joaquín balaguer - historia de la literatura dominicana
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J O A Q U I N B A L A G U E R
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
J O A Q U I N B A L A G U E R
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
PREMIO NACIONAL DE OBRAS DlDACTlCAS 1956
QUINTA EDlClON
Quinta Edición. corregida y aumentada
Derechos de autor reservados
conforme la Ley N? 1381
'ILUSTRACIONES DE IGNACIO DEL RIO MIGUEL Y MILAN LORA G.
IMPRESO EN LA REPUBLICA ARGENTINA PRlNTED IN ARGENTINA REPUBLIC
P R I M E R A P A R T E
CAPITULO I
EL DESCUBRIMIENTO Y LA CONQUISTA
BE 1492 A 1530
CR ISTOBAL COLON
La historia de la literatura dominicana se inicia con el nombre
de Colón que ños dejó, en su diario marítimo y en sus cartas, las primeras descripciones sobre la naturaleza de la isla y que supo
sentir y expresar como nadie los encantos del paisaje nacional y aún trasmitirnos sobre él una visión poética y a veces sobremanera
literaria.
Es evidente que el eximio geógrafo no fue un artista verbal ni
un escritor de estilo. Pero la naturaleza del trópico se refleja en sus
escritos con toda la frescura y con toda la viveza de la primera im-
presión. La fantasía del genio, poseída por una deslumbradora em-
briaguez panteísta, se exaltó en presencia del mundo tropical, del
nuevo paraíso en cuyos bosques no habfa aún aparecido la serpiente
de la codicia humana. El hombre de otras latitudes, el europeo
familiarizado con un paisaje exhausto y desteñido en que los mis-
mos árboles tienen algo de artificial como en los cuadros de Nicolás
Poussín y de Claudio de Lorena, relata con sencillez la emoción que
en él produce esta tierra ubérrima, este suelo sin degeneraciones en
donde la naturaleza conservaba aún el empuje primitivo de sus
fuerzas ciegas y fatales. La contemplación de este nuevo y deslum-
brador espectáculo, excitó la fantasía poética y removió las fibras
más hondas de la sensibilidad en el navegante de imaginación so- ñadora.
CRlSTOBAL COLON
1451-1506
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
EL ESTILO DE COLON
Si lo que caracteriza el estilo poético es la expresión de las ideas por medio de tropos y figuras, ninguno más lleno de poesía que el del Primer Almirante. Todo lo describe Colón por medio de
imágenes y con lujo de metáforas tan precisas como deslumbradoras.
;Cuando entra en .el puerto de Santo Domingo, el 30 de agosto de 1498, después de haber descubierto la isla de Trinidad y de haber
navegado por la costa de Paria, halla la colonia rebelada por Roldán, y escribe: "Me han guerreado fasta agora como a moro". Cuando
describe la tormenta que le sorprende en las costas de Veragua,
pinta así el océano batido por la tempestad: "Aquella mar fecha san-
gre ... la mar hhviente como caldera por gran fuego". Al describir en su carta a Luis de Santángel, Escribano de Ración de los Reyes Católicos, las islas descubiertas en su primer viaje, se vale de una perífrasis tan poética como encantadora para pintar la primavera perpetua de los campos del Nuevo Mundo: "... y cantaba el ruiseñor en el mes de noviembre por allí donde yo andaba". Y cuando se
aproxima al nuevo continente, ya a fines de setiembre, describe el cambio de temperatura debido a la diferencia de latitud señalando
que las mañanas eran tan frescas y los aires tan delgados "que no faltaba sino oir ruiseñores".
Sus epítetos son siempre enérgicos y de una propiedad admira-
ble: "Mares desbaratados"; la tierra de Baneque es "tierra gruesa"; los indios de Acul daban cuanto tenían "con un corazón ton largo y tan contento que era maravilla"; el mundo, del cual está próxima
a ausentarse su protectora la reina Isabel de Castilla, "es áspero y fatigoso"; los navíos en que parte la noche de Pascua desde las costas de Veragua, se hallan "podridos y abrumados"; y los indios de Trinidad "son todos de muy linda estatura".
Su estilo llega a veces al borde de lo patético. Desde Jamaica, donde permanece abandonado durante meses enteros como el Fi- loctetes de Sófocles en su isla maldita, escribe dramáticamente a los
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Reyes: "De l a Española, de Paria y de las otras tierras no me acuerdo
de ellas, que yo no llore". Con el mismo tono patético y desgarra- dor pinta su situación y la de sus compañeros de travesía después
de la tormenta que le sorprende en las costas de Veragua: ''Yo
tenía los navíos innavegables y la gente muerta y enferma". La lucidez
con que ha penetrado en los abismos de la maldad humana, co-
munica un sabor amargo a las palabras con que alude a la huma-
nidad en tono querelloso: "Si mi queja del mundo es nueva, su uso
de maltratar es de muy antiguo".
Los hechos, así como los detalles más menudos de su aventura oceánica, son referidos por él con imágenes expresivas o con frases
de una brevedad punzante. He aquí, según su forma de narrar al
mismo tiempo rápida y nerviosa, !a manera como logró llegar a
tierra en medio de la tempestad que castigó sus carabelas durante el
cuarto viaje: "E con esta tormenta, así a gatas, me llegué a Jamai-
ca". En las zonas contiguas a la laguna de Chiriquí, encontró las po- blaciones "puestas en las montañas". Cuando llega a Cuba, donde
vió en diciembre árboles tan verdes como son por mayo en España,
afirma que "el invierno era ya encarnado". En Trinidad halló una
fuente tan dulce, que el agua "parecía salir del Paraíso". Y cuando
pinta el escarceo de las corrientes del Drago, indica que era tan
fuerte el ruido y tan hermoso el choque de la espuma que el espec-
táculo parecía "una pelea del agua dulce con la salada".
Sus comparaciones, tomadas todas, como las de Homero, del
reino vegetal o del zoológico, son siempre sencillas y llenas de color
poético: así, afirma que los indígenas de las primeras islas que des-
cubre tienen los cabellos gruesos y ásperos "como cola de caballo"; los
indios de Guanahaní "son de la color de los canarios"; los peces de la isla Fernandina, semejan "gallos de las más finas colores del
mundo"; los pinos de las Sierras de Moa son firmes y erectos "como husos delgados"; los navíos en que llega a Jamaica, perseguido por
una tormenta, se hallaban "horadados de gusanos como un panal
de abeias"; el morro de Monte Cristy "tiene forma de un alfaneque
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
muy hermoso"; en la Española vio unas vegas "labradas como la
campiña de Córdoba", y en Trinidad muchas tierras hermosas "como
las huertas de Valencia en mayo".
EL SENTIMIENTO DE LA NATURALEZA
Lo que sorprende en Colón no es sólo su sentido poético del
paisaje, sino ante' todo su profunda inteligencia de la naturaleza.
La sed de oro, que iba clavada a su pensamiento como una espuela
a l ijar de un caballo, deja de ocupar el centro de su alma cuando
se entrega a los placeres de la contemplación y cuando se sien-
te poseído, en presencia de las islas que descubre durante su
primer viaje, por una especie de embriaguez deleitosa. E l encanto
de las tierras q;e va descubriendo se apodera de él y durante días
enteros se abandona a la voluptuosidad de admirarlas desde su
carabela exploradora. En esas ocasiones, frecuentes durante la pri-
mera travesía que realiza por el Mar de las Antillas, llamado por
Humboldt "un Mediterráneo de muchas bocas", el Almirante se olvida
del fin material que sirve de acicate a su empresa. Así, el 21 de
octubre, asienta en su Diario que le cuesta hacer mucho esfuerzo
sobre sí mismo para abandonar l a Isabela, porque es tan dulce "el
cantar de los pajaritos que parece que el hombre nunca se querría
partir de allí". Las expresiones de este género, demasiado ingenuas
para que no se consideren sinceras, acucien con frecuencia a la pluma
del inmortal viajero en el curso de esta peregrinación memorable.
Colón parece haber sido particularmente sensible al canto de los pájaros y al olor de las flores y de la tierra vestida de primaveral
follaje. En los pasajes de su Diario y de sus cartas donde con más
intensidad se percibe el sentimiento de la naturaleza, no falta nunca
una referencia entusiasta al canto de las aves. Cuando se aproxima
al fin de su aventura y capta en el aire el aroma de las florestas del
trópico, no acierta a describir "el gusto de las mañanas" y la alegría
que se apodera de l a tripulación, sino con este grito de entusiasmo: 11
no faltaba sino oir ruiseñores". Esta alusión al canto ue los pájaros
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reaparecerá luego, como una obsesión en su Diario, y en la misma
carta a Luis de Santángel hablará de las aves que cantan "de mil
maneras". Ningún paisaje se halla completo para él sin que un rui-
señor le preste su voz al encanto de la naturaleza. En los Caicos,
cuando más arrobado se encuentra en la contemplación de las islas
recién halladas, escribe: "Los aires eran muy dulces y sabrosos, que
dizque no faltaba sino oir al ruisetíor, y la mar llana como un río".
El mismo hechizo ejerció sobre aquella sensibilidad poética el
perfume de las flores. En sus descripciones de la naturaleza ame-
ricana, habla siempre con fruición de las yerbas aromáticas y de los
aires olorosos. En la maravillosa relación de su travesía por l a s costas
de la isla de Cuba, sin duda una de las páginas maestras de l a li- teratura descriptiva inspirada en l a naturaleza del trópico, pinta la
salvaje abundancia de las florestas sin dejar de advertir que todos los
árboles "huelen que es maravilla". La noche tropical lo transporta con
su atmósfera perfumada. El ocho de octubre, mientras el cielo agita
sobre la carabela en que viaja el Descubridor su ramo de luceros,
el Almiranre escribe: "Los aires muy dulces como en abril en Sevilla,
qcies placer estar a ellos, tan olorosos son"'. El mundo de las plantas
no sólo excita su curiosidad por el color y la forma de sus hojas,
por sus cualidades características y por las diferencias que
observa entre los árboles de América y las de Europa, sino también
por el fuerte aroma que emana de sus florestas salvajes. Cuando se
acerca a Cabo Hermoso, en l a isla lsabela (Inagua grande), respira
con deleite en el aire el olor a árboles y a tierra húmeda que llega
desde la selva distante: "Y llegando yo aquí, a este cabo, vino el olor
tan bueno y suave de flores e árboles de la tierra, que era la cosa
más dulce del mundo".
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA - - . - -- - - -- - - . - ---
DlEGO ALVAREZ CHANCA
Diego Alvarez Chanca, físico de la Armada que acompañó en
su segundo viaje al Almirante, es autor de una valiosa descripción
de la isla de Santo Domingo. En la relación enviada al Cabildo de
Sevilla en 1494, después del viaie que hizo con Colón a l través de
los principales puertos de la isla, con breves estancias en las ense-
nadas y en las tierras vecinas, lo que le permitió admirar detenida-
mente las florestas de las costas y ver de cerca la vegetación de las
montañas y los valles, el Dr. Chanca refiere con llaneza y brevedad
sus impresiones.
Los rasgos de la naturaleza de la isla que señala en su relación
el Dr. Chanca coinciden con los que se hallan en el "Diario" y en los
demás escritos del Primer Almirante. Aparte del lujo de la vegeta-
ción, donde la espesura "era tanta que el cielo no podían ver"; de la
abundancia de aguas corrientes, de los contrastes reinantes entre
los árboles de Europa y los del Nuevo Mundo, y de la fertilidad del
suelo, donde es cierto que las plantas crecen "más en ocho días que
en España en veinte", la atención del médico sevillano se fija en
muchos de los detalles topográficos y en las bellezas naturales que
despertaron la curiosidad del Descubridor cuando visitó por primera
vez la isla antillana. Las expresiones de que ambos se valen para
describir la impresión que producen en su ánimo las maravillas del
trópico, son a veces literalmente iguales. También al Dr. Chanca le
parece siempre' que la última isla que visita es la más hermosa. Su
reseña es, como la de Colón, la de un hombre deslumbrado. "Todas
estas islas -escribe aludiendo a las que descubrió el Almirante
durante su segundo viaje- ... son muy hermosas y de muy buena
tierra; pero ésta paresció mejor a todos".
Las observaciones del Dr. Diego Alvarez Chanca suelen ser tan
exactas como las de Colón, y todavía hoy puede comprobarse la pre-
cisión de sus datos tanto en cuanto a la topografía de la isla como
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en cuanto a los pormenores mas significativos de cada una de las co-
marcas exploradas. Así, cuando describe la "disposición de la tierra"
prbxima al puerto de Múrite Cris ty , senala la importancia del río
Yaque y la excelencia de sus aguas, permen seguida apunta que las
zonas aledahas eran eritonces, como lo son aún, generalmente pan-
tanosas: ".+.Había cerca de al l í un gran río, de muy buena agua;
pero es toda tierra anegada y muy indispuesta para habrtar". No
menos correctos son los datos que inserta en su relación sobre la
flora de la isla: en este punto, el rnedic~ sevillano trae noticias no
menos minuciosas n i menos exactas que l a s de Fernández de Oviedo
en l a parte donde éste alude a las rarezas de l a vegefación de l a s Antillas y, en particular, de le Espanola. En ciertos casos parece como
s i e l gran historiador hubiera tenido presente, al escribir algunos
capítulos de su obra, la carta de Alvarez Chanca a l Cabildo de Sevilla.
Destaca Alvarez Chanca en su relaciíin l a s cosas mas exiit icas
que halló en Santa Domingo y se detiene e menudo, con cierta cu-
riosidad cientif ica, en detalles antropol6gicos de la raza indigena que en su pluma adquieren singular interbs por tratarse de un mé-
dico de gran cultura, dotado de un entendimiento y de un espíritu de observación no vulgares. Sus observaciones sobre los indios caribes,
de carácter y costumbres tan opuestas a los de la isla Española, fue- ron despuks confirmadas por Oviedo, y con mas amplitud y en for-
ma mas pintorezca pasaror. a constituir uno de los principales atrac-
tivos de las narraciones chispeantes y movidas de Pedro Mártir de Angleria, el inimitable divulgador de todas las rarezas halladas en
el Nuevo Mundo. Tal vez sean las del Dr. Alvarez Chanca las pri-
meras informaciones que se enviaron a España sobre la pretendida antropofagia de los indios de algunas zonas del continente americano.
Aunque las noticias que recoge sobre este punto en su relaciiiri des-
cansan sobre simples conleturas, como la del hallazgo en algunas
de las islas descubiertas por Colón en su segundo viaje (las llama-
das Turuqueira, Ceyre y Ayay), de algunos huesos humanos roídos y de un pescuezo de hombre dentro de una holta, la leyenda ce
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divulgó en toda Europa, gracias no sólo a l estimulo que estas cos-
tumbres bárbaras ofrecian a la curiosidad de aquetlos puebios civi-
lizados, sino tambibn al estilo incorrec!~, pero encantador con que
juego fue referida por el autor d e l a s "Décades de Orbe Novo". E l mismo Cervantes recoge esa tradicibn, reai o irnaginafia, en el "Ru- fián Dichoso":
Ni el huracán te persiga
ni toques en la derrota
Bermuda, ni en l a Florida,
de mil cuerpos homicida, adonde, contra natura,
es el cuerpo sepultura
viva del cuerpo sin vida. ( jornada Segunda] .
FRAY BARTOLOME DE LAS CASAS
Después de Colon y de Diego Alvarez Chanca, es Fray Bartolo-
m& de las Casas, el escritor peninsular en quien se refleja con mas intensidad el sentimiento be ta naturaleza americana.
E l famoso filántropo y polemista, celebre por las calurosas de- fensas de la raza indigena que le hicieron en su época acreedor
a l titulo de "Procurador de los Indios", nació er; Sevilla en 1474, de familia noble, descendiente de uno de los caballeros franceses que
militaron en España bajo las banderas de Fernando el Santo. Llegó
por primera vez a la isla con l a expedición de Ovando, tercer go-
bernador de Indias, el 15 de abril de 1502. Aprendió la lengua de los naturales y gracias a su contacto con Fray Pedro de Cbrdoba, virtuoso y ejemplar sacerdote dominico, a quien sirvi6 de intkrprete en los primeros sermones que predicó en l a Espafio\a, abra76 con ardor la causa de los indígenas y se orden6 de sacerdote, oficiando
en La Vega Real, hacia 1510, la primera mica nueva q u e se celebro
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en el Nuevo Mundo. Después de una agotadora actividad que lo llev6
a cruzar catorce veces el océano y a desenvolver su cruzada apos-
tólica tan pronto en Santo Domingo y Cuba como en gran parte
de la América Central, fue investido en 1544 con el cargo de Obis-
po de Chiapas. En 1566 murió en el Convento de Nuestra Señora de
Atocha, de Madrid.
Las Casas puede ser considerado como el primer historiador que tuvo Santo Domingo. En el Convento Dominico de Puerto Plata
empezó a escribir hacia 1527 su "Apologética Historia de las'lndias".
Los primeros veinte capítulos de este libro, notable por la considera-
ble cantidad de noticias que contiene acerca de la lengua y de las
costumbres de los indígenas, se hallan dedicados a la isla. En su
"Historia de las Indias", terminada en 1561, habla nuevamente, en
términos sobremanera encomiásticos, de l a naturaleza de la Española,
y alude a los sucesos más notables acaecidos en la isla entre 1492
y 1520.
EL PANORAMA DOMINICANO EN LOS ESCRITOS DE LAS CASAS
La lujuriosa vegetación del trópico y fa hermosura y abundan-
cia de los ríos de la isla despiertan en Las Casas, al igual que en
Colón, el sentimiento de la naturaleza.
Arrastrado por su temperamento volcánico y por su imagina-
ción desenfrenada, el gran filántropo cae con frecuencia en hipér-
boles y en excesos cuando celebra la isla y describe su panorama
físico. Las maravillas de La Vega Real sobrepasan, según afirma
en uno de esos arrebatos de entusiasmo, a las de "toda la tierra del
mundo sin alguna proporcion cuanto pueda ser imaginada". Su
descripción adquiere extraordinaria viveza cuando el historiador se
refiere a las "sierras vestidas de yerba", a los manantiales que brotan
del seno de las rocas "como los dedos del medio salen de la mano",
y a los paisajes que parecen "pintados sobre un paño de Flandes".
FRAY BARTOLOME DE LAS CASAS
1 474- 1 566
Fray Barlolomé de Las Casas oficia la PRIMERA MISA NUEVA celebrada en el Nuevo Mundo en la Capilla del Obispo de la Concepción de la Vega, hacia 1510
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Pero es en la descripción de los ríos de la isla donde Las Casas
llega a la exaltación poética. La parte donde pinta la inocencia del
agua que salta en medio de los valles con infantil alborozo, puede
considerarse como una página maestra por la frescura de sus cotores y por l a intensidad que alcanza allí el sentimiento de la naturaleza.
En la enumeración de los ríos de la isla abundan sin duda los erro-
res debidos a su incontenible apego a la hipérbole y a su fantasía
desbordada. Pero ¡qué profundamente sintió Las Casas la comunión
del agua y de la tierra! El candor del sacerdote crece hasta la beatitud
en presencia de aquellas corrientes espumosas. Los ríos del Cibao
son para él "los más graciosos, lindos, frescos, y de las más suaves
y delgadas aguas que creo haber en el mundo". Leyendo la animada
descripción que hace Las Casas de los ríos de Santo Domingo, le
parece a uno lo que pinta el gran apóstol no es la naturaleza de
un país tropical sino la propia tierra de los santos. Tal es el aroma de
santidad que respiran esas páginas en las que parece sentirse la
presencia de un mundo sin pecado!
El agua de los ríos, con su fresca música, despierta en Las
Casas el sentimiento de l a belleza. Todas sus páginas descriptivas
sobre la isla de Santo Domingo, se hallan llenas de enternecedoras
alusiones a la hermosura y suavidad del agua. Cuando pinta las se-
rranías del Bonao, lo que más le sorprende es el espectáculo de
una cumbre de cuya cúspide se despeña "un arroyo de muy linda
agua".
Numerosas son las páginas en que Las Casas encarece la natu-
raleza de la isla de Santo Domingo con el ardiente acento del hom-
bre en cuyo pecho no se calmaron nunca las pasiones. Pero las con-
sagradas al valle de la Vega Real contienen sus mejores aciertos
descriptivos, sin duda porque esa zona de la isla en cuya iglesia
cantó su primera misa, es la región donde desatan su corriente los
ríos más hermosos de aquel edén terrenal en que en pleno mes de
noviembre "cantan los ruiseñores". El valle es, entre todos los gran-
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des espectáculos de la naturaleza, el que más ancho espacio ocupa en la poesía descriptiva. Por la imaginación del Edipo de Sófocles, cuando el anciano se acerca al bosque de las Euménides, pasa, como una visión deslumbradora, el recuerdo del valle de Colona. En la descripción del jardín encantado en que el Tasso situó el episodio de Armida y de Reynaldo, los críticos de la "Jerusalén Libertada" han señalado pintorescas reminiscencias del valle de Sorrento. Re- cuérdese, asimismo, las estancias en que refiere Petrarca el efecto que produjo sobre su espíritu, después de la muerte de Laura, el valle de Vaucluse.
En el valle de la Vega Real, vasta llanura "con más de treinta
leguas como la palma de la mano", creyó encontrar fray Bartolomé de Las Casas la sibila de la rama de oro que abre a los hombres las puertas de los Campos Elíseos. No puede desconocerse, en la des-
cripción de esa comarca, el entuiiasmo que despertó en el adusto
espíritu del obispo de Chiapas, la naturaleza del trópico y una inte- ligencia no vulgar de las armonías del mundo físico. La habitual
torpeza de la frase del infatigable polemista desaparece aquí para dejar traslucir, al través de la pesada erudición escolástica, una
exaltación verdadera y una pureza de líneas que se aproxima casi
a la sencillez del arte primitivo. No hay duda de que la hipérbole asoma también en este cuadro quitando al dibujo un poco de su
verdad nativa. Mas, es que hasta la belleza misma se desfigura y se
engrandece cuando es vista al través de esta sensibilidad desorbitada!
Pero muchas de las exageraciones de Las Casas, cuando describe los sitios que más llamaron su atención en Santo Domingo, pueden ser atribuídas al hecho de que aún el aguerrido disputador no había
visitado las demás regiones del continente y sólo podía oponer a la
exangüe naturaleza del Viejo Mundo la embelesante y pródiga de la maravillosa isla tropical que sirvió de escenario a sus primeras an-
danzas y en que recibió las órdenes sacerdotales. Las demás tierras le son indiferentes porque ya su carácter se había agriado en la por-
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
fía contra la injusticia y porque ya su oído era incapaz de inclinarse sobre la naturaleza para recoger el eco de su voz armoniosa. En el
alma de Las Casas, irritada por la.crueldad con que se clavaba en la garganta del indio la garra de los conquistadores, el dulce senti- miento dd la caridqd había ya tomado un carácter agresivo y jumultuoso.
GONZALO FERNANDEZ DE OVIEDO
Gonzalo Fernández de Oviedo, el más notable y a l a vez el más difuso de los primitivos historiadores de l a Conquista, consagró gran parte de su "Historia General y Natural de las Indias", a la
isla de Santo Domingo.
Este "inapreciable colector de memorias", como le llama Menén- dez y Pelayo, nació en Madrid en 1478. En 1514 pasó a América con el cargo de veedor de las fundiciones del oro en Tierra Firme.
Después de haber ejercido las funciones de Gobernador de Cartagena y de haber desplegado una incansable actividad política en Colombia
y en Panamá, donde se relacionó con la mayoría de los conquista- dores y aventureros que pasaron en aquella época a las Indias, fue nombrado en 1533 alcaide de la fortaleza de Santo Domingo. Aquí
ordenó el enorme arsenal de datos sobre l a flora y la fauna de América, así como sobre las costumbres de los indígenas, recogidos ,en sus andanzas por el continente al través de casi veinte años, y compuso con ese copioso material, el más grande que historiador
alguno haya podido reunir desde los tiempos de Herodoto, su fa- mosa "Historia General y Natural de las Indias". Antes de aparecer
esta obra, publicada solo en parte durante la vida del autor, dió
a la estampa en Toledo, en 1526, un Sumario de la natural y ge- neral historia de las Indias, libro lleno de noticias peregrinas sobre
el Nuevo Mundo que alcanzó inmensa boga en su tiempo y que me-
reció el honor de ser traducido al latín y a las principales lenguas
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modernas. La actividad literaria de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez fue tan grande como la de su vida aventurera: además de
las obras citadas, escribió numerosos libros sobre literatura, genealo-
gía y heráldica. La más conocida de sus obras, después de su volu-
minosa Historia general y natural de las Indias, es la intitulada
"Quincuagenas de los numerosos e ilustres y no menos famosos reyes,
príncipes, duques, marqueses y condes e caballeros e personas nota-
bles de España".
Fue probablemente Fernández de Oviedo, con l a sola excepción
de Las Casas, el español de.su tiempo que atravesó mayor número
de veces el Atlántico. Murió en 1557, después de una residencia de
más de treinta años en l a isla.
EL PAISAJE DOMINICANO EN LA OBRA DE FERNANDEZ DE OVIEDO
Escritor arduo y difuso, de frase tan pesada como el plomo, según el historiador inglés Fitzmaurice-Kelly, la Historia de Fernández
de Oviedo vale ante todo como arsenal de datos sobre la flora y la
fauna del Nuevo Mundo. Pero, no obstante la pesadez casi plúmbea
de su estilo, su libro seduce también por la eterna frescura de sus
descripciones desordenadas.
Colón observó la naturaleza de la isla con ojos de artista, de
poeta que pasó ante el paisaje tropical con el alma alucinada. Es cierto que las pupilas del Almirante penetraron también, a menudo,
con tanta sagacidad como las de Fernández de Oviedo, en los miste-
rios del mundo de las plantas y en la vida del trópico. Pero la faz
que se destaca por sobre todas las demás en sus descripciones, es la
del hombre de imaginación caudalosa.
El autor de la Historia general y natural de las Indias, en cam-
bio, contempló la naturaleza de Santo Domingo, como la de todo
el continente, con ojos de naturalista. No es posible desconocer l a
acuciosidad con que observó la vida de las plantas ni el valor extraor-
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
dinario de los datos que recogió acerca del mundo animal en todos los confines de la zona tórrida. Pero en todos los casos dio muestra de
una insensibilidad absoluta ante aquellas armonías del mundo físico
que se traducen en imágenes ideales o en belleza poética. Su preo-
cupación casi exclusiva, cuantas veces detiene su mirada en torno
a los incontables secretos que rodean la vida del nuevo continente,
es la de desentrañar l a utilidad de cada una de las cosas que va des-
cubriendo en ese' laboratorio portentoso.
Mientras Colón y el propio Las Casas se entusiasman con la
magnificencia del paisaje, y encarecen la naturaleza tropical con pa- labras enardecidas, Oviedo cierra los ojos ante el torrente de belleza
que bulle en torno suyo y se consagra a la búsqueda del dato de
interés científico o meramente utilitario, como los relativos a la fi-
sonomía geográfica del nuevo continente o a las propiedades medi-
cinales de las plantas que crecen en su suelo. A igual que Julio César,
de quien se afirma que compuso un tratado de gramática mientras
atravesaba los Alpes, sin dirigir una sola mirada de entusiasmo a
a a ~ e i esprc'ác~io peregri~o, Oviedo cruza varias veces el Darién pemarec;e-ao 'nsensi~le an'e aqvr'ias florestas que ni le ewbrle-
saron con SLI IUfo :rop:cal, ni Ir enardecieron con su aroma voluptmso.
Esta actitud desdeñosa de Oviedo ante el paisaje dominicano,
es tanto más sorprendente cuanto que, aparte de su cultura lite-
raria, su obra revela una frecuentación asidua de Petrarca y de
Sannázaro. El gran poeta toscano, a quien tanto parece admirar, dada
la frecuencia con que lo cita, es, sin embargo, el escritor de la época
en quien con más suavidad y con más energía se manifiesta el sen-
timiento de la naturaleza. Fuera de las estancias en que pinta el valle
de Vaucluse, asociando la dulzura de aquel paraíso terrestre a la
crisis moral en que lo sumió la muerte de Laura, el entusiasmo con
que Petrarca sintió las armonías del mundo físico se hace ante todo patente en la carta que escribió en versos latinos a Barbate de Sul-
rnone, y en la cual describe los bosques de los Alpes y encarece hasta la exageración la Galia cisalpina. En la obra de Sannázaro, otra
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de las preferencias literarias de Oviedo, l a decoración artificial y la gracia afectada y ceremoniosa de la vieja poesía bucólica no logran quitar al sentimiento de l a naturaleza su importancia, aunque el paisaje se encuentre allí desfigurado. El mismo Plinio, de quien Ovie- do se muestra tan adicto, supo también deslumbrar a sus contem- poráneos, en muchas de las descripciones que hizo sobre el conjunto de las fuerzas físicas, con la imagen de la naturaleza viva.
Contrariamente a lo que ocurre con el Diario marítimo de Colón, el cual es una galería de paisajes al mismo tiempo que un docu- mento precioso desde el doble punto de vista de la geografía y de las ciencias naturales, l a Historia Natural de las Indias es sólo, pues, un arsenal de datos donde no aparece un solo rasgo que revele la aptitud de su autor para la contemplación poética e ideal de la naturaleza.
CAPITULO II
ORIGENES DE LA CULTURA DOMINICANA
La cultura nació en la isla hacia 1502, con la fundación, en la ciudad de Santo Domingo de Guzmán, del Convento de tos frailes de la Orden de San Francisco, donde se establecieron las primeras es- cuelas rudimentarias, convertidas poco después en centros de ense- ñanza superior en que se cursaron la filosofía y la teología.
La llegada a la isla, hacia 1510, de los misioneros de la Orden de Santo Domingo, encabezados por el insigne predicador Fray Pedro de Córdoba, autor del primer libro que se escribió en el Nuevo Mundo, constituye el paso inicial hacia la creación en América de una cultura de tipo verdaderamente humanístico. El colegio funda- do por estos religiosos fue erigido en 1538, gracias a la bula In Apostolatus Culmine, en Universidad Pontificia, con los mismos pri- 'Irilegios de la de Alcaiá de Henares. De mayor importancia aún que la creación de la primera Universidad de América, llamada a ser durante los tres primeros siglos el centro de la vida intelectual de las
Antillas y de una gran parte de Tierra Firme, particularmente de
Colombia y Venezuela, fué la célebre controversia iniciada por los
dominicos en 1510, el mismo año de su arribo a la isla, acerca del
derecho de los aborígenes a gozar de las prerrogativas inherentes s
la persona humana. Con esta disputa, origen de la que todavía se
sigue planteando en nuestra época acerca de las libertades funda-
mentales del hombre, se convirtió la isla, aún en parte inexplorada,
en centro de la atención del mundo. El famoso teólogo Francisco
SU SANTIDAD PAULO III
quien mediante la Bula In Apostolatus Culmine, del 28 de octubre de 1538, erigió el colegio fundado por los dominicos en la antigua ciudad de Santo Domingo de Guzmán, en Universidad Pontificia, para que tenga y goce de "todos y cada uno de los privilegios, indultos, inmunidades, exenciones, libertades, favores y gracias, que así en la Universidad de Alca!á como en la de Salamanca, o en cualquiera otra de
los dichos Reynos de España ... usan, tienen y gozan ..." (Bula citada.)
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
de Vitoria, llamado e! Sócrates español, debía dar poco después a esa
controversia, iniciada con el sermón de adviento del Padre Antón de
Montesino, resonancia imperecedera.
La Universidad de los dominicos, a la cual se dio el nombre
que aún conserva de Santo Tomás de Aquino, llevó una vida tan fecunda hasta el final del siglo XVIII, que en 1786 tenía cincuenta
doctores y alrededor de doscientos estudiantes, muchos de éstos
procedentes de Cuba y Venezuela. Su labor cultural fue inmensa para
la época: de sus aulas salieron no sólo muchas figuras prestigiosas que tuvieron amplia intervención en la vida de la colonia, sino tam-
bién los primeros humanistas con que contaron Cuba y Venezuela, tales como Fray Tomás de Linares, primer rector de l a Universidad
de La Habana, establecida en 1728, y el Dr. Francisco Martínez de - Porras, primer rector de la Universidad de Caracas, creada en 1725.
No fue la Universidad de Santo Tomás de Aquino el único cen- tro de su especie que existió en Santo Domingo; ya a mediados del siglo XVI, rivaiizó con ella el Estudio creado en 1540 por Hernando
de Gorjón, hacendado español establecido en l a isla desde 1502.
Con el donativo de este filántropo, primer benefactor que tuvo la cultura nativa, las actividades de este centro de estudios superiores
se ensancharon hasta el punto de que el primitivo colegio de Gorjón fue investido por una cédula real del 23 de febrero de 1558, con
el rango de Universidad. El mejor testimonio del sorprendente desa- rrollo adquirido por la cultura de la isla hacia fines del siglo XVI,
lo constituye el hecho de que en el Estudio del medinense Hernando
de Gorjón, las cátedras se hallaban en gran parte ocupadas por es-
critores nativos: Diego Ramírez, Cristóbal de Llerena, Luis Gerónimo
de Alcocer, Dieao de Alvarado y Francisco Tostado de l a Peña.
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HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
LOS GRANDES CIVILIZADORES
Los civilizadores de la isla, como de toda América, fueron, pues, los hombres que llegaron a las tierras recién descubiertas vis-
tiendo el hábito religioso. Fueron los humildes monjes de la Orden
de San Francisco, de la Orden de Santo Domingo y de la Orden de la Merced, atraído's al nuevo continente, no por la sed de aventura y
de oro como los conquistadores, sino por el afán de ungir con el crisma romano a las tribus idólatras, los que evangelizaron el Nuevo
Mundo y los que desterraron al propio tiempo las tinieblas del cora- zón y de la inteligencia de l a s razas cristianizadas.
La obra estupenda de la incorporación de América a la civiliza- - ción, se cumple así por el choque de dos fuerzas contradictorias: la una representada por el conquistador, que reduce el aborigen a la esclavitud, y la otra por el misionero que lo prepara para la libertad abriendo ante él los horizontes del saber humano.
La obra portentosa de esos civilizadores ejemplares, se inició en
la isla con Fray Román Pane, fraile jerónimo que acompañó a Colón en su segundo viaje a la Española. Su gloria consiste en haber sido el primer maestro europeo que tuvieron los indios en el continente
americano. Familiarizado con el dialecto de una de las zonas en que se hallaba dividida la isla, realizó numerosas conversiones, y escribió
una relación sobre las costumbres de los indígenas que ha sido pu- blicada como apéndice al capítulo LXI de la Historia del Almirante,
escrita por su hijo Fernando Colón, conocido como el "patriarca de los bibliófilos modernos". La obra de Pane, "el primer europeo de quien se sabe que habló una lengua de América", según el Conde de de la Viñaza, contiene inapreciables noticias acerca de las supersticio-
nes de los indios y de sus prácticas religiosas.
Con Frey Nicolás de Ovando llegaron también en 1502, los frailes franciscanos que abrieron las primeras escuelas destinadas
a los indios, particularmente a los hijos de los caciques. Su supe-
J O A Q U I N BALAGUER
rior, Fray Alonso de Espinar, se distinguió por el celo con que se consagró a la enseñanza. Ya en 1520, los hijos de las principales familias oriundas de la isla eran iniciados por el bachiller Hernán
Xuarez en la gramática latina.
FRAY PEDRO DE CORDOBA
Pero entre esta pléyade de civilizadores se destacó, por la altura de su apostolado, Fray Pedro de Córdoba.
