ortega y gasset en su laberinto: liberal y expatriado
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ORTEGA Y GASSET EN SU LABERINTO: LIBERAL Y EXPATRIADO
Jorge Novella Suárez
Universidad de Murcia
1. Ser liberal
La biografía intelectual y política de José Ortega y Gasset constituye una larga
navegación que perseguirá con afán la aventura que se torna en desafío de convertir a
España en una nación moderna. Su concepción del liberalismo, del ser liberal, le ha
acompañado en todas sus actuaciones políticas que siempre coinciden con momentos
graves y difíciles de la realidad española: Semana Trágica, Gran Guerra, Golpe militar
de Primo de Rivera, Caída de la Monarquía y advenimiento de la República, la
Guerra… y siempre Europa como meditación, metáfora y continente de la integración
entre razón vital y razón histórica. Liberalismo se identifica con modernización del
país a través de la nueva política. Un quehacer y un tema que le acompañará a lo
largo de su existencia.
Los instrumentos que el joven Ortega tiene para su incorporación a la vida
intelectual y política no están al alcance de cualquiera de la España de su tiempo,
proceden de su biografía: los Ortega y los Gasset, un periódico, una cátedra y una
editorial que fundaría para poder divulgar la filosofía y la ciencia. Herramientas
precisas con que darse a conocer e influir en la toma de decisiones, para finalmente,
participar de un modo activo en política a través de las múltiples empresas que como
publicista desarrolló a lo largo de su vida. A la hora de abordar la obra del filósofo
madrileño nos topamos con esas dos hermenéuticas que finamente desvela Pedro
Cerezo: la veneradora y la de la impostura. Los ineptos entusiastas lo han
considerado únicamente como aquél que ya-lo-había-dicho-todo-antes-que-
Heidegger, un visionario de su tiempo; otros han categorizado su obra como la propia
de un torero de salón, de un “filósofo para princesas” con buenas dosis de vanidad y
soberbia cargando las tintas hasta la desfachatez y la injuria de hacerle decir lo que
fuere. Ninguna de ellas son las propias que requiere nuestro menester.
El ser liberal es la nervadura y la matriz que recorre el pensamiento orteguiano
desde sus inicios, decir que es un liberal es situarlo en un horizonte de significados
de todo tipo, el liberalismo español ofrece una variedad de registros a lo largo de los
últimos siglos que hace necesario poner un adjetivo (doceañista, doctrinario,
exaltado, conservador, armónico, radical, democrático, socialista, etc.) tanto por sus
distintos componentes filosóficos como por sus diferentes modos de plasmación
política. Se trata de mostrar cómo esa matriz liberal ha ido mutando a lo largo de su
obra y de su participación en la política española. La pregunta emerge por sí misma:
¿Qué liberalismo? Liberalismo como una idea radical de la vida, como ethos, un
carácter y forma de vida que se tiene como vocación y destino. Es más un ideario
ético que político, una “emoción radical”, hay que predicar el liberalismo “como un
deber moral”.
Llamo liberalismo a aquel pensamiento político que antepone la realización del
ideal a cuanto exigía la utilidad de una porción humana, sea esta una casta,
una clase o una nación.1
Dejando a un lado sus veleidades y escarceos juveniles con el liberalismo
identificado como “sistema de la revolución” y socialismo, su visión política alberga
elementos que hacen que sea liberal lo sustantivo, los adjetivos que se añadan a éste
dependerán de las lecturas de cada cual. Al igual que Gregorio Marañón2 o Ramón
Pérez de Ayala3, todos ellos profesan ese liberalismo ético, entendido como modo de
ser, como talante, como ethos. Es la autonomía del individuo aquello que constituye
al hombre como un ser responsable y digno. El hombre como responsable de sus
actos y de su vida, que ejerce su libertad de conciencia por encima de cualquier
religión que de modo heterónomo quiera condicionar sus acciones. Vivir es convivir,
dialogar con las circunstancias, pues para Ortega y Gasset el ethos de la filantropía y
1 ORTEGA Y GASSET, J., “La reforma liberal”, en Obras Completas, (12 volúmenes), Alianza, Madrid, 1983,
X, 34-35. 2 “Ser liberal es, precisamente, estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro
modo, y segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios, sino que por el contrario, son los medios los
que justifican el fin. El liberalismo es, pues, una conducta y, por tanto, es mucho más que una política”, en
MARAÑÓN, G., Ensayos liberales, Austral (Espasa Calpe), Madrid, 1979, p. 9. 3 “Esa libertad, en efecto, no sirve para nada. Ni la libertad escéptica del para qué, según Lenin. O nuestra
libertad proverbial de pedirle peras al olmo. Mas la auténtica libertad consiste no tanto en la ausencia de
impedimentos externos, sino, mejor aún, en la suma de circunstancias favorables, a fin de que cada
potencialidad individual cumpla su destino pleno y obtenga su máximo rendimiento social” (sic.)[…] El
liberalismo, digo, ha realizado una de las más nobles misiones históricas, a la cual no debe renunciar, antes al
contrario, ha de esmerarse en mantenerla incólume: la libertad de espíritu y la tolerancia de las ideas, en suma, el
respeto a la personalidad, en medio de las más enconadas luchas sociales y políticas”. Están fechados en Marzo
de 1931, PÉREZ DE AYALA, R., Escritos políticos, Ed. Paulino Garagorri, Alianza, Madrid, 1967, pp. 225 y
244.
la tolerancia contagiaban “el vivo afán de comprender”. Y de eso se trata, comprender
los problemas que tiene España y emprender esa tarea digna de un héroe de nuestro
tiempo. ¿Cómo calificar hoy las peripecias, aventuras y desventuras de Ortega en la
política? Para ello tenemos que abordar que entiende por liberalismo nuestro filósofo
en cada una de las etapas de su evolución intelectual y política.
2. Liberalismo y empresas políticas
Resulta arriesgado hacer una periodización4 rígida de la obra de Ortega para ir
desentrañando qué concepto de liberalismo opera en estas fases, en esas
“navegaciones” que tanto le gustaban, aunque se distinguen tres ciclos a lo largo de su
obra, además del periodo de los últimos años tras su vuelta a España (“naufragio”).
