payeras mario - trueno en la ciudad
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MARIO PAVERAS
EL TRUENOEN LA CIUDADARMADA URBANA DE 1981
EN GUATEMALA
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in 2011 with funding from
Universidad Francisco IVIarroquín
http://www.archive.org/details/eltruenlaciudOOpayeguat
El trueno
en la ciudad
El trueno
en la ciudad
Episodios de la lucha armadaurbana de 1981 en Guatemala
de
Mario Rayeras
Jiiah Pablos Editor
México, 1987
Colección Luis Lujan MufiozUniversidad Francisco Manroqufn
wv.nv.ufm.edu - Guatemala
EL TRUENO EN LA CIUDADEPISODIOS DE LA LUCHA ARMADA URBANADE 1981 EN GUATEMALAde Mario Payeras
© Juan Pablos, Editor, S.A., 1987
MexicaH 39, México 06100, D.F.
ISBN 968-6039-56-2
Reservados los derechos
Impreso en México
índice
Prólogo 9El año 81 15
Las ideas de marzo 37La estrategia y la flor del tamborillo 53
Los rugidos del Balam 65El ala de la mariposa 91
A la memoria de los combatientes revolucio-
naiios caídos en el cumplimiento de su de-
ber, a lo laigo de estos difícUes años de
lucha.
PROLOGO
El libro que el lector tiene en sus manos fue escrito a.
finales de 1983. Salió de la máquina casi de una tirada,
en apenas dos meses de trabajo, como quien se desprende
de una caparazón agobiante. Quería ser un sencillo ho-
menaje a los compañeros caídos y fue a la vez el balbuceo
de una reflexión necesaria. Lo hicimos cuando todavía
la sangre de los héroes no se resignaba a volver a la tierra
y cuando el cañón de sus armas aún olía a pólvora.
De entonces para hoy han pasado tres años. Para quie-
nes hemos hecho de la revolución la causa de nuestra vida
es sin duda mucho tiempo, pues no medimos éste por su
curso ordinario, sino en acontecimientos, como éxitos o
fracasos en el empeño diario de forjar las nuevas armas
que reclama la lucha. De entonces para hoy, los comba-
tientes muertos han extendido en lo inmenso su metálica
forma y nuestra acción ha seguido nuevos derroteros.
En enero de 1984, un agrupamiento de militantes
rompimos con la Dirección Nacional del Ejército Guerri-
llero de los Pobres, la organización en la que, durante va-
rios años, tuvimos el privilegio de servir al pueblo. Las
razones que nos llevaron a delinear, frente a estos cama-
radas, un proyecto revolucionario propio, abarcan cues-
tiones esenciales de la política y la guerra, de las masas y
las armas, de la estrategia y la táctica; pero pueden resu-
mirse en la necesidad de abocarnos prioritariamente a
construir el instrumento político que, con apremio, exige
ya de los militantes la complejidad de la lucha revolucio-
naria en nuestra patria: el partido de nuevo tipo, clasista,
marxista, de combate. La intolerancia prevaleciente en-
tonces en la Dirección impidió construir juntos la alter-
nativa y nos forzó a buscar nuestro propio camino.
Transcurridas décadas de práctica, nosotros sostene-
mos que ni el modelo partidario tradicional, ni el tipo de
organización político-militar a través de los cuales hemostratado de abrirle paso a la revolución en nuestro país,
resultan instrumentos efectivos para la tarea, sin des-
medro del aporte inmenso rendido en el transcurso
tanto por la organización comunista como por la gue-
rrilla.
Sostenernos también que a lo largo del rico periodo
de luchas que se inicia en 1944, la revolución guatemal-
teca ha gestado en su seno los recursos necesarios para
proponerse ya una síntesis nueva, cuya construcción,
no obstante, requiere un esfuerzo específico, pues la
organización revolucionaria superior que necesitamos
nunca surgirá de manera espontánea, no es una tarea
más que pueda cumplirse sobre la marcha o adicionar-
se simplemente, toda vez que la concepción partidaria
lleva implícita una teoría de la revolución misma.
Aunque se limitan a uno solo de los escenarios de lu-
cha y a la experiencia de una de las organizaciones revolu-
cionarias, los episodios que hoy damos a conocer ilustran
la necesidad de revisar a fondo nuestras concepciones,
construyendo, a partir de una práctica coherente con la
secuencia propia de los procesos sociales, los factores ca-
paces de subvertir con eficacia el poder dominante, en-
tendiendo que la guerra no es sino la continuación de la
política por otros medios, que la violencia sólo se justifi-
ca cuando es todo un pueblo quien recurre a ella, comosalida extrema, para abrirle camino al torrente transfor-
mador que porta en las entrañas, aunque sin perder de
vista que el desenlace armado del esfuerzo popular exige
de los revolucionarios un supremo esfuerzo de prepara-
ción.
Hoy, con la experiencia acumulada, no volveríamos a
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actuar en la ciudad de la misma manera. Nuestra acción
no puede preferenciar el despliegue de operaciones ejem-plares, consideradas suficientes por ellas misma's para
convocar al pueblo a la lucha revolucionaria, sustituyen-
do con ellas el trabajo de hormiga, tenaz y anónimo casi
siempre, que es preciso efectuar en el seno de las masaspara proporcionarles el arsenal necesario. Ni es nuestro
cometido asumir por cuenta propia, en nombre de quien
ha de emanciparse a sí mismo, la tarea de ajustarle cuen-
tas a los verdugos por la sangre derramada, reduciendo de
hecho la gesta popular a una desigual lucha entre aparatos
militares. Nuestra tarea central consiste en proporcionarle
al gran protagonista los instrumentos que siempre le harán
falta —puesto que no aparecen espontáneamente—, para
desarrollar sus luchas de manera organizada y para con-
ducirlas, de acuerdo al balance de fuerzas, hacia formas
superiores, cada vez más eficaces. Tales instrumentos
son la formulación del programa, la elaboración de la tác-
ca, la construcción de las alianzas, la organización de los
instrumentos militares que requiera el desenlace de la
lucha y la dirección del proceso en su conjunto.
La ciudad no es cementerio de revolucionarios; pero
con facilidad puede convertirse en una trampa mortal si,
al margen de las masas, pretendemos convertir el centro
nervioso del enemigo, su baluarte por excelencia, en cam-po de batalla prematuro, en retaguardia aparatista o en
caja de resonancia artificial de una guerra de guerrillas
cuyos epicentros sociales se localizan en el campo, des-
plegando en ella operaciones mihtares que no se corres-
ponden con el desarrollo, con las modalidades y con los
ritmos de la lucha política.
La ciudad y las áreas suburbanas son el asiento princi-
pal del proletariado, la clase que el capitalismo guatemal-
teco ha conformado estructural o ideológicamente comofuerza capaz de generar luchas ligadas orgánicamente a
las posibilidades de desarrollo de la estructura socioeco-
nómica, siendo a la vez la clase social mejor preparada,
históricamente, para impulsar sin trabas el proyecto re-
II
volucionario de transformación de la sociedad. Y debido
a su forma de vivir y de producir, las formas de la violen-
cia accesibles al proletariado, en el momento en que la
cuestión del poder se dirime por la fuerza, son las armas
insurreccionales. La ciudad y las áreas suburbanas, por
lo tanto, son uno de los principales frentes de batalla,
donde el precio de nuestros errores es, ciertamente, la
vida; pero donde, al mismo tiempo, nuestra labor coti-
diana con sus riesgos inherentes, y ante todo el despliegue
de nuevos y más eficaces métodos de lucha, resulta indis-
pensable para contribuir a la toma del poder por las fuer-
zas revolucionarias.
El viejo principio militar que establece la necesidad de
conocer al adversario y conocer las propias fuerzas, comoprecondición para vencer en la guerra, es sin lugar a du-
das uno de los déficits históricos del movimiento guerri-
llero guatemalteco. Pocas formas de la práctica social en-
trañan tan radicalmente la dialéctica de los factores comoel fenómeno de la guerra, y ninguna modalidad de ésta
es más compleja que la guerra revolucionaria. En la ex-
periencia guatemalteca, la falta de rigor en la observancia
del principio aludido es una de las claves para explicarse
que una guerra justa, que en algún momento ha sido he-
cha suya por las masas, y que se libra en uno de los esce-
narios más propicios del continente para la guerra irregu-
lar, haya entrado ahora en su tercera década sin que en
el horizonte actual se vislumbre la victoria. Los episodios
que hoy presentamos pretenden contribuir a ese conoci-
miento, sobre todo en lo que se refiere a las operaciones
enemigas de inteligencia en el frente urbano.
Sin embargo, nuestro cometido, en el plano militar,
trasciende ampliamente el aspecto señalado. Una de nues-
tras tareas cardinales consiste en apropiarnos de la ciencia
y el arte mihtares -ojalá con el concurso de oficiales y
soldados patriotas—, para pertrechar con ambas al prole-
tariado, al campesinado pobre y a las amplias masas indias
y ladinas de nuestro país. En la experiencia nacional, las
insurrecciones populares de 1920 y 1944 representan
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importantes referencias históricas para ilustrar lo que pue-
de ser el arte militar revolucionario, y el papel que puedenjugar en su materialización aquellos militares profesiona-
les, leales a su pueblo y a su patria.
Los hechos que se reconstruyen en la narración, re-
lativos a los años 1980 y 1981 , reflejan la experiencia di-
recta del autor, desde la función de dirección. En el relato
de los episodios operativos más complejos, sobre todode aquellos cuya explicación aún permanece en la oscu-
ridad, nos hemos abstenido de adelantar hipótesis quecontribuyan a su esclarecimiento. Lo hemos hecho deh-
beradamente así, no sólo porque carecemos de elementos
concluyentes para desentrañarlos, sino porque conside-
ramos que su exposición detallada puede arrojar luz al
respecto. No debe, por lo tanto, leerse nada entre líneas,
ni buscarse en el relato alusión o insinuación alguna, másallá de lo que revelan los hechos mismos. En todo caso,
éstos ponen de relieve nuestros errores y nuestra inge-
nuidad, y sobre todo la sofisticación de las coberturas ydemás métodos empleados por el ejército guatemalteco
en sus operaciones de inteligencia. Una lectura moraHstao susceptible, dictada por un afán de prestigio malen-
tendido, no contribuirá a extraer las lecciones nece-
sarias.
Sin duda, la información operativa que contienen los
episodios será usada por el enemigo para corroborar da-
tos previos en su poder; pero no incluyen ningún elemento
que en esencia aquél desconozca: los golpes que se rese-
ñan en el libro son precisamente resultado de la informa-
ción acumulada por su aparato de inteligencia. Dar a co-
nocer estas experiencias a los mihtantes revolucionarios
y a los dirigentes populares —a todos aquellos que se pro-
pongan reiniciar o continuar la lucha—, es un deber, una
necesidad, para no incurrir de nuevo en errores ele-
mentales, pagados ya, más de una vez, con torrentes
de sangre.
Mientras tanto, estas páginas, con su dura verdad, han
ido de mano en mano de los mihtantes, sin esperar a la
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imprenta, como ocurre a menudo en la vida revoluciona-
ria con el manual cospirativo, con el folleto polémico,
con la octavilla subersiva. Es una prueba de su utilidad.
El autor
Febrero de 1987
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EL AÑO 81
Al iniciarse el año 8 1 , la guerra duraba ya cinco años.
Durante este nuevo intento de las fuerzas revolucionarias,
los primeros disparos habían resonado en las montañasdel Quiche, un día del mes de junio de 1975. Desde en-
tonces, el trueno de la guerra retumbaba en el norocci-
dente y en las calles de la ciudad de Guatemala. Bajo las
banderas de tres organizaciones revolucionarias se libra-
ban combates guerrilleros en Los Cuchumatanes, en la
Sierra Madre y en las selvas del norte, mientras en la ca-
pital, en la Costa Sur y en otras partes del país las fuerzas
insurgentes desplegaban distintas formas de guerra irregu-
lar. En 1974, tras. años de ^repliegue y preparación clan-
destina, luego de la derrota del alzamiento de Luis Turcios
y Marco Antonio Yon Sosa en las sierras del nororiente,
las huestes guerrilleras se habían hecho fuertes en la sel-
vas lluviosas de los ríos fronterizos del norte, en las áreas
boscosas del Sistema de Los Cuchumatanes y en los con-
trafuertes nublados de la Sierra Madre occidental. En los
años siguientes extendieron la guerra a las planicies del
Pacífico, a las Verapaces y al altiplano central. En 1979,en Nicaragua, el Frente Sandinista había derrocado a la
dictadura de Anastasio Somoza, instaurando el poder re-
volucionario. En El Salvador, al iniciarse el año 81, las
guerrillas revolucionarias se aprestaban a lanzar la prime-
ra gran ofensiva militar contra el gobierno. El istmo co-
menzaba a arder.
La ciudad donde por segunda vez en las últimas dos
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décadas librábamos la guerra de guerrillas, es una peque-
ña urbe moderna en un país montañoso. Trazada a cor-
del por sus constructores a finales del siglo XVIII, lue-
go del arrasamiento de la antigua capital por los terre-
motos de Santa Marta, en 1773, las calles rectas y la
arquitectura extensa del antiguo casco urbano no resultan
favorables para la guerra de guerrillas. Al edificarla en un
valle apacible, protegido de los vientos por cadenas de
montañas, a 1 ,500 metros de altura sobre el nivel del mar,
las construcciones de adobe y tejas se extendieron en or-
den a partir de la vieja Plaza de Armas, dominada por el
formidable espinazo de la catedral. La Reforma Liberal
de 1871 , al hacer de Guatemala un país productor de ca-
fé para el mercado mundial, introdujo el ferrocarril yotros inventos de la revolución industrial, transformando
la provinciana capital en una pequeña urbe capitalista, en
la cual comenzaba a surgir la industria manufacturera.
Las formas de lucha en la ciudad estuvieron determinadas
entonces por esas circunstancias. Durante un siglo, dos
grandes fortalezas de mampostería, edificadas en promi-
nencias del terreno, fueron la llave militar de la ciudad.
Ambas fueron tomadas por las masas insurrectas urbanas
durante las revoluciones de 1920 y 1944. A partir de
1954, tras la intervención imperialista que derrocó al go-
bierno democrático de Jacobo Arbenz y anuló su refor-
ma agraria, la población rural depauperada comenzó a
emigrar a la ciudad en búsqueda de empleo, aglomerán-
dose en las barriadas populares y a orillas de los barran-
cos, acrecentando las filas del ejército industrial de reser-
va. La ciudad se transformó en un complejo mosaico de
ámbitos urbanos mucho más favorable para la actividad
clandestina y para el despHegue de tácticas irregulares de
lucha. Las zonas populosas fueron escenarios frecuentes
de la guerra de guerrillas urbana de los años 60. Al ini-
ciarse el año 8 1 habitaba la ciudad alrededor de un millón
de personas.
En la ciudad vivíamos entonces días decisivos. El es-
fuerzo de guerra emprendido por la organización en tres
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vastos escenarios sociales y geográficos reclamaba de la
estructura clandestina urbana multiplicar sus empeños.Al mismo tiempo que teníamos como tarea desplegar la
guerra de guerrillas en el centro nervioso principal del
enemigo, sobre el Frente recaían crecientes y complejas
funciones de retaguardia para la guerra en su conjunto.
En el último trimestre del año anterior, la primera colum-
na guerrillera regular había sido formada en las montañasdel Quiche y había entrado en campaña. Desde sus baluar-
tes en el ramal oriental de Los Cuchumatanes, la colum-
na había descendido a las selvas de Ixcán, completando
durante la marcha su adiestramiento militar y abastecién-
dose de las bases de apoyo con que contaba en el itinera-
rio. En enero de 1981, varias semanas después de su
partida de la sierra, libraba su primer y único combate.
El 19 de aquel mes atacó el cuartel del ejército en Cuarto
Pueblo, junto a la frontera mexicana. Tanto la constitu-
ción de esta columna guerrillera como su primer combate,
fueron victorias pírricas. Durante el cruento ataque, en
efecto, nuestras fuerzas le ocasionaron a la tropa enemi-
ga sitiada cerca de cien bajas. Sin embargo, el arribo de
la aviación enemiga, insuficientemente previsto por el
comandante, obligó a éste a ordenar la retirada cuando
el asalto a la posición estaba a punto de iniciarse. En el
repliegue cayó el teniente Eider, uno de nuestros másaguerridos oficiales guerrilleros, hijo de campesinos ladi-
nos que se habían incorporado a la revolución desde los
primeros años. Naturalmente, no recuperamos armas, yel cuantioso gasto de parque por nuestra parte no pudoser compensado. Sin embargo, no era éste el error princi-
pal. Nuestra equivocación había consistido en formarla
columna a expensas de la mayor parte de oficiales, com-
batientes y armas con que contábamos en el Frente de la
sierra, y en haber enviado a esta fuerza a combatir a
la selva. Durante semanas cruciales, el Frente serrano
quedó virtualmente inerme y el enemigo aprovechó las
circunstancias. Pocos días después que de que partiera la
columna hacia el norte, el ejército lanzó en el área ixil
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una feroz campaña de exterminio que diezmó muchasde las bases de apoyo y puso a la defensiva a nuestras
escasas fuerzas. El 5 de diciembre, en medio de la ofen-
siva, cayó en combate el comandante Mariano. La muerte
de quien en ese momento era el virtual jefe militar de los
Frentes del noroccidente fue un duro revés para la orga-
nización. En un páramo de Xolchichén, acompañadopor una escuadra de combatientes mal armados, chocó
con una unidad del ejercito y pereció en el enfrentamien-
to. Su inesperada caída nos forzó a variar los planes. Dospelotones de la efímera columna volvieron a marchas
forzadas a apuntalar el Frente serrano, interrumpiéndose
así nuestro primer proyecto de constituir fuerzas regula-
res. El Frente de Huehuetenango se hallaba todavía en
fase preparatoria, con extrema penuria de pertrechos,
por lo que poco podía pasar en aquellos momentos en la
balanza de la guerra. El Frente de la Costa Sur estaba
también en incapacidad efectiva de jugar su papel en los
acontecimientos. Las unidades del llano estaban siendo
reorganizadas, y hacíamos denodados esfuerzos por asen-
tamos en las montañas de la bocacosta, buscando equili-
brar de mejor forma la actividad guerrillera en los distin-
tos territorios. Todo esto impedía la articulación de un
verdadero plan militar estratégico. La ciudad seguía sien-
do la principal retaguardia, y los oscuros nubarrones quese avizoraban en el horizonte exigían que aceleráramos
los preparativos para modificar esa situación y para hacer
del área urbana un frente de guerra efectivo.
De ahí que el año 81 nos hallara abocados a las dos
grandes tareas de evacuar de la urbe la vieja y aparatosa
infraestructura de retaguardia, acumulada allí a lo largo
de los años, y a la vez poner en jaque al adversario en su
principal baluarte. Ambos eran propósitos difíciles de
cumplir, debido a antiguos errores nuestros y a vicios ori-
ginarios de la organización en el trabajo urbano. No obs-
tante los años de combate y las hazañas militares realiza-
das en ese lapso por la guerrilla de la ciudad, al iniciarse
el año 81 sólo contábamos allí con una bisoña unidad
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militar, aunque al mando de un jefe veterano y capaz.
Decisiones diversas dictadas por la necesidad, por la pro-
longación de la guerra y por las complejas condiciones declandestinidad que la lucha urbana impone, pero tambiénnuestros errores en la conducción política de la organiza-
ción, habían llevado a que varias generaciones de guerri-
lleros urbanos se hallaran entonces dispersos en distintos
frentes de trabajo. Hasta entonces, la guerrilla de la ciu-
dad no había sufrido bajas en combate. Esa era, por cier-
to, una de nuestras hazañas. La efectiva táctica militar
utihzada y un riguroso arte operativo habían permitido
que en decenas de operaciones la unidad militar urbanasaliera indemne. Sin embargo, tanto esta guerrilla de élite,
como en general la estructura clandestina urbana, tenían
un talón de Aquiles: su estructura y su funcionamientono se asentaban en verdaderas bases de apoyo populares,
sino en la peligrosa artificialidad de sus propios recursos.
Pocos meses después, la vida iba a demostrar las letales
consecuencias de este vicio originario.
Las operaciones militares en la ciudad, aquel año deci-
sivo, siguieron entonces a cargo de una nueva generación
de guerrilleros. La tarea encomendada y nuestra propia
impaciencia no nos dejaban respiro, y la joven guerrilla
saHó a las calles vigiladas a hacer su propia experiencia.
Una de sus primeras operaciones consistió en atentar
contra la vida del comandante de la Brigada Guardia de
Honor, de la capital, el General Horacio MaldonadoSchaad. Algunas semanas antes habíamos obtenido infor-
mación respecto a sus rutinas; pero no conociendo de
actividades represivas de las fuerzas a sus órdenes, de ma-nera directa, no habíamos tomado aún una determina-
ción. La decisión política de hacerlo se tomó al compro-bar que tropas bajo su mando eran las responsables de
las primeras masacres que ocurrieron en Chimaltenango.
A partir de ese momento, la información con que contá-
bamos fue puesta al día y procedimos a montar el aten-
tado. Aficionado a la equitación, el alto jefe militar solía
efectuar cabalgatas dos o tres veces por semana, en los
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terrenos del hipódromo que se halla al sur de la ciudad,
haciéndose acompañar de un asistente. Ambos jinetes sa-
lían del establo de La Aurora, cerca del antiguo acue-
ducto, tomaban una solitaria calle de tierra y por una calle
perpendicular salían al Boulevard del Aeropuerto, a lo
largo del cual reahzaban el paseo. Desde el punto de vis-
ta operativo era una zona difícil, pues esa calzada corre
junto a las alambradas que protegen por el lado oeste la
Base Militar de La Aurora, la principal instalación aérea
del país. Cada docientos metros se levanta una casamata
de concreto, en cuyo interior hay permanentemente unhombre armado. Aunque la información inicial era cierta,
el reconocimiento directo arrojó nuevos datos. El gene-
ral llegaba a las instalaciones hípicas en un auto blinda-
do, y al iniciar la cabalgata, tras los jinetes, a unos cien
metros de distancia iba siempre un vehículo de escolta
con hombres fuertemente armados. Los otros datos en
nuestro poder provenían de informaciones de prensa.
Por las fotografías de las crónicas sociales, en las que
con alguna frecuencia aparecía, teníamos su descripción
física. Era un hombre de expresión adusta, de unos 54
años, más bien fornido que obeso, cuyo pelo entrecano
y una baja estatura, compensada por el enérgico porte,
lo hacían destacar entre diplomáticos y hombres de ne-
gocios.
Este cuadro de informaciones nos llevó a concebir un
atentado clásico, basado en la sorpresa, la potencia de
fuego y la velocidad. Utihzando dos unidades motoriza-das, comunicadas por radio, era factible realizar la ope-
ración, atacando al objetivo en un punto intermedio
entre dos de las casamatas, de tal manera que ambas uni-
dades alcanzaran una ruta de retirada que se abría a la
derecha, yendo de norte a sur, antes de pentrar en el sec-
tor de fuego de la segunda fortificación enemiga. Los
combatientes encargados del aniquilamiento debían aba-
tir al objetivo en el preciso momento en que la unidad
de protección rebasara al vehículo de escolta y a su vez
abriera fuego sobre él por sorpresa. La unidad de aniqui-
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lamiento, a bordo de una furgoneta, debía aparearse a
los jinetes, de tal manera que los dos tiradores, tendidos
bocarriba a lo ancho del piso del vehículo y armados de
subametralladoras, rompieran fuego en el preciso mo-metno en que, a la orden del mando, se abrieran las puer-
tas corredizas de la furgoneta. Un combatiente, en el
asiento trasero, sería el encargado de activar el mecanis-
mo de tracción que haría correr las puertas. Antes de en-
trar a operar se hicieron varios simulacros.
