laciudad plebeya
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1
LA CIUDAD PLEBEYA. EL ALTO Y LAS IDENTIDADES INDÍGENAS
Daniel Inclán
Pero si el criterio de autenticidad llega a fallar ante la
producción artística, es que la función social del arte en su
conjunto se ha transformado. En lugar de su fundamentación
en el ritual, debe a aparecer su fundamentación en otra praxis,
a saber: su fundamentación política.
WALTER BENJAMIN, La obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica
El hecho de que los autores fracasaran aquí tan
estrepitosamente con su cháchara porfiada de lo eterno y o
primitivo, se debe a la poco elegante y periodística prisa de
querer apropiarse de lo actual sin haber aprendido lo pasado.
WALTER BENJAMIN, Teorías del fascismo alemán
Ciudad clandestina
Sebastián Mamani vive un viaje de retornos interminables y de experiencias diversas,
de su comunidad a la ciudad de El Alto, de ésta a su comunidad, y así hasta que muere
en Wilkani al realizar el ritual del danzanti, baile sagrado que dura hasta que el
ejecutante se inmola por la comunidad. Durante este proceso vive de diversos oficios:
militar, jefe de comunal, agente secreto, carpintero de ataúdes. Sebastián Mamani es el
personaje principal de la película La nación clandestina, de Jorge Sanjinés, filmada a
finales de la década de los años ochenta del siglo veinte. La vida de Sebastián es la
metáfora de la difícil y contradictoria condición indígena de Bolivia, su existencia se
desenvuelve en un tiempo concéntrico –en el que las multitemporalidades de la
experiencia se sintetizan–, en la eterna búsqueda de la identidad en un contexto de
censura institucional y autocensura interiorizada.
Sebastián representa a los miles de indios bolivianos que parten de sus tierras para
buscar en las ciudades los medios de sobrevivencia y otra forma de vida; en ese viaje
hacia lo urbano lo que encuentra es un pasado comunal que nunca abandona y que lo
obliga a reconsiderar sus raíces, simbólica y materialmente. El viaje de regreso de El
Alto, la ciudad indígena por excelencia, a su pueblo es con la máscara del rito del Jacha
Tata Danzanti a cuestas, como corporalización de la visión dual del orden andino –con
un ojo hacia adelante y otro hacía atrás. El cuerpo de Sebastián lo conforma la densa
memoria de sus antepasados representada en la máscara, que hace especialmente a un
Doctorando del posgrado de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de
México. Estudioso de la historia de la constitución de sujetos modernos en América Latina en torno a la
producción y reproducción del espacio. Trabajos realizados sobre la ciudad de México y Buenos Aires.
Actualmente dedicado al estudio de la filosofía latinoamericana contemporánea. Vive en la ciudad de
México en Ángel Urraza 218 interior 10, colonia Narvarte, delegación Benito Juárez, ciudad de México,
c.p. 03020. Correo electrónico: ttessiss@yahoo.com.mx.
2
artesano alteño para que él pueda llegar al territorio del que nunca salió, el de la
identidad indígena, que llevó en su espalda toda la vida.
Pareciera que el viaje de Sebastián a la ciudad significaba la ciudadanización de su
existencia, expresada en el cambio de su apellido, innegablemente indígena, a uno
“gringo”: de Mamani a Maisman. En este intento de salida llega a otra expresión de la
condición indígena, que por más que la fuerce no pierde su densidad, a pesar de su
autodesprecio.1 El Alto, la ciudad a la que arriban los migrantes, no es una ciudad
cualquiera en la que las identidades históricas se diluyen en la velocidad de las prácticas
urbanas, en la vida homogeneizada que está detrás de los proyectos modernos de
ciudad. Al contrario, es una ciudad indígena que compendia las distintas experiencias
históricas de los grupos indios que la habitan, materializadas en el espacio urbano y en
los contenidos simbólicos de la reproducción de la vida. La vida en la ciudad de El Alto
no significa un abandono paulatino de las formas originarias de ser y hacer el mundo de
las comunidades indígenas. En esta ciudad los indígenas son mayoría, más del 70
porciento de la población, sobre todo aymaras. A diferencia de los asentamientos
indígenas en la mayoría de las ciudades latinoamericanas, en las que las distintas
comunidades de migrantes indios reproducen en lo micro sus prácticas –pues siempre
resultan una minoría étnica en un mar de borramientos y estandarizaciones–, en esta
ciudad se reproduce de otra forma las distintas identidades.
Que El Alto sea una ciudad indígena, en un país en la que la mayoría de la población
también lo es, no significa que esté exenta de contradicciones en torno a la reproducción
de los mundos de vida indígena, como tampoco lo está el país. Esta relación cuantitativa
no asegura la conservación y reproducción de la cultura. Son otras las relaciones que
permiten esa (re)producción identitaria en este espacio urbano, a largo de este trabajo se
explicarán algunas de ellas. Tal cual lo sugiere el título de la película de Sanjinés,
nación clandestina, la vida de las comunidades indias en Bolivia se ha constituido en un
cierto orden de secrecía, fuera del nomos de la tierra2, del orden nominativo establecido
y naturalizado por las relaciones racistas que sustentan a la institucionalidad boliviana.
Incluso hoy día que hay un gobierno de corte indígena la vida de los indios sigue siendo
ignorada por las élites urbanas, en una relación de omisión, no es que las identidades
indígenas se oculten sino que son invisibles para los ojos que no las quieren ver.3
El Alto mantiene algo de ese carácter furtivo. La condición de invisibilidad de la vida
urbana de los indígenas alteños, como la de los indios de toda la nación, es resultado del
complejo proceso de herencias coloniales. Estas relaciones son producto de siglos de
presencia colonial en América Latina, no en un sentido miserabilista y compasivo de la
1 La película inicia con la lamentación de la madre de Sebastián, que dice: “Sebastián me ha hecho doler
el corazón, porque después de vivir en la ciudad cambió su apellido… Desde entonces tuvo vergüenza de
nosotros.” Sebastián llega a la ciudad a temprana edad, como trabajador de una familia de blancos. 2 El nomos de la tierra es la cualidad jurídica, por encima de la ley, en la cual reside una parte
fundamental de la soberanía en el mundo liberal moderno. Para Schmitt la capacidad de nombrar de un
poder soberano es preponderante para determinar el orden de gobierno sobre un territorio, la localización
y el ordenamiento. Ver Carl Schmitt, “El nomos de la tierra”. Este no es un problema menor en el caso
boliviano, cómo veremos más adelante, pues gran parte del desarrollo de la espacialidad urbana y
campesina está ligado al tema del territorio y su enunciación; es decir, a la calificación de lo que se
contiene en un espacio normado por racionalidades en contradicción. 3 Este tema lo trato Manuel Scorza en su novela Historia de Garabombo, el invisible¸ como una constante
en la vida de las comunidades indias andinas, que son borradas por un orden social de sorderas y
cegueras. Durante años el indio Garabombo se creyó invisible, pero “en la prisión había comprendido la
verdadera naturaleza de su enfermedad. No lo veían porque no lo querían ver. Era invisible como
invisibles eran todos los reclamos, los abusos y las quejas.” P 183.
