monseñor de talavera y la educación moral en nuestros inicios republicanos
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MONSEOR DE TALAVERA Y LA EDUCACIN MORAL EN NUESTROS INICIOS
REPUBLICANOS
por Toms Straka
Centro de Estudios Religiosos/Instituto de
Investigaciones Histricas, UCAB
a. Introduccin.
El 25 de noviembre de 1824 aparece en El Observador Caraqueo un artculo
titulado Amor a la Patria. Sera otro de los tantos que aparecieron en aquel peridico
con el objetivo, segn leemos en su prospecto1, de poner en ejercicio la verdadera
educacin civil e Ilustrar los pueblos en sus verdaderos derechos, si no fuera porque
un conjunto de circunstancias que lo hacen especial. Aunque, como los dems, es un
artculo doctrinal, destinado a formar la moral cvica de los ciudadanos de la repblica
recin liberada; y si bien el peridico No tiene editores fijos ni redactores conocidos2,
por lo que no aparece firmado el artculo, todo indica en esto tambin igual que al resto de
los artculos- que lo escribi Francisco Javier Yanes, su editor junto a Cristbal Mendoza,
quien en este semanario inici la propedutica republicana que tres lustros ms tarde
recogera en su Manual Poltico del Venezolano. A pesar de todo esto, pues, una
coincidencia lo hace de singular inters para el estudio del pensamiento de Mariano de
Talavera y Garcs (1777-1861).
Efectivamente, Jos Flix Blanco nos trae en el Tomo III de la gran compilacin
documental que reuni y editara el Estado en 1877, a otro artculo titulado igual, que
atribuye a Monseor Mariano de Talavera, y que segn seala recogi del mismo
peridico3. Hemos revisado la coleccin existente en la Hemeroteca de la Biblioteca
Nacional en Caracas, as como su edicin facsimilar hecha por la Academia Nacional de la
1 No. 1, 1 de enero de 1824, p. 1
2 Idem.
3 Mariano de Talavera, 5 de julio y Amor a la patria, en:Jos Flix Blanco y Ramn Azpurua,
Documentos para la historia de la vida pblica del Libertador, T. III, Caracas, Ediciones de la Presidencia de
la Repblica, 1977, p. 182-185 (En honor a la verdad dice Observador Caraqueo, no El Observador...:
pero en todo caso, tampoco se encontr un peridico de este nombre).
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Historia (que posee la otra gran hemeroteca histrica del pas)4, y no hemos dado ni con ese
Amor a la Patria de Talavera, ni con el otro que Blanco publica junto a l, 5 de julio, y
que tambin dice haber recogido de las pginas del El Observador...
No obstante, que dos artculos se titulen igual, sobre todo cuando se trata de una
virtud entonces muy debatida y conocida bajo ese nombre (hablar de amor a la patria era,
en este sentido, como hablar de la templanza o de la prudencia), no encierra nada particular;
y que en nuestras tradicionalmente incompletas colecciones de peridicos del siglo XIX
llegare a faltar algn nmero, precisamente aqul en el que salieron los artculos de
Talavera, tampoco debe sorprendernos. Incluso, no es descartable que hubiera habido otro
peridico de nombre similar, bien que la Hemeroteca no lo registre en su inventario. Y por
si fuera poco, treinta y tantos aos despus los dos escritos volvieron a aparecer juntos en
lo que sera la gran empresa editorial del prelado, la Crnica eclesistica de Venezuela5,
con algunas adiciones hechas a las versiones que nos trae Blanco con el evidente fin de
actualizarlos para la efemride del cuadragsimo quinto aniversario de la declaracin de la
Independencia.
Lo importante, en consecuencia, est en otras cosas que se desprenden de estas
circunstancias y que s implican aspectos ms interesantes para la historia de las ideas: la
primera, el tema en s. Tratar una virtud republicana, y adems tratarla con el mismo
sentido con el que se la trat en el El Observador, desde ya nos ubica a Talavera dentro del
esfuerzo intelectual de hombres como Francisco Javier Yanes y Cristbal Mendoza,
empeados en dotar a la ciudadana recin adquirida por los colombianos (neogranadinos y
venezolanos) de un contenido tico-poltico que le diera sentido. Talavera, como Yanes y
Mendoza, es un repblico de los de la primera hora, y de paso uno de sus pensadores ms
giles; aunque para 1824 est de congresal en Bogot, el que haya mantenido relacin con
los redactores de El Observador Caraqueo lo termina de identificar como miembro de ese
grupo de prceres civiles que en 1810 inician la revolucin y que desplazados de su
protagonismo cuando sta tuerce a la ms feroz de las guerras, intentan retomar el liderazgo
en el momento en el que la tarea pas de ganar batallas a la de sentar las bases de la
4 El Observador caraqueo. (Reproduccin facsimilar), Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1982.
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reorganizacin republicana. Y as como Yanes y Mendoza inician la historiografa patria,
Talavera hace lo propio como orador sagrado; y del mismo modo como los dos primeros
cierran el peridico cuando encuentran mejores destinos en la administracin pblica,
Talavera tambin se aparta por un tiempo de las letras cuando es nombrado vicario
apostlico de Guayana y obispo in partibus infidelium de Trcala.
Todo eso delimita bien el pensamiento y la obra del prelado, sin embargo no la
encajona; al contrario, las sorpresas, los virajes, incluso las aporas que encontramos
cuando la leemos mejor, demuestran muchas de las ms complejas y significativas
dificultades que contempl el diseo del ideario republicano. Si aceptamos que su Amor a
la Patria efectivamente apareci en el Observador..., tan slo con eso el problema se
manifiesta en toda su dimensin: que un artculo que calzaba tan bien en un peridico ultra-
liberal y ultra-republicano como este, despus haya podido calzar igualmente bien en otro,
que si bien tuvo el mismo objetivo de colaborar en la educacin moral de los ciudadanos,
su signo era muy distinto, un peridico catlico, expresa mucho de lo ms importante de
los retos ideolgicos que contempl la fundacin de la repblica. De ms est decir que en
aqul momento el catolicismo mantena a todo el corolario moderno el ilustrado, el
liberal- en la esfera de sus anatemas, mientras ste lo tena a l (a todas la religiones, pero a
la catlica en particular) como una antigualla de supersticin y fanatismo.
Ser las dos cosas a la vez era, por lo tanto, un problema insalvable; como dijimos,
una apora. Sin embargo los venezolanos lo intentamos, y la verdad que con relativo xito.
Luis Castro Leiva ha demostrado que la base de la idea tico-poltica que desde entonces ha
enmarcado el devenir republicano venezolano, fue la interseccin entre el bolivarianismo,
es decir, los valores republicanos dentro de su particular configuracin venezolana, que los
asimilaba a la figura del Libertador, y el catolicismo heredado de la tradicin colonial6. De
ese modo los venezolanos decidimos unir la tica republicana que es laica, de raz ilustrada,
y ubica la vida buena en la felicidad; con la catlica que es, obvio, una tica creyente, cuya
vida buena est en la imitacin de Cristo, en la nica felicidad que da el encuentro con
5 No. 70, 9 de julio de 1856, pp. 555-560
6 L. Castro Leiva, Sed buenos ciudadanos, Caracas, Alfadil/IUSI, 1999, p. 58
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Dios7. O lo que es lo mismo, que, en trminos muy amplios (advertimos lo mucho de
generalizacin que tiene esto) para una la felicidad est, esencialmente, en este mundo,
mientras para la otra, esencialmente, no. Estas posturas antitticas tuvieron graves
consecuencias polticas que signaron el ms que secular conflicto Iglesia-Estado durante el
siglo XIX: a la hora de aplicar esto a la prctica, la disyuntiva radicaba en si la felicidad
colectiva estaba en el Reino de Dios o en la repblica secular, en el constituir buenos
vasallos o en el ejercicio activo de la ciudadana8.
Por su doble condicin de prelado (y no uno cualquiera, sino acaso de las mejores
plumas no slo del clero, sino de Venezuela entera en su momento) y de dirigente patriota
durante el proceso independentista, Mariano de Talavera estaba en una posicin
privilegiada para resolver el problema, para hallar un punto medio. Y en efecto a eso
dedic lo mayor y lo mejor de su vida intelectual, a trazar un rumbo tico para la repblica
catlica y liberal. Basta, por ejemplo, una breve lectura de la ya nombrada Crnica
eclesistica de Venezuela, un semanario se trataba de un pequeo folleto de 8 pginas-
que dirigi entre 1855 y 1857, pero que dejara honda huella en el pas, para percatarse
inmediatamente cmo su obra mxima y culminante, acaso la suma de todo lo anterior que
hizo, se dedic, prcticamente en trminos exclusivos, a este trabajo.
Y el nuestro, en las siguientes pginas, se dedicar entonces a rastear en l las claves
de sus ideas morales y de la fundamentacin del ese ideario catlico y liberal que la
repblica adquiri en su primera hora.
7 Sobre estas categoras de las ticas laicas, creyente, ciudadana y vasallaje moral, vase: Adela Cortina,
tica de la sociedad civil, Madrid, Anaya, 2000. 8 Sobre este tema, vase, entre otros, la Nueva Historia de la Iglesia. Tomo V, Madrid, Ediciones Cristiandad.
1984, de varios autores; y el ineludible manual de Evangelista Vilanova: Historia de la Teologa Cristiana.
Barcelona, Editorial Harder, 1992. Para el caso venezolano: Elas Pino Iturrieta, Sentido y fundamento de la
mentalidad tradicional, que es el estudio preliminar al tomo IV de la Gaceta de Caracas, edicin facsimilar.
Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1984; el trabajo de Elena Plaza El Miedo a la Ilustracin en la
Provincia de Caracas (1790-1810), Politeia N 14, Instituto de Estudios Polticos, UCV, 1990; y nuestro
trabajo: Toms Straka: La voz de los vencidos. Ideas del Partido Realista de Caracas, 1810-1821. Caracas:
Universidad Central de Venezuela, 2000.
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b. El sacerdote y sus ideas.