Este esquema operativo no pudo ponerse en práctica
en dos ocasiones sucesivas. Durante el primer intento, la
unidad de aniquilamiento, estacionada en el parqueo del
Aeropuerto Internacional, vio pasar frente a sí a los dos
jinetes, sin que la unidad de protección lograra colocarse
tras el coche de la escolta, debido al intenso tráfico. Lasegunda vez, la unidad de aniquilamiento se colocó a la
par de los jinetes durante instantes interminables, espe-
rando la maniobra de la otra unidad. En el piso de la fur-
goneta, cubiertos por una frazada, los dos tiradores
esperaron en vano que a la voz del mando se abriera la
puerta corrediza. El jefe de la unidad, en el puesto del
copiloto, se abstuvo de dar la voz, porque a través del es-
pejo retrovisor vio que cien metros atrás, no obstante
sus esfuerzos en ese sentido, la unidad de protección nohabía logrado hacer la maniobra que le correspondía. El
general y su ayudante continuaron la cabalgata desapren-
sivamente, no sin reparar por un momento en el vehícu-
lo que por algunos segunos se les había apareado.
Estos intentos fallidos determinaron que cambiáramosla concepción del atentado. No era prudente insistir una
tercera vez en el mismo esquema, puesto que de alguna
forma las maniobras realizadas podían haber llamado la
atención del objetivo o alertado a los hombres de la es-
colta. El nuevo plan, por ello, era completamente distin-
to. El reconocimiento indicaba que el otro momentopropicio para efectuar el atentado era cuando los jinetes
recién habían sahdo del establo. Desde un punto adecua-
do, en la calle perpendicular al Boulevard del Aeropuerto,
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se les veía salir por la calle de tierra y doblar a la izquier-
da. Durante esa parte inicial del recorrido, el vehículo de
la escolta permanecía estacionado en el establo, esperan-
do que los jinetes se alejaran suficientemente. Eran varios
minutos en que el objetivo y su acompañante quedaban
sin protección. La otra maniobra detectada consistía en
que el vehículo escolta precedía a los jinetes y esperaba
por ellos donde la calle perpendicular desemboca en el
boulevard. En ambas situaciones era posible que un fran-
cotirador, desde un punto determinado, abriera fuego
sobre el objetivo, retirándose antes de que la escolta in-
terviniera. Este esquema operativo fue el que se llevó a
la práctica.
A la hora precisa, uno de los mejores tiradores de la
unidad militar, provisto de un fusil calibre 30.06 con
mira telescópica, descendió del vehículo y puso rodilla
en tierra. Junto a él se colocó un fusilero de apoyo, cuya
misión consistía en lanzar una o dos ráfagas cortas sobre
el objetivo, una vez que el tirador principal reahzara su
disparo. Un observador colocado en otra esquina, con vi-
sibilidad sobre el establo, había dado la señal convenida.
El vehículo de escolta había optado por la modalidad de
quedarse a la zaga. Unos segundos después aparecieron
los jinetes por la bocacalle. Domeñando el caballo que
intentaba escarceos al salir al pavimento, el general y su
ayudante doblaron a mano izquierda y comenzaron a
alejarse. En el visor del teleobjetivo, el francotirador vio
con total nitidez la inestable figura del jinete, debido al
trote del caballo. Durante largos instantes, conteniendo
la respiración, se esforzó por hacer coincidir el huidizo
blanco con el órgano de puntería milimetrado. Cuando
la base de la nuca, durante una fracción de segundo, coin-
cidió con la cruz de la retícula, dejó ir el disparo. Sesenta
metros más lejos, como abatido por un rayo, el jinete se
desplomó hacia las ancas de la bestia. El francotirador
no escuchó las dos ráfagas cortas que con incierta punte-
ría hizo su acompañante. La unidad se retiró de inmedia-
to, antes siquiera de que el vehículo de escolta intentara
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alguna reacción, regresando sin novedad a su base. Enapariencia, el atentado había sido un éxito. La radio dio
la noticia pocas horas más tarde. El comandante de la
Brigada Guardia de Honor había sido herido gravemente
durante un atentado, hallándose al momento entre la vida
y la muerte. Ninguna organización había reivindicado el
hecho hasta el momento. Sin embargo, el boletín de pren-
sa del ejército, emitido a la mañana siguiente, informaba
que el alto jefe militar se hallaba fuera de peligro. Según
el dictamen médico, el proyectil había penetrado junto
a la espina dorsal, con orificio de salida en el pecho, sin
provocar heridas graves. El proyectil empleado, cierta-
mente, era capaz de matar a un elefante. Pero su alto
poder y su forma aguzada, al no encontrar resistencia su-
ficiente, atravesaron el cuerpo limpiamente. El general
vivió lo suficiente para formar parte del triunvirato mili-
tar que un año más tarde tomó el poder, tras el golpe de
Estado del 23 de marzo.
De enero a julio, la unidad militar de la ciudad reahzó
diecisiete operaciones guerrilleras con mayor o menoréxito. El año se inició con el aniquilamiento del personal
de protección de un hijo del expresidente Arana. Perse-
guidos al amanecer por la Avenida de las Américas, los
esbirros fueron liquidados en fracciones de segundo, al
recibir el vehículo en que se transportaban violento fue-
go de armas automáticas. Posteriormente, una bombahizo explosión en la sede de la embajada salvadoreña. Amedia mañana, un comando guerrillero penetró al edifi-
cio, hizo salir al púbhco y al personal de oficina y colocó
el artefacto explosivo. La deflagración destruyó comple-
tamente la oficina y las vidrieras. Era una acción de soli-
daridad con la lucha del pueblo hermano. Unas semanas
después, la guerrilla atacaba la garita de la Pohcía Nacio-
nal, en la salida de la carretera que de la capital conduce
a occidente. Los efectivos del puesto pohcial fueron ani-
quilados y recuperadas sus armas. Un ataque similar, aun-
que sin aniquilamiento, se efectuaba más tarde contra
los esbirros de la llamada Sección de Narcóticos, cober-
tura de un cuerpo represivo dedicado a asesinar y a se-
cuestrar patriotas. Desde vehículos en marcha, la guerrilla
ametralló la instalación y arrojó al interior dos granadas
de mano. La guerra de guerrillas se había instalado en la
tensa ciudad de aquellos días. Parejas de gendarmes, en
sus recorridos habituales, recibían de pronto disparos de
escopeta que los fulminaban en el acto, luego de lo cual
sus atacantes les arrancaban el arma de las manos. Cuan-
do las empresas norteamericanas que operaban en el país
anunciaron su respaldo económico al régimen, una bom-ba de fabricación casera voló en pedazos la sede de la
Cámara de Comercio Norteamericana. Días antes, en
una desafortunada operación de sabotaje, también con
explosivos, un maletero de la Eastern Airlines sufrió he-
ridas mortales. El mecanismo de relojería provocó la ex-
plosión antes de tiempo, cuando la maleta con el artefacto
aún se hallaba en la faja rodante. En ese instante, en las
oficinas de la empresa se estaban recibiendo las llamadas
telefónicas que avisaban de la colocación de la bomba y
advertían que se evacuara la nave.
Por esos meses, a la actividad de la unidad mihtar co-
menzó a sumarse, progresivamente, una nueva modahdadde la guerra de guerrillas. Durante los años anteriores, lo
principal de nuestro esfuerzo militar se había centrado
en el viejo casco urbano. Aunque esporádicamente se ha-
bían realizado operaciones importantes, en algunas de
las pequeñas ciudades de la periferia, las unidades que
actuaban siempre partían de las bases secretas instaladas
en la urbe. Hacer de la ciudad un verdadero Frente gue-
rrillero exigía desplegar este tipo de guerra en las áreas
suburbanas, incorporando a la población en tareas de
apoyo al esfuerzo militar revolucionario. La ausencia de
una concepción que asentara la guerra en la ciudad en
un verdadero sustento popular, era uno de los errores queen el año 81 nos habíamos propuesto corregir a fondo.
Esto nos había llevado a revisar de raíz la práctica ante-
rior. La primera conclusión a que arribamos era que para
desarrollar la base de apoyo no era suficiente con la ac-
24
ción militar de la unidad de élite con que contábamos.Para que la base de apoyo aparezca y se desarrolle, entre
otros factores políticos y organizativos, es necesaria la
actividad constante de fuerzas militares en función delas cuales aquélla se organiza y encuentra sentido. A estas
unidades han de incorporarse los miembros del pueblo
que mayor claridad y disposición demuestren en la prác-
tica. Por ello, estas unidades deben ser, a la vez, múlti-
ples y accesibles a la masa, desde el punto de vista de la
preparación combativa y de los recursos técnicos que su
participación en ellas pudieran exigir. Son formas popu-lares de organización político-militar que le permiten al
guerrillero trabajar y combatir al mismo tiempo. Estaban
llamadas a convertirse con el tiempo en un arma formi-
dable de la guerra popular revolucionaria.
Sin embargo, construir este tipo de fuerzas no era unatarea fácil. Forzosamente debíamos ir de lo simple a lo
complejo, en un proceso de actividad organizativa quetranscurría por ciclos. Una primera dificultad residía en
la selección del elemento humano. La ausencia de traba-
jo efectivo entre la clase obrera, como error de fondo,
marcaba el punto de partida. La mayoría de los candida-
tos procedía del sector estudiantil, cuya legalidad se ha-
bía deteriorado a lo largo de las luchas reivindicativas en
que de una forma u otra habían participado. Estaban másquemados ante el enemigo que muchos mihtantes clan-
destinos y rechazaban esta nueva modalidad de organi-
zarse. El origen de clase, por otra parte, les impedía en
muchos casos entender la necesidad de procurarse el sala-
rio necesario para comer y vestirse, al mismo tiempo que
combatían. Otra dificultad, quizás la decisiva, estaba en
el propio pensamiento de los cuadros. No habían com-prendido la necesidad de echar raíces profundas en el
pueblo e ignoraban que el árbol de la revolución no da
frutos de un día para otro.
A pesar de lo anterior, las primeras unidades guerrille-
ras de este tipo fueron organizadas. Su actividad inicial
consistió en desplegar la propaganda armada en las pobla-
25
das barriadas de la urbe. En los autobuses urbanos, en los
lavaderos públicos, en las paradas de los ruleteros, en
los barrancos habitados, estas guerrillas populares lleva-
ban el mensaje de la revolución a la gente más pobre.
Comenzamos a tener una idea del Frente en su conjunto,
distinguiendo áreas sociales y geográficas, de manera que
las formas de la guerra se adecuaran a ambas característi-
cas. En bosques residuales de las montañas de los alrede-
dores, desde los que se oía el ruido de la ciudad, adiestra-
mos a los primeros combatientes de estas guerrillas
populares. El arte operativo que ahí aprendían en silen-
cio era llevado a hechos reales al volver a sus casas. Agen-
tes represivos aislados, orejas del enemigo, poHcías
militares ambulantes, desprevenidos, comenzaron a caer
bajo el fuego de estas guerrillas organizadas en el propio
corazón del enemigo. A medida que hacían su experien-
cia, sus operaciones se tomaron más complejas. Varios
puestos de poHcía fueron atacados con éxito, aunque
entonces sufrimos las primeras bajas. Los heridos hicie-
ron real la necesidad de contar en el Frente con verdaderos
servicios de retaguardia, y el trabajo organizativo comen-zó a revelar sus deficiencias. Sin embargo, a fuerza de
voluntad y violando muchas veces los principios del arte
conspirativo, entramos al torbellino de la guerra. En la
Ruta del Atlántico, en la zona 1 8, logramos reahzar la pri-
mera emboscada a una unidad motorizada del enemigo,
empleando a fondo a las guerrillas locales. El objetivo
era un transporte de la Guardia de Hacienda que tempra-
no en la mañana relevaba a la guarnición del peaje, en la
salida para El Rancho, luego de lo cual pasaba por unpunto propicio de la carretera, antes de las 8 AM. Eran
ocho o diez efectivos desvelados, armados de carabinas.
Para montar la emboscada era necesario trabajar desde la
madrugada, colocando la mina y construyendo parapetos
en el altozano. El momento más riesgoso llegaba con el
día. Se trataba de una zona densamente poblada, dondecualquier curioso podía descubrir la posición, a sólo cinco
minutos de la base militar más grande del país. A pesar
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de todo esto no hubo contratiempos. Poco antes de las
8 AM apareció el transporte enemigo y, debido ala curva
de la carretera, aminoró la velocidad, como estaba previs-
to. La explosión de la mina cogió de lleno al vehículo ylo sacó de la ruta con violencia. De inmediato, el fuego
de fusilería aniquiló a los sobrevivientes, y el grupo de
asalto procedió a recuperar las armas. Llevando consigo
el precioso botín, la guerrilla se retiró por veredas secun-
darias, hasta el lugar donde un vehículo nuestro esperaba
el armamento. Mientras tanto, los helicópteros de la
base militar comenzaron a sobrevolar el área del ataque.
Pocos minutos después, centenares de efectivos cercaban
el área completa y comenzaban a peinarla. La jubilosa
población de la barriada corría tras la guerrilla, vivándola
e instándola a apresurar la retirada.
Mientras esto ocurría en la ciudad, una patrulla guerri-
llera organizada en el Frente iniciaba su labor de asenta-
miento en el río Pixcayá, el lindero que separa los depar-
tamentos de Guatemala y Chimaltenango. El viejo río
cakchiquel es a la vez la frontera entre las pobladas zo-
nas del altiplano indígena y las serranías áridas, pobladas
de mestizos, que descienden hacia el río Motagua. La
acelerada incorporación a las luchas populares de los
pueblos cakchiqueles hizo necesario este paso, al concluir
el año 80. Las formas amplias de organización y de lucha
se habían agotado con rapidez a lo largo de ese año, y la
población indígena de Chimaltenango reclamaba su in-
corporación a las formas superiores de la guerra de gue-
rrillas. Asentándose inicialmente en la zona de Cruz Blan-
ca, la patrulla guerrillera penetró en pocas semanas a las
pobladas aldeas del sur de San Martín Jilotepeque y Co-
malapa, organizando en secreto su red de bases de apoyo.
Al iniciarse el año 8 1 entraron a las viejas metrópolis in-
dígenas del norte del departamento. La guerra de guerri-
llas ardió a partir de entonces en Chimaltenango. El
ejército enemigo ocupó la región, iniciando las masacres.
En abril arreciaron los combates urbanos. Como res-
puesta a una masacre del ejército en Chimaltenango, de-
27
cidimos atacar con lanzacohetes los autobuses en que se
transportaban los cadetes de la Escuela Politécnica, la
academia militar guatemalteca. Era un convoy de auto-
buses, protegido ^ov jeeps artillados. Salía de la sede de
la antigua academia, en la Avenida de la Reforma, a lo
largo de la cual enfilaban en dirección a San Juan Saca-
tepéquez, donde estaban ubicadas las nuevas instalacio-
nes. Era la primera vez que en la ciudad Íbamos a usar
lanzacohetes, cuyo empleo antitanque específico no te-
níamos claro, por lo que previmos una operación de
relativa envergadura por sus resultados. Junto al Anillo
Periférico, en el estacionamiento de un restaurante de la
Calle de San Juan, punto por el que forzosamente debían
pasar los transportes, colocamos la emboscada. Un par
de veces habían sido atacados antes, en las afueras de la
ciudad, con escasos resultados, debido a la efectiva pro-
tección del convoy. Ahora Íbamos a cogerlos por sorpre-
sa, en plena zona urbana. Dos artilleros, desde la plata-
forma de un pick-up, habrían de hacer fuego con
lanzacohetes sobre los buses en marcha, apoyados por
ráfagas cortas de fusilería. El problema clave de la
operación consistía en saber con antelación el mo-mento preciso en que los buses iban a pasar frente al
sitio del ataque, así como la posición de los jeeps artilla-
dos en el convoy. Esto lo resolvimos valiéndonos de dos
combatientes en motocicleta que, al partir de la antigua
academia los transportes, debían rebasarlos a toda veloci-
dad, llevando la información requerida al punto de em-boscada con anticipación suficiente. El ataque se produjo
según nuestras previsiones. Un par de minutos antes de
los autobuses, los tripulantes de la moto llevaron el aviso.
Los artilleros tomaron posiciones sobre la plataforma del
vehículo, los fusileros se posesionaron y al pasarlos pri-
meros dos transportes el mando dio la voz de fuego. Unode los cohetes le dio de lleno al segundo autobús, explo-
tando, en apariencia, entre el piso y la varilla de dirección.
El otro cohete no explotó, siendo más tarde encontrado
por la gente, cerca del sitio del ataque. Fuera de algunos
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cadetes heridos, la operación no arrojó los resultados
que habíamos previsto. La explosión del proyectil anti-
tanque en un vehículo abierto no podía provocar los
efectos devastadores que nosotros suponíamos. El esta-
IHdo de las cargas impulsoras, por el contrario, sí estuvo
a punto de causarle un percance a nuestros combatientes.
Al producirse la explosión inicial, en efecto, los vidrios
del pick-up saltaron hechos trizas, aturdiendo a tripulan-
tes y artilleros. Impregnados del persistente olor a pólvo-
ra, los artilleros descendieron del vehículo pocos minutosmás tarde, en el punto de dispersión, cuidando de acer-
carse a ningún transeúnte, para no denunciar con el olor
su participación en la ruidosa emboscada.Un ataque posterior, siempre con lanzacohetes, a tro-
pas del ejército que se transportaban en camiones, dio
mejores resultados. El número de efectivos concentradoen la plataforma era, en efecto, un blanco más vuhierable
a la sola explosión del cohete antitanque. En esta opor-
tunidad, el objetivo atacado fue un camión que traslada-
ba efectivos de la Pohcía Militar Ambulante. El vehículo
formaba parte de un numeroso convoy que diariamente
distribuía en varios puntos de la ciudad a estos odiados
miembros de los cuerpos represivos. En una bocacalle,
vahéndonos de un sistema efectivo de aviso, montamosla emboscada. Esta vez la operación habría de compHcar-se debido a las fallas humanas. El artillero designado iba
a disparar el cohete desde un lugar determinado, en el
preciso momento en que uno de los camiones se hallara
en la maniobra de cruzar cierta esquina. Era el momentoen que el camión ofrecía el mayor blanco e iba a la velo-
cidad mínima, circunstancias en las cuales se le podía
acertar el disparo. En la cercana bocacalle de un callejón
inmediato, el artillero y su ayudante habrían de aguardar
el instante preciso, a unos treinta metros del cruce. Enuna caja de cartón alargada, propia para empacar lámpa-
ras de gas neón, llevaban el lanzacohetes. En la esquina
debían simular que esperaban a alguien. A la vuelta, el
vehículo operativo esperaba por ellos.
29
El imprevisto ocurrió en el momento más crítico del
ataque. El artillero, asistido por su ayudante, abrió las
piernas en el centro de la calle, apuntó al camión enemi-
go en el preciso momento en que cruzaba, pero olvidó
quitarle el seguro al arma. El disparo como es lógico, no
llegó a producirse. Los soldados del camión, sin entender
qué ocurría, vieron a los dos muchachos correr a toda
prisa, con un tubo en la mano, mientras el transporte
continuaba la marcha. Los compañeros, con el ánimo en
un hilo, informaron lo ocurrido. Tras evaluar con rapidez
los hechos, el mando, acertadamente, decidió repetir la
operación en otra bocacalle y contra un camión distinto.
Así se hizo, en efecto, con excelentes resultados. Esta
vez, la explosión tuvo efecto en plena plataforma del ve-
hículo, ocasionando estragos entre la tropa concentrada.
Al inclinar la plataforma de voleto del transporte, un tó-
rrenlo de sangre chorreó sobre el pavimento. Destrozados
y humeantes, los cuerpos de los enemigos yacían junto
al camión destruido. De inmediato, la tropa cercó el área
completa y cateó casa por casa. La guerrilla ya se había
retirado.
Además de estas formas de la guerra de guerrillas, pe-
riódicamente se realizaban en la ciudad operaciones de
recuperación económica contra prominentes miembrosde la clase dominante. Eran, por lo general, secuestros
complejos y prolongados que distraían meses enteros.
De manera fortuita, hecho que posteriormente habría-
mos de valorar como grave paso en falso, un par de meses
atrás, al iniciarse el año 81 , habíamos obtenido informa-
ción sobre la llegada al país de un magnate austrahano,
de ascendencia judía. A nuestras manos había llegado undossíer, profusamente documentado, acerca de las empre-
sas que el poderoso hombre de negocios poseía en su país
y en otras partes del mundo. Eran empresas especializadas
en cierta rama de la tecnología estratégica. Debido a quecontábamos con información precisa acerca de sus movi-
mientos y a que su plagio no resultaba complicado desde
el punto de vista operativo, decidimos secuestrarlo y
30
verificar posteriormente su capacidad económica efectiva.
Nos asaltaban muchas dudas, pues la realidad de algunos
hechos contradecía de una manera u otra la información
obtenida. El día de su arribo al Aeropuerto Internacional,
por ejemplo, los miembros de la unidad que observaba
su llegada vieron, con gran sorpresa, descender del avión
a un turista común, al que fuera de nosotros ninguno es-
taba esperando. Habríamos podido plagiarlo fácilmente,
en el trayecto del aeropuerto al hotel en que decidió
hospedarse. Una vez el rehén en nuestras manos, otros
detalles nos llamaron la atención. Se trataba, en efecto,
del empresario esperado, lo cual quedó plenamente de-
mostrado cuando el cónsul de Australia en México llegó
al país e hizo declaraciones en relación al plagio. Sin em-
bargo, los documentos personales del supuesto empresa-
rio eran viejos y raídos, y en el forro de una de sus libretas
guardaba algunos dólares ajados, como podía hacerlo un
modesto viajero en previsión de aprietos. Mientras iniciá-
bamos las negociaciones en el exterior, lo retuvimos en
una cárcel del pueblo, situada en las afueras de la ciudad,
donde el año anterior habíamos tenido a otro rehén eco-
nómico.
Mientras guerreábamos de esta forma en la ciudad, re-
doblábamos esfuerzos para evacuar a las montañas lo prin-
cipal de la infraestructura de retaguardia que errónea-
mente habíamos acumulado en la capital a lo largo de
los años. La infraestructura urbana era para entonces
como un campamento que se hubiera utlizado durante
mucho tiempo. El vicio aparatista y la relativa impunidad
con que hasta entonces habíamos actuado, habían origi-
nado métodos de trabajo que en la práctica hacían de la
clandestinidad un principio formal, aunque aparentemen-
te efectivo para las circunstancias en que nos movíamos.La organización urbana contaba con decenas de casas al-
quiladas, todas ellas financiadas con nuestros propios
fondos, sobre la base de supuestas parejas o núcleos fami-
liares que las tomaban en arrendamiento. La documenta-ción personal, generalmente, era también falsa, aunque
31
imposible de verificar como talen primera instancia. Algo
similar ocurría con los vehículos que utilizábamos. La
mayoría había sido recuperada por la propia organización
a propietarios pertenecientes a los sectores enemigos. Sudocumentación era igualmente falsa. Con el paso de los
años, el número de militantes, de viviendas y vehículos
documentados de esta forma era tan grande, que no ha-
bía control efectivo. La generación de cuadros que en
un momento determinado había tenido el dominio de
los factores de clandestinidad implicados, había pasado
a otros frentes de trabajo o a organismos distintos. Los
nuevos responsables ignoraban muchos de los anteceden-
tes. Sólo algún veterano dirigente guardaba en la memorialos principales datos retrospectivos. Al evacuar viejos ta-
lleres o depósitos ya excesivamente usados, encontrába-
mos piezas de arma o municiones que debieron haber
formado parte de algún envío de logística que nadie re-
cordaba. Meses, y a veces años, habían permanecido
arrumbados en las bodegas urbanas. Hubo viviendas clan-
destinas, desocupadas en una época, que a la vuelta del
tiempo volvieron a ser alquiladas por militantes u orga-
nismos que desconocían su uso anterior. En las casas ha-
bía placas de vehículo recuperadas cuyo último empleooperativo nadia sabía a ciencia cierta.
