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BLIZZARD ENTERTAINMENT
La Prueba de las Flores Rojas
por Cameron Dayton
Diez llevaba toda la tarde siguiendo a los forasteros y estaba seguro de que tenan dinero.
Poda adivinarlo por sus posturas, por sus ropajes y por la confianza con que se movan por
el mercado. Percibir la riqueza de los objetivos potenciales era un hbito que haba
permitido a Diez seguir vivo aun en estos tiempos tan difciles.
Eran cuatro. Cuatro viajeros del norte, a juzgar por sus pesadas capas. Y si sus atuendos tan
poco apropiados para la poca no eran prueba suficiente de que no eran de por all, el gua
que eligieron no dejaba lugar a dudas: Jogu, el jinyu viejo y ebrio que se pasaba la mayor
parte del tiempo sesteando junto a la pequea alberca de agua estancada cerca del
mercado. Jogu, flaco para ser un jinyu, era dado a divagar arrastrando las palabras y le
faltaban escamas. La razn de que estos caballeros lo hubieran elegido a l como gua era
un misterio para Diez. En cualquier caso, la paga deba de haber sido jugosa, porque Jogu
demostraba ms energa que la que haba tenido en aos, haciendo gestos y sealando los
mediocres paisajes y vistas del Mercado del Alcor como si fueran monumentos del Templo
de Jade.
Los cuatro viajeros, por su parte, permanecan en silencio, sin responder a las gansadas del
hombre pez. Era evidente que estos pandaren esperaban un gua ms directo y callado y
que ya estaban lamentando su decisin.
Diez apoy la espalda en la pared del callejn, tratando de pensar. No era fcil hacerlo
cuando el estmago le dola as, pero eso no iba a cambiar a menos que pusiera su mente a
trabajar. La cosecha haba sido mala esta temporada, incluso aqu en el Valle de los Cuatro
Vientos. Los granjeros tenan ahora ms cuidado con sus mercancas, y en las rutas
comerciales haba ms guardias apostados que nunca. Haca un da desde la ltima vez que
haba comido. Un melocotn que se haba cado del carro de un vendedor de frutas que
volva del mercado. O al menos pareca que se haba cado del carro, justo al pasar haciendo
estruendo por delante de donde estaba Diez, sentado en las sombras. Diez ya se haba
beneficiado en otras ocasiones de la "falta de atencin" de Kim Won Gi; quera darle las
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gracias al generoso comerciante pero no estaba dispuesto a dejar de robarle. Cmo si no
iba un ladrn a sobrevivir?
Ladrn. Diez no se senta orgulloso de lo que haca, de lo que tena que hacer. De haber
estado vivo su padre, se le habra partido el corazn.
Uno no puede cambiar las estaciones.
El grupo haba echado a andar. Jogu haba terminado un largo soliloquio sobre el Santuario
del Comerciante Honrado, una presentacin aparentemente pica y emotiva acompaada
de grandes aspavientos. Se haba quedado ah plantado con los brazos en alto cual recio
rbol taolun, pero cuando los clientes de Jogu no respondieron a su actuacin ni le dieron
propina alguna se encogi de hombros y sigui andando. Los forasteros lo siguieron, uno de
ellos sacudiendo la cabeza.
Llegados a este punto, Diez estaba convencido de que se dirigan al Consejo de los
Labradores. Era el nico edificio destacable en aquella direccin. Diez sonri. Estaba claro
que estos extranjeros adinerados estaban aqu para ver al poderoso gremio de granjeros, tal
vez para discutir de negocios o contratos. Eran mercaderes, quiz? Eso explicara las
voluminosas capas que cubran esas amplias y bien alimentadas barrigas. Y, si Diez estaba en
lo cierto, cubriran asimismo profundos bolsillos y monederos cargados de oro. Al mirar
detenidamente, poda ver la forma como la tela oscura se cea en torno a las cinturas de
los viajeros. S, ah debajo haba monedas. Los dedos se le movieron solos.
El grupo estaba cruzando el puente de Fo cuando se produjo el percance. Nam Zarpa Frrea,
el maestro de despensa, acababa de llegar al punto ms alto del puente con un carro
cargado de salmn. La rueda de uno de los lados se haba aflojado y, cuando Nam saludaba
a los viajeros que se acercaban, se torci de repente bajo el peso de la carga. El fornido
tendero se gir horrorizado, impotente mientras el sobrecargado carro volcaba y esparca
por el puente la abundante pesca de una noche.
No! No! exclam mientras sus bigotes temblaban como reflejo visual de su
frustracin.
Una avalancha plateada y hmeda se desliz por los tablones del puente, con las elevadas
balaustradas encauzndola directamente hacia el aterrado Jogu y sus clientes. El pobre
jinyu, claramente ebrio an, se hizo eco de los gritos de Nam ante la oleada de pescado que
se les vena encima No! No! e intent que el pescado se apartara con ademanes
desesperados e implorantes. Los salmones muertos no le hicieron ningn caso.
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El grupo qued enterrado en medio de un hmedo estrpito. Diez hizo una mueca de asco
al pensar en la idea y el olor de ser sepultado bajo tan viscoso alud. Transcurrido otro
segundo, los salmones restantes se deslizaron por los laterales del puente para caer el ro.
Los cuatro mercaderes pandaren se haban agazapado y agarrado a los tablones para
mantener el equilibrio, y estaban ahora ayudndose unos a otros a volver a ponerse en pie.
Jogu haba sido arrastrado al agua por los peces y no haba vuelto a la superficie. Aquello
tena ms de gracioso que de preocupante: como jinyu que era, el borracho estaba ms en
su salsa all que en tierra. Gritos y risotadas llegaron desde el mercado mientras la familia de
Nam y otros aldeanos se acercaban a todo correr.
Diez saba que no habra mejor ocasin para actuar.
Escurrindose desde las sombras, se uni a la multitud que iba hacia el carro volcado. Ligero
y delgado para sus catorce aos, con partes de pelaje gris que la mayora de pandaren
tenan blancas, a Diez le result fcil pasar desapercibido en medio del caos. Era lo habitual.
Ser inadvertido era como una especialidad para el hijo menor de un pobre plantador de
nabas, un hijo cuyo nombre responda simplemente al orden de su nacimiento.
Sus cinco hermanos mayores haban dividido la propiedad cuando padre muri, pero
enseguida comprendieron que cinco partes de una granja en apuros apenas daran para
vivir. Qu sentido tena dividirla an ms si con ello iban todos a pasar hambre? As, a los
otros cinco hermanos, los ms pequeos, se les dio la opcin de quedarse como mozos de
labranza o marcharse. Diez eligi esto ltimo, para gran alivio de sus hermanos. De todos
modos aquella granja no tena nada que ofrecer a un joven pandaren. Dudaba que hubieran
notado su ausencia.
Poda ver un poco ms adelante a miembros de la familia Zarpa Frrea intentando levantar
el carro mientras otros recogan todos los peces que podan en cestos, cazos y en los
delantales. Nam se acerc a los cuatro forasteros con la cabeza gacha y se disculp
profusamente. Diez esperaba que aquellos cuatro mercaderes ricachones estuvieran
furiosos por tan pringosa bienvenida a El Alcor, pero se sorprendi al verlos rer: una risa
suave y retumbante que prcticamente haca temblar el puente mientras se quitaban
escamas de los sombreros, dndose palmadas en los hombros unos a otros. Uno de los
viajeros se sac un enorme pescado del cuello y se lo entreg a Nam hacindole una seal
con la cabeza. El maestro de despensa se sinti aliviado por su buen humor y se alej para
supervisar la recuperacin del pescado. El precio del salmn era caro, y no haba tenido el
carro tan lleno desde haca meses.
Diez avanz, recogiendo pescado en silencio junto al resto de la familia Zarpa Frrea. Al
acercarse a los viajeros fingi resbalar y topar con el ms voluminoso de ellos. El mercader
se dio la vuelta y Diez se qued sin respiracin. Su objetivo solo tena un ojo. Una larga
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cicatriz recorra el rostro del viajero desde la frente a la barbilla, y un parche negro cubra la
zona donde debera haber estado el ojo. El mercader, claramente acostumbrado a este tipo
de reaccin, sonri y sujet a Diez, advirtindole de que anduviera con cuidado por los
tablones mojados. Su voz era fuerte pero amable, y el joven ladrn sinti una punzada de
remordimiento por robar a esta alma gentil.
Pero los pensamientos amables no acallan un estmago rugiente.
Diez agach la cabeza tmidamente, como hara un simple jovenzuelo del pueblo, y se alej.
Se haba metido por debajo de la mugrienta tnica el monedero de cuero que haba
sustrado de la capa del mercader y estaba ansioso por ver qu riquezas haba robado.
Oro? No pesaba tanto. Joyas? Posiblemente. Lo suficiente para comprar unas cuantas
comidas calientes y otra manta, esperaba. El invierno llegara pronto y le preocupaba el fro.
El pequeo pandaren haba procurado meterse adems algunos de los peces ms pequeos
en los bolsillos, pero no quiso tentar a su suerte. Su estmago gru de nuevo.
Lleg al final del mercado y fingi sacudirse las escamas de las mangas mientras
inspeccionaba la escena que haba dejado atrs. Nadie haba reparado en la marcha de Diez,
y todos seguan an enfrascados en recuperar el pescado antes de que la lenta corriente se
los llevara todos. Sacndose el monedero de la tnica, desanud rpidamente el cordel de
cuero y se vaci el contenido en la zarpa.
No era oro, ni joyas. Era un pergamino. A Diez se le cay el alma a los pies. Un estpido
pergamino enrollado en una simple vara de latn con extremos de marfil. Levant el
delicado objeto y rompi el sello de cera para ver si poda separar las piezas. Tal vez pudiera
vender el marfil.
Sus ojos se deslizaron por la pgina, leyendo las palabras sin querer. Aos atrs, Siete haba
enseado a su hermano pequeo a leer para que por lo menos pudiera ayudar con el
recuento tras la recoleccin. Diez haba aprendido rpidamente, y la habilidad le result til
a la hora de seleccionar qu bolsa llevarse de un tenderete desatendido. El mensaje estaba
escrito en trazos fuertes, presurosos, y segn lo lea sinti el pnico crecer en su vaco
estmago.
Honorable Haohan Zarpa Fangosa, lder de los labradores del
Valle de los Cuatro Vientos:
Este mensaje llega con un saludo, una bendicin a
vuestros campos y una advertencia. Nuestras fuentes nos
informan de que varias tribus yaungol se desplazaban al este
desde las Estepas de Tong Long de un modo que podra indicar
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una agresin prxima. En siglos anteriores, esto ha ocurrido
cuando surgan los mntides, con sus colmenas creciendo en
tales cifras que incluso nuestros poderosos vecinos con pezuas
huan de ellos. Nuestras fuerzas propias escasean, Haohan, y
tenemos que comenzar a almacenar suministros para un
posible conflicto. Bien sabemos de vuestra exigua cosecha este
ao, y de vuestro deber de alimentar a la gente del valle y de
ms all. Pero nuestra necesidad es acuciante. Enviadnos por
favor cuanto podis con estos estimados guardianes. Ellos se
asegurarn de que todo aquello de lo que vuestra generosidad
os permita prescindir llegue sano y salvo.