3
vida de los indios del continente, sino en un sentido real y actuante.4 El mestizaje
colonial andino sigue operando como un mecanismo de segregación antes que de
integración, como parte de un proceso colonial civilizatorio en el que lo indígena sólo
tiene sentido como tiempo pétreo, empequeñecido y no activo. En esta lógica la
exclusión se impone y se asume (autoexclusión), condenando a los indios a mecanismos
clientelares que los denigran y reducen al anonimato.5 Este proceso tiene tintes de clase,
étnico y de género; expresados en el colonialismo interno y la conjunción de las
contradicciones diacrónicas y no-coetáneas (de distintas densidades), que emergen en
detrimento de las identidades indígenas.6 Estas relaciones coloniales se ven claramente
en la división insalvable entre la república de indios y la república de blancos (o de los
blanqueados).
Esta lógica de división se repite en El Alto. El primer rasgo de su borramiento es su
subordinación toponímica a la ciudad de La Paz, sede de los poderes ejecutivo y
legislativo. Ambas son parte de un proceso de metropolización, en el que se diluyen
físicamente las fronteras, aunque no deja de haber una diferencia material y simbólica
entre las dos ciudades. El Alto es la ciudad de los indios y La Paz la de los q‟aras.7 Esta
división urbana esta fundamentada en una política de segregación en dos sentidos: como
exclusión y como excreción; los alteños son los que están fuera de los beneficios
urbanos, al tiempo que son los residuos del sistema social urbano (capitalista).
Desde el origen de El Alto está presente esta lógica. A principio del siglo XX surge
como asentamientos ligados a la presencia de transportes: la estación de ferrocarril y el
aeropuerto. Después de la Guerra del Chaco (1932-35), y de los desastres económicos y
políticos que trajo para Bolivia, aparecieron los primeros asentamientos en la ladera
conocida como la Ceja. Hasta antes de la revolución del 52, las tierras de lo que hoy es
la ciudad pertenecían a familias de hacendados8. Los primeros loteos los hizo el Julio
Tellez en la década de los años cuarenta, cuando fundó la Villa Dolores (en honor a su
esposa). Estos loteos fueron parte de una renovación de las actividades económicas, los
4 En los últimos años los llamados estudios poscoloniales latinoamericanos han analizados los procesos
de constitución de la modernidad mediada por su innegable faceta colonial, llamándola sistema-mundo
moderno/colonial. Esta relación de colonialidad la estudian, sobre todo, en su dimensión epistémica,
jurídico-normativa, por medio de la cual se establecen los criterios de calificación de las poblaciones y
sus prácticas, el criterio racista. Ver Aníbal Quijano, “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América
Latina”. Ha estos estudios les falta la perspectiva de la economía política, ya que las relaciones de
colonialidad se sustentan en primera instancia por la reproducción material. En este sentido, la América
colonial es el otro lado del espejo del desarrollo de la modernidad capitalista ideal europea. 5 Silvia Rivera Cusicanqui ha desarrollado ampliamente este tema para explicar la historia de Boliva, en
la que el mestizaje sólo ha servido de metáfora de reconciliación de lo irreconciliable, un proceso de
construcción de ciudadanías precarias y falaces para los indios, que desde siempre han sido mayoría.
Distingue tres etapas: la colonial hispánica, la liberal del siglo XIX y la populista de la revolución de 1952.
Ver la “La raíz: colonizadores y colonizados”. Hoy día habría que agregar una cuarta etapa relacionada
con las movilizaciones populares del siglo XXI. 6 Pablo González Casanova desarrolló en los años sesenta la teoría del colonialismo interno para explicar
las relaciones de dominación que suceden en los países postcoloniales, tratando de explicar los
mecanismo por medio de los cuales se aceptan los criterios de regulación social del orden colonial y se
reproducen acríticamente en los contextos de independencia. Sus tesis ampliaron el estudio de las
relaciones coloniales, pues estudió el espectro de actores y otros mecanismos más allá de la relación
colonia externa-colonizado local (dicotomía sempiterna para explicar las relaciones imperiales). Ver
Sociología de la explotación. 7 Q‟ara es el nombre indígena con el que se designa a los blancos, su significado no refiere sólo a una
marca racial, sino a una actitud histórica de oposición. Q‟ara es el que despoja a los indios, por lo general
gente de tez blanca, pero también pueden ser cobrizos que reproducen la misma actitud de desprecio y
despojo. 8 Julio Téllez, Jorge Rodríguez Balanza, Adrián Castillo Nava, Raúl Jordán Velasco, Francisco Loza, y la
familia Zalles.
4
hacendados dejaron de invertir en el campo y empezaron a especular con el crecimiento
de la migración hacia La Paz. Después de la revolución del 52, el reparto de tierras
impulsó el crecimiento de los asentamientos. Los proyectos urbanos empezaron en los
años setenta, cuando planes de vivienda popular impulsaron la construcción de lo que se
conoce como Ciudad Satélite. Finalmente, el último gran hecho que marcó el
poblamiento fue la relocalización de los mineros en 1986, después del decreto de
descentralización de las minas estatales.
En todos estos momentos de crecimiento ha existido una marca de oposición con
respecto a La Paz, a pesar de crecer como un apéndice de ésta. El Alto lo habitaron, y
habitan, los migrantes rurales y mineros que viajaron a uno de los centros económicos
del país en busca de condiciones de sobrevivencia; para ellos en La Paz no había un
espacio disponible. La división de las dos ciudades se institucionalizó en 1985, cuando
se creó la cuarta sección de la provincia de Murillo, cuya capital es El Alto.9 En 1988 se
le declara oficialmente ciudad; después de tres años se emite una ley que la nombra
“ciudad en emergencia”, por su alto crecimiento demográfico y la “vida precaria” de sus
habitantes.
El Alto es resultado de las políticas económicas del país, de los reajustes que no
resolvieron las contradicciones materiales de los habitantes del Altiplano boliviano. A
pesar de ser la tercera ciudad en importancia para Bolivia, después de La Paz y Santa
Cruz, es la más pobre del país más pobre de Sudamérica.10
Más del 60% de los
bolivianos vive en condición de pobreza, en los alteños la cifra asciende a 70%.11
La
pobreza en Bolivia se naturaliza, se asume como propia de un país mayoritariamente
indígena, lo mismo en El Alto, la ciudad indígena por excelencia. La pobreza no se
piensa como resultado del monopolio de las fuerzas productivas y la mala distribución
de ingresos; de una política extractiva de materias primas y productos para el mercado
internacional, en detrimento del mercado interno; de una burguesía débil y servicial, que
no logra consolidar una hegemonía de clase que garantice la reproducción de capitales;
de un estado débil y fragmentario; de una lógica colonial de organización social.12
A lo
anterior se suma la precariedad laboral, como resultado de procesos racistas y de falta
de inversión de capitales; sólo dos de cada diez empleos son en el sector empresarial, de
estos el 40% son por contrato fijo, los demás son subcontrataciones. De tal suerte que la
9 Bolivia se divide administrativamente en departamentos, provincias, secciones de provincia y cantones.
Las secciones de provincia se conocen como municipios. El departamento de La Paz tiene 20 provincias,
algunas de ellas hasta con 8 secciones de provincia. La provincia de Murillo tiene la sección capital La
Paz. 10
Según el censo de población de 2000, eran 649,958 alteños, en relación a 793,293 paceños y 8,274,325 en
toda Bolivia. Para el 2010 se calcula que habrá más de 800,000 alteños. Ver Instituto Nacional de
Estadísticas: www.ine.gov.bo.