En primer lugar la que podemos denominar Liberal–socialista (1908-1914) que
corresponde al Ortega joven que admira el rigor ético y la austeridad de Pablo Iglesias
y de los socialistas de su tiempo (pero poco más).En la revista Faro afirma: “Luego no
es posible hoy otro liberalismo que el liberalismo socialista”, estamos en 1908 y ya el
liberalismo “señala dónde hay que ir; el partido liberal busca y proclama el camino,
pero arbolando en todo instante aquella exigencia última, categórica, que da una
dirección y un oriente a sus pasos.”5
Los socialistas eran muy reacios y desconfiados de los intelectuales, siempre lo
fueron, incluso de los propios, véase Fernando de los Ríos o Julián Besteiro como
muestra. El influjo de las ideas Paul Natorp y Hermann Cohen sobre pedagogía
social, el socialismo de Eduard Bernstein que lo consideraba una continuación de la
Ilustración y del liberalismo están presentes en nuestro filósofo, en su concepción del
ideal moral, en una idea de justicia, de una ética que tiene que alentar a la política.
Es el liberalismo entendido como justicia social que se convierte en el ideario
modernizante para acabar con los efectos de la vieja política tal cual expone en su
4 Sobre esta cuestión, CEREZO, P., José Ortega y Gasset y la razón práctica, Biblioteca Nueva,/F. Ortega-
Marañón, Madrid, 2011, p 365-380; DÍAZ ÁLVAREZ, J. M., “Cuestión de libertad. Ética y filosofía política,
Guía Comares de Ortega y Gasset, ed. Javier Zamora, Comares, Granada, 2013, p 251-286; VILLACAÑAS
BERLANGA, J. L., “Hacia la definición de un nuevo liberalismo. El pensamiento tardío de Ortega y Gasset”,
ARBOR, Vol. 187-750 julio-agosto (2011), pp. 741-754; ZAMORA BONILLA, J., Ortega y Gasset, Plaza &
Janés, Barcelona, 2002. El profesor CEREZO las denomina: liberalismo social, liberalismo de la vitalidad y
liberalismo esencial, posteriormente se produce el “naufragio y silencio de Ortega”. GAOS, J., “Los dos
Ortegas”, en Sobre Ortega y Gasset y otros trabajos de historia de la ideas en España y la América española, O.
C., IX, UNAM, México, 1992, pp. 131-32, distingue entre Mocedades 1902-1914; Primera etapa de plenitud
1914-1924; Segunda etapa de plenitud, 1924-1936 y Expatriación desde 1936 a 1955. 5 O. C., X, 37-38.
conferencia La pedagogía social como programa político6, sintetizado en una
brillante frase: “Las matemáticas, juntamente con la filosofía son el centro de la
cultura europea”. El problema de España es un problema educativo que consiste en
ser capaz de poseer un ideal moderno. Son los ecos de Joaquín Costa, regeneración,
europeización, España como problema y Europa como solución. Ciencia y moral son
precisas en una España que se caracteriza por la ausencia de ciencia, de filosofía, en
definitiva, de ideales. Para llevarlos a cabo se precisa de un Estado capaz de conducir
las reformas económicas para combatir la desigualdad social y alcanzar ese ideal de
justicia. No sólo en el ámbito social, también en la educación, aquí aparece una
constante de nuestro filósofo, su concepción laica de la sociedad pues no corresponde
a la Iglesia la formación de los españoles; también encontramos aquí ecos de su
admiración por Giner de los Ríos. Para ello se precisa “un Estado fuerte y educador,
activo y beligerante, baluarte de las libertades civiles y los nuevos derechos sociales”.
No es el liberalismo manchesteriano de la época.
Crisis de España, crisis de Europa, agotamiento, falta de ideas directrices, de
ideas-fuerza, en definitiva de convicciones vitales para construir el porvenir de
España. Se aproxima su segunda singladura, (1914-1932). 1914 marca un hito de la
filosofía en España con la publicación de Meditaciones del Quijote, interesa dejar
atrás el lamento (¡tan del 98!) y afrontar la misión que señala en su conferencia Vieja
y nueva política (marzo 1914), donde establece la diferencia entre la España vital y la
oficial, y ataca las prácticas políticas del caciquismo. La vieja política, simbolizada por
la Restauración y el canovismo ha impedido el desarrollo de la vida cultural y
científica. Alemania representa el ideal a seguir: ciencia, ética y estética.
Estas tres palabras significan la cultura para Ortega. Este joven filósofo
arrincona el individualismo por ser mitológico y acientífico, ataca obsesivamente la
desidia y el atraso que domina a la nación. Son circunstancias nuevas que conducen a
Ortega a integrar Europa (ciencia, razón) y España (vida, pasión). Integración de la
razón en la historia, esa es “la manera española de ver las cosas”, el sentido jovial de
la vida, entendida ésta como voluntad de aventura. Identificándose con la figura del
arquero que con la tensión de su inteligencia (arco) dispara la flecha para aprehender
la realidad, es la representación de él mismo como filósofo. A modo de insignia o
emblema de su quehacer afirma: “Liberalismo y nacionalismo propondría yo como
6 O. C., I, 503-521. Pronunciada en la Sociedad El Sitio, Bilbao, 1910.
lemas de nuestro movimiento” y aparece la misión política de las minorías
intelectuales.
Esa es la tarea que propone para “que nuestra generación se preocupe con toda
conciencia, premeditadamente, orgánicamente, del porvenir nacional”; partiendo de
un “sentido deportivo y festival de la vida” frente al “sentimiento trágico de la vida”
de Unamuno y del autor del Idearium Español. En la interacción del binomio
Europa-España está la apuesta orteguiana para afrontar la crisis del país, para poner
fin a “esa detención de la vida nacional” que significó la política de la Restauración.
Hay cierta continuidad con las ideas de su periodo formativo y de su primera
singladura, pero ya se manifiesta esa alergia a las masas con su alejamiento de un
PSOE que promueve acciones revolucionarias, huelga general, etc. Aquí también se
asiste a un cambio de paradigma filosófico: del neokantismo a la fenomenología como
han estudiado, entre otros, Philip Silver, Pedro Cerezo o Javier San Martín.
