josé garibaldi soto
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José Garibaldi Soto
El don de gente
José Garibaldi SotoDegnis Romero
José Garibaldi Soto, es un personaje humilde y sencillo
de gran calidad humana; un virtuoso del trabajo sazonado
con abundantes dosis de compromiso, dedicación y entrega;
un tucupidense excepcional, nacido el 27 de septiembre de1933, que ha cultivado, en su fructífera existencia, elevados
principios y valores espirituales e intelectuales, destacándose
por su apego a la cultura, la poesía, la historia y la crónica de
las costumbres y tradiciones de su pueblo; todo un caballero
de sonrisa sincera y proverbial don de gente, que goza de alta
estima por su nobleza, hidalguía, probidad y jovialidad.
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La historia menuda y cotidiana de Tucupido ha quedado
plasmada en sus ojos y en su prodigiosa memoria, de la cual
se extraen ingentes cantidades de episodios correspondientes,
la mayoría, a los años cuarenta del siglo XX, para volcarlos en
estas páginas con ciertas limitaciones, ya que es complicado
expresar en prosa el sabor y el calor con los que condimenta
su narrativa, manifestada ésta con la desenvoltura adquirida
en sus largos años de radiodifusor.
Describe hechos, vivencias y anécdotas de la época con
la precisión de un reloj suizo, convirtiéndose en una máquina
de movimiento perpetuo; una fuente inagotable de referencias
narradas una tras la otra como el fumador empedernido que
enciende un cigarro con la colilla del que acaba de consumir.
Las pocas lagunas las rellena casi de inmediato con una
expresión que lleva su sello personal: – ¡Déjeme que rebobine!,
y al instante resuelve de una forma peculiar que suena como
“ música y poesía de la ingrimitud de una bandola, con un
bordoneo de rumor de aguas lejanas ”, Héctor Rago, dixit.
Es hijo de Josefa Antonia Soto y Carlos María Guaita,
un personaje que asumió el arriesgado oficio de dinamitero,
trabajando con los sismógrafos antes de entrar en producción
la compañía Venezuela Atlantic, bajo las órdenes de “Mister
Kincaid”, un gringo alto de unos 150 kilos a quien la gente se
acostumbró a llamar King Kong, porque era “una maraca de
hombre ”. Trabajaban haciendo picas hacia Palo Sano, Cerro
Grande y El Guasdual, cargando con la obligación de vigilar
el “parque explosivo”, lo que resultaba un peligro con riesgo
de vida. También le tocó cuidar un sismógrafo ubicado en Las
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Marías, acompañado por una perrita realenga que se había
encariñado con él y a la que llamaba “Centinela”. Una noche
sintió un penetrante olor a camaza y supuso que era Tío Tigre
rondando las cercanías por lo que puso pies en polvorosa
encerrándose en el camión. A los pocos minutos llegó el tigre
y en lo que canta un gallo dispuso de Centinela, dejándolo sin
compañera. Cuenta que Don Carlos, le confiaba sus ahorros
semanales o quincenales a una especie de banco que tenía
Don Francisco “Pancho” Jaramillo, en su negocio de víveres,
quien con cada “depósito” le extendía un “recibo” que era
relacionado por Don Carlos en un cuadernito que fungía de
“libreta de ahorros”. Ese cuadernito iba y venía al negocio de
Don Pancho cada vez que hacía falta algo en la casa, y servía
para llevar registro de esos movimientos en un ambiente de
alta confianza (al parecer, Don Pancho Jaramillo, funcionaba
como J.P. Morgan en Tucupido). Cuando Don Carlos se retira
de la compañía, los ahorros le sirven para montar su primera
bodega en la esquina de las calles Páez c/c Pariaguán, frente
a la casa de Doña Inocencia Cabeza. Ese local luego fue sede
de dos alpargateros: Rafael Pérez (hermano de Marignacia – de
reciente partida a los 91 años – , esposa de Saturnino Cabeza,
dueño de la bodega “Las Quince Letras”), y Rito Solórzano,
hermano del popular José Rafael alias “Burrica”. Don Carlos
mudó “Guatopito” a la esquina “San Pablo”, de calles Zaraza
y Páez. Se veía la placa de “Expendio de Licores” y era famoso
porque preparaba un amplio surtido de brebajes y menjurjes
a base de caña clara condimentada con fregosa, hierbabuena,
cilantro, conchas de naranja, guásimo, ponsigué, píritu, etc.
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Por otra parte, recuerda tres bodegas “El Sapo” que tuvo
Don Pedro Ramón “Rancho” Risso “El Indio”: en la esquina de
la calle Zaraza c/c Guaicaipuro, luego en la esquina “El Saco”
calle San Pablo c/c Páez y, la más famosa, en el barrio “El
Molino”, por tener el primer radio de la zona. Se escuchaban
las ondas hertzianas de Radio Difusora Venezuela, con el
programa “Panorama Universal”, que transmitía noticias de la
Segunda Guerra Mundial, y la gente, preocupada, hablaba de
construir huecos en la tierra para tener dónde meterse en
caso de que el conflicto llegara a esos lares (Doña Alída de
Romero, decía que la gente se arremolinaba enfrente para
escuchar, todas las tardes entre 1949 y 1950, la radionovela
“El derecho de nacer”, por Radio Continente, con Albertico
Limonta, Mamá Dolores y un elenco estelar).
Cuenta también que es el bordón de seis hermanos,
cuatro hembras y dos varones: Josefa Antonia “La Cariba”,
Héctor Servideo “El Negro”, Lina Rosa, Zoila Providencia, Sara
y él que se autocalifica como “La última cuerda ‘el arpa” .
Desde los tempranos años cuarenta se destacó como
mozalbete cargador de agua en burro de las lagunas Rivero y
Pilatos, esta última quedaba detrás del aeropuerto buscando
hacia Acapralito. Estaba cercada con alambre de púas y tenía
un “falso” que fungía de puerta; contaba con tres frondosos
samanes en el tapón y con agua cristalina, exclusiva para el
consumo humano, todo ello en un ambiente paradisíaco lleno
de paraulatas, turpiales y ardillas. La custodiaba con mucho
celo y armado con un “mandador” Don Nicolás Flores. Por si
esto fuera poco, había unas babas negras muy bravas que
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ahuyentaban a cualquier intruso que se le ocurriera nadar a
sus anchas. Para sacar el agua, Don Nicolás había construido
unas trojas dentro de la laguna desde donde se podían llenar
los barriles sin tener que meter los pies para ensuciarla. El
“compai” Nicolás era un gran mascador de tabaco, vicio que
explotaba Garibaldi para conseguir agua sin problemas, ya
que siempre llegaba con “media cuarta ”. Cuando Don Nicolás
lo veía exclamaba: – ¡Ahí viene el compai, si no trae el tabaco
no lleva el agua! Adicionalmente, tenía sembradas unas 50
matas de ciruela. Cuando llegaba la época de cosecha, en
marzo, venía a Tucupido a venderla con dos sacos montados
a ambos lados del sillón, en una burra morada que tenía.
“Media cuartilla”, que era una totuma de ciruelas, valía un
real y las vendía sacándolas por turno de cada saco para ir
emparejando la carga. También era criador de gatos. Una vez
Pedro Camero, gran jugador de dominó y de bolas criollas,
para “mamarle gallo”, le dijo que había un tipo de Caracas
que quería comprarle veinte gatos a tres bolívares cada uno.
