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REFLEXIONES IGNACIANAS DIRECTORIO: Director: Francisco López Rivera, SJ Consejo Editorial: Alfonso Romo Cuellar SJ Francisco López Rivera SJ José Luis Serra Martínez SJ Revisor José de Jesús Rojas García SJ Impresión Revista Cuatrimestral de Espiritualidad Ignaciana del Centro Ignaciano de Espiritualidad de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús Segundo Número Mayo 2011
INDICE Editorial Francisco López Rivera SJ……………………. 2 La Castidad en Tiempo de Abusos Francisco Magaña Aviña SJ …………………. 3 NOTAS SOBRE AMBIENTE EPOCAL Y SEXUALIDAD José Luis Serra Martínez SJ …………………. 26
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EDITORIAL
Francisco López Rivera, S. J.
Todos sabemos que el voto de castidad, o es para vivirse con garbo y generosidad, o resulta simplemente un fardo pesado, inhumano y estéril. Con el deseo de contribuir a una reflexión sobre este tema en una forma propositiva y alentadora, la COFORTE (Comisión para el Fortalecimiento Espiritual de la Provincia) ofrece las presentes reflexiones.
En la primera, Paco Magaña nos habla de “La castidad en tiempo de abusos” (un título que hace obvia referencia a una novela de Gabriel García Márquez). Es un tratamiento amplio y a la vez muy concreto y aterrizado del tema. En la segunda, José Luis Serra nos presenta una compilación de las aportaciones de diversos autores, que abarcan una amplia variedad de aspectos de la vida en castidad por el Reino y la iluminan desde ángulos diversos.
Esperamos que estas reflexiones den un contexto mayor al tema que aflige actualmente a la Iglesia y, en particular, a los sacerdotes, el de los abusos sexuales cometidos contra niños y adolescentes. Solamente en este contexto mayor se puede abordar madura y fecundamente este espinoso asunto.
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LA CASTIDAD EN TIEMPOS DE ABUSOS.
Francisco Magaña Aviña, S. J. Los abusos sexuales de menores cometidos por algunos sacerdotes, mueven muchas fibras a cualquier persona pero, sobre todo a los sacerdotes y religiosos y, consecuentemente, también a nosotros los jesuitas.
Mueven a cualquier ser humano, por la indignación ante ese abuso de personas indefensas. También porque la pedofilia y la efebofilia, no son un problema exclusivo del clero, sino de la humanidad1. Desgraciadamente los abusos son más comunes de lo que pensábamos. Gracias a Dios –y “desgraciadamente” también gracias a estos abusos perpetrados por quienes se han comprometido a vivir el celibato– tenemos cada vez más conciencia de ello. Pero los abusos suceden en todos los ámbitos: iglesias, escuelas, clubes, y, peor aún, más frecuentemente en el seno de la propia familia2.
Cuando se abusa de un ser humano y abrimos el corazón, sentimos que nos lo hacen a nosotros mismos.
Si quien abusó es un clérigo o religioso, entonces, la indignación es mayor. Esto es obvio, por la moral sexual católica (y la doblez que viene implicada con el solapamiento o permisividad) y porque es de esperar que la Iglesia y los ministros brinden seguridad a la comunidad –y especialmente a sus miembros con más fragilidad o pequeñez–, y nunca abusos.
También el escándalo es mayor porque no falta quien aproveche estos casos para sacar otras agendas o resentimientos hacia la Iglesia o sus ministros. Algunos medios parece que se alegran cuando hablan de estos casos. Los medios no tienen conciencia de su propia doble moral: venden sexo y luego se asustan de que también en la Iglesia avance la permisividad sexual que, sin ser la causa directa de los abusos, sí los facilita.
A nosotros, y a los que quieren unirse a nosotros, esta realidad nos mueve aún más. Nos lleva a hacernos preguntas sobre nosotros mismos, sobre nuestro voto de castidad y sobre la Iglesia. Algunas preguntas nos vienen de fuera y otras de nosotros mismos: ¿Qué relación hay entre abuso y voto de castidad? ¿Qué valor tiene hacer voto de castidad en la actual situación de la Iglesia? ¿Qué nos dice ese voto a nosotros, a la Iglesia en su conjunto y al mundo de hoy? ¿Cómo vivir hoy este voto? ¿Cómo es que pertenezco a una Iglesia en la que sucede esto y que, a veces, ha sido permisiva respecto a esos abusos? ¿Cómo queda manchada mi o
1 “Según el criminólogo Christian Pfeiffer, del ámbito de los colaboradores de la Iglesia católica proviene aproximadamente el 0,1 % de los autores de abusos; el 99,9 % proviene de otros ámbitos. Según un informe gubernamental estadounidense, el porcentaje de sacerdotes que estuvieron implicados en casos de pedofilia en el año 2008 en Estados Unidos asciende al 0,03 %. La publicación protestante Christian Science Monitor publicó un estudio según el cual las Iglesias protestantes de Estados Unidos están afectadas por un porcentaje mucho más elevado de pedofilia”. BENEDICTO XVI. Luz del mundo. Una conversación con Peter Seewald. Herder. México 2010, p. 43. Cfr., también KEVIN FLAHERTY, SJ. El abuso sexual y la Iglesia. Aprendiendo de un escándalo. En Cuadernos de Espiritualidad 131, del Centro de Espiritualidad Ignaciana. Septiembre 2010. Lima, Perú. p. 22. 2 “Ahora bien, uno de cada diez hombres y una de cada cinco mujeres, en Estados Unidos, ha sufrido abuso sexual, en la mayoría de los casos por parte de miembros o amigos de la familia. El resto de los casos se divide entre maestros, entrenadores, deportistas, dirigentes de movimientos de juventud, médicos, psicoanalistas y religiosos de todas las Iglesias y confesiones. En 1992 hubo cerca de tres millones de denuncias que aluden a casos de abuso infantil. Una investigación de 1991 afirma que 7.1 por ciento de los psicólogos y psiquiatras norteamericanos admiten haber tenido sexo con sus pacientes; 13 por ciento de los médicos también. Entre 10 y 23 por ciento del clero presbiteriano estadounidense ha tenido «una conducta sexualizada o contacto sexual con sus parroquianos, en el marco de una relación profesional»”. JEAN MEYER. El celibato sacerdotal. Su historia en la Iglesia Católica. Tiempo de memoria, Tusquets Editores. México, 2009, p 271.
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nuestra imagen, por pertenecerle a esa Iglesia? ¿Qué tiene que ver con el clericalismo? ¿También entre nosotros los jesuitas mexicanos sucede o puede suceder esto?
Como jesuita, en este trabajo pretendo dar mi respuesta a estas preguntas. Para eso primero abordaré el tema de la imagen y la necesidad de penitencia a la que nos invita el Papa Benedicto XVI, dado que los escándalos han tocado en un punto muy importante de la imagen de la Iglesia y de nosotros mismos. En segundo lugar trataré, muy apretadamente de la castidad en general; me parece necesario hacerlo pues si sólo nos quedamos con una vivencia funcional del voto y no lo vivimos como nuestra manera de amar, más fácilmente podemos ir caminando hacia algún tipo de abuso. En el tercer apartado trataré sobre la necesidad de poner límites. En la cuarta sección sobre nuestro manejo del poder, y en la quinta sobre la humildad necesaria para pertenecer a cualquier grupo humano y en particular a esta Iglesia. Terminaré con las conclusiones.
IMAGEN Y PENITENCIA.
Mediante su acompañamiento e investigación con moribundos, Elizabeth Kübler Ross, descubrió las ahora muy conocidas etapas del duelo: primera, la negación y el aislamiento que nos permite amortiguar el dolor; segunda, la ira, la envidia y el resentimiento, ante lo que no puedo dejar de ver que está pasando; tercera, el pacto o la negociación con la gente y con Dios; cuarta, la depresión y en el encerramiento ante lo que ya no se puede seguir negando; y por último, la quinta, que es la aceptación de la pérdida, en la que hay más paz y esperanza, y se empieza a ver lo positivo que puede salir del hecho3.
Traigo a colación estas etapas, porque me parece que la Iglesia está pasando por este duelo saludable respecto a su propia realidad e imagen. Es cierto que hay negación, ira, negociación (los culpables son los medios, los pederastas son muy pocos…), depresión (vergüenza pública, aislamiento) y también aceptación.
Siendo la Iglesia tan diversa, hay sectores estancados en una u otra etapa y otros que van avanzando. Lo bueno es que el Papa ha dado señales de estar en la etapa de la aceptación y asunción de lo que está sucediendo dentro de la Iglesia y que con su postura nos va jalando a todos (por ejemplo, después de la carta a la Iglesia de Irlanda, varios obispos empezaron a hablar abiertamente del tema).
En varias ocasiones el Papa Benedicto XVI ha dejado ver su proceso de asunción de esta grave problemática dentro de la Iglesia. En su visita a Portugal, decía: "No sólo de fuera vienen los ataques al Papa y a la Iglesia, sino que los sufrimientos de la Iglesia vienen justo del interior de la Iglesia, del pecado que existe en la Iglesia"4
En sus conversaciones con Peter Seewald el Papa da cuenta de su proceso de “duelo”, en donde va del shock, a la aceptación y al aprendizaje, para que esto no vuelva a pasar.
“Todo esto ha sido para nosotros un shock y a mí sigue conmoviéndome5… Sí, hay que decir que es una gran crisis. Ha sido estremecedor para todos nosotros. De pronto, tanta suciedad. Realmente ha sido casi como el cráter de un volcán, del que de pronto salió una nube de inmundicia que todo lo oscureció y ensució, de modo que el sacerdocio, sobre todo, apareció de pronto como un lugar de vergüenza, y cada sacerdote se vio bajo la sospecha de ser también así. Algunos sacerdotes han manifestado que ya no se atrevían a dar la mano a un niño, y ni hablar de hacer un campamento de vacaciones con niños”6.
3 ELISABETH KÜBLER-‐ROSS. Sobre la Muerte y los moribundos. Debolsillo, México, 2010. 4 BENEDICTO XVI el 11 de mayo de 2010 en Portugal. 5 BENEDICTO XVI. Luz del mundo…, p. 38 6 Ibíd., pp.35-‐36.
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“Pero lo que nunca debe suceder es escabullirse y pretender no haber visto, dejando así que los autores de los crímenes sigan cometiendo sus acciones. Por tanto, es necesaria la vigilancia de la Iglesia, el castigo para quien ha faltado, y sobre todo la exclusión de todo ulterior acceso a niños. Como he dicho, lo que está primero es el amor a las víctimas, el esfuerzo por hacerles todo el bien posible a fin de ayudarlos a procesar lo que han vivido”7.
Cuando Peter Seewald le pregunta sobre la coincidencia de la explosión mediática sobre muchos casos de abuso y el Año Sacerdotal, el Papa, dice:
“Se podría pensar que el diablo no podía tolerar el Año Sacerdotal y, por eso, nos echó en cara la inmundicia”, pero, “por otra parte, podría decirse que el Señor quería probarnos y llamarnos a una purificación más profunda, de modo que no celebráramos de forma triunfalista el Año Sacerdotal, gloriándonos de nosotros mismos, sino como año de purificación, de renovación interior, de transformación y, sobre todo, de penitencia”.
El Papa recupera el concepto veterotestamentario de la penitencia que, dice:
“se nos ha perdido cada vez más. Sólo se quería decir cosas positivas. Pero lo negativo existe, es un hecho. El hecho de que por medio de la penitencia se pueda cambiar y dejarse cambiar es un don positivo, un regalo. La Iglesia antigua lo veía también de ese modo. Ahora hay que comenzar realmente de nuevo en espíritu de penitencia, y al mismo tiempo no perder la alegría por el sacerdocio, sino reconquistarla”8.
Cuando uno es joven, en su omnipotencia infantil, siente que él no va a envejecer, tener un accidente, enfermar o morir. Creo que eso también le pasa a los grupos, ante problemas y amenazas que se les vienen encima. De igual manera me parece que a nosotros jesuitas nos sucede esto, ante los problemas de los abusos. Es fácil que digamos, bueno, eso le pasó a Maciel, ocurre en estados Unidos por ser una sociedad tal o porque su tipo de legislación… pero después sigue Irlanda, Alemania, Bélgica… y la lista crece. Además, no es asunto de la derecha o la izquierda, pues hemos visto como el abuso no tiene que ver con una línea pastoral o ideología en particular9. El abuso ha sido llevado a cabo por seres humanos (aunque sea algo inhumano, como toda injusticia) y también por clérigos, religiosos, jesuitas, etc. Nosotros los jesuitas mexicanos somos todo eso y, obviamente, puede suceder también entre nosotros.
Eso es algo que hay que aceptar, ya que, como decía Pascal, «si el hombre quiere ser ángel, termina siendo una bestia». En este sentido es importante tomar providencias.
Me parece que también nosotros –personal y corporativamente– podemos decir, con Benedicto XVI: “estas terribles revelaciones han sido también un acto de la Providencia, que nos hace humildes, que nos obliga a comenzar de nuevo”10. Efectivamente, «todo redunda en bien de los que lo aman» (Rom 8,28). La situación actual de la Iglesia también nos ofrece nuevas posibilidades. La invitación a la penitencia que el Papa y también
7 Ibíd. 41. 8 Ibíd. 46-‐47. 9 El 29 de diciembre de 2010, François Houtart, sacerdote católico y sociólogo belga, candidato al premio Nobel de la Paz 2011, ha confesado haber abusado de un menor, su propio primo, hace cuarenta años. Houtart, de 85 años, es conocido en algunos círculos como el "papa del altermundismo". Fue profesor de sociología en la Universidad Católica de Lovaina la Nueva entre 1958 y 1990 y uno de los impulsores del Foro Social Mundial de Porto Alegre. 10 BENEDICTO XII. Op. Cit. P. 48.
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el P. General11 nos hacen, me parece pertinente. Sí necesitamos valorar el don de nuestra vocación (toda vocación es un gran don) y estar siempre en camino, pues, como dice el P. General: “La vida espiritual es crecer o disminuir”12.
1. CASTIDAD: NUESTRO MODO DE AMAR
Es obvio que el título de este artículo hace referencia al El amor en los tiempos del cólera de García Márquez. Lo titulé de esa manera, porque así expreso lo que quiero decir en él: nuestra castidad vivida en este contexto marcado por los abusos. También, porque la novela habla de los diversos tipos de amor y de sus confusiones; y cuando estamos hablando de castidad estamos hablando de “una forma de amar”. En un diálogo con su madre, en la que ésta dice que se ha vuelto loca por culpa del cólera, Florentino Ariza, le contesta: «Confundes el cólera con el amor». Abordo brevemente, pues, nuestra manera de amar, porque en temas del amor y del afecto, es muy fácil confundirnos; de hecho el abuso es una terrible confusión.
Además, los abusos –en que también se han visto involucrados jesuitas de diferentes partes del mundo–, y sus revelaciones públicas, nos invitan a profundizar en la vivencia de nuestra castidad. Estos hechos ya estaban en la mente de los jesuitas que elaboraron el decreto sobre la castidad de la Congregación General 34. “Los medios de comunicación han publicado historias sensacionales de infidelidad y de abuso. De todas partes del mundo llueven preguntas sobre el significado y valor de la castidad sacerdotal y religiosa”13. En nuestras sociedades cada vez más seculares, la castidad ya no es creída como posible, ni como buena.
La castidad es una manera de amar; es un modo de vivir para “amar y servir”.
“La castidad es ante todo un don gratuito que llama al jesuita a un seguimiento y renuncia que libra su corazón de tener que buscar relaciones exclusivas y lo arrastra a la caridad universal de Dios hacia todos sus semejantes. Es un don para configurarse con Cristo”14. Como todo en la Compañía, la castidad… “…es esencialmente apostólica. El jesuita no la concibe como orientada exclusivamente a su santificación personal, sino como un llamamiento a unirse a Cristo en su trabajo por la salvación de la humanidad. De acuerdo con todo el propósito de nuestro Instituto, abrazamos la castidad apostólica por ser para nosotros una fuente especial de fecundidad espiritual en el mundo, como un instrumento para un amor más pronto y una disponibilidad apostólica más total hacia nuestros semejantes. Por eso la castidad del jesuita no hace competencia al matrimonio, sino que más bien refuerza su valor. Ambos hacen referencia a un amor y fidelidad más profundos que la expresión sexual y tanto el matrimonio cristiano como la castidad religiosa son realizaciones sagradas, aunque divergentes, de ese amor. Pocos están llamados a la vida de la Compañía, pero, para el
11 Cfr. Nota 41. 12 “En nuestras Constituciones, y también, estoy seguro, en el Nuevo Testamento, los verbos usados son los activos –amar, servir, avanzar, andar, proceder, aspirar, crecer– todos verbos de acción. La vida espiritual es crecer o disminuir. No existe el estar parados en un sitio. Si no crecemos, el peso de nuestras debilidades nos domina. Nosotros crecemos, cambiamos, todo el tiempo. Esto supone estar continuamente atentos a lo que sucede a nuestro alrededor, a lo que es bueno y a lo que no es tan bueno”. ADOLFO NICOLÁS, Discernimiento Apostólico en Común. CIS 122. Roma, 2009, p. 11 13 Congregación General 34, D. 8,2 14 Ibíd. D.8,7.
