la testadura: miguel escamilla especial no.1

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La Testadura: Miguel Escamilla especial no.1

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latestadura.blogspot.com y latestadura.wordpress.com

Dirección General:

Mario Eduardo Ángeles.

Textos: Miguel Escamilla Martínez.

Fotografía: Miguel Escamilla Martínez.

Consejo Editorial: Bardo Garma, David Morales, Miguel Escamilla, Salvador Huerta, Pedro M. Serrot, Erich Tang, Mo. Eduardo Ángeles y Jesús Reyes.

Agradecimientos especiales a Roxana Jaramillo, Diana Isabel Enríquez, Paulina Romero, Flor de Liz, Tzolkín Montiel, Enrique Ibarra, José Manuel Bañuelos, Luis Alberto Arellano y Alejandro Angulo.

Contacto:

late stad ur al ite rar i a@ g mai l.c om

México, Agosto 2013.

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Los derechos de los textos publicados pertenecen a sus auto-

res. Cuida el planeta, no desperdicies papel.

CONTENIDO

-Un escorpión de

patas doradas

-La rancia mueca del espejo

distorsiona mi alegría

-Soy enfermedad

-Doctor

-La locura es el tegumento viscoso

que une mi alma con el cuerpo

- 4X fotografía

-Una noche más

-Dos tragos de cerveza

-Mientras me emborracho

-Esperando al maestro

-Aléjate de mí

-Del cabizbajo cantar

de las estrellas

-Para amanecerse bailando

-Poesía-Dinero

La Testadura 7

Retrospectiva no. 1

Miguel Escamilla Martínez

La Testadura 9

Un escorpión de

patas doradas

Un escorpión de patas doradas

niños abanicando la cola del pavoreal

muñecos de iglesia bailando

mientras los leones devoraban

la máscara de piel del pontífice.

Modelos desnudas con

pies de camaleón

invocan serpientes,

tímidas lujurias

La Testadura 10

alrededor de la jaula

Abrí los ojos

de las luciérnagas,

al verse a sí mismas

una por una

fueron muriendo.

La Testadura 11

La rancia mueca del espejo

distorsiona mi alegría

La rancia mueca del espejo distorsio-

na mi alegría. Rasgos latentes de mi futu-

ra indigencia. Arrugas. Bello facial desali-

ñado. Nudos que se regeneran atorados

en la garganta. Llanto de mariposa muda.

Dios levanta un árbol, y como diente de

león miles de aves blanquecinas salen

volando por doquier. Tengo un agujero en

mi corazón.

Apago la sangrante herida debajo de

mi vientre y camino creyendo que los sue-

ños son míos. Sueño que estoy despierto

La Testadura 12

y avanzo abriéndome paso entre la gente.

Piso sus pasos, soy una sombra sin refle-

jo, agua salina. Como desearía romper

una mesa.

Decidido a vivir, arranco, como siem-

pre, las nauseas del nuevo día y las guar-

do en mi mochila, donde, junto con rato-

nes y tristezas de huérfano, anhelo el día

antes de mi nacimiento y después de mi

muerte.

Vacío. Solo. Condenado a la vida, me

embarco en el largo camino sinuoso de

respirar, de hablar, de interaccionar co-

mo los hacen los sordos y los mudos con

el mundo de los vivos. Y así paso las ho-

La Testadura 13

ras, escurriéndome entre sollozos, la-

mentos y lágrimas de arena que no oigo

más que cuando estoy solo, estúpida-

mente solo. Solo con mi compañía y con

mi asco.

La Testadura 14

Soy enfermedad

Soy enfermedad

me mata,

guijarro costroso

que avanza por mis venas,

mano sin dedos,

cuerpo paralítico.

Soy la vida sin vida,

la intersección entre la

muerte y la putrefacción,

el exhalo del moribundo,

La Testadura 15

peste del leproso,

guante del verdugo.

Soy la soga y el suicidio,

el perro en la carretera,

los ojos del anciano muerto,

la raíz arrancada,

pétalo marchito,

nada ensimismada.

