en los rboles que se encontraban justo en frente de la
ventana del dormitorio. Eran las seis y media de la maana y Mara se encontraba en
ese momento sentada en el sof del cuarto con los ojos abiertos y pensando en cmo
acabara el da. Ya no aguantaba ms tiempo sentada en el dormitorio. Se levant
decidida y pretendi ir al cuarto de bao, pero cuando pas por delante de la cmoda
-
donde haba dejado el sobre con el dinero se par violentamente. Instintivamente,
abri el primer cajn y sac el sobre que guard la noche anterior. Lo abri y comenz
a contar los billetes que haba dentro. Si no se haba equivocado, tena delante de su
vista un total de 300.000 pesos. Rpidamente, volvi a guardar el sobre donde estaba
y se fue al cuarto de bao que ella sola utilizar. Se quit el camisn con el que
dorma y se meti en la ducha. Perdida en sus miedos pas aproximadamente media
hora dentro. Despus sali y se sec el pelo durante otros quince minutos. Marta se
sola despertar sobre las nueve de la maana, por lo que dispona an de bastante
tiempo para prepararle el desayuno. Una vez termin de asearse, se dirigi desnuda
hasta su cuarto y eligi la ropa que se pondra para la barbacoa. Un sencillo vestido
azul bastante recatado y unas bailarinas de color blanco.
Una vez vestida, Mara se fue arrastrando los pies hasta el saln. All, se sent
en una mecedora que nicamente sola utilizar ella y abri la ventana del saln. A
esas horas, todava poda sentirse la leve brisa de la maana. Su mente le llev a su
niez, a los duros momentos de soledad que sufri en aquellos aos y las srdidas
experiencias que vivi durante el tiempo en que vagabunde por las calles de Tijuana.
Se acord igualmente de la aparicin de Diego y en el nuevo rumbo que su vida dio
gracias a l y su madre. Se levant de nuevo y se dirigi a su cuarto. Abri el cajn de
la cmoda y cont el dinero por segunda vez en la maana. No haba duda, le haban
pagado 300.000 pesos. Tena delante de s el pasaporte para una nueva vida lejos de
todo cuanto conoca, pero an as saba que a partir de este da vivira en un
autntico infierno.
Diego llam al timbre de la casa de su madre a las doce y media en punto del
medioda. Abri la puerta Mara y se sorprendi que le cogiese de la mano y le llevase
directo a la cocina sin ni siquiera avisar a Marta de la llegada de su hijo.
-Diego, no quisiera que tu madre conociese que vamos a salir hoy juntos. Se
podran confundir cosas y prefiero que no sepa nada. Espero que lo entiendas-
comenz a decir Mara.
-
Diego, en un principio, pareci bastante extraado de semejante peticin,
aunque pronto comprendi que, quizs, era la mejor forma de actuar por el
momento.
-Por supuesto- respondi Diego.- no hay ningn problema. Lo entiendo
perfectamente y s que tu posicin podra ser complicada si mi madre pudiese
hacerse ideas equivocadas sobre nuestra cita de hoy.
Mara pareci bastante ms tranquila y satisfecha por la respuesta. Una leve
sonrisa se asom a su rostro, lo cual fue acogido casi con estupor por parte de Diego.
Una vez aclarado lo anterior, Mara le inst a que se bajase al coche antes de que su
madre se percatase de su presencia. Ella bajara en unos minutos tras inventarse
alguna excusa que darle a Marta. Posiblemente dira que pasara el da fuera junto a
una vieja amiga que conoca de su niez, cuando resida con las monjas. Diego
asinti, sali de la cocina y, teniendo cuidado de no hacer ruido, se baj al coche y
all se dispuso a esperar.
Mara, tras comprobar que Diego haba salido de la casa, se fue al cuarto de
Marta y le dijo que en unos minutos iba a salir a pasar el da con una vieja amiga con
la que vivi en su niez. Marta se mostr conforme e incluso la animo a hacerlo. No
en balde, era su da libre y no sala abandonar demasiado la casa. Le pregunt
asimismo quin haba llamado a la puerta haca unos instantes. Mara se limit a
decirla que se trataba de alguien que se haba equivocado de piso. Cuando termin de
justificarse, regres a su cuarto y cerr la puerta con pestillo. Cogi el telfono mvil
y marc un nmero que estaba guardado en la memoria del mismo. Era el nico
nmero registrado en el telfono.