Estas no eran las palabras de un mercader.
Estimados guardianes. Estos viajeros no haban venido a comerciar. La impronta de la parte
inferior del pergamino hizo a Diez perder el aliento. Era una marca sencilla, un crculo con
rayas curvas a los lados, la cara de un tigre blanco gruendo.
El Shadopan!
De pronto se produjo un revuelo en el puente. Diez se dio la vuelta, metindose
rpidamente el pergamino en la tnica. Jogu haba salido del agua y estaba chillando y
sealando sealando a Diez.
Al ladrn! Han robado a mis buenos seores! Al ladrn! Al ladrn!
Al principio nadie saba de qu hablaba el histrico jinyu. Algunos miraban a Diez con
desconfianza, y unos cuantos se rean de Jogu, burlndose de sus vaguedades etlicas. Pero
el gran pandaren con el que Diez haba tropezado se palp el bolsillo y luego hizo un rpido
ademn a sus compaeros. Sus capas cayeron para dejar al descubierto sus armas: espadas,
lanzas, hojas que destellaban amenazantes a la luz del sol. S, despus de todo estaban
ocultando algo. Diez estaba en lo cierto a medias.
Era hora de largarse.
Maldiciendo entre dientes, Diez dio media vuelta y ech a correr por el mercado.
Un mercado repleto de granjeros, pescadores y vendedores de fruta, y a quin decido yo
robar? A la cuadrilla de asesinos armados.
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Su mente daba vueltas, intentando recordar lo poco que conoca sobre los Shadopan. Nunca
haba tenido mucho tiempo para interesarse por la historia. Eran una fuerza militar de lite,
algo que rara vez se vea en este tranquilo valle. Diez saba que el Shadopan custodiaba el
muro del oeste, que protega las tierras pandaren de criaturas malvadas como los mntides.
Haba odo historias contadas por otros ladrones y maleantes que convivan con l en los
callejones. Historias sobre el Shadopan y su habilidad de andar sobre el filo de una espada,
cazar una flecha al vuelo y atacar a un enemigo de forma que el corazn le estallara en el
pecho. Haba odo que los Shadopan no perdonaban a quienes se cruzaban con ellos ni
olvidaban ninguna afrenta.
Diez se palp mientras corra. Notaba cmo le martilleaba el corazn an intacto. El
pergamino botaba a cada paso, con los puos de marfil repicando contra su pecho huesudo,
casi como llamando a los perseguidores de Diez.
Ya poda or fuertes pisadas a sus espaldas. Eran unos guerreros veloces. Se oy un sonido
sibilante y Diez se agach justo cuando una lanza se hinc con un golpe sordo en el poste
que sostena el puesto de un vendedor, enfrente de l. El comerciante grit y tir un cazo de
sopa por los aires. El caldo ardiente salpic la cara de un irascible hozen que venda brtulos
de cocina en el tenderete de al lado. Dando saltos de rabia, el mono le lanz un cucharn a
Diez, quien esquiv el arrojadizo utensilio y trat de encontrar alguna va de escape.
Pudo ver su reflejo en otro cazo que colgaba del puesto del vendedor de sopa. Dos de los
Shadopan se le acercaban rpidamente por cada lado y no haba por donde salir
corriendo.
Por tanto no corri. Lo que hizo fue saltar, cayendo con un pie en el mango de la lanza del
Shadopan incrustada en el poste que tena delante. Rezando para que el robusto bamb
aguantara su peso, Diez se encorv cuando el mango se doblaba para recuperar luego su
posicin, catapultndolo como un resorte por encima del tenderete y dejando a los dos
Shadopan pestaeando al sol de la tarde.
Buena lanza. Al menos tena razn en algo: los viajeros son ricos.
Cay rodando en la hierba de detrs del mercado. Los gritos resonaban por todas partes:
an no se haba desembarazado de sus perseguidores. Los dos Shadopan llegaron tras
rodear los tenderetes, obviamente impresionados por sus acrobacias. El ladrn saba que no
tendra ninguna posibilidad de escapar de aquellos pandaren ms fuertes y veloces en
campo abierto. Iba a tener que intentar despistarlos en las callejuelas. Maldiciendo de
nuevo, sali a todo correr por el borde del mercado en direccin al pueblo. En lo alto, un
halcn chillaba.
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El pueblo estaba cuesta arriba, y los Shadopan le pisaban ya los talones cuando lleg a la
taberna La Naba Perezosa. La tabernera Lei Lan dio un grito cuando Diez entr abriendo la
puerta de golpe y le tir la bandeja de bebidas al suelo. Diez hizo una mueca por haber
echado a perder tan deliciosa Cerveza de Trueno por sus prisas, pero ya nada se poda
hacer. El primer Shadopan que vena detrs resbal en aquel espumoso estropicio y tropez
con la tabernera, quien apenas haba recuperado el equilibrio. El segundo perseguidor salt
por encima de su compaero y sigui a Diez hacia la cocina, gruendo de forma bien
audible. Al parecer, aquel ratero palurdo ya haba causado a los Shadopan ms problemas
de lo que esperaban.
Diez entr a galope en la cocina, dando tal susto al maestro de especias Jin Jao que este
lanz sus entregas al aire y se puso a renegar. Diez sigui corriendo, deslizndose por entre
las piernas de Jin Jao y continuando escaleras arriba. Poda or detrs de l las pesadas
pisadas de su perseguidor Shadopan en la cocina y las airadas protestas del maestro de
especias por sus productos echados a perder, en primer lugar, y su indignacin an mayor
por ser luego apartado a empujones por aquellos "patanes sin modales". Diez lleg a lo alto
de las escaleras y luego ech a correr por el pasillo, intentando abrir cada una de las
puertas. Aqu era donde viva el personal de la taberna, y evidentemente tenan sus
habitaciones cerradas con llave. Diez maldijo, consciente de que no tena tiempo de forzar
las cerraduras.
La ltima puerta no estaba cerrada, y Diez supo por el olor que all era donde Den Den viva.
Den Den era el camarero hozen de la taberna. No era mal tipo para ser un mono, y desde
luego era bastante ms afable que su primo, el lanzador de cucharones. Den Den le haba
cambiado una vez una jarra de Cerveza de Trueno por una granada obviamente afanada
del carro de Gi, y Diez siempre haba tenido en cuenta su generosidad. Pero la habitacin
era un cubil maloliente que ms pareca un vertedero que una morada. Ropa de cama sin
limpiar, montones de pepitas, un barril lleno de mondas de frutas y algo que pareca ser el
maniqu de una hembra hozen confeccionado con pelo enmaraado. Diez arrug la nariz y
se puso a escarbar en la basura que haba contra la pared del otro lado de la habitacin, en
busca de la ventana. Al fin, un rayo de luz brill entre sus dedos: lo haba conseguido!
Aljate de la pared, ladrn!
La voz tena un tono enfadado pero firme. Diez casi poda sentir la lanza que le apuntaba a la
espalda. Girndose lentamente con las zarpas levantadas, intent esbozar una sonrisa
forzada. Haba dos Shadopan en la entrada, a los que se uni un tercero que chorreaba
cerveza.
Hola, caballeros. Bienvenidos a El Alcor. Estaba aqu arriba buscando medicinas para mi
madre enferma, y
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Silencio, alfeique! bram el guerrero empapado, blandiendo una espada. Tena el
semblante desencajado, tanto por la cerveza como por haber arrollado a la adorable
tabernera de una forma muy poco caballerosa. Diez decidi tener la boca cerrada.
Otro Shadopan, el que haba proporcionado su lanza para que Diez pudiera escapar en el
mercado, coloc una zarpa en el hombro de su furibundo compaero. Llevaba un pauelo
rojo al cuello, y los otros dos se separaron para dejarlo pasar. Aunque haba recuperado su
lanza del tenderete, Diez perciba que este guerrero no necesitaba un arma para matar. Se
notaba en la seguridad de sus movimientos, en las cicatrices de sus zarpas y en la intensidad
de sus ojos dorados.
Ests jugando con fuego, ladronzuelo. Aqu mi amigo cree que eres un espa enviado a
interceptar nuestra misiva y entregrsela a nuestros enemigos. Prefiero pensar que no eres
ms que un necio y que tu simple acto criminal te ha puesto en ms peligro del que creas.
El Shadopan dio un paso adelante y extendi una zarpa.
Deprisa, mi maestro espera abajo. Entrgame el pergamino que has robado. No hagas
ningn movimiento brusco o aqu Tao-Long te ensartar seguramente de la nariz a la cola.
Haz lo que te digo y te garantizo un viaje rpido al Consejo de los Labradores para que te
juzguen y te sentencien probablemente a trabajos forzados en el granero.
Diez inspir. Se meti lentamente la mano en la tnica y sac el pergamino. Inici el gesto
de drselo al Shadopan, que asenta, y entonces se detuvo.
Y... hay alguna otra opcin?
El guerrero del pauelo rojo torci el gesto y su actitud se torn fra.
Por supuesto, puedes rechazar la clemencia que te he ofrecido y confirmar las sospechas
de Tao-Long. Y en ese caso te arrebataremos el pergamino y tambin la vida. Pero no creas
que eso significa simplemente que te mataremos, ladrn. Cuando el Shadopan te arrebata la
vida, significa que tu vida pasa a ser posesin nuestra. Te ataremos, te dejaremos sin ojos,
sin pies y con solo dos dedos para que puedas alimentarte por ti mismo. Luego te
amarraremos a una montura y te llevaremos a nuestro monasterio en lo alto de la Cima
Kun-Lai. Al llegar, te pondremos en una cornisa helada a la espera de nuestros buscadores
de la verdad.
En este punto, el Shadopan empapado de cerveza, Tao-Long, se sonri y retorci levemente
su espada. Era evidente qu opcin prefera.
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Los buscadores de la verdad del Shadopan te ensearn que la extraccin previa de tus
ojos era solo el primero y ms considerado de nuestros agasajos. Averiguarn cmo te
corrompieron los sha, qu sabes de sus designios y si deberan o no arrojarte a los vientos
del can para que fueras juzgado.
Los ojos de Diez se haban abierto como platos y se llev el pergamino a la cara como para
tapar su miedo.
E... esa opcin tampoco me gusta.
Pauelo Rojo sonri con severidad y extendi su zarpa de nuevo. Diez se puso el pergamino
a la altura de la boca y devolvi la sonrisa.
Creo que preferira una tercera opcin.
Y entonces sopl sobre el pergamino. La guindilla en polvo que le haba birlado a Jin Jao
sali despedida en una nube roja que envolvi las caras de los pandaren apelotonados en la
entrada, y gritos de sorpresa y dolor llenaron la pequea estancia. Se oy un golpazo, luego
hubo un estrpito y entr un fogonazo de luz solar. Diez haba desaparecido.