Cuando Don Nicolás se apareció con varios sacos llenos de
gatos, Camero le dijo que la condición era que debían tener
los ojos negros (a sabiendas de que no existen gatos así). Don
Nicolás y que dijo: – ¡Esta vaina no se le echa a un hombre! , y
fue a buscar el “mandador” que había dejado en la burra que
estaba amarrada a un cují en una esquina del Grupo Escolar
“Narciso López Camacho”. Cuando Camero se dio cuenta se
perdió en una carrera. La “gracia” le salió cara ya que cada
vez que el contrario iba perdiendo le decía: ¡Ahí viene Nicolás
Flores! Entonces tiraba las piedras y se daba a la fuga.
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También cuenta su faceta como ayudante, desde los
ocho años, de los arrieros de burros que llegaban a una de
las tres posadas que en esos años coexistían en Tucupido, la
de su “comadre” Amelia Betancourt, en la esquina de las
calles Guaicaipuro y San Pablo. Cada vez que escuchaba el
campanilleo se iba a la posada a echar una mano, tarea que
era retribuida con una camaza de productos. Dichos arreos
se componían de nueve burros, donde destacaban el primero
“puntero” o “campanero”, que llevaba la campana, y el último
o “culatero”. Los arrieros más célebres eran: Jesús “Chucho”
Pérez, Francisco “Pancho” Rangel y Chencho Orsini, esposo
de Manuela Porras, hermana de la popular “La Negra” Porras
(María Ygsolina). El principal intercambio comercial era con
Valle de Guanape, pueblo del estado Anzoátegui desde donde
traían mercancías como: Casabe, quinchoncho, mapuei, café,
cacao, etc., que eran distribuidas en las bodegas del pueblo
gracias a los contactos que hacía Don Simón Pulido, el padre
de Pepino quien después tuvo una venta de repuestos en la
calle Ricaurte, frente a la actual Botiquería. Los burros eran
llevados al potrero de José Isabel Vergara “El Coriano”, que
quedaba fuera de los linderos del pueblo, hacia el extremo
norte de la calle Libertad. El alquiler normal era un medio por
cada burro, pero a Don Coriano le pagaban un bolívar con la
condición que no hubiera ni una sola burra por esos lados,
esto para evitar que aquellos burros bien cuidados, bonitos y
“maiciaos”, se trasnocharan tratando de ganarse los favores
de cualquier burra cercana, ya fuera peleando entre ellos o
malográndose con los alambres de púas. En el recorrido de
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regreso, los arreos iban cargados con telas de las tiendas: “La
Indiecita” de Otto Arruebarrena, que quedaba diagonal con el
actual Banco Bicentenario; “La Nueva Era” de Antonio José
Guevara, en la esquina de la “Casa de Alto” calle Ricaurte c/c
Ribas, donde Manuel Acero, padre de “Pablito”, abrió el “Hotel
Tamanaco” pionero en Tucupido; “La Tijera Mágica” de Juan
Robles Muñoz, en la calle Sucre c/c Roscio, junto al Tribunal;
“La Casa Blanca” de Reinaldo Torrealba (después fue de José
Ramón Guacarán), en la misma esquina anterior, diagonal al
Tribunal, etc. Los arreos llevaban además productos exóticos
tales como: perfumes “Ramillete de Novia”, “Khalifa” y “Tabú”,
talco “Sonrisa”, aceites de jazmín y de coco, etc. Esta posada
era célebre por sus “Velorios de Cruz de Mayo”, capitaneados
por “Chicho” Soto, Ernesto Vidal, “Papita” Martínez, Manuel
Vidal y José Rengifo. Pastor Camejo, era el rezandero y quien
montaba el Calvario donde era llevado el Sepulcro en Semana
Santa. Dice: – E n mi casa tengo el bongo “caratero” que era de
mi comadre Amelia, con capacidad de una carga de barril .
Otra posada era la de Devota Barrios, en la esquina de
la plaza donde después estuvo el Teatro Ribas, con entrada
por la calle Gabante y donde se amarraban caballos y mulas
de agentes viajeros que venían de Caracas y que trabajaban
con corporaciones como Boulton, Beco Blohm, Eduardo Zing,
Tamayo, Laboratorios Behrens y Bayer, etc. Antoniote, era el
muchacho encargado de llevar las monturas al potrero de
Don Pedro Barrios, esposo de Doña Devota, que quedaba
hacia la salida de Mamonal. Refiere una anécdota de José
Francisco Torrealba (sabio santamarieño graduado en la UCV
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de doctor en ciencias médicas mención Summa Cum Laude,
en 1923, y pionero en la lucha contra el “Mal de Chagas”
desde 1934): En una oportunidad el doctor estaba sentado en
el zaguán de la entrada a la posada cuando llegó un agente
de Boulton, de esos que “se daban una bomba ” ataviados con
camisa y pantalón de kaki, botas altas y sombrero de corcho,
y, sin conocerlo, le ofreció dos bolívares para que le llevara el
caballo al potrero. El médico acepta y se pone de acuerdo con
Antoniote para llevar el caballo. Después de un rato, el tipo se
impacienta y le explica la situación a Doña Devota quien se
pone las manos en la cabeza y le dice que ese “muchacho” es
nada más y nada menos que la eminencia de médico. Al poco
rato el tipo lo vio llegar y, todo apenado, salió a decirle: – Yo
no sabía quién era usted. ¡Discúlpeme doctor! Sin inmutarse,
el médico replicó: – ¡Ningún “doctor”! ¡Págueme mis dos bolos!
Del extenso anecdotario acerca de esa famosa posada
saca a relucir esta: Había un solar grande con un “escusao”
de tierra al aire libre. Cuando alguien tenía una “necesidad” le
decía a Doña Devota y esta le suministraba el combo de rutina
que consistía en dos o tres tusas para limpiarse y un garrote
para espantar a los cochinos .
La tercera posada era la de Dolores Prado, en la esquina
“El Recreo”, calle Ayacucho c/c “El Jalón” (después Sucre),
cerca de la esquina “La Quinta”, calle Trincheras c/c Sucre.
Narra sus andanzas como guatanero del pescador Pablo
“Pablito” Acero, encargado de meter las guabinas, los buscos,
los bagres y los corronchos en el guatán, porque los sabrosos
y escasos “tigritos” los apartaba para su consumo personal.
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La pesca la realizaban días antes de la “Semana del Concilio”
(semana antes de Semana Santa, que se denomina en el llano
como la “de buscar comida”), en los abundantes pozos que se
formaban en el río Tamanaco, que para esa época del año se
cortaba por no contar con caudal alguno.
Iban armados de atarrayas y maras, en conjunto con las
varas de membrillo que eran cortadas en el sitio y que servían
para “apalear” el pozo de forma tal que salieran los peces de
las cuevas o solapas que se formaban en los cauces del río.
Los más visitados eran: “Pozo Amarillo”, “Pozo Redondo”, “Las
Piedrotas”, “El Candil”, “El Cantón”, “El Caimán”, “El Caribe”,
“Pozo Negro”, “Pitahayal”, “La Mariquita” y “Los Palotes”. A la
hora de comer era un compartir con todos los integrantes de
la pesca, capitaneada por Pablito, donde no faltaba ocumo,
ñame, topocho, yuca, cilantro, y otros condimentos. Para las
2 o 3 perolas de sancocho se usaban latas de aceite de 18
litros, que eran preparadas en las barrancas del río por los
cocineros Manuel “Papita” Martínez y Ernesto Vidal. Otro
detalle que entusiasmaba la pesca era el accionar de expertos
amarradores de babas, que se “margullían” a buscarlas en las
solapas del río. Estos eran unos “encantadores de babas”, ya
que para cazarlas comenzaban rascándoles la barriga, luego
las iban sobando hasta que les ponían el lazo de guaral para
amarrarles el peligroso hocico. Después venía el espectáculo
del pataleo de las babas mientras las sacaban del pozo, para
luego caerles a palo con astillas de leña. Dicha actividad era
realizada por individuos con coraje, maña y riñones, entre los
que aparecían: Eladio Villegas, Torito Moreno, Nery Celestino
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Parra (Gobernador del Guárico, 1986 – 1987) y Marcel Rey “El
Gordo”, mecánico hijo de Charlotte (reseñado más adelante).