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que lo está, la castidad sólo tiene sentido como medio que lleva a un amor más grande, a una caridad apostólica más auténtica”15.
Cuando decimos que nuestra castidad es apostólica, podemos confundirnos y creer que eso quiere decir que es funcional; que sólo sirve en cuanto “funciona para el apostolado”; es decir para no tener hijos ni una familia que mantener y así poder comprometernos en causas populares, pastorales, académicas, etc., con más movilidad. En verdad se trata de que el Reino de Dios nos urge (no sólo, ni principalmente las tareas) y se “impone” este modo de vivir y amar, como el que más va con nosotros y nos ayuda a ser lo que cada uno es como persona. A nosotros el amor nos urge a vivir de esta manera, como a otros el amor les urge a formar una pareja; a nosotros ese amor nos impide físicamente tener pareja, así como a los eunucos se lo impide su incapacidad física. (Mt 19). Si la castidad fuera solamente funcional, entonces sería más fácilmente compatible con tener pareja o parejas ocasionales.
La castidad supone en todo y con todo amar y servir. El matrimonio también, pero con la mediación de la pareja. Por supuesto que la castidad no implica que nosotros hemos de amar a Dios directamente, sin mediación alguna; tenemos la mediación de la comunidad, de un carisma, una misión, amigos y amigas, etc. Todos, laicos, laicas y célibes, hemos de vivir con el corazón indiviso para Dios, pero con diversas mediaciones, como lo dice el primer mandamiento y como lo expresamos en el Principio y Fundamento.
Este modo nuestro de amar y servir al Reino supone la totalidad de nuestra persona y de nuestra libido, nuestra fuerza vital, nuestra fuerza erótica. Una persona célibe que tuviera una pareja quizá sí podría hacer trabajos muy buenos orientados al Reino, pero lo cierto es que su fuerza vital estaría dividida, a diferencia de una persona casada que, aunque tuviera que “gastar tiempo” en su familia no lo viviría como división, sino como vocación.
La castidad no se identifica con el no ejercicio de la genitalidad, (aunque lo supone). Digo lo anterior, porque también podemos encontrarnos personas con voto de castidad, que viven la abstención sexual, pero que tienen atado su corazón a alguna persona, a su familia o hasta a lugares o cosas que en un momento dado pasan de ser mediación del Reino (o que nunca lo fueron) a su foco de su atención.
“A causa de su castidad, el jesuita puede vivir una disponibilidad apostólica radical. Sus ocupaciones tienen siempre algo de provisional; debe estar dispuesto a los llamamientos de la obediencia para cambiar de sitio y ocupación. Este desprendimiento de la stabilitas, de asentarse dentro de una familia o de un grupo de parientes o incluso de una iglesia, cultura y lugar, es el que caracteriza al jesuita. Es un componente de su obediencia, y es su observancia del celibato por el Reino de Dios la que hace posible su obediencia para la misión. Si esta disponibilidad apostólica no merma su afectividad, es sólo porque su castidad encarna un amor contemplativo que abraza a todos los seres humanos y hace al jesuita capaz y abierto para encontrar a Dios en todas las cosas”.16
La stabilitas del corazón en lugares o personas no es castidad pues, si hay división –aunque no haya relaciones genitales17–, ni se vive, ni se está en camino de vivir la pureza de los ángeles. “Pero –dice la CG 34– esto no equivale a actuar como si se lamentara tener cuerpo. Más bien está llamado a encarnar en su vida la unidad de
15 Ibíd. D.8,9. 16 CG 34, D.8, 11. 17 Tener atado el corazón a alguien, que sea “su” referencia, que “viva pendiente de”… que esa persona requiera y concentre mis energías afectivas… no es castidad, aunque no haya sexo, aunque sea mi madre o mi padre. Diferente a tener responsabilidades para con los padres y diferente a una amistad en la que hay compromiso hondo y un gran nivel de intimidad.
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visión y la disponibilidad para la misión que según Ignacio tenían los ángeles. Para Ignacio, los ángeles eran ´espíritus enviados a servir´. Vivían en inmediata familiaridad con Dios y servían como ministros de Dios atrayendo a los seres humanos hacia Él”18.
Con el ejercicio de la genitalidad y teniendo pareja de cualquier tipo, obviamente tampoco hay vida en castidad, por más que podamos justificarlo. No podemos vivir los votos a modo, como según yo lo entiendo; pues hay un modo en la Iglesia y en este cuerpo al que yo, libremente he querido incorporarme19.
A veces en algunas conversaciones sobre vida religiosa, surge la inquietud o la pregunta sobre si debe de cambiar nuestro modo de vivir la castidad. La inquietud brota al ver la nueva percepción de la sexualidad y al hecho de que jóvenes que podrían entrar a la Compañía, no lo hacen por sus dificultades con la castidad. Pero ¿qué hay de fondo en esta pregunta?, ¿qué es lo debe cambiar?, ¿se trata de menguarla o de favorecer la permisividad? Ciertamente la percepción y calificación histórica de la sexualidad se ha modificado pues hay expresiones y áreas de acceso del comportamiento hoy desmitificadas u homogeneizadas en el curso de la vida cotidiana. Pero eso no significa que la vivencia de la castidad debe cambiar simplemente incluyendo comportamientos o expresiones hoy aceptados socialmente. La vivencia de la castidad es otra dimensión que rebasa la lista de lo que se puede y no se puede, como para sentir que queda actualizada desgravando algunos comportamientos; sí en cambio implica redimensionar los elementos de integridad, libertad, respeto a los demás y entrega exclusiva a una misión en el marco de lo que significa una vida religiosa entregada.
Respecto a que actualmente a causa del voto de castidad pueda estar habiendo menos vocaciones religiosas, iluminan las palabras del P. General:
“La Compañía sigue descendiendo en sus números, pero esto que es una realidad que parece se mantendrá por un tiempo más puede ser leído como una amenaza o como una oportunidad. Quizás anteriormente los números de religiosos podían estar algo inflados porque todo el que quería comprometerse seriamente en la vida sólo encontraba en la vida religiosa el camino. Hoy en día la teología sobre el papel de los laicos nos muestra otro camino de compromiso y esto exige de parte de nosotros una redefinición de nuestra identidad. De hecho esa baja en los números está sacando lo mejor de nosotros. Está aumentando la conciencia de que todo jesuita es promotor de vocaciones. El gran problema que tenemos como orden, no son los números sino que estamos distraídos…” 20
Quizá muchos sin una clara vocación para vivir la castidad, se hacían religiosos porque era la manera que encontraban de “comprometerse seriamente”. Esto ha cambiado. Quizá nosotros seremos menos, pero se nos pide más “concentración” y más movilidad física y mental, para responder a la misión y para saber apoyar a nuevas formas de vida cristiana con espiritualidad ignaciana que no necesariamente tengan voto de castidad.
18 CG 34, D.8, 6. Coloquialmente decimos que alguien fue un ángel para nosotros, cuando ante una necesidad aparece un desconocido que nos auxilia y luego se va. También amar como los ángeles, me parece que hace referencia a eso: amar, servir y soltar. 19 Así me sorprendió un escolar que al poco tiempo de haber hecho sus votos, ya tenía una pareja y algunos encuentros fortuitos, en los que “él se daba y las hacía felices”. –“¿Y el voto de castidad a que te comprometiste?” “–Es que yo lo entendí así”. “–Pues el día en que los pronunciaste dijiste, según las Constituciones”. Ese fue nuestro diálogo; obviamente, éste nunca estuvo en la Compañía, sino sólo en lo que él “había entendido”. 20 De las notas personales que tomó Arturo Peraza S.J., Provincial de Venezuela, de la alocución del P. General en la Asamblea de la CPAL en Asunción, en noviembre de 2010 y compartió con su Provincia.
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Creo que lo dicho en ese apartado viene al caso porque también nuestro voto de castidad –a propósito de los abusos– está más en cuestión, y estamos siendo observados, sea por los que quieren alegrarse al comprobar que es imposible e inútil, o por los que nos van a exigir coherencia, o por los que nos van a alentar con cariño a pesar de las dificultades y de nuestra propia fragilidad.
Al plantearse vivir en castidad en la presente situación de la Iglesia y de nuestro país, un novicio dice:
“En este contexto, de violencia, de inseguridad, de desvalorización de la sexualidad, de desprestigio de nuestro ser y quehacer, para mí tiene sentido el hacer voto de castidad, pues es una forma de vivir mi afectividad-‐sexualidad; es un modo distinto de amar, que implica a todo de mi ser: mi tiempo completo, mis virtudes y mis defectos. Tengo fe en que con mi vida vivida así, Dios generará vida, aportará a la construcción del Reino y en algo trasparentará su compasión y misericordia”.
2. APRENDER SOBRE LA NECESIDAD DE PONER LÍMITES.
La vivencia de la afectividad supone el reconocimiento de los propios límites; tanto en las relaciones (y en este caso también supone el reconocimiento de los límites de las otras personas), como con las cosas y todo lo que percibimos. Estos dos temas veremos a continuación.
Los límites en nuestras relaciones
El rol que jugamos en un colegio, parroquia, obra social, universidad o en cualquier otra misión que se nos encomiende, nos pone en cercanía con la gente; de hecho nuestro apostolado siempre implicará algún tipo de relación interpersonal. Como somos hombres sexuados, todas nuestras relaciones serán precisamente relaciones de hombres sexuados. Por eso necesitamos ser muy responsables con nuestras relaciones y con la vivencia de nuestra sexualidad. Como jesuitas, por nuestra vocación y por el voto de castidad, hemos de relacionarnos con la gente para amarla, servirla y para llevarles el mensaje del Reino de Dios; y no buscar esas relaciones para llenar nuestras necesidades afectivas de reconocimiento, cariño, aprecio, valoración…21 y menos aún para que satisfagan nuestras necesidades propiamente sexuales.
Unas relaciones centradas en el otro y vividas desde nuestra identidad y misión, sí van a alimentar a nuestra afectividad, pero, sólo “por añadidura” (Mateo 6:33)22. Como dice la CG 34:
“Los ministerios producen una conciencia de Cristo que no se encuentra fuera de esta experiencia apostólica, del Cristo al que nos unimos como instrumentos regidos por la mano de Dios. La gracia por la que caminamos en fidelidad hacia Dios es la misma por la que procuramos "ayudar a la salvación y perfección de las (ánimas) de los prójimos". Más aún, la castidad forma parte de la manera que hemos escogido para relacionarnos con los demás. La satisfacción y gozo que provienen de la experiencia apostólica refuerzan a su vez el significado de la castidad que hace posible esta vida apostólica. Esto sucede especialmente en los ministerios con los oprimidos y los pobres. En todo caso, el apoyo mutuo entre la
21 Aunque sí, hemos de saber recibir con humilde agradecimiento lo que se nos dé en esas áreas, y recibido así nos hará mucho bien y lo viviremos como gracia. 22 Del afecto podemos decir lo mismo que decía Frankl del placer: “es, y debe continuar siéndolo, un efecto o producto secundario, y se destruye y malogra en la medida en que se le hace un fin en sí mismo.” VICTOR FRANKL. El hombre en busca de sentido. Editorial Herder. Barcelona, 1991, p. 122.
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castidad y las tareas apostólicas del jesuita es posible sólo si se trabaja desinteresadamente y sin orientar el trabajo pastoral a su autopromoción”.23
Si nos relacionamos interesadamente y buscando autopromoción podemos ir confundiendo el amor (y la castidad, pues ese es nuestro modo de amar) con otras cosas, y posiblemente caminando hacia algún tipo de abuso; quizá no el abuso a menores, pero sí aquel tipo de abuso que sea tentación para cada quien24.
Me parece que estos abusos que tanto nos han herido son un llamado a reflexionar en la verdad de nuestras intenciones y en el tipo de relaciones que tenemos con la gente con la que hacemos equipo y a la que servimos; un llamado a ser transparentes con nosotros mismos sobre cómo quedan involucrados nuestros sentimientos y nuestras fantasías afectivas y sexuales en todas nuestras relaciones. Sólo así podremos tener un manejo creativo de ellas, en la misma línea del tipo de vida por el que hemos optado. ¿Por qué abrazo?, ¿por qué acaricio?, ¿por qué paso más tiempo con esta persona? ¿En todo eso amo o me busco a mí mismo? ¿Me pregunto y estoy atento a que mi amor y mis intenciones sean recibidas y entendidas, o sólo me quedo con la buena conciencia de que yo lo hago limpiamente25? No se trata de hacernos estas preguntas obsesivamente pero creo que hacérnoslas en general o sobre la dinámica de algunas relaciones en particular podría ayudarnos a amar más, según el tercer binario y la tercera manera de humildad.
Por eso, el mismo decreto sobre la castidad dice que “la Compañía espera de cada jesuita no solo fidelidad a los votos, sino también los signos públicos normales de esta fidelidad”; es decir un comportamiento profesional, con respeto a los límites y que descarte “toda ambigüedad sobre nuestras vidas, de forma que aquéllos a quienes servimos puedan fiarse instintivamente de nuestro desinterés y fidelidad”26. Con esta intención la CPAL ha hecho el documento, “Para un ministerio creíble y sano”27, que da pautas sobre qué hacer en caso de que un jesuita cometa un abuso sexual y medidas de protección, en donde baja a lo concreto de los límites que necesitamos tener en nuestras relaciones.
Las puertas de los sentidos. En una nota, la Congregación General 34 dice:
23 CG 34, D.8,24. Los subrayados son míos. 24 Es más fácil que abuse de menores, quien suele ser abusivo en otras situaciones. 25 A esto hace referencia el no. 27, del D.8 de la CG 34. “Las diferencias entre las diversas culturas y actitudes exigen una sensibilidad especial en este campo. Los que viajan al extranjero deberían estar atentos a los sentimientos y actitudes locales en lo referente a las relaciones entre varones y mujeres. No sería razonable esperar que la gente del país vea su conducta como la verían sus connacionales en el país de origen. No tenerlo en cuenta puede llevar a dar un testimonio contrario a los valores que profesan”. 26 CG 34, D.8,25. Cfr. D.8,26, que alerta sobre las transferencias y contratransferencias en el acompañamiento y en la terapia, y sobre las posibles confusiones entre “las relaciones apostólicas con las de una amistad íntima”. 27 CPAL. “Para un ministerio creíble y sano”, Orientaciones de la Conferencia de Provinciales de América Latina Sobre el abuso sexual de los niños. Noviembre 2006. El documento tiene tres partes: En la tercera, sobre la prevención, desarrolla lo relacionado con los límites y tiene los siguientes apartados: 3.1. Nuestra respuesta como miembros de la Compañía de Jesús; 3.2. La selección de nuestros candidatos a la Compañía y al Ministerio; 3.3. Normas de prudencia para parecer y actuar adecuadamente en misión pastoral; 3.4. Para proteger nuestra relación pastoral; 3.5. Las manifestaciones de afecto en nuestros Colegios y en otras Obras propias; 3.6. Otros puntos de referencia”. Su lectura puede ser de ayuda para bajar a los concretos de los límites que tenemos que poner en nuestras relaciones. También cfr. página de la Asistencia de USA www.jesuit.org
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“Sería provechoso adaptar y aplicar ciertas directrices de los Ejercicios Espirituales a la decisión de poner orden en las múltiples influencias culturales que rodean al jesuita siempre que éstas resulten desordenadas. Por ejemplo, las "Reglas para ordenarse en el comer" [EE 210-‐217] que Ignacio coloca en la Tercera Semana y "la primera manera de orar", ya que tiene que ver con los "cinco sentidos del cuerpo" [EE 238-‐248]”28.
