sombras suele vestir. jose bianco
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-
SOMBRAS SUELE VESTIR
El sueo, autor de representaciones,
en su teatro sobre el viento armado,
sombras suele vestir de bulto bello.
Gngora, Varia imaginacin.
I
Lo echar de menos; lo quiero como a un hijo
dijo doa Carmen.
Le contestaron:
S, usted ha sido muy buena con l. Pero es lo
mejor.
En los ltimos tiempos, cuando iba al inquilinato de
la calle Paso, rehua la mirada de doa Carmen para
no turbar esa vaga somnolencia que haba llegado a
convertirse en su estado de nimo definitivo. Hoy,
como de costumbre, detuvo los ojos en Ral. El
muchacho ovillaba una madeja de lana dispuesta en
el respaldo de dos sillas; poda aparentar veinte
aos, a lo sumo, y tena esa expresin atnita de las
estatuas, llena de dulzura y desapego. De la cabeza
de Ral pas al delantal de la mujer; observ los
cuatro dedos tenaces, plegados sobre cada bolsillo;
paulatinamente lleg al rostro de doa Carmen.
Pens con asombro: Eran ilusiones mas. Nunca la
he odiado, quiz.
Y tambin pens, con tristeza: No volver a la calle
Paso.
Haba muchos muebles en el cuarto de doa
-
Carmen; algunos pertenecan a Jacinta; el escritorio
de caoba donde su madre haca complicados
solitarios o escriba cartas aun ms complicadas a los
amigos de su marido, pidindoles dinero; el silln,
con el relleno asomando por las aberturas...
Observaba con inters el espectculo de la miseria.
Desde lejos pareca un bloque negro, reacio; poco a
poco iban surgiendo penumbras amistosas (Jacinta
no careca de experiencia) y se distinguan las
sombras claras de los nichos donde era posible
refugiarse. La miseria no estaba reida con
momentos de intensa felicidad.
Record una poca en que su hermano no quera
comer. Para conseguir que probara algn bocado
necesitaban esconder un plato de carne debajo del
ropero, en un cajn del escritorio... Ral se
levantaba por la noche: al da siguiente apareca el
plato vaco, donde ellas lo dejaron. Por eso, despus
de comer, mientras el muchacho tomaba fresco en la
vereda, madre e hija discurran algn nuevo
escondite. Y Jacinta evoc una maana de otoo. Oa
gemidos en la pieza contigua. Entr, se aproxim a
su madre, sentada en el silln, le separ las manos
de la cara y le vio el semblante contrado, deformado
por la risa.
La seora de Vlez no poda recordar dnde haba
ocultado el plato la noche anterior.
Su madre se adaptaba a todas las circunstancias con
una jovial sabidura infantil. Nada la tomaba de
sorpresa y, por eso, cada nueva desgracia
encontraba el terreno preparado. Imposible decir en
qu momento haba sobrevenido, a tal punto se
haca instantneamente familiar, y lo que fue una
alteracin, un vicio, pasaba de manera insensible a
convertirse en ley, en norma, en propiedad
connatural de la vida misma. Como un poltico y un
guerrero famosos, conversando en la embajada de
Inglaterra, eran para Delacroix dos pedazos
rutilantes de la naturaleza visible, un hombre azul al
-
lado de un hombre rojo, las cosas, contempladas por
su madre, parecan despojarse de todo significado
moral o convencional, perdan su veneno, se
sustituan las unas por las otras y alcanzaban una
especie de categora metafsica, de pureza
trascendente que las nivelaba.
Pensaba en el aire secreto y un poco ridculo que
adopt doa Carmen cuando la condujo a casa de
Mara Reinoso. Era un departamento interior. En la
puerta haba una chapa de bronce que
deca: Reinoso. Comisiones. Antes de entrar,
mientras caminaban por el largo pasillo, doa
Carmen balbuce palabras: le aconsejaba que no
hablara de Mara Reinoso con su madre; y Jacinta, al
vislumbrar un destello de inocencia en esa mujer tan
astuta, reflexion en la capacidad de ilusin, en la
innata aficin al melodrama que tienen las llamadas
clases bajas. Pero le hubiera importado tan poco a
su madre, en realidad? Nunca lo sabra. Ya era
imposible decrselo.
Empez a ir a casa de Mara Reinoso. Doa Carmen
no tuvo que mantenerlos (desde haca ms de un
ao, sin que nadie supiera por qu, subvena a las
necesidades de la familia Vlez). Sin embargo, no
era tarea fcil evitar a la encargada del inquilinato.
Jacinta tropezaba con ella, conversando con los
proveedores en el amplio zagun a que daban las
puertas, o la encontraba instalada en su propio
cuarto. Cmo sacarla de all? Por lo dems, gracias
a la encargada del inquilinato haba un poco de orden
en las tres habitaciones que ocupaban Jacinta, su
madre y su hermano. Doa Carmen, una vez por
semana, lanzaba sobre la familia Vlez el embate de
su actividad: abra las puertas, fregaba el piso y los
muebles con una suerte de rabia contenida; en el
patio, ante los ojos de los vecinos, sala a relucir el
impudor de los colchones y de la dudosa ropa de
cama. Ellos se sometan, entre agradecidos y
avergonzados. Pasada esa rfaga, el desorden
comenzaba a envolverlos en su tibia, resistente
-
complicacin.
Jacinta la encontraba tejiendo, sentada junto a su
madre. El primer da que Jacinta conoci a Mara
Reinoso, doa Carmen trat de cambiar impresiones
con ella. Jacinta contest con monoslabos. Pero la
presencia an silenciosa de la encargada del
inquilinato tena la virtud de transportarla a la otra
casa, de donde acaba de salir. Y Jacinta, aquellas
tardes, despus de apaciguar los deseos de algn
hombre, tambin necesitaba apaciguarse, olvidar;
necesitaba perderse en ese mundo infinito y
desolado que creaban su madre y Ral. La seora de
Vlez haca el Metternich o el Napolen. Barajaba los
naipes y cubra la mesa de nmeros rojos y negros,
de parejas de hombres y mujeres sin cuello, llenos
de coronas y estandartes, que compartan su
melanclica grandeza en la breve cartulina. De
tiempo en tiempo, sin dejar de jugar, aluda a
minucias cuya posesin hubiera deseado disputarle,
o a sus parientes y amigos de otra poca, que no la
trataban desde haca veinte aos y quiz la crean
muerta. A veces Ral se detena junto a su madre.
De pie, con la mejilla apoyada en una mano y el codo
sostenido en la otra, segua la lenta trayectoria de
las cartas. La seora de Vlez, para distraerlo, lo
haca intervenir en un afectuoso monlogo
entrecortado por silencios jadeantes dentro de los
cuales sus palabras parecan prolongarse y perder
todo sentido. Deca:
Barajemos. Aqu est la reina. Ya podemos sacar el
valet. De perfil, con el pelo negro, el valet de pique
se te parece. Un joven moreno de ojos claros, como
dira doa Carmen, que echa tan bien las cartas. Una
vuelta ms, esta vez muy despacio. En fin,
elNapolen va en camino de salir. Y es difcil. Nos
suceder algo malo? Una vez, en Aix-les-Bains, lo
saqu tres veces en la misma noche y al da
siguiente se declar la guerra. Tuvimos que escapar
a Gnova y tomar un buque mercante, tous feux
teints. Y yo segua haciendo el Napolen trbol
sobre trbol, ocho sobre nueve. Dnde est el diez
-
de pique? con un miedo horrible de las minas y los
submarinos. Tu pobre padre me deca: Tienes la
esperanza de sacar el Napolen para que
naufraguemos. Confas, pero en tu mala suerte...
El narctico empezaba a operar sobre los nervios de
Jacinta. Se aquietaba el tumulto de impresiones
recientes formado por tantas partculas atrozmente
activas que luchaban entre s y aportaban cada una
su propia evidencia, su minscula realidad. Jacinta
senta el cansancio apoderarse de ella, borrar los
vestigios del hombre con quien estuvo dos horas
antes en casa de Mara Reinoso, nublar el pasado
inmediato con sus mil imgenes, sus gestos, sus
olores, sus palabras, y empezaba a no distinguir la
lnea de demarcacin entre ese cansancio al cual se
entregaba un poco solemnemente y el descanso
supremo. Entreabriendo los ojos, mir a sus dos
queridos fantasmas en esa atmsfera gris. La seora
de Vlez haba terminado de jugar. La lmpara
iluminaba sus manos inertes, todava apoyadas en la
mesa. Ral continuaba de pie, pero las barajas,
diseminadas sobre el tafilete amarillento, haban
dejado de interesarlo. Doa Carmen estara a su
lado, posiblemente a su derecha. Jacinta, para verla,
hubiese necesitado volver la cabeza. Estaba doa
Carmen a su lado? Tena la sensacin de haber
eludido su presencia, tal vez para siempre. Haba
entrado en un mbito que la encargada del
inquilinato no poda franquear. Y la paz se haca por
momentos ms ntima, ms aguda, ms punzante.
En plena beatitud, con la cabeza echada para atrs
hasta tocar con la nuca en el respaldo, los ojos
ausentes, las comisuras de los labios distendidos
hacia arriba, Jacinta mostraba la expresin de un
enfermo quemado, purificado por la fiebre, en el
preciso instante en que la fiebre lo abandona y deja
de sufrir.
Doa Carmen continuaba tejiendo. De cuando en
cuando el vaivn de las agujas imprima un temblor
subrepticio, casi animal, a travs del largo hilo
imperceptible, al grueso ovillo de lana que yaca
-
junto a sus pies. Como el sopor de los leones de
piedra que guardan los portales, con una bocha entre
las patas, su indiferencia tena algo de engaoso y
pareca destinada a descargarse en una sbita
actividad. Jacinta, de pronto, advierte que la
atmsfera se llena de pensamientos hostiles. Doa
Carmen la recupera, y Mara Reinoso, y los dilogos
que sostienen las dos mujeres.