La llegada de este sacerdote a Santo Domingo, en el otoño de 1510, constituye el punto de partida de uno de los acontecimientos más memorables y más trascendentes de la Edad Moderna. El arribo
a América de Cristóbal Colón con las naves del Descubrimiento, es
acaso lo único que tiene una significación comparable a la que cabe
atribuir a la llegada de aquel humilde religioso: si del primer hecho
arranca una nueva era en la historia de la civilización, del segundo
nace la concepción moderna sobre los derechos de la persona hu-
mana.
Aunque sólo debió de tener veintiocho años cuando Ile-
gó a Santo Domingo, pues se supone que nació en Córdoba hacia
1482, el modesto predicador gozaba ya de renombre en España por
su mucha ciencia y por su carácter austero. Bartolomé de las Casas,
cuyo juicio en este caso se encuentra corroborado por otros contem-
poráneos del Padre Córdoba, habla del ilustre dominico como de un
hombre "lleno de virtudes, a quien Dios, nuestro Señor, dotó y arreó
de muchos dones y gracias corporales y espirituales". El grado de
superioridad moral del sacerdote cordobés, se puede fácilmente de-
ducir del hecho de que haya sobresalido en su propio país en una
época en que España servía de principal escenario a l a reforma
iniciada por Cisneros en favor de la fe y de las instituciones reli-
giosas. Era aquél el momento en que el propósito de restauración,
FRAY PEDRO DE CORDOBA
1482-1 521
JOAQUIN BALAGUER
dentro de su antigua austeridad, del estado eclesiástico, suscitaba en
toda la península, varones verdaderamente excelsos por su piedad y sus virtudes; y no resultaba fácil adquirir, en medio de l a sociedad
religiosa de entonces, la fama c m que el Padre Córdoba pasó al
Nuevo Mundo a ejercer su apostolado. Su conducta, al frente de la
comunidad de predicadores que se estableció en la isla después de
'la era de terror impuesta por Ovando entre la población indígena,
no defraudó las esperanzas de quienes se fijaron en él para la obra
de evangelización de las "islas del mar Océano", como .lo demues-
tra el hecho de que se le haya escogido, por Cédula Real del 20 de
mayo de 1519, para el cargo de Inquisidor general de Indias en
unión de Fray Alonso Manso.
Desde que llega a la isla, el Padre Córdoba inicia su misión
confundiendo a los enemigos del aborigen con la autoridad propia de
su virtud y con el espectáculo de su extraordinaria pureza. Aquella so-
ciedad en formación, integrada principalmente por aventureros veni-
dos de la península en busca de gloria mundana y de fortuna, care-
cía de sentimientos humanitarios y de verdaderos principios religio-
sos. Los sacerdotes que habían llegado hasta entonces a la isla, tales
como el Padre Boil, a quien se atribuye la gloria de haber oficiado
la primera misa que se cantó en el Nuevo Mundo, eran figuras me-
diocres y sin ningún relieve, o eran hombres realmente virtuosos,
pero de poco ánimo, que contemporizaron con el crimen y que nada
hicieron para contener o atenuar el exterminio de la población nativa.
La primera lección de humildad y de celo apostólico dada por el
Padre Córdoba a aquella sociedad corrompida, fué la de estable-
cerse con sus compañeros de religión, el Padre Antonio Montesino
y Fray Bernardo de Santo Domingo, en una choza pobrísima situada
en el corral de Pedro Lumbreras, vecino de la ciudad reconstruída
por Ovando en la margen occidental del Ozama. Poco después se
dirige hacia la villa de la Concepción de la Vega Real, y recorre a
pie más de treinta leguas, alimentándose en ese recorrido con "pan
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
de raíces", para ir a dar cuenta de su llegada a los virreyes don
Oiego Colón y doña María de Toledo. Allí, en presencia de los vi- rreyes y de los grandes dignatarios de la isla, y ante una inmensa
muchedumbre de indios que acudieron desde todos los rincones del
valle que rodea la ciudad de La Vega, predicó su primer sermón
que abarcó desde la creación del mundo hasta que Jesús fue sacri-
ficado. Después, según refiere Las Casas, el predicador se sentó en
una banca, y allí permaneció largas horas mostrando el crucifijo a
los indios maravillados. Lon indígenas, la mayor parte de los cuales
no habían sido aún ni siquiera evangelizados, permanecieron ajenos
al sermón del Padre Córdoba, pero los españoles, con el virrey a la
cabeza, se dieron cuenta desde el primer momento de que a la isla - había llegado un verdadero legionario de Cristo. Aquel sacerdote
de cuerpo amojamado y seco, en cuyos labios parecía transfigurarse
la palabra divina, hablaba de un paraíso prometido por Dios a todas
las criaturas, pero de donde habían de ser inexorablemente proscritos
los hombres sin caridad que explotaban inicuamente a sus prójimos
y permanecían extraños a los deberes propios de la solidaridad hu-
mana.
La impresión producida por el sermón de La Vega Real, fue
confirmada algunos días después en l a capital de la colonia, asiento
de la orden de predicadores dirigida por Fray Pedro de Córdoba.
En diciembre de 151 1, apenas un año después de su llegada a la
isla la comunidad dirigida por el autor de la "Doctrina Cristiana",
resolvió asumir la defensa de los indios y denunciar públicamente
los crímenes de los encomenderos y de las autoridades coloniales.
Para hace? la denuncia desde el púlpito, en el tono enérgico y so-
lemne que las circunstancias requerían, fue elegido el más vehemen-
te de los predicadores llegados con el Padre Córdoba a Santo Do-
mingo de la Española: Fray Antón de Montesino. Las palabras del
religioso, recogidas en gran parte por Las Casas en el Cap. IV, Libro III, de su Historia de las Indias, escandalizaron a su auditorio,
J O A Q U I N B A L A G U E R . -- - - .
y desde aquel momento la población europea de la isla quedó se-
parada en dos bandos antagónicos: el de los partidarios de las en-
comiendas y de la exterminación de los indios, y el de los que
abogaban por los fueros de la raza aborigen proclamando que los repartos eran inicuos y que las víctimas de ellos eran seres de razón
que nacían libres por naturaleza.
Los dos partidos optaron por enviar sendos embaiqdores a
España: el virrey y los que habían convertido la encomienda en
pingüe sistema de explotación, confiaron la defensa de sus intereses
a Fray Alonso de Espinar, sacerdote franciscano establecido en
Santo Domingo desde 1502, y los frailes dominicos escogieron al
propio Fray Antonio de Montesino. El representante de los explota-
dores de los indios fue recibido inmediatamente por el rey, el ya
valetudinario Fernando el Católico, y el trono se inclinó por un mo-
mento en favor de la iniusticia. Pero el padre Montesino, quien ha-
bía encontrado cerradas las puertas del Palacio Real, logró sorpren-
der un día la vigilancia del portero de la Cámara Regia, y se pre-
sentó de improviso ante el monarca. Postrado de rodillas ante el
más poderoso personaje de la época, leyó un memorial en que las iniquidades con que los encomenderos estaban exterminando en
Santo Domingo a la raza conquistada aparecían descritas con el tono
lúgubre y desconsolador que fue proverbial a aquel hombre a quien
Dios había dotado de una especie de sombría inspiración religiosa.
Cuando Fernándo el Católico acabó de escuchar aquella terrible acta
de acusación, se limitó a preguntar: "¿Eso es posible?". E l resul-
tado de aquella entrevista memorable, fueron las célebres Juntas de
Burgos, cónclaves de letrados y teólogos donde por primera vez se
discutieron los derechos de los indios. El 27 de diciembre del año
de 1512, se promulgaron treinta leyes destinadas a proteger al tra-
bajador indígena en Santo Domingo y en las demás colonias de
América. El espíritu humanitario que inspiró este noble cuerpo de
preceptos legales, tropezó en la práctica con la resistencia invencible
de los traficantes que desplazó hacia este lado del océano, la espe-
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
ranza de un lucro fácil y la sed de aventuras aguiiada por la fas-
cinación de un viaie al través de lo desconocido. Pero la empresa iniciada en Santo Domingo con el sermón de adviento del Padre
Montesino, cambió a la larga la suerte del aborigen americano, y
creó las bases de la más hermosa doctrina del Derecho Moderno: la de la libertad del hombre considerada como un fuero superior a
toda razón de Estado y a todo derecho de conquista.
"LA DOCTRINA CRISTIANA" DEL PADRE CORDOBA
La única obra escrita por Fray Pedro de Córdoba, l a "Doctrina Cristiana para instrucción e información de los indios por manera
de historia", tiene el mérito de ser el primer libro de su género que se escribió en América. Si la introducción de la imprenta en América se hubiera efectuado por Santo Domingo, como era permitido espe-
rarlo del hecho de que aquí se haya formado el primer núcleo de cultura europea que existió en el hemisferio occidental, l a obra del Padre Córdoba hubiera sido dada seguramente a la estampa antes de 1540, fecha en que salieron de los modestos talleres establecidos
en México, por Juan Pablos, los primeros libros impresos en el
Nuevo mundo.
Los originales de la obra del padre Córdoba fueron llevados a
México por fray Domingo de Betanzos, e impresos allí en 1544 por
cuenta del Arzobispo Fray Juan de Zumárraga, cautivado sin duda
por el extraordinario valor didáctico del libro compuesto por el do-
minico de la Española. Aunque el propio Zumárraga había hecho
imprimir en México desde 1542 una obra similar a la del Padre
Córdoba: "La Doctrina Breve", auspició la publicación del libro del
superior de los dominicos de la Española, porque reconoció sin duda
10s méritos extraordinarios de este último como obra destinada a
a evangelización de los naturales del continente americano. Basta
una simple ojeada a ambos libros para darse cuenta de la superiori-
dad del Padre Córdoba desde el punto de vista didáctico. Mientras el
J O A Q U l N B A L A G UER
dominico cordobés, en efecto, se atiene a las nociones más elementa- les de la historia sagrada, y desecha deliberadamente toda incursión por el campo de la especulación teológica, el Arzobispo Zumárraga no omite, al tratar sobre las potencias del alma y sobre otras materias análogas, referencias doctas que pueden considerarse en su obra como manifestaciones de pura erudición religiosa. Zumárraga, por ejemplo, recurre a las citas directas de la Sagrada Escritura, y a la transcripción en latín de pasajes enteros de los Libros Santos. Algu-
nos capítulos, como el relativo a la idolatría y a las supersticiones, o como el que lleva por epígrafe "Conclusión exhortatoria", apa- recen plagados de remembranzas eruditas. En la "Doctrina Cristiana"
del Padre Córdoba, por el contrario, todo está narrado con una sen-
cillez admirable, y las enseñanzas más abstractas se reducen a con-
ceptos objetivos puestos siempre al alcance del lector por medio
de imágenes y de comparaciones familiares.
Las diferencias en cuanto al estilo no son menos notorias que
las atinentes al fondo. La obra de Zumárraga, s i bien tan tersa y
clara en la forma como la del Padre Córdoba, adopta a menudo un
giro clásico que se desenvuelve con cierta concisión elegante: "La
verdadera honra es ser alabado y honrado de los que son en sí dignos de toda honra. La suma honra es aplacar a Jesucristo. La
honra cierta no hay por qué se deba a las riquezas, sino a las virtu-
des. Hácete luego acatamiento el pueblo e tiénete en gran venera-
ción. Oh loco! cata que aquella honra no se hace a t i sino a tus
atavíos".
La frase del Padre Córdoba, aunque igualmente correcta y tan
castiza como la del primer Arzobispo de México, tiende, en cambio,
a aquel género de prolijidad que suele ser característico de las obras
destinadas a la enseñanza: el autor no omite siquiera las redundan-
cias, y se complace en insistir en algunos conceptos hasta el punto
de alargar la lección con repeticiones enteramente ociosas: "El primer
artículo o la primera cosa es saber y creer que es un solo Dios
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
todopoderoso: y que no hay muchos dioses, ni más que un solo
Dios. Y este Dios es todopoderoso. Puede hacer todo cuanto quiera:
y ninguno puede hacer nada sin que Dios le dé poder ... Este Dios
que os predicamos es uno solo: y todopoderoso, y que hace todo
cuanto quiere: y ninguno puede hacer nada contra su voluntad". La
forma de exposición es, en todo el libro, semejante a la que acaba
de transcribirse: antes que por la belleza y uniformidad del estilo,
el autor se preocupa porque las verdades que expone penetren en el
espíritu de la enorme masa de población indígena entre la cual as-
pira a difundir su enseñanza religiosa.
Otra cualidad que realza el valor didáctico del libro del Padre
Córdoba es el empleo de ciertos recursos retóricos que, como las *
comparaciones, facilitan la inteligencia de las materias más abstrusas
y elevadas, y el empeño que el autor pone en presentar los más
nobles misterios de la religión bajo la forma de imágenes sensibles
y de enseñanzas concretas. He aquí el símil de que se vale para
poner al alcance de los indios el dogma de la inmaculada concepción:
"Y como la cereza engendra el cuesco sin abrir la cereza así el Hijo
de Dios fue concebido y engendrado en el vientre de su madre
Santa María sin abertura ni corrupción alguna".
Como testimonio de la tendencia del autor de La Doctrina
Cristiana a hacer sensibles los conceptos más puros, y a herir la
imaginación de los indígenas poniendo objetivamente ante sus ojos
las ventajas de l a virtud y los peligros del pecado, puede citarse
su magnífica descripción del infierno, con todos sus horrores, y l a
del paraíso, con sus jardines celestes donde las aguas corren sobre
arenas perfumadas. La pintura del Padre Córdoba, hecha con lujo
de imaginación y con extraña fuerza descriptiva, ha debido de im-
presionar vivamente a los indígenas y haber dado origen entre ellos
a numerosas conversiones. No era posible hablar a esas conciencias
candorosas con más energía persuasiva, ni dotar la lengua de la verdad con mayor poder de captación si se tiene en cuenta que tales
J O A Q U I N B A L A G U E R
pinturas iban encaminadas no a seres fanatizados en la herejia, pero sí a multitudes a las cuales no era dable convencer con re-
cursos dialécticos dirigidos a la razón discursiva. La viveza con que se
halla descrito en el libro del Padre Córdoba el cuadro aterrador del
infierno y la suavidad con que presenta el contraste del paraíso reservado a los cristianos, fue sin duda una de las causas principales
del éxito con que esa obra se empleó en México y en las Antillas
para la evangelización de los indios. Zumárraga y Fray Domingo de
Betanzos han debido tener muy en cuenta, aparte de la sencillez
del libro del Padre Córdoba, y de lo mucho que en él hay de posi-
tivamente didáctico, tanto por la encantadora llaneza del estilo como
por la habilidad con que en sus páginas se repiten las nociones que
integran cada uno de sus capítulos, esta cualidad verdaderamente
preciosa en una obra de tal categoría: el realismo de sus descripcio- nes y sobre todo, la extraordinaria fuerza del contraste entre el pa-
raíso y el infierno, entre la gloria reservada al creyente y el castigo
que Dios reserva a quienes persisten en el error y olvidan la religión
verdadera para rendir culto a falsos ídolos y a divinidades sanguina-
rias. A esta primera cualidad, a este poder no común para herir la
imaginación del indio con pinturas dotadas de una vivesa extraordi-
naria, se añade otra no menos valiosa en un libro destinado a la
evangelización del aborigen: la amenidad con que los misterios de
la religión son descritos "a manera de historia". El Padre Córdoba
traza, desde el segundo capítulo, el cuadro maravilloso del origen
del mundo y de l a generación humana, y después de remontarse a
la presencia de Adán y Eva en ese huerto de deleites que Dios creó
para ellos cuando todavía la tierra, de reciente hechura, no había
sido manchada por la desobediencia y el pecado, describe a Lucifer
con su corte de ángeles rebeldes que, no tienen más oficio que el
de "procurar que hagamos mal para llevarnos al infierno", y que
pueden considerarse como los verdaderos culpables de la herejía
en que viven los indígenas, inducidos por ellos a olvidar a Dios
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
para rendir culto a divinidades infernales. En el capítulo final, repro- ducción resumida probablemente del célebre sermón pronunciado por el Padre Córdoba en la ciudad de La Vega a raíz de su llegada a Santo Domingo, el gran dominico reúne el material disperso en
los distintos capítulos y vuelve a repetir, en una síntesis admirable
por su concisión y sencillez, l a historia de la creación del mundo,
enlazando las nociones científicas sobre la redondez de la tierra y su
trayectoria alrededor del sol con los dogmas y principios de la ver-
dad revelada. Este capítulo refleja admirablemente las cualidades que
distinguen, desde el punto de vista didáctico, la obra del Padre
Córdoba: todo él es una prueba del don extraordinario que tuvo el
gran sacerdote para hacer comprensible a las inteligencias menos
evolucionadas los misterios de la religión y de la ciencia, desde el
nacimiento de la especie humana hasta la forma de la tierra y el
origen del día y de la noche. También aquí puede admirarse, como
en todos los capítulos de la "Doctrina Cristiana", el empeño del
Padre Córdoba de enlazar los misterios sagrados que describe con
los errores propios de las creencias que profesan los indígenas. El
arte con que el predicador dominico relaciona las verdades que des-
cribe con las particularidades de la idolatría de los indios y con las
características de su vida religiosa, es uno de los mayores aciertos
de la "Doctrina Cristiana". Esta cualidad sola bastaría para convertirlo
en un libro precioso y tal vez único entre los muchos que se publi-
caron en México y en otros países de América en los primeros años
de la evangelización del Nuevo Mundo. Como testimonio de este
acierto, conseguido con perfección inigualable, puede citarse la re-
lación que el Padre Córdoba establece entre l a misión que tienen, en
el orden del mundo y en el curso de las acciones humanas, los
ángeles desterrados por el Señor del Paraíso, y el origen de los teu-
cales y de los templos erigidos por los indígenas a sus falsos dioses.
Ninguno de los libros escritos en América para la instrucción
religiosa de los indios, supera al del Padre Córdoba que parece
JOAQUIN BALAGUER
haber servido de modelo aVn a los que se editan con el mismo objeto
muchos años después de la aparición en México de la obra del
Primer Inquisidor del Nuevo Mundo. La superioridad que se atribuye
en al "Códice Franciscano" a la cartilla de Fray Alonso de Molina, no
se funda en el valor propiamente didáctico o literario de esa obra,
sino en la habilidad adquirida por el autor en la lengua de los natu-
rales de la Nueva España. Pero ni aún la Doctrina Cristiana Breve y
compendiosa por vía de diálogo entre un maestro y un discípulo,
sacada en lengua castellana y mexicana, atribuída a Fray Domingo
de la Anunciación, sin duda la más importante, desde el punto de
vista de su valor didáctico, de las obras publicadas en América para
la evangelización de las razas indígenas, logra mejorar la que com-
puso el dominico cordobés para los indios de la Española.
El Padre Córdoba, según las referencias que de él han conser-
vado Las Casas y otros contemporáneos, no parece haber dominado
ni la lengua lucaya de los indios de la isla de Santo Domingo, ni
ninguno de los dialectos de las otras zonas de América hasta donde
extendió su acción evangelizadora. Esa circunstancia le impidió ad-
quirir como predicador la fama de un Pedro de Gante, y contribuyó
probablemente a que no llegara a ejercer en ningún momento sobre
los indígenas de la Española un ascendiente moral parecido al que
tuvieron sobre los naturales de la Nueva España, un Fray Antonio
de los Reyes o un Motolinía.
Pero si no llega a ser, debido a esa sola razón, una gloria
del púlpito americano, como no lo fueron desde ese punto de vista
ni Fray Domingo de Betanzos ni el propio Fray Juan de Zumárraga,
no obstante todo el fuego y la energía que puso este último en su
.empresa civilizadora, sí utilizó su palabra, tanto en el confesionario
como en la cátedra sagrada, para inclinar a los más poderosos per-
sonajes españoles de la época en favor de la humanización de la
conquista. Confesor de muchos de los capitanes que pasaron por l a
isla en el tormentoso período en que permaneció a l frente de su
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
cargo como jefe de los dominicos de la Española y como Inquisidor
del Nuevo Mundo, la fama sola de sus virtudes y esa especie de halo del cielo que circundaba su frente de elegido, le bastaron para contener en muchos casos, la impetuosidad de aquellos aventureros
haciéndolos más benignos y suavizando el rigor con que resplande-
ció en sus manos la espada de los vencedores. La prédica y el buen ejemplo eran más.necesarios a los españoles que a los propios indí-
genas, y el mayor beneficio que podían recibir los aborígenes era precisamente el que les hacían aquellos hombres notables por su
santidad a quienes los agentes de la conquista miraban al f in y al
cabo como a una especie de representación en la tierra de la justi- cia divina. La autoridad de que disfrutó sobre sus compatriotas, y la
influencia que pudo ejercer sobre ellos desde el confesionario, le permitieron al Padre Córdoba, como a Zumárraga y a Fray Domingo de Betanzos, trabajar en favor de los indios con más provecho que
los más elocuentes predicadores que enseñaron la fe a los aborigenes
en sus lenguas nativas.
FRAY ANTON DE MONTESINO
El nombre de Fray Antón de Montesino es, como el del Padre
Córdoba, inseparable de la historia de la cultura dominicana. De los miembros de la famosa Orden de Predicadores que hacia 1510 se establecieron en Santo Domingo de la Española, ninguno fue dotado de tanta elocuencia ni poseyó en grado tan eminente el don
de comunicar a su predicación grandeza inusitada.
Cuando los d,om inicos, escanda1 izados por las violencias ejercidas
sobre los indios por los encomenderos, deciden emprender una cru-
zada en favor de la humanización de la conquista, a quien escogen para que hable en nombre de la justicia vilipendiada es a Fray
Antón de Montesino. ¿Por qué? No porque fuese, entre aquellos soldados de Cristo, el varón de más autoridad por su ciencia o sus
JOAQUIN BALAGUER
virtudes. Si en él recayó, por consenso unánime, la elección com-
prometedora, fué sin duda porque aquel grupo de religiosos le sabía
dotado del género de elocuencia necesario para aquella lid entre la
humanidad y la codicia, entre el poder civil y la palabra indefensa.
Fray Bartolomé de Las Casas, quien lo conoció íntimamente y quien
figuró entre los encomenderos comprendidos en aquel la terrible acta
de acusación levantada en 151 1 desde la cátedra del Espíritu Santo,
lo describe como un "hombre aspérrimo en su predicación".
La doble intrepidez de Montesino (intrepidez de ánimo e intre-
pidez de palabra), rayó en el heroísmo durante los dos sermones
predicados en Santo Domingo de la Española, cuando se inició, en
las postrimerías de 151 1, la célebre controversia sobre l a libertad
de los indios y la conducta que debían observar frente a ellos las
razas colonizadoras.
Los párrafos del sermón de Adviento transcritos por Las Casas,
no obstante el nervio que les resta, para un lector de hoy día, el
ceremonioso lenguaje de la época, revelan a Fray Antón de Monte-
sino como un orador sagrado digno de los primeros tiempos de la
Iglesia. El tono de amenaza, propio de las sombrías admoniciones de
los profetas, augures de grandes catástrofes y de castigos ejemplares,
no quita a ese discurso memorable su aire clásico ni su dignidad
sentenciosa. El coraje verbal, el viento épico que sacude sus cláu-
sulas como s i fueran florestas azotadas por rugidos de animales
salvajes, contribuye más bien a engrandecer la doctrina que allí se
expone con la majestad propia de un hombre que se sentía, en el
instante de pronunciar ese sermón, como un ser escogido por la
Providencia para grabar los mandamientos divinos en el pórtico de
un mundo. El orador se pone a la altura de su misión, y desde el
principio se anuncia como un emisario providencial ante sus oyentes
consternados: "yo, que soy voz de Cristo en el desierto de esta
isla ..." Esa voz se eleva para enrostrar a los victimarios de los indíge-
nas sus crímenes, y para requerirles el cumplimiento de sus deberes
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
de solidaridad humana en tono imperativo: "La cual voz os será
la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más espan-
table y peligrosa que jamás no pensasteis oír". El auditorio, com-
puesto en su mayor parte por soldados y por aventureros sin con-
ciencia, escucharon con espanto y terror aquellas palabras que, según
Las Casas, "les hacían estremecer las carnes", y se creyeron por
un instante conducidos ante Dios para el juicio final a que serán
llamados todos los hombres cuando la mano del Señor tienda in-
flexible la vara de la justicia sobre la redondez de la tierra. Pero
de pronto el ánimo del orador se serena, y vienen párrafos que pa-
recen hechos adrede para franquear la puerta de los cielos ante la
conciencia de los arrepentidos: "Estáis en pecado mortal, y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes
gentes". El predicador ofrece luego el perdón a los que acaten la
palabra divina: "Cómo estáis en tanta profundidad, de sueño tan
letárgico, dormidos"; ¿pero esos rasgos de serenidad contienen en el
fondo nuevos barruntos de tormenta, y los períodos en que el orador
parece con el corazón sosegado, se asemejan en el discurso a esas
calmas profundas que sólo sirven para anunciar las grandes cóleras y las grandes revoluciones de la naturaleza. Del púlpito vuelven a
caer sobre el auditorio como una lluvia de fuego, como una ininte-
rrumpida sucesión de relámpagos, aquellas palabras de admonición
que Las Casas calificó admirablemente de voces terribles y pungi-
tivas: "Decid: con que derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel
y horrible servidumbre aquestos indios? Con qué autoridad habéis
hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus
tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y
estragos nunca oídos, habeis consumido? cómo los tenéis tan opresos
y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades,
que de los excesivos trabaios que les dais incurren y se os mueren,
y por mejor decir, los rnatais por sacar y adquirir oro cada día? Y qué cuidado teneis de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y criador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domin-
J O A Q U l N B A L A G U E R
gos? Estos, no son hombres? No tienen ánimas racionales? No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? Esto no entendeis? Esto no sentís? Tened por cierto que en el estado en que estais, no os podeis mas salvar que los moros y los turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo".
¿Que efecto tuvo el sermón de Fray Antón de Montesino? Todos los que oyeron al terrible orador salieron aquel día de la iglesia amedrentados pero no convertidos. La misa "pudo apenas terminar", y los encomenderos, como movidos por un resorte común, abandonaron el templo con el seño sombrío y la conciencia descom- puesta. Después de la comida, la cual según Las Casas, no debió ser aquel día muy gustosa, se congregaron en el palacio del Almirante y decidieron, con la venia sin duda de Diego de Colón, exigir a l Vicario de los dominicos una retractación pública de cuanto había dicho el predicador, calificado por todos de "sembrador de doctrina nue- va" y de "hombre escandaloso". El Padre Córdoba recibió con hu- mildad las quejas de los protestantes, y sin que su ánimo se alte- rara, oyó con cristiana resignación las injurias vertidas sobre Mon- tesino, autor, según los encomenderos y las autoridades de l a co- lonia, de una "doctrina nunca oída", con todas las seducciones y todos los inconvenientes de una novedad sediciosa. El Vicario, de- seoso de apaciguar los ánimos, prometió que el propio Fray Antón de Montesino tornaría a ocupar el púlpito el domingo siguiente, y que en su nuevo sermón se referiría otra vez al tema de las relacio- nes de los encomenderos con la raza, indígena.
En la fecha convenida, la iglesia se llenó materialmente con la flor de los tiranizadores de los indios. Entre el numeroso concurso sobresalían algunas caras conocidas: l a cara de vinagre de don Mi- guel de Pasamonte, instrumento en Santo Domingo de la Española de la política de opresión de Conchillos; la de Francisco de Garay, uno de los más opulentos encomenderos de la Española; y las de Ponce de León, García Carrión y otros potentados, enriquecidos con el odioso sistema de los tributos personales.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
E l sermón predicado en esta nueva ocasión por Montesino,
tuvo el mismo tono enérgico y l a misma brusquedad que el pri-
mero. El reproche punzante y la advertencia punitiva volvieron a so-
nar Iúgubremente en labios de este terrible reprendedor de los
vicios humanos. Lejos de rectificar las palabras pronunciadas el do-
mingo anterior, Montesino condenó con más énfasis la injusticia de que se hacía víctima a los indios en las labranzas y en las ex-
plotaciones mineras, y volvió a amenazar con espantosos castigos
a, los agentes de ese comercio inhumano. El adusto fraile, poseído
de irrefrenable indignación, se irguió de nuevo ante el concurso
hostil en una actitud decidida y firme en que se mezclaban, a la vez, algo de la dignidad de San Pablo ante el Rey Agripa y de l a soberbia orgullosa ., de Ambrosio ante los enemigos de Jesucristo y
de la verdad revelada. De los extractos de este nuevo sermón que nos trasmite Las Casas, se deduce, sin embargo, que el tono de la
predicación fue más conciliatorio. Lo que el orador se propuso en
esta segunda ocasión fue ante todo convencer a su auditorio de que
las doctrinas expuestas en el sermón precedente reposaban en l a más pura tradición religiosa. "Tornaré a referir -explicó el orador,
tras haber anunciado el tema de su nueva predicación-, desde su
principio, mi ciencia y verdad que el domingo pasado os prediqué
y aquellas mis palabras que s i os amargaron, mostraré ser verda-
deras". Después de repetir los razonamientos que escandalizaron
la vez pasada a sus oyentes, Fray Antón de Montesino pasa a de-
mostrar cada uno de ellos con nuevas consideraciones y con el apoyo
de las más grandes autoridades de la Iglesia, para concluír afirmando
que l a Orden de Predicadores, en cuyo nombre hablaba, no abando-
naría sus propósitos de defender a los indios ni otorgaría los bene-
ficios de la confesión a nadie que ofendiese en la persona de esos
mártires los fueros de la conciencia humana. Para dar mayor énfasis
a sus afirmaciones, cerró su discurso con un reto que sorprende, s i se
piensa que fue lanzado en medio de latitudes todavía semi salvaies
y gobernadas por traficantes sin escrúpulos, incapaces de oir otra voz
- J O A Q U I N B A L A G UER
que la de sus propias ambiciones: "podeis escribir a quien os pa-
rezca en Castilla, porque tenemos la seguridad de que servimos
con nuestra actitud al Rey y de que somos en el desierto de esta isla
intérpretes de la justicia divina".
En estos dos sermones de Fray Antón de Montesino, tuvo origen
una de las más fecundas controversias de la historia: la libertad del
hombre.
No es poca la gloria que cabe al eminente orador sagrado
que supo dar a esa doctrina el énfasis necesario para que adquirie-
ra después, en manos de otros apóstoles de más ciencia teológica y
de más autoridad jurídica, repercusiones verdaderamente universales.
Sin el fuego que comunicó Montesino a l sermón de Adviento con que
soliviantó los ánimos de los explotadores de la raza indígena, y sin l a
elevación que infundió a sus amenazas, más severas que las que arran-
caron a San Pablo los vicios de la sociedad romana, no hubiese po-
dido seguramente aquella doctrina traspasar los mares para remover
de un extremo a otro !as conciencias europeas. Los encomenderos de
Santo Domingo de la Española pudieron haberse limitado a reprender
por su propia cuenta a los humildes frailes dominicos que asumieron
la defensa de los nativos frente a las necesidades económicas de la
colonización, y haber continuado su inicua obra de exterminio sin
prestar oído a aquellas amenazas proferidas desde una isla igno-
rada en medio del océano. Pero el autor de esos dos sermones habló
poseído de aquel género de elocuencia que los hombres nunca olvi-
dan porque abre hondos surcos en su corazón y porque parece como
una repercusión en la tierra, de la voz de los cielos inmortales.
El grado de disconformidad y de violencia adquirido por la protesta
de los encomenderos amotinados, constituye el mejor testimonio de
l a inconcebible grandeza y de la abrumadora rectitud con que vibró
en labios de Montesino la palabra de.Dios convertida en esta oportu-
nidad, gracias a la elocuencia del ilustre fraile, en arma ajusticiadora.
HISTORIA. DE LA LITERATURA DOMINICANA
MONTESINO Y LAS CASAS
Las Casas, según se desprende de los capítulos de la Historia
de las Indias en que alude a Montesino, sintió por el predicador
dominico admiración desenfrenada. Cuando el inquieto sacerdote
se decide a abandonar el odioso y lucrativo sistema de las enco-
miendas para dedicarse por entero a la filantropía, abnegadamente
ejercida en beneficio de la raza indígena, embarcó en 1515 para
España en unión de Montesino, verdadero iniciador en la Corte
de la campaña de los dominicos de la isla Española en favor de la libertad del indio americano. El gran predicador, quien ya había
osado desafiar el escándalo de los magnates y franquearse, con sus
propias manos,-las puertas ded la Cámara Regia, es quien conduce a Fray Bartolomé de Las Casas al través de aquel mundo para él a
la sazón desconocido. De ahí en adelante, el dominico será por mu-
cho tiempo el guía de Las Casas en la empresa que tanta fama había
de dar al futuro procurador de los indios. Los elocuentísimos alegatos
de Montesino, asociados a tos menos ardientes, pero igualmente
persuasivos de Matías de la Paz, dieron lugar a las ordenanzas dic- . tadas en 1516 por las Juntas de Burgos, en el ánimo de cuyos
miembros ha debido de influir más sin duda la palabra del estu-
pendo predicador, que los memoriales de Las Casas, redactados en el
estilo plúmbeo que fue característico del antiguo socio de Pedro de
Rentería. Cuando el autor de la Historia de las Indias vuelve a Es- paña en 1517, tras las espantosas matanzas de Cumaná y Las
Lucayas, Fray Antón de Montesino es quien nuevamente le acom-
paña y sostiene en sus andanzas .Filantrópicas, y es su elocuencia
irresistible la que empuja las puertas palaciegas por donde llega
hasta Carlos V la voz de los dominicos de la Española.
La preferencia de Las Casas por Montesino se explica por la
proximidad que reina entre los temperamentos de estos dos adalides
de la libertad de las razas americanas. El predicador dominico, in-
-- I O A Q U I N BALAGUER
comparablemente más elocuente que Las Casas, tiene, sin embargo, mucho de común con el filántropo sevillano. La vehemencia de sus
almas y el celo, acaso desmedido, por la justicia, establece entre ellos una especie de común denominador que los aproxima ante la his- toria. Ambos aparecen identificados no sólo por su devoción a la causa de los indios, no menos grande en Montesino que en Fray Bartolomé de Las Casas, sino también por la forma exterior que
adoptan el uno en sus sermones y el otro en sus cartas y en sus memoriales: igual violencia en los consejos, idéntica aspereza en las recriminaciones, la misma inoportunidad y el mismo fuego en las amenazas y en las invectivas, y parecido desdén tanto a las lisonjas y a las iras de los poderosos como a los halagos y seducciones del mundo. No sería posible decir en cuál de los dos apóstoles fue más grande y más vivo el sentimiento de la fe en la justicia invisible, ni cuál se distinguió más por su amor al desvalido y por su caridad fer- vorosa.
Pero Montesino, sin ser historiador y sin poseer como Las Casas el don de infundir un formidable aliento polémico a la palabra es- crita, y de elevar a esferas casi divinas las controversias humanas, gracias a cierta poderosa vena de filántropo y de contendor con que fue natural y abundantemente dotado, vence a su émulo y compa- ñero en elocuencia de buena ley y en cualidades de todo género para la predicación combativa. No hay en toda la abundantísima obra del procurador de los indios, no obstante el carácter furiosamente polémico de sus escritos más notables, un solo párrafo que iguale
en ferocidad y en belleza, en vigor de estilo y en fuerza incisiva
y a veces desolladora, los fragmentos de los sermones del predicador
dominico que el propio Las Casas, seducido sin duda por las prendas
que en tales extractos resplandecen, transcribe en su Historia de las
Indias, en donde han permanecido como un testimonio de la ner-
vuda elocuencia del úniao orador sagrado que durante los pri-
meros siglos del Descubrimiento hizo resonar en América el verbo
de Isaías.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
LOS GRANDES PRELADOS
No es poco lo que debe la cultura nacional a los prelados que ejercieron, desde los inicios de la colonia, el gobierno espiritual
de la isla.