A la pesca iba gente de El Guasdual, La Fortuna, El Dos
y del pueblo, prefiriéndose los pozos del área de La Palmita.
Nunca presenció un accidente en que a algún “babero”
lo mordiera una baba, excepción hecha de alias “Franciscote”
quien llegó de curioso (a entrepitear, sin bajarse del burro),
por lo que Pablito le comenzó a dar casquillo: – ¡Te bajas o te
vas! , le decía. Llegó hasta a decirle que no se bajaba porque
andaba “enmonao”, acepción vulgar que no se detalla aquí,
aclarando que no es “la utilizada para definir el estado de una
persona después de haber usado drogas ”. Lo cierto es que el
tipo se bajó del burro, metió los pies en el pozo e ipso facto lo
mordió una baba. Se censuran las letanías del fulano.
En cuanto a Charlotte Rey, recuerda que fue un francés
que, según decía, había acompañado a su compatriota Henri
Charriere “Papillon”, en la fuga de “La Isla del Diablo” la más
pequeña de las “Islas de la Salvación”, que fungía como penal
francés en Cayena, Guayana Francesa, y adonde habían sido
confinados desde París, en 1933 (la trama completa se puede
encontrar en el libro “Papillon”, editado en 1969). Después de
esa odisea llega a Tucupido al sector “Los Caros”, por los
lados de “La Romana”, donde se desempeña como un herrero
del oeste gringo, con yunque, martillo y fragua, construyendo
puertas, ventanas, hierros para herrar ganado, alcayatas, etc.
Después se muda al pueblo y monta un taller mecánico en la
esquina de las calles Gabante y Páez. Una de sus costumbres
que llamaba la atención era llegarse, temprano en la mañana,
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al negocio del papá de Garibaldi para tomarse dos “medios
cuartos ” de aguardiente con fregosa, especial para matar las
lombrices; luego desayunaba en su casa y acto seguido iba al
bar “La Cita” donde se bebía dos medias jarras de cerveza
“Caracas”, mientras se fumaba un cigarrito con la parsimonia
propia de quien disfruta el ambiente de un café parisino. Una
vez libado el último sorbo, ponía rumbo hacia el taller a dar
inicio a la jornada. No pasaba desapercibido por su aspecto
caucásico y rostro hirsuto; un catire de ojos verdes a quien le
gustaba usar alpargatas, pero se las ponía como cholas.
Estando en eso sale a relucir el tema de la escuela para
niñas “Dr. Pedro María Arévalo Cedeño” (ubicada diagonal al
taller de Charlotte). Su primera directora fue Graciosa Armas
Arveláez, primera Normalista de Tucupido, sucediéndole René
Medina, de Altagracia de Orituco y Dilia Gómez, de Zaraza. El
epónimo de la escuela era ese ilustre médico vallepascuense
(1870-1936), miembro de la Academia Nacional de Medicina,
quien desarrolló el medicamento “Vencedor del Paludismo”,
para combatir la malaria.
De las múltiples facetas de Garibaldi, una de las que le
ha dado mayor realce, desde sus años de mozuelo, ha sido
como declamador de mil tarimas. Desde muy temprana edad
incursionó en los Actos Culturales del Grupo Escolar “Narciso
López Camacho”, recitando poemas de su ídolo el zaraceño
Ernesto Luís Rodríguez, tales como: Rosalinda, Guariqueñita,
Aquella Noche y Echando Cocos. Más tarde fue tomando por
asalto otros espacios tales como: la plaza Bolívar, la plaza
Ribas, el Grupo Escolar “Félix Antonio Saá”, la escuela “Luis
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Guglietta Ramos”, la Casa de la Cultura “Rafael Rengifo”, la
“Casa del Ganadero”, la Logia “Aurora de la Paz”, y diversidad
de fincas como “Mochuelo” de Pedro Gómez o “San Rafael” del
doctor Elías Solórzano, acompañado siempre de arpa, cuatro
y maracas, y acicateado por el privilegio de haber oído recitar
varias veces a Rodríguez (p. ej. en el solar de Doña Devota, en
el patio de la “Casa Blanca” de Don Reinaldo Torrealba, etc.),
quien solía visitar a su amigo tucupidense (el afamado poeta,
arpista y cantante) Rafael Vidal, en la casa ubicada frente al
Samán de San Pablo, por donde pasaban personajes de alto
coturnio, como: Ubencelao Gutiérrez, Carlos Manuel Santos
(ganaderos de Zaraza), y el temible Nicolás Felizola, en su
Cadillac negro de media cuadra. Don Rafael Vidal, los recibía
con una copla a flor de labios, como esta: Ay, mi vida/Ay, mi
amor/No puede vivir en el mundo/quien sufra del corazón . Por
ahí se tendía, y todos le retribuían con fajitas de billetes que
deslizaban al bolsillo de su camisa. Siempre se lucía, sobre
todo en las trascendentales visitas que le hizo al pueblo el
Presidente de Venezuela (1941-1945), general lsaías Medina
Angarita. Lo mandaban a llamar y él acudía presto a brindar
su talento al ilustre visitante. Garibaldi, por su parte, roció
con su arte a muchos otros pueblos tales como: Valle de la
Pascua, El Sombrero, Altagracia, Ortiz, Camaguán, Maracay,
Maracaibo, Cantaura, Tucupita, Valle de Guanape (población
con la que comparte su amor al 50% con Tucupido), etc.
Desde muchacho sintió también una profunda devoción
y una gran vocación por la poesía. Se declara apasionado por
la poesía naturista, como la que aprendió Teresa de la Parra:
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“una pintura poética de las cosas sencillas ”, porque le permite
dibujar el paisaje de su tierra, las estampas del llano con sus
caños y lagunas, pajonales y matorrales, etc.
Cuenta con una considerable colección de versos, donde
destaca su predilección por las décimas, estrofas compuestas
por diez versos octosílabos con rima consonante. Es la misma
“Espinela” de Vicente Espinel (1550 -1624); los versos riman el
primero con el cuarto y el quinto, el segundo con el tercero, el
sexto con el séptimo y el décimo, y el octavo con el noveno .
Cada evento o festividad ha sido motivo de inspiración
para componer un poema; no obstante, se declara contrario a
versos por encargo. En alguna oportunidad le han solicitado
poemas para novias lo cual rechaza porque piensa que eso es
algo muy íntimo: – ¿Cómo me va a inspirar la novia de otro?
Luego acuña: “La poesía camina conjuntamente con la historia
de los pueblos ”. S u amigo y hermano Luís “Chito” Hernández,
lo acosaba con un contrapunteo permanente de preguntas en
verso que exprimían la musa de Garibaldi. El poeta Chito, era
además un excelente guitarrista que fundó el “Trio Tucupido”
con Pedro Arévalo “Papaya” y Nardo Velásquez en el requinto.
Ellos dos marcaron la pauta a través de una carta que
redactaron, sentados en el tapón de la represa “Jabillal”, para
que la fundación “Amigos del Narciso López Camacho” diera
inicio a los “Encuentros de Poetas y Poetisas” en Tucupido.
Desde corta edad sintió una gran afición por el coleo.
Cuenta que asistía a “coleaderas de toros” o “toros coleados”
en las fiestas de San Rafael Arcángel, 24 de octubre, y las de
Santo Tomás Apóstol (patrono de Tucupido), 21 de diciembre,
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en la calle “El Jalón”, adornada con bambalinas y trancadas
las bocacalles con tambores y varas de guasdua amarradas
con mecate. Allí se extasiaba inmerso en un sopor idílico,
soñando ser el protagonista de una epopeya mitológica en la
que jineteaba uno de los caballos y tumbaba los toros.