Los Shadopan no eran propensos a ser presa del pnico, y tras unos instantes de maldecir y
tropezar en tan picante niebla no tardaron en reorganizarse en el pasillo frente a la
habitacin. Pauelo Rojo se haba llevado la peor parte de la especia y tena los ojos
cerrados de tan hinchados bajo unos prpados furiosos. Le pidi a Tao-Long que lo acercara
a la ventana rota para describirle lo que vea.
Tao-Long, apesadumbrado ahora por su ira anterior, condujo a su camarada a la ventana.
Parpadeando con los ojos anegados tambin en lgrimas a la luz de la tarde, describi los
postes de bamb resquebrajados que se extendan por debajo del antepecho, las ramas
torcidas del rbol taolun que haba al borde, un camino abierto precipitadamente entre los
arbustos de debajo. Y luego luego un ro tranquilo que sala serpenteando del pueblo para
adentrarse en los humedales de ms all. Un sinnmero de lugares en los que desaparecer.
El ladrn se haba esfumado.
Por ahora refunfu Pauelo Rojo, sonndose la chorreante nariz. Solo se ha
esfumado hasta que lo encontremos. Y entonces ese ladrn arrogante se enterar de los
lmites de la misericordia del Shadopan.
Dio un paso atrs y se dirigi a sus compaeros.
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Nuestra presa ha huido a las tierras blandas que hay ms all de esta pattica colina. Un
agente de los sha ha escapado de nuestras garras, hermanos. Quines somos?
Somos la espada en las sombras.
Y acaso descansaremos?
No flaquearemos!
Susurraron el mantra con pasin fra, con una determinacin innegable. Y entonces, sin
mediar ms palabra, los Shadopan bajaron las escaleras, salieron de la taberna y se
perdieron entre la multitud del mercado calle abajo.
Desde el tejado de encima de la ventana, Diez los vio marcharse. Se apoy contra la
techumbre y se estremeci. Los haba engaado con el barril que haba tirado a travs de la
ventana, y no se les ocurri mirar en el alfizar que tenan encima. Y por qu iban a
hacerlo? Qu clase de idiota se atrapara l solito en un tejado cuando poda escapar en
cualquier direccin?
Un idiota demasiado pequeo para llegar muy lejos corriendo.
Haba escapado, s, pero ahora lo buscaban guerreros experimentados que no descansaran
jams. La conviccin en sus voces haba sido espeluznante. Esa intensidad. Diez nunca haba
conocido tal confianza. Ms all de este miedo, haba algo ms.
Admiracin?
Otro halcn chill en el cielo. Diez sacudi la cabeza y respondi susurrando.
Considrate afortunado, amigo. Poder ser un cazador como estos, poder elegir cul es tu
camino y saber que lo seguirs hasta el final...
Dej la frase sin terminar, lleno de anhelo. Esa clase de vida siempre estara vetada a un
ladrn como l.
Se llama Plumablanca dijo una voz extraamente familiar. Y ms vale ser cazador que
presa, raterillo. Pero el cazador que sabe ser presa atrapa piezas ms veloces.
Diez se dio la vuelta, casi perdiendo el equilibrio en la techumbre. El mercader tuerto no,
el Shadopan tuerto estaba sentado en el tejado de encima, con una gran lanza tendida en
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las rodillas. El halcn volvi a chillar y luego descendi para posarse en el ancho hombro del
pandaren. Diez intent hablar, pero no le sala aire de los pulmones. Esa lanza era lo
bastante grande como para partirlo en dos. Empuada por un guerrero curtido que poda
subirse al tejado de una taberna con la velocidad y el sigilo de un viento vespertino; no
haba mencionado Pauelo Rojo a un maestro?
Voy a morir.
El maestro Shadopan frunci el ceo.
Tienes algo que es mo. Me gustara recuperarlo.
Boquiabierto, Diez busc a tientas en su tnica y sac el pergamino. Lo sacudi para intentar
quitarle el polvo que an pudiera quedar. Una pizca de polvo rojo salt a una corriente de
aire que, por desgracia, fue a parar a la cara de Diez. Este solt un gritito pattico y se puso
a toser, con la mirada borrosa por las lgrimas.
El forastero se inclin hacia delante, cogi el pergamino y se lo meti de vuelta en sus
voluminosas vestiduras.
Cmo te llamas, raterillo?
Pestaeando hasta que se le aclar la vista, Diez tosi de nuevo.
Me llamo Diez, seor.
Diez, como el nmero diez?
S, seor. Mi padre se qued sin nombres interesantes tras el quinto hijo.
Bueno, Diez. Mi teniente ya te ha descrito con cierto detalle el castigo por robar a un
mensajero del Shadopan. Te ofreci una alternativa compasiva, y t le devolviste el gesto
literalmente a la cara.
Diez no estaba seguro de si sus ojos vean correctamente, pero le pareci notar la sombra
de una sonrisa en la comisura de los labios del maestro Shadopan.
Yo no soy tan bondadoso como Feng, pero quiz eso sea por haber estado tantos aos en
la muralla. Combatir a los sha, simplemente estar cerca de ellos... puede hacer que uno se
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endurezca frente a los aspectos ms amables de la vida. Aunque esos aspectos sean lo que
luchas por preservar.
Diez no tena muy claro de qu hablaba aquel enorme guerrero armado con una lanza, ni
qu eran esos sha, pero estim conveniente quedarse ah callado y asentir. Senta que su
vida penda de un hilo.
El maestro Shadopan miraba a Diez con su nico ojo y pareca meditar. Diez estaba aterrado
por aquella mirada sin pestaeos. Ech un vistazo a la lanza. La pesada lanza de ancho filo
que el Shadopan sostena como si nada. Diez tembl cuando la zarpa del guerrero asi el
mango con ms fuerza. Cabizbajo, cerr los ojos.
Te ofrezco una tercera opcin, Diez el del pergamino sazonado. Y una cuarta.
Diez alz la vista sin estar muy seguro de qu estaba pasando. El Shadopan se levant y
puso un dedo en el pecho de Diez.
Puedo matarte ahora mismo como alternativa misericordiosa al castigo que el leal Feng
describi. Sera rpido e indoloro; mi hoja te atravesara el cuello antes de que pudieras
pestaear.
Y de pronto, tan rpido como un pensamiento, una hoja de metal fro y plateado del tamao
de un brazo brillaba bajo la barbilla de Diez. Instantes despus, una rfaga de viento sigui
al movimiento de la lanza. Diez se estremeci, y su minsculo movimiento contra la hoja
hizo brotar un clido hilillo de sangre. Esta se desliz lentamente por todo el arma, que
permaneca inmvil pegada a su garganta. El Shadopan continu.
La otra opcin, la ms cruel, sera que te sometieras a la Prueba de las Flores Rojas.
Diez levant las cejas en gesto interrogante, y el Shadopan baj la lanza arrojando un
suspiro.
Que no te engae el nombre. Cada siete estaciones, en los rboles sagrados de nuestro
monasterio crecen unas flores de un rojo intenso. Es la seal para que comencemos las
pruebas. Es el reto del dolor y el rigor necesario para quienes desean ingresar en nuestra
orden. La prueba mata a la mayora de quienes lo intentan, y desde luego tortura a todos los
que aspiran a formar parte del Shadopan.
El guerrero apart la lanza, ocultndola bajo su capa con un rpido movimiento.
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Pero dijo mirando al valle, si pasas las pruebas y te conviertes en aclito del
Shadopan, ya no se te aplicar el castigo por quitarnos la misiva.
Diez no poda creer lo que oa. Yo, un Shadopan? l era un don nadie. Un ladrn. Un
alfeique. El dcimo hijo de un difunto granjero. Le costaba encontrar las palabras
adecuadas.
Pero cmo puede usted creer que yo podra ser de algn modo como Feng? Como...
como usted?
El guerrero lo observ en silencio.
Eres rpido, Diez. Rpido de pies, zarpas y mente. Un Shadopan necesita fuerza, s, pero
eso se puede desarrollar. Nuestro enemigo es rpido, y aunque necesitamos guerreros que
igualen a los sha en ferocidad, tambin nos hacen falta guerreros que puedan sortear sus
ataques, echarles guindilla a la cara y hacer que se vayan en la direccin equivocada.
Diez asinti, estupefacto. Algo parecido a la esperanza se despert en el estrecho pecho del
ladrn.
Podra yo...?
El gran pandaren busc en su cinto y sac un anillo. Tena un diseo sencillo, hbilmente
tallado en un marfil que a Diez le record los extremos del pergamino. En la parte superior
estaba incrustado el smbolo del tigre rugiendo, con una plata que refulga como el hielo del
norte.
Veo que has tomado tu decisin. Toma este anillo. Dentro de tres meses te presentars
en las puertas del Monasterio del Shadopan. El anillo est tallado de un colmillo de tigre
blanco. Ser tu garanta para poder cruzar nuestras puertas. Solo tu ingenio garantizar tu
llegada. La Cima Kun-Lai puede ser traicionera, sobre todo en la poca ms fra.
Vendrs solo. No traigas armas, no te servirn. Agarr la delgada tela de la mugrienta
tnica de Diez y frunci el ceo. Aunque te sugiero que te busques una ropa de ms
abrigo.
Diez asinti sin decir nada y el Shadopan solt la tela. Su voz se endureci entonces.
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Si las pruebas comienzan y no te has presentado, entender que rechazas mi ltima
opcin. En ese caso, el Shadopan te arrebatar la vida. Y creme, Feng se qued corto al
describir nuestros mtodos. Entiendes todo cuanto te he dicho, Diez?
Diez no estaba seguro de ello, y no le pareca que pudiera volver a asentir. Tena los
msculos helados y agarrotados. El guerrero tom su silencio como un s.
Yo soy Nurong, maestro de los Wu Kao. Te ver dentro de tres meses, raterillo.
El maestro Nurong le susurr algo a Plumablanca y envi al ave a volar hacia el cielo
vespertino. Diez se gir para ver al halcn elevarse sobre los Pantanales del noreste, hacia
donde haban ido los otros guerreros. El ladrn recuper al fin la voz.
Tres meses. Cmo voy a llegar a la montaa ms alta del mundo, y no digamos ya
escalarla, en tres meses?
No hubo respuesta. Diez mir por encima del hombre y vio que se encontraba solo en el
tejado. El Shadopan ya no estaba all.
Otro gong reson por el patio. Diez trat de mantenerse erguido en los tablones oscilantes
del puente, intentando parecer tan imponente como poda al lado del resto de candidatos.