Esto podría ser tema de otro trabajo, pero creo que vale la pena decir algo en esta línea, para que nos ayude a tomar conciencia de nuestras limitaciones y posibilidades y vivir mejor nuestra castidad en estos tiempos.
Las intuiciones sobre la sensibilidad en los ejercicios de Adolfo Chércoles29 nos pueden ayudar a hacer esto que nos sugiere la Congregación. Según él, San Ignacio sabe por su propia experiencia, que en la sensibilidad nos lo jugamos todo. No somos lo que pensamos ni lo que nos emociona o entusiasma en un momento: somos nuestra sensibilidad.
La praxis está más ligada a la sensibilidad que a la inteligencia o a la emotividad, pues nosotros somos muy conscientes de que no hacemos lo que sabemos que tenemos que hacer. ¿Por qué nos sucede esto? Porque nuestra sensibilidad tiene una dirección y hemos de reconocer esa dirección (primera manera de orar), “reeducar” a nuestra sensibilidad (contemplaciones, repeticiones, resúmenes y “pasar por los sentidos”), para vivir más unificadamente toda nuestra sensibilidad desde el seguimiento de Jesús y desde nuestra propia vocación (“cuidar las puertas de los sentidos” y “reglas para ordenarse en el comer”)
a) Primer modo de orar [EE 238-‐248].
El primer modo de orar, más que una manera de orar nos prepara y dispone para que nuestra “oración sea acepta” [EE 238,3]. La Intuición de Adolfo Chércoles, es que San Ignacio pretende que antes de hacer ejercicios, tomemos conciencia de la estructura de nuestro yo pues, si no, nuestra oración será ilusa30. El ejercitante debe reconocer en dónde está; por eso empieza primero preguntándose por su visión del mundo (los diez mandamientos), sus hábitos (7 pecados mortales y 7 virtudes contrarias), el uso de sus capacidades, o “el laboratorio” en donde procesa todo que recibe de fuera (tres potencias del alma: memoria, inteligencia y voluntad) y nuestra sensibilidad (los cinco sentidos corporales)
Hay que llegar hasta los sentidos, pues es desde la sensibilidad desde donde actuamos connaturalmente, sin necesidad de pensar cada movimiento, a la manera de un chofer al conducir o un músico al interpretar. Se trata pues de caer en la cuenta de cómo actuamos connaturalmente y de que la manera en que veo, toco, hablo, me visto, camino, huelo… no son ingenuas, sino que efectivamente tienen una dirección. ¿Cuál es esa dirección?
28 CG 34, nota 27 al no. 29 del decreto 9 sobre la castidad. 29 ADOLFO CHÉRCOLES. La oración en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Colección EIDES no. 49, Cristianisme i Justícia. Barcelona, Julio de 2007. 30 Recordemos lo que decía San Ignacio “¨[A] un verdaderamente mortificado bástanle un cuarto de hora para se unir a Dios en Oración”. “Y –agrega el P. Cámara– no sé si entonces añadió sobre este mismo tema lo que muchas le oímos deci: que de cien personas muy dadas a la oración, noventa serían ilusas. Y de esto no me acuerdo muy claramente, aunque dudo si decía noventa y nueve”. LUIS GONÇAL-‐ VES DA CÂMARA. Recuerdos Ignacianos. Memorial. Colección Manresa No. 7. Mensajero – Sal Terrae. [196], p. 149. Si uno está aferrado a su propio juicio, la oración misma servirá para el autoengaño. Por eso es que se puede celebrar la Eucaristía y abusar… como dice con mucho dolor Benedicto XVI. Op. Cit., p. 49.
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De niños, todo lo aprendimos por los sentidos, viendo y volviendo a ver a los adultos. No entendíamos pero la repetición nos fue incorporando gestos, modos, a lo masculino, lo femenino, el machismo, el sexismo, el cariño, el poder, a acariciar, a golpear, los gustos estéticos y morales… desde ahí actuamos sin mucho pensar. Hace falta llegar hasta los sentidos o, de lo contrario, ignoraremos que desde ahí nos queda sesgada la lectura de todo; por eso Jesús hablaba en parábolas: “porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden”… y la causa de esta ceguera y sordera es que “se ha embotado el corazón de este pueblo; han hecho duros sus oídos y sus ojos han cerrado” (Mt 13,13-‐16; Is 6,10; 32,3). Ante un corazón embotado (visión de la realidad, hábitos y laboratorio ya muy prejuiciados), Jesús tiene que apelar a las experiencias sensibles (las parábolas), reales, no ideologizadas, pues a los prejuicios sólo los desmonta la realidad: la contundencia de un hecho no puede discutirse. En temas de sexualidad y afectividad la sensibilidad siempre ha tenido un papel muy importante; y ahora aún más, porque el sexo y la valía personal se han hecho, además de mercancía, objeto de la propaganda, y cada vez van subiendo los estándares de, por ejemplo, el tipo de escenas eróticas en una película, un comercial, etc.31
Se trata, pues, de tener una sana sospecha sobre nuestra “buena conciencia” y buena intención; y la claridad de que todo nos lo jugamos en la sensibilidad. No es que no debamos tener “sentimientos negativos”; se trata más bien de que tengamos conciencia clara de ellos: “El jesuita no tiene por qué avergonzarse de sentir tentaciones y deseos de comportarse en desacuerdo con sus compromisos. Pero sí debe buscar ayuda al tratar de dominarlos”32.
Y, ¿cómo los vamos a dominar? Según la propuesta ignaciana, modificando nuestra sensibilidad. ¿Y cómo puede ser modificada nuestra sensibilidad? Este es nuestro siguiente apartado.
b) Contemplar, repetir, resumir, pasar por los sentidos.
En las contemplaciones de los ejercicios San Ignacio, nos pone, como niños, a contemplar con los ojos bien abiertos a las personas mayores. Pero aquí, nuestros mayores son Jesús, la Trinidad, la Virgen María, los apóstoles (y también la humanidad que sufre y goza). Percibiendo con todos los sentidos bien abiertos, poco a poco, por repetición –aunque, como los niños, no lo entendamos–, se nos va “pegando” lo percibido. De tanto, ver, oler, gustar, tocar y oír, lo contemplado va impactando nuestra sensibilidad de tal manera que ésta quede marcada. Desde esta experiencia van siendo renovados el uso de nuestras potencias, nuestros hábitos y nuestra visión del mundo (y no al revés como muchas veces intentamos, sin grandes frutos). Así pues, nuestra afectividad va siendo tocada, no con nuestras sesudas reflexiones de adultos sino poniendo en juego a nuestras partes más infantiles (desde las que lloramos, reaccionamos con miedo o con arrojo, con odio o empatía, con gusto o rechazo… desde las que, en definitiva, actuamos en lo cotidiano y no sólo en las grandes decisiones)
Lo que hacemos nos tiene que gustar, o terminaremos esquizofrénicos, divididos, dedicando un tiempo para trabajar (con puro desgaste afectivo, pues hago lo que no me gusta) y otro para darme mis gustos. Por eso San Ignacio, en el momento crucial de los coloquios en la meditación de los tres binarios, nos pone esta nota:
“Es de notar que cuando nosotros sentimos afecto o repugnancia contra la pobreza actual, cuando no somos indiferentes a pobreza o riqueza, mucho aprovecha, para extinguir el tal afecto desordenado,
31 Así, las películas de años anteriores, nos parecen muy lentas, o las escenas de violencia a sexo explícito ya nos parecen más ligeras, etc. 32 CG 34 D 8.29.
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pedir en los coloquios (aunque sea contra la carne) que el Señor le elija en pobreza actual; y que él quiere, pide y suplica, sólo que sea servicio y alabanza de la su divina bondad” [EE157].
Se trata de desear esto, de que nos guste; no sólo de soportarlo pues, si no, será algo que haremos excepcionalmente o por heroísmo… Podremos acercarnos a un enfermo que huele mal, pero tapándonos la nariz, y ese gesto no será bueno para nadie. Y obviamente si no vivimos así, buscaremos “el refugio del guerrero” que suele ser un abrazo sólo para mí, o un lugar para vivir burguesamente, o cualquier otra cosa, en donde sí haré lo que me guste y a lo que “tendré derecho” después de tantos trabajos.
Necesitamos aprender a usar nuestros sentidos y, desde una unificación personal, también ver a las demás personas unificada y totalmente, de tal manera que podamos ver a un cuerpo atractivo sin dividirnos ni dividirlo; es decir, verlo no sólo como un cuerpo sino como la presencia de una persona hecha a imagen y semejanza de Dios con un cuerpo que además me atrae. Es lo que nos pide San Ignacio en el número 250 de las constituciones que veremos posteriormente: “en manera que considerando los unos a los otros crezcan en devoción y alaben a Dios nuestro Señor, a quien cada uno debe procurar de reconocer en el otro como en su imagen”. Pero a Él en todo, a la manera por ejemplo de San Agustín33 y no quedando atrapado en una relación o, peor aún, en un cuerpo, como la “experiencia religiosa” que cantaba Enrique Iglesias34. Recordemos que para San Ignacio devoción es la capacidad de encontrar a Dios en todo.
Este proceso no es algo que se consigue rápidamente, como tanto deseamos; es más bien un estilo de vida. Por eso dice San Ignacio:
“Quien quiere imitar en el uso de sus sentidos a Cristo nuestro Señor, encomiéndese en la oración preparatoria a su divina majestad, y después de considerado en cada un sentido, diga un Avemaría o un Pater noster; y quien quisiere imitar en el uso de los sentidos a nuestra Señora, en la oración preparatoria se encomiende a ella, para que le alcance gracia de su Hijo y Señor para ello, y después de considerado en cada un sentido, diga un Avemaría”. [EE 248].
Hay que hacerlo constantemente. Recordemos que en ejercicios, la oración preparatoria la hacemos cinco veces al día, durante 30 días… y después en la vida cotidiana.
c) “Cuidar las puertas de los sentidos” [Const. 250].
Con esta imagen Ignacio busca reflejar el papel de los sentidos en la manifestación del hombre/mujer interior hacia fuera y en la manera de filtrar la percepción externa hacia el interior. En efecto, para él los sentidos son un tránsito de doble dirección: por una parte captan y dejan pasar los estímulos que reciben de la realidad y,
33 ¿Y qué es lo que amo, cuando te amo a ti? No ciertamente una belleza corporal, ni las complacencias del tiempo; no el candor de la luz, alimento de mis ojos, ni la dulzura de las más melodiosas cantilenas. Tampoco la fragancia embalsamada de las flores y los perfumes, ni el maná, ni la miel, ni los miembros hechos para el abrazo carnal. Nada de esto es lo que amo cuando amo a mi Dios; y sin embargo, al amarlo amo alguna luz y voz, algún alimento y olor, alguna manera de abrazo; porque mi Dios es luz y voz, manjar y olor, alimento y abrazo del hombre interior que hay en mí. Allí refulge para mi alma una luz que no cabe en un lugar, y suenan voces que no se lleva el tiempo; lugar donde hay aromas que no se disipan en el aire y sabores que no se menoscaban por el comer el alimento. Allí la unión es tan firme que no es posible el hastío. Todo es lo que amo cuando amo a mi Dios. SAN AGUSTÍN. Confesiones, Libro X, Capítulo VI, nos. 1 y 2. San Pablo, Buenos Aires 2003, p. 403. 34 Casi una experiencia religiosa / Contigo cada instante en cada cosa / Besar la boca tuya merece un aleluya / Es un una experiencia religiosa.
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por otra, reflejan muy expresivamente el modo como han quedado archivadas dichas percepciones en el corazón.
Si con el primer modo de orar ha quedado al descubierto cómo vivimos nuestra sensibilidad, cómo nuestros sentidos –o mejor dicho, los filtros desde los cuales “leemos” lo percibido– nos ponen (o no nos ponen) en contacto con la realidad y con Dios. Si con las contemplaciones, repeticiones, resúmenes y aplicación de los sentidos, poco a poco nuestros sentidos van aprendiendo de Jesús y ya no se limitan a sólo ver, oír, oler, gustar y tocar –que pueden ser respuestas sólo mecánicas–, sino que han aprendido además a mirar, escuchar, saborear, acariciar y besar, entonces, ahora necesitamos primero cuidar nuestros sentidos y luego preguntarnos qué expresamos en nuestros actos y con nuestra presencia.
1º. Cuidar nuestros sentidos.
“Todos tengan especial cuidado de guardar con mucha diligencia las puertas de sus sentidos (en especial los ojos y oídos y la lengua) de todo desorden” [Const. 250,1].
Ignacio nos dice esto porque sabe que lo que viene de fuera tiene un gran impacto en nosotros. Lo que vemos, lo que comemos, lo que olemos, nos deja su marca. Ciertamente no somos responsables de ese impacto, pero sí de lo que posteriormente hagamos con ese impacto y de qué tanto nos exponemos a las cosas que nos marcan.
En las tres primeras reglas para ordenarse en comer [EE 210-‐212], San Ignacio centra su atención, más en la cosa que nos desordena (“el manjar”), que en nuestro desorden mismo. No es que San Ignacio piense que el mal nos venga de fuera; él sabe que, “del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias, maldades, engaños, sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez. Todas estas maldades de adentro salen, y contaminan al hombre (Mc 7,21-‐22). Lo que está diciendo es que –yendo contra nuestra omnipotencia narcisista– las cosas pueden llegar a tener un poder sobre nosotros, y que nos toca reconocer ese poder y poner medios para no sucumbir a aquello ante lo que somos frágiles. El lenguaje lo dice: “ese pastel es irresistible”; con eso decimos que si estoy ante él, lo que voy a hacer es comérmelo, a pesar de todos mis propósitos. Con nuestros deseos afectivos y sexuales pasa lo mismo que con el hambre y la sed (nuestro deseo primario, que además fue satisfecho junto con afecto por el pecho de nuestra madre). Conviene traer aquí aquello que dice González Faus: “La fuerza del sexo es, por lo general, superior al hombre y desautoriza esa pretensión de la razón ilustrada que se cree capaz de dominar todas las dimensiones humanas”35.
La CG 34 nos recuerda:
“El discernimiento y la autodisciplina son indispensables para guardar fielmente la castidad. La cultura popular contemporánea está muy influenciada por la propaganda comercial, la publicidad y la explotación lucrativa de las sensibilidades sexuales. El entretenimiento excesivamente pasivo puede crear hábito y lasitud. En este contexto, el jesuita debe mostrarse críticamente consciente. Las directrices de Ignacio y la experiencia secular de la Compañía confirman que hace falta realismo, discernimiento y abnegación para resistir a los numerosos factores del mundo contemporáneo que invaden nuestra vida”.
35 GONZÁLEZ FAUS, J.I. Sexo, verdades y discurso eclesiástico. Aquí y Ahora No. 26 Sal Terrae. Maliaño, Cantabria, 1993, p. 6.
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“La discreción religiosa debe aplicarse a todos los elementos de nuestra vida, incluida la práctica del examen de conciencia y la mortificación y custodia de los sentidos. En concreto, debe medir los influjos que se admiten a través de diversiones, televisión, videos, lecturas, recreo y viajes, así como las relaciones personales. Para vivir una vida íntegra, uno debe preguntarse con realismo si este o aquel influjo o práctica fortalece o debilita la castidad y su testimonio público” 36.
Llama la atención, cómo la Congregación insiste en el realismo; porque a veces, en nuestra “ingenuidad” nos dejamos invadir y luego somos controlados desde dentro. ¿Cómo quiero vivir integradamente mi afectividad y con toda mi “fuerza erótica” concentrada en amar y servir, si me lleno de tantas imágenes que me habitan y distraen de lo importante, y luego me llevan a concentrarme o en “controlar” mi sexualidad o en vivirla desordenadamente? Ya los antiguos monjes sabían cómo lo que ahora llamamos subconsciente es alimentado y luego se expresará hasta en los sueños. Evagrio Pontico en el número 55 del Praktikos afirma que:
"Sucesos naturales durante el sueño que no van acompañados por imágenes convulsionantes, no indicarían que el alma estuviera enferma. Pero cuando aparecen imágenes, esto es un indicio que el alma no está sana."