Basada en estas prácticas, la guerra en la ciudad des-
cansaba sobre cimientos de arena. La montaña de vicios
era demasiada para nuestros tardíos propósitos de hor-
miga. Después de cada actividad quedaban múltiples pis-
tas que el enemigo acumulaba y seguía con extremadosigilo. Luego de morder, huíamos, sin reparar en el anzue-
lo que llevábamos trabado en la garganta. Tras cada golpe
nuestro, el enemigo desplegaba sus tropas, cercaba el
sector del ataque, cerraba las vías de acceso y de sahda y
colocaba controles por sorpresa en cruceros determina-
dos. Detenían un vehículo tras otro, verificando docu-
mentos y revisando los sitios en que podían esconderse
armas, municiones, explosivos. En alguna ocasión ame-trallaron a mansalva a peatones inocentes o tomaron re-
32
presalias contra cualquier sector social que consideraban
simpatizante nuestro, luego de nuestros ataques. En 1 980,tras el fulminante aniquilamiento de un alto jefe policia-
co, el gobierno dio orden de acribillar indiscriminada-
mente a los estudiantes que en ese momento se hallaban
en una parada de buses de la ciudad universitaria. Sin
embargo, no era ese su efectivo rumbo. La sucesión ver-
tiginosa del accionar guerrillero, sin que nos diéramos
cuenta, era el verdadero norte por el que se orientaban.
Así llegó el mes de mayo. La víspera del Día Interna-
cional de los Trabajadores decidimos realizar un sabotaje
en gran escala contra los depósitos de la compañía Chev-
ron. La operación era parte de la línea estratégica de
hacer de la ciudad un teatro de gueira permanente, de tal
manera que las unidades militares acantonadas en la ca-
pital se vieran forzadas a cuidar su principal centro ner-
vioso, restándole con ello al enemigo fuerzas y medios
que pudiera dirigir contra los Frentes rurales. Para enton-
ces, la guerra en las vías de comunicación se había traba-
do formalmente, reportándose casi a diario emboscadas
nuestras con minas y fusilería que prácticamente habían
paralizado el transporte por carretera del ejército enemi-
go. Las tropas antiguerrilleras recurrían a diversos ardides
para desplazarse. A bordo de helicópteros transportaban
las armas, las municiones y los uniformes, mientras las
unidades en traje de paisano se movían a pie o en trans-
porte público, evitando los riegos de emboscada. Otra
artimaña que empleaban consistía en detener a los auto-
buses particulares. Después de obligar a descender a los
pasajeros forzaban al conductor a transportarlos. Le exi-
gían correr a una velocidad determinada, sin detenerse
en punto alguno, confundiéndose entre el tráfico normal
de las carreteras.
En esas circunstancias, el sabotaje en gran escala en la
ciudad cumplía perfectamente el objetivo señalado. La
noche del 30 de abril, la unidad militar penetró subrepti-
ciamente a las instalaciones de la Chevron, en la calle de
Petapa. Allí se localizan los mayores depósitos de com-
33
bustible de las grandes empresas multinacionales distri-
buidoras, formando un área restringida entre la línea del
ferrocarril y la antigua carretera a la ciudad de Amatitlán.
Usando tenazas adecuadas, la guerrilla cortó las mallas
de protección y se introdujo al área, burlando a la policía
particular que custodiaba las instalaciones. El dispositivo
incendiario estaba compuesto por dos bombas especiales.
La primera llevaba explosivo perforante, adecuado para
romper la gruesa plancha metálica del enorme recipiente.
La otra era de tipo incendiario y se debía colocar en el
piso. Experiencias anteriores en este tipo de sabotaje nos
habían enseñado que la presión del combustible al salir,
así como la calidad de la deflagración rompedora, no per-
miten que se produzca el incendio en la fracción de se-
gundo que dura la explosión. La modalidad empleadaahora provocaría el incendio al hacer arder el combusti-
ble en el piso, pues la bomba incendiaria era de retardo.
De manera que luego de colocar los explosivos, la unidad
se retiró prudencialmente, esperando a alguna distancia
el estaUido. Al producirse éste, un potente chorro de ga-
solina comenzó a derramarse del tanque averiado, con la
fuerza que provoca la presión de decenas de miles de
galones contenidos en un recipiente. La guerrilla de la
ciudad, conteniendo el aliento, esperaba la explosión de
la bomba incendiaria. El mar de combustible derramadohasta ese momento podía haber inutilizado el artefacto,
con lo que la operación fracasaría. Pero la segunda explo-
sión se produjo en el tiempo previsto. La noche de abril
se iluminó por completo, al producirse una gigantesca
llamarada que enrojeció las nubes. Centenares de galones
brotaban por minuto del depósito roto, en un chorro
que ardía en el extremo de la comba, como un descomu-nal artificio pirotécnico. Un sector completo de la ciudad
se iluminó con el incendio, y al comenzar a sonar las si-
renas de los carros de bomberos, la gente de los barrios
cercanos se dirigió en tumulto al lugar del siniestro. Era
una masa compacta de miles de curiosos que rompió los
cordones de seguridad e irrumpió hasta la orilla misma
34
de las llamaradas, desatendiendo los pitazos y las voces deprevención de la policía. Era la alborada guerrillera parael Primero de Mayo.
35
LAS IDEAS DE MARZO
El origen de la guerra de la ciudad, durante este nuevoempeño de las fuerzas revolucionarias, se remonta a los
planteamientos teóricos que lo fundamentaron. En 1967,
Ricardo Ramírez, uno de los sobrevivientes de la guerrilla
de la Sierra de las Minas, delineaba la primera estrategia
ordenada con que contaron los insurgentes guatemalte-
cos. Eran años de derrota y en las selvas del norte aúnhabrían de batirse con brío la últimas fuerzas rebeldes.
Aquel documento escrito en marzo es el croquis necesa-
rio para orientar la guerra en un país complejo, y en su
abrigarrada síntesis traza el esbozo de la fortaleza, señala
sus defensas y su punto débil, marcando el rumbo para
ir a su asalto. Una década de luchas resultó necesaria pa-
ra poner al descubierto sus errores de fondo. La guerra
en la ciudad es una de las claves en esta estrategia tem-
prana.
La gestación consciente de nuestra guerra y sus prime-
ros inicios (terrorismo y sabotaje) tuvieron comienzo en
la ciudad, en el seno de núcleos avanzados de la clase
obrera, de intelectuales comunistas (estudiantes) y mili-
tares progresistas, que en su fusión dieron lugar, de ma-nera desordenada, a los primeros planteamientos (aún en
germen) sobre la guerra revolucionaria en nuestro país,
y formaron los primeros grupos guerrilleros, a los que se
unieron ya algunos campesinos. Pero la energía revolu-
cionaria expresada en aquella fusión y en aquellos inten-
tos de acción violenta en la ciudad, teniendo en cuenta
37
las características históricas y la estructura económica
de nuestra patria, no podía objetivamente desarrollarse
en este escenario ni en el seno de las masas populares ur-
banas (obreros y capas medias). La ciudad no reúne las
condiciones para el desarrollo de una fuerza militar po-
pular en una situación adversa. Las masas trabajadoras
citadinas, no obstante su relativo nivel de organización yconciencia, tienen en el crecimiento aparente y artificial
de la ciudad, un margen mayor de facilidad y son presas
inconscientes del reformismo, del economismo y del abur-
guesamiento ideológico: están, por eso mismo, menospreparadas para responder a las exigencias, privaciones ypenalidades qUe una lucha larga, cruenta e implacable re-
quiere. En el campo no sólo se encuentran las condiciones
materiales propicias para la sobrevivencia y desarrollo de
las fuerzas revolucionarias en armas, sino que la población
campesina constituye la fuente inagotable de energía para
la revolución. Las masas determinantes para la produc-
ción nacional son precisamente las campesinas. En el
transcurso de la guerra, en la medida en que las fuerzas
guerrilleras vayan derrotando al enemigo, la economía ylas relaciones sociales del régimen se descalabran, las ciu-
dades se conmueven hasta sus cimientos. Las masas de
trabajadores urbanos, al sufrir directamente las conse-
cuencias, despiertan gradualmente de su sopor y ala vez
se rebelan. Juegan entonces un papel activo en el desgaste
y parálisis del aparato central enemigo y en el asalto final
de su más fuerte fortaleza, juntamente con los destaca-
mentos guerrilleros que la estarán penetrando ya. El ciclo
del proceso activo de acción armada que empezó en la
ciudad, que se desplazó, se desarrolló y se hizo invencible
en el campo, se cierra con el derrumbe final del baluarte
central de las fuerzas opresoras, la ciudad.
Provisto de esta ideas y del balance crítico de una ge-
neración que no logró encontrar el norte verdadero de la
guerra, un primer núcleo de militantes clandestinos se
instaló en la ciudad al comenzar la nueva década. Llegó
dispuesto a llevar a la práctica aquellas previsiones. No
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tenía dinero, ni recursos, ni armas. Sin embargo, las ideas
de marzo marcaban un rumbo viable y los militantes
pudieron iniciar sus tareas exitosamente. En la ciudad,
las oleadas de terror habían amainado y se había apagadoel eco de los últimos combates. En 1972, instalados en unpalomar de la zona 12, Federico y Ramón vivían en unapequeña habitación alquilada, con puerta a la calle, ha-
ciéndose pasar por comerciantes al por menor. Aquella
pieza de vecindad era el "cuartel general" de la organiza-
ción en la ciudad, cuyos miembros entonces podían con-
tarse con los dedos de la mano. En el interior de la pieza,
donde se podía, se arrumbaban los insólitos enseres queentonces proporcionaban los primeros colaboradores.
Llantas usadas de carro, madera de deshecho, víveres,
cajas de cartón, un gran sartén de acero y las artesas deplástico con que supuestamente comerciaban los jóvenes
inquihnos, le daban a la pieza un aire de traspatio y de
bodega de tienda. Por las mañanas, delante de doña Berta,
la propietaria de la pieza, los compañeros debían quemarincienso, para ajustarse a la tradición de los comerciantes
guatemaltecos. Hacer esto o salpicar la mercadería conuna rama de chuca, es el secreto para lograr buenas ven-
tas al día. En una vieja furgoneta, que un día los ladrones
les dejaron en trozos, salían a realizar los contactos de la
jornada, a atender colaboradores, a recoger los diezmosque la inicial base de apoyo les proporcionaba. Este pri-
mer vehículo debieron verderlo por 300 quetzales, pre-
ventivamente. En una de las artesas de plástico llevaban
cierto día una biografía de Luis Turcios y los ladrones se
la llevaron junto con toda la mercadería. ElPupo, un viejo
pick-up que posteriormente consiguieron, se despanzurró
una mañana a media calle. Lo llevaban cargado de madera
de deshecho, con la cual proyectaban construir sus pro-
pios muebles, y los ejes se vencieron. Más tarde fue El
Caimán, una furgoneta verde, el vehículo en que salían
con sus artesas de plástico a primera mañana, para volver
a media noche. Para fotografiar las comunicaciones que
periódicamente debían enviar a la dirección de la organi-
39
zación, por ese entonces en México, necesitaban contar
en el cuarto de alquiler con una cámara oscura. Sin em-bargo, su calidad de comerciantes no les daba pantalla
para hacer fotografía, ni su condición de huéspedes la
privacidad necesaria. De ahí que decidieran improvisar
con cajas de cartón y retazos de madera un taller de fo-
tografía que por sus pequeñas dimensiones y el material
de que estuviera hecho, pudiera pasar desapercibido en
el abigarramiento del cuarto. Para permanecer en la fla-
mante cámara oscura, sin embargo, cualquiera de los dos
gigantes debía encogerse tanto como podía y permanecer
así horas enteras, batallando con la luz y con la química
elemental del arte fotográfico. Paula y Patricia permane-
cían fuera, controlando el tiempo de los líquidos con el
reloj.
Al amparo de la mano todopoderosa de tío Panfilo,
de Mincho, de los abuelos, viejos colaboradores de las
guerrillas, aquellos revolucionarios profesionales sobrevi-
vieron durante los tiempos iniciales. "Hoy vi algo insólito,
estrambótico, estrafalario", solía decir Mincho, siempre
que comenzaba la narración de cualquiera de los peque-
ños hechos cotidianos. Hacía rato que había comenzadoa envejecer y tenía medio cuerpo paralizado, a causa de
un derrame cerebral que lo dejó inválido de por vida. La
revolución era para él la única razón de existir. Trabajaba
en un mercado, y por su medio la organización lograba
reparar las armas defectuosas que por entonces se obte-
nían en el mercado negro. Respaldándose en sus ruinosas
condiciones físicas. Mincho llevaba a componer al Pisto-
lón, un viejo negocio donde se vendían y reparaban ar-
mas, nuestras primeras carabinas y revólverres. Con ini-
gualable maña se hacía pasar por asistente de un miütar
imaginario, cosa que en ningún momento alguien ponía
en duda. Como pertenecía a una generación devota de la
revolución, pero un poco viejo ya para asimilar las com-plejas ideas que ahora la sustentaban, en los momentosen que la plática llegaba al instante de soñar, expresaba
su profesión de fe revolucionaria y a la vez sus grandes
40
confusiones. "A mí, compañeros", ofrecía exaltado "fó-
rrenme de candelas de dinamita y me meto al Congresopara hacer una sartenada con todos esos hijos de puta".
Para tener una idea de las circunstancias en que debió
trabajar este núcleo inicial de militantes urbanos, baste
decir que a lo largo de tres años lograron construir unared clandestina efectiva, a nombre de una organización
anónima y en defensa de una causa que entonces parecía
derrotada. Cecilia, que había estado sola en la ciudad
mucho antes; Paula y Patricia, con cuyos sueldos se sos-
tuvo la organización en los primeros tiempos; Beatriz,
José Luis, Felipe, Carlos, La Negra, que llegaron poste-
riormente, algunos por temporadas, fueron sentando las
bases de la organización urbana, ciñéndose al severo régi-
men de clandestinidad que las circunstancias exigían. Para
hacerse de un documento personal, por esos tiempos,
había que seguirle la pista a un muerto o a un ausente
muchos meses. Seudónimos, claves, compartimentación,
vigilancia perenne y una entrega total, normaban los mo-vimientos de estas primeras células en la ciudad de aque-
llos años. En la observancia estricta del arte conspirativo
iba la vida de todos y el futuro del proyecto. Un día, de-
bido a su precaria salud, al viejo Mincho le sobrevino uninfarto, en la soledad del cuarto de alquiler donde vivía.
Tenía bajo su cuidado, en ese momento, dos revólveres
que debía llevar a reparar en los próximos días. Ante el
delicado trance, sin embargo, tuvo suficientes fuerzas to-
davía para dejar bajo llave las armas, cerrar la habitación,
salir a la calle y llamar un taxi para que lo llevara al hos-
pital de emergencia. Cuando una compañera lo visitó en
su lecho de enfermo, a la vuelta de los días, lo primero
que le dijo fue que no tuviera pena, que las armas estaban
a buen recaudo, debidamente bajo llave.
Así se inició el trabajo en la ciudad y la construcción
de bases de apoyo. La mayoría de sus miembros fueron
reclutados en los sectores populares y una parte impor-
tante entre las capas medias intelectuales. Unos cuantos
provinieron del reagrupamiento individual de combatien-
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tes aislados de las guerrillas anteriores. En 1973, aquel
puñado de militantes intentó una primera recuperación
económica, asaltando un vehículo municipal que trasla-
daba fondos de la ciudad de Escuintla. Lograron recupe-
rar únicamente 300 quetzales. En diciembre, procedentede México, Rolando entró clandestinamente. A partir de
entonces se organizaron las estructuras urbanas, se homo-geneizó la línea a seguir en el periodo de implantación yse redobló el trabajo de apoyo a la guerrilla de la selva.
Un primer lote de carabinas se obtuvo en el exterior y se
transportó hasta nuestras bases secretas en Lx)s Cuchu-matanes. En estos ajetreos y en la reaUzación de la Primera
Conferencia Guerrillera, en las montañas, se nos fueron
los primeros seis meses de 1974. Por esa época comenzóa publicarse nuestro pequeño periódico clandestino. Gue-
rra Popular. En todo el país, los militantes de la organiza-
ción no pasábamos de treinta. En el sigilo de las casas
clandestinas, en los caminos de la madrugada, en el refu-
gio de los fríos bosques del noroeste, preparábamos el
instrumento revolucionario. Desde entonces comenzó a
organizarse la unidad militar de la ciudad. Lázaro fue unode sus primeros integrantes.
Por las características de su militancia y por su trayec-
toria, pictórica de combates, Lázaro encarna lo mejor de la
nueva generación de guerrilleros urbanos. Dotado de unarara facilidad para asimilar los principios del arte de la
guerra, este futuro jefe militar se incorporó muy joven
a la organización. Durante la niñez, en su barriada había
sido pandillero, y ello determinó quizás su carácter beü-
coso y la evidente vocación militar por la que ya en la
vida militante habría de caracterizarse. Provenía de una
familia de comunistas, y compartiendo algún ajetreo de
su padre adoptivo entró en contacto con las ideas revo-
lucionarias. Disciplinado, audaz, imaginativo, comenzóa destacar por su arrojo en la realización de las pequeñas
tareas militares de entonces. La primera vez que lo vimos
fue uno de los días iniciales de 1975. Debíamos apresar
y sacar del país a un conflictivo personaje que pretendía
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incorporarse a nuestras filas y que no era leal del todo.
Recordamos a Lázaro, muy joven aún, tocado con unaboina verde, apuntándole al preso con una subametralla-
dora.
A lo largo de su militan cia revolucionaria, Lázaro per-
ticipó en decenas de combates y en todos salió ileso. DeSergio, veterano de la anterior Resistencia urbana, apren-
dió los principios clásicos del arte operativo y la ecuación
de sorpresa, velocidad y potencia en que se basan aqué-
llos para el combate urbano entre adversarios desiguales;
de Felipe aprendió la audacia ilimitada y el uso de la téc-
nica en la guerra de los pobres; de Rolando, la síntesis
compleja de ideología, política y ciencia militar de queestá hecho el enfrentamiento bélico. En el cénit de su
trayectoria había logrado dominar el arte de dirigir el
combate, cuando éste se traba formal y los hombres se
mueven a las voces de mando. Las armas vomitan fuego
y plomo, las detonaciones atruenan el ambiente, el acre
olor de la pólvora impregna el aire y los vehículos se de-
tienen en seco, mientras vuelan hechos trizas los parabri-
sas y las ventanillas al impacto de las ráfagas. Nada de
esto atiende el mando, sino el avance, la maniobra, la
reacción, la retirada. La acción requiere del combatiente
mucha sangre fría; pero la dirección del combate exige
de quien manda, además, lucidez para apreciar el conjun-
to en medio de los tiros.
De 1975 a 1980, la guerrilla de la ciudad reahzó ope-
raciones legendarias. La guerra en la ciudad dio comienzo
el 13 de diciembre de 1975, con el ajusticiamiento de
Bernal Hernández, un prominente esbirro que había sido
oficial del ejército y que entonces imponía el terror con
sus matones en el Congreso de la RepúbUca,en el cual era
representante. En una céntrica calle de la capital fue
abatido por guerrilleros, a bordo de motocicletas. Más
tarde, la armería El Bisonte fue vaciada en operación re-
lámpago. Al llegar, la pohcía sólo encontró los boquetes
por donde los comandos habían penetrado al local y la
pintura fresca de las consignas en los muros. Oficiales
43
del ejército, jefes de policía, tenebrosos esbirros de las
fuerzas represivas cayeron uno a uno bajo el fuego de
las armas revolucionarias. Diplomáticos de gobiernos
enemigos, grandes burgueses represivos, ministros de Es-
tado pasaron a las cárceles del pueblo, para recobrar la
libertad hasta el pago del rescate o hasta la publicación
del manifiesto exigido. Alguno vio explotar, al paso de su
vehículo, alguna de las llamadas máquinas infernales en
los atentados clásicos. La guerrilla, partiendo de sus bases
secretas en la ciudad, golpeaba como un rayo donde me-nos se esperaba. Al día siguiente, los titulares de prensa
y los radioperiódicos reportaban la operación guerrillera
o publicaban, luego de cierto plazo, los manifiestos revo-
lucionarios. Meses atrás, en fábricas, edificios en construc-
ción o esquinas concurridas por los trabajadores, las uni-
dades armadas se presentaban por sorpresa y distribuían
propaganda. Después del breve mitin, cuando la gente se
arremolinaba tras los volantes con la efigie del guerrillero
argentino-cubano, los seguidores de su ejemplo en la
ciudad habían desaparecido. Eran los mejores años de la
guerra en la ciudad y nuestras armas siempre salían vic-
toriosas.
Sin embargo, a lo largo de los años la organización ur-
bana había generado insensiblemente conceptos equivo-
cados y hábitos rutinarios. Los recursos económicos que
por medio de la fuerza le arrancamos a los grandes bur-
gueses, nos dieron sensación de fortaleza y nos hicieron
olvidar las iniciales bases de apoyo. En vez de diluirnos
en el seno del pueblo, con lo cual la organización se ha-
bría hecho invencible, nos instalamos en casas alquiladas.
El erróneo concepto sobre las masas urbanas de las ideas
de marzo comenzaba a hacer efecto. Estas ideas falsas
se traducían en prácticas que afectaban los factores de
la clandestinidad colectiva. Para compañeros forjados
por años de militanda, borrar de su práctica el contacto
con la familia llegó a ser una nueva naturaleza; llegó a
serlo, igualmente, el nombre de guerra utilizado, la
discreción rigurosa, la disciplina de no ver, no escuchar.
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I
no enterarse sino de lo que es indispensable para cumplir
con el deber cotidiano. A estos compañeros hubo unmomento en que su nombre legal les sonaba extraño, lue-
go de lustros de clandestinidad. Su verdadera familia eran
los restantes camaradas de la célula, la forma más alta de
relación entre los seres humanos. Eran los que al salir por
la mañana pensaban qué harían si la casa era ocupada en
su ausencia por el enemigo y qué debían hacer sus com-pañeros en caso de ser él muerto o capturado; los que
antes de salir se cercioraban de llevar el embutido en or-
den y velaban porque sus compañeros fabricaran y varia-
ran sus propios embutidos; los que antes de llamar por
teléfono preveían qué decir con frases indispensables,
ajustándose a las claves convenidas, y qué respuesta dar
en caso de preguntas sorpresivas; los que sabían muy bien
que el arma personal no es sólo para ser usada contra el
enemigo, sino también para preservarnos como revolucio-
narios en el último momento. Eran quienes habían hecho
de la vida clandestina su verdadera vida. Junto a ellos,
sin embargo, había también los que a falta de vida fami-
liar corriente pretendían hallarla igual en la clandestini-
dad, desvirtuando los lazos que unen a los militantes; los
que a riesgo de dañar a sus familiares contaban los días
que faltaban para verlos; los que no se resignaban al ano-
nimato que entraña el verdadero uso de seudónimos yno perdían ocasión.de revelar algún detalle que los identi-
ficara, aunque fuera en su anterior identidad clandestina,
ante el nuevo compañero conocido. Estos compañeros no
habían reflexionado sobre los dos grandes usos del arma.
