la decadencia de las columnas jónicas
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La decadencia de las
columnas jónicas …………………………..…………….......................…………............................…………………………………….………………..
Una teoría de reordenamiento constitucional
para las democracias del siglo XXI
J.A
Fortea
2
Editorial Sekotia
C/. Gamonal 5
28 031 Madrid, España
Título: La decadencia de las columnas jónicas
Copyright José Antonio Fortea Cucurull
fort939@gmail.com
Impreso en Madrid, año 2015
ISBN 978 84 164 12 570
Primera publicación en formato electrónico en agosto de 2014
Editorial Dos Latidos
Zaragoza, España, 2014
2ª revisión y ampliación, febrero 2015
www.fortea.ws
3
La decadencia de
las columnas jónicas …………………………………………………............……………………………………...........………………………………
Un ensayo de Derecho Constitucional que ofrece
una posibilidad de reforma de las
democracias del siglo XXI
J.A.
Fortea
4
Versión para tablet
Versión 5.2 de esta obra
5
Índice
I parte: Los problemas del águila bicéfala bipartidista
1. Introducción ................................................................................................. 8
2. El Senado o la ilusión de la división de poderes ......................................... 13
3. El bipartidismo o el Poder Único con dos caras ......................................... 16
4. Cuando la democracia se convierte esencialmente en un espectáculo .... 23
5. Nuestros sistemas parlamentarios funcionan, pero son mejorables......... 25
II parte: Reinventemos la democracia desde la pura razón
6. Una propuesta de reordenamiento de los elementos ............................... 32
7. Las elecciones ............................................................................................. 34
8. El Congreso representa la voluntad de una nación .................................... 40
9. El Senado .................................................................................................... 44
10. El Tribunal Supremo ................................................................................. 53
11. Recapitulando el nuevo modelo constitucional ....................................... 55
III parte: Los detalles y minucias del funcionamiento de una gran
maquinaria
12. Hipótesis de lucha abierta entre los poderes constitucionales ............... 63
13. Los cambios en este nuevo modelo constitucional ................................. 69
14. El Consejo de la Censoría ......................................................................... 71
15. La concesión de indultos por parte del Ejecutivo .................................... 76
16. El Populismo ............................................................................................. 81
17. Conclusión ................................................................................................ 88
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IV parte: El futuro de nuestras bellas construcciones
constitucionales 18. El gigante chino y la economía ................................................................. 97
19. El dragón rojo y nuestras libertades ...................................................... 110
20. Soluciones sin esperanza ........................................................................ 113
21. Medidas menores ................................................................................... 119
22. El populismo europeo que va avanzando .............................................. 123
23. Epílogo .................................................................................................... 128
Apéndice
La vacante de algún poder constitucional: distintos escenarios
Cuando el Poder se salta las reglas del juego y no puede ser contenido
Cuando la democracia se enfrenta a su propio suicidio
Nunca será posible el Imperio de la Razón
Línea constitucional de sucesión
7
8
Primera parte ……………………………...............……………………………………………………………………………………………..
Los problemas del águila bicéfala bipartidista
Introducción
Qué misterioso resulta el que una persona dé una orden y
otro le obedezca. Es algo que sucede forma común y lo damos por
descontado. Pero por frecuente que sea, no deja de ser algo
sorprendente. Una persona igual a mí, con la misma apariencia,
quizá más anciano, quizá físicamente más débil, incluso enfermo,
dirá una palabra y yo le obedeceré sin hesitación alguna. En
ocasiones, esa ligadura de sometimiento me puede llevar a matar,
a torturar, a hacer sufrir a seres semejantes que no me han hecho
nada.
Una palabra por su parte y puedo poner en peligro mi vida,
puedo hacer lo que más odio. Una palabra que salga de su boca y
puedo emplear cientos de horas en satisfacer un inútil capricho
suyo o puedo tener que dejar mi casa con mi familia y mis hijos
hacia un nuevo destino que no me satisface, pero obedeceré porque
ha habido esa cosa que llamamos una orden. Pero esa cosa
invisible, una palabra, un papel con una firma, una orden, es
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suficiente. Un ser humano sobre otro ser humano. Es uno de
nosotros, pero está por encima de nosotros. Su palabra es acción,
mi voluntad se somete.
Sin embargo, el Poder debe existir. Alguien nos debe
gobernar. Los inconvenientes de la anarquía son superiores a los
del Poder. Sin un Poder que pusiera orden, no podríamos ni siquiera
retirarnos a nuestra casa de campo a cultivar un huerto. No
podríamos hacerlo ni siquiera con una escopeta bien cargada,
porque sin Poder ni siquiera seríamos nosotros los que tendríamos
la escopeta, serían otros.
Frodo, en el mito tolkiniano, resolvió la cuestión
destruyendo el Anillo del Poder. Eso se puede hacer en una novela
de papel. El problema es que, en la novela de la realidad, en la
novela escrita con hechos reales, el anillo resulta indestructible.
Alguien debe llevarlo. A los humanos únicamente se nos confiere
la capacidad para decidir quién lo porta. Una vez que entreguemos
el anillo a alguien, sólo los poderes mágicos de las leyes nos
otorgarán alguna protección. El poder del anillo resulta mágico,
casi demoniaco. Pero el poder del anillo puede ser encadenado por
el poder de las leyes. Las leyes son las únicas cadenas capaces de
contener al monstruo.
El anillo, por sí mismo, tiene capacidad para hacer libres o
para esclavizar, tiene poder sobre millones de seres humanos,
capacidad para hacer que los pueblos vivan en la prosperidad o para
encerrar a decenas de miles de personas en prisiones, en campos de
trabajo, en instituciones para la reeducación. El anillo está sobre
todos, únicamente las leyes gobiernan el anillo. De ahí, esta breve
obra, mi pequeña aportación en este campo de la política
constitucional.
10
Llevo más de un decenio pensando y retocando esta obra.
Cuando la comencé en los años de un mundo económicamente
próspero, todos (y yo también) nos mostrábamos
extraordinariamente optimistas respecto al futuro en el siglo XXI.
Ahora, esta aportación al Derecho Constitucional, la hago a
sabiendas de que las sociedades de nuestro entorno y más allá se
están deslizando, paso a paso, hacia el autoritarismo, hacia el
populismo, hacia los conflictos entre naciones, hacia una mayor
división entre pobres y ricos. Y eso sin contar con el indudable
avance de la criminalidad en Latinoamérica, el retroceso de la
democracia en Rusia y el ascenso del fanatismo religioso en tantos
países.
Me gustaría pensar que todo esto son excepciones, pequeños
pequeños parones en una marcha ascendente de civilización y
progreso. Pero, desgraciadamente, suponen la acumulación ya de
demasiadas excepciones. Resulta evidente que a nivel de Derecho
Constitucional hemos iniciado un camino de involución que no
tengo la menor duda de que se detendrá en el tiempo, como ya antes
ha sucedido en la Historia. Pero esta involución todavía puede
prolongarse en el tiempo e incluso durar toda una generación.
A pesar de todo, a sabiendas de la ladera inclinada por la que
hemos comenzado a descender, escribo estas líneas llenas de
idealismo. La razón puede construir grandes ideales a pesar de que
la realidad que le rodea pueda ser intelectualmente mísera.
Y así, desde mi torre de marfil, construiré un modelo teórico
en estas páginas que, en mi opinión, sería el ideal como fundamento
constucional para levantar una nación. Creo modelos teóricos,
siendo consciente de que la clase política de ningún país se va a
suicidar aplicando este nuevo esquema que expongo. Pero
reflexionar siempre es útil. Nunca se sabe cuál será el camino de
las ideas. Quizá alguna de las partes de este nuevo modelo
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constitucional sea aplicada en algún lugar. Quizá estas páginas
aporten algo para que otro teórico mucho mejor que yo, pueda
aprovechar alguna de sus ideas en otro modelo muy superior que
no pude imaginar.
La Humanidad ha contado con grandes mentes entre sus filas
que le han dado muchas vueltas a este tema del que voy a tratar.
Muchas grandes inteligencias han reflexionado acerca de cuál es el
mejor esquema de funcionamiento constitucional. Hay verdades
que ya se dan por inamovibles y esenciales. Algunas de ellas muy
sencillas y elementales. Por ejemplo, al final, después de
incontables revoluciones, guerras civiles, insurrecciones y
anarquías temporales, después de tantos experimentos, se ha
llegado a la conclusión de que lo mejor es que sea la mayoría la que
decida votando quien quiere que le gobierne. El que la mayoría lo
decida, bien de forma directa o indirecta, es lo mejor. Mejor que se
decida a votos que no a cañonazos o a tiros.
La fórmula puede parecer simple, pero hasta llegar aquí,
hemos probado, una y otra vez, todo tipo de formas y modos de
ejercer el gobierno y de acceder a ese puesto supremo donde
confluye el poder. Los poderes menores siempre confluyen en un
poder supremo, un poder máximo, un poder coordinador de los
poderes subordinados.
Para otorgar ese poder supremo hemos probado todos los
sistemas, y esto sin excluir el método biológico. Hemos probado el
férreo método biológico de tranmisión del Poder de padre a hijo,
casi hasta el etéreo método de la Lotería de Babilonia de Borges.
En el fondo, la vida con su interacción de millones e causas
aleatorias ha constituido una gran lotería de Babilonia.
Durante siglos, después de mucha sangre vertida, se llegó al
acuerdo que acceder al Poder por vía de herencia genética era un
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modo óptimo (en aquella época) para ofrecer estabilidad y
posibilidad de planes a largo plazo. Desafortunadamente este
método no está exento de… inconvenientes. No se piense que estos
experimentos son cosas del pasado. Nuestros ojos han podido
comprobar la primera monarquía comunista en Corea del Norte.
Efectivamente, la Historia ha sido generosa en todo tipo de
intentos. Pero a estas alturas, estamos en condiciones de afirmar
que la experiencia y la razón nos indican que el mejor modo de
elegir al sujeto que ostentará el Poder, es la democracia. La
democracia es una de las más grandes consecuciones de la historia
humana. En cierto modo, nuestras democracias son el resultado de
miles de años de evolución humana. La cultura, la técnica, la
medicina, el arte, todo, ha ido perfeccionándose siglo tras siglo,
también las reglas teóricas para gobernarnos a nosotros mismos.
El sistema funciona, aunque no hace falta decir que no es
democracia todo sistema que se autodenomine democrático. Sin
embargo, resulta evidente que aunque el sistema se desenvuelva
razonablemente bien, no lo hace de un modo perfecto e
inmejorable. Eso no es así, ni siquiera donde mejor funciona. En
muchos lugares de la Tierra, gozamos de más libertad que nunca,
controlamos a nuestros gobernantes, nuestros sistemas
parlamentarios mantienen una correcta estabilidad sin permitir que
nadie se afinque de un modo tiránico, y no obstante el sistema
admite mejoras. El aparato constitucional funciona, pero evidencia
problemas que son los que aquí vamos a analizar, antes de proponer
los remedios.
Aunque las poblaciones de estos países están seguros de que
las democracias son eficientes y preservan las libertades,
observados esos sistemas parlamentarios con lupa nos daremos
cuenta de que existen desgastes, fricciones, recalentamientos en el
mecanismo que son los que hay que solventar. Las reglas del juego
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(las Constituciones) suelen estar bien diseñadas, pero como todo
conjunto de normas siempre es capaz de mayor perfeccionamiento.
Al fin y al cabo, son mecanismos, y todo mecanismo es susceptible
de mejora.
Me dispongo ahora a analizar algunos de esos problemas que
se han observado en las constituciones a estas alturas del siglo XXI.
Pero entienda el lector que en este ensayo no es mi voluntad fijarme
en ningún país en concreto, sino en todas las democracias
consolidadas y que funcionan bien, tomadas en su conjunto. Razón
por la cual pongo mi mirada sobre todo en los problemas de las
democracias parlamentarias de Europa Occidental, Estados
Unidos, Canadá, Australia y similares. Después de considerar los
problemas de las democracias actuales, en la segunda parte
propongo una solución a esos problemas. Pero primero
examinemos los defectos.
Debo advertir que alguien podría alguien sacar la errónea
conclusión de que yo tengo una mala idea de las democracias
actuales, no es así. Simplemente señalo los puntos que amenazan
con corromper el sistema. Estas páginas cumplen la función de
llevar al extremo las corruptelas del funcionamiento constitucional
actual, para tratar de poner un remedio antes de que las peores
previsiones se hagan realidad aquí o allá. La democracia funciona,
sobre todo en las consolidadas con una larga tradición. Pero incluso
en esas buenos sistemas parlamentarios, el sistema podría
funcionar mejor. Dicho lo cual, pasemos a analizar punto por
punto.
El Senado o la ilusión de la división de
poderes
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Hace ya siglos que la razón humana entendió que no era
conveniente que una misma persona (o grupo) tuviera en sus manos
tanto el poder ejecutivo como la capacidad de dictar leyes. Es de
sentido común que el Poder debe someterse a la Ley. Pero si uno
mismo goza de ambas capacidades, los ciudadanos se hayan
totalmente indefensos, y el gobernante se encuentra con que carece
de cortapisas en su actuación. La solución que se les ocurrió a los
teóricos franceses fue la creación del Senado como cámara
independiente. La idea era óptima, lamentablemente el Senado no
suele funcionar como cámara independiente en casi ningún país del
mundo.
En todas partes, el Senado suele ser una réplica del reparto
de escaños existente en el parlamento. El partido que domina en el
Congreso (que en otros lugares se le llama Parlamento), también
domina en el Senado. La apariencia de división de poderes no
funciona en casi ningún país. Estados Unidos en esto es una
excepción muy parcial. Allí resulta más frecuente que los
senadores sean lo suficientemente independientes como para poder
oponerse a un presidente de su propio partido. Pero normalmente,
incluso allí, las rebeliones contra el propio partido suelen ser pocas
y limitadas. Cualquier senador sabe que sin el apoyo
propagandístico del aparato de su partido, perdería su escaño. Así
que las disensiones son pocas.
Pero en el resto del mundo, ni siquiera hay pocas
disensiones. Lo que ordena el partido, se obedece en el Congreso y
en el Senado, y punto. Los señores senadores pueden ser muy
honorables en sus títulos, pero siempre votarán como se les manda,
sin poner objeciones. Obsérvese que uso el verbo mandar, aunque
nunca es necesario ordenar nada, basta una indicación y el senador
hará lo que se le diga, aunque aprobar esa ley sea totalmente
contrario a su honesto pensar. Una situación, como ésta,
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evidentemente, no supone, en absoluto, ningún tipo de división de
poderes. De iure todas las constituciones consagran la división de
poderes. De facto ningún país goza de los beneficios de esa
división.
Si en algún país la mayoría en el Senado es de signo
contrario al que ostenta el poder ejecutivo, esa disensión sólo
durará hasta las siguientes elecciones. De nuevo habrá mayoría en
ambas cámaras y se habrá restaurado la idílica situación para el
partido gobernante.
El mismo problema, aunque atenuado, nos lo encontramos
en el poder judicial. Los integrantes del máximo órgano del
Tribunal Supremo suelen ser elegidos en mayor o menor medida
por el Congreso. Sólo la introducción de algunos jueces por otras
vías, evita que en el Tribunal Supremo ocurra exactamente lo
mismo que en el Senado.
Respecto al poder judicial hay un eterno dilema, si dejamos
que el máximo órgano del poder judicial elija a todos sus miembros
de forma autónoma, tendremos una plena independencia con
respecto al ejecutivo. Pero si se corrompe ese máximo órgano
judicial no habrá manera de sanearlo y la corrupción se perpetuará.
Tampoco es concebible el que estos jueces sean elegidos por la
voluntad popular, pues su tarea es sumamente técnica. ¿Qué hacer
entonces?
O crear una cámara totalmente estanca o que los partidos (y
por tanto el Poder Ejecutivo) intervengan en algo tan delicado
como la Justicia. Es evidente que en el momento en que los partidos
intervienen en la elección de estos jueces, la independencia de este
órgano no es perfecta. Desde luego en no pocos países, los
integrantes del Tribunal Supremo son un reflejo del Parlamento.
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No deja de ser una triste ironía que en el siglo XXI, todavía no se
haya logrado algo tan simple y beneficioso como la división de
poderes.
El bipartidismo o el Poder Único con dos
caras
El siguiente problema que padecen las democracias es que,
en teoría, la cámara de representantes de cualquier país debería ser
una cámara que representara las muy distintas formas de pensar de
los habitantes de esa nación y sus distintos intereses. La experiencia
demuestra que en todas partes del mundo, al final, todo acaba
reduciéndose a un evidente bipartidismo. Pueden existir más
grupos en el hemiciclo, más ideologías, pero de modo efectivo todo
se reduce al juego y relaciones entre dos partidos. Los demás
grupos asisten como espectadores.
Los dos principales partidos de cada nación son como
industrias, la industrias de la política. Otras industrias producen
zapatos, viviendas o electrodomésticos. Los partidos son industrias
cuyo único objetivo consiste en perpetuarse en la alternancia de
poder. Aunque supuestamente la perpetuación en el poder digan
que depende de lograr el bien común. Pero cada vez que haya que
elegir entre el bien común o el bien del partido, por supuesto, que
no quepa ninguna duda, la elección será beneficiar al partido. El
resto de partidos acuden como espectadores al gran festín.
Esta historia se repite en todos los países. Esta alternancia
en el poder, pase lo que pase, de por sí esto es un defecto de la
democracia, no una virtud. Si la sociedad es tan variada, tan plural,
y hay tantos modos de pensar, ¿por qué los países acaban
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reduciendo sus opciones a dos, a dos opciones eternas? La razón
está en algo tan sencillo como el hecho indudable de que el poder
tiende a concentrarse. Cuando toda democracia comienza,
aparecen muchos partidos. Pero poco a poco, como si de empresas
se tratara, se van fusionando. El proceso continúa hasta quedar
esencialmente dos fuerzas políticas.
Entienda el votante que cuando digo que los partidos actúan
como empresas, es la pura realidad. Los partidos son empresas, es
decir grupos que buscan beneficios. En este caso, el beneficio es el
reparto del poder. Los beneficios materiales son siempre para las
personas, normalmente cuando abandonan la política. Así funciona
el juego. En los partidos no hay nada altruista, muy pocas veces
existe una verdadera carga ideológica. La ideología se usa para bien
del partido, es como su marca, su sello distintivo.
Pero los integrantes del partido siempre están dispuestos a
cambiar la ideología en cuanto deje de producir réditos electorales.
Los partidos constituyen grandes estructuras cuyo fin es el bien de
las personas que viven de eso. Ser político es un trabajo, y un
trabajo que proporciona una empresa llamada partido. Las
democracias siempre comienzan su andadura llenas de idealismo y
buenas intenciones, pero con el correr de los decenios los partidos
se convierten en estructuras al servicio de los profesionales de la
política. Por eso, los partidos pequeños del principio de la
democracia acaban fusionándose. Porque lo que importa no es
representar las distintas opciones de los ciudadanos, sino ser
fuertes.
La limitación que supone el bipartidismo trae consigo otro
peligro. Los dos grandes grupos políticos se atacan en su búsqueda
del poder, pero con el pasar de los decenios llegan fácilmente a la
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conclusión de que es mejor ponerse de acuerdo en aquellos temas
en que ambos partidos quedarían mal ante los votantes.
Se dan cuenta de que es preferible pactar cuales son los
campos que es mejor no tocar ante la opinión pública. Pueden ser
aspectos de la financiación de los partidos, pueden ser
determinadas prebendas de los gobernantes, pueden ser asuntos
turbios en los que los dos partidos estén involucrados. Aquellos
campos en los que ambos pudieran resultar perjudicados serán
pactados y no saldrán a la arena política. Así es la política. Se
apelará al Pueblo en aquello que interese par bien de un partido,
pero en aquello que no interese a ninguno de los dos, el Pueblo no
se enterará. Los gobernados deben entender que jamás será
discutido en serio y de verdad aquello que no interese a los dos
grandes partidos que se discuta. Si los dos grandes grupos políticos
se ponen de acuerdo, el monopolio del poder funciona de forma
absoluta.
Esto, lo conozcan o no los votantes, sucede en todas las
latitudes donde existe democracia, en todos los climas donde hay
un sistema parlamentario. Allí donde existe el bipartidismo, allí
existe esta corruptela. Lo que debería ser una lucha transparente e
ideal ante la opinión pública, con los años se va enturbiando por
los pactos de los temas que no hay que tocar. Pero son pactos que
se hacen no por el bien del pueblo, sino pactos por el bien de los
partidos en perjuicio del pueblo.
Una vez iniciada esa buena armonía entre partidos, los
partidos van descubriendo los beneficios que para ellos conlleva
una lucha cada vez más pactada. Se puede discutir de todo a plena
luz pública pero es mejor pactar unas reglas del juego en aquello
que si se divulgara los dejaría a ambos en mal lugar. El resultado
óptimo para los partidos (y pésimo para la democracia) es la
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ordenada alternancia en el poder. Si los partidos nos hemos de
alternar, ¿por qué no hacerlo con el mínimo coste para nosotros y
nuestros intereses? De manera que los partidos van alcanzando
cada vez más una negociada consolidación de sus poderes. Poder
en el mundo económico, privilegios legales, exenciones, influencia
en el mundo de la banca, colocación de sus hombres en los consejos
de administración de la industria.
Sé que estoy hablando en abstracto así que voy a poner un
ejemplo pequeño y concreto de este mecanismo de buena concordia
contra el bien común. Los diputados de la Unión Europea, con el
pasar de los años, fueron aprobándose aumento tras aumento de
sueldo. El sueldo era formidable, en realidad un verdadero
escándalo. Pero todos los grupos aprobaron el asunto sin darle
ninguna publicidad, porque si se sabía por parte de los ciudadanos
a todos los diputados les iba a perjudicar por igual. Se dieron cuenta
de que si el asunto saltaba a la opinión pública se iba a producir una
conmoción periodística de gran repercusión. Así que todos
aprobaron que el sueldo base fuera razonable y que a esa cantidad
de dinero se le fueran añadiendo pagos en concepto de dietas,
viajes, complementos, etc. El sueldo de un eurodiputado
deliberadamente se volvió opaco a cualquiera que quisiera indagar.
Los representantes del pueblo actuando contra el pueblo.
Cuando la prensa fue testigo del tren de vida de algunos
eurodiputados, la cosa no se pudo ocultar más y les pidió que les
dijeran cuanto cobrara un miembro de esa cámara. Se les contestó
dándoles la información sobre el sueldo base. Cada vez que los
periodistas querían saber cuánto cobraba un diputado con gastos de
viajes y dietas, la secretaría de la Cámara de eurodiputados
respondía que esos eran datos privados de cada cual y que no
podían suministrarlos. De forma que no hubo manera de saber
cuánto cobraba un eurodiputado medio. Más allá de la respuesta
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acerca del sueldo base todo eran datos genéricos, así como un
complejo tráfago de extras y complementos. No había manera de
saber cuánto ganaba un eurodiputado. Por más que los periodistas
se empeñaron, no hubo manera de saber cuánto cobraba como
media, dietas incluidas, un eurodiputado. Con el tiempo la
polémica periodística se fue olvidando y ellos siguieron
disfrutando de su escandaloso sueldo.
El mecanismo que los representantes del pueblo se aplicaron
contra los intereses del pueblo funcionaron y siguen funcionando
de maravilla. Aquí una vez más, como en tantas otras cosas, el
pacto común es más beneficioso para todos que la confrontación.
Y si es posible el pacto aunque haya varios partidos, nada favorece
tanto este tipo de pactos contrarios al bien común como un
parlamento bipartidista.
El ejemplo puesto no demasiada trascendencia, pero otro
tipo de pactos sí que tienen verdadera importancia. Pactar funciona.
Confrontémonos si eso nos interesa, pongámonos de acuerdo
cuando nos perjudique a los dos. Si los partidos funcionan como
empresas, este método va minimizando los perjuicios de la
confrontación y va estabilizando el sistema. De forma que al final,
las democracias tienen un Poder Único con dos caras, un solo poder
dividido en dos partidos de cara a la opinión pública. Un único
monstruo (la política) bicéfalo.
Por supuesto que la mayoría de las democracias no han
llegado a la consumación perfecta de este sistema de fusiones. Pero
todo parlamentarismo tiende a este punto, porque el Poder tiende a
concentrarse. Ese proceso de concentración es una tendencia ínsita
en el mismo ser de las cosas. No se debe a la malicia de los
gobernantes, no se trata de una gran conspiración, se trata de que
21
siempre, en todas las épocas, en todas las culturas, el Poder tiende
a concentrarse.
Finalmente, una democracia puede cumplir con todos los
ritos (campañas, votaciones, etc.) para que todo siga exactamente
igual. En México, la situación que hubo con el PRI fue un ejemplo
de consumación de este proceso, no ya bipartidismo sino de partido
único refrendado inevitablemente por las urnas. Su poder
hegemónico duró desde 1929 hasta el año 2000. Se trata de un
ejemplo perfecto de caso de un solo partido que había invadido
todos los espacios de Poder. El PRI logró el monopolio del Poder
sin necesidad de renunciar a todos los rituales de la democracia. En
otros lugares este monopolio del Poder a efectos públicos, de cara
al electorado, presenta una cara bifronte, pero el resultado es
similar al del PRI en esos años.
En estas situaciones, la cámara de diputados no es ya el lugar
de discusión entre todos los representantes de un pueblo, sino el
estrado privilegiado para dar un discurso televisado y para aplicar
las leyes de la rutinaria aritmética de los escaños. Hay que entender
que todo sistema parlamentario tiende a este punto de máximo
beneficio para los que viven de la política.
En unos países este proceso está más adelantado, en otros
menos. Pero la tendencia de todo ser humano es pasar por encima
de todos los obstáculos para lograr el propio beneficio. En todas
partes, en todos los países, los políticos son profesionales en este
arte de pactar y buscar la conveniencia. Cierto que alguien dirá que
también hay buenos políticos, hombres adecuados para lograr el
bien común. Pero por cada uno bueno y honesto, hay una docena
que ante todo buscarán su propio beneficio. No voy a decir que esa
docena sean malos y corruptos, no. Pero indudablemente usarán el
acuerdo para bien del país sí, pero ante todo para su propio bien.
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En este escenario, el Poder se va concentrando sin un recurso
especial a la maldad, ni a la ilegalidad.
Sin una real división de poderes, con un poder cada vez más
unificado, la democracia continúa con sus rituales, creyendo que
esos rituales suponen la garantía de sus libertades, cuando en
realidad son sólo un procedimiento para entregar un poder
monárquico a una persona durante un número limitado de años. En
cierto modo, hemos pasado de una monarquía vitalicia hereditaria,
a una monarquía temporal pactada.
En esta situación el Pueblo es sólo el cliente al que se le
vende un producto por parte de una empresa llamada partido. El
pacto entre los partidos hace que ese poder monárquico sea
disfrutado de un modo alternado entre una empresa (la estructura
de un partido) y otra (la estructura de otro partido). Como se ve, lo
que piense el Pueblo no tiene excesiva importancia. Los
gobernantes no van a actuar según lo que piensa el Pueblo, sino que
son los partidos los que encauzan el modo en que piensa el Pueblo.
Tampoco creamos que esto es una monstruosidad, ya que a veces
el Pueblo no piensa más que insensateces. Pero la idea cándida
acerca de la voluntad popular, el querer del pueblo, la elección de
los mejores para el gobierno de la nación y cosas así, son un cuento
de hadas. Los partidos son empresas especializadas en encauzar ese
querer popular según sus propios intereses, los de la formación
política.
Por eso los gobernados deben ser realistas, dejar de pensar
ingenuidades, y aceptar el hecho indudable de que el Poder está en
manos de un monopolio bipartidista. Y ese monopolio, fruto de su
dinamismo interno, fruto de la misma fuerza que va acumulando,
tiende a concentrar más poder extendiendo sus ramas a todos los
mecanismos de influencia de un país.
