la fortaleza. el espíritu nos muestra la dirección de nuestra vida. sabemos lo que hay que hacer....
Post on 16-Apr-2015
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LA FORTALEZA
El Espíritu nos muestra la dirección de nuestra vida. Sabemos lo que hay que
hacer. Ahora hay que hacerlo; necesitamos el don de fortaleza. La
fuerza, el valor, la constancia, la perseverancia.
Ese es el don de fortaleza.
No nos gusta comprometernos a algo que ha de durar.
No falta generosidad, y los jóvenes de hoy se ofrecen valientes para ir a
trabajar. Pero es sólo por una temporada, por unos años, por una
etapa. Después, ya veré...
Mientras tanto, otra experiencia, otra temporada. Se hace el bien a muchos, se forma uno así mismo. Pero es sólo una
etapa.
«El amor es fuerte como la muerte», dijo el libro que más sabe de amor en la Biblia, el Cantar de los Cantares, y ésa
es su esencia y su verdad. El amor verdadero, sea entre hombre y mujer o
sea entre el alma y su Dios, es fuerte como la muerte y hasta la muerte. Y si
no, no es amor y hay quienes ahora quieren hacerlo débil como la moda. El
amor es fuerte, y por eso el don de fortaleza es el don de amar.
Se usa mucho ahora la palabra «compromiso». Compromiso político,
religioso, social... Es palabra joven, cargada de energía. Nos gusta
pronunciarla en todos los contextos, echarla por delante en conferencias y diálogos y discusiones y encuentros.
Vivimos en una sociedad en la que todos hablan de compromiso y a pocas
personas nos gusta comprometernos.
Hay quienes consideran el don de fortaleza como una gracia especial para momentos heroicos: el don del martirio,
de resistir tentaciones violentas, de abrazar sufrimientos extraordinarios.
Verdad es que todos necesitamos ayuda especial en esas crisis. Pero el don de
fortaleza no es sólo para ocasiones extraordinarias, es para todas las
ocasiones y todas las horas.
Hay días cargados de dolor en la vida en los que parece imposible seguir
andando, y más sin saber hasta cuándo, sin saber por dónde. «¡Basta ya, Señor. Llévate mi vida...». Si hasta un profeta,
y un profeta como Elías, pierde el ánimo de vivir, ¿qué no nos pasará a
los demás en nuestros propios desiertos de humano desaliento?
También nosotros necesitamos la mano del ángel, la hogaza de pan y el
jarro de agua. El don de fortaleza. «Elías se levantó, comió y bebió, y con
la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta
el monte de Dios, el Horeb».
Rabindranath Tagore, en sus charlas de reflexión religiosa, dice que todos
deberíamos tener un camello en nuestros establos. No basta con caballos. Los
caballos nos sirven para pasear y galopar, para jugar y hacer carreras; pero no
valen para cruzar el desierto. Si llevamos un caballo al desierto, correrá primero, sí, volará, avanzará, se adentrará en la arena
brillante y llegará lejos en poco tiempo.
Pero pronto el calor lo sofocará, las arenas quemarán su paso, el horizonte nublará su vista, y tropezará y caerá,
dejando su vida y su jinete a merced de las dunas funerarias. En cambio, el
camello entrará con pie firme en la arena hostil, avanzará con paso igual y
dirección segura, aguantará distancias sin comida, sin bebida, sin que le digan
nada ni lo dirijan, y llegará a su tiempo a la orilla que él conoce bien, poniendo a
salvo a quien se había confiado a él.
La vida es desierto,
y para cruzarla
necesitamos
la perseverancia,
la tenacidad,
la fortaleza de la cabalgadura del desierto.
Lo que más nos impide recorrer el camino es el sospechar que no vamos a
poder aceptarlo, que va a ser muy difícil, que es mejor evitarlo; y así, para
no tener que caminar por él, comenzamos por no verlo. El miedo es
el peor consejero, y todos tenemos miedo.
Los salmos y los profetas
repiten la confianza del creyente,
que es la que le da claridad en el alma
y ánimo en la adversidad:
«El Señor es mi fortaleza».
Pablo va más lejos:
«Mi debilidad es mi fortaleza».
Es decir,
la condición para que el poder de Dios venga y actúe en mí es que yo sepa y admita
que mis fuerzas aisladas no me valen.
«Sin mí no pueden hacer nada».
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