Una tarde, cuando sala de casa de Mara Reinoso,
las haba sorprendido conversando desde una puerta
entreabierta. Ambas callaron, pero Jacinta tuvo la
certeza de que hablaban de ella. Los ojos de doa
Carmen eran pequeos, con el iris tan oscuro que se
confunda con la pupila. Al observar a las personas,
stas se advertan escudriadas sin que pudieran
defenderse, observando a su vez, porque esos ojos
opacos interceptaban el tcito canje de impresiones
que es una mirada recproca. La tarde que las
sorprendi, los ojos de doa Carmen se haban
concedido un descanso: brillaban, muy abiertos, y a
esas dos rejillas complacientes iban a parar los
comentarios de Mara Reinoso, que alargaba hasta la
encargada del inquilinato su rostro anmico, con la
boca an torcida por las palabras obscenas que
acaba de pronunciar.
No aborreca sus encuentros en casa de Mara
Reinoso. Le permitieron independizarse de doa
Carmen, mantener a su familia. Adems, eran
encuentros inexistentes: el silencio los aniquilaba.
Jacinta sentase libre, limpia de sus actos en el plano
intelectual. Pero las cosas cambiaron a partir de esa
tarde. Comprendi que alguien registraba,
interpretaba sus actos; ahora el silencio mismo
pareca conservarlos, y los hombres anhelosos y
distantes a los cuales se prostitua empezaron a
gravitar extraamente en su conciencia. Doa
Carmen haca surgir la imagen de una Jacinta
degradada, unida a ellos; quiz la imagen verdadera
de Jacinta; una Jacinta creada por los otros y que
por eso mismo escapaba a su dominio, que la venca
de antemano al comunicarle la postracin que nos
-
invade frente a lo irreparable. Entonces, en vez de
terminar con ella, Jacinta se dedic a sufrir por ella,
como si el sufrimiento fuera el nico medio que tena
a su alcance para rescatarla, y a medida que sufra
obraba de tal modo que consegua infundirle una
exasperada realidad. Abandon toda aspiracin a
cambiar de gnero de vida. Ya no hizo ms
esfuerzos. Haba empezado a traducir una obra del
ingls. Eran captulos de un libro cientfico, en parte
indito, que aparecan conjuntamente en varias
revistas mdicas del mundo. Una vez por semana le
entregaban alrededor de treinta pginas impresas en
mimegrafo, y cuando ella las devolva traducidas y
copiadas a mquina (compr una mquina de
escribir en un remate del Banco Municipal) le
entregaban otras tantas. Fue a la agencia de
traducciones, devolvi los ltimos captulos, no
acept otros.
Le pidi a doa Carmen que vendiera la mquina de
escribir.
Lleg el da en que la seora de Vlez se acost
entre un fragante desorden de junquillos, varas de
nardos, fresias y gladiolos. El mdico de barrio, a
quien doa Carmen arranc de la cama esa
madrugada, diagnostic una embolia pulmonar. La
ceremonia fnebre se llev a cabo en el primer
departamento, al lado de la puerta de calle, que con
ese fin cedi una vecina. Los inquilinos entraban al
cuarto de puntillas y una vez junto al atad dejaban
caer sus miradas sobre el rostro de la seora de
Vlez con todo el estrpito que haban contenido en
sus pasos. Pero a la seora de Vlez no parecan
molestarle esas miradas, ni los cuchicheos de los
condolientes (sentados en torno a Jacinta y Ral) ni
el ir y venir de doa Carmen que distribua con sigilo
infructuoso tazas de caf, arreglaba coronas de
palmas o dispona nuevos ramitos al pie del atad.
En un momento dado, Jacinta sali de la rueda, fue a
la portera, marc un nmero en el telfono. Despus
dijo, en voz muy baja:
-
No ha preguntado nadie por m?
Ayer le contestaron habl Stocker para verla a
usted hoy, a las siete. Qued en hablar de nuevo. Me
pareci intil llamarla.
Dgale que voy a ir. Gracias.
Fue el comienzo de una tarde difcil de olvidar.
Primero, en el cuarto de su madre, Jacinta
permaneci largo rato con los sentidos
anormalmente despiertos, ajena a todo y a la vez de
todo muy consciente, cernida sobre su propio cuerpo
y los objetos familiares que se animaban con una
vida ficticia en honor a ella, refulgan, ostentaban sus
planos lgicos, sus rigurosas tres dimensiones.
Quieren ser mis amigos no pudo menos de
pensar y hacen esfuerzos para que yo los vea,
porque este aspecto inesperado pareca corresponder
a la identidad secreta de los objetos mismos y a la
vez coincidir con su yo recndito. Dio algunos pasos
por el cuarto mientras perduraba en sus labios, con
toda la agresividad de una presencia extraa, el
gusto del caf. Y yo no los miraba. La costumbre me
alejaba de ellos. Hoy los veo por primera vez.
Y, sin embargo, los reconoca. Ah estaba ese
extravagante mueble barroco (los dos mazos de
naipes sobre el tafilete amarillento) que terminaba
en una repisa con un espejo incrustado. Ah estaban
las medicinas de su madre, un frasco de digital, un
vaso, una jarra con agua. Y ah estaba ella en el
espejo, con su cara de planos vacilantes, sus rasgos
inocentes y finos. Todava joven. Pero los ojos, de un
gris indeciso, haban envejecido antes que el resto de
su persona. Tengo ojos de muerta. Pens en los
ojos de su madre, guarecidos bajo una doble cortina
de prpados venosos, en los de Ral. No; son
miradas distintas, no tienen nada en comn con la
ma. Haba en sus ojos el orgullo de los que
son seores y dueos de su propio rostro, pero ya el
-
verso final asomaba en ellos: azucenas que se
pudren, una especie de clarividencia intil que se
complace en su falta de aplicacin. Le traan
reminiscencias de otras personas, de alguien, de
algo. Dnde haba visto una igual? Durante un
segundo su memoria gir en el vaco. En un cuadro,
tal vez. El vaco se fue llenando, adquiri tonalidades
azules, rosadas. Jacinta apart los ojos del espejo y
vio abrirse ante ella un balcn sobre un fondo
nocturno; vio nforas, perros extticos, ms
animales: un pavo real, palomas blancas y grises.
Era Las dos cortesanas, del Carpaccio.
Y ah estaba Stocker, en el departamento de Mara
Reinoso. Tena una cara percudida y un cuerpo
juvenil, muy blanco, que la ropa falsamente modesta
pareca destinada esencialmente a proteger. Cuando
se la quitaba sin prisa, doblndola con esmero,
verificando el lugar en que dejaba cada prenda de
vestir, conquistaba la infancia. Surga ms desnudo
que los otros hombres, ms vulnerable: un nio casi
desinteresado de Jacinta que acariciaba las distintas
partes del cuerpo de ella sin preocuparse por el nexo
humano que las vinculaba entre s, como quien toma
objetos de ac y de all para celebrar un culto slo
por l conocido y despus de usarlos los va dejando
cuidadosamente en su sitio. Una atencin casi
dolorosa se reflejaba en su semblante: lo contrario
del deseo de olvidar, de aniquilarse en el placer. Se
hubiera dicho que buscaba algo, no en ella sino en s
mismo, y tambin, a pesar del ritmo mecnico que
ya no poda graduar a voluntad, se lo hubiera tenido
por inmvil, a tal punto su expresin era contenida,
vuelta hacia dentro, al acecho de ese segundo
fulgurante de cuya sbita iluminacin esperaba la
respuesta a una pregunta insistentemente
formulada.
l haba recobrado su aire perplejo. Ella pensaba con
amargura en el retorno a los vecinos, al olor de las
flores, al atad. Pero el hombre no mostraba deseos
-
de irse. Camin por el cuarto, se instal en un silln,
a los pies de la cama. Cuando Jacinta quiso dar por
terminada la entrevista, la oblig a sentarse de
nuevo apoyando sus manos en los hombros de ella.
Y ahora dijo qu piensa usted hacer? No le
queda nadie ms?
Mi hermano.
Su hermano, es verdad. Pero es...
Aunque no las hubiera pronunciado, las palabras
idiota o imbcil flotaban en el aire. Jacinta sinti
necesidad de disiparlas. Repiti una frase de su
madre:
Es un inocente, como el de L'Arlsienne.
Y se ech a llorar.
Estaba sentada en el borde de la cama. El cobertor
doblado en cuatro y, debajo, las sbanas que
momentos antes haban rechazado ellos mismos con
los pies formaban un montculo que la obligaba a
encorvar las espaldas, siguiendo una lnea un poco
vencida, a fijar los ojos en el fieltro gris que cubra el
piso y desapareca debajo de la cama, de un gris
muy claro, baado de luz, en el centro del cuarto. Tal
vez esta posicin de su cuerpo motiv sus lgrimas.
Sus lgrimas resbalaban por sus mejillas, la
arrastraban cuesta abajo, la impulsaban
solapadamente a confundirse con el agua gris del
fieltro, en un estado de disolucin semejante al que
senta por las tardes cuando su madre haca
solitarios y hablaba sin cesar, dirigindose a Ral. Y
en la nuca, en las espaldas, senta tambin el leve
peso de una lluvia dulce, penetrante. El hombre le
deca:
No llore. Esccheme: le propongo algo que puede
parecerle extrao. Yo vivo solo. Vngase a vivir
conmigo.
-
Despus, como respondiendo a una objecin:
Habremos de entendernos. En fin, lo espero, quiero
creerlo. Hay serpientes, ratones y bhos que
fraternizan en la misma cueva. Qu nos impide
fraternizar a nosotros?