23
Cuando la democracia se convierte
esencialmente en un espectáculo
Otro vicio en el que puede caer un sistema electoral es que
todo lo accidental que rodea a una campaña se convierta en
sustancial. Este proceso morboso de hiperinflacción del
espectáculo que tiende a crecer año tras año en todas las
democracias occidentales, es claramente un mal camino que hemos
tomado. En las convenciones, en los mítines, cada gesto está
ensayado, la espontaneidad de lo que realmente se piensa se
sacrifica a la política de imagen. El decorado, el confeti, los globos,
los detalles estéticos, el photoshop en la foto del candidato pasan a
ser algo esencial. Para gobernar un país, la sonrisa del candidato es
indiferente. Lo mismo que la belleza de su rostro.
Ningún presidente escribe sus propios discursos. Cuando
parece que improvisan, sea en un debate o sea tras una pregunta de
una rueda de prensa, se limitan a escoger la mejor opción de lo que
ya está deliberado por los asesores de imagen. Todo está estudiado,
el marketing para la venta del producto (un candidato) ha de estar
por encima de cualquier otra consideración, como por ejemplo la
verdad. La verdad, lo que es justo, lo que es honesto, se sacrifica
sin vacilación en pro de la imagen. Que lo que se prometa no se
vaya a cumplir nunca, no importa para nada. Tampoco los electores
castigan este tipo de infidelidades. La imagen, el espectáculo, la
estrategia del marketing sí que da votos o los quita. El problema no
son solo los candidatos, ni los partidos. El mismo Pueblo escoge
mal muchas veces. El Pueblo se equivoca y escoge al más inepto,
al corrupto, al falso o al malvado.
24
Pero esta ineptitud connatural a las masas se complica
cuando la política cae en el espectáculo. La forma cada vez pesa
más frente al contenido. No digo que actualmente ahogue el
contenido, desde luego que no, pero es un proceso que sigue
creciendo sin que se le vea fin. Y ciertamente se trata de una nada
deseable evolución de nuestras democracias. Todo el mundo se da
cuenta, pero no se ve qué otro camino se pueda tomar. A los
grandes partidos no les importa. Mientras obtengan la presidencia
de los Estados, les da lo mismo si se obtiene por un medio o por
otro.
Lo importante es el objetivo, no la moralidad del medio para
alcanzarlo: estos son los sujetos que nos gobiernan. Concedemos
el Poder sobre nuestras naciones a los profesionales de la
simulación y la manipulación. Cada vez resulta más difícil que
alguien sencillo y veraz se mantenga así en el proceso hacia un alto
cargo. Las directivas de los partidos priman a los zorros frente a las
ovejas. La experiencia demuestra que en esta guerra sucia, las
ovejas suelen acabar despedazadas. Además las deliberaciones
secretas en el seno de las cúpulas de los partidos, cuando salen a la
luz muestran toda la suciedad y desviación del sistema. Por eso los
zorros suelen preferir a los zorros, una oveja podría dar un susto al
mismo partido. Por el contrario, un político profesional de toda la
vida sabe cómo son las cosas y no dará ningún susto. Cuando hay
que hacer teatro, se hace teatro. Si la consigna de arriba es decir tal
cosa, se dice tal cosa. Saben que su trabajo es la imagen y no hacen
ningún problema de ello.
Lo cierto es que cada gobernante ha de perder más y más
tiempo en lo que podríamos llamar actividades inútiles de carácter
exclusivamente propagandístico. Es verdad que todo hombre
situado en puestos de alta responsabilidad ha de emplear parte de
su tiempo en este tipo de actividades no útiles para el país que
25
gobierna. Pero el problema es cuando el volumen de ese tiempo va
creciendo y creciendo de un modo tal que ya no es que el
gobernante tenga que dedicar parte de su tiempo a ello, sino que
esto es buena parte de su trabajo.
Llevado al extremo este proceso podría llegarse a una
situación hipotética en la que el presidente de la nación, los
ministros, los diputados, fueran cargos dedicados exclusivamente
a cultivar su imagen: asistencia a actos públicos, reuniones
políticas, mítines, homenajes, inauguraciones, discursos, recepción
de interlocutores sociales, etc. Mientras que el gobierno efectivo de
la nación estuviera delegado en equipos de consejeros de Estado,
subsecretarios y asesores. La democracia habría caído en una
desviación en la que existiría una clase política, mediática y
dedicada al espectáculo de masas, mientras una tecnocracia
inamovible y atrincherada detentaría el poder real.
Un efecto colateral de esta situación es que todos los
gobernantes se ocupan cada vez más en hacer cosas que contenten
a la opinión pública, en detrimento de políticas más efectivas pero
menos populares. La empresa de la política entiende que no puede
embarcarse en proyectos que puedan resultar impopulares, por más
que sean beneficiosos a largo plazo.
Nuestros sistemas parlamentarios
funcionan, pero son mejorables
Si echamos una hojeada a las democracias occidentales
concluiremos que nunca como hoy en día la masa social ha estado
tan involucrada en los procesos de elección y supervisión de sus
26
gobernantes. Cualquiera de nosotros puede, a través de la
televisión, estar junto a los políticos y gobernantes horas y horas.
Cualquier persona les interpela, les discute, cualquier ciudadano
puede gritar en la vía pública al presidente de su nación, puede
insultarle y recriminarle lo que quiera mientras el presidente más o
menos azorado no puede ordenar a sus escoltas que den una paliza
a ese ciudadano, allí, en plena calle. Este tipo de situaciones
indudablemente desagradables son una muestra de la salud de
nuestros regímenes.
El poder de cada ciudadano de gritar a su gobernante y que
este no pueda hacer otra cosa que aguantarse, es signo de salud.
Todos cuando contemplan escenas como ésa en la televisión,
piensan que no se debería permitir y que habría que hacer algo.
Pero no se debe hacer nada.
Pero no sólo en cuanto a la libertad de expresión, si
examinamos los mecanismos de vigilancia que tiene el pueblo
respecto a sus gobernantes, podremos concluir que nuestra
situación es mejor que cualquier tiempo pasado. Y lo mismo
podemos decir respecto al respeto y salvaguarda de los derechos
individuales y colectivos.
Aquí he analizado los defectos en que ha caído la
democracia. Son defectos reales. Pero el sistema tiene la ventaja de
hacer que los gobernantes y los partidos se sucedan. Los nuevos
pueden ser tan poco honrados como los que sustituyen. Pero, al
menos, se produce una sustitución, una alternancia. La dictadura
requiere de permanencia. Sin permanencia de los individuos en los
resortes del poder, toda posesión de esos resortes siempre es
limitada.
27
Sin duda alguna, el panorama que presentan nuestras
actuales democracias es mejor que en cualquier otra época. No
obstante, la democracia consiste en un equilibro en la correlación
de fuerzas que determina la medida y duración de la posesión del
Poder, la democracia consiste en una armazón de equilibrio de
poderes. El parlamentarismo no puede existir de modo efectivo si
esos poderes no garantizan el funcionamiento de la maquinaria
constitucional. Y esa maquinaria presenta puntos de roce, puntos
de fricción. El Poder tiende a extender sus ramas y raíces, eso es
una ley universal. Como se ha dicho, se trata de algo que se haya
inserto en la naturaleza humana. Los elementos de esta maquinaria
tienden a controlar a los elementos colindantes. Ello se debe a que
al final las leyes constitucionales, se ejecutan a través de los
gobernantes, y por tanto a través de sus virtudes y defectos. De
momento, no poseemos ningún sistema que aplique la ley de modo
automático. Toda ejecución, dilación o excepción en la aplicación
de una ley o de un mecanismo constitucional sigue estando en
manos de hombres dotados de libre albedrío.
El problema de todo sistema constitucional es que hacer
excepción a las leyes desde el mismo Poder a veces es más
provechoso que seguirlas. Por eso la maquinaria requiere de una
continua vigilancia y puesta a punto. De lo contrario es cuando
pueden perpetuarse las averías, unas más graves, otras menos. Lo
que aquí se ha expuesto antes, son peligros, tendencias, procesos.
No significa que toda democracia tenga su maquinaria tan
deteriorada. Aquí se ha expuesto la enfermedad. Unas democracias
están más enfermas que otras.
Pero todo ciudadano ha de tener muy claro que el hecho de
vivir en país democrático no le asegura que ya para siempre en ese
lugar habrá libertad. La gente suele tender a pensar en términos
simples: hay democracia, no hay democracia. Las cosas suelen ser
28
un poco más complicadas. Pero hay otros muchos países en los que
la alternancia en la presidencia de la nación, sólo asegura cambio
de personas, pero no una verdadera capacidad de los ciudadanos
para poder escoger una alternativa.
Es deber de los ciudadanos velar por sus democracias. El
propósito de los teóricos que en siglos pasados forjaron los
ordenamientos constitucionales, era que los ciudadanos pudieran
tener realmente el poder de elegir en sus manos. No el que los
partidos tuvieran a los ciudadanos dominados por sus campañas
propagandísticas y por sus aparatos políticos. El poder del Pueblo
ha sido sustituido por el poder de los bipartidismos alternándose en
las instituciones. Las elecciones se han convertido en trámites de
reparto de escaños entre las empresas de la política. La maquinaria
que rige nuestras libertades funciona, pero el deterioro avanza,
porque los profesionales de este mundo cerrado van encontrando
los caminos para evadir los obstáculos constitucionales a sus
propios intereses.
Hay que preguntarse una y otra vez si el ideal de democracia
que los teóricos constitucionales imaginaron hace siglos, no ha sido
traicionado en parte. Las democracias funcionan, pero no se ha
convertido en el sistema para que los mejores nos gobiernen. O, al
menos, para que ciudadanos normales, capacitados, pero no
maleados por la estructura política, lleguen al Poder.
Además, tampoco el Pueblo se siente representado. La gente
vota con la resignación de que no hay otros a quién votar. No es
cierto que cualquiera pueda presentarse a cualquier elección.
Presentarse sólo está al alcance de grandes grupos que tienen
poderosos intereses propios y que pueden poner mucho dinero para
conseguir una porción de poder.
29
El sistema está tan cerrado, la población siente tal
frustración ante la pésima salud ética de los gobernantes, que su
indignación logra el surgir de grupos populistas, anarquistas o de
extrema izquierda. El índice de éxito de estos grupos, nos da la
medida del índice de frustración de una sociedad. El miedo a que
estos grupos menores logren algún día parte de la tarta del Poder,
lleva al bipartidismo a cerrar filas. La casta política se cierra sobre
sí misma, formando una piña.
En las páginas precedentes, se hablaba del sistema político
como un sistema cerrado, clientelista, forjador de pactos para el
reparto del poder. El sistema no favorece la llegada de individuos
nuevos, nobles, que sean los más adecuados para dirigir una nación.
Pero la solución no es la irrupción de grupos populistas, cuyo
remedio antisistema es imponer una sola voluntad, la suya. El
sistema no es perfecto. Pero el antisistema es la rabia que lleva a
concentrar todo el poder en manos de un líder o un partido. Esa
solución es peor que el sistema.
Sí, hay que reconocer que ahora hay libertad, pero la
estructura de representación popular no es ni mucho menos
perfecto. Pero la opinión general es de resignación al sistema, y de
unos pocos es de rabia antisistema. A nadie le gusta, como funciona
la democracia en su país. Pero todos piensan que no se puede
cambiar.
¿Es que no puede mejorarse el mecanismo que hasta ahora
nos ha regido? Los partidos no quieren ni oír hablar de ello. La
estructura bipartidista es la máxima interesada en la perpetuación
del sistema. Y harán todo lo posible para que este debate no se
suscite en la sociedad. Los grupos antisistema suponen la entera
destrucción del statu quo, para crear una única voluntad rectora: la
del líder. Perpetuación o ruptura. Fallos del sistema democrático o
30
implantación de una voluntad única popular. Estas son las
alternativas que ahora se están planteando.
31
32
Segunda parte …………………………………………………………………………………………………………………………..
Reinventemos la democracia
desde la pura razón
Una propuesta de reordenamiento de los
elementos
Si hasta ahora me he dedicado a examinar los puntos en que
la maquinaria constitucional presenta funcionamientos
inconvenientes, en este momento desearía exponer un modelo
teórico para reordenar los elementos que conforman una
democracia para que no se produjeran esos puntos de fricción. Si
en la exposición de los fallos del sistema político, todos podemos
estar sustancialmente de acuerdo con más o menos matices, en mi
exposición de un nuevo modelo teórico constitucional, ya no
obtendré un asentimiento tan unánime. Pues los desaciertos son
objetivos, mientras que los remedios son más opinables.
Además, aunque yo en mi reforma deseo guiarme por la
razón frente a la ideología o el deseo de favorecer intereses
privados, resulta claro que no hay un solo modo de reorganizar la
democracia según la razón. La democracia puede eser reformada
de muchos modos distintos. No hay un solo camino, aunque en
33
estas páginas he optado por el camino que me ha parecido el que
mejor funcionaría.
Soy plenamente consciente de que el modelo que voy a
exponer no se puede implantar en ninguna democracia ya existente.
Ningún grupo que ostente el poder va a permitir una reordenación
del sistema, en la cual pasaría a perder todas sus situaciones de
privilegio, para conseguir las cuales han tenido que invertir grandes
cantidades de dinero, perseverar durante años y que, en definitiva,
les ha conformado como una verdadera aristocracia llena de
privilegios. Los partidos están donde están después de mucho
trabajo y mucho dinero, y no van a acceder por las buenas a una
reorganización de las reglas del juego que permitieran una absoluta
igualdad de todos a la hora de poder acceder al Poder. Sería irreal
pensar otra cosa.
La reforma que planteo no tiene otra aspiración que servir
de modelo teórico. El sistema que voy a presentar aquí se puede
resumir en pocas palabras como una reorganización constitucional
que, manteniendo los mismos elementos que constituyen las
democracias actuales, pretende producir menos fallos en su
funcionamiento que los sistemas vigentes. Indudablemente la
mayor parte de los sistemas parlamentarios heredados del siglo
XIX han logrado mantenerse funcionando hasta nuestros días a
base de ir añadiendo un corpus jurídico cada vez más intrincado
para la salvaguarda del equilibrio de poderes. Esa maquinaria
parlamentaria que ha llegado hasta nosotros se mantiene en
funcionamiento a base de añadir suplementos.
Paso a exponer la reforma que cambiaría íntegramente el
modo de ejercer la democracia. A este sistema que voy a exponer
lo he denominado pentarquía, porque estaría conformado por cinco
instituciones que voy a ir explicando poco a poco.
34
Las elecciones
Cualquier ciudadano de la nación puede ser elegido como
miembro del Congreso. Deja de haber listas de candidatos, porque
la Constitución autoriza a que se pueda votar a cualquiera como
representante del Pueblo en el Congreso. Aunque los partidos
seguirán existiendo, los partidos dejan de ser los receptores directos
de la voluntad popular. Uno deposita su voto eligiendo a una
persona que le va a representar. Seguirá habiendo políticos
profesionales agrupados en partidos que continuarán recibiendo la
mayor parte de los votos, pero se puede votar a un intelectual, a un
escritor, a un artista, a un actor, a un deportista, a quien se quiera.
El Congreso cuenta con cien escaños. Para obtener un escaño se
necesita haber obtenido, al menos, el 1% de los votos válidos en
esas elecciones. El congresista (o diputado, como se le llama en
algunos países) es el que representa al menos el 1% de la voluntad
popular.
El ciudadano que haya recibido menos del 1% de los votos,
si lo desea puede entregar los votos recibidos a otro ciudadano. Si,
por ejemplo, un afamado intelectual ha recibido 20.000 votos, y un
señor en un pequeño pueblo ha recibido 50, y un periodista 1.500,
cada una de estas personas puede entregar ese número de votos al
que considere que es mejor. De forma que los votos se pueden ir
agrupando hasta alcanzar, al menos, ese 1% necesario para sentarse
en el hemiciclo.
Puede haber, por ejemplo, 10.000 ciudadanos que han
recibido pequeñas cantidades de votos. En las semanas siguientes
a las elecciones pueden intentar concentrar esos votos en otras
35
personas. Cada una de esas 10.000 personas que han obtenido
pocos votos son depositarias de una porción de la voluntad popular.
Y esa porción pueden administrarla como crean conveniente.
Pueden entregarla a un político profesional perteneciente a un
partido, pueden entregarla a una persona independiente, pueden no
entregarla a nadie. Entre esas 10.000 personas (la cifra es sólo un
ejemplo), muchas pueden no querer tener que ver nada con la
política. Pero eso no importa, ha habido ciudadanos que les
consideran los mejores destinatarios de sus votos, y pueden usarlos
como su prudencia les dicte.
Por el contrario, si el líder de un gran partido recibe el 30%
de los votos de las elecciones, ese congresista podrá escoger a otras
29 personas para sentarse en el Congreso, además de él mismo. Si
otro líder de un partido distinto obtiene un 27% de los votos en las
elecciones, esa persona podrá escoger a 26 personas más para
ocupar los escaños de la cámara. Una vez que un congresista toma
posesión de su escaño, será inamovible hasta que acabe la
legislatura.
La razón de que un congresista que ha obtenido el 10% de
los votos del electorado no pueda tener diez votos en el Congreso
se debe a que, si no fuera así, el Parlamento sólo contaría con una
treintena de diputados: en esa situación el voto no sería secreto. De
esta otra manera, los diputados podrán escoger a quien de verdad
consideren que es el más adecuado para gobernar. Dígase lo mismo
de las propuestas de ley, el voto secreto asegurará que los diputados
voten lo que consideren mejor para la nación y no lo que imponga
el partido.
Los medios de comunicación tendrán completamente vetada
la entrada en el hemiciclo durante las sesiones, para favorecer un
auténtico intercambio de argumentos. Cien congresistas es un
36
número adecuado para parlamentar y dialogar. La Cámara de
Representantes de Estados Unidos tiene 435 representantes, 650
comunes componen el Parlamento del Reino Unido, el Congreso
de España cuenta con 350 diputados. Son números que no permiten
un verdadero parlamento, una discusión provechosa. Los diputados
se limitan a sentarse y votar. Son elegidos para hacer acto de
presencia. Las comparecencias sólo sirven para un lograr un breve
resumen en la televisión. Es lógico que la mayoría de los diputados
se distraigan con sus teléfonos móviles o haciendo sudokus. El que
está allí compareciendo en la tribuna, no habla para ellos, ni intenta
convencerles.
En un Congreso elegido de esta manera, seguiría habiendo
partidos políticos y líderes de grandes partidos. Por supuesto, estos
se llevarían la mayoría de los votos. Pero cada ciudadano podría
votar a quien quisiera en ese partido. Y ésa persona elegida en las
elecciones sería exactamente el que representaría al votante.
En el Congreso de cualquier país, sin duda, habría tres
grandes grupos de congresistas:
Un primer grupo formado por los grandes líderes de los grandes partidos.
El aparato propagandístico de esos partidos lograría que se concentrasen
muchos votos en esos candidatos.
Un segundo grupo formado por políticos profesionales que gozarían de
muchos votos. La mayoría de esos políticos profesionales pertenecerían a
los partidos, aunque no fueran las cabezas de estos. Ellos representarían
distintas sensibilidades, distintos grupos de personas.
Un tercer grupo sería el de las personas independientes que nunca
pensaron que acabarían sentándose allí.
La ventaja de la pentarquía que propugno es que, por fin,
todos los ciudadanos podrían sentirse representados. El Congreso
sería realmente la representación del Pueblo. La distancia entre
37
políticos y Pueblo se eliminaría. Otra ventaja es que sería mucho
más fácil el acuerdo. Muchas personas no pertenecerían a partidos
políticos y actuarían según su recto entender y su sentido común.
Ahora sólo prima la disciplina de voto. No importa que las razones
del otro te convenzan o no. Lo que importa es el bien del partido.
En el sistema aquí propuesto, los congresistas por fin podrán
buscar el bien común por encima del bien de los partidos. Esto se
favorecerá por el hecho de que todas las votaciones, sin excepción,
serán secretas. Por fin, por primera vez, se facilitará que el
Congreso pueda representar al Pueblo, no a los intereses de cada
partido. No digo que se logre indefectiblemente ese ideal de la
representatividad pura. Pero, al menos, el sistema lo favorecerá.
Otra ventaja de la pentarquía es que con un número reducido
de congresistas y votando en secreto siempre, será mucho más fácil
ponerse de acuerdo. El problema de muchos países con abundancia
de partidos en el Congreso es que no resulta fácil lograr pactos
estables. Cada partido busca una cuota de poder y sus propios
intereses, y no es fácil contentar a todos.
Pero en el sistema pentárquico el consenso del sentido
común y del entendimiento entre todos pasaría a ser la situación
habitual y no la excepción. Sea en el gobierno de una universidad,
en un consejo de dirección de una empresa o en un barco, lo normal
tras exponer las razones, es el consenso. En un Congreso no se
logra el consenso de forma endémica, por razones artificiales que
nada tienen que ver con la razón. Son intereses particulares,
egoístas y enfrentados por el afán de desacreditar al otro. Además,
esta situación lo que logra es dividir al país. La división de los
partidos tiende a crear división en la nación.
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La pentarquía no suprime los partidos políticos. Los
partidos tienen su razón de ser. Pueden ser un factor de corrupción,
pero también de estabilidad. Es cierto que buscan el Poder a toda
costa, pero también pueden ser beneficiosos modeladores de la
opinión. Probablemente, la mayoría de los diputados pertenecerán
a partidos políticos.
Serán igualmente partidos los que les proporcionarán la
propaganda durante la campaña, así como el apoyo del aparato a lo
largo de la legislatura. Sin embargo, al elegir a personas, la oferta
ante el electorado aumentaría para que cada cual pueda sentirse
representado en la persona a la que votó. Cada uno votaría
realmente al que quiere, ya que las listas de candidatos dejarían de
existir. Esto provocaría una impresionante revitalización de la
democracia. Todo el mundo se sentiría implicado en el proceso de
elegir a su representante.
Ahora mismo, en la mayoría de las naciones existe una
palpable desafección de los ciudadanos por sus representantes, a
pesar de que sean los fervientes seguidores los que siempre salgan
ante las cámaras en las manifestaciones de júbilo. Pero la
desafección es grandísima. Una parte muy grande de los
ciudadanos no se sienten para nada representados. Y finalmente eso
supone desafección respecto a las instituciones, no sólo respecto a
las personas. Y muchos de los que votan no sienten otra cosa que
resignación. Hay que revitalizar la democracia. Hay que recobrar
el espíritu de la polis griega.
En la pentarquía, cada diputado sería libre de seguir su
propia razón, sin estar obligado a ninguna disciplina de partido.
Cada voto sería en conciencia. Con el nuevo sistema pasaríamos de
la actual disciplina de partido, a una situación en la que el partido
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intentaría convencer de las excelencias o desventajas de votar en
una u otra dirección. Y eso es una gran diferencia.
Cada votación del congreso sería claro reflejo de lo que
piensan cien personas independientes. Dejaría de ser la eterna
confrontación entre los que dicen blanco y los que dicen negro.
Dejaría de ser un campo de batalla en el que uno está en contra del
otro por principio. Las propuestas, por fin, se podrían decidir con
objetividad. Se podría, aunque quizá no siempre fuera así. Pero el
actual sistema malea todo. Ciertamente que, al final, incluso con
esta reforma, se formarían banderías, grupos enfrentados y
estrategias para denostar y humillar al contrario. Pero en este
sistema pentárquico, tal cosa iba a ser mucho más difícil que con el
actual.
La situación actual en las que los del grupo A siempre dicen
que los del grupo B están equivocados y lo hacen todo mal, llegaría
a su fin. En estas circunstancias, el Congreso se convertiría en un
verdadero lugar de discusión. En la pentarquía no sólo se facilita el
consenso, sino que además irrumpirían en la política
continuamente personas que serían outsiders, personas de fuera,
llenas de entusiasmo e ideales. Es decir, en cada legislatura
entrarían ciudadanos con una mirada fresca. La política dejaría de
ser un grupo cerrado sobre sí mismo. El político profesional
siempre tiende a pensar más en sí mismo. En un grupo de
congresistas elegidos de esta manera sería más fácil comenzar la
legislatura con la idea en la mente de vamos a trabajar juntos, y no
con la idea de comienza la batalla.
40
El Congreso representa la voluntad de
una nación
Esta cámara de congresistas, con voto secreto, elegiría a un
Presidente de la Nación que ostentaría el Poder Ejecutivo. El
Congreso representa al Pueblo, pero esta Cámara no es la que
gobierna. El Presidente de la Nación es elegido por mayoría
absoluta del Congreso, es decir, por más de la mitad de los votos
de la Cámara.
El Presidente de la Nación no tendría un mandato limitado a
un número determinado de años. Seguiría en el Poder en tanto en
cuanto el Congreso no le retirara su confianza. El Congreso es el
único que tiene la función de otorgar el Poder Ejecutivo a una
persona y también la capacidad de retirarle esas atribuciones,
porque el Congreso representa la voluntad popular.
En ningún momento el Presidente de la Nación estará en
funciones, sino que seguirá en su puesto mientras la cámara no le
retire la confianza y ponga en su lugar a otro. Aunque haya
elecciones al Congreso y se renueven los escaños, él no tendrá que
someterse a ninguna votación para continuar en su puesto. Él sigue
en su puesto de forma indefinida mientras el Congreso no le retire
de él. Cuanto peor ejercite sus atribuciones el Presidente en
ejercicio más prisa se darán en ponerse de acuerdo los diputados
para quitarle de ese puesto.
Algo que favorecerá el acuerdo de la cámara de
representantes es que el Presidente no tiene por qué ser un
diputado, ni siquiera un político profesional. El Congreso puede
elegir a cualquiera para gobernar el país, sea un político o no. El
acuerdo en una persona para presidir el Gobierno no sería tan difícil
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como ahora, puesto que no se trataría de elegir a alguien de nuestro
partido o de vuestro partido.
Todas las votaciones del Congreso, y también las votaciones
para elegir presidente, para proponer una ley al Senado, etc, serán
secretas, y las discusiones serán a puerta cerrada, sin cámaras, ni
periodistas. Esta medida tiene como fin lograr que se pueda hablar
con total franqueza, que se puedan discutir las cosas de verdad.
En siglos pasados, el senado del pueblo romano, la Cámara
de los Comunes en Inglaterra, y los parlamentos hasta el siglo XX,
habían sido siempre lugares de discusión, de búsqueda de vías
medias, lugares donde de verdad se discutía sobre el tema de hacia
dónde dirigir la nación. Sin embargo la televisión ha convertido a
los Parlamentos en una mera tribuna para lanzar discursos no
dirigidos a sus señorías sino a los televidentes. Por eso hay que
reconquistar el que las cámaras de diputados sean lo que fueron y
lo que nunca deberían haber dejado de ser. Pero la franqueza y la
sinceridad no se pueden lograr con el objetivo de televisión
enfocándole a uno.
En este nuevo sistema los diputados se reunirían las veces
que quisieran, y al final saldrían afuera y comunicarían que han
elegido a un nuevo Presidente, o que apoyan al que ya está en el
cargo, o que le amonestan, o que le sugieren unas determinadas
medidas, o que van a proponer una nueva ley al Senado. La ventaja
de la democracia pentárquica, es que pueden elegir como
Presidente a un señor feo, que no habla especialmente bien en
público, y que es un hombre muy competente, pero que nunca se
ha dedicado a la política.