La duración de la guerra, por otra parte, comenzó a
provocar entre nosotros los efectos del tiempo. Compa-ñeros que se habían incorporado a nuestras filas en la
primera juventud se hicieron hombres en la clandestini-
dad, y en ella hallaron pareja amorosa. Las tareas conjun-
tas, los riegos comunes y el nuevo sentido del amor
que la vida clandestina genera en el militante, llevó a mu-chos compañeros a unir su vida a la de la pareja encontra-
da en la vida revolucionaria. La militancia exige renunciar
45
a muchos de los satisfactores del hombre común y co-
rriente: pero esto no se puede exigir en todos los aspectos
ni por tiempo indefinido. Así, en la clandestinidad co-
menzaron a nacer niños, y con ellos se produjeron las ló-
gicas adecuaciones en el desempeño de los padres. Enmedio de las vicisitudes que impone la lucha desigual
contra un enemigo despiadado, los desvelos del militan-
te se multiplican con las preocupaciones por la suerte del
hijo. Hay una razón más para vivir y luchar: pero tambiénun nuevo objetivo a preservar del enemigo. Y estas cosas
se agravan cuando vivimos aislados del pueblo. Muchosde estos niños de la revolución crecieron en los patios delas casas clandestinas, compartieron las alegrías y los so-
bresaltos de sus padres revolucionarios y fueron peque-ños testigos de años de anonimato y heroísmos. Lamayoría de ellos, adolescentes ahora, se preparan para
seguir el ejemplo de sus padres compañeros. Otros, los
menos por fortuna, se perdieron para siempre en la vorá-
gine de la guerra.
1978 y 1979 fueron años de recias luchas populares.
El gobierno de Laugerud se cerró con la matanza de ciento
treinta campesinos kekchíes, en Panzós, un pequeño pue-
blo a las orillas del río Polochic, en Alta Verapaz. El 29
de mayo de 1978, la población de los alrededores, enca-
bezada por Mamá Maquín, una dirigente indígena, se pre-
sentó al cabildo a protestar por el despojo de tierras de
que la comunidad era objeto y fue ametrallada por la tro-
pa del puesto militar. En camiones de volteo fueron re-
cogidos los despojos sangrantes y enterrados en fosas co-
munes. Era el primer gran aviso. Con el gobierno de Lucas,
inaugurado en 1978, se instauró el terror. La oposición
democrática y lo más avanzado del movimiento popular
fueron exterminados implacablemente a partir de enton-
ces. Los asesinatos políticos llegaron a hacerse cotidianos.
Dirigentes sindicales, líderes estudiantiles, políticos de la
oposición democrática, catedráticos universitarios y sim-
ples ciudadanos caían día a día en atentados brutales e
inconcebibles. Las gráficas de prensa y los reportajes de
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la televisión repetían diariamente la misma escena trági-
ca. Un conocido ginecólogo era abatido en su vehículo,
a la salida de su casa, cuando llevaba sus hijos a la escue-
la. Un catedrático^niversitario recibía múltiples impactosde bala en la cara, en el momento de abordar su vehículo.
Otro, camino de sus oficinas, era ametrallado junto consu esposa. Los cuerpos sin vida, recostadosjunto a las ven-
tanillas hechas trizas, con un hilo de sangre chorreandodel oído, era cubiertos con una sábana mientras llegaban
a reconocerlos sus familiares. Los curiosos arremolinados
en el lugar, con la grave expresión de quien se halla ante
sangre derramada, dejaban paso a los deudos, entre las
luces giratorias de las radiopatrullas y los fogonazos delas cámaras fotográficas. El 20 de octubre de 1978, al
concluir el mitin con que los sectores populares y demo-cráticos habían conmemorado un aniversario más de la
Revolución de 1944, Oliverio Castañeda, presidente dela Asociación de Estudiantes Universitarios, había sido
cazado por esbirros en traje de civil. Lo ametrallaron en
la entrada al Pasaje Rubio, donde había tratado de buscar
refugio. 1979 se inauguró con el asesinato del principal
dirigente del Partido Socialista Democrático, Alberto
Fuentes Mohr, acribillado en la Avenida de la Reforma.Semanas después corría la misma suerte el máximo líder
del Frente Unido de la Revolución. La liquidación de los
dirigentes de la oposición democrática era parte de los de-
signios continuistas del gobierno militar y, más que eso,
su objetivo era la eliminación de toda oposición organi-
zada. A medida que avanzaba el sangriento calendario deesos meses, los asesinatos comenzaron a hacerse en masa.
Lejos de retroceder, la ciudadanía manifestó su repudio
a estos crímenes, concurriendo por miles a los entierros
de estos muertos. La represión se hizo entonces indiscri-
minada y se tornó genocida. En las salidas de la ciudad,
en los barrancos convertidos en botaderos de cadáveres,
comenzaron a aparecer los cuerpos masacrados, las manosatadas con alambre y profundos cortes de arma blanca
en el cuello. El 21 de junio de 1980, la policía cercó la
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sede de la Central Nacional de Trabajadores y secuestró
a plena luz del día a más de veinte dirigentes sindicales,
introduciéndolos en autobuses. Nunca aparecieron sus
cadáveres.
Una de las respuestas guerrilleras al creciente baño de
sangre del gobierno, fue el ajusticiamiento del Jefe del
Estado Mayor General del Ejército, general David Canci-
nos, el 9 de junio de 1979. En marzo de aquel año, desde
un helicóptero militar, Cancinos había dirigido por radio
el asesinato del dirigente socialdemócrata, Manuel ColomArgueta, exalcalde de la capital. Hombres armados, a
bordo de vehículos particulares, literalmente lo cazaron
en una céntrica zona, al sur de la ciudad, ametrallándolo
en su vehículo, luego de la impune y larga persecución
por las calles de la zona 9. Había sido un crimen político
premeditado, tendiente a allanarle el camino al candidato
presidencial militar en las siguientes elecciones, el propio
general Cancinos. En abril iniciamos a nuestra vez la ca-
cería del asesino. Era una operación difícil, debido a que
el alto jefe militar siempre se transportaba en un vehículo
blindado, con protección de hombres armados, en untriángulo de hierro que iba de su residencia fortificada,
en la zona 10, al Palacio Nacional, y de aquí a las insta-
laciones del Cuartel General del Ejército, en el antiguo
fuerte Matamoros. Los disparos de bajo caHbre de la gue-
rrilla habrían rebotado como granizo en la coraza del ve-
hículo. Colocar a su paso una bomba era extremadamente
complicado, debido a la vigilancia existente en sus rutas
habituales, fuera de que este recurso tampoco garantizaba
plenamente el éxito del atentado. En mayo, sin embargo,
establecimos que el militar visitaba a una amante, en su
casa de una populosa barriada del este. En esas ocasiones
se desviaba de la ruta vigilada, y durante la visita, debido
a la lógica del amor, bajaba la guardia y adoptaba el com-
portamiento cotidiano de cualquier amante. Muchas ve-
ces, entonces, se montó la operación, y otras tantas, de-
bido a diversas razones, no pudo ponerse en práctica.
Cada vez, en el último momento, las unidades operativas.
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prestas en las bocacalles de los alrededores, recibían la
orden de suspender el atentado. El 9 de junio, finalmente,
cincidieron los factores necesarios. El Jefe del EstadoMayor, en traje de civil, se presentó a la casa de la amante,a bordo de un vehículo corriente y sin escolta. Algo ha-
bía ocurrido que por una vez lo había hecho vulnerable.
Al anochecer dejó la casa, como siempre, y acompañadodel conductor y de ün guardaespaldas en el asiento trase-
ro, salió de la barriada en dirección a la 12 Avenida. Lue-
go, el vehículo tomó por el túnel que se forma en el pasoa desnivel que hay junto al gimnasio olímpico. Allí fue
alcanzando por nuestros vehículos y acribillado contun-
dentemente. Minutos más tarde, al presentarse autorida-
des y periodistas, el jefe de la Policía Judicial, al extraer
del bolsillo del muerto los documentos personales, cons-
tató, trémulo, de quien se trataba.
A finales de 1979, las guerrillas de la montaña dejaron
la fase de la propaganda armada y comenzaron a atacar
a las tropas del ejército. En Chajul, El Quiche, una pa-
trulla militar fue emboscada por fuerzas guerrilleras, oca-
sionándole algunos muertos y recuperando las armas ylos equipos de combate. El ejército respondió con unamasacre en la cabecera municipal, el 6 de diciembre. Se-
leccionó a siete campesinos que tenía secuestrados en
Chicamán, los vistió con uniformes verde olivo y los hizo
marchar por un camino al pueblo de Chajul, ametrallán-
dolos en la entrada. Luego enterró los cuerpos en una
fosa común, después de quemar con gasolina uno de los
cadáveres. Presentó la masacre como un combate con la
guerrilla. Su campaña de terror se había extendido por
el área uspanteca, camino de la Zona Reina. Incendiaban
las viviendas, exterminaban a losjóvenes y dejaban atadas
a las mujeres heridas, en las aldeas arrasadas, para que las
devoraran los perros y las aves de rapiña. Los dirigentes
Gaspar Viví y Vicente Menchú, catequistas, cabezas de
las parcialidades, organizaron una marcha a la capital para
protestar por la campaña de exterminio. Durante varios
días, los veintiún campesinos se presentaron por sorpresa
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en sedes sindicales, en locales de prensa, en entidades
educativas, denunciando la represión de que eran objeto
sus comunidades. Las organizaciones populares de la ca-
pital les prestaban ayuda, protegiéndolos de la policía
secreta que andaba tras sus pasos. Sin embargo, la censura
de prensa impedía que la opinión pública conociera sus
denuncias. El 31 de enero de 1980, desesperados, deci-
dieron ocupar la embajada de España, acompañados de
obreros, estudiantes y pobladores de la capital. La poli-
cía cercó la sede diplomática y la incendió con sus ocu-
pantes dentro. 39 cadáveres carbonizados fueron retira-
dos horas más tarde de la planta alta, donde tenía sus
oficinas la representación. Uno de los campesinos, Gre-
gorio Yujá, había sobrevivido a la masacre. Días más tar-
de fue secuestrado del hospital donde era atendido. Sucadáver fue arrojado por los esbirros en el campus de la
ciudad universitaria, donde fue sepultado por los estu-
diantes. Las organizaciones populares velaron los cadá-
veres de los masacrados en el paraninfo de la antigua fa-
cultad de medicina, en el centro de la ciudad. Estaban
rodeados por la policía. El día del entierro, la población
de la capital acompañó los cuerpos al cementerio general,
en la última manifestación popular de esos años. Para quenadie olvidara que los hombres quemados habían llegado
de las montañas del Quiche, de grandes bosques viejos yamaneceres amarillos, los ataúdes iban cubiertos por cor-
tes de telas indias, con dibujos de pájaros. Al salir del pa-
raninfo, los activistas populares se enfrentaron a tiros
con la policía, cuando sacaban las armas con que habían
montado guardia toda la noche. Emiliano y Pascual, diri-
gentes estudiantiles, cayeron acribillados, entre una mul-
titud que había decidido asistir encapuchada al sepelio,
como forma de preservarse de la represión enemiga. Enlos muros del cementerio general, manos anónimas es-
cribieron con pintura roja que el color de la sangre jamás
se olvida.
En la Ciudad no se cumplían nuestras grandes previsio-
nes; las ideas de marzo en relación a las masas urbanas
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habían sido desmentidas por la verdad de la vida. No se
trataba, en efecto, de tomar el cielo por asalto, a la ma-nera de los viejos conspiradores, izando la bandera roja
en el Hotel de Ville, para luego, a bordo de globos en-
cumbrados por el efecto de gases más livianos que el aire,
enviar piquetes de agitadores profesionales a las otras
ciudades, desde la urbe sitiada, llevándole la consigna de
una insurrección improvisada a obreros desprevenidos.
La estrategia revolucionaria en un país complejo no pue-
de basarse simplemente en la astucia de una élite inteli-
gente. Núcleos de conspiradores profesionales, orientados
por las ideas de la clase obrera, habrán de organizar pa-
cientemente a las masas, y en el proceso aleccionador de
la lucha de clases, las llevarán del reclamo por los bienes
elementales a pelear su derecho a gobernar el mundo; las
llevarán de la lucha por el pan y el trabajo a los recios
combates con piedras y barricadas; a enfrentar con cani-
cas regadas en el pavimento las cargas de la caballería; a
levantarse en armas en los barrios populares, ocupandolas calles, las fábricas, los telégrafos, los nudos ferroviarios
y los viejos mecanismos del dominio de clase, hasta sitiar
las grandes fortalezas de mampostería, vedadas desde
siempre a los pájaros. En nuestra insurrección urbana se
verán, como en las fotografías de las revoluciones clásicas,
destacamentos de obreros y ciudadanos, a bordo de ca-
miones erizados de fusiles, entonando cantos de guerra ygritanto consignas de victoria, en el momento de marchar
a los combates finales.
5\
LA ESTRATEGIA Y LA FLORDEL TAMBORILLO
El 4 de julio de 1981 tuvo lugar la juramentación de
una de las dos escuadras con que contaba la unidad mili-
tar de la ciudad. Sus integrantes ya habían pasado mu-chas pruebas de fuego. Sin embargo, la ceremonia era
necesaria para reforzar su espíritu de cuerpo y contribuir
a prepararlos para lo que venía. En la ciudad se vivía unaextraña calma que sólo podía presagiar acontecimientos
desfavorables. En nuestros cálculos, preparándonos para
lo peor, preveíamos un cateo de la ciudad, casa por casa,
como recurso extremo del enemigo para atrapar al tábanoinvulnerable. Sin embargo, descartábamos esta alternati-
va, al hacer el recuento del número de efectivos que para
una operación de esta envergadura sería necesario. Duran-te las grandes represiones finales de los años 60, Aranahabía empleado la totahdad de los efectivos del ejército
para catear la ciudad, en un momento en que las guerrillas
en el campo habían sido prácticamente exterminadas.
Ahora, cuando la lucha guerrillera avanzaba impetuosa
en varios frentes del campo, catear simultáneamente la
capital era prácticamente impensable. Por esos días, los
habituales controles de vehículos habían desaparecido,
aunque esto no era la primera vez que ocurría. El hecho,
de todas maneras, nos había puesto en guardia, pero en
el fondo nos lo explicábamos como impotencia del ene-
migo. Esta certeza interior terminó de afirmarse al escu-
char ése o el día anterior, declaraciones televisadas del
propio presidente de la repúbhca, reconociendo el grado
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de organización que a su juicio había alcanzado entonces
la guerrilla. Con su habitual dificultad para expresarse, el
jefe del ejército había hecho un elogio de la capacidad
de su adversario, aunque agregando algo relativo a la ex-
periencia de la institución bajo su mando. Cuatro días
más tarde habríamos de comprender el sentido que en-
trañaba aquel mensaje.
Ese día era sábado y, por la tarde, en la casa de seguri-
dad que tenía asignada, debía tener lugar la juramenta-
ción de la escuadra. El autor debía presidir la secreta
ceremonia. Vivía en una residencia de la zona 9 de la ciu-
dad, cuyo cielo era atronado constantemente por el rui-
do de los aviones. El aeropuerto internacional quedaba a
pocas cuadras y la casa se hallaba exactamente bajo la
ruta de los vuelos. Aquél había sido un día normal. A las
7 AM había escuchado las noticias internacionales, en
un pequeño radioreceptor de onda corta. No se reporta-
ba nada extraordinario. El día anterior, Londres y Liver-
pool habían sido escenario de violentos combates entre
jóvenes pobres y la policía. En los Estados Unidos se ce-
lebraba un aniversario más de la Declaración de Indepen-
dencia. Laura, una de las compañeras que vivía en la casa,
había saUdo a comprar pan antes de las siete, hora en
que comenzaban a organizarse los pájaros. Al volver,
cuando terminaba el noticiero de esa hora, se escuchó
claramente el ruido metáhco de la cerradura, en la puer-
ta de calle, al quitar y poner llave. Los trabajadores de la
carpintería de enfrente, instalada en una residencia in-
congruente para ello, llegaban hasta las ocho. A esa hora
se suponía que quienes aparentaban trabajar en nuestra
casa habían sahdo ya a la calle. A partir de esa hora, por
lo tanto, las visitas de compañeros a la casa debían restrin-
girse al máximo, aunque este régimen de apariencias casi
no se cumplía. Las mil necesidades de la organización
obUgaban a varios compañeros a visitar la casa intempes-
tivamente. Era la reahdad de una guerra erróneamenteconducida que ya nos había impuesto sus rutinas. Demanera que a las 8 AM, invariablemente, el autor comen-
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zaba a trabajar en un pequeño estudio del traspatio, el
cual su compañera había alegrado con macetas de gera-
nios. Cantarrecio, un gallo que había comprado algunos
meses atrás en Magdalena Milpas Altas, para recordar la
montaña, y su hembra, tenían un pequeño corral junto
al estudio. El cafeto del patio, que había floreado en fe-
brero, estaba ahora frutecido. En la intersección de dosmuros, sobre los rosales de tallos recubiertos por unacostra de hollín de la ciudad, un pájaro estaba constru-
yendo su nido, utilizando una enredada y polvorienta
cinta magnetofónica.
Ese día no esperaba a nadie. Manolo iba a llegar hasta
el lunes, y Lázaro, el capitán, había viajado al exterior
pocos días antes. Había sahdo en una misión importante
y se iba a tardar algún tiempo. De manera que ocupó la
mañana escribiendo a máquina cosas de la organización.
Por esa época, en sus ratos libres, estaba escribiendo la
historia de un azacuán que había sido derribado por el
granizo; pero por aquellos días no tenía tiempo. Junto
al escritorio, en un bolsón de cuero provisto de correa
para llevarlo pendiente, tenía una pistola ametralladora
Scorpion, que Rolando le había regalado, y una pistola
Beretta, calibre 3.80. Eran sus armas personales. No de-
jaba el bolsón ni cuando iba a traer café a la cocina cada
cierto tiempo. Aunque en la vivienda no había nada com-prometedor visiblemente, lo agobiaba saber que enterra-
do en un arriate del traspatio había un recipiente de
plástico, hasta el tope de documentos. Sabía de sobra
que el galón de gasolina, siempre a mano, no sería eficaz
para destruir, en caso de emergencia, los secretos de la
organización contenidos en los millares de hojas de papel.
A media mañana, como era habitual, pasó por el cielo de
la casa una escuadrilla de bombarderos A37-B, cargados
de proyectiles. Solían despegar proa al norte, para luego
torcer al noroeste o al oeste. Volvían aproximadamenteuna hora después, o por la tarde algunas veces, luego de
cumplir sus misiones. Los helicópteros Iroquois, en cam-
bio, no tenían rutina ni itinerarios regulares. Pasaban a
55
cualquier hora y en diferentes rumbos, volando muy ba-
jo, al extremo que se podía distinguir perfectamente a
los tripulantes. A veces, por esos días, al anochecer, vo-
laba alguno a gran altura. Únicamente se le reconocía
por el peculiar ruido, de explosiones lentas, muy lejos, ypor las luces interminentes. Era la hora en que los sanates
armaban su algarabía final en los árboles cercanos.
A las 2 PM, acompañado de Ruth, responsable de for-
mación política, salió al contacto previsto. Alberto per-
maneció en la casa. La cita era al norte de la ciudad, por
lo que debían atravesar ésta casi por completo, pasando
por el centro. Iban sin armas, considerando que ante unregistro de rutina eran mejor respaldo los documentospersonales. Se transportaban en una pequeña camioneta
Subaru, blanca, apodada La Danta. En la casa clandesti-
na, mientras durara la ceremonia, volverían a estar arma-
dos. En la ruta prevista no eran habituales los controles
y, siendo recto el itinerario, aquéllos podían ser detecta-
dos con antelación. De manera que de la casa salieron a
la séptima avenida y por ella se dirigieron al norte. Ro-
dearon la Plazuela España, siguieron rumbo a la Torre
del Reformador y alcanzaron el empalme con la calle
Mariscal Cruz. Allí el tráfico se hizo más intenso, debidoa confluir en ese punto los vehículos que llegan por la
Avenida de La Reforma. Más tarde pasaron bajo el puen-
te de la Penitenciaría, una obra de piedra, de principios
de siglo, por donde corre el ferrocarril que llega de la
Costa Sur. Después pasaron el Centro Cívico, una nueva
rotonda, hasta detenerse en el semáforo de la dieciocho
calle y séptima avenida, esquina del Edificio El Cielito.
Años atrás, al comenzar la guerra en la ciudad, la guerrilla
había ajusticiado allí a Bemal Hernández. A partir de es-
se punto entraron al centro viejo.
En la calle Martí y séptima avenida, antiguo Jocote-
nango, debía esperarlos Otoniel. Dejaron La Danta en
otro punto, de manera que el enlace no conociera el ve-
hículo, y llegaron a pie al punto de contacto. Mientras
esperaban junto al restaurante El Castillo, vieron a pa-
56
sar en un carro a Manolo. Iba seguramente a alguna reu-
nión y se saludaron con los ojos. Al llegar Otoniel, a la
hora convenida, abordaron el vehículo de éste, una fur-
goneta amarilla, partiendo rumbo a la casa. Al doblar
por la Avenida Independencia, a mitad del trayecto, am-bos se tendieron en el piso del vehículo. Tenía vidrios
polai/izados, por lo cual no era necesario cubrirse el cuer-
po. Ningún vecino se percataría de que a la casa había
entrado alguien más en la furgoneta. Utilizando el mis-
mo ardid entraban y salían de la casa los combatientes
que llegaban a ella clandestinamente. Se suponía que en
la relsidencia sólo vivía una pareja, acompañada de la ma-dre de la esposa. Una vez en el ugar, el conductor sonó
la bocina, y alguien en el interior hizo correr la puerta
metálica del garage. Sólo cuando la puerta se hubo cerra-
do de nuevo los pasajeros furtivos se incorporaron y baja-
ron del vehículo.
Estaban en una vivienda común de pequeña burguesía,
en la zona 2 de la ciudad. Zoila, miembro del mando de
la unidad militar, con uniforme guerrillero y subametra-
lladora, les hizo encuentro en el vestíbulo. Les entregó
armas cortas y les pidió que esperaran un momento. Pa-
saron unos segundos, y a una señal de la muchacha entra-
ron en lo que debía ser una sala comedor, acondicionada
para la ceremonia. En el fondo, en el lugar de honor, tras
la mesita desde la que se presidiría el acto, se veían las
banderas nacional y de la organización. Azul y blanco, la
primera, con sus reminiscencias de acto escolar de la in-
fancia y su color de viejo cielo guatemalteco. La nuestra,
roja como la sangre, esquema de firmamento y a la vez
programa para el pueblo. A mitad del saloncito, con las
armas en descansen, lo mejor de lajuventud patria, la boi-
na en sesgo marcial y la mirada en las banderas. Otoniel,
Raúl, Efraín, Víctor, Zoila, Agustín, la mitad de la gue-
rrilla que había hecho arder la ciudad con el fuego de la
guerra revolucionaria. A una orden de Agustín, enérgica
pero confidencial, la guerrilla saludó presentando armas.
El ruido del acero resonó en le recinto. Ninguno tenía
57
más de veinticuatro años. Adela, tía de Zoila, el respaldo
adulto de la casa, ocupó un lugar junto a la mesita del
presidium. Vivía de lavar ropa y de coser y no sabía quéhacer con sus manos desocupadas. Era la viuda de unobrero, antiguo colaborador de las guerrillas anteriores,
muerto por el enemigo. Al ser asesinado su esposo, Adela
había sido capturada, pasando dos años en la cárcel. Al
salir se había hecho cargo de Zoila, proporcionándole
hogar y las primeras ideas revolucionarias. Ella y Cristina,
su cuñada, respaldo adulto de la otra escuadra guerrillera,
cosían las prendas de ropa que vendía en el mercado de
la Terminal de Autobuses el resto de mujeres de la fami-
lia, también integrada a la organización como base de
apoyo. Vivían en una barriada al sur de la ciudad, por el
rumbo de Los Guajitos.