Lo primero que vemos en las pginas de la Crnica es cmo, en momentos en los
que la Iglesia catlica como institucin mantena en Roma anatematizaba todo lo que oliera
a ilustracin, este cura patriota, sostendr un conjunto de tesis perfectamente ilustradas, sin
por ello renunciar al catolicismo (se trataba, recurdese siempre, de un obispo emrito). De
todas ellas, la nodal es la siguiente: la idea de la libertad de la patria (lo que implicaba en
trminos polticos un sistema de libertades) como la garanta de la felicidad de los
individuos; al tiempo de que, en congruencia con su condicin sacerdotal, intentar darle a
esa libertad un contenido moral cristiano-catlico. Un liberalismo catlico? Un
catolicismo liberal? Ya se ha hablado para el caso de estos primeros pensadores
venezolanos de una teologa de los liberales9, de una teologa liberal creada al respecto.
Hay que tener, sin embargo, cuidado con ambas categoras. No es tan seguro que Talavera
haya tenido esto tan claro, y lo nico que podemos afirmar en firme es que fue, como
agudamente escribi en 1865 su primer bigrafo, Francisco Javier Mrmol, el sacerdote
ilustrado que encontraba en la religin la inspiracin de la libertad.10
Ser ilustrado, ser
liberal y a la vez ser religioso, esa es la frmula de Talavera.
Por eso, aunque siempre hay que cuidarse de los lugares comunes, como aquel de
definirlo de adelantado a su tiempo, en este solo caso parece pertinente, no tanto si lo
comparamos con sus interlocutores de entonces, como si lo ubicamos desde la historia de la
teologa catlica. Talavera, por ejemplo, ya defina en la dcada de 1850 al catolicismo
como una doctrina eminentemente social; cuando abordaba otros aspectos, siempre
alineados en su labor moralizadora, l sostuvo tesis que la ciencia no vendra a aceptar
hasta un siglo despus. As, en la multitud de temas que van apareciendo en las entregas de
la Crnica..., encontramos cosas tan variadas y novedosas como la necesidad del desarrollo
de la educacin especial para que las personas con retardo mental se incorporen al aparato
productivo, de la lactancia materna o la idea de que el alcoholismo es una enfermedad y no
9 Vid: Equipo de Reflexin Teolgica: Pensamiento Teolgico en Venezuela III: F. Toro y Los Liberales,
Curso de Cristianismo Hoy 13, Caracas, Centro Gumilla, p. 10 10
Francisco Javier Mrmol, Apuntes biogrficos a la memoria del Ilustrsimo Seor Doctor Mariano de
Talavera y Garcs, Obispo de Trcala y gobernador del obispado de Guayana (1865), en: Mariano de
Talavera, Apuntes de historia eclesistica de Venezuela, Caracas, Tipografa Americana, 1929, p. 13
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slo un problema moral, bien que para su cura prescriba la vieja psicomaquia de las
terapias fsicas de los loqueros (vase la nota 39).
Y eso es slo una parte de lo que all hace. En el da de hoy la Crnica... es
recordada, fundamentalmente, porque en ella fue publicada por entregas la primera historia
de la Iglesia venezolana (que hubieron de esperar hasta 1929 para ser recogidas en un
volumen11
). Ello en s es comprensible. En primera instancia, es acaso su mayor aporte a la
cultura nacional: gracias a esta historia es que vinieron a salir a luz por vez primera datos
dispersos que existan de la institucin eclesistica desde los das de la conquista y que
estaban prctica, cuando no completamente olvidados. En conjunto se trata del relato sobre
la ereccin de las primeras sillas episcopales en el pas. Talavera confiesa que en lo
referente a la colonia sigui un manuscrito del siglo XVII elaborado por el chantre de la
catedral de Caracas, Pedro Tamarora, que tras pasar por varias manos unas, las de su
abuelo- fue a parar a las suyas12
.
Por mucho que hoy puedan parecernos escuetos sus textos, hay que reconocer que
en buena medida todo lo que se escribira despus sobre el tema es tributario de este camino
que por su iniciativa se ech a andar. De su labor de historiador se hablar al final, pero es
bueno resaltar de una vez que se trat de un captulo ms de su esfuerzo por darle sentido y
contenido a la nacionalidad venezolana. A aquella repblica liberal que reclamaba una
Historia Patria que le diera significado, deba drsele el correlato de la de su Iglesia: ese es
el objetivo que se traza el prelado.
Naci Mariano de Talavera en Coro en el seno de una familia de la elite local. Con
gran talento para las letras desde nio, es enviado a Caracas y en su Real y Pontificia
Universidad obtiene la licenciatura (1797) y luego el doctorado en teologa (1800), con
honores. Rpidamente se le identifica como uno de sus alumnos ms aventajados, como el
mejor en retrica y la gran promesa (luego, sobradamente cumplida) de la oratoria
11
Vid: Talavera y Garcs, Op. Cit., el compilador y editor fue Monseor Nicols E. Navarro. 12
Ereccin de la primera silla episcopal de Venezuela en la ciudad de Coro, su traslacin Carcas,
creacin de Arzobispado, con varias noticias importantes &c. &c. Crnica Eclesistica de Venezuela, N
109, Caracas, 8/04/1857, p. 867
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venezolana. Su Coro natal, Barinas y Mrida gozarn en lo sucesivo de sus servicios
sacerdotales. Recin ordenado vuelve a Coro, pero all lo consigue el obispo de Mrida
Santiago Hernndez Milans, y sorprendido por el talento del joven sacerdote lo llam
como secretario de la dicesis, destinndolo despus al curato de Barinas. Hasta ese
momento es el trnsito de un sacerdote brillante y afortunado. Pero en 1810 estalla la
revolucin y todo cambia para l, como para todos los venezolanos. La revolucin lo
encuentra en Mrida, donde es secretario del obispo, profesor de Colegio de San
Buenaventura (actual Universidad de los Andes) y acaso su ms reputado orador.
Nombrado representante del clero en el cabildo del 16 de septiembre de aquel ao
en el que discute los ltimos sucesos de Caracas y de Espaa, resulta electo vocal en la
Junta Patritica de Gobierno que se crea al efecto. Llega as a la poltica; y lo primero que
hace en ella ya apunta hacia la educacin: es uno de los fundadores de la Universidad de
Mrida y, de hecho, es quien firma el decreto por el que la Junta eleva a tal el colegio de
San Buenaventura. Por si fuera poco, redacta la hoy clebre Constitucin provincial de
Mrida, segn Jos Gil Fortoul obra digna de recordacin por su fondo y forma13
. Lo
siguiente ser la vida azarosa del resto de los patriotas: cada la Primera Repblica emigra a
Nueva Granada; es apresado, lo mandan a las Bvedas de La Guaira, acaso de los peores
presidios de los que se tengan recuerdos en Venezuela; Morillo lo indulta en 1815, gracias a
la intercesin del muy realista padre Manuel Vicente Maya, cuando ya se tena planeado su
envo a un presidio en Espaa, y por un parntesis fugaz parece coquetear como le pas a
tantos otros venezolanos ante el cmulo de fracasos acumulados por los patriotas hasta el
momento- con el poder espaol: vuelve a sus lides de orador y el Pacificador le encarga un
sermn a favor de la poltica de amnista, conocido como El sermn del Indulto14
, que es
publicado por el gobierno de la ocupacin militar.
As, apartado eventualmente de la poltica, puede volver a vivir en Coro por lo que
resta de la guerra, dedicado a sus labores sacerdotales, pero en 1821, cuando al fin se
13
Jos Gil Fortoul, Historia Constitucional de Venezuela, Vol. II, Caracas, Ministerio de Educacin, 1956, p.
167. (En rigor, Gil Fortoul glosa a Mrmol, vid supra, Nota 8). 14
Jos Gil Fortoul, no obstante, aclara que Predica Talavera sin salirse de generalidades religiosas. Morillo
lo invita a un banquete y le dice hidalgamente: Yo no persigo hombres como usted: queda revocada la orden
de ir a Espaa. Gil Fortoul, Idem.
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enciende la revolucin en el occidente del pas y Maracaibo se alza, Talavera vuelve a sus
viejos pasos, se marcha a aquella ciudad y all inicia su primer proyecto editorial: El
Correo Nacional. A este peridico le sigui la Concordia del Zulia. Pronto, no
obstante, su destino lo volvi a poner en la primera lnea de los acontecimientos: la iglesia
destruida por la guerra, carente de sacerdotes (casi todos se haban ido por ser realistas o
por ser espaoles), sobre todo de sacerdotes talentosos y patriotas, lo reclam. El
vicepresidente Francisco de Paula Santander lo propone para la canonja de la catedral de
Bogot; y en la capital se desempea, al mismo tiempo, como diputado por Coro y hasta
lleg a presidir la cmara baja. Finalmente el papa Len XII en 1828 lo nombra in
partibus Obispo de Trcala y vicario apostlico de Guayana. Hasta 1841 detentar la silla
de aquella regin. No fue fcil su trabajo; la iglesia careca de toda clase de recursos,
Guayana todava sufra la destruccin de las misiones y el Estado venezolano, una vez
separado de Colombia, se inaugura con graves conflictos con el clero. Al negarse, por
ejemplo, junto con el arzobispo Ramn Ignacio Mndez a jurar la constitucin de 1830, por
sus imprecisiones sobre el catolicismo como religin de Estado, corre su misma suerte y es
enviado al exilio hasta 1832. De regreso a Caracas, su sermn por el da de San Pedro se
convierte en una pieza fundamental de la oratoria sagrada venezolana. Pronto, sin
embargo, se aleja de las diatribas y retorna a Angostura donde despliega una obra
importantsima de reconstruccin. Sus ltimos aos los pasa en Caracas. An le quedaban
fuerzas para ejercer de consejero de Estado y gozar de alguna figuracin pblica en el
gobierno de los Monagas. Pero lo mejor de aquellos aos es que vuelve en pleno a sus
labores intelectuales y redactar una obra perdurable con su Crnica eclesistica de
Venezuela15
, entre 1855 y 1857.
Lo que este semanario represent para la cultura venezolana an no se ha estudiado
con el detenimiento debido. No slo se trata de la primera gran publicacin eclesistica del
pas, iniciadora del largo camino de periodismo catlico que llega hasta el da de hoy, sino
tambin de uno de los testimonios ms vvidos, incluso doloroso, de la Venezuela de aquel
15
Sobre el obispo de Trcala, vase: Francisco Caizales Verde, Mariano Talavera y Garcs: una vida
paradigmtica, Caracas, ANH, 1990. Y sobre la Iglesia venezolana en su momento: Gustavo Ocando
Yamarte: Historia poltico-eclesistica de Venezuela (1830-1847), Caracas, ANH, 1975, dos tomos.