Después de la Gran Guerra Ortega cambia de modelo y de espejo en el que
proyectar sus empresas políticas, España puede ser la salvación de Europa. No mas
dependencia cultural de Francia y Alemania, se precisa una filosofía, una ciencia, una
cultura propia. Quiso adoptar soluciones y sólo se han agravado los problemas, ni la
ciencia alemana, ni la cultura europea resuelve los déficits que padecemos, es en la
vida española donde está el problema y la solución. Si en las Meditaciones del Quijote
se presentaban los gérmenes de la crisis de racionalidad, en España Invertebrada
(1922) y en Historia como sistema (1935) ya están presentes todos los elementos para
comprender el viraje de la filosofía orteguiana hacia la razón histórica, a la necesidad
de que la razón vital sea razón histórica. La manifestación de esa crisis del mundo
moderno por causa de la entronización de la razón físico-matemática desde el
Renacimiento, reforzada con el racionalismo cartesiano y el modelo kantiano de la
ciencia newtoniana, es el naturalismo: todo aquello que no pueda ser reducido a
hechos queda al margen del conocimiento científico, incluido el ser humano. Y la vida
de éste. La meditación sobre el hombre no es reducible, no se puede objetivar.
No sólo se ha producido un cambio en su paradigma filosófico sino también en
su concepción del liberalismo. Afloran su doctrinarismo7 presente en él por sus
fuentes francesas (siempre se habla de las germánicas), de Constant, Renan, de
Roger-Collard, Guizot, con toques del viejo socialismo de cátedra y de Lassalle. Son
7 Ver el análisis clarificador sobre el doctrinarismo en Ortega de VILLACAÑAS BERLANGA, J. L., “Hacia la
definición de un nuevo liberalismo. El pensamiento tardío de Ortega y Gasset”, ARBOR, Vol. 187-750 julio-
agosto (2011), pp. 748-750.
los elementos de ese proyecto de ilustración, regeneración y modernización que la
generación del 14 pensó para España. En las Notas de vago estío (1925) nos ilustra
sobre democracia y liberalismo:
La democracia responde a esa pregunta: ¿Quién debe ejercer el Poder público?
La respuesta es: el ejercicio del Poder público corresponde a la colectividad de
los ciudadanos (…) El liberalismo… responde a esta otra pregunta: ejerza quien
quiera el Poder público, ¿cuáles deben ser los límites de éste (…) Es, pues, la
tendencia a limitar la intervención del Poder público.
De esta suerte aparece con suficiente claridad el carácter heterogéneo de
ambos principios. Se puede ser muy liberal y nada demócrata, o viceversa, muy
demócrata y nada liberal.8
Este es el problema, la libertad es algo más que un modo de vida, y la
realización y plasmación de lo que representa y defiende ofrece múltiples problemas.
Este es el Ortega que lee a Werner Sombart, Wilfredo Pareto o a Maurice Barrés, pero
que sigue siendo crítico del tradicionalismo menendezpelayista, mientras que sus
ideas laicas chocan una y otra vez con su enemigo constante y presente: la Iglesia
católica y sus representantes más conspicuos.
Ya en España invertebrada9 (1921) diagnosticó los males de la patria:
desorganización, carencia de cerebro (ausencia de minorías rectoras), exclusividad
del corazón, pasión, populismo, pueblo (masa dirigida). Un afán de excelencia es lo
que a su juicio precisa España:
La misión de las masas no es otra que seguir a los mejores, en vez de pretender
suplantarlos. Y esto en todo orden y porción de la vida […] En España ha
llegado a triunfar en absoluto el más chabacano aburguesamiento. Lo mismo
en las clases elevadas que en las ínfimas rigen indiscutidas e indiscutibles
normas de una atroz trivialidad, de un devastador filisteismo […] La gran
desdicha de la historia española ha sido la carencia de minorías egregias y el
imperio imperturbado de las masas.10
8 O.C., II, 541-542.
9 O.C., III, 35-128. A juicio de MORÓN ARROYO está presente “la concepción aristocrática que el
perspectivismo impone”, El sistema de Ortega y Gasset, Alcalá, Madrid, 1968, p. 262. 10
O. C., III, 126 y 128.
Antonio Elorza11 identifica esta postura orteguiana con un proceso de
pesimismo y conservadurismo creciente, especialmente a partir de 1919, cuando
constata la imposibilidad de llevar adelante su tarea política para la construcción de
una España moderna. Ortega se manifiesta como conciencia orientadora de la nación,
que conlleva la necesidad de una minoría rectora que dirija al país, en la tradición de
esos pensadores “constructores de la identidad nacional”, a decir de Marichal. Esa es
su misión generacional, ser un intelectual orgánico para la formación de una elite
gobernante que, a juicio de Elorza se puede inclinar peligrosamente hacia un poder
autoritario. Si a ello unimos el constante desfase entre sus proyectos de modernizar,
reformar y las nulas realizaciones, Ortega es ejemplo del intelectual que quiere influir
en política pero sin implicarse para nada en la política de partidos; de ahí que
propugne otro tipo de asociacionismo político de cuño coyuntural donde la minoría
egregia es manifiesta frente al paradigma del hombre masa. Esta es la causa por la
que crea siempre ligas o agrupaciones. Pedro Cerezo atempera la tesis del autor de La
razón y su sombra al considerar que España invertebrada es más una muestra de su
genuino proyecto político que de un inicio de repliegue ideológico por parte de
Ortega; dado que es el ámbito en que está fundado “su proyecto de nacionalización de
la política, superando los particularismos y secesionismos, y vinculándola a la función
directiva de las elites intelectuales.”12
La rebelión de las masas13 es un diagnóstico de la época en clave sociológica
de los muchos que se hicieron en esos años, desde La crisis del humanismo de
Ramiro de Maeztu o El sentido humanista del socialismo de su amigo Fernando de
los Ríos, en la senda spengleriana que motivó las reflexiones de Stephan Zweig, Paul
Valery etc. Inequívocamente, Ortega considera a la democracia liberal como “el tipo
de vida superior hasta ahora conocido”; donde el principio liberal es “una idea radical
sobre la vida”. Ortega alerta así de los peligros que se ciernen sobre la sociedad si ésta
bascula por las presiones de las masas hacia los particularismos, el plebeyismo, la
democracia morbosa, la hiperdemocracia, etc. La dialéctica de la reacción y la
revolución está otra vez en marcha.