No lo estaba consiguiendo.
l era, cmo no, el ms menudo de la docena de jvenes aspirantes que se haban reunido
bajo las flores rojas, que resplandecan entre las nieves invernales. Incluso el chico fecho
Wu el Torcido, de la Aldea Binan, que como mnimo era tres aos menor que l, le sacaba
ms de una cabeza y llevaba una pechera blindada como un guerrero de verdad. Diez
levant la vista para observar a Wu, y este le lanz una mirada. A ninguno de los candidatos
le gustaba competir con un alfeique desaliado como Diez, como si su mera presencia en
las pruebas fuera una afrenta.
Diez baj la mirada para contemplarse los pies con el ceo fruncido. Solo llegar all ya haba
sido un calvario de por s, y dudaba que cualquiera de aquellos enormes cachorros ricos
hubiera sobrevivido al viaje que l haba realizado. Recorrer el Camino de los Cien Pasos,
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pasar desapercibido entre los hambrientos saurok de El Pasaje Antiguo y, por ltimo, trepar
por el empinadsimo y serpenteante sendero que suba por las cuestas de Kun-Lai, temiendo
que cualquier rfaga te sacara del estrecho camino y te hiciera precipitarte contra las rocas
a millas distancia. Y eso si antes no moras congelado.
Su capa se agit al viento, y Diez se la ci ms fuerte en los hombros. En el Valle de los
Cuatro Vientos, un da fro equivala a un poco de lluvia y a una brisa suficiente como para
que no te aventuraras a campo abierto. Aqu, el fro era letal. Diez haba intentado seguir el
consejo del maestro Nurong y haba cambiado su manto rado y algunas monedas por una
capa de viajero. La ridcula extensin de aquella tela remendada le haba salvado la vida al
proporcionarle cobijo, calor e incluso camuflaje en los oscuros pliegues de la montaa
cuando desfilaban por all enormes yetis de paso atronador. Su sombrero, de ala ancha y
olor a fruta estropeada, era un regalo de Den Den como agradecimiento por no contarle a
nadie cmo estaba su habitacin (o lo del maniqu de pelo) antes de que vinieran
persiguiendo a Diez desde El Alcor. El sombrero evitaba que le cayera la lluvia y la nieve en
los hombros, serva de plato cuando lograba encontrar comida y, segn Chan el Pesado, le
daba a Diez el aspecto de un champin marchito.
Chan el Pesado era el candidato de la localidad comercial de Barrilia. Era el hijo de un
acaudalado alquimista, presumido como un pavo real y diez veces ms voluminoso que
Diez. Haba llegado con un squito de varios grmel, a ninguno de los cuales se haba
permitido franquear los muros del monasterio. Diez recordaba haber pasado junto al
pequeo campamento de tiendas de seda al llegar a la cima. Se le haba hecho la boca agua
con el chisporroteo de la comida.
De haber tenido algo ms de energa y algo menos de congelacin, habra aligerado el
campamento de parte de su comida sobrante. A Chan desde luego no le hace falta.
Entre los candidatos se hizo un profundo silencio, y Diez se gir para ver que haban
aparecido los maestros. Estos se encontraban al otro lado del puente, donde la arboleda de
la meditacin lindaba con la orilla del lago helado. Quietos como estatuas, los tres maestros
se quedaron mirando a la docena de esperanzados iniciados. El sol de la maana brillaba
contra las brumas que envolvan los terrenos del monasterio, y Diez no distingua si el
maestro Nurong era uno de los tres. Quera asegurarse de que su presencia era tenida en
cuenta y de que su vida no le fuera arrebatada. Haba llegado en el ltimo da de su libertad
condicional de tres meses, jadeando al pasar junto al silencioso viga de las puertas del
Shadopan, quien asinti cuando Diez le ense el anillo.
Un halcn chill all en lo alto y Diez mir hacia arriba, entrecerrando los ojos.
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A qu estn esperando? mascull Wu el Torcido. Las flores ya no pueden ser ms
rojas. Diez vea nerviosismo en el refunfuo de Wu. Todos los candidatos mostraban
signos de ansiedad: arrastrar de pies, zarpas empapadas, labios mordidos. Incluso Chan el
Pesado haca girar distradamente el brazalete dorado de su gruesa mueca, una alhaja
chillona tan grande que poda servir de collar para cualquier pandaren de tamao normal.
No est mal la pulserita.
Uno de los maestros avanz y Diez frunci el ceo. No era el maestro Nurong, sino una
pandaren de gesto adusto que llevaba su canoso pelo recogido tras las orejas. La maestra
Shadopan alz una zarpa y habl, y su voz severa lleg a travs del agua helada.
Iniciados, os doy la bienvenida a las Pruebas de las Flores Rojas. Habis venido desde todo
el pas, cada uno de vosotros seleccionado por nuestros agentes como digno candidato. As
ha sido durante aos innumerables. As seguir siendo siempre.
Soy la maestra Yalia Murmullo Sabio de la disciplina Omnia, la Shadopan encargada de
preservar la sabidura, el conocimiento y las tradiciones sagradas de nuestra orden. Es un
honor para m recibiros aqu y elogiar vuestro valor por presentaros en el da sealado. La
Prueba de las Flores Rojas son tres en realidad: la Prueba de Determinacin, la Prueba de
Fuerza y la Prueba de Espritu. Cada una de estas pruebas deparar la muerte a quienes no
sean aptos para estar bajo el estandarte del Shadopan.
Estas ltimas palabras estuvieron acompaadas de una dura brisa que se convirti en una
rfaga, un viento fro que desde los picos circundantes baj rugiendo al interior del
monasterio como un felino depredador. Ptalos rojos bailaron en el aire como gotas de
sangre a la vez que el puente se balanceaba, y Diez se sujet con mayor fuerza a la
balaustrada metlica. Wu el Torcido vio su pnico y solt una risita mientras la maestra
Murmullo Sabio continuaba.
Esta ser vuestra ltima oportunidad de apartaros del camino que os ha trado aqu. Si
hay alguno de vosotros que dude de su participacin en las pruebas, alguien que albergue
recelos, le invito a que se aleje del puente de la iniciacin y regrese a su hogar. No hay
deshonor alguno en tal decisin, pero nunca se le volver a permitir la entrada entre estos
muros.
Hubo un momento de silencio, y luego el sonido de alguien que se aclaraba la garganta.
Algunas disculpas susurradas, seguidas de lentos pasos arrastrados cuando uno no, dos
pandaren se excusaron alejndose del puente. Eran el leador alto de las Islas del Sur y una
chica de Villarroca de aspecto aplicado. Ambos se marcharon cabizbajos. Diez dese haber
podido permitirse el lujo de acompaarlos.
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No. No es eso en absoluto lo que quiero.
Se sorprendi por aquel pensamiento, surgido espontneamente de su mente. De veras
estaba contento de estar aqu con este fro cortante, columpindose sobre un lago medio
helado?
Bueno, contento no. Pero... al menos esto es como una ocasin de hacer algo. De ser algo.
Uno no puede cambiar las estaciones, desde luego, pero no voy a apartarme de un viento de
fortuna.
La fra brisa prens su capa, y Diez sinti un escalofro.
Era una manera de hablar.
La maestra Murmullo Sabio esper a que condujeran a los dos pandaren fuera del patio y
luego prosigui.
Ahora comienza la Prueba de las Flores Rojas. Algunos tenis madera de Shadopan,
iniciados. O al menos eso esperamos. Nuestros miembros se han ido haciendo ms escasos
con el paso de los siglos, y nuestros enemigos se vuelven ms audaces. Desde el Templo del
Tigre Blanco llegan terribles presagios, mientras la bruma que rodea Pandaria se desvanece.
Durante los ltimos meses han llegado nuevas amenazas a nuestros confines, y nuestros
lugares ms sagrados han sido profanados, corrompidos o destruidos. Los sabios hablan de
la llegada de tiempos sombros.
Diez se preguntaba que quera decir la maestra Murmullo Sabio con lo de nuevas
amenazas. Algo importante y aterrador deba de haber ocurrido desde que haba
salido del Valle de los Cuatro Vientos. Entonces record los rumores que haba escuchado
durante el camino, conversaciones acerca de extraas criaturas y viajeros llegados de tierras
lejanas, pero se haba concentrado tanto en sobrevivir en su travesa hacia el norte que con
el tiempo dej de hacer caso a aquellos absurdos chismorreos de agitados viandantes. Sin
embargo, ahora deseara haber prestado ms atencin a tales rumores.
La maestra Murmullo Sabio dio un paso al frente y alz el brazo con su garra en alto.
Con todo, no somos un ejrcito de medio pelo compuesto con prisas con gente normal y
sin preparacin. Somos el Shadopan. Nuestros miembros siempre han sido inferiores en
nmero a nuestros enemigos, pero cada espada Shadopan vale por una docena de soldados
corrientes. As expulsamos a los mntides. As rechazamos a los yaungol. As mantenemos a
raya a los sha. Y as ser siempre.
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La maestra Murmullo Sabio seal al otro extremo del lago, hacia el otro lado del
monasterio. All, un par de aclitos del Shadopan con pauelos blancos estaban colocando
un pequeo brasero con forma de tigre.
El tigre ardiente pondr a prueba vuestra determinacin. Dentro de su estmago,
enterradas bajo las brasas, hay seis monedas de plata marcadas con el smbolo de nuestra
orden. Hundiris la zarpa en la boca del tigre, sacaris una moneda al rojo blanco y me la
traeris aqu a la arboleda.
Los diez candidatos restantes se miraron nerviosos unos a otros. La chica larguirucha de
Krasarang comenz a avanzar poco a poco por el puente, intentando cobrar un poco de
ventaja. En cuestin de segundos se vio sumergida en una maraa de brazos cuando varios
de los dems pugnaban por llegar a la orilla antes que ella. El puente se balanceaba
violentamente, y Diez se agarr con ms fuerza a la cadena.
Una carrera para demostrar determinacin? Aqu hay algo que no nos ha contado.
La maestra Murmullo Sabio se gir para marcharse, mientras los otros dos maestros iban ya
hacia la arboleda, y volvi la cabeza.
Solo hay seis monedas, y sois diez. Os recomiendo nadar deprisa.
Nadar?
Con un ruido metlico, la cadena que sostena una mitad del puente se solt de su
amarradero y los candidatos se precipitaron al lago, abriendo agujeros irregulares en el
hielo. Volvieron a la superficie farfullando, gritando, bramando, una voz chillando que no
saba nadar. Hubo algunos segundos de caos aterrador en los que algunos, presa del pnico,
se aferraban a otros, quienes respondan agresivamente con golpes y reniegos para evitar
ser arrastrados a las glidas profundidades. Quienes haban venido ataviados con vistosas
armaduras ya no emergieron. Los ms rpidos se deshicieron de su equipo pesado y se
pusieron a cruzar el lago con veloces brazadas. Saban que permanecer ms tiempo en esta
agua helada significaba la muerte.
Diez colgaba de la cadena que quedaba en el puente, sobre sus cabezas. Tal era la fuerza
con que estaba agarrado por los nervios que se libr de caer junto al resto de los iniciados.