Soy la mano del amputado,

el festín del asesino,

la calle sin gente,

día sin sol,

La Testadura 16

felicidad ausente

Soy la nefasta purulencia

de la infección,

rayo sin destino,

tortuga sin caparazón,

el huérfano de sombra.

La Testadura 17

Doctor

- Doctor, ¿Qué me sucede, tiene usted

el resultado de mis análisis?

Sí, los tengo.

- ¡Dígame!

Usted tiene…

- ¿Qué tengo?

Usted esta enamorado de ilusiones

infértiles y la verdad mi estimado amigo

no tengo medicamentos para esos ca-

sos…

- Pero… ¿Es muy peligroso? ¿Hay

alguna cura?

La Testadura 18

Lo siento, me han llegado varios ca-

sos…y la verdad, no quiero desanimarlo,

pero…le quedan pocos días de vida.

- ¡Noo! Me lo temía, sabía que iba a

ocurrir

Le recomiendo que se aleje del al-

cohol, de los puentes, balcones, carros,

avenidas, navajas, cuerdas, cinturones y

cualquier tipo de venenos. Es más…

¿Quiere usted internarse?

- ¡Bah! Patrañas, moriré cuando mis

fuerzas disminuyan hasta el limite, vera

usted que toda mi vida he sido fuerte

hasta que la mujer se cruzó en mi ca-

mino, entonces fue cuando empecé a

La Testadura 19

decaer. Aun así prefiero morir sin miro-

nes.

Si, es otro caso. Todos los pacientes

dicen lo mismo y terminan igual. Fue un

placer haberlo conocido y no se preocupe

por los honorarios, sería un robo cobrarle

por decirle que va a morir.

- Gracias, muy amable, hasta pronto

doctor.

¡Espere! ¿Tiene usted familia?

- Hmm, no, en realidad no tengo fami-

lia. ¿Por que lo pregunta?

Por la herencia y todas esas cosas.

- No tengo nada… ¡Haa! ahora recuer-

do, solo tengo esta enfermedad.

La Testadura 20

Es usted un buen hombre, muy valien-

te, le admiro, ahora vaya a su casa y trate

de suicidarse en domingo, así no incomo-

dará a sus vecinos.

- Gracias…

La Testadura 21

La locura es el tegumento viscoso

que une mi alma con el cuerpo

Mientras los rayos de sol estiraban

sus dedos hasta colarse por las cortinas e

irse a posar en todas las cosas que ro-

deaban al futuro cadáver, Rogelio prepa-

raba la cuerda, que ató a su cuello con

firmeza. Subió a la silla donde había es-

tado sentado componiendo cuentos, his-

torias, poemas. Hoy su obra final.

Alegres cantos de mujeres pakista-

níes inundaron la habitación, una citara

parecía cada vez más divina y la majes-

tuosidad de los coros se difuminaban

La Testadura 22

poco a poco, mientras más presión ejer-

cía la cuerda y se convulsionaba el cuer-

po.

La música perdió su receptor, tan sólo

los muebles; la cama y todas las cosas

que acababan de perder a su dueño eran

testigos de un amanecer con música pa-

kistaní y nadie para contemplarlo.

La Testadura 23

Parte de las fotos expuestas

en la Exposición Colectiva

4X

por Miguel Escamilla Martínez

La Testadura 32

Una noche más

Yo no tengo problemas con el alcohol,

me llevo muy bien con él.

Tengo verrugas en los ojos

lágrimas de pus salinizada

costras en el ano que

punzan mientras duermo.

Zombis sexuales atraviesan

las paredes de moho

recitando canciones

con música leprosa.

La Testadura 33

Larvas de letras

vomitan versos,

aforismos, aldeas

de duendes malsanos.

Mi angustia sin macula

se cuaja esperando

la risa de un anciano,

de un niño sin dientes.

Se licúa el tiempo

encerrado en mi cerebro

y se expande como

pecho de un sapo enfermo.

La Testadura 34

Pequeños duendes leen

pasajes bíblicos sobre

mi cama en posición

genopectoral.

Es de madrugada y la

vieja tristeza pasa sus

macilentas manos

sobre mi cadáver que respira.

