reflexion homiletico-teologica lc 1, 39-56
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Una reflexión homilético-teológica en
FESTIVIDAD DE LA ASUNCION DE LA VIRGEN
a partir de Lc 1, 39-56 (evangelio de la fecha)
P. Mario Alejandro Arias
En este relato estamos frente a dos mujeres en igualdad de condiciones: una virgen y la otra
anciana. Lo que las identifica a las dos es que ambas parecen impedidas para procrear. Una
por su situación de virginidad, otra por su situación de ancianidad. Ellas hacen parte de los
pobres de Israel, con posibilidad de ser discriminadas a causa de no generar prole. Lo que el
Señor realiza en ellas, es precisamente su elección y su manifestación que el puede hacer lo
imposible para los hombres. De ahí que podamos deducir, que si para Dios es posible hacer
que una anciana ya estéril, pueda engendrar, pues no le será absolutamente imposible hacer
que la Virgen María, siendo virgen pueda dar a luz al Verbo Encarnado.
v.v 39-40
Maria quiere ir “en esos días”, es una expresión que indica que ella se mueve en un momento
determinado de la historia de la salvación. Así lo prefiere Lucas. Su visita a Isabel, sucede
inmediatamente después del anuncio del Ángel, allí donde ella se ha autodenominado la
sierva del Señor. En el cantico, volverá a aparecer esa denominación: “porque ha mirado
la humillación de su sierva” (cfr. 1, 38.48).
La prisa de Maria, pretende llegar rápido a ver a Isabel que está en cinta, situación que será
signo de la suya propia. No va porque tenga dudas, porque ella es la “dichosa que ha creído”
(1, 45); tampoco va como se dice comúnmente solo por motivaciones altruistas: el deseo de
ayudar a Isabel. No tiene ningún sentido decir que va para ayudarla, llegando al sexto mes,
y luego, a los tres meses, a punto de que nazca Juan Bautista, ella diga “me voy” (1, 36), ¿y
esto por qué? Lucas quiere llamar la atención de sus lectores, que puedan ellos ver que el
signo se ha cumplido, pero además, que pueda Isabel constatar el embarazo de María. Ella
se dirige a la región montañosa, pero la mención de las montañas y la mención de Judea,
pueden tener aquí un profundo significado. Raymond Brown, piensa que mencionar las
montañas de Judea y no mencionar a Jerusalén, parece desproporcionado. En suma, el
evangelista estaría recordando a sus lectores que la salvación en su nuevo horizonte, no
empieza por Jerusalén y sus instituciones, sino por la humildad de parajes sin trayectoria
histórica, pero si teológica como Judea, Belén, etc. El nombre Judea es helenizado, y Maria
ha atravesado desde Galilea hasta Judea pasando por Samaria (cuatro días de camino), sin
tener que recordar los peligros propios de tal travesía. Lo que interesa a Lucas es que sea
escuchada la confesión de Isabel y el canto de María.
La mujer, determinada por la figura de Maria e Isabel, se vuelve la protagonista. Aquí no se
menciona a José, Zacarías ni siquiera es saludado, a pesar de que María entró en “la casa de
Zacarías”.
v. 41
Lo que verdaderamente interesa a Lucas, es mostrar a la V. María, con cuya voz estremece a
Isabel y al hijo que lleva en su vientre. Aunque no se diga cómo es el saludo de ambas
mujeres, lo que marca realmente ese saludo es la voz de María.
La creatura salta en el vientre, y esto tiene varios modos de interpretarse: desde dentro del
mismo texto, ya se le había anunciado a Zacarías que el niño sería lleno del Espíritu Santo
en las entrañas de la madre (1, 15), luego hace referencia al salto de dos hermanos en el
vientre materno, Jacob y Esaú en la entrañas de Rebeca (Gn 25, 22), y algunos hacen
referencia a la condición de David, quien después de recuperar el Arca de la Alianza de
manos de los filisteos, baila y salta de gozo. Juan Bautista ha percibido la presencia del
Mesías, gracias al encuentro de María con Isabel, así como David ha danzado ante el Arca.
Razón justificable para ver aquí como la tradición cristiana llama a la Virgen María “Arca de
la Alianza”. Posteriormente se nos da a entender que es el Espíritu Santo es quien ha llenado
a Isabel y a su hijo, hasta el punto de exclamar gozosamente ante la presencia de María.
Juan será profeta, y eso sucede también con su madre al encontrar a la madre del Redentor.
El signo de su profecía son sus saltos, expresiones propias de quien aún no puede comunicar
ningún anuncio. Marcos 1, 1 se quedó corto al poner a Juan anunciando al Mesías en el
desierto; Lucas lo pone incluso antes de nacer expresando en sus gestos el encuentro con el
Mesías.
Estando frente a Isabel María puede constatar que la señal se le había dado.
v. 42-45
Isabel no está respondiendo al saludo de María, más bien, la está alabando, una poderosa
alabanza sellada con un grito, y la alegría y el gozo de Isabel no le permiten callarse (así, es
ella sujeto y protagonista del dialogo hasta el v. 45). El término que define esa exultación en
saltos de jubilo, es muy usado por Lucas en toda su obra (Lc 1, 14.44; Hch 2, 46 sustantivo;
Lc 1, 47; 10, 21; Hch 2, 26 verbo). Ese mismo salto de alegría estará en boca de Maria
en el Magnificat en 1, 47: “salta de gozo mi espíritu”.
