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LO FALSO ES
SUBLIME ...
Feliciano Fidalgo
Lo falso es sublime, es fantasía, y porello es sórdido también, como todacreación; y su descarrilamiento desde lacumbre del goce puede conducir, y así
sucede, a la tragedia, al crimen. Lo falso es un doble de la vida, es la vida.
David Stein, valorado como el más grande falsario del siglo XX, ya ha pintado cerca del medio millar de cuadros falsos de Picasso, Modigliani, Braque, Miró, Kandinsky ... Stein era periodista en París, y llegó a no tener un centavo en el bolsillo; para matar el tiempo, en su estudio, se dedicó a imitar telas de Cocteau y de Picasso; un día, un marchante, vio la obra y le propuso venderla como auténtica. Y ya no se detuvo; engañó al mundo entero y en un año ganó un millón de dólares. Picasso fue alertado por el comprador de un falso «pastel» de Stein; este, sin más, tras readquirir la obra falsa, se presentó en el domicilio del pintor malagueño, que observó detenidamente el «pastel» y concluyó: «esto corresponde perfectamente a lo que yo hacía en aquella época»; sin más pamplinas escribió sobre la obra con su puño y letra, «este dibujo es mío, sin duda»; y firmó, Picasso.
André Malraux, en La voz del silencio ya pontificaba: «Todo artista comienza por el pastiche»; y no se equivocó con Femand Leger, que pirateaba cuadros de Corot; ni con Magritte, que fue la espuma de la quintaesencia del surrealismo, pero tras sus imitaciones escandalosas de Klee; incluso llegó a falsear un Max Emst, hoy colgado en la National Gallery de Londres.'Y, para no seguir, sépase que los cuadros «falsos» del Stein precitado figuran en la mayor parte de las grandes colecciones del mundo.
Lo falso es el reestreno permanente de todas las frustraciones de una vida; dicho de otro modo: es la posibilidad cotidiana del triunfo del sexo sobre el amor; algunos lo aceptan; son los que han nacido para dioses; pero la humanidad lo soporta, y de ahí la tragedia. Umberto Eco, el profesor/ escritor italiano, autor incombustible de El nombre de la rosa, ya se pasmó a un tiempo ante el mundo de la mentira cuando en su otro libro, La guerra de lo falso, sentenció: «El
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falso absoluto es el hijo de la consciencia desgraciada de un presente sin espesor». Mucho menos metafísico en apariencia, Louis Ferdinand Celine, un monstruo del índice más exquisito de la literatura francesa, avalista real y esotérico del nazismo, dudó de todo cuando anotó suavemente: «Por el momento sólo los hechos cuentan, y no por mucho tiempo». Otro autor, Erik Satie, destiló humor envenenado: «Aunque nuestros informes sean falsos, no los garantizamos». Paolo Fabbri: «Los verdaderos expertos son como los poetas: producen saber sin saber cómo producirlo». Jacky Foygeray, responsable de la sociedad Staff-Communication: «La única verdad es el deseo del individuo, es decir, lo que desea de él mismo y lo que desea del otro». Y ahora, un bocadito ligero, ofrecido por Fifi Chachnil, creadora de sus propios modelos: «La palabra «falso» representa para mí lo más verdadero que existe. Lo falso forma parte de mi vida desde por la mañana hasta por la noche: empieza con las falsas cejas y el pelo falso de buena hora; también visto ropas con eso que se llaman falsos materiales, como el «nylon», la piel ciento por ciento acrílica, etcétera».