El acto dio comienzo. La muchacha guerrillera, con el
arma en bandolera, comenzó así aquel parte del día:
Quien piense dirigir una guerra en la selva tiene queaprender de la flor del tamborillo. Ningún general
asedia al adversario con tanta maestría como esta
flor amarilla. Todos los años toma febrero por asal-
to, instaura la floración total de la primavera y se
retira sin ruido por las rutas de marzo.
A quien iban dirigidas estas palabras se le agolpó la vida
en un instante interminable. La compañera, en el silencio
de la salita, hablaba de los duros caminos de la guerra, de
las ideas que las esclarecen, del lugar de Paxil y Cayala,
donde hay mazorcas blancas y mazorcas amarillas, el lu-
gar del trabajo y la abundancia por el que batallamos.
Rememoraba a nuestros muertos y hacía el recuento de
los combates librados en los últimos meses. Quien escu-
chaba tenía el pensamiento muy lejos, en el mundo ver-
de, en el allá grande de los loros, donde años atrás una
guerrilla en la mañana de la selva había comenzado a
moverse en el sentido de la vida. Ahora estaban allí,
frente a él, multiplicados, dispuestos a tomar la alegría
58
por asalto. Agustín, nacido de obreros, exnormalista, pe-
queño, delgado y moreno como el pueblo, leal a su clase
y a sus compañeros. Zoila, crecida en zonas marginales,
estudiante de ingeniería, su padre había muerto por la
causa que ahora ella también seguía. Efraín, estudiante
de comercio, puro, recto, como alguna vez habrá de ser
el hombre nuevo. Víctor, obrero, había dejado la fábrica
por la guerrilla y en ésta se comportaba con la laboriosi-
dad y la austera disciplina que forja en el hombre el tra-
bajo creador. Otoniel, hijo de padres revolucionarios, su
vida misma era fruto de la revolución y a ella había aspi-
rado desde su infancia en el exilio. Raúl, hijo de un poli-
cía, había llegado a ser por su esfuerzo presidente de los
estudiantes universitarios de su facultad. La vida social
había proporcionado la materia de que estaban hechosestos maravillosos combatientes. La organización estaba
forjando su conciencia y aun estaba logrando que el hie-
rro floreciera. Pacientes meses de trabajo político y for-
mación ideológica los habían dotado de la conciencia
necesaria para entender el mundo y transformarlo de
manera revolucionaria. A cada uno le ceñimos una faja
indígena, roja o amarilla, símbolo de la unidad entre
combatientes indígenas y ladinos, y les estrechamos la
mano. Por vivir un minuto como aquél valía la pena lu-
char una vida entera.
Al llegar la hora del juramento, un profundo silencio
se hizo en la salita. A lo lejos, en las calles cotidianas, se
oía el ruido de los vehículos del sábado y voces de niños
que jugaban en las vecindades. La hora más importante
de la vida había llegado para aquella guerrilla inolvidable.
El capitán no estaba ahí, pero lo teníamos en el pensa-
miento. Una noche de abril, al volver de un recorrido
por Baja Verapaz, le habíamos mostrado las estrellas
boreales, fijas por el rumbo de la Sierra de Chuacús.
Ahora no escucharía a los combatientes jurar, con su
timbre juvenil y aguerrido de soldados de la revolución,
que estaban dispuestos a luchar todos los días de la vida
y hasta la última gota de su sangre, para tomar el poder y
59
construir en Guatemala una sociedad nueva, una sociedad
donde los indios, los ladinos y todos los trabajadores ten-
gan el mismo derecho a participar en la producción y en
los beneficios de la riqueza social y de la cultura espiri-
tual; no los escucharía jurar que estaban dispuestos a
empuñar el arma sin vacilación, cuando se les pidiera o
fuera necesario, para ir en ayuda de la lucha revoluciona-
ria de los pobres de cualquier país del mundo y para com-batir al imperialismo en cualquier parte; no los escucharía
jurar que estaban dispuestos a luchar hasta la victoria
siempre por la revolución y por el Ejército Guerrillero
de los Pobres. Pero Lázaro habría de volver para verlos
cumplir su juramento.
Catorce días más tarde, el 18 de julio, la casa era ocu-
pada por el enemigo. La ofensiva antiguerrillera había co-
menzado diez días antes. El domingo 19, aniversario dela Revolución Sandinista, tropas del ejército rodearon la
manzana desde el amanecer, emplazando ametralladoras
pesadas en las bocacalles. Las unidades operativas habíansido transportadas en camiones militares, en un desplie-
gue de efectivos y medios que alarmó a los habitantes de
esa zona de la ciudad. En los alrededores, mezclados en-
tre la población civil, agentes de particular observaban
con discreción a personas y a vehículos que se movíanpor el área, a la caza de indicios o tratando de detectar
evacuaciones de viviendas provocadas por el operativo.
En la cuadra de la casa, el comando militar impedía la
salida de todos los moradores, mientras unidades de asal-
to penetraban a la vivienda deshabitada, ocupando armas
y documentos. Los reporteros de prensa recibieron del
personal militar el material gráfico de los interiores y de
los pertrechos ocupados, supuestamente un arsenal com-pleto, consistente en fusiles automáticos, lanzacohetes,
granadas y municiones. Aparecían también mantas de pro-
paganda que identificaban a la organización, aunque enla casa no había ninguna de estas mantas. En una habita-
ción, al fondo, encontraron una recámara de madera, a
prueba de ruido, construida en secreto allí durante las
60
últimas semanas. Esto era real, pues iba a servir comocárcel del pueblo. Una unidad de zapadores colocó car-
gas explosivas en todo el edificio, y el comandante expli-
có que la vivienda iba a ser demolida. Aparentemente, al
presentarse el propietario, alarmado por los acontecimien-
tos y solicitando reconsiderar la orden de demolición, el
oficial desistió de su propósito. Dos días antes habíamossacado de la casa un lote de fusiles que estaba asignado a
las guerrillas locales de la ciudad. Ese domingo, la unidad
militar iba a realizar un atentado contra un ministro de
Estado.
La casa, en realidad, había sido ocupada la noche an-
terior por unidades enemigas, especiaUzadas en operacio-
nes de inteligencia. El operativo del domingo obedecía a
fines de guerra psicológica y propaganda. La guerrilla
había dejado la casa en el último minuto, cuando los
agentes enemigos en traje de paisano, a bordo de vehícu-
los particulares, se aprestaban a operar contra la vivienda.
La mañana de ese día, Víctor y Otoniel habían salido a
recuperar el vehículo que se iba a utilizar en el atentado
del día siguiente. Con saco y corbata uno, y el otro en
mono de deportista, habían encañonado a media mañanaal propietario de un pick-up, obligándolo a entregar las
llaves. Sin embargo, al revisar el vehículo, el estado del
motor no s^ correspondía con la cuidada apariencia ex-
tema. Por la tarde, vestidos de la misma manera, repitie-
ron la operación contra otro piloto. Esta vez, el vehículo
estaba en perfectas condiciones mecánicas, cubriéndolos
requerimientos que la operación de atentado exigía. La
única dificultad estribaba en que este segundo vehículo
estaba provisto de camper, y antes de conducirlo a la ba-
se de partida operativa era necesario desmontárselo. Para
ello, sin embargo, hacía falta una llave maestra, con la
cual no contaban en ese momento. Mientras Otoniel per-
manecía en un estacionamiento de vehículos, al cuidado
del pick-up recuperado, Víctor, en la furgoneta amarilla
de la escuadra, fue a conseguir la llave necesaria a la casa
de un colaborador. Se fue a las 4 PM y no volvió más.
61
A las 6.30 PM, aproximadamente, Ruth llegó a la casa
de la guerrilla y ya encontró la alarma. Media hora antes,
al ver que su compañero no volvía, Otoniel había decidi-
do infórmale a Zoila, su responsable inmediata. Aprecian-
do la situación, a su vez, Zoila consideró indispensable
informarle a Efraín, jefe de la escuadra. Ambas compa-ñeras fueron a buscar un teléfono, por el rumbo del Cerro
del Carmen. Un Mustang deportivo arrancó en ese mo-mento de su estacionamiento frente a una de las casas
vecinas. En el trayecto, las compañeras pasaron por el
sitio de parqueo y vieron allí el pick^p solitario. No ha-
bía indicio alguno de movilización enemiga. Después de
comunicarle a Efra la situación, volvieron ala casa. Entre
la desaparición de Víctor y ese momento habían pasado,
cuando más, tres horas. Ya había anochecido, y en los
alrededores a las compañeras les llamó la atención una
camioneta con varios hombres dentro. Sin embargo,
pensaron que se trataba de los guardaespaldas de un fun-
cionario del gobierno que vivía en las cercanías. Tras dar
un corto rodeo, Ruth se encaminó a la casa clandestina
donde estaba viviendo provisionalmente, situada en la
manzana vecina. Ambos recursos habían sido alquilados
uno muy cerca del otro, sin que lo supieran los respecti-
vos responsables, debido a la compartimentación. Sin
embargo, esta segunda vivienda no fue afectada por el
operativo. A las 9 PM, aproximadamente, cuando Efraín,
a pie, se acercaba a la casa de la escuadra, detectó el sigi-
loso despliegue de los vehículos enemigos. Ocultándose
en el quicio de una puerta vio cuando la camioneta con
los hombres armados apareció por la avenida, pasó frente
a la casa muy despacio y cruzó precisamente en la esqui-
na donde él se había ocultado. Tras pasar frente a Efraín,
el vehículo continuó por la calle, hacia el oeste. Aprove-
chando esos instantes, Efraín penetró a la casa y dio or-
den de evacuarla de inmediato. Un escondite subterráneo
donde se guardaban documentos quedó con la tapa abier-
ta. Al salir, los compañeros cometieron el error de dejar
las armas cortas y dos subametralladoras. Al salir a la
62
Avenida Independencia, a la vuelta de la casa, vieron el
operativo enemigo enfilar hacia el objetivo. La tripulación
de uno de los vehículos de aseguramiento, estacionado
cerca de la esquina, reparó en las parejas que se retiraban
a prisa, una a poca distancia de la otra. Después de con-
trachequearse cuidadosamente, abordaron autobuses
urbanos, por separado, y salieron del sector. Más tarde,
desde un teléfono público, al otro lado de la ciudad,
Efraín llamó a la casa recién abandonada. Le respondió
la voz de un hombre que pretendía hacerse pasar por
compañero. Al preguntarle Efraín qué había pasado., si-
mulando que creía hablar con Víctor, el hombre respon-
dió que había tenido gripe. Efraín le dijo que se vieran
más tarde, proponiéndole llegar él a la casa. El hombrerespondió que eso no convenía, pues enfrente había unaradiopatrulla estacionada, siendo mejor que se vieran enlos boliches de la Avenida Independencia. Efraín le res-
pondió que estaba bien.
63
LOS RUGIDOS DEL BALAM
En el Castillo de Chichén-Itzá, en la recá-
mara central de otra construcción varios
siglos más antigua, descubierta en el inte-
rior de la actual pirámide, hay un hermosojaguar de piedra rojiza. Es de tamaño na-
tural, con incrustaciones de jade en los
ojos y en el cuerpo. En la penumbra de la
estancia, la fiera se halla en actitud de ru-
gir, y parece burlarse de quienes logran
subir la estrecha y empinada escalinata in-
terior para verlo de cerca.
El 8 de julio de 1981 había comenzado la fase especta-
cular de la ofensiva antiguerrillera urbana. A media ma-ñana de ese miércoles, emisiones informativas de una delas radioemisoras de la capital reportaban que en Vista
Hermosa, un suburbio elegante, al este de la ciudad, esta-
ban teniendo lugar violentos combates entre fuerzas del
ejército y guerrilleros cercados en una residencia. Unsector completo de esa zona urbana, situada en las estri-
baciones de las Montañas de Pinula, había sido acordo-
nado por las tropas, y no se permitía el acceso ala prensa
ni a personas particulares. Los carros de bomberos y las
radiopatrullas de la policía se dirigían al sector, sonandolas sirenas y haciendo girar las luces intermitentes. La
población civil del área estaba siendo evacuada, aunquefaltaban por salir los alumnos de un colegio. Algo muygrave estaba sucediendo. Avances noticiosos posteriores,
en efecto, daban cuenta de que carros de combate del
ejército disparaban con cañón contra la residencia sitiada.
A eso del medio día, una fuerte explosión que se escu-
chó en toda la ciudad puso fin a la resistencia de los gue-
rrilleros copados. Los telenoticieros del medio día pre-
sentaron el reportaje fílmico de los acontecimientos.
Con el teleobjetivo, desde lejos, la cámara enfocaba la
sólida construcción de tres plantas sobre la que se cen-
65
traba la atención general. El sonido de lo que ocurría enel terreno no se correspondía con las imágenes, debido a
la distancia desde la que las escenas habían sido tomadas.
Al acercar al máximo la imagen, por las azoteas, fugaz-
mente, se veía aparecer a los sitiados, abriendo fuego,
aunque los disparos sólo se distinguían por la breve hu-mareda que brotaba de la boca de las armas. En otra es-
cena, la cámara enfocó a uno de los carros de combate,en el momento del disparo, sin que se percibiera de éste
más que el fogonazo y el humo. Al dar contra la residen-
cia, la silenciosa explosión del proyectil derrumbó unode los muros delanteros, en sorda deflagración de humoy polvareda. Más tarde, una figura que trepó hasta la
azotea dejó caer por la chimenea algo como un paquete,
alejándose inmediatamente. Segundos más tarde, unapotente explosión en el interior de la vivienda puso fin a
toda resistencia. Era la explosión que se había escuchado
al medio día.
Los reportajes periodísticos del día siguiente dieron
cuenta con amplitud de los detalles del operativo. Unade las casas de seguridad de la Organización del Puebloen Armas, donde se concentraban aproximadamente die-
cisiete combatientes, había sido destruida por las fuerzas
de seguridad, en la mayor operación antiguerrillera delos últimos años. Copados desde el amanecer en el inte-
rior de la residencia, los guerrilleros habían resistido has-
ta el medio día, impidiendo con fuego de fusilería el
avance de las unidades de asalto. Una tras otra, las embes-tidas del ejército habían sido rechazadas por los sitiados
con nutrido fuego de fusilería, sin atender los llamados a
la rendición que se les hicieron por medio de altavoces.
Había sido, en efecto, una resistencia heroica. Al termi-
nar el combate, se decía que entre los escombros de la
residencia se habían encontrado diecisiete cadáveres. Eran
todos jóvenes, hombres y mujeres, la mayoría armadoscon fusiles automáticos. De las informaciones podía de-
ducirse que en la casa se hallaba la fábrica de explosivos
de la organización, ya que se había encontrado una im-
66
portante cantidad de minas terminadas, así como los ins-
trumentos y la materia prima para fabricarías. Se trataba
de una residencia alquilada, cuyo arrendatario era unprofesional extranjero que la había rentado utilizando
papeles falsos. La información sugería que la actividad
clandestina había sido detectada por las fuerzas de segu-
ridad del gobierno a raíz de algún dato derivado de la
falsa identidad del profesional mencionado.Reconstruyendo con mayores elementos las razones
del golpe, arribamos a algunas conclusiones iniciales. La
vivienda, en efecto, había sido arrendada por alguien quese había identificado con documentos falsos, aunque con
el fuerte respaldo que prestan la apariencia y la posesión
de recursos. El régimen de clandestinidad observado por
los compañeros, por otra parte, era estricto, y aparente-
mente no dejaba resquicios para la detección casual por
terceros. Los combatientes acuartelados allí estaban de
paso para otros Frentes y no conocían la ubicación de la
casa. Se les introducía a la vivienda con los ojos cerrados,
a bordo de vehículos con vidrios polarizados, observan-
do en el interior de la casa una rigurosa disciplina. Losvecinos, probablemente, podían haber escuchado alguna
vez un número mayor de voces que el que correspondía
a la cantidad de habitantes aparentes, lo cual podía ha-
berse constituido en un indicio. Estos elementos, sin em-bargo, eran hechos aislados que no bastaban para expücarlo ocurrido. La única explicación del golpe era entoncesuna denuncia directa de alguien que conociera la ubica-
ción de la casa. Esto, a la vez, lo desestimábamos, ya quequienes conocían la casa habían muerto en el combate oestaban en ese momento bajo control de la organización.
Sin embargo, había un detalle necesario de tomar encuenta. El 26 de junio, doce días antes del golpe, el vo-
cero de la oficina de relaciones públicas del ejército ha-
bía presentado por televisión a dos combatientes captu-
rados que pertenecían a la organización golpeada. Amboseran campesinos, indígenas, n^uy jóvenes, y habían sido
hechos prisioneros en un Frente rural. En sus declaracio-
67
nes públicas, estos cautivos habían dado detalles acerca
de su reclutamiento, de un viaje al exterior a entrenarse
y del funcionamiento interno de la organización. La in-
formación secreta en manos del enemigo, lógicamente,
podía ser mucha más. Era posible, por ejemplo, que estos
prisioneros hubieran descrito el interior de la vivienda en
que habían habitado a su paso por la ciudad, con lo que
el enemigo podía deducir el tipo de infraestructura
que utlizaba la organización para estos trasiegos. A par-
tir de este elemento no era difícil hacer un listado de las
residencias de este tipo que se hallaban alquiladas en
aquel momento en la ciudad y seguidamente proceder a
la investigación pormenorizada y secreta de cada una de
ellas. Cotejando la documentación personal de los arren-
datarios o chequeando selectivamente las viviendas sos-
pechosas de albergar guerrilleros, era posible para el ene-
migo determinar cuáles eran probables casas de seguridad.
Al detectar ésta en concreto, el enemigo habría operado
inmediatamente. Esto significaba, además, que el ejérci-
to conocía ya un determinado tipo de vivienda utilizado
por el movimiento revolucionario en la ciudad y que
esta clase de residencias iban a estar sujetas en adelante a
investigación. Con todo y ello, concluíamos que el mar-
gen de seguridad era todavía ampHo en nuestro caso yque si el enemigo había golpeado a la organización her-
mana era debido a errores concretos cometidos por los
compañeros. Por lo demás, pensábamos, las viviendas al-
quiladas en la ciudad eran miles y el aparato enemigo nopodía estar en capacidad de investigarlas todas. Elevando
las medidas de seguridad y manteniéndonos alertas creía-
mos que era posible conjurar nuevos golpes.
Todas estas hipótesis se vinieron al suelo al día siguien-
te. El viernes 10, dos días después del primer ataque, los
noticieros vespertinos dieron cuenta otra vez de la reali-
zación de un gran operativo militar. Una nueva residen-
cia, ahora en la colonia El Carmen, al sur de la ciudad,
había sido rodeada por efectivos del ejército, esta vez a
partir del medio día. En todo el sector urbano se escu-
68
chaban prolongadas balaceras y disparos de cañón. Las
informaciones posteriores reportaban ahora un númeromayor de muertos de parte de la organización hermana.
También en esta ocasión, según la información oficial,
un gran arsenal, explosivos, municiones, equipo militar yabundante propaganda habían sido ocupados por el ejér-
cito. Entre los muertos había otra vez mujeres y algunos
profesionales universitarios. Todo el sector del enfrenta-
miento había sido acordonado y los oficiales no permi-
tían el acceso de la prensa al lugar de los sucesos. Las
noticias de prensa destacaban que una vez más, a pesar
de la gran envergadura del operativo ant\^uerrillero, la
población civil no había sufrido daños. Los técnicos mi-
litares en publicidad le habían repartido a la prensa, comoen la operación precedente, las fotografías de los hechos
y la versión oficial de lo ocurrido. Según estas informa-
ciones, la vivienda había sido detectada por denuncias
de los vecinos, tras notar en el interior actividades inu-
suales o sospechosas por parte de los moradores. Segúnlos compañeros, en efecto, una posible causa del golpe
podría haber sido el haber levantado, como medida de
precaución y para evitar ser observados por los vecinos,
una franja adicional de lámina por encima de un murocompartido. Esto podría haber levantado sospechas.
Nuestra conclusión era lógica. La organizaicón hermanaestaba siendo golpeada debido a errores concretos en el
uso de un determinado esquema de infraestructura. Mien-
tras nosotros no incurriéramos en similares errores, está-
bamos a salvo. De nuevo se trataba de una mansión, de
arrendatarios con papeles falsos, de vehículos con vidrios
polarizados, de combatientes en gran número habitando
la casa clandestinamente. Literas, ollas de gran tamañopara hacer el rancho, grandes cantidades de víveres alma-
cenados. Verdaderos cuarteles guerrilleros que no sopor-
taban la menor investigación y que a la hora de un ataque
enemigo se convertían en terribles ratoneras.
El análisis del nuevo golpe y recientes informaciones
relacionadas con el anterior arrojaban elementos de ex-
69
plicación un tanto más concretos. Para comenzar, era
indudable que el enemigo contaba con suficiente infor-
mación previa y que el segundo ataque formaba parte de
todo un plan de campaña. Al día siguiente del ataque a
la casa de Vista Hermosa, un oficial enemigo que había
participado en la operación le había comentado a unaamiga el operativo que iba a tener lugar al día siguiente.
La mujer sólo pudo trasladamos la información después
de los hechos. Ahora sabíamos, además, que a la primera
residencia, algunos días antes del ataque, había llegado
el propietario del inmueble, supuestamente para hacer
un avalúo de la propiedad. El compañero que en la casa
aparentaba hacer trabajo de jardinería, le había impedi-
do la entrada, pretextando tener instrucciones expresas
al respecto por parte de sus celosos patrones. El propie-
tario, y el supuesto agente valuador que lo acompañaba,en cierto momento habían tratado de meterse a la resi-
dencia, aun contra la oposición del jardinero, invocando
derecho de propiedad;pero el compañero se los impidió,
también con cierta violencia. Más tarde, el propietario
llamó por teléfono al arrendatario, insistiéndole en per-
mitirle efectuar el avalúo bancario. Esta vez, el propieta-
rio recibió otra negativa, ahora sobre la base del derecho
a la privacidad que otorga el contrato. Se trataba, a todas
luces, de una verificación disfrazada. Seguía quedando
en la oscuridad cuál había sido la fuente original de la
información.
En los días subsiguientes, por las más diversas vías,
comenzaron a llegamos diversas "explicaciones". Uncompañero que habitaba en la primera casa atacada, al
acercarse a la vivienda en la madmgada del combate, ha-
bía detectado el cerco enemigo, regresando a la casa que
precisamente había sido atacada dos días después. Los
agentes enemigos pudieron haberlo seguido, establecien-
do así la ubicación de la segunda vivienda. Una delación
desde dentro de la organización tampoco era posible,
puesto que los compañeros que conocían la localización
de la vivienda y estaban con vida, habían perdido en el
70
operativo a la novia, al hermano, a la compañera de vida.
En febrero, si nos recordábamos, había tenido lugar uncenso general de viviendas. Estudiantes, empleados públi-
cos, trabajadores de estadística, como suele hacerse en
estos casos, habían visitado casa por casa, provistos de
formularios para hacer el recuento de la población ur-
bana. Solicitaban el número de habitantes de la vivien-
da, el nombre y la ocupación de cada uno de ellos. Deesta forma, los datos básicos de los moradores quedaban
registrados. Toda esta información había sido computari-
zada. Más tarde, mediante encuestas sobre diversos aspec-
tos de la situación urbana, nuevos encuestadores, esta
vez de instituciones privadas, registraban la edad, el in-
greso y ciertas opiniones sobre temas sociales. Por este
medio, se decía, establecía el enemigo la composición
social, la edad y la ocupación real de los encuestados. Apartir de estos datos no resultaba difícil para los investi-
gadores ubicar a los núcleos familiares compuestos por
parejas jóvenes, de ocupación laboral inexistente o cuyos
nombres no coincidían con los que habían declarado la
primera vez. Las casas alquiladas por parejas jóvenes, sin
ocupación verificable o por alguien cuyos datos no coin-
cidían con los registrados en el censo inicial, eran inves-
tigadas en secreto y pormenorizadamente. Otras versio-
nes referían que el objetivo de las encuestas era más bien
establecer el tiempo que llevaba la familia habitando la
casa. El criterio del enemigo era que los guerrilleros se
caracterizan por el frecuente cambio de vivienda, debido
al rápido deterioro que provoca en su cobertura, la acti-
vidad clandestina. Por lo tanto, toda vivienda alquilada
en los útlimos seis meses iba a ser investigada, especial-
mente aquellos cambios de domicilio que hubieran teni-
do lugar a partir del ataque a la casa de Vista Hermosa.
