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IES Joaquín Artiles 18 de Marzo de 2020Tutoría: 4º ESO B.
Continuidad Educativa. Revisión 2
Nota: Los cambios de esta revisión están en rojo.
Introducción
Estimados alumnos,
Espero que tanto vosotros como vuestras familias os encontréis lo mejor posible.
Durante las próximas semanas, continuaremos las clases a distancia. En este documento os redacto las primeras tareas e indicaciones de cada uno de vuestros profesores.
Durante estas 2 semana, debéis entrar periódicamente en la web del centro y en la carpeta de vuestra tutoría (4º ESO B) para ver las actualizaciones en las indicaciones y tareas de vuestros profesores.
Os animo a que aprovechéis estas 2 semanas y os apliquéis en esta recta final del curso.
Buenas semanas de cuarentena. Suerte y paciencia.
Arantxa.
SumarioContinuidad Educativa. Revisión 1.......................................................................................................1
Introducción......................................................................................................................................1Tareas Tutoría...................................................................................................................................2Tareas Lengua: Profesora: Doña Elia Padrón...................................................................................2Tareas Biología y Geología. Profesor: Don Prudencio Santana.......................................................2Tareas Matemáticas. Profesora: Doña Arantxa Bienes.....................................................................2Tareas Ingles. Profesor: Don Alejandro Trancho..............................................................................3Tareas Geografía e Historia: Profesora: Doña Josefa Cabrea...........................................................4Tareas Historia de Canarias: Profesora: Doña Josefa Cabrea...........................................................4Tareas Educación Física: Profesora: Doña Fefi González................................................................5Tareas Francés. Profesora: Doña Carmen Jimenez...........................................................................5Tareas Música Profesora: Doña Eva Díaz........................................................................................5Tareas Religión. Profesora Doña Pino Henriquez............................................................................5Tareas Valores éticos. Profesor: Don Jose Luis Lantigua.................................................................6Tareas Informática. Profesor Don Manuel Pérez..............................................................................6Documentos Adjuntos.......................................................................................................................6
Tareas Tutoría
1. Escucha atentamente el video de nuestra Vicedirectora, con el Comunicado y recomendaciones del IES Joaquín Artiles para el período de suspensión de la actividad lectiva desde el 13 de marzo de 2020, cuyo enlace adjunto: https://youtu.be/xgYlL082Cpg
Tareas Lengua: Profesora: Doña Elia Padrón
Indicaciones: Adjunto ha este documento encontrareis las diversas fichas de “Lengua” donde encontrareis el plan de trabajo para los próximos días. El alumnado está informado sobre cómo se ira desarrollando.
En relación al primer bloque (CONOCIMIENTO DE LA LENGUA), está en proceso y en los próximosdías se enviará el documento completo, en cuanto al PLAN DE LECTURA, falta por terminar El Barranco de Nevaría Tejera que se enviará en breve.
Tareas Biología y Geología. Profesor: Don Prudencio Santana
Indicaciones: El alumnado debe terminar de resumir la unidad que estamos viendo por el libro, hasta el final de la misma, así como realizar todas las actividades que faltan hasta dicho final.
La fecha tope para su entrega será el viernes 20 de marzo a las 13 horas.
El Correo para el envío de dichas tareas es: biogeopru@gmail.com
Tareas Matemáticas. Profesora: Doña Arantxa Bienes
Indicaciones:
1. Entrar periódicamente en la plataforma EVAGD, en el curso de matemáticas:
https://www3.gobiernodecanarias.org/medusa/evagd/gcsur/course/view.php?id=8958
2. Realizar las tareas que se colgarán en el apartado "Seguimiento de las clases desde casa"
3. En los casos en los que se requiera, enviar los trabajos realizados mediante la plataforma EVAGD
Nota: Para los que tengan problemas para entrar a en la plataforma EVAGD, he adjuntado las 2 siguientes fichas.
Tareas Ingles. Profesor: Don Alejandro Trancho
Indicaciones:
Unit 6
En este tema tenemos 2 estructuras gramaticales que vamos a analizar antes de introducirnos en el mismo: las oraciones de relativo y la voz pasiva.
Semana del 16 al 22 de marzo.
1º) En esta semana nos ocuparemos de las oraciones de relativo. Para ello iremos a este enlace en internet donde hay una explicación bastante buena:
https://www.curso-ingles.com/aprender/cursos/nivel-intermedio/relative-and-indefinite-pronouns/relative-pronouns
2º) Posteriormente iremos a la página 53 del student´s book y haremos los ejercicios: 1, 3, 4 y 5.
3º)Pag 51 del student´s book. Estamos en la parte de Vocabulary y haremos los ejercicios 1, 2 y 3.
4º) Pag. 52. Haremos como siempre. Intentaremos entender el texto buscando el vovabulario que no conozcamos. Después haremos los ejercicios 1 y 3.
El lunes 23 de marzo recibirán ustedes las soluciones a los ejercicios y harán una autocomprobación y autoevaluación de los mismos.
Para cualquier duda y, aunque tengo una licencia por Asuntos Propios no retribuidos estaré encantado de resolverla hasta la incorporación de mi sustituta en la siguiente dirección de e-mail:
trancholemesalejandro@gmail.com
Un saludo,
Alejandro Trancho Lemes.
Tareas Geografía e Historia: Profesora: Doña Josefa Cabrea
Indicaciones:
1. Página 41.- Lee el apartado “El Desastre del 98”. Haz un esquema sobre las cusas del conflicto, las consecuencias de la derrota y explica las razones del interés de EE.UU por Cuba.
2. Página42,43 El reinado de Alfonso XIII (1902- 1931) . Resume las causas del detrioro político, las mejoras laborables que consiguieron la UGT y CNT. Asimismo las razones por las que España interviene en Marruecos, sus consecuencias y el problema militar. Realiza los ejercicios43,44, 45 y 46 de la página 43.
3. Página 44.- Define Expresionismo, Cubismo, Dadaísmo
4. Realiza todas las Actividades de Síntesis de la página 46 ; asimismo realiza las actividades 7, 8, 9, 10 de la página 47
RECUERDA COPIAR LOS ENUNCIADOS DE LAS PREGUNTAS.
Tareas Historia de Canarias: Profesora: Doña Josefa Cabrea
Indicaciones:
5. Páginas 30, 31 .- Sociedad y Economía canarias en la Edad Moderna.- Responde a las preguntas 1,2 de la página 31. También
Características del cultivo de azúcar. ¿ Dónde se ubicaron los ingenios de azúcar?¿ En qué se siglo se realizó, con qué ciudades comerciaron?. ¿Cuándo y por qué entró en crisis?
¿Cuándo empezó el cultivo del vino? ¿En qué islas?¿ A dónde se exporta. ¿Cuándo entraen crisis y por qué?
Productos agrícolas de autoconsumo La ganadería fue potenciada tras la conquista.. Indica la existente y las nuevas. Ventajas
de la ganadería. Característica de la pesca. Explica la afirmación “ la tala de montes fue otro recurso básico”.
6. Página 34 y 35. La economía canaria contemporánea. Lee estas dos páginas y responde a las siguientes cuestiones.
¿ Qué se obtiene de la cochinilla?¡Cuándo se inició?¿Cuándo y por qué desapareció? Haz un resumen de las etapas del cultivo de plátanos, tomates y papas. Ejercicios 2. 3, 4 de la página 35.
Tareas Educación Física: Profesora: Doña Fefi González
Indicaciones: Adjunto encontrareis las indicaciones de “Educacion Fisica”
Tareas Tecnología. Profesor: Don Néstor Bentejui
Tema actual: Instalaciones eléctricas en vivienda.
Indicaciones: El alumnado debe dirigirse al bloque de este tema en EVAGD.
En el apartado “Foro” hay un tema llamado Teleformación 4º ESO – 01, donde el profesor irá recogiendo las instrucciones, contenidos y ejercicios que el alumnado debe realizar las próximas 2 semanas.
Además ha creado otro tema llamado Dudas teleformación 4º ESO – 01 donde el alumnadopuede realizar las consultas que tenga.
Tareas Francés. Profesora: Doña Carmen Jimenez
Material: FOTOCOPIAS DOSSIER .
Indicaciones:
1. Estudiar y hacer los ejercicios que leímos el otro día en la lectura puntuada sobre:
L’ INTERROGATION, LE PRESENT, LE PASSÉ COMPOSE ( avoir/ être), L ‘ IMPARFAIT, et le FUTUR SIMPLE y Traducir todas las frases y/ o palabras desconocidas.
2. Estudiar la pronunciación francesa.
Tareas Música Profesora: Doña Eva Díaz
Indicaciones: Adjunto encontrareis las indicaciones de “Musica”
Tareas Religión. Profesora Doña Pino Henriquez
Indicaciones: Adjunto encontrareis las indicaciones de “Religion”.
Tareas Valores éticos. Profesor: Don Jose Luis Lantigua
Indicaciones:
Hola soy jose, debido a los últimos acontecimientos no nos podemos ver, no obstante aquí les presento las actividades a realizar. Están pensadas para dos horas lectivasLas tarea deberás presentarla en el momento de reiniciarse las clases presenciales. En caso de prolongarse la situación, seguirás recibiendo actividades e instrucciones.
Actividades:
1. Busca la biografía de Platón y comenta “El mito de la Caverna”2. reflexiona sobre el papel de la educación en la vida de las personas.3. Busca la biografía de Aritóteles y céntrate en su ética.4. Valora el papel de la felicidad tal como lo plantea Aristóteles y
comparala con el actual significado del término.
Tareas Informática. Profesor Don Manuel Pérez
Indicaciones: Los alumnos deberán de descargarse el programa de la siguiente pagina web e instalar en su ordenador.
http://www.gimp.org.es/descargar-gimp.html
Es un programa gratuito y se descargará de la página oficial. deberán de realizar las tareas que hay en laplataforma EVAGD.
Documentos Adjuntos
EDUCACIÓN FÍSICA
4º E.S.O. Como habíamos hablado en la última sesión de clase, para este tercer trimestre, las actividades de contenidos mínimos se harán sobre los JUEGOS OLÍMPICOS (JJOO) MODERNOS y LAS OLIMPIADAS DE LA ANTIGÜA GRECIA. Lo que sí vamos a variar es el formato que habíamos explicado. Dijimos que estas actividades se harían por parejas y en formato expositivo de mural, para exponerlos en el gimnasio y pasillos, pero dadas las circunstancias vamos a hacerlo de otra manera.
Se harán en folios, y en principio se entregarán en mano y de manera individual, cuando regresemos a las aulas. Si la situación variara, y tuviéramos que estar más tiempo en casa, escanearíamos las actividades y las mandaríamos por correo electrónico.
Recuerda que estos quince días, tendríamos 4 horas de clase (dos cada semana) así que te dará tiempo para realizar las actividades. De todas formas, me gustaría que hicieran algo de actividad física en casa: sentadillas, bourpees, fondos, plancha isométrica… (los ejercicios que hacemos en cada calentamiento nos valen).
JUEGOS OLÍMPICOS MODERNOS 1. Aros olímpicos: qué representan y qué significa cada color. La antorcha olímpica: de dónde
sale, qué representa, quién la transporta y hasta donde llega. 2. Quién es y qué hizo Pierr de Courbertain (biografía) 3. Ciudades Olímpicas y mascotas de las Olimpiadas (al menos 10) 4. Premios (medallas, diplomas, reconocimientos, becas ADO). ¿Qué es el COI? 5. Olimpiadas Paralímpicas. ¿Por qué se hacen después de los JJOO?. Deportes en los que se
compiten.
JUEGOS OLÍMPICOS DE LA ANTIGUA GRECIA 1. Modalidades y actividades en las que se competían 2. Quiénes podían competir y por qué las mujeres no podían 3. ¿Qué premios recibían los ganadores? 4. ¿Cómo era el Estadio Olímpico y dónde sigue estando? 5. ¿Por qué se dejaron de celebrar?
ACTIVIDADES DE AMPLIACIÓN Y MEJORA DE NOTA: EN FORMATO DIGITAL Recuerda que éstas actividades no son obligatorias pero su realización mejora la nota final y suple a aquellas pruebas físicas a las que no pueda presentarme. 1. Saludo al sol. Hay que realizar las asanas y secuencias de flexibilidad a través del Yoga estando
en cada una de ellas al menos 10 segundos. La secuencia se puede buscar en google. 2. “Tu cara me suena”. Se trata de elegir un video musical (que te guste y que tenga baile). Se
trata de grabarse para hacer una comparativa del original y el que tu realizas.
Fecha de entrega en papel: - Primer plazo: viernes 3 de abril de 2020 - Segundo plazo: jueves 30 de abril de 2020 ACTIVIDADES DIGITALES: se puede realizar y ya veremos si me dejan un pendrive con la grabación, o la mandan por correo electrónico. Aún por determinar.
INGLÉSPLANIFICACIÓN 4º ESO A-B-C
Unit 6
En este tema tenemos 2 estructuras gramaticales que vamos a analizar antes de introducirnosen el mismo: las oraciones de relativo y la voz pasiva.
Semana del 16 al 22 de marzo.
1º) En esta semana nos ocuparemos de las oraciones de relativo. Para ello iremos a este enlace en internet donde hay una explicación bastante buena:
https://www.curso-ingles.com/aprender/cursos/nivel-intermedio/relative-and-indefinite-pronouns/relative-pronouns
2º) Posteriormente iremos a la página 53 del student´s book y haremos los ejercicios: 1, 3, 4 y 5.
3º)Pag 51 del student´s book. Estamos en la parte de Vocabulary y haremos los ejercicios 1, 2 y 3.
4º) Pag. 52. Haremos como siempre. Intentaremos entender el texto buscando el vovabulario que no conozcamos. Después haremos los ejercicios 1 y 3.
El lunes 23 de marzo recibirán ustedes las soluciones a los ejercicios y harán una autocomprobación y autoevaluación de los mismos.
Para cualquier duda y, aunque tengo una licencia por Asuntos Propios no retribuidos estaré encantado de resolverla hasta la incorporación de mi sustituta en la siguiente dirección de e-mail:
trancholemesalejandro@gmail.com
Un saludo,
Alejandro Trancho Lemes.
PLAN DE LECTURA “¿Cuánta tierra necesita un hombre?”, León Tolstoi
1
¿Cuánta tierra necesita un hombre? León Tolstoi
Érase una vez un campesino llamado Pahom, que había trabajado dura y honestamente para su
familia, pero que no tenía tierras propias, así que siempre permanecía en la pobreza. "Ocupados
como estamos desde la niñez trabajando la madre tierra -‐pensaba a menudo-‐ los campesinos
siempre debemos morir como vivimos, sin nada propio. Las cosas serían diferentes si tuviéramos
nuestra propia tierra."
Ahora bien, cerca de la aldea de Pahom vivía una dama, una pequeña terrateniente, que poseía una
finca de ciento cincuenta hectáreas. Un invierno se difundió la noticia de que esta dama iba a vender
sus tierras. Pahom oyó que un vecino suyo compraría veinticinco hectáreas y que la dama había
consentido en aceptar la mitad en efectivo y esperar un año por la otra mitad.
"Qué te parece -‐pensó Pahom-‐ Esa tierra se vende, y yo no obtendré nada."
Así que decidió hablar con su esposa.
-‐Otras personas están comprando, y nosotros también debemos comprar unas diez hectáreas. La vida
se vuelve imposible sin poseer tierras propias.
Se pusieron a pensar y calcularon cuánto podrían comprar. Tenían ahorrados cien rublos. Vendieron
un potrillo y la mitad de sus abejas; contrataron a uno de sus hijos como peón y pidieron anticipos
sobre la paga. Pidieron prestado el resto a un cuñado, y así juntaron la mitad del dinero de la compra.
Después de eso, Pahom escogió una parcela de veinte hectáreas, donde había bosques, fue a ver a la
dama e hizo la compra.
Así que ahora Pahom tenía su propia tierra. Pidió semilla prestada, y la sembró, y obtuvo una buena
cosecha. Al cabo de un año había logrado saldar sus deudas con la dama y su cuñado. Así se convirtió
en terrateniente, y talaba sus propios árboles, y alimentaba su ganado en sus propios pastos. Cuando
salía a arar los campos, o a mirar sus mieses o sus prados, el corazón se le llenaba de alegría. La
hierba que crecía allí y las flores que florecían allí le parecían diferentes de las de otras partes. Antes,
cuando cruzaba esa tierra, le parecía igual a cualquier otra, pero ahora le parecía muy distinta.
PLAN DE LECTURA “¿Cuánta tierra necesita un hombre?”, León Tolstoi
2
Un día Pahom estaba sentado en su casa cuando un viajero se detuvo ante su casa. Pahom le
preguntó de dónde venía, y el forastero respondió que venía de allende el Volga, donde había estado
trabajando. Una palabra llevó a la otra, y el hombre comentó que había muchas tierras en venta por
allá, y que muchos estaban viajando para comprarlas. Las tierras eran tan fértiles, aseguró, que el
centeno era alto como un caballo, y tan tupido que cinco cortes de guadaña formaban una avilla.
Comentó que un campesino había trabajado sólo con sus manos, y ahora tenía seis caballos y dos
vacas.
El corazón de Pahom se colmó de anhelo.
"¿Por qué he de sufrir en este agujero -‐pensó-‐ si se vive tan bien en otras partes? Venderé mi tierra y
mi finca, y con el dinero comenzaré allá de nuevo y tendré todo nuevo".
Pahom vendió su tierra, su casa y su ganado, con buenas ganancias, y se mudó con su familia a su
nueva propiedad. Todo lo que había dicho el campesino era cierto, y Pahom estaba en mucha mejor
posición que antes. Compró muchas tierras arables y pasturas, y pudo tener las cabezas de ganado
que deseaba.
Al principio, en el ajetreo de la mudanza y la construcción, Pahom se sentía complacido, pero cuando
se habituó comenzó a pensar que tampoco aquí estaba satisfecho. Quería sembrar más trigo, pero no
tenía tierras suficientes para ello, así que arrendó más tierras por tres años. Fueron buenas
temporadas y hubo buenas cosechas, así que Pahom ahorró dinero. Podría haber seguido viviendo
cómodamente, pero se cansó de arrendar tierras ajenas todos los años, y de sufrir privaciones para
ahorrar el dinero.
"Si todas estas tierras fueran mías -‐pensó-‐, sería independiente y no sufriría estas incomodidades."
Un día un vendedor de bienes raíces que pasaba le comentó que acababa de regresar de la lejana
tierra de los bashkirs, donde había comprado seiscientas hectáreas por sólo mil rublos.
-‐Sólo debes hacerte amigo de los jefes -‐dijo-‐ Yo regalé como cien rublos en vestidos y alfombras,
además de una caja de té, y di vino a quienes lo bebían, y obtuve la tierra por una bicoca.
"Vaya -‐pensó Pahom-‐, allá puedo tener diez veces más tierras de las que poseo. Debo probar suerte."
PLAN DE LECTURA “¿Cuánta tierra necesita un hombre?”, León Tolstoi
3
Pahom encomendó a su familia el cuidado de la finca y emprendió el viaje, llevando consigo a su
criado. Pararon en una ciudad y compraron una caja de té, vino y otros regalos, como el vendedor les
había aconsejado. Continuaron viaje hasta recorrer más de quinientos kilómetros, y el séptimo día
llegaron a un lugar donde los bashkirs habían instalado sus tiendas.
En cuanto vieron a Pahom, salieron de las tiendas y se reunieron en torno al visitante. Le dieron té y
kurniss, y sacrificaron una oveja y le dieron de comer. Pahom sacó presentes de su carromato y los
distribuyó, y les dijo que venía en busca de tierras. Los bashkirs parecieron muy satisfechos y le
dijeron que debía hablar con el jefe. Lo mandaron a buscar y le explicaron a qué había ido Pahom.
El jefe escuchó un rato, pidió silencio con un gesto y le dijo a Pahom:
-‐De acuerdo. Escoge la tierra que te plazca. Tenemos tierras en abundancia.
-‐¿Y cuál será el precio? -‐preguntó Pahom.
-‐Nuestro precio es siempre el mismo: mil rublos por día.
Pahom no comprendió.
-‐¿Un día? ¿Qué medida es ésa? ¿Cuántas hectáreas son?
-‐No sabemos calcularlo -‐dijo el jefe-‐. La vendemos por día. Todo lo que puedas recorrer a pie en un
día es tuyo, y el precio es mil rublos por día.
Pahom quedó sorprendido.
-‐Pero en un día se puede recorrer una vasta extensión de tierra -‐dijo.
El jefe se echó a reír.
-‐¡Será toda tuya! Pero con una condición. Si no regresas el mismo día al lugar donde comenzaste,
pierdes el dinero.
-‐¿Pero cómo debo señalar el camino que he seguido?
PLAN DE LECTURA “¿Cuánta tierra necesita un hombre?”, León Tolstoi
4
-‐Iremos a cualquier lugar que gustes, y nos quedaremos allí. Puedes comenzar desde ese sitio y
emprender tu viaje, llevando una azada contigo. Donde lo consideres necesario, deja una marca. En
cada giro, cava un pozo y apila la tierra; luego iremos con un arado de pozo en pozo. Puedes hacer el
recorrido que desees, pero antes que se ponga el sol debes regresar al sitio de donde partiste. Toda
la tierra que cubras será tuya.
Pahom estaba alborozado. Decidió comenzar por la mañana. Charlaron, bebieron más kurniss,
comieron más oveja y bebieron más té, y así llegó la noche. Le dieron a Pahom una cama de edredón,
y los bashkirs se dispersaron, prometiendo reunirse a la mañana siguiente al romper el alba y viajar al
punto convenido antes del amanecer.
Pahom se quedó acostado, pero no pudo dormirse. No dejaba de pensar en su tierra.
"¡Qué gran extensión marcaré! -‐pensó-‐. Puedo andar fácilmente cincuenta kilómetros por día. Los
días ahora son largos, y un recorrido de cincuenta kilómetros representará gran cantidad de tierra.
Venderé las tierras más áridas, o las dejaré a los campesinos, pero yo escogeré la mejor y la trabajaré.
Compraré dos yuntas de bueyes y contrataré dos peones más. Unas noventa hectáreas destinaré a la
siembra y en el resto criaré ganado."
Por la puerta abierta vio que estaba rompiendo el alba.
-‐Es hora de despertarlos -‐se dijo-‐. Debemos ponernos en marcha.
Se levantó, despertó al criado (que dormía en el carromato), le ordenó uncir los caballos y fue a
despertar a los bashkirs.
-‐Es hora de ir a la estepa para medir las tierras -‐dijo.
Los bashkirs se levantaron y se reunieron, y también acudió el jefe. Se pusieron a beber más kurniss,
y ofrecieron a Pahom un poco de té, pero él no quería esperar.
-‐Si hemos de ir, vayamos de una vez. Ya es hora.
Los bashkirs se prepararon y todos se pusieron en marcha, algunos a caballo, otros en carros. Pahom
iba en su carromato con el criado, y llevaba una azada. Cuando llegaron a la estepa, el cielo de la
PLAN DE LECTURA “¿Cuánta tierra necesita un hombre?”, León Tolstoi
5
mañana estaba rojo. Subieron una loma y, apeándose de carros y caballos, se reunieron en un sitio. El
jefe se acercó a Pahom y extendió el brazo hacia la planicie.
-‐Todo esto, hasta donde llega la mirada, es nuestro. Puedes tomar lo que gustes.
A Pahom le relucieron los ojos, pues era toda tierra virgen, chata como la palma de la mano y negra
como semilla de amapola, y en las hondonadas crecían altos pastizales.
El jefe se quitó la gorra de piel de zorro, la apoyó en el suelo y dijo:
-‐Ésta será la marca. Empieza aquí y regresa aquí. Toda la tierra que rodees será tuya.
Pahom sacó el dinero y lo puso en la gorra. Luego se quitó el abrigo, quedándose con su chaquetón
sin mangas. Se aflojó el cinturón y lo sujetó con fuerza bajo el vientre, se puso un costal de pan en el
pecho del jubón y, atando una botella de agua al cinturón, se subió la caña de las botas, empuñó la
azada y se dispuso a partir. Tardó un instante en decidir el rumbo. Todas las direcciones eran
tentadoras.
-‐No importa -‐dijo al fin-‐. Iré hacia el sol naciente.
Se volvió hacia el este, se desperezó y aguardó a que el sol asomara sobre el horizonte.
"No debo perder tiempo -‐pensó-‐, pues es más fácil caminar mientras todavía está fresco."
Los rayos del sol no acababan de chispear sobre el horizonte cuando Pahom, azada al hombro, se
internó en la estepa.
Pahom caminaba a paso moderado. Tras avanzar mil metros se detuvo, cavó un pozo y apiló terrones
de hierba para hacerlo más visible. Luego continuó, y ahora que había vencido el entumecimiento
apuró el paso. Al cabo de un rato cavó otro pozo.
Miró hacia atrás. La loma se veía claramente a la luz del sol, con la gente encima, y las relucientes
llantas de las ruedas del carromato. Pahom calculó que había caminado cinco kilómetros. Estaba más
cálido; se quitó el chaquetón, se lo echó al hombro y continuó la marcha. Ahora hacía más calor; miró
el sol; era hora de pensar en el desayuno.
PLAN DE LECTURA “¿Cuánta tierra necesita un hombre?”, León Tolstoi
6
-‐He recorrido el primer tramo, pero hay cuatro en un día, y todavía es demasiado pronto para virar.
Pero me quitaré las botas -‐se dijo.
Se sentó, se quitó las botas, se las metió en el cinturón y reanudó la marcha. Ahora caminaba con
soltura.
"Seguiré otros cinco kilómetros -‐pensó-‐, y luego giraré a la izquierda. Este lugar es tan promisorio que
sería una pena perderlo. Cuanto más avanzo, mejor parece la tierra."
Siguió derecho por un tiempo, y cuando miró en torno, la loma era apenas visible y las personas
parecían hormigas, y apenas se veía un destello bajo el sol.
"Ah -‐pensó Pahom-‐, he avanzado bastante en esta dirección, es hora de girar. Además estoy
sudando, y muy sediento."
Se detuvo, cavó un gran pozo y apiló hierba. Bebió un sorbo de agua y giró a la izquierda. Continuó la
marcha, y la hierba era alta, y hacía mucho calor.
Pahom comenzó a cansarse. Miró el sol y vio que era mediodía.
"Bien -‐pensó-‐, debo descansar."
Se sentó, comió pan y bebió agua, pero no se acostó, temiendo quedarse dormido. Después de estar
un rato sentado, siguió andando. Al principio caminaba sin dificultad, y sentía sueño, pero continuó,
pensando: "Una hora de sufrimiento, una vida para disfrutarlo".
Avanzó un largo trecho en esa dirección, y ya iba a girar de nuevo a la izquierda cuando vio un
fecundo valle. "Sería una pena excluir ese terreno -‐pensó-‐. El lino crecería bien aquí.". Así que rodeó
el valle y cavó un pozo del otro lado antes de girar. Pahom miró hacia la loma. El aire estaba brumoso
y trémulo con el calor, y a través de la bruma apenas se veía a la gente de la loma.
"¡Ah! -‐pensó Pahom-‐. Los lados son demasiado largos. Este debe ser más corto." Y siguió a lo largo
del tercer lado, apurando el paso. Miró el sol. Estaba a mitad de camino del horizonte, y Pahom aún
no había recorrido tres kilómetros del tercer lado del cuadrado. Aún estaba a quince kilómetros de su
meta.
PLAN DE LECTURA “¿Cuánta tierra necesita un hombre?”, León Tolstoi
7
"No -‐pensó-‐, aunque mis tierras queden irregulares, ahora debo volver en línea recta. Podría
alejarme demasiado, y ya tengo gran cantidad de tierra.".
Pahom cavó un pozo de prisa.
Echó a andar hacia la loma, pero con dificultad. Estaba agotado por el calor, tenía cortes y
magulladuras en los pies descalzos, le flaqueaban las piernas. Ansiaba descansar, pero era imposible
si deseaba llegar antes del poniente. El sol no espera a nadie, y se hundía cada vez más.
"Cielos -‐pensó-‐, si no hubiera cometido el error de querer demasiado. ¿Qué pasará si llego tarde?"
Miró hacia la loma y hacia el sol. Aún estaba lejos de su meta, y el sol se aproximaba al horizonte.
Pahom siguió caminando, con mucha dificultad, pero cada vez más rápido. Apuró el paso, pero
todavía estaba lejos del lugar. Echó a correr, arrojó la chaqueta, las botas, la botella y la gorra, y
conservó sólo la azada que usaba como bastón.
"Ay de mí. He deseado mucho, y lo eché todo a perder. Tengo que llegar antes de que se ponga el
sol."
El temor le quitaba el aliento. Pahom siguió corriendo, y la camisa y los pantalones empapados se le
pegaban a la piel, y tenía la boca reseca. Su pecho jadeaba como un fuelle, su corazón batía como un
martillo, sus piernas cedían como si no le pertenecieran. Pahom estaba abrumado por el terror de
morir de agotamiento.
Aunque temía la muerte, no podía detenerse. "Después que he corrido tanto, me considerarán un
tonto si me detengo ahora", pensó. Y siguió corriendo, y al acercarse oyó que los bashkirs gritaban y
aullaban, y esos gritos le inflamaron aún más el corazón. Juntó sus últimas fuerzas y siguió corriendo.
El hinchado y brumoso sol casi rozaba el horizonte, rojo como la sangre. Estaba muy bajo, pero
Pahom estaba muy cerca de su meta. Podía ver a la gente de la loma, agitando los brazos para que se
diera prisa. Veía la gorra de piel de zorro en el suelo, y el dinero, y al jefe sentado en el suelo, riendo
a carcajadas.
"Hay tierras en abundancia -‐pensó-‐, ¿pero me dejará Dios vivir en ellas? ¡He perdido la vida, he
perdido la vida! ¡Nunca llegaré a ese lugar!"
PLAN DE LECTURA “¿Cuánta tierra necesita un hombre?”, León Tolstoi
8
Pahom miró el sol, que ya desaparecía, ya era devorado. Con el resto de sus fuerzas apuró el paso,
encorvando el cuerpo de tal modo que sus piernas apenas podían sostenerlo. Cuando llegó a la loma,
de pronto oscureció. Miró el cielo. ¡El sol se había puesto! Pahom dio un alarido.
"Todo mi esfuerzo ha sido en vano", pensó, y ya iba a detenerse, pero oyó que los bashkirs aún
gritaban, y recordó que aunque para él, desde abajo, parecía que el sol se había puesto, desde la
loma aún podían verlo. Aspiró una buena bocanada de aire y corrió cuesta arriba. Allí aún había luz.
Llegó a la cima y vio la gorra. Delante de ella el jefe se reía a carcajadas. Pahom soltó un grito. Se le
aflojaron las piernas, cayó de bruces y tomó la gorra con las manos.
-‐¡Vaya, qué sujeto tan admirable! -‐exclamó el jefe-‐. ¡Ha ganado muchas tierras!
El criado de Pahom se acercó corriendo y trató de levantarlo, pero vio que le salía sangre de la boca.
¡Pahom estaba muerto!
Los pakshirs chasquearon la lengua para demostrar su piedad.
Su criado empuñó la azada y cavó una tumba para Pahom, y allí lo sepultó. Dos metros de la cabeza a
los pies era todo lo que necesitaba.
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
1
EL ESCARABAJO DE ORO
Edgar Allan Poe
¡Hola, hola! ¡Este mozo es un danzante loco! Le ha picado la tarántula.
(Todo al revés.)
Hace muchos años trabé amistad íntima con un mister William Legrand. Era de una antigua
familia de hugonotes, y en otro tiempo había sido rico; pero una serie de infortunios le habían dejado
en la miseria. Para evitar la humillación consiguiente a sus desastres, abandonó Nueva Orleans, la
ciudad de sus antepasados, y fijó su residencia en la isla de Sullivan, cerca de Charleston, en Carolina
del Sur.
Esta isla es una de las más singulares. Se compone únicamente de arena de mar, y tiene, poco
más o menos, tres millas de largo. Su anchura no excede de un cuarto de milla. Está separada del
continente por una ensenada apenas perceptible, que fluye a través de un yermo de cañas y légamo,
lugar frecuentado por patos silvestres. La vegetación, como puede suponerse, es pobre, o, por lo
menos, enana. No se encuentran allí árboles de cierta magnitud. Cerca de la punta occidental, donde se
alza el fuerte Moultrie y algunas miserables casuchas de madera habitadas durante el verano por las
gentes que huyen del polvo y de las fiebres de Charleston, puede encontrarse es cierto, el palmito
erizado; pero la isla entera, a excepción de ese punto occidental, y de un espacio árido y blancuzco que
bordea el mar, está cubierta de una espesa maleza del mirto oloroso tan apreciado por los horticultores
ingleses. El arbusto alcanza allí con frecuencia una altura de quince o veinte pies, y forma una casi
impenetrable espesura, cargando el aire con su fragancia.
En el lugar más recóndito de esa maleza, no lejos del extremo oriental de la isla, es decir, del
más distante, Legrand se había construido él mismo una pequeña cabaña, que ocupaba cuando por
primera vez, y de un modo simplemente casual, hice su conocimiento. Este pronto acabó en amistad,
pues había muchas cualidades en el recluso que atraían el interés y la estimación. Le encontré bien
educado de una singular inteligencia, aunque infestado de misantropía, y sujeto a perversas alternativas
de entusiasmo y de melancolía. Tenía consigo muchos libros, pero rara vez los utilizaba. Sus
principales diversiones eran la caza y la pesca, o vagar a lo largo de la playa, entre los mirtos, en busca
de conchas o de ejemplares entomológicos; su colección de éstos hubiera podido suscitar la envidia de
un Swammerdamm.
En todas estas excursiones iba, por lo general, acompañado de un negro sirviente, llamado
Júpiter, que había sido manumitido antes de los reveses de la familia, pero al que no habían podido
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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convencer, ni con amenazas ni con promesas, a abandonar lo que él consideraba su derecho a seguir
los pasos de su joven massa Will. No es improbable que los parientes de Legrand, juzgando que éste
tenía la cabeza algo trastornada, se dedicaran a infundir aquella obstinación en Júpiter, con intención
de que vigilase y custodiase al vagabundo.
Los inviernos en la latitud de la isla de Sullivan son rara vez rigurosos, y al finalizar el año
resulta un verdadero acontecimiento que se requiera encender fuego. Sin embargo, hacia mediados de
octubre de 18..., hubo un día de frío notable. Aquella fecha, antes de la puesta del sol, subí por el
camino entre la maleza hacia la cabaña de mi amigo, a quien no había visitado hacia varias semanas,
pues residía yo por aquel tiempo en Charleston, a una distancia de nueve millas de la isla, y las
facilidades para ir y volver eran mucho menos grandes que hoy día. Al llegar a la cabaña llamé, como
era mi costumbre, y no recibiendo respuesta, busqué la llave donde sabía que estaba escondida, abrí la
puerta y entré. Un hermoso fuego llameaba en el hogar. Era una sorpresa, y, por cierto, de las
agradables. Me quité el gabán, coloqué un sillón junto a los leños chisporroteantes y aguardé con
paciencia el regreso de mis huéspedes.
Poco después de la caída de la tarde llegaron y me dispensaron una acogida muy cordial.
Júpiter, riendo de oreja a oreja, bullía preparando unos patos silvestres para la cena. Legrand se hallaba
en uno de sus ataques —¿Con qué otro término podría llamarse aquello?— de entusiasmo. Había
encontrado un bivalvo desconocido que formaba un nuevo género, y, más aún, había cazado y cogido
un escarabajo que creía totalmente nuevo, pero respecto al cual deseaba conocer mi opinión a la
mañana siguiente.
—¿Y por qué no esta noche?—pregunté, frotando mis manos ante el fuego y enviando al diablo
toda la especie de los escarabajos.
—¡Ah, si hubiera yo sabido que estaba usted aquí! —dijo Legrand—. Pero hace mucho tiempo
que no le había visto, y ¿cómo iba yo a adivinar que iba usted a visitarme precisamente esta noche?
Cuando volvía a casa, me encontré al teniente G…, del fuerte, y sin más ni más, le he dejado el
escarabajo: así que le será a usted imposible verle hasta mañana. Quédese aquí esta noche, y mandaré a
Júpiter allí abajo al amanecer. ¡Es la cosa más encantadora de la creación!
—¿El qué? ¿El amanecer?
—¡Qué disparate! ¡No! ¡El escarabajo! Es de un brillante color dorado, aproximadamente del
tamaño de una nuez, con dos manchas de un negro azabache: una, cerca de la punta posterior, y la
segunda, algo más alargada, en la otra punta. Las antenas son...
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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—No hay estaño1 en él, massa Will, se lo aseguro —interrumpió aquí Júpiter—; el escarabajo
es un escarabajo de oro macizo todo él, dentro y por todas partes, salvo las alas; no he visto nunca un
escarabajo la mitad de pesado.
—Bueno; supongamos que sea así—replicó Legrand, algo más vivamente, según me pareció,
de lo que exigía el caso—. ¿Es esto una razón para dejar que se quemen las aves? El color —y se
volvió hacia mí— bastaría para justificar la idea de Júpiter. No habrá usted visto nunca un reflejo
metálico más brillante que el que emite su caparazón, pero no podrá usted juzgarlo hasta mañana...
Entre tanto, intentaré darle una idea de su forma.
Dijo esto sentándose ante una mesita sobre la cual había una pluma y tinta, pero no papel.
Buscó un momento en un cajón, sin encontrarlo.
—No importa—dijo, por último—; esto bastará.
Y sacó del bolsillo de su chaleco algo que me pareció un trozo de viejo pergamino muy sucio, e
hizo encima una especie de dibujo con la pluma. Mientras lo hacía, permanecí en mi sitio junto al
fuego, pues tenía aún mucho frío. Cuando terminó su dibujo me lo entregó sin levantarse. Al cogerlo,
se oyó un fuerte gruñido, al que siguió un ruido de rascadura en la puerta. Júpiter abrió, y un enorme
terranova, perteneciente a Legrand, se precipitó dentro, y, echándose sobre mis hombros, me abrumó a
caricias, pues yo le había prestado mucha atención en mis visitas anteriores. Cuando acabó de dar
brincos, miré el papel, y, a decir verdad, me sentí perplejo ante el dibujo de mi amigo.
—Bueno— dije después de contemplarlo unos minutos—; esto es un extraño escarabajo, lo
confieso nuevo para mí: no he visto nunca nada parecido antes, a menos que sea un cráneo o una
calavera, a lo cual se parece más que a ninguna otra cosa que haya caído bajo mi observación.
—¡Una calavera!—repitió Legrand—. ¡Oh, sí! Bueno; tiene ese aspecto indudablemente en el
papel. Las dos manchas negras parecen unos ojos, ¿eh? Y la más larga de abajo parece una boca;
además, la forma entera es ovalada.
—Quizá sea así —dije—; pero temo que usted no sea un artista, Legrand. Debo esperar a ver el
insecto mismo para hacerme una idea de su aspecto.
—En fin, no sé —dijo él, un poco irritado—: dibujo regularmente, o, al menos, debería dibujar,
pues he tenido buenos maestros, y me jacto de no ser de todo tonto.
—Pero entonces, mi querido compañero, usted bromea —dije—: esto es un cráneo muy
pasable puedo incluso decir que es un cráneo excelente, conforme a las vulgares nociones que tengo 1 La pronunciación del inglés de la palabra antennae hace que Júpiter crea que se trata de estaño (tin): Dey ain’t no tin in him. Es un juego de palabras intraducible, por tanto. Téngase en cuenta (máxime en la época en que Poe sitúa este relato) la manera especial de hablar de los negros norteamericanos, cuyo slang resulta a veces ininteligible para los propios ingleses o yanquis.
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acerca de tales ejemplares de la fisiología; y su escarabajo será el más extraño de los escarabajos del
mundo si se parece a esto. Podríamos inventar alguna pequeña superstición muy espeluznante sobre
ello. Presumo que va usted a llamar a este insecto scaruboeus caput hominis o algo por el estilo; hay
en las historias naturales muchas denominaciones semejantes. Pero ¿dónde están las antenas de que
usted habló?
—¡Las antenas!—dijo Legrand, que parecía acalorarse inexplicablemente con el tema—. Estoy
seguro de que debe usted de ver las antenas. Las he hecho tan claras cual lo son en el propio insecto, y
presumo que es muy suficiente.
—Bien, bien —dije—; acaso las haya hecho usted y yo no las veo aún.
Y le tendí el papel sin más observaciones, no queriendo irritarle; pero me dejó muy sorprendido
el giro que había tomado la cuestión: su mal humor me intrigaba, y en cuanto al dibujo del insecto, allí
no había en realidad antenas visibles, y el conjunto se parecía enteramente a la imagen ordinaria de
una calavera.
Recogió el papel, muy malhumorado, y estaba a punto de estrujarlo y de tirarlo, sin duda, al
fuego, cuando una mirada casual al dibujo pareció encadenar su atención. En un instante su cara
enrojeció intensamente, y luego se quedó muy pálida. Durante algunos minutos, siempre sentado,
siguió examinando con minuciosidad el dibujo. A la larga se levantó, cogió una vela de la mesa, y fue
a sentarse sobre un arca de barco, en el rincón más alejado de la estancia. Allí se puso a examinar con
ansiedad el papel, dándole vueltas en todos sentidos. No dijo nada, empero, y su actitud me dejó muy
asombrado; pero juzgué prudente no exacerbar con ningún comentario su mal humor creciente. Luego
sacó de su bolsillo una cartera, metió con cuidado en ella el papel, y lo depositó todo dentro de un
escritorio, que cerró con llave. Recobró entonces la calma; pero su primer entusiasmo había
desaparecido por completo. Aun así, parecía mucho más abstraído que malhumorado. A medida que
avanzaba la tarde, se mostraba más absorto en un sueño, del que no lograron arrancarle ninguna de mis
ocurrencias. Al principio había yo pensado pasar la noche en la cabaña, como hacía con frecuencia
antes; pero, viendo a mi huésped en aquella actitud, juzgué más conveniente marcharme. No me instó
a que me quedase; pero al partir, estrechó mi mano con más cordialidad que de costumbre.
Un mes o cosa así después de esto (y durante ese lapso de tiempo no volví a ver a Legrand),
recibí la visita, en Charleston, de su criado Júpiter. No había yo visto nunca al viejo y buen negro tan
decaído, y temí que le hubiera sucedido a mi amigo algún serio infortunio.
—Bueno, Júpiter—dije—. ¿Qué hay de nuevo? ¿Cómo está tu amo?
—¡Vaya! A decir verdad, massa, no está tan bien como debiera.
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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—¡Que no está bien! Siento de verdad la noticia. ¿De qué se queja?
—¡Ah, caramba! ¡Ahí está la cosa! No se queja nunca de nada; pero, de todas maneras, está
muy malo.
—¡Muy malo, Júpiter! ¿Por qué no lo has dicho enseguida? ¿Está en la cama?
—No, no, no está en la cama. No está bien en ninguna parte, y ahí le aprieta el zapato. Tengo la
cabeza trastornada con el pobre massa Will.
—Júpiter, quisiera comprender algo de eso que me cuentas. Dices que tu amo está enfermo.
¿No te ha dicho qué tiene?
—Bueno, massa; es inútil romperse la cabeza pensando en eso. Massa Will dice que no tiene
nada pero entonces ¿por qué va de un lado para otro, con la cabeza baja y la espalda curvada, mirando
al suelo, más blanco que una oca? Y haciendo garabatos todo el tiempo...
—¿Haciendo qué?
—Haciendo números con figuras sobre una pizarra; las figuras más raras que he visto nunca. Le
digo que voy sintiendo miedo. Tengo que estar siempre con un ojo sobre él. El otro día se me escapó
antes de amanecer y estuvo fuera todo el santo día. Había yo cortado un buen palo para darle una tunda
de las que duelen cuando volviese; pero fui tan tonto, que no tuve valor, ¡parece tan desgraciado!
—¿Eh? ¿Cómo? ¡Ah, sí! Después de todo has hecho bien en no ser demasiado severo con el
pobre muchacho. No hay que pegarle, Júpiter; no está bien, seguramente. Pero ¿no puedes formarte
una idea de lo que ha ocasionado esa enfermedad o más bien ese cambio de conducta? ¿Le ha ocurrido
algo desagradable desde que no le veo?
—No, massa, no ha ocurrido nada desagradable desde entonces, sino antes; sí, eso temo: el
mismo día en que usted estuvo allí.
—¡Cómo! ¿Qué quiere decir?
—Pues... me refiero al escarabajo, y nada más.
—¿De qué?
—Del escarabajo... Estoy seguro de que massa Will ha sido picado en alguna parte de la cabeza
por ese escarabajo de oro.
—¿Y qué motivos tienes tú, Júpiter, para hacer tal suposición?
—Tiene ese bicho demasiadas uñas para eso, y también boca. No he visto nunca un escarabajo
tan endiablado; coge y pica todo lo que se le acerca. Massa Will le había cogido..., pero enseguida le
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soltó, se lo aseguro... Le digo a usted que entonces es, sin duda, cuando le ha picado. La cara y la boca
de ese escarabajo no me gustan; por eso no he querido cogerlo con mis dedos; pero he buscado un
trozo de papel para meterlo. Le envolví en un trozo de papel con otro pedacito en la boca; así lo hice.