Y despus, cada vez ms insistente:
Contsteme. Vendr usted? No llore, no se
preocupe por su hermano. De momento, que ah
quede, donde est. Ya veremos, ms adelante, lo
que puedo hacer por l.
Ms adelante haba sido el sanatorio.
II
El sufrimiento ajeno le inspiraba demasiado respeto
para intentar consolarlo: Bernardo Stocker no se
atreva a ponerse del lado de la vctima y sustraerla
al dominio del dolor. Por un poco ms se hubiera
conducido como esos indgenas de ciertas tribus
africanas que cuando alguno de entre ellos cae
accidentalmente al agua golpean al infeliz con los
remos y alejan la chalupa, impidiendo que se salve.
En la corriente los reptiles reconocen la clera divina:
es posible luchar con las potencias invisibles? Su
compaero ya est condenado: prestarle ayuda no
significa colocarse, con respecto a ellas, en un
temerario pie de igualdad? As, llevado por sus
escrpulos, Bernardo Stocker aprendi a desconfiar
de los impulsos generosos. Ms tarde haba
conseguido reprimirlos. Compadecemos al prjimo,
pensaba, en la medida en que somos capaces de
auxiliarlo. Su dolor nos halaga con la conciencia de
nuestro poder, por un instante nos equipara a los
dioses. Pero el dolor verdadero no admite consuelo.
Como este dolor nos humilla, optamos por ignorarlo.
Rechazamos el estmulo que originara en nosotros
un proceso anlogo, aunque de signo inverso, y el
-
orgullo, que antes alineaba nuestras facultades del
lado del corazn y nos induca fcilmente a la
ternura, ahora se vuelve hacia la inteligencia para
buscar argumentos con qu sofocar los arranques del
corazn. Nos cerramos a la nica tristeza que al herir
nuestro amor propio lograra realmente
entristecernos.
Su impasibilidad le permita a Bernardo Stocker
vislumbrar la magnitud de la afliccin ajena. Sin
embargo, ante el dolor de Jacinta reaccion de
manera instantnea, poco frecuente en l. No era
ello debido, precisamente, a que Jacinta no sufra?
Jacinta se traslad a vivir a un departamento de la
plaza Vicente Lpez. Ese invierno no se anunciaba
particularmente fro, pero al despertar, no bien
entrada la maana, Jacinta oa el golpeteo de los
radiadores y un leve olor a fogata llegaba hasta su
cuarto: Lucas y Rosa encendan las chimeneas de la
biblioteca y del comedor. A las diez, cuando Jacinta
sala de su dormitorio, ya los sirvientes se haban
refugiado en el ala opuesta de la casa.
Bernardo Stocker hered de su padre esta pareja de
negros tucumanos, as como hered sus actividades
de agente financiero, sus colecciones de libros
antiguos y su no desdeable erudicin en materia de
exgesis bblica. El viejo Stocker, suizo de origen,
lleg al pas setenta aos atrs: la ganadera, el
comercio y los ferrocarriles empezaban a
desarrollarse, el Banco de la Provincia estaba en
trance de ocupar el tercer lugar del mundo, y el
Comptoir dEscompte; Baring Brothers, Morgan &
Company trocaban en relucientes francos oro y libras
esterlinas los cupones del gobierno. El seor Stocker
trabaj, hizo fortuna, pudo olvidar diariamente sus
tareas en la Bolsa, despus de un rato de charla en
el Club de Residentes Extranjeros, con el estudio del
Antiguo y del Nuevo Testamento. En religin tambin
era partidario del libre examen, de la libertad
cristiana, de la liberalidad evanglica. Haba
participado en los tempestuosos debates en torno
-
a Bibel und Babel, perteneca a la Unin Monista
Alemana, rechazaba toda autoridad y todo
dogmatismo.
Fue en un viaje por Europa. Bernardo (tena
entonces diecisis aos) acompa a su padre
durante dos noches consecutivas al Jardn Zoolgico
de Berln. Los profesores laicos, los rabinos, los
pastores licenciados y los telogos oficiales se
arrancaban la palabra en el gran saln de actos:
discutan sobre cristianismo, evolucionismo,
monismo; sobre la Gottesbewusstsein y la influencia
liberadora de Lutero; sobre tradicin sinptica y
tradicin juanina. Haba o no existido Jess? Las
epstolas de San Pablo eran documentos doctrinales
o escritos de circunstancia? El rugido nocturno de los
leones aumentaba la efervescencia de la asamblea.
El presidente recordaba al pblico que la Unin
Monista Alemana no se propona inflamar las
pasiones y que se abstuviera de manifestar su
aprobacin o su vituperio. Vanamente: cada discurso
terminaba entre una baranda de aplausos y
silbidos. Las mujeres se desmayaban. Haca mucho
calor. A la salida, padre e hijo desfilaron ante los
pabellones egipcios, los templos chinos, las pagodas
indias. Transpusieron la Gran Puerta de los Elefantes.
El seor Stocker se detuvo, le dio el bastn a su hijo,
se enjug las gafas, las barbas y los ojos con un
pauelo a cuadros. Haba sudado o llorado, haba
contenido decorosamente su entusiasmo. Qu
noche! murmuraba. Y luego se habla de la
moderna apata religiosa! El estudio de la Biblia, la
crtica de los textos sagrados y la teologa no es
nunca intil, querido Bernardo. Recurdalo bien.
Hasta si nos hace pensar que Cristo no ha existido
como personalidad puramente histrica. Hoy lo
hemos hecho vivir en cada uno de nosotros. Con
ayuda de su espritu se ha transformado el mundo,
con ayuda de su espritu lograremos transformarlo
an, crear una tierra nueva. Discusiones como la de
hoy no pueden sino enriquecernos.
As, acompaado por el espritu de Cristo y por su
-
hijo Bernardo, en cuyo brazo se apoyaba, continu
discurriendo de esta suerte. Tomaron un coche de
punto, dejaron atrs la hojarasca crdena del
Tiergarten, entraron en Friedrich strasse, llegaron al
hotel.
Haban transcurrido muchos aos, pero Bernardo
continuaba asentando sus pasos en las huellas del
seor Stocker, haciendo todo lo que aqul hizo en
vida. Obraba sin conviccin, quiz, pero de una
manera no menos fiel. Se puso por delante ese
ejemplo como hubiera podido elegir cualquier otro:
las circunstancias se lo suministraron. A decir
verdad, no le fue difcil adaptarse a la imagen de su
padre. Se cas muy joven y al poco tiempo enviud,
como el seor Stocker. Su mujer todava habitaba la
casa (o mejor dicho el escritorio de la biblioteca)
desde un marco de cuero. Por las maanas, en la
oficina, Bernardo lea los diarios y conversaba con los
clientes, mientras su socio, Julio Sweitzer,
despachaba la correspondencia, y el empleado, tras
un tabique de vidrios azules, anotaba en los libros las
operaciones del da anterior. Tambin a Sweitzer lo
haba modelado el seor Stocker. En otra poca llev
la contabilidad de la casa; fue ayudante del padre,
hoy era socio del hijo, y los admiraba como se
admira a una sola persona. Don Bernardo, despus
de morir, acudi puntualmente a la oficina (veinte,
treinta, cuntos aos ms joven?); afeitado y
hablando espaol sin acento extranjero, pero la
sustitucin era perfecta cuando Bernardo y su actual
socio (ahora le haba tocado el turno a Sweitzer de
que lo llamaran don Julio) discutan temas bblicos en
francs o en alemn.
A las doce y media los socios se separaban: Sweitzer
regresaba a su pensin, Bernardo almorzaba en un
restaurante prximo o en el Club de Residentes
Extranjeros; por la tarde, era generalmente Bernardo
quien iba a la Bolsa. Y mientras tanto se va viviendo,
como deca Stocker padre. En el edificio de la calle
25 de Mayo los hombres corren de una pizarra a
-
otra, descifran a la primera ojeada los dividendos de
los valores por cuya suerte se preocupan y reciben
como una confidencia, entre el opaco aullido de las
voces, las palabras que deben dirigirse
expresamente a sus odos. En torno a Bernardo los
hombres dialogan y gesticulan y trabajan y se agitan
con mayor o menor fortuna, pero aquellos que se
han hecho solidarios de la escrupulosa prosperidad
de Stocker y Sweitzer (Agentes Financieros,
Sociedad Annima Bancaria) pueden destinarse a
otro gnero de atencin; pueden dejar que los
recuerdos, los das, los paisajes los maduren, y
atisbar el milagro imperceptible de las nubes
fugaces, del viento y de la lluvia.
Casi todas las maanas iba Jacinta al inquilinato de
la calle Paso. A menudo Ral haba salido con otros
muchachos del barrio; Jacinta, a punto de
marcharse, lo vea desde la puerta avanzar hacia ella
con su paso irregular, un poco separado del grupo,
ms alto que los otros. Entraba de nuevo al
inquilinato, esta vez acompaada de Ral; sentada a
su lado, se atreva a rozarlo tmidamente con los
dedos. Tena miedo de que el muchacho se irritara,
porque se mostraba ms esquivo cuanto mayores
esfuerzos haca para comunicarse con l. En una
ocasin, desalentada por tanta indiferencia, Jacinta
dej de visitarlo. Al volver, al cabo de una semana,
el muchacho le dijo: Por qu no has venido estos
das?
Pareca alegrarse de verla.