El primer obispo residente (1) de Santo Domingo, el doctor Alejandro Geraldini, fue un escritor de abundante vena que dejó tes- timonio en obras de la más varia índole, de su afición a la arqueolo-
gía y a la literatura. Nacido en Italia, en 1455, fue designado para la silla obispal de la 'Primada de las Indias en 1516, pero sólo cuatro
años después trasladó a la isla para hacerse cargo de la dignidad con que lo honró el Papa Julio II. En su "ltinerarium", obra escrita en latín acerca de las regiones subequinocciales, habla con entusias-
mo sobre las bellezas de la isla y se muestra gratamente sorprendido
de que la "ínclita Ciudad de Santo Domingo", asiento de su obis-
pado poseyera, apenas veinticinco años después del descubrimiento,
edificios tan altos y hermosos como los de Italia y calles más rectas
y anchas que las de Florencia.
Al morir Geraldini, en 1524, le sucedió en la silla obispal de
la Primada, don Sebastián Ramírez de Fuenleal, hombre igualmente
docto que se empeñó en difundir la educación entre los naturales.
Por real cédula del 22 de diciembre de 1529, el nuevo obispo logró
que una casa perteneciente a la corona fuera dedicada al estableci-
miento de un colegio que abrió sus puertas en 1530 para adoctrinar
tanto a los indios como a los hijos de los europeos a quienes el to-
rrente de la conquista había arrastrado hasta la Ciudad Primada.
Ramírez de Fuenleal, quien ejerció también los cargos de Goberna-
dor y Presidente de la Real Audiencia de Santo Domingo, permaneció
en la isla hasta 1532, fecha en que fué trasladado a México. Dejó
muestras de sus aficiones literarias en los manuscritos de una obra
que lleva por epígrafe "Relación de la Nueva España".
J O A Q U I N BALAGUER
El tercer obispo gobernador, también adicto a la literatura, fue don Alejandro Fuenmayor, autor de un importante memorial titulado "Relación de cosas de la Española", compuesto en 1549. Después de haber cesado como obispo y gobernador, cargos que ejerció durante la década de 1533 a 1543, volvió a la isla en 1547 investido con el rango de primer Arzobispo de la Primada de las Indias.
La serie de los grandes jerarcas de la Iglesia que durante. el siglo XVI y comienzos del XVll pasaron por la si l la episcopal de Santo Domingo, se cierra con Fray Nicolás de Ramos, llamado en su tiempo "pico de oro" por la elocuencia de sus sermones, y con Fray Agustín Dávila Padilla, que ilustró con su sabiduría la cátedra sagra- da y escribió, entre otras obras de carácter histórico, una "Historia de la fundación y discursos de la provincia de Santiago, de México, de la Orden de Predicadores, por los oídos de sus varones insignes y casos notables de Nueva España". Dávila Padilla nació en México en 1562 y murió en Santo Domingo en 1604.
OlDORES Y OFICIALES REALES AFICIONADOS A LAS LETRAS
Los oidores y oficiales reales que residieron en Santo Domingo, durante los días en que la ciudad mereció el título de "Atenas del Nuevo Mundo", fueron también, en su mayor parte, aficionados a las buenas letras.
Los más notables, no sólo por su saber e ilustración sino tambiCn por el donaire con que manejaron la pluma, fueron el oidor Alonso Suazo (1466- 1539), autor de numerosos memoriales e informes di-
-rigidos al Emperador Carlos V, y de una "Memoria sobre la condi- ción de los indios de Santo Domingo y Cuba", y el oidor Licenciado Juan de Echagoyan que escribió, con el título de "Relación de la Isla Española", una reseña importantísima por la variedad de datos
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
que contiene acerca de la naciente colonia y de las condiciones de sus habitantes.
La cultura nacional no debe nada, en cambio, a otros oidores que se limitaron a escribir cartas y memoriales relativos a las acti- vidades propias de sus funciones: así Lucas Vásquez de Ayllon (-j. 1526), natural de Toledo, y oidor en Santo Domingo desde 15 1 1; Alonso Cáceres y Ovando, Pedro Gómez Morquecho, autor de obras jurídicas como la titulada "Tractatus de Cronoruron divisione", pu- blicada en Madrid en 1601, y García Fernández de Torrequemada, cuyas comunicaciones se refieren más a las cosas de Cuba, donde in- tervino en importantes disputas como magistrado, que a las de la Española.
Del célebre historiador Alonso de Zorita ( 1 5 12- 1566), quien fue oidor de la Audiencia de Santo Domingo, de 1547 a 7553, y a
quien la cultura de México debe una notable "Historia de la Nueva España", sólo se conservan algunas cartas relativas a la isla, y un
"Catálogo de los autores que han escrito historias de Indias", donde se mencionan obras y escritores relacionados con la primogénita de las colonias españolas del Nuevo Mundo.
GRANDES ESCRITORES QUE RESIDIERON EN SANTO DOMINGO EN EL SIGLO XVI
Santo Domingo fue el centro de la enorme actividad civilizadora desarrollada por España en el Nuevo Mundo durante l a primera mi- tad del siglo XVI. La isla tuvo, por tal razón, el privilegio de reunir en su seno todas las grandes instituciones de que se valió la Madre Patria para esa labor portentosa: la primera Real Audiencia, estable- cida en 15 1 1; la primera Universidad, creada con las mismas prerro- gativas que la de Alcalá de Henares, en 1538; y la primera silla episcopal, erigida desde 1545, con la categoría de Arzobispado. La pomposa corte, de estilo europeo, establecida en 1509 por el
JOAQUIN BALAGUER
Virrey don Diego Colón a orillas del Ozama, contribuyó también a
dar a la colonia un aire de castizo esplendor y de fastuosidad inusi-
tada. El Obispo Alejandro Geraldini, prelado doctísimo bajo cuya
capa de púrpura se escondía un verdadero hombre de mundo, no
advirtió diferencia alguna, según el mismo refiere en su "ltinera
rium", entre las costumbres cortesanas que halló en la colonia al Ile-
gar a ella en 1540 y las que acababa de abandonar en Europa, don-
de había servido como preceptor de las infantas menores de Castilla.
La Atenas del Nuevo Mundo atrajo así a todas las grandes fi-
guras que pasaron a América, en busca de gloria o de fortuna. De
ella salieron hacia las demás zonas aún inexploradas del continente
los grandes conquistadores: Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Rodri-
go de Bastidas, Vasco Núñez de Balboa, Diego Velázquez, Pedro de
Alvarado, Francisco de Gálvez, Juan de Griialva, Alonso de Oieda,
Juan Ponce de León, Pedro Menéndez de Avilés, Pánfilo de Narváez y Alvaro Núñez Cabeza de Vaca.
En la isla se formó, al propio tiempo, una especie de corte li- teraria constituída por los principales poetas y escritores peninsulares
que residieron definitivamente o accidentalmente en América hasta
muy entrado el siglo XV11. Los de mayor significación, sea por la celebridad de sus nombres o sea por l a influencia que ejercieron en
el florecimiento intelectual de la colonia, fueron los siguientes:
Eugenio Salazar de Alarcón ( 1 530- 1602), poeta madrileño, autor
de un "Canto en loor de la muy leal, noble y lustrosa gente de Santa
Domingo". Residió en la isla de 1573 a 1580, y en su "Silva de
poesía", publicada fragmentariamente por Bartolomé José Gallardo en su "Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos" (tomo
IV, Madrid, 18891, recoge preciosos datos sobre la vida intelectual de Santo Domingo durante el siglo XVI.
Lázaro Bejarano, poeta y escritor, natural de Sevilla, desde
donde se trasladó a Santo Domingo, probablemente poco despuCs
de 1534. Residió durante largo tiempo en la isla, donde se le estimó
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA -
como "hombre de honra e digno de crédito", según el historiador
Fernández de Oviedo. Fue gobernador de las islas de Curazao,
Aruba y Bonaire, cuyo señorío heredó su mujer, hija de Juan de
Ampies, regidor de Santo Domingo y fundador de la ciudad de Coro,
en Venezuela. En 1541 regresó a Santo Domingo. Ocho años después
fue procesado por el Cabildo eclesiástico, juntamente con e! merce-
dario Fray Diego Ramírez, bajo ¡a acusación de haber formulado
públicamente proposiciones erróneas y de haber perman~cido du-
rante tres años en Curazao sin confesar y sin oír misa. Es autor de un
"Decálogo Apologético", en que apoya las ideas de fray Bartolomé
de Las Casas en favor de los indios e impugna las de Juan Ginés de
Sepúlveda.
De Lázaro-Bejarano sólo se conservan varias composiciones poé-
ticas de carácter religioso y algunos versos satíricos donde censura
a los principales personajes que intervienen en el gobierno y en la
vida social de Santo Domingo durante sus largos años de permanen-
cia en la colonia. En la sátira "El purgatorio del amor", alude, con
maligna intención, a las autoridades de la isla, especialmente al
presidente de la Real Audiencia, don Alonso de Maldonado:
También vide a Maldonado,
Licenciodo y Presidente,
A la sombra de una fuente
Descuidado del cuidado
Que el rey le di6 de su gente
Juan de Castellanos (1522-1607), célebre en la historia de la literatura hispanoamericana por su libro "Elegías de Varones Ilustres
de Indias", larga crónica en verso de los principales sucesos de que
fueron teatro en su época las tierras del Nuevo Mundo, donde se
revela como poeta a veces trivial y desaliñado, pero de increíble
facilidad y lleno de cierta sencillez candorosa. Estuvo en la is la y
P.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
alude con frecuencia a Santo Domingo sobre todo en la cuarta elegía
de la primera parte.
Tirso de Molina (1583-1648), uno de los nombres universales de la literatura castellana, reputado como el autor del primer drama
religioso del mundo, "El Condenado por desconfiado" y célebre
entre los ingenios de más poderosa vena dramática con que se honra el teatro moderno, por haber dado vida, entre otras creaciones
imperecederas, a la figura de don Juan, inmortalizada por primera vez en el "Burlador de Sevilla", residió en Santo Domingo de 1616 a 1618. Vino a la isla en compañía de los frailes mercedarios a quie-
nes se encargó de reorganizar, bajo la dirección del Padre Lector
Fray Juan Górnez, el viejo convento de las Mercedes, establecido en
Santo Domingo desde 1514. A su actividad y a l a de sus compañeros
de apostolado los padres Fray Diego de Soria, Fray Hernando de
Canales, Fray Juan López y Fray Juan Gutiérrez, se debió, según él mismo refiere en su "Historia General de la Orden de la Merced",
la transformación de la casa de los mercedarios en "comercio de
espirituales intereses y en retrato del Paraíso". Refiere el propio
Tirso de Molina que la acción intelectual desarrollada bajo la prelacía
de Fray Juan Gómez por los padres de l a Merced, fue tan benefi-
ciosa que a l cabo de dos años los Lectores podían ser escogidos
entre los naturales, resultado al que también contribuyó el hecho de
que el clima de la isla "influye ingenios capacísimos puesto que
perezosos".
Varias de las comedias de Tirso de Molina, particularmente
las tituladas "La Villana de Vallecas" y "'Amazonas en las Indias",
contienen reminiscencias de Santo Domingo que revelan la profunda
impresión dejada en el espíritu del insigne mercedario por las cos-
tumbres de los indígenas y por la naturaleza tropical de los territo-
rios que conoció en el Nuevo Mundo.
Entre los ingenios que residieron por corto tiempo en la isla,
Pero que contribuyeron poderosamente a hacer de ella, hasta las
J O A Q U I N B A L A G U E R
postrimerías del siglo XVII, el centro de la vida intelectual del Nuevo Mundo, merecen especial mención Bernardo de Valbuena, autor del poema épico "El Bernardo", notable por el vigor con que se reflejan en sus versos la exuberante grandiosidad y el lujo desatado de la naturaleza americana, quien permaneció en Santo Domingo de 162 1 a 1623, año en que fue investido con la dignidad de Obispo de Puerto Rico; Fray Alonso de Cabrera (1549-1606), uno de los más severos y elocuentes oradores sagrados de lengua castellana, quien pronunció en Santo Domingo sus primeros sermones, al iniciarse en la carrera de predicador hacia el año 1570; Fray Pedro de Aguado, autor de una "Historia de Venezuela" y de una "Historia de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada" y el Padre José de Acosta (1539- 1599), quien reunió en su obra "Historia natural y moral de las Indias", abundante información acerca de la flora y de la fauna de la isla.
SEGU NDA P A R T E
CAPITULO III
LA COLONIA
LOS PR IMEROS POETAS NATIVOS
En Santo Domingo existió, antes que en cualquier otro país de América, un grupo de nativos en quienes el contacto con la nueva civilización despierta bien pronto la sensibilidad literaria.
Los primeros cultivadores de la poesía en la isla, según se des- prende de las noticias que nos han sido trasmitidas por el Dr. Juan Méndez Nieto, en sus "Discursos Medicinales", y por Eugenio de Salazar en su "Silva de Poesías", fueron Diego y Juan de Guzmán, Arce de Quirós, el canónigo Francisco de Liendo (1 527-1 584)) hijo del célebre arquitecto montañés Rodrigo de Liendo, constructor de la iglesia de las Mercedes; el alguacil mayor Luis de Angulo (1530- 1560), Francisco Tostado de la Peña, Elvira de Mendoza y Leonor de Ovando
La producción poética de estos autores nos es desconocida. Sólo de Francisco Tostado de la Peña, catedrático de la Universidad de Santiago de la Paz, en 1583, se conserva un soneto "de bienvenida al oidor Eugenio de Salazar, al llegar a Santo Domingo", que concluye con los siguientes tercefos:
Vuestra venida tanto desseada a todos ha causado gran contento, según es vuestra fama celebrada; y esperan que de hoy más irá en aumento esta famosa isla tan nombrada, pues daros meresció silla y assiento.
J O A Q U l N B A t AGUER .- -- - * - - - - -
De doña Leonor de Ovando, profesora en el Monasterio de
Regina, a quien Eugenio de Salazar califica en su "Silva de Poesía", de "ingeniosa poeta y muy religiosa observante", se conservan cinco sonetos y la siguiente composición escrita en versos blancos:
Seys son las que se van, yo sola quedo: el alma lastimada de partidas, partida de dolor, porque partida partió y cortó el contento de mi vida cuando con gran contento la gozaba. Mas aquella Divina Providencia que sabe lo que al alma le conviene, me va quitando toda el alegría, y para que sepays que es tan zeloso, que no quiere que quiera cosa alguna igual divino esposo de mi alma, sino que sola a el solo sirva y quiera, que soto padesció por darme vida; y sé que por mi sola padesciera y a mi sola me hubiera redimido si sola en este mundo me criara.
LOS PRIMEROS PROSISTAS
Entre los .nativos que escribieron en prosa, los que más nom-
bradía alcanzaron fueron el fraile Agustín Alonso de Pacheco (1540- 1615), quien se hizo famoso en el Perú, a donde se trasladó todavía
muy joven, por la elocuencia de que hizo gala en el púlpito; el predi-
cador mercedario Diego Ramirez autor de algunos tratados de ín-
dole moral sobre varios libros de la Biblia, a quien en 1558 se le
instruyó, juntamente con Lázaro Bejarano, un proceso inquisitorial
por haber sostenido proposiciones que se consideraron heréticas y
que dieron lugar a que se le obligara a abandonar el hábito de la
Orden de la Merced; el fraile dominico Fray Alonso de Espinosa,
autor, según afirma Gil González Dávila en su "Teatro Eclesiástico
de la Primitiva Iglesia de las Indias Occidentales", de un comentario
sobre el psalmo 44, que lleva por epígrafe, Eructavit cor meum verbum bonum, y el canónigo Cristóbal de Llerena,
Cristóbal de tlerena nació en la ciudad de Santo Domingo,
entre 1540 y 1545. Aunque fue, según el Arzobispo Alonso López de Avila, "maestro de sí mismo", llegó a saber tanto latín "que
pudiera ser catedrático de Prima en Salamanca", y tanta música
"que pudiera ser maestro de capiila en Toledo". Enseñó gramática,
durante más de cuarenta años, en la Universidad de Santiago de l a Paz, y fué de loscque más contribuyeron a promover entre el elemento
nativo, la afición a los estudios clásicos y a la literatura. Sus con-
temporáneos de más calidad hablan de él en términos particularmente
elogiosos. Alonso López de Avila lo califica de "hombre de rara
habilidad", y el canónigo Luis Gerónimo de Alcocer, quien lo ltama
"gran poeta de sus tiempos", asegura que a él debía la ciudad de
Santo Domingo "todo lo que hay en ella de buenas letras".
Lo poco que conocemos de la biografía de Cristóbal de Llerena se reduce a los siguientes datos, debidos al investigador Fray Ci-
priano de Utrera, quien los dio por primera vez a la luz pública en su
libro Universidades: en 157 1, ordenado ya como sacerdote, regen-
teaba la cátedra de gramática latina en la Universidad de Santiago
de la Paz y era al propio tiempo organista de la Catedral; en 1575.
desempeñaba las funciones de capellán menor del Hospital de San
Nicolás; en 1576, las de capellán mayor; en 1583, investido ya con
la dignidad de canónigo, fue privado de su cátedra en la Universidad
de Santiago de la Paz, por el Visitador Rodrigo de Ribero, y en 1588
fue procesado por haber hecho representar en la Catedral, con
motivo de las festividades de Corpus Christy, un entremés en que
censuraba acerbamente la violencia de las autoridades de la colonia
y las nuevas reglas establecidas por éstas para el cambio de la mo-
J O A Q U I N BALAGUER
neda; expulsado por los oidores a Río de la Hacha, en Nueva Granada,
regresó al año siguiente; luego fue maestrescuela de la Catedral y fi- nalmente provisor de la misma. En 1510 asistió como maestrescuela
del Cabildo de la Catedral, al Sínodo diocesano convocado por el Arzobispo Fray Cristóbal Rodríguez Xuarez. De la producción literaria de Llerena sólo se conserva el entremés que dio motivo a la ira de
los oidores y a su extrañamiento de la isla. Pero a juzgar por ese
pasatiempo literario, lleno de reminiscencias clásicas, y en el que se advierte cierta vis cómica y cierta aptitud de buena ley para la
sátira, el antiguo canónigo de la Catedral, mereció la reputación de que gozó entre sus contemporáneos como hombre de no vulgar
ingenio y de no poca cultura.
CAPITULO IV
LA LITERATURA DOMINICANA EN EL SIGLO XVll
El siglo XVll se inició para Santo Domingo con un hecho fatal que no sólo debía servir de base al largo proceso de l a decadencia de la colonia, ya relecjada a un segundo orden por el descubrimiento de los ricos imp6rios del Perú y de la Nuéva España, sino también a la división de la is la en dos porciones dominadas por razas y por culturas diferentes: las devastaciones de 1605 y 1636, medida atroz, aconsejada a Felipe II por € 1 Gobernador Antonio Osorio, en virtud de la cual fueron destruidas rodas 13s poblaciones del litoral por donde se hacía el comei.cio con el extraniero.
Pero no obstante el empobrecimiento y las emigraciones en ma- sa a que dio lugar la Rsal Orden de 1603, salvajemente ejecutada por Osorio, Santo Dcmingo continiló siendo hasta ya entrado el sig!o XVIII, el más activo foco de cultura del continente gracias a su supremacía eclesiástica y al prestigio de sus dos universidades que seguían atrayendo estudiantes de otras zonas del Nuevo Mundo.
Las principales figuras literarias de esta centuria, fueron Luis Gerónimo de Alcocer, Francisco F. de Torquemada, Diego de Alvara- do, Tomás Rodríguez de Sosa, Antonio Giron de Castellanos, Baltasar Fernández de Castro, Fray Diego hlartínez, Tomasina de Leiva y Mosquera, Francisco Melgarejo Ponce de León, José Clavijo, Miguel Martlnez y Mosquera, Roariyo Cloudio Nialdonado, Alonso de Car- vajal y Campofrio, Garcia Carvaial y Francisco Morillas.
Luir Gerónimo de Alcecer nació en la ciudad de Santo Domingo en 1598. Ingresó en la carrera eclesiástica y durante nueve años,
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de 1627 a 1635, fue racionero de la Catedral. También fue catedrá-
tico superior de latín, de teología moral y, capellán del Colegio de
Gorjón. Se distinguió en sus estudios, y el Arzobispo Fray Facundo de
Torres lo reconirnda a l rey, en carta de 1635, como hombre "recogido
y estudioso". Alcanzó sucesivamente la dignidad de tesorero de la
Catedral en 1662 y de maestrescuela en los últimos años de su vida.
Luis Gerbnimo de Alcocer enriqueció la cultura dominicana
con una de las obras que revisten mayor interés histórico para el
conocimiento de la situación de la colonia durante la primera mitad
del siglo XVII: l a "Relacikn Sumaria del Estado presente de la Isla
Española en las lnaias Occidentales y cosas notables que hay en
ella". Se trata no sólo de una minuciosa reseña geográfica e histó-
rica de la isla, sino también de una descripción de su flora y de su
fauna, de sus vi!las y ciudades y de las riquezas de su suelo.
Contiene también la obra de Alcocer valiosas noticias acerca de las
iglesias y de los hospitales construídos hasta entonces y una relación
de los hombres notables, en particular de los pertenecientes al estado
eclesiár-tico, q3Je encauzaron en aquel siglo l a vida política e inte-
lectual de la colonia. Escrita con naturalidad y con la independencia de
criterio propias de un hombre que se limitó a observar, no sin cierta
fibra patriótica, los sucesos que describe y los personajes a quienes
alude para asoc~ar!os en una u otra forma a l proceso de la decaden-
cia de la isla, constituye el monumento literario de mayor relieve
compuesto en aque!los tiempos por la pluma de un dominicano.
Diec;o de Alvarado, natural de la ciudad de Santo Domingo,
fue uno de los más notables sacerdotes nativos del siglo XVll
Apolinar Tejera (Literatura Dominicana), lo menciona como uno de los catedráticos del Colegio de Gorjón y encarece la inagotable
vena de predicador con que ilustró durante más de cinco lustros la
cátedra sagrada. Fue largos años cura párroco de la ciudad de San-
tiago de los Caballeros.
Tomás Rodríguez de Sosa, nació hacia 1606. Fue esclavo du-
rante su mocedad. Sicjuió, ya liberto, la carrera eclesiástica, y so-
HISTCRIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
bresalió hasta ta l punto como predicador, que el Arzobispo Francisco Pío de Guadalupe y Tellez dice de él que no se cansaban de oírle en el púlpito "doctos y no doctos". Ejerció durante mucho tiempo
el cargo de capellán de la fortaleza de Santo Domingo.
Antonio Girón de Castellanos, nació en 1645. Se distinguió también como orador sagrado y desempeñó durante sus últimos años el cargo de canónigo magistral de la Catedral de Santo Domingo.
Murió en 1700, en su ciudad nativa.
Baltasar Fernández de Castro (1623-1705)) fue Deán de la Cate- dral, Gobernador del Arzobispado y Rector del Colegio Seminario. Gozó de mucho crédito como teólogo moralista y como predicador. La opinión que prevaleció acerca de él entre sus contemporáneos se halla sintetizada'así, por el gobernador Juan del Barranco: "ha sido digno de una mitra".
Francisco Melgarejo Ponce de León (1635-1683), era hijo del Licenciado Juan Melgarejo Ponce de León, oidor de la Audiencia por largos años y luego gobernador, de 1649 a 1650, y de doña
Petronila Gómez. Se hizo sacerdote y poco antes de su muerte, en 1682, fue elevado a la dignidad ,de maestrescuela de la Catedral. Cultivó la poesía, pero de él sólo se conserva la siguiente octava, compuesta en elogio del libro Antiaxiomas morales, médicos, filosó- ficos y politicos, publicado en Madrid, en 1682, por el Licenciado Fernando Diez de Leiva, médico sevillano que contrajo matrimonio en Santo Domingo, en 1662, con María hnosquera Montiel:
Política, moral, filosofía, Leiva, en breve volumen enseñaste; con docta, aguda y métrica energia,
contra adagios sesenta peleaste: ¿cuánta Noruega de ignorancia fría a átomos desde tomo iluminaste? De tu escrivir no cesse la carrera, buelve a ser sol humano desta esfera.
J O A Q U I N BALAGUER
Fray Diego Martínez, sacerdote dominico, escribió versos en latín y de él se conserva una estrofa compuesta en esa lengua clásica con motivo de la publicación de los Anti-axiomas de Fernando Diez
de Leiva.
Tomasina de Leiva y Mosquera, nació, probablemente, en 1663. De sus composiciones poéticas, escritas algunas en romance y otras en lengua latina, lo que revela su excelente educación clásica, sólo
se conservan algunas estrofas que aparecen reproducidas en el libro publicado por su padre el licenciado Francisco Diez de Leiva.
José Clavijo, nació en 1604. Fue "maestro de niños" durante
varias generaciones, y su colegio, establecido en la calle del Conde
de la antigua ciudad de Santo Domingo, alcanzó gran popularidad
en la época. Sólo le han sobrevivido los siguientes versos, insertos
en los Anti-axiomas del médico andaluz Diez de Leiva:
Crítica tu pluma, enmienda
muchas larvas de verdades,
por que las que persuades
firmes el mundo en tí aprenda.
Leiva, en tan sabia contienda
coronará tu victoria
mucho aplauso, mucha gloria
del docto y no lisonjero,
y en el siglo venidero
nombre, honor, vida y memoria.
Miguel Mariínez y Mosquera, cuya biografía nos es totalmente
desconocida, figuró entre los versificadores nativos que saludaron
con poesías laudatorias, a la usanza de la época, la aparición del
libro de Diez de Leiva:
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Leiva, imán de los sentidos,
tu suave canto encanta;
no a Orfeo hicieron de tanta fuerza los tracios oídos;
no a Amphión, cuyos sonidos
muro a Tebas erigieron,
pues, más que aquestos, pudieron
mover tus vozes oídos,
de ciencia, hallando en tí vidas los que en muerte de error fueron.
Rodriga Claudio Maldonado compuso en elogio de los Anti- axiomas, los siguientes versos, única muestra de .yt afición a la
poesía que nos h a sido conservada:
Cada soneto, o Leiva, es un diamante
que Cevlán racional tu mente lleva; de fondo grave, de decir brillante,
Joya en todos al mundo has dado nueva
que lo enriquezca de valor constante;
era, por que más dádivas te deva; buelva a asistir essa fecunda mina
raro numen de gracia peregrina.
Los capitanes, Alonso y Garúa de Carvajal y Campofrío, el Úl- timo de los cuales desempeñó el cargo de Alguacil mayor de la Real Audiencia, escribieron también versos de circunstancias, inspi- rados por la publicación del libro de Diez de Leiva:
¿Quién vió dulce a la hiel reprehensiva,
y a nutrir ya a captor cevo suave?
Sólo quien vió este estilo agudo y grave,
sólo quien vi6 esta musa persuasiva.
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¡O, siempre lo que sabe cante, escriba! Que es útil golosina lo que sabe. ¡O! nunca de escucharla el mundo acabe! De un buen rato, quien no la oyó se priva Leiva, éste es plato del mejor guisado, s i no es árbol de fruta sazonada, que guisó o sazonó docto cuidado. ¿Qué digo? De la huerta celebrada hespéride, es cualquier verso estimado
una manzana de oro' y no guardada.
(Alonso de Carvajal)
Escrivid, Leiva, escrivid, que causais admiración, s i en proverbios Salomón, en lo armónico David.
Mucha riqueza incluid de ciencia, en tan breve erario de cada soneto vario, que el saber es más riqueza, y más saber can franqueza darle al provecho ordinario.
(Garcia de Carvajal}
Otro poeta dominicano, Francisco Morilla, escribe a fines del siglo XVll (1691) un romance inspirado en el triunfo de las armas españolas en la batalla de l a Sabana Real de la Limonade. Lo único
que conocemos de esa composición, son los siguientes versos recogi- dos por Antonio Del Monte y Tejada en su Historia de Santo Domingo:
Que para sus once mil sobran nuestros setecientos.
CAPITULO V
ESCRITORES NATIVOS DEL SIGLO XVl l l
La colonia de Santo Domingo, después del fugaz esplendor
que alcanzó bajo eJ reinado de Carlos 111, se encaminó lentamente
hacia la ruina, en el siglo XVIII, debido, entre otras causas, al per-
manente estado de zozobra creado por la frecuencia de las invasio-
nes extranjeras y a la política de incuria obser~ada'~or l a metrópoli
en lo que se Gfiere a l a mhs antigua de sus posesiones en el
continente americano.
Dos acontecimientos, el uno favorable y el otro adverso, se ha-
llan particularmente vinculados, durante esta centuria, a l proceso
de la cultura dominicana: la introducción de la imprenta, hecho
que, según el testimonio del historíador martiniqueño Moreau de
Saint-Mery, tuvo lugar antes de 1783, y la cesión, en 1795, de la
parte oriental de la isla a Francia, lo que dio motivo a que las fami-
lias que representaban en el país una tradición de más de dos siglos
de supremacía intelectual, emigraran hacia Cuba y hacia otras tierras
vecinas.
Los escritores dominicanos de más importancia, pertenecientes al
siglo XVIII, fueron Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, Antonio
Sánchez Valverde, los hermanos Antonio y Jacobo Villaurrutia y el
jurisconsulto Antonio Meléndez Bazán.
Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, nació en la ciudad de
Santiago de los Caballeros en 1694. Hizo sus estudios en la Univer-
sidad de Santo Tomás de Aquino, donde obtuvo el bachillerato y la
licenciatura en cánones. En 1715, a la edad de veintiún años, fue
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designado canónigo doctoral de la Catedral de Santo Domingo. En
1728 se trasladó a Cuba, donde asistió a la consagración del nuevo Arzobispo de Santo Domingo, don Antonio Claudio Alvarez de Qui- ñones, y el 3 de mayo de ese mismo año, cantó su primera misa en la parroquia de San Cristóbal, de la ciudad de La Habana. Poco
después fue designado provisor y vicario en Santiago de Cuba, y en 1729 fue promovido a deán, cargo que desempeñó hasta 1749. Luego se trasladó a Nicaragua donde fue obispo de 1751 a 1753.
Desde fines de 1753 hasta la hora de su muerte, acaecida el 30 de diciembre de 1768, ejerció el Obispado de Santiago de Cuba. En
1757 se doctoró en cánones en la Universidad de San Gerónimo, de La Habana. Fue hombre notable no sólo por el celo con que ejerció sus funciones eclesiásticas, sino también por el valor cívico con que supo enaltecer su dignidad de prelado. Su actitud valerosa ante la ocupación de La Habana por los ingleses en 1762, rodeó su figura
de brillante aura patriótica y ha dado lugar a que todavía hoy el pueblo de Cuba pronuncie con respeto el nombre del ilustre sacer- dote dominicano. Expulsado en esa ocasión por el comandante de las fuerzas invasoras, el Conde Albermale, se resistió a acatar la orden del conquistador británico, siendo llevado entonces en una silla por varios soldados ingleses que lo condujeron al barco en que debía partir para el destierro. Con la misma altura moral intervino, como mediador, en la sublevación de los mineros del Cobre, ocurrida, en
Cuba, en 1731.
Morell de Santa Cruz consagró a las letras el tiempo que le dejaron libre sus deberes como dignatario de la Iglesia. Como testi- monio de su devoción a la cultura, probablemente heredada de los
Del Monte y de tos Pichardo, familias a las que le unían cercanos lazos de parentesco, pueden recordarse, además de las importantes obras de carácter histórico que compuso, los esfuerzos que realizó para establecer una universidad en Santiago de Cuba.
Como escritor fue más abundante que elocuente, pero suplió la falta de elevación y de gracia en sus escritos, con cierta sencillez
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
de expresión y con cierta gravedad sentenciosa. De las obras históricas que escribió, sólo dos han sido dadas hasta hoy a la estampa: la Historia de la Isla y Catedral de Cuba, el más importante de sus libros, y la Visita apostólica, topográfica, histórica y estadística & todos los pueblos de Nicaragua y Costa Rica. En el primero de esos trabajos re- copiló datos de singular interés para el conocimiento de la historia de Cuba, posterior a la conquista, y en el segundo traza con lujo de de- talles un panorama completo de las villas y ciudades de Costa Rica y Nicaragua, en la- época en que visitó esos países. Los siguientes párrafos bastan pare dar idea tanto del estilo habitual del au- tor como del carácter de la minuciosa narración titulada Visita Apostó- lica: "El río del Salto sirve de término a la provincia de Costa Rica y de Nicoya. Es caudaloso, perenne y lleno de grande lajas; éstas, hacia la parte de abajo del paso real, detienen un poco las aguas; rezáganse, ., y aumentadas caen precipitadamente por un despeñadero como de dos estados de elevación: el ruido es extremo y causa pavor mientras se sale del peligro. Evacuado, se recrea la vista y el ánimo contem- plando tal prodigio, digno verdaderamente de admiración. Esta singu- laridad ha comunicado a l río el distintivo de Salto. Entrase inmedia- tamente en la provincia de Nicoya, que desde este lindero, que es la parte oriental, hasta el mar del Sur, que es la occidental, consta de treinta y seis leguas de latitud, y desde la Sabanilla que está en medio de la montaña de Nicaragua hasta el mismo mar del Sur, compone se- senta leguas de longitud".
Antonio Sánchez de Valverde y Ocaña, hijo del agrimensor
Juan Sánchez Valverde y de Clara de Ocaña, nació en la antigua
ciudad de Santo Domingo en 1729. Hizo sus primeros estudios en el
Colegio de San Francisco Javier, de la Compañía de Jesús, y el 23 de diciembre de 1755, se gradub de licenciado en teología en la Universidad de Santiago de la Paz. El 14 de noviembre de 1758, recibió el grado de bachiller en derecho civil en la Universidad
de Santo Tomás de qquino. Hacia 1763 se trasladó a España,
donde obtuvo el título de abogado de los Reales Consejos. En no-
JOAQUIN BALAGUER - -- -
viembre de 1765, se le concedió el beneficio de racionero de la Catedral de Santo Domingo. Murió en Guadalajara, México, donde desempeñó también el cargo de racionero el 9 de abril de 1790.
Slnchez Valverde dio a la publicidad los siguientes libros:
"El predicador", trdtado dividido en tres partes, al cual preceden
unas reflexiones sobre los abusos del púlpito y medios de su re- forma, editado en Madrid en 1782; "Sermones panegiricos y de misterios", en 1783; "ldea del valor de la lsla Española y utilidades que de ella puede sacar su monarquía", en 1785; "La América vin- dicads de la calumnia de haber sido madre del mal venéreo", dado también a la estampa en 1785; "Examen de los sermones del padre Eliseo, con instrucciones utilísimas a los predicadores, fundado y autorizado con las Sagradas Escrituras, Concilios y Santos Padres", en
1787; y "Carta Respuesta" en que se discutpa en el modo que es posible de los gravísimos errores que en sus sermones le reprehendió don Teófilo Filadelfo", en 1789.