-Hola? -balbuce nerviosa cuando descolgaron el telfono-. Salimos en quince
minutos.
Desde el otro lado de la lnea nicamente se escuchaba una lenta pero sonora
respiracin. El silencio se haca cada vez ms intenso y Mara no saba muy bien qu
hacer o decir. Poda colgar el telfono y marcharse, o bien esperar unos instantes para
-
ver si reciba algn tipo de interlocucin. Nadie pareca responder y Mara temblaba
ms a cada segundo que pasaba.
Por fin, una dbil voz surgi del otro lado de la lnea e instruy brevemente
cmo proceder. -Desviaros por la carretera comarcal 37, direccin a la puebla de San
Ildefonso. Hazle parar en la estacin de servicio del kilmetro 42 -se escuch, tras lo
cual, se cort la comunicacin bruscamente.
Mara se guard el telfono mvil en el bolso que estaba encima de la cama y
que posteriormente se colg del hombro. La luz del exterior comenzaba a llenar el
dormitorio, formando una curiosa composicin de sombras. La sensacin de bochorno
aumentaba y todo haca pensar que el da iba a ser realmente caluroso. Se gir hacia
el espejo que se encontraba encima de la cmoda y se pein un poco con mano
temblorosa. No haba dejado de temblar en toda la maana. Cuando termin de
peinarse se mir en el espejo. Tena unas ojeras bastante pronunciadas y un aspecto
ciertamente deteriorado, fruto de sus ltimas noches en vela. Cerr los ojos con rabia
y se volvi hacia la salida del cuarto. Antes de salir de la casa se fue hasta el saln,
donde Marta se encontraba viendo las noticias del medioda. Se despidi de ella
cariosamente y sali hacia la calle.
Diego se encontraba fuera del coche esperando a Mara. El calor era agobiante
y la humedad del ambiente haca que no parase de sudar. Haca casi cinco aos que no
fumaba, pero en ese momento hubiese dado cualquier cosa por un cigarrillo. Una
anciana pas por su lado y le quiso decir algo que no pudo or. Crey que le estaba
pidiendo limosna y se sac unas monedas del bolsillo para drselas, pero la mujer
sali corriendo. En ese momento se acerc Mara con una sonrisa y le dio dos besos.
Le dijo que su madre no sospechaba nada ya que le haba dicho que pasara el da con
una antigua amiga. Diego pareci satisfecho y se meti al coche. Mara le sigui y se
sent en el asiento del copiloto, no sin antes comprobar que nadie a su alrededor les
estaba observando. Una vez dentro del automvil, Diego inici la marcha hacia la casa
del compaero donde se iba a celebrar la barbacoa. Por fortuna, no era da de mucho
-
trfico, por lo que iban avanzando bastante rpido, detenindose nicamente en los
semforos. Ninguno de los dos hablaba ya que, en realidad, ninguno de los dos tena
nada que decir.
-Ests muy callada -se atrevi a decir finalmente Diego.
-Tienes razn -respondi Mara-. Quera pedirte un favor antes de ir a la fiesta
y no saba cmo pedrtelo.
Diego apart la vista de la carretera y observ a Mara durante unos segundos.
Se extra enormemente de que, tras los ltimos das en los que haba estado tan
extraamente callada y poco receptiva, ahora le estuviera pidiendo un favor. No le
disgustaba, de hecho, le reconfort que tuviese esa confianza con l y quiso ver en
ello un gesto ms profundo.
-No tienes ms que decrmelo y har todo lo que est en mi mano -acab
contestando Diego.
-Lo cierto es que me da cierto apuro, pero me preguntaba si podramos
pararnos un momento en casa de una amiga para darle su telfono mvil. Se lo dej
ayer olvidado en casa.
En ese momento, Mara sac del bolso el telfono mvil que le haba entregado
Jeremas y se lo ense. Diego no entendi la urgencia de devolver el telfono justo
en ese momento, pero no quera molestarla, por lo que acept con una sonrisa.
-Por supuesto -dijo-. Dnde vive tu amiga?
-Est un poco apartado, pero llegamos en seguida -contest Mara-.
nicamente tardar dos minutos en darle el telfono. Estamos justo a tiempo, sigue
recto por la avenida y coge la comarcal 37, llegaremos en diez minutos y luego nos
podremos ir a la comida.
Mara volvi a mirar a Diego pero ste no la correspondi, aunque sigui sus
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