Para el 2000 59% de los alteños eran nativos, 33% migrantes con más de cinco años y el 8% migrantes
recientes. De los habitantes de El Alto la mayoría son jóvenes, 20% menores a los 25 años, y 40% menor a
los 14 años. Ver. Bruno Rojas y Pablo Rossell, Destino incierto: esperanzas y realidades laborales de la
juventud alteña. 11
Hay que tener cuidado con estos datos, pues si bien hace referencia a evidencias empíricas, no son
neutrales, están cargados de política e ideología. Estos índices se obtienen a partir del presupuesto de
necesidades básicas no resueltas por la incapacidad de la población para lograr su autosatisfacción. El
discurso de fondo es el de apoyo al desarrollo económico (por supuesto, capitalista) como alternativa para
lograr la satisfacción de las necesidades, en una ecuación en la que desarrollo = a menor pobreza.
Históricamente esta fórmula no se comprueba. Ivonne Farah hace una crítica interesante al respecto del
caso boliviano, ver “Rasgos de la pobreza en Bolivia y políticas para reducirla”. 12
Hoy día Bolivia obtiene sus mayores recursos del gas, el petróleo, la minería y los agronegocios de la
soya y el arroz. Todos ellos ligados a un proceso de escaza industrialización, poca especialización de la
mano de obra (la minería se sigue haciendo de la misma forma que hace siglos, a costa del cuerpo de los
mineros, que cada vez son más jóvenes). Ver Instituto Nacional de Estadísticas, www.ine.gov.bo.
5
cobertura social sólo beneficia al 31% de la población.13
Paradójicamente la producción
fabril de la metrópoli se concentra en El Alto, no así sus beneficios; de igual forma, un
alto porcentaje de la población económica de La Paz es alteña.
El lugar que tiene El Alto en el nomos urbano, es el de la miseria, la ciudad de los
excluidos-excretados. Llamar a la ciudad de El Alto ciudad en emergencia fue parte de
una narrativa estatal que tenía por objeto final el renovar su imagen, que en su ausencia
aparecía para ayudar a los más desprotegidos. Fue parte del proyecto programas de
apoyo crediticios, para la rehabilitación del espacio urbano, empezando por las
viviendas individuales. Los créditos transfirieron las responsabilidades estatales a los
habitantes, principalmente a las familias. Estas políticas sólo agudizaron la diferencia
entre la vida en El Alto y La Paz, reproduciendo la división entre indios y blancos.
Pero más que una ciudad pobre, El Alto es una ciudad erigida desde otra
racionalidad, una racionalidad de la no-identidad con la lógica instrumental globalizada.
Su historia es paralela a la de los fracasos de la economía colonial neoliberal en Bolivia,
que inicia en 1985 con el tercer periodo de gobierno de Víctor Paz Estenssoros, que ya
en los años sesentas había dado la espalda al proyecto social de la revolución popular
del 52. La “consolidación” de la democracia en Bolivia después de varios gobiernos
militares significó, como para el resto de la América Latina posdictatorial, la aplicación
de las recetas económicas de las agencias internacionales (FMI, BM y OCDE), que incluían
la apertura al libre mercado de las empresas nacionales, incluidas las mineras. De este
periodo es la marcha minera por la vida, 1986, que finalizó, entre otras cosas, con la
relocalización de mineros en la zona de El Alto. Estos hechos marcaron el desarrollo
histórico del proceso de urbanización de la ciudad alteña, que crece como resultado
inmediato del modelo económico, pero no sólo en un sentido de fracaso, sino también
en un sentido de resistencia y lucha. A los errores del proyecto de capitalismo salvaje se
contrapuso la contracción de una lógica de resistencia.
Esta ciudad rompe con el orden de legalidad ideal del estado liberal moderno y con
cierta racionalidad urbana dominante. No hay que olvidar que la ciudad además de
referir a un tipo de espacialidad implica una noción jurídico-política sustentada en
relaciones de poder-saber14
; es una localización de epistemes políticas, en las que el
poder de nominar no es sólo una ficción discursiva, sino un elemento concreto en
dispositivos de ejercicio de relaciones de poder que se traducen en las posibilidades
materiales de ser-hacer en/el espacio. Esto no significa que exista una razón, sino
múltiples razones urbanas; la mayoría de ellas están en función de las necesidades de la
reproducción de los modelos de acumulación de capitales en contextos históricos
particulares. La valorización del valor está en la base de las determinaciones de la praxis
socioespacial en las ciudades contemporáneas; lo cual no significa que todo el proceso
sea de corte economicista. Como lo señalaba Marx, la reproducción de las relaciones de
producción del modo capitalista no se llevan a cabo sólo en la esfera de la economía;
por el contrario, se imbrican en un complejo entramado de relaciones localizadas
geohistóricamente y con temporalidades diferenciadas. De esta forma, la lectura de la
historia de El Alto no se puede hacer al margen del análisis de la economía política de
los procesos de producción del espacio; sobre todo en tiempos de la de acumulación
flexible de capitales, en los que la renta de la tierra como materialización de capital
financiero por excelencia (en el que se genera valor sin la intervención de trabajo) es
13
Ver Silvia Escobar de Pavón, “Globalización, trabajo y pobreza: el caso de Bolivia”. 14
Acá parafraseó a Michel Foucault cuando hablaba de la sobre la geografía. Ver “Preguntas sobre la
geografía”.
6
predominante.15
Esta relación tiene expresiones en la estética de los espacios urbanos,
una medicación no economicista sino sociocultural.16
El conflicto de racionalidades que significa la ciudad de El Alto se expresa
claramente en los estudios urbanos que realizan las agencias internacionales,
preocupadas por las “disfunciones” sociales de la ciudad en torno a un rumbo de
progreso unilineal, en el marco de la dependencia económica y política. La agencia de
Estados Unidos para el desarrollo internacional (USAID, por sus siglas en inglés)
financió un estudio sobre la ciudad de El Alto pocos meses después de la Guerra del
gas, que terminó con la caída del presidente Gonzálo Sánchez de Lozada. En el estudio,
a cargo del arquitecto boliviano Rafael Indaburu, se afirmaba que en El Alto “no fue
percibido el hecho de que en la dinámica urbana de las ciudades, muchos de los
problemas sociales, políticos y económicos se inician con los predios y con las
edificaciones...”17
Los espacios urbanos alteños son, según este estudio, irracionales,
tanto en su forma como en su funcionamiento, no evolucionan, sino involucionan. La
causa de esto es una ideología que es inadecuada para la modernidad urbana, en sintonía
con el desarrollo económico nacional y regional, “la postergación ideológica de lo
urbano deviene de un espíritu y de un corazón campesinista que inunda a los políticos, a
las instituciones nacionales y a la cooperación internacional… El Alto prima una
„nostalgia campesina‟ de retorno a cosmovisiones andinas... que idealizan una época de
oro que quizás nunca existió.”18
El factor indígena es el problema para la lógica urbana dominante; el problema antes
que la ciudad y sus espacios, es la gente que la habita. Para este tipo de razonamiento de
lo urbano una ciudad donde más del 80% de las casas son autoconstruidas, más del 20%
no tienen agua entubada, 30% tienen baño comunal,19
no es un espacio digno de
habitarse, ni mucho menos un espacio con ciudadanos civilizados. Esta ciudad es el
resultado lógico de “las facetas más violentas y destructivas de la postergación, la
urbanización acelerada e ignorada en sus diversas manifestaciones, la pobreza y los
conflictos étnicos que afectan a Bolivia.”20 Este tipo de formas de habitar la ciudad no contribuyen, en este criterio, a la construcción de una vida urbana integral y racional, de
espacios y tiempos diferenciados por sus funciones en relación a un sistema cerrado. La
lógica de dislocación y organización caótica, poco predecible, sólo funcional a
habitantes locales sin contribuir al desarrollo.