Jacinta abandon su afn de dominacin y lleg a
sentir por Ral una necesidad puramente esttica. A
qu buscar en l las estriles reacciones de los
humanos, la connivencia de las palabras, el fulgor
sentimental de una mirada? Ral estaba ah,
sencillamente, y la miraba sin fijar la vista en ella; la
miraban su frente recta y dorada por el sol, sus
manos anchas con los dedos separados, cuya forma
recordaba los calcos de yeso que sirven de modelo
-
en las academias de dibujo, su costumbre de andar
de un lado a otro y detenerse inslitamente en el
vano de las puertas, su destreza para ovillar las
madejas de doa Carmen. Cargada de su presencia,
Jacinta sala del inquilinato, atravesaba lentamente la
ciudad.
A esa hora las personas haban entrado a almorzar y
dejaban la calle tranquila. Jacinta, despus de
caminar en direccin al Este, se encontraba en un
barrio propicio y modesto, de veredas sombreadas. Y
se internaba en ese barrio como obedeciendo a una
oscura protesta de su instinto. Tomaba una calle,
torca por otra, lea los nombres de los letreros,
segua la inclinada tapia del Asilo de Ancianos,
presidida de vez en cuando por estatuas amarillas, a
donde iba a morir un parque sombro; doblaba a la
izquierda, se resista al llamamiento de las bvedas
terminadas en cruces o desaforados ngeles
marmreos. De pronto, el aspecto de una casa slida
y firme, provista de un amplio cancel y dos balcones
a cada lado, con las paredes pintadas al aceite, un
poco desconchadas, la llenaba de felicidad.
Encontraba cierto espiritual parecido entre esa casa y
Ral. Y tambin los rboles le hacan pensar en su
hermano, los rboles de la plaza Vicente Lpez.
Antes de cruzar, desde la vereda de enfrente, Jacinta
haca suya la plaza con una mirada que abarcaba
csped, chicos, bancos, ramas, cielo. Los troncos
negros y sinuosos de las tipas emergan de la tierra
como una desdeosa afirmacin. Haba tal caudal de
indiferencia en ese impulso un poco petulante,
desinteresado de todo lo que no fuera su propio
crecimiento y destinado a sostener contra las nubes,
como un pretexto para justificar su altura, el follaje
estremecido y ligero, casi inmaterial! Cuando Jacinta
suba al tercer piso observaba de cerca el dibujo
alternado de las hojitas verdes. Entonces abra las
ventanas y dejaba que el aire puro enfriara el
dormitorio.
Sobre una mesa la esperaban un termo con caldo,
fuentes con avellanas, nueces. Jacinta se quedaba
-
all; otros das descansaba un momento, bajaba de
nuevo a la calle, tomaba un taxi y se haca conducir
al restaurante donde almorzaba Bernardo.
Lo encontraba con la cabeza inclinada sobre el plato,
masticando reflexivamente. Bernardo levantaba los
ojos cuando Jacinta ya estaba sentada a la mesa.
Entonces, saliendo de su ensimismamiento, peda
para ella una ostentosa ensalada y le serva una copa
de vino, en la que Jacinta apenas mojaba los labios.
Se lo notaba turbado por esas entrevistas. Siempre
lo sorprendan. Trataba de animar la conversacin,
temiendo el momento en que habran de separarse.
Le preguntaba en qu haba ocupado ella la maana.
Y en qu haba ocupado ella la maana? Camin,
mir una casa pintada de verde, mir los rboles,
estuvo con Ral. l le peda noticias de Ral. Otras
veces, intentando reconstruir la vida anterior de
Jacinta, consegua arrancarle algunos detalles
materiales que hacan destacar los grandes espacios
desrticos donde ambos se perdan. Porque tena la
sensacin de que Jacinta haba perdido su pasado, o
estaba en vas de perderlo. Le preguntaba:
Qu tipo de hombre era tu padre?
Un hombre de barba.
Como el mo.
Mi padre se dej crecer la barba porque ya no se
tomaba el trabajo de afeitarse. Era alcohlico.
S, esos detalles no le servan de gran cosa. El padre
de Jacinta no pasaba de ser un viejo fracasado, como
tantos otros. Y Bernardo continuaba preguntando, ya
sumergido en plena futilidad.
Le gustaban los solitarios como a tu madre? No?
Dime, cmo se hace el Napolen?
Ya te expliqu.
-
Es verdad. Tres hileras de diez cartas tapadas, tres
sin tapar; se apartan los ases... Pero, ahora que
pienso, se hace con dos barajas...
No hablemos de solitarios. nicamente a mi madre
podan divertirla.
No hablaremos si te aburre, pero una de estas
noches, cuando tengas ganas, lo haremos juntos,
quieres?
Tampoco poda precisar el carcter de la seora de
Vlez. Bernardo no era riguroso en cuestiones de
moral y simpatizaba con la pobre seora. Sin
embargo, con el propsito de que Jacinta fuera sobre
ella ms explcita, se sorprenda censurando sus
costumbres.
Pero, qu clase de mujer era tu madre? No poda
ignorar que traas el dinero de algn lado, y si no
trabajabas ni hacas ms traducciones...
No s.
Es tan raro lo que cuentas...
No cuento responda Jacinta. Respondo a tus
pregustas. Para qu quieres saber cmo era mi
madre? Para qu quieres saber cmo vivamos?
Vivamos, sencillamente. Al principio, mi madre peda
dinero prestado. Despus no se lo daban, pero
siempre encontr alguna persona que arreglara la
situacin. En los ltimos tiempos, antes que yo
conociera a Mara Reinoso, fue doa Carmen.
Doa Carmen es una buena mujer.
S.
Pero la odias.
Tena celos contestaba Jacinta. Hasta llegu a
-
reprocharle que me hubiera presentado a Mara
Reinoso, como si yo...
Se interrumpa. Bernardo, bloqueado por aquel
silenci, acuda a nuevos temas de conversacin.
Ahora se esforzaba en resucitar su miserable pasado
comn.
Recuerdas la primera vez que nos encontramos?
Siempre nos hemos visto en el mismo cuarto. Y la
ltima? Yo te esper mucho tiempo, media hora, tres
cuartos de hora. Nunca llegabas. Creo que mis
deseos te hicieron venir. Y ahora mismo creo que
mis deseos te vencen, te retienen. Temo que un da
desaparezcas, y si te fueras no me quedara nada de
ti, ni una fotografa. Por qu eres tan insensible? En
una sola ocasin te has entregado a m por
completo. Estabas indefensa. Llorabas. Lograste
conmoverme. Por eso comprend que no sufras. Fue
nuestro ltimo encuentro en casa de Mara Reinoso.
Su aspecto era lamentable. Aunque Jacinta apenas lo
escuchaba, continuaba hablando:
En casa de Mara Reinoso eras humana. En aquella
poca tenas un carcter atormentado. Me contabas
lo que te suceda. A veces me gustara verte de
nuevo all. Cmo eran los dems cuartos? T has
estado en esos cuartos con otros hombres. Quines
eran esos hombres? Cmo eran?
Y ante el silencio de Jacinta:
Me intereso en esos hombres porque han estado
mezclados a tu vida, como me intereso en m mismo,
en el yo de antes, con una especie de afecto
retrospectivo. Antes, yo te inspiraba algn
sentimiento. Quiero a esos hombres como quiero a
tu madre, a Ral, a doa Carmen... aunque la
detestes. El odio es lo nico que subsiste en ti.
Me gustara dijo Jacinta que Ral fuera a vivir a
un sanatorio.
-
Para alejarlo de doa Carmen?
Ayer continu Jacinta, sin responder a su
pregunta he visitado un sanatorio en Flores, en la
calle Boyac. Hay hombres parecidos a Ral.
Caminan entre los rboles, juegan a las bochas.
Har mucho fro.
Ral no siente el fro.
Bernardo consultaba su reloj. Eran las tres pasadas,
tena que ir a la Bolsa. Y se despeda con la
sensacin de haberse conducido mal. Jacinta no
volvera a reunirse con l a la hora del almuerzo. Y
as fue. Pocas semanas despus, al entrar ella al
restaurante y verlo en su mesa de costumbre, tuvo
un momento de vacilacin. Retrocedi, tom por el
lado interno del pasillo y se encontr junto al
extremo de la salida, pero separada de la calle por
las vidrieras divididas por losanjes y adornadas con
el escudo ingls. Dos personas se levantaron de una
mesa. Jacinta opt por sentarse all. Pero los mozos
no se le acercaron. Crean, acaso, que haba
terminado de almorzar. Jacinta se qued un rato,
pellizc unos restos de pan y se march. Nadie
pareci advertir su presencia.
La tarde de ese da Bernardo volvi a su casa en una
excelente disposicin de espritu. Jacinta estaba
recostada. Bernardo entr al dormitorio y le dijo
desde la puerta:
Estuve en el sanatorio de Flores. Puedes llevar a
Ral. Pero, querr ir?
Lo buscaremos juntos contest Jacinta,
acentuando la ltima palabra. Tienes que hablar
con doa Carmen. Slo t puedes hacerlo.
Bernardo se tendi a su lado.
-
Tenas razn dijo. El lugar es simptico y Ral
llegar a sentirse contento, si se consigue que vaya,
claro est. (Hablaba con los labios pegados al cuello
de Jacinta, casi sin moverlos, como tratando de que
esas palabras fueran caricias que pasaran
inadvertidas.) El director, un hombre muy solcito,
me mostr el edificio central y los pabellones.
Paseamos por el parque. Hay varios gomeros
magnficos y unas tipas altas, sin hojas. Pierden las
hojas antes que las de nuestra plaza. El jardn est
un poco descuidado.
Despus, sin transicin:
Desde el pabelln que ocupara Ral la vista era
siniestra. Esos canteros de pasto largo, negro, esas
ramas escuetas... Slo faltaba un ahorcado.
Se incorpor. De un tranco, pasando las piernas por
encima del cuerpo de Jacinta, qued de pie, junto a
la cama. Se arregl el cuello y la corbata, se ech
agua de colonia.