La Testadura 35

Dos tragos de cerveza

Dos tragos de cerveza, vomito, la fuer-

za de la gravedad del asunto me llevó al

suelo, donde permanecí varias horas -

días. Al despertar, dos cervezas, tres tra-

gos de ron y whiskey. Vomitar. Y de pronto

la mágica luz de la inconciencia me de-

rrumbó con su abrumadora fantasía, es-

taba, una vez más, tendido sobre una

acera. Olía a orines, pero irremediable-

mente no era yo, pasaron carros, vehícu-

los, motosierras, taladros que poco a

poco se acercaban a mi mente, a mis

huesos, a la columna vertebral. ¿De dón-

La Testadura 36

de vienen los aplausos? ¿Del teatro grie-

go? ¿De las focas? ¿Lo imitamos de los

animales?

Aplaudía mientras el día se cernía

sobre mí. No había más. Definitivamente

no había más. Qué se iba a hacer si no

había más. Seguir bebiendo. La quincua-

gésima parte funcional del cerebro esta-

ba en llamas.

La Testadura 37

Mientras me emborracho

Mientras el mundo se convulsiona

entre fétidos alaridos automovilísticos los

grillos han dejado de cantar. El vapor de

la nueva decadencia ha perneado el bos-

que de coníferas blanquecinas. Y conduz-

co con ojos de luciérnaga sobre dominan-

tes almacenes de agua, alcantarillas re-

pletas de lágrimas insomnes de dopajes

transgénicos ingeniosamente elaborados

por científicos asociales que dejaron una

fortuna a gobiernos tercermundistas in-

conformes con la superchería social.

Cualesquiera que sean los motivos de

La Testadura 38

esta vendetta alternativa impúdica, deja-

ron caer sin premeditación estratégica,

un poco de somatizaciones evidentes a

los náufragos del camino de marfil líqui-

do.

Sigo sin comprender esta terrible sed

que se apodera de mi corazón, de mis

entrañas cada vez más pestilentes. Hay

un ave que a diario visita mi alcoba, llega,

pronuncia palabras que no entiendo,

guiña un ojo y después se esfuma entre

un vientecillo tranquilo y sinvergüenza.

Esto no impide que siga con mis obliga-

ciones diarias; lavar las manos de las

monjas que piden limosna, beber saliva

La Testadura 39

de los huérfanos gonorréicos, imprimir

consignas contra la humanidad en carte-

les de algodón. Y así, una vez más tomo el

vaso y lo bebo intempestivamente, mien-

tras diminutas polillas deforman la es-

tructura maniacoriental del Zentido de mi

humanidad.

*Técnica literaria: regurgitación de

lugares comunes, vomitiva de prosa poé-

tica antiestética.

La Testadura 40

Esperando al maestro

El viento anunciaba la pronta llegada

del invierno. Las ramas de los árboles

balanceándose hacia arriba y hacia abajo

como creyente orando en una mezquita.

El olor a humo quemado me hizo desper-

tar y mirar hacia el lado izquierdo. Una

persona acercándose hacia mi, prove-

niente de un largo pasillo de paredes

blancas, cada paso, evidenciaba la au-

sencia de vida en este recinto. Haciendo

muecas pasó a mi lado sin lanzarme nin-

gún tipo de mirada.

El barandal gris rata, por donde pa-

La Testadura 41

seaba sus flacos dedos, me hicieron re-

cordar una visita que hice a la cárcel. La

construcción era similar; paredes blan-

cas, silencio sepulcral, humo de cigarro,

el lánguido eco de los zapatos desgasta-

dos al tocar el suelo percudido.

Después de media hora de silencio

algunas voces que se acercan inundan el

tedioso lugar. Son tres hombres que ca-

minan juntos, con la mirada fija en un

punto imaginario, de pronto, entran a un

salón y desaparecen.

Todo esto sólo provoca en mí una ob-

sesiva idea de suicidarme, arrojarme por

el segundo piso o ahorcarme con el cintu-

La Testadura 42

rón. Escucho unas carcajadas, no veo de

donde provienen pero sé que existen.

