mensaje por la vida consagrada noviembre 2014
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Mensaje de los Obispos del Paraguay por el Año de la Vida Consagrada
Queridos hermanos y hermanas,
Los Obispos del Paraguay, Pastores del Pueblo de Dios, nos dirigimos a ustedes, en adhesión al
“Año de la Vida Consagrada”, decretado por el Papa Francisco, desde la fiesta de Cristo Rey del
2014 hasta el 2 de febrero de 2016.
Queremos mirar juntos a esa pequeña porción de Iglesia, personas que de alguna manera u otra son
consagradas por Dios en el servicio del Evangelio. Sepamos leer el signo que son en nuestra
Iglesia, agradeciendo a Dios por su testimonio, y renovando nuestros propios compromisos.
Dios nos llama a todos a una vida plena: la vocación cristiana a la santidad. Se la vive en la familia,
en la comunidad, en donde “dos o tres se reúnen” en nombre del Señor. Todos somos consagrados
por el bautismo pero existen formas de vidas distintas: la vida matrimonial, unos servicios
específicos en la Iglesia, los ministerios del Orden Sagrado y lo que llamamos “vida consagrada”.
Según el Concilio Vaticano II y las orientaciones del Magisterio de la Iglesia, son las personas que
hacen de esta consagración el centro especial de sus vidas.
¿Quiénes son?
No es fácil “delimitar” quiénes son esas personas consagradas. Hay tantas formas de vida para
expresar este compromiso. En medio de nuestras comunidades, encontramos religiosas y religiosos.
Con hábitos de diversos colores y formas, o sin hábito particular. Hombres y mujeres. Jóvenes,
adultos, ancianos y ancianas. Algunas de esas personas pertenecen a organizaciones grandes con
una larga historia, las órdenes y las congregaciones más conocidas como los Jesuitas, los
Salesianos, las Teresianas, las Hijas de María Auxiliadora, las congregaciones de la numerosa
familia franciscana, etc. Hay quienes pertenecen a pequeños grupos. Varias congregaciones tienen
extensión internacional. Otras son fraternidades locales, algunas son fundaciones paraguayas. Entre
ellas, hay una gran variedad de estatutos jurídicos. Algunas hacen votos públicos, otras hacen
promesas privadas; algunas son de “derecho pontificio” otras de “derecho diocesano”. Están
también las “Asociaciones de Vida Apostólica”, lo que llamamos los “Institutos Seculares”. Son
todas formas de “Vida Consagrada”.
Tal vez el rasgo más visible es que son personas que no se casan. Viven la misma forma de Jesús
casto, pobre y obediente. Les llamamos “hermano”, “hermana”. Son conocidas como gente de
oración. Su “consagración” significa que su vida es una ofrenda. Es como si tuvieran escrito en la
frente que su existencia es enteramente de Dios y para Dios.
Están en varios tipos de trabajo: en la pastoral, en la educación, en las artes, en las comunicaciones,
en la misión indígena, en el diálogo interreligioso, en la salud, en varias organizaciones y diversas
obras sociales, en la animación espiritual. Algunos trabajan en la agricultura, en el servicio
doméstico, en varias profesiones, otros salen a la misión “ad gentes” en varios lugares del mundo.
Los sacerdotes de las parroquias y en las diversas pastorales reciben la “consagración” propia del
Orden Sagrado. Muchos de ellos son diocesanos: han dado sus vidas por el ministerio pastoral. Un
buen número son “religiosos” pertenecientes a diversos institutos de vida consagrada.
Una pequeña porción de esos consagrados y consagradas vive en monasterios y se dedica a la
oración contemplativa y la intercesión. Son como un corazón vibrante que no se ve pero palpita y
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hace circular la sangre de la oración en nuestra Iglesia. Son como una vela de vigilia encendida
para decirle a Él que estamos en su presencia y recordarnos a nosotros que Dios siempre está a
nuestro lado.
La mayoría vive en comunidades o fraternidades. Existen pequeñas comunidades insertas en los
barrios pobres, en algunos asentamientos, en nuestros vecindarios, entre los campesinos y entre los
indígenas. Hay también grandes casas ligadas a grandes obras de servicio educativo y social.