Lo falso fascina e inquieta. Falsificación, falsario, impostor, engaño, copia, trampa, imitación, piratería de derechos de autor, de licencias, de marcas, no son más que palabras-guante blanco de otra manera de «beber» la vida y, también, de una batalla de números, con frecuencia reconvertibles en sangre de muerte. Lo falso puede ser el esperma de otros seres de un mundo mágico sin «más allá»; por ahora, aún el negocio de lo falso es la forma de guerra civil, cruenta o no, del mundo de la cibernética: el volumen de las transacciones totales de lo falso alcanza la cifra anual de 100 mil millones de dólares en el planeta, lo que representa el 5 % del comercio mundial; en el mismo período, esta «triquiñuela» destruye 130.000 puestos de trabajo en Los Estados Unidos, y más de 100.000 en el área del Mercado Común. La falsificación no se limita a las obras de arte y a las industrias de lujo, sino que se filtra en todos los sectores de la actividad económica que, en principio, garantizan beneficios sustanciales: recambios de aviones, pesticidas, equipos electrónicos, recambios de automóviles, productos audiovisuales ...
Más de 60 países en el mundo participan en esta «corrida» (luces y tragedia) de lo falso. Se fabrica, se distribuye, se vende, y su organización es «de ley»; sus posibilidades técnicas y financieras deslumbran, como las de cualquier multinacional «de derecho», México, Brasil, Corea del Sur, Taiwan y Japón son los países líderes del «asunto» de lo falso.
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A propósito de este terreno movedizo, la firma de joyas y artículos de lujo mundialmente conocida, «Cartier», organizó a lo largo de todo el verano último, en las cercanías de París, una exposición deslumbrante sobre lo «verdaderamente falso». Yo tuve la ocasión de visitarla, y llegué a atollarme hasta el cuello nadando por la realidad de lo falso. Calderón no hubiese escrito El gran teatro del mundo de haber bebido en este abrebadero suntuoso de lo «verdaderamente falso»; ni Sahkespeare, en carne y hueso en estos entrebastidores del tercer milenio, hubiera llegado al desguace absoluto de la tragedia de la condición humana.
Tres de los cuatro elementos del simbolismo universal protagonizan la escenificación de lo «verdaderamente falso»: la tierra, el agua y el fuego, que son a la vez dobles y antagonistas, generadores y destructores, inestables, provocadores de desconfianza y, al tiempo, esenciales, purificadores y ambiguos.
Entrar en la exposición fue, para mí, «caer» en el otro mundo, en el verdadero mundo de lo verdaderamente falso. En la primera escenificación, la tierra, símbolo de vida y muerte, cubre el suelo, las paredes; los objetos están parcialmente enterrados; la luz se incorporó al decorado; y los productos alimenticios falsos, las monedas falsas, los productos farmacéuticos falsos fuerzan la interrogación, «les de verdad que esto es verdaderamente falso?»; el coñac francés Remy Martin aparece reproducido en Taiwan, donde ha cambiado de «apellido» para que nadie lo denuncie, y se nombre Rimy Martin. A partir de este instante ya uno piensa, «lestamos en el mundo de lo racional, de lo verdadero? Los relojes Cartier, falsos-verdaderos, son toneladas, almacenados en tubos de cristal gigantescos; las casetes de Luis Mariano, Tino Rosi, Julio Iglesias. Todo es verdadero, porque todo se vende en el mundo; pero es falso. Y ya se duda de algo; hay que apoyarse en un tabique; ha comenzado una ceremonia de la confusión.
El segundo acto de lo «verdaderamente falso» es una galería; las paredes aparecen cubiertas por otro símbolo, el fuego, purificador y destructor; la luz, conseguida por medio de proyectores y trucajes, surge de las paredes. El lugar es tétrico por su simbolismo; toda la galería es, de verdad de verdad, el «bunker» auténtico de Goering, el gerifalte nazi, enclavado en este paraje que, ahora, maravillosamente, se burla de la historia con el nombre de la «Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo». En este instante de mi «perdición» por los meandros de lo «verdaderamente falso», el «bunker» del crimen es
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una discoteca, falsa, pero de verdad, e invita a algún «strip-tease» provocador, púdico. La «fulana» de lo falso, la protagonista innombrable es Mona Lisa, la Gioconda, es decir, las mil Giocondas pirateadas en el mundo, desde la anónima del siglo XVI hasta otra que coquetea con un gafotas guarda jurado, o la que se viste de militar: este es el mundo de la giocondología, vecino de la Ultima cena verdadera, falsa, en que Cristo coquetea, de verdad, con sus apóstoles, que lo manosean descaradamente mientras El se manifiesta asustado, y lfalsamente comprensivo? lDónde termina el arte y dónde empieza el esnobismo, dónde está la frontera, qué es el arte? Y a no es posible escapar de lo «verdaderamente falso».