Fue el racionero de la Catedral de Santo Domingo, un escritor fluente, dotado de viva imaginación y de palabra suelta y abundosa. Su estilo, sobre todo en sus Sermones panegíricos, tiene la claridad
y la energía propia de la elocuencia sagrada. Como polemista, cam- po al que se vió arrastrado con frecuencia debido a lo levantisco de su carácter, dejó páginas llenas de vigor, en que se traslucen su cul- tura clásica y su inclinación al estilo sentencioso. La más importante de sus obras, s i no por su valor literario, sí, en cambio, por el interés
que ofrece para la historia dominicana, es la que lleva por epígrafe ldea del valor de la lsla Española, reeditada en 1947, con anotaciones del historiador Fray Cipriano de Utrera.
Tuvo Sánchez Valverde, en la elaboración de esta obra, el
acierto inestimable en un libro de ese género, de situarse en un plano de imparcialidad absoluta. Su preocupación principal fue la de aparecer siempre verídico, y así, al trazar el cuadro de las riquezas de la is la y de la utilidad y abundancia de sus recursos naturales, no incurre ni en las exageraciones apologéticas de Las Casas y del
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propio Colón, ni en los excesos que deslustran, en sentido contrario, las obras de otros historiadores. Testimonio del interés del autor en rodear el panorama que describe de toda la exactitud posible, para dar de la isla una impresión realista, es la imparcialidad con que sehala los yerros de Charlevoix, aún cuando favorecen a la Española,
como en el caso de los datos del historiador francés relativos al ta- maño del valle de la Vega Real y al número e importancia de sus corrientes fluviales. Se cuidó especialmente Sánchez Valverde, de proscribir de su I'ibro datos hipotéticos y de fi- hacer en él ningún
género de afirmaciones aventuradas. No es, en efecto, la ldea del valor de la isla Espaiiola, una obra escrita con ligereza e inspirada en el deseo de deslumbrar con pinturas optimistas al gobierno de
Madrid, o en seducir a la opinibn extranjera con perspectivas en- gañosas. Lo que en todos sus capítulos resalta, por el contrario, es el amor a l a verdad, ofrecida allí sin velos y sin retóricas; pero al mismo tiempo con la firmeza d-. un hombre que se siente seguro de lo que dice en defensa o en alabanza de su solar nativo.
El propósito de SSnchez Valverde, de ser lo más veraz posible cuando elogia la isla o cuando encarece las riquezas del suelo domi- nicano, se vio especialmente favorecido por el hecho de ser el autor de la ldea del valor de la lsla Española, un espíritu práctico, dotado de un extraordinario sentido de observación, a quien sus funciones eclesiásticas permitieron recorrer de un extremo a otro el país y CO-
rroborar, con los recursos de su propia experiencia, los informes recogidos en las obras de Oviedo y de otros historiadores y natura- listas que conocieron con lujo de detalles el primer establecimiento colonial que poseyó España en las Indias Occidentales. También pudo Sánchez Valverde beneficiarse de la experiencia de su padre, el agrimensor Juan Sánchez Valverde, de quien parece haber heredado el hijo el afecto al suelo natal y la afición a la geografía y a las
ciencias naturales.
La ldea del valor de la lsla Española tiene, a l propio tiempo que un carácter expositivo, un aspecto polémico que alcanza en las
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piginas finales, rasgos de agudeza extraordinaria. Su estilo, por lo general lleno de templanza, se torna entonces vibrante y animado. En el capítulo XIX, donde el autor defiende contra la opinión de Weu-ves a los criollos de la parte española de la isla, acusados por aquel escritor, de violentos y holgazanes, se hallan muchas de las pinceladas más enérgicas, en lo atinente a la expresión y al estilo, de cuantas escribió Sánchez Valverde, sin excluir las que compuso para la oratoria sagrada. Sánchez Valverde pinta con firmes colores la vida que hacían, a l radicarse en el trópico, los inmigrantes fran- ceses que impulsaron las primeras plantaciones de café en la parte occidental de la isla. Lo que él llama, con un término asaz pintoresco, la poltronería del colono europeo, está caracterizada en Idea del valor de la Isla Española, por algunos trazos enérgicos que valen e ilustran más, sobre aquella sociedad colonial, que todas las argu- mentaciones del abate Raynal y de otros historiadores que han descrito magistralmente la prosperidad de la colonia francesa: "Cada francés -escribe Sánchez Valverde - hacendado o habitante, vive en su Cafetería. Idigotería, &c., como un Señor, en una casa magnífica, acomodada y adornada de mejores muebles que el Palacio de nues- tros Gobernadores, Tiene una mesa más espléndida, abundante y delicada que nuestros Grandes; Alcobas y Gabinetes soberbiamente
alhajados, con camas ricamente colgadas para hospedar sus Visitas,
o Pasajeros decentes, Barberos y Peluqueros para estar continua- mente de Corte. En fin, dos o tres Calesines o Birloches para visi-
tarse unos a otros, o concurrir a la Comedia en la población de su
distrito ..." (Cap. XIX, pág. 162). En contraste con esa existencia regalada, propia, según el autor, del genio blando y delicado de los
franceses, describe Sánchez Valverde la p0breza.y estrechez con que
viven los regidores, canónigos, capitanes y grandes propietarios de
la colonia española: "Estos sujetos -afirma-, que deben ser los más delicados, y holgazanes, como lo son en Francia, no pueden vivir en sus haciendas, ya por sus ocupaciones, ya porque sería un
penoso destierro ... Por consiguiente, se ve el Regidor, el Capitán, el
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Canónigo en la triste necesidad de asistir a su hacienda, al menos
todo aquel tiempo que le permiten sus respectivos empleos, o aquel
preciso de las cosechas y zafras. ¿Y, conkqué comodidad? En Calesa
o Birtoche es imposible, porque ni el caudal lo sufre ni los caminos lo
permiten. Va a caballo, expuesto a los ardores de aquel sol, y a las
lluvias. El hospedage que le espera es uria choza pagiza, y mal
entablada, con una sala de quatro o seis varas, en que hay una pe- queña mesa, dos. o tres taburetes y una hamaca, un aposento del
mismo tamaRo o menor, con quatro horquillas clavadas en tierra,
en que descansan los palos, y se echan seis o u ocho tablas de pal-
mas, un cuero, y, algunas veces, un colchón. Si llueve, escurren den-
tro las goteras, que caen sobre un suelo sin ladrillos y que por
lo regular no tiene otra diferencia del campo que haberse muer-
to la yerba der piso. Desayúnase el más acomodado con una xícara
de chocolate, y un poco de pan, que cuenta tantos días de cocido co-
mo el amo de viage. Los otros hacen esta diligencia con Café, o
agua de Gengibre, y un Plátano, llame y otras raíces, a cuya masti-
cación acompaña el cazabe en vez de pan. Los más delicados llevan
pólvora, y munición para matar alguna ave, o tienen una corta crian-
za de ellas cuyos huevos y algún pollo es el sumo regalo".
Antonio (n, en 1754) y Jacobo ( 1 757 - 1833) ¿e Villaurrutia,
ambos nativos de la antigua ciudad de Santo Domingo, emigraron
a México, de donde era oriundo su padre, el oidor de la Audiencia
Juan Antonio de Villaurrutia y Salcedo. Los dos se dedicaron a la
carrera de las leyes y desempeñaron importantes funciones públicas:
Antonio fue oidor de la Audiencia de Caracas, gobernador de la
provincia de Puno, en el Perú, Regente de la Audiencia de Guadala-
jara, en México, y, finalmente, Consejero de Indias; y Jacobo fue,
a su vez, corregidor de letras y justicia mayor de Alcalá de Henares,
oidor de la Audiencia de Guatemala, en 1792, alcalde del crimen en
la Audiencia de México, en 1805, y oidor de la Audiencia de Barcelo-
na, en 1814, regente de la Audiencia de México en 1824 y, por ÚI-
J O A Q U I N B A L A G U E R
timo, ministro de l a Corte Suprema de Justicia de México, car-
go que todavía desempeñaba en 1833, año de su muerte.
Tanto Antonio como Jacobo Villaurrutia, fueron escritores nota-
bles y dejaron una valiosa producción literaria: el primero, el menos
fecundo de los dos hermanos, publicó en Madrid, en 1787, una
"Disertación histórico-canónica sobre las exenciones de los regulares
de la jurisdicción ordinaria"; y, et segundo, fundador del Diario de
México, el primer periódico diario que vio la luz en ta América Es-
pañola, dio a la Atampa La escuela de la felicidad y Memorias para la historia de la virtud, traducidas libremente del francés, y Pensa-
mientos escogidos de las máximas filosóficas del emperador Marco
Aurelio.
Entre los intelectuales dominioanos del siglo XVlll merecen
también citarse, el jurisconsulto Antonio Meléndez Bazán, quien
emigró a México, donde murió en 1741; el Dr. Agustin Mahigal Cordero, último rector que tuvo la Universidad de Santo Tomás de
Aqwino, al cesar en virtud del tratado de 1795 la dominación es- pañola, y el distinguido orador sagrado José Agustin de Castro
Palomino, secretario de Cámara de la Audiencia, de 1775 a 1780.
TERCERA PARTE
CAPITULO VI
SIGLO X IX
El siglo XIX se caracteriza en la historia nacional por una serie
de acontecimientos, en su mayor parte luctuosos, que confirman el
triste destino que Mosén Pedro Margarite atribuyó a Santo Domingo,
cuando la llamó, con amargo dejo profético, "la isla de las vicisitu-
des". El primero de esos sucesos, la entrega de la parte española
de la isla a Fran'iia, consumada en virtud det Tratado de Basilea de
1795, dió lugar a un hecho que debía tener resultados casi catastró-
ficos para el desenvolvimiento cultural del pueblo dominicano: la
emigración en masa de las principales familias de la colonia, de
aquellas que podían considerarse como depositarias de la tradición
intelectual que mereció a la antigua ciudad de Santo Domingo, el
título, no del todo injustificado, de Atenas del Nuevo Mundo. A ese
acontecimiento se sumó otro más grave todavía para la cultura nativa:
la ocupación de Boyer, que duró veinte y dos años y que práctica-
mente sustrajo al país de todo contacto con la vida civilizada.
En medio de ese desastre, capaz de haber herido de muerte
a un pueblo menos adicto a su abolengo español y menos sensible
a las tradiciones de que podía enorgultecerse la colonia, brillan,
acá y allá, relámpagos de cultura que el país puede citar con orgullo
como testimonios de su fe inquebrantable en las virtudes del es-
píritu, en el señorío de la razón, en el poder del pensamiento hu-
mano.
La literatura nacional puede dividirse durante esta centuria,
de acuerdo con los episodios capitales que separan en diversas
etapas nuestra historia politica, en los cinco períodos siguientes: a) el de la entrega a Francia, hasta el retorno a España, en 1809; b) el de la Reconquista hasta el fin de la "España Boba", en 1821; C) el de la ocupación haitiana; d) el de la Independencia, hasta la reanexión a España, en 1861, y e) el de la Restauración, hasta la muerte de Ulises Heureaux, en 1899.
PRIMER PERIODO
DE LA CESION A FRANCIA,
HASTA LA RECONQUISTA DE 1809
Durante el período comprendido entre la cesión de la parte oriental de la isla a Francia, consagrada por el Tratado de Basi- lea, y la capitulación de Dubarquier, el 9 de julio de 1809, la ac- tividad literaria de los dominicanos, al menos de los escritores nativos dignos de tomarse en cuenta, se desarrolla en playas ex- tranjeras, bajo el signo ominoso de la emigración impuesta por las circunstancias a las grandes familias de ascendencia española.
Los escritores que emigraron entonces, fueron José Francisco Heredia (1776-1820), quien en 1801 se trasladó a Caracas, donde fue oidor y más tarde regente de la Audiencia, y en donde escribió su libro Memorias sobre las revoluciones ¿e Venezuela, e hizo una traduccibn del inglés con el título de Historia secreta de la Corte y Gabinete de Saint-Cloud, distribuída en cartas escritas a París el año de 1805 a un Lord de Inglaterra; Domingo Heredia y Mieses, padre del célebre poeta José María Heredia, autor de "Los Trofeos"; Jesús del Monte y Mena, matemático y poeta satírico, colaborador en Cuba de José de la Luz y Caballero; Francisco Muñoz del Monte (1800-18651, natural de Santiago de los Caballeros, quien emigró a Cuba en 1805 y se distinguió allí como poeta y como polemista y escritor académico de tendencias liberales; Esteban Pichardo y Tapia, nacido tambihn en Santiago de los Caballeros, quien desarrolló en
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Cuba una intensa actividad intelectual que se halla contenida en las siguientes obras: El Fatalista (novela), Geografía de la isla de Cuba, Gran Carta Geográfica de Cuba, y Diccionario provincial casi razonado de voces cubanas; Gaspar de Arredondo y Pichardo (1773- 1859), natural de Santiago de los Caballeros, quien emigró a Cuba en 1805; José Antonio Berna1 y Muñoz (1775-1853), catedrático de anatomía en la Universidad de La Habana y autor de varios ensayos de carácter científico; José Gregorio Quintanó y Valera ( 1773- 1847), notable criminalista, y Juan de Mata Tejeda (1790-1835), introductor de la litografía en Cuba.
ANTONIO DEL MONTE Y TEJADA .,
Pero la figura central de este grupo de emigrados, fue* el in- signe historiador Antonio del Nonte y Tejada. Nació en la ciudad de Santiago de los Caballeros, el 29 de septiembre de 1783. Estudió leyes en la Universidad de Santo Tomás de Aquino y en 1800 obtuvo el grado de bachiller en ese centro de enseñanza. Formó parte de la compañía de voluntarios que se opuso en Ñagá a las fuerzas de Toussaint L'Ouverture. En 1804, después de la invasión encabezada por Dessalines, emigró con su familia a Cuba. ,Se recibió allí de abogado y ejerció su profesión en Santiago de Cuba y después de 1811, en La Habana, donde alcanzó fama como jurisconsulto. En 1816, se retiró a su estancia de Güines para escribir en ese retiro campestre su Historia & Santo Domingo desde el descubrimiento hasta nuestros días, obra que terminó en 1853, pero que sólo treinta años después fue publicada completa por la Sociedad "Amigos del País". Murió en La Habana, el 19 de noviembre de 1861.
Del Monte y Tejada es uno de los grandes escritores dominica- nos. Como historiador le cupo la gloria de escribir la primera histo- ria de la parte espafiola de la isla, empresa extraordinaria en aquella Bpoca por la falta de fuentes de fácil acceso para las investigaciones
ANTONIO DEL MONTE Y TEJADA 1783-1861
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
y por las dificultades de todo género para proveerse de información
apropiada. Los pequeños errores y las lagunas que contiene su libro,
sobre todo en la parte correspondiente a l siglo XVll y comienzos del
XVIII, no disminuyen en lo más mínimo el valor de esa obra que por
su magnitud y por las condiciones en que fué escrita, se puede gra-
duar, sin exageración, de portentosa. Aparte del mérito poco común
que supone la realización de ese esfuerzo para construir, con mate-
riales recogidos en. fuentes casi inaccesibles, la historia dominicana,
la obra de Del Monte tiene la ventaja de ser un monumento de
dicción y de estilo, no superado en ese aspecto por ningún libro de
autor hispanoamericano.
SEGUNDO PERIODO
DESDE LA RECONQUISTA HASTA EL FIN DE "LA ESPAÑA BOBA", EN 1821
La reconquista de Santo Domingo' para la Madre Patria, hazaña
debida a l genio político y militar del brigadier Juan Sanchez Rami-
rez, quien venció en Palo Hincado las fuerzas francesas comandadas
por el gobernador Ferrand, provocó un fugaz, pero fecundo renaci-
miento de la cultura dominicana. E l retorno de la colonia a España
atrajo al suelo nativo a muchos dominicanos que se habían volun-
tariamente expatriado a raíz del Tratado de Basilea. El período de paz y de relativo bienestar conocido en l a historia con el nombre de
l a "España Boba", favoreció las actividades intelectuales y creó un
clima propicio para la reapertura de la Universidad de Santo Tom6s
de Aquino, reinstatada en 1815, y para la fundación de los primeros
periódicos dominicanos.
EL RENACIMIENTO INTELECTUAL DE 1811 A 1821
Ese renacimiento cultural se inicia con la llegada a Santo Domin-
go, el 11 de agosto de 181 1, del doctor Pedro Valera y Jiménez
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(1757-1833), quien volvió de la emigración para hacerse cargo del arzobispado. La primera probidencia adoptada por este insigne pre- lado, acérrimo patriota a pesar de su ideología rabiosamente monár- quica, fue ofrecer su propia residencia para abrir en ella el Seminario y despertar nuevamente entre sus compatriotas, desde esa Casa de Estudios, el amor a las lenguas clásicas y a las humanidades. En ese alto empeño contó con la colaboración de un grupo de dominica- nos ilustrados, especialmente del latinista Manuel González Regalado y Muñoz (1 793-1 867), autor, entre otras piezas oratorias que le dieron justo renombre en su época, de una "Oración fúnebre", pronunciada en 1833, y de un Discurso en que celebró, en 1845, el triunfo de las armas dominicanas; y de Andrés López de Medrano, natural de San- tiago de los Caballeros, quien escribió en 18 14 un Tratado de Lógica, para uso de los estudiantes del Seminario, y dio luego a la estampa, en Puerto Rico, varios trabajos de índole literaria.
REAPERTURA DE LA UNIVERSIDAD
El auge de los estudios baio la "España Boba", cobró fuerza con el restablecimiento, en 1815, de la Universidad de Santo Tomás de Aquino. Diez o doce hombres de excelente preparación huma: nística constituyeron el alma de este nuevo movimiento en favor de l a cultura patria; José Núñez de Cáceres, el prócer de l a "ln- dependencia efímera": José Gabriel Aybar (1 751-1 828); Juan Ra- mírez Garrido, notable jurisconsulto que murió en 1819; Juan Vi- cente Moscoso (1 773-1 837), apellidado "el Sócrates dominicano", por su vasta cultura y su larga carrera como maestro de varias ge- neraciones; Bernardo Correa y Cidrón (1 756-1837), rector de la Universidad, de 1819 a 1820; los canónigos doctor José Lorenzo Rondón, y doctor Francisco González Carrasco (1 775-1 827); Fray Ambrosio Pérez Jácome, prior de los dominicos; Manuel Carmona Aguirre, nacido en Santo Domingo en 1790; doctor Antonio María Pineda, natural de las islas Canarias, fundador del primer periódico
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
que vio la luz pública en la parte oriental de la isla; Manuel de la Candelaria, oriundo de Neyba; José María Bobadilla, nacido en Azua en 1797; Antonio Cerezano Camarenas (1798-1860), y Pedro Núñez de Cáceres, autor de una Memoria sobre Venezuela y Caracas.
LOS PRIMEROS PERIODICOS NACIONALES
Este periodo tuvo la gloria de que en él nacieran los prime- ros periódicos donlinicanos, debidos a la iniciativa privada. El primer número de "El Telégrafo Constitucional de Santo Domingo", apareció el 5 de abril de 1821, bajo la dirección de Antonio María Pineda. El 15 de abril del mismo año, circuló también "El Duende", perió- dico dirigido y redactado por el doctor José Núñez de Cáceres.
FIGURAS SOBRESALIENTES
Las dos figuras literarias que más se destacan en estos co- mienzos del siglo XIX, son el doctor José Núñez de Cáceres y el doctor Bernardo Correa y Cidrón.
JOSE NUÑEZ DE CACERES
José Núñez de Cáceres, fundador del Estado independiente de Haití español, etapa política generalmente conocida con el nom- bre de "independencia efímera", nació en Santo Domingo el 14 de
marzo de 1772. Hizo sus estudios en la Universidad de los domi nicos y en ella se recibió de doctor en leyes. Emigró a Camagüey, Cuba, después de la cesión de la parte española de la isla a Francia. Regresó a Santo Domingo una vez consumada la Reconquista y fue sucesivamente auditor de guerra, asesor general, teniente de gobernador y oidor honorario. Fue el primer rector que tuvo la Universidad despuds de su restauración en 18 15. El lo de diciembre de 1821 proclamó la primera independencia nacional. En 1822, al
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iniciarse la ocupación haitiana, se trasladó a Venezuela, donde fundó y redactó los periódicos "El Cometa", el "Constitucional Caraqueño", "El Relámpago" y "El Cometa Extraordinario". Sus intervenciones en la política venezolana lo obligaron a trasladarse a México hacia 1828.
Después de una corta estancia en Puebla y San Luis de Potosí, fijó su residencia en Ciudad Victoria, capital del Estado de Tamaulipas. Al morir, en 1846, el Congreso local de Tamaulipas ordenó que su
nombre fuera grabado con letras de oro en el recinto legislativo. Sus restos, repatrPiados en 1943, reposan en la Capilla de Inmortales
de la Catedral Primada.
José Núñez de Cáceres desarrolló una intensa labor periodística y literaria bajo el régimen de la "España Boba". Frecuentó asidua- mente durante los últimos años de la colonia, el campo de la poesía, el de la cátedra, el de la tribuna académica, el de l a polémica y el del artículo de combate. Su actividad intelectual pone de relieve,
durante este tiempo, la asombrosa inquietud de este espíritu bata- llador que bien pronto debía recoger, en l a elocuente Proclama de la Independencia en 1821, el pensamiento de la libertad que ya ardía en l a conciencia de muchos dominicanos. Así como Francisco Morillas había celebrado, algunos años antes, el triunfo de las armas españolas en la Sabana Real de la Limonade, Núñez de Cáceres entona un canto lleno de fervor patriótico a la gesta del brigadier Juan Sánchez Ramírez, en la batalla de Palo Hincado. Débil de en- tonación y sin verdadera fuerza épica, tal vez demasiado ceñido a los fríos moldes de la poesía clásica, ese canto carece de pompa y de vida como composición destinada a recoger en sus estrofas un
eco del himno de las victorias militares, pero revela el entusiasmo de su autor por l a libertad y anuncia, de cuerpo entero, al prócer de la primera independencia dominicana.
Núñez de Cáceres dejó, como cultivador del verso, diez o doce fábulas notables, no sólo por el fondo moral, desnaturalizado a veces por la alusión personal y la intención satírica, sino también porque en la mayoría de ellas asoma la garra de este temperamento
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de polemista que manejó con rara habilidad la invectiva y el sar- casmo. La siguiente, titulada "La Araña y el Aguila", puede dar idea de la gracia ion que compuso la mayoría de estas composiciones de circunstancias:
De este trío acabóse su privanza, cayó por tierra su soberbio imperio. iQu6 dulce es la esperanza
de salir de su yugo y cautiverio!
Su júbilo y placer así explicaba una araña después de haber concluído con sus débiles hilos un tejido con que prender al águila intentaba.
Su colérico enojo le nacía
de ver cuán alto vuelo la reina de las aves emprendía de su morada a la región del cielo, que todo vil insecto de lo bueno y lo grande es desafecto.
Viene el águila, observa su embarazo, muestra una garra y desbarata ei iazo.
Si el valimiento y la opinión estriban en mérito y virtud sobresalientes, de la envidia los trtos impotentes su solidez afianzan, no derriban.
Basta a la gloria de Núñez de Cáceres, como escritor, los do- cumentos que redactó en las tres ocasiones solemnes en que le tocó asumir la representación del país para proclamar su derecho a ser libre o para exigir de la Metrópoli el remedio requerido por los rna-
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
les de la colonia: la "Declaratoria de Independencia del pueblo do- minicano", proclama dirigida al mundo y redactada con la elevación propia de la grandeza de aquel momento histórico; el discurso que
pronunció el 9 de febrero de 1822, para entregar a Boyer las llaves de la ciudad de Santo Domingo, donde increpa al déspota advirtién- dole que las desemeianzas de costumbres y el idioma establecía
entre las dos porciones de la isla un muro tan infranqueable como los Alpes y los Pirineos; y la exposición que el 26 de junio de 1813,
elevó al mariscal de campo Carlos Urrutia y Matos, donde pinta, con
lenguaje patético, la situación del país, "amaestrado por las vicisi- tudes", y donde declara con arrogancia que el hombre a quien le asiste la verdad permanece imperturbable hasta cuando sobre su cabeza se desploma la máquina del mundo.
BERNARDO CORREA Y CIDRON, uno de los pocos dominicanos de su generación que se opusieron a la Reconquista y abogaron por el mantenimiento en la parte oriental de la is la de la soberanía fran-
cesa, fue uno de los más útiles colaboradores con que contó, para sus planes de resurgimiento cultural, el arzobispo Valera. Eierció l a rectoría de la Universidad de Santo Tomás de Aquino, de 1819 a
1820. Durante el reinado de José Bonaparte, desempeñó una canon- gía.en Málaga y fue procesado al cesar en España la dominación
francesa. Regresó a Santo Domingo en 1816 y después de haber aspirado inútilmente a una diputación a Cortes, se retiró en 1820
de toda actividad política.
Su labor como publicista se halla contenida en los folletos
siguientes: Vindicación de la ciudadanía y apología de la conducta política del Doctor don Bernardo Correa y Cidrón, réplica a los ata-
ques que se le hicieron por sus sentimientos afrancesados; Apología de la justificada conducta del Arzobispo Valera, con motivo del in- cidente a que dio lugar la designación de varios sacerdotes para ejercer su ministerio en Haití, y Respuesta al artículo comunicaclo del Duende, fruto de una de las controversias que sostuvo con el Dr.
José Núñez de Cáceres.
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TERCER PER IODO
LA OCUPACION HAITIANA, DE 1822 A 1844
La ocupación haitiana retrotraio al país a pocos pasos de la
barbarie. El invasor cerró las escuelas que existían bajo la colonia
e intentó sustituirlas con institutos docentes que recibieron el pom-
poso título de "colegios nacionales", servidos en su mayoría por
profesores haitianos, como Auguste Brouard, o por hombres de
preparación humanística, como Napoleón Guy Chevremont dlAlbigny,
encargados de difundir la lengua y la cultura francesas, enfrentadas
en un duelo a muerte con las de procedencia española; clausuró,
en 1823, la Universidad y extendió a los estudiantes el servicio
militar obligatorio; impuso, en forma brutal, la censura sobre to-
d a publicación impresa, y mató, en cierne, los primeros periódicos
dominicanos; prohibió el 14 de noviembre de 1824, el uso del idioma
español en las actas públicas, persiguió el clero nativo y extendió un
velo de terror sobre la cátedra sagrada.
Los dominicanos de mayor ilustración abandonaron entonces
el país para refugiarse en territorio extranjero. Se repite así el caso
de 1801, cuando se hizo efectiva la cesión de la parte española de
la isla a Francia, pero agravado esta vez por la repugnancia que
inspiraba a la inmensa mayoría de los nativos la ocupación haitiana.
La lista de los intelectuales que optan por la expatriación es suma-
mente numerosa: para Venezuela se ausentaron José María Rojas
. (1793-1855), natural de Santiago de los Caballeros, quien luego
adquirió fama en Caracas, como redactor de El Liberal y de El Eco- nomista, y el Dr. José Núñez de Cáceres; para España, Felipe Dávita
Fernández de Castro; para Puerto Rico, el Dr. Andrés López de Me-
dran~, y para Cuba, que recibió el mayor contingente de emigrados,
el Dr. Bartolomé Segura y Mieses, el Dr. Domingo Enrique Díaz
Páez, José María Morillas, Manuel de Monteverde y Bello (1795-
1871), José Florentino Montolío, Juan Bautista de Mena, Tomás de Arredondo, Manuel Carmona Aguirre, el arzobispo Pedro Valera
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA --
y Jiménez, el presbítero Bernardo Correa y Cidrón, el Dr. Juan Vicente Moscoso, Francisco Javier Foxá, introductor del romanticismo en el teatro cubano, Manuel Garay Heredia, Antonio Angulo y He- redia, Natividad. Garay y Manuel Miura y Caballero.
En el país sólo permanecieron algunos hombres de letras que se avinieron con el hecho cumplido y contemporizaron con l a igno- minia de la ocupación haitiana: José Joaquín del Monte y Maldonado (1772-1853), decano durante largo tiempo del Tribunal Civil de Santo Domingo; Manuel Joaquín del Monte (1804-1875), poeta de estro desmedrado, quien compuso en 1838, una composición titu- lada A Haití, en que ensalza a Boyer en estrofas dignas de un es- clavo satisfecho de vivir al arrullo de las cadenas:
¡Loor a nuestro presidente, il su civismo y su lealtad, pues con su esptda y su talento nos ha dado la libertad!
José María Caminero (1782-1852), escritor habituado a la prosa de los despachos oficiales, poeta a veces, y autor de un brindis en honor de Boyer; y finalmente, Tomás Bobadilla y Briones (1785-1871), comisario del gobierno en el tribunal civil durante l a ocupación hai- tana, y autor de un folleto que lleva por epígrafe, Observaciones so-
bre las notas oficiales del Plenipotenciario del Rey de España y los de la República de Haití, sobre el reclamo y posesión de la parte del kste, donde se pronuncia contra la reclamación de l a parte oriental de la is la hecha por España en 1830. Lo más notable de cuanto deió Bobadilla como hombre de letras son sus discursos parlamentarios, pronunciados en los cuerpos legislativos de la República recién fundada.
La afición a las letras, no obstante el terror implantado por el absolutismo de los dominadores, persistió en gran número de poetas y escritores espontáneos que han dejado en composiciones de cir- cunstancias, tales como las poesías inspiradas por el terremoto que
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desvastó la isla en 1842, algunas débiles muestras de su sensibilidad literaria. A este grupo pertenecen Ana de Osorio, quien murió en
185 1; Marcos Cabra1 y Aybar (1792-1 853); José Román Hernández,
natural de Neiba; Manuela Rodríguez, apologista más tarde de San-
tana; el presbítero Juan de Dios Correa Cruzado, cura de la parroquia
de Santa Clara, hasta 1834; el Doctor Elías Rodríguez y Ortiz, maestro en artes y espléndido orador sagrado, y el padre Pablo Francisco de
Amézquita, autor de un folleto que lleva por título Fundación ¿e la ciudad de la Vega.
Pero la manifestación literaria de mayor interés, durante este triste y vergonzoso período de la historia dominicana, fueron los
versos satír icos y las proclamas patrióticas de circulación clandestina,
en que se excitaba a odiar al invasor y se preparaban los ánimos para la independencia próxima a nacer en los campos de la protesta
armada. Pocas de estas páginas de literatura ocasional, henchidas
del románticismo revolucionario que empezaba a apoderarse de la juventud, han llegado hasta nosotros, porque la policía de Boyer
las condenó a la hoguera o porque la mayor parte de las veces cir-
cularon de mano en mano en hojas manuscritas. Después de la fun-
dación de "La Trinitaria", el 16 de julio de 1838, el teatro fue uti- lizado por Duarte y sus discípulos, como medio de propaganda re-
volucionaria y un grupo de jóvenes, iniciados por el Padre de la
Patria en la idea separatista, llevó a las tablas algunas tragedias de carácter histórico, como la Roma libre de Alfieri, y La Viuda de Padilla, de Martínez de la Rosa, hábilmente escogidas por las loas que
en ellas se hacen de la libertad y por la similitud reinante entre la situación descrita en sus escenas y el drama que estaba viviendo a la sazón el pueblo dominicano. Los patriotas se transformaron en
actores y de las amenazas proferidas en el teatro, en versos vibrantes
de reivindicaciones humanas, se pasó a la realidad formalizada en el
grito de la Puerta del Conde. La República Dominicana, anunciada por
aquellos versos heroicos, iba a salir del escenario de la Filantrópica,
para pasar, armada con l a espada del derecho, al escenario del mundo.
CAPITULO VI1
CUARTO PERIODO
DESDE LA INDEPENDENCIA HASTA LA REINCORPORACION A ESPAÑA,
DE 1844 A 1861
La independencia nacional, proclamada el 27 de febrero de 1844, fue obra de Juan Pablo Duarte, estudiante de humanidades, un idea- lista que se formó intelectualmente en España, y de un grupo de jó- venes que se unieron a él para constituir la sociedad patriótica "La Trinitaria", centro de conspiración en cuyo seno se organizó secreta- mente la lucha contra la ocupación haitiana.
Los fundadores de "La Trinitaria" y de "La Filantrópica", fueron,
en el período comprendido entre el grito de la Puerta del Conde y la reincorporación a España, no sólo las más altas cumbres del patrio- tismo nacional, sino también los más genuinos representantes que tuvo entonces la cultura dominicana.
JUAN PABLO OUARTE
Juan Pablo Duarte (181 3-1876), alma de la revolución libertadora,
fue uno de los hombres de más fina y honda sensibilidad que han existido en el mundo. Encauzada hacia las letras, como parecían anun- ciarlo sus primeros versos y su afición al teatro y a la filosofía, su na- turaleza profundamente emotiva se habría tal vez volcado en pági-
nas de auténtica vitalidad literaria. Pero la desvelada pasión del patriotismo absorbió todo su ser y ocupó el centro de su alma hasta inhibir10 casi por completo para toda otra actividad humana. Las veces
JUAN PABLO DUARTE
1813-1876
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
que frecuentó, sin embargo, el campo de las bellas letras, lo hizo con
tal fervor, que cada uno de sus escritos contiene algo que revela la su-
blimidad de su espíritu verdaderamente inspirado. Los versos que
escribió carecen de artificio y recuerdan, por su simpleza y sencillez,
muchos de los mejores versos de Martí, quien también vivió una vida
de angustia por la patria y quien también cantó con la lira apoyada
sobre las rodillas de los ángeles.
Las poesías de Duarte, escritas sin pretensiones literarias, no
estaban destinadas a la publicidad y en su mayor parte desaparecieron
en el destierro con el resto dk sus papeles íntimos. Entre las que han
sido salvadas por sus discípulos y divulgadas después de su muerte,
figuran varios romances, y un himno en que se siente latir l a poderosa
fibra patriótica del gran dominicano:
Por la cruz, por la patria y su gloria
denodados al campo marchemos!
S i nos niega el laurel la victoria
del martirio la palma alcancemos!
De sus trabajos en prosa se conservan varias cartas en que
alude a la salvación de la patria, centro de sus preocupaciones,
o en que reafirma, frente al grupo cada vez más nutrido de los
anexionistas, su fe en la supervivencia de la República y en su sobe-
ranía absoluta. Merece también citarse, entre los escritos en que re-
cogió sus pensamientos potíticos o en que dejó testimonio de sus con-
vicciones doctrinarias, el proyecto de Constitución que redactó en
vísperas del golpe del 27 de febrero, donde rechaza toda forma de
imposición extraña y aboga por la existencia de una nación constituida
al margen de toda intervención extranjera. La impresión que se des-
prende de esas cartas, de esos manifiestos, de esos proyectos de re-
forma constitucional, de esas exhortaciones dirigidas a sus compatrio-
tas, de esos versos patéticos y sencillos en que su alma se muestra
en toda su desnudez dolorosa, es la de que el Padre de la Patria
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fue un espíritu superior de quien se podría decir, como se ha dicho de Marco Aurelio, que estuvo en todo más cerca da la Divinidad que del hombre.
ROSA DUARTE (18 19-1888), hermana del Padre de la Patria, es- cribió unos "Apuntes para la historia de la isla de Santo Domingo, y para la biografía del general dominicano Juan Pablo Duarte y Diez". Se trata de una serie de notas, a veces incoherentes, enlazadas sin método y compuestas sin ningún escrúpulo de estilo, pero de enorme interés histórico por la fidelidad con que ilustran ciertos detalles del movimiento separatista y por la emoción con que la autora habla de Duarte y de la República nacida de su inspiración y de su fe.