El enemigo, se decía, partía del criterio de que los revo-
lucionarios iban a cambiar todas aquellas viviendas que
entraran en el esquema de las casas atacadas. Más tarde,
a este criterio se agregaba una nueva vaijante. La clave
de las investigaciones enemigas residía en el estudio del
71
contrato mismo. Este, en efecto, debe hacerse por ley
ante notario público. En el documento contractual que-
dan registrados los datos del arrendatario y los del fiador
correspondiente. El enemigo, se decía, estaba investigan-
do de oficio todos los contratos de arrendamiento ycompraventa que se realizaban, mediante el examen de
los protocolos notariales. Se había ordenado a abogados
y notarios presentar esta documentación confidencial
con más frecuencia en la Corte Suprema de Justicia. Allí
los sabuesos del enemigo cotejaban datos, analizaban fe-
chas y verificaban la autenticidad de la documentación
personal de los contratantes. Toda esta información pa-
saba a los centros de computación del ejército.
En la segunda quincena de julio la ofensiva enemiga
cobró ritmo creciente. Uno tras otro se producían los
operativos contra la infraestructura guerrillera urbana.
El 29 de julio, en la zona 14 de la ciudad era atacada otra
residencia de la Organización del Pueblo en Armas. En el
ataque había caído el comandante Antonio y varios cua-
dros medios. Habían comenzado a golpear a nivel de la
dirección revolucionaria. Las fotos de prensa traían esce-
nas de los resultados del ataque. Los cuerpos de los com-pañeros, en las posturas últimas de la muerte, con las
armas empuñadas todavía, estaban regados por el jardín
y en el vestíbulo. De alguna manera, esta nueva operación
enemiga estaba relacionada con otro hecho simultáneo.
La mañana del 29, un compañero que vivía en la casa de
Antonio se trasladaba en vehículo, acompañado de otro
combatiente, por la zona 13 de la ciudad, cayendo en untapón del enemigo. El conductor fue muerto en el tiro-
teo que se produjo cuando los compañeros no obedecie-
ron el alto. El combatiente mencionado logró escapar
milagrosamente, por los barrancos aledaños, tras intensa
persecución. A medio día se producía el operativo contra
la casa de Antonio. El compañero se quedó sin contacto
y recurrió a nosotros para enlazar de nuevo con su orga-
nización. Agustín, quien lo veía, pues estábamos prepa-
rando conjuntamente la evacuación de una vivienda de
72
la organización hermana, mantuvo contacto con él du-
rante algunos días, mientras le informábamos de la situa-
ción a sus responsables.
La saturación operativa de la ciudad comenzó a poner-
se en evidencia. Agustín y su escuadra, casualmente, ha-
bían alquilado una vivienda a dos cuadras de la última
vivienda atacada. A medio día, mientras se ocupaban de
concluir los depósitos subterráneos para guardar algunos
recursos, vieron el despliegue del cerco poHciaco. En unprimer momento, con razón, consideraron que se trataba
de un operativo contra su casa y se prepararon para rom-per el cerco. En ese momento, sin embargo, comenzarona sonar las explosiones y el tiroteo en la residencia cerca-
na. El cerco de la poHcía terminaba en la esquina de la
casa en que se hallaban. Los compañeros comprendieronla situación. De todas maneras, previendo un cateo pos-
terior, abandonaron la vivienda. Transportaron en el ve-
hículo, apenas cubiertas con un poncho, las subametralla-
doras y el lanzacohetes de la unidad. Más tarde debieron
volver a la casa evacuada a rellenar los depósitos incon-
clusos y entregar la casa a su propietario con cualquier
pretexto. Cautro días más tarde, esta vez en la colonia
Miraflores, en la zona 1 1 , otra casa era ocupada por el
enemigo. Este operativo, sin embargo, había tenido lugar
contra una vivienda abandonada días antes por la orga-
nización hermana. El ejército introdujo en secreto armas
y propaganda al local, antes de la ocupación pública,
presentando lo hallado a la prensa como botín de guerra
efectivo. Los compañeros nos habían informado con
antelación de otras casas evacuadas por ellos reciente-
mente, previniéndonos respecto al inminente operativo
enemigo contra ellas. Prácticamente estaban desmontan-
do toda su infraestructura, basada en un mismo esquema.
Sabíamos que Gaspar Ilom, jefe de la organización, esta-
ba en ese momento en la ciudad, y temíamos por él.
En las calles, mientras tanto, los mecanismos tradicio-
nales de control se mantuvieron inalterables. Vehículos
con placas de una determinada serie, ya conocida de so-
73
bra por nosotros, seguían siendo utlizados para el patrulla-
je de rutina. Eran los habituales hombres armados, en
traje de civil, malencarados y prepotentes, a bordo de
vehículos que a simple vista delataban el oficio de sus tri-
pulantes. De la misma manera continuaron los controles
de vehículos en ciertos puntos de la ciudad. Discretamen-
te, sin embargo, comenzaron a operar nuevos agentes del
enemigo, cuya apariencia rompía completamente los es-
quemas conocidos. Eran, por ejemplo, hombres que pa-
recían nóveles empresarios, a bordo de vehículos de lujo.
Su vestimenta y sus maneras se correspondían perfecta-
mente con las características del área urbana donde esta-
ban operando. Sus armas no eran visibles, aunque sí lo
era, eventualmente, la larga antena del radio de que podía
estar provisto el vehículo. Ni la apariencia, ni la edad, ni
el sexo del agente obedecían a un esquema. Al local
donde imprimía su propaganda una organización estu-
diantil de oposición, por ejemplo, se presentó por esos
días la propietaria del inmueble, acompañada de una su-
puesta amiga, la cual únicamente se dedicó a observar el
interior del local y las características de los muchachos. La
propietaria conversó amablemente con ellos y les pidió
tomaran como secretaria a una sobrina suya desempleada.
Los estudiantes, evaluando posteriormente la visita, die-
ron por hecho que ante esa solicitud de la propietaria, la
seguridad del local estaba garantizada. Esa significación
le atribuían a la petición de la propietaria. Al día siguien-
te, el enemigo ocupó por sorpresa el local, capturando a
los muchachos y le dio muerte a uno de ellos, durante la
refriega que se produjo en la esquina, al tratar éste de es-
capar. Días más tarde, la artera propietaria fue muerta a
tiros por los compañeros de los estudiantes. A la mujer
que la acompañaba no volvió a vérsele.
Las consecuencias iniciales de la ofensiva enemiga fue-
ron las que el ejército había previsto. Del ataque a las re-
sidencias, y de sus bases artificiales, se derivaban varias
implicaciones. La primera y más de bulto consistía en
que el esquema de la casa alquilada, sobre la base de do-
74
cumentación flasa, no podía seguirse manteniendo. Era
necesario desocuparlas a toda prisa, antes de que fueran
golpeadas por el enemigo, una tras otra. De este hecho
básico se desprendían otras consecuencias. En cada casa
el enemigo hacía prisioneros y ocupaba documentos, de
los cuales se derivaban nuevas impUcaciones y riesgos
potenciales, formando verdaderos complejos. Si la cédu-
la del arrendatario era falsa, a menudo no lo eran los
documentos del fiador, el cual corría a partir de ese mo-mento riesgos evidentes. Esta situación se agravaba por
el hecho de que, por lo general, quienes prestaban este
tipo de servicios no eran militantes. La organización, por
ejemplo, no podía ordenarles pasar a la clandestinidad.
Eran ciudadanos con vida legal, con esposa, hijos y tra-
bajo normal. Estaban sujeto a compromisos que la orga-
nización no podía anular por decreto. La cuchilla del
enemigo no distinguía matices ni jerarquías en el com-
promiso, capturando o asesinando sin más trámite a los
involucrados. Los dos hermanos de un compañero, uno
de los cuales había sido el arrendatario de una de nuestras
casas clandestinas, fueron secuestrados sucesivamente
por el enemigo y asesinados de inmediato. Para ello se
basó en los apellidos, y no tuvo escrúpulos en asesinar al
primero, no obstante haber sido el segundo el firmante
del contrato. La ocupación por el enemigo de documen-tos personales o de vehículos legales tenía las mismasimplicaciones. De manera que el listado de los recursos
legales de que debíamos deshacernos, la cancelación de
contratos que debíamos llevar a cabo y los avisos corres-
pondientes a los involucrados, crecía diariamente, multi-
plicándose con cada nuevo golpe. Lo mismo ocurría con
los capturados vivos. Por cuestión de método es necesario
cambiar o tomar las medidas correspondientes en relación
a los recursos o a las informaciones que conoce cualquier
miembro de la organización que es hecho prisionero. Y a
las lógicas medidas que debíamos tomar, en atención a las
reglas del arte conspirativo, vinieron a sumarse, a partir
de ciertas fechas, las decisiones que imponía un nuevo
75
fenómeno que comenzó a producirse. Los propietarios
de las viviendas, en efecto, ante el riesgo de que sus in-
muebles fueran demolidos durante los operativos, pro-
pagandizados ampliamente por los medios de comunica-
ción, por propia iniciativa llamaban a los inquilinos, verifi-
cando datos, inquiriendo por el año exacto de graduación,
corroborando la explicación inicial que se les había pro-
porcionado al alquilar la vivienda. Algunos lo hacían
personalmente, en visitas cargadas de aprensiones, de cir-
cunloquios, de reticencias. O simplemente enviaban a unempleado a verificar la actividad real de los moradores,
con algún pretexto. Temían ver reducido a escombros lo
que consideraban su legítimo patrimonio. Reconstruir
posteriormente con los compañeros el diálogo sostenido
con el propietario o la actitud del empleado que había
llegado a colocar un nuevo vidrio, sin que se hubiera so-
licitado, era una tarea abrumadora, en la que por lo ge-
neral no podían extraerse datos concluyentes. Podía ser
una investigación inducida por el enemigo o simplemente
una iniciativa espontánea de los propietarios. La falta de
rigor previo en el control de los factores de la clandesti-
nidad hacía virtualmente imposible arribar a conclusiones
útiles. De la apreciación final dependían vidas de com-pañeros o de colaboradores. O del margen de tiempoque creyéramos tener para tomar las medidas pertinen-
tes. Pronto nos dimos cuenta de que muchas de nuestras
previsiones se quedaban cortas, al percatamos, por ejem-
plo, de que no todos los muertos reportados por el ene-
migo eran necesariamente reales. Los compañeros podíanigualmente haber sido capturados vivos. Mientras algún
propio no viera personalmente el cadáver, a nadie podía
dársele por muerto. Por las noches, a las viviendas se pre-
sentaban parejas de jóvenes que preguntaban el apellido
de la familia y anotaban el programa de televisión queen ese momento estaban viendo. Decían pertenecer a
empresas privadas dedicadas a este tipo de encuestas.
Una de las características de la lucha clandestina urba-
na es el alto grado de compartimentación en que necesa-
76
riamente se desenvuelve aquélla. Aunque este métododel arte conspirativo no se cumpla estrictamente, su apli-
cación general como criterio de trabajo es suficiente mu-chas veces para preservar a militantes y recursos de los
golpes del enemigo. Sin embargo, en situación de ofensi-
va, este método se revierte en muchos aspectos contra
quienes lo utilizan. Que cada militante sólo conozca unaparte, en efecto, le permite a la organización, en caso de
captura, por ejemplo, mantener el resto a buen recaudo
y continuar el funcionamiento. Pero esta parcelación de
los secretos, en determinadas circunstancias, le impide a
la dirección, en su momento, avisar con rapidez a la es-
tructura amenazada o establecer inmediatamente datos
que son indispensables para tomar una decisión de vida
o muerte. Esperar el contacto que tendrá lugar hasta el
día siguiente, con el militante que conoce un nombre,
una dirección o un dato crucial, y avisar hasta entonces
a aquéllos cuya vida puede depender precisamente de
ese dato, ocurre con frecuencia en los momentos críti-
cos. En las experiencias que relatamos aquí, muchas vi-
das se salvaron y otras se perdieron debido al aviso quellegó oportunamente o demasiado tarde.
Como consecuencia de este conjunto de factores, las
estructuras clandestinas, asentadas artificialmente en la
ciudad, cedieron ante el embate de las operaciones ene-
migas. A partir de las primeras residencias asaltadas por
el ejército, con alarde de fuerza y amplio despliegue pu-
blicitario, el funcionamiento clandestino en que durante
años se había basado la guerra en la ciudad, comenzó a
desorganizarse. La población urbana que simpatizaba
con la causa revolucionaria, el pueblo, ciertamente, nocreía las informaciones del ejército. Simplemente se ne-
gaba a otorgarle crédito a las versiones que propalaba unenemigo que se caracteriza por falsear la realidad. O sim-
plemente se negaba a aceptar que su vanguardia guerrillera
pudiera ser golpeada por el adversario. La gente se expli-
caba los golpes como artimañas del enemigo para justifi-
car alguna nueva masacre o para hacer propaganda. Las
77
pintas revolucionarias en homenaje a los héroes de Vista
Hermosa, por ejemplo, o los comunicados guerrilleros
reconociendo los golpes, eran valorados por la población
trabajadora de la ciudad como honradez innecesaria o
aun como boletines apócrifos a los que nadie debería
dar crédito. Tanto es el amor del pueblo por su vanguar-
dia. La relación de las fuerzas, sin embargo, está hecha
en determinados momentos de elementos muy concretos,
de realidades simples y materiales, y los meros deseos nobastan para alterarlas. Los hechos estaban ahí. No se ha-
bía apagado el retumbo de los últimos cañonazos cuandouna nueva casa de seguridad caía bajo el ataque enemigo.
Al principio, las viviendas en peligro efectivo eran des-
ocupadas por sus moradores en secreto, ordenadamente,
evacuando personal, armas, documentos, muebles, ropa,
provisiones. La sucesión de los golpes, sin embargo, y la
multiplicación geométrica de las implicaciones de seguri-
dad que globalmente provocaban las ocupaciones, acele-
raron las decisiones preventivas. El Frente en su conjunto
entró en un virtual periodo de evacuaciones y trasiegos,
decididos contra reloj. Algunas casas fueron abandonadastal como estaban en el último minuto, con la comida del
desayuno servida o con las luces encendidas, según fuera
la hora en que sus habitantes hubieran recibido la orden
de dejarlas. Hubo alguna vivienda que fue desocupada
sólo dos días después que sus moradores se habían insta-
lado en ella. Había sido evacuada un para de semanas
atrás por otro núcleo clandestino, preventivamente, ylos compañeros recién instalados recibieron información
de que iba a ser atacada a la mañana siguiente. Estábamoscerrando el círculo mortal de una guerra asentada sobre
meros artificios.
La ofensiva antiguerrillera, en realidad, había sido pre-
parada por el enemigo con meses de anticipación. Loque ahora vivíamos era su letal apogeo. En silencio, se-
gún la naturaleza del verdadero secreto, el adversario
montó pieza por pieza la maquinaria de su aparato de in-
teligencia. La experiencia acumulada por los sionistas
78
israelíes en su guerra de exterminio contra el pueblo pa-
lestino y la fría doctrina de la eficacia en que basaron las
matanzas de revolucionarios los militares argentinos, fue-
ron los principales modelos del tenebroso mecanismo.
Sólo aquellos generales con poder de jefes de Estado co-
nocen a los verdaderos cerebros de la conspiración blan-
ca. Son los artífices de la estrategia silenciosa basada en el
cálculo y en el descuartizamiento, la única arma eficaz
que se conoce para enfrentar al revolucionario profesio-
nal, a aquél que basa su acción en las reglas del arte cons-
pirativo. Descendiendo de los jefes, con rigurosa vertica-
lidad y compartimentación, se ramifican los engranajes
de la maquinaria. Su visión es global y su trabajo es a lar-
go plazo. Se basa en el detalle y en la capacidad de recons-
truir, a partir de un elemento, verdaderos cuadros de
conjunto. Saben que la guerrilla es a la vez como Proteo
y como el ave mitológica que resurge perenne de sus pro-
pias cenizas. La lucha contra ella, por lo tanto, es perma-
nente, tiene lugar por cíelos y hay que cuidar celosamente
el secreto de las victorias parciales. Ningún dato, por pe-
queño que sea carece de valor, pues es parte de un con-
junto complejo y coherente. Sólo una vez que el conjunto
se conoce entra a cortar el mecanismo. Ninguna pieza de
la maquinaria debe ser conocida por el adversario, puesto
que en cada una de sus partes, como en los fragmentos
de un espejo, está la identidad del gran secreto. Es comouna enorme máquina de cristal que no puede ser tocada
ni vista por su víctima. Por esa razón no es ella directa-
mente la que arrasa, descuartiza o hiere, sino los otros
órganos de bestia del enemigo. La máquina señala, indica,
orienta, extraviando a su enemigo en un complejo labe-
rinto de espejos que lo confunde y alucina durante el
tiempo que ella requiere para efectuar la retirada. De ca-
da hecho suyo da una explicación que desorienta acerca
del secreto que lo hizo posible y aun de su misma exis-
tencia. Nunca habrá de decir qué combatientes murieron
de verdad y cuáles sobrellevan en Bruselas, por ejemplo,
la despreciable y sórdida vida de los traidores.
79
Meses más tarde, cuando ya la ofensiva antiguerrillera
en la ciudad había terminado, quienes en algún momentoestuvieron en el interior de la máquina y por alguna razón
salieron de ella, conocieron algo de sus mecanismos y los
describieron. Su relato es el trayecto por un laberinto de
espejos. Habían sido capturados intempestivamente, es-
perando algún contacto o a la salida de una reunión, sin
que sus compañeros se enteraran del hecho sino muchashoras más tarde. El cuerpo poUciaco que los había cap-
turado les aplicó los métodos de detención y de interro-
gatorio tradicionales. Una vez en el interior del vehículo,
tras cachearlos cuidadosamente, fueron puestos bocaba-
jo, con las manos atadas a la espalda y los ojos vendados.
Al descubrirles los ojos, ya en el gabinete de interrogato-
rio, veían ante ellos a algún jefe policial conocido por su
brutalidad y su falta de escrúpulos. Este, sin preámbulos,
comenzaba el interrogatorio. Bofetones, rodillazos, pata-
das que insensibilizan el cuerpo, aunque en la mente de-
jan lampos de lucidez suficiente para prever las respuestas
y articular coartadas. La conciencia y la voluntad de lu-
cha siguen aún intactas. Ante las negativas del prisionero
o frente a la evidencia de sus contradicciones, preguntas
sucesivas que no dejan tiempo a pensar. Los interrogado-
res inquieren alternadamente, sin posibilidad de respiro,
atenazando y agobiando al militante cautivo. La sóUda
coartada tras la que, finalmente, se ha atrincherado el
prisionero, se desmorona como castillo de naipes ante
el inesperado careo con un traidor. En realidad, éste iba
en uno de los vehículos de captura, convenientemente
oculto tras los vidrios polarizados. Era aparentemen-
te quien había señalado al militante en la calle, avisando
por radio a la unidad operativa. Este dice el nombre real
del prisionero, el seudónimo usual, el organismo al que
pertenece, recordándole quizás alguna acción revolucio-
naria en la que participaron juntos. O reconoce los he-
chos o niega conocer a quien trata de inculparlo. Si deci-
de lo primero, habrá dado el inicial paso en falso, en uncamino que no tiene retomo. Pocos días después se le
80
verá a su vez en un vehículo enemigo, señalando compa-ñeros, colaborando en los interrogatorios o de pie en unaparada de buses, corrió si aparentemente estuviera solo ynunca hubiera sido detenido. Si persiste en su negativa,
la alternativa es la asfixia en la capucha, el tormento, la
muerte, manteniendo íntegra, allá en el fondo, la convic-
ción que lo llevó a entregar la vida a la más grande de las
causas. Pero esta opción la asumen únicamente quienes
han entendido que la organización no termina con nues-
tra captura, quienes han comprendido que la lucha del
pueblo no se detiene por el pequeño hecho de nuestra
muerte. Es el minuto crucial del revolucionario, el mo-mento de escupirle la cara a los esbirros y de morderse la
lengua. Si dice algo más que no sea la consigna de la orga-
nización, la máquina se da cuenta y comienza a triturarlo.
Un oficial enemigo en traje de civil, perfectamente afei-
tado, de modales tranquilos y lógica atrayente, lo reclama
entonces y lo conduce lejos de aquellos verdugos. El mi-
litante tiene ya una semana de haber sido detenido, yentre una y otra sesión de interrogatorio permanece en
un vehículo de la organización, capturado en otro opera-
tivo, en un oscuro garage del cuerpo poHcial. Junto a él,
otros compañeros cautivos esperan el momento de con-
currir a su vez al interrogatorio. Están vendados, conprohibición de hablar entre ellos, vigilados de cerca por
hombres armados. Para cambiar de postura o para hacer
sus necesidades deben solicitar permiso a los esbirros.
Frente a todos, siempre con la venda en los ojos, orinan
o defecan en la reposadera del garage. Luego, vuelven a
su puesto en el vehículo. Ahora, sin embargo, el militante'
es trasladado por el joven oficial a un centro de detención
diferente. Mientras lo conduce en el vehículo, vendadode todas maneras, aunque tratado con miramiento, el
oficial le recuerda un hecho ya olvidado. Tres años antes,
durante una acción de barricadas, el militante, entonces
miembro de una organización estudiantil de izquierda,
había sido capturado por la policía. En aquella ocasión
también había sido maltratado, aunque entonces los car-
81
gos eran leves. Sin embargo, quien ahora le hablaba lo
había rescatado entonces de manos de la pohcía y lo ha-
bía amonestado paternalmente, instándolo a abandonar
ese camino. Aquella vez, el oficial había invocado la extre-
ma juventud del prisionero, tratando de persuadirlo. Aho-ra estaba otra vez ahí, reincidiendo. En esta ocasión los
cargos era graves, aunque una vez más la alternativa tam-
poco era necesariamente la muerte. Ellos no acostumbra-
ban ejercer la violencia sobre sus cautivos, pues conocían
la capacidad de reflexión y el sentido común de los revo-
lucionarios. Si quería, él lo iba a ayudar, evitándole males
innecesarios. Eso sí, debía colaborar, siendo razonable.
No era, por supuesto, mucho lo que le pedía. Ya conocía
casi todo lo que el militante podía informar. Únicamentele hacían falta algunos datos, los cuales le pedía puntua-
lizar debidamente. La forma de hacerlo era escribiendo,
pormenorizadamente, una autobiografía, un relato deta-
llado de su militancia revolucionaria. Para eliminarle ex-
crúpulos le dio los datos que sobre él poseía. Era prácti-
camente todo, desde los tiempos en que era un estudiante
rebelde. Y el archivo que tenían de la organización en su
conjunto, principalmente de la rama urbana, era similar.