Son animadores y animadoras de varios movimientos de espiritualidad. Algunos son personas de
sabiduría a quienes la gente acude para recibir acompañamiento y formación espiritual. Son
personas que hacen un largo proceso de formación que incluye elementos de teología, de
espiritualidad, de integración humana, además de una preparación profesional.
Son marcados por sus “padres fundadores” y “madres fundadoras”, personas que llevaron una
intuición providencial en algún momento histórico de la Iglesia. Las personas consagradas de hoy
llevan la memoria de esos hombres y mujeres, entre los cuales hay varios santos y santas de culto
público como la Madre Teresa, San Francisco, San Vicente, Santo Domingo, y tantos otros que han
sido y siguen siendo un don para la Iglesia y la humanidad.
En nuestro país, una gran proporción de estos consagrados y consagradas se agrupa en una
asociación que es la Conferencia de Religiosas y Religiosos del Paraguay (CONFERPAR), fundada
hace más de 50 años. Mediante esta Conferencia, los consagrados y las consagradas se reúnen para
reflexionar, rezar, formarse, hacerse presentes en la Iglesia y en la sociedad. Los Institutos
Seculares también tienen su Federación.
En fin, es tanta la variedad de las personas consagradas que no es fácil definirlas, simplemente las
reconocemos por su forma de vivir y por su misión entre la gente y los pobres. Son una presencia
plantada en nuestra Iglesia para expresar lo absoluto de la gracia de Dios. Ellas mismas no
pretenden otra cosa que vivir su bautismo “de todo corazón”1.
¿Qué nos dicen?
La vida de esos hombres y mujeres nos cuenta antes que nada la generosidad de Dios que suscita en
nuestra Iglesia, entre muchos otros, este carisma multiforme de una vida “consagrada”. El Señor es
tan grande y generoso que llama a esas personas para “estar con él” (Mc 3,14) y compartir su
misión. La Vida Consagrada expresa la gran diversidad de dones en nuestra Iglesia.
La vida de esas personas y comunidades nos habla sobre todo de la primacía de Dios. Para seguirle
a Él en la persona de su Hijo, vale la pena “dejar todo” y vivir como sus discípulos misioneros,
asumiendo la vida de oración, la vida fraterna y la evangelización.
El testimonio de los consagrados es también un ejemplo de solidaridad con los más pobres, de
servicio a la Iglesia, de generosidad en la misión. Siendo gente apasionada por Dios y por la
humanidad, nos hablan de nuestra propia vocación al amor (1Juan 4, 20-21; Juan 13,34; 15,12;
Mateo 22,37-40). Esta pasión es un don de Dios a su Iglesia.
1 Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, ¡Alegraos!, Carta
circular a los consagrados y consagradas hacia el año dedicado a la Vida consagrada, 2 de febrero del 2014.
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¿Qué sentido tiene hoy la Vida Consagrada?
Para algunas personas, la Vida Consagrada es una expresión ya “superada” que no tiene más sentido
hoy. Sin embargo, tal vez podemos reinterpretar la señal que ellos representan para iluminar nuestra
realidad.
En una sociedad violenta a fuerza de egoísmo y lucha por el lucro, la vida fraterna y los votos de las
personas consagradas nos hablan de refrenar el afán de riqueza, protagonismo y poder, en la
construcción de un mundo donde brillen los valores del Evangelio. Las fraternidades religiosas,
muchas veces internacionales e inter-generacionales, no fundadas en vínculos de sangre sino en la
comunión de fe, son el lenguaje de la convivencia en la diversidad de dones, muestran el camino de
la paz y del amor, buscando unidad y armonía.
Algunos ven a los institutos religiosos como empresas que captan fondos y generan riqueza.
Reprochan a sus integrantes la contradicción entre sus votos y su poder económico. Hay otros
institutos muy pobres que viven como los demás pobres. En medio de esas aparentes
contradicciones, la Vida Consagrada intenta indicar un posible camino hacia una economía más
sostenible y solidaria. Al mismo tiempo testimonia moderación y compartir que, lastimosamente,
ya no son más valores para nuestra sociedad de consumo.