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tiempo. Ya para entonces los lderes de 1810 estaban casi todos retirados o muertos, y en
general los hroes de la independencia se encontraban en trance de salir de la escena
poltica, sustituidos por una nueva generacin de caudillos y polticos. En medio de este
panorama se agigantaba, obviamente, la estatura moral el obispo de Trcala, con su
intachable hoja de servicios republicanos y su aura de Padre de la Patria; con su reconocida
solvencia moral e intelectual; su condicin de obispo emrito tras un episcopado que todos
coincidan en definir de brillante; y con sus casi ochenta aos de edad.
Muy malos aos atravesaba Venezuela para cuando aparece la Crnica... Haba
crisis econmica, pero mucho peor era la poltica y la moral. Aquellos eran los ltimos
das, aciagos, del monagato. La disolucin que se avizoraba era tremenda y ya algunas
voces esclarecidas daban la seal de alerta. Aunque nadie se poda imaginar la anarqua
que estaba a la vuelta de la esquina y dominara la prxima dcada, ni los doscientos mil
muertos que traera con la guerra federal, muchos ya hacan las ms graves advertencias.
Sobre todo los hombres como Talavera, que parecan haberlo vivido todo, y que por sentir
tan adentro al pas perciban de forma particularmente dolorosa cada una de sus
pulsaciones.
La historia pareci darles la razn. Talavera no llega a ver toda aquella tormenta,
aunque la vida le alcanza hasta los primeros fogonazos de la guerra. Es as que en el borde
del abismo clama, desde las pginas de su Crnica eclesistica de Venezuela, por una
repblica mejor que con virtudes cvicas y cristianas pudiera salvarse de la gran hora de su
destruccin.
c. Catolicismo social.
Enseanza de los idiotas es un artculo aparecido en La razn catlica que se
reproduce en el nmero 117 de la Crnica eclesistica de Venezuela (Caracas, 3 de junio de
1857). Se trata de un escrito muy importante para la historia de la educacin en Venezuela,
ya que es el primero que se publica en el pas, hasta donde alcanzan nuestras noticias, sobre
lo que hoy llamaramos educacin especial. Citmoslo in extenso:
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La Europa y la Amrica poseen ya varios establecimientos donde se ha
introducido la enseanza de los idiotas; pero el recientemente construido en el estado de
Nueva York en una eminencia que domina la ciudad de Siracusa, parece que excede
todos. Ha costado 50 mil libras esterlinas, sea cinco millones de reales, y contiene ya 90
idiotas, los cuales bajo la direccin de dos mdicos son vigilados, cuidados, instruidos,
divertidos y ocupados incesantemente por un cuerpo numeroso de nodrizas, de guardas, de
maestros, de msicos, de gimnsticos y de jardineros. All presentan un aspecto
enteramente nuevo. Sacndolos de su aislamiento, se les ve tomar parte poco poco en los
juegos y en los intereses del mundo: se asocian los acontecimientos, los gustos los
trabajos de los hombres en la medida proporcional su edad y sus fuerzas. Se hacen
activos afectuosos, y son reintegrados en la gran familia humana, de la cual se hallaban
excluidos. Ricos y pobres, todos perciben los mismos cuidados y la misma instruccin. De
paso diremos, que esta caritativa fundacin es debida al Dr. Wilbur y su esposa, que
hallaron en jvenes institutrices, llenas de instruccin, de gracia y sobre todo de caridad
ardiente, los auxiliares amables que cuidan y educan cantando estos desgraciados que
ntes desechaba la sociedad.- La enseanza de los idiotas, que ya habamos visto practicar
en Pars hace algunos aos, es ciertamente uno de los triunfos ms admirables de la
Religin y de la ciencia.16
Este prrafo es revelador. Aunque hay que tener mucho cuidado en no caer en
presentismos, si nos atrevemos a verter lo que dice en trminos actuales, nos encontramos
con el problema de fondo que acusa y que, en los trminos de Talavera, justifica el orden
republicano para atajarlo: el de la exclusin. Veamos: si es un triunfo (lo que quiere decir
que es tambin un objetivo) de la ciencia y la religin que la educacin le abra
oportunidades hasta a los idiotas (los que sufren de retardo mental), podemos figurarnos
la misin que puede tenerle deparada, bajo los mismos trminos, para quienes no lo son.
Si la educacin de los idiotas trataba por igual a ricos y pobres, incorporaba a los
intereses del mundo a quienes se hallaban excluidos; y les permite, adems, esa
incorporacin en directriz los gustos los trabajos del resto de los hombres; todo eso,
16
Crnica eclesistica de Venezuela, N 117, Caracas, 3 de junio de 1857, p. 935
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de paso, divertidos y ocupados, tenemos, tan temprano como en 1857, el sumario de la
escuela nueva, de la educacin moderna, incluso en trminos ms configurados de los que
ya haba planteado un poco antes el de por s siempre adelantado Simn Rodrguez.
Es decir, este artculo, ms bien colateral para los que fueron los temas ms
recurrentes en la Crnica..., nos demuestra, incluso precisamente por esta razn (si de esto
habla el colateral, qu esperar de los centrales), algunos de los aspectos que ms le
preocuparon a Monseor de Talavera en su lucha por la educacin moral y cvica de los
venezolanos, y que delinean muy bien la naturaleza de las preocupaciones de aquella elite
en transe de fundar (o ya, para 1857, de salvar) a la repblica: qu clase de pas se quiere17
.
Porque ese es el problema educativo: qu ciudadanos formar, ya que se haba aceptado,
desde cuarenta y tantos aos atrs, que debemos formar ciudadanos y no vasallos. El
problema educativo, pues, como palanca para el avance moral y fsico de la sociedad18
; y,
tras l, el problema de lo que deba ser tal sociedad regida por un sistema de libertades;
ambas cosas, por ltimo, bajo la gida de la Religin y de la ciencia, al menos en el
entender de la vertiente ms marcadamente catlica de tal intelectualidad.
As, una semana antes, en el nmero del 27 de mayo, bajo el ttulo de Seccin
cientfica. Progreso19
, en otro artculo originalmente aparecido en La razn catlica, se
explica mejor todo esto, ahora enfocado en una ciencia que apenas daba sus primeros pasos,
la criminologa, lo que una vez ms habla bien de la actualizacin y amplitud de intereses
de esta publicacin:
En el ao de 1853 se contaban en Francia 70,000 hijos naturales en un total de
965,080 nacidos. En 1856, solo en Pars, se cuentan 10,517 hijos naturales en 34,987
nacidos.
17
Sobre este problema, siempre es bueno volver al clsico de Elas Pino Iturrieta: Las ideas de los primeros
venezolanos, Caracas, Monte vila Editores, 1993. 18
El elenco de los pensadores e ideas desarrolladas al respecto en el pas ha sido muy estudiado, pero resalta
el estudio de Rafael Fernndez Heres, La educacin venezolana bajo el signo de la Ilustracin. 1770-1870,
Caracas, ANH, 1995. 19
Crnica..., N 116, p. 925-926.
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El guarismo de los jvenes detenidos arrestados en las crceles va progresando en
proporcin considerable. Se contaban 1,334 en 1837; 2,120 en 1840; 3,167 en 1845; 4,276
en 1847; 5,280 en 1850; 6,443 en 1852; 7,715 en 1853; 9,364 en 1854; 9,818 en 1855...
El nmero de adultos en las crceles centrales han aumentado en 4,229 individuos
desde 1851 1855. En los estados de los presos en dichas crceles, desde 1852 1855,
vemos que los instruidos en elementos de enseanza ascendan al nmero medio anual de
9,708 y que 10,930 se hallaban en una completa ignorancia; y que entre los no del todo
ignorantes, los que saben leer y escribir son cerca del triple de los que saben leer
solamente...20
Esto llev al autor a una conclusin que sostendrn el resto de los pensadores
catlicos venezolanos Guillermo Iribarren, Amenodoro Urdaneta, Ramn Ramrez, etc.- a
lo largo de todo el siglo XIX: la necesidad de fortalecer la ciudadana como base para
cualquier tipo de desarrollo material. El problema del aumento de la delincuencia en
Europa se deba a que No se descuid medio alguno de adelanto para los hijos
privilegiados de la inteligencia; al paso que se dejaba abandonada s misma la enseanza
primaria y en absoluto olvido la educacin moral del pueblo. (el subrayado es del autor).21
En consecuencia educar, pero sobre todo educar la moral de las capas ms bajas de
la poblacin (incluso, como ya vimos, a los idiotas) es indispensable para que el progreso
sea efectivo ya que, como muchas veces hemos dicho que este es patente incontestable
en el orden material, aunque ms de una vez y por falta de subordinacin las condiciones
del orden moral le perjudique y contrare.22
Como vemos, en el discurso de Talavera y
en el de aquellos que apoyaba- este llamado a la moralidad, que se ver a todo lo largo de la
existencia de la Crnica eclesistica..., publicacin que en buena medida se traz como
objetivo sostenerla, tena entonces una funcin ms terrenal que la que comnmente solan
darle las publicaciones catlicas de entonces; no era slo alcanzar el cielo (aunque tambin,
obviamente, de esto habr), sino tambin abrir la senda del progreso material, gran
20
Idem, p. 925 21
Ibd., p. 926 22
Ibd., p. 925
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aspiracin del momento. O sea, una manera particularmente moderna de asumir el reto
pastoral de moralizar a la sociedad.