Lo embriagaba el esplendor y el colorido de esas fiestas:
el pueblo volcado de bote en bote, muchachas bien pintadas
portando largas clinejas, faldas de zaraza y las cintas para los
coleadores que hicieran coleadas efectivas. Ya de adolescente,
se la pasaba pidiendo caballos prestados para escabullirse
hacia la manga. No tuvo un caballo propio sino hasta llegar a
adulto. Narra que Adolfo Ríos, quien trabajaba en el fundo de
Isidoro Hernández, en Caño Negro, vía Las Palmas, le vendió
un hermoso caballo al que le puso “Lazo Amarillo”, diciéndole
que tenía la mala maña de corcovear si se dejaba pasar varios
días sin montarlo. No le hizo mucho caso a la advertencia, ya
que pasó un buen tiempo cuidándolo y consintiéndolo, como
niña bonita, hasta que se dio cuenta del descuido e invitó un
día a “El Negro” Sáez, quien era presidente del club de coleo,
con la intención de que le amansara el caballo. No le funcionó
esa estrategia porque Sáez insistió que fuera el dueño quien
lo montara, dando como resultado dos caídas en los primeros
dos intentos, con la suerte que estas fueron en un terraplén
que había frente a su casa. En vista de los percances, Sáez le
recomendó que, al montarse, le cruzara el pescuezo al caballo
de lado a lado con la rienda, cosa que hizo hasta conseguir
estabilizarlo. Acto seguido se fue a recorrer el pueblo, con la
buena suerte que se topó con Inocente Ledezma, llanero de a
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caballo, a quien se lo prestó y, al rato, se lo devolvió serenito.
Sin embargo, con Lazo Amarillo nunca pudo colear un toro.
Un “Día de las Madres” llegó a la manga y se topó con
sus amigos los hermanos Freddy y Adolfo Risso, quienes le
prestaron a “Neblina”, extraordinario caballo cano rosado que
había sido entrenado para lucirse con maestría en mangas de
coleo. Cuenta que: – ¡Ese caballo parecía un Mercedes Benz!
Manuel Arveláez, el papá de Carlos, le decía: – Garibaldi,
te pusiste en un caballo bueno. Si no tumbas un toro con ese
caballo no vas a tumbar uno nunca en tu vida .
Resume su trayectoria de coleador hasta ese momento
con estas palabras: – Yo más de una vez le jalé el rabo a un
toro. Me “ empatucaba ” la mano ‘e bosta , pero no lo tumbaba.
Lo cierto es que cuando dijeron: ¡Cacho en la manga! , se
“ajiló” con “Neblina”. Narra: – Ese caballo iba “montao” arriba
‘ el toro como burlándose de mí diciendo: – ¡Agárralo! ¡Es tuyo!
Ni corto ni perezoso, le templó el rabo al toro y lo llevó hasta
la tribuna donde le dio la voltereta. Dice: – De la emoción tan
grande me zumbé del caballo, salí corriendo y me subí a la
tribuna con las manos al cielo, agradeciéndole a Dios que ¡por
fin! había tumbado un toro después de tanto tiempo.
De esa hazaña fueron testigos los insignes coleadores de
Valle de la Pascua: Luís Campagna Méndez, Luís Campagna
Oropeza, los hermanos Oropeza Fraile: Antonio, Efrén, Rafael,
José y Manuel “Palo de hombre”, etc. Los mejores del pueblo
se listan en el “Catálogo del Patrimonio Cultural”, así: “ Simón
Ledezma, José Arrebarruena, Ramón Iroba, Tomás León,
Celestino Seijas, Juan Antonio Hernández, Garibaldi Soto,
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Gilberto Silveira, Gabriel Paciffici y Alejandro Brito, Campeón
Nacional de coleo ” , algunos de los cuales estaban allí ese día.
Al final de la tarde, la gente le metió casquillo para que
fuera a celebrar el acontecimiento en “La Casa del Ganadero”,
algo equivalente al “Hoyo en uno” del golf que se celebra en el
“Hoyo 19”. En total fueron 50 cajas de potes de cerveza Zulia
que distribuía “El Negro” Cabeza, hijo de Doña Inocencia.
Al llegar, amaneciendo, le tocó dormir en el zaguán de
su casa, pero la euforia hizo que pagara gustoso las cervezas
y el regaño. Con ese único toro que tumbó en su vida, bastó y
sobró para quedar inmortalizado en dos coplas que le sirven
de corona de laurel y halo mítico, premios a gesta apoteósica:
“El Coleo En Tucupido”, de Luís Rafael Pérez Guevara, en voz
de Orlando Ramos y “Coleadores De Tucupido”, de Carlos
Milano Peña, interpretada por José “Catire” Carpio:
El recuerdo es la medidaRamón Iroba, del atardecer remoto
Cuando Garibaldi SotoTumbó aquel toro, única vez en su vida
También aprovechó el grato episodio para fotografiarlo
en unas décimas de su autoría: “Neblina y mi primer toro”.
Atrás habían quedado momentos amargos y “arrastrones” en
la manga como la gran caída del caballo “Llamarón”, cuando
lo sacaron inconsciente por debajo de los tubos y lo echaron
como un cochino en una pick-up para llevarlo de emergencia
al hospital “Ernesto Díaz Vargas”. Lo cuenta de milagro.
Paralelamente, habla de su afición por la tauromaquia,
el arte de lidiar toros. Desde muchacho se metía con trapos
coloraos en “ Jobalito”, fundo de Alejandro Rodríguez Guzmán
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(Gobernador del Guárico, 1972), formando parte de una tropa
de rapaces compañeros de faena tales como: Rafael Arveláez,
hijo de Eliano Arveláez, Homero Infante (novillero graduado
en la Escuela Taurina “Rafael Cavalieri”), y Raúl Ainaga, otro
novillero profesional y pioneros de la lidia en Tucupido. Más
tarde, coparían la escena León Espinoza, hijo de “Meneque”,
graduado en España, y el célebre Celestino Correa.
La pasión taurina ha hecho bullir su vena poética. Ha
escrito pasodobles en homenaje a Paquirri, Manolete, Curro
Girón, Marco Antonio Girón, Maestranza Cesar Girón, fiesta
“La Candelaria” de Valle de la Pascua, y Cesar Girón, el cual
le puso a vibrar su fibra musical, componiéndole la música:
Yo quiero que en VenezuelaSe evoque ese gran toreroY se diga con gran orgullo
Viva que viva Cesar Primero
Tienes un pase giganteLlamado La Girondina
Te encuentran lleno de arteValor con gloria y gracia genuina
Cuando sales a la plazaSiempre quieres triunfarY al bravo de Guayabita
Oreja y rabo has de cortar
Torero de VenezuelaFamoso en el mundo entero
Por eso siempre serásSiempre serás: César Primero
¡Olé!
Por si fuera poco, narra el episodio de cuando trataron
de levantar la plaza de toros “Arenas de San Pablo”, en el
solar de su comadre Amelia. Consiguieron unos tablones del
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primer piso de la Casa de Alto, de Chicho Barrios, y se dieron
a la tarea; pero un día Severita Puro, hija de Celestino Puro,
le avisó que lo buscaba la policía. Era la época de Marcos
Pérez Jiménez. Resulta que el prefecto Rincones se enteró del
asunto y comisionó al comandante Rodríguez (un gordito muy
parecido al dictador) para que les enviara un oficio citatorio
con Ramón Campos y Polibio, dos policías analfabetas, para
que se presentaran de inmediato en la prefectura. Al llegar les
dijeron que estaban construyendo una plaza de toros sin el
debido permiso de la autoridad competente y que tenían 24
horas para desmantelarla, dicho en estos términos: – Si no la
tumban, vendrán a celebrar en los calabozos de la prefectura .