11
ELORZA, A., La razón y su sombra. Una lectura política de Ortega y Gasset, Anagrama, Barcelona, 1984. 12
CEREZO, P., “Razón vital y liberalismo en Ortega y Gasset”, Revista de Occidente, 120, Madrid, 1991, p 39
y 41; recogido en José Ortega y Gasset y la razón práctica, Biblioteca Nueva, Fundación Ortega/Marañón,
Madrid, 2011, pp. 271-286. 13
Aparece en 1927 en el diario El Sol aunque como libro no se publica hasta 1930. O. C., IV.
Ciertamente, en el período de entreguerras no se había afianzado la
democracia liberal: la República de Weimar y la II República española son las
trágicas experiencias de esta afirmación, la razón por la cual rechazará el fascismo14,
el anarcosindicalismo, el comunismo y cualquier fenómeno político que tenga como
protagonista a las masas. No sólo es España; también es Europa la que está en crisis y
Nietzsche está más presente que nunca en la obra del filósofo madrileño.
El sujeto político emergente es el “hombre masa”, nuevo tipo humano que se
incorpora como producto de la época y de la sociedad dirigida por el fisicismo y la
técnica, siguiendo la psicología de las masas de Gustave Le Bon o Scipio Sighele para
quien las muchedumbres o masas eran las responsables de los problemas de la
sociedad. Y es que Ortega relaciona la falta de vertebración de las sociedades con la
aparición del hombre masa. La oposición entre hombre masa/hombre selecto se ha
vulgarizado, se ha entendido torticeramente, lo que singulariza al hombre masa es su
conformismo (es un hombre que ni siquiera se cuestiona cómo es), no se exige nada a
sí mismo (no tiene metas), carece de un proyecto personal de vida dada su inercia
mental. Esto es, se caracteriza por la conformidad social debido a su falta de
educación y cultura, entendiendo ésta como “la barbarie del especialismo”, de aquél
que sólo conoce el hecho y prescinde de cualquier otro tipo de reflexión. En realidad,
son dos formas de vida, dos clases o tipos de hombres que no se corresponden con
clases o grupos sociales, ya que en éstas hay elementos de ambos tipos. El hombre
masa carece de moral pues ésta siempre obliga a algo; es conformista, sin criterio
propio y se mueve por indolencia; en la entronización del individuo y del egoísmo,
desprecia lo desconocido y diferente; se considera únicamente con derechos y sin
ninguna responsabilidad, es hermético y vulgar, hostil hacia el liberalismo etc. Por el
contrario, el hombre selecto es intelectual y auténtico, no se abandona y es
autoexigente.
En La rebelión de las masas hay una denuncia del fascismo por su
primitivismo y violencia, así como una oposición al comunismo (“esa moral
extravagante”), pues el peligro es la ausencia y confusión de valores como
manifestación de la crisis detectada por Ortega. Bien es cierto que en el “Epílogo para
ingleses” apunta que el totalitarismo salvará al liberalismo y depurará al liberalismo,
destacando que “gracias a ello veremos pronto a un nuevo liberalismo templar los
14
“Sobre el fascismo”, El Espectador, O. C., II, 497-505.
regímenes autoritarios”15, un régimen liberal sin riesgos fascistas ni comunistas; pero
aquí Ortega está adoptando la lógica del retrovisor, mira hacia atrás sin darse cuenta
que el mundo que sale de esta crisis filosófica (modelo de razón), axiológica
(valores), política (ausencia de una elite directora) y del fin del Estado liberal será
otro bien distinto. Ante este magma afirma la preeminencia y prioridad del
liberalismo sobre la democracia, y afirma que no se pueden poner límites a los
derechos individuales. Es la crítica a lo que entiende por hiperdemocracia,
subrayando la primacía del liberal sobre el : es coherente con su ideario, pues siempre
abogó por la democracia liberal, si bien el parlamentarismo nunca llegó a
entusiasmarle. Desde su ethos liberal, teme que al final el poder del demos no respete
a los individuos.
3. República como quehacer y destino
En La redención de las provincias y la decencia nacional16, plantea la “gran
reforma” que se precisa para sacar a España de esa época retardataria en la que se
encuentra. Esa es la responsabilidad que demanda el filósofo español de aquellos
políticos que por negligencia, falta de honradez o generosidad no la llevaron a cabo
amparándose en que “el resto de la nación no percibía su urgencia”. Por eso es
perentorio “demostrar que se entiende y se quiere la gran reforma nacional. Todo lo
demás –como dice un personaje de Baroja – es carrocería”.17
La realidad impone la necesidad de un cambio de régimen político, en tanto
que
La República es por sí misma una institución inquieta. La Monarquía, por el
contrario, es una institución-freno […] España es un pueblo morbosamente
inerte en vida pública. Es el único europeo que no ha hecho nunca una
auténtica revolución […] La revolución es el síntoma de la gran capacidad de
inquietud.18
15
La rebelión de elas masas, Epílogo para ingleses, O.C., IV, 309 16
O. C., XI, 173-328, recopilan artículos publicados entre 1927 y 1930, publicado como libro en la Revista de
Occidente, 1931. 17
O. C., XI, 183. 18
O.C., XI, 190 y 191. Añade “Yo no quiero – y menos a destiempo, es decir, en el siglo XX- una revolución
para España. Dejémonos de revolucioncitas. Más, al propio tiempo, notemos con toda claridad el significado
grave de su ausencia en el pretérito. Un país sin revoluciones es un pueblo que lleva en su interior demasiados
Esa solución necesaria no es un parche más. No es un arreglo circunstancial.
Precisa delinear y dirigir el país hacia “la iniciación de una época”, orientado a
planear un porvenir y no un mero cambio de costumbres. Para esta misión, se
“imponen la necesidad de movilizarnos”, “y ser de la derecha o de la izquierda no
puede servir de pretexto para desconocer la urgencia de esa tarea, primer capítulo,
postulado de nuestro porvenir histórico”; la necesidad de “hacer una Constitución
para España es, y debe ser, preformar todo el futuro de España. Si no es esto, no es
nada”.19
Y es así, de este modo, que aquél Ortega alérgico a la implicación directa en la
política da un paso adelante y entra en las Cortes de 1931 con su Agrupación al
servicio de la República que nació con dos propósitos exclusivos: “combatir el
régimen monárquico y procurar el advenimiento de la República en unas Cortes
constituyentes”.20 Ortega, como Giner de los Ríos y tantos otros de sus más jóvenes
compañeros de generación, es accidentalista en cuanto a las formas de gobierno, pero
la monarquía es el último vestigio de la Restauración. Por el contrario, el
advenimiento de la República es el “resultado ineludible de un profundo pasado” y un
“ansia de orden nuevo”21. Tras los desmanes de los amigos políticos de Alfonso XIII,
reaparece así - metamorfoseado por las circunstancias - el proyecto neo
regeneracionista que anhela llevar a la práctica desde su vuelta de Alemania. Frente a
este desorden de los resabios de la vieja política, la República representa “la
democracia de la juventud”.