Le mostró álbumes con fotografías donde aparecían va-
rios dirigentes de la organización, con seudónimos, gra-
dos y funciones al pie. Algunas era fotografías escolares;
otras, familiares, obtenidas quizás por medio de registros
secretos. A la par, a máquina, una ficha biográfica. Le
preguntó por cada uno, verificando los datos. Por aque-
llos militantes destacados en los Frentes rurales no le
preguntó. El oficial sabía que por razones de comparti-
mentación su prisionero ignoraba las respuestas. En la
celda, compartida con otros compañeros, corroboró por
boca de ellos el método empleado por el oficial. En defi-
nitiva habían tenido suerte, pues estaban siendo bien
tratados. Tenían ropa hmpia, alimentación aceptable e
incluso algún libro. Todos estaban escribiendo su autobio-
grafía. Era, en realidad, según ellos, una forma de sobrevi-
vir, pues consignar experiencias ya conocidas, aparente-
82
I
mente sin afectar a la organización, les permitía ganar
tiempo para trazar algún plan de escape. No sabían dondeestaban, aunque cierto compañero con funciones de cua-
dro intermedio, prisionero también, a quien cierta maña-na habían visto en un pasillo, les había confiado sus su-
posiciones al respecto. Era un militante que había fla-
queado. Según les decía el oficial, ese compañero estaba
escribiendo un plan completo para desarticular el desa-
rrollo del poder local revolucionario logrado por la orga-
nización en el campo. Había escogido esa opción, pues
sus convicciones éticas le impedían entregar compañeros.
El oficial que lo atendía había respetado sus escrúpulos.
Días después, este militante derrotado los visitó en la
celda. No dijo nada en particular, limitándose a acariciar
a una niña de meses que compartía el cautiverio con la
madre. Otra compañera, madre también, le había solici-
tado al oficial autorización para salir a ver algún día a su
propia hijita de dos años. El oficial lo estaba consideran-
do. Todos, en general, le pedían los mantuviera juntos.
Sabían que a otros compañeros, debido a conocer otros
Frentes, los habían mandado al campo. Por todo lo que
les decían era evidente que la organización estaba siendo
derrotada; pero ellos necesitaban mantenerse juntos pues,
aunque estaban escribiendo sus autobiografías, mante-
nían sus convicciones revolucionarias y no perdían la es-
peranza de escapar. Mantener el colectivo, por otra parte,
era necesario, para protegerse mutuamente por medio de
las distintas informaciones que cada uno recogía. Había
compañeros de la organización y de organizaciones her-
manas que ya habían traicionado, y era necesario mante-
nerse informados para evitar las provocaciones. En reali-
dad había que desconfiar de cada uno. Les habían dicho
que una compañera estudiante, poseedora de cierta be-
lleza física, había llegado a ser algo así como amante de
uno de los oficiales. Ya le permitían acompañar a sus
captores a tareas callejeras. Había denunciado todo lo
que conocía para salvar la vida. Similares rumores corrían
en relación a un mando de la guerrilla urbana de la orga-
83
nización. Se decía que estaba recluido en una celda espe-
cial, provista de televisor y otras comodidades. A él,
supuestamente, se debía la captura de estructuras com-pletas. Otras versiones indicaban que este mando militar,
en realidad, se hallaba en un país europeo, becado por el
ejército. Nadie lo había visto, pero por los datos que les
proporcionaban los oficiales y algunos prisioneros, debía
ser cierto. De otro veterano de la guerrilla urbana había
la información de que se había fugado. Había sido cap-
turado en una esquina, esperando un contacto, y en vez
de los compañeros se presentó el enemigo. Según se de-
cía en la prisión, de su captura no se habían derivado
consecuencias negativas para la organización. La casa
donde vivía no había sido golpeada ni había sido captu-
rado ningún otro compañero relacionado con él. Un mesdespués de su captura, aprovechando un aguacero torren-
cial, había logrado escapar. Durante varios días había
hecho ejercicios físicos furtivamente, para mantenerse
en forma, mientras acopiaba con paciencia los datos de
la prisión que habrían de permitirle la fuga. La noche en
que escapó, mientras caía el aguacero, hizo un muñecocon la ropa de cama, venció con las manos uno de los
barrotes, ganó el primer pasillo aprovechando un descui-
do de la posta y trepó a la primera azotea. Llevaba mudadoble, en previsión de qué hacer si era perseguido. Unavez en la muralla almenada, se delcolgó por sobre las as-
pilleras y se dejó caer desde lo alto. Una hora después
había hecho contacto con la organización. Semanas mástarde, de improviso, se desertó de un campamento nues-
tro en la montaña. Al salir a una carretera fue muerto por
una patrulla del ejército.
En realidad, el uso de métodos de inteligencia con pri-
sioneros era apenas una de las fuentes de información
del enemigo. El análisis de nuestra propaganda, de nues-
tra táctica y arte operativo; el estudio de los documentosinternos incautados, de los recursos hallados en casas ycampamentos, así como la documentación personal cap-
turada, le proporcionan al adversario un torrente de da-
84
tos fundamentales. La información pasada y la presente
es para él igualmente importante. Partiendo del pasado
es posible establecer los rasgos físicos del militante, sus
huellas digitales; es posible conocer la estructura de su
personalidad, sus fortalezas y debilidades. Ningún dato,
por pequeño que sea, carece de importancia en esta lucha
a muerte. Sus prioridades informativas van dirigidas a es-
tablecer la estructura de la organización y la composiciónconcreta de sus organismos; su concepción y línea estra-
tégica, sus criterios y métodos de reclutamiento, sus mé-todos de trabajo y de funcionamiento. Los organismos
de dirección, las unidades militantes, los arsenales, las
comunicaciones, los recursos económicos y la logística
son sus principales objetivos. Se interesa tanto por las
estructuras clandestinas en el interior del país como por
sus ramificaciones en el extranjero. Para ello acumula,
procesa y sistematiza toda la información posible. Se vale
de la ciencia y de la técnica, incluyendo sociología, psi-
cología, psiquiatría; computación, cine, radio, fotografía.
Trabaja a mediano y largo plazo, sin precipitarse ni bus-
car resultados inmediatos. Es sumamente paciente y mi-
nucioso. Equipos completos de cuadros de inteligencia
se especializan en el estudio de cada organización revolu-
cionaria, de las organizaciones populares y democráticas.
Y en forma inversa proceden a golpearlas, sucesivamente.
Antes de golpear construyen cuadros de conjunto, orga-
nigramas de la organización, ramificaciones. La posibili-
dad de su éxito se basa en el secreto, en la compartimen-
tación. Se vale de infiltrados y traidores que hacen su
trabajo con sigilo. Cuenta con el apoyo de los sectores
empresariales, a través de los cuales efectúa censos, en-
cuestas, guerra psicológica y propaganda. Planifica cui-
dadosamente cada golpe. Antes de operar prepara la des-
información respecto a las verdaderas causas del golpe
correspondiente y respecto a sus vefdaderos resultados.
Centra sus operaciones en objetivos estratégicos. No gol-
pea todo lo que conoce. Siempre deja un hilo conductor
que le permita repetir posteriormente el ciclo de destruc-
85
ción. La fuente principal de información del enemigo
son los errores de los revolucionarios.
La fase silenciosa de la ofensiva enemiga dio comienzovarias semanas antes. Fueron golpes sigilosos a través de
los cuales habría de completar su cuadro de informacio-
nes. El 4 de junio de 1981, en un control de vehículos
del tramo carretero que une Retalhuleu y Mazatenango,
fue capturado Sebastián, uno de los dirigentes de la or-
ganización. Había estado en una reunión, en una de las
casas clandestinas de la Costa Sur, y al volver rumbo al
oriente, acompañado de un combatiente, su automóvil
fue detenido en un sorpresivo operativo de control ene-
migo. Llevaba un arma corta y diez mil quetzales escon-
didos en el vehículo. Por un descuido, la funda del armahabía quedado en la guantera. En vista de este hallazgo,
el oficial ordenó un registro más minucioso. Al sacudir
los soldados violentamente el vehículo, cayó al suelo la
pistola escondida. Antes, registrando, habían encontrado
el dinero. Sebas y el compañero dieron una explicación
lógica de la existencia de ambas cosas. El oficial entró en
sospecha y, aunque pareció convencerse con la coartada,
decidió trasladarlos al puesto militar más cercano. Les
recogieron los papeles, falsos naturalmente, y los dejaron
bajo custodia armada en el interior del vehículo, aperci-
bidos en relación a cualquier intento de fuga. Si los pa-
peles estaban en orden, serían puestos en libertad. La
documentación iba a ser verificada en la capital, por lo
cual contaban apenas con unas horas. Al principio, sa-
biendo lo que ocurría, Sebas intentó quitarse la vida,
cortándose las venas con algo cortante, sin éxito. Luego,
acordaron un plan desesperado. Iban a abandonar el ve-
hículo en el preciso momento en que la posta ambulante,
que iba y venía cerca del automóvil, se encontrara en el
punto más distante de sus cortos recorridos. Para lograr
mayor margen de éxito, correría cada uno en direcciones
opuestas. La sorpresa y la dispersión le permitiría a algu-
no dé los dos llegar a la alambrada y saltar por encima
de ella. Más allá había campo abierto, con algunos mato-
86
nales. Sebastián consideró que su joven acompañantepodría escapar, en base al cálculo de probabilidades. Así
ocurrió, en efecto. Después de la media noche abando-
naron el vehículo como lo habían planeado y Sebas fue
abatido en el intento. Había sido uno de los fundadores
del movimiento guerrillero, por los años 60, compañerode Turcios y Yon Sosa. Su nombre legal era Antonio Fer-
nández Izaguirre. En el momento de su muerte había
alcanzado el grado de comandante.Cuatro días más tarde, el 8 de junio, en una calle de la
capital fue secuestrado el padre Luis Pellecer. Su vehículo,
en horas de la mañana, fue bloqueado en el tráfico de
una calle céntrica. La brigada de captura lo sacó violen-
tamente del coche y se lo llevó con rumbo desconocido.
Por esos días, a causa de la caída de Sebastián, el cual
conocía la casa, Mario Solórzano Foppa, responsable del
organismo nacional de propaganda de la organización, se
había trasladado a vivir temporalmente a una pequeñaoficina que Pellecer rentaba en el edificio Calderón, en
la novena avenida y trece calle de la zona 1 . El 9, un día
después de la captura de Pellecer, el enemigo allanó la
oficina, a eso de las siete de la mañana. A esa hora, otro
miembro del organismo de propaganda llegaba al lugar,
para reunirse con Mario, y detectó al agente de particular
que protegía la entrada del edificio. Sospechando algo,
le preguntó cualquier cosa al esbirro, con el propósito de
seguir de largo si sus aprensiones se confirmaban. En ese
momento, en la planta alta se escucharon disparos y el
compañero se retiró a la esquina cercana. Más tarde, del
edificio vio que sacaban a alguien en camilla, cubierto conuna sábana, y a un ciudadano italiano que acompañaba a
Mario en el local, caminando encañonado. Aproximada-mente un mes antes este itaUano había logrado escapar
del ataque enemigo a un campamento guerrillero de la
organización, en el sur del departamento del Quiche. Pe-
riodistas extranjeros habían entrado al Frente a realizar
un reportaje fílmico. Los periodistas lograron ser evacua-
dos, quedando en poder del ejército todo el material do-
87
cumental y las mochilas de varios guerrilleros. El italiano
se atrasó en la retirada, con un compañero de la zona,
logrando hacer contacto posteriormente. Había apareci-
do en el país, vinculado a un nuevo grupo guerrillero
que se estaba formando, producto del desprendimiento
de una organización hermana. Según el relato escrito de
sus antecedentes había estado en Nicaragua, donde ha-
bía participado de alguna^ manera en las tareas de la
reconstrucción. En su país decía haber pertenecido a
una de las organizaciones radicales de izquierda, militan-
cia difícil de establecer desde este lado del mundo. Te-
nía conocimientos de radiocomunicaciones y fotografía.
Luego de su captura, supimos que el ejército lo tenía en
el sur del Quiche, mostrando casas de colaboradores. Al
sacerdote Pellecer el enemigo lo forzó a confesar su su-
puesta militancia en la organización. Lo hizo comparecer
ante las cámaras de televisión, haciendo revelaciones es-
pectaculares sobre una imaginaria participación de la
iglesia católica en la actividad subversiva. Según la lógica
corriente, el allanamiento de la oficina donde Mario ha-
bía caído, combatiendo braviamente, se debía a la cap-
tura del sacerdote.
Antes, en el mes de abril, en el extranjero había sido
capturada la célula que negociaba la liberación del mag-nate australiano que teníamos secuestrado desde princi-
pios de -año. La policía los copó mientras llamaban por
teléfono al hotel donde se hospedaba el alto ejecutivo de
la empresa con el cual discutían la liberación del rehén.
Habían cometido el error de abusar de las llamadas tele-
fónicas, prolongando indebidamente el tiempo de con-
versación. La policía que los capturó impuso el canje de
los prisioneros a cambio del magnate. Al mismo tiempoque liberábamos al supuesto millonario australiano en la
capital, nuestros compañeros eran puestos en el avión,
rumbo a un tercer país. Un nuevo hilo de nuestors mo-vimientos había quedado suavemente entre el índice yel pulgar de la inteligencia enemiga.
Al comenzar el mes de agosto, la guerrilla de la ciudad
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era como un pez que nadaba sobre una red que todavía
no se había cerrado. Lx) que ocurría en el Frente urbanoera sólo una parte de la contraofensiva estratégica lanza-
da por el enemigo contra el movimiento revolucionario.
Las fuerzas insurgentes habían generalizado en el país
la guerra de guerrillas y se aprestaban a pasar a fases
superiores de la lucha militar. La abundante documen-tación capturada en los meses precedentes le había per-
mitido al enemigo conocer el sentido de la estrategia
guerrillera. Una parte vital del país, la zona montañosadel altiplano occidental, habitada por las masas indígenas,
podía ser desmembrada del control enemigo, a partir de
un proceso de acumulación de fuerzas en las montañas.
A partir de enero, las organizaciones guerrilleras se habían
hecho de importantes cantidades de fusilería y armas de
apoyo, multiplicándose las emboscadas en las vías de co-
municación. Las guerrillas del llano saboteaban con éxito
la gran producción agrícola para la exportación, sustento
material de la economía nacional. El candidato presiden-
cial del ejército había iniciado su campaña electoral ytodo estaba dispuesto para imponerlo a través del fraude.
La camarilla militar gobernante, sin embargo, necesitaba
presentar victorias miUtares para validarse y mantenerse
en el poder, acallando las protestas de las fracciones bur-
guesas descontentas. La proclamación de la candidatura
del aspirante militar a la presidencia había tenido lugar
en medio de la ofensiva antiguerrillera urbana. La insur-
gen cia tenía un talón de Aquiles: su retaguardia estraté-
gica seguía siendo la capital del país, sede de sus servicios
logísticos y a la vez frente importante de batalla. La ciu-
dad era una caja de resonancia nacional e internacional
del accionar guerrillero. Para el mando enemigo, por lo
tanto, el objetivo principal consistía en lograr la disloca-
ción estratégica de la guerra revolucionaria, obligando al
ejército guerrillero a variar sus planes y forzándolo a dar
flanco. Según los principios clásicos de la guerra, cualquier
ejército que sabe amenazados los factores principales en
que basa su estrategia, debe variar ésta. A mayor cercanía
89
del ejército el corte de los servicios de retaguardia, másinmediato el efecto; a mayor cercanía de la retaguardia
este corte, el efecto es más global. Al interior del Frente
urbano, similar doctrina militar: colocar al comandanteenemigo en un dilema. O desaloja la ciudad o se arriesga
a que sus fuerzas sean destruidas en la posición. El armafundamental, las operaciones de inteligencia. Su comple-
mento, las operaciones de guerra psicológica y propagan-
da. En síntesis, eso era lo que ocurría. En las semanassiguientes, tras destruir la retaguardia, la ofensiva anti-
guerrillera habría de proseguir sus fases en el campo, ex-
plotando el éxito inicial y manteniendo la iniciativa. Era
la rigurosa lógica de las leyes de la guerra que entonces
estábamos aprendiendo. El aprendizaje lo pagamos con
sangre.
90
EL ALA DE MARIPOSA
El lunes 3 de agosto, Lázaro volvió a la sombría ciudad
de aquellos días. Su misión había sido infructuosa, ha-
biendo estado fuera del Frente aproximadamente un mes.
Las noticias de la ofensiva enemiga lo habían sorprendido
en el exterior, y llegaba lleno de temores por la suerte de
sus compañeros. Aunque el mapa de las operaciones ene-
migas que había ido reconstruyendo de lejos, en base a
escuetas informaciones de prensa, lo tranquilizaba en lo
referente a posibles golpes contra la unidad bajo su man-do, sabía que la situación de todos modos era grave y queel peligro era inminente. En cuanto descendió del avión
se dirigió a buscarnos a la casa de la zona 9, luego de cer-
ciorarse de que éramos nosotros quienes aún habitábamos
la casa. En pocos días, en efecto, íbamos a dejar aquella
residencia, ya que coincidía exactamente con el esquemade vivienda alquilada que en las semanas precedentes ha-
bía sido barrido por la ofensiva enemiga. Varios indicios
nos mantenían intranquilos. El propietario, por ejemplo,
había solicitado por teléfono que le permitiéramos llegar,
acompañado de un valuador bancario, pues había decidi-
do trasladarse al exterior y quería dejar vendida la pro-
piedad. El día de la visita había entrado con el técnico,
mostrándole recámaras e instalaciones. En la azotea de
la casa vecina, donde aparentemente funcionaba el local
de una secta religiosa, solían verse hombresjóvenes, cuya
apariencia y comportamiento no tenían explicación ló-
gica. Observaban furtivamente los patios vecinos o cor-
91
taban fruta de los árboles ajenos accesibles a su azotea.
En cierta bportunidad, una pareja de mujeres elegantes,
a bordo de un vehículo estacionado a alguna distancia
de la casa, había observado insistentemente una de nues-
tras salidas. Preventivamente, mientras compañeros aje-
nos a la casa verificaban con discreción la presencia decontroles, los principales objetivos para el enemigo deja-
mos la vivienda por algunos días. Mientras tanto, la do-
cumentación enterrada en el traspatio fue quemada porcompleto, y estudiábamos la manera de desocupar la casa
sin llamar la atención del vecindario. Era difícil hacerlo,
debido a la cantidad de enseres que a lo largo de los me-ses habíamos acumulado. Los viejos vicios de la guerra
en la ciudad parecían ahora concentrarse en aquella vi-
vienda. Dejar la casa era necesario, ciertamente; pero la
alternativa era trasladarnos a otra casa alquilada. En ese
momento no existía en el Frente la posibilidad de pasar
a alguna base de apoyo, de habitar junto a alguna fami-
lia cuya actividad normal fuera la cobertura de nuestro
trabajo clandestino. Había muchos colaboradores quecumplían estas funciones, en efecto, pero estaban sobre-
cargados o el enemigo tenía un indicio u otro de su parti-
cipación. La deformación aparatista de los años anteriores
aparecía ahora ante nosotros con toda su crudeza.
En pocas horas pusimos al tanto a Lázaro de la situa-
ción existente. La escuadra de Efraín, tras evacuar la casa
de la zona 2, el día del operativo enemigo, se había dis-
persado temporalmente en casas de familiares y conoci-
dos, en tanto reconstruíamos la infraestructura. De nuevo,
sobre la base de la apariencia honorable y adulta de Adela,
los compañeros estaban contratando un pequeño y mo-desto apartamento. La casa donde vivía la escuadra de
Agustín había sido entregada al propietario, debido a queun combatiente lastre que había estado unas horas en
ella, antes de ser excluido de la unidad, estaba en posibi-
lidad de establecer su ubicación. Se le había llevado a la
vivienda con los ojos cerrados, tendido en el piso del ve-
hículo. Sin embargo, en el momento de entrar al garage.
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había abierto los ojos, viendo la fachada de la casa. Sin
querer había reparado en el color y en una pinta revolu-
cionaria que proclamaba muerte al presidente. Debido a
que a partir de ese día iba a quedar excluido de la escua-
dra, fuera del control de ésta, no era conveniente que la
guerrilla continuara habitando la vivienda. Esta escuadra
había sido la protagonista de la precipitada evacuación
de la casa que seguidamente habían alquilado, el día del
operativo contra la residencia del comandante Antonio.
El 1 1 de julio habíamos efectuado la juramentación de
los compañeros. Ahora buscaban una nueva vivienda.
Había, además otras informaciones importantes. El 24de julio, la escuadra de Agustín había participado en la
evacuación de un arsenal del movimiento revolucionario,
depositado en cierta casa de una organización hermana.
Las armas corrían riesgo de caer en manos del enemigo,
de un momento a otro. Como muchas otras, la casa había
sido evacuada por los compañeros, siéndoles imposible
sacar en ese momento el cargamento bélico. En los días
subsiguientes habían chequeado la casa, discretamente,
y en apariencia todo seguía como lo habían dejado. Unavez establecido que no había vigilancia, por lo menos de-
tectable, una unidad guerrillera penetró a la vivienda,
cargó el arsenal en el vehículo que había quedado en el
interior y sacó el cargamento. La escuadra de Agustín
recibió las armas en otra zona de la ciudad, trasladándo-
las a su propio vehículo. Como eran demasiadas para la
capacidad del transporte, fue necesario dejar una parte,
durante unas horas, en la casa de la escuadra, mientras el
primer lote era trasladado a la granja que poseímos en
las afueras de la ciudad. Era la propiedad que teníamos
en Santa María Cauqué, donde habíamos tenido secues-
trado al magnate australiano. De ninguna manera era unsitio seguro; pero la alternativa en aquel momento, debi-
do a la precariedad de nuestra infraestructura, era aban-
donar las armas en la residencia donde estaban o trasla-
darlas a esa granja. El arsenal estaba compuesto por una
ametralladora, un cañón sin retroceso, un mortero, cinco
93
lanzacohetes y unos treinta fusiles, más las municiones
respectivas. Al día siguiente de esta operación había sido
atacada la casa del comandante Antonio. Y algo más. Otra
organización revolucionaria, por los días en que había
comenzado la ofensiva, tenía en su poder, como rehén
económico, a un empresario local de nacionalidad norte-
americana. Durante las vicisitudes de la ofensiva lo habían
cambiado varias veces de vivienda, tratanto hasta el últi-
mo momento de preservarlo. Agotadas las posibilidades
materiales de traslado a un nuevo sitio de retención, los
compañeros nos solicitaron apoyo. La única posibihdad,
también en ese caso, era retenerlo en la granja, junto conel armamento. Entre el 3 y el 7 de agosto, la escuadra de
Agustín recibió al rehén en una casa intermedia y lo tras-
ladó a la propiedad campestre. Los compañeros que cui-
daban la granja, Tomás y Erika, más Eugenio, de la unidad
militar, quedaron encargados de la custodia del rehén yde las arrñas. En caso de ataque enemigo tenían orden
de quitarle la vida al secuestrado y matarse ellos mismos.
Lázaro se fue, y quedamos de vernos el domingo si-
guiente, día 9. Iba a tomar control de la unidad y a su-
pervisar que se cumplieran al máximo las medidas de se-
guridad. La única posibilidad de funcionar en la ciudad,
ahora, era cuidando al detalle los aspectos que pudieran
darle pistas al enemigo y conducirlo a nuestras bases se-
cretas. Las casas de habitación debían ser alquiladas con
papeles legales, debiendo ser tan modestas que no requi-
rieran fiador. La leyenda y el manto debían ser tan sóüdos
como lo permitieran las circunstancias y la juventud de
los miembros de la unidad. Las armas y demás recursos
operativos habrían de depositarse en sitios distintos al
lugar de vivienda, simplificando al máximo las cosas. Los
compañeros debían procurarse trabajos reales que respal-
daran su actividad clandestina. Todo hilo, todo indicio,
toda vinculación que condujera a un posible golpe, debía
ser cortado concienzudamente.