Esta noche viene Sweitzer a comer dijo. No me
dejes solo con l toda la noche.
No ir a la mesa.
No me dejes solo repiti. Te lo suplico.
A qu viene?
Quiere que escribamos una carta.
Una carta?
Una carta sobre Jess.
Jacinta no entenda.
Oh, si necesito darte explicaciones... En fin, se est
representando una obra de teatro que se llama La
-
familia de Jess. Un catlico ha enviado una carta al
peridico, protestando porque Jess no tuvo nunca
hermanos. Sweitzer quiere escribir otra diciendo que
s, que Jess tuvo muchos hermanos.
Y es cierto?
Todo se puede afirmar. Pero por qu te extraa?
Has ledo los Evangelios? Cuando hiciste la primera
comunin y estudiabas la doctrina? No? En la
doctrina no ensean los Evangelios sino el
catecismo... Y tambin el libro de Renan? Qu me
dices! Nunca lo hubiera supuesto.
Las contestaciones de Jacinta eran reticentes.
Bernardo no poda saber con exactitud si era ella
quien haba ledo los Evangelios y la Vie de Jsus, o
su madre, la seora de Vlez.
Bueno, vienes a la mesa? Maana vamos juntos al
inquilinato, pero esta noche comes con nosotros. Te
lo pido especialmente. Es lo nico que te pido. Me lo
prometes?
S.
Sweitzer lo esperaba en la biblioteca, examinando
una reproduccin en colores de Las dos cortesanas
que haban colocado sobre el escritorio, en un marco
de cuero. Bernardo, mientras lo saludaba,
reflexionaba en la ambigedad de Jacinta. Y de
pronto comenz a entristecerse consigo mismo al
pensar que semejantes nimiedades pudieran
preocuparlo, y su tristeza se manifest en un
exasperado desdn hacia Jacinta, la seora de Vlez,
los Evangelios, la Vie de Jsus. La emprendi con
Renan:
Con razn se ha dicho que la Vie de Jsus es una
especie de Belle Hlne del cristianismo. Qu
concepcin de Jess tan caracterstica del Segundo
Imperio!
-
Y repiti un sarcasmo sobre Renan. Lo haba ledo
das antes hojeando unas colecciones viejas
del Mercure de France.
Renan tuvo en su vida dos grandes pasiones: la
exegsis bblica y Paul de Kock. A esta costumbre
sacerdotal, que contrajo en el seminario, deba su
aficin por el estilo sencillo, la irona suave, elsous-
entendu mi-tendre, mi-polisson, pero tambin
adquiri en Paul de Kock el arte de las hiptesis
novelescas, de las deducciones caprichosas o
precipitadas. Parece que hasta en los ltimos
tiempos la mujer de Renan tena que valerse de
verdaderas astucias para arrancar de las manos de
su ilustre marido La femme aux trois culottes o La
pucelle de Belleville. Ernest le deca, s
complaciente, escribe primero lo que te ha pedido M.
Buloz y luego te devolver tu juguete.
El seor Sweitzer concedi una sonrisa estricta: no le
hacan gracia las irreverencias. Y Bernardo,
dirigindose a Jacinta:
Paul de Kock es un escritor licencioso.
Escuch la voz de Jacinta. Hablaba de unas novelas
en ingls que haba ledo, pero de sus palabras
pareca colegirse que se trataba de novelas
pornogrficas, para gente de puerto.
Tenan tapas de colores violentos, rojas, amarillas,
azules. Se compraban en el Paseo de Julio y los
vendedores las escondan en sus armarios porttiles,
tras una hilera de zuecos, con los cigarrillos de
contrabando.
Pasaron al comedor.
Jacinta ocup la cabecera. Cuando Lucas entr con la
fuente haba un cubierto de menos. Bernardo le hizo
seas: apenas poda contener su impaciencia. Lucas
tuvo que dejar la fuente, volvi instantes despus
trayendo una bandeja y dispuso el cubierto que
-
faltaba con impertinente lentitud.
El seor Sweitzer, muy confuso, sac de la cartera
un recorte y unos papeles escritos con su letra
bonapartina. He borroneado una respuesta, dijo.
Empez a leer:
No es slo en el cap. XIII, 55, de Mateo, como
parece entenderlo el seor X, donde se trata este
asunto que ha motivado tantas discusiones (aqu,
para mayor claridad, transcribo los dems pasajes
alusivos de Mateo, Marcos, Lucas, Juan, los Corintios
y los Glatas). De la lectura de estos textos han
surgido tres teoras: la elvidiana a que se refiere el
seor X: sostiene que los hermanos y hermanas de
Jess nacieron de Jos y Mara, despus de l; la
epifnica: nacieron de un primer matrimonio de
Jos; la hierominiana, a que se adhiere San
Jernimo: eran hijos de Cleofs y de una hermana de
la Virgen llamada tambin Mara. Es la doctrina
sustentada por la Iglesia y defendida por sus grandes
pensadores.
Al leer se llevaba de cuando en cuando a la boca una
almendra o trocitos de nueces o avellanas, colocados
en un plato a su izquierda. A veces, con la mano en
el aire, haca girar entre los dedos el trozo de nuez
hasta despojarlo de su telilla leonada. Con el
pretexto de servirse, Bernardo puso el plato fuera de
su alcance, entre Jacinta y l. Sweitzer lo mir con
asombro. Bernardo le pregunt:
Por qu no cita los Hechos de los Apstoles?
Es verdad; despus de comer, si usted me presta
una Biblia...
No se necesita Biblia. Apunte: I, 14:
...perseveraban unnimes en oracin y ruego, con
las mujeres y con Mara, la madre de Jess, y con
sus hermanos. Bueno, aqu finaliza el prembulo. Y
ahora, a cul de las tres teoras piensa usted
adherirse?
-
A la primera, qu duda cabe. Cmo empezara
usted?
Bernardo no pudo resistir al afn de lucirse.
Yo empezara diciendo contest con aire
profesoral: Es verdad que en hebreo y arameo
existe una sola voz para designar los trminos
hermano y primo, pero no es sa razn suficiente
para torcer el significado de los textos. Porque nos
encontramos en presencia de un idioma como el
griego, rico en vocablos, que tiene una palabra para
decir hermano (adelphos), otra para decir primo
hermano (adelphidus) y otra, para decir primo
(anepsios). La comunidad de Antioqua era un medio
bilinge y all se efectu el paso de la forma aramea
a la forma griega de la tradicin. Goguel cita un
versculo de Pablo (Colosenses, IV, 10) donde se
dice: ...y Marcos, sobrino de Bernab. Si Pablo en
sus otros escritos habla de los hermanos de Jess,
no hay motivo para que se confunda un trmino con
otro.
Hizo una pausa. Continu:
Habra tanto que agregar... Tertuliano acepta que
Mara tuvo de Jos muchos hijos. Tambin lo
afirmaba la secta de los ebionitas y Victorio de Petau,
mrtir cristiano, muerto en el ao 303. Hegesipa dice
que Judas era hermano, segn la carne, del
Salvador. La Didascalia dice que Jacobo, obispo de
Jerusaln, erasegn la carne hermano de Nuestro
Seor. Epifano reprocha la ceguera de Apolonio,
quien enseaba que Mara haba tenido hijos despus
del nacimiento de Jess.
El seor Sweitzer tomaba algn apunte en su carnet.
Bernardo continuaba exponiendo. Con las palabras
desapareca su mal humor de los primeros
momentos. Se haba vuelto a encontrar a s mismo,
estaba satisfecho de su seguridad, de su memoria,
de su erudicin. Reciba como un homenaje el
-
respetuoso silencio de Sweitzer. Busc la aprobacin
de Jacinta.
Jacinta permaneca ajena a todo, vaga, remota,
como disuelta en la atmsfera del comedor.
Bernardo tartamude, tom vino, inclin la cabeza;
an quedaba una pinta rosada en la copa. Levant la
cabeza; ante sus ojos las llamas de la chimenea
bailaban en los respaldos verdes de las sillas vacas,
apoyadas contra la pared, las maderas de cedro
tallado y la cara de Lucas palpitaban con una especie
de vida intermitente, descubriendo trozos rojizos e
imprevistos, y las gotas de cristal de la araa vienesa
parecan aumentar de tamao, ms grvidas que
nunca, y de un instante a otro amenazaban con
deshacerse sobre el mantel. (Se hubiera dicho que
Lucas, al acercarse a la mesa, no sala de la
penumbra con el designio de retirar los platos sino
de incorporarse a ese valo resplandeciente de
humano bienestar.) Pero Bernardo haba perdido el
hilo de su discurso. Quiso sobreponerse:
Hay motivos para pensar dijo haciendo un
esfuerzo que en los primeros siglos de la era
cristiana se hablaba con frecuencia de los hermanos
de Jess. Guignebert...
Sweitzer lo interrumpi:
Con esto basta y sobra. Es una mera respuesta.
Bernardo agreg todava:
Como es catlico el que ha escrito la carta, para
terminar conviene una cita catlica. Algo as:
Recordemos la ejemplar sinceridad del padre
Lagrange, quien reconoce que histricamente no est
probado que los hermanos de Jess sean sus primos.
Se fue a sentar junto a la chimenea, llevndose su
taza de caf. Dos gruesos troncos ardan con
entusiasmo. Distingua la llama ondulante y roja, el
rojo ocre, casi anaranjado, de los tizones y el
delicado matiz azul que se insinuaba hasta
-
contaminar la blancura de una montaita de ceniza.
A Jacinta le repugnaba el espectculo del fuego. Y
l, que hubiera deseado consumirse como esos
troncos, desaparecer de una vez por todas! Se
acercaba ms y ms a la chimenea, pareca
dispuesto a quemarse los pies. Soy demasiado
friolento. Se levant para entreabrir una ventana. El
seor Sweitzer, despegndose trabajosamente del
silln, empez a despedirse.