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La tarea de gobierno de una nación, de dirigir todos los
Ministerios, la elaboración de unos presupuestos billonarios, es una
tarea muy técnica. El más adecuado para ello puede ser una persona
que tenga una imagen ante las cámaras de los periodistas tan
desaliñada y patosa que nunca pudiera ni soñar en optar a unas
elecciones. Como los diputados elegirían al presidente de la nación
en votación secreta podrán elegir al que crean que es el más
adecuado, por impopular que puedan ser las políticas que sepan que
vaya a llevar a cabo el elegido.
El Presidente del Gobierno podría dedicarse a gobernar, sin
preocuparse tanto de perder tiempo en cuestiones de imagen.
Podría tomar las medidas que crea que son las mejores, fueran éstas
populares o no. Ya que serían cien congresistas los que juzgarían
su labor, no la veleidad de las encuestas. Suena increíble pensar
que con este modelo pentárquico el gobernante de una democracia
por fin podría dedicarse a eso, a gobernar.
Otra ventaja es que podría hacer planes a largo plazo. Su
permanencia en el Poder dependería sólo del apoyo del Congreso,
no de los vaivenes de las encuestas. Un plan a largo plazo, un plan
convincente, realista y sin demagogias, fácilmente convencerá al
Congreso. El Presidente, incluso, podría tomar medidas poco
populares si considera que es lo mejor. Porque los congresistas
podrían criticar esas medidas en público, pero podrían seguir
votándole en secreto.
Ahora mismo, el arte de gobernar cada vez tiene que ver más
con el espectáculo, y en todos los países ha caído en el
cortoplacismo. Todos los Presidentes saben que las medidas
impopulares siempre pasan factura. Además, en la pentarquía
propuesta, los congresistas son los profesionales encargados de
elegir un buen gobernante. Esa función siempre la realizará mejor
43
un grupo de representantes del Pueblo, que no el Pueblo
directamente. Desde un punto de vista objetivo, eso es así.
Alguien podría alegar que los representantes del Pueblo se
pueden corromper. Pero también puede ser un corrupto el
candidato a la Presidencia, por más que éste sea elegido
directamente por el Pueblo. Tantos los representantes como el
Presidente son elegidos en elecciones, ¿por qué se podrían
corromper más los unos que el otro? Las dos partes se pueden
corromper de igual manera. Pero, objetivamente, la labor de elegir
al mejor gobernante, es una decisión técnica que requiere valorar
elementos que siempre la realizará mejor un grupo pequeño de
personas preparadas, que no la población escuchando discursos.
Eso objetivamente es así. Y la elección directa no otorga ninguna
garantía.
Además, la corrupción de un congresista, la presión sobre él,
se dificulta cuando nunca puedes saber en qué sentido ha votado.
Él puede decir una cosa ante los medios, pero votar por quien crea
conveniente, dado que su voto siempre y sin excepción será
secreto.
El Congreso no sólo elige al Poder Ejecutivo, sino que como
constituye la reunión de los representantes del Pueblo, también
puede hacer sugerencias y amonestaciones a los gobernantes cada
vez que lo crea conveniente. Asimismo ellos, y no sólo el
Ejecutivo, puede proponer leyes al Senado.
Es muy grande la nobleza de esta asamblea, porque las
demás cámaras cumplen funciones concretas, pero ningún otro
poder de la nación más que el Congreso se puede atribuir el
privilegio de ser la representación de la voluntad popular. Su
44
función es representar al Pueblo, lo cual ni siquiera puede decirlo
el Poder Ejecutivo.
El Senado
La experiencia demuestra que si los miembros del Senado
son elegidos por votación popular, esta cámara deja de ser un
contrapeso a la cámara de representantes. ¿Por qué? Pues porque la
mayoría política que rige una cámara es la que rige la otra cámara.
Es lógico que sea así. El mismo reparto de escaños que está vigente
en el congreso, se halla presente en el Senado. Cuanto más
aplastante sea la mayoría de un grupo en la cámara de diputados,
mayor será su poder en el Senado. En teoría se supone que cuanto
más rotunda sea la mayoría absoluta en el Congreso, más se
necesitaría de un contrapeso en la segunda cámara. Pero
comprobamos como un hecho evidente que eso no es así.
Cuando se da alguna divergencia en las mayorías de ambas
cámaras, esta situación de un Senado de signo contrario sólo se
mantiene hasta las siguientes elecciones. Lo normal en casi todos
los países, cuando se da una divergencia entre cámaras, es que el
gobernante afirme que así no puede gobernar y espere estoicamente
a que llegue el anuncio de las nuevas elecciones al Senado. Pero
esto es raro, porque son muchas las naciones en las que lo habitual
es que las elecciones de los congresistas y senadores tengan lugar
en la misma jornada de votaciones. Así se evitan las divergencias:
el relevo de poder en el congreso supone el relevo de poder en el
Senado. La división de poderes queda perfectamente anulada de
este modo. No hay casi ningún país que se tome en serio la división
entre poder ejecutivo y poder legislativo, ni los ciudadanos ni los
políticos.
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Estados Unidos sería una de esas pocas excepciones, dado
que es el país que cuenta con un senado más independiente. Pero,
incluso allí, los dos grandes partidos cada vez actúan con más
eficiencia como estructuras de presión sobre los senadores.
También el partido republicano y el demócrata han comprendido
que, en el fondo, son grandes empresas y que tienen que defender
su propia marca, por encima de idealismo que sólo contribuyen al
éxito del contrincante. De ahí que, a lo largo de la Historia de los
Estados Unidos, la presión sobre los senadores ha resultado
progresivamente más efectiva. Esa presión creciente de los
intereses partidistas sobre la independencia personal de los
congresistas y senadores hace que el modelo norteamericano
muestre un marcado proceso de identificación con el modelo
bipartidista típico de Europa. La independencia del Senado cada
vez es menor y seguirá decreciendo en los próximos decenios.
De ahí que, en casi todos los países, este modo de proceder
unificando las votaciones es lo más razonable actualmente, porque
los partidos de todas las naciones se oponen entre sí por principio,
independientemente de si el Ejecutivo toma decisiones de gobierno
acertadas o no. El resultado de esta oposición frontal y permanente
es que cuando hay una mayoría en el Congreso y otra en el Senado,
los senadores obstruirán todo lo que puedan al Ejecutivo. Con lo
cual no hay división de poderes, sino un asentimiento total o una
obstrucción perfecta.
Esto es así porque ambas instituciones, en la práctica, son
dos cámaras de representantes al servicio de los intereses de sus
partidos enfrentados sin piedad. No es cierto que exista una cámara
de representantes por un lado y el Senado por otro: ambas dos son
cámaras de reprentantes. Para lo que tenemos ahora en nuestras
democracias, resulta evidente que no necesitamos una segunda
cámara. Para esto nos podríamos ahorrar los sueldos de los
46
senadores. Hacer la segunda votación en el Senado, que es inútil,
sale a precio de oro a los contribuyentes dado los sueldos que
cobran. Nunca una segunda votación que no sirve para nada, ha
salido más cara a los presupuestos del Estado. Por eso, en no pocos
países, el Senado es el premio que los partidos conceden a sus
políticos veteranos. Cuando quieren retirar a alguien del poder real,
le ofrecen (a costa de todos) ese retiro tan bien pagado: ésa y no
otra es la auténtica función del Senado en muchos lugares.
Por supuesto que un senador podría obrar en conciencia al
votar. Pero si eso llega a molestar de verdad a su partido,
evidentemente no volverá a aparecer en las listas de las próximas
elecciones. Y un senador solo sin el apoyo mediático de la
estructura de su partido, no tiene ninguna posibilidad de volver a
su escaño. Incluso allí donde las votaciones no son a partidos sino
a personas, los senadores saben lo esencial que resulta el apoyo de
la estructura.
Si queremos que el Poder Ejecutivo disponga de un
contrapeso, es necesario que el Senado sea independiente.
Aumentar la independencia del poder legislativo, supone aumentar
la libertad de todos los ciudadanos frente a los excesos del Poder.
Querer o no un Senado independiente es, en definitiva, decidir si
queremos un Poder Ejecutivo sin ataduras o un Poder limitado por
un cuerpo de leyes. Todos los teóricos son unánimes en afirmar que
sólo un ciudadano loco no preferiría las ventajas de un poder
legislativo independiente. Pero ya se encargan las estructuras de
poder de quitar este tema de las discusiones en los medios de
comunicación, porque sólo un gobernante loco renunciaría, sin
estar forzado a ello, a las ventajas de un Senado a su servicio. Qué
dulce debe ser escuchar: El Senado está a su servicio, señor
Presidente.
47
Pero en nuestras democracias se puede discutir acerca de
quién va a gobernar, pero no acerca de las reglas actuales del juego.
Porque mientras continúen estas reglas, los que realmente
gobiernan son los dos grandes partidos. La alternancia no es
cuestionada, es un mal inevitable. Lo que no se debe cuestionar es
el monopolio bipartidista. Y un cuerpo que hiciera leyes de forma
independiente, acabaría con el cómodo statu quo actual. Desde el
momento en que se buscase el bien común y no el bien partidista,
la cómoda y provechosa alternancia quedaría sentenciada. Por eso
el Senado debe continuar como está. Ya hemos acostumbrado a los
partidos, esas industrias del poder, de que cuando se les entrega el
poder ejecutivo se les hace entrega también del poder legislativo.
Sería imposible desacostumbrarles a renunciar a semejante regalo.
Regalo que no se lo ha dado la Constitución, pero del que ellos se
han apoderado por vía de facto.
Por todo esto, para dar independencia al Senado, la solución
que propongo se basa en un hecho que pocos podrán en duda: lo
bien que funciona el Tribunal Supremo en Estados Unidos. Pocas
instituciones han demostrado funcionar tan admirablemente como
ésa. ¿Por qué no transformar al Senado en una cámara de personas
independientes con cargos vitalicios, no sujetas a ningún partido, y
cuya única labor sea valorar si se debe o no aprobar una ley? De
esta manera el Senado le diría al Poder Ejecutivo: Usted gobierne
y haga lo que quiera, pero dentro de las leyes. Tiene plena libertad
para gobernar, pero las leyes las aprobamos nosotros.
El Gobierno podría presentar al Senado todas las leyes que
crea conveniente. Pero sería una cámara de cincuenta hombres
independientes los que decidirían en último término. Sería como si
el Senado le dijese al Presidente del Gobierno: Expónganos las
razones por las que desea que exista una nueva ley. Si nos
convence, la aprobaremos. Pero si no usted no convence a
48
cincuenta hombres honestos, independientes y especialistas en este
campo legislativo no aprobaremos la ley.
No sólo el Gobierno podría presentar leyes al Senado,
también el Congreso. Incluso los mismos senadores tendrían
capacidad para presentar leyes a la misma cámara a la que
pertenecen, porque cualquier ciudadano o grupo tendría capacidad
para hacer tal cosa. Puede parecer que se trata de un poder excesivo
el que se concede al Senado, pero la seguridad del obrar de esta
cámara como un cuerpo proviene asegurada por el modo cómo se
constituye este grupo de personas con una misión tan cualificada.
El Senado es una cámara formada por cincuenta senadores.
Cada senador es investido de su magistratura de forma vitalicia.
Cuando un senador muera o desee retirarse, el congreso deberá
cubrir la vacante por mayoría cualificada de votos que será del 70%
de los votos del Congreso. De forma que el nuevo senador ocupará
el puesto vacante de su predecesor, porque realmente hay un
acuerdo en el congreso de que él es la persona adecuada para juzgar
con honestidad e imparcialidad acerca de la conveniencia de la
aprobación o no de las nuevas leyes.
No sería necesario que un senador fuese alguien dedicado
profesionalmente a la política. Podrían ser prestigiosos juristas,
catedráticos de Derecho, pero también notables intelectuales o
prohombres que se han destacado por su vida honrada y su sentido
común. Serían personas que atraerían el acuerdo sobre su nombre
porque sólo un gran consenso les llevaría a su designación como
senador. Si un individuo obtiene el 70% de los votos de los
congresistas, es que esa persona tiene la confianza prácticamente
de todos. Y en una persona sí, que está por encima de los
partidismos, se puede confiar. Aunque cualquiera podría ser
elegido para ese escaño, lo lógico es que los senadores sean
49
personas con un gran conocimiento acerca del Derecho, aunque un
pequeño número de senadores llegaran a sus escaños por su
incontestable prestigio personal.
Estos senadores continuarían legislatura tras legislatura, de
manera que se trataría de hallar para el cargo a gente dotada de
honradez e independencia incuestionable. El paralelismo de este
modelo constitucional con el que rige la designación del Tribunal
Supremo de Estados Unidos resulta evidente. Si ha funcionado tan
bien ese tribunal emitiendo sentencias, ¿por qué no habría de
funcionar igual de bien un grupo de expertos dedicados únicamente
a la labor de evaluar la conveniencia o no de una ley?
De esta manera, el Senado debería convertirse en una
cámara de hombres neutrales, ajenos a la lucha política. Cincuenta
hombres expertos, autónomos e imparciales encargados de una
labor bastante técnica. Esto sería el triunfo de la razón frente al
parlamentarismo actual basado en maquinaciones dentro de los
partidos. Sólo este cambio del Senado ya transformaría
enteramente la calidad y salud de una democracia. A
unque hay que reconocer que con nuestros congresos
actuales completamente corrompidos por el partidismo sería
imposible poner de acuerdo a los congresistas en una sola persona,
por honesta y preparada que fuera. No importaría la calidad del
nombre propuesto, las divisiones harían imposible el acuerdo. Por
eso sería necesario primero una reforma del Congreso como la que
he descrito, para poder lograr acuerdo en hombres independientes
y no en elegir a meros siervos de los partidos.
En el sistema pentárquico propuesto aquí, el Senado será el
único poder de la nación con capacidad para aprobar leyes. Otros
gobiernan, otros representan al Pueblo, otros imparten justicia. El
50
Senado se dedica a la labor técnica de evaluar la legislación
propuesta y a aprobarla si lo ve conveniente y sólo se dedica a eso.
Los que lo integran ya no tienen aspiraciones de poder o
ambiciones de hacer carrera.
El cargo senatorial sería el colofón a toda una vida dedicada
a la universidad o al servicio del bien público. No un peldaño en el
propio camino hacia posiciones de más relumbrón. El puesto de
senador no sería un medio para lograr otros fines. No sería un
asiento donde se aburren los hombres dóciles a la espera de votar
lo que les han dicho, sino un cargo del que sentirse orgulloso hasta
el final de la vida.
Hay una frase inscrita sobre la fachada del Tribunal
Supremo de Colombia que me impactó notablemente, la dijo
Santander, el líder de la independencia de Colombia: Las armas os
han dado la independencia, las leyes os darán la libertad.
Impresionante frase que resume la grandeza del oficio de senador.
Grandeza que contrasta con la mezquindad del proceso
actual de redacción entre comisiones de partidos y del que uno
llegó a decir: Los amantes de las salchichas y de las leyes es mejor
que no sepan cómo se hacen. Las leyes deberían ser el resultado de
la razón, no el resultado del consenso entre intereses particulares
enfrentados y muchas veces contrarios al bien común.
En la democracia pentárquica, el gobernante no puede emitir
leyes ni siquiera de modo extraordinario. Y esto es así por una
razón simplicísima: el Ejecutivo no goza de poder extraordinario.
Si tuviera esa capacidad, el Gobernante siempre tendrá la tentación
de legislar a golpe de decreto. Decreto que, en el fondo, sería una
ley, una ley redactada y aprobada por el Poder. Si la Constitución
otorga poderes extraordinarios como excepción al Gobernante, el
51
Ejecutivo siempre alegará que la situación es excepcional. Eso ya
lo hemos visto hasta la saciedad. El Gobernante nunca debe poder
legislar a través de la vía del decreto.
En el sistema político pentárquico que propongo, si un
presidente del gobierno apelara a lo excepcional de una situación
para legislar él mismo, el Senado deberá anular ese decreto al día
siguiente, recordándole al Presidente que puede jugar sobre el
tablero, pero que él no redacta las reglas del juego. Deberá
recordarle que si una situación es excepcional eso lo decidirán
cincuenta senadores independientes, porque el Ejecutivo siempre
dirá que su situación es excepcional.
La experiencia demuestra que cualquier puerta trasera que
dejemos abierta se convertirá en una entrada habitual. Si el
gobernante en caso de guerra o de calamidad pública, aspira a
poderes excepcionales le tendrán que ser dados por el Senado a
través de una ley, y esos poderes serán entregados en el modo y
tiempo que el Senado decida.
El Senado, y no el Congreso, será la única cámara capacitada
para otorgar algo que, en definitiva, es una suspensión parcial de
las reglas del juego. Y, por pura razón lógica, suspender las reglas
de juego (las leyes) es algo que sólo puede competer al Senado que
es el que determina qué reglas del juego se aprueban y cuáles no.
El Congreso no puede tener la atribución de otorgar poderes
especiales, porque el Pueblo siempre es muy dado a otorgar esos
poderes para arreglarlo todo, como suele decir la gente. El
Congreso, además, siempre será una cámara más influenciable,
más sometida a presiones del Pueblo. La Constitución dejará claro
que sólo esos cincuenta hombres imparciales, los senadores,
tendrán capacidad para decidir una cosa tan grave como la
52
suspensión total o parcial de las reglas que rigen el funcionamiento
de la democracia. Lo normal es que el Senado al otorgar esos
poderes especiales lo haga estableciendo de forma bien clara y
precisa la fecha exacta en que esos poderes finalizan.
Como se ve, la responsabilidad del Senado es muy grande.
Por eso, tienen que ser personas elegidas con acuerdo de todos o de
una inmensa mayoría. Si en el Congreso no se logra consenso
suficiente en una persona para ocupar un escaño senatorial,
entonces el puesto queda vacante hasta que se logre esa mayoría
absoluta, tarde lo que se tarde.
No habría que tener ninguna prisa en reemplazar al senador
fallecido o retirado. Lo único que importaría sería lograr al final un
nombre que suscite el acuerdo de todos. Sin acuerdo, un asiento
podría quedar vacante durante años. Porque lo importante no es
cubrir una vacante en el Senado, sino que ese escaño lo ocupe una
persona digna.
Todos sabemos perfectamente qué es una persona digna.
Pero cuando hay ánimos muy enfrentados no es fácil ponerse de
acuerdo en quién es una persona digna. Por eso el escaño deberá
ocuparlo, al menos, aquél en quien la inmensa mayoría esté de
acuerdo.
Será difícil que no se logre ese consenso alrededor de
alguien, porque ese puesto de senador no será un paso más en el
ascenso personal de un político. Sino que normalmente será el
colofón a la carrera académica de un catedrático. Lo ideal sería que
la mayoría de los senadores fueran catedráticos expertos, retirados
y en activo, que han dedicado toda una vida al Derecho.
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El Tribunal Supremo
Un tribunal de veinticinco jueces serán los garantes últimos
de la imparcialidad de la Justicia de la nación. El Senado elegirá a
los magistrados del Tribunal Supremo cuando uno de ellos muera
o se retire, pues el cargo será también vitalicio. Cada vacante será
cubierta eligiendo a un magistrado por mayoría cualificada del 70%
de los votos senatoriales. En unos países, las constituciones otorgan
a la máxima magistratura judicial simplemente la capacidad de ser
la última instancia de apelación en los juicios penales o civiles,
existiendo de forma simultánea un Tribunal Constitucional. En la
pentarquía que propongo, el Tribunal Supremo es a la vez la última
instancia posible judicial, y a la vez ejerce las funciones de
Tribunal Constitucional.
Existirán tres instancias ordinarias de apelación en el
organigrama judicial de la nación: uno de nivel local, otro regional
y el tercero nacional. En la tercera instancia, acabará la posibilidad
de recurso. Pero el Tribunal Supremo podrá aceptar por su parte la
revisión de cualquier sentencia de las tres instancias previas. Será
el Tribunal Supremo el que decida qué causas va a examinar. Dado
que son veinticinco los magistrados del Tribunal Supremo, bastará
que uno de ellos proponga una causa al tribunal, para que éste lo
acepte, incluso aunque esa causa no hubiera sido presentada por
nadie ante ese tribunal.
Otro aspecto que cambia en esta reforma son los
suplicatorios y aforamientos. Hasta ahora, en muchos países, para
iniciar una causa judicial contra un senador, un congresista, un
Presidente del Gobierno o un ministro, es necesario un suplicatorio
al Congreso. La concesión de ese suplicatorio es necesario incluso
para iniciar las investigaciones previas una vez que aparecen los
indicios. En la pentarquía, los suplicatorios dejarían de existir. El
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Tribunal Supremo tendría pleno poder para investigar e iniciar un
proceso contra cualquier miembro del Congreso o de cualquier
rama legislativa, ejecutiva o senatorial. Serían veinticinco hombres
imparciales dotados de la prerrogativa de juzgar a cualquier
ciudadano sin ningún tipo de limitación.
En la legislación vigente en muchas democracias el
bipartidismo alternante, si cuenta con mayoría suficiente, influye
poderosamente en la elección de los magistrados del Tribunal
Supremo. Estos magistrados son independientes, lo que no es
precisamente neutral es su elección. En la pentarquía, ningún
gobernante podrá ni soñar con llegar a gobernar algún día ni al
Senado ni al Poder Judicial. Un presidente autoritario y populista
con gran respaldo de la población tendría verdaderamente difícil
apoderarse de todos los poderes del Estado. Para hacerlo tendría
que subvertir las reglas del juego.
Si antes he citado la magistral frase de Santander, ahora
quisiera citar la inscripción que vi en la entrada de los tribunales de
la ciudad de Saint Louis (Missouri): Que la Justicia sea hecha,
aunque se caigan los cielos. Dichosos los países que cuentan con
jueces justos.
Jamás debería admitirse la más leve contaminación de un
tribunal que es garante último de la Justicia de toda una nación. El
que así se haya hecho, aunque en pequeña medida, en tantas
democracias consolidadas demuestra la catadura moral de aquellos
que dirigen los partidos. Pues es algo que no cuesta dinero, ni
requiere de presupuestos especiales, sino sólo de voluntad de
otorgar a la nación hombres independientes para el oficio de juzgar.
Afortunadamente, las más prestigiosas democracias no
cuentan con senados independientes, pero sí que cuentan con
55
tribunales supremos respetables. Pero en las democracias de
segunda fila, esto no es así.
Recapitulando el nuevo modelo
constitucional
Esa corrupción de la democracia (que desgraciadamente
también ocurre en nuestros tiempos) no es realizada por un dictador
que es un general que saca los tanques a la calle, que retransmite
marchas militares en la radio y que aparece con uniforme en la
pantalla de televisión. No. El dictador prototipo de las democracias
del siglo XXI es aquel señor de americana y corbata, sonrisa ante
las cámaras de televisión y buenas palabras llenas de magníficas
intenciones que logra el poder sobre su propio partido, que después
logra la mayoría absoluta en las dos cámaras tras unas elecciones,
y que, por último, consigue que la mayor parte de la prensa sea una
mera extensión de su voluntad.
Afortunadamente, este tipo de presidentes-dictatoriales son
pocos. Pero más frecuente es la contaminación política que se da
en algunos tribunales supremos y constitucionales de países
democráticos resulta inadmisible. Pero, de nuevo, el monopolio
bipartidista es el que menos interés tiene en reformar ese estado de
cosas.
Hay que evitar el poder ilimitado de los partidos sobre las
instituciones. De lo contrario, si la corrupción de la democracia se
consuma, resulta indiferente que los ciudadanos depositen
obedientemente su voto cada cuatro años en algún tipo de
recipiente. Si el partido controla todos los resortes, votar se
56
convierte en un mero ritual. Ritual de resultados conocidos,
previsibles e inofensivos para el Poder.
Los ejemplos de dictadores democráticos han sido muchos a
lo largo del siglo XX. El caso del PRI en México ha sido un caso
de manual. El caso de la alternancia pactada entre dos liberales y
conservadores en España desde 1875 hasta 1903, es otro ejemplo
de dictadura bicéfala a pesar de que el modelo político fuera
parlamentario.
A pesar del rito electoral, quien tiene bajo su influencia a la
prensa, al Tribunal Supremo y a las dos cámaras con mayoría
absoluta, posee un poder sin límites, diga lo que diga la
Constitución. La única preocupación que conoce ese tipo de poder
total, es el temor a perder algún día ese poder.
Buena parte de los acuerdos secretos entre los dos grandes
partidos de cualquier nación democrática, pueden tener por cierto
los ciudadanos que van contra sus propios intereses. La gente
piensa que esos acuerdos secretos son para beneficiar a banqueros
o empresarios. También hay de eso, pero sobre todo lo que más
abundan son los acuerdos que benefician a los políticos, a la clase
política, a esos ciudadanos que son los únicos que no son iguales al
resto de los ciudadanos, los únicos ciudadanos que no están sujetos
a los deberes del resto de sus compatriotas.
Estos acuerdos secretos, por supuesto, no son incompatibles
con la defenestración de figuras políticas de segundo y tercer plano.
No sólo no es incompatible, sino que es bueno que caigan. El
monopolio del poder será tanto más fuerte, cuanto menos patente
sea para la población.
Cuanta más apariencia se ofrezca de que ellos son
ciudadanos como cualquier otro, mejor. Evidentemente, esta
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corrupción del parlamentarismo no es igual en todos los países. Es
inexistente en los países escandinavos, por poner un ejemplo.
Mínima en países de democracias respetables. Pero para todo el
resto de países democráticos, la Constitución no supone una
defensa de la división de poderes. E incluso en muchas
democracias respetables, el funcionamiento democrático presenta
claras involuciones desde hace una generación, fruto de la
consolidación bipartidista con sus pactos secretos. La perpetuación
de un modelo de alternancia en el Poder permite escribir un
reglamento secreto por debajo del reglamento público.
Algunos teóricos, dándose cuenta de la imperiosa necesidad
que existe de limitar al Ejecutivo, propusieron dividir el Poder
Ejecutivo entre un Presidente y un Primer Ministro, es el caso de
Francia e Italia. Esta división resulta completamente ineficaz y da
lugar a sinfín de problemas, de ahí que en muchos lugares la han
mantenido de un modo meramente formal, sin que constituya una
división efectiva.
La pentarquía que aquí se propone cambia toda esta
maquinaria constitucional, cuyas triquiñuelas tan bien se conocen
los que ahora gobiernan en cada país. La nueva maquinaria que
propongo es mucho más simple, dando lugar a menos recovecos
por donde escabullirse. El esquema de este nuevo sistema
constitucional sería el siguiente:
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Poder Ejecutivo
Congreso Senado Tribunal Supremo
100 congresistas 50 senadores 25 jueces
Pueblo
Como se ve, en la pentarquía hay dos cámaras, un tribunal y
un Poder Ejecutivo. El Senado no representa al Pueblo. Los jueces
tampoco. Puede parecer que, al principio, cuando he mostrado los
problemas constitucionales de nuestras democracias, he dibujado
un panorama muy negro. Pero la experiencia nos demuestra que el
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gran enemigo del ser humano no son los desastres naturales, ni el
hambre o la escasez, sino el Poder. Ningún enemigo puede ser tan
implacable, tan persistente, tan cruel. Cualquier medida para
encadenar ese poder, es una medida de prudencia. Otros problemas
de la sociedad pueden ser mayores o menores, pero el poder
verdaderamente monstruoso es el poder colosal del poder absoluto.
Cuando se intenta limitar a la rama ejecutiva, los teóricos
siempre albergan el temor de que un Poder encadenado no será un
poder efectivo. Ese miedo es razonable, porque hasta ahora la vida
política de las naciones está lastrada por el partidismo. El cual sólo
conoce dos estados: la sumisión o el obstruccionismo. Pero con un
sistema pentárquico creo que se podría lograr un Poder fuerte que
mira al largo plazo y al mismo tiempo se conseguiría que ese Poder
tuviera que moverse dentro de unos nítidos diques de contención.