Porque, y este es el aporte especfico de este pensamiento, no se trataba de cualquier
moral, sino de la cristiana (que a juicio de Talavera, sacerdote de su tiempo al fin, se
asimilaba solamente a la catlica: no pocos textos publica contra el protestantismo en sus
pginas23
). El cristianismo, leemos en otro artculo, tambin dedicado a la educacin
moral, en particular a la exaltacin de una virtud teologal, La esperanza24
, y firmado por
un tal F.L., es entendido como una religin eminentemente social25
, con grandes cosas
que hacer y decir para el progreso del mundo. Quin no ha sentido conmover su corazn
leyendo el sermn que predic en el monte? Quin no ha odo alguna vez repetir aquellas
palabras de consuelo: Bienaventurados los pobres... Bienaventurados los que lloran,
porque ellos sern consolados?... Pues bien, contina F.L., La doctrina de Jess es una
rica promesa, una promesa eterna hecha los pobres, los que tienen hambre y sed, a los
que sufren persecuciones, los mansos y humildes de corazn, los que luchan firmes
contra la adversidad en esta tierra de infortunio y dolor. Por ello es que La religin que
ordena la esperanza, es una religin eminentemente social; y el hombre que dijo los
dems hombres: llamad y se os abrir; pedid y se os dar; el que trajo una misericordia
ilimitada para el socorro de una miseria infinita; el que santific, en fin, la esperanza,
perceptundola sus discpulos y con cediendo cuanto pedan los que confiaban en l, es
ms que un mortal, es Dios, es el redentor de los mortales.26
Pero lo que llama la atencin de todo el texto es que ms all de los viejos llamados
a la conformidad y a un futuro mejor de la mano divina, tpicos de cierta homiltica de
entonces, es que se le d un tinte social a la esperanza, porque ella, a su juicio, lejos de
empujar a la mansedumbre acrtica, al quietismo (que, en realidad, ya era considerado
hereja entonces), tena una connotacin activa. Es decir, la esperanza no estaba y, si
vemos bien, la vida de Talavera es expresin de ello- para sentarse a esperar a que las cosas
23
Vase El protestantismo es destructor del cristianismo, publicado por entregas entre los nmeros 83
(8/10/1856) y 85 (22/10/1856) de la Crnica eclesistica.... 24
Crnica eclesistica..., N 101, 11/02/1857, pp. 803-806; y N 102, 18/02/1857, pp. 811-814. 25
Ibd., p. 804 26
Ibd., 804
-
170
sean dadas, sino en tener confianza para actuar. Leamos los rudimentos de teologa moral
que a la sazn nos da el autor; sobre todo el giro que hace para traer al aqu y al ahora los
efectos de tal virtud:
Segn el dogma catlico, la esperanza sigue la fe y precede a la caridad. Son
tres virtudes estas que, aunque diversas en sus fines, se entreayudan en sus medios. La fe se
inspira; su objeto habita fuera de nosotros. La esperanza nace, y nace en nuestro pecho
mismo. La fe sostiene la esperanza; la caridad la fortalece: aquella mostrando al
Omnipotente, esta al Redentor.(...) Examinando Santo Toms el precio y quilate de cada
una de las virtudes que se llaman teologales, establece la diferencia siguiente, concediendo
a la esperanza un lugar muy distinguido. La esperanza, dice, es mayor que la fe, no en la
sustancia sino en el propsito; y es mayor tambin que la caridad no en el orden de la
perfeccin, sino en el poder de la generacin. Ella sola parece que comprende hasta cierto
punto las otras virtudes, pues que la esperanza presupone el conocimiento de la cosa
esperada y el amor de los medios para conseguirla.27
Y esto, como se deca, conduce a un actuar creativo. En rigor, una virtud slo es tal
en tanto que direcciona una forma de actuar determinada, a nuestro juicio el quid de todo
ese esfuerzo moralizador. Esta suerte de ataque a la contemplacin queda claramente
manifestada en el siguiente prrafo:
Consideremos ahora la esperanza, no como una virtud cristiana sino como una
percepcin, como una facultad de nuestra alma, como un sentimiento innato de la razn
humana.(...) Si fuera posible hacer por un momento abstraccin de la esperanza, veramos
presentarse luego por todas partes el tedio mortal, el desmembramiento, la nada. Por lleno
y fructuoso que nos parezca el presente, no es ms, si bien se ve, que una porcin de otras
cosas mejores y ms duraderas que esperamos obtener. El hombre no vive sino de
esperanzas; y el que insensato llegara a violar esa gran ley universal, luchara contra su
razn y socavara l mismo su existencia. Desperavi, nequaquam ultra vivam, deca Job.
Perd ya la esperanza; he aqu que mi vida ha terminado. Si el labrador cultiva el campo y
27
Ibd., pp. 804-805
-
171
confa el grano la tierra que el arado abri; si el navegante arrostra peligros y con frgil
barquilla atraviesa osado el insondable mar, es porque esperan. S; la esperanza es la que
hace intrpido al viajero, activo al industrial, perseverante al sabio. Ella es tambin la que
inspira la paciencia al enfermo y la resignacin al infeliz que gime bajo peso de la justicia
la venganza de la sociedad.(...) ...Si Csar no hubiera esperado vencer y hacerse dueo del
mundo con sus victorias, no hubiera entrado en cincuenta y dos batallas campales, ni
hubiera alcanzado el triunfo con menor nmero de soldados. Si Scrates (para presentar un
ejemplo de otra especie) no hubiera esperado en el premio inmortal de su justicia, no habra
tenido en sus manos treinta das el decreto de su muerte, sin haber experimentado la ms
leve alteracin en su alma. La fuga que le aconsejan sus discpulos, la retraccin, la splica
pudieron librarlo; pero si consinti en morir, fue porque esper recibir en otra mejor vida la
corona de gloria debida sus virtudes.
-Al partir Alejandro para la conquista del Asia, distribuy sus tesoros entre los
soldados. Maravillado Perdicas, uno de sus generales, le pregunt y qu os reservis,
seor? La esperanza, contest el joven monarca.
Digna respuesta de la grandeza de Alejandro!28
Una esperanza que prepara el nimo para la accin, para la conquista del mundo,
para el desarrollo de industrias, para atravesar los mares; esa es la esperanza que estos
telogos sostienen. Una esperanza, si vemos bien, revolucionaria por su encaminamiento a
modificar las cosas; una esperanza para la lucha y el cambio social. Ahora bien; puesto
que la esperanza es un noble instinto: puesto que ella es el consuelo de la humanidad, la
compaera fiel del hombre, el sentimiento que Jess mismo consagr; guardmonos de
depravarlo y desnaturalizarlo. O sea, Cuando la esperanza no est fundada en base
slida, es entonces una vana presuncin y hace el mismo efecto de los espejos mgicos que
seducen con falsas imgenes y deslumbran con ilusiones y perspectivas engaadoras.29
Por lo cual, y con esto se cierra el artculo:
28
Ibd. p. 811, 812 y 813
-
172
Evitemos este exceso y trabajemos en nuestro bienestar con el socorro y de la
verdadera sabidura. Hagamos esfuerzos incesantes, dice Platn, con cuya hermosa frase
queremos poner trmino a nuestro artculo; hagamos esfuerzos por adquirir en esta vida la
virtud, pues que ella sola es digna de retribucin, y la esperanza que inspira es noble,
infinita y levantada sobre base cierta.30
Vase slo los beneficios que una de las virtudes teologales son capaces de hacer en
la sociedad: qu sera si se aplicaran todas al unsono. Pues bien, Talavera no renuncia a
predicar esa posibilidad. En otro artculo, La Felicidad31
, se ahonda un poco ms en esto
de las virtudes. El artculo, cuyo autor no lo firma (por lo que puede suponerse compuesto
por el redactor, segn la usanza de entonces), arranca con el problema bsico de toda
reflexin tica: Qu cosa es la felicidad? Obviamente, la clsica respuesta aristotlica es
la primera que acude a sus argumentos: la vivencia de la virtud. Los antiguos se
preguntaban, lo mismo que nosotros, dnde est la felicidad. Los unos la colocaban en los
bienes del cuerpo, como los deleites sensibles; los otros en los placeres del alma, como la
ciencia y la gloria; los ms heroicos, por no decir los ms profundos, la ponan en la
virtud.32
De todos ellos, contina el autor, los estoicos haban visto muy bien, que ni los
placeres sensibles, ni los goces del espritu del amor podan ser el fin de la vida ni el sitio
de la verdadera felicidad.33
Ahora bien, pero los estoicos estaban an ms ac de la luz del Jess. El estoicismo
tena esta incontestable mrito, que fue la causa de su grandeza, de salvar la moral uniendo
la idea de la felicidad la de la virtud, y hacer al mismo tiempo accesible todos el ltimo
fin del hombre; pero El estoicismo era por lo tanto una doctrina moral y popular, y tal vez
se le hubiera credo divino, si el Evangelio no se hubiese asomado a las puertas del
mundo... 34
Y es que Segn el estoicismo, la vida es un movimiento que tiene la libertad
por principio, y la virtud por rbita y por trmino. Y por lo mismo vemos en ello una
29
Ibd., p. 814 30
Idem. 31
Aparecido en los nmeros 103 y 104 de la Crnica... (25/02 y 04/03 de 1857). 32
Ibd., N 103, p. 819 y 820 33
Ibd., p. 822 34
Ibd., N 104, p. 827
-
173
idolatra del hombre bajo una magnnima ilusin. El hombre, haga lo que quiera, no es ni
el principio, ni la rbita ni el trmino de su vida. El viene de un origen que no es de l, y
busca un punto ms elevado que l, el fin supremo de su ser, la manera que un ro salido
de la profundidad de la tierra se dirige en su curso a los abismos del Ocano.35
Pues bien:
La felicidad est en Dios: la razn nos lo prueba, el Evangelio nos lo dice, y as
queda desvanecido el escndalo que nos haba causado esta definicin de la vida: La vida
es un movimiento natural y legtimo hacia la felicidad; porque en adelante debe traducirse
as: La vida es un movimiento que tiene a Dios por principio, por centro y por trmino.36
La vida es movimiento lo que es otro argumento a favor de la accin- que tiene a la
felicidad (Dios) en todos sus momentos, y al que se llega por la virtud. Hay, ac una vez
ms, una relacin entre el pensamiento catlico, el tomismo, con el moderno: en el fondo
no se trata slo de una tica creyente sino tambin de una tica de la felicidad. Combinar
estas dos cosas entonces, o al menos combinarlas de la forma en que se hizo, ya es la
primera prueba de lo que en trminos polticos propondr.
Un ao atrs leemos en el nmero 45, en una seccin que bajo el ttulo de Moral37
apareci en varios nmeros, que La moral nos seala las sagradas obligaciones que
debemos cumplir para con Dios, para con nosotros mismos, y para con los dems hombres.