Muchas gracias. Maana redactar la contestacin.
Si usted pasa por el escritorio, a la salida de la Bolsa,
podr firmarla.
Pero Bernardo le contest que prefera no hacerlo, y
como el otro le preguntara por qu:
Estas discusiones son intiles dijo. Y quin
sabe? tal vez fomentan el error. Cada da que pasa,
la humanidad (pronunciemos la palabra: la
historicidad) de Jess me parece ms dudosa.
Iba y vena por el cuarto, con los ojos secos,
ardientes. Sali y entr casi en seguida, trayendo un
libro de noble y apolillada encuadernacin; abri el
libro: el lomo, desprendindose de las tapas pardas,
se le qued en las manos. Sweitzer mir el ttulo:
Antiquities of the Jews. Ah, la edicin de
Havercamp... Piensa usted leerme la dichosa
interpolacin? No vale la pena.
Pero nadie poda detenerlo. Bernardo ley la cita
interpolada y desarroll, esta vez penosamente, la
tesis de que el cristianismo era anterior a Cristo.
Habl de Flavio Josefo, de Justo de Tiberades... El
seor Sweitzer escuchaba con sorna su apasionada
incoherencia.
Pero es otra cuestin deca. Adems, esos
argumentos estn muy manoseados. Y no me
parecen convincentes.
-
No me fundo en ellos contestaba Bernardo. Mi
conviccin pertenece a un orden de verdades que
acatamos con el sentimiento, no con el raciocinio.
Despus, como si hablara para s:
Pienso en la famosa historia del cuadro... Cmo
era?
Oy que Jacinta le deca con su voz montona:
Ya la sabes. El cuadro se vino al suelo y
descubrimos que Cristo no era Cristo.
Contada as no se entiende, pens Bernardo.
Refiri l mismo la historia.
Era una estampa antigua, un collage de la poca
colonial adornado en los bordes con terciopelo azul,
arrugado, cubierto con un vidrio convexo. Al
romperse el vidrio se pudo ver que la imagen era
una Dolorosa. Le haban dibujado a pluma rizos y
barba, le agregaron la corona de espinas, el manto
estaba disimulado por el terciopelo.
Aadi en un susurro:
Jacinta Vlez era chica y tuvo una terrible
decepcin.
De entonces data su incredulidad.
De nuevo escuch la voz montona:
No dijo Jacinta, ahora creo.
Cristo se haba sacrificado por los hombres, por esos
hombres que mientras ms perfectos, menos se
parecan a su Redentor: turbulentos, eruditos,
complicados, astutos, destructores, insatisfechos,
sensuales, dbiles, curiosos... Y al margen de aquel
rebao vegetaban otros seres en un estado de
-
misteriosa bienaventuranza, desasidos de la realidad
y despreciados por los dems hombres. Pero Cristo
los amaba. Eran los nicos, en el mundo, con
posibilidades de salvacin.
Bernardo se despeda del seor Sweitzer. Jacinta
pensaba en Ral. Tena urgencia de estar a su lado,
rodeada de rboles, en el sanatorio de Flores.
III
El seor Sweitzer reley la carta de Bernardo desde
un estrepitoso automvil de alquiler. Estaba escrita
en papel azul, telado, y en el membrete se
reproduca la fecha de un edificio con techo de
pizarra e innumerables ventanas.
Deca la carta:
Estimado don Julio: En los ltimos tiempos no puedo
interesarme en los negocios. Cualquier esfuerzo me fatiga.
Resolv pues consultar a un mdico, y actualmente, bajo su
asistencia, estoy haciendo una cura de reposo. Esta cura
puede prolongarse varios meses. Por eso le propongo a
usted dos soluciones: busque un hombre de confianza para
que desempee mis tareas, fijndole un sueldo conveniente
y un tanto por ciento que descontar usted de los ingresos
que me corresponden, o liquidemos la sociedad.
A continuacin, como para desmentir el prrafo en
que aluda a su actual desinters por los negocios,
Bernardo haca algunas observaciones muy sagaces,
a juicio de don Julio, sobre una inversin de ttulos
que haba quedado pendiente en esos das.
Agregaba, al terminar: No se moleste en verme.
Contsteme por escrito.
Don Julio pensara despus en esta ltima frase.
Lleg al sanatorio, pregunt por Bernardo, pas su
-
tarjeta. Lo hicieron esperar en un saln con grandes
ventanas que no se abran al jardn en toda su altura
sino, nicamente, en su parte superior. Al cabo de
diez minutos entr un hombre alto, de rostro
sanguneo.
El seor Sweitzer? dijo. Yo soy el director.
Acabo de llegar.
Y se ajustaba, alrededor de las muecas, las presillas
de su guardapolvo.
Puedo ver al seor Stocker? pregunt Sweitzer.
Usted es su socio, verdad? Stocker y Sweitzer,
s, conozco la firma. Al seor Stocker tuve ocasin de
tratarlo en marzo de 1926. Recuerdo exactamente la
fecha. Yo tena algunos fondos disponibles, poca
cosa, pero el seor Stocker me recomend la
segunda emisin de consolidados de la Lignito San
Luis Company: nunca olvidar ese nombre. Los
valores, en manos de ustedes, se liquidaron muy
bien. Con esa base instal mi sanatorio.
Puedo ver a mi socio? insisti Sweitzer.
Por supuesto, seor Sweitzer. El seor Stocker no
es un enfermo, como usted sabe. Vino al sanatorio
trayendo a un muchacho de su relacin, Ral Vlez.
Aqu se respira un ambiente de tranquilidad que
debi seducirlo. Un buen da se apareci con sus
valijas; me dijo: Doctor, he resuelto tomar un
descanso e internarme yo tambin. Pero gurdeme el
secreto. No quiero que me molesten, no deseo
hablar con nadie, ni siquiera con los mdicos. Usted
debe ser la nica persona a quien ha comunicado su
direccin.
Me ha escrito.
Lo hemos alojado en el ltimo pabelln, el ms
independiente. El seor Stocker ocupa un cuarto.
Ral Vlez el otro.
-
Vacil un momento.
...este muchacho es un caso doloroso continu.
Los mdicos somos discretos, seor Sweitzer. Hay
cosas que no tenemos por qu saber, que no
queremos saber, pero insensiblemente llegamos a
enterarnos de ciertas circunstancias familiares. En
fin, sea lo que fuere, el seor Stocker siente por este
muchacho un afecto verdaderamente paternal. Me
puede decir usted por qu ha demorado tanto tiempo
en confiarlo a un psiquiatra?
Ya no es posible curarlo? pregunt Sweitzer.
No se trata de curar, sino de adaptar. La
adaptacin importa un proceso muy delicado por
parte del enfermo y del medio que lo rodea. Hay que
adaptarse al paciente, es cierto, pero a la vez exigirle
un pequeo esfuerzo y que sea l, en realidad, quien
se vaya adaptando a los dems. Lograr ponerlo en
comunicacin con sus semejantes. Claro est que
nunca se lograr una verdadera comunicacin
intelectual, como la que nosotros sostenemos en
este momento, pero s una comunicacin primaria.
Hacer que el enfermo comprenda y obedezca ciertas
formas de vida corriente. El progreso debe marchar
en ese sentido.
Y ahora es demasiado tarde...
El otro lo mir con desconfianza.
Nunca es demasiado tarde contest. Ral Vlez
est en el sanatorio desde hace quince das. El
diagnstico diferencial de la demencia precoz
hebefreno-catatnica con la debilidad mental es muy
difcil. En ambos casos hay ausencia de signos
fsicos: el enfermo conserva una fisonoma
inteligente, pero parece vivir al margen de s mismo,
indiferente a todo y a todos. Y sin embargo es dcil,
suave, de apariencia afectuosa. Necesita verse
rodeado de bondad, pero de una bondad firme,
-
cuyos lmites sienta. Ahora bien, a este muchacho se
lo ha descuidado de una manera lamentable. Estaba
en manos de una mujer ignorante, que lo quiere
mucho, sin duda, pero con un cario en el cual no
entra el menor discernimiento. Se plegaba a todos
sus caprichos, y el muchacho abusaba, se hunda
deliberadamente en la locura. Esa, en ellos, es la
lnea de menor resistencia. Al principio, la mujer
estaba indignada con nosotros. Hasta tuvo la osada
de afirmar que ira a quejarse a la justicia, porque
Stocker no tena derecho para internarlo en nuestro
sanatorio.
Sweitzer, esta vez, hizo un gesto de asombro.
Pregunt, sin embargo:
Y es verdad?
Parece que Stocker no lo ha reconocido
legalmente. Pero ella tiene menos derecho an para
disponer del muchacho. Se trata de un demente sin
familia ni bienes de ninguna clase. Quin, mejor
que Stocker, para ocuparse de l? Yo habl con el
defensor de menores y obtuve del juez que
nombrara a Stocker curador del incapaz. A la mujer,
como no quera or sus historias, le prohib la entrada
al sanatorio. Ahora le permitimos que venga, a
pedido del mismo Stocker. He accedido, pero no
estoy conforme. Hay que alejar de Ral Vlez todas
las influencias que puedan recordarle, prolongar en
su espritu el antiguo desorden en que viva.
Se detuvo.
Estoy entretenindolo agreg. Usted deseaba
ver a Stocker. Yo mismo lo acompaar.