—¿Y tú crees que tu amo ha sido picado realmente por el escarabajo, y que esa picadura le ha
puesto enfermo?
—No lo creo, lo sé. ¿Por qué está siempre soñando con oro, sino porque le ha picado el
escarabajo de oro? Ya he oído hablar de esos escarabajos de oro.
—Pero ¿cómo sabes que sueña con oro?
—¿Cómo lo sé? Porque habla de ello hasta durmiendo; por eso lo sé.
—Bueno, Júpiter; quizá tengas razón, pero ¿a qué feliz circunstancia debo hoy el honor de tu
visita?
—¿Qué quiere usted decir, massa?
—¿Me traes algún mensaje de míster Legrand?
—No, massa; le traigo este papel.
Y Júpiter me entregó una esquela que decía lo siguiente:
"Querido amigo: ¿Por qué no le veo hace tanto tiempo? Espero que no cometerá usted la
tontería de sentirse ofendido por aquella pequeña brusquedad mía; pero no, no es probable.
"Desde que le vi, siento un gran motivo de inquietud. Tengo algo que decirle; pero apenas sé
cómo decírselo, o incluso no sé si se lo diré.
"No estoy del todo bien desde hace unos días, y el pobre viejo Júpiter me aburre de un modo
insoportable con sus buenas intenciones y cuidados. ¿Lo creerá usted? El otro día había preparado un
garrote para castigarme por haberme escapado y pasado el día solus en las colinas del continente. Creo
de veras que sólo mi mala cara me salvó de la paliza.
"No he añadido nada a mi colección desde que no nos vemos.
"Si puede usted, sin gran inconveniente, venga con Júpiter. Venga. Deseo verle esta noche para
un asunto de importancia. Le aseguro que es de la más alta importancia. Siempre suyo,
William Legrand."
Había algo en el tono de esta carta que me produjo una gran inquietud. El estilo difería en
absoluto del de Legrand. ¿Con qué podía él soñar? ¿Qué nueva chifladura dominaba su excitable
mente? ¿Qué "asunto de la más alta importancia" podía él tener que resolver? El relato de Júpiter no
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presagiaba nada bueno. Temía yo que la continua opresión del infortunio hubiese a la larga trastornado
por completo la razón de mi amigo. Sin un momento de vacilación, me dispuse a acompañar al negro.
Al llegar al fondeadero, vi una guadaña y tres azadas, todas evidentemente nuevas, que yacían
en el fondo del barco donde íbamos a navegar.
—¿Qué significa todo esto, Jup?—pregunté.
—Es una guadaña, massa, y unas azadas.
—Es cierto; pero ¿qué hacen aquí?
—Massa Will me ha dicho que comprase eso para él en la ciudad, y lo he pagado muy caro; nos
cuesta un dinero de mil demonios.
—Pero, en nombre de todo lo que hay de misterioso, ¿qué va a hacer tu "massa Will" con esa
guadaña y esas azadas?
—No me pregunte más de lo que sé; que el diablo me lleve si lo sé yo tampoco. Pero todo eso
es cosa del escarabajo.
Viendo que no podía obtener ninguna aclaración de Júpiter, cuya inteligencia entera parecía
estar absorbida por el escarabajo, bajé al barco y desplegué la vela. Una agradable y fuerte brisa nos
empujó rápidamente hasta la pequeña ensenada al norte del fuerte Moultrie, y un paseo de unas dos
millas nos llevó hasta la cabaña. Serían alrededor de las tres de la tarde cuando llegamos. Legrand nos
esperaba preso de viva impaciencia. Asió mi mano con nervioso empressement2 que me alarmó,
aumentando mis sospechas nacientes. Su cara era de una palidez espectral, y sus ojos, muy hundidos,
brillaban con un fulgor sobrenatural. Después de algunas preguntas sobre mi salud, quise saber, no
ocurriéndoseme nada mejor que decir, si el teniente G… le había devuelto el escarabajo.
—¡Oh, sí! —replicó, poniéndose muy colorado—. Le recogí a la mañana siguiente. Por nada
me separaría de ese escarabajo. ¿Sabe usted que Júpiter tiene toda la razón respecto a eso?
—¿En qué?—pregunté con un triste presentimiento en el corazón.
—En suponer que el escarabajo es de oro de veras.
Dijo esto con un aire de profunda seriedad que me produjo una indecible desazón.
—Ese escarabajo hará mi fortuna— prosiguió él, con una sonrisa triunfal— al reintegrarme mis
posesiones familiares. ¿Es de extrañar que yo lo aprecie tanto? Puesto que la Fortuna ha querido
2 Solicitud, ansia. En francés en el original.
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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concederme esa dádiva, no tengo más que usarla adecuadamente, y llegaré hasta el oro del cual ella es
indicio. ¡Júpiter, trae ese escarabajo!
—¡Cómo! ¡El escarabajo, massa! Prefiero no tener jaleos con el escarabajo; ya sabrá cogerlo
usted mismo.
En este momento Legrand se levantó con un aire solemne e imponente, y fue a sacar el insecto
de un fanal, dentro del cual le había dejado. Era un hermoso escarabajo desconocido en aquel tiempo
por los naturalistas, y, por supuesto, de un gran valor desde un punto de vista científico. Ostentaba dos
manchas negras en un extremo del dorso, y en el otro, una más alargada. El caparazón era
notablemente duro y brillante, con un aspecto de oro bruñido. Tenía un peso notable, y, bien
considerada la cosa, no podía yo censurar demasiado a Júpiter por su opinión respecto a él; pero me
era imposible comprender que Legrand fuese de igual opinión.
—Le he enviado a buscar —dijo él, en un tono grandilocuente, cuando hube terminado mi
examen del insecto—; le he enviado a buscar para pedirle consejo y ayuda en el cumplimiento de los
designios del Destino y del escarabajo...
—Mi querido Legrand —interrumpí—, no está usted bien, sin duda, y haría mejor en tomar
algunas precauciones. Váyase a la cama, y me quedaré con usted unos días, hasta que se restablezca.
Tiene usted fiebre y...
—Tómeme usted el pulso —dijo él.
Se lo tomé, y, a decir verdad, no encontré el menor síntoma de fiebre.
—Pero puede estar enfermo sin tener fiebre. Permítame esta vez tan sólo que actúe de médico
con usted. Y después...
—Se equivoca —interrumpió él—; estoy tan bien como puedo esperar estarlo con la excitación
que sufro. Si realmente me quiere usted bien, aliviará esta excitación.
—¿Y qué debo hacer para eso?
—Es muy fácil. Júpiter y yo partimos a una expedición por las colinas, en el continente, y
necesitamos para ella la ayuda de una persona en quien podamos confiar. Es usted esa persona única.
Ya sea un éxito o un fracaso, la excitación que nota usted en mí se apaciguará igualmente con esa
expedición.
—Deseo vivamente servirle a usted en lo que sea —repliqué—; pero ¿pretende usted decir que
ese insecto infernal tiene alguna relación con su expedición a las colinas?
—La tiene.
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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—Entonces, Legrand, no puedo tomar parte en tan absurda empresa.
—Lo siento, lo siento mucho, pues tendremos que intentar hacerlo nosotros solos.
—¡Intentarlo ustedes solos! (¡Este hombre está loco, seguramente!) Pero veamos, ¿cuánto
tiempo se propone usted estar ausente?
—Probablemente, toda la noche. Vamos a partir enseguida, y en cualquiera de los casos,
estaremos de vuelta al salir el sol.
—¿Y me promete por su honor que, cuando ese capricho haya pasado y el asunto del
escarabajo (¡Dios mío!) esté arreglado a su satisfacción, volverá usted a casa y seguirá con exactitud
mis prescripciones como las de su médico?
—Sí, se lo prometo; y ahora, partamos, pues no tenemos tiempo que perder.
Acompañé a mi amigo, con el corazón apesadumbrado. A cosa de las cuatro nos pusimos en
camino Legrand Júpiter, el perro y yo. Júpiter cogió la guadaña y las azadas. Insistió en cargar con
todo ello, más bien, me pareció, por temor a dejar una de aquellas herramientas en manos de su amo
que por un exceso de celo o de complacencia. Mostraba un humor de perros, y estas palabras,
"condenado escarabajo", fueron las únicas que se escaparon de sus labios durante el viaje. Por mi parte
estaba encargado de un par de linternas, mientras Legrand se había contentado con el escarabajo, que
llevaba atado al extremo de un trozo de cuerda; lo hacía girar de un lado para otro, con un aire de
nigromante, mientras caminaba. Cuando observaba yo aquel último y supremo síntoma del trastorno
mental de mi amigo, no podía apenas contener las lágrimas. Pensé, no obstante, que era preferible
acceder a su fantasía, al menos por el momento, o hasta que pudiese yo adoptar algunas medidas más
enérgicas con una probabilidad de éxito. Entre tanto, intenté, aunque en vano, sondearle respecto al
objeto de la expedición. Habiendo conseguido inducirme a que le acompañase, parecía mal dispuesto a
entablar conversación sobre un tema de tan poca importancia, y a todas mis preguntas no les concedía
otra respuesta que un "Ya veremos".
Atravesamos en una barca la ensenada en la punta de la isla, y trepando por los altos terrenos
de la orilla del continente, seguimos la dirección Noroeste, a través de una región sumamente salvaje y
desolada, en la que no se veía rastro de un pie humano. Legrand avanzaba con decisión, deteniéndose
solamente algunos instantes, aquí y allá, para consultar ciertas señales que debía de haber dejado él
mismo en una ocasión anterior.
Caminamos así cerca de dos horas, e iba a ponerse el sol, cuando entramos en una región
infinitamente más triste que todo lo que habíamos visto antes. Era una especie de meseta cerca de la
cumbre de una colina casi inaccesible, cubierta de espesa arboleda desde la base a la cima, y sembrada
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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de enormes bloques de piedra que parecían esparcidos en mezcolanza sobre el suelo, y muchos de los
cuales se hubieran precipitado a los valles inferiores sin la contención de los árboles en que se
apoyaban. Profundos barrancos, que se abrían en varias direcciones, daban un aspecto de solemnidad
más lúgubre al paisaje.
La plataforma natural sobre la cual habíamos trepado estaba tan repleta de zarzas, que nos
dimos cuenta muy pronto de que sin la guadaña nos hubiera sido imposible abrirnos paso. Júpiter, por
orden de su amo, se dedicó a despejar el camino hasta el pie de un enorme tulípero que se alzaba, entre
ocho o diez robles, sobre la plataforma, y que los sobrepasaba a todos, así como a los árboles que había
yo visto hasta entonces, por la belleza de su follaje y forma, por la inmensa expansión de su ramaje y
por la majestad general de su aspecto. Cuando hubimos llegado a aquel árbol. Legrand se volvió hacia
Júpiter y le preguntó si se creía capaz de trepar por él. El viejo pareció un tanto azarado por la
pregunta, y durante unos momentos no respondió. Por último, se acercó al enorme tronco, dio la vuelta
a su alrededor y lo examinó con minuciosa atención. Cuando hubo terminado su examen, dijo
simplemente:
—Sí, massa: Jup no ha encontrado en su vida árbol al que no pueda trepar.
—Entonces, sube lo más deprisa posible, pues pronto habrá demasiada oscuridad para ver lo
que hacemos.
—¿Hasta dónde debo subir, massa? —preguntó Júpiter.
—Sube primero por el tronco, y entonces te diré qué camino debes seguir... ¡Ah, detente ahí!
Lleva contigo este escarabajo.
—¡El escarabajo, massa Will, el escarabajo de oro! —gritó el negro, retrocediendo con terror—
. ¿Por qué debo llevar ese escarabajo conmigo sobre el árbol? ¡Que me condene si lo hago!
—Si tienes miedo, Jup, tú, un negro grande y fuerte como pareces a tocar un pequeño insecto
muerto e inofensivo, puedes llevarle con esta cuerda; pero si no quieres cogerle de ningún modo, me
veré en la necesidad de abrirte la cabeza con esta azada.
—¿Qué le pasa ahora massa? —dijo Jup, avergonzado, sin duda, y más complaciente—.
Siempre ha de tomarla con su viejo negro. Era sólo una broma y nada más. ¡Tener yo miedo al
escarabajo! ¡Pues sí que me preocupa a mí el escarabajo.
Cogió con precaución la punta de la cuerda, y, manteniendo al insecto tan lejos de su persona
como las circunstancias lo permitían, se dispuso a subir al árbol.
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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En su juventud, el tulípero o Liriodendron Tutipiferum, el más magnífico de los árboles
selváticos americanos tiene un tronco liso en particular y se eleva con frecuencia a gran altura, sin
producir ramas laterales; pero cuando llega a su madurez, la corteza se vuelve rugosa y desigual,
mientras pequeños rudimentos de ramas aparecen en gran número sobre el tronco. Por eso la dificultad
de la ascensión, en el caso presente, lo era mucho más en apariencia que en la realidad. Abrazando lo
mejor que podía el enorme cilindro con sus brazos y sus rodillas asiendo con las manos algunos brotes
y apoyando sus pies descalzos sobre los otros, Júpiter, después de haber estado a punto de caer una o
dos veces se izó al final hasta la primera gran bifurcación y pareció entonces considerar el asunto como
virtualmente realizado. En efecto, el riesgo de la empresa había ahora desaparecido, aunque el
escalador estuviese a unos sesenta o setenta pies de la tierra.
—¿Hacia qué lado debo ir ahora, massa Will? —preguntó él.
—Sigue siempre la rama más ancha, la de ese lado—dijo Legrand.
El negro obedeció con prontitud, y en apariencia, sin la menor inquietud; subió, subió cada vez
más alto, hasta que desapareció su figura encogida entre el espeso follaje que la envolvía. Entonces se
dejó oír su voz lejana gritando:
—¿Debo subir mucho todavía?
—¿A qué altura estás?—preguntó Legrand.
—Estoy tan alto —replicó el negro—, que puedo ver el cielo a través de la copa del árbol.
—No te preocupes del cielo, pero atiende a lo que te digo. Mira hacia abajo el tronco y cuenta
las ramas que hay debajo de ti por ese lado. ¿Cuántas ramas has pasado?
—Una, dos, tres, cuatro, cinco. He pasado cinco ramas por ese lado, massa.
—Entonces sube una rama más.
Al cabo de unos minutos la voz de oyó de nuevo, anunciando que había alcanzado la séptima
rama.
—Ahora, Jup—gritó Legrand, con una gran agitación—, quiero que te abras camino sobre esa
rama hasta donde puedas. Si ves algo extraño, me lo dices.
Desde aquel momento las pocas dudas que podía haber tenido sobre la demencia de mi pobre
amigo se disiparon por completo. No me quedaba otra alternativa que considerarle como atacado de
locura, me sentí seriamente preocupado con la manera de hacerle volver a casa. Mientras reflexionaba
sobre que sería preferible hacer, volvió a oírse la voz de Júpiter.
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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—Tengo miedo de avanzar más lejos por esa rama: es una rama muerta en casi toda su
extensión.
—¿Dices que es una rama muerta Júpiter?—gritó Legrand con voz trémula.
—Sí, massa, muerta como un clavo de puerta, eso es cosa sabida; no tiene ni pizca de vida.
—¿Qué debo hacer, en nombre del Cielo?.—preguntó Legrand, que parecía sumido en una gran
desesperación.
—¿Qué debe hacer? —dije, satisfecho de que aquella oportunidad me permitiese colocar una
palabra—; Volver a casa y meterse en la cama. ¡Vámonos ya! Sea usted amable, compañero. Se hace
tarde; y además, acuérdese de su promesa.
—¡Júpiter!—gritó él, sin escucharme en absoluto—, ¿me oyes?
—Sí, massa Will, le oigo perfectamente.
—Entonces tantea bien con tu cuchillo, y dime si crees que está muy podrida.
—Podrida, massa, podrida, sin duda —replicó el negro después de unos momentos—; pero no
tan podrida como cabría creer. Podría avanzar un poco más, si estuviese yo solo sobre la rama, eso es
verdad.
—¡Si estuvieras tú solo! ¿Qué quieres decir?
—Hablo del escarabajo. Es muy pesado el tal escarabajo. Supongo que, si lo dejase caer, la
rama soportaría bien, sin romperse, el peso de un negro.
—¡Maldito bribón! —gritó Legrand, que parecía muy reanimado—. ¿Qué tonterías estas
diciendo? Si dejas caer el insecto, te retuerzo el pescuezo. Mira hacia aquí, Júpiter, ¿me oyes?
—Sí, massa; no hay que tratar así a un pobre negro.
—Bueno; escúchame ahora. Si te arriesgas sobre la rama todo lo lejos que puedas hacerlo sin
peligro y sin soltar el insecto, te regalare un dólar de plata tan pronto como hayas bajado.
—Ya voy, massa Will, Ya voy allá—replicó el negro con prontitud—. Estoy al final ahora.
—¡Al final! —Chillo Legrand, muy animado—. ¿Quieres decir que estas al final de esa rama?
—Estaré muy pronto al final, massa... ¡Ooooh! ¡Dios mío, misericordia! ¿Que es eso que hay
sobre el árbol?
—¡Bien! —Gritó Legrand muy contento—, ¿qué es eso?
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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—Pues sólo una calavera; alguien dejó su cabeza sobre el árbol, y los cuervos han picoteado
toda la carne.
—Una calavera, dices! Muy bien... ¿Cómo está atada a la rama? ¿Qué la sostiene?
—Seguramente, se sostiene bien; pero tendré que ver. ¡Ah! Es una cosa curiosa, palabra..., hay
una clavo grueso clavado en esta calavera, que la retiene al árbol.
—Bueno; ahora, Júpiter, haz exactamente lo que voy a decirte. ¿Me oyes?
—Sí, massa.
—Fíjate bien, y luego busca el ojo izquierdo de la calavera.
—¡Hum! ¡Oh, esto sí que es bueno! No tiene ojo izquierdo ni por asomo.
—¡Maldita estupidez la tuya! ¿Sabes distinguir bien tu mano izquierda de tu mano derecha?
—Sí que lo sé, lo sé muy bien; mi mano izquierda es con la que parto la leña.
—¡Seguramente! eres zurdo. Y tu ojo izquierdo está del mismo lado de tu mano izquierda.
Ahora supongo que podrás encontrar el ojo izquierdo de la calavera, o el sitio donde estaba ese ojo.
¿Lo has encontrado?
—¿El ojo izquierdo de la calavera está del mismo lado que la mano izquierda del cráneo
también?... Porque la calavera no tiene mano alguna... ¡No importa! Ahora he encontrado el ojo
izquierdo, ¡aquí está el ojo izquierdo! ¿Qué debo hacer ahora?
—Deja pasar por él el escarabajo, tan lejos como pueda llegar la cuerda; pero ten cuidado de no
soltar la punta de la cuerda.
—Ya está hecho todo, massa Will; era cosa fácil hacer pasar el escarabajo por el agujero...
Mírelo cómo baja.
Durante este coloquio, no podía verse ni la menor parte de Júpiter; pero el insecto que él dejaba
caer aparecía ahora visible al extremo de la cuerda y brillaba, como una bola de oro bruñido a los
últimos rayos del sol poniente, algunos de los cuales iluminaban todavía un poco la eminencia sobre la
que estábamos colocados. El escarabajo, al descender, sobresalía visiblemente de las ramas, y si el
negro le hubiese soltado, habría caído a nuestros pies. Legrand cogió enseguida la guadaña y despejó
un espacio circular, de tres o cuatro yardas de diámetro, justo debajo del insecto. Una vez hecho esto,
ordenó a Júpiter que soltase la cuerda y que bajase del árbol.
Con gran cuidado clavó mi amigo una estaca en la tierra sobre el lugar preciso donde había
caído el insecto, y luego sacó de su bolsillo una cinta para medir. La ató por una punta al sitio del árbol
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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que estaba más próximo a la estaca, la desenrolló hasta ésta y siguió desenrollándola en la dirección
señalada por aquellos dos puntos —la estaca y el tronco—hasta una distancia de cincuenta pies; Júpiter
limpiaba de zarzas el camino con la guadaña. En el sitio así encontrado clavó una segunda estaca, y,
tomándola como centro, describió un tosco círculo de unos cuatro pies de diámetro, aproximadamente.
Cogió entonces una de las azadas, dio la otra a Júpiter y la otra a mí, y nos pidió que cavásemos lo más
deprisa posible.
A decir verdad, yo no había sentido nunca un especial agrado con semejante diversión, y en
aquel momento preciso renunciaría a ella, pues la noche avanzaba, y me sentía muy fatigado con el
ejercicio que hube de hacer; pero no veía modo alguno de escapar de aquello, y temía perturbar la
ecuanimidad de mi pobre amigo con una negativa. De haber podido contar efectivamente con la ayuda
de Júpiter no hubiese yo vacilado en llevar a la fuerza al lunático a su casa; pero conocía demasiado
bien el carácter del viejo negro para esperar su ayuda en cualquier circunstancia, y más en el caso de
una lucha personal con su amo. No dudaba yo que Legrand estaba contaminado por alguna de las
innumerables supersticiones del Sur referentes a los tesoros escondidos, y que aquella fantasía hubiera
sido confirmada por el hallazgo del escarabajo, o quizá por la obstinación de Júpiter en sostener que
era un "escarabajo de oro de verdad". Una mentalidad predispuesta a la locura podía dejarse arrastrar
por tales sugestiones, sobre todo si concordaban con sus ideas favoritas preconcebidas; y entonces
recordé el discurso del Pobre muchacho referente al insecto que iba a ser ''el indicio de su fortuna". Por
encima de todo ello me sentía enojado y perplejo; pero al final decidí hacer ley de la necesidad y cavar
con buena voluntad para convencer lo antes posible al visionario con una prueba ocular, de la falacia
de las opiniones que él mantenía.
Encendimos las linternas y nos entregamos a nuestra tarea con un celo digno de una causa más
racional; y como la luz caía sobre nuestras personas y herramientas, no pude impedirme pensar en el
grupo pintoresco que formábamos, y en que si algún intruso hubiese aparecido, por casualidad, en
medio de nosotros, habría creído que realizábamos una labor muy extraña y sospechosa.
Cavamos con firmeza durante dos horas. Se oían pocas palabras, y nuestra molestia principal la
causaban los ladridos del perro, que sentía un interés excesivo por nuestros trabajos. A la larga se puso
tan alborotado, que temimos diese la alarma a algunos merodeadores de las cercanías, o más bien era el
gran temor de Legrand, pues, por mi parte, me habría regocijado cualquier interrupción que me hubiera
permitido hacer volver al vagabundo a su casa. Finalmente, fue acallado el alboroto por Júpiter, quien,
lanzándose fuera del hoyo con un aire resuelto y furioso embozaló el hocico del animal con uno de sus
tirantes y luego volvió a su tarea con una risita ahogada.
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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Cuando expiró el tiempo mencionado, el hoyo había alcanzado una profundidad de cinco pies,
y aun así, no aparecía el menor indicio de tesoro. Hicimos una pausa general, y empecé a tener la
esperanza de que la farsa tocaba a su fin. Legrand, sin embargo, aunque a todas luces muy
desconcertado, se enjugó la frente con aire pensativo y volvió a empezar. Habíamos cavado el círculo
entero de cuatro pies de diámetro, y ahora superamos un poco aquel límite y cavamos dos pies más. No
apareció nada. El buscador de oro, por el que sentía yo una sincera compasión, saltó del hoyo al cabo,
con la más amarga desilusión grabada en su cara, y se decidió, lenta y pesarosamente, a ponerse la
chaqueta, que se había quitado al empezar su labor. En cuanto a mí, me guardé de hacer ninguna
observación. Júpiter a una señal de su mano, comenzó a recoger las herramientas. Hecho esto, y una
vez quitado el bozal al perro volvimos en un profundo silencio hacia la casa.
Habríamos dado acaso una docena de pasos, cuando, con un tremendo juramento, Legrand se
arrojó sobre Júpiter y le agarró del cuello. El negro, atónito abrió los ojos y la boca en todo su tamaño,
soltó las azadas y cayó de rodillas.
—¡Eres un bribón! —dijo Legrand, haciendo silbar las sílabas entre sus labios apretados—, ¡un
malvado negro! ¡Habla, te digo! ¡Contéstame al instante y sin mentir! ¿Cuál es..., cuál es tu ojo
izquierdo?
—¡Oh, misericordia, massa Will! ¿No es, seguramente, éste mi ojo izquierdo? —rugió,
aterrorizado, Júpiter, poniendo su mano sobre el órgano derecho de su visión, y manteniéndola allí con
la tenacidad de la desesperación, como si temiese que su amo fuese a arrancárselo.
—¡Lo sospechaba! ¡Lo sabía! ¡Hurra!—vociferó Legrand, soltando al negro y dando una serie
de corvetas y cabriolas, ante el gran asombro de su criado, quien, alzándose sobre sus rodillas, miraba
en silencio a su amo y a mí, a mí y a su amo.
—¡Vamos! Debemos volver —dijo éste— No está aún perdida la partida—y se encaminó de
nuevo hacia el tulípero.
—Júpiter —dijo, cuando llegamos al píe del árbol—, ¡ven aquí! ¿Estaba la calavera clavada a
la rama con la cara vuelta hacia fuera, o hacia la rama?
—La cara estaba vuelta hacia afuera, massa, así es que los cuervos han podido comerse muy
bien los ojos, sin la menor dificultad.
—Bueno, entonces, ¿has dejado caer el insecto por este ojo o por este otro? —y Legrand tocaba
alternativamente los ojos de Júpiter.
—Por este ojo, massa, por el ojo izquierdo, exactamente como usted me dijo.
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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Y el negro volvió a señalar su ojo derecho.
Entonces mi amigo, en cuya locura veía yo, o me imaginaba ver, ciertos indicios de método,
trasladó la estaca que marcaba el sitio donde había caído el insecto, unas tres pulgadas hacia el oeste de
su primera posición. Colocando ahora la cinta de medir desde el punto más cercano del tronco hasta la
estaca, como antes hiciera, y extendiéndola en línea recta a una distancia de cincuenta pies, donde
señalaba la estaca, la alejó varias yardas del sitio donde habíamos estado cavando.
Alrededor del nuevo punto trazó ahora un círculo, un poco más ancho que el primero, y
volvimos a manejar la azada. Estaba yo atrozmente cansado; pero, sin darme cuenta de lo que había
ocasionado aquel cambio en mi pensamiento, no sentía ya gran aversión por aquel trabajo impuesto.
Me interesaba de un modo inexplicable; más aún, me excitaba. Tal vez había en todo el extravagante
comportamiento de Legrand cierto aire de presciencia, de deliberación, que me impresionaba. Cavaba
con ardor, y de cuando en cuando me sorprendía buscando, por decirlo así, con los ojos movidos de un
sentimiento que se parecía mucho a la espera, aquel tesoro imaginario, cuya visión había trastornado a
mi infortunado compañero. En uno de esos momentos en que tales fantasías mentales se habían
apoderado más a fondo de mí, y cuando llevábamos trabajando quizá una hora y media, fuimos de
nuevo interrumpidos por los violentos ladridos del perro. Su inquietud, en el primer caso, era, sin duda,
el resultado de un retozo o de un capricho; pero ahora asumía un tono más áspero y más serio. Cuando
Júpiter se esforzaba por volver a ponerle un bozal, ofreció el animal una furiosa resistencia, y, saltando
dentro del hoyo, se puso a cavar, frenético, con sus uñas. En unos segundos había dejado al
descubierto una masa de osamentas humanas, formando dos esqueletos íntegros, mezclados con varios
botones de metal y con algo que nos pareció ser lana podrida y polvorienta. Uno o dos azadonazos
hicieron saltar la hoja de un ancho cuchillo español, y al cavar más surgieron a la luz tres o cuatro
monedas de oro y de plata.
Al ver aquello, Júpiter no pudo apenas contener su alegría; pero la cara de su amo expresó una
extraordinaria desilusión. Nos rogó, con todo, que continuásemos nuestros esfuerzos, y apenas había
dicho aquellas palabras, tropecé y caí hacia adelante, al engancharse la punta de mi bota en una ancha
argolla de hierro que yacía medio enterrada en la tierra blanda.
Nos pusimos a trabajar ahora con gran diligencia, y nunca he pasado diez minutos de más
intensa excitación. Durante este intervalo desenterramos por completo un cofre oblongo de madera
que, por su perfecta conservación y asombrosa dureza, había sido sometida a algún procedimiento de
mineralización, acaso por obra del bicloruro de mercurio. Dicho cofre tenía tres pies y medio de largo,
tres de ancho y dos y medio de profundidad. Estaba asegurado con firmeza por unos flejes de hierro
forjado, remachados, y que formaban alrededor de una especie de enrejado. De cada lado del cofre,
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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cerca de la tapa había tres argollas de hierro —seis en total—, por medio de las cuales, seis personas
podían asirla Nuestros esfuerzos unidos sólo consiguieron moverlo ligeramente de su lecho. Vimos
enseguida la imposibilidad de transportar un peso tan grande. Por fortuna, la tapa estaba sólo
asegurada con dos tornillos movibles. Los sacamos, trémulos y palpitantes de ansiedad. En un instante,
un tesoro de incalculable valor apareció refulgente ante nosotros. Los rayos de las linternas caían en el
hoyo, haciendo brotar de un montón confuso de oro y de joyas destellos y brillos que cegaban del todo
nuestros ojos.
No intentaré describir los sentimientos con que contemplaba aquello. El asombro,
naturalmente, predominaba sobre los demás. Legrand parecía exhausto por la excitación, y no profirió
más que algunas palabras. En cuanto a Júpiter, su rostro durante unos minutos adquirió la máxima
palidez que puede tomar la cara de un negro en tales circunstancias. Parecía estupefacto, fulminado.
Pronto cayó de rodillas en el hoyo, y hundiendo sus brazos hasta el codo en el oro, los dejó allí, como
si gozase del placer de un baño. A la postre exclamó con un hondo suspiro, como en un monólogo:
—¡Y todo esto viene del escarabajo de oro! ¡Del pobre escarabajito, al que yo insultaba y
calumniaba! ¿No te avergüenzas de ti mismo, negro? ¡Anda, contéstame!
Fue menester, por último, que despertase a ambos, al amo y al criado, ante la conveniencia de
transportar el tesoro. Se hacía tarde y teníamos que desplegar cierta actividad, si queríamos que todo
estuviese en seguridad antes del amanecer. No sabíamos qué determinación tomar, y perdimos mucho
tiempo en deliberaciones de lo trastornadas que teníamos nuestras ideas. Por último, aligeramos de
peso al cofre quitando las dos terceras partes de su contenido, y pudimos, en fin, no sin dificultad,
sacarlo del hoyo. Los objetos que habíamos extraído fueron depositados entre las zarzas, bajo la
custodia del perro, al que Júpiter ordenó que no se moviera de su puesto bajo ningún pretexto, y que no
abriera la boca hasta nuestro regreso. Entonces nos pusimos presurosamente en camino con el cofre;
llegamos sin accidente a la cabaña, aunque después de tremendas penalidades y a la una de la
madrugada. Rendidos como estábamos, no hubiese habido naturaleza humana capaz de reanudar la
tarea acto seguido. Permanecimos descansando hasta las dos; luego cenamos, y enseguida partimos
hacia las colinas, provistos de tres grandes sacos que, por una suerte feliz, habíamos encontrado antes.
Llegamos al filo de las cuatro a la fosa, nos repartimos el botín, con la mayor igualdad posible y
dejando el hoyo sin tapar, volvimos hacia la cabaña, en la que depositamos por segunda vez nuestra
carga de oro, a tiempo que los primeros débiles rayos del alba aparecían por encima de las copas de los
árboles hacia el Este.
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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Estábamos completamente destrozados, pero la intensa excitación de aquel momento nos
impidió todo reposo. Después de un agitado sueño de tres o cuatro horas de duración, nos levantamos,
como si estuviéramos de acuerdo, para efectuar el examen de nuestro tesoro.
El cofre había sido llenado hasta los bordes, y empleamos el día entero y gran parte de la noche
siguiente en escudriñar su contenido. No mostraba ningún orden o arreglo. Todo había sido
amontonado allí, en confusión. Habiéndolo clasificado cuidadosamente, nos encontramos en posesión
de una fortuna que superaba todo cuanto habíamos supuesto. En monedas había más de cuatrocientos
cincuenta mil dólares, estimando el valor de las piezas con tanta exactitud como pudimos, por las
tablas de cotización de la época. No había allí una sola partícula de plata. Todo era oro de una fecha
muy antigua y de una gran variedad: monedas francesas, españolas y alemanas, con algunas guineas
inglesas y varios discos de los que no habíamos visto antes ejemplar alguno. Había varias monedas
muy grandes y pesadas pero tan desgastadas, que nos fue imposible descifrar sus inscripciones. No se
encontraba allí ninguna americana. La valoración de las joyas presentó muchas más dificultades. Había
diamantes, algunos de ellos muy finos y voluminosos, en total ciento diez, y ninguno pequeño;
dieciocho rubíes de un notable brillo, trescientas diez esmeraldas hermosísimas, veintiún zafiros y un
ópalo. Todas aquellas piedras habían sido arrancadas de sus monturas y arrojadas en revoltijo al
interior del cofre. En cuanto a las monturas mismas, que clasificamos aparte del otro oro, parecían
haber sido machacadas a martillazos para evitar cualquier identificación. Además de todo lo indicado,
había una gran cantidad de adornos de oro macizo: cerca de doscientas sortijas y pendientes, de
extraordinario grosor; ricas cadenas, en número de treinta, si no recuerdo mal; noventa y tres grandes y
pesados crucifijos; cinco incensarios de oro de gran valía; una prodigiosa ponchera de oro, adornada
con hojas de parra muy bien engastadas, y con figuras de bacantes; dos empuñaduras de espada
exquisitamente repujadas, y otros muchos objetos más pequeños que no puedo recordar. El peso de
todo ello excedía de las trescientas cincuenta libras avoirdupois3, y en esta valoración no he incluido
ciento noventa y siete relojes de oro soberbios, tres de los cuales valdrían cada uno quinientos dólares.
Muchos eran viejísimos y desprovistos de valor como tales relojes: sus maquinarias habían sufrido más
o menos de la corrosión de la tierra; pero todos estaban ricamente adornados con pedrerías, y las cajas
eran de gran precio. Valoramos aquella noche el contenido total del cofre en un millón y medio de
dólares, y cuando más tarde dispusimos de los dijes y joyas (quedándonos con algunos para nuestro
uso personal), nos encontramos con que habíamos hecho una tasación muy por debajo del tesoro.
3 Sistema de pesos vigentes en Inglaterra y Estados Unidos, cuya unidad es la libra inglesa de 16 onzas, o sean 0,451 kilogramos.
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Cuando terminamos nuestro examen, y al propio tiempo se calmó un tanto aquella intensa
excitación, Legrand, que me veía consumido de impaciencia por conocer la solución de aquel
extraordinario enigma, entró a pleno detalle en las circunstancias relacionadas con él.
—Recordará usted —dijo— la noche en que le mostré el tosco bosquejo que había hecho del
escarabajo. Recordará también que me molestó mucho el que insistiese en que mi dibujo se parecía a
una calavera. Cuando hizo usted por primera vez su afirmación, creí que bromeaba; pero después
pensé en las manchas especiales sobre el dorso del insecto, y reconocí en mi interior que su
observación tenía en realidad, cierta ligera base. A pesar de todo, me irritó su burla respecto a mis
facultades gráficas, pues estoy considerado como un buen artista, y por eso, cuando me tendió usted el
trozo de pergamino, estuve a punto de estrujarlo y de arrojarlo, enojado, al fuego.
—Se refiere usted al trozo de papel —dije.
—No; aquello tenía el aspecto de papel, y al principio yo mismo supuse que lo era; pero,
cuando quise dibujar sobre él, descubrí en seguida que era un trozo de pergamino muy viejo. Estaba
todo sucio, como recordará. Bueno; cuando me disponía a estrujarlo, mis ojos cayeron sobre el esbozo
que usted había examinado, y ya puede imaginarse mi asombro al percibir realmente la figura de una
calavera en el sitio mismo donde había yo creído dibujar el insecto. Durante un momento me sentí
demasiado atónito para pensar con sensatez. Sabía que mi esbozo era muy diferente en detalle de éste,
aunque existiese cierta semejanza en el contorno general.
Cogí enseguida una vela y, sentándome al otro extremo de la habitación, me dediqué a un
examen minucioso del pergamino. Dándole vueltas, Vi mi propio bosquejo sobre el reverso, ni más ni
menos que como lo había hecho. Mi primera impresión fue entonces de simple sorpresa ante la notable
semejanza efectiva del contorno; y resulta una coincidencia singular el hecho de aquella imagen,
desconocida para mí, que ocupaba el otro lado del pergamino debajo mismo de mi dibujo del
escarabajo, y de la calavera aquella que se parecía con tanta exactitud a dicho dibujo no sólo en el
contorno, sino en el tamaño. Digo que la singularidad de aquella coincidencia me dejó pasmado
durante un momento. Es éste el efecto habitual de tales coincidencias. La mente se esfuerza por
establecer una relación —una ilación de causa y efecto—, y siendo incapaz de conseguirlo, sufrí una
especie de parálisis pasajera. Pero cuando me recobré de aquel estupor, sentí surgir en mí poco a poco
una convicción que me sobrecogió más aún que aquella coincidencia. Comencé a recordar de una
manera clara y positiva que no había ningún dibujo sobre el pergamino cuando hice mi esbozo del
escarabajo. Tuve la absoluta certeza de ello, pues me acordé de haberle dado vueltas a un lado y a otro
buscando el sitio más limpio... Si la calavera hubiera estado allí, la habría yo visto, por supuesto.
Existía allí un misterio que me sentía incapaz de explicar; pero desde aquel mismo momento me
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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pareció ver brillar débilmente, en las más remotas y secretas cavidades de mi entendimiento, una
especie de luciérnaga de la verdad de la cual nos había aportado la aventura de la última noche una
prueba tan magnífica. Me levanté al punto, y guardando con cuidado el pergamino dejé toda reflexión
ulterior para cuando pudiese estar solo.
En cuanto se marchó usted, y Júpiter estuvo profundamente dormido, me dediqué a un examen
más metódico de la cuestión. En primer lugar, quise comprender de qué modo aquel pergamino estaba
en mi poder. El sitio en que descubrimos el escarabajo se hallaba en la costa del continente, a una milla
aproximada al este de la isla, pero a corta distancia sobre el nivel de la marea alta. Cuando le cogí, me
pico con fuerza, haciendo que le soltase. Júpiter con su acostumbrada prudencia, antes de agarrar el
insecto, que había volado hacia él, buscó a su alrededor una hoja o algo parecido con que apresarlo. En
ese momento sus ojos, y también los míos, cayeron sobre el trozo de pergamino que supuse era un
papel. Estaba medio sepultado en la arena, asomando una parte de él. Cerca del sitio donde lo
encontramos vi los restos del casco de un gran barco, según me pareció. Aquellos restos de un
naufragio debían de estar allí desde hacía mucho tiempo, pues apenas podía distinguirse su semejanza
con la armazón de un barco.
Júpiter recogió, pues, el pergamino, envolvió en él al insecto y me lo entregó. Poco después
volvimos a casa y encontramos al teniente G… Le enseñé el ejemplar y me rogó que le permitiese
llevárselo al fuerte. Accedí a ello y se lo metió en el bolsillo de su chaleco sin el pergamino en que iba
envuelto y que había conservado en la mano durante su examen. Quizá temió que cambiase de opinión
y prefirió asegurar enseguida su presa; ya sabe usted que es un entusiasta de todo cuanto se relaciona
con la historia natural. En aquel momento, sin darme cuenta de ello, debí de guardarme el pergamino
en el bolsillo.
Recordará usted que cuando me senté ante la mesa a fin de hacer un bosquejo del insecto no
encontré papel donde habitualmente se guarda. Miré en el cajón, y no lo encontré allí. Rebusqué mis
bolsillos, esperando hallar en ellos alguna carta antigua, cuando mis dedos tocaron el pergamino. Le
detallo a usted de un modo exacto cómo cayó en mi poder, pues las circunstancias me impresionaron
con una fuerza especial.
Sin duda alguna, usted me creyó un soñador; pero yo había establecido ya una especie de
conexión. Acababa de unir dos eslabones de una gran cadena. Allí había un barco que naufragó en la
costa, y no lejos de aquel barco, un pergamino —no un papel— con una calavera pintada sobre él. Va
usted, naturalmente, a preguntarme: ¿dónde está la relación? Le responderé que la calavera es el
emblema muy conocido de los piratas. Llevan izado el pabellón con la calavera en todos sus combates.
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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Como le digo, era un trozo de pergamino, y no de papel. El pergamino es de una materia
duradera casi indestructible. Rara vez se consignan sobre uno cuestiones de poca monta, ya que se
adapta mucho peor que el papel a las simples necesidades del dibujo o de la escritura. Esta reflexión
me indujo a pensar en algún significado, en algo que tenía relación con la calavera. No dejé tampoco
de observar la forma del pergamino. Aunque una de las esquinas aparecía rota por algún accidente,
podía verse bien que la forma original era oblonga. Se trataba precisamente de una de esas tiras que se
escogen como memorándum, para apuntar algo que desea uno conservar largo tiempo y con cuidado.
—Pero —le interrumpí— dice usted que la calavera no estaba sobre el pergamino cuando
dibujó el insecto. ¿Cómo, entonces, establece una relación entre el barco y la calavera, puesto que esta
última, según su propio aserto, debe de haber sido dibujada (Dios únicamente sabe cómo y por quién)
en algún período posterior a su apunte del escarabajo?
—¡Ah! Sobre eso gira todo el misterio, aunque he tenido, en comparación, poca dificultad en
resolver ese extremo del secreto. Mi marcha era segura y no podía conducirme más que a un solo
resultado. Razoné así, por ejemplo: al dibujar el escarabajo, no aparecía la calavera sobre el
pergamino. Cuando terminé el dibujo, se lo di a usted y le observé con fijeza hasta que me lo devolvió.
No era usted, por tanto, quien había dibujado la calavera, ni estaba allí presente nadie que hubiese
podido hacerlo. No había sido, pues, realizado por un medio humano. Y, sin embargo, allí estaba.
En este momento de mis reflexiones, me dediqué a recordar, y recordé, en efecto, con entera
exactitud, cada incidente ocurrido en el intervalo en cuestión. La temperatura era fría (¡oh raro y feliz
accidente!) y el fuego llameaba en la chimenea. Había yo entrado en calor con el ejercicio y me senté
junto a la mesa. Usted, empero, tenía vuelta su silla, muy cerca de la chimenea. En el momento justo
de dejar el pergamino en su mano, y cuando iba usted a examinarlo, Wolf, el terranova, entró y saltó
hacia sus hombros. Con su mano izquierda usted le acariciaba, intentando apartarle, cogiendo el
pergamino con la derecha, entre sus rodillas y cerca del fuego. Hubo un instante en que creí que la
llama iba a alcanzarlo, y me disponía a decírselo; pero antes de que hubiese yo hablado la retiró usted
y se dedicó a examinarlo. Cuando hube considerado todos estos detalles, no dudé ni un segundo que
aquel calor había sido el agente que hizo surgir a la luz sobre el pergamino la calavera cuyo contorno
veía señalarse allí. Ya sabe que hay y ha habido en todo tiempo preparaciones químicas por medio de
las cuales es posible escribir sobre papel o sobre vitela caracteres que así no resultan visibles hasta que
son sometidos a la acción del fuego. Se emplea algunas veces el zafre, digerido en agua regia y diluido
en cuatro veces su peso de agua; de ello se origina un tono verde. El régulo de cobalto, disuelto en
espíritu de nitro, da el rojo. Estos colores desaparecen a intervalos más o menos largos, después que la
materia sobre la cual se ha escrito se enfría, pero reaparecen a una nueva aplicación de calor.
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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Examiné entonces la calavera con toda meticulosidad. Los contornos —los más próximos al
borde del pergamino— resultaban mucho más claros que los otros. Era evidente que la acción del
calor había sido imperfecta o desigual. Encendí inmediatamente el fuego y sometí cada parte del
pergamino al calor ardiente. Al principio no tuvo aquello más efecto que reforzar las líneas débiles de
la calavera; pero, perseverando en el ensayo, se hizo visible, en la esquina de la tira diagonalmente
opuesta al sitio donde estaba trazada la calavera, una figura que supuse de primera intención era la de
una cabra. Un examen más atento, no obstante, me convenció de que habían intentado representar un
cabritillo.
—¡Ja, ja! —exclamé—. No tengo, sin duda, derecho a burlarme de usted (un millón y medio de
dólares es algo muy serio para tomarlo a broma). Pero no irá a establecer un tercer eslabón en su
cadena; no querrá encontrar ninguna relación especial entre sus piratas y una cabra; los piratas, como
sabe, no tienen nada que ver con las cabras; eso es cosa de los granjeros.
—Pero si acabo de decirle que la figura no era la de una cabra.
—Bueno; la de un cabritillo, entonces; viene a ser casi lo mismo.