Anselm Grün, de quien tomé esta cita, la explica así:
“Eyaculación nocturna sin imágenes turbulentas del sueño es considerada por Evagrio como normal. Pero hace hincapié en que el demonio de la lujuria aguijonea muchas veces en el sueño nuestra fantasía y la convulsiona. En consecuencia, por el sueño podemos conocer hasta dónde hemos llegado con la integración de la sexualidad. Cuando es realmente integrada, entonces se manifiesta en un profundo anhelo del Dios infinito y en una energía casi inacabable37.
Obviamente no se trata ni en este tema, ni en el de la masturbación y ni en general en nuestra sexualidad38, de hacernos escrupulosos “cuidadores de nuestra pureza”, sino de ayudarnos y hacernos responsables para vivir más unificadamente y concentrados en lo importante.
El Padre General dice:
“El gran problema que tenemos como orden, no son los números sino que estamos distraídos. Esto ya aparece en los clásicos como San Juan de la Cruz, Sta. Teresa de Ávila, San Ignacio o San Francisco Javier. Somos buenos, pero estamos distraídos. No hay maldad, ni clara infidelidad en la mayoría. Falta fuego y esto porque estamos distraídos. Nos falta concentrarnos en Cristo. Son muchas las distracciones: Estima propia, buen nombre, relación con los superiores, internet, ideologías, teorías teológicas u otras cosas que son secundarias nos separan de lo principal. Tenemos gente herida que vive guindada en hechos del pasado: que si me permitieron o no estudiar lo que quería, que si tengo o no determinados títulos, que si estoy peleado con un compañero, heridas con superiores o formadores. Esto llega al punto de que se habla de heridas que han durado 30 o 40 años y no se sanan.
36 CG 34 D.8. 28 y 29. 37 ANSELM GRÜN. Célibes por amor a la vida. Ed. Mundo, Santiago de Chile, 1998, p p 32-‐33. También hace referencia al Praktikos 57. 38 Podríamos añadir otros temas, como nuestros albures, o el estar buscando siempre el sentido sexual –o en la mayoría de las ocasiones homosexual– de lo dicho. Creo que tampoco ayuda a vivir unificados, pues al mismo tiempo que nos llena de más imágenes, concentra a una parte de nosotros en “el tema”. Además, este tipo de comentarios hechos con “menores”, puede ser considerado como un abuso.
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Están distraídos. Lo propio de los santos es que están concentrados. Eso le permite vivir con humor, porque uno está centrado y lo demás lo deja de lado”39.
Hemos pues, de cuidar las puertas de los sentidos, pero también hacernos conscientes de lo que expresamos en todo; este es el segundo punto.
2º. Preguntarnos qué expresamos en todo: comer, vestir, caminar, saludar, hablar, callar, abrazar, descansar. Continúa el 250 de las Constituciones:
“… y de mantenerse en la paz, y verdadera humildad de su ánima, y dar de ella muestra en el silencio, cuando conviene guardarle; y cuando se ha de hablar, en la consideración y edificación de sus palabras, y en la modestia del rostro, y madureza en el andar, y todos sus movimientos, sin alguna señal de impaciencia o soberbia, en todo procurando y deseando dar ventaja a los otros, estimándolos en su ánima todos como si les fuesen Superiores, y exteriormente teniéndoles el respeto y reverencia que sufre el estado de cada uno, con llaneza y simplicidad religiosa; en manera que considerando los unos a los otros crezcan en devoción y alaben a Dios nuestro Señor, a quien cada uno debe procurar de reconocer en el otro como en su imagen”. [Const. 250,2-‐5].
Con esto Ignacio no busca que los jesuitas construyamos una imagen afectada o mojigata, sino que expresemos lo que llevamos dentro y que además, estemos atentos a expresarlo. Lo que existe es lo que se objetiva; el resto queda en el campo de las intenciones; por eso, además de ser castos, también hay que parecerlo. Esto obviamente tiene un impacto apostólico, pero también hacia adentro de nosotros mismos y hacia la vivencia de nuestra sexualidad.
Si con la primera parte de “guardar las puertas de los sentidos”, San Ignacio quiere que cuidemos lo que entra en nosotros, en esta segunda nos invita también a cuidar lo que sale; tanto para estar atentos a que todo en nosotros diga la experiencia de Dios por la que vivimos en castidad, como para ver qué otras cosas también estamos expresando (como veíamos en el primer modo de orar).
Así pues, viendo nuestra manera de relacionarnos y de estar en el mundo desde este número de las Constituciones, podríamos hacernos preguntas como ¿qué expresa mi trato con las personas, mi manera de vestir, mi manera de caminar, mi porte, mi cuerpo, mi manera de hablar, de dirigir, de secundar, de comer, de consumir…? ¿Seducción, lujo, distancia, aceptación, machismo, femineidad, poder, gracia, control, amor, sencillez, sofisticación, protección, necesidad de que me cuiden, debilidad, fuerza, necesidad de aplauso, prepotencia, superioridad, horizontalidad…? Mis criterios, mis gustos, ¿expresan y refuerzan a esta forma de amar que yo escogí?
San Ignacio nos transmite una visión no disociada de la persona sino unificada. En sus términos podríamos decir que lo espiritual y los sentidos corporales o van como “un solo hombre”, hacia la Voluntad de Dios… o no vamos para ningún lado.
En resumen, los sentidos también deben ser cuidados pues han de expresar lo que llevamos dentro; hemos de hacernos conscientes de que hay cosas que tienen poder sobre nosotros y cuidarnos, y por último, nuestra vida espiritual no puede estar desligada de todo lo demás, de qué y cómo comemos, vemos, compramos, hablamos… Lo contrario sería espiritualismo.
39 De las notas personales que tomó Arturo Peraza S.J., Provincial de Venezuela, de la alocución del P. General en la Asamblea de la CPAL en Asunción, en noviembre de 2010 y compartió con su Provincia. Lo mismo nos dijo en su visita en Guadalajara, en Adolfo Nicolás en México. Provincia Mexicana, p. 108.
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3. MAYOR CONCIENCIA DE NUESTRO PODER Y DE LO QUE HACEMOS CON ÉL.
“…por esa vinculación tan estrecha entre sexualidad y deseo, es posible comprender la sospecha que anida en muchas cabezas humanas de que la persona que ha logrado separar sexo y deseo, será porque ha potenciado desfavorablemente en su psiquismo otros de los grandes campos del deseo humano: la riqueza o el poder. O con otras palabras: el célibe tiene muchos números de la rifa para convertirse en avaro o dictador. Estará amenazado de ser un negociante que, a lo mejor, hasta se enriquece con el deseo de los demás), o de ser una personalidad autoritaria (que goza prohibiendo el placer a los demás). En cualquier caso, sería bueno que los eclesiásticos no olvidáramos estas semánticas tan sencillas, porque algo de eso puede pasar efectivamente con la castidad, si ésta no consigue ser auténtica”40.
Empiezo este apartado con la cita de González Faus, porque nos hace caer en la cuenta de cómo, como célibes, podemos caer en abusos de poder y de codicia. En verdad los tres votos van juntos; pues tenemos una única fuente vital que nos hace desear y que si está dispersa, buscará sus caminos. También nos puede ayudar a considerar cómo el poder, mezclado con una sexualidad no integrada, es un factor muy importante que nos predispone para el abuso, y nosotros, todos, ciertamente tenemos algún tipo de poder.
Clericalismo y jesuitismo
A propósito de la clausura del año sacerdotal, el P. General nos decía a los jesuitas:
“¿Cómo entender y vivir nuestro sacerdocio -‐especialmente aquellos de nosotros que hemos sido ordenados presbíteros-‐ sin caer en la tentación del clericalismo, de los privilegios, o de fomentar aquellas diferencias que significan poder o una posición social superior? ¿Cómo podemos ser testimonio de una vida gozosa de servicio sencillo, que imite al Jesús que lava los pies? ¿Hasta qué punto la celebración de la Eucaristía es central, reverente y transformadora de nuestra vida diaria? ¿En qué necesitamos crecer? ¿En qué necesitamos reformarnos?”41
Me parece que, en general, nosotros los jesuitas mexicanos criticamos el clericalismo y “pintamos la raya” respecto de él. Quizá nos lo imaginamos con un determinado modo de vestir y con un explícito uso de Dios o de la religión para obtener privilegios o imponer ciertos criterios morales o derechos propios. Pero las preguntas que nos hace el P. Nicolás centran el tema en los privilegios y en el fomento de aquellas diferencias que significan poder o una posición superior. El jesuitismo es nuestra versión del clericalismo, que, aunque en nuestra Provincia pueda tener un ropaje secular, moderno, postmoderno, o profesional, termina en donde mismo: privilegio, poder, prestigio. Y es precisamente con las preguntas sobre nuestra experiencia de fe por donde el P. General nos indica la salida del clericalismo o jesuitismo: siendo “testimonio de una vida gozosa de servicio sencillo, que imite al Jesús que lava los pies”, en “la celebración de la Eucaristía [que sea] es central, reverente y transformadora de nuestra vida diaria”. Creo que sus preguntas sugieren que por ahí puede ser que necesitemos crecer y reformarnos; así también podremos ser servidores y reverentes ante el misterio de toda persona humana.
Según Kevin Flaherty,
40 GONZÁLEZ FAUS, op. Cit. p. 12. 41 ADOLFO NICOLÁS, al finalizar el año sacerdotal. 9 sept 2009.
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“un elemento que reaparece en los análisis de las causas [de abuso a menores] es el clericalismo que combina el poder, el machismo, un sentido de pertenecer a un grupo selecto, y una supuesta bendición divina que les separan de los demás. Parafraseando la situación del fariseo y del publicano (en Lucas 18, 11), el fariseo se define a sí mismo diciendo: "no soy como los demás hombres"… y más adelante: “El manejo de algunos de los peores casos de abuso nos hace recordar la manera como algunos militares o policías han manejados sus propios escándalos”42. “Lo que hace al clericalismo tan pernicioso es que, como el racismo o el machismo, los que más lo manifiestan, no lo quieren reconocer, tienen sus esquemas y percepciones cerrados y no están dispuestos a escuchar a los que sufren los efectos del sistema”43.
Por eso, me parece muy necesario preguntarnos personal y colectivamente por el uso del poder y de los privilegios que tengo o que tenemos nosotros jesuitas de esta obra, por el hecho de ser jesuitas. Porque sí que los tenemos44 y si niego tenerlos, entonces no voy a poder discernirlos, ni a tener la actitud del tercer binario: “tomarlo o dejarlo”, sólo por la mayor gloria de Dios y cuidarme de no usarlos para mi imagen, beneficio o placer.
El “desnivel” en nuestras relaciones profesionales
En una nota de pie de página, la Congregación General 34, reflexiona sobre nuestro comportamiento profesional:
“Una relación 'profesional' comporta mucho más que la meramente contractual o aun de negocios en cuanto que no tiene lugar, como éstas, entre partes iguales sino desiguales, porque una de las partes tiene competencia y experiencia en su campo, mientras que la otra, el cliente, es ignorante a ese respecto y necesita acudir a la habilidad y competencia del profesional. En ese grado el profesional ocupa muy legítimamente un puesto de poder y autoridad. Actuar 'profesionalmente' comporta no sólo hacer disponible su competencia, sino además no abusar de su relación de poder para manipular al cliente. Comporta objetividad, imparcialidad, sensibilidad y delicadeza, tanto haciendo accesible su competencia como facilitando al cliente la satisfacción de su interés, y no induciendo en el cliente una dependencia del profesional”.45
Es muy importante reconocer que hay un desnivel o “desigualdad” en las relaciones maestro-‐alumno/a, pastor-‐feligrés, formador-‐formando, promotor-‐“promovido/a”, adulto-‐joven, patrón-‐empleado/a, jefe-‐subalterno/a,
42 KEVIN FLAHERTY, op. cit., pp. 31 y 32. “Todavía en 1962 Juan XXIII había ordenado a los obispos ocultar los abusos sexuales; firmó un documento de 69 páginas en latín, titulado Crimine Sollicitationis, que reclama «estricto secreto» y amenaza con la excomunión a quien hable del tema. Ese modo de proceder, ciertamente, no difiere de las conductas de otras instituciones cuando se enfrentan al mismo problema. Los ejércitos, los movimientos de juventud o deporte y los sindicatos de maestros protegen a sus agremiados acusados de abusar sexualmente de niños y adolescentes; del mismo modo muchas madres prefieren considerar que su hija miente o fábula cuando dice que fue atacada sexualmente por su padre o padrastro”. JEAN MEYER, p. 271. 43KEVIN FLAHERTY, p. 32. 44 Hasta el prenovicio tiene algún poder con el grupo de jóvenes o en la actividad pastoral a que esté dedicado. 45 Nota 25. Al no. 25 del decreto 8 de la CG 34
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acompañante-‐acompañado/a, etc. Si vemos esa realidad con culpa46, pretenderemos que esas diferencias no existen y, en consecuencia, no vamos a discernir ese diferencial de poder que de hecho hay y más fácilmente podremos no reconocer y no respetar los límites propios y ajenos y abusar.
Abuso también es aprovecharse de una persona atribulada que llega a nosotros para satisfacer cualquier necesidad nuestra, así sea de afecto, reconocimiento, y obviamente en el terreno sexual47.
Relaciones afectivas o sexo-‐genitales abusivas
Lola Arrieta hace un estudio muy sugerente de las motivaciones para vivir el celibato, utilizando la canción 28 del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz:
Mi alma se ha empleado, y todo mi caudal, en su servicio; ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio.
Dice que ser célibe para guardar ganado48 es imaginar que el celibato será la solución a mis heridas, o vivir el celibato con meras motivaciones de sobrevivencia. Es decir, ser célibe para “buscar en todo y por todo la protección afectiva y efectiva”, para “buscar beneficio en todo lo que hacemos” aceptando sólo la realización y sin resistencia a la frustración, o “para salvaguardar la imagen por encima de todo”
Ser célibe con otros oficios49, hace referencia a “situaciones vocacionales en las que encontramos pérdida de motivación o muchísima ambigüedad en la forma de vivir y afrontar la vocación”. Estas situaciones “no son provechosas, porque minan las fuerzas… crean división… y desorientan radicalmente a quien las vive”.
Ser Célibe “con otros oficios”, puede llevar a alguna de estas dos situaciones:
Primera: Vivir "abusando de otros" y profesar públicamente la opción de amor célibe.
“Es aquella situación en la que la persona aparenta vivir una vida que en realidad no vive, y no sólo no vive, sino que no está dispuesto a vivirla. Abusa reiterada y sistemáticamente de los otros con relaciones sexo-‐genitales o de violencia y control. A veces la pareja pacta y acepta la situación, otras los soporta como inevitable. La persona externamente cumple, a veces con perfección insospechada. Nunca se plantea su situación y si alguien intenta cuestionarlo, -‐por evidente-‐, lo niega con rotundidad o acusa a otros con diversas y sofisticadas argumentaciones. Se aprovecha de los beneficios que le proporciona su rol y su estatus, y utiliza esa infraestructura para conseguir fines particulares” (pp. 71-‐72).
46 Porque, algo así nos ha sucedido. Culturalmente nos cuesta aceptar que tenemos autoridad y ejercerla responsablemente. Parece que hasta los padres y madres renuncian a ella para agradar a los hijos y que éstos los quieran; sin caer en la cuenta de que los dañan al no enseñarlos a enfrentar la vida, crecer y aceptar que no lo podemos todo. 47 Cfr. Nota 2 48 LOLA ARRIETA, Sus heridas nos han curado. Frontera Hegian N° 33. Vitoria, 2002, pp. 61-‐66. 49 LOLA ARRIETA, pp. 67-‐78. De este mismo trabajo señalaré las páginas entre paréntesis.
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Más adelante, Lola aclara:
“No me refiero a situaciones que pueden ocurrir a lo largo de un proceso vocacional: enamorarse, tener relaciones sexuales dentro de la vida célibe, mantener una relación de pareja durante algún tiempo, etc. Me refiero a todas esas situaciones -‐siempre clandestinas-‐, y caracterizadas por el uso y abuso de los otros para fines propios que nada tienen que ver con la opción de vida que se dice profesar. Abundan sobre todo entre varones” (p. 73). “¿Cuáles son algunos de los comportamientos que pueden darse?: Mantenimiento de relaciones sexuales asiduas con una persona del mismo o de distinto sexo, siempre vividas en la clandestinidad. Relaciones éstas caracterizadas por el abuso, la seducción, la violencia, el avasallamiento, en resumen, el deseo de tener poder o control sobre los otros, como expresión clara del endurecimiento del propio corazón.” (p. 73)
Segunda: Vivir relaciones ambiguas y dependientes.