El tercer episodio de lo «verdaderamente falso», en esta exposición-teatro total del mundo se desarrolla en una pirámide. Es el veraneo de la falsedad; los espaguetis y arroces que aparecen en los escaparates de Tokyo son absolutamente de verdad, falsos. lPero cómo creerlo? Una especie de ducha que cambia de chorro, y de brillo y color, en función de jaleo de palmas por sevillanas, por ejemplo, encandila; pero resulta que no es agua, claro. Aquí, lo verdaderamente falso entra en religión; en la religión de la creación de futuro de la civilización del saber cibernético. Los objetos emergen de aguas tranquilas agitadas, símbolos del reflejo, del doble, o del espejo. La disposición interior de las lagunas permite caminar sobre un elemento acuático, y la luz se hace dentro del agua. Es el mundo de las realidades artificiales, del arte y de la ilusión, de la simulación, del juego y de las apariencias. Es, sin más, lo falso verdadero, criatura del conocimiento científico. Es el mundo de la fecundación «in vitro», de las prótesis médicas, robótica, inteligencia artificial, alimentos síntesis, teléfono erótico.
Más claro: el corazón ya es un <�uguete» de la ciencia: aún no existe ningún pulmón artificial (falso), pero sí máquinas corazón-pulmón dotadas de una membrana que cambia el oxígeno; el riñón artificial (falso) es ya cosa de nada; el páncreas, glándula esencial que produce la insulina controladora de la tasa de glicemia de la sangre, ya busca de la mano de la ciencia el camino de «lo falso» (artificial); el sexo artificial es una «mercancía» de la biónica; con él se camufla la impotencia masculina, por medio de erecciones artificiales-falsas; en el interior del miembro, en el canal urogenital, se enchufa sobre el sistema vascular un tubo de plástico, unido en la entrada a una minúscula bomba manual implantada en la bolsa testicular, y en la salida se une a la válvula del cuerpo cavernoso; es el propio impo-
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tente sexual quien acciona la bomba que, a su vez, hincha el circuito de plástico.
La industria biométrica se lo ofrece todo, o se lo ofrecerá en breve, al peatón de la historia. El hombre nuevo será verdaderamente falso, salvo que resucite Lenin.
Un moralista de cualquier especie o religión vivientes, ante lo falso, adopta una posición ética; esto es, los destrozos y crímenes de lo falso corren el visillo que oculta la probable mentira de lo verdadero. En el año 1983 se vendió un millón de píldoras anticonceptivas falsas; y recuérdese el caso del aceite de colza. Pero, lquésignifican esos datos, aunque cruentos, para negar la realidad imparable, y benéfica, de lo falso? El falsario artístico puede ser un ratero, un estafador, un fracasado, pero incluso al público, y sobre todo al público, su «pirueta» vital le resulta divertida. lPor qué habría de desaparecer?
Una cierta modernidad dice que lo falso es igual a lo verdadero y, en definitiva, corresponde a una actitud irónica respecto a los genios. Lo verdadero, lo de hablar con la verdad se manipula mucho en política, en todos los espacios morales del quehacer, en la vida; pero las gentes, con frecuencia pasmosa, se determinan más por otro tipo de hechos, actos o signos que rozan lo mágico. A las gentes no les gusta la verdad, sino una suerte de metáfora nihilista, es decir, les gusta lo falso y no lo verdadero.