—Casi, pero no del todo —dijo Legrand—. Debe usted de haber oído hablar de un tal capitán
Kidd4. Consideré enseguida la figura de ese animal como una especie de firma logogrífica o
jeroglífica. Digo firma porque el sitio que ocupaba sobre el pergamino sugería esa idea. La calavera, en
la esquina diagonal opuesta, tenía así el aspecto de un sello, de una estampilla. Pero me hallé
dolorosamente desconcertado ante la ausencia de todo lo demás del cuerpo de mi imaginado
documento, del texto de mi contexto.
—Supongo que esperaba usted encontrar una carta entre el sello y la firma.
—Algo por el estilo. El hecho es que me sentí irresistiblemente impresionado por el
presentimiento de una buena fortuna inminente. No podría decir por qué. Tal vez, después de todo, era
más bien un deseo que una verdadera creencia; pero ¿no sabe que las absurdas palabras de Júpiter,
afirmando que el escarabajo era de oro macizo, hicieron un notable efecto sobre mi imaginación? Y
luego, esa serie de accidentes y coincidencias era, en realidad, extraordinaria. ¿Observa usted lo que
había de fortuito en que esos acontecimientos ocurriesen el único día del año en que ha hecho, ha
podido hacer, el suficiente frío para necesitarse fuego, y que, sin ese fuego, o sin la intervención del
perro en el preciso momento en que apareció, no habría podido yo enterarme de lo de la calavera, ni
habría entrado nunca en posesión del tesoro?
4 Kid, que significa cabrito, chivo.
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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—Pero continúe... Me consume la impaciencia.
—Bien; habrá usted oído hablar de muchas historias que corren, de esos mil vagos rumores
acerca de tesoros enterrados en algún lugar de la costa del Atlántico por Kidd y sus compañeros. Esos
rumores desde hace tanto tiempo y con tanta persistencia, ello se debía, a mi juicio, tan sólo a la
circunstancia de que el tesoro enterrado permanecía enterrado. Si Kidd hubiese escondido su botín
durante cierto tiempo y lo hubiera recuperado después, no habrían llegado tales rumores hasta nosotros
en su invariable forma actual. Observe que esas historias giran todas alrededor de buscadores, no de
descubridores de tesoros. Si el pirata hubiera recuperado su botín, el asunto habría terminado allí.
Parecíame que algún accidente —por ejemplo, la pérdida de la nota que indicaba el lugar preciso—
debía de haberle privado de los medios para recuperarlo, llegando ese accidente a conocimiento de sus
compañeros, quienes, de otro modo, no hubiesen podido saber nunca que un tesoro había sido
escondido y que con sus búsquedas infructuosas, por carecer de guía al intentar recuperarlo, dieron
nacimiento primero a ese rumor, difundido universalmente por entonces, y a las noticias tan corrientes
ahora. ¿Ha oído usted hablar de algún tesoro importante que haya sido desenterrado a lo largo de la
costa?
—Nunca.
—Pues es muy notorio que Kidd los había acumulado inmensos. Daba yo así por supuesto que
la tierra seguía guardándolos, y no le sorprenderá mucho si le digo que abrigaba una esperanza que
aumentaba casi hasta la certeza: la de que el pergamino tan singularmente encontrado contenía la
última indicación del lugar donde se depositaba.
—Pero ¿cómo procedió usted?
—Expuse de nuevo la vitela al fuego, después de haberlo avivado; pero no apareció nada.
Pensé entonces que era posible que la capa de mugre tuviera que ver en aquel fracaso: por eso lavé con
esmero el pergamino vertiendo agua caliente encima, y una vez hecho esto, lo coloqué en una cacerola
de cobre, con la calavera hacia abajo, y puse la cacerola sobre una lumbre de carbón. A los pocos
minutos estando ya la cacerola calentada a fondo, saqué la tira de pergamino, y fue inexpresable mi
alegría al encontrarla manchada, en varios sitios, con signos que parecían cifras alineadas. Volví a
colocarla en la cacerola, y la dejé allí otro minuto. Cuando la saqué, estaba enteramente igual a como
va usted a verla.
Y al llegar aquí, Legrand, habiendo calentado de nuevo el pergamino, lo sometió a mi examen.
Los caracteres siguientes aparecían de manera toscamente trazada, en color rojo, entre la calavera y la
cabra:
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
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53‡‡†305))6*;4826)4‡.)4‡);806*;48†8π60))85;I‡(;:‡*8†83(88)5*†;46(;88
*96*?;8)*‡(;485);5*†2:*‡(;4956*2(5*–4)8π8*;4069285);)6†8)4‡‡
;I(‡9;4808I;8:8‡I;48†85;4)485†528806*8I(‡9;48;(88;4(‡?34;48)4‡;I6I;:188;‡?;
—Pero —dije, devolviéndole la tira— sigo estando tan a oscuras como antes. Si todas las joyas
de Golconda esperasen de mí la solución de este enigma, estoy en absoluto seguro de que sería incapaz
de obtenerlas.
—Y el caso —dijo Legrand— que la solución no resulta tan difícil como cabe imaginarla tras
del primer examen apresurado de los caracteres. Estos caracteres, según pueden todos adivinarlo
fácilmente forman una cifra, es decir, contienen un significado pero por lo que sabemos de Kidd, no
podía suponerle capaz de construir una de las más abstrusas criptografías. Pensé, pues, lo primero, que
ésta era de una clase sencilla, aunque tal, sin embargo, que pareciese absolutamente indescifrable para
la tosca inteligencia del marinero, sin la clave.
—¿Y la resolvió usted, en verdad?
—Fácilmente; había yo resuelto otras diez mil veces más complicadas. Las circunstancias y
cierta predisposición mental me han llevado a interesarme por tales acertijos, y es, en realidad, dudoso
que el genio humano pueda crear un enigma de ese género que el mismo ingenio humano no resuelva
con una aplicación adecuada. En efecto, una vez que logré descubrir una serie de caracteres visibles,
no me preocupó apenas la simple dificultad de desarrollar su significación.
En el presente caso —y realmente en todos los casos de escritura secreta— la primera cuestión
se refiere al lenguaje de la cifra, pues los principios de solución, en particular tratándose de las cifras
más sencillas, dependen del genio peculiar de cada idioma y pueden ser modificadas por éste. En
general, no hay otro medio para conseguir la solución que ensayar (guiándose por las probabilidades)
todas las lenguas que os sean conocidas, hasta encontrar la verdadera. Pero en la cifra de este caso toda
dificultad quedaba resuelta por la firma. El retruécano sobre la palabra Kidd5 sólo es posible en lengua
inglesa. Sin esa circunstancia hubiese yo comenzado mis ensayos por el español y el francés, por ser
las lenguas en las cuales un pirata de mares españoles hubiera debido, con más naturalidad, escribir un
secreto de ese género. Tal como se presentaba, presumí que el criptograma era inglés.
Fíjese usted en que no hay espacios entre las palabras. Si los hubiese habido, la tarea habría
sido fácil en comparación. En tal caso hubiera yo comenzado por hacer una colación y un análisis de 5 Kid, que significa cabrito, chivo.
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
25
las palabras cortas, y de haber encontrado, como es muy probable, una palabra de una sola letra (a ó I
por ejemplo) 6, habría estimado la solución asegurada. Pero como no había espacios allí, mi primera
medida era averiguar las letras predominantes así como las que se encontraban con menor frecuencia.
Las conté todas y formé la siguiente tabla:
El signo 8 Aparec
e 33 veces
“ ; “ 26 “
“ 4 “ 19 “
“ ‡ y ) “ 16 “
“ * “ 13 “
“ 5 “ 12 “
“ 6 “ 11 “
“ † y I “ 8 “
“ 0 “ 6 “
“ 9 y 2 “ 5 “
“ : y 3 “ 4 “
“ ? “ 3 “
“ π “ 2 “
“ – y . “ 1 “
Ahora bien: la letra que se encuentra con mayor frecuencia en inglés es la e. Después, la serie
es la siguiente: a o y d h n r s t u y c f g l m w b k p q x z. La e predomina de un modo tan notable, que
es raro encontrar una frase sola de cierta longitud de la que no sea el carácter principal.
Tenemos, pues, nada más comenzar, una base para algo más que una simple conjetura. El uso
general que puede hacerse de esa tabla es obvio, pero para esta cifra particular sólo nos serviremos de
ella muy parcialmente. Puesto que nuestro signo predominante es el 8, empezaremos por ajustarlo a la
e del alfabeto natural. Para comprobar esta suposición, observemos si el 8 aparece a menudo por pares
—pues la e se dobla con gran frecuencia en inglés— en palabras como, por ejemplo, meet, speed, seen,
been agree, etcétera. En el caso presente, vemos que está doblado lo menos cinco veces, aunque el
criptograma sea breve.
6 uno y yo por ejemplo
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
26
Tomemos, pues, el 8 como e. Ahora, de todas las palabras de la lengua, the es la más usual; por
tanto, debemos ver si no está repetida la combinación de tres signos, siendo el último de ellos el 8. Si
descubrimos repeticiones de tal letra, así dispuestas, representarán, muy probablemente, la palabra the.
Una vez comprobado esto, encontraremos no menos de siete de tales combinaciones, siendo los signos
48 en total. Podemos, pues, suponer que ; representa t, 4 representa h, y 8 representa e, quedando este
último así comprobado. Hemos dado ya un gran paso.
Acabamos de establecer una sola palabra; pero ello nos permite establecer también un punto
más importante; es decir, varios comienzos y terminaciones de otras palabras. Veamos, por ejemplo, el
penúltimo caso en que aparece la combinación; 48 casi al final de la cifra. Sabemos que el ; que viene
inmediatamente después es el comienzo de una palabra, y de los seis signos que siguen a ese the,
conocemos, por lo menos, cinco. Sustituyamos, pues, esos signos por las letras que representan,
dejando un espacio para el desconocido:
t eeth
Debemos, lo primero, desechar el th como no formando parte de la palabra que comienza por la
primera t, pues vemos, ensayando el alfabeto entero para adaptar una letra al hueco, que es imposible
formar una palabra de la que ese th pueda formar parte. Reduzcamos, pues, los signos a
t ee.
Y volviendo al alfabeto, si es necesario como antes, llegamos a la palabra "tree" (árbol), como
la única que puede leerse. Ganamos así otra letra, la r, representada por (, más las palabras
yuxtapuestas the tree (el árbol).
»Un poco más lejos de estas palabras, a poca distancia, vemos de nuevo la combinación; 48 y
la empleamos como terminación de lo que precede inmediatamente. Tenemos así esta distribución:
the tree ; 4 ‡ ? 34 the,
o sustituyendo con letras naturales los signos que conocemos, leeremos esto:
the tree thr ‡ ? 3 h the.
»Ahora, si sustituimos los signos desconocidos por espacios blancos o por puntos, leeremos:
the tree thr... h the,
y, por tanto, la palabra through (por, a través) resulta evidente por sí misma. Pero este
descubrimiento nos da tres nuevas letras, o, u, y g, representadas por ‡, ? y 3.
»Buscando ahora cuidadosamente en la cifra combinaciones de signos conocidos,
encontraremos no lejos del comienzo esta disposición:
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
27
83 (88,
o agree, que es, evidentemente, la terminación de la palabra degree (grado), que nos da otra
letra, la d, representada por †.
Cuatro letras más lejos de la palabra degree, observamos la combinación,
; 46 (; 88
cuyos signos conocidos traducimos, representando el desconocido por puntos, como antes; y
leemos:
th . rtee
arreglo que nos sugiere acto seguido la palabra thirteen (trece) y que nos vuelve a proporcionar
dos letras nuevas, la i y la n, representadas por 6 y *.
»Volviendo ahora al principio del criptograma, encontramos la combinación.
53‡‡†
»Traduciendo como antes, obtendremos
.good.
Lo cual nos asegura que la primera letra es una A, y que las dos primeras palabras son A good
(un bueno, una buena).
Sería tiempo ya de disponer nuestra clave, conforme a lo descubierto, en forma de tabla, para
evitar confusiones. Nos dará lo siguiente:
5 Representa a
† “ d
8 “ e
3 “ g
4 “ h
6 “ i
* “ n
‡ “ o
( “ r
; “ t
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
28
? “ u
Tenemos así no menos de diez de las letras más importantes representadas, y es inútil buscar la
solución con esos detalles. Ya le he dicho lo suficiente para convencerle de que cifras de ese género
son de fácil solución, y para darle algún conocimiento de su desarrollo razonado. Pero tenga la
seguridad de que la muestra que tenemos delante pertenece al tipo más sencillo de la criptografía. Sólo
me queda darle la traducción entera de los signos escritos sobre el pergamino, ya descifrados. Hela
aquí:
A good glass in the Bishop’s Hostel in the devil´s seat forty-one degrees and thirteen minutes
northeast and by north main branch seventh, limb east side shoot from the left eye of the death'shead a
bee-line from the tree through the shot fifty feet out7.
—Pero —dije— el enigma me parece de tan mala calidad como antes. ¿Cómo es posible sacar
un sentido cualquiera de toda esa jerga referente a "la silla del diablo", "la cabeza de muerto" y "el
hostal o la hostelería del obispo"?
—Reconozco —replicó Legrand— que el asunto presenta un aspecto serio cuando echa uno
sobre él una ojeada casual. Mi primer empeño fue separar lo escrito en las divisiones naturales que
había intentado el criptógrafo.
—¿Quiere usted decir, puntuarlo?
—Algo por el estilo.
—Pero ¿cómo le fue posible hacerlo?
—Pensé que el rasgo característico del escritor había consistido en agrupar sus palabras sin
separación alguna, queriendo así aumentar la dificultad de la solución. Ahora bien: un hombre poco
agudo, al perseguir tal objeto, tendrá, seguramente, la tendencia a superar la medida. Cuando en el
curso de su composición llegaba a una interrupción de su tema que requería, naturalmente, una pausa o
un punto, se excedió, en su tendencia a agrupar sus signos, más que de costumbre. Si observa usted
ahora el manuscrito le será fácil descubrir cinco de esos casos de inusitado agrupamiento. Utilizando
ese indicio hice la consiguiente división:
7 Un buen vaso en la hostería del obispo en la silla del diablo cuarenta y un grado y trece minutos Nordeste cuarto de Norte, principal rama séptimo vástago lado Este solar desde el ojo izquierdo de la cabeza de muerto una línea recta desde el árbol a través de la bala cincuenta pies hacia fuera.
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
29
A good glass in the bishop's hostel in the devil's sear —forty one degrees and thirteen
minutes—northeast and by north —main branch seventh limb eart side —shoot from the left eye of the
death's head —a bee line from the tree through the shot fifty feet out8
—Aun con esa separación —dije—, sigo estando a oscuras.
—También yo lo estuve —replicó Legrand— por espacio de algunos días, durante los cuales
realicé diligentes pesquisas en las cercanías de la isla de Sullivan, sobre una casa que llevase el nombre
de Hotel del Obispo, pues, por supuesto, deseché la palabra anticuada "hostal, hostería". No logrando
ningún informe sobre la cuestión, estaba a punto de extender el campo de mi búsqueda y de obrar de
un modo más sistemático, cuando una mañana se me ocurrió de repente que aquel "Bishop's Hostel"
podía tener alguna relación con una antigua familia apellidada Bessop, la cual, desde tiempo
inmemorial, era dueña de una antigua casa solariega a unas cuatro millas, aproximadamente, al norte
de la isla. De acuerdo con lo cual fui a la plantación, y comencé de nuevo mis pesquisas entre los
negros más viejos del lugar. Por último, una de las mujeres de más edad me dijo que ella había oído
hablar de un sitio como Bessop's Castle (castillo de Bassop), y que creía poder conducirme hasta él,
pero que no era un castillo, ni mesón, sino una alta roca.
Le ofrecí retribuirle bien por su molestia y después de alguna vacilación, consintió en
acompañarme hasta aquel sitio. Lo descubrimos sin gran dificultad; entonces la despedí y me dediqué
al examen del paraje. El castillo consistía en una agrupación irregular de macizos y rocas, una de éstas
muy notable tanto por su altura como por su aislamiento y su aspecto artificial. Trepé a la cima, y
entonces me sentí perplejo ante lo que debía hacer después.
Mientras meditaba en ello, mis ojos cayeron sobre un estrecho reborde en la cara oriental de la
roca a una yarda quizá por debajo de la cúspide donde estaba colocado. Aquel reborde sobresalía unas
dieciocho pulgadas, y no tendría más de un pie de anchura; un entrante en el risco, justamente encima,
le daba una tosca semejanza con las sillas de respaldo cóncavo que usaban nuestros antepasados. No
dudé que fuese aquello la "silla del diablo" a la que aludía el manuscrito, y me pareció descubrir ahora
el secreto entero del enigma.
El "buen vaso" lo sabía yo, no podía referirse más que a un catalejo, pues los marineros de todo
el mundo rara vez emplean la palabra "vaso" en otro sentido. Comprendí ahora en seguida que debía
utilizarse un catalejo desde un punto de vista determinado que no admitía variación. No dudé un
instante en pensar que las frases "cuarenta y un grados y trece minutos" y "Nordeste cuarto de Norte"
8 Un buen vaso en la hostería del obispo en la silla del diablo —cuarenta y un grados y trece minutos —Nordeste cuarto de Norte —principal rama séptimo vástago lado Este —soltar desde el ojo izquierdo de la cabeza de muerto —una línea recta desde el árbol a través de la bala cincuenta pies hacia fuera.
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
30
debían indicar la dirección en que debía apuntarse el catalejo. Sumamente excitado por aquellos
descubrimientos, marché, presuroso, a casa, cogí un catalejo y volví a la roca.
Me dejé escurrir sobre el reborde y vi que era imposible permanecer sentado allí, salvo en una
posición especial. Éste hecho confirmó mi preconcebida idea. Me dispuse a utilizar el catalejo.
Naturalmente, los "cuarenta y un grados y trece minutos" podían aludir sólo a la elevación por encima
del horizonte visible, puesto que la dirección horizontal estaba indicada con claridad por las palabras
"Nordeste cuarto de Norte". Establecí esta última dirección por medio de una brújula de bolsillo;
luego, apuntando el catalejo con tanta exactitud como pude con un ángulo de cuarenta y un grados de
elevación, lo moví con cuidado de arriba abajo, hasta que detuvo mi atención una grieta circular u
orificio en el follaje de un gran árbol que sobresalía de todos los demás, a distancia. En el centro de
aquel orificio divisé un punto blanco; pero no pude distinguir al principio lo que era. Graduando el
foco del catalejo, volví a mirar, y comprobé ahora que era un cráneo humano.
Después de este descubrimiento, consideré con entera confianza el enigma como resuelto, pues
la frase "rama principal, séptimo vástago, lado Este" no podía referirse más que a la posición de la
calavera sobre el árbol, mientras lo de "soltar desde el ojo izquierdo de la cabeza de muerto" no
admitía tampoco más que una interpretación con respecto a la busca de un tesoro enterrado.
Comprendí que se trataba de dejar caer una bala desde el ojo izquierdo, y que una línea recta (línea de
abeja), partiendo del punto más cercano al tronco por ''la bala" (o por el punto donde cayese la bala), y
extendiéndose desde allí a una distancia de cincuenta pies, indicaría el sitio preciso, y debajo de este
sitio juzgué que era, por lo menos, posible que estuviese allí escondido un depósito valioso.
—Todo eso —dije— es harto claro, y asimismo ingenioso, sencillo y explícito. Y cuando
abandonó usted el Hotel del Obispo, ¿qué hizo?
—Pues habiendo anotado escrupulosamente la orientación del árbol, me volví a casa. Sin
embargo en el momento de abandonar "la silla del diablo", el orificio circular desapareció, y de
cualquier lado que me volviese érame ya imposible divisarlo. Lo que me parece el colmo del ingenio
en este asunto es el hecho (pues, al repetir la experiencia, me he convencido de que es un hecho) de
que la abertura circular en cuestión resulta sólo visible desde un punto que es el indicado por esa
estrecha cornisa sobre la superficie de la roca.
En esta expedición al Hotel del Obispo fui seguido por Júpiter, quien observaba, sin duda,
desde hacia unas semanas, mi aire absorto, y ponía un especial cuidado en no dejarme solo. Pero al día
siguiente me levanté muy temprano, conseguí escaparme de él y corrí a las colinas en busca del árbol.
Me costó mucho trabajo encontrarlo. Cuando volví a casa por la noche, mi criado se disponía a
vapulearme. En cuanto al resto de la aventura, creo que está usted tan enterado como yo.
PLAN DE LECTURA “El escarabajo rojo”. Edgar Allan Poe
31
—Supongo —dije— que equivocó usted el sitio en las primeras excavaciones, a causa de la
estupidez de Júpiter dejando caer el escarabajo por el ojo derecho de la calavera en lugar de hacerlo
por el izquierdo.
—Exactamente. Esa equivocación originaba una diferencia de dos pulgadas y media, poco más
o menos, en relación con la bala, es decir, en la posición de la estaca junto al árbol, y si el tesoro
hubiera estado bajo la "bala", el error habría tenido poca importancia; pero la "bala", y al mismo
tiempo el punto más cercano al árbol, representaban simplemente dos puntos para establecer una línea
de dirección; claro está que el error, aunque insignificante al principio, aumentaba al avanzar siguiendo
la línea, y cuando hubimos llegado a una distancia de cincuenta pies, nos había apartado por completo
de la pista. Sin mi idea arraigada a fondo de que había allí algo enterrado, todo nuestro trabajo hubiera
sido inútil.
—Pero su grandilocuencia, su actitud balanceando el insecto, ¡cuán excesivamente
estrambóticas! Tenía yo la certeza de que estaba usted loco. Y ¿por qué insistió en dejar caer el
escarabajo desde la calavera, en vez de una bala?
—¡Vaya! Para serle franco, me sentía algo molesto por sus claras sospechas respecto a mi sano
juicio, y decidí castigarle algo, a mi manera, con un poquito de serena mixtificación. Por esa razón
balanceaba yo el insecto, y por esa razón también quise dejarlo caer desde el árbol. Una observación
que hizo usted acerca de su peso me sugirió esta última idea.
—Sí, lo comprendo; y ahora no hay más que un punto que me desconcierta. ¿Qué vamos a
decir de los esqueletos encontrados en el hoyo?
—Esa es una pregunta a la cual, lo mismo que usted, no sería yo capaz de contestar. No veo,
por cierto, más que un modo plausible de explicar eso; pero mi sugerencia entraña una atrocidad tal,
que resulta horrible de creer. Aparece claro que Kidd (si fue verdaderamente Kidd quien escondió el
tesoro, lo cual no dudo), aparece claro que él debió de hacerse ayudar en su trabajo. Pero, una vez
terminado, éste pudo juzgar conveniente suprimir a todos los que compartían su secreto. Acaso un par
de azadonazos fueron suficientes, mientras sus ayudantes estaban ocupados en el hoyo; acaso necesitó
una docena. ¿Quién nos lo dirá?
PLAN DE LECTURA “Cara de Luna”. Jack London
1
CARA DE LUNA
Jack London
John Claverhouse era un hombre de cara de luna. Ya conoce el tipo, pómulos muy separados,
barbilla y frente que se confunden con las mejillas para formar el círculo completo, y la nariz, ancha y
regordeta, equidistante de la circunferencia, achatada en el centro mismo del rostro, como una bola de
pasta en el cielo raso. Tal vez por eso lo odiaba, pues en verdad se había convertido en una ofensa para
mis ojos, y creía que su presencia en la tierra era una molestia. Quizá mi madre tuvo supersticiones
acerca de la luna, y miró por sobre el hombro equivocado en el momento que no correspondía.
Sea como fuere, odiaba a John Claverhouse. No porque me hubiese hecho lo que la sociedad
consideraría una trastada. Lejos de eso. El mal tenía características más profundas, más sutiles, tan
esquivas, tan intangibles, que desafiaban un análisis claro y definido, expresado en palabras. Todos
experimentamos esas cosas en algún período de nuestra vida. Vemos por primera vez a cierto
individuo, uno con cuya existencia no soñábamos en el instante anterior; y sin embargo, en el
momento de conocerlo decimos "No me gusta ese hombre". ¿Por qué no nos gusta? Ah, no sabemos
por qué. Experimentamos desagrado por él, eso. Y así ocurría con John Claverhouse.
¿Qué derecho tenía semejante hombre a ser feliz? Y sin embargo era un optimista. Siempre
estaba alborozado y riente. ¡Todas las cosas le salían siempre bien, maldito sea! ¡Ah! ¡Cómo me dolía
en el alma que fuese tan dichoso! Otros hombres podían reír, y no me importaba. Yo mismo solía reír,
antes de conocer a John Claverhouse.
¡Pero la risa de él! Me irritaba, me enloquecía, como ninguna otra cosa bajo el sol podía
irritarme o enloquecerme. Me perseguía, me aferraba y no me soltaba. Era una risa enorme,
gargantuesca. Despierto o dormido, me acompañaba siempre, chirriaba y raspaba las cuerdas de mi
corazón, como una gigantesca escofina. Al romper el día llegaba aullando a través de los campos, y
arruinaba mis agradables ensoñaciones matinales. Bajo el ardiente resplandor del mediodía, cuando las
cosas verdes se dejaban caer .y los pájaros se retiraban a las profundidades del bosque, y toda la
naturaleza dormitaba, su gran "¡ Ja, ja!" y "¡Jo, jo!" se elevaban al cielo y desafiaban al sol. Y en la
negra medianoche, desde la solitaria encrucijada por la cual se dirigía del pueblo a su casa, llegaban
sus apestosos cacareos, para despertarme de mi sueño y hacer que me retorciera y me clavara las uñas
en las palmas de las manos.
Por la noche salía con sigilo y le soltaba el ganado en los campos, y por la mañana escuchaba el
relincho de su risa cuando volvía a reunirlo.
PLAN DE LECTURA “Cara de Luna”. Jack London
2
-No es nada -decía-. Los pobres animales estúpidos no tienen la culpa de haber ido a buscar
pastos más tiernos.
Tenía un perro llamado Marte, un animal grande, espléndido, en parte galgo y en parte sabueso,
y se parecía a ambos. Marte constituía un gran deleite para él, y siempre andaban juntos. Pero yo me
tomé mi tiempo, y un día en que se presentó la oportunidad atraje al animal y lo agasajé con estricnina
y un biftec. Ello no produjo impresión alguna sobre John Claverhouse. Su risa fue tan frecuente y cor-
dial como siempre, y su cara tan parecida a la luna llena como siempre lo había sido.
Entonces prendí fuego a sus hacinas y su granero. Pero a la mañana siguiente, domingo, partió,
dichoso y alegre.
-¿Adónde vas? -le pregunté cuando pasaba por la encrucijada.
-Truchas -respondió, el rostro le resplandeció como una luna llena-. Las truchas me vuelven
loco.
¿Existió alguna vez un hombre tan imposible? Toda la cosecha se le había quemado en las
hacinas y el granero. Yo sabía que no la tenía asegurada. Y sin embargo, frente al hambre y al invierno
riguroso, salía, jubiloso, en busca de una comida de truchas, de veras, ¡porque "lo volvían loco"! Si la
tristeza se hubiera posado, por ligeramente que fuese, sobre su frente, o si su semblante bovino se hu-
biese puesto largo y serio, y menos semejante a la luna, estoy seguro de que lo habría perdonado por
existir. Pero no, la desdicha sólo conseguía alegrarlo más.
Lo insulté. Me miró con lenta y sonriente sorpresa.
-¿Yo pelear contigo? ¿Por qué? -preguntó. Y luego rió-. ¡Eres tan gracioso! ¡Jo, jo! ¡Me mata-
rás! ¡Je, je, je! ¡Oh! ¡Jo, jo, jo!
¿Qué se podía hacer? Resultaba insoportable. Por la sangre de Judas, cómo lo odiaba. Y
además, ese apellido... ¡Claverhouse! ¡Qué apellido! ¿No era absurdo? ¡Claverhouse! Dios bendito,
¿por qué Claverhouse? Me hacía esa pregunta una y otra vez. No me habría importado Smith, o
Brown, o Jones. . . ¡pero Claverhouse! Dígame usted mismo. Repítaselo: Claverhouse. Escuche el
ridículo sonido que tiene: ¡Claverhouse! ¿Puede vivir un hombre con semejante apellido? Se lo
pregunto. "No", me dice. Y "no" dije yo.
Pero recordé su hipoteca. Con las cosechas y el granero destruidos, sabía que no podría
levantarla. De manera que hice que un prestamista astuto, silencioso, avaro, se hiciera traspasar la
hipoteca. Yo no me presenté, pero por medio de ese agente impuse la ejecución, y a John Claverhouse
se le concedieron pocos días (no más, créame, que los que permite la ley) para sacar del lugar sus
PLAN DE LECTURA “Cara de Luna”. Jack London
3
bienes y pertenencias. Luego me acerqué a ver cómo lo tomaba, pues había vivido allí más de veinte
años. Pero me recibió con los ojos como platillos, chisporroteantes, y la luz ardió y se le difundió por
la cara, hasta que la convirtió en una luna nueva.
-¡Ja, ja, ja! -rió-. ¡El mocoso más gracioso del mundo, ese hijito mío! ¿Alguna vez oíste algo
igual? Déjame que te cuente. Se encontraba sentado, jugando, a la orilla del río, cuando un terrón
grande se hundió y lo salpicó. "¡Oh papá!, exclamó, un charco grande voló hacia arriba y me mojó."
Se interrumpió y esperó a que me uniese a su infernal alborozo.
-No veo nada de gracioso -repliqué con sequedad, y sé que la expresión se me agrió.
Me contempló con asombro, y luego brotó la maldita luz, resplandeciente, difundiéndose, como
la describí, hasta que la cara le brilló, suave y tibia como una luna de estío, y después la risa...
-¡Ja, ja! ¡Qué gracioso! No lo ves, ¿eh? ¡Je, je! ¡Jo, jo, jo! ¡No lo ves! Pero mira. Conoces un
charco...
Pero me volví y lo dejé. Era lo último. Ya no lo soportaba. ¡La cosa debía terminar allí mismo,
pensé, maldito sea! Y mientras cruzaba la colina oí su monstruosa risa que repercutía contra el cielo.
Ahora bien, me jacto de hacer las cosas con limpieza, y cuando decidí matar a John
Claverhouse tenía pensado hacerlo de tal modo, que al mirar hacia atrás no tuviese motivos para
avergonzarme. Odio las chapucerías, y odio la brutalidad. Para mí hay algo de repugnante en el simple
hecho de golpear a un hombre con el puño desnudo... ¡Ajj! ¡Es enfermizo! Por lo tanto, matar de un
tiro, apuñalar o aporrear a John Claverhouse (¡ah, ese apellido!) no me atraía. Y no sólo me veía
impulsado a hacerlo con limpieza y en forma artística, sino, además, de tal manera, que ni la más leve
sospecha pudiera dirigirse contra mí.
Para tal fin empeñé mi intelecto, y al cabo de una semana de profunda incubación, empollé el
plan. Después puse manos a la obra. Compré una perra de aguas, de cinco meses, y dediqué toda mi
atención a su adiestramiento. Si alguien me hubiese espiado, habría advertido que dicho adiestramiento
consistía en una sola cosa: cobrar la caza. Enseñé a la perra, a la cual bauticé Belona, a traer palos que
lanzaba al agua, y no sólo a traerlos, sino a hacerlo en seguida, sin morderlos o juguetear con ellos. El
caso es que no debía detenerse para nada, sino entregar el palo a toda prisa. Me dediqué a salir
corriendo y dejar que me persiguiera, con el palo en la boca, hasta que me alcanzaba. Era un animal
inteligente, y entró en el juego con tanta avidez, que pronto me sentí satisfecho.
PLAN DE LECTURA “Cara de Luna”. Jack London
4
Después de eso, en la primera oportunidad casual, le presenté Belona a John Claverhouse.
Sabía lo que hacía, pues tenía conocimiento de una de sus pequeñas debilidades, y de un pecadito
personal del cual era regular e inveteradamente culpable.
-No -dijo cuando le dejé el extremo de la cuerda en la mano-, no lo dices en serio. -Y abrió la
boca de par en par y sonrió con su condenada cara de luna.
-Yo... digamos que pensé que no me apreciabas -explicó-. ¿No fue gracioso que cometiera ese
error? -Y de sólo pensarlo, la risa lo hizo agarrarse de los costados.- ¿Cómo se llama? -consiguió
preguntar, entre paroxismos.
-Belona -respondí.
-¡Je, je! -rió-. ¡Qué nombre tan gracioso!
Apreté los dientes, porque su risa me sacaba de mis casillas, y dije por entre ellos:
-Era la esposa de Marte, ¿sabes?
Entonces la luz de la luna llena empezó a inundarle el rostro, hasta que estalló
-Ese era mi otro perro. Bueno, supongo que ahora es viuda. ¡Oh! ¡Jo, jo! ¡Eh! ¡Je, je! ¡Jo! -aulló
detrás de mí, y yo me volví y huí a toda velocidad, hacia el otro lado de la loma.
Pasó la semana, y el sábado por la noche le dije:
-El lunes te vas, ¿no?
Asintió y sonrió.
-Entonces no tendrás otra oportunidad de almorzar con esas truchas que tanto te enloquecen.
Pero él no advirtió la sonrisa irónica.
-Oh, no sé -respondió, ahogando una risita-. Mañana iré a intentarlo.
De tal manera la seguridad fue doblemente segura, y regresé a mi casa abrumado por la
satisfacción.
A la mañana siguiente, temprano, lo vi salir con una red y una mochila, y Belona trotaba detrás
de él. Sabía hacia dónde se dirigía, y tomé el atajo de un pastizal trasero y trepé por entre las malezas,
hasta la cima de la montaña. Me mantuve con cuidado fuera de la vista y seguí la cresta durante unos
tres kilómetros, hasta un anfiteatro -natural de las colinas, donde un riachuelo brotaba de una garganta
y se detenía para respirar en un amplio y plácido estanque rodeado de rocas. ¡Ese era el lugar! Me
senté en la cumbre de la montaña, donde podía ver todo lo que ocurría, y encendí la pipa.
PLAN DE LECTURA “Cara de Luna”. Jack London
5
Antes que pasaran muchos minutos, John Claverhouse llegó arrastrando los pies por el lecho
del arroyo. Belona caminaba detrás de él, y los dos se mostraban muy animados; los ladridos breves y
secos del animal se mezclaban con las notas más profundas, de pecho, de él. Al llegar al estanque, dejó
caer la red y la mochila, y extrajo del bolsillo de la cadera lo que parecía una vela gruesa y larga. Pero
yo sabía que era un cartucho "gigante", pues tal era su método de pescar truchas. Las dinamitaba.
Colocaba la mecha envolviendo el "gigante" en un trozo de algodón. Luego encendía la mecha y lan-
zaba el explosivo al estanque.
Como un relámpago, Belona se metió en el agua tras él. Habría podido gritar de alegría.
Claverhouse le vociferó órdenes, pero en vano. Le arrojó terrones y piedras, pero la perra siguió
nadando hasta que tuvo el cartucho "gigante" en la boca, y entonces giró y se dirigió hacia la playa.
Como yo lo había previsto y planeado, tocó la orilla y lo persiguió. ¡Oh, le digo que fue grande! Como
dije, el estanque se encontraba en una especie de anfiteatro. Arriba y abajo, se podía cruzar la corriente
por los estriberones. Y dando vueltas y vueltas, de un lado a otro, y cruzando por las piedras, corrieron
Claverhouse y Belona. Nunca habría creído que un hombre tan desgarbado pudiese correr a tanta
velocidad. Pero corría, y Belona tras él, y ganaba terreno. Y entonces, en el preciso momento en que lo
alcanzaba, él a toda carrera y ella saltando, con el hocico pegado a la rodilla del otro, hubo un súbito
relámpago, un estallido de humo, una tremenda detonación, y donde un instante antes se hallaban
hombre y perra, sólo pudo verse un gran hoyo en el suelo.
"Muerte por accidente, mientras se dedicaba a la pesca ilegal." Tal fue el veredicto del jurado
del juez de instrucción, y por eso me enorgullezco de la forma artística y limpia en que terminé con
John Claverhouse. No hubo chapucerías, ni brutalidad, ni nada de que avergonzarse en toda la
transacción, como estoy seguro en que usted coincidirá. Su risa infernal ya no resuena entre las
colinas, y su gorda cara de luna ya no se eleva para mortificarme. Mis días ahora son pacíficos, y
tranquilo mi sueño nocturno.
MATERIA: LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA DEPARTAMENTOS: LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA. PROFESORA: ELIA PADRÓN GRUPO-‐CLASE: 4º ESO – B
1
ACTIVIDADES A DESARROLLAR DURANTE EL PERIODO DE SUSPENSIÓN TEMPORAL DE LA ACTIVIDAD EDUCATIVA PRESENCIAL Manual de ortografía, léxico y morfología Todas las actividades se realizarán en la libreta. Ortografía & grafías
1. Uso de G/J, B/V
Recuerda:
Se escribe con G las palabras que:
1. Contienen los sonidos que, gui. 2. Empiezan por gen-‐, gem-‐, geo-‐, ges-‐. 3. Terminan en –gencia, -‐gente, -‐gia,-‐gen. 4. Son verbos terminados en –ger, -‐giar, -‐gerar, -‐gir (excepto tener y crujir) 5. Están compuestas por los sufijos –algia, -‐logía. 6. La mayoría de las palabras que continen la sílaba gen.
Recuerda:
Se escribe con J las palabras que:
1. Tienen los sonidos ja, jo, ju. 2. Terminan o comienzan en –aje, -‐eje, -‐jería. –jero(a) (excepto agente,
agenda, ligero). 3. Son verbos y terminan en –jar. 4. Son verbos cuyos infinitivos no contienen g ni j. 5. Tienen como sonido final la j.
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2
a Lee el siguiente texto y completa las palabras que contengan g y j.
Un gemido y una fuerte exclamación perturbaron al enfermero, quien, instintivamente puso los ojos en el relo__ y después en el panel de control. En efecto, el timbre de la 23C, en la sección de traumatolo__ía, vibraba de forma exa__erada, a pesar de que aún no era hora de __igilia. El enfermo, un abori__en australiano de paso hacia su país en calidad de e__ecutivo de empresa, había sufrido un accidente y se había que__ado todo el día del in__erto que el ciru__ano había realizado en unas de sus piernas. Demostró mucho cora__e durante la intervención, pero ahora parecía a__eno a las normas del hospital, y voceaba sin contención. Era de temer que otros pacientes en seme__antes circunstancias se conta__iasen de su expresividad y comenzasen a proferir exabruptos a los cuatro vientos, que sin duda llegarían hasta la conser__ería y serían oídos hasta en la calle. El enfermero o__eó el pasillo, todavía sin __ente, y se diri__ió con un anal__ésico hasta la puerta del afli__ido ex-‐ tran__ero, barajando la posibilidad de avisar al doctor, con el fin de que este recondu__era la situación cuanto antes.
b Escribe catorce de las palabras que has completado y la regla de ortografía de g y j que corresponda a cada una.
c Escribe todos los sustantivos, adjetivos y verbos del texto que contengan g y j.
d Escribe sustantivos que contengan g/j a partir de los siguientes verbos: abordar, virar, aprender, equipar, anclar, aterrizar, almacenar, hospedar, blindar:
Recuerda:
Se escribe con B las palabras que:
1. Comienzan por bi-‐, bis-‐, biz-‐, bibli-‐, bu-‐, bur-‐, bus-‐, y comienzan o continen bio-‐, bien-‐, bene-‐.
2. son sustantivos terminados en –bilidad (excepto movilidad, civilidad). 3. Son adjetivos terminados en –bundo (a). 4. Son verbos terminados en –buir y en –bir (excepto hervir, servir, vivir). 5. Continen b más consonante. 6. Son pretéritos imperfectos de la primera conjugación.
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3
Recuerda:
Se escriben con V las palabras que:
1. Comienzan por viz-‐, vice-‐, vi-‐ (cuando significa “inmediatamente anterior”), eva-‐, eve-‐, evi-‐, evo-‐.
2. Terminan en –voro (a). 3. Contienen los siguientes sonidos ad-‐, sub-‐, ob más v. 4. Son adjetivos con acento grave y terminan en –avo (a), -‐eva, -‐eve, -‐ivo(a). 5. Son formas verbales cuyos infinitivos no contienen b ni v.
e Lee el siguiente texto y completa las palabras que contengan b y v.
La joven __i__liotecaria __uscó el li__ro en el anaquel correspondiente y __io que so__resalía de entre los demás, como si la estu__iera llamando. El __olumen era relati__amente grueso y en la portada impresiona__a el gra__ado de un hombre di__idido en dos mitades y un título e__ocador: El __izconde demediado y otros cuentos. Acto seguido se lo entregó a __enito con lo que este interpretó como una sonrisa e__anescente. ¿Acaso ha__ía leído ella aquel __i__rante relato? La chica sostu__o su mirada durante un __reve instante y con ama__ilidad y secreto arro__o él le de__ol__ió un saludo cómplice e in__isible que ella no pareció querer e__itar. «¡__aya, qué chico tan amiga__le!», pensa__a ella con __urlesca sonrisa mientras atendía a otro lector con ob__ia aplicación, contri__uyendo al desconsuelo del po__re Benito, quien __uscó la puerta de salida con un __urdo mo__imiento de ca__eza.
2. Uso de H, X, D/Z/CC, Y/LL
Recuerda:
Se escribe con H las palabras:
1. Que empiezan por hia-‐, hie-‐, hue-‐, hui-‐, herm-‐, hern-‐, hist-‐, holg-‐ (excepto ermita, Ernesto, istmo y Olga). También las que empiezan por hum-‐ más vocal.
2. Que empiezan por los prefijos hecto-‐ (cien), helio-‐(sol), hema(o), hemato-‐(sangre), hemi-‐(mitad), hexa-‐(seis), hepta-‐(siete), hetero-‐(distinto), homo-‐(igual), heper-‐(grande), hipo-‐(pequeño), hidro-‐(agua).
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3. Que empiezan por h a las que se añade un prefijo (ejemplo: inhumano) 4. Derivadas de palabras que contienen h.
Recuerda:
1. el verbo echar se escribe sin h (eché, echo castas, deseché, un desecho para la basura).
2. El verbo hacer se escribe con h (hice, he hecho amigos, deshice, algo está deshecho).
3. El verbo haber se escribe con h en todas sus formas, también cuando funciona como auxiliar (ha llegado, has venido, e cantado…).
Recuerda:
Al perder el diptongo inicial hue-‐, esas palabras pierden la h. Ej. hueso / óseo.
Recuerda:
Se escribe con X las palabras:
1. Que empiezan por xeno-‐ (extranjero), xero-‐ (seco), xilo-‐ (madera), ex (fuera), extra-‐ (fuera de), ex más –pr.
2. Que contienen –pl-‐ (excepto espliego, esplendor y sus derivados) y –pl-‐.
Recuerda:
Se escribe con D:
1. Al final de palabra, si el plural se pronuncia –des (pared / paredes). 2. En la segunda persona del plural del imperativo (callad / comed).
Se escribe con Z:
1. Al final de palabra, si el plural se pronuncia –ces (nariz / narices). 2. En los verbos irregulares que terminan en –ecer, -‐ocer (excepto cocer),
-‐ucir para el presente de indicativo (1ª persona) y para el presente de subjuntivo (producir / produzco, produzcas).
Se escribe con CC:
1. Las palabras terminadas en –ción y en cuya familia aparezca el grupo –ct (productor /producción)
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Recuerda:
Se escriben con Y las palabras:
1. Cuyo sonido es consonántico seguido de vocal (yate). 2. Cuyo sonido vocálico final forma diptongo (ley) o triptongo (buey). 3. Cuando ese sonido va después de los prefijos ad-‐, dis-‐, sub-‐, ad-‐ (adyacente) 4. Que son formas verbales de los verbos cuyo infinito no contiene ese sonido
(vayan). 5. Con pretérito perfecto de verbos terminados en –uir (distribuyeron).
Se escriben con LL las palabras que:
1. Terminan en –illo, -‐illa, -‐alle, -‐elle. 2. Son verbos y terminan en –illar, -‐ullar, -‐ullir (no en todos estos verbos).
a Completa el texto con las grafías que faltan.
Ahora les contaré otras e__traordinarias __azañas de ese __éroe, superior a cualquier ser __umano llamado __ércules. Verán, después de que __ubo alcan__ado feli__mente la cima de todos los __echos que ya les he relatado por e__tenso, decidió seguir combatiendo, pero esta ve__ no contra monstruos, sino contra __ombres. Así, por ejemplo, sub__ugó tras un combate e__traordinario a Anteo, hijo de la Tierra. Castigó con la muerte al e__altado e infeli__ Lico, quien le había usurpado el trono. Tras e__plorar un e__tenso territorio, buscó a Gerión, libertó a Italia de Caco, famoso ladrón, sin virtu__ conocida, __ijo de Vulcano, y abrió paso al océano para que se formase el mar Mediterráneo. Este mar, que divide Europa de África, lo hizo posible e__traviando una montaña de cu__o nombre no me acuerdo de otra __amada Abyla, que se ha__aba pró__ima, y abriendo así de modo efica__ el estrecho de Gibraltar. Y en ambos co__ados escribió, lleno de lucide__, el famoso lema de non plus ultra sobre unas columnas que allí mismo erigió.
b Recuerda que se escriben con h las formas del verbo hacer, pero que no la llevan las formas del verbo echar. Escribe las palabras que correspondan en los espacios en blanco: hecho, hecha, echo, echa, deshecho, de-‐ secho, echado.