La pentarquía tiene algunos puntos de inspiración en el
modelo constitucional de Estados Unidos y en el reparto de
funciones entre la Cámara de los Comunes y la de los Lores en el
Reino Unido. El reparto de poderes en esos dos países ha resultado
de los más exitosos de cuantos se han puesto en práctica hasta el
día de hoy. La estabilidad de ambos modelos constitucionales, es
decir, su permanencia en el tiempo, también resultan
fundamentales para su buen funcionamiento. El marco
constitucional preserva la independencia de los poderes, sólo si es
considerado como algo inamovible. Si el Poder, a través de la
Cámara de Representantes, siempre está haciendo cambios, la
autoridad constitucional pierde autoridad y ya no podrá defenderse
frente al Ejecutivo.
En el caso norteamericano, ha sido exitoso tanto en dar un
inmenso poder presidencial, como en limitarlo por el Congreso.
Exitoso tanto en dar independencia a los tres poderes que lo
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componen, como en no combatirse hasta el bloqueo de la nación.
Pero hay sustanciales diferencias entre el derecho constitucional de
esa nación y el que se ha propuesto como ya se ha visto.
Hay que reconocer que los dos factores que más han
favorecido el éxito de las instituciones de los Estados Unidos ha
sido la votación a personas individuales y no a partidos. La otra
gran consecución de ese país, ha sido el éxito de la independencia
efectiva del Tribunal Supremo frente al Poder Ejecutivo y frente al
Congreso bicameral. En todo lo demás, su república ha tenido un
funcionamiento bastante similar al resto de modelos
parlamentarios, pero en esos dos puntos mencionados el engranaje
ha funcionado de un modo ostensiblemente superior al de otras
democracias.
Buena parte del éxito del modelo constitucional del Reino
Unido y de Estados Unidos estriba en que han sido sistemas
estables. Y por eso, y sólo por eso, han podido ejercer la función
de barreras eficaces. Sin el factor tiempo, ningún modelo
constitucional será tan respetable como para imponer su autoridad.
Votar a personas (y no a partidos) resulta importante para la
salud de una democracia. Cuando antes he expuesto la idea de que
todos los ciudadanos deberían ser susceptibles de ser elegidos, soy
consciente de los problemas técnicos que eso plantea. Otorgar el
voto a una persona concreta no resultaría difícil. Hay medios
técnicos que permiten hacerlo de forma fácil. Hoy día eso es tan
fácil como organizar el inventario y localización de productos en
un supermercado de tamaño medio.
Se podría consultar en Internet el censo electoral, y allí se
comprobaría en la foto que apareciera que se trata del individuo al
que se le quiere votar. En casa uno podría incluso imprimir la
61
papeleta de votación con su código de barras y esa papeleta sería lo
que uno introduciría en la urna. Por supuesto que hasta un indigente
sin ordenador ni impresora podría pedir a un amigo que le
imprimiese la papeleta o él mismo podría imprimirla en centros
municipales habilitados a tal efecto.
Y lo que voy a decir ahora puede parecer una tontería, pero
no lo es. Al día siguiente de las elecciones, por ejemplo, un marido
podría consultar los resultados y comunicarle a su mujer que le han
votado cinco personas. En otro caso, alguien descubriría con
sorpresa que veinte personas le han otorgado su voto. Habría en
todo el país bromas, sonrisas, sorpresas organizadas por la familia
o los amigos. Todo esto revitalizaría la democracia, porque todo el
mundo se sentiría involucrado en la res publica. Quizá un 5% de
los votos se usarían de un modo enteramente lúdico. Pero la
población comprobaría, legislatura tras legislatura, lo fácil y simple
que resulta involucrarse en el mecanismo representativo de la
nación.
62
63
Tercera parte ………………………………………………………………………………….......………………………………………..
Los detalles y minucias del funcionamiento
de una gran maquinaria
Hipótesis de lucha abierta entre los
poderes constitucionales
¿Qué sucedería en el hipotético caso de que se acusara a una
cámara de bloquear a otra, de usar su poder para obstruir la labor
de la otra? ¿Qué sucedería en caso de guerra abierta entre poderes,
de forma que una cámara obstruyera al máximo a la otra? Podría
suceder, por ejemplo, que el Senado no aprobara ninguna ley por
justa que fuera, o que el Tribunal Supremo encausara a casi todos
los políticos, o que el Ejecutivo no enviara ningún fondo para pagar
el funcionamiento del Senado, o que el Congreso eligiera a un
Presidente del Ejecutivo que tuviera el encargo claro de no aprobar
presupuesto alguno para el funcionamiento del Tribunal Supremo.
Para el hipotético caso de que una cámara bloquee a otra de
un modo manifiesto y haga imposible el funcionamiento
constitucional de la nación, habría que introducir la siguiente
cláusula: dos cámaras (por una mayoría del 70% de votos en cada
64
cámara) podría suspender los poderes de una tercera cámara por un
tiempo determinado.
De esta forma, por ejemplo, el Congreso y el Senado podrían
suspender temporalmente los poderes del Tribunal Supremo. Otro
ejemplo, sería que el Congreso y el Tribunal Supremo podrían
suspender los poderes del Senado. Por tanto, esta cláusula es
necesaria pues a lo largo de los siglos puede darse el caso de que
una cámara decida presionar a otra de un modo manifiestamente
ilegítimo, y tiene que haber una regla en el reglamento del Poder
para poder salir de una situación sin salida. De lo contrario el
bloqueo constitucional sería una realidad posible por inusual que
fuera.
No parece lógico que el conductor de un autobús tome la
decisión de estrellar el vehículo con él dentro. Pero la Ley debe
tener en cuenta incluso la posibilidad de la sinrazón. Otro ejemplo
de actuación manifiestamente hostil, sería si el Tribunal supremo
comenzara a encarcelar a los congresistas de un modo
completamente arbitrario. Otro ejemplo sería si el Senado quisiese
provocar el hundimiento del mecanismo constitucional emanando
leyes que disolvieran la democracia. Por eso, para los casos
excepcionales, existiría esa cláusula: dos cámaras suspenden los
poderes de la tercera o el Ejecutivo.
¿Y el Congreso puede ser suspendido de sus funciones?
En teoría, parecería que la única cámara que no podría nunca
ser suspendida de sus funciones, sería el Congreso. ¿Puede ser
suspendida la representación de la voluntad popular? Pero también
ésta puede ser disuelta por las otras dos cámaras, porque
precisamente siempre será el Congreso la cámara que más
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tentaciones tendrá de pasar por encima de la Ley, apelando a que
ellos son el Pueblo. Si hay una cámara que siempre tendrá
tentaciones autocráticas, ésta será el Congreso.
La Historia nos demuestra que, en cualquier ordenamiento
legal, no ha sido ni el Senado ni el Tribunal Supremo los que han
provocado nunca un quebrantamiento del orden constitucional.
Sino que ha sido siempre el Congreso cuando ha contado con una
mayoría aplastante. El Senado y el Tribunal Supremo no pueden
quebrantar el orden porque no tienen fuerza coercitiva para hacerlo.
Mientras que el Poder Ejecutivo sí que lo tiene. Y cuando este
gobernante tienen una amplísima mayoría en el Congreso, es
cuando comienza a sentir la incomodidad de las cadenas que le
atan: las leyes y los jueces.
Cualquier gobernante por idealistas que fueran sus
comienzos, llega un momento en que si crece mucho va sintiendo
más y más el peso de esas cadenas. Los eslabones de acero que
antes consideraba totalmente justificados, se le van clavando en la
carne. El ego ya no cabe en ese corsé. Cuando un gobernante, tras
muchos años en el poder, siente que las leyes le asfixian, es la señal
de alarma de que va a convertirse en el Leviatán. Necesito tener
libertad para gobernar, es lo que han dicho siempre y lo que dirán
en los siglos por venir. El Leviatán no quiere leyes que le aten. De
allí se está a un paso de encarcelar a un juez durante años o de dar
la orden de asesinar a un fiscal. Eso sí, siempre es por vuestro
propio bien.
Por eso, paradójicamente, el peligro mayor para el sistema
proviene siempre del Congreso. Desde un punto de vista
meramente teórico, lo repito, parecería que la representación de la
voluntad popular jamás puede ser suspendida. Parecería que la
representación del Poder del Pueblo es el único Poder que no puede
66
cesar en sus funciones, por definición. Pero si algo nos demuestra
la Historia es que, contando con mayorías absolutas, siempre se
acaba produciendo una identificación entre Gobernante y
Congreso. O mejor dicho, el Congreso se transforma en una
prolongación del Gobernante. O por ser más precisos, el Partido es
una prolongación de la voluntad del Gobernante, y el Congreso es
una prolongación del Partido. Eso es así en todos los países y en
todas las épocas.
De ahí que la Voluntad Popular es un término que suena muy
bien a los oídos, como si estuviera dotada de una bondad innata y
de una legitimidad peremne. Pero precisamente la representación
de esa voluntad es la que debe ser cuidadosamente contenida por
las leyes. Y eso es así incluso en este sistema en que la elección del
Ejecutivo está mediada, ya no digamos cuando el Pueblo elije
directamente a su gobernante. La elección directa del Poder
Ejecutivo favorece la posibilidad de que se produzca el
linchamiento de un chivo expiatorio. La acción directa de la
población puede ser la cosa más irracional de una sociedad. El que
haya representantes que medien entre el Pueblo y el Ejecutivo
supone una barrera de contención de la irracionalidad. Pero no sólo
hay que contener esa acción directa de la voluntad popular, sino
incluso la acción de sus representantes. Los representantes también
pueden ser el medio de transmisión de esa furia popular.
Por eso, el núcleo de la Ley (que es la Constitución) debe
imperar para el Pueblo y a favor del Pueblo, pero a veces a pesar
del Pueblo. E incluso debe imperar, en ocasiones, contra la
Voluntad del Pueblo, porque no hay nada más manipulable que la
veleidad de la opinión pública.
No se me ocurre manera mejor para lograr eso que
salvaguardar la independencia real de los senadores. Si la barrera
67
de la mediación de los representantes del Congreso no basta para
evitar la sinrazón manifiesta, queda la barrera del Senado para
tratar de detener este tipo de perversiones constitucionales. Un
número reducido de hombres independientes, sabios y justos que
decidan lo que es correcto en cuanto a la Ley. Sin esa
independencia, no sólo el Congreso sino también Senado pasa a ser
una excrecencia de la voluntad del Gobernante. Por supuesto que
la tercera y última barrera sería la del Tribunal Supremo. Pero esta
cámara en solitario sólo puede juzgar de acuerdo a la Ley, con lo
cual sus manos están muy atadas.
¿Y el Poder Ejecutivo puede ser suspendido de sus funciones?
Una última cuestión es si dos cámaras podrían anular el
poder del Gobernante. En principio, parecería que la respuesta
debería ser que no. Dos cámaras únicamente deberían poder anular
el poder de otra cámara, por lo menos eso da la sensación de que
sería lo ideal. Pues la legitimidad del encargo de gobernar que
posee el Ejecutivo depende del respaldo de los representantes de la
Voluntad Popular. De lo contrario, las cámaras sí que entrarían ya
en materia de política concreta. Si las cámaras sólo pueden anular
a otra cámara, eso les ayudará a moverse en el campo de lo
constitucional y no de la política concreta. Parecería que esto debe
ser así para que senadores y jueces eviten la tentación de entrar en
un campo que no es el suyo, sino del Gobierno.
Si el Ejecutivo quebranta la Ley, debe ser juzgado por los
jueces. Pero si no quebranta la Ley, parece que no debería poder
ser removido. Es distinto el caso de una cámara que obstruye a la
otra. Una cámara sería suspendida en sus funciones por un tiempo
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no porque quebrante la Ley, sino porque está haciendo uso de las
prerrogativas que le concede la Ley contra el mismo sistema.
Ahora bien, esto sería lo ideal. Pero lo cierto es que el
Ejecutivo puede obstruir el mecanismo premeditadamente tanto
como cualquier cámara. Puede no aprobar presupuesto alguno para
las cámaras, puede rodear de fuerzas de seguridad los edificios para
evitar físicamente que los jueces se reúnan con excusas de
atentados terroristas, etc. Por eso, desgraciadamente, dos cámaras
también podrán suspender los poderes del Ejecutivo del Presidente
y sus ministros, a todos o a algunos de ellos. Y realmente parece
justo que si los forjadores de las leyes y los jueces están totalmente
de acuerdo en que un Gobernante debe ser suspendido, lo sea. Si
tantos hombres independientes y cualificados están de acuerdo, su
decisión vale más que la de los políticos que constituyen el
Congreso con sus permanentes banderías.
El Congreso siempre va a estar a favor del Ejecutivo, porque
si no lo estuviera lo removería de su cargo. Así que suspender por
causas gravísimas los poderes del Congreso implicará siempre
suspender los poderes del Ejecutivo. En este tipo de crisis de
Estado, el Congreso y el Ejecutivo siempre van a estar unidos. Por
eso la suspensión de poderes del Congreso siempre irá unida a la
suspensión de poderes del Ejecutivo, salvo que expresamente se
determine lo contrario. Por ejemplo, puede haber una situación de
emergencia que exija que no haya un vacío de Poder. O puede
dejarse al Ejecutivo en el cargo simplemente para organizar las
elecciones. Pero, en este caso, el Senado y el Tribunal Supremo
siempre podrán suspender al Ejecutivo si observa que ejerce un
bloqueo anticonstitucional.
De todo lo dicho se observa la importancia que tiene para el
funcionamiento del mecanismo constitucional el que los senadores
69
sean hombres justos y neutrales, no ligados a bandos políticos. Si
los intereses partidistas entrasen en el Senado, eso contaminaría
con el tiempo el nombramiento de los jueces.
Aun así, si los compartimentos que componen la pentarquía
se contaminasen de intereses políticos, siempre será menos mala la
contaminación de la pentarquía que la de los sistemas actuales en
los que el Senado es una mera extensión del Congreso. Al menos
el sistema expuesto otorga la posibilidad de la independencia y
entorpece la labor de los Julios Césares del futuro.
Los cambios en este nuevo modelo
constitucional
Cualquier cambio de los artículos que rigen el sistema
pentárquico constitucional aquí propuesto requeriría el 70% de los
votos tanto del Congreso como del Senado. No se requeriría el
asentimiento del Tribunal Supremo, pues éste sólo conoce causas
judiciales. Si la voluntad popular quiere cambiar el sistema, y los
guardianes de las leyes apoyan ese cambio, eso significa que
tenemos suficientes garantías constitucionales de que se supone
que se va a tratar de una reforma justa. Por lo menos, la casi
unanimidad de ambas cámaras nos ofrece la mayor seguridad que
se puede pedir a un sistema de este tipo para afianzar su
permanencia.
En casos de verdadera emergencia nacional, el Senado podrá
incluso elegir un Presidente con Poderes Especiales. En definitiva,
un dictador, siguiendo en eso la tradición del derecho romano. Se
70
necesitará el 70% de votos del Senado y tendría que ser refrendado
el resultado por la misma proporción de votos en el Tribunal
Supremo. Logrado ese consenso, el Senado elegirá al Presidente
con poderes especiales y el designado dispondrá de poderes
excepcionales según sea el mandato del Senado. Los senadores
podrán incluso otorgarle plenos poderes sin límite legal alguno.
El tiempo por el que se podrá ejercer esa función, quedará
claramente fijado desde el primer momento, así como sus límites
si los hay. Nunca se otorgará ese poder por tiempo indefinido, de
esta manera el gobernante dotado de poderes especiales tendrá
conciencia del carácter transitorio de su magistratura. Pasado ese
tiempo, el poder otorgado vuelve al Senado que mantendrá el
mismo modelo organizativo constitucional y todas las
prerrogativas de cada cámara. El dictador tendrá capacidad para
gobernar, pero no dispondrá de poder para cambiar el sistema
constitucional. Incluso el dictador que goce de los más ilimitados
poderes se encontrará atado al poder del Senado. El cual podrá
revocar el mandato que ha otorgado. La Constitución será muy
clara en que, incluso en este tipo de casos, el Ejército está sujeto al
Senado. Además, expirado el plazo que se le concedió al dictador,
ese magistrado quedará desprovisto de todas sus atribuciones. El
Senado fijará la fecha en la que el orden constitucional quedará
restaurado tal como se hallaba previamente. Pues ni el Senado ni el
Dictador podrán cambiar el sistema constitucional.
Esta cláusula puede ser útil para casos de revolución en los
que el desorden se muestre incontenible. Es cierto que la
estabilidad constitucional es un bien, pero es mejor es que la misma
Ley regule la salida de la misma Ley, que no que la situación se
escape por sus fueros. Es decir, si un río se va a desbordar, es
preferible intentar encauzar ese desbordamiento en la medida de lo
posible. Los tres meses de dictadura total de Abraham Lincoln
71
durante la guerra civil norteamericana, son un ejemplo de que este
tipo de situaciones deben estar precisadas de antemano.
El Consejo de la Censoría
Para la población de cualquier país, muchas veces, resultaría
sumamente conveniente saber la verdad acerca de que asuntos de
gran trascendencia. Pongo un ejemplo que va a iluminar totalmente
a qué me refiero. En el año 2003, se produjo un enfrentamiento
total entre el primer ministro británico Blair y la BBC. En cualquier
otro país, el director general de la televisión pública hubiera sido
despedido. Pero en Inglaterra, el prestigio de la BBC le hacía
intocable. En ese aparente enfrentamiento entre el Poder y la
independencia de un medio de comunicación, la población se puso
del lado de los periodistas.
En mitad de ese amargo cruce de acusaciones, se designó a
un hombre imparcial, Lord Hutton, para que investigara hasta sus
últimas consecuencias este asunto. La honorabilidad del juez
Hutton estaba fuera de toda duda. Se le comisionó para realizar esta
investigación, porque se trataba de un tema que no podía ir a los
tribunales, pues de lo único que ambas partes se acusaban era de
mentir. Pero si lo que la BBC había publicado era verdad, Blair no
merecía seguir siendo Primer Ministro. Si Blair había dicho la
verdad, la BBC se había comportado de un modo vergonzoso
desacreditando a Blair sin pruebas.
Después de una larguísima investigación, el informe de Lord
Hutton fue categórico: la BBC había acusado gravísimamente al
Primer Ministro sin tener pruebas. Los resultados de la
72
investigación fueron tan rotundos, que dos días después del
Informe Hutton, el Director General de la BBC tuvo que renunciar
a su cargo.
Éste es un caso paradigmático de cómo, a veces, una nación
necesita saber la verdad sobre algo en concreto, y los jueces no
pueden intervenir, porque no se trata de una materia judicial. En
principio, este tipo de cosas deberían ser dilucidadas por la Prensa.
Pero unas veces la Prensa no es imparcial. Otras veces, los
periodistas no disponen de medios para conocer la verdad. Los
periodistas no pueden exigir que se les abran determinados
archivos, ni pueden obligar a que declaren todos los implicados,
etc.
Por eso sería tan útil para una democracia, el que existiera
un cuerpo de personas encargadas de investigar aquellos asuntos
no judiciales en los que saber la verdad resultaría de gran
trascendencia para la población de una nación. Esta institución
investigaría con autonomía y plena autoridad. Unas veces sería la
honorabilidad de un político, otras veces los manejos de un partido
político o de varios de ellos. Habría ocasiones en que los censores
defenderían a una persona contra un linchamiento mediático. Los
censores podrían, incluso, tras investigar algo oculto en
profundidad, afirmar cuales fueron las cifras reales de algo que se
ha debatido.
Los censores realizarían una labor provechosa incluso para
los mismos políticos. Porque cuando los ánimos están encrespados
al máximo, a veces, los mismos políticos sólo tienen acceso a la
verdad oficial que les ofrece su propio partido, sin tener ellos
mismos capacidad para hacer una investigación en su propia
formación política. Y fruto de las distintas verdades oficiales el
resultado es que la prensa no tiene una idea clara o defiende
73
posiciones enfrentadas sin poder tener acceso a la verdad. La
prensa tiene sus límites, no puede acceder a determinados archivos,
no puede emplear grandes recursos de tiempo y dinero para ciertas
investigaciones profundas. La misma prensa muchas veces no es
objetiva y, tras investigar, se encuentra con un coro de opiniones
mediáticas no concordes. Incluso tras largas investigaciones la
verdad no siempre triunfa en la prensa. Eso en muchos casos no
tiene importancia, pero en otros sí que resultaría de verdadera
trascendencia saber la verdad.
Los once integrantes de esta institución de la Censoría serían
elegidos por el Tribunal Supremo por mayoría absoluta. Sus cargos
serían vitalicios. Se buscaría a hombres neutrales ajenos a los
bandos políticos. Cualquiera podría presentar ante esa institución
la petición de amparo. Pero sería la Censoría la que decidiría qué
temas acepta investigar. La cual no debería aceptar muchos, pues
su prestigio dependerá de que su voz se haga escuchar pocas veces,
pero que cuando hable lo haga lleno de autoridad. En mi opinión,
no convendría que rebasase más de una decena de grandes
investigaciones al año.
Los censores no emitirán sentencias, sino conclusiones.
Ellos no celebrarán juicios, sino que se limitarán a investigar y
comunicar sus conclusiones a la opinión pública. Serán
inimputables por sus conclusiones. Lo lógico es que se escogiese a
individuos discretos, poco amantes del protagonismo.
Antes hemos dicho que convendría escoger a los senadores
del mundo académico, de entre los catedráticos especializados en
Derecho. Los miembros del Tribunal Supremo deberán provenir
del campo judicial. Los gobernantes provendrán o del campo de la
política o del de la gestión. Los representantes del Pueblo en el
Congreso provendrían de todos los campos. ¿De qué campo
74
deberían provenir los censores? No resulta tan evidente, como en
las otras instituciones del Estado, de dónde habría que escoger a
sus miembros. Pero parece claro que lo mejor es que procediesen
del mundo judicial, pues deberán ser personas acostumbradas a
investigar y juzgar de los casos de un modo profesional.
Este organismo de la Censoría no constituye un elemento
esencial del sistema constitucional aquí expuesto. Podría existir o
no. Pero aun no siendo esencial su existencia, tampoco se puede
afirmar que no pasa nada si no existe. La existencia o no de este
cuerpo de censores, ciertamente tendría consecuencias. Conviene
que exista en la nación algún camino seguro para conocer la verdad
en aquellas materias no sometidas al escrutinio judicial. La prensa
tiene sus límites, como se ha dicho. No tiene capacidad para exigir
determinada información a los investigados. La prensa no siempre
es independiente. A veces, el buen periódico honrado se ve
desbordado por el coro de las informaciones intoxicantes de otros
periódicos. Debe existir un modo de que, en algunos temas
trascendentales, la nación conozca la verdad. Y serán los censores
los que decidan cuales son esos temas trascendentales.
La Censoría no será una cámara constitucional, sino un
cuerpo. Se hablará del Cuerpo de Censores. Como se ha visto antes,
el ser o no una cámara tiene sus implicaciones constitucionales. El
no ser una cámara le otorgará una independencia todavía mayor, su
poder radicará únicamente su prestigio, el prestigio de su trabajo
bien hecho.
A estas alturas del presente escrito, se puede observar que la
organización constitucional aquí expuesta se basa en cinco
instituciones: Poder Ejecutivo, Congreso, Senado, Tribunal
75
Supremo y Censoría. Es por eso por lo que la he denominado como
una pentacracia. Pues se trataría de un mecanismo que organiza la
relación entre cinco elementos. Cinco instituciones para
salvaguardar la democracia. Cinco elementos con unas claras
reglas de juego para preservar la libertad.
Una de las cosas que me he preguntado es si no sería mejor
que el Cuerpo de Censores fuera escogido por el Congreso en vez
de por el Tribunal Supremo. Pero parece muy razonable alejar
cuanto más sea posible las manos de los políticos de esta institución
de la censoría. Ésa es la razón también por la que los magistrados
del Tribunal Supremo no son elegidos por el Congreso. Si los
jueces y los censores fueran escogidos por los representantes del
Pueblo parecería que sería así un sistema más transparente, más
diáfano y legítimo. Nada más lejos de la realidad. Hay que alejar
todo lo posible a estas dos instituciones (el Tribunal Supremo y la
Censoría) de la política.
Cierto que el Senado podría encargarse de la designación de
los censores, pero el Senado ya es de por sí una cámara que tiene
mucho poder para añadirle más prerrogativas. No conviene añadir
más poder al que ya tiene mucho poder.
Como curiosidad diré que, dado que la censoría no es un
elemento esencial del sistema constitucional que propugno en este
escrito, llegué a pensar seriamente en denonimar a este ensayo
como una reforma tetrárquica. Tanto el nombre de tetrarquía como
el de pentarquía son nombres usados en siglos pasados para
designar al sistema colegiado de gobierno que instauró Diocleciano
(tetrarquía) y a las cinco principales sedes patriarcales del Imperio
Romano (pentarquía). Sin embargo, creo que el nombre escogido
finalmente es preferible. Un cuerpo como la censoría, aun
76
careciendo de poder, poseerá una notable y muy benéfica
influencia sobre la sociedad.
Desde que existe la televisión, las sesiones de los
parlamentos se han convertido en puro teatro, en un perfecto
diálogo de sordos. Allí ya no se debate nada. Todos los
parlamentarios tienen decidido el voto antes de entrar por la puerta.
Si eso es así para las sesiones, ya no digamos nada de las
comisiones de investigación del Parlamento. En casi todos los
países, de nuevo gracias a la presencia de la televisión, las
comparecencias ante esas comisiones se han convertido en la parte
más inútilmente histriónica de ese gran teatro que es el Parlamento.
Por eso hay que abandonar como totalmente anacrónica esa
práctica y crear la institución de la Censoría.
La concesión de indultos por parte del
Ejecutivo
En la pentacracia aquí propuesta no existiría la posibilidad
de conceder ningún indulto, ni por parte del Ejecutivo ni de
ninguna cámara. Un juez debe valorar las circunstancias y las
razones atenuantes para humanizar la sentencia o para eximir de la
culpabilidad. Cabe que un segundo juez revise la sentencia del
primero. Y que incluso un tercer grupo de jueces revise las
sentencias previas. Todo este camino judicial puede tener defectos,
pero lo que resulta inconcebible es que el Poder Ejecutivo pueda
dejar en nada la separación de poderes. Si la constitución de algún
77
país se reformase de acuerdo a los criterios que he expuesto, resulta
imprescindible la compartimentación de esos poderes.
Se dirá que se usa de ese poder de indultar por razones
humanitarias, ¿pero es que acaso no es ésa la labor del juez: juzgar?
Juzgar significa eso, juzgar con rigor, seriedad, humanidad y
ecuanimidad. Juzgar significa sentenciar lo que es justo. Que
después de tres instancias judiciales en las que se ha podido apelar
no sólo la sentencia, sino la también la duración de la sentencia, se
diga que la sentencia fue inhumano resulta inaceptable. El juez a la
luz de todos los datos, habiendo contrastado las razones y hechos
presentados por el acusado y el acusador es el que debe juzgar y el
que mejor puede juzgar teniendo todos los datos delante.
Se dirá que a veces se dan muchos atenuantes, pero eso ya
ha sido tenido en cuenta en la sentencia. Se dirá que a veces hay
que ser humano, pero se olvida que el juez puede incluso declarar
inocente a alguien por enajenación transitoria, por las
circunstancias, por un completo ofuscamiento, etc. Lo que resulta
impropio es que alguien desde un despacho simplemente con un
informe delante decida por las buenas anular una sentencia.
Se dirá que se usa poco del poder de indultar y que, por lo
tanto, no hay que preocuparse: es un mal, sí, pero tan excepcional
que no hay que temer su carácter formalmente ilimitado. Por
supuesto, al Poder sólo le interesa hacer uso de esa facultad las
pocas veces en que el peso de la Justicia le haga daño.