Los enemigos de la República son los de siempre, esas fuerzas que
“acostumbradas a mandar sobre España, tascan el freno de su soberbia derrocada”.
Aquí tendrá Ortega unos enemigos tan implacables como lo fueron sus críticas: “El
monarca gerente de la sociedad”; la monarquía encarna “el poder público
desnacionalizado” y la Iglesia ayuda a perdurar-apuntalar el régimen desde un
tradicionalismo al que siempre criticó. No es extraño que entre sus peores enemigos
siempre estén los tonsurados. Su “daltonismo religioso” y su laicismo son los
responsables de los ataques despiadados que sufrirá este catedrático de Metafísica sin
Teodicea. Algo más que una paradoja para la España de su tiempo.
frenos. Lo más tragicómico de nuestro pasado es que se han forjado siempre las Constituciones con la idea fija
de evitar la revolución en España. ¡Frenos, más frenos! Al paralítico”. 19
O.C., XI, 193. 20
O. C., XI, 516. 21
O. C., XI, 516 y 533.
En Rectificación de la República22 aborda cómo organizar una nación, alerta
sobre el “falso apasionamiento atropellado y pueblerino”, e incita a no tolerar “el
triunfo de la chabacanería”. La República es “agria y triste”, los responsables son “las
clases representantes del antiguo régimen, que ahora tan enconadamente combaten a
esos hombres”.23 Frente a la alternativa que se plantea: ¿República conservadora o
burguesa?, responde que ambas expresiones son falsas y nada felices puesto una
conllevará a la otra. Son “los usos y el carácter de la vida española” lo que es preciso
transformar. Para esta tarea es necesario modificar las formas de vida partiendo “de
los vicios y defectos nacionales... lo demás es utopía”. Es el cuerpo social, la vida
nacional lo que hay que acometer sin tener el vértigo, el miedo a lo nuevo como algo
desconocido. El español es morigerado, cauteloso, no somos emprendedores, ni
arriesgamos a la hora de iniciar proyectos, negocios o ideas; toda “reforma es
peligrosa”. Por estas razones
La República, durante su primera etapa, debía ser sólo República, radical
cambio en la forma del Estado, una liberación del Poder público detentado por
unos cuantos grupos, en suma, que el triunfo de la República no podía ser el
triunfo de ningún determinado partido o combinación de ellos, sino la entrega
del Poder público a la totalidad cordial de los españoles.24
Es aquí donde se muestra el proyecto de nacionalización de la política25 como
la oportunidad de construir España desde la nueva política, alejada de la República
de trabajadores y más cercana a una “república del pueblo”:
Nación es la obra común que hay que hacer... es el afán de los que conviven en
un destino histórico; es, pues, el sistema de posibilidad que hay en el presente
para construir el porvenir, Y es, al mismo tiempo, el compendio y la cifra de las
condiciones sin las cuales ese porvenir, esa vida de mañana, será imposible.
22
O. C., XI, 333-450. 23
O. C., XI, 402 24
O. C., XI, 406. 25
Véase DE BLAS GUERRERO, A., Sobre el nacionalismo español, Centro de Estudios Constitucionales,
Madrid, 1989, p. 59-75; también en Tradición republicana y nacionalismo español (1876-1930), Tecnos,
Madrid, 1991, p. 86; CEREZO GALÁN, P., “Razón vital y liberalismo en Ortega y Gasset”, Revista de
Occidente, 120, Madrid, 1991, pp. 39 y 41; ahora recopilado en José Ortega y Gasset y la razón práctica,
Biblioteca Nueva/Fundación Ortega/Marañón, Madrid, 2011, pp. 271-286.
Esto es en todos los órdenes. La nación, pues, no es de los ricos ni de los
pobres.26
La nacionalización de la república la entiende como “un instrumento de todos
y de nadie para forjar la nueva nación”; frente a los particularismos (regionalismos,
nacionalismo catalán especialmente fuerte en ese momento,) “urge suscitar un
partido de amplitud nacional”.27 ¿Qué entiende por nación? Es el punto de vista en el
cual queda integrada la vida colectiva, por encima de cualquier tipo de interés de
clase, de grupo o individual; como algo que está más allá de los grupos particulares, la
unidad de nuestro destino y nuestro porvenir. El Estado “tiene que ser rigurosamente
laico”, donde laico “no significa ateo sino simplemente nacional”; nación significa
entender la República como “nación y trabajo”.28 Por eso negaba esa dicotomía entre
república burguesa o conservadora, y mucho más enérgicamente el entenderla como
“república de trabajadores”.
La misión de la República es “elevar el nivel moral de nuestra vida pública”, de
“darle a España aquello que más le falta: moral”, “La República es el destino que hoy
se abre ante los españoles para hacer o rehacer una nación”.29 Un rearme moral cada
día más necesario frente a los embates que el fascismo y el nacionalsocialismo
realizan: una política de “halago a las masas, a cualquier masa, está terminando el
mundo”. Es el mismo Ortega el que critica y defiende a la República en sus discursos
parlamentarios, donde apoya la reforma del ejército impulsada por Azaña, que, por
otro lado, denuncia que España entera no es republicana sino antimonárquica, “Por
consiguiente: no se es, se anti-es”.30
Desde su conferencia Rectificación de la República del 6 de diciembre de 1931
al debate sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña en mayo de 1932 encontramos
la constante de su alejamiento, de su repliegue público; de su distanciamiento de
“una República triste y agria” cuyo planteamiento del problema catalán no acepta
26
O. C., XI, 440. 27
O. C., XI, 413. 28
O.C., XI, 438. 29
¡Viva la República!, O.C., XI, 534. 30
“Hacia un partido de la nación”, O. C., XI, 418.