Est tan ntimamente enlazado su cumplimiento con nuestro inters individual, que de l
depende nuestra felicidad. Debe el hombre Dios la alabanza, la adoracin y el
reconocimiento eterno porque l nos ama, y porque de su mano nos viene todos los bienes
que disfrutamos.38
Acto seguido, el autor describe nuestros deberes para con nosotros mismos: ser
justos (vivir de acuerdo a las leyes), ser buenos lo que no explica muy bien qu es- ser
modesto (no caer en el orgullo), ser sobrios, porque la intemperancia destruye la salud y
35
Idem. 36
Ibd., p. 829 37
Crnica..., N 45, 16/01/1856, pp. 355-356 38
Ibd., p. 355
-
174
causa desprecio39
, ser reconocidos, porque el reconocimiento fomenta el aprecio;
abstenerse de hacer en secreto lo que se avergonzara de ejecutar en pblico; ser veraces,
ser parco al hablar y procurar hacer bien a los nos que rodean (ms adelante veremos que
por all lograr conectar el catolicismo con el patriotismo). Luego pasa a los deberes para
con los otros hombres: ser complacientes, benficos e indulgentes. Adems:
Los padres deben sus hijos el alimento, la educacin, y la correccin.
Los hijos a sus padres el amor, el respeto, el obsequio, y la obediencia.
El maestro debe sus discpulos un comportamiento dulce y carioso: y estos deben
retribuirle amor, respeto y docilidad acompaada de una no interrumpida aplicacin.
El amo debe al criado buen trato. El criado debe ser fiel, profundamente respetuoso
su amo, prestndole todos los servicios a que con l est obligado.40
Acaso este ltimo aspecto, para nosotros algo conservador, no iba, sin embargo, en
contra del espritu general del pensamiento de Talavera. En su momento no entraba en
39
Idem. Este aspecto ser muy recurrido en los discursos morales, religiosos o no, del siglo XIX. Por
ejemplo, en el N 26 (05/09/1855), aparece la misma seccin Moral el Remedio para el vicio de la
embriaguez (p. 208). Ya que Son lamentables las escenas que se ven en los pueblos especialmente los das
festivos. Una porcin de lo que gana el jornalero en la semana, se invierte en licor espirituoso que le hace
perder el juicio. De aqu las rias, las heridas, y hasta el homicidio. Cuando esto no sucede, la esposa y los
hijos sufren los golpes del marido ebrio, y quedan privados de alimento que esperan del salario semanal del
padre. Aun en esta ciudad no es raro ver hombres tendidos en las calles con buen sol... El autor
(seguramente el mismo Talavera) llega a otra conclusin muy adelantada a su tiempo: Refleccionado (sic)
sobre esto nos hemos convencido que la propensin a la embriaguez es una enfermedad fsica, una aberracin
del apetito, y como tal, buscarle remedio. Aunque los ms clebres autores que han escrito sobre las
enfermedades mentales diferentes especies de locuras destierran de su plan curativo todos los mtodos
violentos, la naturaleza de la que vamos hablando ecsige (sic) nuestro modo de ver que se siga en su
curacin un mtodo contrario y que se le aplique el encierro, baos frecuentes con agua fra, alimento parco
y trabajo moderado de manos. Si se resisten por estar acostados, se le aplica una pena de dolor, como
palmetas, que despiertan la flojera y desidia. Aqu no hay temor de equivocacin; el mal es conocido y el
remedio aunque nuevo, fcil de aplicarse, y aun cuando no aproveche tampoco puede hacer dao.
Ya antes, en el N 21 (1//08/1855), haba publicado otro artculo sobre el tema Triunfo de la Templanza, en
el cual resaltaba una campaa contra la embriaguez entre los irlandeses llevada adelante por un franciscano
para borrar esa mancha que afeaba la vida moral de una nacin llena por otra parte de herosmo y de
virtudes (p. 162), a travs de la creacin de sociedades de templanza donde haciendo este voto sus
adscritos renunciaban a la bebida: segn parece los resultados fueron tan buenos (el impuesto sobre bebidas
baj a la tercera parte en 1842), que se extendieron a Inglaterra y Escocia. 40
Ibd. pp. 355-356
-
175
contradiccin con las tesis liberales ms avanzadas, que si bien sostenan la libertad y la
igualdad jurdica, no se oponan a las jerarquas naturalmente establecidas. En otra
entrega de esa misma seccin Moral., aparecida en el nmero siguiente: Moral.
Obligaciones de los hijos hacia sus padres., se ahonda todava ms en la racionalidad de
estos deberes. Pinsese que se est hablando de una tica de la felicidad matrimoniada con
el cristianismo, de manera que todas las obligaciones deban tener una justificacin ms o
menos bien argumentada. En el artculo, por ejemplo, se seala que si bien El respeto y la
obediencia son las primeras obligaciones de los hijos hacia sus padres, y que ese respeto
filial y de magestad paternal41
por haberlos trado al mundo y educado,
... la autoridad paternal por respetable que sea, jams adquiere un derecho para ser
injusta, tampoco ha de obedecrseles cuando ecsigen (sic) cosas contrarias la virtud: por
ejemplo, citamos al padre de Ajeslas rey de Esparta, que solicitando de su hijo que juzgase
contra las leyes, le contest este: O padre mo: siendo jven (sic) me enseasteis que
obedeciese las leyes; y por lo mismo quiero ahora obedecerlas con no juzgar contra
ellas...42
Releamos la ltima lnea y llegaremos al quid del asunto. Como hemos venido
viendo el punto de Talavera radicaba en la necesidad de una educacin moral para que
fuera efectiva la libertad y el progreso del pas; cmo una sola virtud, la esperanza, poda
redundar en tantos beneficios sociales; cmo la suma de la virtudes cristianas conducen a la
felicidad; cmo la moral es el ejercicio de las virtudes; por eso, y as volvemos al principio,
lo moral es que los padres eduquen a sus hijos en la virtud. He all la base para que todo lo
dems sea posible. Recurdese que en tiempos en los que las tesis del Estado Docente an
no imperaban, es a lo padres (y, claro, a la Iglesia) a quienes les corresponda la labor de
educar. Unos meses antes, en el N 34 (31 de octubre de 1855), en otro artculo, titulado
Religin y Moral, recogido de un peridico merideo, La instruccin religiosa,
41
Crnica..., N 46, 23/01/1856, pp. 363 y 364 42
Ibd., p. 365.
-
176
encontramos la idea expresada con meridiana claridad. El texto es una encendida
condenatoria a los padres que abandonan a sus hijos43
, y al final seala:
Esos nios vctimas de la locura y de la flaqueza humana, condenados por delito
ageno la miseria la horfandad, podran con una buena educacin llegar a ser la gloria y
el esplendor de la patria, un Rmulo tal vez, un Edipo. Pero privados de educacin,
nutridos con escasa sustancia, y habiendo recibido por herencia el deshonor y por prenda
paternal la indigencia y la desventura, sern crueles como sus padres, perversos por origen
y lanzados en la escala del vicio bajarn hasta sus ltimas gradas, privando a la sociedad de
las esperanzas que en ellos pudiera fundar...44
O lo que es lo mismo: as como la educacin puede incorporar a la sociedad a unos
excluidos, los idiotas; puede hacer de otros, los hijos naturales, el esplendor de la
patria. Lo moral, entonces, es educarlos...Y educarlos como a Ajeslas en la obediencia de
las leyes, en la virtud. All estar la felicidad de la sociedad.
d. La moral de los ciudadanos.
El inventario de las quejas que el clero ha elevado sobre la moral de los
venezolanos es largo y viene de muy lejana data. Prcticamente todos los prelados,
misioneros y otros hombres de Dios que dejaron testimonio de su paso por el pas durante
la colonia, manifestaron graves preocupaciones por la rebelda de sus habitantes frente a
los preceptos de la moral cristiana45
. Esto, obviamente, no cambia con la independencia,
sino que se afianza en el visor de los sacerdotes: la ruptura de la catolicidad y su sustitucin
43
Vale la pena leer esta parte del texto: Un error de grave trascendencia cunde en nuestra sociedad,
principalmente entre aquellas personas que mientras ms accesibles son los placeres sensuales, mnos
capaces se muestran de efectos nobles, llegando muchas veces perderse en sus corazones marchitos para la
virtud, todo sentimiento de beneficencia, de humanidad y de justicia. Hablamos del error en que viven
algunos hombres desnaturalizados que, creyendo que no estn obligados educar los hijos nacidos de una
ilegtima unin, los abandonan sin acordarse mas de su suerte, sin cuidar de su educacion, sin cubrir su
desnudez y apaciguar su hambre..., Op. Cit., p. 267 44
Ibd., p. 268 45
Vid: Elas Pino Iturrieta, Contra lujuria, castidad, Caracas, Alfadil Editores, 1992; y Jos ngel Rodrguez,
Babilonia de pecados...Norma y transgresin en Venezuela, siglo XVIII, Caracas, Alfadil Editores, 1998.
Ambos textos estudian los conflictos del clero por mantener a los venezolanos dentro del redil de la moral
cristiana durante el perodo colonial.
-
177
por un orden republicano de raigambre liberal slo habra multiplicar los peligros para el
descarro de la grey. Y el Obispo de Trcala no poda ser de otro sentir. Comoquiera que a
su juicio la moral que deba animar a la repblica deba ser la cristiana; y que Talavera, por
ms patriota y adelantado a su poca que fuera, era tambin un sacerdote de su tiempo, es
comprensible que su lucha por la educacin moral de los venezolanos comenzara
precisamente all donde sus predecesores coloniales haban terminado: en los usos y
costumbres francamente pecaminosos de los venezolanos, sobre todo en lo concerniente al
bello sexo, piedra angular, segn las tesis de entonces, de toda la moralidad.