En este análisis queda fuera toda posible crítica a las relaciones económicas que
originan la urbanización “caótica” de El Alto. El problema se reduce a una mera
ingeniería urbana cuyo objetivo es la construcción de otras cartografías, físicas y
cognitivas, a partir de las cuales se viva la ciudad. Como si de esa forma se acabaran las
contradicciones que están detrás de la producción del espacio urbano alteño. La
propuesta del proyecto financiado por Estados Unidos es: la necesidad de cambiar las imágenes que dominan al imaginario colectivo y proponer metáforas que
puedan re-orientar las acciones públicas y privadas y contribuyan a superar la actual división que se
da en El Alto –encontrar metáforas de inclusión e integración que generen esperanza en una ciudad
agobiada por la falta de opciones claras de futuro. Luego de diversos intentos se percibe que un
15
David Harvey ha estudiado con detalle las relaciones del capitalismo flexible de la acumulación
financiera y los procesos de producción del espacio urbano. Ver La condición de la posmodernidad y
Espacios de esperanza. 16
Para el caso del capitalismo tardío estadounidense Frederic Jameson ha realizado varios estudios sobre
las implicaciones estéticas del nuevo modelo de acumulación de capitales. Ver La posmodernidad o la
lógica cultural del capitalismo tardío y “El globo y el ladrillo”. 17
USAID, Evaluación de la ciudad de El Alto, p. 16. 18
Ìdem, p. 19. 19
Anelise Meléndez y David Quesada, “Mejoramiento habitacional en la ciudad de El Alto”. 20
USAID, Evaluación de la ciudad de El Alto, p I.
7
objetivo debería ser pasar de El Alto: La Ciudad Dividida, a: El Alto: La Capital del Altiplano
Boliviano.21
Detrás de esta narrativa se esconden proyectos económicos que aseguran la segregación
indígena y su anulación política, que, casualmente tiene a El Alto como su espacio por
excelencia en los últimos años.22
El Alto es un contrapunto en la ingeniería urbana que obliga a replantear la categoría
de ciudad y a los estudios urbanos en general.
La fiesta de la plebe en la ciudad
No orientarse en una ciudad: esto quizás sea poco interesante
y banal. Para eso se necesita desconocimiento y nada más.
Pero perderse en una ciudad –igual que uno se pierde en un
bosque– es algo que requiere ya una formación distinta. Para
ello, letreros y nombres de calles, transeúntes, tejados,
quioscos, o tabernas tienen que hablarle a callejeante como
ramas que crujen en el bosque bajo sus pies, como el
espantoso grito de un avetoro a lo lejos, como la súbita calma
de un claro del bosque en cuyo centro un lirio ha brotado.
WALTER BENJAMIN, Crónica de Berlín
Junto con la lógica instrumental de planificación urbana conviven en El Alto otras
formas de hacer ciudad, resultado de la larga duración de los conflictos sociales que
constituyen a Bolivia. Este espacio urbano es la materialización de las contradicciones
contemporáneas no-coetáneas, cada una de ellas con desarrollos desiguales –no sujetas a
un mismo ritmo de tiempo ni a un mismo origen. Así, se entrecruzan los conflictos
históricos de los pueblos indios, las contradicciones del modo de producción
capitalistas; las luchas de género; las dificultades geopolíticas de Bolivia como país
andino, etc.23
Este conglomerado de conflictos está articulado en una lucha política
concreta que asumen los alteños, lucha que se expresa en la producción del espacio. Un
elemento preponderante para la construcción de su identidad urbana es la insurrección,
como referente espacial de una dualidad histórica.
El nacimiento de El Alto como ciudad se da en el contexto de la constitución de un
nuevo ciclo rebelde en Bolivia. La marcha minera por la vida en 1986 fue el cierre de un
ciclo en varios aspectos y el inicio de otro periodo de organización de masas. Marco el
fin de la hegemonía obrera en el movimiento popular; este largo peregrinar puede ser
leído como una derrota simbólica de la organización proletaria, más o menos clásica
(con las salvedades que implica el proletariado boliviano de mayoría indígena). El fin de
ciclo obrero dejó el paso libre a las reivindicaciones indianistas del movimiento
popular; la muerte del sujeto obrero permitió la construcción de otras sujetidades
populares de corte abiertamente indígena.24
La organización obrera no desapareció, se
incorporó a otras formas de activismo político. Los ejemplos más claros son las
reubicaciones de mineros en la región de El Alto y en la zona cocalera del Chapare. No
es casual que en estas regiones surgieron dos de los movimientos indianistas más fuertes
de Bolivia en los últimos años. Los movimientos populares del nuevo ciclo indígena 21
Ídem, p. II. 22
No está por demás recordar que la misma USAID financió un proyecto de esterilización forzada en
Bolivia en los años setenta, como parte de un apoyo médico “desinteresado”. 23
Ernst Bloch esbozo una propuesta de análisis para entender el desarrollo histórico diferenciado de las
distintas contradicciones diacrónicas, que no surgen del capitalismo pero que crecen junto a él en un
sistema dialéctico multidimensional. Ver “Efectos políticos del desarrollo desigual”. 24
Cfr. Álvaro García Linera, “La muerte de la condición obrera del siglo XX”.
8
pusieron a debate temas de competencia nacional y que implican la refundación del
estado boliviano.