Otra actividad que le ha significado una extraordinaria
popularidad ha sido la de comunicador social. Pertenece al
staff de la emisora AMIGA 104.1 FM desde su fundación en el
año 2002, conduciendo dos programas de corte costumbrista:
primero “Así se hablaba en el llano” y luego “Por los caminos
de Ribas”, transmitido los domingos de 8 a 9 de la mañana.
Ha realizado cientos de programas cuyo contenido constituye
un valioso legado entreverado con el acervo histórico-cultural
de Tucupido, que refleja la identidad del pueblo manifestada
en sus costumbres, hábitos y tradiciones.
La recopilación de dicho material es una tarea que debe
emprenderse a fin de que las actuales y futuras generaciones
cuenten con un instrumento referencial que les sirva de guía
donde consultar el testimonio fundamental de una época.
El eslogan del espacio está a tono con su pasta poética:
Por los caminos de Ribas/Galopa la poesíaLlevando paz y alegría/Para que tú la recibas
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Se agrega el enlace de una transmisión como ejemplo de
las clases magistrales con las que obsequia a su audiencia, y
donde tuvimos el honor de compartir como invitado:
http://www.goear.com/listen/d53bb44/por-caminos-ribas-
garibaldi-soto
La cosa pica y se extiende. Este polifacético personaje es
además Cronista Oficial del municipio José Félix Ribas, desde
el año 2000, y miembro activo de la Asociación de Cronistas
Oficiales de Venezuela (ANCOV), organización con la cual ha
participado en múltiples encuentros en localidades como: El
Sombrero, Ortíz, Altagracia de Orituco, Camaguán, Cumaná,
etc., a las cuales ha llevado sus ponencias y disertaciones.
Su faceta de coleccionista está reseñada en el capítulo
tucupidense del Catálogo del Patrimonio Cultural Venezolano,
donde se lee textualmente: “ José Garibaldi Soto, guarda una
colección de diversos objetos, entre los que destacan una
máquina de coser del año 1922; un tinajero de 1925; un bongo
del año 1884; una tinaja de 1895; una piedra de moler de
1883; estribos de pala de 1932; herraduras del año 1934; un
sebucán de 1947; un garrote de 1943; un sombrero del año
1956; una pintura que representa una posada, del año 1890;
una fotografía del año 1951. Estudiantes y visitantes de otras
localidades acuden a la residencia de José Garibaldi, para ver
su colección, conocer la historia y para realizar investigaciones
acerca del municipio José Félix Ribas ” .
Su mente está inundada por un caudal inagotable de
recuerdos de aquella época que en Tucupido se disfrutaba de
un ambiente de orden, respeto, cariño, hermandad y paz.
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Narra un caso de Nicolás Felizola, quien tenía muchos
amigos en Tucupido, tales como: Félix González Palomo, el
telegrafista, y los grandes comerciantes Don Próspero Pérez,
Alejandro Rodríguez Guzmán, Guillermo Hernández, Isidoro
Hernández (de reciente partida a los 98 años), etc. Al parecer,
el licor lo transformaba de una persona decente a un hombre
belicoso, vulgar y ofensivo, con agravantes dignos de recelo:
siempre “andaba armao”, “no pelaba” con el revólver, y se
sentía “guapo y apoyao” porque su hermana, Irma Felizola
Fernández, era la esposa del general Medina y Primera Dama
de la República. En una ocasión estaba borracho y formando
un escándalo en el bar “La Esperanza”, de Ramón Pinacel, en
la esquina del mamón de la plaza Bolívar. Gritaba que en ese
pueblo no había hombres porque todos “usaban pantaletas”.
Al sitio llegó Diosgracio Rengifo, Primer Comandante de la
policía, hombre de guáramo que había acompañado, en 1921,
al general vallepascuense Emilio Arévalo Cedeño, cuando
derrotó e hizo fusilar a Tomás Funes, gobernador ‘Gomero’ de
Amazonas, en San Carlos de Rio Negro. Le puso el cañón del
38 entre las costillas y le dijo: – ¡Cállese la boca y camine que
está detenido! Le quitó el revólver y lo zampó en un calabozo.
Cuando llegó José Vicente Toro, el Jefe Civil, a interceder por
Felizola, le dijo: – ¡Yo puse preso a ese señor por grosero y por
falta ‘ e respeto, y si usted se me alza lo pongo preso a usted
también! – ¡Yo estoy “ restiao ” ! – ¡Tiéndale la colcha al arpa!
Confirma otras dos anécdotas que había contado Esnel
Rodríguez, acerca de ese personaje: una que mientras estaba
en el bar “La Cita” regentado por Isidoro Hernández, frente al
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Teatro Ribas, llegó un “pleitero” apodado “El Caimán” con un
escándalo y pidió una cerveza que valía un real. Isidoro se la
despacha y le dice: – ¡Quédate tranquilo que ahí está Felizola!
El tipo pagó y, sin probarla ni pestañear, salió cantando: ♫Se
va el caimán/se va el caimán ♫ La otra cuenta que una noche
vio a un limpiabotas buscando una moneda que se le había
caído y prendió un billete de a cien para ayudarlo a buscarla.
Narra que en el bar “La Cita” trabajaron Jesús Arveláez
(hijo de Eliano), Manuel “Mochito” Toro, y Porfirio Arráez.
Una anécdota farandulera que causó gran revuelo en el
pueblo comienza con quien fuera su padrino Julián Ramón
Campos “Campito”, un personaje que llamaba la atención por
su delgadez y baja estatura, venido de Margarita como fiscal
de licores del Ministerio de Hacienda y quien luego instaló el
cine “Nueva Esparta” en la casa de Vicente Morales (venido de
Guaribe), quien a la postre se quedaría con el negocio al que
bautizó como cine “América”, con Pompeya Hernández, en la
taquilla y “La Cariba” Soto, como portera. El cine fue sede de
un evento apoteósico, en 1948, presentando a Pedro Infante,
en dos funciones. En la primera no cabía un alfiler, y la plaza
estaba a reventar con la gente que había comprado entradas
para la segunda. Cuenta que él se había coleado gracias a su
hermana portera y que cuando terminó la primera función se
formó un gran zaperoco porque la gente no se quiso salir, por
lo que el dueño tuvo que llamar a la Guardia Nacional. Al rato
llegó un pelotón comandado por el terrible cabo Aldana (una
prostituta le había cortado la cara con una navaja, razón por
la cual se ganó el remoquete de “Juan Charrasqueado”).
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Narra que cuando se armó el pleito se metió agachadito
debajo de una ventana donde nadie lo veía: – ¡Cómo tronaban
las peinillas! – ¡A la gente la sacaron a plan de machete! Había
un teniente retirado llamado Rodríguez Caballero, quien era
de Barquisimeto y tenía un bar frente a Saturnino Cabeza, en
“El Molino”, que llegó preguntándole qué pasaba a un guardia
ubicado cerca del mamón de la plaza. Como respuesta recibió
un culatazo de fusil en el pecho que lo hizo rodar por el suelo.
El cine “América” era un espacio abierto con techo de
zinc que protegía los asientos, y una pared al aire libre como
pantalla; quedaba al lado de la prefectura, razón por la cual
se solía observar algunos presos disfrutando de las películas.
La gala mexicana estuvo de órdago con un artista de esa
categoría en el cenit de su carrera como cantante y actor de
cine que, como complemento, se hizo acompañar por Germán
Milano, guitarrista tucupidense que se lució esa noche.