Algunos reprochan a las personas consagradas un “alejamiento de la vida”. Les parece que sus
votos los enajenan de la vida familiar, de la vida sexual, de la vida política. Tal vez, somos aquí
interpelados por la Vida Consagrada a dejar de considerarnos dueños de la vida y aceptar una cierta
distancia afectiva que nos ayude a ser más libres y sabios ante los desafíos de la realidad. Esta
libertad permite escuchar las voces que el ruido global silencia: los marginados, los excluidos, las
mujeres, los enfermos, los indígenas, los niños y jóvenes abandonados. Saludamos el aporte
silencioso pero eficaz de las consagradas en la lucha contra la opresión hacia las mujeres. Así, el
“alejamiento de la vida” en la oración, la soledad y la interioridad, es un humanismo nuevo, un
abrazo diferente a tanta vida amenazada.
Un año de la Vida Consagrada, ¿para qué?
Durante este año de celebraciones y conmemoraciones, estamos invitados a volver a interpretar el
signo que son los consagrados en nuestra Iglesia. El Papa apuesta que esta mirada y el contacto
renovado con ellos nos pueda animar y ayudar a tomar consciencia de que somos llamados a servir
el Reino de Dios, a vivir en comunidad, a descubrir a Dios en la oración, a solidarizarnos con los
pobres. Es una invitación a renovar la gracia de nuestro Bautismo. El Año de la Vida Consagrada
no es un Jubileo reservado sólo a las personas que han hecho sus votos en el seguimiento de Jesús,
es más bien un gozo para toda la Iglesia por la riqueza de la gracia recibida del Señor. De ahí,
estamos llamados a renovar el compromiso bautismal.
¡Qué bueno es descubrir muy concretamente cómo la Vida Consagrada ha plantado hondas raíces en
nuestro país! Recordando a hombres y mujeres que marcaron la historia de nuestra evangelización,
desde los primeros anuncios del Evangelio hasta hoy, podemos agradecer a Dios que nunca ha
dejado de cuidar el crecimiento y el fortalecimiento de su pueblo. Este año de la Vida Consagrada
es para hacer memoria de nuestros santos, de San Roque González de Santacruz y compañeros
mártires, de los Franciscanos Fray Luis de Bolaños y Fray Juan Bernardo, que tradujeron el
catecismo en guaraní, de los grandes pastores como Juan Sinforiano Bogarín, Ramón Bogarín,
Ismael Rolón, el Pa'i Julio César Duarte Ortellado, de los misioneros valientes como el Pa'i Puku y
Monseñor Van Aaken, de mujeres entregadas como Piché y la Chiquitunga. Esas raíces profundas
sostienen el árbol de la fe en nuestra tierra. Reconozcamos cuánto le debemos a esas personas que,
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al entregar sus vidas, han contribuido a mejorar nuestra sociedad en los varios campos de la vida
social, sobre todo en la educación integral de nuestro pueblo.
Debemos también agradecer a Dios porque aquí nacieron algunos institutos de Vida Consagrada
como las Dominicas del Santísimo Sacramento del Altar, Vida Evangélica y otros. Y la historia no
termina: hoy están naciendo nuevas formas, nuevos institutos, nuevos carismas, para responder a los
nuevos desafíos.
Estamos invitados a rezar por esos hombres y mujeres para que brille siempre más su signo
evangélico en la Iglesia, para que su carisma nos contagie, y que sean coherentes, felices y alegres
en su testimonio. Debemos también pedir a Dios, que en medio de las familias evangelizadas siga
llamando a numerosos jóvenes que se ilusionen por el Reino y consagren sus vidas a su servicio.
Sigamos la mirada en esas personas consagradas que tienen “los ojos puestos en Jesucristo” para
“correr la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12,1-2). Las personas consagradas en realidad
no son más perfectas, su vocación no es superior, no son más santas que los demás. Con sus vidas,
con sus limitaciones y fragilidades, con su fe y sus obras, procuran mostrar a la Iglesia una imagen
siempre renovada de su propio compromiso bautismal. La amistad con ellas y ellos nos anima a
seguir en el “servicio del Reino de Dios”.
Agradecidos, pues por el “Año de la vida consagrada” recibamos la Bendición de Dios por la
Virgen Santísima y la intercesión de nuestros Santos Roque González y compañeros Mártires.
LOS OBISPOS DEL PARAGUAY
7 de Noviembre de 2014
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