en términos de soberanía, porque entonces no nos entenderemos. Presentadlo,
planteadlo en términos de autonomía”. Y conste que autonomía significa, en la
terminología jurídico-política, la cesión de poderes.31
Aquí se recoge la visión orteguiana del problema, empezando por la
autonomía, palabra clave del ordenamiento territorial de España, según el título VIII
de la Constitución de 1978. Ortega resiste, no se calla: “No es esto, no es esto. La
República es una cosa. El radicalismo es otra”. En esta frase se sintetiza el profundo
desencuentro con las fuerzas políticas republicanas y las consecuencias que conllevan
para su actuación política, en tanto que
no aceptaba solidaridad ni responsabilidad respecto a lo hecho por los
republicanos gobernantes hasta la fecha, los cuales, por su parte, no han
contado para nada con quienes no eran sus amigos y contertulios.32
Pero sigue postulando y defendiendo el régimen de la República, incluso tras la
victoria de la las derechas, pues la monarquía era un “régimen añejo que se había
gastado contra las esquinas de la historia”. Por el contrario,
un Régimen naciente no se puede entregar, no tiene derecho a rendirse. Sobre
todo, un régimen que no ha sido <traído> por nadie, nadie tiene derecho a
entregarlo. ¡Amor fati! ¡España, por una vez agárrate bien a tu sino!33.
4. Parálisis política
A fines de agosto suspendí mi actuación política, no sólo la parlamentaria, sino
absolutamente toda, de suerte tal que nadie con verecundia puede sostener
que desde esa fecha haya yo ejecutado acto alguno político de organización ni
aún de simple opinión […] De la manera más rigorosa me he reducido a lo que
siempre he considerado como la negación de la política, que es la política de
café y tertulia. Política es responsabilidad, y la tertulia, sobre todo en España,
31
“Discurso sobre el Estatuto de Cataluña”, O. C., XI, 464. 32
“Estos republicanos no son la República”, O. C., XI, 490. 33
“En nombre de la nación claridad”, O. C., XI, 539.
es la irresponsabilidad constituida, la irresponsabilidad en el hablar y, lo que
es peor, la irresponsabilidad en el oír y repetir.34
Diez meses antes de escribir esta carta, en agosto de 1932, había abandonado
la política y disuelto la Agrupación al servicio de la República. Son los efectos de su
devastador choque con Azaña en el debate sobre el Estatuto de Cataluña. El Estado
integral quería ser “desde la perspectiva de los constituyentes republicanos, una
alternativa tanto al Estado unitario como al Estado federal”35. Hoy contemplaríamos
la organización nacional (Título Primero) como una estructuración del Estado donde
éste mantiene la gran mayoría de los resortes políticos y dónde las regiones
autónomas acceden a la adquisición de competencias por un sistema muy gradual.
Recogía la tradición del liberalismo español, dando protagonismo a los municipios y
no a la comarca o a las regiones. Juan Pablo Fusi apostilla: “hacer del municipio
escuela de soberanía, recuperar la vieja tradición castellana –comunera- de las
libertades municipales”. Son los ecos del liberalismo gaditano, aquél que invocaba
Ortega y Gasset en La redención de las provincias36.
El desdén, la amarga ironía y el ensimismamiento serán su respuesta. Es el
silencio de Ortega del que se ha escrito tanto y que ha puesto en tela de juicio su
apoyo al régimen republicano. Se ha ido agotando, una vez más, su proyecto
reformador encarnado en una República que languidece por el radicalismo de los
actores políticos; de ahí que sea preciso resaltar las palabras de Laín Entralgo
ni es lícito, ni es posible poner en tela de juicio la adscripción mental y moral
de Ortega a la realidad y las posibilidades de la República de 1931, aunque
discrepe de la gestión política de sus gobernantes.37
34
ORTEGA Y GASSET, J., O. C., XI, 519. Carta al Director de la revista Luz, 1 de abril de 1933. 35
FUSI, J. P., España. La evolución de la identidad nacional, Temas de Hoy, Madrid, 2000, p. 249. Sigue
siendo esclarecedor el comentario clásico de don Nicolás Pérez Serrano, La Constitución española de 1931,
Editorial Revista de Derecho Privado, Madrid, 1932, especialmente el apartado 4, pp. 32-45. 36
“En 1812 hicimos una Constitución, que fue copiada por todo el Continente. No está dicho que no podamos
ahora ofrecerle otro modelo. Bastaría para ello que los españoles se resolviesen a sacudir su inercia y sus
prejuicios, y sobre todo, a ser lo que han sido algunas veces en su historia: magnánimos y fieles a las grandes
empresas. Una vez más pido que se lea todo esto como si lo pronunciase una voz anónima”. ORTEGA Y
GASSET, J., La redención de las provincias y la decencia nacional, O. C., XI, 184 y 290. 37
LAÍN ENTRALGO, P., “La España de Ortega”, en Historia y Pensamiento. Homenaje a Luis Díez del Corral,
vol. II, Eudema, Madrid, 1987, p. 180.
Si leemos detenidamente los escritos de Ortega ¡Viva la República! y En
nombre de la nación, claridad (diciembre 1933) confirman que constató el cambio
que en la vida española se estaba produciendo y cómo la estructuración del llamado
Estado integral conducía a que España se deslice por el plano inclinado de la historia.
Atrás quedarán sepultados los intentos de regeneración e ilustración de España. Los
esfuerzos y desvelos iban encaminados a la reforma agraria, a afrontar la “sanjurjada”
-episodio premonitorio de la acción facciosa- y los jirones que dejó el debate sobre el
Estatuto de Cataluña. Todo ello revela el acoso y la fragilidad de la República. El
inicio de la revolución del 34 en Asturias y, su posterior represión, marcan el inicio
del fin; todo se precipitará y la dialéctica amigo/enemigo sustituirá al juego
parlamentario. Los esfuerzos de aquellos que pretendan mediar serán inútiles. La
guerra civil ha prendido entre los españoles.
Es la constatación de quien ve fracasadas – de nuevo – sus proyectos de
regeneración, europeización y modernización. Ni se nacionalizó la Monarquía ni la
República, objetivo principal de su concepción del liberalismo como nacionalización
política, que hemos descrito a través de sus singladuras filosófico-políticas. Ese élan
liberal, ese modo de ser ha ido escorándose hacia concepciones que podemos llamar,
sin ambages, conservadoras. Esa prevención sobre la democracia por mor de su ser
liberal, su aprensión al poder del demos se inscribe en una demofobia de cuño
nietzscheano más que platónica.