Pero iba a quedar rezagado. Se aup para colocarse a horcajadas sobre la cadena,
preguntndose si podra arrastrarse hasta el amarradero y rodear luego el lago sin ms para
llegar al brasero.
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Dudo que me dejen librarme tan fcilmente.
Sus temores se confirmaron enseguida cuando otro aclito de pauelo blanco se acerc al
segundo amarradero y comenz a desconectar la cadena. Al parecer, el chapuzn en el lago
era obligatorio para convertirse en un Shadopan, pero saba que, si el agua no lo mataba, el
azote del viento contra su exigua capa empapada no tardara en hacerlo aunque superara la
estpida prueba. l careca del tamao y los recursos de los dems iniciados. Tena que
permanecer seco.
Palmo a palmo, avanz hacia donde ms baja estaba la cadena y comenz a descender por
los tablones que colgaban debajo. El puente estaba construido para ceder por un lado y
volver a conectarse fcilmente una vez finalizadas las pruebas. Muy ingenioso, pens Diez.
As se ahorran tener que construir un nuevo puente cada siete estaciones.
Por suerte, o por desgracia, se daba la circunstancia de que esta sptima estacin haba
cado en pleno invierno. Ello significaba que el hielo que se extenda a travs de muchas
partes del lago era grueso. Tal vez lo bastante grueso para aguantar a un alfeique. El
aclito ya casi haba terminado con la cadena, y Diez not que la tensin comenzaba a
aflojarse. Descubri un tramo de hielo justo un poco ms all de donde l colgaba, y se puso
a agitar las piernas, haciendo oscilar todo el puente de aqu para all con el fin de darse
impulso suficiente para
La segunda cadena se solt con un ruido metlico, y Diez se dej ir en el punto lgido de su
balanceo. Gir en el aire, los brazos extendidos, y cay con ambos pies sobre el hielo dando
un golpe sordo y seco. Durante un momento se qued ah parado, con los odos atentos al
menor sonido de hielo resquebrajndose. Silencio.
Ech un vistazo alrededor en busca de otro fragmento de hielo y vio un bloque flotando a
poca distancia. Salvando la brecha de un salto, Diez aterriz y por poco se sali de un
resbaln. Su impulso empuj el hielo un poco ms cerca de su objetivo, pero tuvo que agitar
los brazos como loco para mantener el equilibrio. Haba hielo desperdigado por todo el lago,
pero a esta escasa velocidad y con esta inestabilidad acabara cayendo, nadando y
descansando para siempre en la montaa. Saba lo que tena que hacer.
Saltando desde el bloque de hielo se pos en el siguiente, un trozo ms pequeo, y, sin
pararse a recuperar el equilibrio, simplemente se dej llevar por el impulso y salt en
direccin al siguiente pedazo de hielo. Y luego al siguiente. Brincando a travs del lago como
una piedra, Diez pronto adelant a los nadadores y se acerc a la otra orilla.
Seis cadenas emergieron del agua en la ribera, seis metros de metal helado que suban
directamente hasta el promontorio rocoso en el que se encontraba el brasero. Habra sido
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un difcil obstculo para cualquiera, y ms an para un pandaren calado con las zarpas
entumecidas por el fro. Era realmente una prueba de determinacin.
Por desgracia, los trozos de hielo eran cada vez ms pequeos y estaban ms separados.
Diez tena los pies mojados de tanta salpicadura, y ya no se senta los dedos de abajo. Para
complicar las cosas, en el agua que rodeaba las cadenas no haba hielo en absoluto. Dentro
de dos saltos ms iba a acabar en el lago, por ms rodeos que le diera.
Nada de rodeos. Como en el mercado: por arriba.
Se desat rpidamente las correas de su ancho sombrero. Al saltar del ltimo trozo de hielo,
se sac el sombrero, doblando la cintura, y lo tir con efecto al agua helada que esperaba
abajo. El sombrero baj girando hasta la superficie justo cuando Diez pona un pie encima.
Llevado por el impulso del salto, se desliz por el agua con ese pie en equilibrio sobre el
sombrero. Era lo bastante grande como para sostenerlo sobre el lago durante algunos
segundos antes de que volviera a saltar de nuevo, esta vez a la cadena que se elevaba en el
agua frente a l.
Una de las ventajas de ser un champin marchito.
Diez trep por la cadena lo ms rpido que pudo. El pequeo pandaren se senta vigorizado
tras su carrera por el lago y no llevaba mucho peso encima. Se encaram al saliente y trot
hacia su ardiente objetivo.
El brasero presentaba un ingenioso diseo: un tigre rugiente construido con barras de hierro
inclinadas que se convertan en rayas negras contrapuestas al fulgor, entre amarillento y
anaranjado, de las brasas. Apretando los dientes, Diez meti la zarpa en la amplia boca del
tigre y sac enseguida una moneda al rojo blanco con un sonoro silbido. Al ser un ladrn,
dominaba el arte de hacerse con una moneda a vuela pluma, y la maniobra tan solo le cost
acabar con una palma ampollada, parte del pelaje ahumado y los dedos escaldados
mientras haca malabarismos con el refulgente metal en direccin a un banco de nieve
cercano. Con un suspiro, hundi la zarpa en aquella crujiente blancura.
La primera vez que doy gracias por la nieve!
Se dio la vuelta al or el ruido de la cadena a sus espaldas: haba llegado el siguiente iniciado.
La chica de Krasarang se encaram y se dej caer en la base del brasero entre violentos
temblores. Levant la vista para mirar a Diez con expresin desconcertada y se hizo un ovillo
tembloroso.
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Qqqu fro! gimi con una voz spera y dbil.
Diez mir ms all de la chica. Tres cadenas ms se agitaban con la llegada de otros
iniciados. Era hora de irse. La ruta ms directa sera regresar cruzando el lago a nado, pero
Diez se estremeci al pensarlo. Ya no dispona del sombrero, tena los dedos de los pies
helados y ya haba provocado bastante a los espritus del hielo por un da. Dio pues un
rodeo por el lago.
Diez lleg a la arboleda sin incidentes y encontr a la maestra Murmullo Sabio sentada
serenamente bajo la glorieta del centro. Si la maestra se sorprendi de ver que el pequeo
iniciado era el primero en aparecer y seco, no lo dej traslucir. Simplemente extendi la
zarpa, asintiendo con la cabeza cuando Diez le deposit la moneda en la palma. Sin decir
una palabra, le hizo una sea al iniciado para que aguardara en un lado del pabelln.
El siguiente iniciado en llegar no fue la chica de Krasarang, sino un muchacho corpulento de
pelo largo en quien Diez no se haba fijado hasta entonces. El chico estaba an chorreando,
y su brazo derecho humeaba tras su encuentro con las fauces del tigre. Se notaba que el
chaval no haba ido muy rpido a la hora de sacar la moneda: buena parte del pelo de la
mueca estaba chamuscado por completo, y tena en las zarpas quemaduras de aspecto
doloroso.
Pese a todo, el chico lo haba conseguido, y ocup su lugar junto a Diez sin emitir sonido
alguno. El pequeo ladrn pens que el rostro de su competidor reflejaba sin duda seales
de determinacin. As era como un autntico guerrero haca frente al dolor, y Diez sinti
admiracin por el muchacho.
l ha superado la prueba. Yo solo me he escabullido de lo peor.
Su anterior sensacin de victoria le pareca hueca ahora. Segua siendo un simple ladrn.
A continuacin lleg la chica de Krasarang, con los dientes rechinando por el fro. Diez solo
poda imaginar lo extraa y dolorosa que le deba de haber parecido el agua helada a
alguien habituado al calor hmedo de las selvas del sur. Por lo menos el brazo lo tena en
mejor estado que el del otro cachorro. Diez supuso que para sobrevivir en la selva se
necesitaban unas zarpas giles.
Se oy un gruido y un sonoro estornudo y Chan el Pesado lleg a la arboleda dando fuertes
pasos. El gran pandaren estaba ms que empapado. Haba logrado deshacerse de su lujosa
capa en el lago, pero el resto de su ropa haca ruidos de chapoteo y dejaba caer gruesas
gotas de agua. Chorreaba por la nariz, por la barbilla, por la barriga, y form un charco
alrededor de sus grandes pies al llegar ante la maestra Murmullo Sabio. Tan calado estaba
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que Diez no pudo evitar preguntarse si acaso Chan el Pesado no habra venido nadando
desde el brasero en lugar de bordear el lago como los dems. Una vez ms, la maestra
Murmullo Sabio extendi la zarpa.
Chan el Pesado levant la suya, y fue entonces cuando Diez se dio cuenta de algo que no
haba visto desde donde estaba: la zarpa de Chan estaba recubierta de metal. Tiras de metal
que haban formado la silueta de un tigre.
El gran pandaren tembl y se inclin ante la Shadopan.
No poda sacar la zarpa con la moneda sujeta, maestra. La boca del tigre era demasiado
pequea y quemaba Chan el Pesado alz los ojos hacia la maestra Murmullo Sabio con
la mirada fija. ... As que cog el brasero y me tir de vuelta al lago.
Volvi a estornudar, con un sonido tan potente que sacudi la arboleda. Nuevas flores rojas
descendieron flotando al suelo, y Diez advirti que los otros iniciados miraban a Chan con
los ojos muy abiertos.
O sea que s que ha nadado en ambos sentidos. Y llevando un tigre de hierro durante la
mitad del trayecto.
Chan el Pesado levant el brazo y golpe el brasero contra uno de los adoquines junto a sus
pies. Debilitado ya por el agua fra, el brasero se rompi. Chan deposit tres monedas en la
zarpa de la maestra Murmullo Sabio.
No hay nadie ms detrs de m.
Diez senta curiosidad por saber cuntos se habran ahogado, o congelado, o simplemente
se rindieron cuando Chan se llev el brasero.
La maestra Murmullo Sabio se puso en pie y con un gesto indic a los iniciados que la
siguieran. Todos estos dieron un gran rodeo para evitar las salpicaduras de Chan, que ech a
andar detrs de ella intentando escurrir el exceso de agua de sus ropajes. Chan estornud
de nuevo y vio entonces a Diez detrs de l, saltando para evitar los charcos.
Bien hecho, alfeique. Ya veremos si subirte a tu sombrero te ayuda a pasar la Prueba de
Fuerza.
El chico del pelo largo rio, y Diez se encogi de hombros sin ms. Con grandes zancadas pas
junto a Chan el Pesado y le dio un golpe amistoso en el brazo.
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Lstima que no haya una prueba de chorreo. Llevas la mitad del lago en tus enormes
pantalones.
Chan el Pesado rugi y le lanz un golpe al pequeo pandaren, quien ya se esperaba esa
reaccin y pudo apartarse sin problemas. Ahora tambin se rea la chica de Krasarang, y Diez
se recre sacudindose el agua del puo de forma remilgada. El gran pandaren puso cara de
pocos amigos y volvi a estornudar. Ni siquiera sus pliegues de grasa eran impermeables a
un remojn tan glido y tan a fondo.