1 … de menos aquellas largas caminatas por la montaña.
2 Ya está … la comida, así que sentaos a la mesa.
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3 Hemos des…echo las maletas nada más llegar al hotel.
4 … tú mismo toda esa basura en el contenedor.
5 He … todos los deberes para poder salir el sábado con mis amigos
6 El pastel está tan … que no se puede comer.
7 Han … a los buitres los … de la caza.
8 … un poco de sal a la masa cuando esté … y métela en el horno.
3. Uso de M. Palabras de escritura dudosa
Recuerda:
Se escribe M:
1. Delante de p y b (bombilla) 2. Delante de n (excepto perenne; y excepto con los prefijos con-‐, en-‐, in-‐:
innegociable).
a Completa el texto con las grafías correspondientes.
He empezado a co__prender por qué la o__nipresente publicidad va con nosotros __ donde quiera que vayamos, como si hubiéramos caído en una especie de tra__pa de movilidad. Las e__presas necesitan darse __ conocer y con un saber casi o__nisciente de nuestros movimientos diarios se anuncian por doquier y en todos los á__bitos, tanto en la ciudad como en el ca__po. Si uno va __ ver una película, ta__bién le i__pactarán los anuncios; si aún es te__prano y quiere tomarse un café, tendrá su dosis de publicidad, aunque sea en el sobrecito del azúcar. ¡__h, cómo recuerdo aquellos tie__pos en que vivíamos libres de tanta información i__puesta, i__necesaria, tie__pos en que uno se decía __ sí mismo lo que quería o no quería co__prar, sin i__posiciones! Estas reflexiones con que hoy voy caminando se han interru__pido inte__pestivamente al ver sobresalir sobre una ra__pa un in__enso cartel con el burbujeante anuncio á__bar de la Navidad que ya llega con toda su po__pa.
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b Escribe las normas de ortografía que rigen para las palabras con m que hay en el texto.
Palabras de escritura dudosa
Recuerda:
No confundas:
Por qué: ¿Por qué no vienes mañana? (preposición + interrogativo qué)
Por que: La razón por que no llegó.
Porqué: El porque de las cosas sustantivo: “razón”)
Porque: Vino porque quiso. (Conjunción que introduce proposiciones subordinadas).
No confundas:
Con qué: ¿Con qué amigos vendrás?
Con que: Los mismos con que he contado hasta ahora.
Conque: He venido pronto, conque no te enfades.
Si no: Si no quieres, no vengas.
Sino: No fue como dices, sino de otro modo.
Sino: Parece un sino, un destino.
Adonde: Ese es el lugar adonde iremos.
Adónde: ¿Adónde iremos después?
A donde: Iremos a donde fuimos el sábado pasado.
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A: voy a Madrid.
Ha: ha venido sola.
Ah: ¡ah, era eso!
También: También visitaremos Agüimes.
Tan bien: Lo hemos pasado tan bien aquí que regresaremos.
Asimismo (puede escribirse junto o separado): Añadió asimismo una explicación
A sí mismo: Se dijo a sí mismo que eso era lo mejor.
c Escribe las palabras de escritura dudosa que hay en el texto.
d Completa los siguientes enunciados con las palabras que correspondan: por qué, por que, porqué, porque, también, tan bien.
1 Han derribado el edificio … lo habían construido en la playa.
2 Quisiera saber el … de tu decisión.
3 Hemo spreguntado al profesor … están … hechas las vidrieras de la catedral.
4 Él … ha tomado la decisión … tanto ha luchado.
e Completa los siguientes enunciados con las palabras que correspondan: con qué, con que, conque, a, ha, ah.
1 Juan … ido anotando todos los nombres de plantas … se … topado.
2 ¡…,deacuerdo! Entonces escribe en el informe todos los recursos … puedes contar para realizar el proyecto.
3 ¿ … palabras les vas a plantear el tema?
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f Completa los siguientes enunciados con las palabras que correspondan: si no, sino, asimismo, a sí mismo.
1 … les puedo asegurar que … vienen todos, no podremos resolver el asunto.
2 ¡Vaya … que tiene esa pobre gente!, se dijo ….
3 Álvaro no ha llevado una mochila … un bolso de viaje.
Ortografía & acentuación
1. La acentuación. La tilde diacrítica
SE ESTÁ PREPARANDO…
PLAN DE LECTURA “Novela en nueve cartas”. Fedor Dostoiewski
1
Novela en nueve cartas Fedor Dostoiewski
I
(De Pyotr Ivanych a Ivan Petrovich)
Muy señor mío y apreciadísimo amigo Ivan Petrovich:
Puede decirse, apreciadísimo amigo, que desde anteayer corro tras usted para hablarle de un asunto
muy urgente y no le encuentro en ninguna parte. Ayer, y refiriéndose cabalmente a usted en casa de
Semyon Alekseich, decía mi mujer en broma que usted y Tatyana Petrovna están hechos un buen par
de zascandiles. Aún no hace tres meses que están casados y ya ni se cuidan siquiera de sus penates
domésticos. Todos nos reímos mucho -claro que por el sincero afecto que les tenemos-, pero, bromas
aparte, amigo mío, me trae usted de cabeza. Semyon Alekseich dijo que quizá estuviera usted en el
club, en el baile de la Unión Social. No sé si era cosa de reír o llorar. Figúrese usted mi situación: yo
en el baile, solo, sin mi mujer... Al verme solo, Ivan Ándreich, que tropezó conmigo en la conserjería,
conjeturó sin más (¡el muy bribón!) que soy un apasionado ardiente de los bailes de sociedad y,
cogiéndome del brazo, trató de llevarme a la fuerza a una clase de baile, diciendo que en la Unión
Social había muchas apreturas, que la sangre moza no tenía donde revolverse, y que el pachuli y la
reseda le daban dolor de cabeza. No encontré a usted ni a Tatyana Petrovna. Ivan Andreich dijo que
estarían ustedes sin duda viendo la obra de Griboyedov que ponen en el Teatro Aleksandrinski.
Fui volando al Teatro Aleksandrinski. Tampoco estaba usted allí. Esta mañana esperaba encontrarle
en casa de Chistoganov -y nada. Shistoganov mandó a preguntar a casa de los Perepalkin -lo mismo.
En fin, que quedé molido. Usted dirá si no fue ajetreo. Ahora le escribo a usted (no hay más remedio).
Mi asunto no tiene nada de literario (¿usted me comprende?). Lo mejor será que nos veamos a solas.
Me es absolutamente necesario hablar con usted cuanto antes; por ello le ruego que venga hoy a mi
casa con Tatyana Petrovna a tomar el té y a pasar la velada. Mi mujer, Anna Mihailovna, se pondrá
contentísima con la visita de ustedes. Nos dejarán obligados hasta el sepulcro, como dijo aquél.
A propósito, estimadísimo amigo -ya que estoy con la pluma en la mano lo diré todo, sin omitir una
coma- debo ahora reprocharle un poco y aun reprenderle, respetadísimo amigo, por una picardía, al
parecer muy inocente, que me ha jugado usted... ¡so pillo, so desvergonzado! A mediados del mes
pasado presentó usted en mi casa a un conocido suyo, a Evgeni Nikolaich por más señas, avalándole
con la amistosa y, por supuesto, para mí sagrada recomendación de usted. Me alegré de la oportunidad,
PLAN DE LECTURA “Novela en nueve cartas”. Fedor Dostoiewski
2
recibí al joven con los brazos abiertos y con ello me puse un dogal al cuello. Con dogal o sin él, vaya
jugarreta que nos ha hecho usted, como dijo aquél. No es éste el momento de explicarlo, ni es cosa
para encomendar a la pluma. Sólo pregunto a usted muy humildemente, malicioso amigo y compañero,
si no hay modo de sugerir a ese joven delicadamente, entre paréntesis, al oído, a la chita callando, que
hay otras muchas casas en la capital además de la nuestra. ¡Que esto ya no hay quien lo aguante,
amigo! Caemos de rodillas ante usted, como dice nuestro amigo Simonevich. Ya le contaré todo
cuando nos veamos. No es que el joven no tenga garbo y cualidades espirituales, ni que haya metido la
pata en nada. Muy al contrario, es amable y simpático. Pero espere a que nos veamos; y si mientras
tanto tropieza usted con él, dígale eso al oído, muy respetuosamente, por lo que usted más quiera. Yo
mismo se lo diría, pero ya conoce usted mi carácter: no puedo, eso es todo. Al fin y al cabo, usted fue
quien lo recomendó. Pero en todo caso esta noche hablaremos. Y ahora hasta la vista. Quedo de usted,
etc.
P.S. Hace ocho días que tenemos al pequeño indispuesto y cada día está peor. Le están saliendo los
dientes. Mi mujer no hace más que cuidarle. La pobre sufre. Vengan ustedes. De veras que nos darán
un alegrón, estimadísimo amigo mío.
II
(De Ivan Petrovich a Pyotr Ivanych)
Muy señor mío:
Recibí su carta ayer y su lectura me dejó perplejo. Me anduvo usted buscando por Dios sabe qué
sitios y yo estaba sencillamente en casa. Estuve esperando a Ivan Ivanych Tolokonov hasta las diez.
Seguidamente, acompañado de mi mujer, tomé un coche de punto y me planté en casa de usted a eso
de las seis y media. No estaba usted y su esposa nos recibió. Le esperé hasta las diez y media; más
tiempo no pude. Tomé un coche de punto, llevé a mi mujer a casa y yo fui a la de los Perepalkin,
pensando que quizá le encontraría allí, pero me llevé otro chasco. Volví a casa, no dormí en toda la
noche por la inquietud y esta mañana fui a casa de usted tres veces, a las nueve, a las diez y a las once;
más gastos, tres veces, con el alquiler de coches, y de nuevo me dejó usted con un palmo de narices.
La lectura de su carta me dejó, pues, atónito. Habla usted de Evgeni Nikolaich, me dice que le
indique algo confidencialmente pero no me dice qué. Alabo su cautela, pero no todas las cartas son
iguales, y yo a mi mujer no le doy papeles importantes para que haga rizadores para el pelo. Me
pregunto, a decir verdad, qué sentido quiso usted dar a lo que me escribió. Por lo demás, si las cosas
han llegado a ese extremo, ¿para qué mezclarme a mí en el asunto? Yo no meto la nariz en cada
PLAN DE LECTURA “Novela en nueve cartas”. Fedor Dostoiewski
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tejemaneje que se presenta. En cuanto a despedirle, usted mismo puede hacerlo. Sólo veo que tenemos
que hablar con más claridad y precisión; amén de que el tiempo pasa. Yo ando en apuros y no sé cómo
arreglármelas si usted da esquinazo a lo que tenemos convenido. El viaje se nos viene encima, cuesta
dinero, y, por añadidura, mi mujer me gimotea para que le mande hacer una capota de terciopelo a la
última moda. En cuanto a Evgeni Nikolaich, me apresuro a decir a usted que por fin ayer, sin perder
más tiempo, me informé acerca de él cuando estuve en casa de Pavel Semionych Perepalkin. Es
propietario de quinientos siervos en la provincia de Yaroslav y, además, espera heredar de su abuela
otros trescientos en las cercanías de Moscú. No sé qué dinero tiene, pero pienso que eso puede usted
averiguarlo más fácilmente que yo. Finalmente, ruego me diga dónde podemos encontrarnos. Ayer vio
usted a Ivan Andreich quien, según usted, dijo que yo estaba con mi mujer en el Teatro Aleksan-
drinski. Yo por mi parte, digo que miente y que es imposible darle crédito en estas cosas, y que
anteayer, sin ir más lejos, estafó a su abuela 800 rublos. Tengo el honor de reiterarme, etc.
P.S. Mi mujer ha quedado embarazada. Es, además, asustadiza y algo inclinada a la melancolía. En
las representaciones teatrales hay a veces tiroteos y se imita al trueno por medio de máquinas. Por ello,
temiendo que se asuste, no la llevo al teatro. Yo tampoco tengo a éste mucha afición.
III
(De Pyotr Ivanych a Ivan Petrovich)
Apreciadísimo amigo Ivan Petrovich:
Tengo la culpa, la tengo, mil veces la tengo, pero me apresuro a excusarme. Ayer entre cinco y seis,
y en momento justo en que recordábamos a usted con sincera simpatía, llegó corriendo un recadero de
parte de mi tío Stepan Alekseich con la noticia de que mi tía estaba grave. Sin decir palabra a mi mujer
para no asustarla, pretexté tener que atender a un asunto urgente y fui a casa de mi tía. La encontré en
las últimas. A las cinco en punto le había dado un ataque, el tercero en dos años. Karl Fiodorych, el
médico de cabecera, dijo que quizá no saliera de la noche. Imagínese mi situación, apreciadísimo
amigo mío. Toda la noche de pie, yendo y viniendo, abrumado de pena. Cuando llegó la mañana, con
las fuerzas agotadas y abatido por la debilidad física y mental, me acosté en un diván sin acordarme de
decir que me despertaran a tiempo, y cuando abrí los ojos eran las once y media. Mi tía estaba mejor.
Fui a ver a mi mujer. La pobre estaba deshecha, esperándome. Tomé un bocado, di un beso al
pequeño, tranquilicé a mi mujer y fui a buscarle a usted. No estaba en casa. Quien sí estaba era Evgeni
Nikolaich. Volví a mi casa, cogí la pluma y ahora le escribo. No se enfade conmigo, mi buen amigo, ni
rezongue contra mí. Pégueme, córteme esta cabeza culpable, pero no me prive de su afecto. Me enteré
PLAN DE LECTURA “Novela en nueve cartas”. Fedor Dostoiewski
4
por su esposa de que esta noche van a casa de los Slavyanov. Allí estaré sin falta. Le esperaré con gran
impaciencia. Por ahora quedo de usted, etc.
P.S. El pequeño nos tiene verdaderamente desesperados. Karl Fiodorych le ha recetado ruibarbo.
Lloriquea. Ayer no conocía a nadie. Hoy ya empieza a conocer a todos y balbucea: papá, mamá, bu...
Mi mujer se ha pasado llorando toda la mañana.
IV
(De Ivan Petrovich a Pyotr Ivanych)
Muy señor mío:
Le escribo en su casa, en su cuarto y en su escritorio: pero antes de tomar la pluma le he estado
esperando más de dos horas y media. Ahora, Pyotr Ivanych, permita que le dé sin rodeos mi opinión
sincera sobre esta situación ignominiosa. Por su última carta supuse que le esperaban a usted en casa
de los Slavyanov. Me citó usted allí, fui, le estuve esperando cinco horas y no asomó usted. Ahora
bien, ¿es que se propone usted convertirme en el hazmerreír de la gente? Perdón, señor mío... He
venido a su casa esta mañana esperando encontrarle, sin imitar, pues, a ciertas personas escurridizas
que buscan a la gente en sabe Dios qué sitios, cuando pueden encontrarla en casa a cualquier hora
decorosa. En su casa no había ni sombra de usted. No sé qué me impide decirle ahora toda la dura
verdad. Diré sólo que, por lo visto, quiere usted zafarse del convenio que usted conoce. Y ahora,
después de considerar todo el asunto, no puedo menos de confesar que me asombra el sesgo astuto
del pensamiento de usted. Ahora veo claro que viene usted alimentando sus torcidas intenciones
desde mucho tiempo atrás. Prueba de ello es que la semana pasada se adueñó usted, harto
impropiamente, de la carta, dirigida a mi nombre, en la que usted mismo exponía, aunque de modo
bastante oscuro e incoherente, nuestro acuerdo sobre lo que usted sabe. Tiene usted miedo a los
documentos, por eso los destruye y yo me quedo haciendo el primo. Pero yo no permito que se me
tenga por tonto, pues nadie hasta ahora me ha tenido por tal, y en ese particular siempre he obrado
con beneplácito de todos. He abierto los ojos. Usted quiere sacarme de mis casillas, ofuscarme con
Evgeni Nikolaich; y cuando ante la carta del 7 del corriente, que todavía me resulta indescifrable, le
pido explicaciones, me da usted citas falsas y se esconde de mí. ¿Piensa usted acaso, señor mío, que
soy incapaz de darme cuenta de todo eso? Usted prometió compensarme por servicios que le son
muy notorios, a saber la presentación de varias personas, y mientras tanto se las arregla usted no se
como para sacarme elevadas cantidades de dinero, sin recibo, como ocurrió la semana pasada sin ir
más lejos. Pero ahora, después de embolsarse el dinero, se oculta usted, más aún, niega usted los
PLAN DE LECTURA “Novela en nueve cartas”. Fedor Dostoiewski
5
servicios que le presté con relación a Evgeni Nikolaich. Quizá cuenta usted con que me vaya pronto a
Simbirsk y con que no haya tiempo para liquidar. Pues bien, le participo solemnemente, bajo palabra
de honor, que si las cosas llegan a ese punto estoy más que dispuesto a quedarme dos meses enteros
en Petersburgo hasta concluir mi negocio, lograr mi propósito y encontrarle a usted. Aquí también
sabemos ganarle por la mano al prójimo. En conclusión, le hago saber que si no me da hoy una
explicación satisfactoria, primero por carta y después personalmente, cara a cara, y si en su carta no
expone de nuevo los puntos principales del convenio entre nosotros y no pone en claro lo tocante a
Evgeni Nikolaich, me veré precisado a recurrir a medidas que serán muy desagradables para usted y
que a mí mismo me resultan repugnantes. Me reitero de usted, etc.
V
(De Pyotr Ivanych a Ivan Petrovich)
11 de noviembre
Amabilísimo y respetadísimo amigo Ivan Petrovich: Su carta me hirió en lo más profundo del alma.
¿Es que no tiene usted reparo, apreciado aunque injusto amigo, en tratar así a quien le tiene la mejor
voluntad? ¡Desbocarse así, sin poner en claro todo el asunto, y acabar por insultarme con sospechas tan
injuriosas! Me apresuro, no obstante, a responder a sus acusaciones. No me encontró usted ayer, Ivan
Petrovich, porque fui llamado, de repente e inesperadamente, a la cabecera de una moribunda. Mi tía
Evfimiya Nikolavna falleció ayer a las once de la noche. Por acuerdo general de los parientes quedé
encargado de las tristes y dolorosas gestiones. Hubo tanto que hacer que no tuve tiempo esta mañana
de verle a usted ni de ponerle siquiera un renglón para avisárselo. Lamento de todo corazón la mala
inteligencia que ha surgido entre nosotros. Lo que dije acerca de Evgeni Nikolaich, que fue de paso y
en broma, lo entendió usted en sentido contrario al que tenía; y ha dado usted a todo el asunto una
interpretación ofensiva para mí. Saca usted a relucir lo del dinero y se manifiesta usted inquieto con
respecto a él. Ahora bien, estoy dispuesto a satisfacer sin equívocos todos sus deseos y exigencias,
aunque no puedo menos que recordarle que los 350 rublos que recibí de usted la semana pasada no
fueron a título de préstamo, sino como parte del convenio que usted sabe. Si hubiera sido préstamo
existiría, por supuesto, un recibo. No me rebajo a contestar los otros puntos que menciona usted en su
carta. Veo que se trata de una incomprensión, veo en ello sus consabidos arrebatos, su vehemencia y su
franqueza. Sé que la bondad y el carácter sincero de usted no permiten que anide la sospecha en su
corazón y que, en defintiva, será usted el primero en alargarme la mano. Se equivoca usted, Ivan
Petrovich, se equivoca usted de medio a medio.
PLAN DE LECTURA “Novela en nueve cartas”. Fedor Dostoiewski
6
A pesar de que su carta me ha ofendido hondamente, yo, hoy mismo, sería el primero en
reconocerme culpable e ir a verle si no fuera porque el mucho ajetreo de ayer me ha dejado
enteramente rendido y apenas puedo tenerme de pie. Para colmo de desgracias, mi mujer ha caído en
cama y me temo que se trate de algo grave. En cuanto al pequeño, a Dios gracias va mejor. Pero dejo
la pluma, los quehaceres me llaman y tengo un montón de ellos. Quedo de usted, apreciadísimo amigo,
etc.
VI
(De Ivan Petrovich a Pyotr Ivanych)
14 de noviembre
Muy señor mío:
He esperado tres días y he tratado de emplearlos con provecho. Durante ese tiempo, creyendo que la
cortesía y el decoro son los principales adornos del hombre, no le he llamado la atención sobre mí ni
de palabra ni de obra desde mi última carta fechada el 10 del corriente, en parte para que pudiera usted
cumplir con calma sus deberes cristianos para con su tía, y en parte también porque necesitaba tiempo
para hacer ciertas gestiones e indagaciones con respecto a nuestro asunto. Ahora me apresuro a poner
las cosas en claro, final y categóricamente.
Confieso con franqueza que tras la lectura de sus dos primeras cartas pense en serio que usted no
entendía lo que yo quiero; por eso prefería en cada caso verle a usted y hablar cara a cara del asunto,
porque la pluma me asusta y me acuso de falta de claridad en trasladar mis pensamientos al papel.
Usted sabe que carezco de educación y de buenas maneras y que soy ajeno a representar lo que no soy,
ya que por triste experiencia he llegado a saber lo falsas que son a menudo las apariencias y cómo bajo
las flores se oculta a veces la víbora. Pero usted me entendió, y si no me contestó como era debido fue
porque con perfidia, ya había decidido usted faltar a su palabra de honor y pervertir las relaciones
amistosas que han existido entre nosotros. Harto bien ha demostrado usted esto en su abominable
comportamiento conmigo en días recientes, comportamiento perjudicial para mis intereses, que yo no
esperaba y en el que me he resistido a creer hasta el último momento; porque, cautivado al comienzo
de nuestras relaciones por su actitud sensata, su fino trato, su conocimiento de los negocios, así como
por las ventajas que se sucederían de mi asociación con usted, supuse que había encontrado a un
verdadero amigo, compañero y persona de buena voluntad. Ahora, sin embargo, comprendo que hay
muchas personas que, bajo un aspecto lisonjero y brillante, esconden veneno en el corazón, que aplican
su entendimiento a maquinar contra el prójimo e inventar intolerables supercherías, y que por ello
PLAN DE LECTURA “Novela en nueve cartas”. Fedor Dostoiewski
7
temen la pluma y el papel, y que, por último, se sirven de las buenas palabras, no en provecho del
prójimo y la patria, sino para fascinar y adormecer el juicio de quienes se han asociado con ellos en
diversos acuerdos y asuntos. La perfidia de usted para conmigo señor mio, se revela en lo que
manifiesto a continuacion.
En primer lugar, cuando de manera clara y tajante le describí en mi carta mi situación y le
preguntaba además -en mi primera carta-~que queria dar usted a entender, señor mío, con ciertas frases
y alusiones referentes en particular Evgeni Nikolaich, trató usted de no darse por enterado, y después
de provocar mi indignación con dudas y sospechas, decidió usted, sin más, esquivar el asunto. Más
tarde, después de hacerme víctima de actos a los que no cabe dar nombre decoroso, empezó usted a
decirme por carta que se sentía herido. ¿Qué calificativo, señor mío, cabe dar a esto? Luego, cuando
cada minuto me era precioso y usted me obligó a persegitirle por toda la capital, me escribió usted, so
capa de amistad, cartas en las cuales omitía deliberadamente toda referencia a nuestro asunto y me
hablaba de cosas impertinentes, por ejemplo, de las dolencias de su esposa de usted, señora para mí
muy respetable en todo caso, y de que a su pequeño le habían recetado ruibarbo porque le estaban
saliendo los dientes. A todo esto aludía usted en cada una de sus cartas, con regularidad que me
resultaba indigna e injuriosa. Comprendo, por supuesto, que los padecimientos de un hijo atormenten
el alma del padre, pero ¿a qué aludir a ellos cuando lo que importa es otra cosa mucho más apremiante
y necesaria? Mantuve silencio y me cargué de paciencia; pero ahora, cuando ya ha pasado tiempo,
considero mi deber hablar claro. En fin, que con haberme dado citas falsas a menudo y con perfidia,
usted me ha obligado, por lo visto, a hacer un papel de bobo y payaso que nunca he tenido intención de
representar. Más tarde, después de invitarme previamente a su casa y, naturalmente, de engañarme, me
dice usted que ha sido llamado a la cabecera de su tía enferma, quien ha sufrido un ataque a las cinco
en punto, justificándose así con vergonzosa precisión. Por fortuna, señor mío, he tenido tiempo de
hacer indagaciones en estos tres días y me he enterado de que su tía tuvo el ataque en la víspera del 8,
poco antes de medianoche. Veo, pues, que se aprovecha usted de la santidad de las relaciones
familiares. Para engañar a quienes le son enteramente extraños. Para concluir, en su última carta habla
usted de la muerte de su pariente como si hubiera ocurrido en el momento preciso en que yo debía
presentarme en casa de usted para hablar de los asuntos que usted sabe. En este caso la bajeza de los
cálculos y embustes de usted rebasa los límites de lo probable, ya que por informes del todo
fehacientes, a los que afortunadamente he podido recurrir muy a propósito y oportunamente, supe que
su tía falleció 24 horas después de cuando usted dice mendazmente en su carta que ocurrió el falleci-
miento. Si fuera a contar todos los indicios por los que he llegado a saber su perfidia para conmigo
sería el cuento de nunca acabar. Al observador imparcial le bastaría con ver cómo en todas sus cartas
PLAN DE LECTURA “Novela en nueve cartas”. Fedor Dostoiewski
8
me llama usted su muy sincero amigo y me colma de nombres lisonjeros, cosa que, por lo que colijo,
hace sólo para acallar mi conciencia.
Paso ahora al principal ejemplo de su mala fe y falsía para conmigo, a saber, el silencio
ininterrumpido que en días recientes Mantiene usted en todo lo que toca a nuestros intereses comunes;
el hurto maligno de la carta en que, de manera oscura y no del todo comprensible para mí, exponía
nuestro acuerdo y convenio, previo préstamo bárbaro y forzoso de 350 rublos, sin recibo, que exigió
usted de mí en calidad de consocio; y, por último, en las viles calumnias de que hace objeto a nuestro
común conocido Evgeni Nikolaich. Ahora veo claro que lo que quería usted sugerir era, si se permite
la expresión, que ese joven es como el macho cabrío que no da leche ni lana, que no es ni fu ni fa, ni
chicha ni limonada, lo que caracterizaba usted como vicio en su carta del 6 del corriente. Yo, sin em-
bargo, conozco a Evgeni Nikoiaich como joven modesto y de buenas costumbres, apto sin duda para
merecer, encontrar y ganarse el respeto de todos. También me he enterado de que todas las noches,
durante dos semanas enteras, jugando a las cartas con Evgeni Nikolaich, ha llegado usted a embolsarse
algunas decenas de rublos y, a veces, hasta algunos centenares. Ahora, sin embargo, se retracta usted
de todo esto, y no sólo se niega a resarcirme por mis esfuerzos, sino que se ha apropiado mi propio
dinero, halagándome de antemano con el título de consocio y engatusándome con los diversos benefi-
cios que de ello me resultarían. Ahora, después de haberse apropiado ilegalmente mi dinero y el de
Evgeni Nikolaich, se niega usted a compensarme y recurre a una calumnia con la que denigra
injustamente a quien presenté en su casa a costa de grandes afanes y esfuerzos. Pero, por otro lado,
según dicen los amigos, está usted ahora a partir un piñón con él y se hace pasar ante todo el mundo
como su mejor amigo, aunque no hay tonto, por muy tonto que sea, que no se dé cuenta de adónde
apuntan las intenciones de usted y qué significan en realidad sus relaciones amistosas. Yo, por mí, diré
que significan engaño, perfidia, olvido del decoro y los derechos humanos, todo ello en ofensa de Dios
y de todo punto abominable. Me pongo a mí mismo como ejemplo y muestra. ¿En qué le he ofendido
yo a usted para que me trate de forma tan desvergonzada?
Cierro esta carta. He puesto las cosas en claro. Ahora, para terminar, si usted, señor mío, tan pronto
como reciba la presente no me devuelve en su totalidad 1) la cantidad que le entregué, 350 rublos, y 2)
no me manda las otras cantidades que, según promesa suya, me corresponden, recurriré a todos los
medios posibles para obtener la restitución, tanto a la fuerza pura y simple como al amparo de las
leyes; y, por último, le manifiesto que obran en mi poder ciertos testimonios que, mientras sigan en
manos de este su servidor y admirador, pueden manchar y destruir el nombre de usted a los ojos del
mundo entero. Me reitero, etc.
PLAN DE LECTURA “Novela en nueve cartas”. Fedor Dostoiewski
9
VII
(De Pyotr Ivanych a Ivan Petrovich)
15 de noviembre
Ivan Petrovich:
Cuando recibí su misiva tan grosera como extraña sentí al pronto el deseo de hacerla pedazos, pero
la guardé como cosa curiosa. Por lo demás, lamento de corazón las incomprensíones y
contrariedades que han surgido entre nosotros. Estuve por no contestarle, pero me es indispensable
hacerlo. Cabalmente con estos renglones quiero indicarle que me será muy desagradable en todo
momento recibirle a usted en mi casa, y que lo mismo digo de mi mujer. Anda delicada de salud y no
le sienta bien el olor del alquitrán.
Mi mujer envía a la esposa de usted un libro que dejó en nuestra casa, Don Quijote de la Mancha, y
le queda muy agradecida. En cuanto a los chanclos que dice usted que se dejó aquí en su última visita,
debo informarle que desgraciadamente no aparecen por ninguna parte. Se seguirán buscando, pero si
no se encuentran, le compraré unos nuevos. Quedo de usted, etc.
VIII
(El 16 de noviembre Pyotr Ivanych recibe por correo interior dos cartas dirigidas a su nombre.
Abre la primera y saca de ella una nota, cuidadosamente doblada, en papel color de rosa claro. La
letra es de su mujer. Está dirigida a Evgeni Nikolaich con fecha 2 de noviembre. No hay nada más en
el sobre. Pyotr Ivanych lee:)
Amado Eugéne: Fue del todo imposible ayer. Mi marido permaneció toda la velada en casa. Ven
mañana sin falta a las once en punto. Mi marido se va a Tsarskoye a las diez y media y no volverá
hasta media noche. Estuve furiosa toda la noche. Te agradezco el envío de la correspondencia y
noticias. ¡Qué montón de papeles! ¿De veras que ella los ha emborronado todos? Por otra parte, tiene
estilo. Gracias, veo que me quieres. No te enfades por lo de ayer y, por lo que más quieras, ven
mañana.
A.
(Pyotr Ivanych abre el segundo sobre.)
PLAN DE LECTURA “Novela en nueve cartas”. Fedor Dostoiewski
10
Pyotr Ivanych:
Ni que decir tiene que de todos modos no hubiera vuelto a poner los pies en casa de usted; en vano,
pues, me lo dice usted por escrito.
La semana que viene salgo para Simbirsk. Como apreciadísimo y estimadísimo amigo le queda a
usted Evgeni Nikolaich. Buena suerte y no se preocupe usted por lo de los chanclos.
IX
(El 17 de noviembre Ivan Petrovich recibe por correo interior dos cartas dirigidas a su nombre. Abre
la primera y saca de ella una nota escrita de prisa y con descuido. La leta es de su mujer. Está dirigida
a Evgeni Níkolaich con fecha 4 de agosto. No hay nada más en el sobre. Ivan Petrovich lee:)
¡Adiós, adiós, Evgeni Nikolaich! Que Dios le premie también por esto. Sea usted feliz, aunque para
mí sea cruel el destino. ¡Qué horrible! Así lo quiso usted. Si no hubiera sido por mi tía, no hubiera
depositado mi confianza en usted. No se burle de mi tía ni de mí. Mañana nos casan. Mi tía está
contenta de haber hallado a un hombre bueno que me acepta sin dote. Hoy me he fijado bien en él por
primera vez. Parece que es muy bueno. Me dan prisa. Adiós, adiós, amado mío. Acuérdese de mí
alguna vez; yo no le olvidaré nunca. Adiós. Firmo esta última como firmé la primera. ¿Recuerda?
Tatyana
(La segunda carta reza así:)
Ivan Petrovich:
Mañana recibirá usted unos chanclos nuevos. Yo no acostumbro a sacar cosas de bolsillos ajenos, ni
gusto de recoger basura por esas calles.
Evgeni Nikolaich va a Simbirsk dentro de unos día por asuntos de su abuelo y me pide que le
gestione un compañero de viaje. ¿Se anima usted?
PLAN DE LECTURA “El rubí”. Rubén Darío
1
El rubí Rubén Darío
-‐¡Ah! ¡Conque es cierto! Conque ese sabio parisiense ha logrado sacar del fondo de sus retortas, de sus
matraces, la púrpura cristalina de que están incrustados los muros de mi palacio!
Y al decir esto el pequeño gnomo1 iba y venía, de un lugar a otro, a cortos saltos, por la honda cueva que le
servía de morada; y hacía temblar su larga barba y el cascabel de su gorro azul y puntiagudo.
En efecto, un amigo del centenario Chevreul -‐cuasi Althotas-‐, el químico Fremy, acababa de descubrir la
manera de hacer rubíes y zafiros.
Agitado, conmovido, el gnomo -‐que era sabidor y de genio harto vivaz-‐ seguía monologando.
-‐¡Ah, sabios de la edad media! ¡Ah Alberto el Grande, Averroes, Raimundo Lulio! Vosotros no pudisteis ver
brillar el gran sol de la piedra filosofal, y he aquí que sin estudiar las fórmulas aristotélicas, sin saber cábala y
nigromancia, llega un hombre del siglo décimo nono a formar a la luz del día lo que nosotros fabricamos en
nuestros subterráneos! ¡Pues el conjuro! Fusión por veinte días, de una mezcla de sílice y de aluminato de
plomo: coloración con bicromato de potasa, o con óxido de cobalto. Palabras en verdad, que parecen lengua
diabólica.
Risa.
Luego se detuvo.
***
El cuerpo del delito estaba ahí, en el centro de la gruta, sobre una gran roca de oro; un pequeño rubí, redondo,
un tanto reluciente, como un grano de granada al sol.
El gnomo tocó un cuerno, el que llevaba a su cintura, y el eco resonó por las vastas concavidades. Al rato, un
bullicio, un tropel, una algazara. Todos los gnomos habían llegado.
Era la cueva ancha, y había en ella una claridad extraña y blanca. Era la claridad de los carbunclos2 que en el
techo de piedra centelleaban, incrustados, hundidos, apiñados, en focos múltiples; una dulce luz lo iluminaba
todo.
PLAN DE LECTURA “El rubí”. Rubén Darío
2
A aquellos resplandores, podía verse la maravillosa mansión en todo su esplendor. En los muros, sobre
pedazos de plata y oro, entre venas de lapislázuli, formaban caprichosos dibujos, como los arabescos de una
mezquita, gran muchedumbre de piedras preciosas. Los diamantes, blancos y limpios como gotas de agua,
emergían los iris de sus cristalizaciones; cerca de calcedonias colgantes en estalactitas, las esmeraldas
esparcían sus resplandores verdes, y los zafiros, en amontonamientos raros, en ramilletes que pendían del
cuarzo, semejaban grandes flores azules y temblorosas.
Los topacios dorados, las amatistas, circundaban en franjas el recinto; y en el pavimento, cuajado de ópalos,
sobre la pulida crisofasia y el ágata, brotaba de trecho en trecho un hilo de agua, que caía con una dulzura
musical, a gotas armónicas, como las de una flauta metálica soplada muy levemente.
Puck se había entrometido en el asunto, ¡el pícaro Puck! Él había llevado el cuerpo del delito, el rubí
falsificado, el que estaba ahí, sobre la roca de oro, como una profanación entre el centelleo de todo aquel
encanto.
Cuando los gnomos estuvieron juntos, unos con sus martillos y cortas hachas en las manos, otros de gala, con
caperuzas flamantes y encarnadas, llenas de pedrería, todos curiosos, Puck dijo así:
-‐Me habéis pedido que os trajese una muestra de la nueva falsificación humana, y he satisfecho esos deseos.
Los gnomos, sentados a la turca, se tiraban de los bigotes; daban las gracias a Puck, con una pausada
inclinación de cabeza; y los más cercanos a él examinaban con gesto de asombro, las lindas alas, semejantes a
las de un hipsipilo.
Continuó:
-‐¡Oh Tierra! ¡Oh Mujer! Desde el tiempo en que veía a Titania no he sido sino un esclavo de la una, un
adorador casi místico de la otra.
Y luego, como si hablase en el placer de un sueño:
-‐¡Esos rubíes! En la gran ciudad de París, volando invisible, los vi por todas partes. Brillaban en los collares de
las cortesanas, en las condecoraciones exóticas de los rastaquers, en los anillos de los príncipes italianos y en
los brazaletes de las primadonas.
Y con pícara sonrisa siempre:
-‐Yo me colé hasta cierto gabinete rosado muy en boga... Había una hermosa mujer dormida. Del cuello le
arranqué un medallón y del medallón el rubí. Ahí lo tenéis.
PLAN DE LECTURA “El rubí”. Rubén Darío
3
Todos soltaron la carcajada. ¡Qué cascabeleo!
-‐¡Eh, amigo Puck!
¡Y dieron su opinión después, acerca de aquella piedra falsa, obra de hombre o de sabio, que es peor!
-‐¡Vidrio!
-‐¡Maleficio!
-‐¡Ponzoña y cábala!
-‐¡Química!
-‐¡Pretender imitar un fragmento del iris!
-‐¡El tesoro rubicundo de lo hondo del globo!
-‐¡Hecho de rayos del poniente solidificados!
El gnomo más viejo, andando con sus piernas torcidas, su gran barba nevada, su aspecto de patriarca, su cara
llena de arrugas:
-‐¡Señores! -‐dijo-‐ ¡que no sabéis lo que habláis!
Todos escucharon.
-‐Yo, yo que soy el más viejo de vosotros, puesto que apenas sirvo ya para martillar las facetas de los
diamantes; yo, que he visto formarse estos hondos alcázares; que he cincelado los huesos de la tierra, que he
amasado el oro, que he dado un día un puñetazo a un muro de piedra, y caí a un lago donde violé a una ninfa;
yo, el viejo, os referiré de cómo se hizo el rubí.
Oíd:
***
Puck sonreía curioso. Todos los gnomos rodearon al anciano cuyas canas palidecían a los resplandores de la
pedrería, y cuyas manos extendían su movible sombra en los muros, cubiertos de piedras preciosas, como un
lienzo lleno de miel donde se arrojasen granos de arroz.
PLAN DE LECTURA “El rubí”. Rubén Darío
4
-‐Un día, nosotros, los escuadrones que tenemos a nuestro cargo las minas de diamantes, tuvimos una huelga
que conmovió toda la tierra, y salimos en fuga por los cráteres de los volcanes.
El mundo estaba alegre, todo era vigor y juventud; y las rosas, y las hojas verdes y frescas, y los pájaros en
cuyos buches entra el grano y brota el gorjeo, y el campo todo, saludaban al sol y a la primavera fragante.
Estaba el monte armónico y florido, lleno de trinos y de abejas; era una grande y santa nupcia la que celebraba
la luz; y en el árbol la savia ardía profundamente, y en el animal todo era estremecimiento o balido o cántico, y
en el gnomo había risa y placer.
Yo había salido por un cráter apagado. Ante mis ojos había un campo extenso. De un salto me puse sobre un
gran árbol, una encina añeja. Luego, bajé al tronco, y me hallé cerca de un arroyo, un río pequeño y claro
donde las aguas charlaban diciéndose bromas cristalinas. Yo tenía sed. Quise beber ahí... Ahora, oíd mejor.
Brazos, espaldas, senos desnudos, azucenas, rosas, panecillos de marfil coronados de cerezas; ecos de risas
áureas, festivas; y allá, entre las espumas, entre las linfas rotas, bajo las verdes ramas...
-‐¿Ninfas?
-‐No, mujeres.
***
-‐Yo sabía cuál era mi gruta. Con dar una patada en el suelo, abría la arena negra y llegaba a mi dominio.
Vosotros, pobrecillos, gnomos jóvenes, tenéis mucho que aprender!
Bajo los retoños de unos helechos nuevos me escurrí, sobre unas piedras deslavadas por la corriente
espumosa y parlante; y a ella, a la hermosa, a la mujer la agarré de la cintura, con este brazo antes tan
musculoso; gritó, golpeé el suelo; descendimos. Arriba quedó el asombro; abajo el gnomo soberbio y
vencedor.
Un día yo martillaba un trozo de diamante inmenso que brillaba como un astro y que al golpe de mi maza se
hacía pedazos.
El pavimento de mi taller se asemejaba a los restos de un sol hecho trizas. La mujer amada descansaba a un
lado, rosa de carne entre maceteros de zafir, emperatriz del oro, en un lecho de cristal de roca, toda desnuda y
espléndida como una diosa.
PLAN DE LECTURA “El rubí”. Rubén Darío
5
Pero en el fondo de mis dominios, mi reina, mi querida, mi bella, me engañaba. Cuando el hombre ama de
veras, su pasión lo penetra todo y es capaz de traspasar la tierra.
Ella amaba a un hombre, y desde su prisión le enviaba sus suspiros. Éstos pasaban los poros de la corteza
terrestre y llegaban a él; y él, amándola también, besaba las rosas de cierto jardín; y ella, la enamorada, tenía -‐
yo lo notaba-‐ convulsiones súbitas en que estiraba sus labios rosados y frescos como pétalos de centifolia.
¿Cómo ambos así se sentían? Con ser quien soy, no lo sé.
Había acabado yo mi trabajo; un gran montón de diamantes hechos en un día; la tierra abría sus grietas de
granito como labios con sed, esperando el brillante despedazamiento del rico cristal. Al fin de la faena,
cansado, di un martillazo que rompió una roca y me dormí.
Desperté al rato al oír algo como un gemido.
De su lecho, de su mansión más luminosa y rica que las de todas las reinas de Oriente, había volado fugitiva,
desesperada, la amada mía, la mujer robada. ¡Ay! Y queriendo huir por el agujero abierto por mi masa de
granito, desnuda y bella, destrozó su cuerpo blanco y suave como de azahar y mármol y rosa, en los filos de los
diamantes rotos. Heridos sus costados, chorreaba la sangre; los quejidos eran conmovedores hasta las
lágrimas. ¡Oh, dolor!
Yo desperté, la tomé en mis brazos, le di mis besos más ardientes; mas la sangre corría inundando el recinto, y
la gran masa diamantina se teñía de grana. Me pareció que sentía, al darle un beso, un perfume salido de
aquella boca encendida: el alma; el cuerpo quedó inerte.
Cuando el gran patriarca nuestro, el centenario semidiós de las entrañas terrestres, pasó por allí, encontró
aquella muchedumbre de diamantes rojos...
***
Pausa.
-‐¿Habéis comprendido?
Los gnomos muy graves se levantaron. Examinaron más de cerca la piedra falsa, hechura del sabio.
-‐¡Mirad, no tiene facetas!
-‐¡Brilla pálidamente!
PLAN DE LECTURA “El rubí”. Rubén Darío
6
-‐¡Impostura!
-‐¡Es redonda como la coraza de un escarabajo!
Y en ronda, uno por aquí, otro por allá, fueron a arrancar de los muros pedazos de arabesco, rubíes grandes
como una naranja, rojos y chispeantes como un diamante hecho sangre; y decían:
-‐¡He aquí! ¡He aquí lo nuestro, oh madre Tierra!
Aquello era una orgía de brillo y de color.
Y lanzaban al aire las gigantescas piedras luminosas y reían.
De pronto, con toda la dignidad de un gnomo:
-‐¡Y bien! El desprecio.
Se comprendieron todos. Tomaron el rubí falso, lo despedazaron y arrojaron los fragmentos, -‐con desdén
terrible-‐ a un hoyo que abajo daba a una antiquísima selva carbonizada.
Después, sobre sus rubíes, sobre sus ópalos, entre aquellas paredes resplandecientes, empezaron a bailar
asidos de las manos una farandola loca y sonora.
¡Y celebraban con risas, el verse grandes en la sombra!
***
Ya Puck volaba afuera, en el abejeo del alba recién nacida, camino de una pradera en flor. Y murmuraba -‐
siempre con su sonrisa sonrosada!:
-‐Tierra... Mujer...
Porque tú, ¡oh madre Tierra!, eres grande, fecunda, de seno inextinguible y sacro; y de tu vientre moreno
brota la savia de los troncos robustos, y el oro y el agua diamantina, y la casta flor de lis. ¡Lo puro, lo fuerte, lo
infalsificable! ¡Y tú, mujer, eres espíritu y carne, toda Amor!.