Ortega siempre ha creído y ejercido su papel de intelectual, de minoría
egregia, en definitiva, de orientador político. Esa es su misión como miembro de una
generación donde él ostenta esa visión de la burguesía liberal y sus permanentes
resquemores hacia la izquierda política y al tradicionalismo trasnochado,
permaneciendo, como cuenta Antonio Tovar, absorto de todo: “se aislaba en un
disconforme silencio olímpico”. Juan Marichal describe el liberalismo de Ortega, en
contraposición a Azaña de este modo:
Ortega era un liberal, sí, pero le resultaba difícil aceptar la democracia de
masas. O más precisamente no podía aceptar lo que sentó Jefferson como un
principio absoluto: <No hay que tener miedo del pueblo nunca>. Azaña, en
cambio, era un liberal demócrata pleno. Y, sin duda, la falta de entendimiento
con Ortega podía verse como la de dos maneras casi opuestas de ser liberales.38
38
LÁZARO PANIAGUA, A.: “Entrevista a Juan Marichal”, Alfa. Revista de la AAFI, nº 1, Granada, 1997.
Sus liberalismos han estado en función de las empresas políticas que tenía que
acometer. Al final los diferentes modos de entender qué era la República, qué labores
tenía que desarrollar, etc., le conducen a ese progresivo endurecimiento de sus
posicionamientos liberales teniendo en cuenta los cambios sociales que por la acción
directa o por la movilización popular (de uno y otro sesgo) propugnaban
reaccionarios y revolucionarios. No se trata de dejar a don José Ortega en el limbo y
tampoco de hacerle un juicio sumarísimo; no es nuestra tarea ni ocupación. Pero se
va quedando solo encerrado en un presente que sólo tiene vistas al pasado… y ya
nada será como antes. José Gaos lo expresa nítidamente:
Ortega, el hombre que anheló ser de su tiempo como sin duda ninguno otro lo
ha anhelado más que él, no era, políticamente al menos, un hombre de nuestro
tiempo ni para nuestro tiempo.39
En sus quehaceres de espectador, de meditador de los problemas de España
para lograr una convivencia y mejora del país se ve sobrepasado por los conflictos.
No supo, pudo o quiso – como subraya Gaos – sentir “una auténtica imposibilidad de
estar ni con unos ni con otros”. Silencio y fracaso político. Las consecuencias, el
abstencionismo político, el no actuar ante una situación que no entiende y le supera
pues él no es un hombre de acción para tempore belli, sino para intentar construir en
tiempos de paz.
5. Años de peregrinaje. El filósofo expatriado
José Ortega y Gasset emprende su autoexilio, su destierro en los días finales de
agosto de 1936. Está convencido de que “los rojos le matan… o me matan los blancos.
Aún no sé quiénes me hubieran matado, pero de lo que estoy seguro es de que si me
quedo, me matan”, luego es una marcha impuesta por las circunstancias personales
(al igual que la de su amigo Gregorio Marañón). Tras salir por el puerto de Alicante
inicia una peregrinación que durará nueve años recorriendo Grenoble, Holanda,
Paris, Lisboa, Vichy, Paris, Buenos Aires, Estoril y Lisboa. Escasez económica,
39
GAOS, J., “Ortega en la política” (1956), en Sobre Ortega y Gasset y otros trabajos de historia de la ideas en
España y la América española, O. C., IX, UNAM, México, 1992, p. 183.
ayudado por los amigos argentinos y por sus ediciones y conferencias, hasta que en
1945 regrese a Madrid. El autor de Meditaciones del Quijote nos transmite lo que ha
sido su vivir en estos años:
He vivido esos cinco años errabundo de un pueblo en otro y de uno en otro
continente, he padecido miseria, he sufrido enfermedades largas de las que
tratan de tú por tú a la muerte.
La vida en Grenoble, acogido por Jacques Chevalier y, posteriormente, en
París no es tan fácil como la de Gregorio Marañón a quien se le permite ejercer la
medicina y tener consulta privada. Pero a don José que desde 1935 era Commandeur
de la Legión d´Honneur no le fue difícil conseguir un visado40, su hija tenía tarjeta de
refugiada, y nuestro protagonista está acuciado por penurias económicas, por lo que
tendrá que multiplicarse en sus trabajos, artículos, etc., pues llegó a tener a su cargo
dieciséis personas. Ortega no se relaciona con el resto de compatriotas que están en la
ciudad. Hay una voluntad de autoaislamiento para mantenerse alejado del delirio
colectivo, pretendidamente equidistante, aunque sus hijos luchan como falangistas al
lado de las tropas franquistas.
Señala Gaos que Ortega “no previó tal futuro, siendo quien era”41. Se conviertió
en un ser errabundo, aquél que va de una parte a otra sin tener un lugar fijo. Esa es la
condición del filósofo español. Son años duros, de dolencias, de su operación a vida o
muerte en Paris (1938), que nos ha narrado Gregorio Marañón, pero sobre todo de
sentir ese estremecimiento de “estar fuera de”, de ser arrojado fuera de tu patria. Se
40
Giustiniani, E., “El exilio de 1936 y la tercera España. Ortega y Gasset y los blancos de París. Entre el
franquismo y liberalismo”, Circunstancia, Año VII- Nº 19 – Mayo 2009, Fundación Ortega/Marañón,
http://www.ortegaygasset.edu/publicaciones/circunstancia/ano-vii---n--19---mayo-2009/articulos/el-exilio-de-
1936 Además hay que precisar que la figura del refugiado va ligada a los conflictos bélicos y sus consecuencias
(hoy se habla de “desplazados” para referirse genéricamente a aquellos que deben abandonar su país). Esta
definición fue sentada en 1951 en la Convención sobre el Estatuto de Refugiados de las Naciones Unidas.