La maestra Murmullo Sabio condujo a los cuatro iniciados a travs de un par de pesadas
puertas hasta llegar a un dojo de entrenamiento. Dentro haba una sencilla arena rodeada
de columnas de piedra. Diez senta la historia de este lugar, los siglos de entrenamiento y
disciplina que parecan entrelazarse con el aire mismo. La maestra Shadopan se despidi
con un movimiento de cabeza y regres en silencio a la arboleda, tras lo cual los iniciados se
quedaron mirando nerviosamente todo el dojo y preguntndose qu les deparara la
siguiente prueba.
Diez repar en algo curioso. Situadas en el mismo centro de la arena haba tres
descomunales campanas. Tan altas como un pandaren adulto y tan anchas como un Chan el
Pesado, estas antiguas campanas tenan grabadas palabras de poder. Diez se acerc,
esperando que para esta prueba no tuviera que cargar con una de esas cosas.
Una voz grave vino desde detrs de los iniciados.
Todos vosotros habis demostrado una autntica determinacin digna del Shadopan.
Ahora quisiera que me ensearais vuestra autntica fuerza.
Diez se gir y se qued sin aliento. De pie en las puertas se hallaba el guerrero pandaren
ms grande que haba visto nunca. Este Shadopan, que le sacaba como mnimo tres cabezas
a Chan el Pesado y cuyas espaldas eran mucho ms anchas, era puro msculo. Su pelaje era
casi de un blanco puro, y sus ojos examinaron a los iniciados con la rapidez de un
depredador, tomando nota de puntos dbiles y fuertes.
Diez se estremeci, con la sensacin de estar frente a una avalancha apenas contenida de
mortfero poder marcial.
Soy el maestro Wan Ventisca Algente, de la disciplina Guardanegro. Los guerreros del
Shadopan deben responder ante m, al igual que yo respondo ante lord Taran Zhu. Conozco
a todos los guerreros que se encuentran en nuestros muros, y he probado mi espada contra
cada uno de ellos. Si sobrevivs a las pruebas y os converts en Shadopan, algn da cruzaris
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vuestra espada con la ma, pues no puedes conocer realmente a alguien hasta que te
enfrentas a l.
En ese instante, el maestro Ventisca Algente apret su potente puo y el sonido de sus
nudillos crujiendo reson por todo el dojo como si de rocas se trataran. Diez hizo una mueca
de desagrado.
Pero no es hoy ese da. Sois jvenes y estis faltos de entrenamiento. Un iniciado no es
todava un arma, sino una barra de hierro en bruto a la espera an de la forja. Es aqu
cuando el hierro demuestra su fuerza antes de ser afilado.
Se acerc a las tres campanas, y sus silenciosas zancadas hicieron pensar a Diez en un tigre
al acecho.
Os encontris ante artefactos sagrados, reliquias de siglos pasados elaboradas a base de
magia y metalurgia para resistir los estragos del tiempo. Cada una est afinada para
producir un nota perfecta al ser tocada.
Dio un golpe a la campana que tena ms cerca y son un ruido metlico sordo.
Bonito, no? El maestro Ventisca Algente sonri. Las campanas no suenan hasta que
se las levanta del suelo y se las golpea con cierta agresividad. Es parte de su magia.
Diez frunci el ceo. Levantar campanas gigantescas no estaba definitivamente en su
repertorio y le haba parecido or un sonido apagado procedente del interior de la
campana? Un siseo?
El maestro Ventisca Algente prosigui: "Debajo de cada una de estas campanas hay un tipo
distinto de muerte, iniciados. La muerte que roba, la muerte que se esconde y la muerte
que salva. Esperar en la arboleda hasta que oiga sonar las tres campanas, y entonces
regresar. Quienes hayan sido lo bastante fuertes como para sobrevivir pasarn a la
siguiente prueba."
Chan el Pesado estornud, y el maestro Shadopan hizo un gesto hacia el chorreante
iniciado.
Esta sptima estacin ha sido especialmente fra, y s que todos estis cansados.
Comencemos.
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Con un suave movimiento, el maestro Ventisca Algente gir y dio una patada a la campana
que tena detrs. Esta sali volando por los aires para chocar contra una columna al otro
lado de la arena. La columna se agriet y llovieron trocitos de piedra. La campana rod por
el suelo, intacta.
El maestro Ventisca Algente se fue de nuevo hacia las puertas. Los iniciados miraron en
silencio y llenos de temor reverencial cmo se iba.
No espero que luchis bien espet. Pero s espero que luchis.
Las puertas se cerraron de golpe. La cerradura se encaj con un chasquido.
Mirad! grit el chico del pelo largo con terror en la voz.
Diez se gir y dio un grito ahogado. All donde haba estado la campana se encontraba
enroscada una enorme serpiente, que se alz sobre un musculoso cuello para quedar por
encima de los iniciados.
Una pitn de bamb! exclam la chica. Atrs! Va a atac!
Cual relmpago verde, atac. Tras derribar al chico del pelo largo, la serpiente le hundi los
colmillos en el cuello. El chico grit, intent golpear la escamosa cabeza de la sierpe, pero
esta se aferr tenazmente y le enrosc sus poderosos anillos alrededor. Los otros tres
iniciados se apartaron del alcance de la criatura, buscando algn lugar donde esconderse.
Cmo iban tres jvenes desarmados y sin entrenamiento a derrotar a tan letal bestia?
La chica de Krasarang maldeca en voz baja, y Diez oy a su lado su susurro furioso.
S cmo matar a estas cosas. Si tuviera mi lanza. Por qu no me dejaron traer mi lanza?
Podra salvarlo!
La muerte que salva.
Chan! grit Diez. Creo que quiz una de las campanas contenga armas! Deprisa,
mira debajo!
El pandaren grandulln mir a Diez como si este estuviera loco.
Buen intento, alfeique. De veras crees que voy a ir ah?
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Seal las dos campanas restantes, que se hallaban justo detrs de la serpiente y su presa.
Claramente al alcance de la bestia.
Adems chill Chan el Pesado, cmo sabes t que all hay armas!? Tal vez haya
ms serpientes!
El chico del pelo largo cej su forcejeo y la serpiente le dio una sacudida ms antes de
desenroscarse y recuperar su altura mxima. Estaba cubierta de escamas de color
esmeralda y sus ojos eran negros y fros. De sus largos colmillos goteaba sangre y una baba
repugnante, formando un charco en la superficie de piedra. Diez mir al chico muerto en el
suelo, con dos marcas rojas en forma de lgrima en el hombro. Se sorprendi de su tamao.
La muerte que roba: veneno, o algn fluido txico de los pantanos. Se te cuela en el cuerpo
por minsculas puertas y se marcha con tu alma.
Un ladrn.
La serpiente se deslizaba ahora hacia la chica de Krasarang, quien haba llegado a la pared
del fondo y no tena ya adonde ir.
Diez saba que no podra superar la prueba en cuanto los otros hubieran muerto. Era
incapaz de levantar una campana por s solo. Fue extrao darse cuenta de aquello: los
necesitaba.
Chan, tienes que confiar en m o moriremos todos. La pitn es la muerte que roba. Una de
esas campanas contiene la muerte que salva. Creo que eso significa armas, instrumentos de
muerte que nos pueden salvar la vida.
Diez apret los puos y corri hacia la bestia agitando los brazos. La criatura silb y se alej
de la chica.
Yo distraer a la serpiente y la alejar de las campanas! exclam. Golpalas, escucha
si sale de dentro algn sonido.
La pitn se deslizaba ahora a por Diez, que tuvo que darse la vuelta y huir. Podra tal vez
esquivarla entre las columnas? Echando una mirada atrs, vio que Chan el Pesado y la chica
iban ya hacia las campanas mientras la criatura lo persegua a l.
Era ms rpida de lo que pensaba, y Diez no crea que pudiera llegar a las columnas a
tiempo. La campana a la que el maestro Ventisca Algente haba dado la patada estaba
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tendida de lado ah delante, y el ladronzuelo se lanz detrs de aquella mole de bronce en el
momento en que las mandbulas intentaban atraparle los talones.
Diez se dio la vuelta corriendo para ponerse de cara a la pitn. Era muchsimo ms alta que
l, y la proteccin que la campana ofreca le pareca escasa desde su perspectiva. La
serpiente atac de nuevo, y Diez a duras penas eludi agachndose aquella masa de
escamas y colmillos. Poda ver, detrs de la bestia reptante, a Chan el Pesado golpeando el
lateral de una campana, y a la chica de la selva con el odo pegado a ella y una expresin
intensa.
Y entonces Diez se dio cuenta del gran error en su plan: estaba armando a sus dos rivales
para que estos pudieran esperar a que la pitn lo matara a l y liquidarla luego con un
competidor menos.
Chan el Pesado mir hacia donde estaba Diez, le dedic una sonrisa y le hizo un gesto de
despedida. Rode con los brazos una de las campanas y comenz a inclinarla.
Diez serr los dientes, pero realmente no poda culpar a los otros iniciados: esta prueba
consista en sobrevivir, no en hacer amigos. Aunque de ninguna manera iba a dejar que se
unieran al Shadopan por encima de su pequeo cadver.
Corri a ponerse ante la boca de la campana, colocndose directamente enfrente de la
serpiente gigante. Esta retrocedi sorprendida ante tan audaz maniobra y silb furiosa.
Como buen ladrn, Diez haba aprendido a observar a sus vctimas en busca de un indicio
revelador, una expresin, un gesto o un movimiento caractersticos que indicaran que iban a
atacar. En la calle, esta leccin le haba salvado la vida innumerables veces.
La pitn ofreca un indicio. Diez se haba fijado cuando la bestia atac al chico del pelo largo,
y luego a l. Sacaba la lengua justo antes de una acometida, extendiendo el rgano sensorial
para saborear el miedo de su vctima inmediatamente antes de entrar a matar. Diez observ
el hipntico balanceo de la serpiente con las piernas flexionadas, esperando a la sacudida de
la lengua ahora!
Diez se elev de un salto justo cuando la pitn se abalanz sobre el sitio en el que l
acababa de estar. Por desgracia para la bestia, dicho sitio era la boca abierta de una antigua
campana, y el crneo de la pitn golpe el pesado bronce con un sonido ntido y precioso.
La primera.
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Diez cay sobre el lomo de la criatura y se apart rodando, esquivando los latigazos que la
serpiente propinaba al intentar sacar la cabeza de la campana.
El ladronzuelo lleg adonde estaban los otros dos iniciados en el momento en que la chica
de Krasarang sacaba una lanza de debajo de la campana y soltaba una risa ronca. Diez se
agazap para ver qu ms haba escondido ah debajo: la muerte que salva, en efecto!
Amontonada cuidadosamente en el suelo haba una pila de sencillas y afiladas armas: una
espada, un garrote, un hacha y una daga. Diez las apart toda prisa de debajo de la campana
ladeada, quedndose para s la daga. Alz la mano y us el pesado pomo del arma para
golpear el lado de la campana con todas sus fuerzas. Una nota pura reson por todo el dojo.