El carisma de Infante se desbordó en Tucupido porque
luego del acto se fue al negocio de Victorio Panzarelli, en la
esquina de las calles Ribas y Sucre, donde tenía un bar y el
cine “Guárico” (había que llevar la silla para ver la película),
buscando algo para tomar que le picara la garganta, ya que
en el pueblo no había tequila por ningún lado. Victorio le dio
a probar una botella de aguardiente “El Carmen”, de 40º, que
pasó la prueba a que fue sometida por el galillo del artista. Al
hombre le cayó tan bien el pueblo que, acto seguido, armó un
tremendo jolgorio llevando serenatas a sus ventanas. Habría
que imaginar la reacción de una dama serenateada por una
estrella de esa magnitud, en el Tucupido de 1948.
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Otro suceso que recuerda con cariño involucra al Teatro
Ribas (inaugurado en 1950, en cuyo año se presentaron dos
actrices de gran renombre para esa época: la norteamericana
Yolanda Montez “Tongolele” y Susana Guízar – mexicana que
filmó ese mismo año, en Venezuela, la película “Amanecer a
la vida”, con Bolívar Films – ). Dice que en 1954 tuvo la alegría
de conocer a Alfredo Sánchez Luna “Sadel”, quien había sido
contratado para presentarse en ese teatro. Resulta que se dio
cuenta cuando llegó, con retraso y algo desvencijado; le salió
al paso para darle un gran apretón de mano y agradecerle su
presencia en Tucupido. Sadel le contó que venía de Valle de
la Pascua, donde le habían lanzado tomatazos en el cine
“Manapire”, pero que estaba sorprendido con la recepción que
allí le daban, gesto que retribuyó con lo mejor del repertorio.
Germán Milano, también acompañó con su guitarra a Sadel
en esa noche triunfante cuando fue aplaudido con frenesí.
En sus años mozos conoció a otros legendarios músicos
tucupidenses que iban a tocar bailes en la sala de su casa,
como: Moisés Moreán, el mejor clarinete del pueblo, Clemente
Ramón Aguilera alias “Mato Gordo”, guitarrista, Ramón Díaz
(inmortalizado con el pasodoble “Muchachita de mi pueblo” y
el vals “Tardes de Tucupido”) y Benito Ortega, cuatristas, y el
violín de “El Vate” Aular. Era un espectáculo de feria cuando
tocaban canciones de moda como “Silverio Pérez” (compuesta
por Agustín Lara, en 1943), que hacía cimbrar a “Meneque”
(citado más abajo), gran bailador de pasodobles, en conjunto
con otros bailadores como: Andrés y Arturo Rodríguez, Rafael
Benito Andrade, Jesús y Nicanor Rodríguez Estrada, etc.
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Otros músicos de altura eran los guitarristas Fernando
Méndez “Diablo Suelto”, Raúl y Miguel Carpio, Oscar Paraco,
Alejandro Lasaballet, Simón Romero y los integrantes del Trio
Tamanaco: Celestino Pulido Reinefeld, Rubito Méndez y Pedro
“Peruchito” Vidal; los arpistas Isaías Sevilla, Santiago Medina
“El Taro” y Apolinar Figueroa “Polilla”; y los violinistas Juan
Charaima y Fortunato Lima (de Cerro Grande), y “Negro Vito”
(Víctor Solórzano), de los “Clavo ’e J ierro ”, que tenían una
chivera llegando a La Palmita. Nota de redacción: No era una
venta de repuestos usados sino una cría de chivos.
También recuerda las serenatas que él mismo llevaba a
los amigos en la camioneta Jeep verde que tenía. Se hacía
acompañar por “El Taro” al arpa, quien tocaba sin bajarse, y
cargaba dos sacos de bizcochos de manteca, hechos por Doña
Rosa de Ledezma, y más tarde por su hija Alejandría, para
repartirle a la muchachada, que formaba un gran alboroto.
Luego ataja lo de José Espinoza Bolívar alias “Meneque”,
quien era muy popular por ser dueño de la bodega “La flor del
Tamanaco”, ubicada en la esquina “Del Guárico”, cruce de las
calles Bolívar y Centeno, que marcó la pauta con la primera
nevera del pueblo popularizando las ventas de una locha de
hielo para enfriar las bebidas o para bajarle la fiebre a los
tripones; también vendía “posicles” (tremendo vaso por una
locha), nísperos de una mata que tenía en el patio de la casa
y que pesaban como un cuarto de kilo, también a locha, dos
cucharadas de mantequilla “Alfa” por un medio, dando una
de “ñapa”, etc. Por esa misma esquina pasaron después José
Cartuccio “Bigote” y Napoleón Hinojosa.
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Rememora a precursores en la elaboración de pócimas
medicinales en Tucupido: El “Expendio de Medicinas Fénix”,
de Manuel Díaz Vargas, en la esquina de la calle Ricaurte c/c
Bolívar; hacia 1923, la botica “San Antonio”, en la esquina
“El Matadero”, de calles Ribas y Sucre, del socorreño Narciso
Pérez Cordero, padre de Narciso Pérez Castillo, y abuelo de
Agustín Pérez Martínez, el popular “Tutico”, telegrafista; hacia
1930, la botica de Ramón Muñoz, en calle Sucre c/c Salom,
con su cartelito: “No receto ni visito enfermos”; hacia 1932, la
botica “Corazón de Jesús”, en calle Ricaurte c/c Roscio, de
Carlos y Arturo Rodríguez Estrada, venidos de Zaraza junto
con otros tres hermanos: Nicanor, quien manejó el primer
carro Ford en 1916, Luís (violinista) y Jesús, gran maraquero,
esposo de Vivina Ledezma (hija de “Doña Pancha” Francisca
Ledezma) y padres de “Chucho” Rodríguez.
Don Carlos preparaba, a punta de pilón y mortero, una
fórmula efectiva para parar la diarrea (cucharadas blancas ),
envasada en carteritas, bautizada “La llave y el candado”; se
hizo muy popular y le ganó mucha confianza con la gente del
pueblo, agregando el aprecio por su labor filantrópica, ya que
en incontables oportunidades decía: ¡No estamos hablando de
precio sino de curar al tripón! Allí se conseguían también otras
especialidades: Aceite de Tártago, como purgante, Ruda, Bay
Rum, Mentol Davis, Cataplasmas, Parches Porosos, Quinina
para el paludismo (o malaria), Tintura de árnica, Tricófero de
Barry, Iodex, Entero Vioformo, Alcolado Glacial, Sal de Uvas
Picot, y otras para combatir fiebre amarilla, beriberi, viruela,
sarampión, sabañones, moquillo perruno, etc.
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Son incontables las anécdotas acerca de peripecias en
las que han aparecido los pintorescos personajes del pueblo:
Dice que en 1945 hubo un día de júbilo porque estaba
anunciado el aterrizaje de la primera avioneta de la compañía
petrolera Venezuela Atlantic, en la entrada a Copa Macoya,
por Acapralito, en una pista improvisada en el potrero de
Cayetano Solórzano. El pueblo se volcó en pleno para ver el
espectáculo de ese pájaro de acero color amarillo Caterpillar,
pero la sorpresa mayor fue que, al despegar, la avioneta voló
muy cerca del techo de paja y zinc de la casa de Felipe León
Arrioja, alias “Felipito”, y lo arrancó de tajo; pero lo peor fue
que le espantó los guineos, pavos, cochinos, gallinas, vacas y
becerros. Doña Amada, la esposa, salió con las manos en la
cabeza y gritando despavorida. Al final, Felipito aprovechó el
percance para obtener una jugosa indemnización con la que
construyó techo nuevo y renovó el heterogéneo rebaño.