En lógica de la rebeldía se reproduce en su actuar una memoria de corta duración y
una de larga, en las que se mezclan la ideología política de enfrentamiento, la
consciencia histórica de los siglos de opresión y la presencia mítica, la explicación de
un orden anterior y uno posible. En esta articulación de saberes sobre el tiempo está el
nucleo duro de las rebeldías indígenas, tanto al interior de la comunidad –la lucha entre
hombres y mujeres–, como la que se da fuera de ella.25
Uno de los epicentros del nuevo debate rebelde es El Alto, que encuentra en la
organización comunitaria, de solidaridad multidimensional, el principio de articulación
para la sobrevivencia económica y para la lucha política. Las condiciones de
marginalidad en la que viven sus habitantes son tolerables gracias a una compleja
relación comunitaria, en la que se construye “nuestra modernidad chola-india”, basada
en un sólido mercado interno sostenido por una la lógica de intercambios recíprocos,
que se materializan en espacios económicos, políticos y culturales, que se reproducen al
margen y en oposición a los arcaísmo señorales, las cegueras y sorderas de las élites
dominantes.26
Es forma de modernidad diferenciada se enfrenta la forma valor del
capitalismo, que en su versión dependiente es más cruenta, y la forma comunal andina
de reproducción colectiva de la vida histórica.27
En términos urbanos esto se traduce en
espacios autoconstruidos de manera colectiva, sobre todo vecinal, como forma de
organización donde las instituciones estatales tienen poco que aportar. Esta
urbanización emergente y espontánea es resultado de la fuerza colectiva de/en la
escasez, fundamentada en una ética radical de la vida en común, que traslada los
mecanismos de organización del campo a la ciudad, interactuando las redes de
continuidad (familia o pueblo) con redes de vecindad (gremio, barrio).
El paso de la rebeldía a la autonomía implica una serie de mediación en las que se
construyen los referentes identitarios y, sobre todo, los políticos, que permiten la
construcción de una economía política de la identidad. En este sentido, la cultura sería el
cultivo autocrítico de la identidad, entendida ésta como la conciencia de la
autodeterminación de la mismidad que produce un grupo al momento de reproducir su
singularidad concreta en el hacer y significar el mundo de vida en un momento histórico
determinado.28
Este proceso de construcción de lo idéntico comunitario sólo es posible
en la contradicción de determinación de una práctica identitaria en oposición a otra(s),
que la primera califica como indeterminada(s) por estar fuera de su lógica de
significación-acción. Es decir, lo otro precede a lo propio, como principio de
indeterminación que fundamenta la determinación de la mismidad; este proceso se
desarrolla en el conflicto de determinaciones opuestas, de identidades que confluyen en
contradicción. De ahí que la identidad, como parte de la cultura, no sea estática, sino
25
Silvia Rivera Cusicanqui, Oprimidos pero no vencidos. Esta cultura de la rebeldía ha sido calificada por
Sinclair Thompson como la “cultura política insurreccional” de los aymaras, que desde la época colonial
hispánica ha desestabilizado a la organización social dominante. El momento cumbre de la movilización
andia fue la rebelión de Tupak Katari, que en 1781 cercó la ciudad de La Paz. Ver Cuando sólo reinasen
los indios. La política aymara en la era de la insurgencia. 26
Cfr. Silvia Rivera Cusicanqui, Oprimidos pero no vencidos. 27
En nivel escalar esta forma comunal tiene varios niveles como: el de la multitud, organización de
organizaciones sin búsqueda de hegemonía; el vecinal, construido en torno a una identificación de
cohabitación en un predio, región o la ciudad toda; el comunitario originario, reproducción de la
organización comunal en la vida urbana. Ver Álvaro García Linera, “Democracia liberal vs. Democracia
comunal”. 28
Acá sigo las propuestas que Bolívar Echeverría traza en Definición de la cultura.
9
dinámica, fundada en la consciencia de la oposición, que motiva la defensa y
reproducción de un modelo singular concreto de hacer y ser en el mundo.
El conflicto de proyectos de singularidad histórica no es siempre pacífico, los grados
de contradicción se desarrollan en función de las posibilidades materiales e ideológicas
de los grupos enfrentados. Hay pues, una lucha por la hegemonía en este terreno, una
lucha que pretende presentar como universalizable un proyecto singular, una parcialidad
que se presenta como totalidad, sea por la fuerza de la persuasión o la fuerza de las
armas (políticas o militares). Así, el tema del antagonismo, como heterogeneidad no
resuelta, y la contingencia son preponderantes, como espacios por excelencia de la
política en la lucha por al hegemonía en la lucha identitaria.29
El Alto es la expresión urbana por excelencia del abigarramiento societal bolivianao.
El reconocimiento de la condición alteña es un proceso en el que interactúan múltiples
identidades sociales dispersas (en lo molar y lo molecular), distintas socioeconómica,
política y culturalmente. Esta interacción no se sintetiza en una nueva forma identitaria
que subsume a las particularidades que la constituyen, al contrario, en el abigarramiento
multisocietal es una relación heteróclita, que produce otras formas de accionar social sin
que las particularidades se pierdan.30
Los mecanismos de unificación de lucha y la
sobrevivencia de estas múltiples formas de reproducción cultural son instancias
rotativas que permiten simbólica y prácticamente el reconocimiento de la individual
identitaria, como la asamblea de vecinos, las marchas y la movilización. A la fecha El
Alto tiene más de 560 juntas vecinales que funcionan en cierto orden de suplantación de
las instituciones estatales.
El Alto no es una ciudad multicultural, es una sociedad abigarrada. En Bolivia el
multiculturalismo es más bien un ventriloquismo de las élites, que en sus ficciones
hablan por los indios; también es el travestismo de una sociedad pigmentocrática que se
disfraza de india para presentarse como tolerante, en un contexto global de actos
políticamente correctos.31
El abigarramiento urbano alteño es, como la vida indígena en todo el país,
ciertamente ambiguo. La organización colectiva también se presta a relaciones
clientelares en detrimento de la satisfacción de las necesidades de los habitantes de la
ciudad, una autonomía que convive con el corporativismo de raíz colonial. Es innegable
que en El Alto hay un límite muy amplio de tolerancia a la violencia, sea por una
dilatada organización social comunitaria que permite que las violencias se disipen o
porque se ha naturalizado como mecanismo de regulación social entre sectores
contrapuestos. En esta trama de violencias encubiertas y expuestas el estado no suele ser
un interlocutor válido.32
Estas violencias generan prácticas de autorepresión para
comportarse civilizadamente, una introyección coactiva; basada en la reciprocidad
negativa que esconde una jerarquía colonial: yo te insulto, tú me insultas, en una cadena
29
Para una discusión más detallada sobre la hegemonía ver Antonio Gramsci, Antología y Ernesto
Laclau, Emancipación y diferencia. 30
El tema del abigarramiento es de larga tradición en la sociología boliviana, como forma de explicación
de relaciones diacrónicas de procesos no-coetáneos. Rene Zavaleta Mercado fue quien lo propuso. Luis
Tapia hace un desglose más o menos amplio del término, ver La invención del núcleo común. 31
Silvia Rivera Cusicanqui, “Violencia e interculturalidad”. Las políticas multiculturales de tolerancia
dialogante son sólo una máscara para omitir la discusión sobre las desigualdades materiales en las que se
reproducen las distintas identidades, los derechos multiculturales subsumen los derechos económicos de
reproducción de la identidad. Además hay una suerte de control de la reproducción de las prácticas
identitarias, que se “respetan” siempre y cuando no invadan el espacio común; esto es una suerte de
cancelación del goce del otro. Slavoj Zizek ha desarrollado análisis polémicos pero sugerentes sobre la
multiculturalidad contemporánea. Ver En defensa de la intolerancia. 32
Ver Xabier Albó y Raùl Barrios, “Presentación a Violencias encubiertas.”