La protección de estas personas ocurrió por primera vez en el marco de la Sociedad de Naciones, en la década de
1920 con la creación de órganos destinados a brindar apoyo a los refugiados rusos y alemanes. Actualmente la
figura de refugiado es más restrictiva según el Derecho Internacional un estatuto propio, así el artículo 1 de la
convención enmendado por el Protocolo de 1967 provee la definición de refugiado: “Una persona que, debido a
un miedo fundado de ser perseguido por razones de raza, religión, nacionalidad, membresía de un grupo social o
de opinión política en particular, se encuentra fuera de su país de nacimiento y es incapaz, o, debido a tal miedo,
no está dispuesto a servirse de la protección de aquel país; o de quien, por no tener nacionalidad y estar fuera del
país de su antigua residencia habitual como resultado de tales eventos, es incapaz, debido a tal miedo, de estar
dispuesto a volver a éste”. El refugiado es, por tanto, alguien que ha sido expulsado a un territorio diferente al
de su país de origen; también es desterrado pues no puede volver a su tierra porque ha sido expulsado de ella. 41
GAOS, J., Sobre Ortega y Gasset y otros trabajos de historia de la ideas en España y la América española, O.
C., IX, UNAM, México, 1992, p. 132.
enfrenta a su propia circunstancia y si no la salva o afronta no puede salvarse a si
mismo e inicia su peregrinatio al experimentar su soledad e incomunicación
sintiéndose desalojado de su magisterio y despojado de su otrora liderazgo sobre la
juventud española. Ha vuelto concluida la guerra… y no puede hacer casi nada, salvo
con su fiel Julián Marías intentar poner en marcha el Instituto de Humanidades, se
siente desplazado, aunque muchos de sus antiguos discípulos sean falangistas de la
primera hora y constituyan parte de la intelligentsia del Nuevo Estado.
Incomprendido, no querido por sectores republicanos y exiliados y marginado por el
franquismo viaja a Aspen en 1949, a Darmstdat donde coincide con Heidegger (1951),
Doctor Honoris causa por las universidades de Marburgo y Glasgow, estancia en
Munich, conferencias en Londres y Edimburgo, vuelve a Darmstdat (coincide con
Adorno y con un joven Tierno Galván) en 1953, el año siguiente conferencias en
Munich y vuelve a Inglaterra. En la Fundación Cini de Venecia da su última
conferencia en 1955. Regresa a España y muere el 18 de Octubre.
Únicamente fuera de España le escuchan y atienden, en su país nada. El
nacional-catolicismo le ha aislado y utilizado en su primera conferencia en El Ateneo,
la manipulación le hará ser consciente de que no puede hacer nada dentro de España.
Ha medido mal la fuerza del contrario y ha sobrevalorado su astucia, es consciente de
que es una labor imposible. Viajes y viajes que en su fuero interno son un constante
estar fuera de, en un intento permanente de romper el cerco al que se ve sometido en
España debido a su propia reflexión. El filósofo madrileño ya no encarna el logos del
Manzanares y encara el desasosiego de las empresas fracasadas y el silencio impuesto
sobre su figura y obra, lo que le conduce al ensimismamiento, no ya propio del
filósofo, sino también de aquél que ha visto sus proyectos no realizados y
condenados al fracaso en su España.
Ahora bien, su vuelta a la España de Franco y del nacionalcatolicismo causó
estupor y estragos entre sus antiguos discípulos y amigos de Iberoamérica. Para
Guillermo de Torre es “un golpe en el corazón”, y para María Zambrano un “doloroso
estupor” de María Zambrano. En México ya no tiene a nadie y ante su silencio altivo a
las misivas mandadas por Alfonso Reyes, éste le escribe que “el Colegio de México no
es un nido de rojos vengativos, sino refugio de gran parte de quienes usted mismo
educó y embarcó en la aventura de cambiar España”.42 Se distancia de amigos
confinados y no trata con los círculos de exiliados, mientras su entorno, su círculo
42
GRACIA, J., José Ortega y Gasset, Taurus, Madrid, 2014, p. 593.
más próximo, como indica Gaos, es cada vez más aristocrático y reaccionario. Ha
quedado preso de su propio tiempo, con un proyecto de regeneración de matriz ética
que pertenece a sus primeros años, y los nuevos tiempos demandan alternativas,
categorías nuevas para analizar la convulsa segunda mitad del siglo XX. Su mundo ya
pertenece al ayer y él es plenamente consciente de su circunstancia, así como de la
imposibilidad de salvarla. Sabe que su naufragio es parte de la salvación.
Continúa así ese carácter errante de su vida, ese vagar constante, convertido en
un conferenciante que peregrina hacia sí mismo y que manifiesta la soledad
intelectual en que se encuentra. Ese es su modo de ser y vivir. El nuevo liberalismo es
una vuelta al viejo liberalismo. Expatriado, autoexiliado, refugiado son adjetivos que
nos sirven para expresar esos distintos modos de estar en el mundo, son sus
existenciarios pues conforman su voluntad de estilo. No se trata de dar con la figura
jurídica a que Ortega se acogió durante su itinerario por varios países antes de
regresar a la España de Franco, sino de representar desde su marcha voluntaria de la
España conmocionada por los inicios de la guerra su modo de vivir, sus categorías
existenciales, esa Lebensform del permanente extrañamiento del expatriado; pero
que a su vez no tiene parangón con aquellos que vencidos tuvieron que abandonar
España tras la victoria franquista y en muchas peores condiciones.
Son situaciones trágicas diferentes. Pero ¿eso constituye el sentimiento del
exiliado? María Zambrano contesta con contundencia: “El encontrarse en el destierro
no hace sentir el exilio, sino ante todo la expulsión”.43 Pero ni en esas situaciones que
él describe como “desolado vivir” se rinde, es comprensible su abatimiento, sus
tribulaciones y zozobras por cómo tiene que vivir sus últimos años. Consciente de su
fracaso, hace de la necesidad virtud y gracias a ello retoma viejos esbozos y retoma las
tareas y quehaceres como filósofo.
No pienso ni por un momento que don José Ortega encerrado en su laberinto
se identificara – como su discípula María Zambrano – con el Niño de Vallecas,
emblema de “donde siempre han estado los dejados”, esperando “que alguien los
recoja”. Ni aún en estos malos tiempos don José Ortega y Gasset tendrá la
invisibilidad de los vencidos ni esa sombra prohibida que son los exiliados. Siempre
fue fiel, incluso hasta en los tiempos más duros e ingratos, a su divisa: “La vida es una
faena que se hace siempre hacia adelante”.
43
ZAMBRANO, Mª, Los bienaventurados, Siruela, Madrid, 1990, p. 31.
BIBLIOGRAFÍA
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Comares de Ortega y Gasset, ed. Javier Zamora, Comares, Granada, 2013.
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