Frente a mi hay un frondoso árbol de

naranjas agrias incapaces de ser comi-

das. Su color verde cadáver le daban el

aspecto de total inutilidad. Miro hacia

una abandonada oficina; una obesa se-

cretaria detrás de un recibidor ordena

hojas inservibles e intenta dar la impre-

sión de estar sumamente ocupada. Este

lugar, me digo, es tan deprimente que

hasta el más estoico de los guerreros

samurái podría quitarse la vida.

Es cierto que la soledad y el silencio

ayudan a la introspección, pero el tipo de

La Testadura 43

soledad y silencio que aquí reina es de

muerte, de abandono y solamente ali-

menta la certidumbre de que en el mundo

carecen las esperanzas. El tiempo se

arrastra como amputado tratando de

alcanzar un trozo de pan enmohecido.

Cierro los ojos. Intento extraer algo de

fuerza para volver a abrirlos.

Desde que estoy aquí mi salud mental

se ha deteriorado. Solo permanezco por

una extraña afición por lo decadente.

La Testadura 44

Aléjate de mí

¡Aléjate de mi, bastardo sol sangran-

te, no intentes resolver mi pésima exis-

tencia! Dejad que los gusanos indecen-

tes de la melancolía devoren este pútrido

ser malnacido, besaré el culo de la muer-

te cuando encuentre una razón para ha-

cerlo.

Esperanzas parapléjicas, mundana

soledad insondable. Tengo el alma enfer-

ma, se infectó del virus de la tristeza al

nacer.

¡Calla ave imbécil! Que tu hipócrita

canto los diriges a la muerte que acecha

La Testadura 45

dentro de mi ropa. No hay esperanza. No

hay motor que encienda esta maquina de

sufrimiento interminable.

Ahora cerraré los ojos para siempre,

oculten mi cuerpo entre sabanas baña-

das en lágrimas y sangre. Tapien la puer-

ta y que mi cuerpo se descomponga dig-

namente entre lamentos infrahumanos,

sollozos de golondrina, pecados lujurio-

sos de las espinas que sangran mi cora-

zón inerte.

Siempre habrá, de reserva, una des-

gracia esperándonos.

La Testadura 46

Del cabizbajo cantar

de las estrellas

Disímiles zigzagueantes

andaban las estrellas

cabizbajas.

De nenúfares enredábanse

múltiples anhelos

regurgitando pesares

purpúreos.

Casi muertos

estoicos troncos de alma

La Testadura 47

rozaban la vida lozana,

lejana.

Cual si fuera lo mismo

sedientos coprófagos

de sueños

lanzábanse

embriones de cantos.

La Testadura 48

Para amanecerse bailando

El hombre contempla el putrefacto

cadáver de un gato a orillas de la carrete-

ra. Mi infancia. Orina encima. Fuma el

cigarro tratando de evitar que el humo

entre en sus enrojecidas cuencas donde

existe todo menos ojos.

C a l a m i d a d i n s o s p e c h a d a.

Periferia marchita. Coágulos de ante-

cedentes amorosos enmohecen la piel.

¡Snif snif! Blanquecinas plumillas inten-

tan hacernos vomitar.

Nada. Sólo nada y yo.

La Testadura 49

Poesía-Dinero

En un futuro habrá tiendas donde po-

damos pagar con poemas. Darán de cam-

bio tal vez un aforismo y alguna que otra

palabra suelta, que, juntándolas, forme-

mos una oración y tal vez un verso y así

ahorraremos nuestras palabras para po-

der cambiarlas por servicios y artículos.

¿Cuánto te costó tu computadora?

Cien cuartillas de poesía. Y responder, yo

las vi en noventa, estaban en oferta. Una

casa costará algo así como una novela,

dependiendo de la calidad del texto será

la casa.

Nací en Querétaro, México; en 1982.

Ahora vivo en Suzhou, China. Soy escri-

tor y fotógrafo.

我一九八二年出生在墨西哥的克

雷塔罗, 我现在住在苏州。我是作家、摄影

师。

De mano en mano, de pantalla en pantalla

¡Qué la voz corra!. La Testadura, una literatura de paso,

hecha para olvidarse en salas de espera y/

o lugares públicos.

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