10
desvalorización recíproca. Estos desprecios escalonados suelen tener en el lugar más
bajo a la mujer.33
En este contexto de violencias se da en El Alto una lucha por la etnicidad antes que
por la ciudadanía, una etnicidad sobre todo política y no sólo sociocultural. La etnicidad
en el altiplano se construye por las prácticas de frontera, que se realizan en los espacios
de interacción constante e inevitable entre indios y no-indios; de estos se desprende la
afirmación o negación de la propia diferencia, de manera que las dos son parte de la
construcción caleidoscópica de la identidad. El mundo cholo es el resultado bizarro de
la mímesis del mundo blanco que hacen los indios para dialogar con los mestizos y los
criollos: la tercera república.34
El Alto es la ciudad chola por excelencia, en la que los
indios han cambiado su presentación y sus maneras para dialogar con los q‟aras, sin por
ello dejar de ser indios.35
El mayor logro de esta política identitaria con relación a la
ciudad de los blancos, es que la mayoría chola alteña controla el mercado que abastece a
La Paz, minorista o mayorista. Todos los días los cholos alteños toman La Paz y
controlan su funcionamiento profundo, el microcosmos cotidiano sin el cual no se
podría reproducir la vida en la capital, son los encargados del comercio callejero, del
transporte público, de limpiar el calzado en las calles, de vender el periódico.
El Alto, en este sentido de contradicción, es la ciudad de la fiesta de la plebe.
Heredera de esa otra plebe, de masas organizadas, que en el curso de la revolución del
52, fue por un momento el amo de la situación, amo en harapos pero amo.36
La fiesta de
la plebe es, también, una construcción de una pluralidad de sentidos reales y posibles. El
Alto no sólo es una contradicción pasajera, es un embrión de rebeldías y alternanitvas
posibles; un espacio liminal en el que se ponen en suspenso las legalidades dominantes,
al grado tal que han logrado romper algunos de los fundamentos de la organización
colonial boliviana. Como lo fue la Guerra del Gas en 2003, que presentó una inusitada
organización horizontal de masas movilizadas en la lucha por la nacionalización de los
hidrocarburos; en la que se consolidaron en la lucha relaciones intersubjetivas de
vínculos afectivos como la vecindad, el compañerismo.
Lo que se conoce como las jornadas de octubre, en las que murieron cerca de 70
personas por el uso desmedido de la fuerza militar que autorizó el gobierno de Gonzalo
Sánchez de Lozada, se sintetizó una forma urbana de cooperación y solidaridad, que
hizo posible que en la mayoría de los barrios alteños se desarrollara una guerra contra el
gobierno y sus políticas privatizadoras. El Alto comunitario tiene orígenes en la
relocalización de los mineros y en la reproducción de las lógicas comunales rurales; que
en conjunto demostraron que la ciudad es producto de decisiones y acciones
33
Cfr. Silvia Rivera Cusicanqui, Bircholas. Trabajo de mujeres: explotación capitalista y opresión
colonial entre migrantes aymaras de La Paz y El Alto. 34
Estas ideas las desarrolla con más detalla Rivera Cusicanqui en Bircholas. En este texto propone definir
la etnicidad no sólo por la autoadscripción, como se define institucionalmente, sino también por la
negación. 35
El calificativo de cholo se le da los indígenas que ambiguamente occidentalizan su vestuario,
manteniendo un rasgo de diferencia étnica (la pollera, la mantilla y el sombrero de bombín en las mujeres;
en los hombres saco y sombrero de bombín); pero son, sobre todo, los que viven entre la oralidad y al
grafía, que viajan del mundo urbano al comunitario, como Sebastián Mamani, el protagonista de la
Nación clandestina. Birlocha se llama a los hijos de indígenas urbanos que abandonan por completo la
vestimenta identitaria. 36
Rene Zavaleta Mercado tipifica a la revolución del 52 como la fiesta de la plebe, que como en otras
tantas revoluciones las masas organizadas pero amorfas destruyen momentáneamente los mecanismos de
dominación; pero al final regresan el poder a una pequeña casta. Ver “Consideraciones generales sobre la
historia de Bolivia”. Silvia Rivera Cusicanqui en Oprimidos pero no vencidos llama al a revolución del 52
la revolución chola, pues esas masas organizadas eran en su mayoría cholos, indios proletarizados.
11
colectivas.37
La guerra del gas tiene una suerte de imprevisión, tanto para el gobierno
como para los alteños; para el primero por que una cadena de acontecimientos menores
terminó en un cerco a la ciudad de La Paz, para los segundos por que la lucha se
desarrollo sin un plan, sólo con tácticas de lucha y resistencia que casi espontáneamente
se desarrollaban.38
La guerra del gas representa la consolidación de otro ciclo de movilizaciones después
de la muerte simbólica del proletariado, que gira hacía la rebeldía étnica, de la lucha de
clases a la lucha histórica de desigualdades étnicas. Por supuesto el componente de clase
no ha desaparecido, pero se ha configurado en una lucha étnica, donde lo indígena no es
sólo cultural, sino económico y político. Este nuevo ciclo de rebeldías aparece como los
primeros movimientos telúricos de un mundo que busca ser puesto de cabeza por la
movilización indígena, son las raíces de lo que podría ser la fiesta del mundo invertido.
El fin del ciclo proletario también significó en El Alto el fin del trabajo
dominantemente masculino. El nuevo ciclo, en el marco del capitalismo flexible –que
en América Latina tuvo su mayor expresión en la terciarización de la economía y el
autoempleo–, reconfiguró las relaciones de poder entre los géneros, sobre todo en el
terreno económico, en el que las mujeres empezaron ejercer el símbolo de poder que
históricamente representan. Esto no significó una emancipación del orden machista,
pero si un replanteamiento de los espacios y tácticas de ejercicio de las relaciones de
género.39
El momento donde esto tuvo una repercusión importante fue en la guerra del
gas, que se sostuvo gracias al trabajo hormiga de las mujeres, que además de alimentar a
las brigadas mantenía el ánimo de la movilización por medio de rumores que deslizaban
mientras servían los alimentos.40
Tampoco hay que olvidar que muchas mujeres
participaron en los momentos de mayor represión como parte de los contingentes que se
enfrentaban a los militares.