Confirma otro relato de Esnel Rodríguez, que alude a ese
personaje que era mañoso para pagar las deudas. Cuenta que
Fidel Belisario Melo “El Broco ’e Dominga”, tenía un camión
volteo con el que hacía viajes. Una vez Felipito le pidió hacerle
la mudanza para Acapralito. Al llegar le dijo al broco: – Agarre
unos guineos y se cobra . Éste a los días fue con una bácula.
Por referencia de Alida de Romero, habla de la nieta de
Felipe Arévalo, apodada “La Ñata”, vecina de la calle Zaraza
c/c Guaicaipuro: cierta vez fue a ver un circo donde actuaba
un enano. Resultó que esos dos personajes se conocieron, se
gustaron y, al poco tiempo, celebraron eufóricas nupcias en
las que fueron paseados por el pueblo con gran algarabía.
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También alude a Carlos “Carlitos” Casado, señalándolo
como un caballero, un hombre muy educado, quien tenía su
tienda diagonal a la casa del picapleitos de la época Manuel
Tomás Aquino, en la esquina “Las Américas”, calle Ricaurte
c/c Salom, donde vendía las cobijas “Ernestina” y “Cristóbal
Colón”, el pabellón mosquitero, así como variedad en telas de
gabardina, liencillo, kaki, lino, entre otras como la cretona y
el valenciano. Estas últimas le servían para mostrar su gran
destreza en la preparación de mortajas para los clientes de la
carpintería “El Samán”, de “Maestro” Custodio Requena, calle
Zaraza, Nº 32, donde, además del mobiliario propio de ese
negocio, confeccionaban las cápsulas para el inexorable viaje
eterno, cabinas de cedro, escuchándose diálogos como este:
Maestro Custodio: – ¿Cómo quiere la urna? ¿La quiere de lujo,
forrada de pana, terciopelo o gamuza?
Cliente: – No, démela natural, “ cepillaíta y más ná ” .
Recuerda con singular cariño a José Tomás “Verguero”
Hedler, un “compadre” célebre por la borrachera cotidiana, al
que califica de hombre honrado a carta cabal, que filosofaba:
¡Hay quien ve la comida que me como, pero no el hambre que
paso! Como se sabe, el apodo de ese personaje es utilizado
por Guanerge Gómez, para arrancar las pachangas fiesteras
con su grupo musical, al grito de: ¡Se prendió el Verguero!
También recuerda a su primo José de los Santos Soto,
un popular comerciante (un hombre sin hambre, refiere) que
tuvo siete bodegas en el pueblo y todas se llamaron “Vuelvan
Caras”, resaltando la que quedaba en la esquina “Las Aves”,
de la calle Páez c/c Centeno, llamada así porque habitaban
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allí: Antonio Aguilar “Perico”, “Lorenza” Carpio, Adolfo Armas
“Guacharaco”, Cayetano Guillén “Pavo Negro”, Rafael Guillén
“Querrequerre” y José Santos Soto “Zamuro” (hacía arder a
Troya al escuchar ese apodo). Cayetano hijo, gran echador de
lavativa, llamaba a la radio para salir al aire vociferando: –
¡Garibaldi, dime el nombre de la esquina donde yo nací, chico!
Otros negocios ubicados en la calle Gabante, desde la
esquína c/c Páez hasta la esquina c/c Guaicaipuro, saliendo
hacía “El Bajo de L a Trinidad”, eran los de Lino Ortega, Pedro
“Cabello” Anzoátegui, Ricardo Caguaripano y Musio Valiente.
El ambiente era de gran camaradería como se desprende del
saludo que solía darle Lino Ortega a Ricardo Caguaripano:
Unos me dan el brazoOtros me dan la mano
¿Cómo estás tú Caguaripano?
Ricardo Caguaripano y Musio Valiente, estaban en la
esquina “El Tornillo", Gabante c/c Guaicaipuro, donde otrora
estuvo la algodonera de Manuel Esteban Chacín, una de las
primeras del pueblo. En esa esquina habían enterrado un
tornillo de madera que medía de metro y medio a dos metros,
que había sido utilizado para empacar el algodón.
Recuerda que la última esquina al norte de Tucupido es
“El Peo”, en el cruce de la calle Gabante con el callejón San
Francisco; llamada así porque allí vivía una señora belicosa
que a cualquiera le formaba su zaperoco. Afirma: – Era muy
trabajadora, lavaba y planchaba bien, pero tenía ese detallito .
También se refiere a la esquina del estantillo, Gabante
c/c Roscio, donde Don Francisco Casado, tenía su tienda “El
Lirio Blanco”. El susodicho catálogo habla del “Botalón”: “Se
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presume su origen a finales del siglo XIX. Consiste en un
elemento vertical de madera, a manera de estaca y con
alcayatas, donde eran atados los animales de carga, mientras
sus dueños comercializaban las mercancías ”.
Rememora sus andanzas felices por Valle de Guanape, a
donde iba a celebrar las fiestas del 10 de febrero en homenaje
a Santa Escolástica, patrona de ese poblado hospitalario y
acogedor donde llama la atención que la iglesia se encuentra
metida dentro de la plaza. Llegaba en compañía de la tropa de
amigos donde se contaba a Víctor Díaz, Juancito Cabeza, “El
Musio” Tabera, Elpidio Barrades y Ernesto Vidal, entre otros.
Entraban por la calle principal, tocando y cantando, armando
un gran revuelo. Llamaban tanto la atención que el Comité de
Festejos, por orden del prefecto Rafael Marrero, cubría todo el
consumo del “Grupo de Tucupido” en el club local; esto como
agradecimiento por el realce que le daban a esas fiestas, en
las que descollaba Ernesto Vidal (lugarteniente de Garibaldi),
cantando Garúa, Querube y La Araña.
Recuerda a: Ramón Hernández, vecino de Las Paradas,
al norte de Tucupido: usaba calzoncillos de liencillo del largo
del pantalón, con botones de hueso, como un Cowboy gringo.
Al gordo Freddy “Bachaco” Carpio (primo de Guillermo
Bermúdez – de reciente partida – ) adicto a un chinchorro de su
casa en la esquina “Tutankamon”, calle Sucre c/c Bermúdez,
hijo de Juan María Carpio (hermano de Anacleto – padre de
Emilio, Rubén (miembro del Consejo de Seguridad de la ONU,
1977-78; autor, en el año 1945, del poema " Tamanaco", en
honor al río homónimo), José, Raúl, Héctor (Gobernador del
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Guárico, 1966), Efrén (artífice de la Manga de Coleo) y Luís
Carpio Castillo – Don Anacleto fue el primero en instalar un
teléfono en su negocio de la calle Sucre c/c Salom, a media
cuadra de Doña Ester de Díaz, representante pionera de la
CANTV en Tucupido, como lo fue Ana de Rojas, del correo).
Al fotógrafo José Véliz, quien fue segundo lugar en un
concurso de disfraces de carnaval en los años 50, con uno
que era mitad hombre y mitad mujer; el primer premio fue
para Simón Romero, disfrazado de negrita. ¡Nadie lo conoció!
A “El Loco” Lorenzo Rengifo, el “Rubirosa” tucupidense,
un personaje folclórico que alucina haber tenido la bicoca de
69 mujeres en el pueblo y delira que oye en cada esquina:
¡Bendición papá! , sin saber quién le besa la mano.
A Andrés Rodríguez, con su tienda en la esquina “El
Paraíso”, Gabante c/c Monagas. La calle Gabante va a parar
a la esquina “Las Seis Bocas”, con el bar homónimo.