Entre los que fundaron con Duarte la sociedad secreta "La Tri- nitaria", se destacaron, por su afición a las letras, los próceres Francisco del Rosario Sánchez, quien adquirió fama en su época como defensor público, y José María Serra (18 19-1888), autor de unas Lecciones de Gramdtica Castellana, publicada en Puerto Rico, en colaboración con Manuel María Arroyo, y de un importante trabajo de carácter histórico que dio a la estampa en Mayagüez, 'en 1887, bajo el epígrafe de "Apuntes para la historia de los trinitarios".
FELlX MARlA DEL MONTE
La primera figura literaria de Ir! generación de la independencia fue Félix María del Monte, considerado como "el padre de la litera- tura de la República independiente". Nació en la antigua ciudad de Santo Domingo, el 20 de noviembre de 1819. Hizo sus estudios bajo la dirección del padre Gaspar Hernández y del sabio dominicano José Vicente Moscoso. Asociado a Duarte y a los demás próceres de "La Trinitaria", participó en los trabajos preparatorios de la independencia nacional. El 27 de febrero de 1844, se halló entre los héroes de la Puerta del Conde, y el 10 de marzo, mientras prestaba servicios como teniente de la Guardia Nacional, en la Fortaleza, improvisó el primer
FELlX MARlA DEL MONTE
1819-1899
J O A Q U I N B A L A G U E R
himno dominicano. En 1845 fundó un periódico literario, "El Domi- nicano", en colaboración con Manuel María Valencia, José María Serra y Pedro Antonio Bobea. En 1848 presidió la Cámara del Tribunado. En 1854 fundó, con el poeta y magistrado Nicolás Ureña de Mendoza, el periódico "El Porvenir", y fue poco después elegido diputado al Congreso Revisor que dictó l a Constitucibn del 25 de febrero de 1854.
Durante la segunda administración de Báez, desempeñó los des- pachos de Relaciones Exteriores y de Justicia e Instrucción Pública, desde el 9 de octubre de 1856, hasta el 13 de julio de 1858. En abril y mayo de 1858, tuvo también a su cargo la cartera de Guerra y Marina.
Con las labores de la vida pública compartió las del profesorado. En 1852 ingresó en el Colegio de San Buenaventura, como profesor de literatura, y en 1875 en el Instituto Profesional como catedrático de literatura y jurisprudencia. Murió en su ciudad natal, en 1899.
La labor intelectual de Félix María del Monte fue extraordinaria para su época: poeta, escritor, jurisconsulto, periodista, orador parla- mentario, autor dramático, dejó en todas esas actividades huellas de su inteligencia prodigiosamente cultivada.
Como poeta cultivó el color local, en composiciones donde des- cribe, aunque en forma esquemática y vaga, el paisaje nativo: su composición "El banilejo y la jibarita,", compuesta en la isla de Saint Thomas, lugar donde residió algún tiempo en calidad de desterrado, contiene la primera versión literaria del valle de Baní, sin duda la porción de la república que ha inspirado acentos más tiernos a la poesía dominicana. En "Las vírgenes de Galindo", reconstrucción poética de uno de los más tétricos episodios de la ocupación haitiana, intentó popularizar un nuevo género de poesía, el poema breve ins- pirado en tradiciones locales. Pero la cuerda que mejor vibró en su lira, fue la de la poesía patriótica, caldeada por la llama de la inspi- ración nacional, como en el himno en que anunció el nacimiento de la República y que fue como el primer grito de su conciencia ernbrio- naria:
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Sepa el mundo que a nombres odiosos
acreedores jamás nos hicimos
porque siempre que gloria quisimos
nuestro carro la gloria arrastró.
¡Al arma, españoles!
¡Volved a la lid!
¡Tomad por divisa
vencer o morir!
Como autor dramático escribió una zarzuela titulada "Ozema
o la Virgen Indiana", y las tragedias "El mendigo de l a Catédral de
León", "El último abencerraje", "Un vals de Strauss", "El premio de los
pichones" y "Dutergé o las víctimas del 1 1 de abril", inspirada en el
martirio del héroe de "El Número" y de "El Memizo".
Como orador se destacó en la tribuna forense y en la parlamen-
taria. Sus defensas, algunas de las cuales causaron honda impresión
en el ánimo de sus contempor6neos, como las que hizo en favor del
General Antonio Duvergé y de Santiago Pérez, todavía se recuerdan
como modelos de vigor dialéctico y de elegancia castiza. Los discursos
que pronunció en nuestras primeras asambleas legislativas, llevan
también el sello de la inteligencia superior que ha hecho de él un
prócer de las letras. La oración que leyó en 1849, después de tomar
a Buenaventura Báez el juramento de rigor como Presidente de l a República, es una de las piezas más nobles que se han oído hasta hoy
en los recintos del Congreso dominicano.
MANUEL MARlA VALENCIA (18 10-1870), fue un poeta de senti-
miento que dio pruebas de poseer un estro fácil y una fecundidad
desastrosa. De su pluma, según César Nicolás Penson, "salían las dé-
cimas con donosa soltura".
Aunque ninguna de sus composiciones pueda servir como ejemplo
de buen gusto, ni siquiera dentro de la retórica convencional de la
época, no hay una sola de ellas, aún entre las más pobres en colorido
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poético, que no revele extraordinaria facilidad para la expresión de sus propios sentimientos en versos desgarbados, pero siempre tiernos y a veces armoniosos. Su poesía "La víspera del suicidio", puede servir como testimonio de una de las almas más infantiles y más can- dorosas que hayan jamás existido.
Escribió Manuel María Valencia, según parece, gran número de poesías de circunstancias, como la siguiente:
Si en Italia me encontrara te mandara bellas flores; s i en la China, los colores de la calidad más rara: s i en Inglaterra, buscara de aquellas telas muy fina's; s i en Potosí, de sus minas tendrías lo más especial; mas, de este pueblo fatal sólo puedo enviarte espinas.
Como escritor político, publicó un folleto titulado "La verdad y nada más", en el cual hace la historia del movimiento reformista de 1842. A sus títulos como hombre de letras, es preciso añadir también los discursos con que en el Congreso de San Cristóbal subrayó su actividad parlamentaria. En el seno de este primer Congreso, reunido bajo su presidencia, tuvo intervenciones notables, de tanto decoro en el estilo y tan ajustadas, a veces, al carácter y a las pasiones de su auditorio, como las que Félix María del Monte pronunciaría más tarde en aquellas nacientes asambleas legislativas.
JAVIER ANGULO GURlDl (18 16- 1884), editó en 1843 "Ensayos poéticos", primer libro de versos escrito por un dominicano. Emigró en la niñez a Cuba, pero toda su obra publicada en la expatriación, respira un intenso amor a su tierra nativa. Figura entre los creadores en Amé- rica de la literatura de tipo indigenista. En 1867, escribió el drama en verso "lguaniona", publicado quince años después con prólogo de
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
José Joaquín Pérez, y en 1876, dio a l a estampa una mrración en prosa inspirada en una vieja leyenda indígena, "La ciguapa". Algunos
de sus romances, como el titulado "Escenas aborígenes", publicado en 1872, explotan también el motivo sentimental de las costumbres y
vicisitudes del indio de las Antillas. Escribió para el teatro, "Cachorros y manigüeros", juguete cómico
alusivo a la guerra de la Restauración; "Los apuros de un destierro" y el drama en verso "La campana del higo", estrenado en 1868.
FELlX MOTA (i822-1861), fue el primer dominicano que intentó
aclimatar en la poesía de lengua española, los ritmos de la métrica
clásica. Sus estrofas sáficas tienen a veces tanta gracia como las de
su modelo el poeta español Esteban de Villegas:
Párese el hombre eri su fatal carrera,
Torpe su vida la razón le muestra,
Huye del mundo, y ante Dios, lloroso, Póstrase humilde.
No es probable que hayan llegado a conocimienlp..de Félix Mota, fusilado por amor a la independencia de su patria en f861, los
ensdyos de estrofas sáficas que realizaron hacia 1830, Esteban Echa- varría y otros poetas hispanoamericanos. Lo que sí resulta evidente
es que tuvo en cuenta a l autor de las Eróticas o Amatorias, aunque en
ningún caso la imitación llegó a anular en él las facultades creadoras.
Pero s i no le pertenece la gloria de la invención, porque hay en su
obra huellas innegables del clásico riojano, al menos le cabe la honra
no común de haber intentado sacar la poesía de su país, de la pos.
tración en que había caído como consecuencia de la ocupación haitiana
y del abatimiento en que sumió al pensamiento nacional ese episodio
ignominioso.
NICOLAS URENA DE MENDOZA (1822-1875), fue el iniciador, jun-
tamente con Félix María del Monte, del color local en la poesía domi- nicana. Sus composiciones "Un guajiro de Bayaguana" y "Un guajiro
J O A Q U I N B A L A G U E R
predilecto", han sido leídas con entusiasmo por varias generaciones.
No hay nada en ellas que tenga sabor verdaderamente autóctono, y
todo so criollismo se reduce, en realidad, a citas de paisajes campes-
tres del país, a referencias de algunas cosas típicas de la flora y la
fauna nacionales, y a entusiastas encarecimientos del paraíso nativo.
Pero ambas composiciones, no obstante la artificialidad de su colorido folklórico, agradan a todo el mundo, porque en cada una
de esas estrofas se ve el verso bajar directamente del corazón como la
luz del cielo. No menos agradables son las poesías que denominó
pastorales, cuadros breves de l a vida campestre, por el estilo de las serranillas provenzal izadas.
La cuerda que vibró con más intimidad y más pureza en la lira
de Nicolás Urena de Mendoza, fue la del sentimiento religioso. En sus
poesías "Himno a la Natividad de Nuestro Señor", "Himno a Nuestra Señora del Amor Hermoso", Día d e Dolores y "En la festividad del
Corpus", hay estrofas en que se advierte la presencia de la llama sa-
grada, de la que ha ardido en el pecho de todos los poetas religiosos dignos de ese nombre.
Hay algo sin duda en los versos de Nicolás Ureña que nos acerca al cielo, algo que nos aproxima a Dios y que nos recuerda al poeta de
raza, al padre de Salomé Ureña, tal como Bernardo Tasso, gala de la corte española de Nápoles, nos hacía presentir ya, en sus estrofas
rasgadas a veces por el relámpago de la inspiración, al genio de "La Jerusalén libertada".
ALEJANDRO ANGULO GURlDl
Nació en la antigua ciudad de Santo Domingo el 3 de mayo de 1822. En compañía de sus padres, Andrés Angulo y Cabrera y doña Francisca Guridi Leos Echalas, emigró a Puerto Rico durante 'la ocupa-
ción haitiana. Luego se radicó en Cuba donde adquirió la sólida pre-
paración iurídica y literaria que puso más tarde al servicio de su país
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
nativo. A la edad de 21 años, publicó en Villa Clara (Imprenta El Eco, 1843) la novela corta Los amores de los indios, una de las obras
con que se inicia en América la literatura indigenista. De esta misma
época datan la mayor parte de sus producciones juveniles: La joven
Carmela, novela corta, cuya impresión se autorizó en 1841; La ven-
ganza de un hijo, escrita en colaboración con Francisco J. Blanché, y Pucha Cubana, colección de poesías "en honor del bello sexo de
Villa Clara". En 1846, se establece en La Habana, donde funda el periódico "El prisma".
Hacia 1852, después de residir durante varios años en los Estados
Unidos, retorna a Santo Domingo y toma parte activa en la política al
lado del general Pedro Santana. Desempeñó, desde su llegada al país, el cargo de profesor de literatura y derecho en el colegio "San
Buenaventura". Alterna en esta época sus labores docentes con l a
actividad periodística, campo que utiliza principalmente para difundir los conocimientos adquiridos durante su larga permanencia en países
extranjeros. En 1856 fundó el periódico "La República", órgano mi-
nisterial desde cuyas columnas defendió, contra el cónsul español José María Segovia, la administración de Santana. Después de l a re-
volución del 7 de julio de 1857, se instaló en Santiago, donde fue director de la Gaceta Oficial y fundó el periódico "La reforma". En 1866 fijó su residencia en Ciudad Bolívar, Venezuela, donde ejerció l a
docencia y fue secretario del presidente del Estado, general Arismendi. En 1875 volvió a Santo Domingo para fundar "El Demócrata". En
1870 desempeñó, con carácter interino, la Secretaría de Relaciones Exteriores. En 1886 se trasladó a Nicaragua. Después viajó a Chile donde fue director, por espacio de siete aiíos, del Liceo de Tacna.
Murió en Masaya, Nicaragua, el 17 de enero del 1906.
Lo más valioso de la labor intelectual de Alejandro Angulo
Guridi, es su libro Temas políticos, obra en que el constitucionalista perspicaz rivaliza con el historiador bien informado. El plan seguido
por Angulo Guridi en este libro, es originalísimo y se aproxima al
que suelen usar los ensayistas anglosajones en obras de la misma
J O A Q U I N B A L A G U E R
índole: primero presenta en una corta introducción el significado y el
alcance de cada una de las materias de que trata; luego ~ranscribe
los textos constitucionales que las rigen en los diferentes países ame-
ricanos, y hace, por ~ l t imo, el comentario de rigor, no sólo a la luz
del derecho, sino también con el auxilio de la experiencia política de los distintos pueblos a los cuales se aplican esas consideraciones doctri-
narias. Su obra constituye, gracias al sistema en ella observado, un
arsenal riquísimo de datos sobre la historia política de los países de
América y sobre la forma en que en cada uno de ellos han funcionado
en la práctica las garantías inherentes a l a persona humana. Alejandro
Angulo Guridi fue espectador de muchos de los sucesos que relata,
tales como los que llevaron a Guzmán Blanco a l a Presidencia de
Venezuela, y los que precipitaron, en 1856, el derrocamiento de
Santana: su intervención personal en algunos de esos acontecimientos, no es sólo causa del colorido y de la viveza con que los describe, sino
también del acierto con que los asocia a sus observaciones de político
experimentado y de jurista acucioso.
SUS OTRAS PRODUCCIONES
Las demás obras de Angulo Guridi, se reducen a trabaios de circunstancias, como la invectiva ~Qui8n es Modesto Molini?, Azotaina biogrifica, o pertenecen, como los folletos Observaciones sobre un li- bro de Mr. O. F. Burton (Managua, 1902) y Un opúreulo & actualidad, al repertorio de cierto periodismo, muy en boga entonces, que partici- pa a la vez del ensayo político y de la disertación literaria. Menor es
aún el mérito de las poesías de Alejandro Angulo Guridi: no hay una
sola de sus composiciones que llame la atención, ni como obra de sentimiento, ni como poesía siquiera medianamente inspirada. El más
extenso y pretensioso de su cantos, el que publicó en Cqracas en 1874, con pomposa dedicatoria al dictador Guzmán Blanco, es una composi-
ción desmedrada que sólo merece citarse como testimonio de la fe del
autor en la libertad, y del entusiasmo romántico con que profesó siempre las doctrinas más generosas.
CAPITULO Vlll
QUINTO PERIODO
DE LA RESTAURACION DE LA REPUBLICA HASTA
LA MUERTE DE HEUREAUX, DE 1865 A 1899
La restauración de la independencia nacional en 1865, después
de una épica lucha en que al fin salió definitivamente triunfante el
ideal de Duarte,-de establecer una república libre de toda interven.
ción extranjera, produjo un resurgimiento de la fe del pueblo do-
minicano en el progreso y en los ideales de perfectibilidad humana.
Ese nuevo estado de espíritu, fruto de la extraordinaria demostración
de capacidad que el país acababa de reatizar reconquistando sin ayuda
extraña el derecho a dirigir sus propios destinos, se tradujo, en el
campo político, con ambiciosos programas de reforma institucional y de regeneración colectiva, y en el campo literario, por medio de una
poesía saturada de optimismo, de ansias civilizadoras, de altos ideales
humanos. Dos grandes poetas, los más excelsos del parnaso domini-
cano, recogieron las esperanzas esparcidas en \a atmósfera de su
época y se hicieron intérpretes de ese estado de conciencia nacional:
José Joaquín Pérez, cantor de la raza indígena, y Salomé Ureña, que
en vez de situar en el pasado, como su antecesor, situó en el porvenir
la edad de oro dominicana. Fue éste el momento escogido para fundar
las primeras asociaciones literarias, como la que llevó el nombre de
"La Republicana" que sostuvo, durante más de medio siglo, un teatro
de aficionados en la antigua iglesia de los iesuítas; como "Los Amantes
de la Luz", establecida en 1874, en Santiago de los Caballeros, por el
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maestro Manuel de Js. de Peña y Reynoso, y como la "Amigos del País", reorganizada en 1871.
Al período que se inicia con la restauración de la independencia nacional pertenecen las grandes figuras de la literatura dominicana:
José Joaquín Pérez, Salomé Ureña, MI. de Js. Galván, César Nicolás Penson, Emiliano Tejera, José Gabriel García y Monseñor Fernando Arturo de Meriño. En torno a esos dioses mayores de la literatura
nacional se agrupa un número considerable de escritores y poetas que recibieron, en menor grado, los dones de la inspiración literaria, pero que merecen ser cspecialmente citados por la influencia que iuvieron en el desarrollo intelectual del país, durante el último tercio del siglo XIX: Manuel Rodríguez Obiío, Ulises Francisco Espaillat, Francisco Gregorio Billini, Josefa Antonia Perdorno y Heredia, Apolinar Tejera,
Federico Henríquez y Carvajal, Francisco J. Machado, M. de Js. Ro- dríguez, Miguel Alfredo Lavastida, Mariano A. Cestero, Rafael Abréu Licairac, José Lamarche y Pérez, Eliseo Grullón, Arístides García Gó- mez, Hipólito Billini, Marcos A. Cabral, Juan Isidro Ortea, Pablo Pumarol, Virginia Elena Ortea, Mariano Soler y Meriño, Luis Cohén y Marchena, Bartolomé Olegario Pérez, Rafael A. Deligne, Eugenio Córdoba y Vizcarrondo, Carlos Tomás Nouel, Gregorio Luperón, Ca- simiro N. de Moya, Francisco Xavier Amiama, Amelia Francasci, Ni- colás Heredia, Vetilio Arredondo, Arturo Freites Roque, Miguel Angel Garrido.
LOS POETAS
JOSE JOAQUIN PEREZ
José Joaquín Pérez nació en la antigua ciudad de Santo Domingo el 27 de abril de 1845. En 1858 ingresó en el Seminario, y en esa
casa de estudios empezó a perfilarse su vocación literaria. La primera poesía que compuso fue un soneto de índole patriótica con el cual
JOSE JOAQUIN PEREf
18451900
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despidió a su maestro, Monseñor de Meriño, deterrado por la actitud de rebeldía que asumi6 frente a la anexión de la República a España. Después de la restauraci6n de la independencia nacional, en 1865, participó en la política como miembro del Partido Azul, núcleo constituído por dominicanos de pensamiento liberal que abogaban por el retorno del país al régimen de las instituciones. Al instalarse por cuarta vez en la Presidencia de la República el general Buenaventura. Báez, el poeta de las F ~ l t a d a s indigenas, adversario del jefe de la bandería roja, fue desterrado a Venezuela. Retornó al país después del triunfo de la revolución del 23 de noviembre de 1873. La elección del general Ignacio María González para la Presidencia de la República, le hizo concebir, como a la mayoría de sus compatriotas, vanas espe- ranzas de regeneración política, y vuelve a intervenir en las activida- des públicas al lado de Francisco Gregorio Billini y de otros ciudadanos
de ideas igualmente liberales. En las elecciones del l o de mayo de 1874, fue electo suplente de diputado por la provincia de Santo Do- mingo. En la Convención Nacional que procedió entonces a la re- forma de la constitución, ostentó la representación de la provincia de La Vega. En 1875, con motivo de l a crisis política provocada por las acusaciones hechas por la Liga de la Paz a l Presidente González, fue escogido como árbitro de la disputa, juntamente con un grupo
de esclarecidos ciudadanos. En las reuniones que se celebraron en la
quinta "El Carmelo", para buscar una solución a la crisis, José Joaquín
Pérez se distinguió por su espíritu conciliador y por sus opiniones
moderadas. El fracaso del ensayo democrático que intentó realizar
Ulises Francisco Espaillat, prominente figura del Partido Azul, acabó
por hacer vacilar la fe de José Joaquín Pérez en sus propios principios
políticos. La poesía fue el centro de su actividad a partir de aquel
momento. En 1877, publica su primera serie de composiciones en
verso: Fantasías Indígenas, colección en la que figuran algunas de sus
páginas líricas más notables. Siete años después, al tomar posesión de
la Presidencia de la República su egregio condiscípulo Francisco Gre-
gorio Billini, José Joaquín Pérez fue llamado a ocupar el ministerio de
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Justicia e Instrucción Pública (lo de setiembre de 1884). En esa car- tera intentó poner en práctica varias iniciativas en favor de l a difusión
de la enseñanza: entre ellas el proyecto sobre la creación de escuelas
ambulantes en las secciones más pobladas de la república, (regla- mento dictado por el Poder Ejecutivo el 2 de octubre de 1884). La renuncia de Billini, el 16 de mayo de 1885, malogró esos proyectos
generosos.
El nombre de José Joaquín Pérez se halla íntimamente vinculado
a la reforma educativa que adelantó en la república, Eugenio María de Hostos. En julio de 1880 presidió, juntamente con el presbítero
Gabriel Moreno del Cristo y Federico Henríquez y Carvajal, los pri- meros exámenes que se realizaron en la Escuela Normal de Santo
Domingo, para poner a prueba el sistema educacional del ilustre pen- sador antillano. €1 28 de septiembre de 1884, le cupo el honor de
presidir, en unión de Billini, la solemne ceremonia de la investidura de los primeros normalistas del país: Francisco José Peynado, Félix E. Mejía, Arturo Grullón, José Alejandro Pichardo, Agustín Fernández
Pérez y Lucas F. Gibbes. En su calidad d? Ministro de Justicia e Ins- trucción Pública, exaltó en aquella ocasión, en un discurso memorable,
la obra educativa de Hostos, a quien señaló como el "reformador de la enseñanza en nuestro país" y como el "preparador perseverante
de una generación de adalides de la idea".
Dedicado, desde la caída de Billini, al ejercicio de su profesión de notario, sólo intervino en la vida pública como periodista doc- trinario. Dirigió "El Porvenir", de Puerto Plata, y "El Eco de l a Opinión" de la capital de la república, en épocas difíciles para l a libre expresión del pensamiento. En 1883 fundó, en unión del Dr. l. de la Fuente, médico cubano exilado en Santo Domingo, l a "Revista
Científica, Literaria y de conocimientos Utiles". Colaboró también, en esa misma época, en los periódicos "El Pueblo" y "El Sufragio". Durante casi veinte años dirigió la sociedad "La Republicana", institu-
ción a la que debe nobles servicios l a cultura nacional. El 6 de abril de 1900, cuando hacía sólo unos cuantos meses que la caída de Heu-
- J O A Q U I N B A L A G U E R
reaux y el retorno de la libertad civil habían hecho reverdecer su vieja fe democrática, murió en su ciudad nativa.
La obra poética de José Joaquín Pérez, el más grande de nuestros poetas románticos, abarca cuatro series de composiciones: Contornos y Relieves ( 1875), Fantasías Indígenas ( 1877), Versiones del poeta inglés Thomas Moore í 187 1- 1896) y Poesías Varias ( 1896-1 900).
EL CANTOR DE LA RAZA INDIGENA
Lo más característico de la obra de José Joaquín Pérez son las
poesías que lo perfilan como cantor de la raza indígena. Estos versos, inspirados en tradiciones y leyendas relativas a los naturales de la
antigua isla Española, pintan no sólo la inocencia de la tierra hasta el día del descubrimiento, sino también el drama del aborigen después
del arribo de los conquistadores. Algunas de las leyendas incluídas en las Fantasías Indígenas, como la que lleva por epígrafe "Vaganio-
na", tienen un fuerte sabor patriótico. El poeta refiere la historia de Vaganiona, virgen indígena nacida en la orilla del río Ocoa, sobre cuya cabeza gravita una siniestra profecía. Cuando e l huracán de la conquista llega a las tierras en que habita la doncella, semejante por la dulzura de su voz a las alondras que cruzan el cielo de aquel valle
nemoroso, Gualma, el elegido de su corazón, perece bajo el acero de las legiones de Ovando. La virgen, incapaz de sobrevivir a aquel
golpe que destroza todas las ilusiones que el amor hizo nacer en su
pecho, muere de melancolía y se convierte, de acuerdo con el anuncio profético que la destinó al dolor desde la cuna, en un ave de canto
amargo y querelloso. La canción de .Vaganiona, la doncella convertida en un ave condenada a llevar el pecho ensangrentado, llena desde entonces el valle con sus ecos dolientes como los de una voz que llegara al oído del indio después de haber rodado por hondonadas
y collados desde el corazón de la noche.
En muchas de las composiciones de Fantasías Indígenas, hay hermosos rasgos descriptivos. En algunas, la nota dramática alcanza
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
acentos de verdadera intensidad: merecen señalarse, entre otras, las
estrofas en que se narra la crisis que conmueve el alma de la esposa
del cacique Guarionex cuando se ve envuelta por Luis de Sarahona entre las redes de un amor culpable; las que pintan el adios de
Anacaona ya cautiva, cuando se despide de Jaragua y besa con frenesí la tierra cn que vivió Feliz y en que discurrieron los juegos de
su nit7ez gozosa; y, finalmente, las que recogen el monólogo de
Guacanagarix, cuando siente clavada en su corazón la garra del arre-
pentimiento y se pasea por las ruinas de Marién, increpando, con
acento patético, las sombras de l a ciudad 'maldita.
LOS "ECOS DEL DESTIERRO"
José Joaquín Pérez es el poeta dominicano que ha pulsado
con más honda emoción la lira del proscrito. Su composición "La
Vuelta al Hogar", escrita después de seis años de ausencia en
Venezuela, contiene las notas más intensamente líricas de la poesía
dominicana. Sus "Ecos del destierro" no degeneraron, como los de
Félix María del Monte, verdadero temperamento de poeta civil, en poesía política: en vez de hacer rugir sobre la cabeza de Báez, a
cuya enemistad debió sus largos años de destierro, la lira de Tirteo,
se contenta con entonar en suelo extraño el sombrío canto de las
vísperas de ceniza, y con entregarse a la evocación de la patria en
versos donde se percibe, como un dardo abrasador, la nostalgia del hogar y la de las palmeras nativas.
SUS POESIAS PATRIOTICAS
Otro rasgo de la obra poética de José Joaquín Pérez, es el de la nota patriótica. La primera vez que empuñó la lira fue para lanzar
un anatema contra la anexión de la República a España. El sentimiento
de la libertad llena desde entonces su poesía de acentos ardorosos.
La independencia de Cuba y Puerto Rico le sirvió de pretexto para
escribir varias composiciones en que describe como concluída la
J O A Q U I N B A L A G U E R
misión de Europa y atribuye a América un papel de primer orden cn la historia del futuro:
Y Europa, la vetusta madre estéril,
que el vigor de otra savia necesita,
sin más fe en sus conquistas, caerá débil,
ante este nuevo gladiador vencida.
EL POETA DESCRIPTIVO
José Joaquín Pérez es también el poeta nacional en quien con más vigor se trasluce el sentimiento de la naturaleza. Tuvo, sin ser propiamente un paisajista, aptitudes poco comunes para la
poesía descriptiva. En "Quisqueyana", una de sus composiciones que m6s llamó la atención de Menéndez y Pelayo, que la califica de "abundantísima y florida", traza en un cuadro de conjunto, el panorama geográfico de la parte oriental de la isla, y en el poema juvenil titulado "Baní", pinta, con lujo de imaginación, las áridas
líneas de aquel paisaie severo. Nadie ha sabido sentir con tanta fuerza como él la adusta y áspera poesía del yermo desolado:
Todo en torno amarillece
y se ve mustio morir.
SUS OBRAS EN PROSA
José Joaquín Pérez escribió una novela que lleva el título de
"Flor de Palma", y varios trabajos de crítica entre los cuales se des- taca el estudio que consagró al "Enriquillo", l a famosa narración
histórica de Manuel de Jesús Galván, a quien se sintió especialmente ligado por un sentimiento de común simpatía hacia la raza indígena, tomada como motivo de inspiración para la creación literaria.
J O A Q U I N B A L A G U E R
SALOME UREÑA
RASGOS BIOGRAFICOS
Salomé Ureña nació en la antigua ciudad de Santo Domingo, el 21 de octubre de 1850. Fueron sus padres Nicolás Ureña de Mendo- za, poeta y magistrado, y Gregoria Díat y León.
Después de haber aprendido las primeras letras en el hogar, gracias a l interés con que su madre estimuló en ella, desde la más tierna infancia, el amor a l estudio, recibió bajo l a dirección de su padre, hombre de no vulgar cultura, las bases de su educación literaria. Espezó desde muy joven a leer metódicamente los clásicos castellanos. Con el trato asiduo de Fray Luis de León y de otros ex- celentes poetas del siglo de oro, alternó el de los versificadores más castizos de la centuria pasada, principalmente de Moratín y de Juan Nicasio Gallego.
La afición a las letras, dominante en ella desde le niñez, no le impidió cultivar en otros aspectos su inteligencia y adquirir una só- lida cultura científica que le permitió encabezar como maestra, a par- tir de 1881, el movimiento en favor de la emancipación intelectual de la mujer dominicana. Sus primeras poesías fueron publicadas en periódicos y revistas nacionales. Su fama traspasó pronto las fron- teras patrias, y algunas de sus composiciones, como la titulada "Som- bras", fueron imitadas o reproducidas en publicaciones extranjeras. En 1880 contrajo matrimonio con Francisco Henríquez y Carvajal. El 3 de noviembre de 1881 fundó, a instancias de su esposo, quien había figurado entre los más entusiastas colaboradores de Eugenio María de Hostos, el Instituto de Señoritas. E l 12 de abril de 1887, se celebró la investidvra de las seis primeras maestras formadas por Salomé Ureña: Leonor M. Feltz, Mercedes Laura Aguiar, Luisa Ozema Pellerano, Ana Josefa Puello, Altagracia Menríquez Perdomo y Ca- talina Pou. En diciembre de 1888, salió del plantel dirigido por la ilustre educadora, otro grupo de maestras normales: Eva Pellerano, Mercedes Echenique Peláez, Encarnación Suazo, Altagracia. Peguero
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Acevedo, Carmen Julia Henríquez Perdomo y Altagracia Henríquez
Bello.
Las luchas del magisterio agotaron su organismo, y en 1893, después de doce años de continua labor docente, se vio obligada a
cerrar el Instituto de Señoritas. En abril de 1894, poco después del
nacimiento de su hila Camila, contrajo una neumonía que hizo temer
por su vida. Su precario estado de salud la obligó dos años más
tarde, en junio de 1896, a cambiar de clima.
Se trasladó e'ntonces a Puerto Plata, donde fue recibida con
señaladas muestras de afecto y de amorosa solicitud. Durante este
breve período de descanso escribió parte de su poesía titulada
"Mi Pedro", inconclusa desde 1890. E l 2 de enero de 1897 retornó
de Puerto Plata, y el 8 volvió a caer en el lecho, esta vez para no
volver a levantayse. El 6 de marzo de 1897, expiró en su hogar de
la ciudad de Santo Domingo. fue enterrada en la iglesia de Nuestra
Señora de las Mercedes.
LA POETISA
Salomé Ureña fue quien primeramente tuvo en Santo Domingo
el sentimiento de la gran poesía, de la única verdaderamente gran-
de, porque lejos de recluírse en la intimidad de quien la éscribe,
para recoger sólo el eco de sus propias angustias, se levanta para
dominar el espectáculo entero de la vida y tiende a hacerse intér-
prete de zonas más amplias y a la vez más fecundas de la sensibi-
lidad humana.
CLASlFlCAClON DE SU OBRA POETICA
La obra poética de Salomé Ureña puede dividirse en dos gru-
pos de composiciones: las de carácter patriótico y las que le inspiró
la musa de la civilización, y aquellas en que se entregó a sus efusiones
personales.
En cada uno de esos géneros, dejó verdaderos modelos de ver-
sificación, dignos de las meiores antologías de lengua castellana.
- JOAQUIN B A L A G U E R
LA POESIA PATRlOTlCA
Es la suya una poesía de inspiración eminentemente civil, in-
fluída por un ideal patriótico y destinada a despertar entre los hom-
bres ambiciones y sueños colectivos. Sus grandes composiciones
como las tituladas "La fe en el porvenir" y "A Quisqueya", tienden
a robustecer la fe de sus compatriotas en la civilización y en el pro-
greso. En otras, como la que lleva por epígrafe "Sombras", inspirada
en el decreto de San Fernando, medida implacable mediante la cual
se dispuso que toda persona que fuera sorprendida- con las armas en
la mano sería condenada a la pena de muerte, clama por una era de
concordia nacional y exhorta a sus compatriotas a deponer los odios
fratricidas para que emprendan unidos una verdadera acción civili-
zadora; y en otras, por último, como la titulada "Ruinas", traza pi- meramente, con maestría digna del cincel arqueológico de Rodrigo
de Caro, el cuadro melancólico de los palacios que sintetizaroncel
esplendor de la colonia, para levantarse después a la contemplación
del destino de la República, simbolizado en la grandeza extinguida de
aquellas masas arquitectónicas semidestrozadas:
¡Patria desventurada! ¿Qué anatema
cayó sobre tu frente?
Levanta ya de tu indolencia extrema:
la hora sonó de redención suprema
y jay, s i desmayas en la .lid presente!
Pero vano temor: ya decidida
hacia el futuro avanzas;
ya del sueño despiertas a la vida,
y a la gloria te vas engrandecida
en alas de risueñas esperanzas.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Lucha, insiste, tus títulos reclama:
que el fuego de tu zona preste a tu genio su potente llama y entre el aplauso que te dé la fama vuelve a ceñirte la triunfal corona.
Que mientras sueño para t i una palma, y al porvenir caminas,
no más .se oprimirá de angustia el alma cuando contemple en la callada cahna
l a majeitad solemne de tus ruinas.
La musa de la civilización le inspiró, a su vez, versos de tan robusta entonación como los de las composiciones "En defensa de la Sociedad" y "La gloria del progreso", odas admirables no sólo
porque expresan pensamientos generalmente elevados, sino tam- bién por la sinceridad con que la filosofía humanitaria de los gran-
des poetas españoles del siglo XVIII, de Cienfuegos y del propio
Quintana, se encuentra allí sentida y transformada en un motivo de inspiración sencilla y a la vez majestuosa.
Salomé Ureña no sólo cantó a la patria como entidad política, sino que también la sintió en la hermosura do su panorama físico,
en el esplendor dz sus cielos azules y en las suaves ondulaciones de sus costas sembradas de palmeras. Los acentos que arrancó a su lira para cantar al cielo dominicano tienen tanta fuerza como los
que elevó entre los escombros de las guerras fratricidas para invitar a sus compatriotas a establecer un clima de convivencia civil o para exhortarlos, a raíz de cada revés de la República, a reconstruir las riquezas deshechas y a restaurar el ideal perdido. La composición
"La llegada del invierno", uno de los más hermosos trofeos de su
corona, lírica, es un jubiloso elogio a la perpetua primavera de la isla y a sus encantos tropicales. El aire, al conjuro de este verso
jubiloso y radiante, se puebla de aromática miel y de invisibles genios
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alados, resplandeciendo en medio de una magnífica embriaguez de
luces que recuerda la del "Himno al Sol" de Rostand:
LA LLEGADA DEL INVIERNO
Llega en buen hora, mas no presumas
ser de estos valles regio señor,
que en el espacio mueren tus brumas
cuando del seno de las espumas
emerge el astro de esta región.