La presencia femenina es importantísima para entender la organización de la vida
urbana en El Alto. El autoempleo se ha feminizado e indianizado, en una actividad en la
que no sólo se comercia, también se transmiten saberes. Además de objetos se
intercambian capitales culturales, en una suerte de compleja economía moral en
condiciones de crisis.41
El mercado femenino alteño es un espacio de reproducción de
relaciones afectivas íntimas y de políticas moleculares, en las que se apropian los rasgos
del desarrollo modernizante en una conjunción de capitalismo voraz y significación
ritual. Si bien los ritos comunales se adscriben a la lógica de valorización, sobre todo
37
Cfr. Raul Zibechi, Dispersar el poder. Zibechi idealiza un poco a la comunidad alteña, viendo en ella
una existencia real de una lógica no sólo anticapitalista sino no-capitalista. Si bien las movilizaciones en
la guerra del gas marcan un punto de inflexión, tanto en la organización estatal como en el análisis de las
ciencias sociales, hay que tener cuidado con quedar cegados por la espectacularidad del acto. 38
Estas tácticas, ausentes de una estrategia general de lucha, pusieron en jaque el gobierno y a los
militares que comandaban la operación de represión. En estas formas de lucha se mezclaron las
experiencias obreras y campesinas. Las prácticas más comunes fueron: el plan pulga, que consistía en la
presencia de miles en lugares distintos por un periodo esporádico, lo que impedía que las fuerzas
represivas se concentraran en un solo punto; plan escarabajo, por tierra y de manera silenciosa, bloqueos
y marchas relámpagos que distraían a los militares (el ejemplo más exitoso son los cortes de ruta por
kilómetros cubiertos por piedras eran depositas una por una de manera intermitente durante toda la
noche); plan hormiga colorada, marcha infinita en una sólo línea; y, finalmente, la estrangulación de la
ciudad de La Paz por bloqueos masivos a las vías de comunicación. Para ver el significado de cada uno de
las tácticas ver Felipe Quispe, “Lucha de los ayllus kataristas hoy”. Una descripción de su uso en la
guerra del gas está en Luis Gómez, El Alto de pie. 39
La participación femenina en la economía sigue siendo en contextos de desigualdad, pues ganan menos
que los hombres, y las condiciones laborales son más adversas, sea porque abandonan la escuela a más
temprana edad, porque suelan trabajar en empresas familiares sin acceso a un salario. 40
Silvia Rivera Cusicanqui, “Metáforas y retóricas en el movimiento de octubre”. 41
Silvia Rivera Cusicanqui, Bircholas
12
en su dimensión consumista, estos no dejan se mantener una memoria de orígenes
ancestrales.42
La pérdida de los referentes rurales de los ritos (la referencia al ciclo
agrícola, a las estaciones, etc.) en la ciudad es relativa, gracias al trabajo femenino que
está detrás de su organización y que es el núcleo duro de la oralidad de la tradición.
Podríamos decir, hipotéticamente, que detrás del aparente caos de la organización
comercial de El Alto, está una racionalidad femenina que coordina y da sentido a la
cultura mercantil, en función de mantener los lazos de determinación identitaria con el
mundo rural que los precede. Silvia Rivera a identificado dos formas distintas y
contradictorias de entender la ciudad por los aymaras, la forma masculina representa a
la ciudad como mapa, como una abstracción que se gobierna, que se posee; en cambio,
la forma femenina ve a la ciudad como un tejido, una interrelación de temporalidades en
espacios múltiples en los que los saberes existenciales circulan entre tiempos míticos e
históricos.43
Poética del territorio
Cuando una categoría –por obra de la dialéctica negativa, de
la identidad y la totalidad– cambia, cambia la constelación de
todas y con ello a su vez cada una.
THEODORO ADORNO, Dialéctica negativa
Carlos Villagómez Paredes dice que la ciudad de La Paz es la mayor obra colectiva de
arte del altiplano, en una época en la que lo bello ha abandonado al arte, resultado de
una estética policéntrica de la efervescencia.44
La Paz es una suerte de performance
diario en el que interactúan distintas expresiones estéticas: el baile (interminable en los
carnavales y las entradas del Gran Poder y la universitaria); la música polifónica, que
mezcla ritmos andinos con música contemporánea; el colorido amorfo de la ciudad; etc.
Sí La Paz en la mayor obra de arte colectiva, El Alto es su inverso perturbador, el otro
lado del espejo, el de la abyección constitutiva que la positividad paceña pretende negar.
Pero como diría Hegel toda negación está determinada por aquello que se niega.
Cuando se niega a El Alto se niega otra forma de producir la espacialidad, de
construir una estética de lo urbano. La estética chola alteña no es sólo un tema de forma,
es un tema político. Esta urbanidad caótica es la expresión material de una constante
reinvención de la memoria, una reproducción singular de comprender y vivir lo
cotidiano. En esta estética de la perturbación, que visualmente resulta agresiva y que
aparentemente tiene poco que ofrecer, se construyen cartografías cognitivas de
raigambre político. El paisaje alteño depende del punto desde el que se le mire.45
42
Ver Xabier Albó, Quechuas y aymaras. Un buen ejemplo es la fiesta del Ekeko, ligada a una lógica de
consumo de regalos. 43
Silvia Rivera, Oprimidos pero no vencidos. 44
Ver. “POPCITYPOP. La ciudad como obra de arte”. Villagómez es de los pocos críticos urbanos paceños
interesados por hacer una reconstrucción histórica de la metropolización del altiplano. 45
Para el estudio financiado por la USAID la organización de tipologías arquitectónicas es uno de los
mayores problemas de El Alto. “La arquitectura de El Alto parece no responder a las necesidades de la
población: por lo general, se encuentran tipologías de edificación urbanas y rurales unas al lado de
otras… La densificación de las edificaciones en áreas ya consolidadas de El Alto -sobre predios
irracionales y edificaciones inadecuadas- está dando lugar a una rápida tugurización urbana y al
hacinamiento de familias en edificios poco adecuados... Lo que El Alto vive en este momento es fruto de
una “urbanización” caótica y acelerada; lo que vivirá El Alto en los próximos años será el resultado de la
falta de atención a las formas de construir”. USAID, ob. cit., p. II
13
Una forma de mirarlo es como una totalidad flexible que determina al mismo tiempo
las relaciones de campo y la ciudad en un espacio singular; modificando la división
eterna entre lo rural y lo urbano. Ello implica la construcción de otro tipo de epistemes,
de cartografías cognitivas por medio de las cuales adquiere sentido el espacio. Así, El
Alto puede ser entendido como una ciudad-casa-comunidad-fortaleza indígena.46
Un
tipo peculiar de territorio, que se constituye como tal en un proceso de lucha histórica:
una ciudad-territorio.47
En este sentido, la lucha por el territorio no sólo es en su dimensión productiva, que
está constreñida a las formas de dominación capitalista, la tierra no es territorio. El
territorio sería un conjunto organizado de espacios dentro de una lucha política por la
hegemonía; una concreción de relaciones de poder a niveles multiescalares sobre un
conjunto de espacios; una relación de interacción entre los componentes materiales y
simbólicos del mundo de vida de una comunidad determinada.48
Aquí se desarrolla una
idea de geografía como la de un proceso singular de marcar la tierra, de hacerla en una
forma diferencia; como forma de estar juntos, los de la comunidad en la reproducción
de los espacios de la mismidad. El territorio es un hábitat y un habitus, es un espacio
objetivo, resultado de la reproducción de la mismidad, y una totalidad incorporada,
hecha parte de la corporalidad viviente (en sentido metafórico y literal).49
El territorio, como hecho geográfico, es una necesidad histórica en la que se hace y
se nombra una colectividad, en un acto de transformación y de semiosis en un contexto
diferenciado. La peculiaridad de la semiosis territorial sería que no se centra su
significado en el signo (edificio), como se haría en el espacio urbano funcional, sino en
la significación. Este no es un tema menor, pues la razón instrumentalizada ha
privilegiado el proceso de comunicación como un intercambio de mensajes en torno a
signos. Para trascender esta idea es necesario pensar la comunicación no como un
intercambio, sino como un acoplamiento múltiple a las posibilidades (posición y
disposicón) de las entidades participantes.50
Este acoplamiento lo que importa no es el
signo, sino el acto de la significación, entendido como una función continua del
comunicar, en la que se prefiguran los posibles acoplamientos de los elementos
participantes como actos políticos en pugna. Así, no hay una forma del sujeto histórico,
sino muchas formas históricas posibles.51
La continuidad de la significación se da por
una suerte de fidelidad al acontecimiento fundante, que puede ser, en este caso, la lucha
política por el territorio.