Ya son dos.
Chan el Pesado les deca entre maldiciones que cogieran un arma para l, y tambin que no
podra aguantar mucho ms.
Ten dijo Diez, haciendo deslizar el hacha por el suelo.
Ya era hora dijo Chan entre jadeos por el esfuerzo. Cuidado!
Dicho esto, solt la campana, que cay produciendo un fuerte sonido metlico y un chorro
de aire.
Chan el Pesado levant el hacha con una sonrisa. La chica de Krasarang sonri tambin,
alzando su lanza.
Esto es lo que yo esperaba dijo Chan. Ensemosle a la serpiente lo que sabemos
nosotros de matar.
Desde dentro de la campana lleg apagada una voz.
Que tengis suerte los dos!
Chan el Pesado se qued inmvil, y la sonrisa se le borr de la cara.
Dnde est el alfeique?
La chica de Krasarang se encogi de hombros.
Solo puede estar en un sitio dijo.
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Chan el Pesado golpe la tersa, impenetrable y protectora superficie de la campana.
Maldita sea mil veces tu familia, alfeique despreciable! No tienes vergenza? Qu
clase de cobarde eres?
Soy la clase de cobarde que sigue vivo, Chan. Ahora escuchad: la pitn se liberar de esa
campana dentro de nada. Es ms rpida de lo que creis. Estad atentos a su lengua: la
serpiente la sacar antes de atacar.
Diez se apoy contra el fro lateral de la campana y escuch a los dos iniciados discutir sobre
qu hacer con el ladrn. Al final, la serpiente se decidi por ellos. Oy gritos, insultos y un
siseo furioso. Un chillido, un rugido.
Caray, me alegro de no estar ah fuera.
Ahora que los iniciados estaban totalmente armados, confiaba en que la experiencia en la
selva de la chica, combinada con la fuerza de Chan el Pesado, bastaran para matar a aquella
cosa. Sonaron ms gritos y otro silbido. Sinti que algo caa pesadamente contra el suelo, a
lo cual sigui un largo silencio. Luego, el toc-toc-toc de unos nudillos contra la campana.
Pitn? Eres t? contest Diez.
La voz de Chan el Pesado son cansada y furiosa.
La serpiente est tirada en varios pedazos por el suelo, alfeique. Ahora Pei-Ling y yo
vamos a golpear la tercera campana, completaremos la prueba y te dejaremos ah para que
te pudras en tu pequea cueva de metal. O quin sabe? Tal vez vuelva aqu cuando ya sea
un Shadopan y te meta otra serpiente ah dentro.
Diez oy a la chica de Krasarang (al parecer se llamaba Pei-Ling) rerse ante la idea.
Fantstico. Por armar y salvar a los iniciados me he ganado su odio.
Era algo a lo que ya se haba acostumbrado. Le pas con su padre, con sus hermanos e
incluso con los dems carteristas de los callejones. Por qu iba a esperar otra cosa de estos
iniciados?
Uno no puede cambiar las estaciones.
Diez dio un golpe a la campana.
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Chan el Pesado, mrate la mueca. Creo que se te ha cado algo.
Hubo algunos segundos ms de silencio y luego un grito de rabia.
Ladrn! Degenerado! Comerraces amigo de los hozen!
Los insultos siguieron as durante bastante rato, hasta que se oy otro golpazo sordo. Era
Chan el Pesado, desplomado contra la campana.
Ese brazalete era un regalo de mi madre, sapo malnacido. Sal de ah a rastras y
devulvemelo.
Son un gruido, un estornudo, y la campana comenz a inclinarse hacia arriba. Diez sali
rodando y qued con la espalda contra la tercera campana. Pei-Ling estaba sentada en el
suelo, limpiando la sangre de su lanza. Mir a Diez, le hizo un saludo burln y se centr de
nuevo en su arma. Diez se qued confundido con aquel gesto. Aunque fuera en broma,
nunca antes haba visto algo as.
Una muestra de respeto.
Chan el Pesado solt la campana y se dio la vuelta, resoplando y temblando tan fuerte que
apenas poda levantar su hacha. Haba resultado herido en el combate, con una pernera
desgarrada y ensangrentada como si el joven hubiera sido arrastrado por el suelo de piedra.
La herida, el bao helado y levantar campanas varias veces haban hecho mella en el
iniciado, que pareca haber contrado la gripe. Pero la clera de Chan el Pesado le impeda
desfallecer.
Dame el brazalete, alfeique dijo casi sin aliento. Golpe el hacha contra la campana
que acababa de soltar, y Diez hizo una mueca ante las chispas que saltaron de tan torpe
golpe.
Clmate, Chan. Tengo tu joyita justo aqu
Que me lo des ya!
Con el sonido del grito de Chan, el suelo se estremeci con un desagradable movimiento
que tena su origen en la tercera campana y que lo derrib. Creyendo que era algn truco de
Diez, gru y se puso de rodillas.
Alfeique repugnante. Nadie roba a Chan el Pesado!
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Pei-Ling grit, sealando la campana. Aquello obtuvo al fin la atencin de Chan, que se gir
con las cejas arqueadas.
La campana temblaba. Se tambaleaba hacia un lado y luego al otro. Se oy el sonido de un
impacto, de un metal retorcindose, y un gruido efervescente...
... seguido de un tremendo chasquido. La tercera y ltima campana se acababa de partir por
la mitad. Fuera cual fuese la magia antigua que la haba mantenido unida durante siglos,
ahora se despedazaba en vibrantes volutas de brillante energa al ser desgarrado el grueso
bronce por una sombra garra negra. Las dos mitades de la campana cayeron al suelo con
sincopado estrpito, dejando al descubierto una convulsa nube de humo con una llama de
bano.
No, es algo que est vivo. Un monstruo.
Pareca sacado de una pesadilla, una sombra hecha carne. Diez mir ms detenidamente y
sinti un escalofro. Aquel horror estaba agazapado sobre el cuerpo de un tigre muerto, y
Diez comprendi que algo haba salido mal.
Se supona que el tigre era nuestro enemigo. La muerte que se esconde, un cazador sigiloso.
No esta cosa.
Record que el maestro Nurong haba mencionado un enemigo del que Diez nunca haba
odo hablar: los sha. Qu fue lo que dijo el Shadopan?
Simplemente estar cerca de ellos... puede hacer que uno se endurezca frente a los
aspectos ms amables de la vida.
Se acerc lentamente a Chan el Pesado y a Pei-Ling, intentando apartarlos de ese tal sha.
Ambos estaban paralizados por el terror, y Diez not que cuanto ms aumentaba su miedo
ms pareca crecer la criatura. Ahora esta palpitaba, movindose en sincrona con la
respiracin horrorizada de los iniciados. El sha era ya ms grande que ellos tres juntos y le
crecan nuevas garras y tentculos a cada segundo que pasaba. Mientras se fuera
alimentando de su miedo, no pareca que el monstruo tuviera prisa alguna por atacar. Diez
saba que aquello no durara mucho.
Miradme! Miradme los dos!
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Los dos lo miraron, con los ojos anegados de terror. Haban sido entrenados para la lucha, s,
pero nunca antes se haban enfrentado a un enemigo que rezumara tanta maldad. Una cosa
era conocer tcticas de combate, y otra muy distinta era conocer el miedo.
Diez conoca el miedo. Sac su daga y la sostuvo enfrente de ellos.
Escuchad! No somos nios atemorizados. Somos el Shadopan. Cruzamos el lago de hielo,
devolvimos las monedas ardientes y matamos a la muerte que roba. Esta es nuestra prueba,
nuestra oportunidad para demostrar nuestra vala y pasar a formar parte de quienes
persiguen a la oscuridad. Podemos hacerlo.
Los otros dos asintieron, adquiriendo valor con las palabras de Diez. Este ech mano a su
tnica y sac el brazalete dorado.
Ten, siento habrtelo robado, Chan. Yo provoqu la furia que aliment a esta cosa.
Chan el Pesado mir por encima del hombro de Diez y se detuvo con una expresin de
curiosidad.
El monstruo. Se acaba de encoger ahora mismo, cuando te has disculpado.
A modo de respuesta, el sha dej escapar un bufido y comenz a arrastrarse por la arena en
direccin a ellos. Diez hizo una mueca.
Huy. Puede que no haya sido una buena idea.
El ladronzuelo ayud a los iniciados a recobrar el equilibrio cuando estos tropezaron al
echarse atrs para apartarse del sha. Le susurr una orden rpida a Pei-Ling, y ella le hizo
otro saludo antes de deslizarse a un lado del monstruo. Este gru cuando sus presas se
separaron, pero decidi seguir centrado en los dos pandaren que tena delante.
Mientras retroceda, Diez tom la capa seca a sus espaldas y se la ofreci a Chan el Pesado,
que an estaba mojado de su anterior bao.
Supongo que ms vale que te d tambin esto. tate la pierna para dejar de sangrar.
Chan el Pesado lo pens durante un momento y luego extendi una ancha zarpa hacia el
ladronzuelo. Estaba sudorosa y carente de fuerza.
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Tengo tengo ms miedo de lo que es posible, alfeique. Esa cosa es una pesadilla, pero
estoy convencido de que encontrars una forma de superarla, igual que te deslizaste por el
lago como un maldito guijarro. Qudate el brazalete; hasta mi madre dira que te lo has
ganado.
Diez se volvi a meter el brazalete en la tnica y cogi la zarpa de Chan lo ms fuerte que
pudo.
Mantn a raya tu miedo. Rodea al monstruo cuando yo me acerque a l. No ataques.
Diez solt la zarpa del iniciado y se gir para encarar al sha.
Y me llamo Diez.
Con una sonrisa forzada, Chan el Pesado se at la capa en la pierna y se apart. El monstruo
gru y se puso a ir a por el pandaren ms grande, por lo que Diez reaccion y corri hacia
el sha, daga en ristre. La criatura gir para encararlo con las garras y los tentculos
levantados. El ladronzuelo contempl a aquel horror con calma, o por lo menos con lo que
l esperaba que pareciera calma.
Este no es lugar para ti, monstruo.
El sha se acerc, con sus oscuros tentculos listos para embestir.
Este monasterio es un lugar de meditacin y concentracin. Tu intrusin en estos terrenos
va contra
Con un rugido, el sha atac: un par de tentculos del tamao de ramas que silbaron por el
aire cuales ltigos monstruosos. Ni siquiera Diez pudo esquivarlos, y el golpe lo envi
rodando al otro lado del dojo.
Muy bien, eso ha dolido de veras.
Diez volvi a ponerse en pie con gran dolor. Se le haba roto una costilla, y de la boca le caa
un reguero de sangre. Haba logrado no soltar la daga, y la levant lastimosamente cuando
el sha se fue lentamente hacia l.
Soy hurfano desde los siete aos. He dormido en cloacas y me he enfrentado por comida
a manadas de mures solo para sobrevivir. Me he cobijado de la lluvia del crepsculo en
callejones junto a ladrones y asesinos.