En otros climas, a tus rigores
pierden los campos gala y matíz
paran las aguas con sus rumores
no hay luz ni brisas, mueren las flores,
huyen las aves a otro confín.
En mi adorada gentil Quisqueya,
cuando el otoño pasando va,
la vista en vano busca tu huella:
que en esta zona feliz descuella
perenne encanto primaveral.
Que en sus contornos el verde llano,
que en su eminencia la cumbre azul,
la gala ostentan que al suelo indiano
con rica pompa viste el verano
y un sol de fuego baña de luz.
Y en esos campos donde atesora
naturaleza tanto primor,
bajo esa lumbre que el cielo dora,
tiende el arroyo su onda sonora
y alzan las aves tierna canción.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA -- PP.
Nunca abandonan las golondrinas
por otras playas mi hogar feliz:
que en anchas grutas al mar vecinas
su nido arrullan, de algas marinas,
rurnor de espumas y auras de abril.
Aquí no hay noches aterradoras
que horror al pobre ni angustia den
ni el fuego ansiando pasa las horas
de las estufas restauradoras
que otras regiones han menester.
Pasa ligero, llega a otros climas
donde tus brumas tiendas audaz,
donde- tus huellas d r muerte imprimas,
que aunque amenaces mis altas cimas
y aunque pretendas tu cetro alzar,
Siempre mis aguas tendrán rumores,
blancas espumas mi mar azul,
mis tiernas aves cantos de amores,
galas mis campos, vida mis flores,
mi ambiente aromas, mi esfera luz.
SU POESIA SENTIMENTAL O DOMESTICA
La parte puramente sentimental de la obra poética de Salomé
Ureña, aunque inferior sin duda a la patriótica, constituye una prueba
de que la insigne poetisa no perdió su sentimiento palpitante de la
gran poesía, ni siquiera cuando escribió sobre las cosas menos ele-
vadas.
En la composición titulada "Vespertina", canto íntimo en que
se asocian magistralmente el sentimiento de angustia causado por
l a ausencia de un ser querido y la impresión de tristeza que se apo-
J O A Q U I N B A L A G U E R
dera del mundo físico cuando lo envuelven las sombras crepuscula-
res, la grandiosidad que presta al cuadro la caída de la tarde, con
todo lo que ese acontecimiento, no por común menos hermoso,
significa como invitación a la nostalgia y a la melancolía, quita a
los detalles prosaicos que contiene el poema, todo viso de vulgaridad
y todo aspecto de intimismo casero:
iOh, qué largas las horas, qué momentos
los de la angustia triste! Son siglos de dolor que pasan lentos,
que ignora el corazón cómo resiste.
iOh, angustia desmedida! ¡Quién me diera
salvar espacios y a tu lado ansiosa
llegar en mi carrera!
Y en esta hora dulcísima y dichosa
en que el destello amigo
del sal que palidece
suspensa la creación hacer parece
de paz solemne majestuoso alarde,
verte, sentirte, y respirar contigo
la bienhechora calma de la tarde ...
La poesía que lleva por epígrafe "En horas de angustia", pá-
gina admirable en que la autora describe la ansiedad con que su
corazón de madre sigue el curso de la dolencia física que postra a
uno de sus hijos en el lecho, contiene rasgos de belleza dramática,
dignos de cualquiera de los artistas de la palabra que con más
profundidad han escudriñado los misterios. de la conciencia humana:
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Después, en mi regazo volví a tomarte, sin concierto, loca, de cabezal sirviéndote mi brazo,
mientras en fuego vivo, se escapaba el aliento de tu boca;
y allí cerca, con treguas de momentos, el hombre de la ciencia, pensativo,
espiaba de tu ser los movimientos. Pasaron intranquilas
horas solemnes de esperanza y duda; latiendo el pecho con violencia ruda, erraban mis pupilas
de uno en otro semblante, sin sosiego,
con delirio cercano a la demencia; -. y entre el temor y el ruego
juzgaba, de mi duelo en los enojos, escrita tu sentencia hallar de los amigos en los ojos.
En ciertas ocasiones abandonó Salomé Ureña el tono sentencioso
y elevado, característico de su obra poética, e hizo versos pueriles y sobremanera candorosos. La composición titulada "Tristezas" per-
tenece a las producciones de ese tipo y prueba por s i sola hasta qué punto puede convertirse un tema insípido, ajeno a todo sentido
trascendental y llevado hasta el último extremo de l a ingenuidad y la simpleza, en un noble motivo poético, cuando quien se inspira en
él no desconoce el arte de herir las fibras más intimas del senti-
miento humano:
Nuestro dulce primogénito,
que sabe sentir y amar, con tu recuerdo perenne viene mi pena a aumentar.
J O A Q U I N B A L A G U E R
Fijo en ti su pensamiento,
no te abandona jamás: sueña contigo, y despierto habla de ti nada más.
Anoche, cuando, de hinojos, con su voz angelical dijo las santas palabras
de su oración nocturnal;
Cuando allí junto a su lecho
sentéme amante a velar,
esperando que sus ojos viniese el sueño a cerrar,
Incorporándose inquieto, cual presa de intenso afán,
con ese acento que al labio las penas tan sólo dan,
Exclamó como inspirado: "Tu .no te acuerdas, mamá?
El sol ¡qué bonito era cuando estaba aquí papá!"
LA PUREZA DE SU VERSlFlCAClON
La obra poética de Salomé Ureña se distingue, en cuanto a la forma y al mecanismo de la versificación, por su pulcritud y su lim- pieza. Sus versos se hallan por lo general admirablemente cons-
truídos. Todas sus poesías, aún las que compuso en los comienzos de su carrera literaria, se encuentran libres de extravagancias retóricas, de falsas rimas y de amplificaciones ociosas, de prosaísmos cho-
cantes y de violencias de estilo, de vicios de construcción y de locu- ciones ásperas y poco naturales. La coincidencia entre sus sentimien-
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
tos y la forma de que se vale para dades expresión adecuada, se
manifiesta hasta en la preferencia que mostró, desde el primer día,
por la silva y otras combinaciones estróficas igualmente fáciles y
espontáneas, y en su aversión, por el contrario, al soneto y a otras
formas de arquitectura artificiosa. La combinación que usó en muchas
de sus composiciones más inspiradas, es la de la estrofa de cinco
versos, donde se mezclan los endecasílabos con un quebrado de
siete sílabas, pera no en la forma tradicional, popularizada por Gar-
cilaso en "La Flor de Gnido", sino en otra forma no menos llena de
elasticidad y de soltura:
Memorias venerandas de otros días,
soberbios monumentos,
del pkado esplendor reliquias frías,
donde el arte vertió sus fantasías,
donde el alma expresó sus pensamientos. (Ruinas).
En el poema titulado Anacaona, en el cual abundan los pasajes
de extraordinaria viveza descriptiva, no emplea la octava real, sino
la berrnudina, combinación más libre y más suelta que la importada,
juntamente con la canción petrarquista, de la poesía italiana:
Como la palma de la llanura
su talle airoso moviendo esbelta,
en largas ondas al aura suelta
la cabellera negra y sutil,
joven y hermosa, feliz recorre
los campos ricos de la Maguana,
una graciosa beldad indiana,
más que otra alguna noble y gentil. (Canto 11).
JOAQUIN B A L A G U E R
LA SENCILLEZ Y CORRECCION DE SUS VERSOS
Una de las características del verso de Salomé Ureña, es su prodigiosa unidad, unidad verdaderamente orgánica, resultante de la repulsión que la autora muestra hacia toda clase de licencias,
aún hacia aque!las que, como la sinalefa, constituyen fenómenos propios e inmodificables de la pronunciación castellana. Hay en sus
poemas, en efecto, una gran cantidad de versos, sobre todo de
endecasílabos, que carecen no sólo de licencias sino también de el isiones:
No basta a un pueblo libre
la corona ceñirse de valiente, no importa, no, que cuente
orgulloso mil páginas de gloria, sin que la lira del poeta vibre ...
(La gloria del progreso)
En algunos casos altera el orden de las palabras, pero sus trans- posiciones son siempre suaves y casi imperceptibles en la lectura rápida:
Soldado de la patria generoso, nunca rindió su corazón honrado ...
(A Espaillat)
Sólo una vez empleó con cierta violencia esta figura:
La que hoy en tus baluartes enseña nacional la brisa ondea
(27 de Febrero).
Por lo común, se limita al uso de figuras de dicción, por adi- ciones o supresiones de palabras:
Acaso, acaso algún día, cual fantasma funerario ...
(Hecaiombe)
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
y busqué sobre el viento
el espacio, la esfera, el horizonte
donde el humano orgullo vencido acalla su falaz murmullo ...
(Colón)
ACIERTOS PARCIALES
Innumerables ron en la obra poética de Salomé Ureña los aci~r-
tos aislados. Algunos de sus versos contienen maravillosas expresio- nes imitativas: la siguiente, tomada de l a composición que lleva por
epígrafe Sombras:
Sa estremece el alcizar opulento de bien, de gloria, de grandeza suma,
que fabrica tenaz el pensamiento;
¡bajo el peso se rinde que le abruma! ...
no desmerece gran cosa al lado de la famosa onomatopeya de las
"Ruinas de Itálica":
Las torres que desprecio al aire fueron a su gran pesadumbre se rindieron.
En la misma composición imita felizmente por medio de una
oportuna gradación de sonidos y de sílabas breves en el último
verso de la estrofa, la rapidez del viento huracanado:
Dejad que pase el huracán bravío,
y que pasen del negro desencanto
las horas en empuje turbulento,
como pasa la ola,
como pasa la ráfaga de viento.
J O A Q U I N B A L A G U E R
UN CODIGO DE PATRIOTISMO Y DE BUEN GUSTO PARA LOS ESCOLARES
La obra de Salomé Ureña podría servir, por la limpieza de su forma, por la corrección de su estilo y por la escrupulosidad con que en ella se observan los principios de la más sana doctrina literaria, para los ejercicios de retórica en las escuelas .dominicanas. Pero ese código de buen gusto también es digno, por su fondo pa- tribtico y por su espíritu civilizador, de ser puesto en manos de los escolares de la República que hallarán siempre en sus páginas lecciones perdurables de enseñanza cívica y sentimientos puros y elevados, revueltos en la obra de arte con una rotunda e inspiradí- sima afirmación de fe en los destinos nacionales.
CAPITULO IX
MANUEL RODRIGUEZ OBJlO
Manuel Rodríguez Obiío nació en la capital de la República el 19 de diciembre de 1838. Estudió en el Colegio de San Buenaventura donde fue alumno de Alejandro Angulo Guridi y del padre Gaspar Hernández. En 1855 fijó su residencia en los Estados Unidos. Volvió
algún tiempo después al suelo nativo, y en 1856 se establece en Azua. Al año cig;iente se incorpora a los tropas del general Santana que a l a sazón dirigía en el sur las operaciones militares contra el
gobierno de B6ez. Det cantón de Manganagua pasó a hacerse cargo de las funciones de Secretario del Ministerio de Interior y Policía.
Las disensiones civiles lo obligan a refugiarse, poco antes de la anexión, en la isla de Saint-Thomas. E l 16 de febrero de 1864 sale de Venezuela con Vicente Celestino Duarte y otros próceres para
ofrecer su concurso a la causa de la Restauración de la República.
Desembarca en Montecristi y se dirige luego a Santiago, sede del
gobierno revolucionario. Cuando se inician las negociaciones con el general La Gándara, para la desocupación del territorio nacional,
Rodríguez Obiío es designado plenipotenciario del Gobierno de la Restauración y con esa investidura viaja a Montecristi en compa-
ñía de otros generales. En el mes de octubre de 1864, fue ascendido
á general de brigada. En el gobierno provisional del Protector José
María Cabral, fue nombrado Ministro de Relaciones Exteriores. De-
sempeñó esa cartera, juntamente con la de Justicia e Instrucción
Pública, desde el 28 de octubre hasta el 8 de diciembre de 1865. En 1866, mientras desempeñaba l a gobernación de Puerto Plata, se
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unió a la revuelta iniciada contra Báez por Luperón y otros jefes del
Partido Azul. El 28 de abril recibe al caudillo de la sublevación con un discurso al que pertenecen estas frases: "Queriendo esquivar la
persecución ... mentí fidelidad al nuevo amo. El 25 de este mes
pude arrojar definitivamente el disfraz encabezando el pronuncia- miento de esta plaza: a los traidores es preciso herirlos a traición".
Este discurso, indigno de tan gran patriota, debía costarle la vida. En
1867, los baecistas, en connivencia con Salnave, desatan otra vez la guerra civil, y al caer Cabral el 31 de enero de 1868, Rodríguez
Obiío retorna al ostracismo. En 1871, se une a Luperón y desde Haití invade la frontera para fomentar l a insurrección contra Báez.
Derrotadas las tropas revolucionarias en el Pino, cae prisionero el 17 de marzo. Conducido a la capital por el general Juan Gómez, fue pasado por las armas el 18 de abril de 1871, sin que le valieran,
para salvarlo del patíbulo, los servicios que prestó a la República durante la guerra restauradora.
EL POETA
Rodríguez Objío puede considerarse como el único precursor, en la poesía dominicana, de la tendencia filosófica que tuvo des-
pués en Gastón Deligne su vocero más calificado. Por primera vez penetra en la lira nacional un intento de curiosidad especulativa
que saca el verso del reducido ámbito de la emoción personal y que se sirve de 151 para traducir conceptos generales. Son muchas las
composiciones de Rodríguez Objío que pueden citarse como prueba de esa tendencia a engrandecer la inspiración, sea insinuando con- ceptos elementales de filosofía moral o sea reduciendo el senti- miento erótico a una especie de platonismo amatorio: tales son, entre otras, Forhan, Gloria y Venganza, El Siglo, No matarás y Epístola patriótica. Con Rodríguez Obiío empieza, pues, la poesía dominicana a apartarse del apunte anodino, de la simple divagación
lírica, del eterno discreteo sentimental, de la elegía suspirante.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Et POETA POLlTlCO
Rodríguez Objío fue también en su época "el prototipo del
poeta político de inspiracibn arrebatoda". Descargó más de una
vez su ira sobre la cabeza de Buenaventura Báez, a quien increpa
en versos de broncos sonidos en que la palabra resplandece como
el metal golpeado.
Escribió también contra Santana estrofas lapidarias que han
fijado definitivamente para la historia los rasgos contradictorios de
la poderosa fisonomía del caudillo de la anexión:
Traidor te aborrecí y héroe te admiro,
coloso singular de nuestra historia.
Una mancha oscurece tu memoria:
pequeño hiciste un nombre colosal.
La estatua del Marqués de las Carreras, la personalidad domi-
nicana más golpeada por -10s martillos de la crítica histórica, está
esculpida en esos versos con las únicas líneas que perdurarán en la conciencia de las generaciones venideras: erguida sobre un pedestal
de victorias militares, pero con la cabeza cortada como un símbolo
trágico de su falta de fe en la independencia absoluta.
LA INFLUENCIA FRANCESA
Manuel Rodríguez Objío representa, en la poesía dominicana
de mediados del siglo XIX, la tendencia a imitar los poetas franceses,
de preferencia a los de lengua española. La corriente opuesta l a en-
cabezaban, por el contrario, Félix María del Monte y Nicolás Ureña,
el primero rabiosamente tradicionalista, y , el segundo, poeta de estro
nacional, pero en el fondo fo rma0 en el estudio de la clasicidad
castellana. La diferencia, antes que a razones de orden literario, debe
atribuírse a las circunstancias políticas bajo el imperio de las cuales
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actúan y escriben estos tres poetas que aspiran a expresar, cada uno a su manera, algjn aspecto ~ro fundo o accidental del alma dominica- na. Mientras Nicolás Ureña y Félix María del Monte asisten a l calvario de la patria secuestrada por Haití del mundo civilizado, y participan del anhelo nacional que cifra en el valor indómito y en el señorío espiritual de la raza toda posible esperanza de restauración del do- minio español sobre la vieja colonia abandonada por Isabel II, Manuel Rodríguez Obiío lucha contra la anexión y es un vocero de los senti- mientos de quienes aspiran a crear de nuevo una república libre de toda dominación extranjera.
Rodríguez Objío careció de estudios clásicos, pero comenzó a adquirir el francés en el hogar, como parte de la educación domésti- ca, y pudo desde la infancia acercarse a Lamartine y oír, como un rumor oceánico, l a estruendosa trompa de Víctor Hugo en los textos
originales.
La resonancia que rodeó desde el primer momento, la versión hecha por Bello de la "Priére pour tous", del gran poeta de las "Hojas de Otoño", puso de moda en Santo Domingo, como en toda América, las traducciones de obras maestras de la poesía extranjera, particularmente de la francesa. José Joaquín Pérez sigue algún tiempo después el ejemplo de Olmedo, a quien se debe la mejor versión que existe en español de las tres primeras epístolas del Ensayo sobre el. hombre, de Pope, e inicia en 1871, año en que precisamente se destroza la vida de Rodríguez Objio sobre las tablas ensangrentadas del patíbulo, la traducción de gran parte del repertorio romántico del poeta inglés Tomás Moore. César Nicolás Penson, poeta de producción exigua, pero a quien sonrieron siempre las Gracias cuando pulsó la lira, tradujo en 1888, la famosa oda de Manzoni Al cinco de mayo, tomada del fino mármol itálico para tallarla ásperamente en bloque castellano.
Manuel Rodríguez Objío fue, entre esos intérpretes de la poesía extranjera, el que escogió, para verterlos al español, modelos más exquisitos. Fantasías delicadas, como "EI Gondolero" y "El estatuario",
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
alternan, en su colección de traducciones, con poesías de abolengo tan
noble como "La caída de las hojas", de Maillevolle, uno de esos cantos
privilegiados que han repercutido con perdurable vibración, en la
lira de todos los países. El poeta dominicano logra apoderarse de la
dulce tristeza que envuelve, como una gasa húmeda, la poesía original,
especie de romanza melancólica que nos llega a l alma a modo de
una melodía expirante. La versión de "Lux", de Víctor Hugo, no
obstante las enormes diferencias que separan la modesta musa de
Rodríguez Objío, de esa especie de divinidad soberbia y titánica
que inspira al poeta francés, está hecha con delicadeza y soltura.
La traducción, aunque excesivamente parafrástica, conserva en al-
gunas estrofas, sobre todo en los alejandrinos de la segunda parte, huellas visibles del martillo portentoso que mordió por primera
vez los bloques descomunales.
Pero es indudable que Rodríguez Objío sólo se supera como
traductor cuando traslada a l castellano composiciones ligeras, pe-
queñas ánforas melodiosas donde alguien haya derramado algún
aroma exquisito. Aceptablemente feliz cuando traduce a Maillevolle,
poeta meditativo cuyos versos despiertan en el corazón un eco pa-
recido al del movimiento de las hojas en las profundidades del
bosque, no acertó sino por excepción cuando quiso erigirse en intér-
prete del autor de "La Leyenda de los Siglos", personificación del
vate, del cantor apocalíptico cuyos poemas, por el contrario, se
hallan llenos de colores como las banderas, de olas como los océa-
nos, de fulguraciones como las espadas.
SUS INCORRECCIONES
En la obra de Rodríguez Objío abundan las incorrecciones.
No faltan en ella errores de técnica, ritmos ásperos, caídas pasa-
jeras en la anarquía verbal, repentinos eclipses de la inspiración,
versos de acentuación ingrata. Lunares de ese género no logran,
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sin embargo, empañar los méritos de Rodríguez Objío que fue ante todo un poeta de sentimiento y un espíritu excelso que no obstan- te haber vivido en plena tormenta política, envuelto en un furioso torbellino formado de broncas pasiones y de intereses contradic- torios, halló en su corazón fuerza y entusiasmo para levantar cuan alto pudo el cetro de la poesía en medio de una sociedad anarquizada.
JOSEFA ANTONIA PERDOMO Y HEREDlA
Josefa Antonia Perdomo y Heredia nació en la capital de l a
República, el 13 de junio de 1834. Fue discípula de su tío, el notable escritor Manuel de Jesús Heredia, quien guió sus primeros pasos en la vida literaria. Publicó muchas de sus poesías con el seudónimo de Laura, en varios periódicos de la época, principalmente en "El Oasis",
órgano de la Sociedad "Amantes de las Letras". En 1885 recogió su
producción poética en un volúmen titulado Poesías (Santo Domingo,
239 páginas).
Su prologuista, el notable poeta José Joaquín Pérez, la señaló
como "la primera mujer dominicaga que arrostró l a publicidad". Murió en su ciudad natal el 25 de mayo de 1896.
LA POETISA
En una época en que l a cultura, sobre todo la accesible a las muj%res, era particularmente precaria, Josefa A. Perdorno supo
expresarse un estilo que atrae por su modesta sencillez y por su gracia inspirada. Sin haber sido una vocación lírica realmente
extraordinaria, dotada como Salomé Ureña, de condiciones excep-
cionales para la poesía de grandes vuelos, tiene aciertos no desde- ñable~, sobre todo cuando fue asistida por la musa de las inspiracio- nes religiosas.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
CARACTERISTICAS DE SU POESIA: TERNURA Y CASTIDAD
Lo más significativo en la obra poética de Josefa A. Perdomo,
es la total ausencia que se advierte en ella de expansiones eróticas.
No hay uno sólo de sus versos que no respire la castidad más
absoluta. Su poesía tiene un pronunciado sabor doméstico. Cuando
su musa hogareña no se inspira en un duelo familiar o en un motivo amistoso, .tales como la muerte de un deudo o el cumpleaños de
alguna persona de su afecto, el motivo del canto se reduce a una
exhortación o a tímidas descripciones del mundo de l a naturaleza. Tal vez deba achacarse a la rigidez de las costumbres de
la época, llena de prejuicios e imbuida de escrúpulos morales de
severidad puritana, el silencio en que permanece en la lira de
Josefa A. Perdomo, una de las cuerdas más fecundas y más conmo-
vedoras, posiblemente la única en que l a poetisa hubiera podido
expresarse con auténtica vehemencia y sacar a relucir todo el fuego
de su naturaleza apasionada.
LA POESIA RELIGIOSA
Josefa A. Perdomo fue un alma oprimida por el sentimiento.
E l exceso de sensibilidad, visible en sus desahogos domésticos y en
el tono encendidamente romántico de algunas de sus composiciones,
la condujo a buscar reposo para su espíritu en el regazo de la poesía
religiosa. Los cantos dirigidos a Dios o a las figuras supremas del
Cristianismo, a l a muerte o a l nacimiento de Jesús, a la rdigión
misma o a algún príncipe de la Iglesia, son aquellos donde se hacen
más patentes las aptitudes de Josefa A. Perdomo para la inspiración
elevada. La mujer que renunció a l amor de los hombres y a los
halagos del mundo, vierte todo' el tesoro de su naturaleza sensitiva
en las plegarias ardorosísimas que fluyen de su alma para elevarse
fervorosamente a l pie de los altares:
J O A Q U I N B A L A G U E R
Sí, augusta Religión, la lira mía
quiero templar para entonar mis cantos
pues se anima mi débil fantasía,
al mágico poder de tus encantos, y el alma pensadora se extasía
con la grandeza de tus dogmas santos.
Con igual vehemencia se expresa en la composición ''A Jesús",
una de las tantas que compuso sobre el tema del amor divino:
iAh, escucha, Señor, los clamores que mi labio dirige hacia ti,
y recibe los tiernos amores
que te ofrece tu sierva infeliz.
Pues quisiera, Jesús de mi vida,
para el mundo visible morir,
y sufriendo mis penas en calma
para ti solamente vivir.
Las estrofas más bellas y mejor construídas de Josefa A. Per-
.domo, se ha1 lan dispersas en sus composiciones de carácter religioso:
A una débil mujer, iOh Dios clemente!
a quien el hado con furor oprime,
hasta tu solio espléndido y sublime
alzar le es dado su clamor ardiente. (A Dios, sonefo)
Permite que se eleve, Dios inmenso, hasta tu excelso trono mi gemido,
pues de mis culpas con dolor intenso piedad mil veces y perdón te pido.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Pero no tengo nada, dueño amado,
pues todo es tuyo cuanto en mí se encierra,
y te ofrezco lo mismo que me has dado
viviendo para t i sobre la tierra.
Josefa A. Perdomo celebró, aunque con voz más débil y lira más
desgarbada, los mismos sentimientos a que Salomé Ureña consagra
sus cantos más hermosos. Ambas poetisas dirigieron ardientes exhorta-
ciones a sus compatriotas para invitarlos a la reconciliación y a la
paz; una y otra celebraron con voces de júbilo cada victoria obtenida
por el progreso o por la civilización triunfante, y las dos tuvieron
las mismas exclamaciones de pesar ante cada herida abierta en el
corazón de la patria por las discordias civiles. Así, tanto Salomé
Ureña como Josefa A. Perdomo, saludan el movimiento revolucio-
nario del 25 de noviembre de 1873, como el inicio de una era de
regeneración política; pero en tanto que la primera,,quien sólo con-
taba a la sazón veintitrés años, escribe un canto comparable, tanto
en fervor sincero como en arranque lírico, a la oda en que Rosseti
saluda a l 1830 como al año de las grandes esperanzas:
Año grande a los libres sagrado,
la segunda se limita a hacer, en versos de languidez enteramente prosaica, el elogio de Ignacio M. González, uno de los caudillos de aquella revolución infortunada:
Joven ilustre, a quien el Ser Supremo
escogió para obrar sus maravillas,
las notas espontáneas y sencillas
acepta grato de mi lira fiel.
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..Y deja que salude el alma ardiente, que en entusiasmo y júbilo rebosa,
de tu gloria l a estrella esplendorosa,
que tan pura comienza a aparecer.
JUAN ISIDRO ORTEA
Juan Isidro Ortea nació en Puerto Plata el 15 de mayo de 1849. Intervino desde muy joven en la vida pública y participó en diversos
movimientos revolucionarios. F u e miembro del Congreso de 1874 y desempeñó las funciones de Ministro de Guerra en 1877. En "El Porvenir", decano de los diarios nacionales, publicó sus primeras
poesías. Fue hecho prisionero al fracasar l a expedición organizada
contra el gobierno de Meriño por el General Cesáreo Guillermo, y
el 7 de septiembre de 1881 fue pasado por las armas juntamente con
otros cabecillas de aquella intentona sediciosa.
SU OBRA POETICA
Juan Isidro Ortea fue un gran poeta en esperanza. Cultivó
preferentemente el género erótico, pero también hizo gala de asom-
brosa facilidad en sus versos descriptivos.
En la fantasía titulada "Sueños", como en la mayor parte de
sus composiciones, mezcla el sentimiento del amor con cierto dejo
bucólico que procede en él de una honda y legítima aptitud para la contemplación ideal del mundo de la naturaleza:
Hay en mi patria, tórtola mía, tras esos montes que ves allí un valle fértil donde a porfía crecen la adelfa y el alelí.
HIS'IORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Nada más rico que un arroyuelo,
joya preciosa de aquel edén; s i quieres dichas en este suelo
bate las alas, tórtola, y ven.
Ven tortolil la, vente conmigo,
que es aquel valle para los dos,
un paraíso sin más testigo
que árboles, fuentes, flores y Dios.
Aunque Juan Isidro Ortea no dejó ninguna composición notable,
de esas que reflejan matices universales del sentimiento y que a ese
título se graban perdurablemente en l a memoria, será siempre
recordado porque legó a la poesía nacional muchas estrofas llenas
de música y muchos versos que parecen escritos por las manos de
un hombre en cuyo pecho h;bitaba el dios de la armonía.
PABLO PUMAROt
Pablo Pumarol (1857-1889) se distinguió como poeta de fina
vena humorística. Prodigó su ingenio, sin embargo, en composi-
ciones que han tenido corta vibración en la poesía dominicana.
,MARIANO SOLER Y MERIÑO
Mariano Soler y Meriño ( 1 877- 1899), murió trágicamente antes
de llegar a l a plenitud de su vocación literaria. Su obra juvenil
conserva huellas visibles de Díaz Mirón y de Gastón F. Deligne,
especialmente de este último, a quien trató de imitar en el poema
breve que el autor de "Galaripsos" utiliza para asomarse perspicaz-
mente al mundo de la psicología humana.
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La madre, la libertad y la muier fuero; las tres fuentes de
donde brotó la poesía de Soler y Meriño: la primera le inspiró versos simples, pero dotados de no vulgar cadencia subjetiva:
Amor de madre? Escuchadme
puesta en tierra la rodilla: ese amor es sin mancilla,
el que no muere jamás.
El que al sufrir nos consuela;
el que en el mal nos redime; el único amor sublime;
el que no muere jamás.
La segunda arrancó a su lira versos tan robustos como los del
soneto que compuso en honor de Martí, con motivo de la visita
hecha a la República, por el apóstol de la independencia cubana:
Hijo de un pueblo esclarecido y bravo que al estallar la fratricida guerra,
morir juraste por tu amada tierra
antes que ser del español esclavo.
Y la mujer le inspiró, a su vez, canciones que no parecen dicta.
das por la pasión erótica sino por sentimientos más puros:
Tú, de mis versos la inspiradora,
sé siempre casta, sé siempre pura, que tu alma tierna y ' ensoñadora nunca del lirio pierda la albura.
Cándida niña, niña hechicera,
de ensueños puros de querubín, de suave aroma flor tempranera, esbelto nardo, tierno jazmín!
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Mariano Soler y Meriño fue, sin duda, un gran poeta en cri-
silida: sobre su tumba podrían ser grabadas las palabras que
se atribuyen a Chenier, cuando el gran lírico francés, llevándose la
mano a la frente e irguiéndose sobre las tablas del cadalso, se
juzgó a sí mismo con certidumbre profética: "Por aquí pasó el genio".
FRANCISCO JAVIER MACHADO
Nació en la antigua ciudad de Santo Domingo en 1852. Es
autor de "Auras" y de otras composiciones incorrectísimas pero
vigorosamente inspiradas.
JOSE FRANCISCO PICHARDO
Nació en la ciudad de Sento Domingo el 3 de diciembre de
1837, y murió el 30 de marzo de 1873. Se destacó como escritor
político, con los artículos de fondo que en 1865 publicó en el perió-
dico "La Regeneración". Fue también' colaborador de "El Patriota".
José Francisco Pichardo fue un poeta de sensibilidad torturada.
Pero s i alguna vez se ha justificado en poesía la lamentación cons-
tante, el tono lúgubre que convierte el verso en un alarido prolon-
gado, es en el caso de este poeta doliente, mordido por enfermedad
incurable y familiarizado desde la niñez con la idea de la muerte.
En la composición "El nueve de junio", donde resaltan muchos rasgos
de verdadero sentimiento al lado de algunas manifestaciones de
retórica afectada, el poeta describe su propio abandono y el de su
hermano, herido, como él, por la lepra. Varios esbirros al servicio
de la tiranía imperante, irrumpen una tarde en el hogar de estos
dos desdichados y conducen a la cárcel a José Francisco Pichardo, sin
consideración alguna al otro hermano que yacía en el lecho, moribun-
J O A Q U I N B A L A G U E R
do. Quizás falta verdadera elevación de forma en estos versos, es-
critos poco después, cuando a conocimiento del autor llegó la no-
ticia del desenlace de aquel drama, pero es evidente que esos ren- glones contienen una extraordinaria dosis de sentimiento que se fil-
tra a través de sus rimas pobrísimas y a veczs defectuosas.
JOSE FRANCISCO PELLERANO (1 844-1 889), escribió algunas com- posiciones endebles, las unas de carácter patriótico y las otras de
índole amatoria, y una versión de la célebre oda de Manzoni, "Al
cinco de mayo", muy superior a sus cantos originales. Cultivó tam- bién la literatura dramática y su comedia de costumbres, "El que
menos corre, vuela", estrenada en 1871, fue recibida en su época
como uno de los mejores aciertos del naciente teatro dominicano.
MANUEL DE JESUS ROURIGUEZ (1 847- 191 5), figura en la antolo- gía "La Lira de Quisqueya" con algunas composiciones desaliñadas. Su oda "Al 11 de noviembre", la más extensa de sus poesías, es una
detestable declamación de colegio. Mayor éxito obtuvo como autor
de dramas de carácter romántico y de juguetes cómicos con preten- siones de zarzuelas, como "Zulema", inspirado en un episodio de la
guerra de la restauración, y "La promesa cumpli.da", compuesto
cuando Manuel de Jesús Rodríguez tenía apenas 23 arios y empe- zaba a mostrar sus aficiones literarias.
EUGENIO DE CORDOBA Y VIZCARRONDO, quien murió en 191 7, dio a la publicidad en 1905 un tomo de versos titulado "Efluvios". Fue poeta de escasa sensibilidad, pero de versificación generalmente correcta.
BARTOLOME OLEGAR lO PEREZ
Bartolomé Olegario Pérez nació en la capital de la República el 24 de agosto de 1873, del matrimonio de Olegario Pérez y de dona
Nicolasa Suero. Hizo sus primeras letras en la ciudad de Azua, donde residió la mayor parte de su vida,'dedicado al magisterio.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Dirigió el periódico "La Lucha" y colaboró en numerosas pu-
blicaciones nacionales, principalmente en "Letras y Ciencias" y en
"La Revista Ilustrada". Durante algún tiempo tuvo a su cargo los
Lunes literarios del periódico el "Listín Diario". Poco tiempo antes
de su muerte, inició la publicación de una serie de cuadernos titu-
lados "Domingos de Ocio", selección de poesías recogidas después en
el libro Margaritas (Santo Domingo, 1930). Murió en Azua el 10 de julio de 1900.
SU LABOR POETICA
Dos cuerdas vibraron en la lira de Bartolomé Olegario Pérez:
la de los arrebatos patrióticos y la de las efusiones en que puso al
descubierto su íntima y pri\lilegiada natuialeza afectiva.
Como poeta civil, género para ei cual careció de verdaderas
aptitudes, se dejó deslumbrar por las odas patrióticas de Salomé
Ureña y por las poderosas cadrncias de la musa de Quintana; pero
de la gran poetisa nacional no tuvo ni el entusiasmo por el progreso,
entusiasmo sincero y no ficticio ni declamatorio, ni la voz vibrante
y varonil que ella supo trasladar entera a sus canciones; y del vate
español, cuyas riquezas de expresión no son líricas sino más pro-
piamente oratorias, le faltó lo esencial, esto es, el número sonante,
la potente máquina retórica que comunica a sus odas inusitado mo-
vimiento y facultades acústicas verdaderamente prodigiosas. En la
composición titulada "Gloria", escrita con motivo de la ináuguración
del ferrocarril del Cibao, no hay sino hueca palabrería y divagacio-
nes retóricas que en ningún modo reflejan el júbilo nacional que
suscitó aquel suceso, paso civilizador con que el país esperó en vano
renacer a una nueva existencia política:
J O A Q U I N B A L A G U E R
Vegetaba en la oscura noche de l a ignorancia, el pueblo un día, y huérfano de luz, sólo sentía
de su cadena dura el tristísimo son que le adormía.
Y ni un fulgor escaso la altiva sien del horizonte viste, y está la sombra del inmenso ocaso cual la del alma, aterradora y triste.