La composición lucana, permite entrever que el adjetivo “bendita”, no se corresponde con el
adjetivo “bendito” que se dirige a Dios. Sabe el evangelista que la condición bendecida de
María no la pone al nivel de una igualdad respecto a Dios, ni siquiera por llevar al Hijo del
Padre celestial en su seno. Pero al decir “entre las mujeres”, si está diciendo de manera
superlativa, que María es entre las mujeres la más bendita de todas (cfr. Juec 5, 24).
Además también se dice de Jesús que él es bendecido, porque es el fruto de las entrañas de
María. El mismo Lucas se encargará de recordar que la grandeza de la madre depende de la
grandeza del Hijo, pues con su pecho le alimentó y en su seno lo llevó (Lc 11, 27), y al revés,
por la grandeza de Jesús se alaba la grandeza de la madre. Si de ambos se dice “benditos”,
en aquella misma explicitación humana, es porque la misma bendición divina que entraña
Jesús, la entraña María que lo lleva en sus entrañas. Y así, por el Espíritu Santo, Isabel ha
sabido quién es la creatura que María lleva en su vientre virginal.
La gozosa expresión de Isabel, es mucho más que la explicitación de un momento
sicológicamente emotivo: al utilizar el apelativo “mi Señor”, Isabel esta reconociendo nada
más y nada menos que a la madre de Dios. El Kyrios “Señor”, es el nombre aplicado a Dios
desde la versión griega de los LXX, esa es la teología preferida de Lucas (31x), como aparece
aquí evidenciado, y la vocación del Bautista se ve perfilada: mientras Isabel reconoce la
identidad de María, Juan Bautista reconocerá y señalará en un futuro no lejano, al cordero de
Dios.
La expresión, “de dónde a mi que me visite el Señor”, halla su respaldo en 2Sam 6, 9 y 2Sam
24, 21, y de nuevo, el contexto de aquellas citaciones se mueve en torno al Arca de la Alianza.
Pero no solo eso, hemos de recordar la figura de la reina Madre, que alcanza su mayor nivel
de expresión teológica en los libros de Reyes, cuando el reino salomónico se ha dividido:
mientras las madres de los reyes del Reino del Norte no son mencionadas, las madres de los
reyes del Reino del Sur, aparecen frecuentemente, y ello se transforma en un poderoso
precedente, que perfila la presencia de María como madre del rey que anuncia el Reino.
Por primera vez en toda su obra, Lucas manifiesta a María como la bienaventurada
(“Dichosa”), ¿cuál es el motivo? La fe con la cual María recibió el saludo del Ángel y por el
cual recibió el encargo de ser la Madre del Señor. María es dichosa “porque ella ha creído”,
en contraste con Zacarías (Lc 1, 20 “por cuanto no creíste…”). Recordemos que Lucas nos
pone en paralelo ambos personajes, e incluso cada uno hace su propio cántico. La primera
alianza, representada en Zacarías sacerdote, se queda muda, sólo puede hablar por la boca de
una mujer anciana Isabel; ante la segunda Alianza, determinada por el “sí” de la primera
creyente de la Iglesia antes de la Iglesia. Maria confirmará las palabras de Isabel, al
entonar el cantico del Magnificat, diciendo “bienaventurada me llamarán todas las
generaciones” (1, 48). La acción poderosa de Dios, se ha realizado en un horizonte
superior: no solo bendita entre todas las mujeres, sino que en ella serán reconocidas las
alabanzas de su Salvador por todas las generaciones. Se pasa de todas las mujeres a
todas las generaciones. Se inicia de este modo una etapa totalmente nueva (“desde
ahora” Lc 5, 10; 12, 52; 22, 18.69; Hch 18, 6).
Los conocedores del texto prefieren decir que la expresión de la bienaventuranza de María,
no responde a un “porque” sino a un “que”, es decir, María no es dichosa porque creyó, sino
que la dicha y el gozo de María vienen ya desde mucho antes, incluso antes de que el Ángel
le dijera “Alégrate”. Por eso, sobresale decir “Dichosa tu que has creído”. La alegría de
María es anterior al anuncio.
Y ya que estamos resaltando las expresiones que el contexto anterior contiene para preparar
el cántico, valdría la pena mirar cómo se realiza esa encarnación humana del Divino en el
seno virginal: 1, 35 habla del “Santo que va a nacer” y recibirá un nombre (Hijo de Dios).
La realidad de la concepción no recae sobre el nombre que recibirá sino sobre el Santo que
es. En 1, 49 María confirmará inspirada “Su nombre es Santo”. El nombre de la realidad
divina que se encarna en el vientre materno de la Sierva del Señor, no es el de “Hijo de Dios”,
título mesiánico que podía depender de las tergiversadas interpretaciones religioso-políticas
de la época. Muy otra cosa es el nombre del Señor, que en el mismo v. 49 es el Poderoso
que ha hecho obras grandes en ella: ha enviado su Espíritu y la ha cubierto con su sombra (1,
35). Pues bien, es Jesús quien confirma con su actuación su propia identidad: él es el Santo
de Dios (Lc 4, 34) y el Poderoso en obras y palabras (Lc 24, 19). cfr Hch 10, 38. “El Santo
es por antonomasia el Dios trascendente e inaccesible, de cuya santidad participará de un
modo absolutamente privilegiado el que ha de ser concebido y nacerá virginalmente”
(Kapkin, David. p. 55)
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