“Todas aquellas situaciones cotidianas en las que se dan relaciones de par, nombradas como amistad y justificadas casi siempre desde la ayuda unidireccional o bidireccional. Se pueden dar entre personas del mismo sexo o de distinto. Se caracterizan por ser relaciones intensas y polarizantes. El objetivo último es garantizar la caricia: afectiva, sensual y sexual; esa es la base de la relación, aunque se justifique de mil maneras y se haga materia de conversación cualquier otro tema de la vida diaria, que siempre suele ser el pretexto” (p. 73). “En la situación anterior hablábamos de negación, aquí hablamos de enquistamiento en el proceso de maduración afectiva y emocional. Expresa mucha debilidad y la tendencia a vivir eternamente como niña/o… Lo que nunca llega a decirse quien así actúa es lo que late en su actitud inconsciente: satisfacer las propias necesidades erótico-‐afectivas, insuficientemente resueltas” (p. 73).
Hay relaciones de este tipo que se expresan genitalmente…
“Otras relaciones se mantienen de forma cronificada y enquistada durante mucho tiempo, no se pasa de las manifestaciones de sensualidad, que a veces las considero más dañinas que la expresión sexual en sí. Las relaciones sensuales (las que se suscitan desde el hambre negada para satisfacer las propias necesidades erótico-‐afectivas no suficientemente resueltas, reprimidas y vividas de forma inconsciente), tienen la fuerza de la seducción y la atracción de la droga. Producen el efecto de arrastrar compulsivamente a quien lo padece para someterse sumisa o compulsivamente, en espera de la caricia verbal o física, sin la cual se considera incapaz de vivir” (p. 73).
Estas relaciones ambiguas y dependientes son…
“de todo este tipo: pseudo-‐homosexuales, parejas-‐bebé, (porque se constituyen en función del apoyo y protección mutua), pseudo-‐amistades justificadas desde la ayuda fraterna…” (p. 76).
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Es difícil identificarnos con estas dos situaciones que tienen su origen en la pérdida de motivación o ambigüedad en nuestra vivencia de ellas. Ojalá sea porque no andamos en esos caminos; pero también puede ser porque no hemos llegado hasta allá; ¡pero podemos llegar!50
La primera situación, sí llega a suceder a jesuitas. En mi vida como jesuita, me ha tocado escuchar a tres mujeres que han tenido alguna relación de pareja con un jesuita –o ahora exjesuita– (con relaciones genitales, ¡o sin ellas!). Una atribulada porque de su parte estaba dispuesta a dejar su vida (¡hasta su familia!) para hacer vida con ese jesuita… pero él no quería tanto. Otra, deprimida por el abandono, pues al otro le había aparecido una nueva relación. La tercera, atrapada en la indefinición continuada de esa relación. Las lágrimas de ellas expresaban una queja. En el fondo vivían esa experiencia como abuso (aunque ellas también tenían su parte de responsabilidad), porque en el amor, se entrega la propia vida a la persona amada desde la extrema fragilidad que implica el enamoramiento; y si la persona amada se posesiona y usa de ese poder, entonces la persona amante se siente utilizada51.
A propósito de estas relaciones, el Papa dice:
“Eso no debe darse. Nada debe haber que sea mentira y ocultamiento. Lamentablemente, en la historia de la Iglesia ha habido, siempre de nuevo, tiempos en los que han aparecido y se han difundido tales situaciones, precisamente cuando, de alguna manera, se encuentran en la línea del clima espiritual de la época. Por supuesto, se trata también de un desafío especialmente urgente para todos nosotros. Cuando un sacerdote cohabita con una mujer hay que verificar si existe una verdadera voluntad matrimonial y si podrían formar un buen matrimonio. Si así fuese, tienen que seguir ese camino. Si se trata de una falta de la voluntad moral pero no existe una real vinculación interior, hay que intentar encontrar caminos de sanación para él y para ella”52.
Una experiencia así me parece que ha de evolucionar a un replanteamiento vocacional: o veo que este no es mi camino, o profundizo en mi vivencia más unificada y cualificada de mi vocación. Dice más adelante el Papa: “El problema fundamental es la honradez. El segundo problema es el respeto por la verdad de esas dos personas y de los niños a fin de encontrar la solución correcta”53.
Y efectivamente, el “clima espiritual” de nuestro tiempo favorece relaciones así, sin compromiso humano, sólo para llenar las carencias.
También en las relaciones entre nosotros y con otras personas se pueden dar casos de dependencias afectivas del segundo tipo, que en el fondo pueden estar encubriendo carencias afectivas o sensualidad bajo la apariencia de amistad. A mayor inmadurez, mayor facilidad de caer en esos juegos y confusiones. Quizá por eso, cuando la mayoría entraba al noviciado en plena adolescencia, había tanto temor y reprobación de las amistades particulares. En la formación –o aún después– pueden seguir sucediendo fenómenos semejantes, expresados en la necesidad de pasar mucho tiempo con un amigo o las “filias y fobias” o la expresión más colectiva de esto en la formación de grupos cerrados con cualquier signo. También, de adultos hacia jóvenes (y recibido por jóvenes con esas necesidades) estas
50 La contemplación del Infierno [65-‐71], que es la propuesta de “pasar por los sentidos” el “resumen” experiencial hecho de la primera semana, alerta a nuestra persona y a nuestros propios sentidos, sobre cómo eso que no está ordenado y nos gusta, puede llevarnos hasta el “infierno”, es decir al vacío, sinsentido y a la más radical soledad. 51 “Me sigue pareciendo válido, el que en esa aceptación del poder del otro comienza algo muy importante (muy importante, pero también enormemente falsificable; no olvidemos esto esto)”. GONZÁLEZ FAUS, Op cit., p. 7. 52 BENEDICTO, op cit.… p. 52. 53 Ibíd. p. 52 y 53.
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dependencias/protecciones afectivas, toman la forma de “padrinazgos”, o funcionan bajo el esquema de tener “protegidos”, “preferidos”, o de confiar intimidades que son más bien para compartirlas con un par (y que en el fondo buscan dejar atado al otro a mí, a mis posturas, etc.), o de hacer regalos especiales.
Ciertamente necesitamos tener relaciones de comunicación e intimidad entre nosotros y con otros hombres y mujeres, pero la dependencia o la necesidad de estar tanto tiempo junto con otra persona puede indicar un encantamiento que polariza a la persona y que después, puede terminar en conflicto o enamoramiento. Ahí necesitamos crecer.
4. PERTENECER A ESTA IGLESIA, TERCER GRADO DE HUMILDAD. En las Cartas del diablo a su sobrino, Escrutopo aconseja a su sobrino Orugario, sobre cómo recuperar al hombre que tiene a su cargo para conducirlo al “Padre de las Tinieblas” y que recién se ha convertido al catolicismo: “En la actualidad, la misma Iglesia es uno de nuestros grandes aliados”… Haz “que el pensamiento de tu paciente pase rápidamente de expresiones como "el cuerpo de Cristo" a las caras de los que tiene sentados en el banco de al lado”... que oiga como uno desafina, vea la papada del otro y el modo extravagante de vestir de aquél. Así, “el paciente creerá con facilidad que, por tanto, su religión tiene que ser, en algún sentido, ridícula”.
Si, además dan motivos reales para que el paciente se sienta decepcionado, entonces, continúa Escrutopo…
“…tu trabajo resultará mucho más fácil. En tal caso, te basta con evitar que se le pase por la cabeza la pregunta: "Si yo, siendo como soy, me puedo considerar un cristiano, ¿por qué los diferentes vicios de las personas que ocupan el banco vecino habrían de probar que su religión es pura hipocresía y puro formalismo?" Te preguntarás si es posible evitar que incluso una mente humana se haga una reflexión tan evidente. Pues lo es, Orugario, ¡lo es! Manéjale adecuadamente, y tal idea ni se le pasará por la cabeza. Todavía no lleva él tiempo suficiente con el Enemigo como para haber adquirido la más mínima humildad”.54
Comienzo con esta larga referencia, porque la pederastia de clérigos pone en un primer plano a la realidad de la Iglesia y a la vivencia de la sexualidad en ella.
Como dice Escrutopo, creemos que “nuestra religión es en algún sentido ridícula”. Al menos yo a veces sí me siento como fuera de lugar con nuestros planteamientos católicos sobre la sexualidad. Creo que esto es así, en parte porque tenemos una propuesta contracultural, pero también porque no sabemos cómo proponerla y vivirla, de tal manera que diga lo que efectivamente queremos que diga: que Dios es Amor, que todos los hombres y mujeres fuimos creados a su imagen, que en la sexualidad se expresa lo más íntimo de la persona y que eso es muy fácilmente corruptible, manipulable, comercializable.
Ante el hecho de que “el sexo es más fuerte que el hombre”, dice González Faus que…
“la solución de “bajar el listón”55 es comprensible; pero quizá sólo sea la más facilona. Puede que no sea más que un hacer de la necesidad virtud, que cosecha consecuencias no previstas ni pretendidas… La opción de “elevar el listón” (que podría ser la que da sentido a la moral que
54 C.S. LEWIS. Cartas del diablo a su sobrino. Carta II. Ed. Andrés Bello, México 2009, pp. 33-‐36 55 “Bajar el listón” hace referencia a la permisividad, a dejar pasar todo. “Elevar el listón” quiere decir no dejarnos llevar por el instinto y ponernos límites que humanicen la vivencia de la sexualidad.
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predica la Iglesia) es también perniciosa cuando se presenta como mera exigencia moral, porque deja al hombre inerme y culpabilizado”. “Que sólo una especie de “fuerza mística” (aún con todos sus riesgos de falsificaciones) puede capacitar al hombre para afrontar el problema del sexo. Mientras que, curiosamente, lo que más falla en el lenguaje eclesiástico es la capacidad para comunicar algún tipo de experiencia mística – humana o religiosa”56.
Levantar el listón está bien; es reconocer la fuerza del sexo sobre nosotros mismos, es cuidar las puertas de los sentidos. Lo anterior es necesario para reconocer el valor de cada persona y no dispersarnos. Pero hacerlo en forma moralista -‐es decir sin el sentido profundo de por qué se hace y queriendo imponerlo a los demás-‐ sí que es ridículo. Los abusos dejan aún más en claro que nuestro moralismo no sirve o que puede dar lugar a esa doble moral. Necesitamos de esa “fuerza mística” para que “elevar el listón” en verdad sea contracultural y nos humanice a todos; a nosotros con la castidad y a los demás en su estilo de vida.
El segundo tema que trata Escrutopo es el hecho de que, además de sentir que “nuestra religión tiene algo de ridícula”, en nuestra Iglesia hay verdaderos pecadores, y en este caso, delincuentes. ¿Cómo voy YO a ser parte de ellos, “solidario” de ellos? Creo que en verdad todo en nosotros se resiste: ¡Yo no soy de ésos!, queremos decir. Y claro, aquí viene la pregunta que Escrutopo quiere impedir que nos hagamos: "Si yo, siendo como soy, me puedo considerar un cristiano, ¿por qué los diferentes vicios de las personas que ocupan el banco vecino habrían de probar que su religión es pura hipocresía y puro formalismo?".
Ciertamente hay que hacer un juicio e impedir que estos abusos sigan sucediendo; pero creo que no es bueno que lo hagamos desde nuestra “supuesta pureza”, pues en temas del afecto nadie es inocente57. Quizá por eso y a propósito de estos temas Jesús dice: “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” (Jn 8, 3-‐11). Puede ser que, como los fariseos, yo pueda arrojar la piedra porque no abuso sexualmente de menores, pero también soy pecador y todo pecado tiene algo de abuso58.
Experimentamos la humillación de pertenecer a un cuerpo así; pero desmarcarnos de ese cuerpo no sería justo; pues de la Iglesia también nosotros hemos recibido lo mejor que tenemos: la fe en Jesús, nuestro llamado a servir al Reino y a sus pobres. Es en obediencia a ella y a los signos de los tiempos, que la Compañía ha llegado a formular su misión como el servicio de la fe y la promoción de la Justicia.
Según Ronald Rolheiser, cuando Pablo dice “Nosotros somos el cuerpo de Cristo”, está diciendo que:
“El cuerpo de los creyentes, como la Eucaristía, es el cuerpo de Cristo de una manera orgánica. No es una corporación sino un cuerpo; no sólo una realidad mística, sino física; y no algo que representa a Cristo sino algo que Él es… La Palabra no se hizo carne y habitó ente nosotros: se hizo carne y continúa habitando entre nosotros. En el cuerpo de los creyentes y en la Eucaristía Dios todavía sigue teniendo una piel y puede ser físicamente visto, tocado, olido, oído y gustado”59.
56 GONZÁLEZ FAUS, op. Cit. p. 6. 57 En el terreno del afecto es muy fácil abusar; podemos abusar hasta del cariño de nuestra madre. Aquí no ha de haber ingenuidad; pues la ingenuidad casi siempre corre a “nuestro favor”. 58 Más que el juicio desde nuestra “buena conciencia”, ayuda la postura de Jesús que quiere recuperar a todos, a los fariseos obcecados y escandalizados porque Jesús curaba en sábado y al paralítico: “mirándolos con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: ´Extiende la mano´. Él la extendió y quedó restablecida su mano” (Mc 3, 4-‐5). Estamos llamados a conjuntar ira y pena, contra la simple condena farisaica. 59 RONALD ROLHEISER, En busca de espiritualidad. Lineamientos para una espiritualidad cristiana del siglo XXI. Lumen. Buenos Aires, 2003, pp. 108-‐109. Sigo esta idea de Rolheiser.
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Pero la encarnación fue, y sigue siendo escándalo.
A propósito de los abusos, otro novicio dice:
“Sé que los célibes están manchados, pero no me voy a quedar contemplando la mancha que hay, quiero abrazar la castidad para entregarme más, para estar más dispuesto a Dios y a los otros. Sé que necesito siempre seguir creciendo en madurez y mirando a Jesús”.
5. CONCLUSIONES
Creo que el descubrimiento y aún la publicidad de estos abusos son en verdad algo bueno para nosotros:
1º. Los niños están más protegidos del abuso de los clérigos y religiosos. Esto es en verdad buena noticia para todos.
2º. Los abusos sexuales a menores expresan plásticamente lo peor que le puede pasar con su sexualidad, a una persona que se ha comprometido a vivir en castidad. Quizá antes estén otros abusos e incoherencias, pero esto va más allá. Nos avisa hasta dónde podemos llegar, como lo pretende san Ignacio con la contemplación del infierno. San Ignacio quiere que veamos cómo las pequeñas concesiones pueden ir llevando a la degradación y que experimentemos la misericordia de Dios y le demos “gracias, porque no me ha dejado caer en ninguna destas acabando mi vida. Asimismo, cómo hasta agora siempre ha tenido de mí tanta piedad y misericordia” [EE 71].
3º. Creo que es muy bueno para nosotros, saber que cualquier abuso sexual hacia un menor de edad, puede y debe ser castigado. La Iglesia Universal está caminando hacia la tolerancia cero a la manera de la Iglesia Norteamericana. Es bueno saber a qué atenernos, “para que, si del amor del Señor eterno me olvidare” [EE 71], la cárcel y la suspensión me lo recuerde.
4º. Estamos siendo observados. No tenemos que vivir nuestras relaciones para “dar buen ejemplo”, pero sí para ser el jesuita que quiero ser y que soy llamado a ser, sí para dar seguridad a las personas con las que convivo, a las que sirvo, con las que trabajo, etc.
5º. Estos hechos que ponen en tela de juicio al celibato y a la castidad, son también una oportunidad para reflexionar y profundizar en la vivencia de la castidad. El “desprestigio” del voto, nos ayuda a ver que no basta vivirla funcionalmente; pues si así fuera sería muy probable que la viviéramos como un sacrificio o como una dieta (estado de excepción que en cualquier momento voy a romper) y no como mi manera de amar.