En cualquier caso, se use mucho o poco, el que la
Constitución otorgue al Ejecutivo la capacidad de indultar supone
la concesión de un cheque en blanco, bajo la suposición de que no
se abusará. Con ironía podríamos afirmar que si algo nos ha
enseñado la Historia desde la democracia ateniense hasta nuestros
78
días es que, efectivamente, el Poder Ejecutivo nunca abusa de sus
prerrogativas.
Ya se dijo al comienzo de esta obra que la separación del
Poder Judicial era la cadena que podía sujetar al Dragón. Pero, de
pronto, nos enteramos de que el Dragón posee una llave para poder
soltar de la cadena a quien quiera cuando le interese. De forma que
la cadena es segura y firme, excepto cuando no le interese al
Dragón. La institución del indulto supone admitir abiertamente un
cierto nivel de injerencia del Poder en el final del camino del
sistema judicial. Y, por otro lado, afirmar que se hace por
humanidad es un error. El indulto por compasión implica no haber
entendido lo que significa la labor de los jueces y tener una idea
muy pobre de la Justicia, como si el Gobernante tuviera que venir
sobre un caballo blanco y una espada en la mano a quebrantar las
cadenas del injustamente condenado por un juez. Como si el
Leviatán gobernante fuera el otorgador de la compasión frente a los
crueles jueces sin corazón.
Bill Clinton concedió 140 indultos horas antes de abandonar
la Casa Blanca. El gobierno español sin ninguna razón perdonó a
un conductor que jugaba a conducir en dirección contraria, juego
que le costó la vida a un ciudadano. La masa popular con más razón
podría exigir que se indulte a una madre que fríamente con alevosía
mató al violador de su hija tiempo después de esa violación; de
hecho no se trata de un ejemplo hipotético. Pero si un individuo,
por poner otro ejemplo, hubiera proyectado y logrado el asesinato
de un hombre que ordenó matar un centenar de personas, eso no
cambiaría en nada la situación: se debe exigir que se cumpla la Ley.
No cambiaría nada que un buen hombre hubiera quemado al
asesino de un millar de personas. O la Ley se cumple o no se
cumple. En el momento en que la obligación de la Ley está sujeta
a componendas políticas, presiones mediáticas o estadísticas de
79
opinión, ya no es Ley. O la Ley es o no es. Lo que no puede ser es
que unas veces obligue, y otras no, y otras un poco, y otras tal vez
sí pero ya veremos.
La aplicación de la Justicia debe ser automática. No debería
haber poder humano capaz de detener la aplicación de la Ley.
Habría que condenar a un hombre honrado, si se hallase culpable,
aunque ese hombre fuera el que más bien hubiera hecho a la
Humanidad. La Ley es el muro que separa a la sociedad de la
barbarie por un lado, y de la tiranía por otro. La ampliación de la
Justicia es la muralla que contiene a la bestialidad. Que el culpable
sea condenado, aunque sea un hombre bueno. El juez no juzga la
bondad del sujeto, sino su culpabilidad. El hombre malo puede ser
inocente, y el bueno culpable. Las pocas campañas mediáticas que
he conocido en mi vida para pedir indultos de individuos culpables,
siempre apelaron al sentimentalismo olvidando que ese sujeto a
sabiendas de las consecuencias optó por hacer el mal y quebrantar
la ley.
El juez es una columna de la sociedad. El oficio de
sentenciar es uno de los oficios más dignos que puede realizar el
ser humano. Si su labor puede quedar enteramente sometida a lo
que decida un político tras una campaña mediática, estaremos
socavando los pilares de la sociedad. Ceder al sentimentalismo
tiene un precio. Y ese precio es que otro político, antes o después,
usará de ese poder del modo más injusto para la sociedad.
Además, no quiero ni pensar en que una gran democracia
acabe aceptando como normal que el Poder pueda obligar a los
jueces a tener en cuenta la presión popular. Ese día, la Ley ya no
sería Ley. Los jueces ya no serán jueces, sino funcionarios del
Poder al servicio de las corrientes de opinión. Ese día los
ciudadanos perderían la fe en la Justicia. Lamentablemente no son
pocas las democracias en las que todos ya no confían en sus jueces
80
por corrupción, por estar mediados por la presión popular, por
pequeñas puertas de atrás por las que el Ejecutivo puede anular lo
que no le interese. En democracias así, y podría citar muchos países
por su nombre, casi nadie está dispuesto a inmolarse como un héroe
por defender la Justicia. El precio de esa situación lo pagan todos
y cada uno de los ciudadanos de esas naciones.
Un banco en su cámara acorazada protege una fortuna. La
Ley preserva el gran tesoro que es la Justicia. Tesoro éste más
valioso que cualquier fortuna. Entre otras cosas porque cualquier
fortuna sin Justicia, se puede perder en un día. Y así, porque ese
tesoro es de valor incalculable, la cámara donde se custodia debe
ser hermética. Nadie excepto el personal autorizado debe ser capaz
de poner las manos sobre la Justicia.
La Justicia no debe ser dura con una madre que con
premeditación y alevosía ha asesinado al violador de su hija. La
Justicia no debe ser ni dura, ni blanda. La Justicia es; tiene que
limitarse a ser. La Ley es la razón. Si la Justicia comienza a
sentenciar con el corazón, haremos de la aplicación de la Ley un
melodrama, un melodrama primero, una tragedia después. Estos
melodramas siempre acaban en tragedia para una nación. No se
hacen agujeros en la administración de la Justicia, sin pagar un
precio después. Toda decisión tiene sus consecuencias. Y
manipular la Justicia tiene consecuencias amargas siempre. El
indulto es una violación legal de la Justicia.
81
El Populismo
Cuando en una nación cada vez más gente se da cuenta de
que su sistema político está anquilosado, de que se ha creado una
casta política sin separación de poderes efectiva, la solución no es
regenerar un partido concreto, lo cual es casi imposible porque los
defensores de los intereses creados lo impedirán desde dentro de
esa formación política. La única solución realista es crear un
partido nuevo. El problema de los partidos recién creados es que
no suelen tener éxito y desaparecen. Las democracias
continuamente están generando nuevos partidos, pero sin la ayuda
de los medios de comunicación estas nuevas pequeñas estructuras
son ninguneadas y no logran ni un solo escaño.
Esta selección natural de los nuevos partidos es todo menos
natural. Por razones muy diversas, a veces son los malos pequeños
partidos (por ejemplo, formaciones fascistas) los que permanecen
vivos. Y, a veces, son los pequeños partidos formados por hombres
honestos con ideas nuevas los que desaparecen. Al menos, siempre
se puede decir que todo dependió del apoyo de la voluntad libre del
Pueblo. Pero la realidad es que, a menudo, es el apoyo de alguien
importante con dinero el que logra que una formación permanezca
o no. La voluntad del Pueblo es importante, pero esa voluntad
frecuentemente depende del apoyo de alguien con dinero.
Si algún partido, con mucho esfuerzo y perseverancia, logra
algún escaño en el Congreso y, con el paso de los años, logra tener
algo de éxito, normalmente suele adaptarse al ambiente y pasa a
formar parte del grupo de políticos profesionales participando de
los defectos aquí expuestos: cortoplacismo de las políticas,
participación en intereses ocultos contrarios al bien común,
82
favorecimiento de la promoción de los menos honestos frente a los
que más valen, etc.
Cuando se da esta situación de democracia arteriosclerótica,
de Poder compartido entre los representantes del Pueblo en contra
de los intereses de los ciudadanos, la única vía de salida por la que
optan muchos votantes es entregar su apoyo a formaciones que
prometan romper completamente con el sistema, bien sean
formaciones de extrema derecha o de extrema izquierda. A estos
partidos se les suele llamar populistas, porque ofrecen todo al
Pueblo lo que el Pueblo quiere oír, aunque lo que ofrecen sea
imposible.
Muchos partidos prometen cosas imposibles de realizar y no
por eso son populistas. El populismo comienza cuando esta mentira
se lleva al máximo, más allá de toda relación razonable entre la
promesa y lo factible. El problema no viene de que un líder prometa
algunas cosas irrealizables, eso es un vicio común. El problema
aparece cuando todo el programa, de principio a fin, es irrealizable.
Es entonces cuando a eso se le llama populismo.
El populismo no es una realidad exclusiva de la fase de la
campaña electoral, sería también populista un Gobierno cuya
política consistiera en hacer todo lo que la opinión pública le pide,
aunque eso fuera contraproducente para los intereses del bien
común. El populismo se puede practicar también desde el Poder,
por muy suicida que esto resulte a medio plazo.
Aun así, un país puede hundirse económicamente y después
venir otro gobernante que lo levante. El problema de los partidos
populistas es que todos ellos acaban siendo rupturistas con el
mecanismo constitucional que les ha llevado al Poder. Es decir, son
partidos que no es que quieran reformar el sistema, sino cambiarlo
enteramente. El poder burgués no desea otra cosa que el
83
mantenimiento del mecanismo que le mantiene en el poder. Pero el
populismo tiende a la ruptura con el sistema que le elevó. Y eso se
debe a que el populismo no acepta ninguna cortapisa proveniente
del poder legislativo o judicial. Esta mentalidad tiene su lógica. Si
el Poder Ejecutivo hace de los deseos populares su única guía, por
qué el poder legislativo y el judicial deberían ser obstáculos a esa
voluntad popular.
De ahí que, en esa etapa de reforma de la Constitución, lo
primero que suelen caer son las barreras que constringen al Poder
Ejecutivo. La lógica continúa: Si mi encargo de gobernar es
expresión de la voluntad popular, nada debe obstaculizar el
ejercicio de mi gobierno. Obstaculizar mi gobierno (con leyes o
sentencias) sería obstaculizar la voluntad del Pueblo. Por eso los
populismos son tiránicos frente a los partidos burgueses (por muy
corruptos que sean) que tienden al mantenimiento de las reglas del
juego.
Para reformar la Constitución se necesitan mayorías
cualificadas que van más allá de la mayoría absoluta, pero una vez
que el ejecutivo populista cuenta con esa mayoría absoluta en el
Congreso, basta con otorgar en la nueva carta magna pleno poder
al Congreso. El Congreso pasa a ser la voz del Pueblo.
No hace falta ser muy sabio para darse cuenta de que si el
monopolio del poder indefinido bajo la forma del bipartidismo
anquilosa la democracia, mucho peor es el monopolio de un solo
partido y sin división de poderes efectiva. El experimento ha sido
realizado innumerables veces en incontables países durante el siglo
XX y los resultados han sido siempre los mismos.
La desesperación del Pueblo lleva a soluciones irracionales
en las que se sustituye la corrupción por dictadura. Y así la
84
democracia de funcionamiento deficiente es sustituida por una
dictadura de apariencia progresivamente menos democrática. Eso
con el paso de muchos años generará una insatisfacción popular
multiplicada que, al alcanzar cierta masa crítica, entrará en
ebullición y dará lugar a una revolución y, posteriormente, a una
nueva etapa constituyente liderada por individuos provenientes de
todas las capas de la sociedad. Esos individuos libres e idealistas
darán lugar a un nuevo comienzo de la democracia. Con el tiempo
esa democracia caerá en la ineficiencia descrita en estas páginas. Si
la ineficiencia llega a límites muy graves, dará lugar de nuevo a
todo el proceso aquí descrito. El proceso se repite una y otra vez,
siglo tras siglo.
Las democracias actuales, las monarquías del pasado, la
variedad de regímenes políticos, en definitiva, permanecen en pie
porque el nivel de insatisfacción del Pueblo suele mantenerse en
cotas alejadas de los niveles críticos. Pero una vez que se superan
esos niveles el ciclo comienza con la indefectibilidad de un proceso
químico. Únicamente el elemento humano es el que crea una serie
de variables que distorsionan el carácter automático con que se
cumplen estas leyes. Pero el hecho de la indeterminación que
implica el elemento humano, no niega la existencia de estas
grandes leyes que rigen el comportamiento de las naciones.
Imaginemos que en un país se ha implantado la
compartimentación pentárquica y que, tras muchos años, un partido
populista llega al Poder con total apoyo de la población, con
mayorías amplísimas en el Congreso. Y que ese partido quiere
reformar los artículos constitucionales por decreto, a sabiendas de
que no tiene el apoyo del Senado y que tampoco logrará el apoyo
del Tribunal Supremo para disolver el Senado. Si ese partido, por
ejemplo, tuviera el apoyo del 70% u 80% del electorado,
85
¿realmente el Senado podría hacer cumplir la constitución ante una
desobediencia frontal del Congreso?
Se trata ésta de una situación que, de tanto en tanto, ocurre
en las naciones: las crisis constitucionales en las que un poder
constitucional se enfrenta frontalmente a otro poder constitucional.
Enfrentamiento que se lleva a cabo porque el primer poder cuenta
con apoyo fáctico suficiente aunque el otro poder cuente con toda
la legitimidad constitucional.
No es tan sencillo enviar a la cárcel a buena parte de los
congresistas e, incluso, al Poder Ejecutivo. Como ya se ha dicho
antes, el golpismo populista desde el Poder y con todos los resortes
del Poder es el gran enemigo de la democracia. En una situación
así, difícilmente las fuerzas de seguridad del Estado y el Ejército
harán cumplir la constitución. En un enfrentamiento de este tipo, el
Senado siempre tendrá todas las de perder y eso no tiene solución,
ni cabe aprobar leyes previsoras para evitar estas situaciones. Lo
mismo sucedería en un enfrentamiento frontal del Congreso con el
Poder Judicial.
Mientras que las imputaciones afecten a unos cuantos
congresistas, el Poder Judicial podrá hacer cumplir la Ley. Pero
más allá de cierta medida, el Congreso podrá oponerse
victoriosamente a las imputaciones de un poder judicial
independiente. Ésta es una ley de sentido común que, aunque no
esté escrita en ninguna constitución del mundo, se cumple. Admitir
esto supone reconocer las limitaciones de cualquier ordenamiento
jurídico. Situaciones en las que se pasa de lo que se debe hacer a lo
que se puede hacer.
Podemos idear los más perfectos mecanismos
constitucionales, equilibrados y justos. Pero el poder fáctico
cuando es abrumador puede resistir a la ley en razón de su mismo
86
poder. Es triste y lamentable, pero es así. Ningún texto jurídico por
muy bellamente escrito que esté hará cambiar esta realidad.
Lo único que cabe es inculcar al Ejército y a las fuerzas de
seguridad, generación tras generación, antes de que surjan los
problemas, que ellas son las defensoras del Estado de Derecho. Y
que jamás la voluntad (ni de una persona, ni de un grupo por grande
que sea) puede imponerse sobre la ordenación de la razón. Estados
Unidos es un buen ejemplo de la conciencia de que el ciudadano es
menor que la democracia. Hoy por hoy, jamás la institución armada
de ese país obedecería a un Presidente o a un Congreso que quisiera
saltarse la Constitución.
Los ejércitos de otros muchos países no tienen una
concepción tan nítida de la relación que debe existir entre voluntad
popular y Carta Magna, y aceptarían la imposición del decreto de
excepción (si tiene suficiente apoyo) por encima del Estado de
Derecho.
¿Pero qué sucedería si este sistema pentárquico se aplica en
un país durante generaciones y, en un momento dado, se corrompe?
¿En un sistema compartimentado, debería el Congreso aceptar de
manos cruzadas un Senado y un Tribunal Supremo enteramente
corruptos? Lo bueno de un modelo compartimentado es que puede
resistir las intromisiones injustas. Pero lo malo es que si esos
compartimentos se corrompen, resulta difícil sanearlos, pues nadie
puede meter sus manos en ellos. ¿Qué se debería hacer en una
situación así?
De nuevo hay que apelar al sentido común. En una situación
de enfrentamiento abierto y total en la que los senadores y jueces
fueran los corruptos y los obstructores del sistema, el poder fáctico
se impondría sobre las leyes escritas en papeles. Para alguien como
yo dedicado a construir estos mecanismos racionales de
87
contrapesos resulta triste admitir que una disposición jurídica sobre
un papel tiene sus límites. Al fin y al cabo, son unas letras de tinta
impresas sobre un papel. Pero resulta formidable comprobar como
esas letras de tinta pueden hacer prosperar un país o lo pueden
hundir en el abismo.
88
Conclusión
El título de la presente obra hace referencia a ciertos signos
de fatiga que ofrece la institución democrática en Occidente. En
algunos países de otros entornos, lo que queda por conseguir
todavía es implantar la democracia. La cual se ve, y con razón, con
el brillo y el idealismo de la ardua meta a conseguir. Pero mientras
para ellos ése es el objetivo, aquí Europa y otros lugares la
democracia lo que va perdiendo precisamente es la ilusión de los
ciudadanos que viven en ella. No porque no deseen vivir en
libertad, sino porque se va implantando la sensación de que no se
sienten bien representados en la democracia en la que viven. Poco
a poco va cundiendo la idea de que el ideal de la democracia ha
quedado no diré secuestrado, pero sí en manos de unas empresas
llamadas “partidos”. De ahí que en el título hable de “decadencia”
y de “columnas”, ya que los pórticos griegos se han convertido en
uno de los iconos más universales del Poder.
Ahora bien, cuando redactaba el título me preguntaba qué
tipo de columnas debía escoger para expresar esa situación: ¿La
sobriedad dórica? ¿La elegancia corintia de las hojas de acanto? El
orden toscano quedaba ciertamente excluido. Pues un libro sobre
la democracia debía escoger un orden arquitectónico griego y no
itálico. En una obra como ésta todo detalle convenía que fuera
meditado y finalmente escogido por alguna razón; aunque en este
caso fuera algo tan accidental. Realmente no había razones de peso
para escoger uno u otro orden griego. Pero las volutas del orden
jónico expresaban a la perfección lo enrevesada que podía ser la
vida política de un orden constitucional democrático.
Además, uno de los ejemplos más famosos de este orden se
halla en el templo de Atenea Niké en la Acrópolis. Me pareció un
simbolismo un poco rebuscado, pero también si lo explicaba y
89
mencionaba ese templo podía convertirse en un símbolo de que la
democracia, al final, triunfará. Niké significa victoria. También era
un modo simbólico de afirmar que la sabiduría siempre está a favor
de la democracia. La diosa Atenea era diosa de la sabiduría.
Pero regresando al contenido de esta obra, el
rejuvenecimiento de la democracia, la confianza de los ciudadanos
en esa realidad que es el Estado radica sobre todo en la capacidad
del estamento político para permitir el ingreso de personas
independientes en los círculos de poder existentes. Los políticos
nunca dejarán por gusto entrar a nadie extraño en su círculo de
poder. Los políticos profesionales que conforman el actual sistema
de cosas, nos contestarán que su partido no es un sistema cerrado,
que cualquiera puede optar a cargos dentro del mismo partido. Pero
lograr ser elegido con las reglas del juego actuales, en la mayoría
de los países, supone haber pasado por un proceso de selección a
cargo de esa formación política, además de la dedicación exclusiva.
En un país hay mucha más riqueza de ideas y de personas,
hay muchos más puntos intermedios que los límites ideológicos
que nos marcan los partidos. Con un modelo como el de la
pentacracia, habría mucha menos crispación política, pues la
crispación ahora mismo la crea el sistema. Los partidos no reflejan
la división de un país, sino que son los partidos los que crean esa
división. Con la actual organización de unos parlamentos formados
por fuerzas radicalmente egoístas y confrontadas, cuántas medidas
se toman que van contra el bien común. Pero los intereses ocultos
son muy difíciles de desarraigar en un sistema monopolístico del
Poder, aunque éste tome la forma externa de un bipartidismo
alternante.
Alguien puede albergar sus razonables miedos por convertir
nuestras democracias directas en democracias indirectas. Pero me
90
gustaría llamar la atención sobre el hecho de que nuestras
democracias son indirectas desde hace ya mucho tiempo. Son las
directivas de los partidos quienes eligen a todos nuestros
candidatos. Son esas directivas las que eligen quien entra y quien
no entra en esas listas. Usted, querido elector, puede creerse muy
libre al depositar su papeleta en la urna, su sensación de libertad
puede ser formidable; pero está totalmente mediada por las
estructuras políticas ocultas, justo esas que no salen en la
televisión. Usted en la televisión sólo ve las caras que esas
estructuras desean que vea. Pero esa cara está allí, porque el órgano
de un partido ha dicho que esté en su pantalla de televisión.
Esto es como el supermercado de una gran superficie. Usted
compra lo que quiere, pero alguien ha decidido previamente qué
habrá y qué no habrá en las estanterías de ese supermercado. Eso
sí, después usted se limita a depositar su voto con una satisfactoria
impresión de independencia. El sistema le ofrece esa impresión de
ser libre y lo es, pero sólo hasta cierto punto. Las cúpulas del
bipartidismo saben que, en la práctica, sólo hay opción A u opción
B: el partido gobernante y su alternativa. De vez en cuando un
partido bisagra que es asumido en este reparto de poder. Partidos
bisagras que nunca suponen una amenaza al reparto de Poder, sino
sólo una reestructuración. De forma que el sistema, ya ahora, en la
práctica, resulta completamente indirecto.
Este sistema pentárquico de elección indirecta de los
gobernantes, significa decirle al Pueblo con meridiana claridad que
es mejor que sus representantes sean los que escojan a los que
ostentarán el Poder Ejecutivo. Precisamente porque la democracia
directa es la más fácilmente manipulable. De hecho, si hay un
modelo constitucional que es el máximamente manipulable es el de
la democracia totalmente directa que se practica en los cantones
suizos. En los que la gente se reune en la plaza del pueblo y se
91
proponen los temas y la gente vota una por una las cuestiones. Si
de los políticos pudiera depender, ellos desearían con toda su alma
que todas las cuestiones molestas, sucias e ingratas se pudieran
decidir de ese modo.
Si el Pueblo escoge directamente al que asumirá el Poder, se
cae inevitablemente en el espectáculo y la demagogia. También
hay que decirle al Pueblo que no es él el que debe poner su mano
en las leyes. El modelo pentacrático propuesto significa que el
Pueblo se autolimita en sus funciones. Reconociendo que es él el
que tiene el Poder, pero que resulta más prudente ejercerlo de
forma indirecta en algunos campos.
La democracia funciona, pero podría funcionar mejor.
También está claro que si la pentarquia se pusiera en práctica,
tendría fallos que, a su vez, deberían ser subsanados en futuras
reformas. La ciencia política busca ofrecer soluciones y que las
soluciones precisarán de retoques y afinamientos. Además,
siempre que alguien ofrece un modelo enteramente nuevo, sabe que
no se aplicará mañana, si es que llega a aplicarse alguna vez.
Yo diría que con ofrecer un nuevo horizonte a las mentes, de
momento ya es suficiente. No es poca cosa sentarse a reflexionar si
un sistema constitucional enteramente nuevo no funcionaría mejor
que si reformáramos parcialmente nuestros modelos actuales.
Debemos preguntarnos si no ha llegado el momento de aplicar la
razón de un modo más ambicioso en la acumulación de leyes que
conforman nuestros modelos constitucionales.
De todas formas las reformas primero conquistan las mentes,
después, a veces varias generaciones después, configuran una parte
de nuestro mundo. Mi única expectativa con mi escrito ha sido
ofrecer nuevas perspectivas, nuevos horizontes, para que funcione
92
cada vez mejor esa república de hombres libres e iguales en la que
vivimos, nos movemos, pensamos y hablamos.
La democracia, las votaciones, las elecciones no son una
posibilidad, sino que son la única posibilidad razonable. Es decir,
hemos necesitado miles de años de Historia, para entender que es
preferible siempre resolver las cosas echando papeletas en una urna
que a golpes de maza con puntas metálicas. Necesitaremos más
generaciones para alcanzar un modelo organizativo que la razón
entienda que es el óptimo para organizar ese hecho de arrojar
papeletas en una urna. El modo en que un sistema constitucional
gestiona esos votos permite que el Poder siga siendo un círculo
cerrado en algunos países. Y en muchos naciones, desde luego, la
gestión de esos votos mantiene democracias verdaderamente
imperfectas.
Votar es la esencia de la democracia. Pero caben dictaduras
de estética democrática que cumplan con el rito de dejar que los
ciudadanos introduzcan papeletas en urnas repartidas por el país.
Aunque se vote, siempre hay alguien que decide erigirse en dueño
de los destinos de los otros. Siempre hay alguien que decide que su
voluntad debe imponerse sobre las voluntades de los otros. En
todas las épocas nos encontramos con sujetos que deciden imponer
su YO sobre los destinos de los otros, truncándolos, torturándolos
y hasta aniquilándolos. Es decir, el YO decide fríamente acabar con
otros “yos”. Mi YO por encima de otro yo, aunque tenga que
aniquilarlo.
Reconozco, sin embargo, que hay situaciones extremas,
circunstancias de verdadera supervivencia nacional, en las que lo
más razonable es otorgar el poder incondicional a un solo hombre
por un tiempo limitado. Pero aunque esto es así, por mal que suene,
nunca insistiremos bastante en lo que significa la democracia, en la
93
necesidad del orden de la razón. Lo único que contiene al caos es
la Ley.
Pero aun admitiendo las excepciones, no nos engañemos, los
dictadores son individuos insignificantes. Ningún gran espíritu
aceptará nunca que sus semejantes sean súbditos. Toda alma
grande aspira a una república de ciudadanos libres e iguales.
¿Llegará un día en que todo el planeta Tierra sea una gran
democracia? ¿Llegará el día en que toda la Humanidad sea libre?
La respuesta es sí.
Pero, de momento, los viejos sistemas democráticos siguen
sufriendo averías, recalentamientos, rotura de piezas. Y en nuestro
camino por el siglo XXI, continúan apareciendo nuevos dictadores,
renovados tipos de dictaduras, el mismo mal con nuevos
envoltorios. Sí, hace ya mucho que hemos atravesado la
emblemática fecha del año 2000, pero vemos los errores
floreciendo en nuestro presente.
Cuando una democracia comienza su camino hacia el
autoritarismo y después ya decididamente hacia la dictadura, lo que
más suele intrigar a los expertos en Derecho Constitucional, es
preguntarse cómo será el modo concreto en el que el tirano
mantendrá los ritos externos: votaciones, parlamento, aparente
separación de poderes, diputados y todas esas realidades que
quedan reducidas a mera parafernalia, pero que suelen ser
mantenidas en su lugar. Siempre toda dictadura tiene que tomar una
serie de decisiones de estética constitucional cuando, de hecho,
todo se reduce a que gobierna una sola voluntad.
¿Cómo serán las nuevas dictaduras que emergerán en países
respetables acostumbradas a vivir en libertad durante
generaciones? ¿Será una dictadura sin una cabeza visible? ¿Será la
dictadura gestionada por una élite? ¿Tendrá el régimen una
estética, digámoslo así, científica, tecnocrática, moderna?
¿Continuarán las viejas y rancias dictaduras nacionales o
94
aparecerán dictaduras continentales? Estamos acostumbrados a
dictaduras de extrema derecha y de extrema izquierda, ¿caben
tiranías innovadoras que genuinamente creen un tercer extremo
ideológico o son imposibles?
Lo que resulta evidente, es que en la masa antisistema de
tipo anarquista que grita, no está la democracia. Es pura furia sin
ley. De esa masa, una vez que se descontrole, surgirán los futuros
Stalin del siglo XXI. Lamentablemente, los venideros Hitler ya han
nacido. Todavía permanecen anónimos en ese magma de la masa.
Todavía carecen de otro programa que su descontento. La masa
debe desbordar los rompeolas. Sólo entonces pueden germinar esos
monstruos.
Frente a eso, nos defiende la Ley. ¿Qué nos separa de ese
caos? La Ley. El ordenamiento constitucional nos defiende de los
monstruos. Sustituir la institucionalidad deliberativa por el griterío
de la población no es democracia, como tampoco lo es defender
que la voluntad de un pueblo está por encima de las leyes. Ello
aboca al conflicto y la violencia.