Que las mujeres, por lo tanto, estuvieran cayendo en las amoralidades del
siglo, era uno de los problemas que ms consternaban a nuestro prelado. En el No. 30, del 3
de octubre de 1855, reproduce un artculo firmado por el Abate Chassady, Cannigo
honorario de Bayeux, profesor de filosofa en el Seminario Diocesano, miembro de la
Academia de la Religin catlica, &c. &c., titulado Deberes de las mugeres en la
familia46
. Se trata de extractos de un libro recientemente aparecido en que consiste en
una coleccin de consejos dirijidos las mugeres cristianas. Justamente preocupado de la
influencia que ejerce la familia sobre la vida religiosa y civil , el autor coloca la muger en
el crculo de los deberes modestos y variados que impone la vida domstica.47
De ese
modo, en lo que an denomina como los griegos economa domstica, leemos algunos de
estos consejos:
Los deberes de las mugeres en la familia son, segn el juicio de Mr. Chassay, uno
de los asuntos de mayor importancia que se ha tratado hasta ahora. Ciertamente, todo tiene
su importancia desde que se trata de la mejora espiritual y moral de cualquiera; pero la
importancia crece medida que se estiende la accin. La muger, pues, est generalmente
investida en una especie de apostolado; es raro que ella no tenga cura de almas. La
influencia de la familia sobre la sociedad y de la muger sobre la familia es un tema bastante
discutido. Sin embargo es necesario repetir sin cesar y en voz bastante alta para que todos
puedan oirlo, que es la familia la que puede dar la Iglesia cristianos dignos de la
46
Crnica..., N 30, 3/10/1855, pp. 235-238 47
Ibd., p. 237
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sublimidad de su creencia, el Estado ciudadanos capaces de los mas grandes sacrificios,
de la mas heroica consagracin, y que todo esto depende de la muger.48
La mujer cura de almas! Vaya reconocimiento por parte de un sacerdote en una
Iglesia en la que an no estaba en discusin el sacerdocio femenino. Cuando la joven sale
de la sociedad de su madre para entrar en otra familia que en adelante ser suya, debe
adoptar sincera y cordialmente la familia en cuyo seno son llamadas a vivir, y, verdaderos
ngeles de paz, calmar por su influencia inteligente y generosa los interiores mas
turbulentos y mas tempestuosos, debe ella ser la felicidad grave y dulce de ser la
providencia visible de todos los que le han sido confiados por el cielo.49
Por eso, su
abnegacin debe ser absoluta:
Una muger cristiana por otra parte no pasa sus das pensando en su vida, ni en
observar todas las arrugas que los vientos caprichosos de la ecsistencia pueden producir en
la superficie de su alma: ella conoce la multitud y las estencin de sus obligaciones, y trata
de hacer frente todos sus deberes (...) Se engaan, pues, esas madres de familia para las
que el ideal de la vida es una especie de adormecimiento, un medio letargo, , segn la
espresin de un filsofo de la India, la vida de una lmpara que se siente arder al abrigo del
viento! Es necesario obrar, obrar activamente largo tiempo, siempre! como habla la
escritura.50
As las cosas, unas mujeres como las muchachas venezolanas de entonces daban
muy pocas esperanzas de estar algn da a la altura de su misin. Coquetas al punto, como
veremos, de preocuparse para escndalo del prelado- por la firmeza de sus pechos;
noveleras, chismosas, pasaban sus das en una multitud de distracciones que no auguraban
la templanza de nimo que exige esa cura de almas de almas que es la maternidad. Por
ejemplo, una de esas distracciones ms recurrentes y, por lo tanto temibles, era la de bailar,
y por eso hacia all apuntaran sus primeros ataques.
48
Ibd., p. 235 49
Ibd., p. 236 50
Ibd., p. 237
-
179
En el nmero 74 (6 de agosto de 1856), un extenso artculo, El Baile se dedica a
esto. De antettulo leemos: Moral importante para ambos sexos, donde se aclara: Por si
acaso hubiere alguna bailarina que lea nuestro peridico, alguna madre de familia que
guste recordar los das de su juventud y gozar de ellos al ver bailar sus hijas, copiamos,
vertido nuestro idioma de un libro contemporneo, el siguiente interesante artculo que
desearamos hiciese alguna sensasion (sic) a nuestras lectoras.51
Se trata de un dilogo,
an entonces gnero comn para la enseanza, entre una joven y su to sacerdote: -To, es
permitido bailar? Esta era la pregunta que diriga en otro tiempo un venerable sacerdote
una joven de diez y ocho aos. A lo que el hombre responde con una verdadera
disertacin: -Me preguntas, le respondi, mi opinin sobre el baile y voy satisfacerte.
Desde luego es necesario que no hablemos de los bailes religiosos de que encontraremos
algunos ejemplos en la Escritura. Nada hay de comn entre el santo entusiasmo de Mara,
hermana de Moiss, del Profeta real, y los bailes mundanos; entre el vivo transporte del
reconocimiento, y de los placeres del siglo... Se impacienta la joven: -Pero to, no deseo
saber la historia del baile; sino el parecer de U. respecto de esta pregunta: es permitido
bailar? El sacerdotes trae entonces a colacin que Cicern deca que slo los locos y los
ebrios bailan, que Demstenes para desprestigiar a Filipo deca que haba bailado, que
Ovidio llama al baile naufragio para el pudor, en fin: No quiero citar las palabras de
Aristteles, de Platn, de Sneca, de Scipion...
Y hace U. bien, to, no es el parecer de Cicern lo que yo pregunto; sino el de U.
Es permitido bailar?52
Incisiva la muchacha. Pero el to sigue en lo suyo y el listado de quienes
abominaron del baile que tare a colacin es tal que desarmara al ms empedernido bailarn:
el Eclesiasts, San Efrn, San Basilio, San Crisstomo, San Amrosio, San Agustn, San
Carlos Borromeo, San Francisco de Sales, el Concilio de Constantinopla, los de Laodicea y
Lrida, profanos como Petrarca y muchos ms, todos dicen que el baile es malo (Carlos
Borromeo, por ejemplo, lo define como un crculo cuyo centro es demonio y sus esclavos
la circunferencia). El baile, pues, concurre a conmover los sentidos, a afeminar el
51
Crnica..., N 74, Caracas, 6 de agosto de 1856, p. 587
-
180
corazn, inflamar la imaginacin, all se encuentra un crculo brillante que ostenta
porfa los atractivos ms insidiosos de la moda, la mezcla de los sexos, la confusin de las
personas que la edad debera sobre todo separar; los movimientos acompasados de una
danza afeminada, los acordes de una armona seductora; y, peor an, durante el baile, es
decir en la mayor parte de la noche, los criados de ambos sexos permanecen sin una seria
vigilancia, y estn expuestos permitirse entre s lo que una educacin ms esmerada
prohibe a los amos53
. De hecho, en el baile la inocencia del mayor nmero han
perecido. En fin, no se debe bailar y, de paso, la resolucin que acabamos de dar respecto
del baile puede aplicarse los espectculos, especialmente los dramticos54
.
Pero no slo son malos los bailes y los espectculos, tambin lo son las novelas.
Por esas fechas ya es costumbre general en las muchachas leer folletines: desde 1839 hay
una revista para mujeres en Caracas, La guirnalda, y desde el principio los ayes del amor se
dejaron or en sus pginas. As, entre los nmeros 17 y 18 (4 y 11 de julio de 1855) aparece
un artculo, tampoco firmado, destinado especficamente a combatirlos: Peligros de la
lectura de las novelas. Ensaya un elocuente argumento en contra de las novelas y los
males que les generan a las jvenes, pero, paradojas de la vida, para hacerlo echa el cuento
de las desventuras de una muchacha que lea novelas y que, en s mismo, es un ejemplo
maravilloso del espritu dramtico, incluso melodramtico de su tiempo; del sentido cruda y
primariamente romntico, de los folletines que pretenda combatir. El cuento de tal forma
encierra su zeitgeist, que bien hubiera podido convertirse en el tema de una de aquellas
novelas que anatematizaba o de aquellas lacrimosas habaneras cuyo baile proscriba.
Veamos:
Cuando se recomienda a los jvenes que consagren sus horas de recreo la lectura
de obras inocentes instructivas, y se procura precaverlos de los peligros que acarrea
siempre la lectura de las novelas; la inesperiencia de su edad, el atractivo de las invenciones
y la inquieta curiosidad que los devora, les hace cerrar el odo estos prudentes consejos, y
52
Ibd., p. 588 53
Ibd., p. 591 54
Ibd., p. 592
-
181
sin atender ellos en lo ms mnimo, se abrevan hasta las heces del veneno que se quiere
apartar de sus labios...55
Pero aveces hasta los padres mismos son los que ponen en contacto a sus hijos con
tan temible tsigo literario: Algunos hay que dan pbulo, con estpida impaciencia al
foco volcnico, cuya esplosin debe destruir para siempre el reposo de la vida y la felicidad
de sus cansados aos. Ellos saben que esa lectura obceca el entendimiento estraviando
el corazn; saben que las novelas sostituyen (sic) la vida real y positiva una vida ideal y
fantstica, y que no pueden producir otro efecto que el prestigio y la seduccin. Pues bien!
pesar de todas las lecciones de la esperiencia y de la razn, pondrn en manos de sus hijos
aquellas mismas novelas que han hecho naufragar tantas virtudes juveniles. Insensatos!56
Particular atencin hay que tener al respecto en la adolescencia momento en que deban
ser ms constantes y asiduos que nunca los cuidados y la vigilancia del padre; porque no
basta haber57
dado una esmerada educacin en la niez para evitar que en la adolescencia
el joven se rebele y se pierda. Entonces es cuando trae a colacin la historia de Eugenia.
Hija ejemplar de un viudo, que viva en un pueblo del interior. El padre se engrea de las
prendas de su hija, crea ver en ella la esposa que haba perdido, y su dolor iba
mitigndose poco poco hallndola cada da ms perfecta.58
Todo iba maravillosamente hasta que un da, hallndola mas triste y pensativa de
lo acostumbrado, quiso probar distraerla, y no hall para ello medio mejor que el de hacerle
leer una novela.59
Craso error! Lo que tal lectura gener en la muchacha ech atrs tantos
aos de buena educacin y de esperanzador porvenir. Desgraciado padre! Crees que se
aprende en las novelas conocer el mundo y los hombres? En ellas todo es falso, los
hombres como las cosas; la naturaleza no se muestra mas que al trasluz de un prisma
engaador; y cuando un joven se halla transportado de repente ljos de aquella belleza ideal
y de aquella brillante fantasmagora al mundo real y en medio de la sociedad positiva, la
55
Crnica..., N 17, 4/07/1855, p. 134 56
Idem. 57
Ibd., p. 135 58
Idem. 59
Idem.
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estraa desproporcin que observa, le inspira en breve una invencible aversin sus
relaciones y sus deberes.60
Tal fue el caso de Eugenia y el drama que la envolvi.