6º. Se necesita humildad para pertenecer a la Iglesia, pero humildad de la buena, de la de los santos. “Humildad es andar en verdad”, decía Santa Teresa. Humildad no es “abajarnos” desde nuestro pedestal como si en verdad estuviéramos arriba; es más bien ponernos en nuestro lugar: el nivel de la tierra (humus). San Ignacio nos invita al tercer grado de humildad que, aunque sabemos que se refiere a tres grados de amor, usa la palabra humildad porque así como a nivel social lo mínimo del amor es la justicia, en nuestras relaciones lo mínimo del amor es la humildad. Sin humildad, nos gana el poder, el juicio, la descalificación; desde nuestro humus, sí podemos comprometernos con esta Iglesia y con la vivencia de la justicia en ella. Como decía Santa Catalina de Siena (que amó a la Iglesia y al Papa y nunca perdió la libertad para decirle a éste lo que tenía que decirle): “La perla de la justicia brilla mejor en la concha de la
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misericordia”. Nosotros también podemos trabajar por la justicia desde la compasión porque no somos totalmente puros.
7º. Falta un verdadero diálogo sobre la sexualidad entre la Iglesia y la gente de hoy. Los abusos de menores de parte de clérigos, nos pueden ayudar a tratar estos temas con más humildad y comprensión. También nos exigen expresar más la “fuerza mística” que nos impulsa a “elevar el listón” en materia sexual y a, aunque sea contracultural, decir de mejor manera cómo este es un camino verdadero de humanización.
En definitiva de lo que se trata es de vivir para lo que vivió Jesús y para lo que él nos dijo que vino a nosotros: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).
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NOTAS SOBRE AMBIENTE EPOCAL Y SEXUALIDAD
José Luis Serra Martínez, SJ
0. NOTA INTRODUCTORIA
Como tema de una reunión de la Comisión de Fortalecimiento Espiritual de la Provincia (COFORTE), decidimos estudiar la situación de la castidad en este momento. Uno de los temas fue la situación epocal frente a la sexualidad en general, y en concreto a la castidad. Como fruto de ello, recopilé una serie de notas de diversos autores sobre tres puntos: ambiente epocal, concepción de la mujer desde la vida religiosa, y el cambio en los límites. "Al presentar como materia de estudio a la COFORTE este extracto, vimos adecuado compartirlo a la Provincia. Como buen alumno de esta época, todo es 'Copiar y Pegar'. Por tanto, casi todo lo escrito son citas textuales de distintos autores. Sólo algunas palabras y frases para facilitar la lectura y casi todos los subtítulos son míos. Al final aparece la lista de artículos donde se hace la recopilación, los cuales los pueden encontrar en la página Web del Centro Ignaciano de Espiritualidad: www.ciemexico.com
I. SOBRE EL AMBIENTE EPOCAL
Atmósfera erotizada
La manera de vivir la sexualidad humana ha cambiado dramáticamente durante las últimas décadas. Nuestra cultura ha creado una atmósfera muy erotizada. En la televisión, en internet, en las calles de las ciudades, en las revistas y periódicos, en las vallas publicitarias..., aparecen de diferentes maneras imágenes eróticas, como carnada en el anzuelo de la publicidad, y como una mercancía valiosa en sí misma porque tiene un buen mercado. Muchas canciones modernas nos asaltan en transportes y salas de espera con un contenido erótico fuerte y explícito, sin necesidad de recurrir a la habilidad del doble sentido de otros tiempos, ni a las sutilezas de la picaresca. Con la erotización de la cultura, se ha extendido la práctica de una sexualidad sin trascendencia y sin compromiso. Para tener relaciones íntimas hoy se exige en muchas ocasiones que "sea sin compromiso", así como antes se exigía o se fingía un amor comprometido. Ningún signo de pertenencia libra hoy a los religiosos, especialmente a los jóvenes, de ser abordados directamente para entrar en este estilo de relación que es vista como lo más natural.
El hedonismo favorece este tipo de relaciones epidérmicas, y un cultivo exagerado de la apariencia. Narciso y sus exigentes espejos que miden tonalidades, gramos y centímetros, censuran implacables y someten las personas a la penitencia de dietas rigurosas y ejercicios duros. Esta cultura tiene de positivo que ha dejado de ver el cuerpo como un tabú que hay que ocultar, como algo maligno que hay que castigar porque oprime al espíritu. El cuerpo ha recuperado su dignidad pues está todo él informado por el espíritu. Es necesario amar al cuerpo como Dios creador lo ama y lo crea permanentemente, y cuidarlo para el amor y el trabajo. También la sexualidad humana ha recuperado su valor y su expresión en el amor de pareja y como dimensión presente en toda relación humana. La belleza, la salud, la sexualidad, son un
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don de Dios. El celibato religioso es posible cuando está fundamentado en un amor apasionado por Dios y su reino. Nuestra "indiferencia" (EE 23) ante la voluntad de Dios, tiene que convertirse en una "preferencia apasionada" por Dios y su Reino cuando descubrimos lo que el Señor nos propone. Se vive con el apoyo de la comunidad, dentro de una actitud apostólica creadora, y puede ser un signo de trascendencia y compromiso tanto para las parejas estables, como para tantas soledades atrapadas en sus fracasos afectivos de pareja. El desafío es aprender a mirar y a relacionarse con hombres y mujeres de otra manera, no según la perspectiva impuesta desde fuera por esta cultura erotizada. La información y la formación son insustituibles en las diferentes etapas de la vida, con sus peligros y sus posibilidades para vivir el celibato de manera creadora. Es indispensable dialogar con gran claridad sobre lo que a nivel afectivo sexual está implicado en cada relación que vamos viviendo, y tener bien claro dónde hemos puesto las fronteras de las renuncias inevitables.1
Vivimos en una sociedad que no brinda suficiente contención a las personas en todo lo que se refiere a la vida sexual. Hoy la contención debe provenir del mismo sujeto y de la adhesión que viva respecto a determinados valores. En la misma ciudad conviven muchos códigos y grupos heterogéneos. La integración no viene de fuera o promovida desde fuera. La persona debe hacer la integración de distintos códigos y referentes en grupos distintos en los que se relaciona y participa.2
Condicionamientos hereditarios, psico-‐biológicos, culturales
Es un hecho que en los seminarios y en las casas de formación parecen existir, y de hecho existen, candidatos con diversa orientación sexual: básicamente de tipo heterosexual y, en una cierta proporción, homosexual y bisexual. Nos puede ayudar a entender este dato una descripción: la persona humana como el resultado de una permanente interacción entre los factores biológicos, sicológicos, y socio ambientales que la van a conformar, además del factor trascendente de su relación con Dios y de la historia de sus propias decisiones.
Cómo contribuye cada uno de estos influjos a la formación e identidad final de la persona puede variar grandemente de un caso a otro. Pero todo ello va a influir en la formación de la identidad de la persona, su orientación sexual, y un determinado comportamiento en este campo.
Crecientes datos de las últimas investigaciones sugieren que nacemos con un substrato biológico-‐genético que puede estar referido más tarde a una específica orientación sexual. Otros datos también numerosos, desde el campo de la sicología, apuntan al hecho de que ciertos conflictos, problemas y heridas pueden dirigimos a cristalizar un determinado comportamiento y orientación. Y es igualmente claro que las influencias familiares, ambientales y socioculturales contribuyen a establecer la propia identidad sexual, y la aceptación o no de una definida orientación sexual en una cultura o sub cultura concretas. Sería una suma de todos estos factores, en combinación diversa para cada caso, la que conformaría la identidad sexual de cada persona.3
1 GONZÁLEZ BUELTA, BENJAMÍN. Nueva Cultura, Mística, Y Ascesis. Junio 2000 2DELEGADOS SJ DE FORMACIÓN DE AMÉRICA LATINA. Formación para la dimensión afectivo-‐sexual. Bogotá, 6 de Octubre de 2006. 3 La identidad sexual de una persona se compone de tres dimensiones: 1. -‐Identidad de género (tiene que ver con el sentirse hombre o mujer, como perteneciente al género masculino o femenino).2.-‐ Orientación sexual
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No parece que sea uno mismo quien elige su orientación sexual. Ciertos estudios y experiencias llegan a esta conclusión: los sentimientos sexuales emergen y se desarrollan psico-‐biológicamente, e interactúan a su vez con el ambiente y la experiencia socio-‐cultural que se absorbe durante la adolescencia. Por medio de un mutuo influjo se va conformando la identidad sexual. En nuestros días, especialmente, este proceso suele ocurrir antes de que la persona ingrese en el seminario o en la casa de formación. Un proceso que puede ir acompañado de vacilaciones. Pero al final de la adolescencia, o en su temprana adultez, una persona puede emerger ya con una determinada orientación sexual. Se plantea entonces un dilema: el joven puede aceptar, o no, su orientación sexual, por ejemplo homosexual. Si no la acepta, tal identidad le abruma y trata de rechazarla. La sexualidad se convierte, a partir de ese momento, en una fuente de vergüenza en vez de serlo de energía. No se quiere asumir, y se reprime. Reside aquí un posible primer desafío para el Programa de Formación. Si el estudiante quiere vivir una vida feliz y productiva tiene que ser capaz de asumir su propia orientación sin culpa ni vergüenza, y emprender el camino de canalizar la propia conducta sexual sin caer en la represión ni en síntomas obsesivo-‐compulsivos.4
La pobreza y la inestabilidad social de los pueblos latinoamericanos dejan muchas personas con carencias afectivas y cognitivas. La necesidad de tener vocaciones influye a veces en la disminución de exigencia en los criterios de selección. Además de carencias afectivas y traumas de su historia familiar, a veces hay límites cognitivos por un coeficiente intelectual menor que el promedio normal y una preparación académica con deficiencias. Una capacidad intelectual adecuada y una preparación académico-‐cultural proporcionan instrumentas para el crecimiento personal y el autoconocimiento. Los que sufren trastornos como la personalidad narcisista u obsesiva tendrán problemas en sus relaciones y en la adaptación a la realidad. Hay personas que han sufrido tanto en la niñez, que su autoestima y sus relaciones con los demás siempre serán problemáticas. El abuso, los traumas y las distorsiones en el proceso psicosexual pueden ser obstáculos para vivir el celibato. Si un joven de cualquier clase social no reúne requisitos psicológicos e intelectuales, es mejor que no sea admitido al seminario o a la comunidad religiosa. Y cuando se acepta a los candidatos debe verificarse que tengan la capacidad y el compromiso de hacer un esfuerzo para crecer en la vida espiritual, en la afectividad y en la vida intelectual. La selección de candidatos para la vida religiosa y el seminario es una pieza clave en la formación, y a largo plazo, en la calidad de vida de los que van a ser líderes en la Iglesia.5
Especialmente para los hombres, la afectividad es un reto. Los estereotipos de la masculinidad y la socialización tienden a producir hombres que no son conscientes de sus emociones y no saben manejar sus sentimientos. Hay un fantasma: que la afectividad es un asunto de la mujer, mientras que el hombre es racional, fuerte e independiente. Sin duda hay diferencias en cómo los sexos expresan la afectividad, pero el hombre es tan afectivo como la mujer. A veces la diferencia es que el hombre es menos consciente de lo que experimenta y no sabe cómo manejar sus emociones. Sin elaborar el tema de los desafíos de la masculinidad, es suficiente señalar la dificultad que muchos hombres tienen de mantener relaciones estables y cercanas con sus esposas e hijos. El mismo patrón de bloqueo afectivo y problemas de comunicación puede ocurrir en los grupos
(tiene que ver con el género de las personas que le atraen y le provocan excitación sexual, hombres o mujeres) 3.-‐ Intención sexual (tiene que ver con lo que la persona desea actualmente hacer con su contraparte sexual). En este artículo nos referimos más directamente a la segunda dimensión, la orientación sexual. 4 DIEGO, LUIS DE. Sexualidad y Formación para el Celibato. Pasos hacia un Programa Posible. Caracas, Febrero 2001. 5 FLAHERTY DUFFY, KEVIN. Espiritualidad, Afectividad e Integración Psicosexual en el Acompañamiento de Sacerdotes y Religiosas (os). Universidad Antonio Ruiz De Montoya, Lima, Perú, 2010.
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parroquiales. Patrones culturales de machismo se pueden convertir en clericalismo, y las relaciones interpersonales y pastorales quedan limitadas.
Muchos seminaristas proceden de familias donde la sexualidad es un tema tabú. Crecen con una mezcla de mensajes no examinados y recibidos de la familia, la cultura, y los medios de comunicación. A la vez que no han aprendido a hablar de la sexualidad, a veces han crecido en familias donde hay problemas matrimoniales: divorcio, infidelidad y machismo. La figura paterna con frecuencia está debilitada y, a veces, ausente en la familia. Los patrones culturales adquiridos presentan un estereotipo de hombre y su necesidad del sexo genital en formas que no son compatibles con la fe, con el matrimonio, ni con el celibato. Si uno no examina cómo es percibida la sexualidad en su entorno, y no hace el trabajo personal de entender su propia sexualidad, puede quedarse con una escisión entre lo que cree en un nivel intelectual y lo que ha asimilado de la familia y de la cultura. En la vida de algunos sacerdotes su discurso sobre la sexualidad está tomado directamente de las clases de teología moral, y por otro lado sus conductas y maneras de llevar la afectividad reflejan más los patrones familiares y culturales.6
Quizás no pueden soportar sus propios fantasmas en relación con el cuerpo como fuente de placer, como lugar de circulación de deseos y de inmensos goces, y mucho menos si se trata de un cuerpo femenino, diferente a aquel orientado exclusivamente hacia la maternidad en el contexto de una moral familista dominada por valores patriarcales.7
Así, estos condicionamientos pueden llegar a propiciar vocaciones con una alta dificultad para vivir una sexualidad sana; encontramos:
a) Personas que buscan en la opción, un refugio frente a su incapacidad de estar en la vida y en la comunidad, una especie de “envoltorio materno” del que carecieron
b) Personas con patologías c) Trastorno narcisista d) Perversiones e) Confusiones serias a nivel de identidad sexual f) Personalidad borderline, g) impulsiva h) Las patologías del “falso self” i) Personas con baja posibilidad de palabra, insight y comprensión de sí mismas y del mundo o de lo que
sustenta su aspiración. 8
Desafíos en un contexto plural
Cuando se dan condiciones de indiferencia o poca credibilidad eclesial, no resulta extraño que cada persona configure la conducta de acuerdo con sus criterios personales, que responden de ordinario a los que prevalecen en el ambiente social. Es una moral un poco a la carta, donde el único valor ético se reduce a no violentar a la otra persona. Lo demás queda reservado a la libre decisión de cada individuo, sin que nadie
6 FLAHERTY DUFFY, KEVIN. Op. cit. 7 THOMAS, FLORENCE. Psicoanálisis para el clero. Artículo en El Tiempo. Bogotá. Octubre 3, 2006. 8 URIBE, SOFÍA. Ideas para apoyar procesos de formación: Sexualidad, madurez de la personalidad y celibato desde la perspectiva psicoanalítica. Bogotá, 2006
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pueda imponer ninguna otra obligación. Es comprensible, por tanto, que la voz de la Iglesia no provoque ninguna resonancia.
El problema más doloroso se plantea con ese otro grupo más reducido de personas sinceras y comprometidas que, por una parte, buscan conservar su fidelidad a la Iglesia, a la que aman de verdad, y, por otra, no terminan de comprender en qué se fundamentan determinadas exigencias a las que se sienten obligadas sin un convencimiento interior. Cualquiera que esté en contacto con este mundo sabe muy bien que su desconcierto no es producto de la mala voluntad, de falta de lucidez o de una postura demasiado cómoda.
Nadie podrá negar que la imagen de la sexualidad presente en nuestra cultura tiene perfiles muy negativos. Al margen incluso de la fe, hay motivos suficientes para dar un grito de alerta contra tantas formas deshumanizadoras de actuar. Ante esto, existen algunos principios de reflexión y criterios de juicio que no se deben marginar.
Con la liberación sexual se han superado antiguas barreras, pero pagando el precio de una banalización de la sexualidad para convertirla en bien de consumo. Son pulsiones que se han de satisfacer, pero sin ningún otro significado ni contenido. Por ese camino, en lugar de maduración, progreso y equilibrio, el ambiente actual ha fomentado la regresión hacia una sexualidad infantil que sólo busca respuesta inmediata a una necesidad…
La sexualidad es una experiencia gratificante, gustosa, enriquecedora, complementaria, pero con una dimensión simbólica y unitiva que la hace auténticamente humana. El peligro, una vez más, es que se busque su utilidad y se ahogue su simbolismo… El amor, por su propia naturaleza, deja siempre una pequeña carencia, pues el respeto a la alteridad y diferencia de la otra persona impide que busque servirme de ella como respuesta satisfactoria a cualquier tipo de menesterosidad. Quedará siempre por llenar plenamente un resto que mantiene al deseo insatisfecho, como una promesa que nunca acaba de llegar. La aceptación de ese margen insatisfactorio será señal de que se la quiere y de que no se la utiliza.