¿Por qué Estados Unidos tuvo un New Deal y Alemania tuvo
el nacionalsocialismo? Porque en Estados Unidos el Poder cayó en
manos de Roosevelt y en Alemania cayó en manos de Hitler. Sí, no
nos rompamos la cabeza, a veces, las cosas son así de sencillas.
Normalmente, el que tiene el dedo sobre el botón es un hombre
razonable. Pero estadísticamente, cada cierto tiempo, el Poder
recae sobre los hombros de un matón.
La anarquía, el terrorismo, la dictadura, la represión, la
revolución… las leyes son la barrera. Y las leyes pueden ser
barreras férreas. Este escrito ha sido mi pequeña contribución para
fortalecer el orden de cualquier nación. Puedo haberme equivocado
en muchas cosas, pero, al menos, he intentado reflexionar en voz
95
alta ante otros ciudadanos. Hoy mi voz ha resonado (con mi escrito)
en la plaza de mi polis. Nada impongo a mis conciudadanos, sólo
he reflexionado en voz alta.
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97
Cuarta parte …………………………………………………………………………………………………………………………..
El futuro de nuestras bellas
construcciones constitucionales
El gigante chino y la economía
Esta obra nació para explicar una posibilidad de reforma del
sistema constitucional, la reforma que me parece más sencilla y
más ajustada a la razón. El mecanismo pentárquico ya lo he
explicado en las páginas anteriores, razón por la cual he colocado
una conclusión a esa parte teórica. Pero me pareció que la obra
quedaría más completa añadiendo una parte en la que se explicara
cómo veo de manera más concreta el futuro de nuestras
democracias en el próximo cuarto de siglo. Al lector que lea esta
obra en un futuro lejano, le pido que tenga en cuenta que escribo
estas líneas en el año 2015. Así que después de haber hablado en
abstracto, voy a hablar en concreto.
En las próximas páginas voy a intentar demostrar por qué
resulta imposible hablar de cómo van a evolucionar nuestros
sistemas democráticos sin explicar la relación tan inevitable y
desastrosa que va existir entre macroeconomía y política.
Retrotraigámonos a los años 90, porque es en los comienzos de esa
98
década cuando comenzaron los graves errores que tan trágicas
consecuencias van a tener.
China en 1990 era un inmenso país sin ninguna importancia
económica. En el campo del mercado internacional, sencillamente
era como si no existiese. En esa época los líderes de cada provincia
china ya hacían bastante con intentar satisfacer las necesidades
básicas de su población. Su comercio exterior era mínimo. Baste
decir que antes de los años 80, la agricultura suponía el 40% el PIB
de China. Este gigantesco país estaba aislado comercialmente
hablando, pues no producía nada que pudiera interesar al resto del
mundo, ni disponía de divisas para comprar bienes de Occidente.
Pero en la década de los 90 las grandes multinacionales
norteamericanas creyeron ver el inmenso mercado que se les abriría
si firmaban acuerdos con China. Y así, poco a poco, se fueron
firmando contratos entre China y algunas grandes corporaciones.
En aquella época, el Departamento de Estado de los Estados
Unidos todavía tenía que aprobar ese tipo de acuerdos.
Esas grandes empresas norteamericanas se frotaban las
manos pensando en el inmenso pastel de beneficios que se abría
ante sus ojos: nada más lejos de la realidad. El mercado chino no
era un mercado libre, sino totalmente regulado por el Partido. Tan
pronto como ese producto se podía fabricar en China y el acuerdo
firmado expiraba, se cerraban las puertas a la entrada de esos bienes
extranjeros. Las multinacionales, una a una, fueron viendo como la
promesa de ese mercado de más de mil millones de habitantes se
les escapaba de las manos una y otra vez. Aunque cada empresa
que se retiraba observaba como venía otra que ocupaba su puesto
llena de ilusión, pensando que iba a hacer las américas.
Las esperanzas de grandes ventas de productos tecnológicos
en China se esfumaron: los acuerdos expiraron, no fueron
renovados, otras empresas occidentales sustituían a las que se
retiraban. China no era un mercado abierto como el de otras partes
99
del mundo, sino un país escrupulosamente interesado en evitar la
expansión interna de cualquier empresa occidental. No podemos
culpar a China de esta actitud proteccionista. De no haber obrado
así, las empresas occidentales se hubieran apoderado enteramente
de ese país. Las empresas nativas estaban a años luz de las
occidentales. China se hubiera convertido en un país
económicamente colonizado en manos de inmensas y poderosas
corporaciones extranjeras.
El proteccionismo chino de ese primer momento fue, sin
duda, una medida racional. Lo cierto es que a lo largo de este
proceso occidental de ilusión-decepción-sustitución, China
comenzó a producir aquellos bienes que las empresas extranjeras
habían pensado vender en el mercado chino. Pero las compuertas
de los mercados internaciones sí que se habían abierto para China.
Y los humildes productos chinos comenzaron a invadir los
mercados de Occidente y del resto del mundo.
No voy a decir que esas compuertas se abrieron
cándidamente. Porque estoy convencido de que detrás de esa
medida había una decisión estratégica. Los analistas de la Casa
Blanca seguro que pensaron que la entrada de capitales e inversión
en el gigante asiático provocarían un cambio radical en esa nación
descomponiendo el sistema comunista. Cosa que no ocurrió o, al
menos, no ocurrió del modo esperado.
Al principio los bienes exportados por China eran
mercaderías muy baratas, sin apenas valor. Nadie en su sano juicio
hubiera comprado tecnología china en esa primera etapa. Pero
mientras esto sucedía, cada vez que China necesitaba un nuevo
producto tecnológico hacía ofertas a distintas compañías. La
compañía que ganaba el contrato, se encontraba con las mismas
condiciones standard de siempre: el 51% de la compañía será
propiedad china y la industria tendrá que establecerse en suelo
chino. En estas dos condiciones encontramos la piedra angular de
100
todo el desastre que después iba a cernirse sobre nosotros los
occidentales.
Para algo después del año 2005, la época de los espejismos
y las grandes ilusiones habían pasado para las multinacionales que
querían hacer negocio con los chinos. Pero se encontraban con una
tesitura difícil de resistir. Si firmo el contrato, ganaré millones en
los próximos siete años. Pero también es cierto que si firmo el
contrato, la filial que yo cree y mi tecnología se quedarán en suelo
chino y serán propiedad de esa nación. Se trataba de contratos de
miles de millones de dólares. Y había muchas empresas haciendo
cola para firmar cada uno de esos gigantescos contratos. Todas las
compañías sabían que eso era pan para hoy y hambre para mañana,
pero eran miles de millones en juego. Era mucho pan para hoy a
condición de saber de que cuando expirara el contrato, la nueva
empresa controlada por directivos chinos les diría a los
occidentales: Muchas gracias, ha sido un placer colaborar con
ustedes, adiós.
No podemos ser duros en nuestro juicio respecto a China por
estas condiciones. ¿Acaso no era la codicia lo que animaba a las
empresas occidentales? ¿Acaso nuestras empresas iban allí con
propósitos altruistas? Ciertamente, no. Iban allí a ganar dinero y
cuanto más mejor.
Casi todas las empresas entraron en esta dinámica de
autodestrucción: la tecnología, los técnicos formados, la misma
factoría donde se fabricaban los productos (piezas industriales,
aviones, electrodomésticos, ordenadores) se quedarían en suelo
chino pasado el tiempo del contrato. Lo perjudicial de esta
situación para nosotros, como he dicho, era que se trataba de
contratos por tantos millones que todas las empresas sabían que si
yo no acepto, otra lo hará. Y lo que es peor, nuestras empresas no
sólo formaban a esos técnicos (que después serían la competencia),
sino que además financiaban una parte importante de los gastos.
101
No hace falta ser muy listo para comprender que si de China
al principio llegaban, por ejemplo, a Francia cuencos de plástico,
telas y juguetes baratos, después comenzaron a llegar
electrodomésticos, y después ordenadores y, por último, la más alta
tecnología. Porque ésa había sido la gran falacia que se creyeron
los consejeros de las grandes empresas cuando se acercaba el año
2000: Que ellos produzcan juguetes, nosotros poseemos la alta
tecnología. Esa falacia fue causada por el espíritu de superioridad
que ofrecía el pensar que la supremacía tecnológica occidental era
y seguiría siendo imbatible. Antes del año 2000, nunca pensamos
que en el campo de la alta investigación alguien pudiera ser mejor
que nosotros. Pensábamos que los demás podrían producir más
barato, pero que las primicias seguirían saliendo de donde siempre
habían salido.
La situación que se dio después era inevitable. ¿Quién puede
competir con mano de obra que trabajaba (sobre todo en aquel
entonces) en condiciones similares a las de un campesinado
medieval? ¿Quién puede competir con una empresa que apenas
paga seguridad social con jornadas laborales inacabables, que casi
no concede días de vacaciones, etc, etc? Es decir, nos sucedió lo
que le había sucedido a Estados Unidos con Japón en los años 80.
Sólo que la isla nipona tenía limitado su crecimiento por razones
de tamaño: la isla era pequeña, la cantidad de población que podía
habitar ese archipiélago tenía un límite. La isla experimentó un
crecimiento desaforado durante varios decenios. Si Japón hubiera
tenido la superficie de Rusia, el proceso chino que vemos en la
actualidad se hubiera vivido en la economía nipona tras los años 80
y sin límite. Aunque con características muchísimo menos
acusadas por razones que después analizaré.
China (con condiciones laborales tan distintas de las de
Europa o Estados Unidos) tenía y sigue teniendo industrias que son
imbatibles cuando compite con las radicadas en suelo occidental.
102
En Occidente hemos escuchado hasta la saciedad como nuestros
políticos nos decían que, ante la nueva situación, para ser
competitivos había que innovar, que había que ser flexibles, que
había involucrarse más en las nuevas tecnologías y zarandajas por
el estilo. Si alguien me puede explicar cómo una industria de
Europa o Estados Unidos puede competir con otra industria que
produce con condiciones de trabajo similares a las de la Inglaterra
durante la Revolución Industrial del siglo XIX, pues que me lo
explique. En realidad, la competencia entre ambas resulta
imposible. La que produce más barato acabará fagocitando el
mercado de forma inevitable.
Podemos caer en el error de echar toda la culpa a China por
esta situación de desigualdad objetiva de costes de producción en
cuanto a su mercado laboral respecto al nuestro. Pero recordemos
que también nosotros hemos pasado en Europa por la etapa de la
Revolución Industrial. De hecho, más que echar la culpa lo que
debemos reconocer es que China bastante rápido ha evolucionado
desde comienzo de los años 90. La posición más fácil para los
occidentales es culpar a China de todos nuestros errores. Pero
China no puede ser culpable de no haber evolucionado más
rápidamente hacia nuestros parámetros ni tampoco le podemos
acusar por haber protegido su propio mercado nacional, es algo
razonable. China ha ofrecido sus condiciones y ha sido el libre
mercado occidental, abandonado a su propia codicia, el que se ha
lanzado a esta carrera de ambición.
Lo que sí que era ya innegable a la altura más o menos de
2005 era que Europa y Norteamérica estaban perdiendo toda su
industria. Las únicas empresas que en los años siguientes
permanecieron radicadas en suelo occidental fueron las que eran
tan pequeñas que no podían trasladarse. El resto o se reinstalaron
en países como Indonesia, la India o China, o acabaron
103
desapareciendo. Pero ese proceso de recolocación no sólo afectaba
a las que producen teléfonos móviles y ordenadores, también las
que producen caramelos y paraguas.
En mi ciudad, Alcalá de Henares en España, había una
industria que producía caramelos. Tenía una amistad que trabajaba
dentro de esa empresa y yo le pregunté si temía por su puesto de
trabajo, dado que muchas empresas estaban cerrando por la crisis.
Por supuesto que no, me dijo. La empresa está ganando mucho
dinero, el negocio les va muy bien. Estaba muy tranquila. Pero dos
años después de estas palabras, la empresa se trasladó a la India,
despidiendo a muchos de sus empleados españoles. El negocio les
iba bien, ¿pero para qué pagar más cuando puedes pagar menos?
Eso era todo.
Cierto que muchas empresas occidentales se instalaron en
otros países menos desarrollados, además de China. Pero el
régimen de Pekín es el problema no por su mala intención, sino por
su tamaño. Sin ese gigante el proceso de hundimiento industrial de
Occidente hubiera sido el mismo, pero más lento, más paulatino.
Además, los otros países del Tercer Mundo, aunque pobres,
disponen de una economía de mercado. Eso significa que si el país
prospera, los sueldos suben, las condiciones de trabajo mejoran y
el país pierde competitividad. Por lo menos ésta es la teoría, porque
algunas naciones (como la India)) tienen masas de pobres tan
inacabables que probablemente podrían proveer a la industria
durante siglos con la mano de obra más barata que se pueda uno
imaginar. Esto no lo digo como broma: hay países cuyo PIB
asciende vigorosamente desde hace varios decenios (India, de
nuevo, es el ejemplo de esto) y, sin embargo, sus pobres siguen
siendo misérrimos. El liberalismo económico de Milton Friedman
no es la solución para acabar con la pobreza. Ha quedado bien
probado que la Escuela de Chicago no tenía razón en sus
postulados. El Mercado abandonado a sus propias fuerzas no sóo
104
es cruel e inhumano, sino que puede entrar incluso en dinámicas
enteramente autodestructivas.
Lo que sí que es cierto es que en esos países del Tercer
Mundo, al regir en ellos la economía de mercado, son países que
venden productos a Occidente y Occidente les puede vender a ellos
y eso implica un cierto movimiento financiero de equilibrio.
Aunque también esto hay que matizarlo mucho, porque muchos
países del Tercer Mundo tienen mercados controlados por intereses
políticos personales y no son todos precisamente modelos de
economías abiertas a las empresas extranjeras.
O sea, los obstáculos que (para nuestros intereses) hallamos
en la economía china, los encontramos en otros países emergentes.
Repito que el problema de China (para nosotros) ha sido
esencialmente la cuestión de su colosal tamaño. Lo cual hacía que
cualquier inconveniente de otro país (para nuestra economía) en el
caso de China se multiplicase por 200.
Cierto que la economía china no ha dejado nunca de estar
sustancialmente cerrada a los productos occidentales. Ellos nos
venden a nosotros en condiciones imbatibles, pero nosotros no
podemos vender libremente los pocos productos que sí que
demandaría la población china si fuera un mercado libre. De
manera que la economía china se ha comportado durante un cuarto
de siglo como una perfecta válvula. Los capitales ganados entraban
en China, pero después no se gastaban fuera; sino que se reinvertían
y volvían a reinvertir de forma indefinida y con ganancias
crecientes en una espiral que ha hecho que desembocaran
verdaderos ríos de oro en ese país.
Por otra parte, el control del gobierno chino sobre los
sueldos, condiciones de trabajo y, sobre todo, el valor del yuan ha
sido férreo. China no deseaba perder competitividad. Podría haber
gastado esos ríos de oro en miles de capítulos inútiles como sí que
han hecho nuestros gobiernos municipales, regionales y
105
nacionales. Pero en China, por el contrario, los ingentes capitales
fundamentalmente se han reinvertido y vuelto a reinvertir. Es
innegable que también en China ha habido un cierto nivel de gasto
inútil, pero mucho menor que en nuestros países.
Desafortunadamente para ellos sí que ha habido un cierto grado de
corrupción en el funcionariado que ha supuesto una merma de esas
ganancias. Aunque globalmente considerada, esa merma ha sido
mínima.
Sin duda ha habido un tanto por ciento de la población china
que ha incrementado drásticamente su calidad de vida. Desde el
momento en que una élite era impresionantemente rica, era
inevitable que se creara un estrato intermedio de calidad de vida en
la población. El cual estrato a su vez generaba estratos menores que
se beneficiaban de la opulencia sin límites de la cúspide y de la
calidad de vida intermedia de los nuevos profesionales.
La única preocupación de los economistas chinos ha sido
advertir que si se eleva el nivel de vida de toda la población china,
esa nación perdería su competitividad. Y si pierde su
competitividad, la industria comenzará una lenta migración hacia
países del Tercer Mundo con costes de producción todavía más
baratos.
Como ya he mencionado, otro aspecto que ha supuesto el
éxito de China y el fracaso de Europa, especialmente de Europa
con su euro caro, ha sido el rígido control cambiario del yuan. Un
yuan fluctuando de forma libre hubiera minimizado el impacto
destructivo de la industria china en Europa y Estados Unidos,
porque el yuan inevitablemente se hubiera revalorizado y China
hubiera equilibrado su competitividad con Occidente, situándola en
una situación competitiva de mayor igualdad con nosotros. Pero
China no permitió una fluctuación libre de su moneda.
Un aspecto preocupante de la política económica de Pekín
es que cuando Europa, alguna vez, ha considerado que una empresa
106
estaba siendo injustamente hundida por sus adversarios chinos y ha
intentado limitar la entrada de algún producto, la reacción de Pekín
ha sido siempre durísima. Cuando la Unión Europea, por ejemplo,
planteó aprobar algún tipo de arancel sobre los paneles solares
chinos que iban a acabar totalmente con esa industria europea,
China amenazó con hacer lo mismo con la importación de todos los
vinos provenientes de Europa.
Vistos todos estos datos, el panorama, evidentemente,
resulta desolador. Europa y Estados Unidos van camino de perder
toda su industria. Todavía nos queda una parte del pastel de la alta
tecnología, pero dentro de pocos años será China la que producirá
la más puntera alta tecnología. Cuando suceda eso, todavía nos
quedarán las universidades, las más prestigiosas universidades.
Pero cuando también las mejores universidades, con
mayores presupuestos de investigación, también estén en China, la
pregunta es ¿qué nos quedará? La respuesta es nada.
Categóricamente, se puede afirmar que Occidente no producirá
nada. Con el sistema laboral que tenemos (derechos, seguridad
social, limitación de horas de trabajo) jamás produciremos algo por
cuyos precios le interese comprar a alguien en el mundo. De
momento, la industria del lujo, del diseño, de la moda sigue
radicada en Occidente; pero también eso tiene sus días contados.
Donde están las fortunas, allí estarán esas industrias. La solución,
evidentemente, no es implantar las condiciones laborales del Tercer
Mundo en Europa y Estados Unidos.
Estados Unidos tiene un mercado laboral más flexible que el
de los países de Europa Occidental, y por eso ha resistido el
impacto mejor. Pero nadie puede competir con las condiciones de
trabajo del Tercer Mundo. Si no tenemos industria, si dejamos de
producir, si las mejores universidades están en China, si los grandes
bancos se acaban trasladando a Asia y los países emergentes,
107
Europa va camino de convertirse en un gran centro turístico para
las élites multimillonarias chinas, indonesias, indias y de otros
países. Europa será eso y sólo eso. Y lo peor es que en plena
recesión el continente será vendido a precio de saldo.
El último paso de este proceso iniciado y que sigue
avanzando a velocidad de crucero, será cuando la moneda
internacional de comercio sea el yuan. Entonces China sí que
dispondrá de capitales verdaderamente increíbles. Pekín podrá
emitir billetes a libre voluntad: la inflación la asumirá el mundo,
como ahora sucede con el dólar y Estados Unidos.
Aunque es seguro que no es que el yuan sustituirá al dólar
como moneda de intercambio internacional, sino que coexistirán
ambas monedas en plano de igualdad. China, ese día, ya no tendrá
que preocuparse de ser competitiva, sencillamente su capacidad de
presión para retirar del tablero a cualquier oponente económico que
le moleste será inmensa.
Puede parecer que el panorama que pinto es demasiado
pesimista, pero el área de la Unión Europea lleva ya demasiados
años, siete años, sin despegar de la zona lindando la recesión. Y la
situación europea será mucho peor si Estados Unidos comienza un
ciclo recesivo después de este breve periodo de expansión del PIB
que comienza a dar signos de ralentización. El panorama europeo
no es muy halagüeño en los próximos años.
Concluyendo este capítulo, el proceso de migración de la
industria al Tercer Mundo se hubiera dado aunque China se hubiera
mantenido clausurada y produciendo únicamente arroz. Pero lo que
ha provocado que este cambio sea dramático es una mera cuestión
de tamaño. El volumen de los capitales entrando en ese gigante y
no saliendo de sus fronteras ha desequilibrado todas las economías.
Es como si a un cuerpo le faltara sangre y se fuera debilitando. Ésa
108
es la razón de que la crisis tenga características planetarias.
Desequilibrio éste agravado por cuatro factores:
-continua reinversión de todos los beneficios
-nulo gasto en los países compradores
-abundancia ilimitada de mano de obra barata procedente de las zonas rurales
-intervención de la cotización del yuan
Sin estos cuatro factores, nos hubiéramos empobrecido pero
más lentamente, no de un modo tan dramático. Porque sin esos
cuatro factores artificiales, los mecanismos naturales de la
economía hubieran equilibrado bastante esta situación de balanza
de pagos. No se hubiera producido un equilibrio total: la sangría de
capitales hubiera sido inevitable debido a la migración de la
industria hacia otros países. Pero, como sucedió en el caso de
Japón, se podía esperar una cierta nivelación.
Nunca se debió permitir que China vendiera sus productos a
Occidente produciendo bajo esas condiciones de trabajo, porque se
trataba de un comercio injusto. Era perfectamente previsible lo que
iba a suceder. Pero la ambición pudo a las multinacionales, y las
multinacionales se encargaron de convencer a los políticos de la
década de los 90. No fue difícil, los políticos presentaron cada
acuerdo como un gran éxito. Era difícil sustraerse al poder
mediático que tenía hacerse una foto estrechando la mano de un
acuerdo comercial con el gigante asiático. Cada tratado comercial
se presentó como una victoria, como la apertura de un gran
mercado; mercado que siguió cerrado. Cada acuerdo cerrado con
China, en el fondo, era un acuerdo para producir bienes que se
acabarían vendiendo en Occidente. Se quiso sacar beneficio
rápidamente, a costa del futuro. El problema es que el futuro ya ha
llegado.
109
Si los puestos de trabajo de Europa, por ejemplo, hubieran
migrado todos a África a comienzos del año 2000, los políticos
hubieran puesto el grito en el cielo y Europa hubiera comenzado
una amplia política proteccionista de aranceles para proteger la
mano de obra nacional. Pero los políticos europeos estaban
convencidos de que la situación con China era de reciprocidad.
Por el contrario, los líderes de Pekín no pecaron de cándidos
y una de las primeras cosas que hicieron en cuanto contaron con
fuertes capitales y observaron que la crisis se afincaba en Estados
Unidos y Europa, fue comprar deuda pública a esas naciones. El
8% de la deuda de Estados Unidos pertenece a Pekín.
España, al cierre de 2013, tiene una deuda pública de
961.555 millones de euros. El 18% está en manos de China. Dado
que nuestra deuda pública es el 94% del PIB, dejo a la imaginación
de los analistas lo que eso puede significar en el futuro. La siguiente
fase, por supuesto, será que los grandes bancos chinos controlen el
mundo financiero. Pero eso no se deberá a una conjura malvada
realizada en la sombra. Se hará a plena luz de día y brindando con
champagne cada vez que se dé otro paso sustancial en esa
dirección. Resulta cándido pensar que los grandes bancos del
mundo estén radicados en los empobrecidos países europeos.
La última fase, como ya he dicho, será la implantación de la
moneda china como moneda de intercambio internacional. Esa sí
que sería una situación imposible de revertir quizá durante varias
generaciones. Para bien o para mal, toda la economía planetaria
estaría ligada a las decisiones de Pekín.
110
El dragón rojo y nuestras libertades
¿Qué influencia tiene todo lo explicado en nuestras
democracias? Resulta claro que los países europeos van a caer de
forma indefectible en una gran inestabilidad social: paro,
disturbios, pobreza extendiéndose en las capas menos cualificadas
de la población, auge de los partidos populistas. En esta etapa de
progresiva descomposición de la Unión Europea, China cada vez
más basará su crecimiento económico en la demanda interna y cada
vez menos en la demanda occidental.
Hay que entender que la situación en la que nos encontramos
desde el año 2008 no es una crisis que responda a la teoría clásica
de los ciclos económicos. Vivimos en una gran depresión basada
en motivos estructurales: el desangramiento de capitales de Europa.
Los capitales han migrado hacia tierras que ofrecen mayores
beneficios. De momento, muchos capitales ya no productivos sino
financieros se seguían refugiando en Europa por su estabilidad.
Pero en el 2015 ya ha quedado claro que China también ofrece
estabilidad. Los grandes bancos cada vez tienen menos miedo a
afincarse allí. El único pequeño temor que aun albergan es el de la
inseguridad jurídica. El poder del Ejecutivo allí es tan omnímodo
que todavía siguen manteniendo un cierto grado de preferencia por
Occidente. Pero ese factor pronto será totalmente vencido por la
codicia, los números son los números; y ahora el negocio está allí.
Debemos convencernos de que esto es una depresión del
sistema (por desangramiento de capitales), no de la demanda. Esto
es una gran depresión sistémica, no un ciclo transitorio. Es una gran
depresión con móviles e Internet, a color, sin fotos de filas ante los
comedores sociales. Pero los números son tan realmente
preocupantes como los de los años posteriores al crack de 1929, el
PIB no consigue arrancar ni siete años después del gran crack de,l
111
2008. Cada vez más economistas abandonan las tesis tradicionales
de la teoría de ciclos y advierten en que, dada la situación, esta
crisis puede durar toda una generación.
¿Cuál será el resultado de todo esto? ¿Cuál será el pronóstico
metereológico de todos estos factores atmosféricos combinados?
Una gran tormenta, el auge del populismo. En los próximos años
vamos a asistir al auge de una versión europea del chavismo
venezolano. En los países del sur de Europa, este auge ya es una
realidad. En este año, 2015, Syriza gobierna en Grecia; en Italia la
formación Cinque Stelle es el segundo partido más votado; en
España, el segundo partido en intención de voto es Podemos. El
resto de los países europeos, con excepciones, observan el auge de
las formaciones de extrema derecha o de extrema izquierda. Estos
resultados electorales suponen sólo el comienzo de una tendencia
que va a continuar. Mayor inestabilidad, mayor crisis, supondrán
el ascenso al Poder de estas formaciones de extrema izquierda.
El que en otros países como Alemania, Holanda o Francia el
populismo se oriente hacia formaciones políticas de extrema
derecha no cambiará nada. En definitiva, se trata de partidos que
quieren romper completamente con el sistema precedente, que van
a ofrecer en sus programas promesas irrealizables y que acabarán
degenerando en democracias autoritarias. Estamos hablando de
toda una tendencia continental. La insatisfacción con los modelos
parlamentarios actuales de monopolio bipartidista se colocará en
muchos países de Europa en fase de tránsito hacia regímenes
parecidos a la Rusia de Vladimir Putin o a la Bielorrusia de
Lukashenko. Todo esto satisfará plenamente a los líderes de Pekín
que dirán satisfechos: No estábamos tan equivocados, cuando
vuestros regímenes han acabado evolucionando hacia algo
parecido al nuestro. Sin duda, vamos caminando hacia una nueva
etapa de ocaso de la democracia. Eso sí, todos los ritos
112
democráticos se mantendrán. Se mantendrán como algo inútil pero
legitimador del sistema.
Las posiciones centristas ineficaces, es decir las políticas
parlamentarias de la actualidad defendidas por los partidos de
siempre en perfecta alternancia, serán sustituidas por un Partido
que buscará un chivo expiatorio y logrará convencer a la masa de
que, en realidad, todos los problemas tenían su causa en tal o cual
grupo social, ideológico o económico. Parece lógico suponer que
dado que el populismo europeo será un fenómeno continental, se
buscará un chivo expiatorio común. La convergencia de varios
países en buscar un chivo expiatorio al que culpar de todo, hará
más fácil convencer a la población de la verdad de tal afirmación.