La lectura de novelas (se hizo adicta a su lectura la muchacha) le afectaron el
entendimiento. Aquella nia, ntes tan tmida y modesta, gustaba tener largas
conversaciones misteriosas con otras loquillas de su edad: observbase en sus ademanes y
en su voz un no s qu de afectado; desatenda sus ordinarias ocupaciones; estaba siempre
seria y melanclica; en una palabra, todo su prurito era hacer el papel de una herona.61
Al
igual que el baile en el otro dilogo, las novelas haban alterado el candor de una alma
tan bella: ahora engaaba a su padre, de noche, cuando deca dormir, lea novelas; aunque
se lo prohibi, por sus amigas las consegua; lleg, incluso, a hacerse rebelde a sus
consejos, ella ntes tan respetuosa y tan tierna. Eugenia entraba entonces los diez y
ocho aos, y todo se puso peor.
Por momentos, sin embargo, las tribulaciones de su padre parecieron ver una luz:
Un rayo de esperanza brill los ojos del desgraciado padre. Un joven nacido en el
mismo pueblo, de una familia de comerciantes, honrado y laborioso pidi la mano de
Eugenia; y el pobre padre crey que estableciendo su hija, los cuidados de la casa, los
tiernos desvelos de la maternidad imprimiran otra direccin sus ideas.62
Nada ms
lejos: el prisma engaador que enajena a los lectores de novela haba hecho mella. Aquel
joven Bernardo era su nombre- resultaba muy poca cosa para una muchacha como ella;
asegur que no la comprendera; que ella tena una sensibilidad demasiado esquisita y un
alma demasiado elevada, que slo le ofreca una vida prosaica y vulgar. As, Toda
ilusin, toda esperanza quedaban para siempre cerradas aquel tierno padre. Tanto, que
Una negra tristeza se apoder de l, y su salud declin rpidamente. Enferm, pues, de
pesadumbre. Vale la pena leer lo que vino despus:
En estas crueles circunstancias, un oficialito, pariente lejano de la familia fue
pasar algunos das de licencia en casa del padre de Eugenia. Su fastuoso intrpido
60
Idem. 61
Ibdem, pp. 135-136 62
Peligros de la lectura de novelas (conclusin), Crnica..., N 18, 11/07/1856, p. 140
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continente, su tono bravo y decisivo, su rara arrogancia hicieron una viva impresin sobre
la novelesca doncella. Las relaciones de sus campaas, de los peligros verdaderos
supuestos que haba corrido, inflamaron su imaginacin juvenil; y luego, cuando contaba
las magnificencias de la capital, las pompas de los teatros, de los bailes, de los paseos,
escuchbale ella pendiente de sus labios, palpitndole el pecho. Oh, que diferencia tan
inmensa estableca su imaginacin entre el brillante oficial y el honrado Bernardo que haba
osado a aspirar su mano! Crea ya en fin tener delante de s uno de aquellos seres
maravillosos, uno de aquellos hroes de dulce lenguaje, cuyo modelo le haban pintado las
novelas; crease la mujer ms feliz del mundo. El oficialito, acostumbrado a aquella clase
de victorias, conoci en breve la flaqueza de Eugenia, adul sus gustos, ecsalt (sic) su
imaginacin, habl a su alma, prodig los rendimientos y las promesas, y Eugenia fue
vctima de la seduccin. Ocho das despus el seductor volvi su regimiento.63
Pues bien, el final de esta novela anti-novelas no poda ser ms trgico, ms
propio del romanticismo criollo; suficiente como para que cualquier padre responsable
corriese a arrebatarle las novelas de las manos de sus hijas.
Llegu yo una noche al pequeo pueblo de ***; una fnebre comitiva se diriga al
cimenterio (sic) de la parroquia: ms de quinientas personas seguan el atahud (sic).
Pregunt una anciana, sentada delante de la puerta, y quien los aos impedan agregarse
al squito, la causa de la afluencia estraordinaria.- Vis, me dijo, aquella sepultura que se
abre junto la gran cruz? Va recibir la madre y al hijo de un da. Pobre Eugenia! Hace
algunos meses, la proponamos por modelo nuestras hijas, pero se dice que las novelas la
han perdido: cometi una falta que la deshonr, y el arrepentimiento, la vergenza y el
dolor la han conducido al sepulcro. Cul no ser, esclam (sic), la desesperacin de su
madre!- Por fortuna, me respondi, su madre muri hace mucho tiempo.- -Y su
padre?- Su padre se ha vuelto loco.64
Nadie escapa a la esttica de su tiempo, ni an al combatirla. Pero este no es el
punto. El sentido general de todo esto era el de dotar a los padres de criterios para la
63
Ibd., p. 141
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educacin moral de sus hijas, aspecto que si bien llama la atencin por lo pintoresco (a
nuestro criterio actual) de sus preceptos, no puede desligarse del todo mayor que conmova
al Obispo de Trcala: el de la ciudadana de los venezolanos. Esta moral cristiana no era
slo un camino para la salvacin del alma, sino para la recta praxis cotidiana de los
venezolanos, como ciudadanos de una repblica moderna y como miembros de la Iglesia.
No slo, por ejemplo, se preocupa Talavera del problema de la formacin de los jvenes en
la siempre peligrosa adolescencia, tambin se detiene en la infancia. Muy interesante es el
artculo La lactancia, firmado escuetamente por Un amigo de los nios, que aparece en
el nmero 39 (12/12/1855) y en el que critica a aqullas madres que por la vanidad
orgullo, la delicadeza molicie le entregan sus nios a nodrizas y le niegan la leche de
sus pechos a sus hijos, privndolos de uno de los ms sagrados derechos que le ha dado el
autor del universo.65
Relase la ltima frase y nos encontramos cmo para Talavera todo conduca hacia
el problema moral. Aunque acaso lo sospecha, el alegato no se fundamenta en las
propiedades nutritivas de la leche materna, cosa que tal vez no estaba entonces tan definida
como ahora, sino en el derecho natural del nio a recibirla: Toda madre que pudiendo, no
cra sus hijos, se hace culpable por quebrantar una ley natural de que nada la dispensa
(...) Formado el hombre para la sociedad encuentra en su destino la causa, la medida y regla
de sus derechos y obligaciones. Su derecho es el poder natural que se le confi de usar de
todas las criaturas, segn su fin y el de ellas (...) Estos destinos naturales son un tiempo la
base de toda la moral y el principio de todas las propiedades. Por ejemplo, la leche de
vuestros pechos pertenece vuestros hijos por un ttulo mucho ms respetable que aquel
porque debis algn da transmitirles vuestra herencia. No en vano dispuso Dios que este
lquido precioso saliese de vuestra propia sustancia sin trabajo alguno de vuestra parte. 66
Respetar los bienes agenos es un precepto inmutable, que en ningn tiempo se
puede violar sin crimen: apoderarse de ellos es una injusticia ms o mnos chocante segn
la variedad de sus caracteres y afectos. Cuanto ms necesaria es una propiedad, tanto ms
64
Ibd., pp. 141-142 65
La lactancia, Crnica..., N 39, 12/12/1855, p. 315 66
Ibd., pp. 315-316
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sagrado es el ttulo que la asegura su dueo y por consiguiente tanto ms enorme es la
injusticia del que la ocupa: pasa ser una especie de barbarie y crueldad, si aquel es dbil y
sin accin para defenderse; es una inhumanidad aun ms odiosa, si el propietario es un ser
quien les es imposible resistir; pero qu nombre se le podr dar si al ttulo de autoridad
rene el de custodio y depositario de aquella propiedad, y ha recibido adems de Dios el
orden de conservrsela y drsela? El de un crimen ms atroz y horroroso.67
En fin, He aqu, madres amorosas, el derecho natural que tienen vuestros hijos
sobre la leche de vuestros pechos.68
Por todo lo cual, Venerables Prrocos y celosos
Pastores de los pueblos, no dejis de inculcar en la ctedra del Espritu Santo los derechos
que tienen los nios la crianza por sus propias madres.69
La ctedra para ensear los
derechos. Y claro, no slo la del Espritu Santo, sino tambin las ms profanas de los
maestros.
Este aspecto es muy interesante. Prcticamente todos cuantos pensaron durante el
siglo XIX venezolano insistieron una y otra vez sobre la importancia de la escuela y con
ella, naturalmente de los buenos maestros- para alcanzar los sueos de progreso que se
haban trazado, sin contar con que muchos de ellos fueron tambin educadores, como
Fermn Toro, Juan Vicente Gonzlez y Cecilio Acosta, incluso el mismo Talavera. De tal
manera que esto de la educacin moral para generar una autntica ciudadana, no es un
aspecto restringido a las reflexiones del obispo. Pero pocos como l se acercaron tanto a lo
especficamente pedaggico, al cmo de tal educacin en lo referente a la moral. Por
ejemplo, al igual que en el artculo de la educacin de los idiotas, donde se acerc de una
forma inusitadamente tcnica para su poca segn lo que normalmente se discurra en el
pas- al problema didctico, en otro, una resea reproducida de El catolicismo (segn se
desprende, un peridico neogranadino) sobre un libro entonces recientemente editado en
Francia, Un maestro cristiano, de M.J. Monnier, en la Crnica eclesistica del 30 de julio de
1856 vemos resumida la esencia de lo que debe ser la educacin moral y del papel del
docente en la misma, incluso desde la perspectiva contempornea:
67
Ibd., p. 316 68
Ibd., p. 317 69
Ibd., p. 318
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186
Ciertamente que no somos de aquellos que ponen en duda la influencia de los
libros y la necesidad de hacer una buena eleccin entre tantos como hay; pero, cmo
suplir la fuerza del ejemplo? Cmo resistir esa accin incesante que ejercen sobre el
nio la palabra, el acento, la mirada, la actitud, la vida entera de un hombre que est
constantemente su vista? Consultad la experiencia, tended una mirada en derredor de
vosotros y quedaris aterrados de la influencia y de la responsabilidad de los maestros: su
formidable poder os har temblar por vosotros y por vuestros hijos.
Y cuando aqu hablamos de buenos maestros, no tratamos de hombres hbiles para
ensear las ciencias y las letras y para dispensar una slida instruccin. No nos faltan
instructores; lo que nos falta es educadores: el objeto, la misin del educador es elevar los
sentimientos y las ideas, formar el alma, el carcter, los hbitos del hombre y del cristiano.
Es necesario que desarrolle las facultades del nio que se le confa, que purifique sus
costumbres, que comprima sus pasiones nacientes, y finalmente, que perfecciones y
embellezca la obra del Criador. El educador, asociado al noble privilejio (sic) de la
paternidad, da al nio la vida intelectual y moral...70
Elevar los sentimientos y las ideas, formar el alma, el carcter, los hbitos del
hombre y del cristiano: mejor no pudo haber delimitado la funcin de la educacin, sobre
todo en clave de educacin moral. Es bueno resaltar una vez ms que segn apunta el autor
esto no se logra por la simple instruccin en disciplinas, sino en la vivencia, en el modelaje.