A Don Máximo Pulido, residente de la esquina “Gallo de
Oro”, Bolívar c/c Zaraza. Su hijo Luís tuvo el club “Granada”,
en los años 40, ubicado en la esquina de las calles Bolívar y
Libertad, cerca de Doña Rosa Tabera. El club fue nombrado
así por ser vecino de la familia Granada, donde habían dos
grandes matas de mamón (en el patio tenían un zamuro que
cuidaba a las gallinas para prevenir el moquillo y el higadillo),
muy cerca de la quebrada “Punto y Coma”, que nace por los
lados del cementerio, atraviesa todas las calles de orientación
Norte-Sur/Sur-Norte del pueblo (pasa frente a la casa de
Lorenzo Guzmán), llega al Aeropuerto, sigue hacia Acapralito,
para desembocar en una laguna de Teobaldo Ruíz.
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A Don Guillermo Higuera “Pata ‘e Guaro”, en la esquina
“Miraflores”, Gabante c/c Bermúdez. Cargaba un machete en
su pick-up, que blandía cuando lo llamaban por el apodo. En
una oportunidad alguien le pidió la cola, se montó atrás y le
dijo: – ¡Arranca, Pata ‘e Guaro! El hombre peló por el machete
y se bajó del carro. Al otro todavía lo andan buscando.
A las esquinas “Cerrito Blanco”, Bermúdez c/c Zaraza,
“El Rincón de los Toros”, Madariaga c/c Zaraza, y al jagüey y
al almendrón que, en otros tiempos, se veían en la esquina
“Cachipo”, Pariaguán c/c Roscio, frente a Paulina Centeno.
A la Esquina “El Jierro”, Monagas c/c Pérez Rengifo, que
era notoria porque allí se dirimían las diferencias a filos de
puñal, navaja o machete. La calle Pérez Rengifo, llega por el
norte a la antigua “Isla del Burro” (como la chirona gomera en
el lago de Valencia), ahora “Isla Bella” o “Isla Nueva”, hacia el
otrora “Bajo de Cifuentes” ahora “Bajo de La Nueva”, donde
se construyó el “Paseo Histórico General José Félix Ribas”, en
conmemoración a los 200 años de haberse inmortalizado allí
ese mártir y patriota venezolano, el 31 de enero de 1815.
En las postrimerías de esta aproximación a “Tomo I” de
enciclopedia, Garibaldi se da a la tarea de mencionar algunas
de las célebres especialidades realizadas por las manos de las
artífices del delicioso arte culinario tucupidense: Los quesos
de mano de Doña Ana Lucinda de Rodríguez, con relevo de
Carmen María de Casado; los pandihornos, besitos de coco y
dulces de lechosa de “Doña Chana” (María Felícita Correa de
Iroba); los bizcochuelos, suspiros, pandihornos y jaleas de
Margarita Cedeño, madre de Francisca y de Ramón Rengifo;
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el pan de tunja de María Hernández, madre de Guillermo
Hernández; los bizcochos de manteca de Rosa de Ledezma,
madre de Doña Ana Lucinda de Rodríguez; los pavos rellenos
de Ana Delia de Moreno; las tecuecas y arepitas decembrinas
de Pilar Guzmán; las arepitas dulces de Ramona Rangel; los
alfeñiques de María Carpio, hermana de Antonio Aguilar; las
empanadas de Eladia Armas Arveláez, y las gaveras de carato
de “La Cariba” Soto, entre otros manjares y exquisiteces; con
el agravante de que algunas de esas recetas se desvanecieron
con sus artesanas en el limbo de los tiempos.
Luego anuncia que actualmente se están transcribiendo
67 poemas con la intención de publicar su primer poemario.
Para ir cerrando, surge algo que llama poderosamente la
atención en Garibaldi: no comparte la doctrina generalizada
en el género masculino, y divulgada a los cuatro vientos por
Vitico Castillo: ¡De parte de nosotros los hombres, a estar vivo
lo que le gana es mujé! Él prefiere el arroz con guineo.
Se subrayan otras dos facetas relevantes de Garibaldi:
como esposo de la profesora Otilia Herrera, y por 40 años de
Elvira Rojas, mejor conocida en los predios tucupidenses
como “La Reina de la Empanada”; y como padre, rasgo que se
reseña en la placa otorgada en octubre de 2014, como “Hijo
Ilustre de Tucupido”, y que reza textualmente lo siguiente:
“José Garibaldi Soto, ilustre Advitan número 29, cronista de la
ciudad, nacido en Tucupido un día 27 de septiembre de 1933,
hijo de Carlos Guaita y Josefa Soto, mujer con esencia de
pueblo. Hijos: José Garibaldi, José Carlos César, Josefa
Lourdes, Simón Reinaldo y Héctor Raúl. Un ribense
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comprometido con la historia local, siendo cronista ad honorem
del municipio Ribas desde el año 2000. Miembro fundador de
la “ Unión de Folkloristas ” y conductor radial. En José
Garibaldi Soto, palpita el alma llanera como fiel defensor y
amante de la música venezolana, voz que narra la cronología
de un pueblo que inicia su historia un 5 de mayo de 1760 y
que en la narración de su cronista se hace vida y ejemplo. La
galería de tucupidenses ilustres, cual Arco de Tucupido, le dice
al cronista: ¡Bienvenido! Desde este tu lugar sigue contando y
haciendo la historia nuestra” .
La categoría pluridimensional de Garibaldi trasciende el
estereotipo del ser diletante que se promueve en la Venezuela
del siglo XXI. Su código de conducta se encuentra enmarcado
en los más altos valores éticos y morales: respeto, dignidad,
solidaridad, amor, fraternidad, igualdad y libertad. En el duro
trajinar de su misión de vida ha adquirido un gran prestigio y
dejado huella indeleble en Tucupido, por la policromía de su
aura, fiel reflejo de la iluminación espiritual, y por el brillo de
su afán en la sublime tarea de difundir la cosmovisión de una
época y de recomponer el tejido social de un pueblo.
José Garibaldi Soto José Garibaldi Soto
A tu público motivas Llanero a carta cabalCon ese gran alboroto Es desde tiempo remotoPor los caminos de Ribas Orgullo internacional
Con alta estima, aprecio y consideración, hacemos votos
porque el hermano poeta Garibaldi, siga bañando con su luz
el llano tucupidense y echando cuentos de la época de María
Castaña, quien no se quedó para vestir santos porque se casó
con Don Perico ‘ e los Palotes, el mismísimo año ‘e la pera.
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Se agregan, como colofón, dos poemas que Garibaldi nos
dedica. El primero con motivo del reciente cumpleaños, y el
segundo recitado en su intervención en el “IX Encuentro de
Poetas y Poetisas”, en Tucupido, el 26 de abril de 2014.
¿A quién le amarga lo dulce?
Al cumpleañero poeta Degnis Romero
(¡Perdone lo mal “ macaneao ” !)
La musa va galopandoRumbo hacia la capital
Con una totuma de versos
Para un cumpleañero genial
El arpa, cuatro y maracasY un recio joropo llanero
Felicitan en su cumpleañosAl poeta Degnis Romero
Una camaza ‘e cachapa sQueso ‘e mano y chicharrón
Será para que formemosEse día un gran fiestón
Un veintisiete de octubreCuando nació este poetaEn su pueblo Tucupido
Se quiere y se le respeta
Y la copla sabaneraQue viene del morichal
Te lleva una serenataCon paraulata y turpial
En la capotera te envíoUn garrafi y liquilique
Y aparte va un canarínDe sabroso palo a pique
José Garibaldi Soto, Tucupido, 27 de octubre de 2015
Garrafi: Pantalón que se usaba antes para bailar joropo.
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Cruz Rodríguez(1905-1979) Paula Rodríguez(1885-1968)
Irma Felizola de Medina Isaías Medina Angarita
Coleaderas en Calle Sucre Rafael Vidal
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