PLAN DE LECTURA “El cuento más hermoso del mundo”. Rudyard Kipling
1
EL CUENTO MAS HERMOSO DEL MUNDO
Rudyard Kipling Se llamaba Charlie Mears; Era hijo único de madre viuda; vivía en el norte de Londres y venía al centro todos los días, a su empleo en un banco. Tenía veinte años y estaba lleno de aspiraciones. Lo encontré en una sala de billares, donde el marcador lo tuteaba. Charlie, un poco nervioso, me dijo que estaba allí como espectador; le insinué que volviera a su casa.
Fue el primer jalón de nuestra amistad. En vez de perder tiempo en las calles con los amigos, solía visitarme, de tarde; hablando de sí mismo, como corresponde a los jóvenes, no tardó en confiarme sus aspiraciones: eran literarias. Quería forjarse un nombre inmortal, sobre todo a fuerza de poemas, aunque no desdeñaba mandar cuentos de amor y de muerte a los diarios de la tarde. Fue mi destino estar inmóvil mientras Charlie Mears leía composiciones de muchos centenares de versos y abultados fragmentos de tragedias que, sin duda, conmoverían el mundo. Mi premio era su confianza total; las confesiones y problemas de un joven son casi tan sagrados como los de una niña. Charlie nunca se había enamorado, pero deseaba enamorarse en la primera oportunidad; creía en todas las cosas buenas y en todas las cosas honrosas, pero no me dejaba olvidar que era un hombre de mundo, como cualquier empleado de banco que gana veinticinco chelines por semana. Rimaba «amor y dolor», «bella y estrella», candorosamente, seguro de la novedad de esas rimas. Tapaba con apresuradas disculpas y descripciones los grandes huecos incómodos de sus dramas, y seguía adelante, viendo con tanta claridad lo que pensaba hacer, que lo consideraba ya hecho, y esperaba mi aplauso.
Me parece que su madre no lo alentaba; sé que su mesa de trabajo era un ángulo del lavabo. Esto me lo contó casi al principio, cuando saqueaba mi biblioteca y poco antes de suplicarme que le dijera la verdad sobre sus esperanzas de "escribir algo realmente grande, usted sabe". Quizá lo alenté demasiado, porque una tarde vino a verme, con los ojos llameantes, y me dijo, trémulo:
- ¿A usted no le molesta... puedo quedarme aquí y escribir toda la tarde? No lo molestaré, le prometo. En casa de mi madre no tengo dónde escribir.
- ¿Qué pasa? - pregunté, aunque lo sabía muy bien.
- Tengo una idea en la cabeza, que puede convertirse en el mejor cuento del mundo. Déjeme escribirlo aquí. Es una idea espléndida.
Imposible resistir. Le preparé una mesa; apenas me agradeció y se puso a trabajar enseguida. Durante media hora la pluma corrió sin parar. Charlie suspiró. La pluma corrió más despacio, las tachaduras se multiplicaron, la escritura cesó. El cuento más hermoso del mundo no quería salir.
- Ahora parece tan malo - dijo lúgubremente -. Sin embargo, era bueno mientras lo pensaba. ¿Dónde está la falla?
No quise desalentarlo con la verdad. Contesté:
- Quizá no estés en ánimo de escribir.
- Sí, pero cuando leo este disparate...
- Léeme lo que has escrito - le dije.
PLAN DE LECTURA “El cuento más hermoso del mundo”. Rudyard Kipling
2
Lo leyó. Era prodigiosamente malo. Se detenía en las frases más ampulosas, a la espera de algún aplauso, porque estaba orgulloso de esas frases, como es natural.
- Habría que abreviarlo - sugerí cautelosamente.
- Odio mutilar lo que escribo. Aquí no se puede cambiar una palabra sin estropear el sentido. Queda mejor leído en voz alta que mientras lo escribía.
- Charlie, adoleces de una enfermedad alarmante y muy común. Guarda ese manuscrito y revísalo dentro de una semana.
- Quiero acabarlo en seguida. ¿Qué le parece?
- ¿Cómo juzgar un cuento a medio escribir? Cuéntame el argumento.
Charlie me lo contó. Dijo todas las cosas que su torpeza le había impedido trasladar a la palabra escrita. Lo miré, preguntándome si era posible que no percibiera la originalidad, el poder de la idea que le había salido al encuentro. Con ideas infinitamente menos practicables y excelentes se habían infatuado muchos hombres. Pero Charlie proseguía serenamente, interrumpiendo la pura corriente de la imaginación con muestras de frases abominables que pensaba emplear. Lo escuché hasta el fin. Era insensato abandonar esa idea a sus manos incapaces, cuando yo podía hacer tanto con ella. No todo lo que sería posible hacer, pero muchísimo.
- ¿Qué le parece? - dijo al fin. Creo que lo titularé «La Historia de un Buque».
- Me parece que la idea es bastante buena; pero todavía estás lejos de poder aprovecharla. En cambio, yo...
- ¿A usted le serviría? ¿La quiere? Sería un honor para mí - dijo Charlie en seguida.
Pocas cosas hay más dulces en este mundo que la inocente, fanática, destemplada, franca admiración de un hombre más joven. Ni siquiera una mujer ciega de amor imita la manera de caminar del hombre que adora, ladea el sombrero como él o intercala en la conversación sus dichos predilectos. Charlie hacía todo eso. Sin embargo, antes de apoderarme de sus ideas, yo quería apaciguar mi conciencia.
- Hagamos un arreglo. Te daré cinco libras por el argumento - le dije.
Instantáneamente, Charlie se convirtió en empleado de banco:
- Es imposible. Entre camaradas, si me permite llamarlo así, y hablando como hombre de mundo, no puedo. Tome el argumento, si le sirve. Tengo muchos otros.
Los tenía - nadie lo sabía mejor que yo - pero eran argumentos ajenos.
- Míralo como un negocio entre hombres de mundo - repliqué -. Con cinco libras puedes comprar una cantidad de libros de versos. Los negocios son los negocios, y puedes estar seguro que no abonaría ese precio si...
- Si usted lo ve así - dijo Charlie, visiblemente impresionado con la idea de los libros.
PLAN DE LECTURA “El cuento más hermoso del mundo”. Rudyard Kipling
3
Cerramos trato con la promesa de que me traería periódicamente todas las ideas que se le ocurrieran, tendría una mesa para escribir y el incuestionable derecho de infligirme todos sus poemas y fragmentos de poemas. Después le dije:
- Cuéntame cómo te vino esta idea.
- Vino sola.
Charlie abrió un poco los ojos.
- Sí, pero me contaste muchas cosas sobre el héroe que tienes que haber leído en alguna parte.
- No tengo tiempo para leer, salvo cuando usted me deja estar aquí, y los domingos salgo en bicicleta o paso el día entero en el río. ¿Hay algo que falta en el héroe?
- Cuéntamelo otra vez y lo comprenderé claramente. Dices que el héroe era pirata. ¿Cómo vivía?
- Estaba en la cubierta de abajo de esa especie de barco del que le hablé.
- ¿Qué clase de barco?
- Eran esos que andan con remos, y el mar entra por los agujeros de los remos, y los hombres reman con el agua hasta la rodilla. Hay un banco entre las dos filas de remos, y un capataz con un látigo camina de una punta a la otra del banco, para que trabajen los hombres.
- ¿Cómo lo sabes?
- Está en el cuento. Hay una cuerda estirada, a la altura de un hombre, amarrada a la cubierta de arriba, para que se agarre el capataz cuando se mueve el barco. Una vez, el capataz no da con la cuerda y cae entre los remeros; el héroe se ríe y lo azotan. Está encadenado a su remo, naturalmente.
- ¿Cómo está encadenado?
- Con un cinturón de hierro, clavado al banco, y con una pulsera atándolo al remo. Está en la cubierta de abajo, donde van los peores, y la luz entra por las escotillas y los agujeros de los remos. ¿Usted no se imagina la luz del sol filtrándose entre el agujero y el remo, y moviéndose con el banco?
- Sí, pero no puedo imaginar que tú te lo imagines.
- ¿De qué otro modo puede ser? Escúcheme, ahora. Los remos largos de la cubierta de arriba están movidos por cuatro hombres en cada banco; los remos intermedios, por tres; los de más abajo, por dos. Acuérdese de que en la cubierta inferior no hay ninguna luz, y que todos los hombres ahí se enloquecen. Cuando en esa cubierta muere un remero, no lo tiran por la borda: lo despedazan, encadenado, y tiran los pedacitos al mar, por el agujero del remo.
- ¿Por qué? - pregunté asombrado, menos por la información que por el tono autoritario de Charlie Mears.
- Para ahorrar trabajo y para asustar a los compañeros. Se precisan dos capataces para subir el cuerpo de un hombre a la otra cubierta, y si dejaran solos a los remeros de la cubierta de abajo, éstos no remarían y tratarían de arrancar los bancos, irguiéndose a un tiempo en sus cadenas.
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- Tienes una imaginación muy previsora. ¿Qué has estado leyendo sobre galeotes?
- Que yo me acuerde, nada. Cuando tengo oportunidad, remo un poco. Pero tal vez he leído algo, si usted lo dice.
Al rato salió en busca de librerías y me pregunté cómo, un empleado de banco, de veinte años, había podido entregarme, con pródiga abundancia de pormenores, datos con absoluta seguridad, ese cuento de extravagante y ensangrentada aventura, motín, piratería y muerte, en mares sin nombre. Había empujado al héroe por una desesperada odisea, lo había rebelado contra los capataces, le había dado una nave que comandar, y después una isla "por ahí en el mar, usted sabe"; y, encantado con las modestas cinco libras, había salido a comprar los argumentos de otros hombres para aprender a escribir. Me quedaba el consuelo de saber que su argumento era mío, por derecho de compra, y creía poder aprovecharlo de algún modo.
Cuando nos volvimos a ver estaba ebrio, ebrio de los muchos poetas que le habían sido revelados. Sus pupilas estaban dilatadas, sus palabras se atropellaban y se envolvía en citas, como un mendigo en la púrpura de los emperadores. Sobre todo, estaba ebrio de Longfellow.
- ¿No es espléndido? ¿No es soberbio? - me gritó luego de un apresurado saludo. Oiga esto:
- ¿Quieres - preguntó el timonel - saber el secreto del mar? Sólo quienes afrontan sus peligros comprenden su misterio.
- ¡Demonios!
- Sólo quienes afrontan sus peligros comprenden su misterio - repitió veinte veces, caminando de un lado a otro, olvidándome. Encontrarán al final los versos en inglés.
- Pero yo también puedo comprenderlo - dijo - No sé cómo agradecerle las cinco libras. Oiga esto:
Recuerdo los embarcaderos negros, las ensenadas, la agitación de las mareas y los marineros españoles, de labios barbudos y la belleza y el misterio de las naves y la magia del mar. Nunca he afrontado peligros, pero me parece que entiendo todo eso.
- Realmente, parece que dominas el mar. ¿Lo has visto alguna vez?
- Cuando era chico estuvimos en Brighton. Vivíamos en Coventry antes de venir a Londres. Nunca lo he visto... Cuando baja sobre el Atlántico el titánico viento huracanado del Equinoccio
Me tomó por el hombro y me zamarreó, para que comprendiera la pasión que lo sacudía.
- Cuando viene esa tormenta - prosiguió - todos los remos del barco se rompen, y los mangos de los remos deshacen el pecho de los remeros. A propósito, ¿usted ya hizo mi argumento?
- No, esperaba que me contaras algo más. Dime cómo conoces tan bien los detalles del barco. Tú no sabes nada de barcos.
- No me lo explico. Es del todo real para mí hasta que trato de escribirlo. Anoche, en la cama, estuve pensando, después de concluir La Isla del Tesoro. Inventé una porción de cosas para el cuento.
- ¿Qué clase de cosas?
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- Sobre lo que comían los hombres: higos podridos y habas negras y vino en un odre de cuero que se pasaban de un banco a otro.
- ¿Tan antiguo era el barco?
- Yo no sé si era antiguo. A veces me parece tan real como si fuera cierto. ¿Le aburre que hable de eso?
- En lo más mínimo. ¿Se te ocurrió algo más?
- Sí, pero es un disparate. - Charlie se ruborizó algo.
- No importa; dímelo.
- Bueno, pensaba en el cuento, y al rato salí de la cama y apunté en un pedazo de papel las cosas que podían haber grabado en los remos, con el filo de las esposas. Me pareció que eso le daba más realidad. Es tan real, para mí, usted sabe.
- ¿Tienes el papel?
- Sí, pero a qué mostrarlo. Son unos cuantos garabatos. Con todo, podrían ir en la primera hoja del libro.
- Ya me ocuparé de esos detalles. Muéstrame lo que escribían tus hombres.
- Sacó del bolsillo una hoja de carta, con un solo renglón escrito, y yo la guardé.
- ¿Qué se supone que esto significa en inglés?
- Ah, no sé. Yo pensé que podía significar: "Estoy cansadísimo". Es absurdo - repitió - pero esas personas del barco me parecen tan reales como nosotros. Escriba pronto el cuento; me gustaría verlo publicado.
- Pero todas las cosas que me has dicho darían un libro muy extenso.
- Hágalo, entonces. No tiene más que sentarse y escribirlo.
- Dame tiempo. ¿No tienes más ideas?
- Por ahora, no. Estoy leyendo todos los libros que compré. Son espléndidos.
Cuando se fue, miré la hoja de papel con la inscripción. Después... pero me pareció que no hubo transición entre salir de casa y encontrarme discutiendo con un policía ante una puerta llamada "Entrada Prohibida" en un corredor del Museo Británico. Lo que yo exigía, con toda la cortesía posible, era "el hombre de las antigüedades griegas". El policía todo lo ignoraba, salvo el reglamento del museo, y fue necesario explorar todos los pabellones y escritorios del edificio. Un señor de edad interrumpió su almuerzo y puso término a mi busca tomando la hoja de papel entre el pulgar y el índice, y mirándola con desdén.
- ¿Qué significa esto? Veamos - dijo -; si no me engaño es un texto en griego sumamente corrompido, redactado por alguien - aquí me clavó los ojos - extraordinariamente iletrado.
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Leyó con lentitud:
- Pollock, Erkmann, Tauchintz, Hennicker, cuatro nombres que me son familiares.
- ¿Puede decirme lo que significa este texto?
- He sido... muchas veces... vencido por el cansancio en este menester. Eso es lo que significa.
Me devolvió el papel; huí sin una palabra de agradecimiento, de explicación o de disculpa.
Mi distracción era perdonable. A mí, entre todos los hombres, me había sido otorgada la oportunidad de escribir la historia más admirable del mundo, nada menos que la historia de un galeote griego, contada por él mismo. No era raro que los sueños le parecieran reales a Charlie. Las Parcas, tan cuidadosas en cerrar las puertas de cada vida sucesiva, se habían distraído esta vez, y Charlie miró, aunque no lo sabía, lo que a nadie le había sido permitido mirar, con plena visión, desde que empezó el tiempo. Ignoraba enteramente el conocimiento que me había vendido por cinco libras; y perseveraría en esa ignorancia, porque los empleados de banco no comprenden la mentempsicosis, y una buena educación comercial no incluye el conocimiento del griego. Me suministraría - aquí bailé, entre los mudos dioses egipcios, y me reí en sus caras mutiladas - materiales que darían certidumbre a mi cuento: una certidumbre tan grande que el mundo lo recibiría como una insolente y artificiosa ficción. Y yo, sólo yo sabría que era absoluta y literalmente cierto. Esa joya estaba en mi mano para que yo la puliera y cortara. Volví a bailar entre los dioses del patio egipcio, hasta que un policía me vio y empezó a acercarse.
Sólo había que alentar la conversación de Charlie, y eso no era difícil; pero había olvidado los malditos libros de versos. Volvía, inútil como un fonógrafo recargado, ebrio de Byron, de Shelley o de Keats. Sabiendo lo que el muchacho había sido en sus vidas anteriores, y desesperadamente ansioso de no perder una palabra de su charla, no pude ocultarle mi respeto y mi interés. Los tomó como respeto por el alma actual de Charlie Mears, para quien la vida era tan nueva como lo fue para Adán, y como interés por sus lecturas; casi agotó mi paciencia, recitando versos, no suyos sino ajenos. Llegué a desear que todos los poetas ingleses desaparecieran de la memoria de los hombres. Calumnié las glorias más puras de la poesía porque desviaban a Charlie de la narración directa y lo estimulaban a la imitación; pero sofrené mi impaciencia hasta que se agotó el ímpetu inicial de entusiasmo y el muchacho volvió a los sueños.
- ¿Para qué le voy a contar lo que yo pienso, cuando esos tipos escribieron para los ángeles? - exclamó una tarde -. ¿Por qué no escribe algo así?
- Creo que no te portas muy bien conmigo - dije conteniéndome.
- Ya le di el argumento - dijo con sequedad, prosiguiendo la lectura de Byron.
- Pero quiero detalles.
- ¿Esas cosas que invento sobre ese maldito barco que usted llama galera? Son facilísimas. Usted mismo puede inventarlas. Suba un poco la llama, quiero seguir leyendo.
Le hubiera roto en la cabeza la lámpara del gas. Yo podría inventar si supiera lo que Charlie ignoraba que sabía. Pero como detrás de mí estaban cerradas las puertas, tenía que aceptar sus caprichos y mantener despierto su buen humor. Una distracción momentánea podía estorbar una preciosa revelación. A veces dejaba los libros - los guardaba en mi casa, porque a su madre le hubiera
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escandalizado el gasto de dinero que representaban - y se perdía en sueños marinos. De nuevo maldije a todos los poetas de Inglaterra. La mente plástica del empleado de banco estaba recargada, coloreada y deformada por las lecturas, y el resultado era una red confusa de voces ajenas como el zumbido múltiple de un teléfono de una oficina en la hora más atareada.
Hablaba de la galera - de su propia galera, aunque no lo sabía - con imágenes de La Novia de Abydos. Subrayaba las aventuras del héroe con citas del Corsario y agregaba desesperadas y profundas reflexiones morales de Caín y de Manfredo, esperando que yo las aprovechara. Sólo cuando hablábamos de Longfellow esos remolinos se enmudecían, y yo sabía que Charlie decía la verdad, tal como la recordaba.
- ¿Esto qué te parece? - le dije una tarde en cuanto comprendí el ambiente más favorable para su memoria, y antes de que protestara le leí casi íntegra la Saga del Rey Olaf.
Escuchaba atónito, golpeando con los dedos el respaldo del sofá, hasta que llegué a la canción de Einar Tamberskelver y a la estrofa:
Einar, sacando la flecha de la cuerda que ya no tensaba, dijo: Era Noruega lo que se quebraba bajo tu mano, oh Rey.
Se estremeció de puro deleite verbal.
- ¿Es un poco mejor que Byron? - aventuré.
- ¡Mejor! Es cierto. ¿Cómo lo sabría Longfellow?
Repetí una estrofa anterior:
- ¿Qué fue eso?, dijo Olaf, erguido en el puente de mando, oí algo como el estruendo de un barco destrozado al encallar.
- ¿Cómo podía saber cómo los barcos se destrozan, y los remos saltan y hacen zzzzp contra la costa? Anoche apenas... Pero siga leyendo, por favor, quiero volver a oír "The Skerry of Shrieks"
- No, estoy cansado. Hablemos. ¿Qué es lo que sucedió anoche?
- Tuve un sueño terrible sobre esa galera nuestra. Soñé que me ahogaba en una batalla. Abordamos otro barco, en un puerto. El agua estaba muerta, salvo donde la golpeaban los remos. ¿Usted sabe cuál es mi sitio en la galera?
Al principio hablaba con vacilación, bajo un hermoso temor inglés de que se rieran de él.
- No, es una novedad para mí - respondí humildemente, y ya me latía el corazón.
- El cuarto remo a la derecha, a partir de la proa, en la cubierta de arriba. Eramos cuatro en ese remo, todos encadenados. Me recuerdo mirando el agua y tratando de sacarme las esposas antes de que empezara la pelea. Luego nos arrimamos al otro barco, y quedé inmóvil, con los tres compañeros encima y el remo grande atravesado sobre nuestras espaldas.
- ¿Y?
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Los ojos de Charlie estaban encendidos y vivos. Miraba la pared, detrás de mi asiento.
- No sé cómo peleamos. Los hombres me pisoteaban la espalda y yo estaba quieto. Luego, nuestros remeros de la izquierda - atados a sus remos, ya sabe - gritaron y empezaron a remar hacia atrás. Oía el chirrido del agua, giramos como un escarabajo y comprendí, sin necesidad de ver, que una galera iba a embestirnos con el espolón, por el lado izquierdo. Apenas pude levantar la cabeza y ver su velamen sobre la borda. Queríamos recibirla con la proa, pero era muy tarde. Sólo pudimos girar un poco, porque el barco de la derecha se nos había enganchado y nos detenía. Entonces vino el choque. Los remos de la izquierda se rompieron cuando el otro barco, el que se movía, les metió la proa. Los remos de la cubierta de abajo reventaron las tablas del piso, con el cabo para arriba, y uno de ellos vino a caer cerca de mi cabeza.
- ¿Cómo sucedió eso?
- La proa de la galera que se movía los empujaba para dentro y había un estruendo ensordecedor en las cubiertas inferiores. El espolón nos agarró por el medio y nos ladeamos, y los hombres de la otra galera desengancharon los garfios y las amarras, y tiraron cosas en la cubierta de arriba - flechas, alquitrán ardiendo o algo que quemaba - y nos empinamos, más y más, por el lado izquierdo, y el derecho se sumergió, y di vuelta la cabeza y vi el agua inmóvil cuando sobrepasó la borda, y luego se curvó y derrumbó sobre nosotros, y recibí el golpe en la espalda, y me desperté.
- Un momento, Charlie. Cuando el mar sobrepasó la borda, ¿qué parecía?
Tenía mis razones para preguntarlo. Un conocido mío había naufragado una vez en un mar en calma y había visto el agua horizontal detenerse un segundo antes de caer en la cubierta.
- Parecía una cuerda de violín, tirante, y parecía durar siglos - dijo Charlie.
Precisamente. El otro había dicho: "Parecía un hilo de plata estirado sobre la borda, y pensé que nunca iba a romperse". Había pagado con todo, salvo la vida, esa partícula de conocimiento, y yo había atravesado diez mil leguas para encontrarlo y para recoger ese dato ajeno. Pero Charlie, con sus veinticinco chelines semanales, con su vida reglamentaria y urbana, lo sabía muy bien. No era consuelo para mí que una vez en sus vidas hubiera tenido que morir para aprenderlo. Yo también debí morir muchas veces, pero detrás de mí, para que no empleara mi conocimiento, habían cerrado las puertas.
- ¿Y entonces? - dije tratando de alejar el demonio de la envidia.
- Lo más raro, sin embargo, es que todo ese estruendo no me causaba miedo ni asombro. Me parecía haber estado en muchas batallas, porque así se lo repetí a mi compañero. Pero el canalla del capataz no quería desatarnos las cadenas y darnos una oportunidad de salvación. Siempre decía que nos daría la libertad después de una batalla. Pero eso nunca sucedía, nunca.
Charlie movió la cabeza tristemente.
- ¡Qué canalla!
- No hay duda. Nunca nos daba bastante comida y a veces teníamos tanta sed que bebíamos agua salada. Todavía me queda el gusto en la boca.
- Cuéntame algo del puerto donde ocurrió el combate.
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- No soñé sobre eso. Sin embargo, sé que era un puerto; estábamos amarrados a una argolla en una pared blanca y la superficie de la piedra, bajo el agua, estaba recubierta de madera, para que no se astillara nuestro espolón cuando la marea nos hamacara.
- Eso es interesante. El héroe mandaba la galera, ¿no es verdad?
- Claro que sí, estaba en la proa y gritaba como un diablo. Fue el hombre que mató al capataz.
- ¿Pero ustedes se ahogaron todos juntos, Charlie?
- No acabo de entenderlo - dijo, perplejo -. Sin duda la galera se hundió con todos los de a bordo, pero me parece que el héroe siguió viviendo. Tal vez se pasó al otro barco. No pude ver eso, naturalmente; yo estaba muerto.
Tuvo un ligero escalofrío y repitió que no podía acordarse de nada más.
No insistí, pero para cerciorarme de que ignoraba el funcionamiento del alma le di la Transmigración de Mortimer Collins y le reseñé el argumento.
- Qué disparate - dijo con franqueza, al cabo de una hora -; no comprendo ese enredo sobre el Rojo Planeta Marte y el Rey y todo lo demás. Deme el libro de Longfellow.
Se lo entregué y escribí lo que pude recordar de su descripción del combate naval, consultándolo a ratos para que corroborara un detalle o un hecho. Contestaba sin levantar los ojos del libro, seguro, como si todo lo que sabía estuviera impreso en las hojas. Yo le interrogaba en voz baja, para no romper la corriente, y sabía que ignoraba lo que decía, porque sus pensamientos estaban en el mar, con Longfellow.
- Charlie - le pregunté -, cuando se amotinaban los remeros de las galeras, ¿cómo mataban a los capataces?
- Arrancaban los bancos y se los rompían en la cabeza. Eso ocurrió durante una tormenta. Un capataz, en la cubierta de abajo, se resbaló y cayó entre los remeros. Suavemente, lo estrangularon contra el borde, con las manos encadenadas; había demasiada oscuridad para que el otro capataz pudiera ver. Cuando preguntó qué sucedía, lo arrastraron también y lo estrangularon; y los hombres fueron abriéndose camino hacia arriba, cubierta por cubierta, con los pedazos de los bancos rotos colgando y golpeando. ¡Cómo vociferaban!
- ¿Y qué pasó después?
- No sé. El héroe se fue, con pelo colorado, barba colorada, y todo. Pero antes capturó nuestra galera, me parece.
El sonido de mi voz lo irritaba. Hizo un leve ademán con la mano izquierda como si lo molestara una interrupción.
- No me habías dicho que tenía el pelo colorado, o que capturó la galera - dije al cabo de un rato.
Charlie no alzó los ojos.
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- Era rojo como un oso rojo - dijo distraído -. Venía del norte; así lo dijeron en la galera cuando pidió remeros, no esclavos: hombres libres. Después, años y años después, otro barco nos trajo noticias suyas, o él volvió...
Sus labios se movían en silencio. Repetía, absorto, el poema que tenía ante sus ojos.
- ¿Dónde había ido?
Casi lo dije en un susurro, para que la frase llegara con suavidad a la sección del cerebro de Charlie que trabajaba para mí.
- A las Playas, las Largas y Prodigiosas Playas - respondió al cabo de un minuto.
- ¿A Furdurstrandi? - pregunté, temblando de pies a cabeza.
- Sí a Furdurstrandi - pronunció la palabra de un modo nuevo - Y ví también...
La voz se le apagó.
- ¿Sabes lo que has dicho? - grité con imprudencia.
Levantó los ojos, despierto.
- No - dijo secamente -. Déjeme leer en paz. Oiga esto:
Pero Othere, el viejo capitán, no se detuvo ni se movió hasta que el rey escuchó, entonces tomó una vez más su pluma y transcribió cada palabra. Y al Rey de los sajones como prueba de la verdad, levantando su noble rostro, extendió su mano curtida y dijo, observe este colmillo de morsa.
- ¡Qué hombres habrán sido esos para navegarse los mares sin saber cuándo tocarían tierra!
- Charlie - rogué -, si te portas bien un minuto o dos, haré que nuestro héroe valga tanto como Othere.
- Es de Longfellow el poema. No me interesa escribir. Quiero leer.
Imagínense ante la puerta de los tesoros del mundo, guardada por un niño - un niño irresponsable y holgazán, jugando a cara o cruz - de cuyo capricho depende el don de la llave, y comprenderán mi tormento. Hasta esa tarde Charlie no había hablado de nada que no correspondiera a las experiencias de un galeote griego. Pero ahora (o mienten los libros) había recordado alguna desesperada aventura de los vikingos, del viaje de Thorfin Karlsefne a Vinland, que es América, en el siglo nueve o diez. Había visto la batalla en el puerto; había referido su propia muerte. Pero esta otra inmersión en el pasado era aún más extraña. ¿Habría omitido una docena de vidas y oscuramente recordaba ahora un episodio de mil años después? Era un enredo inextricable y Charlie Mears, en su estado normal, era la última persona del mundo para solucionarlo. Sólo me quedaba vigilar y esperar, pero esa noche me inquietaron las imaginaciones más ambiciosas. Nada era imposible si no fallaba la detestable memoria de Charlie.
Podía volver a escribir la Saga de Thorfin Karlsefne, como nunca la habían escrito, podía referir la historia del primer descubrimiento de América siendo yo mismo el descubridor. Pero yo estaba a merced de Charlie y mientras él tuviera a su alcance un ejemplar de Clásico para Todos, no hablaría. No me atreví a maldecirlo abiertamente, apenas me atrevía a estimular su memoria, porque se trataba
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de experiencias de hace mil años narradas por la boca de un muchacho contemporáneo, y a un muchacho lo afectan todos los cambios de opinión y aunque quiera decir la verdad tiene que mentir.
Pasé una semana sin ver a Charlie. Lo encontré en Gracechurch Street con un libro Mayor encadenado a la cintura. Tenía que atravesar el Puente de Londres y lo acompañé. Estaba muy orgulloso de ese libro Mayor. Nos detuvimos en la mitad del puente para mirar un vapor que descargaba grandes lajas de mármol blanco y amarillo. En una barcaza que pasó junto al vapor mugió una vaca solitaria. La cara de Charlie se alteró; ya no era la de un empleado de banco, sino otra, desconocida y más despierta. Estiró el brazo sobre el parapeto del puente y, riéndose muy fuerte, dijo:
- Cuando bramaron nuestros toros, los Skroelings huyeron.
La barcaza y la vaca habían desaparecido detrás del vapor antes de que yo encontrara palabras.
- Charlie, ¿qué te imaginas que son Skroelings?
- La primera vez en la vida que oigo hablar de ellos. Parece el nombre de una nueva clase de gaviotas. ¡Qué preguntas se le ocurren a usted! - contestó -. Tengo que verme con el cajero de la compañía de ómnibus. Me espera un rato y almorzamos juntos en algún restaurante. Tengo una idea para un poema.
- No, gracias. Me voy. ¿Estás seguro de que no sabes nada de Skroelings?
- No, a menos que esté inscrito en el "Clásico" de Liverpool.
Saludó y desapareció entre la gente.
Está escrito en la Saga de Eric el Rojo o en la de Thorfin Karlsefne que hace novecientos años, cuando las galeras de Karlsefne llegaron a las barracas de Leif, erigidas por éste en la desconocida tierra de Markland, era tal vez Rhode Island, los Skroelings - sólo Dios sabe quiénes eran - vinieron a traficar con los vikingos y huyeron porque los aterró el bramido de los toros que Thorfin había traído en las naves. ¿Pero qué podía saber de esa historia un esclavo griego? Erré por las calles, tratando de resolver el misterio, y cuanto más lo consideraba, menos lo entendía. Sólo encontré una certidumbre, y esa me dejó atónito. Si el porvenir me deparaba algún conocimiento íntegro, no sería el de una de las vidas del alma en el cuerpo de Charlie Mears, sino el de muchas, muchas existencias individuales y distintas, vividas en las aguas azules en la mañana del mundo.
Examiné después la situación.
Me parecía una amarga injusticia que me fallara la memoria de Charlie cuando más la precisaba. A través de la neblina y el humo alcé la mirada, ¿sabían los señores de la Vida y la Muerte lo que esto significaba para mí? Eterna fama, conquistada y compartida por uno solo. Me contentaría - recordando a Clive, mi propia moderación me asombró - con el mero derecho de escribir un solo cuento, de añadir una pequeña contribución a la literatura frívola de la época. Si a Charlie le permitieran una hora - sesenta pobres minutos - de perfecta memoria de existencias que habían abarcado mil años, yo renunciaría a todo el provecho y la gloria que podría valerme su confesión. No participaría en la agitación que sobrevendría en aquel rincón de la tierra que se llama "el mundo". La historia se publicaría anónimamente. Haría creer a otros hombres que ellos la habían escrito. Ellos alquilarían ingleses de cuello duro para que la vociferaran al mundo. Los moralistas fundarían una nueva ética, jurando que habían apartado de los hombres el temor de la muerte. Todos los orientalistas de Europa la apadrinarían verbosamente, con textos en pali y sánscrito. Atroces mujeres inventarían impuras variantes de los dogmas que profesarían los hombres, para instrucción de sus hermanas. Disputarían
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las iglesias y sus religiones. Al subir a un ómnibus preví las polémicas de media docena de sectas, igualmente fieles a la "Doctrina de la verdadera Mentempsicosis en sus aplicaciones a la Nueva Era y al Universo", y vi también a los decentes diarios ingleses dispersándose, como hacienda espantada, ante la perfecta simplicidad de mi cuento. La imaginación recorrió cien, doscientos, mil años de futuro. Vi con pesar que los hombres mutilarían y pervertirían tal historia; que las sectas rivales la deformarían hasta que el mundo occidental, aferrado al temor de la muerte y no a la esperanza de la vida, la descartaría como una superstición interesante y se entregaría a alguna fe tan olvidada que pareciera nueva. Entonces modifiqué los términos de mi pacto con los Señores de la Vida y la Muerte. Que me dejaran saber, que me dejaran escribir esa historia, con la conciencia de registrar la verdad, y sacrificaría el manuscrito y lo quemaría. Cinco minutos después de redactada la última línea, lo quemaría. Pero que me dejaran escribirlo, con entera confianza.
No hubo respuesta. Los violentos colores de un aviso del casino me impresionaron, ¿no convendría poner a Charlie en manos de un hipnotizador? ¿Hablaría de sus vidas pasadas? Pero Charlie se asustaría de la publicidad, o ésta lo haría intolerable. Mentiría por vanidad o por miedo. Estaría seguro en mis manos.
- Son cómicos, ustedes, los ingleses - dijo una voz. Dándome vuelta, me encontré con un conocido, un joven bengalí que estudiaba derecho, un tal Grish Chunder, cuyo padre lo había mandado a Inglaterra para educarlo. El viejo era un funcionario hindú, jubilado; con una renta de cinco libras esterlinas al mes lograba dar a su hijo doscientas libras esterlinas al año y plena licencia en una ciudad donde fingía ser un príncipe y contaba cuentos de los brutales burócratas de la India que oprimían a los pobres.
Grish Chunder era un joven y obeso bengalí, escrupulosamente vestido de levita y pantalón claro, con sombrero alto y guantes amarillos. Pero yo lo había conocido en los días en que el brutal gobierno de la India pagaba sus estudios universitarios y él publicaba artículos sediciosos en el Sachi Durpan y tenía amores con las esposas de sus condiscípulos de catorce años de edad.
- Eso es muy cómico - dijo señalando el cartel -. Voy a Northbrook Club. ¿Quieres venir conmigo?
Caminamos juntos un rato.
- No estás bien - me dijo - ¿Qué te preocupa? Estás silencioso.
- Grish Chunder, ¿eres demasiado culto para creer en Dios, no es verdad?
- Aquí sí. Pero cuando vuelva tendré que propiciar las supersticiones populares y cumplir ceremonias de purificación, y mis esposas ungirán ídolos.
- Y adornarán con tulsi y celebrarán el purohit, y te reintegrarán en la casta y otra vez harán de ti, librepensador avanzado, un buen khuttri. Y comerás comida desi, y todo te gustará, desde el olor del patio hasta el aceite de mostaza en tu cuerpo.
- Me gustará muchísimo - dijo con franqueza Grish Chunder -. Una vez hindú, siempre hindú. Pero me gusta saber lo que los ingleses piensan que saben.
- Te contaré una cosa que un inglés sabe. Para ti es una vieja historia.
Empecé a contar en inglés la historia de Charlie; pero Crish Chunder me hizo una pregunta en indostaní, y el cuento prosiguió en el idioma que más le convenía. Al fin y al cabo, nunca hubiera
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podido contarse en inglés. Grish Chunder me escuchaba, asintiendo de tiempo en tiempo, y después subió a mi departamento, donde concluí la historia.
- Beshak - dijo filosóficamente - Lekin darwaza band hai (Sin duda; pero está cerrada la puerta). He oído, entre mi gente, esos recuerdos de vidas previas. Es una vieja historia entre nosotros, pero que le suceda a un inglés - a un Mlechh lleno de carne de vaca -, un descastado... Por Dios, esto es rarísimo.
- ¡Más descastado serás tú, Grish Chunder! Todos los días comes carne de vaca. Pensemos bien la cosa. El muchacho recuerda sus encarnaciones.
- ¿Lo sabe? - dijo tranquilamente Grish Chunder, sentado en la mesa, hamacando las piernas. Ahora hablaba en inglés.
- No sabe nada. ¿Acaso te contaría si lo supiera? Sigamos.
- No hay nada que seguir. Si lo cuentas a tus amigos, dirán que estás loco y lo publicarán en los diarios. Supongamos, ahora, que los acuses por calumnia.
- No nos metamos en eso, por ahora. ¿Hay una esperanza de hacerlo hablar?
- Hay una esperanza. Pero si hablara, todo este mundo se derrumbaría en tu cabeza. Tú sabes, esas cosas están prohibidas. La puerta está cerrada.
- ¿No hay ninguna esperanza?
- ¿Cómo puede haberla? Eres cristiano y en tus libros está prohibido el fruto del árbol de la Vida, o nunca morirías. ¿Cómo van a temer la muerte si todos saben lo que tu amigo no sabe que sabe? Tengo miedo de los azotes, pero no tengo miedo de morir porque sé lo que sé. Ustedes no temen los azotes, pero temen la muerte. Si no la temieran, ustedes los ingleses se llevarían el mundo por delante en una hora, rompiendo los equilibrios de las potencias y haciendo conmociones. No sería bueno, pero no hay miedo. Se acordará menos y menos y dirá que es un sueño. Luego se olvidará. Cuando pasé el Bachillerato en Calcuta esto estaba en la crestomatía de Wordsworth, Arrastrando Nubes de Gloria, ¿te acuerdas?
- Esto parece una excepción.
- No hay excepciones a las reglas. Unas parecen menos rígidas que otras, pero son iguales. Si tu amigo contara tal y tal cosa, indicando que recordaba todas sus vidas anteriores o una parte de su vida anterior, en seguida lo expulsarían del banco. Lo echarían, como quien dice, a la calle y lo enviarían a un manicomio. Eso lo admitirás, mi querido amigo.
- Claro que sí, pero no estaba pensando en él. Su nombre no tiene por qué aparecer en la historia.
- Ah, ya lo veo, esa historia nunca se escribirá. Puedes probar.
- Voy a probar.
- Por tu honra y por el dinero que ganarás, por supuesto.
- No, por el hecho de escribirla. Palabra de honor.
PLAN DE LECTURA “El cuento más hermoso del mundo”. Rudyard Kipling
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- Aún así no podrás. No se juega con los dioses. Ahora es un lindo cuento. No lo toques. Apresúrate, no durará.
- ¿Qué quieres decir?
- Lo que digo. Hasta ahora no ha pensado en una mujer.
- ¿Cómo crees? - Recordé algunas de las confidencias de Charlie.
- Quiero decir que ninguna mujer ha pensado en él. Cuando eso llegue: bushogya, se acabó. Lo sé. Hay millones de mujeres aquí. Mucamas, por ejemplo. Te besan detrás de la puerta.
La sugestión me incomodó. Sin embargo, nada más verosímil.
Grish Chunder sonrió.
- Sí, también muchachas lindas, de su sangre y no de su sangre. Un solo beso que devuelva y recuerde, lo sanará de estas locuras, o...
- ¿O qué? Recuerda que no sabe que sabe.
- Lo recuerdo. O, si nada sucede, se entregará al comercio y a la especulación financiera, como los demás. Tiene que ser así. No me negarás que tiene que ser así. Pero la mujer vendrá primero, me parece.
Golpearon a la puerta; entró Charlie. Le habían dejado la tarde libre, en la oficina; su mirada denunciaba el propósito de una larga conversación, y tal vez poemas en los bolsillos. Los poemas de Charlie eran muy fastidiosos, pero a veces lo hacían hablar de la galera.
Grish Chunder lo miró agudamente.
- Disculpe - dijo Charlie, incómodo. No sabía que estaba con visitas.
- Me voy - dijo Grish Chunder.
Me llevó al vestíbulo, al despedirse.
- Este es el hombre - dijo rápidamente -. Te repito que nunca contará lo que esperas. Sería muy apto para ver cosas. Podríamos fingir que era un juego - nunca he visto tan excitado a Grish Chunder - y hacerle mirar el espejo de tinta en la mano. ¿Qué te parece? Te aseguro que puede ver todo lo que el hombre puede ver. Déjame buscar la tinta y el alcanfor. Es un vidente y nos revelará muchas cosas.
- Será todo lo que tú dices, pero no voy a entregarlo a tus dioses y a tus demonios.
- No le hará mal; un poco de mareo al despertarse. No será la primera vez que habrás visto muchachos mirar el espejo de tinta.
- Por eso mismo no quiero volver a verlo. Más vale que te vayas, Grish Chunder.
Se fue, repitiendo que yo perdía mi única esperanza de interrogar el porvenir.
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15
Esto no importó, porque sólo me interesaba el pasado y para ello de nada podían servir muchachos hipnotizados consultando espejos de tinta.
- Qué negro desagradable - dijo Charlie cuando volví -. Mire, acabo de escribir un poema; lo escribí en vez de jugar al dominó después de almorzar. ¿Se lo leo?
- Lo leeré yo.
- Pero usted no le da la entonación adecuada. Además, cuando usted los lee, parece que las rimas estuvieran mal.
- Léelo en voz alta, entonces. Eres como todos los otros.
Charlie me declamó su poema; no era muy inferior al término medio de su obra. Había leído sus libros con obediencia, pero le desagradó oír que yo prefería a Longfellow incontaminado de Charlie.
Luego recorrimos el manuscrito, línea por línea. Charlie esquivaba todas las objeciones y todas las correcciones, con esta frase:
- Sí, tal vez quede mejor, pero usted no comprende adónde voy.
En eso, Charlie se parecía a muchos poetas.
En el reverso del papel había unos apuntes a lápiz.
- ¿Qué es eso? - le pregunté.
- No son versos ni nada. Son unos disparates que escribí anoche, antes de acostarme. Me daba trabajo buscar rimas y los escribí en verso libre.
Aquí están los versos libres de Charlie:
Hemos remado para vos cuando el viento estaba contra nosotros y con las velas bajas.
¿Nunca nos soltaréis?
Comimos pan y cebollas cuando os apoderabais de ciudades, o corrimos velozmente a bordo cuando el enemigo os rechazaba.
Los capitanes caminaban a lo largo de la cubierta, cantando, cuando hacía buen tiempo; pero nosotros estábamos abajo.
Nos desmayábamos con el mentón sobre los remos y no veíais que estábamos ociosos porque aún sacudíamos el remo, adelante y atrás.
¿Nunca nos soltaréis?
La sal volvía los cabos de los remos ásperos como la piel del tiburón; la sal cortaba nuestras rodillas hasta el hueso; el pelo se nos pegaba a la frente y nuestros labios estaban cortados hasta las encías; y nos azotabais porque no podíamos remar.
PLAN DE LECTURA “El cuento más hermoso del mundo”. Rudyard Kipling
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¿Nunca nos soltaréis?
Pero dentro de poco tiempo nos iremos por los escobenes como el agua que corre por los remos, y aunque ordenéis a los otros que remen detrás nuestro, nunca nos agarraréis hasta que atrapéis la espuma de los remos y atéis los vientos al hueco de la vela. ¡A-Ho!
¡Nunca nos soltaréis!
- Algo así podrían cantar en la galera, usted sabe. ¿Nunca va a concluir ese cuento y darme parte de las ganancias?
- Depende de ti. Si desde el principio me hubieras hablado un poco más del héroe, ya estaría concluido. Eres tan impreciso.
- Sólo quiero darle la idea general... el andar de un lado para otro, y las peleas, y lo demás. ¿Usted no puede suplir lo que falta? Hacer que el héroe salve de los piratas a una muchacha y se case con ella o algo por el estilo.
- Eres un colaborador realmente precioso. Supongo que al héroe le ocurrieron algunas aventuras antes de casarse.
- Bueno, hágalo un tipo muy hábil, una especie de canalla - que ande haciendo tratados y rompiéndolos -, un hombre de pelo negro que se oculte detrás del mástil, en las batallas.
- Los otros días dijiste que tenía el pelo colorado.
- No puedo haber dicho eso. Hágalo moreno, por supuesto. Usted no tiene imaginación.
Como yo había descubierto en ese instante los principios de la memoria imperfecta que se llama imaginación, casi me reí, pero me contuve, para salvar el cuento.
- Es verdad; tú sí tienes imaginación. Un tipo de pelo negro en un buque de tres cubiertas - dije.
- No, un buque abierto, como un gran bote.
Era para volverse loco.
- Tu barco está descrito y construido, con techos y cubiertas; así lo has dicho.
- No, no ese barco. Ese era abierto, o semiabierto, porque... Claro, tiene razón. Usted me hace pensar que el héroe es el tipo de pelo colorado. Claro, si es el de pelo colorado, el barco tiene que ser abierto, con las velas pintadas.
Ahora se acordará, pensé, que ha trabajado en dos galeras, una griega, de tres cubiertas, bajo el mando del "canalla" de pelo negro; otra, un dragón abierto de vikingo, bajo el mando del hombre "rojo como un oso rojo" que arribó a Markland. El diablo me impulsó a hablar.