Precedido por el mdico, que se excusaba de pasar
antes, Sweitzer lleg a una terraza, descendi una
escalinata en forma de abanico, atraves un jardn
con canteros bordeados de caracoles, donde creca
un largo csped enmaraado; de vez en cuando,
algn gomero de hojas barnizadas por la lluvia
-
reciente; otros rboles, sin hojas, levantaban al cielo
sus ramas gesticulantes. Sweitzer pisaba con cuidado
para no embarrarse. Alrededor del jardn se vean
casitas de ladrillo, separadas unas de otras por
laberintos de boj.
Aqu lo abandono dijo el mdico. Siga derecho
por este sendero. A la derecha, en el ltimo pabelln,
vive Stocker.
Se le apareci bruscamente, al pisar el umbral de la
puerta abierta de par en par. Bernardo Stocker, en
cambio, lo haba visto venir desde lejos. Estaba
sentado, envuelto en dos mantas escocesas: una
sobre los hombros la otra fajndole las piernas. Don
Julio, ni puedo levantarme para saludarlo. Esta
manta... Lo reprendi por haberse molestado: Me
hubiera escrito. Despus mirndolo en los ojos:
Estuvo con el director?
S.
Qu lata le habr dado! Lo compadezco.
Tiene fro? pregunt Stocker. Quiere que
cerremos la puerta?
No, he descubierto que el fro es saludable. Me
gusta.
Se hizo un silencio. Sweitzer haba olvidado el motivo
de su visita, o no quera confesrselo a s mismo.
Qued consternado. Buscaba algo que decir, una
trivialidad cualquiera que le permitiera salir del paso.
Recordaba el prrafo de la carta: No se moleste en
verme. Contsteme por escrito, y recurri a la carta
como a un pretexto para justificar su presencia en el
sanatorio. Pero se limitaba a repetir las proposiciones
de Bernardo como si a l, Julio Sweitzer, se le
hubieran ocurrido en ese instante. Era un poco
absurdo. Bernardo vino en su ayuda e iniciaron un
-
dilogo de inesperada fluidez. Empezaba Bernardo,
no bien Sweitzer haba terminado de hablar, y su
interlocutor, entre tanto, asenta con la cabeza,
murmuraba s, claro, es lo mejor,
perfectamente... Temerosos de un nuevo silencio,
no prestaban fe ni atencin a lo que decan.
Bernardo fue el primero en callar. El seor Sweitzer
haba distinguido, ms all del tabique de boj, a un
muchacho alto, corpulento, en compaa de una
anciana. De pronto el muchacho avanz hacia ellos y
al llegar al tabique, en vez de dar la vuelta, tom
directamente el sendero, escurrindose por entre las
ramas del boj con sorprendente agilidad. Caminaba
con los ojos fijos en Bernardo. Bernardo lo miraba a
su vez. Una sonrisa lenta y profunda se haba
dibujado en su rostro. Pero sucedi un incidente
imprevisto. El viento haca volar un papel de diario
que fue a caer a los pies del muchacho. Este se
detuvo a pocos metros de ambos hombres, recogi
el papel, lo mir con la expresin de alguien que
piensa es demasiado importante para leerlo ahora,
lo dobl cuidadosamente, lo guard en el bolsillo y,
girando sobre sus talones, se alej. Esta vez, al
llegar al tabique, en lugar de atravesar el boj dio
vuelta, sigui por el sendero. Los dos hombres lo
perdieron de vista.
Bernardo qued con los labios entreabiertos; el seor
Sweitzer no pudo contenerse y pregunt con una voz
dbil, anhelante, que apenas reconoca, a tal punto
sonaba extraamente en sus odos:
Es Ral Vlez?
S dijo Bernardo. Ya ve usted: acude
espontneamente a m. Pero siempre habr de
interponerse algo entre nosotros. Ahora ha sido ese
maldito papel.
Despus, muy de prisa, en la misma tesitura con que
haban conversado momentos antes:
Yo he tenido relaciones con Jacinta Vlez, la
-
hermana de este muchacho. Ha vivido varios meses
en casa. Me pidi que me ocupara de Ral. Antes de
irse, ella misma eligi este sanatorio.
Antes de irse... a dnde?
No s. Discutamos. Yo le haca preguntas, la
exasperaba. Uno siempre exaspera a las personas
que quiere. Se fue.
No le ha escrito?
En el inquilinato, donde vivi hasta la muerte de su
madre, revis un escritorio y encontr varias cartas.
Pero eran cartas escritas por la seora de Vlez y
que el correo haba devuelto. Estaban dirigidas a
personas cuyo domicilio se ignora. La numeracin de
las calles ha cambiado y no coincide con las
direcciones de los sobres, o en esas direcciones han
levantado nuevos edificios. No contento con eso, he
visto a muchas personas de apellido Vlez. Nadie los
conoce. Sin embargo, un hombre con quien
convers, mayor que yo, que se llama Ral Vlez
Ortzar, me dijo que en su familia exista un
personaje un poco mitolgico, la ta Jacinta, a la cual
sola referirse su madre. Parece que esta Jacinta era
una mujer de mala conducta, que muri en Europa.
Pero no puede ser Jacinta contest
inmediatamente el seor Sweitzer. Su espritu de
investigador ya estaba sobre aviso.
No, pero poda ser la seora de Vlez. Adems, l
no estaba seguro de que hubiese muerto.
Y usted espera que Jacinta vuelva?
Vendr al sanatorio a ver a su hermano. Lo quiere
mucho. El autismo de Ral, como dicen los
mdicos, no es para ella una tara. Se le antoja un
signo de superioridad. Trata de parecerse a l.
Pero es enferma? pregunt Sweitzer, cada vez
-
ms intrigado.
Enferma o no, yo la necesito. Cree usted que
vendr, don Julio? Yo antes crea, pero ahora dudo
de todo. No cree usted en los sueos, don Julio? Yo
tampoco crea, pero ltimamente...
Se le apareci a usted en sueos?
S... y no. Pude ver nicamente sus pies, como si
estuviera frente a m y yo mirara al suelo. Es extrao
hasta qu punto los pies son expresivos,
inconfundibles. Le vea los pies como si la estuviera
mirando a la cara. Entonces, cuando levant los ojos,
no pude seguir adelante. Todo se disolvi en una
atmsfera gris.
Anoche volv a soar con la misma atmsfera. Es
gris, pero a ratos blanca, translcida. Qued en
suspenso. Tema despertarme. Entonces,
comprendiendo que Jacinta estaba ah, le dije que
me haba engaado, que me utiliz como un pretexto
para que internara a Ral en el sanatorio. Le
supliqu que nuevamente se dejara ver. Hablamos
de cosas ntimas, de nosotros dos, de una mujer de
quien Jacinta tena celos. Yo temblaba de rabia. Pero
Jacinta se burlaba en lugar de enojarse. Me deca,
observando mi temblor: Friolento como todos los
hombres. De pronto, empez a hacerme reproches.
En una ocasin yo le atribu sentimientos que ella
reprueba. Afirm haberla visto llorar. Eso la ha
herido. Nosotros no lloramos, me deca, aludiendo
a ella y a Ral. Le hice notar que las lgrimas no
correspondan a su verdadero estado de nimo, qu
ms tarde yo se lo haba explicado de una manera
verosmil. Mis explicaciones, sobre todo, la pusieron
fuera de s. T tambin has hecho trampa, me
deca en alemn.
Habla alemn?
Ni una palabra, pero le oa pronunciar
distintamente: Auch du hast betrogen! Entonces me
-
encontr haciendo un solitario y sent que alguien me
aplastaba la mano contra la mesa en momentos en
que yo iba a destapar indebidamente una carta. Me
despert.
El seor Sweitzer lo alent. Jacinta volvera a ver a
su hermano. Era lo ms lgico. No haba que dejarse
sugestionar por los sueos.
Con estas palabras se despidieron.
El seor Sweitzer caminaba distradamente. Tom
por un sendero equivocado y por dos veces se
encontr, rodeado de boj, en el patiecillo de otros
pabellones. No poda llegar a ese jardn que tena
ante su vista. Al fin se abri paso y anduvo entre los
rboles, atento a las ventanas iluminadas del edificio
principal. De pronto se llev por delante un bulto
imponente y oscuro, ms oscuro que las sombras.
Retrocedi sobresaltado.
No soy una enferma le dijeron. Soy Carmen, la
encargada del inquilinato. Necesito hablar con usted.
Caminaron hasta la verja. Era una anciana erguida,
de cabellos blancos. El seor Sweitzer la observ
bajo los focos de luz, aureolados de insectos, de la
puerta de entrada: un sombrero alto y cilndrico, una
esclavina y un manguito de piel (los hocicos de las
nutrias hincaban sus dientes puntiagudos en las
propias colas, un poco marrones). Despus busc el
taxi que lo esperaba. La mujer cruz la calle, el seor
Sweitzer se adelant, abri instintivamente la
portezuela y la ayud a subir.
Deseaba pedirle... dijo su compaera, y adopt
una voz quejumbrosa que contrastaba con la
dignidad de su aspecto y no pareca sincera, como si
copiara el estilo de las personas cuyos ruegos tena
por costumbre escuchar. Usted es bueno. Influya
sobre Stocker. Que a Ral lo dejen en paz y le
permitan volver al inquilinato. Lo quiero como a un
-
hijo.
Entonces debera agradecerle al seor Stocker lo
que hace por l. En el sanatorio podrn curarlo.
Curarlo? grit la mujer. Ral no es un
enfermo. Es distinto, nada ms. En el sanatorio lo
hacen sufrir. La primera noche lo encerraron. Como
el muchacho me echaba de menos, se quiso escapar.
Le pegaron: al da siguiente tena moretones en el
cuerpo. Ral nunca s cae. Y ayer...
Qu sucedi ayer?
Ayer yo lo he visto, tirado en el suelo, con la boca
llena de espuma! Y el enfermero que me deca: No
es nada, es la reaccin de la insulina. Un ataque de
epilepsia provocado. Provocado! Canallas!