EL POETA INTIMC)
Pero cuando Bartolomé Olegario Pérez se entregó a sus propias efusiones y se resignó a ser un poeta íntimo y no un declamador sometido a influencias espirituales ajenas, acertó a escribir poesías dotadas de verdadera emoción y llenas de cadencias subietivas. Como poeta erótico, inspirado por la musa de la pasión, sus compo- siciones suscitan unas veces el recuerdo de Becquer y otras veces nos traen a la memoria fuertes reminiscencias de los líricos de fan- tasía más intensamente lúgubre que ha tenido l a poesía castellana. Los versos en que ha pretendido imitar a Espronceda y a otros gran- des desengañados, son los que gozan de mayor popularidad y acaso también aquellos en que su poderoso instinto lírico se mostró más espontáneo:
El hado impenitente cuando de ti me arrebató sin calma, puso un ramo de flo'res en mi frente, puso un ramo de espinas en mi alma.
Del tiempo a la inclemencia ya se han muerto las flores peregrinas, pero han crecido, madre, con tu ausencia, regadas por mi llanto, las espinas.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Enfermo, triste y solo,
de la piedad del cielo abandonado, toda l a nieve que sobró en el polo aquí en mi corazón se ha condensado.
JOSE MARlA JIMENEZ (1868-1928), natural de Santiago, fue un brillante poeta instintivo. Supo pulsar con vigor la lira heroica y fue un cantor apasionado y fkcil de motivos populares. Su biblio- grafía comprende varias obras en verso: l a Flor del Jericó (1894); Perfiles (1 903), y De la Vieja Lira (1 9 1 1); y dos ensayos dramáticos, Maldito Amor y Pedir Peras al Olmo.
RAFAEL A. DELlGNE
Rafael A. Deligne nació en la antigua ciudad de Santo Domingo, el 25 de julio de 1863, y murió en San Pedro de Macorís, el 29 de abril de 1902. Hizo sus eStc;dios en el Colegio de San Luis Gon- zaga. Durante varios años ejerció en San Pedro de Macorís la abo-
gacía como postulante. Colaboró en "Los lunes del Listín" y en la
revista "Letras y Ciencias". Desde las columnas de "El Cable", de San Pedro de Macorís, popularizó el seudónimo de Pepe Cándido, en artículos de crítica y en ensayos breves en que puso de relieve su variada cultura y su fértil sensibilidad literaria. En 1895 airigió, jun- tamente con Luis Arturo Bermúdez, la revista "Prosa y Verso", título
que se dio después al volúmen en que aparecen seleccionadas sus poesías y los artículos que escribió baio el epígrafe "Recordando, reconstruyendo", y "Cosas que son y cosas que fueron".
SU PRODUCCION POETICA
En la poesía de Rafael A. Deligne se halla envuelta, como en la de Tomás Cornielle, una tragedia literaria: la gloria del autor de
J O A Q U I N B A L A G U E R
"Galaripsos" ha hecho que se olvide la suya, y nadie recuerda su
nombre sino para asociarlo al de aquel otro altísimo poeta conside-
rado, dentro de su país, casi por consenso unánime, como un ingenio
de primer orden y como el Iírico dominicano de arte más sabio y de
inteligencia más esmeradamente cultivada.
Rafael A. Deligne legó a l parnaso nacional algunas de sus
mejores poesías de índole religiosa. La propia vida del poeta cons-
tituye un ejemplo de serena resignación y de heroísmo cristiano:
la situación de ánimo en que su larga enfermedad ha debido sumir-
le, pudo haber hecho de él un lírico ateo, como Shelley, o un pesi-
mista acarbo, como Leopardi; pero el poeta dominicano, sin em-
bargo, se sobrepone a su tragedia personal y cada día halla en la fe
la fuerza que necesita para elevarse sobre sus propias podredumbres
humanas.
La composición titulada "Dios", una de las últimas escritas por
Rafael A. Deligne, contiene los acentos más intensamente religiosos
de la lira dominicana:
E l que hacia ti se tiende y aspira a tus primores y grandeza,
desde que el día se enciende,
hasta que vaga empieza
la noche, donde pierde fortaleza,
lleno de gozo puro,
se entrega a la esperanza sosegado:
jen ti vive seguro, faro de luz amado,
panal de ricas mieles deseado!
En "Cristo" y en "A las almas tristes", reaparece, aunque ya con un sentido más filosófico, el poeta nacido para la afirmación y la. esperanza.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
EL PROSISTA
Rafael Deligne fue todavía meior prosista que poeta. En el vo-
lúmen En Prosa y Verso hay páginas dignas de una antología.
Composiciones como las tituladas "La música de las perlas" y "A
mojar la vela", no obstante la tendencia del autor a prodigar el uso
de voces técnicas que contrastan con el carácter ligero de esos
cuadros descriptivos, pueden pasar como modelos en su género,
por la delicadeza de la composición y por la espiritualidad del dibujo.
El relato que lleva por título "Un encargo difícil", reconstrucción de
la preciosa leyenda relativa a la aparición de la virgen cfe la Alta-
gracia , en tierra dominicana, está hecho con la honda ternura que
puso Deligne en todas las efusiones que nacieron en alguna forma de su sensibilidad religiosa.
EL CRITICO LITERARIO
Rafael A. Deligne fue uno de los mejores críticos con que contó el país en las postrimerías de la centuria pasada. A un
gusto bien eiercitado, unió una viva cuiiosidad intelectual y una
abundantísima información literaria. Sus-estudios sobre la Mada de
Jorge Isaac, publicados en 1898, cuando aún .no se había hecho
clásico ese código del romanticismo americano, y sobre el estilo de
don Juan Montalvo, contienen aciertos admirables que coinciden
en general con los de los más recientes exégetas de esos dos maes-
tros de la literatura hispanoamericana. Fue Deligne uno de los pri-
meros en percibir la superioridad que alcanza en el idilio de Isaac, la
delicadeza casi virginal de los sentimientos que allí se exaltan sobre
la maestría de la narración y sobre l a propia grandeza de las descripciones.
J O A Q U I N B A L A G U E R
SUS ENSAYOS DRAMATICOS
La producción dramática de Deligne se limita al drama en ver-
so La Justicia y el Azar, llevado a las tablas con poco éxito en 1894, y al drama en prosa Vidas Tristes, el cual se representó en 1901, con aceptación algo más lisonjera. La narración en verso titulada
Milagro, apenas puede tildarse de ensayo dramático, y ofrece testimo- nio tan pobre de las facultades de Rafael A. Deligne para la literatura
teatral, como las dos anteriores.
ULISES FRANCISCO ESPAILLAT
1823-1 878.
CAPITULO X
L O S ESCRITORES
La lista de los escritores pertenecientes a este período, se halla encabezada por un prócer de inconfundible fisonomía civil: Ulises Fran- cisco Espaillat, y por un gran maestro que se destacó como un in- signe difundidor de cultura: Manuel de Jesús de Peña y Reynoso.
UL18S FRANCISCO ESPAILLAT
Ulises Francisco Espaillat nació en Santiago el 9 de febrero de
1823. Era hijo de don Pedro Espaillat y de doña María Petronila de Quiñones. Desde el comienzo de su carrera pública, adquirió gran autoridad moral por sus ejemplares virtudes cívicas y por su patrio-
tismo acrisolado. En unión del economista Benigno Filomeno de Rojas, censuró enérgicamente, desde su curul de representante por la
provincia de Santiago, en el Congreso de 1854, los errores políticos y
financieros del general Pedro Santana. En 1857 encabezó la protesta iniciada en Santiago contra las ruinosas emisiones de papel moneda
decretadas por el gobierno de Báez. Después de haber participado en la Asamblea Constituyente de Moca (1857-1858), emigró a los Estados Unidos. El gobierno español, despues de la anexión, lo nom-
br6 por Real Decreto del 31 de agosto de 1863, Consejero de admi- nistración, cargo que declinó por la repugnancia que le inspiraba la obra antipatriótica de Santana. Bajo el gobierno provisional de
Gaspar Polanco (del 10 de octubre de 1864, al 24 de febrero
J O A Q U I N B A L A G U E R
de 1865>, desempeñó las funciones de Vicepresidente. Elegido por
el voto popular Presidente de la República, ejerció esa alta magis-
tratura desde el 29 de abril hasta el 5 de octubre de 1876. Un
motín triunfante lo arrojó del solio presidencial, y desde entonces
se retrajo a la vida privada. Murió en su ciudad natal, el 25 de abril
de 1878.
EL ESCRITOR
Ulises Francisco Espail lat fue un escritor ingenioso y diserto.
Perteneció a la raza de los hombres de letras que poseen, no el
arte grande y rico de la composición elocuente o de las creaciones
superiores, sino el más pequeño, pero tal vez más difícil, de quienes
saben convertir una fruslería en un motivo de interés y en una obra
amena. Cosas pueriles, aparentemente sin sustancia para cautivar la atención o para servir de estímulo al discurso, pasaron a ser en sus
manos, pretexto para un comentario agradable sobre cuestiones de
índole social y política o sobre aspectos superficiales de la cultura humana. Pequeñeces desprovistas de significación, pero elocuentes
como índice del cuadro político y social de aquellos días, le sumi-
nistran, con frecuencia, base suficiente para un ensayo sobre las cos- tumbres características de la vida dominicana en uno de sus períodos
más turbulentos y más calamitosos. No puede desconocerse la gracia
y, en ocasiones, la penetración con que Espaillat trata esos temas,
procurando siempre comunicar agilidad al estilo y dicieyido a veces
cosas profundas y originales en tono ligero y picante, alejado de
toda pretensión dogmática y de todo alarde sentencioso.
El rasgo más significativo de la mentalidad de este narrador
sin pretensiones magistrales, casi sin escrúpulos estilísticos, es la
frecuencia con que pasa de un asunto a otro, de un comentario fun-
damental a otro merios importante, pero ensartando sus digresiones
con una especie de hilo invisible que les comunica cierta unidad dentro de su incoherencia encantadora. Así, en la disertación ti-
tulada "El reloj público y otras cosas", habla ingeniosamente, a pro-
pósito del tema principal de este comentario, de asuntos tan disí-
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMlNlCANA
miles como el desorden a la sazón reinante en el régimen tributario del país, el hábito de leer periódicos pertenecientes al vecino, la tendencia de la mujer de aquella época a adquirir mayor cultura
que el hombre, el abandono de la agricultura, el préstamo usurario, la colonización de Argelia, etc., todo revuelto con agudas alusiones a
ciertas costumbres sociales y políticas de su tiempo, como el uso de
la moña, la prodigalidad de las amas de casa, los bailes aristocráticos,
y la introducción del acordeón en las fiestas populares.
Otro de los- rasgos característicos del estilo de Espaillat es el
de la ligereza y el del tono zumbón con que trata las materias más
espinosas. Su genio blando no le impide ser en la sátira, incisivo, mordaz algunas veces, sobre todo cuando juzga las costumbres po- líticas de sus contemporáneos, pero siempre disimula hábilmente la
acritud de su iuicio sanamente enderezado hacia la crítica, con una salida irónica ;con una expresión desenfadada.
Espaillat no sólo cultivó l a sátira de costumbres, sino también la política. En este último campo dejó algunas páginas nbtables.
Tanto en el ensayo "La fusión, la situación y los partidos", como en su
epistolario, hay reflexiones no profundas, pero sí sagaces, acerca de la vida política del país en sus primeros tiempos de actividad repu-
blicana. Aunque acaso podría dudarse de la exactitud de algunos de
sus juicios, sobre todo cuando éstos se refieren a actos cumplidos por Báez, o por su antecesor Pedro Santana, es evidente que el eximio
repúblico juzga sin arrogancia y sin pasión a los adversarios de sus principios liberales. Sus opiniones no son por lo general las de un hombre de partido, sino las de un moralista práctico que enjuicia a
los demás de acuerdo con la rigidez de su moral un tanto puritana.
Para la literatura epistolar, poseyó Ulises Francisco Espaillat aptitudes superiores a las de todos sus contemporáneos. Su estilo,
generalmente poco elevado, y la llaneza de su expresión, así como
la soltura, característica de su mentalidad, con que pasó de un asunto a otro, mezclando en sus escritos las nociones más diversas, y,
a veces, más contradictorias, parecen haberlo destinado a esa forma
literaria, más bien que al ensayo político-social, género a l que, sin
embargo, le inclinaron preferentemente la índole de sus estudios la misma generosa aspiración de ejercer sobre los hombres de su
época, una especie de papado doctrinario. El tono familiarmente llano de su prosa y la abandonada langucdez de su estilo, permiten incluir las composiciones epistolares de Espaillat, tanto las aut6nticas como las imaginarias, entre los mejores modelos que la literatura
nacional posee en ese género de escritos, sin duda el que consiente más naturalidad y el que exige un tono menos artificioso.
No puede considerarse la prosa de Espaillat como un ejem- plo de corrección, ni como un modelo de pureza. El insigne patricio careció de brillantez en las formas y de imaginación para las figuras decorativas y los contrastes literarios. Tuvo, en cambio, nervio satí- rico y fluidez de expresión, rasgos nativos que en sus grandes mo- mentos adquieren energía y vitalidad excepcionales.
MANUEL DE JESUS DE PENA Y -REYNOSO
RASGOS BtOGRAFICOS
Manuel de Jesús de Peña y Reynoso nació en Licey, en la pro-
vincia de Santiago de los Caballeros, el 2 de diciembre de 1834. Fueron sus padres dos agricultores de origen canario, Diego de Peña y Juliana Reynoso. Realizó sus primeros estudios bajo la dirección de Juan Luis Franco Bidó y de Benigno Filomeno de Rojas. Militó desde
la adolescencia en el periodismo doctrinario. Después de la revolu- ción del 7 de julio de 1857, emigró a Santiago de Cuba, en donde contrajo matrimonio y trabajó como profesor y como tenedor de libros. La guerra iniciada por Carlos Manuel de Céspedes contra el dominio español, lo sacó del magisterio y lo convirtió de maestro, en hombre de armas. Durante esa campaña, fue secretario privado
del general Céspedes, iniciador del movimiento, y luego de su com- patriota el generalísimo Máximo Gómez.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
En 1873 retornó a l suelo nativo. En Santiago continuó entonces
su labor cívica en las aulas y en la prensa. Fundó un plantel: el co-
legio "La '~az", y un periódico: "El Dominicano". Al año siguiente, completó su obra de difundidor de civismo creando la sociedad
literaria "Amantes de la Luz", institución que aún existe y que ha
desempeñado en la historia del país un papel de primera categoría
como centro dedicado, no sólo a la cultura, sino también a la pro-
paganda de ideas liberales. Participó en l a revolución iniciada en San-
tiago contra Báez el 25 de noviembre de 1873. Cuando el sufragio po-
pular llevó en 1876 a Espaillat a l solio de los presidentes, Peña y Rey-
noso fue escogido para desempeñar el Ministerio de Interior y Policía.
Después de la caída de Espaillat, se dedicó de nuevo a sus tareas docentes. Hacia 1877, dirigió la Escuela Superior de Montecristi y luego el Colegib "San Felipe", de la ciudad de Puerto Plata. Al cabo
de algún tiempo retornó a Cuba. En 1895, reintegrado a la patria,
desempeñó la dirección del Colegio Central de Santo Domingo, y en 1902 fue llamado a dirigir l a Escuela Normal de SantYago de los Caballeros. En 1904 emigró definitivamente a Cuba, y en la ciu-
dad de La Habana murió el 2 de agosto de 1915.
EL ESCRITOR
Como escritor, Manuel de Jesús de Peña y Reynoso, dejó dos
notables ensayos de crítica literaria, uno sobre el "Enriquillo", de
Galván, y otro sobre las "Fantasías Indígenas", de José Joaquín Pérez. En ambos es-tudios emitió conceptos que no admiten, después de más
de cincuenta años, reservas fundamentales. Guiado por su instinto poético, supo adivinar, antes que nadie, los grandes méritos de la
novela de Galván y hacer patente su importancia no sólo por la
riqueza de su dicción, algo arcaica, pero irreprochablemente castiza,
sino también por lo que hay en sus reconstrucciones históricas de
imaginación retrospectiva.
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SUS OBRAS DlDACTlCAS
Con el crítico literario se enlaza, en la personalidad de Ma-
nuel de Jesús de Peña y Reynoso, el escritor de obras destinadas
a la enseñanza. Sus Nociones Elementales de Retórica y sus Lecciones
de Análisis Lógico y Gramatical, son cartillas para escolares, de esca-
so valor intrinseco, pero de no poca significación como testimonio
de los excelsos méritos de don Manuel de Jesús de Peña y Reynoso
como divulgador de cultura. Mayor originalidad encierran las No-
ciones de Historia de la Pedagogía, obra también de valor muy rela-
tivo, pero en la cual resplandecen, en el más alto grado, todas las
cualidades propias de la literatura didáctica: claridad de exposición,
buen orden y riguroso encadenamiento de las ideas, economía en el
uso de términos técnicos, y, sobre todo, empleo oportuno de las
formas del raciocinio, especialmente de los ejemplos y de los símiles
destinados a esclarecer las nociones menos elementales.
Algunos artículos periodísticos de Peña y Reynoso podrían tam-
bién considerarse como obras didácticas, no sólo por la naturaleza
de las materias allí tratadas con cierta proliiidad, muchas veces, sino
también por el rigor discursivo del razonamiento y por la lógica
y el método de las exposiciones. Su estudio "La mujer en todos los
estados sociales", es una verdadera disertación, por el estilo de las
memorias académicas, s i se toma en cuenta, sea el valor permanente
y general de las consideraciones que el autor hace en ese artículo,
o sea l a atildada elegancia y la fluidez con que las expone en una
prosa llena de movimiento dialéctico y vaciada en cláusulas de sobria
arquitectura. Si es notable en estos ,trabajos de Peña y Reynoso el
desarrollo lógico de las ideas, la máquina de los silogismos, el rigor
de las generalizaciones a que el autor se entrega con frecuencia, no
lo es menos la amenidad de la disertación que conserva su carácter
de incursión brillante y risueña por los campos de la filosofía moral
o política, sin desviarse de su cauce científico y sin perder su aire
conceptuoso.
MANUEL DE jESUS DE PENA Y REINOS0
1834-1915
J O A Q U I N B A L A G U E R
EL PERIODISTA DOCTRINARIO
El periodismo romántico del siglo XIX contó a Manuel de Jesús de
Peña y Reynoso entre sus propulsores más abnegados. La obra que
realizó en la prensa fue una continuación de la que hizo en la es-
cuela: así como su poesía forma parte de su labor didáctica, su obra
de periodista se halla también íntimamente vinculada a su magisterio
doctrinario. Las campañas que dirigió desde las columnas de "El Cibaeño" y "EL Eco del Yaque", tienen el carácter de servicios emi-
nentes prestados a la cultura política del país en tiempos de crisis
para las ideas liberales.
EL POETA
Peña y Reynoso no careció de verdadero sentimiento poético
pero sus versos, con pocas excepciones, pertenecen menos al mundo
de la pasión que al de la ética. Dominado por su tendencia a la
función didictica, su propio canto es obra de maestro antes que de mortal p~rseguido por toda clase de angustias y de pesadum-
bres humanas. Hasta cuando habla de sentimientos profundamente
naturales, como el patriotismo o el amor, su verso invade el dominio
de la pedagogía y se convierte en una lección ofrecida por una espe-
cie de moralista profano. Sus composiciones fueron rara vez eróticas,
pero hasta cuando pulsó tímidamente esa cuerda, demasiado blanda
para varón de pensamientos tan austeros, lo hizo para ensalzar a la
mujer, no como objeto de pasión, sino como símbolo de todas las perfecciones morales. En la más íntima de sus poesías, la titulada
"Un recuerdo a Joselia", no ensalza a la belleza física sino
para oponerle la belleza moral; y lo que allí se percibe no es el
fuego de una pasión verdadera sino más bien la frialdad de un
discreteo platónico que sale con cierto énfasis de los labios de un mo-
ralista impertérrito:
HiSTORlA DE LA LITERATURA DOMINICANA
¿Y qué no arranca del dolor la mano?
Quizás también tus atractivos bellos
haya, profano y rigoroso, herido;
quizás también tus numerosas gracias
haya, inclemente, marchitado; pero
¿qu6 es la belleza de las formas? Nada.
Un bien asaz efimeral y vano.
Tú felizmente, cándida Joselia,
una belleza más preciosa tienes;
una belleza divina1 que aumenta
con sus rigores le desgracia impía;
la belleza del alma ... Mas ¿qué numen
cantar @e manda tu memoria grata?
No abundan en la poesía de Peña y Reynoso, no obstante su tendencia a la meditación elevada, las sutilezas metafísicas; )I es sólo
la humilde filosofía del sentido común la que habla por sus labios
doctorales. Los mismos temas de sus apólogos son siempre los más
trajinados por las especulaciones de los moralistas, lo que acentúa
aún más su tendencia didáctica. Así, en la fábula "Las dos palmas",
plantea el eterno contraste entre las situaciones humanas, mientras
más altas más expuestas a atraer sobre sí la envidia de los dioses:
Sobre un cerro empinado
- columna solitaria,
gallarda, majestuosa -
una palma se alzaba;
y en un valle profundo
- majestuosa, gallarda,
solitaria columna - alzábase otra palma.
"Yo soy, sí, la señora
de esta bella comarca;
los árboles más altos
vegetan a mis plantas,
y mi coberbia copa,
del viento acariciada,
oculta entre las nubes
su agreste pompa y gala".
Así habló la del cerro
- con la voz de las auras-
a la palma del valle
que replica enojada:
"¿Para qué tanto orgullo?
¿Por qué soberbia tanta?
¿Es acaso diverso
nuestro origen, h~rmana?
¿Acaso es diferente
nuestro fin, desdichada?
¿No cubre el mismo cielo
nuestra copa lozana?
¿No es una nuestra savia?
Y cuando el rayo truena
y cuando el noto brama.:."
No sigue: hiende el rayo
la majestuosa palma . del empinado cerro,
y el noto la arrebata.
Empero, calla el rayo,
el noto airado calla,
y la palma dql valle
compadecida exclama:
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
"Así la elevación
de las criaturas pasa ... iOh! no hay más diferencia
entre las cosas criadas
que las que ha establecido
-en la esencia preciada,
con justicia infalible - , ~atu'raleza sabia".
Si por algo ha de perdurar en la historia de nuestra poesía,
el nombre de Manuel de Jesús de Peña y ~ e ~ n o s o , no es seguramente
por lo que su obra poética, tan pobre de verdadero sentimiento Ií-
rico, representa en sí misma, sino más bien por lo que ella significa
como expresión de una de las más firmes y persistentes vocacio-
nes con que han contado hasta hoy en el país el civismo y la ense-
ñanza. Del huerto de Apolo podrían ser aún arrancadas las flores de 1
sus versos sin que .por ello vistan de duelo las musas nacionales.
Pero la historia no podría prescindir de su nombre como maestro y
como difundidor de cultura. Cualquiera de sus versos, en efecto, nos
puede dejar impávidos, porque sobre ninguno de esos renglones
vertió el poeta una sola gota de su sangre, ni clavó una sola espina
de su sensibilidad torturada. l a menos trascendental, en cambio,
de sus empresas de educador, constituye por sí sola un título a la ad-
miración de la patria, porque a nadie debe tanto la República, como
a quienes la ayudaron, apenas salida de la esclavitud, a renacer mo-
ralmente a una vida digna de su pasado.
CESAR NICOLAS PENSON
RASGOS BlOGRAFlCOS
César Nicolás Penson nació en la antigua ciudad de Santo
Domingo, el 22 de enero de 1855, hijo del matrimonio de William Penson y de doña Juana Teiera Díaz. El 7 dz agosto de 1882, fundó
el primer diario dominicano, "El Telegrama", editado por Luis B. Affigne, en la imprenta "El Pueblo", de la ciudad de Santo Domingo. En enero de 1883, dió a la publicidad otro periódico: "El Diario del
Ozama". Al surgir, el 3 de noviembre del 1881, el Instituto de Se- ñoritas, primer establecimiento de su género creado en la República, Penson fue de los qye prestaron con mayor entusiasmo su concurso a esa obra de la insigne educadora Salomé Ureña. Como profesor de este plantel, elevado algún tiempo después a la categoría de Es- cuela Normal, contribuyó a formar el primer grupo de maestras
normales que habrían de poner en ejecución las ideas de Hostos sobre la reforma educativa. A su entusiasmo por la cultura nacional se debió la creación de numerosos centros de instrucción popular, entre ellos la sociedad "Amigos del Adelanto", la cual editó durante varios meses el periódico "La Idea", cuyo primer número circuló en la capital de la República, el 3 de junio de 1875. Murió en su ciudad natal el 29 de octubre de 1901.
EL ESCRITOR
César Nicolás Penson es, idiomáticamente, el más puro de los
escritores nacionales. Polígrafo eminente, versado en varias lenguas
y en muchas literaturas, manejó la pluma con un donaire que re-
cuerda a menudo a los grandes artífices de la clasicidad castellana.
Su obra, sobre todo la que recogió en el volumen de tradiciones
que tituló Cosas Añejas, puede ser mostrada como un modelo de
limpieza verbal y de dicción castiza.
CESAR NICOLAS PENSON
18551901
J O A Q U I N B A L A G U E R
El valor de Cosas Añejas no reside sólo en el interés histórico
y anecdótico de los nueve episodios que figuran en sus páginas,
en su mayor parte conserva$as por transmisión oral desde la era de
la colonia, sino también en la extraordinaria riqueza de lengua que
avalora esa colección de tradiciones. César Nicolás Penson inicia su
labor de filólogo con la introducción, en Cosas Añejas, de numero-
sos vocablos y de numerosas formas dialécticas pertenecientes al
habla popular dominicana. Dos rasgos distinguen desde este punto de
vista la obra del tradicionalista dominicano: la liberalidad con que
acoge en su libro lo que Cuervo denomina "formaciones populares",
y su tendencia a enriquecer con voces del habla vulgar el lenguaje
literario. Son incontables los dominicanismos usados en Cosas Añejas
por César Nicolás Penson: callao (piedra redondeada), garbuso (car-
tucho de cañón), chinchorro (hamaca de cuerda), vinagrillo (grama de
la ribera del mar, sacucho (rincón), mácula (superstición), mirón (es-
pectador en una sala de juego), etc ... Las expresiones de origen po-
pular no son menos abundantes: barriga de tamborí, no hay fresco,
número uno y medio, de primera, etc. Aunque Esteban Pichardo y Tapia, dominicano emigrado a Cuba al iniciarse el siglo XIX, precedió
a Cuervo y a sus antecesores inmediatos "en materia de americanis-
mos", según expresa el propio César Nicolás Pensón, corresponde
al autor de Cosas Añejas la primacía en el estudio del habla popular
dominicana. La obra de Pichardo titulada "Diccionario Provincial casi
razonado de voces cubanas", se refiere particularmente a Cuba, aún
cuando muchas ¿e sus observaciones pueden en realidad exten-
derse a todo el ámbito antillano. En el prólogo que escribió para la sexta edición de sus ~~untaciones' Críticas Sobre el Lenguaje Bogota-
no, Cuervo coincide con Penson al señalar la significación de Santo
Domingo como "campo de aclimatación donde empezó la lengua
castellana a acomodarse a las nueias necesidades".
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
EL POETA
No faltó a César Nicolás Penson el sentimiento del ritmo. En su verso vibra unas veces la voz del sentimiento personal y otras veces la de las expansiones patrióticas. Las composiciones de la primera clase se hallan escritas con gracia y delicadeza; las de la segunda, con entusiasmo comunicativo y con calor humano. Pero, en realidad, sólo una vez logró César Nicolás Penson elevarse en alas de la inspira- ción hasta el cielo del canto: la composición "La víspera del combate", es una de las páginas más hermosas de la poesía dominicana.
EMlLlANO TEJERA
RASGOS BlOGRAFl COS
Emiliano Tejera y Penson nació en la capital de la República, el 2 1 de septiembre de 1841. Fue discípulo de Meriño en el Seminario Conciliar. Combatió la anexión, y tuvo que emigrar a Venezuela. En Caracas, donde conoció personglmente a Duarte, continuó su la- bor patriótica desde las columnas de los periódicos "El Constitucio- nal" y "El Federalista". Retornó al país, después de restaurada la República, en 1865. En 1872, obtuvo el título de farmacéutico y ejerció esa profesión largos años. Fue nombrado, juntamente con Juan Bautista Zafra, Carlos Nouel y José Gabriel García, Plenipoten-
ciario para negociar un tratado de paz con la República de Haití, en mayo de 1874; y en 1883 volvió a ser investido con el mismo ca-
rácter para nuevas negociaciones con el gobierno haitiano. En 1896,
fue designado Enviado Extraordinario ante Su Santidad León XIII,
escogido como árbitro para la solución del problema de límites con el
país vecino, y en esa calidad le cupo el honor de presentar los ale-
gatos del Gobierno dominicano.
Desempeñó el Ministerio de Hacienda y Comercio en 1902-1903,
y el de Relaciones Exteriores, desde el 2 de enero de 1906, hasta
EMlLlANO TEJERA
1841-1923
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
e l 30 de junio de 1908. En 1907 suscribió, juntamente con Federico Velázquez, la Convención con los Estados Unidas sobre la deuda
pública. Durante la ocupación militar de 1916 a 1924, presidió la
Unión Nacional Dominicana. Murió en su ciudad natal el 9 de enero de 1923.
EL ESCRITOR
Emiliano Tejera sólo dejó a la literatura nacional dos monogra-
Fías, una sobre Los Restos de Colón en Santo Domingo, y otra, con- tinuación de la primera, sobre "los Dos Restos de Cristóbal Colón, oxhumados de la Catedral de Santo Domingo, en 1795 y 1877") así como varios trabajos de menor extensión acerca de la historia colo- nial dominicana: "El palacio de don Diego Colón en Santo Domingo"
y "Gobernadores de la Isla de Santo Domingo", relación limitada a los
siglos XVI y XVII.
Fuera del campo de la investigación histórica, en el que se de-
senvolvió como un verdadero maestro por el rigor del método y por la precisión de su juicio sobremanera sagaz y cauteloso, dejó una Memoria sobre el problema da límites dominico-haitiano, un libro titulado Palabras Indígehas, y una semblanza de Juan Pablo Duarte que puede reputarse como una de las páginas más perfectas de las letras nacionales.
Dos razones concurren para dar a la obra de Emiliano Tejera
vigencia perdurable: el trabajo de ejecución, la limpieza casi escul-
tórica del estilo, y la honradez científica que le permitió proceder en
el análisis histórico con ecuanimidad absoluta.' Por el primer aspecto,
su obra aparece incorporada a la de los mejores monumentos anto-
lógicos de la República, puesto que tal vez fue la suya la más seca,
pero también la más vertebrada de las prosas nacionales; y por el
segundo, su labor tiene el carácter de un esfuerzo plenamente lo-
grado que ha enriquecido a la erudición dominicana, en puntos his-
tóricos de inmensa importancia, con adquisiciones definitivas.
CAPITULO XI
RAFAEL ABREU LlCAlRAC
Rafael Abreu Licairac nació en la antigua ciudad de Santo Do- mingo el 2 de marzo de 1850. Fueron sus padres Rafael Abreu Ro- mero y doña Celina Licairac. Fue el introductor en el país de las pri- meras maquinarias modernas para rla explotación de la industrie azucarera. Figuró entre los más asiduos colaboradores de "La Opo nión" (1874-1873, de "El Nacional" (1874-1876) y de "El Mensajero" tsnto en su primera como en su segunda Bpoca (1 88 1-1890) y (1899 1900). Murió en su ciudad natal el 20 de abril de 1915.
SU OBRA
Rafael Abreu Licairac es autor de Mi Obdo a Cuba, colección de artículos acerca de la independencia de ese país; de La Cuestión Palpitante, comentarios periodísticos sobre la deuda pública y el pro- yecto de convención de 1907; de Recuerdos y Notas ¿e Viaje, impre- siones de su visita a la capital francesa, y Consideraciones Acerca de la Independencia y sus Prohombres, intento de revisión de las prin- cipales figuras de la historia dominicana.
El más importante de estos libros, el titulado Consideraciones Acerca de la Independencia y sus Prohombres, plantea un problema de carácter histórico que todavía suscib en el país las opiniones más contradictorias: el de las verdadera8 causas de la anexión y el de los méritos del general Pedro Santana. Contiene también la obra de Abreu Licairac, varios capítulos consagrados al análisis del desa- rrollo que han tenido en el país las doctrinas políticas de tipo liberal,
J O A Q U I N B A L A G U E R
combatidas desde que se creó la República, por otras de índole reac-
cionaria. El autor expone con acierto las razones de diverso orden que
establecieron, desde que se inauguró el primer gobierno nacional,
un divorcio completo entre l a realidad y la teoría, esto es, entre
lo que hacían los gobernantes y lo que expresaban los textos cons-
titucionales. El examen que hace del artículo 210 de la Constitución
de San Cristóbal, disposición autoritaria que sirvió durante largo
tiempo de base a las persecuciones desatadas desde el poder contra
las garantías individuales, no es evidentemente la obra de un iurista,
pero sí recoge el criterio de un hombre de buen sentido, menos
atento a las fórmulas del Derecho que a l a realidad a que tienden a
dar satisfacción sus abstracciones.
JOSE LAMARCHE Y PEREZ (1857-1916), notable iurisconsulto di- plomado en la Universidad de París, publicó en 1913 un folleto que
lleva por epígrafe, Algunas Palabras Sobre la Constitución Ameri-
cana. Es también autor de importantes trabajos de carácter jurídico y
de varios artículos de índole literaria que vieron la luz pública en
periódicos y en revistas nacionales.
ELISEO GRULLON
RASGOS BlOGRAFlCOS
Eliseo Grullón nació en Santiago el 4 de mayo de 1852. Par-
ticipó activamente en la política, y en cinco ocasiones fue llamado a
desempeñar la Secretaría de Relaciones Exteriores. Pasó también por
otros departamentos de la administración pública, y acaso sea el
dominicano que haya ejercido, bajo diferentes gobiernos, mayor nú-
mero de carteras ministeriales. ~resid(ó la Asamblea Constituyente de
1908. En 1915 le sorprendió la muerte en La Habana, donde ejercía,
a la sazón, las funciones de Encargado de Negocios.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Eliseo Grullón, a pesar de haberse mezclado tanto y tan pro- fundamente en los negocios del día, participando desde altísimas posiciones oficiales en disputas partidaristas y en asuntos de Estado, halló tiempo para escribir libros y conferencias en que puso exqui- sitamente de relieve su sensibilidad literaria.
Las impresiones de viaje que recogió en el volúmen Del Me- diterráneo al Caribe, no carecen de interés como evidencia de sus dotes de escritor y como testimonio de su aptitud para traducir mu- chas veces sus ideas en frases e imágenes verdaderamente inspiradas. E l mayor defecto de estas crónicas consiste en la importancia exce- siva que el autor concede, al relatar sus impresiones de viajero, a los pormenores de carácter geográfjco o estadístico, y a otros de l a misma índole, y-el poco espacio que hallan, en cambio, en estas páginas, las alusiones a l paisaje y las referencias a cuanto encontró de deslumbrador y pintoresco en las tierras que recorrió con evidente sentido realista, pero con imaginación perezosa. El sentimiento poé- tico de la naturaleza, y el de la riqueza arqueológica y ornamental del mundo lleno de recuerdos clásicos por donde el autor pasó con demasiada ligereza, aparecen en todo el volúmen absorbidos por los escrúpulos del estadista habituado a fijar preferentemente su aten- ción en los negocios del mundo y en las cosas de utilidad inmediata. Pero si el libro de Eliseo Grullón es notoriamente pobre en referen- cias poéticas al paisaje de España, hay en todas sus páginas, en cam- bio, testimonios valiosos del espíritu observador del viajero y de las admirable? aptitudes críticas del hombre. de mente despierta y bien equilibrada. De pormenores insignificantes, los cuales seguramente hubieran carecido de importancia para un viajero menos inteligente y avisado, deduce Grullón testimonios convincentes sobre la durabilidad de la influencia árabe en Alicante y en distintas zonas de l a costa va- lenciana. De otros detalles todavía menos llamativos, como el de la for- ma del labio superior en las poblaciones del mediodía de Europa
y el de la indumentaria de que se reviste a las imágenes en algunos
J O A Q U I N B A L A G U E R
templos andaluces, saca a su vez conclusiones de no escasa significa-
ción para el estudio del origen étnico y de la psicología de las razas
meridionales. Con más acierto juzga todavía los fenómenos de ca-
rácter social y político que se ofrecen a su atención durante la visita
que hace a España y a varias zonas del archipiélago antillano.