La oferta de opciones en relación a los problemas éticos es tan amplia y contradictoria que se encuentran soluciones para todos los gustos e ideologías. Y si no hacemos un esfuerzo para fundamentar la racionalidad de nuestra doctrina, será muy difícil que despertemos el interés en los demás. La autoridad podrá exigir credibilidad cuando esté dispuesta a dar una explicación razonable de sus preceptos9.
Iglesia y Sociedad
No cabe duda que la relación entre la Iglesia y la sociedad ha cambiado. Éstos y muchos otros ejemplos lejanos y cercanos lo muestran, y reflejan un nuevo estado de cosas caracterizado, al menos en algunos aspectos, por la atención que acaparan las noticias escandalosas que involucran clérigos; pero también por el nuevo modo de ser sociedad en ámbitos jurídicos y políticos. Tanto los medios de comunicación como el nuevo orden público calan de modo tan profundo la conciencia de la sociedad que sin duda han modificado el modo como convive con la realidad en todos sus aspectos; desde luego se ha modificado también la visión del sacerdocio y de los sacerdotes. Vivimos un momento importante en la historia de nuestra patria, y también en el modo de ser sacerdotes católicos hoy. Sería absurdo que nosotros sacerdotes prestáramos atención a estos aspectos sólo
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por evitar las molestias del escándalo o por no vernos sometidos a procesos jurídicos por irresponsabilidad social. Hemos de buscar en todo momento más bien ser fieles a Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, a quien estamos configurados por la fuerza del sacramento del orden y prestar un servicio pastoral al Pueblo de Dios con la misma Caridad de Jesucristo; en este sentido debemos detenernos y reflexionar sobre algunos aspectos importantes que involucran nuestra conducta, particularmente en el ámbito sexual, de modo que podamos ejercer un ministerio eficaz, sereno, libre y gozoso.
Algunos factores que han contribuido de modo más directo a que la imagen del sacerdote esté entrando en una situación diferente a la de hace unos cuantos años: • El reconocimiento jurídico de la Iglesia por parte del estado mexicano. • El desarrollo de la libertad de expresión, con la consecuente disminución de la censura y la autocensura.
• La alimentación del morbo a amplios sectores de la sociedad por parte de algunos medios de comunicación.
• La irresponsabilidad de algunos medios que difunden gráficas ciertamente inmorales de accidentados o de figuras públicas en situaciones comprometedoras o penosas.
• La amplia difusión que se hizo a los casos de pedofilia en Estados Unidos. • La aparición y éxito de películas, como “El crimen del padre Amaro”. Estos y otros motivos externos han contribuido a que paulatinamente se vaya privando de su hálito etéreo a la figura del sacerdote; somos ahora tema de debate público. Con o sin respaldo en la realidad, no ya el ministerio, sino nuestros asuntos privados, sobre todo sexuales y judiciales, han sido puestos sobre la mesa pública. Podemos reconocer particularmente que nuestra vida sexual no es más un tabú, un misterio o asunto del que no se habla, sino tema de debate, más o menos serio, más o menos morboso; además, la sexualidad del sacerdote se ha convertido hoy en un buen negocio. Los efectos que se provocan en el corazón de un sacerdote sometido al escándalo público se constituyen en una prueba especialmente difícil y dolorosa, es verdadera cruz; solamente él, en soledad y en silencio, es capaz de experimentar sus repercusiones, haya o no haya responsabilidad personal. No podremos vivir nuestro sacerdocio sin esta nueva realidad, que sin duda está configurando el modo de ser sacerdotes hoy. Conjuntamente a los factores externos, existen algunos de índole específicamente eclesiástica: la misma figura sacerdotal y el estilo de ejercer nuestro ministerio se han ido transformando a partir del Vaticano II. Después de una crisis de identidad, que aún se hace presente de alguna manera, los sacerdotes tendemos ahora a ser más cercanos, a mostrarnos más directamente en relación con toda clase de personas, con nuestro temperamento, carácter y cultura propios y no sujetos a un patrón o modelo exteriormente impuesto; nos insertamos en realidades mundanas, tenemos acceso a información, a diversiones, a modas en el vestir y en el hablar; nuestro estilo general, menos clerical, es ahora más desenfadado. Así se ve al sacerdote y así nos tratan, para bien o para mal.10 Últimamente, la excesiva permisividad de los medios de comunicación y la inaceptable tendencia de los gobiernos a presentar como «normales» las relaciones sexuales entre adolescentes ha provocado un fuerte rechazo, tanto en la jerarquía católica como en la mayoría de los padres y formadores cristianos, que han visto en esta «campaña» una intromisión del gobierno en el peligroso terreno de la indoctrinación… La defensa que la Iglesia hizo en esta ocasión de la libertad de conciencia y de sus principios éticos con respecto a la sexualidad fue mal recibida, pero, salvo alguna excepción, nada retrógrada.
10 CERRA LUNA, JOSÉ LUIS. Reflexiones en torno a la conducta de los sacerdotes. Sacerdote de la Diócesis de Matamoros, Tams.
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En los medios católicos, las nuevas fronteras de lo inadmisible se sitúan hoy fundamentalmente en el aborto, la pornografía, la corrupción de menores, la violación. La homosexualidad misma, defendida por un gran número de personas, es tenida por menos mala a causa de su inevitabilidad de hecho, sobre todo cuando se tiene un caso en la propia familia. Lo que sí ha evolucionado claramente en las últimas décadas es la espiritualidad del matrimonio cristiano. Desde las minuciosas definiciones acerca del fin del matrimonio y de la legitimidad que se derivaba de este fin para los actos de unión sexual, todo ello muy reglamentado, hasta la actual visión cristiana de la unión espiritual y física de los cónyuges, existe una distancia considerable. Quiero llamar la atención, tras esta breve y parcial historia (cfr. Artículo entero), sobre el hecho de que, fuera de la trayectoria cristiana, no se ha encontrado nada de plenitud allí donde se afirmó haber terminado con las represiones privadoras de felicidad. En los medios literarios y artísticos sigue la obsesión permanente por el vacío en la relación interpersonal, el aburrimiento o hastío de la vida, la insuficiencia de una relación sexual para cimentar una vida feliz, etc.11 Homosexualidad y Condicionamientos actuales.
En la actualidad, sin embargo, la idea y la vivencia general de la sexualidad cambian de un modo sorprendente. También, por tanto, la valoración y la sensibilidad frente al fenómeno homosexual. Más en particular, y con relación a nuestro tema, llama poderosamente la atención la valoración que sobre ella hacen los jóvenes candidatos y candidatas a la vida religiosa o al sacerdocio. En los más de doscientos informes realizados por el «Centro de Psicoterapia "Francisco Suárez"» de Granada, son muy escasos los que ante el término homosexual muestran un juicio negativo o una valoración condenatoria. Por el contrario, la enjuician, en su práctica mayoría, como una tendencia diferente que expresa un modo normal de vivir la sexualidad.
Más significativa aún, en cuanto al cambio que se opera en nuestros días, resulta la emergencia de movimientos cristianos homófilos que se conciben como agrupaciones de vida consagrada. Es el caso de las «Fraternidades de la amistad», comunidades de sujetos homófilos que nacen en Barcelona en 1966 bajo la inspiración de la espiritualidad de Charles de Foucauld y Teresa de Lisieux, con una propuesta de castidad, pobreza y obediencia y con un proyecto apostólico de especial sensibilidad a la vindicación social y evangelización de la homotropía. Un grupo de características equivalentes existe también en Francia desde hace años. Se trata, sin duda, de un fenómeno singular y minoritario, pero que habría que valorar como un «emergente» de los replanteamientos y transformaciones que, sin duda, se están produciendo en las relaciones entre homosexualidad y vida religiosa o sacerdotal. Esos replanteamientos, no obstante, se enmarcan todavía dentro del amplio debate sobre el tema.
Cada vez de modo más explícito, la homosexualidad va siendo reconocida como una orientación sexual que la naturaleza permitió y que, en sí misma considerada, no afecta a la sanidad mental ni al recto comportamiento en el grupo social.12
11 BORREGO, ENRIQUE. Evolución de la ética sexual cristiana. Observaciones Puntuales. Revista Sal Terrae, Mayo 2000. 12 DOMÍNGUEZ MORANO, CARLOS. La homosexualidad en el sacerdocio y en la vida consagrada.
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II. CONCEPCION DE LA MUJER
La Mujer Cibernética
En nuestra sociedad capitalista, sociedad de consumo, el matrimonio llega a ser también un producto de usar y tirar, si pone en peligro la autonomía personal. Preferimos una conexión (internet o como si lo fuera: casuales, de un momento, con falsa o nula identificación) que una relación, sin involucrarnos, rodeados de fantasías, y fácil de concluir.
La Mujer Tabú
Para algunas personas, la formación en el seminario puede congelar el desarrollo psicosexual en el nivel de la madurez que se tuvo en el momento de su ingreso. Un sacerdote compartió con sorpresa las dificultades que tuvo en los primeros dos años después del seminario. En los seis años del seminario no había tenido razón de explorar su sexualidad. Le gustaban los estudios, los deportes, la fraternidad con sus compañeros y el ritmo de oración. Aceptaba las reglas estrictas de no tener contacto con mujeres, y su pastoral se limitaba a dos horas de catequesis con niños. El entusiasmo por el apostolado lo llevó muy bien durante el diaconado, pero seis meses después de la ordenación se involucró con una joven de 20 años. En el proceso de explorar su vida descubrió que no había aprendido los recursos para llevar la soledad y relacionarse sanamente en el ministerio.
Había postergado el crecimiento psicosexual y descubrió que necesitaba que hacer un trabajo de nivelación para relacionarse como un célibe adulto.
La Mujer Objeto
Hay en el sacerdote o religioso mucha ingenuidad o abuso en el cómo relacionarse con mujeres. No saben respetar los límites, mandan señales verbales y corporales ambiguas y hasta juegan con las emociones de las jóvenes. De vez en cuando se encuentra un donjuanismo clerical que es un estilo seductor que puede llevar a la persona a enredos emocionales o a traspasar los límites. El seminarista tiene que aprender a leer sus emociones y ser consciente de su estilo de relacionarse con las mujeres. Un estilo apropiado evita el machismo, el autoritarismo y el temor a las mujeres. Sin posturas ambiguas uno intenta lograr un trato de igualdad y respeto.13
La Mujer Compleja
A pesar de nuestro trato continuo con mujeres de toda edad y condición, y de la ayuda pastoral que les ofrecemos, es cierto que la personalidad de la mujer es muy compleja, en gran medida difícil de comprender, incluso para nosotros, sus pastores. Junto a admirables cualidades que poseen tantas mujeres que nos rodean, es cierto que también encontramos en muchas de ellas necesidades afectivas que buscan satisfacer en
13 FLAHERTY, KEVIN. Op. Cit.
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nuestros brazos o que manejan con dificultad o salen de su control; encontramos mujeres dominantes, chantajistas, seductoras, intrigantes o manipuladoras.14
La Relación Sana con la Mujer
En la amistad entre hombres y mujeres, donde uno es para otro objeto de deseo, hay una perentoriedad que determina la frecuencia del contacto y una fuente que es el deseo del vínculo, que puede tener el sustrato corporal de la proximidad y contacto físico, pero que excluye lo genital.15
En la vida de los sacerdotes existen amistades femeninas, dentro y fuera del contexto pastoral. Cuando estas amistades se dan en un ambiente de sana relación y distancia prudente, la riqueza puede ser muy grande. Es bueno y hasta necesario tener amigas por las que el sacerdote tenga un afecto particular: niñas, jóvenes, solteras, casadas, viudas, ancianas, consagradas; nuestra propia madre, hermanas, cuñadas, primas, sobrinas; también mujeres pobres, acomodadas, profesionales o limitadas intelectualmente, sanas o enfermas, atractivas o no tanto. El cariño de una mujer por nosotros y el afecto que podamos ofrecerle son elementos imprescindibles de nuestra estabilidad emocional, de nuestra identidad como varones, de nuestra condición de cristianos y sacerdotes y es de gran bendición también para ella. La complementariedad heterosexual no se elimina con el celibato.
No cabe duda que existe una relación directamente proporcional entre el grado y profundidad de nuestra madurez o de nuestras inconsistencias y el tipo de relación que podamos sostener con la mujer: a mayor madurez, más enriquecedora la relación; a mayor inconsistencia, mayor será la conflictividad y más fácil será caer en situaciones extremas. Un sacerdote maduro y una mujer madura pueden amarse intensamente, no incluir en su relación ninguna actitud o conducta sexualizada y no depender enfermizamente uno de otro; una relación basada en inconsistencias de uno y/u otra conducirá a frustración, fracaso personal y situaciones pastorales lamentables. 16
Homosexualidad
Una de las resistencias más habituales frente a la idea de integrar a sujetos homosexuales en el campo de la vida consagrada o sacerdotal radica, en efecto, en ese fantasma de que un sujeto homosexual que hace su vida cotidiana rodeado de personas de su mismo sexo tenderá, de modo inevitable, a vincularse eróticamente con los miembros de su comunidad. Los datos que se pueden obtener, sin embargo, desmienten que tal tipo de problemas se dé realmente. Por lo general, el sujeto homosexual se autolimita de modo espontáneo, evitando dirigir su interés erótico hacia sujetos heterosexuales de los que poco puede esperar, del mismo modo que en el campo heterosexual hay también una autolimitación en el mismo sentido en las relaciones con el otro sexo, ya sea en razón de su estado (de matrimonio o consagración religiosa) o por razones de otra índole. Tan sólo sujetos particularmente inmaduros impregnan de erotismo toda relación con el sexo que les atrae.17
14 CERRA LUNA, JOSÉ LUIS. Op. Cit. 15 URIBE, SOFÍA. Op. Cit. 16 CERRA LUNA, JOSÉ LUIS. Op. cit. 17 DOMÍNGUEZ MORANO, CARLOS. Op. Cit.
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III. LOS LIMITES PARA UNA VIVENCIA ADECUADA DEL CELIBATO
Celibato Pasivo Y Celibato Activo
El celibato tiene que ser asumido activamente en vez de ser aceptado pasivamente. El celibato pasivo es percibido como algo impuesto extrínsecamente, y entendido en términos negativos, de lo que no se debe hacer. El seminarista o sacerdote acepta el celibato como requisito para la ordenación. Su enfoque está en lo que no puede hacer según los mandamientos y el juicio de la opinión pública. Muchas veces asume el compromiso sin mayor conciencia del precio de la soledad ni del esfuerzo necesario para lograr una integración afectiva. A veces el sacerdote intenta compensar su falta de intimidad y expresión genital con el poder o con la seguridad material. Mientras algunos sacerdotes logran aceptar los límites y dedicarse a su vida ministerial, otros seminaristas y sacerdotes caen en un continuum de comportamientos no apropiados, desde relaciones ambiguas y coqueteos, hasta relaciones de pareja y familias ocultas. Las faltas contra el celibato son enmascaradas y racionalizadas con diferentes argumentos y mecanismos de defensa.
El celibato activo, en cambio, es el compromiso de aprender a relacionarse por medio del celibato. Se respetan los límites desde una decisión intrínseca a centrar la propia afectividad en la relación con el Señor y en el servicio a los demás. La oración y la atención a la vida interior y relacional sirven para ser consciente del celibato como un camino progresivo que va evolucionando en las diferentes etapas de la vida adulta. La opción por el celibato del sacerdote diocesano está vinculada a la ordenación, pero es una distinta a un discernimiento y a la voluntad de responder a una gracia coherente con las capacidades personales. Uno necesita configurar su vida con un sentido de equilibrio, con el desarrollo de capacidades personales y con el apoyo de relaciones interpersonales. Una vida interior, la capacidad de valorar sus momentos de soledad y la disciplina de conducir sus deseos sexuales se combinan con la capacidad de entregarse al trabajo pastoral.18
Pasos Para Favorecer Un Celibato Activo Válido
Se trata de generar alternativas de sublimación que implican la asunción de la tarea activa de la integración de la personalidad, con su consecuente madurez. Así, es un dar herramientas que favorezcan la ejecución de la tarea que es tan larga, como la existencia misma. En la cual hay que:
a) Estar en condiciones de realizar tareas de desacomodación y acomodación: Como la vida cambia, el sujeto tiene que hacer procesos de acomodación a lo largo de ella, ajustando su realidad interna, en contacto con la realidad externa. Es un ir utilizando recursos y construyendo potencialidades, de acuerdo con las diferentes exigencias vitales. También, poder “armonizar” así sea temporalmente las diferentes instancias de la personalidad, desde la propia mismidad auténtica; reduciendo las escisiones a su mínimo, ya que estas son evidencia de conflicto.
b) La capacidad de diferenciación: Que es reconocer qué es lo propio y discriminarlo de lo externo, aceptando los propios límites sin volcar lo propio en el afuera, distorsionando las cosas. A mayor diferenciación, mayor objetividad y posibilidad de hacerse cargo de forma responsable por lo que es de cada quien.