Los mdicos saben de estas cosas ms que
nosotros protest dbilmente el seor Sweitzer.
Espere los resultados del tratamiento. Por ahora,
confrmese con visitarlo en el sanatorio.
Y usted cuida del inquilinato? respondi la mujer
con insolencia. Yo no puedo venir en automvil. Ya
Stocker no me da ms dinero. Iba por las maanas,
revolva cajones, se llevaba papeles, libros, cuadros.
Me deca: A Ral no le faltar nada en el sanatorio,
doa Carmen. Y a usted tampoco. Usted ha sido muy
buena con l. Pero es lo mejor. Lo mejor! Cmo se
ha burlado de m!
Sweitzer perda la paciencia:
Usted no quiere comprender. El seor Stocker ha
internado a Ral Vlez accediendo a un pedido de la
hermana del muchacho, de Jacinta Vlez.
S, ha dicho eso. Ya lo s.
Ella es la nica que puede arreglar la situacin.
Desgraciadamente, no vive ms con el seor
-
Stocker. Usted, en vez de calumniarlo, debera
prestarle ayuda, buscar a Jacinta.
La mujer respondi, martilleando cada slaba:
Jacinta se suicid el da que muri su madre. Las
enterraron juntas. Agreg:
Vea, no me interesa lo que Stocker pueda haberle
dicho. A Jacinta la conoci gracias a m. Se la
present una amiga ma, Mara Reinoso. Y le explic
con naturalidad: Mara Reinoso es una alcahueta.
Como le pareciera que Sweitzer, al callar, pusiera en
duda sus palabras, entr en un arrebato de clera:
Qu? Que no me cree? Mara Reinoso lo
convencer. Puede hablar con ella en cualquier
momento. Ahora mismo, si quiere.
Inclinndose bruscamente hacia adelante, le grit al
chofer una direccin; luego, al arrinconarse en el
fondo del asiento, roz con sus cargados hombros la
cara de Sweitzer. ste sinti en la nariz el olor a
moho de la esclavina de piel.
No me gusta dijo hablar mal de Jacinta, pero
yo nunca la quise. No se pareca a su madre, un
pedazo de pan, ni a Ral. A Ral lo quiero como a un
hijo. Jacinta era orgullosa, despreciaba a los pobres.
En fin, ahora est muerta. Se tom un frasco de
digital.
El automvil se detuvo. Mientras Sweitzer pagaba al
chofer, la anciana haba avanzado por un largo
corredor. Sweitzer tuvo que apurar el paso para
alcanzarla.
Entreabri la puerta una mujer de edad dudosa.
Doa Carmen le dijo:
No es lo que piensas, Mara. El seor viene
nicamente a conversar contigo sobre Stocker y
-
Jacinta Vlez. Quiere que le digas la verdad.
Pasen. Basta que sea amigo tuyo, yo le dir lo que
sepa. Pero quedar decepcionado... contest la
otra con afectacin.
Al caminar arrastraba las chinelas. Los hizo sentarse,
les ofreci de beber.
El seor era amigo de Jacinta? pregunt. No?
De Stocker? Ah, un hombre muy serio, muy
distinguido. Hace mucho que frecuenta esta casa.
Aqu conoci a Jacinta, pobrecita, y simpatiz con
ella en seguida. Se vieron durante un mes, dos o tres
veces por semana. Siempre en mi casa. Me hablaba
Stocker, y yo le daba el mensaje a Jacinta. El da que
muri la seora de Vlez, Jacinta haba quedado en
venir. A m me pareci extrao, pero ella misma se
haba empeado. Llega Stocker, y Jacinta que no
viene. Yo le explico la demora. Esperamos. Al final,
ya preocupada, hablo por telfono y me entero de la
desgracia. A Stocker lo impresion muchsimo. Me
dijo: Mara, djeme solo en este cuarto. Y all se
qued hasta muy tarde. Es un sentimental. Despus,
ya ve lo que ha hecho por ese retardado. Me parece
un gesto bellsimo.
Doa Carmen la interrumpi:
No hables de lo que no sabes.
La otra sonrea.
Est furiosa dijo mirndolo a Sweitzer porque
no puede verlo el da entero. Carmen, Carmen,
parece mentira! Una mujer seria, a tus aos...
Lo quiero como a un hijo.
Como a un nieto, dirs.
El seor Sweitzer se fue cuando el dilogo entre las
-
dos mujeres empezaba a subir de tono. Las calles
estaban desiertas. En el centro de la calzada la luz
elctrica haca brillar el asfalto: grandes charcos de
agua donde era peligroso aventurarse. Despus la
oscuridad y de nuevo, en la otra cuadra, el reflejo
ficticio del estanque. Sweitzer apenas se atreva a
cruzarlo. As anduvo un largo rato, vacilando al llegar
a cada bocacalle, pegado, confundido a las paredes
como el insecto a la hoja. De vez en cuando el
boquete de un zagun iluminado lo pona en
descubierto. Estaba cansado, tena fro, no poda
entrar en calor. Tampoco poda detenerse. El mismo
cansancio lo impulsaba a caminar. Lleg a una plaza,
atraves la calle. All viva Stocker. Mir el tablero
con los timbres. Cuando Lucas baj despus de un
cuarto de hora, en paos menores y cubierto por un
sobretodo, continuaba apretando el botn del tercer
piso.
Seor Sweitzer! exclam el negro. El patrn
no est.
Ya s, Lucas. Tena un mensaje para usted. Pas
por la casa y me atrev a llamar. Disclpeme por
haberlo despertado.
No es nada, seor Sweitzer. Entre, no se quede
afuera. Subiremos en el ascensor de servicio porque
yo he bajado sin llaves.
Pasaron a la cocina. El negro abra puertas, encenda
luces. Ahora apagan la calefaccin muy temprano.
Como no hay nadie, yo no encend las chimeneas.
Llegaron al hall. Sweitzer discurra algn mensaje
para darle en nombre de su socio.
El seor me ha escrito. Dice que mande las
cuentas al escritorio. El volver el da menos
pensado.
Pero si me ha dejado dinero suficiente contest
el negro.
-
Le repito lo que l me ha escrito. El patrn est
de viaje.
As es, Lucas.
El negro pareca deseoso de hablar. Despus de un
momento agreg entre dientes:
...con la seora Jacinta.
Sweitzer le pregunt muy despacio:
Dgame, Lucas, ella ha vivido aqu?
El seor tambin sabe...
Est usted seguro? La vio alguna vez?
Verla, lo que se llama verla... La encontr en la
puerta de la calle. Era despus de almorzar. Ella sala
del departamento en momentos en que yo entraba.
En seguida la reconoc.
Pero si nunca la haba visto antes.
No importa.
Cmo era? Tena ojos grises.
Y cmo supo que era ella? le pregunt Sweitzer.
Me di cuenta contest el negro. Me miraba
sonriendo. Pareca decirme: Al fin me descubres!,
pero con simpata. Pareca decirme: Gracias por el
caldo y la ensalada que me preparas todos los das,
por las avellanas, por las nueces! Gracias por tu
discrecin! Es una mujer muy bondadosa.
Pero usted no la vio nunca dentro de la casa?
Tomaban tantas precauciones! Hasta que ellos se
iban, no podamos arreglar el dormitorio. Por la
tarde, el patrn era el primero en llegar. Cerraba con
-
llave la puerta del hall. Cuando abra la puerta, ya la
seora estaba en su cuarto. El seor Sweitzer
recuerda la ltima noche que vino a comer? El patrn
estaba muy excitado, quera que la seora Jacinta los
acompaara, quera presentrsela al seor. Yo,
mientras pona la mesa, le oa la voz: Jacinta, te lo
suplico! Come con nosotros. No me dejes solo esta
noche. La esper hasta lo ltimo. El seor Sweitzer
recuerda que me oblig a poner tres cubiertos? Pero
la seora Jacinta no apareci. Es una mujer muy
prudente.
En resumidas cuentas, usted no la vio nunca
dentro de la casa.
Como si necesitara verla! exclam el negro.
Ahora ni siquiera me molesto en prepararle el caldo
fro, pregntele a Rosa, y eso que el patrn me ha
ordenado que deje comida como siempre. Pero ahora
no est, lo s, as como s que antes estuvo viviendo
ms de tres meses en esta casa.
Sweitzer repeta:
Pero usted no la encontr nunca dentro de la... Y el
otro, con insistencia:
Como si necesitara encontrarla! Y el olor? Vea
usted, seor Sweitzer, yo no quisiera ofenderlo, pero
la seora Jacinta no tiene ese olor tan desagradable
de los blancos. El de ella es diferente. Un olor fresco,
a helechos, a lugares sombreados, donde hay un
poco de agua estancada, quiz, pero no del todo. S,
eso es; en la bveda, cuando vamos al cementerio
de los Disidentes, hay el mismo olor. El olor del agua
que empieza a espesarse en los floreros.
El seor Sweitzer se acostaba. No he comido esta
noche, pens, al tiempo que meta la cabeza en su
camisn de franela. Se acurruc en la cama, busc
con los pies la bolsa de agua caliente, cerr los ojos,
sac una mano, apag la lmpara. Pero no se
-
disipaba la claridad de la habitacin. Haba dejado
encendida la araa del techo, una araa de bronce
con tres brazos puntiagudos de cuyos extremos
salieron llamitas de gas y que, posteriormente,
haban adaptado a las bujas elctricas. Se levant.
Al pasar junto al ropero se vio reflejado en el espejo,
con la papada temblorosa y ms abajo que de
costumbre porque andaba descalzo. Rechaz esta
imagen poco seductora de s mismo, apag la luz,
busc a tientas la cama. Despus, acaricindose los
hombros por encima del camisin, trat de dormir.
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