Por ello hay que pensar en el territorio como resultado de dos prácticas
interdefinidas: la territorialiad, como la cualidad de ser y hacer en el territorio; y la
territorialización, como el acontecimiento constituyente de una vida comunitaria ligada
al territorio, a partir del cual se construye un orden de verdad territorial (control,
saberes, poder y legalidad). De tal forma que el territorio es la síntesis de múltiples y
abigarradas densidades históricas que se reproducen en el proceso de significación. De
ahí la poética del territorio, como acontecimiento fundante de la significación.52
46
Raul Zibechi, ob. cit. 47
Pablo Mamani, El rugir de la multitud. 48
Las ideas del territorio las extraigo de Carlos Walter Porto-Gonçalves “A Reinvenção dos Territórios: a
experiência latino-americana e caribenha”. 49
Cfr. Carlos Walter Porto-Gonçalves, Geo-grafías. 50
La comunicación como acoplamiento recíproco fue propuesta por Francisco Varela y Humberto
Maturana. Ver El árbol del conocimiento. 51
La apuesta por la poética como forma de significación la toma de Henri Meschonnic, aunque
distanciándome de su logografismo. Ver La poética como crítica del sentido. 52
Poesía en el sentido aristotélico, como una arte creativo de transformación de la naturaleza, con un
sentido político implícito. Acá intento ampliar la propuesta de Bachelard sobre la poética del espacio,
14
El Alto visto como territorio es la expresión más acabada de la reinvención del ayllu
en contexto urbano, adaptado a la velocidad de la temporalidad capitalista global.53
Este
idea de la espacialidad suple la ausencia de referentes urbanos específicos para la
construcción de su identidad, no hay algo así como una arquitectura cívica. Este
conjunto de casas nada articulado, que crece junto a las vías de comunicación que
conectan a La Paz con la región occidental del país y del continente, es visto por la
tecnocracia urbana como un problema. “En El Alto, la debilidad de los centros de barrio
o de sectores alteños -ubicados al interior de “islotes urbanos”- hace que la mayoría de
la población de El Alto tenga referencias poco claras respecto a su barrio y menos aún
respecto a la organización de otros barrios.”54
Los espacios de identidad son móviles, no
estáticos como quiere una cierta lógica urbana. Son las ferias, como la feria 16 de julio
que se instala los jueves y domingos por la zona de la Ceja. Este mercado sobre ruedas
es uno de los más grandes del país, tal vez el mayor mercado cholo del altiplano andino.
Los referentes espaciales de los alteños no son los que están ocupados por edificios
singulares, son más bien localizaciones en las que se reproduce la memoria, son una
suerte de marcas territoriales. Algunas de las más importantes son la Ceja de El Alto, la
Plaza Carlos Palenque, la Plaza de El Minero, el cruce de Río Seco y el cruce de la
avenida Bolivia y la carretera Viacha.
Como parte de la reproducción del territorio mítico se reproduce la división norte-sur
en El Alto, que es leída como parte de la organización dual del cosmos andino; el
aeropuerto civil y el militar que está en medio de la ciudad es una división que asegura
la retribución interactiva del sur (masaya) y el norte (alasaya). Esta lógica de la
complementariedad no es pacífica, es siempre conflictiva; la dualidad de la cosmovisión
no es armónica de suyo, la armonía sólo se logra en la confrontación, que garantiza el
equilibrio y la especificidad de cada uno de los opuestos.55
En este desacuerdo simbólico de los opuestos, se logra una relación discontinua del
tiempo y el espacio.56
El tiempo es concéntrico reversible y renovable, no hay un pasado
y un futuro en una línea, sino un aquí y ahora radical, en el que se actualizan las
experiencias singulares y comunitarias, no como consciencia histórica o como recuerdo
(el acto psicológico de traer al presente); sino como revivificación de las experiencias
pasadas, las posibles y las existentes, cuyo eje es la restauración del mundo. Hasta que
no se restaure el mundo ser repetirá el míticamente el hecho colonial.57
A este tiempo corresponde un tipo de espacio flexible, materializado en la lucha y la
construcción de proyectos posibles. Esto no significa, ni por mucho, que aquí esta la cuyo eje es la fenomenología individual, para localizarla la imaginación poética en una escala mayor a la
individual, por tanto más allá de los espacios singulares. Ver Gaston Bachelard, La poética del espacio. 53
El ayllu es la forma prehispánica de organización territorial, centro de la organización social, basado en
una compleja articulación de segmentos territoriales y de parentescos. En este sistema la espacialidad no
es contigua, sino dislocada por distintos pisos ecológicos que comprenden a cada ayllu. Un conjunto
ayllus es una marka, dividida en una mitad superior y una inferior. Ver Xabier Albó, ob. cit. 54
USAID, ob. cit., p. 7. 55
Cfr. Pablo Mamani, ob. cit. Esta división dual tiene su origen en el pensamiento andino prehispánico.
La parte de arriba del mundo está asociada ala región de los que ponen orden en el mundo; la parte de
abajo es el mundo de la fecundidad imprevisible, en la que las pasiones de sus habitantes origina grandes
bienes y grandes catástrofes. Ver Xabier Albó, ob.cit. 56
Para la razón ilustrada el tiempo y el espacio son medidas absolutas que se desarrollan de manera
paralela en un mismo sentido, de manera que el control racional de uno significaba automáticamente el
del otro. Estos temas de la física mecánica se reprodujeron en más de una forma en la ingeniería urbana,
para la que el cambio en el espacio significaba uno en el tiempo en un mismo camino (el del progreso).
Para la cosmogonía andina el tiempo y el espacio corren por caminos separados, que en ciertas
circunstancias se juntan. En este sentido se podría decir que tiene mayor preponderancia el tiempo que el
espacio. 57
Alberto Flores Galindo, Buscando un Inca.
15
solución de los problemas urbanos contemporáneos, o una forma mejor de vivir la
ciudad. Es simplemente la expresión histórica que contiene en sí un proyecto posible de
organización de la producción del espacio de mayoría indígena, en la que la relación
campo-ciudad no exista. Es un posible tránsito del espacio urbano al espacio territorial
como forma de vida contemporánea, inaugurando un nomos de la territorialidad en
oposición al nomos de la tierra.
16
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