18 FLAHERTY, KEVIN
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c) La posibilidad de esperar y de pensar: Que son de gran ayuda para entrar y mantener la opción, ya que implican tolerancia, disminución de la impulsividad y capacidad de adecuar la conducta de conformidad a la realidad, que en este caso ha sido libre y voluntariamente aceptada. Vale la pena recordar aquí a Freud, quien enseñaba que la frustración y el aplazamiento son la base del pensamiento y de la fantasía. Entre más espacio se gane entre el impulso y su descarga, van a existir mayores posibilidades de transformación y de sublimación.
d) La plasticidad en el uso de los mecanismos de defensa: Los necesitamos porque son adaptativos respecto de la realidad; pero si siempre se acude a los mismos de forma rígida, se termina empobreciendo el funcionamiento psíquico, o siendo indicadores de problemas psicopatológicos.
e) La capacidad de interesarse por la vida y querer muchas personas, ideas, lugares… El psicoanálisis es claro en sostener que la falta de amor y el no poder amar, enferma. Por eso, sujetos “desapegados afectivamente”, “invulnerables” están manifestando claras muestras de dificultades emocionales.
f) La capacidad de estar solo: Muy trabajada por el psicoanalista D. Winnicott, quien plantea que “capacidad” es poder sostener y contener lo propio. Así, logra estar solo quien ha sido o es lo suficientemente acompañado, como para que la ausencia física no rompa la confianza en esos vínculos, por medio de los cuales, el mundo interno está habitado de afectos e igualmente, la persona se sabe amada y sostenida por otros, aunque no estén allí, en un momento determinado.
g) La capacidad de fantasía y de creación de “espacios de ilusión”: Siguiendo las ideas de Winnicott, quien ve en la posibilidad de tejer un puente entre la fantasía y la realidad, la sede de la creatividad, de la construcción de alternativas para mejorar lo existente y el desarrollo de las propias potencialidades; desde el reconocimiento claro de lo que es y lo que no es.19
José Luis Cerra, presenta una serie de normas prácticas que pueden ayudar a poner límites en la relación sacerdote/mujer. Las agrego al final en el Anexo 1.
Radicalismo Evangélico
El radicalismo evangélico no exige estar en el cuadro de honor o sacar buena nota en conducta, como los niños en el colegio. Lo que nos pide es una orientación de signo diferente. Llaman la atención las valoraciones tan diferentes que se dan sobre la riqueza y el sexo en los evangelios y en nuestra moral. Las afirmaciones de Jesús contra las primeras son de una crudeza impresionante, pero hemos elaborado una ética económica tan benévola y comprensiva que nadie parece condenarse por mucho dinero que amontone. Sin embargo, su comportamiento frente a los fallos sexuales manifestaba comprensión y esperanza, mientras que nosotros defendíamos que en este campo el más mínimo tropiezo constituía un pecado grave. Se hace difícil comprender por qué en este terreno no puede darse un más y un menos, como en otras actuaciones de la persona.
Hay que distinguir entre lo que es pecaminoso y lo que es fruto de una responsabilidad condicionada. La dificultad práctica, sin embargo, radica en medir el grado de esa fuerza irresistible que aparentemente doblega, cuando, en tales circunstancias, queda siempre un espacio para la cooperación libre, donde se hacen presentes la cobardía, la falta de tensión o la comodidad excesiva. A pesar de todo, la tarea no es sencilla frente a una cultura que valora el sexo por su capacidad lúdica y gratificante. Pero, al menos para la gente que busca luz y orientación en la ética cristiana, habría que hacer un gran esfuerzo para hacer ésta comprensible y razonable.
19 URIBE, SOFÍA. Op cit.
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Incluso cuando hay que defender una verdad como absoluta, el individuo camina, a veces, a un ritmo más lento y cansino por circunstancias especiales. La ley de la gradualidad, que el mismo Juan Pablo II acepta e interpreta se hace más necesaria en este campo. Frente a la debilidad humana, siempre me pregunto cuál sería la mirada de Jesús y qué sentimientos se despertarían en su corazón.20
Límites Dentro De Un Proceso De Formación Religiosa
El Programa de Formación debería ofrecer un clima abierto a la comunicación, no provocador ni falto de respeto. La creación de este clima es responsabilidad prioritaria de los formadores. Un ambiente que pueda servir de soporte y ayuda, pero que no evada, cuando sea necesario, una toma de decisiones de tipo moral.
Las comunidades de formación pueden convertirse en un buen laboratorio de discernimiento sobre la capacidad personal para vivir sanamente el celibato. La vivencia comunitaria debería abarcar:
Un abierto diálogo grupal sobre estos temas, -‐un acompañamiento espiritual -‐una adecuada información y formación moral, -‐un acompañamiento sicológico personal cuando se sienta necesario.
Para poder hablar de estos temas, y otros parecidos, es importante que la comunidad formadora propicie la ocasión y el clima para dialogar abiertamente sobre ellos, y explorar los diversos sentimientos que suscitan. De lo contrario, las actitudes negativas pueden ir profundizándose llevando a la persona hacia la depresión y el ocultamiento21. Mientras que actitudes "ignorantes" de los formadores, o más permisivas, pueden terminar en una práctica experimental y promiscua.22
A lo que apunta el proceso de formación afectivo-‐sexual es que los jesuitas puedan vivir su consagración religiosa y vida celibataria, no meramente como disponibilidad funcional y disciplinaria, sino como un camino que posibilita una relación vital y profunda con Dios y los hermanos. En este sentido, debemos subrayar que la energía sexual puede ser canalizada hacia la vida espiritual. La continencia sexual es una opción válida como camino hacia Dios. No es un asunto de tiempo o de disponibilidad apostólica, sino que lo fundamental es una forma de canalizar la energía con miras a la búsqueda de Dios que se verifica como realización personal y entrega generosa al prójimo. El celibato no es funcional; el motivo fundamental es espiritual, una forma de profundizar la comunión con Dios. El desafío es cómo promover una espiritualidad que incorpore y no ignore la dimensión sexual de todo ser humano.23
Limites Con Respecto A La Homosexualidad
Una cuestión específica para los sujetos homoeróticos consagrados o sacerdotes radicará siempre en que esa orientación sexual, que afecta de modo decisivo a la propia identidad, no se alce, sin embargo, como su eje o referencia fundamental. La formación tendrá una tarea importante en lograr que la orientación sexual no se 20 LÓPEZ AZPITARTE. Op cit 21 En el caso una orientación de tipo homosexual hay tres indicaciones importantes a seguir por el interesado:1.-‐ Aceptarla y reconocerla sin angustias ni negaciones. 2.-‐ Comunicarlo con alguien al nivel de consejo, tutoría o dirección espiritual. Sentir el apoyo personal es muy importante. 3.-‐ Para poder vivirla sanamente no es necesario manifestarla o declararla públicamente. 22 DIEGO, LUIS DE. Op. Cit. 23 DELEGADOS SJ DE FORMACIÓN EN AMÉRICA LATINA. Op. Cit.
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convierta en el elemento central de la propia identidad, sino que llegue a ser tan sólo un elemento que forma parte de una identidad más fundamental, que es la de seguidor de Jesús en el proyecto de construcción del Reino. Favorecer la manifestación de los conflictos vitales del sujeto asociados a su orientación sexual e indagar en las motivaciones vocacionales profundas de su vocación deberán constituir, entonces, elementos esenciales del acompañamiento personal.
Particular atención habría también que mostrar ante los casos relativamente frecuentes de sujetos que, con una conflictividad homosexual de fondo, pretenden escapar a ella mediante el logro de una identidad nueva como religioso, religiosa o sacerdote. La intensidad emocional que acompaña los momentos iniciales de una vocación contribuye muchas veces al «éxito» de este propósito, dejando encubierta la identidad conflictiva original. Este peligro es tanto mayor si tenemos en cuenta que, con demasiada frecuencia, los sujetos que inician un proyecto vocacional pueden distar mucho de haber clarificado suficientemente su auténtica identidad psicosexual.
Una situación diferente se ofrece en los casos en que se ha dado una previa práctica sexual relevante (particularmente, si ésta ha tenido un carácter marcado por la compulsividad). Ciertamente, ahí encontramos una dificultad mayor para proponerse una vida celibataria. Cuando la represión ha jugado un papel preponderante, y los diques que ésta creó se rompen, los obligados procesos de sublimación difícilmente podrán llegar a establecerse.24
En ese sentido, creo sinceramente que cada joven seminarista debería terminar su formación con cuatro o Cinco años obligatorios de psicoanálisis, que, tal vez, le permitirían aclarar sus miradas sobre el inmenso problema relativo a una sexualidad que, durante su largo sacerdocio, tendrá que aprender a negar a pesar de su persistente presencia. El psicoanalista podría proporcionarles herramientas para encauzar fantasmas sexuales y sublimados de alguna manera.25
24 DOMÍNGUEZ MORANO, CARLOS. Op. Cit. 25 THOMAS FLORENCE. Op. Cit.
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ANEXO 1
Es necesario tener pautas de conducta en nuestro trato con mujeres adultas, solteras o casadas:
1. Es necesario ser siempre caballerosos, respetuosos y atentos en nuestro trato con ellas, como corresponde a un hombre educado y a un pastor.
2. Conviene no sólo evitar, sino suprimir absolutamente del trato pastoral y amistoso con las mujeres todo comentario de contenido implícita o explícitamente sexual; sobre todo los que hagan referencia a descripciones de sus personas o de su cuerpo.
3. Debe haber un conocimiento y aceptación maduros de nuestra realidad personal, de nuestras normales necesidades fisiológicas y afectivas, a veces galopantes, pero especialmente de aquellas dimensiones inconsistentes que puedan hacernos vulnerables en relación con la mujer: falta de estima baja o control de impulsos, etc.
4. Debemos hacernos expertos en reconocer las inconsistencias que las mujeres puedan presentar en su relación con nosotros y llegar a adquirir una habilidad profesional para su manejo, de modo inteligente, sereno, respetuoso y digno.
5. Hemos de ser conscientes de la expresión visual. Cuidemos hacia qué partes de la mujer dirigimos nuestra mirada.
6. Es reprobable hacer uso de chantajes o manipulación de tipo afectivo, sobre todo con mujeres emocionalmente vulnerables; nunca es justificable hacer comentarios como: “es muy difícil la vida del celibato”, “a veces me siento muy solo”, “soy hombre y tengo mis necesidades”, “soy hombre y yo a ti te veo como mujer”, “a veces me hace tanta falta una mujer a mi lado”, “tú eres diferente”, “contigo me siento muy bien”.
7. Hemos de evitar a toda costa ser manipulados o chantajeados afectiva y/o sexualmente por alguna mujer. Ceder a la manipulación o al chantaje es entregar involuntariamente nuestros sentimientos y emociones; generalmente, en un segundo momento, supeditaremos también nuestra inteligencia. Al ser manipulados o chantajeados manifestamos una personalidad poco integrada, débil y ciertamente inmadura. Siempre debemos ser dueños de nuestros afectos y deseos.
8. En los momentos de especial estrés, frustración o soledad, lejos de buscar a una mujer en particular hemos de procurar ambientes favorables, familiares, mixtos o, mejor, sacerdotales.
9. De ninguna manera resulta conveniente buscar compañía femenina cuando estemos bajo el efecto del alcohol. Con mayor razón es necesario evitar consumir alcohol en compañía de una mujer.
10. Los encuentros que se sostengan con una mujer en particular deben estar siempre limitados en duración y deben hacerse en lugares accesibles y de preferencia visibles.
11. Fuera de familiares inmediatos, ninguna mujer puede vivir en la casa parroquial. 12. Debe evitarse que haya alguna mujer que tenga copia de las llaves de casa parroquial, a excepción,
quizá, de la persona del aseo y de la comida. Convendría que ni siquiera ella la tuviera. Si por razón de conveniencia alguna mujer tuviera llaves, su permanencia en la casa debe ser limitada.
13. Estimemos nuestro cuarto como nuestro ámbito más privado. No conviene recibir gente ahí, ni mujeres, ni hombres, ni adolescentes, ni niños.
14. Debemos verificar con regularidad el número de visitas que hagamos o nos haga determinada mujer; revisar la frecuencia y duración de llamadas telefónicas; hacer sincero examen de conciencia sobre el lugar que alguna amistad femenina ocupe en nuestro afecto.
15. Conviene siempre recordar que el liderazgo de la comunidad corresponde al sacerdote como pastor y que el peso de la actividad pastoral y/o administrativa no debe recaer en manos de una mujer en particular.
16. En nuestros diálogos de dirección espiritual personal y en la amistad con sacerdotes se debe incluir siempre el tema de nuestra afectividad y sexualidad, de modo claro, honesto y preciso.
17. Resulta imprudente viajar a solas con una mujer. 18. No es sensato permitir que una mujer conduzca el vehículo particular del sacerdote.
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19. No hacer regalos que despierten expectativas afectivas: flores, peluches, joyas y menos, ropa interior u objetos sexuales.
20. En caso de tener amistad con una mujer casada, debemos buscar también la amistad con el esposo y los hijos.
21. Si el sacerdote se descubre enamorado de una mujer en particular debe aplicar especial cuidado en el trato que tenga con ella. Conviene que nunca, bajo ninguna circunstancia, le manifieste sus sentimientos.
22. El sacerdote debe estar preparado a que alguna mujer le manifieste sentimientos de enamoramiento, y que sea capaz de mantener una adecuada distancia pastoral, siempre con respeto, delicadeza e inteligencia.
23. Nunca digas: “no, yo no”; todos somos susceptibles a tener tentaciones y caídas. 24. Es muy importante ser comprensivos con nuestros compañeros, pero no cómplices; hemos de ayudarlos
en la medida de lo posible.
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ANEXO 2.
Bibliografía:
01 DIEGO, LUIS DE SJ, Sexualidad y formación para el Celibato. Pasos hacia un programa posible. febrero 2001.
02 GONZÁLEZ BUELTA, BENJAMÍN. Nueva Cultura, Mística y Ascesis. Junio 2000.
03 FEELY, TOM. First studies in the US Assistancy. (El acompañamiento afectivo sexual en la Asistencia de Estados Unidos).
04 URIBE, SOFÍA DRA. Ideas para apoyar los procesos de formación: sexualidad, madurez de la personalidad y celibato desde la perspectiva psicoanalítica. Octubre 2006.
05 Introducción a la formación para la dimensión afectivo-‐sexual. Delegados de formación de AL, octubre 2006.
06 Desarrollo afectivo-‐sexual a lo largo de las etapas de formación (cuadro). Delegados de formación de AL, octubre 2006.
07 CERRA LUNA, JOSÉ LUIS. Reflexiones en torno a la conducta de los sacerdotes. Copias. Matamoros, Tams.
08 FLAHERTY, KEVIN SJ. Espiritualidad, afectividad e integración psicosexual en el acompañamiento de sacerdotes o religiosas.
09 BORREGO, ENRIQUE. Evolución de la ética sexual cristiana. Observaciones Puntuales. Revista Sal Terrae, Mayo 2000.
10 DOMÍNGUEZ MORANO, CARLOS. La Homosexualidad en el Sacerdocio.
11 THOMAS, FLORENCE. Psicoanálisis para el clero. Periódico El Tiempo. Bogotá, Octubre 2006.
12 Respetar los límites, mantener las relaciones ministeriales sanas y santas. (EU)
13 DOMÍNGUEZ MORANO, CARLOS. Sublimar la sexualidad: la aventura del celibato cristiano. Sal Terrae, Mayo 2000
14 LÓPEZ AZPITARTE, EDUARDO. Iglesia y Sexualidad. El desafío del Pluralismo. Revista Sal Terrae, Mayo 2000.
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