- ¿Por qué "claro", Charlie?
- No sé. ¿Usted se está riendo de mí?
PLAN DE LECTURA “El cuento más hermoso del mundo”. Rudyard Kipling
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La corriente había sido rota. Tomé una libreta y fingí hacer muchos apuntes.
- Da gusto trabajar con un muchacho imaginativo, como tú - dije al rato -. Es realmente admirable cómo has definido el carácter del héroe.
- ¿Le parece? - contestó ruborizándose -. A veces me digo que valgo más de lo que mi ma... de lo que la gente piensa.
- Vales muchísimo.
- Entonces, ¿puedo mandar un artículo sobre Costumbres de los Empleados de Banco, al Tit-Bits, y ganar una libra esterlina de premio?
- No era, precisamente, lo que quería decir. Quizá valdría más esperar un poco y adelantar el cuento de la galera.
- Sí, pero no llevará mi firma. Tit-Bits publicará mi nombre y mi dirección, si gano. ¿De qué se ríe? Claro que los publicarían.
- Ya sé. ¿Por qué no vas a dar una vuelta? Quiero revisar las notas de nuestro cuento.
Este vituperable joven que se había ido, algo ofendido y desalentado, había sido tal vez remero del Argos, e, innegablemente, esclavo o compañero de Thorfin Karlsefne. Por eso le interesaban profundamente los concursos de Tit-Bits. Recordando lo que me había dicho Grish Chunder, me reí fuerte. Los Señores de la Vida y la Muerte nunca permitirían que Charlie Mears hablara plenamente de sus pasados, y para completar su revelación yo tendría que recurrir a mis invenciones precarias, mientras él hacía su artículo sobre empleados de banco.
Reuní mis notas, las leí; el resultado no era satisfactorio. Volví a releerlas. No había nada que no hubiera podido extraerse de libros ajenos, salvo quizá la historia de la batalla en el puerto. Las aventuras de un vikingo habían sido noveladas ya muchas veces; la historia de un galeote griego tampoco era nueva y, aunque yo escribiera las dos, ¿quién podría confirmar o impugnar la veracidad de los detalles? Tanto me valdría redactar un cuento del porvenir. Los Señores de la Vida y la Muerte eran tan astutos como lo había insinuado Grish Chunder. No dejarían pasar nada que pudiera inquietar o apaciguar el ánimo de los hombres. Aunque estaba convencido de eso, no podía abandonar el cuento. El entusiasmo alternaba con la depresión, no una vez sino muchas en las siguientes semanas. Mi ánimo variaba con el sol de marzo y con las nubes indecisas. De noche, o en la belleza de una mañana de primavera, creía poder escribir esa historia y conmover a los continentes. En los atardeceres lluviosos percibí que podría escribirse el cuento, pero que no sería otra cosa que una pieza de museo apócrifa, con falsa pátina y falsa herrumbre. Entonces maldije a Charlie de muchos modos, aunque la culpa no era suya.
Parecía muy atareado en certámenes literarios; cada semana lo veía menos a medida que la primavera inquietaba la tierra. No le interesaban los libros ni el hablar de ellos y había un nuevo aplomo en su voz. Cuando nos encontrábamos, yo no proponía el tema de la galera; era Charlie el que lo iniciaba, siempre pensando en el dinero que podría producir su escritura.
- Creo que merezco a lo menos el veinticinco por ciento - dijo con hermosa franqueza -. He suministrado todas las ideas, ¿no es cierto?
PLAN DE LECTURA “El cuento más hermoso del mundo”. Rudyard Kipling
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Esa avidez era nueva en su carácter. Imaginé que la había adquirido en la City, que había empezado a influir en su acento desagradablemente.
- Cuando la historia esté concluida, hablaremos. Por ahora, no consigo adelantar. El héroe rojo y el héroe moreno son igualmente difíciles.
Estaba sentado junto a la chimenea, mirando las brasas.
- No veo cuál es la dificultad. Es clarísimo para mí - contestó -. Empecemos por las aventuras del héroe rojo, desde que capturó mi barco en el sur y navegó a las Playas.
Me cuidé muy bien de interrumpirlo. No tenía ni lápiz ni papel, y no me atreví a buscarlos para no cortar la corriente. La voz de Charlie descendió hasta el susurro y refirió la historia de la navegación de una galera hasta Furdurstrandi, de las puestas del sol en el mar abierto vistas bajo la curva de la vela, tarde tras tarde, cuando el espolón se clavaba en el centro del disco declinante "y navegábamos por ese rumbo porque no teníamos otro", dijo Charlie. Habló del desembarco en una isla y de la exploración de sus bosques, donde los marineros mataron a tres hombres que dormían bajo los pinos. Sus fantasmas, dijo Charlie, siguieron a nado la galera, hasta que los hombres de a bordo echaron suertes y arrojaron al agua a uno de los suyos, para aplacar a los dioses desconocidos que habían ofendido. Cuando escasearon las provisiones se alimentaron de algas marinas y se les hincharon las piernas, y el capitán, el hombre del pelo rojo, mató a dos remeros amotinados, y al cabo de un año entre los bosques levaron anclas rumbo a la patria y un incesante viento los condujo con tanta fidelidad que todas las noches dormían. Eso, y mucho más, contó Charlie. A veces era tan baja la voz que las palabras resultaban imperceptibles. Hablaba de su jefe, el hombre rojo, como un pagano habla de su dios; porque él fue quien los alentaba y los mataba imparcialmente, según más le convenía; y él fue quien empuñó el timón durante tres noches entre hielo flotante, cada témpano abarrotado de extrañas fieras que "querían navegar con nosotros", dijo Charlie, "y las rechazábamos con los remos".
Cedió una brasa y el fuego, con un débil crujido, se desplomó atrás de los barrotes.
- Caramba - dijo con un sobresalto -. He mirado el fuego, hasta marearme. ¿Qué iba a decir?
- Algo sobre la galera.
- Ahora recuerdo. Veinticinco por ciento del beneficio, ¿no es verdad?
- Lo que quieras, cuando el cuento esté listo.
- Quería estar seguro. Ahora debo irme, tengo una cita.
Me dejó.
Menos iluso, habría comprendido que ese entrecortado murmullo junto al fuego era el canto de cisne de Charlie Mears. Lo creí preludio de una revelación total. Al fin burlaría a los Señores de la Vida y la Muerte.
Cuando volvió, lo recibí con entusiasmo. Charlie estaba incómodo y nervioso, pero los ojos le brillaban.
- Hice un poema - dijo.
PLAN DE LECTURA “El cuento más hermoso del mundo”. Rudyard Kipling
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Y luego, rápidamente:
- Es lo mejor que he escrito. Léalo.
Me lo dejó y retrocedió hacia la ventana.
Gemí, interiormente. Sería tarea de una media hora criticar, es decir alabar, el poema. No sin razón gemí, porque Charlie, abandonado el largo metro preferido, había ensayado versos más breves, versos con un evidente motivo. Esto es lo que leí:
El día es de los más hermosos, ¡El viento contento/ ulula detrás de la colina, / donde dobla el bosque a su antojo, / y los retoños a su voluntad! / Rebélate, oh Viento; ¡hay algo en mi sangre/ que no te dejaría quieto! / Ella se me dio, oh Tierra, oh Cielo;/ ¡mares grises, ella es sólo mía! / ¡Que los hoscos peñascos oigan mi grito, / y se alegren aunque no sean más que piedras! / ¡Mía! La he ganado, ¡oh buena tierra marrón, / alégrate! La primavera está aquí; / ¡Alégrate, que mi amor vale dos veces más / que el homenaje que puedan rendirle todos tus campos! / ¡Que el labriego que te rotura sienta mi dicha / al madrugar para el trabajo!
- El verso final es irrefutable - dije con miedo en el alma. Charlie sonrió sin contestar.
Roja nube del ocaso, proclámalo: soy el vencedor. ¡Salúdame, oh Sol, como dueño dominante y señor absoluto sobre el alma de Ella!
- ¿Y? - dijo Charlie, mirando sobre mi hombro. Silenciosamente puso una fotografía sobre el papel. La fotografía de una muchacha de pelo crespo y boca entreabierta y estúpida.
- ¿No es... no es maravilloso? - murmuró, ruborizado hasta las orejas -. Yo no sabía, yo no sabía... vino como un rayo.
- Sí, vino como un rayo. ¿Eres feliz, Charlie?
- ¡Dios mío... ella... me quiere!
Se sentó, repitiendo las últimas palabras. Miré la cara lampiña, los estrechos hombros ya agobiados por el trabajo de escritorio y pensé dónde, cuándo y cómo había amado en sus vidas anteriores.
Después la describió, como Adán debió describir ante los animales del Paraíso la gloria y la ternura y la belleza de Eva. Supe, de paso, que estaba empleada en una cigarrería, que le interesaba la moda y que ya le había dicho cuatro o cinco veces que ningún otro hombre la había besado.
Charlie hablaba y hablaba; yo, separado de él por millares de años, consideraba los principios de las cosas. Ahora comprendí por qué los Señores de la Vida y la Muerte cierran tan cuidadosamente las puertas detrás de nosotros. Es para que no recordemos nuestros primeros amores. Si no fuera así, el mundo quedaría despoblado en menos de un siglo.
- Ahora volvamos a la historia de la galera - le dije aprovechando una pausa.
Charlie miró como si lo hubiera golpeado.
- ¡La galera! ¿Qué galera? ¡Santos cielos, no me embrome! Esto es serio. Usted no sabe hasta qué punto.
PLAN DE LECTURA “El cuento más hermoso del mundo”. Rudyard Kipling
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Grish Chunder tenía razón. Charlie había probado el amor, que mata el recuerdo, y el cuento más hermoso del mundo nunca se escribiría.
PLAN DE LECTURA “Mi verdadera historia de fantasmas”. Rudyard Kipling
1
MI VERDADERA HISTORIA DE FANTASMAS
Rudyard Kipling
Mientras atravesaba el Desierto, así sucedió...
Mientras atravesaba el Desierto,
LA CIUDAD DE LA NOCHE TERRIBLE
En algún lugar del Otro Mundo, donde existen libros, cuadros, obras de teatro, escaparates, y miles
de hombres que dedican su vida a producir estas cuatro cosas, vive un caballero que escribe historias
reales sobre los sentimientos reales de la gente. Se llama Walter Besant. Sin embargo, insistirá en que
se trate a sus fantasmas -ha publicado un buen número de libros sobre ellos- con cierta frivolidad. Mr.
Besant hace que los que han visto fantasmas hablen con familiaridad y, en algunos casos, flirteen
escandalosamente con los espectros. El hecho es que uno puede tratar cualquier cosa, desde un Virrey
a un Periódico Vernáculo, con cierta frivolidad; no obstante, se debe mostrar respeto hacia un
fantasma, y, en particular, hacia un fantasma de la India.
En esta tierra existen fantasmas que adoptan la apariencia de cadáveres gordos, fríos y
descompuestos, que se esconden en los árboles, al borde del camino, hasta que pasa un viajero.
Entonces se tiran al cuello y no hay forma de quitárselos de encima. Existen también fantasmas
horribles de mujeres que han muerto al dar a luz. Éstos vagan sin rumbo por los caminos al anochecer,
o se esconden en los campos de cultivo, cerca de las aldeas, y atraen a la gente con voces seductoras.
Pero atender a sus demandas significa morir en este mundo y en el otro. Sus pies están vueltos hacia
atrás, de manera que cualquier hombre en su sano juicio puede reconocerlos. Existen fantasmas de
niños que han sido arrojados al fondo de un pozo. Éstos deambulan por los brocales de los pozos y los
márgenes de las junglas, y lloran bajo las estrellas, o agarran a las mujeres de las muñecas y les
suplican que les lleven en brazos. Tanto estos fantasmas como los que adoptan apariencia de cadáveres
son, sin embargo, patrimonio indígena y no atacan a los Sahibs. Hasta la fecha no hay ningún informe
comprobado sobre un inglés asustado por un fantasma indígena; por el contrario, muchos fantasmas
ingleses han dado un susto de muerte tanto a blancos como a negros.
Casi todas las estaciones de la India poseen un fantasma. Se dice que hay dos en Simla, sin contar a
la mujer que acciona los fuelles en el dâk-bungalow1 de Syree, en el Camino Viejo; Mussie tiene una
casa encantada por una Cosa un tanto escandalosa; se supone que una Dama Blanca hace la guardia
1 Posadas oficiales donde se alojaban los funcionarios y civiles británicos.
PLAN DE LECTURA “Mi verdadera historia de fantasmas”. Rudyard Kipling
2
nocturna en los alrededores de una casa de Lahore; en Dalhousie se dice que una de sus casas «repite»
en las noches de otoño los horribles detalles de la caída de un caballo por un precipicio; Murrie tiene
un fantasma muy alegre, y, ahora que la población ha sido diezmada por una epidemia de cólera, habrá
espacio de sobra para un fantasma triste; en Mian Mir hay una Residencia de Oficiales cuyas puertas
se abren sin razón aparente, y se asegura que los muebles chirrían, no a causa del calor de junio, sino
por el peso de Seres Invisibles que van a matar el tiempo en sus cómodos sillones; Peshawar posee
casas que nadie se atreve a alquilar; y hay algo anormal -algo que no tiene nada que ver con la fiebre-
en un gran bungalow de Allahabad. Las Provincias antiguas están sencillamente atestadas de casas
encantadas, y a lo largo y ancho de los caminos principales desfila un ejército de espectros.
Algunos dâk-bungalows del Gran Camino están situados cerca de pequeños cementerios -mudos
testigos de los cambios y azares de esta vida mortal-, que datan de los tiempos en que la gente viajaba
en coche desde Calcuta al Noroeste. Es desagradable instalarse en esos bungalows. Por regla general
son muy viejos y están invariablemente sucios, aparte de que el khansamah2 es tan viejo como el
propio bungalow. A menudo desvarían en tono senil, o caen en prolongados estados de trance propios
de la edad. Tanto en un caso como en otro, son inútiles. Y si uno se enfada, empezará a contarte
historias acerca de algún Sahib muerto y enterrado en los últimos treinta años, y asegurará que cuando
estaba al servicio de dicho Sahib no había un solo khansamah en la Provincia que pudiera compararse
a él. Después se pondrá a divagar de forma ininteligible, a hacer muecas, a temblar, a pasearse
nerviosamente entre los platos, y uno terminará por arrepentirse de haberse enfadado.
En estos dâk-bungalows es más probable tropezarse con fantasmas, y, en caso de que se encuentren,
sería aconsejable tomar buena nota. No hace mucho tiempo, mis ocupaciones personales me obligaron
a alojarme en dâk-bungalows. Nunca pasaba tres noches seguidas en la misma posada, así que terminé
siendo un erudito en la materia. Viví en casas construidas por el gobierno, con paredes de ladrillo rojo,
techos de cañizo, un inventario de los muebles en cada habitación y una cobra entusiasmada en el
umbral, preparada para darte la bienvenida. Viví en posadas «habilitadas» -viejas casas convertidas en
dâk-bungalows- donde la última inscripción en el libro de huéspedes estaba fechada quince meses atrás
y se cortaba la cabeza del cabrito con una espada. Tuve la fortuna de tropezar con toda clase de
hombres, desde sobrios misioneros ambulantes y desertores de los regimientos británicos hasta
vagabundos que arrojaban las botellas de whisky a los transeúntes; y aún tuve mayor fortuna al
escaparme por los pelos de un caso de maternidad. Si tenemos en cuenta que una parte considerable de
las tragedias de nuestras vidas en la India suceden en los dâk-bungalows, me resultaba sorprendente
2 Cocinero.
PLAN DE LECTURA “Mi verdadera historia de fantasmas”. Rudyard Kipling
3
que no me hubiera tropezado con ningún fantasma. Un fantasma que eligiera voluntariamente rondar
por un dâk-bungalow tenía que estar, a la fuerza, mal de la cabeza; pero son tantos los hombres que se
han vuelto locos en ddkbungalows que parece posible que haya un alto porcentaje de fantasmas
lunáticos.
A su debido tiempo me encontré por fin con mi fantasma, o mejor dicho, con mis fantasmas, porque
fueron dos. Hasta ese momento yo era partidario de la forma de tratarlos recomendada por Mr. Besant,
tal como se expone en The Strange Case ofMr. Lucraftand other Stories. Ahora estoy en la Oposición.
Llamaremos al bungalow de Katmal dâk-bungalow. Pero esto es lo menos horroroso de mi relato.
Una persona de piel sensible debe evitar dormir en dâk-bungalows. Debería casarse. El dâk-bungalow
de Kaimal estaba viejo, podrido, y necesitaba reparaciones urgentes. Los baldosines del suelo estaban
desgastados, las paredes cubiertas de inmundicias y las ventanas ennegrecidas de mugre. Se levantaba
en un camino secundario, muy frecuentado por asistentes indígenas de subsecretarios de toda clase,
desde hacienda a forestales; pero los verdaderos Sahibs eran raros. El khansamah, que estaba
completamente doblado por los años, así lo afirmaba.
Cuando llegué a aquel lugar, una lluvia caprichosa e indecisa caía sobre la faz de la tierra,
acompañada por un viento turbulento, y cada ráfaga que golpeaba las palmeras del exterior producía
un sonido similar al de una carraca de huesos secos. El khansamah perdió la cabeza con mi llegada.
Había servido a un Sahib en el pasado. ¿Conocía yo a aquel Sahib? Me dio el nombre de una persona
muy conocida, que llevaba muerta y enterrada más de un cuarto de siglo, y me enseñó un viejo
daguerrotipo de aquel hombre en su prehistórica juventud. Yo había visto un grabado de dicho perso-
naje entre las páginas de un volumen doble de memorias apenas un mes antes, y me sentí
indescriptiblemente viejo.
El cielo se cerraba y el khansamah fue a prepararme la cena. No empleó la rebuscada palabra khana:
alimentos para consumo humano. Empleó ratub, y eso significa, entre otras cosas, «bazofia»: raciones
de perro. No había elegido el término para insultarme. Sencillamente había olvidado la otra palabra,
supongo.
Una vez explorado el ddk-bungalow, me acomodé en un sillón mientras el khansamah se dedicaba a
despedazar cadáveres de animales. Había tres dormitorios, además del mío, que era un miserable
cuchitril situado en una esquina, y cada uno de ellos comunicaba con los otros por medio de una
mugrienta puerta de color blanco, atrancada con largas barras de hierro. El bungalow era bastante
sólido, pero los tabiques de las paredes eran de pacotilla. Cada paso o golpe de baúl producía ecos que
se expandían desde mi habitación a las otras, y cada pisada regresaba a mis oídos con un tono trémulo,
PLAN DE LECTURA “Mi verdadera historia de fantasmas”. Rudyard Kipling
4
tras atravesar las paredes distantes. Por ese motivo cerré la puerta. No había lámparas, sólo velas
dentro de largas pantallas de vidrio. En el baño había un pabilo.
Por su abandono, por su estado de pura miseria, aquel ddk-bungalow era el peor de los muchos en los
que yo había plantado los pies. No tenía chimenea, y las ventanas se negaban a cerrarse, de modo que
un brasero de carbón habría resultado inútil. La lluvia y el viento salpicaban, gorgoteaban y gemían
alrededor de la casa, y las palmeras vibraban y rugían. Media docena de chacales aullaban por las
proximidades, y una hiena se reía de ellos a cierta distancia. Una hiena podría convencer a un saduceo
de la Resurrección de los Muertos... de los muertos de la peor calaña. En ese momento llegó el ratub-
una curiosa mezcolanza, mitad indígena mitad inglesa- acompañada por el viejo khansamah, que
murmuraba detrás de mi asiento un sinfín de bobadas acerca de ingleses muertos y enterrados,
mientras las candelas, agitadas por el viento, jugaban a hacer sombras con la cama y las gasas del mos-
quitero. Era esa clase de comida, esa clase de noche, que hacen que un hombre se acuerde de cada uno
de sus pecados pasados, y de todos los que desearía cometer si siguiera vivo.
Dormir, por centenares motivos, no resultaba fácil. La lámpara del baño proyectaba en la habitación
las sombras más absurdas, y el viento susurraba cosas sin sentido.
Justo cuando los motivos se empezaban a adormecer con las picaduras de los chupadores de sangre,
escuché en el recinto del bungalow el habitual gruñido: «Cojámoslo y arriba», propio de los
porteadores de doolies3. Primero llegó un doolie, después otro, y finalmente un tercero. Escuché el
ruido que hacían los doolies al posarse en el suelo, seguido por el movimiento del cerrojo de la puerta
de enfrente. «Alguien intenta entrar», pensé. Pero nadie dijo una palabra y me convencí a mí mismo de
que no había sido más que una ráfaga de viento. Entonces, el cerrojo del dormitorio de al lado se agitó,
se descorrió y la puerta se abrió. «Será algún asistente de subsecretario -me dije-, y ha traído a sus
amigos. Ahora se pasarán una hora hablando, escupiendo y fumando.» Pero no se oyeron voces, ni
pasos. Nadie dejó su equipaje en el dormitorio contiguo. La puerta se cerró y yo agradecí a la Pro-
videncia por restituirme la paz. Pero sentía curiosidad por saber adónde habían ido a parar los doolies.
Me levanté de la cama para escrutar la oscuridad. No había la menor señal de doolies. Justo cuando iba
a volverme a la cama, escuché en el dormitorio de al lado un sonido de una bola de billar deslizándose
a lo largo del tapete cuando el que ha golpeado la bola está preparándose para sacar. Ningún otro ruido
se parece a ése. Un minuto después se produjo el mismo sonido, y me metí en la cama. No estaba
asustado... ciertamente, no lo estaba. Sentía una curiosidad creciente por saber qué había pasado con
los doolies. Esta curiosidad me impulsó a saltar de la cama.
3 Litera rústica de las montañas, transportada por indígenas.
PLAN DE LECTURA “Mi verdadera historia de fantasmas”. Rudyard Kipling
5
Un minuto después escuché los dos golpes secos de una carambola, y los pelos se me pusieron de
punta. No es exacto decir que los pelos se ponen de punta. La piel de la cabeza se pone tensa y se
siente un escozor vago y punzante por todo el cuero cabelludo. Eso es lo que significa exactamente que
«los pelos se ponen de punta».
Se escuchó de nuevo el deslizamiento, seguido de un golpe seco, y ambos sonidos sólo podían haber
sido producidos por una cosa: una bola de billar. Discutí conmigo mismo los pormenores de la
situación, y cuanto más los discutía menos probable me parecía que una cama, una mesa y dos sillas -a
eso se reducía el mobiliario del dormitorio de al lado- pudieran reproducir los sonidos de una partida
de billar. Cuando se produjo la siguiente carambola, dejé de discutir. Me había encontrado con mi
fantasma, y habría dado cualquier cosa por escapar de aquel dâk-bungalow. Seguí escuchando, y a
medida que escuchaba, me parecía más evidente que se trataba de una partida. El deslizamiento de las
bolas y los golpes secos se sucedían con ritmo monótono. A veces se producía un doble golpe, luego
un deslizamiento, y a continuación otro golpe. Sin lugar a dudas, había gente jugando al billar en el
cuarto de al lado. ¡Y el cuarto de al lado no era lo bastante grande para albergar una mesa de billar!
Seguí escuchando el desarrollo de la partida en los intervalos que dejaban las ráfagas de viento,
golpe tras golpe. Intenté convencerme de que no se escuchaban voces; en vano.
¿Saben ustedes lo que es el miedo? No me refiero al miedo ordinario a una ofensa, al dolor o la
muerte, sino al miedo abyecto, al estremecimiento de terror provocado por algo que no se puede ver, al
miedo que seca el interior de la boca y la mitad de la garganta, al miedo que hace sudar las palmas de
las manos y tragar saliva para que no se paralice la campanilla. Eso es el puro Miedo: una enorme
cobardía, y hay que sentirlo para saber lo que es realmente. La imposibilidad de una partida de billar
en un dâk-bungalow me confirmaba la autenticidad del extraño fenómeno. Ningún hombre -borracho o
sobrio- puede imaginarse una partida de billar, o inventarse el golpe seco y preciso de una carambola.
Un riguroso cursillo de dâk-bungalows tiene la siguiente desventaja: fomenta una infinita credulidad.
Si un hombre le dice a un inveterado huésped de ddkbungalows•. «Hay un cadáver en el cuarto de al
lado y una mujer ha enloquecido en el de más allá, y, además, el hombre y la mujer que van en aquel
camello son amantes y se acaban de fugar de un lugar situado a sesenta millas de aquí», el inveterado
huésped se lo tragará todo, porque sabe muy bien que nada es tan extraño, grotesco u horrible, que no
pueda suceder en un dâk-bungalow.
Esta credulidad, por desgracia, se extiende a los fantasmas. Una persona racional, recién llegada a
esta tierra, se habría vuelto y se habría dormido. Yo no lo hice. Estoy tan seguro de que la multitud de
bichos que pululaban por la cama me consideraba un cadáver inmundo al que no valía la pena seguir
PLAN DE LECTURA “Mi verdadera historia de fantasmas”. Rudyard Kipling
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picando, pues todo el torrente sanguíneo se me había concentrado en el corazón, como lo estoy de que
escuché cada golpe de una larga partida de billar que se desarrolló en el dormitorio contiguo al mío,
cuya puerta estaba atrancada con una pesada barra de hierro. El miedo que me obsesionaba consistía en
pensar que los jugadores quisieran un árbitro. Era un miedo absurdo, claro está, porque unos seres
capaces de jugar en la oscuridad deben estar por encima de cosas tan superfluas. Sólo sé que ése era el
terror que me obsesionaba; y era real.
Al cabo de un largo rato, el juego concluyó y la puerta se cerró de golpe. Me dormí porque estaba
muerto de cansancio. De otro modo, habría preferido mantenerme despierto. No hay nada en Asia que
me hubiera inducido a descorrer la barra de la puerta y echar una mirada en la oscuridad del cuarto de
al lado.
Cuando llegó la mañana, me dije que había obrado con sensatez y prudencia, y le pedí información al
khansamah sobre los medios para salir de allí cuanto antes.
-A propósito, khansamah -dije-, ¿qué demonios pasó con los tres doolies que llegaron anoche?
-Aquí no llegó ningún doolie -dijo el khansamah.
Entré en el dormitorio de al lado. La luz del sol penetraba por la puerta abierta e inundaba el interior.
Sentí un coraje inmenso. A esa hora me habría atrevido a jugar al Black Pool con el mismísimo
propietario del gran salón de allá abajo.
-¿Este lugar ha sido siempre un dâk-bungalow? -pregunté.
-No -contestó el khansamah-. Hace diez o veinte años, ya no recuerdo cuántos, era un salón de billar.
-¿Un... qué?
-Un salón de billar para los Sahibs que construyeron el Ferrocarril. Yo era entonces khansamah en la
gran casa donde vivían los Sahibs del Ferrocarril, y solía venir aquí a servirles un brandy. Estos tres
dormitorios formaban el salón, y había una mesa grande donde jugaban los Sahibs todas las noches.
Pero ahora los Sahibs están muertos y el Ferrocarril, usted ya lo sabe, llega casi hasta Kabul.
-¿Recuerdas alguna cosa referente a los Sahibs?
-Ha pasado mucho tiempo, pero recuerdo que uno de los Sahibs, un hombre gordo, que se pasaba el
día enfadado, estaba jugando aquí una noche y me dijo: «Mangal Khan, brandy.» Yo llené el vaso, y el
Sahib se inclinó sobre la mesa para golpear la bola... y entonces su cabeza fue bajando y bajando hasta
chocar con la mesa, y se le cayeron las gafas. Y cuando nosotros -los Sahibs y yo- corrimos a
PLAN DE LECTURA “Mi verdadera historia de fantasmas”. Rudyard Kipling
7
levantarle, estaba muerto. Yo les ayudé a sacarlo. ¡Era un Sahib muy fuerte! Pero ahora está muerto, y
yo, el viejo Mangal Khan, estoy vivo todavía, para servir al Sahib.
¡Aquello fue más que suficiente! Tenía por fin mi fantasma... un fantasma de primera mano, un
fantasma auténtico. Escribiría a la Sociedad de Investigaciones Psíquicas... ¡paralizaría el Imperio con
la noticia! Pero, antes que nada, pondría ochenta millas de tierra de cultivo entre mi persona y aquel
dàk-bungalow antes de que cayera la noche. La Sociedad podía enviar a su agente habitual para que
investigara el caso un poco más tarde.
Entré en mi dormitorio, tomé buena nota de los hechos y preparé mi equipaje. Mientras fumaba,
volví a escuchar el sonido del juego, pero esta vez con una pérdida considerable, pues el recorrido de
la bola era más corto.
La puerta estaba abierta y era posible ver el interior del dormitorio. ¡Cloc-cloc! Una carambola.
Entré sin miedo, pues la luz del sol bañaba el cuarto y soplaba una ligera brisa. El juego invisible
continuaba con una tremenda animación. Y no era extraño: una inquieta rata corría de un lado a otro
por el interior de la mugrienta tela del techo y un trozo desprendido del marco de la ventana golpeaba a
un ritmo constante el alféizar, agitado por la brisa.
¡Imposible confundir el sonido de las bolas de billar! ¡Imposible confundir el sonido que hace una
bola de billar al deslizarse por el tapete! Al menos tenía una excusa. Cerré los ojos. El ruido era
sorprendentemente similar al de una partida de billar.
En ese instante entró en el cuarto, muy enfadado, mi fiel compañero de penas, Kadir Baks.
-¡Este bungalow es inmundo, y de la peor casta! No me extraña que su Presencia haya sido
molestado y esté lleno de picaduras. Tres grupos de porteadores de doolies llegaron al bungalow ya
muy entrada la noche, mientras yo dormía fuera, ¡y dijeron que tenían la costumbre de dormir en las
habitaciones reservadas para los ingleses! ¿Acaso no tiene honor este khansamah? Intentaron entrar,
pero yo les dije que se fueran. No me extraña, si es que esos Ooryas4 han estado aquí, que su Presencia
haya sufrido grandes molestias. ¡Es una vergüenza, un comportamiento propio de hombres sin
decencia!
Lo que no dijo Kadir Baks es que había cobrado por anticipado a cada grupo de porteadores dos
annas de alquiler, y que luego, cuando se encontraban fuera del alcance de mi oído, les había
propinado una tunda con el enorme paraguas verde, cuya utilidad yo no había sospechado hasta
4 Casta agrícola de Orissa.
PLAN DE LECTURA “Mi verdadera historia de fantasmas”. Rudyard Kipling
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entonces. Pero Kadir Baks no tenía nociones de moralidad.
Tuve una entrevista con el khansamah, pero enseguida se le fue la cabeza. Mi cólera se convirtió en
lástima, y la lástima dio paso a una larga conversación, en el curso de la cual el viejo situó la trágica
muerte del gordo Sahib ingeniero en tres estaciones diferentes... dos de ellas a cincuenta millas de
distancia. El tercer lugar era Calcuta, y allí el Sahib murió mientras conducía un dog-cart.
Si hubiera animado un poco más al khansamah, habría recorrido toda Bengala con su cadáver.
No me fui tan pronto como había previsto. Me quedé a pasar la noche, mientras el viento, la rata, el
marco y el alféizar jugaban una partida verdaderamente reñida, con una tediosa repetición de golpes.
Luego el viento cesó y la partida de billar concluyó. Comprendí que mi genuina y verdadera historia de
fantasmas había quedado completamente arruinada.
Si hubiera suspendido las investigaciones en el momento oportuno, podría haber redactado algo
interesante.
¡Esto era lo que más me amargaba!
PLAN DE LECTURA “La aventura de la cocinera”. Agatha Cristie
1
La aventura de la cocinera Agatha Christie
En la época en que compartía mi habitación con Hércules Poirot contraje el hábito de leerle, en voz alta, los epígrafes del Daily Blare, diario de la mañana.
Este periódico sabía sacar siempre un gran partido de los sucesos del día para crear sensación. A sus páginas asomaban a la luz pública, robos y asesinatos. Y los grandes caracteres de sus títulos herían la vista ya desde la primera página.
He aquí varios ejemplos:
«Empleado de una casa de Banca que huye con unas acciones negociables cuyo valor es de cincuenta mil libras.» «Marido que mete la cabeza en un horno de gas para escapar a la mísera vida de familia.» «Mecanógrafa desaparecida. Era una hermosa muchacha de veinte años.» «¿Dónde se halla Edna Field?»
—Vea, Poirot. Aquí tiene dónde escoger. ¿Qué prefiere: un huidizo empleado de Banca, un suicidio misterioso o una muchacha desaparecida?
Pero mi amigo, que estaba de buen humor, movió la cabeza.
—No me atrae ninguno de esos casos, mon ami —dijo—. Hoy me inclino a una existencia sosegada. Sólo la solución de un problema interesante me movería a levantarme de este sillón. Tengo que atender a asuntos particulares más importantes.
—¿Cómo, por ejemplo...?
—Mi guardarropa, Hastings. Me ha caído una mancha, una sola, Hastings, en el traje nuevo y me preocupa. Luego tengo que dejar en poder de Keatings el abrigo de invierno. Y me parece que voy a recortarme el bigote antes de aplicarle la pomade.
—Bueno, ahí tiene un cliente —dije después de asomarme a mirar por la ventana—. Se me figura que no va a poder poner en obra tan fantástico programa. Ya suena el timbre.
—Pues si no se trata de un caso excepcional —repuso Poirot con visible dignidad— que no piense ni por asomo que voy a encargarme de él.
Poco después irrumpió en nuestro santasanctórum una señora robusta, de rostro colorado, que jadeaba a causa de su rápida ascensión de la escalera.
—¿Es usted Hércules Poirot? —preguntó dejándose caer en una silla.
—Sí, madame. Soy Hércules Poirot.
—¡Hum! Qué poco se parece usted al retrato que me habían hecho... —repuso la recién llegada mirándole con cierto desdén—. ¿Ha pagado el artículo encomiástico en que se habla de su talento, o lo escribió el periodista por su cuenta y riesgo?
PLAN DE LECTURA “La aventura de la cocinera”. Agatha Cristie
2
—¡Madame! —dijo incorporándose a medias mi amigo.
—Usted perdone, pero ya sabe lo que son los periódicos de hoy día. Comienza usted a leer un bello artículo titulado: «Lo que dice la novia a la amiga fea», y al final descubre que se trata del anuncio de una perfumería que desea despachar determinada marca de champú. Todo es bluf. Pero no se ofenda, ¿eh?, que voy al grano. Deseo que busque a mi cocinera, que ha desaparecido.
Poirot tenía la lengua expedita, mas en esta ocasión no acertó a hacer uso de ella y miraba a la visitante, desconcertado. Yo me volví para disimular una sonrisa.
—No sé por qué se entretiene hoy la gente en meter ideas extravagantes en la cabeza de los sirvientes —siguió diciendo la señora—. Les ilusionan con el señuelo de la mecanografía y qué sé yo más. Pero como digo: basta de estratagemas. Me gustaría saber de qué pueden quejarse mis criados que no sólo tienen permiso para salir entre semana, sino también los domingos alternos y festivos, que no tienen que lavar ni tomar margarina porque no la hay en casa. Yo uso siempre mantequilla superior.
—Temo que comete una equivocación, madame. Yo no dirijo ninguna investigación encaminada a averiguar las condiciones actuales del servicio doméstico. Soy detective particular.
—Ya lo sé —repuso nuestra visitante—. Ya he dicho que deseo que busque a mi cocinera, que salió de casa el miércoles pasado, sin decir una palabra, y que no ha regresado.
—Lo siento, madame, pero yo no trato de esta clase de asuntos. Le deseo muy buenos días.
La visitante lanzó un resoplido de indignación.
—¿Sí, buen amigo? ¿Conque es orgulloso, verdad? ¿Conque sólo trata de secretos de Estado y de las joyas de las condesas? Pues permítame que le diga que una sirvienta tiene tanta importancia como una tiara para una mujer de mi posición. No todas podemos ser señoras elegantes, de coche, cargadas de brillantes y perlas. Una buena cocinera os una buena cocinera, pero cuando se la pierde representa tanto para una como las perlas para cualquier dama de la aristocracia.
La dignidad de Poirot libró batalla con su sentido del humor; finalmente volvió a sentarse y se echó a reír.
—Tiene razón, madame; era yo el equivocado: sus observaciones son justas e inteligentes. Este caso constituirá para mí una novedad, porque aún no había andado a la caza de una doméstica desaparecida. Éste es, precisamente, el problema de importancia nacional que yo le pedía a la suerte cuando llegó usted. En avant! Dice usted que la cocinera salió el miércoles de su casa y que todavía no ha vuelto a ella. Y el miércoles fue anteayer...
—Sí, era su día de salida.
—Pues probablemente, madame, habrá sufrido un accidente. ¿Ha preguntado ya en los hospitales?
—Pensaba hacerlo ayer, pero esta mañana me ha mandado a pedir el baúl, ¡sin ponerme cuatro líneas siquiera! Si hubiera estado yo en la casa le aseguro que no la hubiera dejado marchar así. Pero había ido a la carnicería.
PLAN DE LECTURA “La aventura de la cocinera”. Agatha Cristie
3
—¿Quiere darme sus señas?
—Se llama Elisa Dunn y es de edad madura, gruesa, de cabello negro canoso y de aspecto respetable.
—¿Habían reñido ustedes antes?
—No, señor. Y esto es lo raro del caso.
—¿Cuántos criados tiene, madame?
—Dos. Annie, la doncella, es una buena muchacha. Es olvidadiza y tiene la cabeza algo a pájaros, pero es buena sirvienta siempre que se esté encima de ella.
—¿Se avenían ella y la cocinera?
—En general sí, aunque tenían sus altercados de vez en cuando.
—¿Y la doncella no puede arrojar alguna luz sobre el misterio?
—Dice que no, pero ya conoce usted a los sirvientes, se tapan unos a otros.
—Bien, bien, ya veremos esto. ¿Dónde reside, madame?
—En Clapham; Albert Road, número 88.
—Bien, madame, le deseo muy buenos días y cuente con verme en su residencia en el curso del día.
Luego mistress Todd, que así se llamaba la nueva clienta, se despidió de nosotros.
Poirot me miró con cierta rudeza.
—Bien, bien. Hastings, éste es un caso nuevo. ¡La desaparición de una cocinera! ¡Seguramente que el inspector Japp no habrá oído jamás cosa parecida!
A continuación calentó una plancha y con ella quitó, con ayuda de un trozo de papel de estraza, la mancha de grasa del nuevo traje gris. Dejando con sentimiento para otro día el arreglo de los bigotes, marchamos en dirección a Clapham.
Prince Albert Road demostró ser una calle de pocas casas, todas exactamente iguales, con ventanas ornadas de cortinas de encajes y llamadores de brillante latón en las puertas.
Al pulsar el timbre del número 88 nos abrió la puerta una bonita doncella, vestida pulcramente. Mistress Todd salió al vestíbulo para saludarnos.
—No se vaya, Annie —exclamó—. Este caballero es detective y desea dirigir a usted algunas preguntas.
El rostro de Annie reveló la alarma y una excitación agradable.
PLAN DE LECTURA “La aventura de la cocinera”. Agatha Cristie
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—Gracias, madame —dijo Poirot inclinándose—. Me gustaría interrogar a su doncella ahora y sin testigos.
Nos introdujeron en un saloncito, y cuando se fue mistress Todd, a disgusto, comenzó Poirot el interrogatorio.
—Voyons, mademoiselle Annie, todo cuanto nos explique revestirá la mayor importancia. Sólo usted puede arrojar alguna luz sobre nuestro caso y sin su ayuda no haremos nada.
La alarma se desvaneció del semblante de la doncella y la agradable excitación se hizo más patente.
—Esté seguro, señor, de que diré todo lo que sé.
—Muy bien —dijo Poirot con el rostro resplandeciente—. Ante todo, ¿qué opina usted? Porque posee una inteligencia notable. ¡Se ve en seguida! ¿Cuál es su explicación de la desaparición de Elisa?
Animada de esta manera, Annie se dejó llevar de una verbosidad abundante.
—Se trata de los esclavistas blancos, señor. Lo he dicho siempre. La cocinera me ponía siempre en guardia contra ellos. «Por caballeros que te parezcan —me decía—, no olfatees ningún perfume ni comas ningún dulce de los que le ofrezcan.» Éstas fueron sus palabras. Y ahora se han apoderado de ella, estoy segura. Han debido llevársela a Turquía o a uno de esos lugares de Oriente donde, según se dice, gustan de las mujeres entradas en carnes.
—Pero en tal caso, y es admirable su idea, ¿hubiera mandado a buscar el baúl?
—Bien, no lo sé, señor. Pero supongo que aun en aquellos lugares exóticos, necesitará ropa.
—¿Quién vino a buscar el baúl? ¿Un hombre?
—Carter Peterson, señor.
—¿Lo cerró usted?
—No, señor. Ya estaba cerrado y atado.
—¡Ah! Es interesante. Eso demuestra que cuando salió el miércoles de casa estaba ya decidida a no volver a ella. ¿Se da cuenta de esto, no?
—Sí, señor. —Annie pareció sorprenderse—. No había caído en ello. Pero aun así puede tratarse de los esclavistas, ¿no cree? —agregó con tristeza.
—¡Claro! —dijo gravemente Poirot—. ¿Duermen ustedes en una misma habitación?
—No, señor. En distintas habitaciones.
—¿Le había dicho Elisa si estaba descontenta de su puesto actual? ¿Se sentían felices las dos aquí?
—La casa es buena —replicó Annie titubeando—. Ella nunca habló de que pensara dejarla.
PLAN DE LECTURA “La aventura de la cocinera”. Agatha Cristie
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—Hable con franqueza. No se lo diré a la señora —dijo Poirot con acento afectuoso.
—Bien, la señora es algo difícil, naturalmente. Pero la comida es buena. Y abundante. Se come caliente a la hora de la cena, hay buenos entremeses y se nos da mucha carne de cerdo. Yo estoy segura de que aunque hubiera querido cambiar de casa, Elisa no se hubiera marchado así. Hubiera dado un mes de tiempo a la señora; sobre todo porque de lo contrario no hubiera cobrado el salario.
—¿Y el trabajo es muy duro?
—Bueno, la señora es muy meticulosa y anda buscando siempre polvo por todos los rincones. Además hay que cuidar del alojado, del huésped, como a sí mismo se llama. Pero únicamente desayuna y cena en casa, como el amo. Los dos pasan el día en la City.
—¿Le es simpático el amo?
—Sí, es bueno, muy callado y algo picajoso.
—¿Recuerda, por casualidad, lo último que dijo Elisa antes de salir de casa?
—Sí, lo recuerdo. Dijo: «Esta noche cenaremos una loncha de jamón con patatas fritas. Y luego, melocotón en conserva.» Se moría por los melocotones.
—¿Salía regularmente los miércoles?
—Sí, ella los miércoles y yo los jueves.
Poirot dirigió todavía a Annie varias preguntas y luego se dio por satisfecho. Annie marchóse y entró mistress Todd con el rostro iluminado por la curiosidad. Estaba algo resentida, estoy seguro, de que la hubiéramos hecho salir de la habitación durante nuestra conversación con Annie. Poirot se cuidó, no obstante, de aplacarla con tacto.
—Es difícil —explicó— que una mujer de inteligencia tan excepcional como la suya, madame, soporte con paciencia el procedimiento que nosotros, pobres detectives, tenemos que emplear. Porque tener la paciencia con la estupidez es difícil para las personas de entendimiento vivo.
Habiendo sido disipado el resentimiento que mistress Todd pudiera albergar, hizo recaer la conversación sobre el marido y obtuvo la información de que trabajaba para una firma de la City y de que no llegaría hasta las seis a casa.
—Este asunto debe traerle preocupado e inquieto, ¿no es así?
—Oh, no se preocupa por nada —declaró mistress Todd—. «Bien, bien, toma otra, querida.» Esto es todo lo que dijo. Es tan tranquilo que en ocasiones me saca de quicio: «Es una ingrata. Vale más que nos desembaracemos de ella.»
—¿Hay otras personas en la casa, mistress Todd?
—¿Se refiere a míster Simpson, el realquilado? Pues tampoco se preocupa de nada mientras se le dé de desayunar y de cenar.
—¿Cuál es su profesión, madame?
PLAN DE LECTURA “La aventura de la cocinera”. Agatha Cristie
6
—Trabaja en un Banco. —Mistress Todd mencionó el nombre y yo me sobresalté recordando la lectura del Daily Blare.
—¿Es joven?
—Tiene veintiocho años. Es muy simpático.
—Me gustaría poder hablar con él y también con su marido, si no tienen inconveniente. Volveré por la tarde. Entretanto, le aconsejo que descanse, madame. Parece fatigada.
Poirot murmuró unas palabras de simpatía y nos despedimos de la buena señora.
—Es una coincidencia curiosa —observé—, pero Davis, el empleado fugitivo, trabajaba en la misma casa de Banca que Simpson. ¿Qué le parece, existirá alguna relación entre las dos personas?
Poirot sonrió.