Mientras tanto, nosotros emprendimos la tarea de bus-
car a nuestra vez una nueva vivienda. Aunque de nuevo
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iba a ser artificial la base en que descansara, por lo menosahora su apariencia debía ser diferente a la de la vivienda
que entonces habitábamos. La suerte quiso que hallára-
mos una casa, exactamente al extremo opuesto del aero-
puerto internacional, en las callejas de una barriada po-
pular, al sur de la urbe. Allá nos trasladamos con nuestra
aparatosa impedimenta, incluyendo a Cantarrecio y las
macetas de geranios. Los papeles se habían reducido aho-
ra al mínimo indispensable. Dos fusiles que teníamos pa-
ra defender la casa iban a ser entregados a la unidad mili-
tar, para reponer las armas de combate perdidas por la
escuadra de Efraín, en la zona 2. De noche, utilizando
un pick-up, en viajes sucesivos, fuimos sacando los mue-
bles, el escritorio, la ropa, los trastos de cocina. Era in-
creíble la cantidad de objetos que en unos cuantos meses
habíamos acumulado. El 6 de agosto por la noche, al
volver Ruth de una tarea, cuando cruzó rumbo a la calle
de la casa, un vehículo con varios hombres dentro, esta-
cionado en la esquina, la siguió inmediatamente, con las
luces apagadas. Al percatarse del hecho, la compañera
disminuyó la velocidad y dio oportunidad a que el vehí-
culo la rebasara, pero éste no lo hizo. Al maniobrar Ruthfrente a la casa, para meter el auto en el garage, el vehí-
culo la rebasó e hizo a su vez la misma maniobra de Ruth,
frente al garage de la casa vecina. Llovía torrencialmente
y la compañera descendió del vehículo para tocar el tim-
bre y alertarnos, tras sonar la bocina. El otro coche,
mientras tanto, siempre con las luces apagadas, retrocedió
hasta la próxima calle, pero en vez de alejarse, volvió a
pasar, muy despacio, frente al vehículo de Ruth, para
luego alejarse rumbo a la esquina donde había estado al
principio. Cuando salimos a la puerta, advertidos por los
bocinazos, sólo estaba Ruth en nuestro vehículo, con las
luces encendidas y el limpiaparabrisas funcionando. La
calle estaba desierta. El incidente parecía casual, y las
noticias que traía la compañera nos hicieron olvidar el
asunto. Había hablado con una familia de colaboradores,
a la cual hacía tiempo no veíamos. Fue a visitarlos, sin
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hacerse ilusiones, debido a la tensa atmósfera que habían
creado en la ciudad los golpes enemigos. Como grata sor-
presa, la familia aludida estaba presta a apoyar en lo que
fuera necesario, según habían manifestado. No podían
proporcionarnos vivienda, pero estaban dispuestos a
apoyar en cualquier otra forma. De una vez habían en-
tregado algún dinero y provisiones de boca. Lentamente,
cuidando los detalles, nos dijimos, era posible recomen-
zarlo todo en la ciudad y volver a los días de lucha y de
victoria.
Nuestra nueva vivienda era una pequeña granja a la
cual se llegaba por calles llenas de fango. Estaba situada
en un barrio marginal, rodeado de barrancos, con una
única salida. En el terreno había un huerto de naranjos yotros árboles frutales que le daban al lugar apariencia de
campo. Allí, a sus anchas, se instalaron Cantarrecio y su
hembra. Era el sitio adecuado, según nuestra leyenda,
para alguien que convalecía de un mal del corazón. El
viejo guardián de la propiedad vivía en una covacha del
fondo, y casi no se le veía. Las tres tapias interiores dabana casas muy pobres y parcialmente al alto murallón de
una fábrica. Eramos un señor convaleciente y su esposa,
una comadre del interior que vivía con nosotros, apoyan-
do en las tareas domésticas, y un sobrino oficinista quesalía temprano en el vehículo y regresaba por la noche.
Al atardecer, el ámbito del barrio se llenaba de olor a
leña de encino y de ladridos de perros. De nuevo está-
bamos bajo la ruta de vuelo de los aviones.
El domingo 9 vimos a Lázaro, como estaba convenido.
Fue la última vez. A la hora indicada, las 3 PM, estába-
mos en el carril lateral de la Avenida de La Reforma,
frente a los Helados Gloria, esperándolo. Como no había
llegado puntual al interior de la heladería, preferimos es-
perarlo en el coche, pendientes de su llegada. Era extraño,
pues Lázaro era puntual. En cierto momento lo vimos,
por el espejo retrovisor. Estaba en la puerta de la helade-
ría, con apariencia de haber estado allí mucho rato. Aun-que le hacíamos señas con la mano, no lográbamos que
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nos viera. Por fin notó nuestra presencia y se acercó al
vehículo. Nunca habremos de olvidar su semblante. Es-
taba muy pálido y de alguna manera se comportaba comoausente. Al principio creímos que algo grave había suce-
dido; pero no había nada. Era la situación. Seguramente
había sentido pasos de animal grande cerca de la guerri-
lla y su mucha entereza le impedía compartir aprensiones
que no podían traducirse en datos ciertos. Era un jefe
avezado que había estado en muchos trances difíciles ysabía olfatear el peligro. Ahora, el riesgo estaba ahí, ina-
sible, multiforme, sólo captable por la abstracción y el
anáHsis de la inteligencia. Precisamente por eso conversa-
mos largo sobre la situación de la unidad militar, sobre
los nuevos planes, sobre lo que se había avanzado en la
instalación de la nueva infraestructura. Decidimos mo-vernos del lugar para hablar con más tranquilidad. Ennuestro vehículo nos traladamos al final de la Avenidade las Américas, donde hay un mirador que se abre a los
volcanes del horizonte. Allí termina esa parte de la ciudad
y comienzan los valles de lo que antes llamaban Mesasde Petapa.
En síntesis, la situación de la guerrilla era ésta: cada
escuadra de la unidad militar había alquilado una casa
pequeña, aunque no todos los combatientes estaban
incorporados a los núcleos familiares. Zoila y Raúl, comopareja, tenían un apartámentito, donde vivían solos.
Efraín y Venancio se habían instalado en otra casa pe-
queña, acompañados por Cristina, hermana de Adela.
Cristina estaba acompañada de Olga, una niña de cinco
años, su hija. Era una niña delgadita y frágil, con los dosdientes de adelante picados por la edad. Estas dos casas
clandestinas quedaban en la zona 1 1 . Debido a la com-partimentación, ambos núcleos no se habían percatado
que las dos viviendas quedaban a pocas cuadras una de la
otra. Cuando Lázaro hizo contacto con los mandos, las
casas ya estaban alquiladas y consideró inconveniente
intentar un nuevo cambio. Agus, que estaba enfermo dehepatitis, vivía con Adela. Lázaro lo determinó así para
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que lo cuidara. Con ambos vivía el combatiente lastre
que había pedido su baja y que por alguna razón aún nohabía sido excluido. En la granja de Santa María Cauquéseguía asignado Eugenio. Otoniel, solo, vivía en la bodcj-
ga donde se guardaban las armas de la unidad. Benjamínestaba en una pensión, provisionalmente, y Rocael habi-
taba por aparte, en casa de su compañera. Javier estaba
colocado en una base de apoyo y era el encargado de lle-
var a la granja, cada tres o cuatro días, tambos de plástico
con agua, además de provisiones. La compartimentaciónentre los distintos núcleos era estricta. Lázaro apenas co-
nocía la casa de Efraín, pues todos tenían escasamente
una semana de haberse instalado. Esa vez convenimoscon Lázaro que el día 13, jueves, le entregaríamos los dosfusiles que faltaban para completar el armamento de la
guerrilla. Fijamos un contacto a las 8 AM, cerca de los
campos del Roosevelt. Ese día debía tener lugar un aten-
tado contra cierto alto funcionario del gobierno.
El jueves 13, a las 7 AM, Alberto salió al contacto
convenido con Lázaro. Llevaba los dos fusiles. Por la no-
che, al volver, supuestamente de su trabajo de oficina,
sabríamos el resultado del contacto. La ofensiva enemi-
ga nos forzaba a cumplir estrictamente los horarios que,
según nuestra leyenda, normaban las rutinas. Muchos mi-
litantes del Frente se habían hecho transformaciones fí-
sicas, habían cambiado de vivienda y habían reducido
los contactos al mínimo. El rigor en la observancia de los
métodos conspirativos se había cumpHdo durante varios
días. Al pasar las semanas, sin embargo, las exigencias del
trabajo y el peso de años de rutina volvían a imponerse.
En las esquinas clásicas volvían a dejarse contactos, noobstante la prohibición expresa de utilizar lugares de so-
bra conocidos por el enemigo. La duración del contacto
se prolongaba de nuevo, ante la necesidad de intercam-
biar informaciones, pero también para conversar un poco
y salir un tanto del régimen clandestino. Vehículos que
debían haber sido abandonados, o más aún, destruidos,
meses antes, volvían a ser utilizados una, dos, muchas ve-
98
ees de nuevo, tensando al máximo la frágil pita de la
seguridad colectiva. Son trasfondos ideológicos de la com-pleja vida conspirativa.
En el telenoticiero del medio día tuvimos las primeras
noticias. Según el parte enemigo, un reducto guerrillero
había sido ocupado en la zona 11 . La cámara, movién-
dose en el interior de la vivienda, enfocaba los destrozos
provocados por el combate y algunos cadáveres en dis-
tintas posturas. En el suelo, ordenadas en la forma en quesolía hacerlo el enemigo para la publicidad, las armas ylas municiones ocupadas durante el operativo. Dos o tres
subametralladoras, un lanzacohetes, pistolas, granadas,
depósitos, proyectiles y cargas impulsoras para el lanza-
cohetes. Nuestro primer sobresalto se produjo al recono-
cer entre las armas un rifle de viento que la unidad utili-
zaba para hacer ejercicios de puntería. Esta grave apren-
sión se acrecentó al enfocar la cámara una camioneta
beige, de la cual estábamos a punto de deshacernos por
esos días. El reportaje concluía enfocando brazaletes ymantas de propaganda pertenecientes a la organización.
Había, finalmente, ocurrido, aunque todavía albergába-
mos ciertas esperanzas de que todo fuera un mero mon-taje publicitario. La camioneta beige podría haber sido
abandonada por los compañeros en esos días y el enemi-
go haberla utilizado para hacer propaganda. Sabíamosque un mismo lote de armas era presentado en distintos
reportajes, como si fuera armamento capturado en dife-
rentes operaciones. El rifle de viento era posible que hu-
biera caído en manos del enemigo desde el operativo en
la casa de la zona 2 y que nosotros no tuviéramos pre-
sente el dato. Las mantas y la propaganda revolucionaria
las llevaba el enemigo a las casas asaltadas, como forma
de evidenciar, sin decirlo expresamente, la filiación del
reducto ocupado. Aún faltaban seis horas para que vol-
viera Alberto.
A las 8 PM, más tarde de lo habitual, volvió por fin
Alberto. En la expresión se le notaba que había malas
nuevas. Al contacto de las 7 AM, en efecto, no había
99
concurrido Lázaro. Alberto había esperado en el lugar,
infructuosamente, hasta las 8 AM, hora en que pasó ca-
sualmente por el punto otro compañero. Casualmente
también, a él se le podían entregar los fusiles, puesto
que era responsable de la logística y mantenía contacto
con la unidad militar. Después de pasarle las armas, am-bos habían intentado salir a la carretera Roosevelt, si-
guiendo de sur a norte por la calle que corre paralela a
los campos de fútbol. No habían hallado paso, debido al
cerco enemigo contra una casa de esquina. Mientras Al-
berto había estado esperando el contacto con Lázaro,
había escuchado las explosiones y el nutrido tiroteo. La
gente de la barriada se había aglomerado a las orillas del
cerco enemigo, tratando de enterarse de lo que había
ocurrido. Se hablaba de otra casa cercada, a pocas cua-
dras de ésta. La información echaba abajo nuestras espe-
ranzas. Lázaro, enterado de los hechos, seguramente ha-
bía estado atareado alertando al resto de compañeros ypor esa razón no había asistido al contacto. Al día si-
guiente lo sabríamos. Era la única posibilidad de saber
qué había ocurrido.
En el último noticiero radial de la noche, sin embargo,
nos enteramos de otros acontecimientos. Una granja, si-
tuada aproximadamente a 30 kilómetros de la ciudad,
en Santa María Cauqué, había sido ocupada por tropas
del ejército, después del medio día. Vencida la resistencia
de sus habitantes, las unidades militares habían entrado
al inmueble. En el interior había sido hallado un arsenal
completo, compuesto por una ametralladora, un cañón
sin retroceso, un mortero, cinco lanzacohetes y un lote
de fusiles, así como abundantes municiones para todo el
armamento incautado. En el sótano del inmueble, en una
habitación provista de malla metálica, como la celda de
una cárcel, se había descubierto el cadáver de un empre-
sario nortemericano que había sido secuestrado semanas
atrás. Los defensores de la casa habían muerto en el com-
bate. Era un parte oficial del ejército que los locutores
de radio leían textualmente.
00
Por medio de la compañera de Lázaro, en cuya casa
vivía éste, supimos al día siguiente que el capitán había
salido a una reunión, el miércoles 12, por la tarde. Nohabía vuelto ni se supo más de él. En los alrededores de
la casa a donde su compañera suponía que Lázaro había
ido a reunirse, no estaba el vehículo que utilizaba. Los
rumores verbales recogidos de los vecinos de la zona 1
1
confirmaban que la mañana del jueves 13 habían sido
cercadas dos viviendas, y no una, como informaba el ene-
migo. Esto quería decir que la casa de Efraín también
había sido golpeada. Por las noticias de prensa e infor-
maciones directas fuimos reconstruyendo, en las horas
siguientes, la magnitud de lo que había ocurrido. La granja
de Santa María Cauqué, en primer lugar, había sido cer-
cada la noche del miércoles 12 o la madrugada del jueves.
Esto lo aseveraban los habitantes de la zona. Sin embar-
go, en los reportajes gráficos de los periódicos, los cadá-
veres que aparecían en la granja correspondían a compa-
ñeros de la unidad militar que nada tenían que hacer en
la granja y ni siquiera la conocían. En el interior del re-
cinto con malla estaba muerto Efraín, aparentemente
con un tiro en la cabeza. Más bien pensábamos que podía
tratarse de él, debido a las facciones, aunque en la foto
se veía un tanto deformado por la rigidez de la muerte.
En el patio, desperdigados, se veían el cuerpo de Adela
y los que correspondían, probablemente, a los habitantes
de planta de la casa, incluido Eugenio. Al fondo de una
fotografía, al pie de los árboles del patio, creíamos reco-
nocer el cadáver de Lázaro. Era posible que fuera él, de-
bido a la forma característica de la cabeza, a su figura en
general y a la camisa deportiva, blanca, con ribetes rojos
en los extremos de las mangas cortas, que tenía puesta.
A Adela era difícil reconocerla. El cuerpo que aparecía
en las fotos estaba vestido con un traje inusual en ella ycorrespondía a una mujer de pelo rizado. Adela tenía
pelo lacio, el cual solía llevar recogido sobriamente, a la
manera de las mujeres del pueblo, con el camino en me-
dio. Sin embargo, quienes la conocían bien afirmaban
101
que las facciones correspondían a Adela. El pelo rizado yla ropa inusual se debían, probablemente, a las transfor-
maciones físicas que los miembros de la unidad y quienes
habitaban con ellos habían decidido hacerse. Ni Lázaro,
ni Efraín, ni Adela conocían la granja, ni tenían nadaqué hacer allí. Era evidente que los habían matado en
otra parte y habían trasladado a la granja sus cadáveres
para confundirnos. Era la forma en que el enemigo trata-
ba de insinuarnos la explicación del golpe. Otoniel y Raúl,
por otra parte, aparecían muertos en la casa donde vivían
Zoila y Raúl. Se les reconocía perfectamente y estaba
claro por qué aparecían ambos en ese local, ya que la
noche anterior habían sido introducidos allí, con los ojos
cerrados, debido a que al día siguiente iban a operar. El
cadáver de Otoniel, reclamado por la familia, tenía am-bas manos amputadas. De Agustín, de Zoila, de Cristina
y Olga, la niña, no había indicio alguno. Tampoco del
resto de miembros de la unidad militar. Dos o tres días
después, en la prensa, apareció un reportaje según el
cual siete hombres jóvenes habían sido hallados muertos,
mutilados, a la orilla de un camino. Tenían trepanaciones
en el cráneo, como si todos hubiesen sido objeto de tor-
turas similares en esa parte del cuerpo. Como tantos otros,
no fueron identificados. Por esos días, también en la pren-
sa, apareció la foto de un cuerpo decapitado. Algún com-pañero creyó identificar en el despojo las facciones de
Venancio. Varios días después supimos que Javier, el
combatiente encargado de llevar agua y provisiones a la
granja, y Rocael, quien vivía en una casa ajena a la infra-
estructura de la unidad militar, estaban vivos, sin contac-
to. Eran los únicos sobrevivientes.
En los hechos, cinco viviendas relacionadas con los
miembros de la unidad militar o con sus actividades, ha-
bían sido atacadas por el enemigo en un mismo día, entre
las 5 PM del miércoles 12 y las 2 PM del jueves 13. El
mando completo, los combatientes, salvo dos, así comolas compañeras que los apoyaban y la niña, más la pareja
de compañeros que vivían en la granja, Tomás y Erika,
102
habían caído en combate o habían sido capturados en
algún momento. Salvo de Otoniel, de Raúl, de Adela, yprobablemente de Efraín, por la evidencia del cadáver,
en el primer caso, y por las fotografías, en cuanto a los
otros tres, había certeza de que estaban muertos. De la
situación del resto no podía afirmarse más que habían
caído en manos del enemigo. La casa de la familia de
Cristina y Adela, en Los Guajitos, había sido la última
en ser ocupada por el enemigo. Esto había ocurrido el
jueves a las 2 PM, aunque el boletín del ejército afirma-
ba que el hecho había tenido lugar el viernes. Un com-batiente de otras estructuras que se dirigía a la casa, en
el momento del operativo, había sido alertado por los
vecinos y se quedó en una tienda cercana, observando.
Unos minutos después, del interior de la vivienda saca-
ron el cuerpo cubierto por una sábana de lo que podía
ser una mujer, probablemente Cristina. El resto de fami-
liares fueron capturados. Todas las casas de la unidad
militar, sus armas y vehículos, habían sido ocupados porel enemigo. Otoniel y Raúl, y algunos otros, habían he-
cho brava resistencia en el momento del cerco, negándose
a rendirse. Los oficiales enemigos, por medio de altavo-
ces, los habían conminado a entregarse; pero a tal llamado
los guerrilleros respondieron con fuego de lanzacohetes
y armas automáticas. El ejército respondió con disparos
de cañón sobre la casa. Lázaro, probablemente, había
sido capturado entre las 4 y las 6 PM del miércoles 12,
mientras se dirigía a una reunión con el aparato de servi-
cios médicos del Frente. Otra posibilidad era que hubiese
sido capturado o muerto en la casa de Efraín, con quien
aquella noche debía concretar los detalles del atentado
que iba a realizarse el jueves. Agustín no iba a participar
en esa reunión, debido a hallarse enfermo. En la granja
de Santa María Cauqué, en efecto, el enemigo había ocu-
pado el arsenal que estaba allí en depósito y había halla-
do al empresario retenido. Sin embargo, en el parte del
ejército había un dato revelador. Tres o cuatro días antes
del ataque a la granja, compañeros de otro Frente habían
103
sido autorizados para sacar del arsenal la ametralladora yun lanzacohetes, así como municiones para ambas armas.
Ese pequeño trasiego se había llevado a cabo. No obstan-
te ello, en el parte del ejército ambas piezas se incluían
como incautadas. Era evidente que el enemigo había ela-
borado el parte sin hacer inventario, en el lugar, del arma-
mento ocupado, basándose más bien en eUistado original
que muy pocos conocíamos. Sabía de antemano lo queiba a encontrar al asaltar la granja.
Tras arrasar la ciudad, como un tornado, la ofensiva
enemiga se trasladó a los Frentes de la Costa Sur. Los des-
trozos que allí le ocasionó a las fuerzas revolucionarias
fueron igualmente cuantiosos, aunque menos espectacu-
lares. En octubre, la organización de la ciudad se replegó
completa a las áreas guerrilleras del altiplano central. Noera posible mantener por más tiempo nuestra posición
en la urbe. En noviembre y diciembre, las operaciones
enemigas abarcaron aquella parte del país, sin aflojar la
presión sobre el resto de escenarios de lucha. Sin embar-
go, al entrar en las montañas el huracán enemigo perdió
fuerza gradualmente. A su paso, empero, segó centenares
de vidas y arrasó siembras y viviendas. La guerra entró
en una nueva fase.
Los días que siguieron a la caída de la unidad mihtar
fueron la prueba más dura de nuestra militancia. En el
lapso de un mes, el Frente urbano había sido desorgani-
zado por el enemigo y decenas de compañeros habíancaído en la lucha. Era necesario comenzar de nuevo yhallar en nuestro interior la esperanza soterrada bajo
tantos escombros. Estábamos en el centro de la tramaenemiga y sabíamos demasiado bien que cada hora podía
ser la última. A lo largo del muro junto al que necesitá-
bamos caminar durante la mañana, bajo los jóvenes na-
ranjos, esperando el regreso de quien habría de llevarnos
noticias, solían organizarse varios caminos de hormigas.
Eran meses lluviosos y los insectos acopiaban víveres
para el futuro. El avance en el terreno de un ala de mari-
posa, arrastrada por muchas minúsculas tenazas, era
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nuestra referencia para medir el tiempo. En la concien-
cia, donde llevamos la alegría, el miedo y la esperanza,
hacía falta entonces un ala de mariposa. Nosotros mis-
mos logramos depositarla ahí, una de aquellas mañanas.
Y a partir de entonces fuimos verdaderamente libres. Era
la decisión, meditada y profunda, de quitarnos la vida
antes que caer en manos del enemigo. Las ideas filosó-
ficas en que nos habíamos formado, la ciencia que ense-
ña que todo fluye, que todo cambia, nos llevaba a con-
cluir, paradójicamente, que la afirmación de la vida pasa
con frecuencia por su viejo contrario. La transformación
revolucionaria del mundo es un hecho colectivo y no ha
de detenerse por la caída de cualquiera de nosotros. Unavez seguros de ello, sólo podíamos esperar la victoria.
Alguna vez, Manolo nos había confiado que su ilusión
era ser enterrado, cuando muriera, en un campo de hor-
tensias, de ésos de las nubladas montañas de Huehuete-
nango. Era una forma de lograr que la vida irrumpiera en
la muerte, porque la lucha de clases, en el fondo, está
llena de amor, por parte de quienes combatimos en el
bando de los explotados. Sabíamos, además, que iba a
llegar el tiempo de la alborada y que ante el viento de la
revolución no están llamados a prevalecer todos los fru-
tos del árbol de la vida.
Noviembre de 1 983
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Se terminó el 25 de agosto de 1987 en
la Imprenta de Juan Pablos, S.A., Mexica-
li 39, México 06100, D.F., se tiraron
2,000 ejemplares.
"El libro que el lector tiene en sus manos fue escrito a
finales de 1983. Salió de la máquina casi de una tirada,
en apenas dos meses de trabajo, como quien se desprende
de un caparazón agobiante. Quería ser un sencillo home-
naje d ios compañeros caídos y fue a la vez el balbuceo
de una reflexión necesaria. Lo hicimos cuando todavía
lá sangre de los héroes no se resignaba a volver a la tierra
y cuando el cañón de sus armas aún olía a pólvora.
De entonces para hoy han pasado tres años. Para quie-
nes hemos hecho de la revolución la causa de nuestra vida
es sin duda mucho tiempo, pues no medimos éste por su
curso ordinario, sino en acontecimientos, como éxitos o
fracasos en el empeño diario de forjar las nuevas armas
que reclama la lucha. De entonces para hoy, los comba-
tientes muertos han extendido en lo inmenso su metálica
forma y nuestra acción ha seguido nuevos derroteros".
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