Tal elevacin, adems, de los sentimientos para crear a la vez un ciudadano (hbitos del
hombre, lo que en trminos clsicos se asocia a la ciudad, escenario de toda tica) y un
cristiano (que a la postre es tambin ciudad71
), como los dos ejes del hombre moralmente
educado, del venezolano que se necesita para la prosperidad del pas, tiene su contraparte
en lo que efectivamente estaba pasando, donde tanto la ciudadana como la fe (ya hemos
visto lo segundo con lo de los bailes y las novelas) corran ms bien grandes peligros.
70
Un maestro cristiano, Crnica eclesistica de Venezuela, N 73, 30/07/1856, pp. 584-585 71
Ustedes son luz para el mundo. Una ciudad edificada sobre una montaa no se puede esconder. Mateo 5,
14. La implicacin de ser una ciudad visible conllevaba un desenvolver determinado en la vida social.
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Muy llamativo es al respecto la nota que bajo el ttulo de Costumbres inciviles
apareci en el ejemplar del 5 de diciembre de 1855, N 39: all se critica a los caraqueos
por inciviles lo que, halando un poco las cosas pudiera decirse anti-ciudadanos- en los
templos, volviendo a interconectar lo religioso y lo cvico, y se clama porque, vase bien, la
escuela moderna, que parece estar haciendo lo contrario, remedie esto:
Cuando la civilizacin avanza y se remonta por todas partes, una sorpresa nos
causa la costumbre incivil, que por una fatalidad inconcebible, se ha establecido en Caracas,
la capital de Venezuela. Con pena vamos censurar esa costumbre, que pugna con la
civilidad de un pueblo, y le degrada hasta un punto muy inferior. Diremos lo que todo el
mundo presencia? Ah! Vergenza da decirlo; pero preciso es referir aquello que atrasa la
marcha progresiva de los pueblos cultos. Atienda el lector.
La escuela moderna, que debera mejorar las costumbres y maneras de nuestra
sociedad, parece que tiende enrudecer aquellas que la urbanidad civil, y el respeto a los
actos y lugares religiosos han establecido para el orden y la decencia del culto y sus
templos.
Sabido es que atrio o prtico de un templo, goza de inviolabilidad; y que todo
cristiano, que conozca sus deberes como tal, debe reverenciar mucho ese lugar que inspira
por su naturaleza respeto sagrado al hombre moral y bien educado aunque no sea catlico.
Pues pesar de todo, y para escndalo del mundo cristiano y culto, algunos jvenes y ms
que jvenes de Caracas han relajado esos principios tan venerados, y convertido aquel lugar
en alameda o teatro, para escitar la justa crtica del pueblo moral, y del extranjero
disidente y observador...72
Aquellos muchachos esperaban el final de las misas las de 8, 9 y 10 los das de
precepto- para formar dos filas por entre las cuales deban pasar las seoras y seoritas
que salan del oficio: Figrese, pues, el lector con cuanto rubor y molestia tendr el bello
secso [sic] por esta calle de nueva especie Y qu objeto poda tener esto? Qu otro poda
72
Costumbres inciviles, Crnica..., N 39, 5/12//1855, p. 313
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188
tener? Ya se trasluce con facilidad, que no puede ser otro que el de facilitar el roce, las
miradas poco decentes; y poner en tormento el pudor de una muger, que no trafica por el
camino de la disolucin...73
Ms all del escndalo que el encuentro entre los sexos y de la evidencia con la que
Caracas urga de alamedas y paseos necesarios para que los jvenes se reunieran y, porqu
no, vieran a las muchachas habra que esperar unos quince aos, a Guzmn Blanco, para
que esto se diese- lo que indigna a Talavera es ms profundo: Mucho sentimos que la
juventud de Caracas haya cambiado sus antiguas ideas de moderacin de una manera tan
reprensible (...) esperamos que convencida de nuestras observaciones, rectifique sus
costumbres sociales y religiosas...74
El problema, como se ve, es el de la educacin de
tales jvenes; el hecho de que no hagan lo que los hombres morales y bien educados
debieran hacer slo se puede deber pedimos disculpas por la perogrullada- al hecho de
que no lo son, pese a la escuela moderna. No por irremediablemente amorales lo hacen,
sino que por mal educados no pueden llegar a la moral: fjese cmo la escuela moderna en
vez de adecentarlos los ha vuelto inciviles e irreligiosos (categoras incluyentes para el
buen prelado). Pero hay algo peor: sin moral ni ellos, ni la patria, seran felices.
e. La felicidad de la patria.
De Aristteles en adelante casi todas las ticas parten de la premisa de que el fin
ltimo al que aspira el hombre es la felicidad. La suya propia, inicialmente; pero como
todo hombre vive en comunidad (es ciudad, recurdese), la felicidad de sta ha de ser,
subsecuentemente, el fin de la suya. Para un moralista del siglo XIX, pero en particular
para uno que haba sido lder preponderante del movimiento que llev a la creacin de la
repblica, como lo fue el Obispo de Trcala, este principio mantena vigencia, pero la escala
de la comunidad adquira una dimensin nueva: la felicidad no era ya la de la ciudad o la
del reino el de ac o su modelo, el de Dios- como en el pasado, sino la de una nueva
instancia de lo poltico: el Estado moderno, de contenido nacional, que en Amrica
asimilamos latamente a la nocin de patria.
73
Ibd., p. 314
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La idea de patria, como elemento vinculante fundamental de un colectivo que, por
ser su pueblo, pasaba a ser el soberano en tal territorio, le ahorr a los latinoamericanos el
problema, no resuelto realmente a lo largo del siglo, de no tener una, digamos, solidaridad
orgnica tan afianzada en vnculos tnicos (raza, religin, idioma) capaces de
diferenciarlos de los otros pueblos y de determinar hasta dnde llegaba una soberana
determinada, como implic la idea de nacin en Europa. Como no es tan fcil diferenciar a
un venezolano de un colombiano, o a stos incluso de un espaol, como se diferencia a un
ruso de un alemn, entonces se recurri a una variable ms tangible: el lugar de
nacimiento. Pero hay ms, a la idea de patria tambin se asoci al sistema que la hizo
posible, es decir, el liberalismo, frente al orden monrquico, identificado con Espaa.
Pues bien, esa felicidad de la patria como la felicidad del colectivo, es el fin ltimo
de toda la reflexin moral del Obispo de Trcala, que resume con ms o con menos la del
resto de sus contemporneos, pasaba por dos cosas. Es ac donde vienen a unirse las partes
de su sistema tico-poltico. Hemos venido viendo varias aspectos del mismo, por ejemplo
su frmula de educar moralmente a la poblacin y de que esa moral sea la cristiana. Hasta
ac todo bien y dentro de los parmetros del pensamiento catlico de todos los tiempos,
pero ahora viene el giro: todo eso es para darle efectividad a la repblica, no tan slo a la
res pubilca christiana de los escolsticos (aunque no es descartable algn tributo a las ideas
suarecianas, cuya influencia en el pensamiento de nuestros libertadores ya ha sido ms que
comprobada75
), sino en algo ms: en ese matrimonio del pensamiento catlico (bien que de
raz suareciana: qu mejor que ella para el caso) con el liberalismo que ya hemos venido
sealando. La institucin de un rgimen republicano, y la consolidacin de un espritu
catlico como contenido de tal rgimen y fuente energtica de sus virtudes, he all el punto
de su propuesta. La educacin moral, entonces, era slo un medio, un aspecto ms del
esfuerzo colectivo por alcanzar este estado. Hay un artculo, publicado en el N 43 de la
Crnica... (2 de enero de 1856), que es todo un texto doctrinal al respecto y que, por lo
marcadamente liberal, casi sorprende que haya venido de la pluma de un sacerdote de
74
Idem. 75
Vase: Jos Mara Echeverra: Las Ideas Escolsticas y el Inicio de la Revolucin Hispanoamericana. En:
Montalbn. N 5. Caracas: Universidad Catlica Andrs Bello. 1976. pp.279-338
-
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entonces. Poltica Moral es su ttulo76
y tal vez debera contrsele entre los mejores
textos del pensamiento tico-poltico venezolano. Resummoslo brevemente.
No hay en la tierra especie alguna de gobierno que se pueda comparar con el que
deposita en las leyes un poder inviolable, hacindole superior todas las sugestiones de los
hombres. En l la seguridad del gefe est afianzada de una manera indestructible, al paso
que crece la prosperidad del pueblo. Slo los que estn persuadidos de esta verdad, harto
demostrada en el da por las fatales esperiencias de los tiempos, apreciarn debidamente los
esfuerzos del gobierno, por el restablecimiento del imperio de las leyes. Sabia, ms no
poder, fue la respuesta de Teopompo, rey de Lacedemonia, su muger: echndole esta en
rostro que iba dejar mnos absoluto el cetro a sus hijos por la creacin de los Eforos,
contest: verdad es, se lo dejar mas limitado; pero mas segura duracion. Esta ida tiene
una exactitud palpable, porque no hay poder seguro como no sea moderado.77
La moderacin del poder redunda entonces en tantas ventajas para los hombres (la
aducida de la prosperidad es tan slo una) que cuando el gobierno es desptico, el pueblo
no puede temer que ningn cambio venga sumergirle en condicin ms desgraciada; de
aqu nace que los particulares empiecen a desear que se forme alguna revolucin en
cualquier parte del Estado, y que acaben ms tarde ms temprano por lanzarse todos los
horrores de una guerra civil, esponindose mayores males, con la sola esperanza de
libertarse de los que les agravian.78
Acaso, una vez ms, la herencia suareciana del
derecho al tiranicidio? Tal vez, muy al fondo; pero lo que sigue es una defensa tan
encendida del sistema de libertades que bien explica esta legitimidad a la rebelin que nos
expone el Obispo de Trcala, al fin y al cabo un rebelde buena parte de su vida:
El pueblo paga con gusto las contribuciones, por grandes que sean, cuando ve que
han sido determinadas por una verdadera sancin legislativa; siempre supone en este caso
que la ley ha sido dictada por la razn y las necesidades; pero los impuestos mas ligeros le
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