—Coloquemos en un extremo al empleado poco escrupuloso y en el otro a la cocinera desaparecida. Es difícil hallar relación entre ambas personas a menos que si Davis visitaba a Simpson se hubiera enamorado de la cocinera y la convenciera de que le acompañase en su huida.
Yo reí, pero Poirot conservó la seriedad.
—Pudo escoger peor. Recuerde, Hastings, que cuando se va camino del destierro, una buena cocinera puede proporcionar más consuelo que una cara bonita. —Hizo una pausa momentánea y luego continuó—: Éste es un caso de los más curiosos, lleno de hechos contradictorios. Me interesa, sí, me interesa extraordinariamente.
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Por la tarde volvimos a la calle Prince Albert, número 88, y entrevistamos a Todd y a Simpson. Era el primero un melancólico caballero, de unos cuarenta años.
—¡Ah, sí, sí, Elisa! Era una buena cocinera, mujer muy económica. A mí me gusta la economía.
—¿Alcanza a comprender por qué les dejó a ustedes de manera tan repentina?
—Verá: los criados son así —repuso con un aire vago—. Mi mujer se disgusta por todo. Le agota la preocupación constante. Y el problema es muy sencillo en realidad. Yo le digo: «Busca otra, querida. Busca otra cocinera. ¿De qué sirve llorar por la leche derramada?»
Míster Simpson se mostró igualmente vago. Era un joven taciturno, poco llamativo, que gastaba gafas.
—Era una mujer madura. Sí, la conocía. La otra es Annie, muchacha simpática y servicial.
—¿Sabe si se llevaban bien?
Míster Simpson lo suponía. No podía asegurarlo.
—Bueno, no hemos obtenido ninguna noticia interesante, mon ami —me dijo Poirot cuando salimos de la casa después de volver a escuchar de labios de mistress Todd la explicación, ampliada, de lo ocurrido, que conocíamos desde por la mañana.
—¿Está decepcionado porque esperaba saber algo nuevo? —dije.
—Hombre, siempre existe una posibilidad, naturalmente —repuso Poirot—. Pero tampoco lo creí probable.
Al día siguiente recibió una carta que leyó, rojo de indignación y me entregó después.
«Mistress Todd —decía— lamenta tener que prescindir de los servicios de monsieur Poirot, ya que después de hablar con su marido se da cuenta de lo innecesario que es llamar a un detective para la solución de un problema de índole doméstica. Mistress Todd le incluye una guinea como retribución a su consulta...»
—¡Aja! —exclamó mi amigo lleno de cólera—. ¿Será posible que crean que van a desembarazarse de mí, Hércules Poirot, con tanta facilidad? Como favor, un gran favor, consentí en investigar ese asunto tan miserable y mezquino y me despiden ¿comme ça? Aquí anda, o mucho me engaño, la mano de míster Todd. Pero ¡no y mil veces no!
Gastaré veinte, treinta guineas, si fuere preciso, hasta llegar al fondo de la cuestión.
—Sí. Pero, ¿cómo?
Poirot se calmó un poco.
—D'abord —contestó—; pondremos un anuncio en los periódicos. Un anuncio que diga, sobre poco más o menos... sí, eso es: «Si Elisa Dunn quiere molestarse en darnos su dirección le comunicaremos algo que le interesa mucho.» Insértelo en los periódicos de mayor circulación, Hastings. Entretanto, verificaré algunas pesquisas. Vaya, vaya, no hay tiempo que perder!
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No volví a verle hasta por la tarde, en que se dignó referirme en un corto espacio de tiempo lo que había estado haciendo.
—He hecho averiguaciones en la casa donde trabaja míster Todd. Tiene buen carácter y no faltó al trabajo el miércoles por la tarde. Tanto mejor para él. El martes, Simpson cayó enfermo y no fue al Banco, pero sí estuvo también el miércoles por la tarde. Era amigo de Davis, pero no muy amigo. De modo que no hay novedades por ese lado. Confiemos en el anuncio.
Éste apareció en los principales periódicos de la ciudad. Las órdenes de Poirot eran que siguiera apareciendo por espacio de una semana. Su ansiedad en este caso, tan poco interesante, de la desaparición de una cocinera, era extraordinaria, pero me di cuenta de que consideraba cuestión de honor perseverar hasta obtener el éxito. En esta época se le ofreció la solución de otros casos, más atrayentes, pero se negó a encargarse de ellos. Todas las mañanas abría precipitadamente la correspondencia y luego dejaba las cartas con un suspiro. Pero nuestra paciencia obtuvo su recompensa al fin. El miércoles que sucedió a la visita de mistress Todd la patrona nos anunció a una visitante que decía llamarse Elisa Dunn.
—En fin! —exclamó Poirot—. Dígale que suba. En seguida, Inmediatamente.
Al verse así incitada, la patrona salió a escape y poco después reapareció seguida de miss Dunn. Nuestra mujer era tal y como nos la habían descrito, alta, vigorosa, enteramente respetable.
—He leído su anuncio, y por si existe alguna dificultad vengo a decirles lo que ignoran; que ya he cobrado la herencia.
Poirot, que la observaba con atención, tiró de una silla y se la ofreció con un saludo.
—Su ama, mistress Todd —explicó—, se sentía inquieta. Temía que hubiera sido víctima de un accidente realmente serio.
Elisa Dunn pareció sorprenderse mucho.
—Entonces, ¿no ha recibido mi carta? —interrogó.
—No. —Poirot hizo una pausa y luego dijo con acento persuasivo—: Ea, cuéntenos lo ocurrido.
Y Elisa, que no necesitaba que se la incitase a ello, inició al punto una larga explicación.
—Al volver el miércoles por la tarde a casa, y cuando casi me hallaba delante de la puerta, me salió al paso un caballero. "Miss Elisa Dunn, ¿estoy en lo cierto?", preguntó. "Sí, señor", respondí. Acabo de preguntar por usted en el número 88 y me han dicho que no tardaría en llegar. Miss Dunn, he venido de Australia dispuesto a dar con su paradero. ¿Cuál era el nombre de soltera de su madre?" "Jane Ermott." "Precisamente. Bien, pues, aun cuando usted lo ignore,, miss Dunn, su abuela tenía una amiga muy querida que se llamaba Elisa Leech. Esta muchacha se expatrió, se fue a Australia, y allí contrajo matrimonio con un hombre acaudalado. Sus dos hijos murieron en la infancia y ella heredó la propiedad de su marido. Ha muerto hace unos meses y le deja a usted en herencia una casa y una considerable cantidad de dinero."
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»La noticia me impresionó tanto que hubieran podido derribarme con una pluma —prosiguió miss Dunn—. Además, de momento, aquel hombre me inspiró recelos, de lo que se dio cuenta, porque dijo sonriendo: "Veo que es prudente, y hace bien en ponerse en guardia, pero mire mis credenciales." Me entregó una carta y una tarjeta de los señores Hurts y Crotchet, notarios de Melbourne. Él era míster Crotchet. "Ahora, que la difunta le impone dos condiciones para que pueda percibir la herencia (era algo excéntrica, ¿comprende?) Primero debe tomar posesión de su casa de Cumberland mañana a mediodía; luego, cláusula menos importante, no debe prestar servicios domésticos." Yo quedé consternada. "Pero, míster Crotchet, soy cocinera", dije. "¿No se lo han dicho en casa?" "¡Caramba, caramba! No tenía la menor idea de semejante cosa. Creí que era aya o señorita de compañía. Es muy sensible, muy sensible, desde luego."
«"¿Quiere decir que deberé renunciar a esta fortuna?", pregunté con la ansiedad que pueden ustedes suponer. Míster Crotchet se paró a reflexionarlo un instante. "Miss Dunn —dijo después—, siempre existe un medio de burlar la Ley, y nosotros, los hombres de leyes, lo sabemos. Lo mejor será que haya usted salido a primera hora de la tarde de la casa en que sirve." "Pero ¿y mi mes?", interrogué. "Mi querida miss Dunn —repuso el abogado con una sonrisa—. Usted puede libremente dejar a su ama si renuncia al pago de sus servicios. Ella comprenderá en vista de las circunstancias. Aquí lo esencial es el tiempo. Es imperativo que tome usted el tren de las once y cinco en King's Cross para dirigirse al Norte. Yo le adelantaré diez libras para que pueda tomar el billete y para que pueda enviar unas líneas desde la estación a su señora. Se las llevaré yo mismo y le explicaré el caso."
«Naturalmente me avine a ello y una hora después me hallaba en el tren tan aturdida que no sabía dónde tenía la cabeza. Cuando llegué a Carlisle empecé a pensar que había sido víctima de una de esas jugarretas de que nos hablan los periódicos. Pero las señas que se me habían dado eran, en efecto, de unos abogados que me pusieron en posesión de la herencia, es decir, de una casita preciosa y de una renta de trescientas libras anuales. Como dichos abogados sabían poquísimos detalles, se limitaron a darme a leer la carta de un caballero de Londres en que se les ordenaba que me pusieran en posesión de la casa y de ciento cincuenta libras para los primeros seis meses. Míster Crotchet me envió la ropa, pero no recibí la respuesta de mistress Todd. Yo supuse que debía estar enojada y que envidiaba mi racha de buena suerte. Se quedó con mi baúl y me envió la ropa en paquetes. Pero si no le entregaron mi carta es muy natural que esté resentida.
Poirot había escuchado con atención tan larga historia y movió la cabeza como si estuviese satisfecho.
—Gracias, mademoiselle. En este asunto ha habido, como dice muy bien, una pequeña confusión. Permítame que le recompense la molestia —Poirot le puso un sobre cerrado en la mano—. ¿Piensa volver a Cumberland en seguida? Una palabrita al oído: No se olvide de guisar. Siempre es útil tener algo con qué contar cuando van mal las cosas.
—Esa mujer es crédula —murmuró Poirot cuando partió la visitante—, pero no más crédula que las personas de su clase. —Su rostro adoptó una expresión grave—. Vamos, Hastings, no hay tiempo que perder. Llame un taxi mientras escribo unas líneas a Japp.
Cuando volví con el taxi encontré a Poirot esperándome.
—¿Adonde vamos? —preguntó con viva curiosidad.
PLAN DE LECTURA “La aventura de la cocinera”. Agatha Cristie
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—Primero a despachar esta carta por medio de un mensajero.
Una vez hecho esto, Poirot dio unas señas al taxista.
—Calle Prince Albert, número 88, Clapham.
—Conque, ¿nos dirigimos allí?
—Mais oui. Aunque si he de serle franco temo que lleguemos tarde. Nuestro pájaro habrá volado, Hastings.
—¿Quién es nuestro pájaro?
—El desvaído míster Simpson —replicó Poirot, sonriendo.
—¡Qué! —exclamé.
—Vamos, Hastings, ¡no diga que no lo ve claro ahora!
—Supongo que se ha tratado de alejar a la cocinera —observé, algo picado—. Pero ¿por qué? ¿Por qué deseaba Simpson alejarla de la casa? ¿Es que sabía algo?
—Nada.
—¿Entonces...?
—Deseaba algo que tenía ella.
—¿Dinero? ¿El legado de Australia?
—No, amigo mío. Algo totalmente distinto. —Poirot hizo una pausa y dijo gravemente—: Un baulito deteriorado.
Yo le miré de soslayo. La respuesta me pareció tan absurda que sospeché por un momento que trataba de burlarse de mí. Pero estaba perfectamente grave y serio.
—Pero digo yo —exclamé— que, de querer uno, podía adquirirlo.
—No necesitaba uno nuevo. Deseaba uno usado y viejo.
—Poirot, esto pasa de raya —exclamé—. ¡No me tome el pelo!
El detective me miró.
—Hastings, usted carece de la inteligencia y de la habilidad de míster Simpson —repuso—. Vea cómo se desarrollaron los acontecimientos el miércoles por la tarde. Simpson aleja, sirviéndose de una estratagema, de casa a la cocinera. Lo mismo una tarjeta impresa que el papel timbrado son fáciles de adquirir y además se desprende con gusto de ciento cincuenta libras, así como de un año de alquiler de la finca de Cumberland, para asegurar el éxito de sus planes. Miss Dunn no le reconoce: el sombrero, la barba, el leve acento extranjero, la confunden y desorientan por completo. Y así se da fin al miércoles... si pasamos por alto el hecho trivial, en apariencia: el de haberse apoderado Simpson de cincuenta mil libras en acciones.
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— ¡Simpson! ¡Pero si fue Davis!
—Déjeme proseguir, Hastings. Simpson sabe que el robo se descubriría el jueves por la tarde y no va el jueves al Banco, se queda en la calle a esperar a Davis, que debe salir a la hora de comer. Es posible que se hable del robo que ha cometido y que prometa a Davis la devolución de las acciones. Sea como quiera, logra que el muchacho le acompañe a Clapham. La casa está vacía porque la doncella ha salido, ya que es su día, y mistress Todd está en la subasta. De modo que cuando, más adelante, se descubra el robo y se eche a Davis de menos, ¡se le acusará de haber sustraído las acciones! Míster Simpson se sentirá para entonces seguro y podrá volver al trabajo a la mañana siguiente como empleado fiel a quien todos conocen.
—Pero ¿y Davis?
Poirot hizo un gesto expresivo y meneó la cabeza.
—Así, a sangre fría, parece increíble. Sin embargo, no le encuentro al hecho otra explicación, mon ami. La única dificultad con que se tropieza siempre el criminal es la de desembarazarse de su víctima. Pero Simpson lo ha planeado de antemano. A mí me llamó la atención el hecho siguiente: ya recordará que Elisa pensaba volver, cuando salió de casa, a ella por la noche, de aquí su observación acerca de los melocotones en conserva. Sin embargo, su baúl estaba cerrado y atado cuando fueron a buscarlo. Simpson fue quien pidió a Carter Peterson que pasara el viernes, de modo que fue Simpson quien ató el baúl el jueves por la tarde. ¿Quién iba a sospechar de un hecho tan natural y corriente? Una sirvienta que se sale de la casa en que sirve manda a por su baúl, que ya está cerrado, y con una etiqueta que lleva probablemente las señas de una estación cercana. El sábado por la tarde, Simpson, con su disfraz de colono australiano, reclama el baúl, le pone un nuevo rótulo y lo manda a un sitio «donde permanecerá hasta que manden por él». Así cuando las autoridades, recelosas, ordenen que sea abierto, ¿a quién se culpará del crimen cometido? A un colonial barbudo que lo facturó desde una estación vecina a la de Londres y por consiguiente que no tendrá la menor relación con el número 88 de la calle Prince Albert de Clapham.
Los pronósticos de Poirot resultaron ciertos, Simpson había salido de la casa de los Todd dos días antes, pero no escaparía a las consecuencias de su crimen. Con la ayuda de la telegrafía sin hilos fue descubierto, camino de América, en el Olimpia.
Un baúl de metal que ostentaba el nombre de míster Henry Wintergreen atrajo la atención de los empleados de la estación de Glasgow y al ser abierto se halló en su interior el cadáver del infortunado Davis.
El talón de una guinea que mistress Todd regaló a Poirot no se cobró jamás. Poirot le puso un marco y lo colgó de la pared de nuestro salón.
—Me servirá de recuerdo, Hastings —dijo—. No desprecie nunca lo trivial, lo menos digno. Repare que en un extremo está una doméstica desaparecida... y en el otro un criminal de sangre fría. ¡Para mí, éste ha sido el más interesante de los casos en que he intervenido!
PLAN DE LECTURA “El santo y el duende”. SAKI
1
EL SANTO Y EL DUENDE
Saki
El pequeño santo de piedra ocupaba un retirado nicho de una de las naves laterales de la vieja
catedral. Nadie recordaba exactamente quién había sido, pero eso en cierto modo era una garantía de
respetabilidad. O al menos eso decía el duende. El duende era un hermoso ejemplar de pintoresca talla
en piedra, y vivía subido a la ménsula del muro, frente al nicho del pequeño santo. Estaba emparentado
con varios de los principales habitantes de la catedral, como los extrafíos relieves de la sillería del coro
y el cancel del presbiterio, e incluso con las gárgolas de lo alto del techo. Todos los animales y
hombrecillos fantásticos que se repantigaban y retorcían en madera, piedra o plomo, encaramados a los
arcos o hundidos en la cripta, guardaban alguna relación con él; era, por tanto, una persona de
reconocida importancia dentro del mundo catedralicio.
El pequeño santo de piedra y el duende se llevaban muy bien, aunque lo veían casi todo desde
puntos de vista distintos. El santo era un filántropo chapado a la antigua; creía que el mundo, como él
lo veía, era bueno, pero susceptible de mejora. Compadecía en particular a los ratones de la iglesia, que
Vivian en la miseria. El duende, en cambio, era de la opinión de que el mundo, como él lo conocía, era
malo, pero era mejor no tocarlo. Ser pobres era la función de los ratones de la iglesia.
-Aun así —dijo el santo-, me dan mucha pena.
—-Pues claro que te la dan -replico el duende-; tenerles pena es tu función. Si dejaran de ser
pobres tú serias incapaz de cumplir tus funciones. Tendrías una sinecura.
Albergo cierta esperanza de que el santo le preguntara qué significaba sinecura, pero éste se
refugió en un pétreo silencio. Tal vez el duende tuviera razón, pensó, pero de todos modos deseaba
hacer algo por los ratones antes de que llegara el invierno; eran tan y tan pobres.
Mientras le daba vueltas al asunto, lo sorprendió algo que cayó entre sus pies con un seco
tintineo. Se trataba de un talero nuevecito; una de las grajillas de la catedral, que coleccionaba esos
objetos, había volado con él hasta la cornisa de piedra situada encima de su nicho y un portazo en la
sacristía la había sobresaltado, y lo había dejado caer. Desde la invención de la pólvora, los nervios de
la familia ya no eran los mismos.
-¿Qué tienes ahí? —pregunto el duende.
PLAN DE LECTURA “El santo y el duende”. SAKI
2
-Un talero de plata -contesto el santo—. La verdad es que es una suerte; ahora podré hacer algo
por los ratones de la iglesia.
—¿Cómo te las apañaras? —pregunto el duende.
El santo recapacito.
-Me apareceré en una visión a la sacristana que barre los suelos. Le diré que encontraré un talero
de plata entre mis pies y que debe utilizarlo para comprar una medida de trigo y ponerla en mi capilla.
Cuando encuentre el dinero sabrá que el sueño era auténtico y se encargará de seguir mis indicaciones.
Entonces los ratones tendrán comida durante todo el invierno.
—Claro, eso lo puedes hacer tu —-observó el duende-. Yo solo puedo aparecerme a la gente
cuando se han atiborrado de cosas indigestas para cenar. Mis oportunidades con la sacristana serian
limitadas. En el fondo, ser santo tiene sus ventajas.
Todo esto ocurría mientras la moneda seguía a los pies del santo. Estaba limpia y reluciente, y
llevaba las armas del Elector grabadas con bello trazo. El santo empezó a considerar que semejante
oportunidad era demasiado preciosa para despacharla de cualquier manera. Tal vez una caridad
indiscriminada resultara perjudicial para los ratones de la iglesia. Al fin y al cabo, su función era ser
pobres; lo había dicho el duende, y el duende acostumbraba a tener razón.
—He estado pensando —dijo al mencionado personaje— que quizá si que sería mejor encargar
un talero de velas para que las colocaran en mi capilla, en vez del trigo.
A menudo deseaba, para animarla un poco, que la gente encendiera velas de vez en cuando en su
capilla; pero, dado que habían olvidado quién era, no se consideraba una especulación rentable
concederle esa atención.
—Las velas son algo más ortodoxo —dijo el duende.
—Más ortodoxo, desde luego —corroboró el santo- y los ratones podrán comerse los restos; los
restos de vela engordan muchísimo.
El duende era demasiado educado para guiñarle el ojo; además, siendo un duende de piedra, la
cuestión ni se planteaba.
-¡Vaya, vaya, aquí mismo está! -dijo la sacristana a la mañana siguiente.
PLAN DE LECTURA “El santo y el duende”. SAKI
3
Saco la brillante moneda del polvoriento nicho y le dio varias vueltas en sus manos mugrientas.
Después se la metió en la boca y la mordió.
«No irá a comérsela», pensó el santo, y le dedicó la más pétrea de sus miradas.
-¡Anda! —exclamó la mujer, en tono algo más estridente—.
-¡Quién lo iba a pensar! ¡Y además es santo!
Entonces hizo algo inexplicable. Saco del bolsillo una vieja cinta y la ato transversalmente al
talero con un gran lazo y se la colgó del cuello al pequeño santo.
Luego se marcho.
—La única explicación posible —dijo el duende- es que sea falso.
—¿Qué adorno es ese que lleva tu vecino? —pregunto un dragón cincelado en el capitel de una
columna cercana.
El santo estaba a punto de llorar de vergüenza, aunque, como era de piedra, no podía.
-Es una moneda de... iejem!... fabuloso valor —replicó el duende, con tacto.
Y por la catedral corrió la noticia de que habían engalanado la capilla del pequeño santo de
piedra con una ofrenda de valor incalculable.
-Después de todo, vale la pena tener la conciencia de un duende -se dijo el santo.
Los ratones de la iglesia siguieron tan pobres como siempre. Claro que ésa era su función.
PLAN DE LECTURA “La perla”. Yukio Mishima
1
LA PERLA
YUKIO MISHIMA
El 10 de diciembre era el cumpleaños de la señora Sasaki. La señora Sasaki deseaba celebrar el acontecimiento con el menor ajetreo posible y solamente había invitado para el té a sus más íntimas amigas, las señoras Yamamoto, Matsumura, Azuma y Kasuga, quienes contaban exactamente la misma edad que la dueña de casa. Es decir, cuarenta y tres años.
Estas señoras integraban la sociedad "Guardemos nuestras edades en secreto" y podía confiarse plenamente en que no divulgarían el número de velas que alumbraban la torta. La señora Sasaki demostraba su habitual prudencia al convidar a su fiesta de cumpleaños solamente a invitadas de esta clase.
Para aquella ocasión la señora Sasaki se puso un anillo con una perla. Los brillantes no hubieran sido de buen gusto para una reunión de mujeres solas. Además, la perla combinaba mejor con el color de su vestido.
Mientras la señora Sasaki daba una última ojeada de inspección a la torta, la perla del anillo, que ya estaba algo floja, terminó por zafarse de su engarce. Era aquel un acontecimiento poco propicio para tan grata ocasión, pero hubiera sido inadecuado poner a todos al tanto del percance. La señora Sasaki depositó, pues, la perla en el borde de la fuente en que se servía la torta y decidió que luego haría algo al respecto.
Los platos, tenedores y servilletas rodeaban la torta. La señora Sasaki pensó que prefería que no la vieran llevando un anillo sin piedra mientras cortaba la torta y, muy hábilmente, sin siquiera darse vuelta, lo deslizó en un nicho ubicado a sus espaldas.
El problema de la perla quedó rápidamente olvidado en medio de la excitación producida por el intercambio de chismes y la sorpresa y alegría que producían a la dueña de casa los acertados regalos de sus amigas. Muy pronto llegó el tradicional momento de encender y apagar las velas de la torta. Todas se congregaron agitadamente alrededor de la mesa, cooperando en la complicada tarea de encender cuarenta y tres velitas.
Tampoco podía esperarse que la señora Sasaki, con su limitada capacidad pulmonar apagara de un solo soplido tantas velas y su apariencia de total desamparo suscitó no pocos comentarios risueños.
Después del decidido corte inicial, la señora Sasaki sirvió a cada invitada una tajada del tamaño deseado en un pequeño plato que, luego, cada una llevaba hasta su respectivo asiento. Alrededor de la mesa se produjo una confusión bastante considerable. Todas extendían sus manos al mismo tiempo.
La torta estaba adornada con un motivo floral y cubierta con un baño rosado, salpicado abundantemente con pequeñas bolitas plateadas hechas de azúcar cristalizada. La clásica decoración de las tortas de cumpleaños.
PLAN DE LECTURA “La perla”. Yukio Mishima
2
En la confusión del primer momento algunas escamas del baño, migas y cierta cantidad de bolitas plateadas se desparramaron sobre el mantel blanco. Algunas de las invitadas juntaban estas partículas con los dedos y las ponían en sus platos. Otras, las echaban directamente en su boca.
Luego, cada una volvió a su asiento y, con toda la tranquila alegría que correspondía, comieron sus porciones.
Aquélla no era una torta casera. La señora Sasaki la había encargado con anticipación en una confitería de bastante renombre y todas coincidieron en que su gusto era excelente.
La señora Sasaki resplandecía de felicidad. De pronto, y con un dejo de ansiedad, recordó la perla que había dejado sobre la mesa. Con disimulo se levantó tan displicentemente como pudo y comenzó a buscarla. La perla había desaparecido. Sin embargo, estaba segura de haberla dejado allí. La señora Sasaki aborrecía perder cosas. Sin pensarlo más, se entregó de lleno a su búsqueda y su intranquilidad se hizo tan evidente que sus invitadas la advirtieron.
—No es nada... Un segundo, por favor... —repuso a las cariñosas preguntas de sus amigas.
Pese a lo ambiguo de su respuesta, una a una las invitadas se pusieron de pie y revisaron el mantel y el piso.
La señora Azuma, frente a tanta conmoción, pensó que la situación era francamente deplorable. Estaba contrariada frente a una dueña de casa capaz de crear una situación tan desagradable por el extravío de una perla.
La señora Azuma decidió inmolarse y salvar el día. Con una sonrisa heroica, dijo: —¡Eso fue entonces! ¡La perla debe haber sido lo que me acabo de comer! Cuando me sirvieron la torta, una bolita plateada se cayó sobre el mantel y yo la levanté y me la tragué sin pensar. Me pareció que se atascaba un poco en mi garganta. Por supuesto que si hubiera sido un brillante no dudaría en devolvértelo, aun a riesgo de tener que sufrir una operación; pero como se trata simplemente de una perla, no puedo sino pedirte perdón.
Este anuncio calmó de inmediato la ansiedad del grupo y salvó a la dueña de casa de un trance difícil. Nadie se preocupó en averiguar si la confesión de la señora Azuma era cierta o falsa. La señora Sasaki tomó una de las bolitas que quedaban y se la comió.
—Mmmm comentó-—, ¡ésta tiene gusto a perla!
En esta forma, el pequeño incidente, fue recibido entre bromas y, en medio de la risa general, quedó totalmente olvidado.
Al finalizar la reunión, la señora Azuma partió en su auto sport, llevando con ella a su íntima amiga y vecina, la señora Kasuga. Apenas se habían alejado, la señora Azuma dijo: —¡No puedes dejar de reconocerlo! Fuiste tú quien se tragó la perla, ¿no es cierto? Quise protegerte y me declaré culpable.
PLAN DE LECTURA “La perla”. Yukio Mishima
3
Estas palabras informales ocultaban un profundo afecto. Pero por más amistosa que fuera la intención, para la señora Kasuga una acusación infundada era una acusación infundada. No recordaba bajo ningún concepto haberse tragado una perla en vez de un adorno de azúcar. La señora Azuma sabía cuán difícil era ella para todo lo referente a la comida. Bastaba con que apareciera un cabello en su plato, para que, inmediatamente, se le atragantara el almuerzo.
—Pero, ¡por favor! —protestó la señora Kasuga con voz débil mientras estudiaba el rostro de la señora Azuma—. ¡Nunca podría haber hecho algo semejante!
—No es necesario que finjas. Te vi en aquel momento. Cambiaste de color y ello fue suficiente para mí.
La confesión de la señora Azuma parecía cerrar el incidente del cumpleaños; pero, sin embargo, dejó una molesta secuela.
Mientras la señora Kasuga pensaba en la mejor forma de demostrar su inocencia, la asaltó la duda de que la perla del solitario pudiera estar alojada en alguna parte de sus intestinos. Era, desde luego, poco probable que se hubiera tragado una perla en vez de una bolita de azúcar, pero, en medio de la confusión general causada por la charla y las risas, forzoso era admitir que existía por lo menos esa posibilidad.
Revisó mentalmente todo lo sucedido en la reunión, pero no pudo recordar ningún momento en el que hubiera llevado una perla hasta sus labios. Después de todo, si había sido un acto subconsciente, sería difícil recordarlo.
La señora Kasuga se sonrojó violentamente cuando su imaginación la llevó hacia otro aspecto del asunto. Al recibir una perla en el cuerpo de uno, no cabe duda de que—quizás un poco disminuido su brillo por los jugos gástricos—en uno o dos días es fácil recuperarla.
Y junto a este pensamiento, las intenciones de la señora Azuma se volvieron transparentes para su amiga. Sin lugar a dudas, la señora Azuma había vislumbrado el mismo problema con incomodidad y vergüenza y, por lo tanto, pasando su responsabilidad a otro, había dejado entrever que cargaba con la culpa del asunto para proteger a una amiga.
Mientras tanto, las señoras Yamamoto y Matsumura, que vivían en la misma dirección, retornaban a sus casas en un taxi. Al arrancar el coche, la señora Matsumura abrió la cartera para retocar su maquillaje, recordando que no lo había hecho durante toda la reunión.
Al tomar la polvera, un destello opaco llamó su atención mientras algo rodaba hacia el fondo de su cartera. Tanteando con la punta de los dedos, la señora Matsumura recuperó el objeto y vio con asombro que se trataba de la perla.
La señora Matsumura sofocó una exclamación de sorpresa. Desde tiempo atrás sus relaciones con la señora Yamamoto distaban mucho de ser cordiales y no deseaba compartir aquel descubrimiento que podía tener consecuencias tan poco agradables para ella.
PLAN DE LECTURA “La perla”. Yukio Mishima
4
Afortunadamente la señora Yamamoto miraba por la ventanilla y no pareció darse cuenta del súbito sobresalto de su acompañante.
Sorprendida por los acontecimientos, la señora Matsumura no se detuvo a pensar en cómo había llegado la perla a su bolso, sino que, inmediatamente, quedó apresada por su moral de líder de colegio. Era prácticamente imposible, pensó, cometer un acto semejante aun en un momento de distracción. Pero dadas las circunstancias, lo que correspondía hacer era devolver la perla inmediatamente. De lo contrario, hubiera sentido un gran cargo de conciencia. Además, el hecho de que se tratara de una perla—o sea, un objeto que no era ni demasiado barato ni demasiado caro—contribuía a hacer su posición más ambigua.
Resolvió, pues, que su acompañante, la señora Yamamoto, no se enterara del imprevisible desarrollo de los acontecimientos, en especial cuando todo había quedado tan bien solucionado gracias a la generosidad de la señora Azuma.
La señora Matsumura decidió que le era imposible permanecer ni un minuto más en aquel taxi y, pretextando una visita a un familiar, pidió al conductor que se detuviera en medio de un tranquilo suburbio residencial.
Una vez sola en el taxi, la señora Yamamoto, se sorprendió un poco por la brusca determinación tomada por la señora Matsumura a consecuencia de su broma. Observó el reflejo de la señora Matsumura en el vidrio y, en aquel preciso momento, vio cómo sacaba la perla de su cartera.
En el transcurso de la reunión la señora Yamamoto había sido la primera en recibir su parte de torta. Había agregado a su plato una bolita plateada que había rodado sobre la mesa y al volver a su asiento antes que las demás, advirtió que la bolita en cuestión era una perla. En el mismo momento de descubrirlo, concibió un plan malicioso.
Mientras las demás invitadas se preocupaban por la torta, deslizó la perla dentro del bolso que aquella hipócrita e insufrible señora Matsumura había dejado sobre la silla vecina.
Desamparada, en el barrio residencial donde había pocas probabilidades de conseguir un taxi, la señora Matsumura se entregó a oscuras reflexiones acerca de su posición.
En primer lugar, aun cuando fuera absolutamente necesario para descargo de su conciencia, sería una vergüenza ir a removerlo todo de nuevo cuando las demás habían llegado a tales extremos para arreglar las cosas satisfactoriamente. Por otra parte, sería peor si, con tal proceder, hiciera recaer injustas sospechas sobre ella misma.
No obstante estas consideraciones, si no se apresuraba en devolver la perla, desperdiciaría una ocasión única. Si lo dejaba para el día siguiente (el sólo pensarlo hizo sonrojar a la señora Matsumura) la devolución daría lugar a dudas y especulaciones. La propia señora Azuma había formulado una insinuación acerca de esta posibilidad.
Fue entonces cuando, con gran alegría, la señora Matsumura concibió el plan magistral que dejaría en paz a su conciencia y, al mismo tiempo, la libraría del riesgo de exponerse a injustas sospechas.
PLAN DE LECTURA “La perla”. Yukio Mishima
5
Aceleró el paso y, al llegar a una calle más transitada, llamó a un taxi y ordenó al conductor llevarla un conocido negocio de perlas en Ginza. Allí mostró la perla al vendedor y le pidió una, algo más grande y de mejor calidad. Una vez efectuada la compra, volvió hasta la casa de la señora Sasaki.
El plan de la señora Matsumura era entregar la perla recién comprada a la señora Sasaki, diciéndolc que la había encontrado en el bolsillo de su chaqueta. Su anfitriona la aceptaría y, después, intentaría hacerla calzar en el anillo. Al tratarse de una perla de distinto tamaño no coincidiría con el anillo, y la señora Sasaki, desconcertada, intentaría devolverla, cosa que no pensaba aceptar la señora Matsumura.
La señora Sasaki no podría sino pensar que aquélla se comportaba así para proteger a otra persona: "Sin duda la señora Matsumura ha visto robar la perla por una de las otras tres señoras. Será, pues, mejor olvidar todo el asunto; pero, al menos, de mis invitadas puedo estar segura de que la señora Matsumura está totalmente exenta de culpa. ¿Quién ha oído jamás que un ladrón robe algo y luego lo reemplace por algo similar y de mayor valor?"
Con esta estratagema la señora Matsumura se proponía escapar para siempre de la infamia de la sospecha y de igual manera—mediante un pequeño desembolso—de los remordimientos de una conciencia intranquila.
Volvamos a las otras señoras. Ya en su casa, la señora Kasuga seguía sintiéndose lastimada por las crueles bromas de la señora Azuma. Para librarse de un cargo tan ridículo como aquél, debía actuar antes del día siguiente, pues si no sería demasiado tarde. Para probar realmente que no había comido la perla, era, pues, necesario que la perla apareciera de alguna manera.
En resumen, si podía exhibir de inmediato la perla a la señora Azuma, por lo menos su inocencia respecto a la hipótesis gastronómica, quedaría firmemente demostrada.
Si esperaba hasta el día siguiente, aun cuando se las arreglara para mostrar la perla, se interpondría inevitablemente la vergonzosa e innombrable sospecha.
La habitualmente tímida señora Kasuga abandonó apresuradamente su domicilio al cual acababa de regresar e inspirada por el coraje que confiere obrar con ímpetu, se apuró en llegar a un comercio de Ginza donde eligió y compró una perla que, a su parecer, era más o menos del mismo tamaño que las bolitas plateadas de la torta.
Llamó por teléfono a la señora Azuma. Le explicó que, al volver a su casa, había descubierto entre los pliegues del moño de su faja la perla perdida por la señora Sasaki y que le causaba cierta vergüenza ir a devolverla. ¿Sería tan amable la señora Azuma como para acompañarla lo más pronto posible?
Para sus adentros la señora Azuma reflexionó en que aquella historia era poco verosímil, pero por tratarse del pedido de una buena amiga, accedió a él.
La señora Sasaki aceptó la perla que le llevara la señora Matsumura y, asombrada de que no se ajustara a su anillo, pensó, agradecida, exactamente lo que la señora Matsumura había deseado que pensara.
PLAN DE LECTURA “La perla”. Yukio Mishima
6
Se sorprendió, sin embargo, cuando una hora más tarde llegó la señora Kasuga, acompañada por la señora Azuma, y le devolvió otra perla.
La señora Sasaki estuvo a punto de mencionar la visita anterior, pero se contuvo a último momento y aceptó la segunda perla tan tranquilamente como pudo. No dudaba de que ésta se ajustaría al engarce y, tan pronto como partieron sus amigas, se apuró a probarla en el anillo.
Era demasiado chica. Frente a este descubrimiento, la señora Sasaki enmudeció.
En el viaje de regreso ambas señoras se encontraron frente a la imposibilidad de saber lo que pensaba la otra, y aunque sus encuentros solían ser alegres y locuaces, en aquella oportunidad cayeron en un largo silencio.
La señora Azuma, que actuaba con perfecto conocimiento del asunto, sabía a ciencia cierta que no se había tragado la perla.
Había sido simplemente para eludir una situación embarazosa para todas que, en la fiesta, se había declarado culpable. En especial, la había guiado el deseo de aclarar la situación de una amiga que, por su inquietud, había transmitido cierta sensación de culpabilidad. ¿Qué podía pensar ahora? Más allá de la peculiar actitud de la señora Kasuga y del procedimiento de hacerse acompañar por ella para devolver la perla, presentía algo mucho más profundo. Quizá la intuición de la señora Azuma había ubicado el punto débil de su amiga y, al descubrirlo, la acorralaba transformando una cleptomanía inconsciente e impulsiva en un grave desorden mental.
Por su parte, la señora Kasuoa todavía abrigaba sospechas de que la señora Azuma se hubiera tragado realmente la perla y de que su confesión en la fiesta fuera verdadera. De ser así, resultaría imperdonable de parte de la señora Azuma haberse burlado de ella tan cruelmente. Su timidez había contribuido a la sensación de pánico que la había impulsado a hacer aquella pequeña farsa a más de gastar una buena suma. ¿No era entonces una maldad, de parte de la señora Azuma, después de todo ello negarse a confesar que había comido la perla? Si la inocencia de la señora Azuma era fingida, la señora Kasuga, al representar tan esmeradamente su papel, aparecería ante sus ojos como el más ridículo de los actores de segundo orden.
Pero retornemos a la señora Matsumura. Al regresar de casa de la señora Sasaki y después de haberla obligado a aceptar la perla, la señora Matsumura se sintió algo más tranquila y pudo analizar, detalle por detalle, los acontecimientos del incidente.
Estaba segura, al levantarse en busca de su trozo de torta, de haber dejado su cartera sobre la silla. Luego, al comerla, había empleado servilletas de papel, con lo que se descartaba la necesidad de abrir el bolso en busca de un pañuelo. Cuanto más lo pensaba, menos recordaba haber abierto su cartera hasta el momento de empolvarse en el taxi. ¿Cómo era posible, entonces, que la perla se hubiera introducido en un bolso cerrado?
En aquel momento comprendió la tontería de no haber tenido en cuenta ese simple detalle en vez de atemorizarse al encontrar la perla. Llegada a este punto de su razonamiento, un súbito pensamiento la dejó atónita. Alguien había colocado la perla en su bolso con absoluta premeditación, a fin de
PLAN DE LECTURA “La perla”. Yukio Mishima
7
comprometerla. Y de las cuatro invitadas a la reunión, la única que podía haberlo hecho era, sin duda, la detestable señora Yamamoto.
Con los ojos encendidos por la ira, la señora Matsumura fue hasta la casa de la señora Yamamoto.
Al verla aparecer en su puerta, la señora Yamamoto supo inmediatamente lo que la había llevado hasta allí y preparó su defensa.
Desde el primer instante, el interrogatorio de la señora Matsumura fue inesperadamente severo, y dejó traslucir claramente que no aceptaría evasivas.
—Has sido tú. Nadie podría haber hecho semejante cosa —comenzó la señora Matsumura.
—¿Por qué yo? ¿Qué pruebas tienes? Supongo que si vienes a echarme esto en cara, es porque tienes todos los elementos de juicio, ¿no es cierto? —la señora Yamamoto se mantenía en una rígida compostura.
La señora Matsumura respondió que la señora Azuma, al echarse las culpas por lo sucedido con tanta nobleza, no podía tener ninguna relación con tan ruin proceder, y que, en cuanto a la señora Kasuga, no tenía las agallas necesarias para un juego tan peligroso. Quedaba, pues, una sola incógnita: la señora Yamamoto.
Esta guardó silencio con la boca cerrada como una ostra. Frente a ella, la perla traída por la señora Matsumura, brillaba suavemente. El té de Ceylán que había preparado tan cuidadosamente comenzaba a enfriarse.
—No pensaba que me odiaras tanto —la señora Yamamoto se enjugó las comisuras de los ojos, pero resultó evidente que la señora Matsumura estaba resuelta a no dejarse ablandar por las lágrimas.
—Bueno, voy a decirte algo que jamás pensé decir—continuó la señora Yamamoto—. No voy a mencionar nombres, pero una de las invitadas . . .
—¿Con eso quieres hablar de la señora Kasuga o de la señora Azuma?
—Por favor, por lo menos déjame omitir su nombre. Como te decía, una de las invitadas estaba abriendo tu bolso e introduciendo algo en él cuando yo, inadvertidamente, miré en aquella dirección. ¡Puedes imaginarte mi desconcierto! Aun cuando me hubiera sentido capaz de prevenirte, no habría siquiera tenido la oportunidad de hacerlo. Comencé a sentir palpitaciones y más palpitaciones. Y en el viaje en el taxi... ¡oh, qué horror no poder hablarte! Si hubiéramos sido buenas amigas, no hubiera dudado en contártelo con absoluta franqueza, pero como aparentemente yo no te gusto...
—Comprendo. Has sido muy considerada, y ahora le estás echando hábilmente las culpas a las señoras presentes, ¿verdad?
—¿Culpar a otro? ¿Cómo puedo hacerte comprender mis sentimientos? Sólo quería evitar el herir a alguien...
PLAN DE LECTURA “La perla”. Yukio Mishima
8
-—Está bien. Pero no te importó herirme a mí, ¿no es cierto? Por lo menos podrías haber mencionado todo esto en el taxi.
Probablemente lo hubiera hecho si tú hubieras tenido la franqueza de mostrarme la perla cuando la encontraste en tu cartera. Preferiste, en cambio, bajar del coche sin decir una palabra!
Por primera vez la señora Matsumura no supo qué contestar.
—¿Comprendes entonces lo que quise hacer? Lo importante era no herir a nadie.
La señora Matsumura se sintió invadida por una intensa ira.
—Si vas a endilgarme una serie de mentiras como ésta, voy a pedirte que las repitas esta noche frente a las señoras Azuma y Kasuga y en mi presencia.
Al escuchar esto, la señora Yamamoto rompió a llorar.
—Gracias a ti, todos mis esfuerzos por no herir a alguien fracasarán . . . —sollozó—.
Para la señora Matsumura era una experiencia nueva verla llorar y, aunque se repitió firmemente que no iba a dejarse engañar por aquellas lágrimas, no pudo evitar el pensamiento de que, al no probarse nada concreto, quizás podría haber algo de verdad en las afirmaciones de la señora Yamamoto.
Para ser más objetivos, si se aceptaba el relato de la señora Yamamoto como cierto, el rehusarse a revelar el nombre de la culpable traslucía cierta grandeza de alma. Y, de la misma manera, tampoco se podía asegurar que la gentil y, en apariencia, tímida señora Kasuga no pudiera sentirse inclinada a realizar un acto malicioso. Del mismo modo, el indudable rechazo existente entre ella y la señora Yamamoto podía, según se miraran las cosas, ser considerado como un atenuante en la culpa de la señora Yamamoto.
—Tenemos naturalezas diferentes—continuó la señora Yamamoto entre lágrimas—y no puedo negar que hay en ti ciertas cosas que no me gustan. Pero, a pesar de todo, es espantoso que puedas sospechar que necesito valerme de una artimaña tan baja contra ti... No obstante, pensándolo mejor, el someterme a tus acusaciones será la mejor forma de demostrar lo que he sentido hasta ahora en todo este asunto. En esta forma, yo sola cargaré con la culpa y nadie más se sentirá herido.
Una vez concluido este discurso patético, la señora Yamamoto inclinó su cabeza sobre la mesa y se abandonó a un llanto incontrolable.
Al contemplarla, la señora Matsumura comenzó a reflexionar sobre lo impulsivo de su propio comportamiento. Al dejarse cegar por su antipatía hacia la señora Yamamoto, había perdido la serenidad indispensable para manejar su castigo.
Cuando, después de sollozar prolongadamente, la señora Yamamoto alzó la cabeza nuevamente, la expresión a la vez pura y remota de su rostro se hizo visible aun para su visitante.
PLAN DE LECTURA “La perla”. Yukio Mishima
9
Un poco asustada, la señora Matsumura se puso tiesa contra el respaldo de la silla.
—Esto no debería haber sucedido nunca. Cuando desaparezca, todo permanecerá como antes.
Al hablar enigmáticamente, la señora Yamamoto sacudió su hermosa cabellera y clavó una mirada terrible, aunque fascinante, sobre la mesa. En un segundo, tomó la perla que estaba frente a ella y, con gran determinación, se la metió en la boca. Alzando la taza con el meñique elegantemente estirado, se tragó la perla con un sorbo de té de Ceylán frío.
La señora Matsumura la observaba con espantada fascinación. Todo había sucedido sin darle tiempo a protestar. Era la primera vez que veía a alguien tragarse una perla. Además, en la conducta de la señora Yamamoto había algo de la desesperación que se supone puede embargar a quienes ingieren un veneno.
Sin embargo, aunque el acto era heroico, aquél no era más que un incidente conmovedor. La señora Matsumura se encontró con que no sólo su enojo se había disuelto en el aire, sino que la pureza y simplicidad de la señora Yamamoto la hacían considerarla ahora como a una santa.