No tengo ni idea acerca de cuál será ese chivo expiatorio, pero sin
duda que acabará siendo encontrado.
Incluso entra dentro de lo muy probable que haya
formaciones que fomenten sentimientos antichinos. Sería un error.
La causa del desastre que ya tenemos en nuestro suelo está en la
ceguera de nuestros políticos que no han pensado en el largo plazo,
sino en las próximas elecciones. Ceguera porque no conocían nada
de macroeconomía con lo cual no han visto venir el inmenso
problema que se avecinaba, y egoísmo porque los pocos que sí que
han sido advertidos por los analistas se han escudado en su
imposibilidad para hacer nada. La inmensa mayoría de los políticos
sólo piensan en los próximos cinco años.
¿Es que todos los políticos son malos? Digámoslo de esta
otra manera, como he venido repitiendo en esta obra, el sistema
favorece que lleguen al Poder este tipo de personas serviles,
cortoplacistas y enfrentadas con las otras formaciones por
principio. Por supuesto que han llegado al poder individuos
valiosos. Sí que han llegado grandes estadistas a las más altas
magistraturas. Pero ellos mismos han sido los primeros en
reconocer la miseria que les rodeaba.
113
La corrupción de la mayoría de los países del Tercer Mundo
ha sido el gran factor que ha evitado la total migración de la
industria occidental. Eso ha sido un factor decisivo de ralentización
de ese hundimiento. Muchos empresarios no se fiaban de la
inseguridad jurídica de esos países, ni de la indeterminación
contable en la que les colocaba no saber cuál sería el nivel de
pérdidas de beneficios que tendrían que pagar en concepto de
sobornos a todos los niveles. Cuando una vaca da leche, se la
intenta exprimir al máximo en algunos países. Esa ambición de
exprimirla no tiene límite. Pero ése no era el caso de China. China
ofreció, desde el principio, un marco de seguridad y rigor. Por eso
sin el coloso asiático todo el panorama macroeconómico hubiera
sido distinto.
Los sentimientos populares antichinos serían tan ridículos
como el antisemitismo, pero existe el peligro de que sean
fomentados por las formaciones políticas marginales y que eso
contagie a parte de la población. Frente a la sencilla medida de
echar la culpa de nuestros problemas a los otros, hay que recordar
que China nunca nos engañó. Siempre expuso sus condiciones
abiertamente.
Soluciones sin esperanza
¿Qué soluciones tiene esta situación? Si soy realista, no veo
ninguna. La tendencia económica hacia una II Gran Depresión
sostenida e indefinida que no tiene nada que ver con los ciclos
naturales de la economía, la veo tan clara que acabará teniendo
114
inevitables repercusiones en la política. O mejor dicho, la política
será arrollada por este nuevo movimiento de descontento popular.
Aun así, de un modo teórico, se puede afirmar que la
solución estaría en la aplicación de una especie de New Deal a
escala europea. Un New Deal basado en principios
neokeynesianos. Aunque parezca paradójico hay que contraer los
presupuestos nacionales, regionales y municipales. El dinero se
está gastando en capítulos totalmente inútiles: pagar a artistas
carísimos para exposiciones de arte moderno o conciertos en las
fiestas municipales, informes carísimos encargados a afamadas
empresas, contratación de personas prestigiosas dotándoles de
sueldos escandalosos, propaganda institucional, dinero para
organizar olimpiadas en una determinada ciudad, impresionantes
cargos de representación, dietas a políticos, etc, etc. Hay que dejar
de gastar el poco dinero público del que se dispone en capítulos que
sólo benefician al que cobra esos pagos, pero no a la población.
Por el contrario, habría que expandir presupuestos cuyo
único propósito fuera crear puestos de trabajo con algún beneficio
para la sociedad por pequeño que fuera: limpiar las calles y los
arcenes de las carreteras, limpiar y restaurar fachadas en las
ciudades, repoblación forestal, servicios sociales que atendieran a
enfermos y ancianos en sus casas, etc, etc.
Es decir, hay que restringir los gastos que sólo benefician a
los individuos que han estado cobrando grandes cantidades de
dinero por servicios que consisten esencialmente en asesorar y
producir papeles e informes, trabajo inútil éste que ha sido fuente
de continuas corruptelas. Y, por el contrario, expandir los
presupuestos que requieran la mayor mano de obra posible. Cada
persona que cobra un sueldo, por pequeño que sea, es alguien que
después gasta y reactiva la economía. Eso sin contar la satisfacción
personal de sentirse útil, de levantarse cada día para ir a un trabajo.
Los grandes sueldos por servicios muy prestigiosos y que acaban
115
en el bolsillo de unas pocas personas, son llevados a cuentas
bancarias del extranjero sin crear riqueza. En ese sentido, hay que
contraer los presupuestos, y en el otro sentido (el keynesiano) hay
que expandirlos al máximo.
Soy consciente de que esa creación de trabajo que menciono
son puestos de trabajo no productivo. Y crear trabajo no productivo
no va a resolver el problema estructural de la economía europea
que es de producción y no de demanda. Si no hay un tejido
industrial debajo, un país no se mantendrá sólo con servicios. Pero
la situación económica de cualquier país cambiaría radicalmente si
el paro baja del 20% al 10%. El dinero empezaría a circular, habría
movimiento económico porque los individuos con un sueldo
consumen, además de que se tendría la sensación de que el país está
en marcha, de que las cosas comienzan a funcionar.
La verdadera solución estructural pasaría por implantar a
nivel de toda Europa, Norteamérica, Australia y otros países un
área de comercio justo, favoreciendo por todos los medios
disponibles la producción de bienes en territorio nacional.
Reconociendo que el desfase en los precios de producción debe ser
compensado con aranceles. Soy muy consciente de todos los
problemas que esto acarrea y no hace falta exponerlos aquí. Pero
se puede hacer, recordemos que China, precisamente, ha mantenido
exitosamente una economía proteccionista de mil millones de
habitantes durante un cuarto de siglo.
El hecho de que los tornillos y tuercas se produzcan, por
ejemplo, en Italia va más allá de si esos tornillos los puedo comprar
más baratos en Brasil o en Pakistán. Si los tornillos se producen en
Italia, más de cien familias recibirán un sueldo cada mes dejando
de ser una carga para el Estado, y esas familias se sentirán mejor
anímicamente y consumirán: la nación habrá mejorado un poco. No
da lo mismo comprar esos tornillos en Italia que en Tailandia.
116
Cierto que comprarlos en Italia sale más caro. Pero lo que sale
realmente caro a una nación es ir perdiendo cada año la producción
de más y más bienes. Sobrepasado cierto nivel crítico, la nación
entera es la que comienza a hundirse, no ya alguna que otra
industria.
En Suiza se favorece al máximo que lo que se consume en
el país, sea producido dentro del territorio nacional: sean productos
agrícolas o manufacturas. Gracias a que el comercio está muy
intervenido, se ha conseguido evitar que Suiza se convirtiese en
una nación compuesta por una pequeña porción de habitantes
inmensamente ricos y una mayoría de la población en paro
viviendo de subsidios. Suiza tenía todas las condiciones para sufrir
esa polarización de la población, se hubiera convertido en la nación
con la desigualdad más radical del planeta. Cualquier cosa que se
produjese allí, iba a ser mucho más cara que comprada en el
extranjero. Pero esa polarización adquisitiva de los ciudadanos no
ha sucedido porque la razón ha regido las políticas que se han
seguido. Si el país hubiera sido abandonado a las crueles fuerzas de
un liberalismo económico perfecto, menos de un 10% de los suizos
hubieran vivido dedicados a la industria del lujo y más de un 40%
de la población hubiera vivido de las migajas que hubieran caído
de la mesa del continuo banquete de los extranjeros allí afincados.
El resto hubiera constituido un estrato intermedio.
Abandonar las naciones a las fuerzas ciegas del liberalismo
económico conlleva el proceso de polarización que
progresivamente estamos viviendo en Europa: ricos cada vez más
ricos, pobres cada vez más pobres. En Estados Unidos esta
polarización también ha sucedido en los últimos cinco años: todos
los estudios concuerdan en que los profesionales cualificados han
aumentado sustancialmente su nivel adquisitivo, pero que la
inmensa mayoría de los estadounidenses no han mejorado sus
ingresos per capita respecto a los niveles alcanzados desde que
117
salieron de la crisis del 2008. El nivel de vida de la mayoría sigue
congelado aunque el PIB nacional siga creciendo en los últimos
años. Los procesos económicos no lo arreglan todo por sí mismos.
Llega el momento de que encauzar los procesos económicos.
El gran problema es que la mayor parte de los políticos siguen
sin tener claro un diagnóstico la enfermedad. Los síntomas son
evidentes, el decaimiento innegable, pero siguen sin ver claras las
causas profundas de la patología continental. Y, por eso, los
economistas aúlicos les han anunciado infinidad de veces el fin de
la recesión y los políticos a sueldo de Bruselas siguen creyendo que
es algo transitorio. Reconozco que la Reserva Federal de Estados
Unidos ha tenido una visión en la línea de lo expuesto aquí y que
sus medidas han sido más adecuadas a la enfermedad y, por eso,
más exitosas. Pero los políticos de Bruselas siguen pensando que
el problema es la globalización y que eso no tiene solución.
Insisto en que lo primero que es necesario para resolver este
problema continental es diagnosticar con toda objetividad y rigor
cuales son sus causas. Sólo entonces podremos poner manos a la
obra para tratar de arreglar esos problemas. Pero eso no puede
dejarse en manos de los políticos. Tienen que ser los expertos los
encargados del diagnóstico y de tratar de buscar una solución.
Después los políticos tratarán de llevarla a cabo. Pero no pueden
ser los políticos los encargados del diagnóstico y de probar a
ofrecer soluciones según su entender, que suele ser un entender
muy limitado.
La solución de un área económica protegida no es la ideal.
Durante años me ha producido un rechazo visceral, pero no hay
alternativa. Otra cosa distinta es si China lo permitiría. En mi
opinión, no. Pero es preferible una guerra comercial mundial con
sus desastrosas consecuencias que continuar con esta sangría de
capitales que lleva a la muerte económica. Si existiera una voluntad
118
europea clara y decidida, se podría negociar con China un cambio
paulatino y pactado. Se trataría de una acción desesperada de
supervivencia por parte de Occidente, y se podría intentar explicar
a Pekín que Europa sería la primera interesada en no crear
turbulencias, ni mucho menos en poner en problemas a la industria
china. Se trataría de una reestructuración de la producción
industrial y del comercio, no de una guerra en que uno quiere
vencer al otro. Nada sería brusco, todo sería gradual y pactado por
ambas partes, porque que a China le vayan bien las cosas va en
interés de todos. Una recesión china nos afectaría más a nosotros
que a ellos. Si China necesitara liquidez, eso significaría poner en
el mercado ingentes cantidades de deuda pública y nosotros
seríamos los primeros perjudicados y los que más sufriríamos. Sólo
se pactarían medidas que supusiesen una reducción del nivel de
crecimiento por PIB a costa de las importaciones de Occidente.
El mayor problema es que esto hubiera sido facilísimo
pactarlo de forma civilizada en la década de los 90. Incluso hubiera
sido posible algún pacto caballeroso entre nosotros a comienzos de
la primera década del siglo XXI. Pero ahora hay que reconocer que
no estamos condiciones de negociar. En cualquier caso, cuanto más
tiempo pasa, disponemos de menos capacidad de maniobra.
Como, honestamente, estoy convencido de que esto no va a
suceder, la separación entre el Poder Ejecutivo, Legislativo y
Judicial se irá disolviendo en Europa en la medida en que los
partidos gobernantes vean necesario tomar más medidas
dacronianas para mantener la paz social en el seno de sus países
empobrecidos. La economía llevará a que en Europa se vayan
estableciendo partidos muy fuertes en el Poder con un creciente
desprecio por los derechos. La misma Unión Europa, una vez que
no se vea capaz de hacer fluir en su seno rescates y ayudas, quedará
unida por el nombre pero conformando una realidad
crecientemente heterogénea. El capital destinado a rescates, ayudas
119
y subsidios impone una convergencia de pareceres y la imposición
de una política común. Pero si el dinero deja de fluir bajo la presión
de una especie de sálvese quien pueda, entonces Bruselas se
convertirá en un mero foro de reunión y discusión de países con
políticas totalmente independientes.
Medidas menores
Hay medidas menores que no van a solucionar nuestros
problemas, pero que, de ningún modo, son despreciables por su
cuantía. Desde la Era Reagan y con la colaboración de la perniciosa
escuela de economistas de Chicago se ha tratado de inculcar a la
población que privatizar ciertos servicios hace que funcionen
mejor. Eso no es verdad. Si el servicio de aguas de una ciudad es
un bien público y los políticos siempre colocan a un amigo
ineficiente al frente, entonces ese servicio siempre funcionará mal.
Pero si el que está al cargo de ese servicio es una persona eficiente,
responsable e inteligente ese servicio funcionará bien. La
privatización del servicio simplemente ofrecerá la impresión de
mayor exigencia al encargado de ese servicio de aguas.
Pero eso no es del todo cierto. También la empresa privada
nos ofrece incontables ejemplos de personas inadecuadas que
llegan a la dirección de grandes negocios y los llevan a la
bancarrota. La iniciativa privada ha mostrado tener sobrada
capacidad para entregar las empresas a verdaderos irresponsables.
En los años de mi vida he visto como magníficas empresas en la
mejor coyuntura del mercado, eran llevadas a la quiebra.
En cualquier caso y piense uno lo que piense sobre la gestión
privada de los servicios públicos, hay unos cuantos campos de
120
servicios en los que nunca va a existir ninguna competencia real
entre empresas privadas y que, por tanto, mejor estarían en manos
públicas. Pues con ello se lograría que sus beneficios fueran a parar
a las arcas públicas, en vez de a una cuenta en Suiza o en las Islas
Caimán.
Esos campos en los que jamás existirá verdadera
competencia son unos pocos: las compañías eléctricas, las de
suministro de gas, las de suministro de hidrocarburos, entre otras.
Nunca verdadera competencia entre compañías eléctricas.
Lo más lógico es crear una infraestructura adecuada a las
necesidades de la población y que los beneficios de las
mensualidades puedan revertir a esa misma población. Las
compañías de hidrocarburos siempre ofrecerán precios similares y
se pondrán de acuerdo entre ellas de un modo expreso o de un modo
tácito; que es lo que ocurre ahora.
Otro ejemplo, cuando pagamos la factura del teléfono, sólo
una pequeña cantidad se emplea para cubrir el coste real de la
estructura técnica, de las personas necesarias para mantenerla y de
la mejora de las infraestructuras. Si restamos el precio del
mantenimiento material de la infraestructura, el resto de la factura
sirve para pagar la propaganda, el marketing, los estudios para
desbancar del mercado al competidor.
El servicio real de telefonía e Internet tiene un coste fijo, no
muy grande. Una vez que la compañía ha hecho el gasto de la
estructura necesaria, sólo hay que mantenerla. Cuando pagamos la
factura, en realidad, estamos pagando el envoltorio, los colores de
la propaganda, los comerciales que vienen a ofrecernos planes
personalizados y, por supuesto, los impresionantes sueldos de los
directivos.
En el campo de la telefonía, la competencia no sólo no
mejora el servicio, sino que añade unos impresionantes costes
inútiles al servicio. Los miles de millones de euros que entrarían a
121
las arcas estatales serían una cantidad equivalente a los beneficios
anuales de todas las compañías de telefonía e Internet de toda una
nación: una cantidad colosal. El Estado recibiría esos ingresos y los
usuarios recibirían un servicio muchísimo más económico.
Lo repito, gas, teléfono, Internet, agua, electricidad,
suministro de gasolina y gasóleo, gestión de puertos y aeropuertos,
son servicios en los que nunca habrá una verdadera competencia.
Si de estos servicios se encarga una empresa privada es únicamente
porque ve posibilidades de sacar beneficios. De lo contrario nunca
entraría el capital privado a gestionar esos servicios. Luego si va a
haber beneficios, es preferible que los beneficios de un monopolio
reviertan en bien de la comunidad.
El elogio de la privatización se lo debemos, sobre todo, a la
Era Reagan. Pero hay que entender que, en definitiva, ya sea
designado por un consejo de inversores o designado por un
ministro, lo que tenemos es a alguien que gestiona. Su gestión será
eficaz o no, ahorrativa o no, inteligente o no, según sean las
capacidades del que está en la cúspide de la pirámide jerárquica. El
modo de elección es indiferente, lo que importa es quien, al final,
llega a ese puesto. Hay empresas privadas que están mal
gestionadas y servicios públicos que son modelos de eficiencia
administrativa.
De esta manera, según la fría razón, por ejemplo, un sistema
nacional de hipotecas o de seguros regido por el Estado de forma
eficiente, siempre ofrecería mejores condiciones a los ciudadanos
que un servicio privado. Porque ofrecería el mismo servicio sólo
que descontando los gastos de propaganda y los beneficios para los
accionistas.
Los servicios que se ofrecen en una nación deben estar
regidos por la razón, no regidos por intereses particulares cuando
122
estos son contrarios al bien común. Sobre este tema se puede
discutir desde una posición maximalista privatizadora o
minimalista. Algunos maximalistas de la privatización consideran
deseable que hasta la gestión de las instituciones penitenciarias es
mejor subcontratarlas a manos privadas. Llevado esto al extremo,
podemos imaginarnos una nación en la que la policía nacional
ofreciera diversos servicios de intervención en caso de emergencia
según uno pague más o menos. Si uno paga menos podría ser
atendido con más lentitud e incluso entrar en espera, si uno paga
más, además de la celeridad, tendría derecho a que más efectivos
atendieran su llamada.
Con esta mentalidad, se podrían ir privatizando todos los
servicios del Estado. Llevado este proceso hasta sus últimas
consecuencias, el Estado aberrante que obtendríamos al final no
tendría nada que ver con una nación regida por hombres honestos
y justos que buscan el bien común. El Estado sucumbiría a los los
lobbies de las grandes corporaciones y el mismo Estado se
convertiría simplemente en el guardián de los intereses de un élite
privilegiada.
De lo contrario llegamos a la repugnante situación de
algunos países, en los que un millonario de ochenta años recibe un
trasplante de riñón para vivir cuatro o cinco años más, mientras que
un joven muere porque no tiene dinero para pagar esa operación.
El Estado no puede convertirse en una gran empresa. Todas estas
aberraciones y otras se evitarían fácilmente con una democracia
sana, es decir el gobierno del Pueblo frente a la tiranía de una élite.
El problema es que las élites, en todos los países, pugnan por
dominar el sistema político democrático. En unos países ese
dominio es parcial, en otros total. Por eso los intelectuales, los
teóricos del Derecho Constitucional y de la Filosofía Política deben
esforzarse por proveer a las élites pensantes de una nación de la
123
maquinaria constitucional que permita resistir esas injerencias
contrarias al bien común.
El populismo europeo que va avanzando
Después de haber comenzado por lo teórico (que es la
verdadera razón de ser de este libro) he dedicado unas reflexiones
a explicar cómo veo el futuro. Esta última sección,
desgraciadamente, tiene que constatar que el futuro que describo
en estas páginas ya está aquí.
Comencemos por hacernos una idea de las dimensiones de la
economía griega. Grecia tiene un PIB de unos 179.000 millones de
euros. Para hacernos una idea comparativa de las dimensiones que
supone este PIB, fijémonos que el de España es de 1.058.000
millones de dólares. Es decir, el de España es unas cinco veces
superior al de Grecia. El de Alemania 2,6 veces superior al de
España y 15 veces superior al de Grecia.
La situación griega se resume del siguiente modo: Los
gobernantes han ido resolviendo los problemas, año tras año,
gastando más de lo que tenían. El mejor modo que ha existido
siempre para resolver problemas es dar dinero a la gente. Por
alguna extraña razón, cuando le das dinero, la gente se calma.
Cuando endeudarse hasta cierta medida no ha bastado, los
gobernantes helenos lo resolvieron gastando mucho más. Cuando
esto tampoco bastó, lo volvieron a resolver gastando mucho más.
Como cualquier persona con sentido común puede entender, esto
tenía un límite. No hace falta saber mucho de economía para saber
124
que eso tenía un límite: ahora mismo, la deuda es del 174% del PIB
griego.
El gobierno conservador presidido por Samarás propuso, por
fin, al final de su mandato, antes de las elecciones, el ir apretándose
el cinturón. ¿Había otra solución? Samarás lo había hecho desde el
2013. Se suponía que la gente comprendería que aquello era de
sentido común. Se suponía que el Pueblo comprendería la
diferencia entre la realidad y la fantasía. Pero Tsipras ganó las
elecciones con un programa que era justamente lo contrario al
sentido común: gastemos más, gastemos lo que no tenemos.
El programa de Tsipras por supuesto no lo decía de forma tan
descarnada, sino con palabras más bellas. Las palabras son muy
bellas, pero al final todo se reduce a eso: gastar más dinero. El
problema es que no hay dinero. Como le dijo atinadamente
Schäuble, ministro germano de economía: Es peligroso hacer
promesas a costa del dinero de otros.
Los políticos griegos les han dicho a sus votantes que la
Troika de la Unión Europea son los malos, cuando ellos han sido
los que han puesto el dinero, cuando ellos, incluso, ya les
condonaron en el año 2012, 100.000 millones de euros, y lo único
que pidieron a cambio era que controlasen el gasto público. Resulta
increíble que la Troika sea la mala de esta historia (según los
populistas griegos) cuando ella es la que ha puesto el dinero para
que se lo gasten los políticos griegos. Y, evidentemente, han puesto
el dinero no con la idea de hacer negocio. Pues desde el principio,
era muy dudoso que la Unión Europea recuperase ese dinero. Si
hubieran querido hacer negocio, lo hubieran invertido en cualquier
otra cosa mejor que en rescatar un país de políticos corruptos al
borde de la bancarrota.
125
La Unión hasta ahora ha dado dinero y sigue con el propósito
de dar dinero para evitar que el país haga suspensión de pagos.
Pero, antes o después, se impone un hecho ineludible: Grecia
tendrá que gastar lo que recauda por impuestos.
Como evidentemente es una mera cuestión de tiempo que el
grifo de dinero europeo se corte y el país no pueda hacer frente a
los pagos, la masa de gente que no percibirá ingreso alguno se
disparará. En ese país de algo más de diez millones de habitantes,
las revueltas sociales, las manifestaciones violentas, aumentarán.
La perspectiva del gobierno actual será, lo quiera o no lo quiera, la
de convertirse en un estado cada vez más autoritario. No habrá otro
modo de mantener el orden. Si no lo hace el gobierno actual, tendrá
que hacerlo el siguiente gobierno.
La cuestión no será ya mantener íntegra los pagos de las
nóminas estatales (algo imposible), sino simplemente mantener el
orden. La deriva de Grecia hacia un estado presidencial con control
de los medios de comunicación y recorte de las libertades, lo veo
como algo muy difícil de evitar. El hundimiento económico lleva a
la exasperación del presidencialismo; la agudización de los poderes
presidenciales lleva a eliminar las limitaciones constitucionales; la
eliminación de los límites constitucionales lleva a recortar las
libertades de los ciudadanos.
Éste es un ejemplo de cómo la organización de un sistema de
libertades constitucionales, ahora y siempre, ha estado en manos de
minorías ilustradas con poder. La masa va hacia el palo con la
zanahoria: las elecciones de Grecia y el triunfo de Tsipras así lo
demuestran. El Pueblo nunca se equivoca, repiten los políticos. Lo
cierto es que el Pueblo se equivoca mucho. Y cuando la masa está
enfurecida, cuando se produce la revolución, nada hay más tiránico
y cruel que esa justicia popular arrasadora. La población
exasperada produce el terror de brumario o la creación de soviets.
126
Cosas como la Constitución de Estados Unidos o los límites de la
Carta Magna del siglo XIII son obra de élites que se sientan a
pensar con calma.
Todo este libro ha sido mi particular homenaje a la
democracia. La libertad del ser humano es algo tan grandioso. Las
instituciones que deben preservar esa libertad deben estar dotadas
de la mayor nobleza posible. Por eso lamento la situación de Grecia
y no puedo dejar de preocuparme cuando en España las encuestas
advierten de que la primera fuerza política es un partido –Podemos-
que como solución a todo nos propone un régimen socialista
carente de trabas constitucionales. Hay que estar ciego para no
entender hacia donde conduce ese camino. Por supuesto que ellos
no afirman que van a gobernar sin límites constitucionales, sólo
afirman que van a reformar la Constitución para poder gobernar.
Nos aseguran que desatarán al lobo de la cadena, pero que después
volverán a ponerle la cadena. La experiencia de siglos nos advierte
que las cosas suelen ser después de otra manera.
He escrito esta obra pensándola durante años, creando un
equilibrio de fuerzas constitucionales, afinando las leyes,
diseñando un verdadero mecanismo jurídico que a mí me parece
sencillo y elegante. Los lectores no pueden imaginarse mi tristeza
al ver que a mi alrededor son masas de millones de personas las
que claman que la solución de todos nuestros problemas radica en
el neoanarquismo, en la violencia antisistema, en el socialismo
bolivariano, en un partido que gobierne sin restricciones. Nunca he
conocido un partido de poder irrestricto que no esté sometido bajo
los pies de un líder supremo irresponsable ante la Ley. Por supuesto
que eso está en las antípodas del sistema pentárquico que he
expuesto.
Mi sistema está tan lejos de un candidato a la presidencia de
una nación –Pablo Iglesias- que afirma que el miedo va a cambiar
127
de bando. Esa frase lo dice todo, difícilmente encontraré una
antítesis mejor a todo lo que he dicho en las páginas anteriores. El
miedo, la lucha de clases, las barricadas, el anarquismo, frente a la
razón, la Ley y la búsqueda de la mejor ordenación de los
elementos que constituyen el Poder.
128
Epílogo
Aquí he hablado del sistema, alguien dirá que lo importante
son las personas no los sistemas. Cierto que lo importante son las
personas, es decir, los individuos que tienen en sus manos una
porción de la representación de la Voluntad del Pueblo. Pero el
sistema favorece que esos representantes sean mejores o peores. El
sistema también importa. Por eso, cuando una democracia se ha
corrompido, los gobernantes corruptos siempre, sin excepción,
quieren hacer cambios en el sistema legal primero y finalmente en
el constitucional.
Cuando eres un gobernante corrupto, tienes todo el Poder y
llevas asentado mucho tiempo en tu despacho, no tienes ningún
temor de lo que diga la Ley, porque los guardianes de la Ley están
en tu bando. Pero mejor es no correr riesgos, resulta preferible
cerrar todas las puertas. Cuando eres un ladrón y un criminal
siempre prefieres tener a la Ley de tu lado. La Pentarquía que he
propuesto tiene un sistema compartimentado de división de
poderes tan sencillo y transparente que si un mal gobernante quiere
cambiar alguna ley para influir en alguna medida en otro poder,
hasta el ciudadano menos inteligente de la nación sabrá que el
gobernante está rompiendo esa barrera. Es la ventaja de un sistema
sencillo frente a las constituciones que ofrecen enrevesados
laberintos de leyes para regular el funcionamiento de los poderes.
Cuanto más enrevesado es un sistema, más fácil es cambiarlo a tu
favor sin que se note tanto.
Recordadlo siempre, el gran enemigo del ser humano es el
Leviatán del Poder. Ninguna bestia del mundo animal es tan
implacable y cruel como puede llegar a serlo la maquinaria de un
estado tiránico. Las cadenas... debemos reforzar las cadenas de las
leyes que contienen ese monstruo antes de que se convierta en
129
monstruo. Una vez que se haya completado la metamorfosis, el
monstruo romperá todas las cadenas.