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El sha gru y atac de nuevo. Una vez ms, Diez cay dando vueltas hacia atrs, con su
daga golpeteando contra el suelo de piedra. Otra costilla rota. Podra ya ponerse en pie
siquiera? Tena que hacerlo. Se incorpor con un gemido, renqueante. La sangre flua
abundante por un lado de la cara.
Crees que nunca me han dado una paliza, monstruo? La estacin pasada, sin ir ms lejos,
me apale un carnicero por robar su basura, y un herrero por calentarme las zarpas en su
forja.
Un grueso tentculo arremeti contra l, se le enrosc alrededor y lo atrap en un abrazo
asfixiante. El sha acerc a Diez a sus fauces repletas de dientes. Diez haba perdido la daga,
as que rebusc en su tnica con su nico brazo libre. Su zarpa sinti el brazalete de Chan el
Pesado, fro y slido.
He vivido a la sombra del hambre, el dolor y la muerte toda mi vida gru el ladrn.
No me das miedo.
Sac bruscamente la zarpa en direccin al sha, y el largo brazalete dorado de Chan sali
despedido. Con un chasquido revent uno de los brillantes ojos de la criatura. El sha chill,
solt a su presa y retrocedi agitando los tentculos, loco de dolor. Diez se puso como pudo
de rodillas, escupiendo sangre. Ahora el sha era solo ligeramente ms grande que l.
Ahora, Pei-Ling! grit, esperando que su voz se oyera por encima de los gemidos del
monstruo. La chica de Krasarang sali de repente de entre las sombras con la lanza
extendida. Atraves con ella al sha, usando la fuerza del impulso para empujar a aquella
cosa, que no paraba de agitarse, ms all de Diez y en direccin a Chan el Pesado, quien
esperaba junto a la primera campana.
La campana, Chan! exclam Diez mientras intentaba ponerse en pie. Rez para que el
joven y enorme pandaren an tuviera fuerza suficiente para aquel ltimo esfuerzo.
Chan el Pesado asinti, adivinando ya el plan de Diez. Se agach y dobl las rodillas,
rodeando la campana con los brazos. Con un poderoso rugido, la alz en el aire.
Pei-Ling empuj a toda prisa al sha, que segua revolvindose, hacia Chan el Pesado. El
monstruo, preso de un dolor insoportable, retorca los tentculos y sacuda las zarpas a
ciegas con gran violencia. Alcanz a la chica y le hizo sangre en hombros y brazos.
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Con un grito, Pei-Ling arroj la lanza y al sha directamente al interior de la campana.
Chan el Pesado se tambale hacia atrs al recibir el impacto, y gru al soltar la campana
boca abajo. El suelo se resquebraj por el peso.
La campana temblaba con el salvaje zarandeo de los tentculos atrapados bajo el borde.
Chan el Pesado se sac el hacha del cinturn y se puso a cortarlos con determinacin. Pei-
Ling se le uni, usando el pie para sujetar los tentculos mientras el hacha bajaba veloz y
sonaba contra el suelo.
Diez se acerc a ambos dando tumbos y sujetndose el costado con fuerza.
Esto debera inmovilizar al monstruo siempre que nosotros contengamos las emociones.
Pei-Ling profiri su risa ronca.
Creo dijo, que eso no ser problema.
Diez y Chan el Pesado bajaron la vista. La campana estaba en silencio. Un fluido turbio
borbote y hume a travs de las grietas del suelo. Diez se limpi la sangre de la frente para
que no le cayera en los ojos.
Intentemos hacer sonar los trozos de esa tercera campana. Creo que hemos superado la
Prueba de Fuerza.
* * * * *
La maestra Murmullo Sabio y el maestro Ventisca Algente discutan tranquilamente en la
terraza que dominaba el lago helado, con gesto sereno. As era como discutan los
Shadopan, supuso Diez, y tras su pelea con el sha le pareci que tena sentido. El
ladronzuelo se inclin hacia delante e intent or qu decan, pero las palabras de los
maestros se perdan en el fro viento. El movimiento le hizo dao en las costillas, que an no
estaban curadas del todo. Hizo un gesto de dolor y volvi a ponerse en cuclillas.
Haba habido cierta alarma por el descubrimiento de un sha dentro del monasterio, y los
iniciados fueron interrogados repetidamente acerca de lo sucedido. Se enviaron a agentes
del Shadopan a investigar qu haba salido mal. Mientras esperaba en la enfermera, Diez se
haba enterado de que el tigre que aguardaba bajo la tercera campana haba sido un tributo
que les haba enviado la aldea de Rincn Tallo Ardiente, pero result que ninguno de los
aldeanos saba nada de aquel regalo. Diez oy a los aclitos murmurar sobre maquinaciones
de los mntides, incluso de una conspiracin de los mogu. Fuera como fuese, alguien haba
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intentado corromper la Prueba de las Flores Rojas y pervertir la sagrada tradicin del
Shadopan. Por lo que Diez dedujo, las cosas podan haber acabado mucho peor. Si el sha
hubiera matado a los iniciados, podra haberse escondido en el monasterio y dedicarse a
corromper a los Shadopan donde ms vulnerables eran. Nadie habra sospechado nada; al
fin y al cabo, en cada prueba moran iniciados.
Dicho de otro modo, Diez, Pei-Ling y Chan el Pesado eran hroes.
Diez mir a Pei-Ling, que estaba de rodillas a su lado. Iba vestida con el uniforme de un
aclito, con un pauelo blanco que realzaba el pelaje nveo que se le ensortijaba detrs de
las orejas. La chica de Krasarang sonri y seal con la cabeza a la inmensa figura que tena
arrodillada junto a ella. Chan el Pesado tambin luca un uniforme de aclito, pero llevaba
una capa sucia y rada envuelta en el cuello en lugar de un pauelo. El pequeo ladrn puso
los ojos en blanco; por lo visto Chan el Pesado haba jurado llevar la capa de Diez como
muestra de honor mientras fuera un Shadopan.
Si es que de verdad somos Shadopan.
Y ese era el motivo de que los hubieran llamado aqu. Al parecer haba cierto debate sobre si
se haban ganado o no su lugar en la orden. Finalizado el interrogatorio, Diez, Chan el
Pesado y Pei-Ling haban recibido la visita del maestro Ventisca Algente mientras se
recuperaban en la enfermera. Haba sido l quien los haba recomendado por sobrevivir a
una prueba a la que no habra sometido siquiera a sus estudiantes ms veteranos. Estaba
orgulloso de la fuerza de los iniciados, dijo, y no hara falta ninguna prueba ms para
demostrar su vala a la orden. Cuando los tres estuvieran recuperados y listos, podran
iniciar su entrenamiento en el dojo. Aclitos de pauelo blanco aparecieron entonces detrs
del maestro Ventisca Algente y entre reverencias entregaron a los iniciados sus uniformes.
Al da siguiente, la maestra Murmullo Sabio haba venido con otro puado de aclitos. Dio
las gracias a los iniciados por su valor, pero subray severamente que la tradicin exiga tres
pruebas, y que la Prueba de las Flores Rojas an no estaba completa. La intrusin del sha,
aunque lamentable, haba proporcionado un valioso entrenamiento de combate y desde
luego contaba como prueba de fuerza. Pero no era, repiti la maestra Murmullo Sabio, una
prueba de espritu. Deba ascender a aquellos iniciados que se haban helado en el lago
durante la Prueba de Determinacin simplemente porque esta sptima estacin coincidi
con uno de los inviernos ms fros que se recordaban? Sus aclitos despojaron entonces de
sus uniformes a Diez, Chan el Pesado y Pei-Ling y les hicieron una reverencia al marcharse.
Al da siguiente, el maestro Ventisca Algente les haba devuelto los uniformes. Aquello
llevaba repitindose una semana.
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Y ahora estaban todos ah. Los dos maestros se giraron y fueron hacia donde los iniciados se
encontraban arrodillados. La maestra Murmullo Sabio arque una ceja.
Mis disculpas por nuestra inconstancia, jvenes pandaren. Estoy segura de que el maestro
Ventisca Algente tambin lo lamenta. Esto es lo que ocurre cuando no se sigue la tradicin.
El caos.
El maestro Shadopan ms voluminoso inclin la cabeza en seal de asentimiento, con la
sombra de una sonrisa en su amplia boca cuando le indic con un gesto que continuara.
Hemos estado toda la maana discutiendo los matices de la tradicin frente al
pragmatismo, y juntos hemos llegado a un consenso. Hemos decidido... que no nos
corresponde a nosotros tomar esa decisin.
La maestra Murmullo Sabio retrocedi entonces y dej al maestro Ventisca Algente ocupar
su lugar.
La decisin de si debera haber o no una tercera prueba para vosotros debera tomarla el
Shadopan responsable de ella. Lamentablemente, se march al poco de vuestro encuentro
con el sha. Tal era su deber: los asuntos relacionados con nuestro detestable enemigo estn
bajo su responsabilidad como maestro de los Wu Kao.
El chillido de un halcn reson en el aire matutino y Diez sonri. Conoca ese sonido.
Os agradezco vuestra paciencia, camaradas maestros.
El maestro Nurong lleg a la terraza dando grandes pasos. Sus botas estaban cargadas de
nieve, y su capa mostraba indicios de viaje. Diez observ unas marcas de color rojo oscuro
en la manga del maestro. Con una zarpa sostena una gran ballesta; en la otra llevaba un
saco. A la espalda llevaba atada la lanza que Diez se haba encontrado en aquel tejado
meses atrs. El maestro Nurong arroj el saco a los pies del maestro Ventisca Algente y de la
maestra Murmullo Sabio.
La bolsa se abri al caer, y tres cabezas salieron rodando por el suelo de piedra. Al principio
Diez crey que eran crneos; luego repar en los ojos saltones de insecto. En las mandbulas
dentadas.
Mntides.
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Cada una de las cabezas haba sido atravesada en el ojo por una sola flecha de ballesta, y la
maestra Murmullo Sabio levant uno de esos truculentos objetos con expresin de
curiosidad intelectual.
Segu a estos asesinos desde su guarida secreta situada cerca de las afueras de Tallo
Ardiente dijo el maestro Nurong. Su voz era firme y profunda, tal como Diez recordaba.
Apenas pude sonsacarles nada antes de que murieran. Los espas mntides no hablan bajo
tortura. Los desmembr de todos modos solo para asegurarme.
El maestro Ventisca Algente asinti con la cabeza e hizo un gesto a un aclito que estaba
apoyado en la pared del fondo. El ayudante de pauelo blanco vino a toda prisa a meter
otra vez las cabezas en el saco, tomando con una reverencia la que la maestra Murmullo
Sabio le ofreci.
Bueno, ahora ya sabemos de dnde vino el ataque, o por lo menos tenemos pruebas de
peso acerca de su procedencia dijo la maestra Murmullo Sabi
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