Pero lo menos abstracto, lo más tangible y vivo, cuando se pretende perfilar el protagonismo de lo falso, se sitúa en el plano de lo humano, o de lo inhumano, que es la imagen más acertada de las relaciones entre los individuos de diversa especie que componen la maquinaria del universo andante. lQué sería del devenir del mundo sin esa búsqueda de la armonía simbolizada por la compenetración entre el hombre/ mujer, la mujer/mujer, el hombre/hombre o las mezclas inherentes? ¿y quién si no lo falso es el garante de todas esas posibilidades que le dan nombre y apellido a la continuidad de la raza de los respirantes?
Cuando a una mujer la identifican como «bella», no siéndolo, el escalofrío del amor es luz de eternidad de placer efímero. No es posible más. Cuando a un hombre le dicen «me gustas», siendo falso el aserto, su impotencia se desmaya.
El matrimonio, fundamento de la sociedad beligerante, sólo subsiste gracias al abanico de posibilidades de lo falso. Cada cual conoce su caso. Voy a contar el mío, verdaderamente verdadero:
Una noche de mediados de la década de los
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años 60, en París, conocí la mujer de mi vida: era rubia, veinte centímetros más alta que yo, bellísima, teta justa y oportuna, culo adecuado a la imaginación antifeminista, todo. Nada más. Nuestra primera noche «de bodas» la celebramos cenando en la Isla de San Luis, en un coqueto restaurante «inventado para nosotros dos». Tras el ágape maravilloso, aderezado con miradas infinitas de obscenidad y ternura, lcómo prolongar la ventura? En un primer espacio nocturno, bebiendo por beber, nos declaramos amados; en otro lugar semejante, faltó un tris para que nos expulsaran a causa de la locura que, para nosotros, era el refresco de lo sublime; más allá, en otro antro nocturno, yo me arrodillé, ante el pánico del gentío, y besé a mi amada en el centro geométrico de la falda que apuntaba al sol de mis tergiversaciones: su sexo vertical. Y a no era posible más. Eran las cinco de la madrugada, había que acostarse. Tomamos un taxi, diluviaba, ella se hundió en mis brazos y, de repente, algo reventó: y fue ella quien comprendió y me hizo comprender que yo no me había dado cuenta que ella era un hombre, un travestí.
Como un martillazo en la noche, con su asentimiento, le grité al taxista: «pare». Y me quedé solo en el bulevar de Montparnasse. Bajo la lluvia, como si fuera el sol de Castilla en agosto, caminé una, dos horas; en un momento determinado adiviné luces resplandecientes y aceleré el paso hasta la fachada del edificio que me cegaba: «ldesea ver al cadáver?», me interrogó un vigilante. «Sí», le respondí. Y caminé por un pasillo encresponado hasta una sala inmensa, también vestida de negro, en cuyo centro, en efecto, reposaba un féretro. En su interior yacía el cadáver del Secretario General y fundador del Partido Comunista Francés, Maurice Thorez. Giré, o me paseé a su alrededor durante media hora aproximadamente. Y desaparecí; al día siguiente lo enterrarían definitivamente.
Durante dos meses temblé a diario recordando la primera verdadera mujer de mi vida, falsa. En ese tiempo, por desconfianza en mí mismo, apenas en algún momento barrunté la posibilidad de masturbarme. Todo me amedrentaba.
Lenta y cautelosamente me zafé del atasco. Y, por fin, una noche, me sentí liberado cuando, en otro lugar de la vida nocturna, corrí la aventura de las mujeres: una, otra, otra, hasta que dí con la segunda mujer de mi existencia; bailamos un tango, enroscados a lo loco; era otro hombre. Hay gente, en efecto, que nunca se ha equivocado, porque nunca ha vivido. Y tendrán ...a.. razón. Pero lo falso, es el azucarillo de � un café, o viceversa. �
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