Por las razones macroeconómicas que he expuesto, me
resulta triste concluir con seguridad que la futura situación de
involución democrática de nuestros estados occidentales no tiene
esperanza de ser corregida a medio plazo. Si esto fuera una partida
de ajedrez, deberíamos reconocer que caminamos hacia un jaque
mate. La primera parte de este libro, la parte teórica, la escribí cerca
de los comienzos del año 2000, lleno de ilusión y optimismo en una
nación próspera. La última parte de este libro, la parte referida a la
relación entre macroeconomía y política, la estoy escribiendo en el
año 2015, plenamente convencido del tsunami que se aproxima.
El título La decadencia de las columnas jónicas tiene
sentido para la primera parte tanto como para la segunda. Nuestra
democracia entrará indudablemente en un proceso de decaimiento.
La democracia persistirá igual en sus símbolos e instituciones. Pero
la realidad democrática es la que retrocederá. La Rusia de Putin
será el prototipo de democracia más extendida en Europa. Estados
Unidos resistirá por más tiempo por su mentalidad y por su propia
situación económica. Pero, al final, también esa nación se verá
enfrentada al fantasma de la destrucción de su tejido industrial.
Tampoco esa nación podrá resistir el proceso descrito en estas
páginas. Ojalá me equivocase, así lo desearía. Pero me temo que
no.
El título para mí también tiene otras reminiscencias
históricas: El siglo de esplendor de Pericles Atenas con sus
libertades pasó. Su esplendor dio paso, finalmente, a la monarquía
macedónica. Hasta ahora he hablado en esta obra con la razón, pero
ahora, por primera vez, hablaré como sacerdote. Para mí todo esto
tiene una razón teológica. Nos hemos alejado de Dios. Como
civilización nos hemos desviado de los caminos del Señor. Sin
130
hombres virtuosos, la democracia se va marchitando. La libertad es
preservada mientras hay héroes que están dispuestos a luchar por
ella. La democracia gestionada por hombres débiles y deshonestos
va ofreciendo pequeñas concesiones que, al final, son grandes
concesiones.
A largo plazo, cuando pase la tormenta que se avecina, el
orden será restaurado. Nuestra civilización, como tantas otras a lo
largo de la Historia, se aproxima a una etapa de purificación.
Después, se podrá volver a construir desde la base. Mientras
lleguemos a ese punto lejano de la Historia en que la Historia
vuelve a repetirse –los grandes procesos siempre se repiten-, nos
esperan días de decadencia, y después de luto y llanto. Pero éste no
es el fin de la Historia.
Me siento como un romano del siglo II que percibía desde
una tranquila villa en su exilio en el Ponto Euxino, los procesos que
tenían lugar en su amada civilización romana. A pesar de las
florecientes ciudades, a pesar de que los trirremes mercantes
seguían fielmente cubriendo sus rutas, a pesar de la belleza de los
mármoles de las columnas que se seguían erigiendo en los foros de
tantos enclaves comerciales, para una élite pensante de ciudadanos
los signos de la decadencia se iban haciendo cada vez más patentes.
Desde esa resignación, desde mi villa que es mi pequeño
apartamento en el centro histórico de una antigua ciudad de la Vieja
Europa, veo esas grietas. Y mi ojo sabe que no son
resquebrajamientos superficiales (y, por tanto, sin importancia),
sino que se trata de grietas estructurales. Al menos quedará este
escrito, entre tantos otros, como testimonio de que fuimos testigos
conscientes del proceso que se había iniciado.
131
132
Apéndice
Varios meses después de acabar la segunda revisión de esta obra,
me di cuenta de que había que añadir algunas cosas más que he
colocado en este apéndice.
La vacante de algún poder
constitucional: algunos escenarios
Pocas cosas son tan peligrosas para un Estado como que un
poder constitucional se halle vacante. La experiencia demuestra lo
peligroso que es alargar malintencionadamente una vacante de los
poderes esenciales de una nación. Para evitar esa situación en este
sistema pentacrático se intenta que los poderes nunca estén
vacantes. Desgrano a continuación las distintas posibilidades.
Vacante del poder Ejecutivo
El Presidente el Gobierno no cesa en ninguno de sus poderes
hasta el momento en que el Congreso nombra a su sucesor. Sólo al
producirse la votación que designa al nuevo presidente de la
nación, los poderes del precedente se extinguen de forma
automática e inmediata. La razón de esto es evitar, como ha
sucedido en no pocos países, que tras ponerse de acuerdo en
destituir a un presidente, se produzca un largo espacio de tiempo
con la cúspide del Poder Ejecutivo o vacante o con atribuciones
muy limitadas.
133
Por eso en este sistema no existe el concepto de Presidente en
funciones. Un Presidente mantiene todas las atribuciones del cargo
mientras el Congreso no se ponga de acuerdo para nombrar a otro.
Sólo la proclamación del resultado favorable de la votación que
nombra a otro presidente supone en el acto la extinción de la
autoridad del precedente. En este sistema pentacrático, el
Presupuesto Nacional no tiene que ser aprobado por el Congreso.
Es el Poder Ejecutivo el que recauda los impuestos y es él el que
determina cuánto dinero se dedica a cada partida.
Vacante del Congreso
Los congresistas siguen en la plena posesión de sus funciones
hasta el mismo día en que se constituya la nueva cámara. De esta
manera, el contrapeso y la vigilancia del Congreso no cesa. La
voluntad popular (materializada en el Parlamento) sigue presente
hasta el último momento, en perfecta continuidad.
Dudé si era preferible que sólo al comenzar la jornada de
votaciones cesaran en su cargo, evitando así que los congresistas
pudieran tomar decisiones justo antes de que se constituyese el
nuevo congreso. Pero, dado que la mayoría o no de votos, era la
misma al principio de la campaña, a la mitad y al final, veo más
problemas en la vacante de un poder constitucional que en la
posibilidad de que se use mal justo en el último momento. Pues se
puede usar mal, igual de mal, justo antes de las elecciones.
Mientras que un congreso vacante sí que podría ser una
ocasión propicia para excesos por parte de otros poderes, pues uno
de los poderes no podría contener a otro u otros poderes.
134
Vacante del Senado
Si la cámara del Senado fuera obligada a cesar en sus
funciones por las otras dos cámaras, el Congreso pasaría (en el
menor tiempo posible) a elegir 50 nuevos senadores. Se elegiría a
todos con la misma mayoría necesaria para elegir a uno solo. Es
decir, se necesita el 70% de los votos del Congreso. Se trataría de
llegar a 50 nombres que agruparan el mayor consenso. Dada la
importancia de esta cámara, se buscarían nombres de tal prestigio
que suscitasen el acuerdo de todos.
Si sólo hay acuerdo para cubrir la mitad o una parte de los
asientos del Senado, se cubrirá la cantidad de escaños para los que
haya ese acuerdo del 70%. De manera que, aunque sea con pocos
senadores, el Poder Legislativo esté vigente cuanto antes. En
ningún caso, si se diera la improbable situación de una vacante de
todos los puestos del Senado, otro poder del Estado asumirá los
poderes legislativos. Eso no se permitirá ni como excepción, bajo
ninguna circunstancia por grave que sea.
Si sólo hay acuerdo para nombrar a diez o siete senadores,
serán ellos los que poseerán esa prerrogativa. Pero nunca se
concentrará, ni siquiera de modo transitorio, ese poder en otra
cámara. Lo transitorio puede prorrogarse con la excusa de
situaciones excepcionales de emergencia nacional, que es lo que
siempre ha alegado todo dictador que en este mundo ha sido.
Vacante del Tribunal Supremo
Si el Tribunal Supremo fuera cesado en sus funciones por las
otras dos cámaras, el Senado elegiría a los 25 jueces con la misma
mayoría que se necesita para elegir a uno. Se trataría de llegar a
esos 25 nombres con el mayor acuerdo que sea posible, evitando
135
reproducir la proporcionalidad de los bandos del Senado en el
Tribunal Supremo. Si sólo hubiera acuerdo para elegir a un número
inferior de jueces, se haría así.
Pero recuerden todos que muchas dictaduras han comenzado
a andar con una primera medida: que una cámara transitoriamente
asuma las funciones de otra cámara.
¿Por qué el Senado necesita el refrendo del Tribunal Supremo
para nombrar un Presidente con poderes especiales?
Eso se debe a que si no fuera así, si el Senado va a ser disuelto
por las otras dos cámaras, el Senado podría detener su disolución
nombrando este tipo de magistrado especial. Su nombramiento
sería una puerta de escape a su disolución. Pero si precisa del
refrendo de los jueces, no podrá.
136
Cuando el Poder se salta las reglas del
juego y no puede ser contenido
¿Qué determina el sistema constitucional en el caso de que el
Senado sea disuelto y no se restablezca esa cámara? ¿Qué dice el
reglamento del Poder cuando el Congreso es disuelto por estar sus
escaños bajo la mayoría absoluta de un partido dictatorial, y el
Pueblo vuelve a escoger al mismo partido con la misma
proporción? Si un Poder se saltara todas las reglas y el sistema de
contrapesos se viera incapaz de restablecer el orden de libertades,
si el mecanismo constitucional queda detenido de forma absoluta,
las reglas del juego indican que se escoja a un Presidente con
poderes especiales hasta que la situación de orden constitucional se
restablezca. El Senado, además, tiene potestad para prolongar esos
poderes una y otra vez con el refrendo del Tribunal Supremo.
¿Pero qué sucede si el Senado está disuelto? ¿O qué sucede si
un Presidente del Gobierno encarcela a todos los miembros del
Senado por decreto? En este tipo de casos, la Constitución debe
dejar claro que el garante último del orden constitucional es el
Ejército.
Ante ausencia de poderes constitucionales efectivos, por la
razón que sea, el garante del orden es el Ejército. Y eso no porque
lo diga la Constitución, sino porque, de hecho, es así: pues tiene el
Poder. Se trata de una situación de facto. El Estado Mayor, en un
caso tan excepcional, asumiría todos los poderes en orden a
restablecer el orden constitucional tan pronto como sea posible.
Los generales que componen el Estado Mayor asumirían el Poder
colegialmente.
137
Obsérvese que no es lo mismo un Presidente con poderes
especiales que esta situación en que los poderes son asumidos por
el Estado Mayor. El Presidente con poderes especiales ha sido
elegido legalmente por el poder constitucional legítimo ante una
situación de emergencia nacional. Mientras que el gobierno
colegiado militar actúa en defensa del orden constitucional.
Incluso puede darse la situación de un enfrentamiento entre
un Presidente con poderes especiales y un Estado Mayor que ha
proclamado ya que asume todos los poderes constitucionales.
Tendemos a pensar que la libertad y la democracia estarán de parte
del Presidente, pero eso no necesariamente tiene que ser así. El
poder colegiado del Estado Mayor puede tener que intervenir ante
una situación que está derivando en una evidente tiranía.
Esta cláusula de recurso al sexto poder constitucional, el
Ejército, sin duda parece poco democrática y puede dar pie,
evidentemente, a abusos. Pero la cuestión de a quien le compete
legítimamente el Poder es algo que debe quedar claro en las reglas
del juego, totalmente claro. Este es un juego en el que están sobre
el tablero no fichas sino seres humanos. Es un juego tan serio que
no puede haber perplejidades. Siempre tiene que estar claro a quien
le corresponde el ejercicio del Poder. Si las cláusulas no están
claras, es cuando se produce la lucha entre distintos partidarios con
los muertos que ese enfrentamiento conlleva.
Existe el peligro de que el partido en el Poder intente
ideologizar al Estado Mayor, con la idea de que en el futuro este
Estado Mayor otorgue la autoridad al Presidente como posible
futuro dictador. Para evitar eso, el Ejecutivo nombrará al Ministro
de Defensa, pero los nombramientos de todos los cargos en el
Ejército (sin excepción) se dejarán en manos de la jerarquía militar.
El Estado Mayor se debe constituir como un cuerpo orgullosamente
independiente de la política. El Ejército debe ser el último
138
rompeolas, la última garantía, ante la irrupción de una posible
dictadura.
Pero la Constitución será tajante en que sólo cuando un Poder
se esté saltando las reglas del juego de forma evidente, sin ninguna
duda, y tal actuación no pueda ser frenada por ninguna cámara,
entonces será cuando se puede nombrar a un Presidente con
poderes especiales. Pero si ese Presidente especial se salta la
Constitución (la cual establece para su figura ciertas cortapisas), si
claramente su intención es establecer una tiranía indefinida,
entonces es cuando se puede recurrir a la última medida que la
Carta Magna prevé para contener al poder desatado y sin cadenas:
la de la asunción del Poder por parte del Estado Mayor.
Cuando la democracia se enfrenta a su
propio suicidio
Imaginemos un país en que tres partidos se enrocaran en sus
posiciones y ninguno quisiera ceder para permitir la formación de
un gobierno. Y en esta situación se celebraran unas terceras y unas
cuartas elecciones, votaciones cada vez más distanciadas entre sí,
pero en las que el electorado siguiera apoyando fielmente con
tenacidad a sus partidos para que no cedieran ante las otras
opciones.
Es algo que podría suceder en alguna democracia. ¿Qué
habría que hacer? La teoría es que la voluntad popular acabaría
desatascando la situación. Pero imaginemos que no sucediera así
139
De nuevo, según la teoría, esas tres fuerzas políticas acabarían
acordando un cambio en las reglas del juego, de manera que alguno
de ellos pudiera gobernar con mayoría simple, aún sin el apoyo de
los demás. Pero imaginemos que no hay acuerdo para eso.
Imaginemos que ante la prolongación de una situación así y con el
país deslizándose hacia el caos, el partido minoritario bloquea la
mayoría suficiente para un cambio constitucional. ¿Qué se hace
entonces?
Las constituciones sólo contemplan escenarios en los que,
antes o después, hay un acuerdo. Las constituciones dan por
supuesto que, más pronto o más tarde, el sentido común se impone.
¿Pero que se tendría que hacer en un país en el que tanto los
partidos como su electorado se encerraran en una posición de
bloqueo que conlleve años?
¿Podría darse el caso de un bloqueo perfecto, prolongado y
sin visos de solución en varios años? Todo lo posible se puede
acabar dando. La cuestión es qué se debe hacer en una situación
así.
Parece claro que el quid de la cuestión radica en si esa
ausencia de gobierno conlleva la anarquía perfecta o se puede
mantener un mínimo orden social. Cuanto más graves sean las
consecuencias, más fácil es que la población acepte cualquier
salida, legal o no. Lo interesante, constitucionalmente hablando, se
da en una situación de ausencia de Poder Ejecutivo en la que se
mantenga un orden mínimo por más que el Estado vaya hacia la
decadencia con toda claridad.
Los lectores tal vez piensen que voy a concluir con una
apología de la dictadura o algo similar. No, no, de ningún modo.
140
Mi único interés es plantear esta cuestión teórica desde el punto de
vista del Derecho Constitucional.
Cualquier contrato suele tener clausulas de resolución ante
escenarios totalmente insospechados. Curiosamente el contrato
social, el contrato que regula el Poder Máximo, carece de clausulas
ante situaciones de bloqueo perfecto.
Otra de esas situaciones que son un reto para el Derecho
Constitucional es cuando en una democracia, por ejemplo, el 65%
de la población apoya decididamente a un partido que ha anunciado
abiertamente su deseo de acabar con la democracia.
Si el partido es cristalino acerca de sus intenciones y tiene el
apoyo rotundo de la población, ¿qué se debe hacer? Está claro que
si eso lo pretende un partido que sólo tiene el apoyo del 10% de la
población sencillamente se le declara ilegal y ya está. ¿Pero si ese
partido cuenta con el respaldo decidido del 65% de la población?
La teoría es que el poder judicial debe declararlo ilegal. Pero
resulta indudable que la población se levantaría. El funcionamiento
de la democracia quedaría de hecho paralizado. El Ejército tendría
que intervenir, aunque sólo fuera para mantener el orden público.
¿Sería la dictadura una solución adecuada a otra dictadura? ¿La
dictadura moderada puede ser la única solución a una más radical?
¿Una dictadura a favor de la libertad puede llegar a ser la única
fuerza capaz de evitar que el Poder fuera invadido y monopolizado
por una dictadura con voluntad de perpetuarse?
Éste es un caso interesante que se ha dado varias veces en los
últimos años. Varias democracias han estado a punto de ser
tomadas por partidos islamistas cuyo programa era imponer la
sharia y acallar a todos los opositores a esa ley.
141
Imaginemos que un año antes de que Hitler llegara a la
cancillería de Alemania, su partido hubiera dejado bien claro que
iba a hacer en los años siguientes. Imaginemos que la población le
hubiera apoyado mayoritariamente. ¿Hubiera sido lícito suspender
la democracia para tratar de preservar la libertad? Es una cuestión
jurídica digna de estudio. Desde luego pensar que el sistema
parlamentario puede seguir funcionando con la oposición del 65%
de la población forma parte más de un deseo que de una realidad.
Hay situaciones en las que sólo cabe un gobierno de
concentración nacional para tratar de salvar lo que sea salvable. ¿La
intervención represora del Ejército puede ser necesaria para salvar
el espíritu de la Constitución frente a la letra de la Constitución?
¿Puede ser la represión de una parte de la población el único modo
realista de salvaguardar los derechos de la universalidad de los
ciudadanos? ¿Puede ser la dictadura el único modo de salvar la
libertad?
Todas estas reflexiones parten del hecho de que cualquier
democracia alberga en su seno en todo momento a varios Hitler
latentes que pueden florecer si se dan las consecuencias adecuadas.
Nuestro deber es preparar marcos jurídicos que dentro de la Ley
defiendan la Libertad, a veces, incluso, frente a la voluntad popular.
Dado que los nombramientos de rangos en el Ejército los
haría el mismo estamento militar, eso podría dar lugar a que si
algún día la entera cúpula de ese estamento se corrompiese
(sobornos, corrupción, desvío de fondos) no habría manera de
intervenir, dado que sería una cámara estanca. El Ejecutivo no
podría ni deponer generales ni nombrar otros honrados.
142
Para evitar este peligro de cualquier cámara estanca, el
estamento judicial sí que podrá investigar y enjuiciar a cualquier
rango militar sin excepción. Y si la situación de corrupción
precisara de medidas más serias y generalizadas, el acuerdo de dos
cámaras podrá anular todos o parte de los cargos del Estado Mayor.
Esos acuerdos pueden ser los siguientes:
–acuerdo del Congreso y el Senado
–acuerdo del Senado y del Tribunal Supremo
–acuerdo del Congreso y del Tribunal Supremo
Tras ese acuerdo, podrá crearse una comisión temporal que
se encargue de decidir a quién se nombra para las vacantes. Las dos
cámaras se encargarán de acordar la composición de esa comisión.
143
Nunca será posible el perfecto imperio de
la razón
Mucho me he esforzado por pergeñar un sistema
constitucional promueva que los mejores gobernantes lleguen al
Poder. Las razones inherentes a todo sistema constitucional por las
que la irracionalidad forma parte de la ecuación política son
inevitables.
Primero las premisas:
1ª premisa: Siempre he estado seguro de que la democracia es el mejor sistema político.
2ª premisa: La razón debe gobernar y organizar los países y el entero planeta.
Ahora reconozcamos un hecho: la elección del Poder
Ejecutivo por parte de las masas siempre ha dado y dará como
resultado la elección de gobernantes cuyos programas contendrán
una cierta cantidad de medidas que no se basarán en la razón. Este
porcentaje de medidas no basadas en la razón se deberá a las
presiones de grupos o de los sondeos de voto o de muchos otros
factores.
Los gobernantes (incluso los mejores) siempre gobernarán no
sólo basados en un criterio de razón pura, de hacer siempre lo más
conveniente, sino que gobernarán con un cierto nivel de
irracionalidad. Entiéndase que aquí por irracionalidad no me estoy
refiriendo a que esos programas sean una locura. Pero entiéndase
de que nunca se erradicará la situación de un Poder Ejecutivo que
144
hace no lo que debe hacer, sino lo que le conviene hacer para seguir
manteniéndose en el Poder.
¿Qué conclusiones se extraen de esto? El gobierno
plenamente racional nunca será posible en un sistema democrático,
porque su base (el sistema de designación del Poder Ejecutivo) es
irracional. La irracionalidad de las decisiones siempre estará
presente en todos los gobiernos del mundo, tanto en lo importante,
como en lo menos importante. La racionalidad puede construir
durante muchos años, y la irracionalidad puede destruir lo logrado,
necesitando para ello periodos menores de tiempo.
Los poderes ejecutivos plenamente racionales siempre serán
una excepción estadística. El vaivén irracional de las masas
votantes siempre impedirá, por razones aleatorias, el imperio de la
razón.
No estoy diciendo con esto que lo mejor sea la dictadura. Por
muy racional que sea el gobierno de un dictador al principio, el
investido de un poder absoluto siempre acaba cayendo en un
círculo vicioso de mayor irracionalidad y capricho. Si algo hemos
aprendido en la historia humana, es que el Gobierno del Pueblo a
la larga es un sistema que promueve un mayor índice de
racionalidad que el personalismo de un ego cada vez más hinchado.
Lo interesante es que debemos comprender que el Imperio de
la Razón jamás será logrado, porque la masa, por sistema, no
escoge racionalmente. Sino que, con una frecuencia que se basa en
factores aleatorios, la masa escoge no sólo un programa menos
bueno que otro, sino que, de tanto en tanto, escoge el programa más
inadecuado y al gobernante más indigno.
145
Alguien podrá concluir que acabo de descubrir algo que
siempre ha estado muy claro. No, no estaba tan claro. Durante
mucho tiempo fueron muchos los que tenían la confianza en que la
evolución de la Humanidad haría que acabáramos teniendo poderes
ejecutivos progresivamente más racionales.
Es necesario reconocer que el mejor sistema político, la
democracia (y no puede haber otro mejor), alberga en su seno una
inherente posibilidad de obrar en contra de lo que dicta la razón, en
cosas sin importancia, pero también en las importantes. El error en
la democracia no ha sido ni es una excepción. A estas alturas del
siglo XXI, resulta percatarse, casi con una certeza matemática, de
que el sistema es, por pura estadística, tan inestable. La aparición
de macroerrores, tras una gran cantidad de microerrores, sigue
pautas de porcentaje de probabilidades matemáticamente férreas si
consideramos el sistema de un modo global.
Uno puede tranquilizarse alegando que la acumulación de
decisiones racionales siempre supera a las irracionales. Pero no hay
que olvidar que la aparición de las decisiones extremadamente
graves que destruyen lo conseguido anteriormente se basa en
principios meramente estadísticos: lo mismo que la aparición de
ciclos cortos y largos de recesión en la economía.
Se podría analizar toda la historia del siglo XIX y XX
sintetizándolo matemáticamente bajo el criterio de decisiones
constructivo-racionales y destructivo-irracionales. Las guerras
(civiles o internacionales) serían el ejemplo claro y objetivo de esas
decisiones contrarias a la razón. Basándonos sólo en ese criterio, el
de las guerras, que es el más objetivo, comprobaríamos esta
secuencia de ciclos largos y cortos.
146
Estas palabras pueden servir como colofón a esta obra.
Debemos perseguir el ideal, pero hay que reconocer que en esta
ecuación matemática hay un factor inestable.
Añadidura de junio de 2017
Línea constitucional de sucesión
Estados Unidos tiene una provisión en sus leyes muy sabia
que poquísimos países tienen: una clarísima lista de sucesión
presidencial. Si hubiera un atentado terrorista masivo, por ejemplo,
el día de la inauguración presidencial en el que murieran casi todos
los integrantes de los poderes públicos allí presentes, hay once
cargos que asumirían plenamente la presidencia de la nación por
orden de precedencia.
-Vicepresidente
-Presidente del Congreso
-Presidente pro tempore del Senado
-Secretario de Estado
-Secretario del Tesoro
-Secretario de Defensa
-Fiscal General
-Secretario del Interior
-Secretario de Agricultura
-Secretario de Comercio
-etc, etc
No sólo eso. Durante esta inauguración, cincuenta miembros
de las secretarías no están presentes por si pasara algo. Cincuenta
miembros que pudieran dirigir el Gobierno en todos sus niveles y
departamentos. Y, además, hay un superviviente designado (uno de
esos once miembros) que no sólo no puede asistir a la ceremonia,
147
sino que tiene que estar en un lugar protegido y vigilado. De
manera que si hubiera un atentado, de inmediato pudiera asumir la
presidencia de la nación.
La posibilidad de un gran atentado es una posibilidad real.
Más naciones deberían copiar esta sabia medida. No sólo eso. Las
constituciones deberían proveer una medida para llenar el vacío de
dirección en caso de ausencia de todos los poderes. ¿Qué sucede si
no queda nadie de una larga lista de sucesión? No hay que dejar
nada a la improvisación en un tema tan delicado.
Tras un atentado terrorista masivo, no es momento para
celebrar unas elecciones. Hay que dejar tiempo para que las cosas
se calmen y la población pueda votar con serenidad. Mientras tanto,
no puede haber un vacío de poder cuando más falta hace una
dirección.
Lo mismo debe suceder en este sistema constitucional. Se
debe establecer una línea nítida. Pero no sólo eso. Un futuro
pretendiente a dictador podría ser el causante de una explosión que
acabase con la vida de todos los miembros de un poder
constitucional que le estuviese obstruyendo su camino a la tiranía.
Para el Poder Ejecutivo resulta relativamente fácil organizar una
explosión y después culpar de ello a determinados terroristas. Eso
sería la excusa perfecta para endurecer su campaña de represión de
libertades.
Para evitar esa posibilidad, debe establecerse algo parecido a
la línea de sucesión presidencial con los otros poderes. Por
ejemplo, si falleciesen todos los miembros del Tribunal Supremo.
De forma automática, sus suplentes deberían tomar posesión de sus
puestos en el Tribunal Supremo. Cada miembro de ese Tribunal, al
ser elegido, debe, cuanto antes, designar a su suplente.
148
Lo mismo sucederá en el Senado, en el Congreso o en el
Consejo de Censores. Cada miembro de uno de los poderes
constitucionales designara con entera libertad a su suplente en caso
de muerte o incapacidad física.
Los nombres de los suplentes de todos los poderes se
guardarán en cinco localizaciones distintas. Dos de ellas,
custodiadas directamente por el Estado Mayor.
Si dos cámaras anulan a una tercera, en ese caso los suplentes
no toman posesión de sus escaños. Porque se considera que si, por
ejemplo, el senador original era corrupto, también lo será su
suplente. En ese caso, habrá que elegir nuevos miembros.
Puede parecer que tantas precauciones son excesivas. Pero el
premio para el infractor no es un banco o cien kilos de oro, sino
que es toda una nación. Los poderes constitucionales son
contrapesos. Una sola explosión puede hacer desaparecer un
contrapeso. No habrá problema si en los poderes supervivientes
hay buena voluntad. Pero si en los poderes supervivientes no hay
buena voluntad, la nación quedará indefensa.
149
www.fortea.ws
150
José Antonio Fortea Cucurull, nacido en
Barbastro, España, en 1968, es sacerdote y
teólogo especializado en el campo relativo al
demonio, el exorcismo, la posesión y el
infierno.
En 1991 finalizó sus estudios de Teología
para el sacerdocio en la Universidad de
Navarra. En 1998 se licenció en la
especialidad de Historia de la Iglesia en la
Facultad de Teología de Comillas. Ese año
defendió la tesis de licenciatura El exorcismo
en la época actual. En 2015 se doctoró en el
Ateneo Regina Apostolorum de Roma con la
tesis Problemas teológicos de la práctica del
exorcismo.
Pertenece al presbiterio de la diócesis de
Alcalá de Henares (España). Ha escrito
distintos títulos sobre el tema del demonio,
pero su obra abarca otros campos de la
Teología. Sus libros han sido publicados en
ocho lenguas.
www.fortea.ws
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