Los ojos de la señora Matsumura también se llenaron de lágrimas y tomó la mano de la señora Yamamoto.
—Te ruego que me perdones—dijo—, me he equivocado.
Lloraron juntas durante un buen rato, entrelazaron sus dedos y juraron ser, desde aquel momento, las mejores amigas.
Cuando la señora Sasaki se enteró de que las tirantes relaciones entre la señora Yamamoto y la señora Matsumura habían mejorado notablemente y de que la señora Azuma y la señora Kasuga habían enfriado su vieja y sólida amistad, no pudo explicarse las cosas y se limitó a pensar que todo era posible en este mundo.
Fuera como fuera, siendo una mujer sin demasiados escrúpulos, la señora Sasaki pidió a un joyero que remodelara su anillo en un formato en el cual se pudieran engarzar dos nuevas perlas, una grande y una chica, y lo usó sin complejos, sin ulteriores incidentes.
Al poco tiempo había olvidado las conmociones de aquel cumpleaños, y cuando alguien se interesaba por su edad, contestaba con las eternas mentiras de siempre.
PLAN DE LECTURA “El amor propio de Juanito Osuna”.Miguel Delibes
1
El amor propio de Juanito Osuna
Miguel Delibes
Eso sí, Juanito Osuna es amigo de sus amigos; créame, es un tipo estupendo. Le contaría de él y no
acabaría. Juanito Osuna se entera en París de que uno está en un aprieto en Madrid y se coge el primer
avión. Eso, fijo. Nada le digo en lo tocante a dinero. Ya de chico era igual. Mi amistad con Juanito
Osuna viene desde que éramos así. Es un caso de voluntad este muchacho. ¿Qué? Sí, ahora andará por
los cincuenta y uno. Es un tipo estupendo, Juanito. Y habrá usted notado que es fuerte. De muchacho
ya era así. De un mamporro tumbaba al más guapo. ¡Qué manos! Son como mazas. Lo habrá usted
advertido. En el Colegio, el profesor de gimnasia se sentía disminuido. Ejercicio que proponía, Juanito
Osuna lo mejoraba. ¡Había que verle en las salidas de paralelas! Ahora ha engordado un poco, pero
sigue fuerte el condenado. Se habrá usted fijado en las manos. Dan miedo. Eso sí, nunca las empleó
con ventaja. Juanito tiene un exacto sentido de la justicia. Pero por encima de todo, incluso de la
justicia, pone Juanito Osuna la amistad. Juanito Osuna se entera en París de que está usted en un
aprieto en Madrid y se agarra, sin más, el primer avión. Yo con Juanito Osuna, qué le voy a decir, una
amistad fraternal. Anduvimos juntos desde que nacimos. Juanito Osuna es hijo de uno de los más
grandes terratenientes extremeños, don Donato Osuna. Ella era hija de la Marquesa de Encina; un
Osuna con una Castro-Bembibre; dos fortunas. Ella era una mujer original, pero estaba completamente
loca; le daba miedo dormirse; era capaz de traer en jaque a toda la casa con tal de no acostarse. Así ha
salido Juanito.
Juanito Osuna lo que quiera de generosidad y corrección, pero está completamente loco. Es una pena
que no se quede usted más tiempo; le conocería bien. Esto de hoy no ha sido más que una muestra.
Pero Juanito las gasta así. Cuando la guerra lo pasó mal. Salvó la piel gracias al hijo de un criado a
quien don Donato Osuna hizo operar por su cuenta en la mejor clínica de Madrid. Créame, los Osuna
nunca miraron el dinero. Si usted saca una conversación en que se roce el dinero delante de Juanito
Osuna, le dirá que es una ordinariez. Pero en la guerra lo pasó mal. Tuvo mala suerte, le requisaron los
dos coches y él anduvo movilizado. Mal. Pasó muchas privaciones. ¿Eh? Sí, creo que en Sanidad, pero
de soldado raso, no se vaya usted a pensar. Imagínese a un Osuna con el caqui, un despropósito. Lo
pasó mal; verdaderamente mal. Pero él es fuerte. Ya ve, a los cincuenta y uno continúa haciendo
gimnasia sueca todas las mañanas. Juanito Osuna es un caso de voluntad. Y es fuerte. ¿Ha reparado
usted en sus manos? La escopeta entre ellas parece una estilográfica. Y tira bien, el condenado. No voy
a negar la evidencia. En Mérida yo le he visto, no es que hable por hablar, que lo he visto yo, hacer
treinta pichones sin cero a treinta metros. No creo que esta marca la mejore Teba siquiera. Claro que
PLAN DE LECTURA “El amor propio de Juanito Osuna”.Miguel Delibes
2
un día es un día. Yo, en una ocasión, sin homologación, hice treinta y dos. Esto no quiere decir nada.
Juanito Osuna es un gran tirador, pero el amor propio le perjudica. Desde luego, Juanito es un tipo
estupendo, pero está completamente loco. El mes pasado asistió a veintidós cacerías, algunas
distanciadas entre sí más de doscientos kilómetros. ¿Cómo? Sí, naturalmente, un Mercedes de aquí
hasta allá. El Mercedes anda mucho. Pero de todos modos veintidós batidas en treinta días es un
disparate. Fallan los nervios, se altera el pulso... Siento que no se quede usted más tiempo, le conocería
bien. Por otro lado, es como un muchacho. De que ve venir la barra de perdices, antes de matar la
primera, se pone temblón como un novato. En el tiro le pasa igual. Luego coge el tranquillo y un
pájaro detrás de otro... Tira bien, desde luego. Ahora, eso de que sea la primera escopeta de la
provincia... Pero, además, lo que yo digo, esto de tirar mejor o peor, no tiene importancia. Lo
importante, creo yo, es salir al campo y tomar el aire. Bueno, pues a Juanito Osuna no le vaya usted
con ésas. Ya le vio hoy. Y le anticipo que Juanito es un amigo como no habrá otro. A Juanito Osuna le
dicen en París que usted anda en un aprieto en Madrid y se agarra el primer avión aunque tenga que
maniatar a la azafata. Es un gran muchacho. Ahora, el amor propio le ciega. Ya le vio usted hoy. No
quiere enterarse de que a mí el matar o no matar me trae sin cuidado. Bueno, pues habrá que oírle
ahora en el Club. Julia, le digo a este señor que habrá que oír a Juanito Osuna ahora en el Club. No
quiera usted saber. Ya le oyó en el bar. «¡Cuarenta y siete pájaros contra veintitrés, Paquito!» ¿Le oía
usted? Bueno. Bien. Otra vez será al revés. Y con más frecuencia de lo que él quisiera: lo de hoy no es
normal. Y no es que yo presuma de tirador, la verdad. Ahora, modestia aparte, yo, en batida, mato todo
lo que entre para matarse. Pero no hago de esto una cuestión de amor propio. Yebes me elogió una vez
en el ABC. Bueno, no me han salido plumas por ello. A propósito del artículo de Yebes, tenía usted
que haber visto a Juanito Osuna cuando se lo dieron a leer en una batida al día siguiente. Ji, ji, ji. Se
puso loco. No había quien le contuviera. Yo no lo tomaba en serio. A mí, el matar o no matar, me trae
sin cuidado, ya me conoce usted. Pero empezaron todos con el pitorreo y él acabó por decirme que
cada uno teníamos una escopeta en la mano y cuando quisiera. Ji, ji, ji. ¡Buen muchacho Juanito!
Lástima que esté completamente loco. Usted le ha visto esta tarde. Julia, este señor te puede decir el
plan de Juanito esta tarde: «¡Cuarenta y siete pájaros contra veintitrés, Paquito!» A voces por las
calles. Y voy y le digo: «Estos días traerán otros», y él, entonces, que el día que yo le echaba mano era
por una perdiz o dos, mientras que él hoy me había más que doblado la cifra. Ya ves, como si esto para
mí fuera una cuestión vital. ¡Con su pan se lo coma! A mí, la verdad, no me da frío ni calor, pero me
fastidia que se ponga en ese plan delante de los batidores y toda la ralea. Para qué voy a darle más
vueltas, Julia, como el día de las pitorras. ¿Te acuerdas del día de las pitorras en la sierra? Pues el
mismo plan. Ahora, no se vaya usted a pensar que yo no estime a Juanito Osuna. No hay en
Extremadura un tipo mejor que él. ¿Eh? ¿Cómo? Sí, creo que ocho. ¿Son ocho o nueve, Julia? Ocho,
PLAN DE LECTURA “El amor propio de Juanito Osuna”.Miguel Delibes
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ocho tiene, tres varones y cinco muchachas. Eso. Y con los chicos no quiera usted saber. A usted, ¿qué
le decía? ¿Qué le decía, eh? Que los picadillos con los muchachos eran fingidos, ¿verdad? Eso dice a
todo el que llega. Julia, ¿oyes? Que los picadillos con los muchachos son de mentirijillas. Mire, yo he
visto a Juanito Osuna, y de esto no hará más de dos temporadas, ponerse temblón porque Jorgito le
sacó dos piezas en la primera batida. ¿Qué le parece? Jorgito es el mayor de la serie. Es un buen rapaz,
pero está completamente loco. Ahora anda metido en un estudio sobre la justicia o la injusticia del
latifundio. Ya ve usted qué le irá a él que el latifundio sea justo o no lo sea. Es un tímido, eso le pasa.
Eso sí, orgullo y amor propio como su padre; si va a cazar es para ser el primero. Y usted ha visto
cómo han rodado hoy las cosas. Yo no creo que sea inmodesto si digo que he matado todo lo que podía
matarse. ¿Podría decir Juanito Osuna lo mismo? La primera batida todavía. Ahí la perdiz, usted lo vio,
entró repartida. Tiramos todos. Bueno, pues Juanito se apuntó diez y yo nueve. Luego, ya lo vio usted.
De punta, volviendo el cerro, y cargando aire. Es un puesto de castigo, ése. Si no disparo la escopeta,
¿cómo voy a matar? Eso no es posible. Pero no le vaya usted con razones a Juanito Osuna. Usted le
oyó esta tarde como un energúmeno: «¡Cuarenta y siete pájaros contra veintitrés, Paquito!» A estas
horas toda la ciudad andará en lenguas. ¡Y todavía pretendía que fuera con él al Club! Tú sabes, Julia,
lo que es Juanito en el Club el día que cobra más que yo. Oye, Julia, por favor, dile a este señor cómo
se puso Juanito el día de las pitorras. Créame, el día que mata se pone inaguantable. Y es el cochino
amor propio. Porque a mí, si acepto una batida, es por tomar el aire y aguantar en forma. Matar o no
matar es secundario. Si se mata, bien. Si no se mata, también. Pero él... Habrá que oírle ahora. Me
juego la cabeza a que toda la ciudad está enterada a estas horas de que me ha doblado los pájaros.
¡Figúrese qué tontería! Cincuenta y un años y es como un muchacho. Y en la tercera batida ya lo vio
usted. La del canchal, quiero decir. Bueno. Empecemos porque un cancho pelado no es un puesto
envidiable. O asomas y te ven o no asomas y no la ves. Así y todo, usted lo presenció, derribé cinco.
Pero perdices redondas como hay que matarlas. Bueno, salgo con Carmelo y no tropezamos más que
tres. Las otras dos habían volado. Lo que pasa es que los secretarios de Pepe Vega, ya le ha conocido
usted, el otorrinolaringólogo, andaban más despabilados. La caza es así.
Este Pepe Vega es un médico estupendo, pero como cazador es un chambón. No creo que en ninguna
batida haya hecho más de diez. Y hoy va y me saca siete pájaros. ¿Vamos a decir por eso que Pepito
Vega las sujeta mejor que yo? Le digo a este señor de Pepito, Julia. Pepito Vega es un buen muchacho,
pero está completamente loco. Si no tuviera usted tanta prisa le conocería a fondo. Y le advierto que
Pepito Vega, donde le ve usted con esa apariencia de truhán, es de una de las mejores familias de por
aquí. Veguita, padre, tenía título. ¿Qué título tenía el padre de Pepito, Julia? No recuerdo ahora. Lo
cierto es que este chico ha derrochado en whisky tres dehesas de más de tres mil fanegas cada una;
PLAN DE LECTURA “El amor propio de Juanito Osuna”.Miguel Delibes
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bueno, pues Pepito Vega tiene ese récord. Y hablando de whisky, Juanito Osuna tampoco se queda
atrás. Es una esponja. Juanito bebe como un cosaco. Eso sí, jamás le he visto dar un traspiés. Juanito
Osuna tiene una naturaleza envidiable. Es fuerte como un toro. .¿Ha reparado usted en sus manos? Son
como palas; pero tenga por seguro que nunca las empleó con ventaja. ¡Habrá que verle ahora
pavoneándose en el Club! Usted le oyó esta tarde, en el bar: «¡Cuarenta y siete pájaros contra
veintitrés, Paquito!» Yo no es que vaya a discutirle que tire bien. Discutir eso sería tonto. Ahora,
cuando Yebes dijo lo que dijo en ABC tendría algún fundamento, creo yo. Yebes conoce el paño y
nunca habla a humo de pajas. Y Yebes estuvo precisamente en la batida de Granadilla, con Teba y toda
la pesca. Aquel día las cosas rodaron bien y quedé a dos pájaros de Teba. Usted ha visto tirar a Teba,
supongo. Julia, este señor no vio tirar nunca a Teba. Es un espectáculo, créame. A uno le entra la barra
y se pone temblón. Teba, no. Teba sujeta dos pájaros por delante y dos por detrás, como mínimo. Si le
dijera que hay quien asiste a una batida con Teba y no tira sólo por el placer de verle tirar a él. Bueno,
pues Yebes asistió a la batida de Granadilla y me sacó en el ABC. A Juanito Osuna le mostraron el
recorte en la cacería siguiente y le llevaban los demonios. Cómo andarían las cosas, que terminó
diciéndome que cada uno teníamos una escopeta en la mano y cuando quisiera. Ji, ji, ji. Juanito es un
gran muchacho, pero está completamente loco. ¿No es cierto, Julia, que Juanito Osuna está
completamente loco? Ya le vio usted hoy. A voces por las calles. En cambio, cuando yo quedo por
delante, se amurria como si tuviera encima una desgracia. ¿Eh, cómo dice? ¿Cazando? Toda la vida.
Juanito Osuna no hizo otra cosa en su vida que pegar tiros. En la guerra lo pasó mal. Le requisaron los
dos coches y le movilizaron. ¿Cómo? Julia, ¿fue en Sanidad o en Intendencia donde anduvo Juanito
durante la guerra? Bueno, es igual. El caso es que lo movilizaron. Pasó una mala temporada. Pero
fuera de eso no ha hecho otra cosa que pegar tiros. Ahora que recuerdo, Juanito tenía un tío general.
Un tipo pintoresco. No era mala persona, pero estaba completamente loco. Anduvo por la parte de Don
Benito. Contaban que dormía con las condecoraciones prendidas en la colcha. Un tipo divertido... Sí,
era un tipo divertido el general aquel. Yo no sé qué fue de él. Seguramente murió. No me acuerdo ni
de su nombre. A Juanito le ayudó mucho aquella temporada. Todos, en realidad, han ayudado siempre
a Juanito. Puede decirse que es un muchacho mal criado. Todo el mundo, desde chico, a reírle las
gracias. De ahí, seguramente, su amor propio. Usted le vio esta tarde. Era como para matarle o dejarle.
¡Y aún tenía la pretensión, el botarate, de que fuésemos con él al Club! Es una pena que usted no se
quede más tiempo. Llegaría a conocerle. ¡Si le pudiéramos ver ahora por una rendija! ¿Eh, Julia? Digo
que si pudiéramos ver a Juanito Osuna por una rendija ahora, en el Club. Estará imposible. Se habrá
sacudido media docena de whiskys y sus cuarenta y siete perdices se las habrá refrotado cuarenta y
siete veces por la nariz a la concurrencia. Y lo malo es que, detrás, irán las veintitrés mías. Sus
cuarenta y siete pájaros sin los veintitrés míos no tienen ningún valor para él. Habrá que oírle. Y usted
PLAN DE LECTURA “El amor propio de Juanito Osuna”.Miguel Delibes
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ha sido testigo. A mí, si me quitan la primera batida, la cuarta y la sexta, prácticamente no he
disparado la escopeta. He matado lo matable; lo que entraba para matarse. Nada más. Y, además, lo he
matado como había que matarlo. ¿Reparó usted en la segunda batida aquellas tres que le cayeron a
Juanito alicortas? Eso no es matar. Matar es hacer una bola con la perdiz. Perdiz que no suelta plumas
en el aire no es perdiz matada. La perdiz alicorta se ha encontrado un perdigón. Eso es todo. Pero eso
no es matar. Bueno, pues me juego la cabeza a que a Juanito le han cobrado hoy sus secretarios más de
una docena de piezas alicortas. ¿Qué te parece, Julia? Más de una docena, alicortas. Así. Si se las
restas le quedan treinta y cinco.
Añade a las veintitrés mías las dos del tercer ojeo, el del canchal, usted las recuerda, más las siete u
ocho que entre Pepito Vega y Floro Gilsanz me han quitado a izquierda y derecha y las tres perdidas
en las dos últimas batidas y me salen treinta y seis, una más que Juanito Osuna. Esta es la realidad.
Usted es testigo. Parto de la base de que a mí matar más o menos no me importa. Yo salgo al campo a
respirar. Pero lo que es de justicia es de justicia y usted lo ha visto. Es una lástima que no se quede más
tiempo. Si se quedara podría asistir a la revancha. Ya me gustaría que viera usted a Juanito Osuna en
un día de vacas flacas. Se encoge como un perro apaleado. Entonces es la mala suerte, o que no ha
tirado, o que la batida estaba mal organizada. Él siempre encuentra disculpas. ¿Eh, Julia? Le digo de
Juanito que cuando no mata, siempre hay una razón. No se me olvidará nunca el día de las tórtolas en
el Cornadillo. Ji, ji, ji. Y ese día no podrá decir. Tiramos el mismo número de cartuchos. Bueno, pues
cincuenta por treinta y seis. Ahí no hay vuelta de hoja. Y es que la caza es así. Que él mate hoy más
que yo no quiere decir nada. Ya ve, Yebes en Granadilla nos vio a él y a mí. Bueno, pues en el ABC
sólo me mentó a mí. Y no es que yo vaya a pensar que soy por eso mejor tirador que él. No. La caza es
eso. Y hoy yo y mañana tú. Prácticamente, yo no he tirado hoy en tres batidas. De punta y cargando
aire, no se puede pensar en matar. Usted lo ha visto, y si le pone un promedio de ocho perdices por
batida, pues ya estoy a su altura. Y no hay más. O me quita usted de al lado a Pepito Vega y Floro
Gilsanz, que se apuntaban las mías, y son una pila de perdices más. Florito Gilsanz ya sabe usted quién
es, ese grueso de las alpargatas. Bueno, pues este muchacho no pega ordinariamente un baúl y hoy, ya
lo ha visto usted, veinte perdices. Casi las mías. El bueno de Florito... Es pena que usted tenga que
marchar mañana. De Florito Gilsanz podríamos hablar toda una noche. Es un tipo. Tiene una dehesa,
El Chorlito, de la parte de la Sierra, que es la más bonita de Extremadura. Me gustaría que asistiera
usted a esa batida. Alfonso XIII corrió los jabalíes una vez, allí, de noche. Eran unas cazatas aquellas
como para romperse la crisma. Pero le decía de Florito... Florito Gilsanz, metido en juerga, es lo más
salado que usted puede imaginar. Oye, Julia, Florito, digo. Para que usted se dé cuenta, Florito, una
vez caldeado, rompe los frascos del whisky y se pasea descalzo sobre los cascotes como si tal cosa. Es
PLAN DE LECTURA “El amor propio de Juanito Osuna”.Miguel Delibes
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como un faquir. Ni sangra, ni se araña, ni nada. Este muchacho podría muy bien ganarse la vida en el
circo. Un buen tipo, Florito. Lástima que esté completamente loco. Es de los que andan siempre con
las pastillas y eso. El bueno de Florito Gilsanz. Bueno, ya no sé adonde íbamos a parar. ¿Qué es lo que
yo iba a decir, Julia? ¡Ah! Bueno, eso, Florito Gilsanz es un excelente muchacho, como le digo, pero
de caza, cero. El va al campo a comer y a beber y a reír un rato con los amigos. Lo demás le importa
un rábano. Bueno, pues hoy, usted lo vio, veinte perdices. Más o menos, las mías. ¿Qué quiere decir
eso? Sencillamente que Florito tuvo el santo de cara y yo le tuve de espaldas. Pero váyale usted a
Juanito Osuna con estas historias. «¡Cuarenta y siete perdices contra veintitrés, Paquito!» Usted le oyó.
Como un energúmeno. Oye, Julia, que no es que lo diga yo, pero me gustaría que hubieras visto a
Juanito, como un loco, a veces, por las calles. Eso mismo, su histeria, le demuestra a usted que no está
acostumbrado a esta ventaja. Lo que siento es que se marche usted sin ver la otra cara de la luna. Me
gustaría que viese a Juanito Osuna en barrena. Pero, por otra parte, este pique no conduce a nada. A mí
me trae sin cuidado una perdiz más o una perdiz menos, ya lo sabe usted. Pero él... Julia, ¿cómo es
Juanito para esto de la caza? ¡Díselo, anda! Y figúrese usted si hay cosas importantes en la vida.
Bueno, pues no; para Juanito Osuna, la caza lo primero. Y todo el día de Dios incordiando y liando. La
de hoy ha sido buena, pero me gustaría que le hubiera visto el día de las pitorras, en la Sierra. ¡Dios del
cielo! Y no se piense usted que con hoy se acabe. Hasta la próxima batida tendremos murga. ¡Y no
quiero decirle si en la próxima tengo la suerte de hoy y Juanito vuelve a quedar por delante! Espero
que Dios no lo permita. Julia, le digo a este señor que qué sería de mí si en la próxima batida vuelvo a
tener el santo de espaldas. Eso sería horrible. ¿Miraba usted a la niña? Sí, a la que pone la mesa, digo.
Le parece una mujer, ¿verdad? Pues catorce años. Aquí las muchachas son así. Es la hija del pastor que
anda en el chozo. Buena persona, pero un animal de bellota. Anastasio, digo, Julia, ¿eh? Un tipo serio,
previsor, pero le escarba usted un poco... y loco de remate. ¿Qué dirá que hace con la lana de sus
ovejas? ¿Eh, Julia? La lana de sus ovejas, digo. ¡La guarda! ¿Y sabe usted para qué? Para hacer el
colchón de las muchachas el día que se casen. Esa, la niña, es la mayor. ¡Hágase cargo! Las otras van
detrás y tiene cuatro. Aquí la gente es así. Julia se empeña en dialogar con ellos, pero es mejor
dejarles. Y le prevengo que Juanito Osuna si en vez de nacer donde ha nacido nace en otro medio,
hubiera sido lo mismo, como éstos. ¡Igual! Ya le ha visto usted hoy con las perdices. Volvemos a
Juanito, Julia. ¿Cenar? Cuando quieras. Vamos a cenar si a usted no le importa. Estará usted cansado,
claro. No estando acostumbrado, el campo aplana. Pase, pase. Pues del bueno de Juanito Osuna le
estaría hablando una vida y no acabaría. Y amigo lo es de los de verdad, eso que conste. A Juanito le
dicen en París que uno anda en Madrid en un aprieto y se agarra el primer avión aunque tenga que
amenazar al piloto. ¿Eh, Julia? Juanito, digo. Siente, siéntese. Juanito Osuna, defectos aparte, y todos
tenemos defectos, es un tipo estupendo; lástima que esté completamente loco.
PLAN DE LECTURA “El amor propio de Juanito Osuna”.Miguel Delibes
7
PLAN DE LECTURA “El contertulio”. Miguel de Unamuno
1
El contertulio
Miguel de Unamuno
A mis compatriotas de tertulia
Más de veinte años hacía que faltaba Redondo de su patria, es decir, de la tertulia en que transcurrieron
las mejores horas, las únicas que de veras vivió, de su juventud larga. Porque para Redondo, la patria
no era ni la nación, ni la región, ni la provincia, ni aun la ciudad en que había nacido, criádose y
vivido; la patria era para Redondo aquel par de mesitas de mármol blanco del café de la Unión, en la
rinconera del fondo de la izquierda, según se entra, en torno a las cuales se había reunido día a día,
durante más de veinte años, con sus amigos, para pasar en revista y crítica todo lo divino y lo humano
y aun algo más.
Al llegar Redondo a los cuarenta y cuatro años encontróse con que su banquero lo arruinó, y le fue
forzoso ponerse a trabajar. Para lo cual tuvo que ir a América, al lado de un tío poseedor allí de una
vasta hacienda. Y a la América se fue añorando su patria, la tertulia de la rinconera del café de la
Unión, suspirando por poder un día volver a ella, casi llorando. Evitó el despedirse de sus contertulios,
y una vez en América hasta rompió toda comunicación con ellos. Ya que no podía oírlos, verlos,
convivir con ellos, tampoco quiso saber de su suerte. Rompió toda comunicación con su patria,
recreándose en la idea de encontrarla de nuevo un día, más o menos cambiada, pero la misma siempre.
Y repasando en su memoria a sus compatriotas, es decir, a sus contertulios, se decía: ¿qué nuevo
colmo habría inventado Romualdo? ¿Qué fantasía nueva el Patriarca? ¿Qué poesía festiva habrá leído
Ortiz el día del cumpleaños de Henestrosa? ¿Qué mentira, más gorda que todas las anteriores, habrá
llevado Manolito? Y así lo demás.
Vivió en América pensando siempre en la tertulia ausente, suspirando por ella, alimentando su deseo
con la voluntaria ignorancia de la suerte que corriera. Y pasaron años y más años, y su tío no le dejaba
volver. Y suspiraba silenciosa e íntimamente.. No logró hacerse allí una patria nueva, es decir, no
encontró una nueva tertulia que le compensase de la otra. Y siguieron pasando años hasta que su tío se
murió, dejándole la mayor parte de su cuantiosa fortuna y lo que valía más que ella, libertad de
volverse a su patria, pues en aquellos veinte años no le permitió un solo viaje. Encontróse, pues,
Redondo, libre, realizó su fortuna y henchido de ansias volvió a su tierra natal.
¡Con qué conmoción de las entrañas se dirigió por primera vez, al cabo de más de veinte años, a la
rinconera del café de la Unión, a la izquierda del fondo, según se entra, donde estuvo su patria! Al
entrar en el café el corazón le golpeaba el pecho, flaqueábanle las piernas. Los mozos o eran o se
PLAN DE LECTURA “El contertulio”. Miguel de Unamuno
2
habían vuelto otros; ni les conoció ni le conocieron. El encargado del despacho era otro. Se acercó al
grupo de la rinconera; ni Romualdo el de los colmos, ni el Patriarca, ni Henestrosa, ni Ortiz el poeta
festivo, ni el embustero de Manolito, ni D. Moisés, ni… ¡ni uno solo siquiera de los desconocidos! Su
patria se había hundido o se había trasladado a otro suelo. Y se sintió solo, desoladoramente solo, sin
patria, sin hogar, sin consuelo de haber nacido. ¡Haber soñado y anhelado y suspirado más de veinte
años en el destierro para esto! Volvióse a casa, a un hogar frío de alquiler, sintiendo el peso de sus
sesenta y ocho años, sintiéndose viejo. Por primera vez miró hacia adelante y sintió helársele el
corazón al prever lo poco que le quedaba ya de vida.. ¡Y de qué vida! Y fue para él la noche de aquel
día insomne, una noche trágica en que sintió silbar a sus oídos el viento del valle de Josafat.
Mas a los dos días, cabizbajo, alicaído de corazón, como sombra de amarilla hoja de otoño que
arranca del árbol el cierzo, se acercó a la rinconera del café de la Unión y se sentó en la tercera de las
mesitas de mármol, junto al suelo de la que fue su patria. Y prestó oído a lo que conversaban aquellos
hombres nuevos, aquellos bárbaros invasores. Eran casi todos jóvenes; el que más, tendría cincuenta y
tantos años.
De pronto uno de ellos exclamó: “Esto me recuerda uno de los colmos del gran D. Romualdo”. Al
oírlo, Redondo, empujado por una fuerza íntima, se levantó, acercóse al grupo y dijo:
-Dispensen, señores míos, la impertinencia de un desconocido, pero he oído a ustedes mentar el
nombre de D. Romualdo el de los colmos, y deseo saber si se refieren a D. Romualdo Zabala, que fue
mi mayor amigo de la niñez.
-El mismo -le contestaron.
-¿Y qué se hizo de él?
-Murió hace ya cuatro años.
-¿Conocieron ustedes a Ortiz, el poeta festivo?
-Pues no habíamos de conocerle, si era de esta tertulia.
-¿Y él?
-Murió también.
-¿Y el Patriarca?
-Se marchó y no ha vuelto a saberse de él cosa alguna.
-¿Y Henestrosa?
-Murió.
-¿Y D. Moisés?
-No sale ya de casa; ¡está paralítico!
-¿Y Manolito el embustero?
-Murió también…
PLAN DE LECTURA “El contertulio”. Miguel de Unamuno
3
Murió… murió… se marchó y no se sabe de él… está en casa paralítico… y yo vivo todavía… ¡Dios
mío! ¡Dios mío! -y se sentó entre ellos llorando.
Hubo un trágico silencio, que rompió uno de los nuevos contertulios, de los invasores, preguntándole:
-Y usted, señor nuestro, ¿se puede saber…?
-Yo soy Redondo…
-¡Radondo! -exclamaron casi todos a coro-. ¿El que fue a América arruinado por su banquero?
¿Redondo, de quien no volvió a saberse nada? ¿Redondo, que llamaba a esta tertulia su patria?
¿Redondo, que era la alegría de los banquetes’ ¿Redondo, el que cocinaba, el que tocaba la guitarra, el
especialista en contar cuentos verdes?
El pobre Redondo levantó la cabeza, miró en derredor, se le resucitaron los ojos, empezó a vislumbrar
que la patria renacía, y con lágrimas aún, pero con otras lágrimas, exclamó:
-¡Sí, él mismo, él mismo Redondo!
Le rodearon, le aclamaron, le nombraron padre de la patria, y sintió entrar en su corazón desfallecido
los ímpetus de aquellas sangres juveniles. Él, el viejo, invadía, a su vez, a los invasores.
Y siguió asistiendo a la tertulia, y se persuadió de que era la misma, exactamente la misma, y que aún
vivían en ella, con los recuerdos, los espíritus de sus fundadores. Y redondo fue la conciencia histórica
de la patria. Cuando decía: “Esto me recuerda un colmo de nuestro gran Romualdo…”, todos a una:
“¡Venga! ¡Venga”. Otras veces: “Ortiz, con su habitual gracejo, decía una vez…”. Otras veces: “Para
mentira, aquella de Manolito”. Y todo era celebradísimo.
Y aprendió a conocer a los nuevos contertulios y a quererlos. Y cuando él, Redondo, colocaba algunos
de los cuentos verdes de su repertorio, sentíase reverdecer, y cocinó en el primer banquete, y tocó, a
sus sesenta y nueve años, la guitarra, y cantó. Y fue un canto a la patria eterna, eternamente renovada.
A uno de los nuevos contertulios, a Ramonete, que podría ser casi su nieto, cobró singular afecto
Redondo. Y se sentaba junto a él, y le daba golpecitos en la rodilla, y celebraba sus ocurrencias. Y
solía decirle: “¡Tú, tú eres, Ramonete, el principal ornato de la patria!” Porque tuteaba a todos. Y como
el bolsillo de Redondo estaba abierto para todos los compatriotas, los contertulios, a él acudió
Ramonete en no pocas apreturas.
Ingresó en la tertulia un nuevo parroquiano, sobrino de uno de los habituales, un mozalbete decidor y
algo indiscreto, pero bueno y noble; mas al viejo Redondo le desplació aquel ingreso; la patria debía
estar cerrada. Y le llamaba, cuando él no le oyera, el Intruso. Y no ocultaba su recelo al intruso, que en
cambio veneraba, como a un patriarca, al viejo Redondo.
Un día faltó Ramonete, y Redondo inquieto como ante una falta preguntó por él. Dijéronle que estaba
malo. A los dos días, que había muerto. Y Redondo le lloró; le lloró tanto como habría llorado a un
nieto. Y llamando al Intruso, le hizo sentar a su lado y le dijo:
PLAN DE LECTURA “El contertulio”. Miguel de Unamuno
4
-Mira, Pepe, yo, cuando ingresaste en esta tertulia, en esta patria, te llamé el Intruso, pareciéndome tu
entrada una intrusión, algo que alteraba la armonía. No comprendí que venías a sustituir al pobre
Ramonete, que antes que uno muera y no después nace muchas veces el que ha de hacer sus veces; que
no vienen unos a llenar el hueco de otros, sino que nacen unos para echar a los otros. Y que hace
tiempo nació y vive el que haya de llenar mi puesto. Ven acá, siéntate a mi lado; nosotros dos somos el
principio y el fin de la patria.
Todos aclamaron a Redondo.
Un día prepararon, como hacían tres o cuatro veces al año, una comida en común, un ágape, como le
llamaban. Presidía Redondo, que había preparado uno de los platos en que era especialista. La fiesta
fue singularmente animada, y durante ella se citaron colmos del gran Romualdo, se dedicó un recuerdo
a Ramonete. Cuando al cabo fueron a despertar a Redondo, que parecía haber caído presa del sueño -
como que le ocurría a menudo-, encontráronle muerto. Murió en su patria, en fiesta patriótica…
Su fortuna se la legó a la tertulia, repartiéndola entre los contertulios todos, con la obligación de
celebrar un cierto número de banquetes al año y rogando se dedicara un recuerdo a los gloriosos
fundadores de la patria. En el testamento ológrafo, curiosísimo documento, acababa diciendo: “Y
despido a los que me han hecho viviera la vida, emplazándoles para la patria celestial, donde en un
rincón del café de la Gloria, según se entra a mano izquierda, les espero”.
PLAN DE LECTURA “Casa tomada”. Julio Cortazar
1
Casa tomada JULIO CORTAZAR
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la
más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo
paterno, nuestros padres y toda la infancia.
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir
ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso
de las once yo le daba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos
a mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos pocos platos sucios. Nos
resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y como nos bastábamos para
mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó
dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes de que llegáramos a
comprometernos. Entrábamos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y
silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por los
bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la
casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor nosotros mismos la
voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto
del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen
cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas
siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces
tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en
la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los
sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y
nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y
preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a
la Argentina.
Pero es de la casa que me interesa hablar de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me
pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está
terminado no se puede repetir sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de
alcanfor llenos de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una
mercería; no tuve valor de preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas.
No necesitábamos ganarlos la vida, todos los meses llegaba la plata de los campos y el dinero
PLAN DE LECTURA “Casa tomada”. Julio Cortazar
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aumentaba. Pero a Irene sólo la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me
iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos
canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.
Como no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y
tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña.
Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un
baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban nuestros dormitorios y el
pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera
que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de
nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por el
pasillo se franqueaba la puerta de roble y más allá empezaba el otro lado de la casa, o bien podía girar
a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina
y al baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no daba la
impresión de los departamentos que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos
siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la
limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia,
pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una
ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de
macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se
deposita de nuevo en los muebles y en los pianos.
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo
en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del
mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que
llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venía impreciso y
sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo
oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta
la puerta. Me tiré contra la puerta antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el
cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más
seguridad.
Fui a la cocina, calenté la pavita , y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
- Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
- ¿Estás seguro?
Asentí.
PLAN DE LECTURA “Casa tomada”. Julio Cortazar
3
- Entonces - dijo recogiendo las agujas - tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en retomar su labor. Me acuerdo que
tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco.
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas
que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene
extrañaba unas carpetas, un par de pantuflas que tanto la abrigaban en invierno. Yo sentía mi pipa de
enebro y creo que Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero
esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de la cómoda y nos mirábamos con
tristeza.
- No está aquí.
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido del otro lado de la casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aún levantándonos tardísimo, a las
nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró
a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensábamos bien, y se decidió esto:
mientras yo preparaba el almuerzo Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos
porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar.
Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.
Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de
los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso
me sirvió para matar al tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos
en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:
- Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradillo de papel para que viese algún sello
de Eupen y Malmédy. Estábamos bien y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin
pensar.
(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba enseguida. Nunca pude habituarme a esa voz de
estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene me decía que mis sueños
consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer al cobertor. Nuestros dormitorios tenían al
living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser,
presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.
A parte de eso estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las
agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo
dicho, era maciza. En la cocina y en el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a
hablar en voz más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay mucho ruido de loza y
PLAN DE LECTURA “Casa tomada”. Julio Cortazar
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vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero
cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta
pisábamos más despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene
empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a
Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí
ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el
sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir
palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta
de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.
No nos mirábamos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel,
sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuertes pero siempre sordos, a espaldas nuestras.
Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
- Han tomado esta parte - dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel
y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin
mirarlo.
-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? - le pregunté inútilmente.
- No, nada.
Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era
tarde ahora.
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de
Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien
la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que algún pobre diablo se le ocurriera
robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.
1
Nivaria Tejera
(1930 – 2016)
“En el barranco tenemos que escondernos. Allí está el hoyo, el guardian, laneblina.Nosharemoslosmuertos.Ven,másalfondo,más,másalfondo.”
2
http://www3.gobiernodecanarias.org/medusa/ecoescuela/escritorascanarias/
3
I HOY empezó la guerra. TRABAJANDO (SE TERMINARÁ EN BREVE)
Matematicas Orientadas a las Ensenanzas Academicas 4º ESO. PRUEBA TEMA 5 Pagina 1 de 1Prueba escrita. 4 ESO
NOMBRE:__________________________________ GRUPO:____ FECHA:__________
1. Resuelve el sistema de ecuaciones no lineal. 𝑥 𝑦( + 2) · = −16 𝑥 𝑦4 + = 4
2. Encuentra la solución del siguiente sistema y compruébala gráficamente. :
{x+ y=5x− y=3
3. Resuelve el sistema de inecuaciones con una incógnita.
4. Resuelve la siguiente sistema de ecuaciones.
5. Resuelve la siguiente ecuación: 3 x4−10 x3+9x2−2 x=0
a) soluciones
b) Forma factorizada.
6. Resuelve la siguiente ecuación:
a)x
x2− 4−
3x+2
=4
x−2
7. Resuelve y comprueba la siguiente ecuación:
a) √x+62
+x6=8
8. Resuelve la siguiente inecuación:
a) ( x−2) (x+3)≥0
9. La suma de dos números es 27 y la diferencia de sus cuadrados es 81, halla los números.
10. La diagonal de un marco de fotos rectangular mide 2 cm más que el lado mayor. Si el perímetro mide 46 cm. ¿Cuánto miden los lados del marco?
Tarea Repaso: Ecuaciones, sistemas de ecuaciones e inecuaciones.IES Joaquín ArtilesTiempo estimado: 2 horasTemporalidad: 18 de marzo al 19 de marzo
ACTIVIDADES DE MÚSICA – 4º ESO
MÚSICAS DEL MUNDO
1. Lee el siguiente artículo:
https://elpais.com/diario/2009/04/01/ultima/1238536802_850215.html
2. Contesta a las siguientes preguntas:
2.1. La música es el lenguaje universal por excelencia. Pero, ¿qué opinión te merece
hacer música dentro de un país en guerra? ¿Qué papel tiene la música?
2.2. Si te invitaran a colaborar con esta fundación y dar una gira de conciertos como
presentador, ¿qué discurso propondrías para animar al público?
2.3. ¿Crees que la educación y la cultura musical pueden mejorar la vida de los
ciudadanos de un país? Razona tu respuesta.
3. Realiza una investigación sobre las músicas del mundo y crea un prezi siguiendo estas
pautas:
3.1. Busca la definición de música tradicional. ¿Cuáles son las principales diferencias
entre la música folclórica, la música clásica y la música popular?
3.2. La música de un continente, país o zona.
3.2.1. Característica generales del país o zona (situación, características
económicas, población, clima, etc).
3.2.2. Características de la música (incluir video que demuestre alguna de esas
características).
3.2.3. Instrumentos que se usan (incluir descripción, clasificación y un video de los
instrumentos)
3.2.4. Personajes o grupos importantes.
3.3. Elegir un personaje o grupo del lugar e investigar:
3.3.1. Vida personal.
3.3.2. Características de su música (video musical)
3.3.3. Discografía
3.3.4. Anécdota o curiosidad.
3.4. Bibliografía y/o webgrafía empleada.
4. ¡Vamos a interpretar!
4.1. Practica esta canción con una aplicación para piano o xilófono.
https://www.youtube.com/watch?v=ujWBmpQN0jg (acompañamiento con notas)
https://www.youtube.com/watch?v=kJwkGyN-4Fg (versión melodía con notas)
https://www.youtube.com/watch?v=mQ1hHY2ijHI&t=25s (versión para flauta dulce)
RELIGIÓN
HISTORIA DE LA IGLESIA
Todas las preguntas de cada cuestionario se responden mirando cada vídeo, no han de buscar por otro lado.
CUESTIONARIO SOBRE GALILEO
https://youtu.be/wylpe7N4uBE
1. ¿En qué siglo se produce el caso Galileo?
2. ¿A qué responde el apoyo de la Iglesia católica a los artistas para que hicieran gran cantidad de cuadros y esculturas?
3. ¿La Iglesia era severa respecto a las ideas que formulaban los miembros de las órdenes religiosas?
4. ¿Cuál fue la principal idea que se le pidió a Galileo que no difundiera?
5. ¿El Papa de la época se tomó como algo personal que Galileo desobedeciera?
6. ¿Cuál fue el primer científico que propuso que era el Sol el que giraba alrededor de la Tierra y no al revés como se creía entonces?
CUESTIONARIO SOBRE EL CONCILIO DE TRENTO
https://youtu.be/c8d-LHzuMXo
1. ¿En qué país empieza la gente a desafiar el dominio del Papa?
2. ¿Cuál pensaban en la época que podía ser la solución?
3. ¿En qué ciudad italiana se convocó el Concilio del que se habla en el vídeo?
4. ¿Con qué nombre se conoce la línea de la respuesta católica a la Reforma de Lutero?
5. Lutero decía que el hombre se salva sólo por su fe y no por las buenas obras ¿Qué le contestó la Iglesia católica al respecto?
6. ¿Qué otro nombre tuvo el Santo Oficio?
7. ¿Quién aplicaba la pena de muerte a los considerados herejes, el poder de la Iglesia o el poder civil?
8. ¿El Concilio de Trento confía en la bondad de la naturaleza humana?
9. ¿Nuestro calendario actual se crea en la época de la que habla el vídeo?
CUESTIONARIO SOBRE LA IGLESIA Y LA REVOLUCIÓN FRANCESA
https://youtu.be/DV_YQrbJJvw
1. ¿A qué poderes intentan enfrentarse las nuevas revoluciones de las que habla en vídeo?
2. ¿Por qué la Iglesia rechaza los ideales de la Revolución Francesa?
3. ¿Qué excusa usaron los líderes de la Revolución Francesa para atacar a la Iglesia?
4. ¿Qué fenómeno surgido en la Revolución Francesa puede ser positivo o peligroso según se lleve?
5. ¿Supo la Iglesia separar los aspecto buenos de los malos de la Revolución Francesa en aquel momento histórico?
6. ¿El siglo XIX fue un siglo fácil o difícil para la Iglesia?
7. ¿Por qué se sintió agredida la Iglesia por aquellos que defendían las nuevas ideas en Occidente?
CUESTIONARIO SOBRE LA IGLESIA Y LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
https://youtu.be/Buhem1ru_dg
1. ¿Qué reclamaba el Papa León XIII como se ve en el vídeo?
2. ¿Qué dos extremos en la política económica del siglo XIX condenaba?
3. ¿Qué le dijo el Papa a los patronos que debían respetar?
4. ¿De qué es la encíclica (documento del Papa) carta de fundación?
5. ¿La función del Papa era de la intervención directa o la de dar ejemplo y enseñar?
6. ¿Qué instrumentos había usado desde siglos antes la Iglesia para ayudar a la gente que estaba necesitada?
7. ¿Qué buscaba conseguir mediante las relaciones armónicas entre los empresarios y sus trabajadores?
CUESTIONARIO SOBRE EL VATICANO II
https://youtu.be/O8KQf5Nzxho
1. ¿En 1958 qué ideologías atacaban al cristianismo en los países de tradición católica?
2. ¿Por qué la curia romana (los que mandaban en el Vaticano) estaba anquilosada?
3. ¿Qué Papa convocó el Concilio Vaticano II?
4. ¿El período del Vaticano II fue tranquilo o complicado?
5. ¿En el Concilio Vaticano II se trataron problemas más cercanos a
la gente o grandes cuestiones de la propia Iglesia?
6. El Papa que convocó el Concilio Vaticano II murió antes de que terminase ¿Cuál fue el Papa que lo prosiguió hasta que terminó?
7. ¿En el Vaticano II se quiso mejorar las relaciones de la Iglesia con
las otras religiones?
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