Eliseo Grullón, no obstante la pobreza de su fantasía, merece
mayor crédito del que tiene en las letras dominicanas, s i no como
creador de grandes bellezas literarias, sí, en cambio, como hablista
comedido y como escritor más culto que inspirado.
MAR IANO ANTONIO CESTERO ( 1 838-1 909)
Escribió un libro de polémica histórica titulado "27 de Febrero de
1844", refutación de las opiniones vertidas por Rafael Abreu Licairac
en Consideraciones Acerca de la Independencia y sus Prohombres. En su trabajo Descentralización y Personalismo, expone, en estilo
enérgico, acomodado a su carácter austero, ideas vitales para l a
educación política del pueblo dominicano.
ARlSTlDES GARCIA GOMEZ (1 863-1 91 7 )
Se destacó entre los intelectuales de su generación como escritor
costumbrista. Se opuso a la introducción del modernismo en la poesía
dominicana y abog6 por la conservación del más absoluto casticismo
en el lenguaje literario. En De ~ o d b un Poco, libro que dio a la es-
tampa en 1901, García Gómez se muestra acérrimamente adicto
a la más rancia tradición castellana. Pero su purismo consistió, antes
que en haberse asimilado el espíritu'de los clásicos y antes que en
haber tendido a incorporar a su dicción algunos rasgos de la elo-
cuencia y la fluidez que fueron en ellos proverbiales, en el uso fre-
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMiNlCANA
cuente de giros y modismos castizos, esto es, de maneras de decir
que se encuentran en los mejores hablistas de lengua española. Esta
afirmación, la cual no envuelve ningún juicio peyorativo, puede
fácilmente ilustrarse con ejemplos tomados de cualquiera de sus
artículos: "No sino que ande yo renqueando de puro tonto, allí
donde los más andan saltando de puro osados y entrometidos".
Su obra está llena de frases como la citada. En tales expresiones y en el empleo de términos menos usados hoy día de lo que lo fueron
por los contemporáneos de Granada y de Cervantes, así como en la
introducción en los escritos más diversos de aforismos populares,
costumbre igualmente acreditada por el ejemplo de los clásicos, cifra
García Gómez las cualidades que mejor definen su personalidad lite-
raria.
García Gómez incluyó en De Todo un Poco varias artículos de
costumbres. En el intitulado "Don Hipócrates" .alude, con cierta vis
cómica, al hábito de bautizar a los hijos con nombres estrafalarios y en el que lleva el epígrafe de "Los paradisleros", habla en tono
humorístico sobre la costumbre, común a todos tos pueblos que no
han adquirido educación suficiente para el gobierno propio, de in-
ventar noticias falsas y de difundir, con intención política, especies
totalmente imaginarias.
La dicción de García Gómez es generalmente irreprochable. Uno
de los méritos principales de su arte de escritor reside en el empeño
que puso por enriquecer su vocabulario con voces poco usadas en
nuestro país, pero siempre de procedencia castiza. Son muchas las
palabras de esta clase que intercala en sus escritos y sería injusto
no reconocer el servicio que prestó a las letras nacionales ensan-
chando la terminología usual, sobre todo la empleada por la prensa
diaria, con vocablos extraídos de las obras de los más pulcro< escri-
tores de lengua castellana.
J O A Q U I N B A L A G U E R
VIRGINIA ELENA ORTEA
Virginia Elena Ortea nació en la capital de la República el 17 de junio de 1866, del matrimonio de don Francisco Ortea y doña Emilia Mella, ambos oriundos de Puerto Plata. En 1879 emigró a Puerto Rico, donde residió durante varios años en compañía de su padre, desterrado por causas políticas. Reveló desde muy joven su vocación literaria, e hizo famoso en las publicaciones de la época el nombre de su abuela paterna, Elena Kennedy, adoptado como seudónimo por la ilustre escritora. En 1901, poco antes de su muerte, publicó, con prólogo de don Américo Lugo, el libro de cuentos ti- tulado Risas y Lágrimas, obra donde recogió, además de algunas producciones inéditas, las mejores pSginas escritas por ella para la revista "Letras y Ciencias" y para el periódico "El Listín Diario".
Murió en la ciudad de Puerto Plata, el 30 de enero de 1903.
LA ESCRITORA
Virginia Elena Ortea ha sido la escritora dominicana del siglo XIX mejor dotada para la actividad literaria. Salomé Ureña, l a reina
de nuestro parnaso, tiene rivales que le disputan la corona del verso. Pero Virginia Elena Ortea, cuya estrella se apagó en [a hora de su esplendor meridiano, no tiene, en cambio, quien le discuta un lau- ro más modesto, pero no menos codiciable: el de la prosa narrativa. Jamás se ha visto en la literatura nacional, imaginación más risueña, inteligencia más ágil, pluma más abundantemente dotada del don de narrar, en páginas encanta.doras, las pequeñeces del vivir cotidiano. La novela publicada por Virginia Elena Ortea bajo el titulo de Mi Hermana Carolina, es un ensayo juvenil en que todavía no llegan e
un grado de suficiente madurez sus grandes condiciones de escritora. Para admirar sus dotes literarias es preciso leer su libro Risas y Lá-
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMlNlCANA
grimas, colección de cuentos y de páginas autobiográficas de pro- funda cadencia subjetiva. Recoge en este volúmen la admirable es- critora sus últimos ensayos, escritos todavía con la frescura de la juventud, casi con el candor de la niñez, pero en los que ya se
advierte cierto dominio vocacional del arte literario. Algunos de esos trabajos, como la fantasía "En tu glorieta" y el cuento mitológico "Los diamantes", son verdaderas páginas de antología por el arte
con que la autora sabe rodear de interés las vaguedades que allí describe y por la gracia con que sabe vestir esas sencilleces de her-
mosura. No faltan tampoco en Risas y Lágrimas, ligeros cuadros de
costumbres como el que se titula "Los bautizos", donde Virginia
Elena Ortea hace una sátira aguda, pero sonriente, de ciertos rasgos típicos de la sociedad dominicana.
"La rosa de la felicidad", otra de las fantasías de Risas y 16- grimas, es, en su género, una de las ficciones más hermosas con
que cuentan las letras nacionales. La autora describe a un mancebo impetuoso a quien un día se le aparece en sueños la más bella de las
hadas. "La Felicidad", nombre con que se anuncia la aparición des-
lumbradora, promete satisfacer los caprichos del adolescente pasan-
do ante él dos veces en la vida. Para que pueda identificarla cuando
la esquiva deidad pase a su lado en el revuelto torbellino del mundo, lucirá una rosa blanca cuyos pétalos brillarán en su regazo como las puntas de una estrella en el cielo de la noche. El hada se retira, pero
fiel a su promesa, vuelve a presentarse ante el niño sin que éste la
reconozca ni sepa que la tuvo dos veces al alcance de la mano.
Sólo en el instante del arrepentimiento irreparable, en l a hora de tenderse en el lecho para dormir el sueño del que no se despierta, comprenderá el héroe de esta ficción que la felicidad es un sueño
únicamente realizable en el cielo del amor, especie de paraíso tejido
con los juramentos y con las promesas de los enamorados.
En "Crónica Puertoplateña", conmovedor relato de la tragedia
amorosa en que perdió la vida Emilia Michel, se revela Virginia Elena Ortea como novelista capaz de transformar SUS ideas en imágenes
J O A Q U I N B A L A G U E R
y de transmitirnos con poco esfuerzo sus impresiones en un estilo lleno de movimiento y de soltura. Lo que en este relato nos ofrece como una simple crónica, podría ser el primero y el último capítulo de una novela romántica que acaso hoy reputaríamos, al mismo tí- tulo que la Amalia de Mármol, o la María del poeta caucano, como uno de esos poemas de intenso colorido sentimental que pasen de una generación a otra, recibiendo en lágrimas y en suspiros el ho- menaje de las almas apasionadas.
LA POETISA
Virginia Elena Ortea pudo dotar la poesía dominicana de algo de que hasta ahora carece: de una voz íntima y suave de mujer que nos enseñe a amar la palabra, no por lo que significa, sino por la emoción que expresa o por el sentimiento que sugiere. La gran escritora tuvo, en efecto, los dones de inteligencia y de sensibilidad necesarios para enriquecer nuestra lira con la cuerda que todavía le falta, esa en que no halian eco ni las esperanzas de la patria ni los tumultos po- pulares, pero en la que vibran, en cambio, los sentimientos íntimos, las voces apagadas, las dulces turbaciones del ánimo, los desga- rramiento~ interiores.
Salomé Ureña, poetisa de acento varonil que supo elevarse a tempestuosas cumbres de inspiración, seguirá siendo para todos la cantora pindárica, moralmente identificada con los se~timien- tos de la patria; pero a su lado, pulsando una cuerda menos so- lemne, pero más tierna de la lira nacional, tendríamos una voz de mujer que nos trasmitiría el mensaje de un mundo más personal donde se ignora la retórica y donde los versos no se emplean para traducir ideas o imágenes sino para condensar sensaciones.
Pero Virginia Elena Ortea no quiso o no supo ser la poetisa que todos añoramos. Sus versos, aunque espontáneos, como los del romance "A Puerto Plata" y los de las composiciones "Nostalgia" y "Para ti", son inferiores a sus trabajos en prosa.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
SUS OBRAS TEATRALES
Virginia Elena Ortea es autora de una zarzuela en tres actos, Las Feministas, con música de José María Rodríguez Arrezón, y de una comedia en prosa y verso que escribió en colaboración con
José Ramón López, pero que no se llevó nunca a escena.
CAPITULO XII
MIGUEL ANGEL GARRIDO
RASGOS BIOGRAFICOS
Miguel Angel Garrido nació en la ciudad de Azua, en 1867.
Fue profesor del Colegio San Luis Gonzaga y luego del Colegio Cen- tral y de la Escuela Normal de Santo Domingo.
Desde muy, joven se distinguió como periodista aguerrido. Sus campañas contra la dictadura de Heureavx y contra l a Convención de 1907, le dieron renombre nacional como hombre de nobles arrestos cívicos y como polemista ardoroso. Alternó, como l a mayoría de los escritores dominicanos de su generación, la labor periodística con la de carácter literario. Presidió la sección de literatura del pri- mer Ateneo Dominicano y dirigió las dos principales revistas de su época: la Revista Ilustrada y la Cuna de América, desde 1903 hasta 1905. Murió en la capital de la República el 11 de marzo de 1908.
EL ESCRITOR
Miguel Angel Garrido es el prototipo del panfletario político, adversario acérrimo de las tiranías a las que combatió en artículos violentos que tienen estilo de proclama. Toda su obra, con excepción de algunos discursos y de su producción periodística, se halla conte- nida en un libro único, titulado Siluetas, colección de semblanzas de las principales figuras de la historia dominicana.
Se trata de una obra notable por la rotundidad del estilo en
que se encuentra escrito. Garrido, al igual que todos los publicistas que han empleado la pluma como una máquina contra las dictaduras,
MIGUEL ANGEL GARRIDO
1867-1908
- HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
carga el período de fueza para que vibre como el arco en tensión, e
infunde grandilocuencia a la frase para que revuelva los ánimos con
el encanto de l a palabra llena de sonidos. Siluetas es, al propio tiem-
po, una obra de análisis viril y de disección implacable. Pero a pesar
de ser un libro lleno de movimiento y de pasión, un libro cargado de
anatemas y henchido de expresiones rotundas, ofrece la particulari-
dad de que no refleja en sus páginas, contra lo que podría creerse, conceptos exclusivamente personales. Lo que hizo el gran polemista
fue recoger las opiniohes que sobre cada uno de los hombres a
quienes analiza, profesaba la generalidad de sus conciudadanos, pero
que nadie osaba estampar en un documento para darles el valor del
testimonio escrito. Gracias a la independencia de juicio y a la ente-
reza de Garrido, podemos conocer hoy esas verdades pertenecientes
a l género de las_cosas destinadas a perecer s i no surgiera de cuando
en cuando, en cada país, algún Plutarco que amplíe a Josefo o algún
Petronio que ilustre a Tácito y que recoja en un volúmen, sellado
con el cuño de la conciencia de su autor, los sentimientos de los
contemporáneos sobre circunstancias que la historia calla, pero que
no son menos necesarias que 13s que divulga para adquirir el cono-
cimiento de las costumbres y de los caracteres en su fisonomía ver-
dadera.
Miguel Angel Garrido nos muestra en Siluetas el lado repulsivo
y el lado atrayente de los hombres que mayor influencia han ejer-
cido sobre la vida dominicana. Luperón, tan grande en l a guerra co-
mo ambicioso y aún pequeño en l a paz, no se halla rebajado de su
categoría épica, pero sí reducido a sus dimensiones naturales. Fran-
cisco Gregorio Billini, carácter íntegro pero endeble, aparece también
revestido de condiciones menos legendarias, pero al mismo tiempo
más humanas. Otras figuras, como las de Meriño y José Gabriel
García, se encuentran juzgadas con criterio histórico, arrancadas por
el crítico del pedestal en que las colocó la imaginación, pero puestas
todavía en sitio donde no puede alcanzarlas el dardo de las medianías
rencorosas. Tal vez las dos semblanzas más perspicaces y más po-
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMlNlCANA
hiere en lo más íntimo, porque tiene la virtud de sacudir en cada
uno de nosotros las fibras de donde proceden los impulsos más no- bles del sentimiento humano.
FEDERICO HENRIQUEZ Y CARVAJAL
Federico Henríquez y Carvajal (1848-195 l ) , publicista incansa- ble durante tres cuartos de siglo, fue el maestro por antonomasia de
varias generaciones. Asistió, niño aún, a los primeros días de la República, y recogió en su alma, como un himno sacro, el ideario patriótico de una generación que nació marcada con la terrible pre- destinación del heroísmo. Pero a pesar de haber oído las descargas
de "Las Carreras:, los truenos de "El Número" y los cañonazos dis- parados por los ejércitos de la libertad en las sabanas de "Santomé"
y de "El Memizo", fue hombre de pluma antes que de espada. Las batallas que libró en favor de la dignidad y de la grandeza de la República, tuvieron por escenario el parlamento, la cátedra, la prensa,
el libro, la tribuna. ¡Qué recia, sin embargo, la personalidad de este patriarca que se levanta sobre la perspectiva de toda una centuria
como una montaña inmaculada!
La vasta labor periodística y literaria de don Federico Henríquez
y Carvajal se encuentra recogida en las publicaciones siguientes: La Hija del Hebreo, drama en verso, 1883; Ramón Mella, discurso, 1891; Informe del Presidente de la DelBgación Dominicana en la Segundá Conferencia Internacional Americana, 1902; Juvenilla, poesías, 1904; Dolorosa, poema, 1909; El Derecho Público Internacional y la Guerra, 1915; Discurso por Duarte, 1916; Páginas Selectas, 1918; Cuba y Quisqueya, conferencias, 1920; Resas de la tarde, 1923; El monólogo de Enriquillo, 1924; T o a por Cuba, 1925; Nacionalismo, 1925; Del Amor y del Dolor, poesías, 1926; Páginas Electas, comentarios sobre temas internacionales, 1926; Mi Albun de Sonetos, 1927; Etica y Estética, 1929; Almas y Libros, 1929; Romances Históricos, 1937;
FEDERICO HENRIQUEZ Y CARVAJAL
1848-1 951
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Baní, 1939; Duarte, 1944; El Poema de la Historia, poesía, 1948; Cuentos, 1950.
Lo último que salió de su pluma, próximo ya a los noventa y seis años, fue el soneto ¡Ave, Patria!, inspirado en el primer cente- nario de la independencia nacional.
RAFAEL JUSTINO CASTILLO (186 1- 1933)
Es autor de una obra, todavía inédita, sobre Las Constituciones de la República Dominicana. Fue colaborador del periódico "El Te- léfono", y en sus columnas dio a la publicidad una serie de artículos doctrinales en 1898.
FRANCISCO JOSE PEYNADO (1 867-1 933)
Escribió varios estudios que ponen de relieve su fina sensibilidad patriótica y sus sólidos conocimientos como hábil jurisconsulto y co- mo investigador concienzudo: Influencia de los Principios Económicos en la Gobernación de los Estados, 1889; Por la Inmigración, 1909; lnconstitucionalidad de los Actuales Consejos de Aduanas de la Re- pública Dominicana, 1910; Discurso pronunciado en los Juegos Ffo- rales Antillanos, 1916; Informe Sobre la Situación Económica y Fi- nanciera de la República Dominicana, 1922; y Memorándum del Entendido de Evacuación de la República Dominicana por las Fuerzas Militares de las Estados Unidos, 1922.
FRANCISCO HENRIQUEZ Y CARVAJAL (1859-1935)
Ejerció en su juventud el magisterio y en 1879 fundó, en asocio con José Pantaleón Castillo, la Escuela Preparatoria. En 1887 se tras- lad6 a París, donde cursó medicina hasta lograr el doctorado. En
J O A Q U I N B A L A G U E R
1895 fue designado profesor de la Facultad de Medicina del Instituto
Profesional de Santo Domingo. Desempeñó altas funciones públicas,
entre ellas, las de Presidente de la República, cargo para el cual fue
escogido en 1916, bajo la presión de graves acontecimientos polí- ticos. Murió en Santiago de Cuba el 6 de febrero de 1935.
P La obra de Francisco Henríquez y Carvajal se compone de la
serie de artículos que escribió en 1900 en las columnas de los pe-
riódicos "La Lucha" y "El Liberal", acerca de la deuda pública, reco-
gidos luego en el volúmen Cayacoa y Cotubanamá, y de numerosos
trabajos de diversa índole que dio a la estampa en publicaciones nacionales y extranjeras, particularmente en "Letras y Ciencias" y en la revista "Cuba Literaria". Su participación en l a campaña nacio-
nalista, que culminó con el restablecimiento, el 12 de julio de 1924,
de la soberanía dominicana, lo consagró como orador de extraordina-
rios recursos dialécticos y de inspiración severa y majestuosa.
La mayor parte de esos escritos han perdido actualidad y tanto
por su falta de interés como por la naturaleza de las materias a que
se refieren,. parecen definitivamente relegados a la arqueología lite-
raria. Ninguna curiosidad despierta hoy la historia de los manejos de
la lmprovement para enriquecerse a costa del país y de los desaciertos
administrativos que hacia 1900 tenían a la República reducida a la
más ignominiosa servidumbre económica. Pero fuera de l a significa-
ción patriótica que tiene la intervención de Henríquez y Carvajal en
ese desastre financiero, todavía de sus actuaciones públicas en el
conflicto de 1900, quedan algunas páginas que honran la memoria
del escritor en tal altísimo grado, como enaltecen la del patriota los
esfuerzos hechos en esa ocasión para defender la República de una
crisis que no solamente afectaba su erario, sino también la integridad
de su soberanía y la vida de sus instituciones. De la colección de
artículos publicados bajo el epígrafe de "Diarias", pueden extraerse
algunas páginas dignas de recordarse, sea por la rectitud y l a solidez
de la doctrina, sea por la energía con que la emoción de la patria se
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
siente en los llamamientos hechos por el escritor a los partidos po- líticos para que obren con cordura, o sea por la elasticidad con que el estilo periodístico adquiere en ciertos pasajes temperatura poética para trocar en número y en cadencia el prosaísmo de las clasificacio- nes. Henríquez y Carvajal escribió sin duda estos trabajos animado por móviles exclusivamente patrióticos, ajenos a toda preocupación de orden estético, pero como poseía condiciones nativas de escritor espontáneo, apto como pocos dominicanos para la alta meditación y para el ensayo 'doctrinario, logró dotarlos, sin esfuerzo, del ele- mento plástico y decorativo sin el cual difícilmente perduca ninguna obra de la inteligencia humana.
MANUEL DE JESUS GALVAN
1834-1910
CAPITULO Xlll
LOS NOVELISTAS
La verdadera novela nacional aparece en la segunda mitad del siglo XIX con la narración histórica "Enriquillo", de Manuel de Jesús Galván, el príncipe de la prosa dominicana.
MANUEL DE JESUS GALVAN
RASGOS BlOGRAFlCOS
Manuel de Jesús Galván nació en la ciudad de Santo Do- mingo el 13 de enero de 1834. Se inició en la vida pública como secretario particular del Presidente Santana en 1859. Partidario de la anexión, desempeñó durante la dominación española, de 1863 a 1865, los cargos de Jefe de Negociado y de Secretario de Gobierno.
Al ser restablecida la soberanía dominicana, se trasladó a Puerto Rico, donde ejerció las funciones de Regente de la Real Ha- cienda. Algún tiempo después, fue designado cónsul español en la ciudad de Puerto Príncipe. La revolución del 25 de noviembre de 1873, lo acercó al repúblico Ulises Francisco Espaillat, cuyo nombre servía entonces de bandera a todos los dominicanos de pensamiento liberal. En 1874, fue eleoto miembro de la Convención Nacional que votó la Carta Orgánica del 9 de marzo de 1875. En 1876 le fue con- fiada por el Presidente, Espaillat la cartera de Relaciones Exteriores. En 1883, fue designado Presidente de la Suprema Corte de Justicia, cargo que desempefió hasta 1889. El 6 de noviembre de 1883 sus-
J O A Q U I N B A L A G U E R
cribió, juntamente con otros jurisconsultos, un contrato con el Mi-
nisterio de Justicia para la traducción, localización e impresión de los
códigos franceses. En 1890 fue escogido por el Presidente Heureaux
para integrar, iuntamente con J. M. Glas y Emiliano Tejera, la Co-
misión de Plenipotenciarios que debía negociar con tos representan-
tes designados por el gobierno de Haití, un acuerdo para la solución
del diferendo de límites existente entre los dos países. En 1891,
fue designado Ministro ante el gobierno de los Estados Unidos de
América. En 1893, fue llamado por el Presidente Heureaux para
confiarle la cartera de Relaciones Exteriores. Los últimos años de su
vida los pasó en suelo extraño. En 1909 viajó por España, y el 13 de diciembre de 1910, le sorprendió la muerte en Puerto Rico.
EL NOVELISTA
El "Enriquillo", la excelente novela histórica de Manuel de Js.
Galván, es, en su género, una de las mejores obras de la literatura
de lengua castellana. La vida del cacique del Bahoruco, el gran re-
belde a quien se debe que España reconociera en un pacto solemne
los fueros de la raza indígena, sirve de pretexto a l novelista domi-
nicano para trazar el cuadro de la primera sociedad europea que
existió en el Nuevo Mundo. El idilio del protagonista con Mencía,
cuadro de intenso colorido sentimental, constituye el centro de atrac-
ción de la novela, pero otros episodios, como el de los amores de
don Diego Colón y de doña María de Toledo, y como el del alza-
miento y la muerte de Guaroa, contribuyen a aumentar el interés de
la narración y a hacer de ella una galería de tipos humanos y de
sucesos dramáticos extraídos de la realidad de una época en que la
historia y la fábula se presentaban unidas en una conjunción porten-
tosa. No se sigue en "Enriquillo", como en la mayoría de las novelas
destinadas a reflejar el espíritu y las costumbres de una época, el
sistema de la narración continuada, sino que en cada cuadro se
desarrolla una acción completa. El episodio relativo a los amores .de
María de Cuéllar con el conquistador de Cuba, Diego de Velázquez,
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
constituye por sí sólo un romance que apasiona tanto al lector, como el de los protagonistas principales. El verdadero personaie de la no- vela es, sin embargo, la propia raza indígena, víctima del odioso sistema de las encomiendas, cuyas penalidades describe el autor con absoluta fidelidad histórica, pero con palabras que parecen fluír de las fibras más hondas de l a sensibilidad humana. En esa pintura patética de la tragedia del indio reside uno de los toques más pun- zantes de "Enriquillo", quizás la más realista y al propio tiempo la más conmovedora 'de cuantas obras se han escrito en América, ins- piradas por el infortunio de la raza aborigen.
Uno de los méritos más excelsos de "Enriquillo", como novela histórica, es la fidelidad con que Galván supo apoderarse del es- píritu de la época, tanto en l a pintura de los caracteres como en el estilo de las fra_ses que pone en boca de los personajes a quienes logra revivir gracias a su podrrosa fantasía retrospectiva. Los dis- cursos del Comendador Mayor don Fernando de Toledo y del Duque de Alba, así como el del médico del Virrey don Diego Colón, insertos en el capítulo XXXl (Primera Parte) de "Enriquillo", traducen fiel- mente el estilo y las ideas propias del siglo XVI, y reflejan, con asombrosa exactitud, en su aspecto más profundo y más característico, los sentimientos de aquella sociedad cortesana.
Otra de las cualidades sobresalientes en l a novela de Galván, es la pureza y elevación del estilo, no inferior, en las mejores páginas de "Enriquillo", al de los grandes maestros del idioma. El autor de "Enriquillo" es, evidentemente, el escritor dominicano que mejor se asimiló el espíritu de los clásicos y el que más se ha aproximado
a su sentido constructivo y orgánico de la expresión literaria.
Igual maestría demostró Galván en la caracterización de los diferentes tipos históricos hue intervienen, aún como personajes se- cundarios, en la acción de "Enriquillo": cinco líneas le han bastado para trazar la semblanza del hidalgo don Pedro de Mojica, ence- rrando, en ese breve espacio, desde las deformaciones del carácter hasta la comicidad de la figura de ese personaje repulsivo, maestro
de la intriga y personificación de la doblez humana. Falta, en cam- bio, en "Enriquillo", el sentimiento poético de la naturaleza. Más
de las tres cuartas partes de la acción de l a novela se desenvuelve en medio de los campos, en los hatos de don Francisco de Valenzuela o en las serranías del Bahoruco, sobre la montaña nemorosa. Pero Galván no tuvo, como tampoco lo tuvieron los clásicos, el sentimiento del paisaje, ni el don de la contemplación objetiva. El paisaje nacio- nal fue para él totalmente inexpresivo y nada hay en "Enriquillo" que recuerde el arte con que Walter Scott, el gran maestro de la novela histórica, pinta l a naturaleza en medio de la cual actúan sus héroes e infunde animación a los paisajes de Escocia, para exhibirlos en sus obras como en una vasta galería descriptiva.
La conocida frase que aplicó Dumas a "Los Girondinos", de Lamartine: "es una historia elevada a la dignidad de la novela", podría también aplicarse, pero en sentido inverso, al "Enriquillo" de Galván: "es una novela elevada a la dignidad de la historia".
De la novela de Manuel de Jesús Galván, se han hecho hasta hoy cinco ediciones, la primera, incompleta, en 1879; la segunda, con el texto íntegro, en 1882; la tercera en Barcelona, en 1909, con prólogo del apóstol cubano José Martí; la cuarta en Buenos Aires, por la Editorial Americalee, en 1940; y la quinta por la Editorial "Librería Dominicana", de Santo Domingo, en 1956. Recientemente fue incluida por la Unesco en su colección de obras representativas de la literatura universal, y traducida al francés por Marcelle Auclair, y al inglés por Robert Graves.
OTRAS PRODUCCIONES DE GALVAN
En 1880 publicó Galván, en Puerto Rico, un folleto sobre "El arreglo de la cuestibn dominico-española de 1879". Además del prólogo que escribió para el libro "Escritos de Espaillat", dejó una copiosa labor periodística que se halla dispersa, entre otras publica-
.- - HISTORIA DL LA LITER4TURA 0CM:NICANA
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cienes, en el semanario "El Oasis" y en "El Eco de la Opinión", don-
de en 1889 hizo una calurosa defensa de la figura histórica del
caudillo de la anexión, general Pedro Santana.
Muchas de sus cartas son también dignas de mención por la
pureza que alcanzó en ellas el estilo epistolar y por el interés que
ofrecen como expresión de la sensibilidad de uno de los hombres
públicos más cultivados de su tiempo.
FRANCISCO GREGORIO BlLLlNl
RASGOS SlOGRAFlCCS
Francisco Gregorio Billini, nació en la capital de la República
el 25 de mayo de 1844. Participó activamente en la política como
adepto de Cabral. En 1869, formó parte dr l grupo de patriotas que
desembarcó en Saint-Marc para oponerse, arma en mano, a los
proyectos de anexión de la República a los Estados Unidos. En 1861 fundó en Veladero, el periódico "El Pabellón Dominicano", órgano
del movimiento revolucionario clirigido entonces contra Báez. En
1878, fue designado Vicepresidente de la República en el gobierno
provisional presidido por el General Cesáreo Guillermo. Fue Mi-
nistro de Guerra y Marina en el gobierno de Meri5o (1880-1882). En 1884 sucedió a Ulises Heureaux como Presidente de la Rephblica,
cargo que resignó el 16 de mayo de 1885. En 1890, a raíz de la
muerte del filántropo Francisco Xavitr Billini, se hizo cargo de la di-
rección del Colegio "San Luis Gonzaga". En 1893 fue electo Presi-
dente de la Junta Colombina. Murió en su ciudad natal el 28 de no-
viembre de 1898.
EL NOVELISTA
Billini inauguró en la literatura nacional la novela de ambiente
dominicano. Las novelas anteriores a la aparición de "Engracia y
JCAQUIN B A L A C U E R . - - - -
Antoriita", como algunas de las narraciones de Alejandro Angulo
Gciridi y como "Adela o el Angel del consuelo" de Francisco Javier
Amiama, carecen de color local y la misma acción se desarrolls fuera
del ambiente nativo.
La novela de Billini, por el contrario, se desenvuelve en Baní y
presenta, al través de la vida sentimental de los protagonistas,
el drama de las guerras civiles que se inician en el país desde que
se restauró, en 1865, la independencia dominicana. La narración
contiene algunos cuadros de costumbres, como el del capítulo titu-
lado "El peroleho", que reproducen con fidelidad curiosos aspectos
de la vida nacional en l a centuria pasada, y pinturas del medio fí-
sico en que se desarrolla la novela, como las del capítulo "Baní, al
natural", en que el tono de la égloga y el matiz terrígena se mezclan
admirablemente en pinceladas llenas de vigor descriptivo. Es Billini,
uno de los novelistas dominicanos que ha tenido mayores aptitudes
para la contemplación ideal del mundo de la naturaleza. El valle
de Peravia, principal escenario de "Engracia y Antoñita", se halla
descrito en algunas de sus novelas con verdadera maestría: el
autor no omite en el cuadro que describe, ni la árida vegetación en
que predomina la guazábara, "indígena de greñas erizadas", ni las
flores llameantes, "émulas del tinte encendido de los crepúsculos";
n i el cielo, "lindo como e! ponderado cielo de Italia"; n i las monta-
nas tendidas sobre el horizonte, "anfiteatro donde la naturaleza ena-
morada derramó sus primores"; n i "el aire puro de sus praderas",
n i la "peregrina majestad de sus noches". E l novelista, cautivado por
el valle de Bani, por el que siente un entusiasmo parecido al que
poseyó a Fray Bartolomé de las Casas en presencia del valle de La
Vega Real, concluye su sinfonía laudatoria comparando aquel rincón
del país, con una cesta "llena de objetos multicolores y con los bordes
de plata".
"Engracia y Antoñita", no obstante el tiempo transcurrido
desde su publicación, continúa siendo la mejor novela dominicana
de costumbres nacionales.
- - HISTORIA DL LA LITERATURA DCM NICANA - - - - - - - - - - - - .- - - - - -
EL POETA
Francisco Gregorio Bil lini, romántico desatado, escribió versos
juveniles cuyo título mismo revela el género de sentimientos que
exaltó en esas efusiones de lirismo caudaloso: "A la Gloria", "A mi Patria", "A mi hermana", "Al Libertador Máximo Gómez". La
distinción moral de su poesía es un reflejo de la limpieza de su
pensamiento y de 'la blsncura d.. su vida. Pero antes que por su ver-
so, de ala demasiado corta para subir a las alturas en que moran
las musas de la inspiración, Billini vivirá por la aureola que rodea
su nombre como prócer de la patria y por la avasalladora fuerza
cívica de su magisterio doctrinario.
EL DRAMATURGO
Billini ensayó también el drama de carácter romántico. Su pri-
mer esfuerzo de esa índole fu- "Flor del Ozama", llevado a escena por una compafiía de aficionados que formaban, además del autor,
los secores Melchor Cabral, Federico Landestoy, Francisco Herrera, Hipólito Billini, Julio Herrera, Arístides Victoria y Manuel María Sal-
daña. E l fusilamiento del poeta Manuel Rodríguez Obiío, le inspiró más tarde una tragedia: "Amor y Expiación".
FRANCISCO CARLOS ORTEA ( 1845- 1899)
Escribió en Puerto Rico, entre 1887 y 1890, varias novelas de carácter folletinesco: "El tesoro de Cofresí", "La enlutada del tranvía"
Y "Una novela al vapor". También publicó, con el seudbnimo de
Doctor Franck, una novela sentimental titulada "Margarita", de la
cual hay cuatro ediciones, la primera hecha en Mayagüez, Puerto
Rico, en 1889.
J O A Q U I N B A L A G U E R - . . . - - - .. -. - . - - -. . . . - . - - -. . - -. . .. . ,- . -. . - - .. . - . .
AMELIA FRANCISCA MARCHENA DE LEYBA (1850-1941) quien
popularizó el seudónimo anagramático Amelia Francasi, es autora
de las novelas "Madre Culpable", "Francisca Martinoff", "lm-
penetrable" y "Duelos del Corazón", y de varias narraciones
cortas que agrupó en un volúmen titulado "Cierzo en Primavera". Su
obra más conocida, y la más estimable desde el punto de vista
literario, es el estudio biográfico "Monseñor de Meriño íntimo".
ULISES HEAUREAUX HIJO (1876-1938)
Escribió cuentos de ambiente dominicano y dos novelas: "En
la copa del Arbol" y "Amor que emigra", cuya acción se desarrolla
en París. Pero donde más sobresalió Ulises Heureaux hijo, fue en el
campo del teatro moderno. Sus dramas "Lo Inmutable", "Consuelo",
"El artículo 291", "Genoveva" y "Alfonso XII", pueden incluírse,
por el arte con que el autor acertó a manejar las situaciones escé-
nicas, entre las mejores obras con que cuenta el teatro dominicano.
MIGUEL BlLLlNl (1859-1907)
Publicó en 1904 una novela en que se propuso pintar, como
Francisco Gregorio Billini en "Engracia y Antoñita", las costumbres de
la sociedad banileja de la centuria pasada: "Estela".
El autor, por falta de fantasía o por exceso de candidez, con-
vierte su narración en un tejido de escenas sentimentales sin colorido
propio, en las que no escasea el tono fieclamatorio y en la que abun-
dan los rasgos de sensibilidad afectada. Billini se esfberza, aunque
no siempre lo consiga, por enlazar la acción de "Estela" a la historia
de Baní, y no sólo alude a algunos de los personajes de más cuenta
HISTORIA DC LA LITERATURA DOMINICANA
nacidos en el valle de Peravia, sino que se empeña también en in-
fundir cierto colorido anecdótico a los principales capítulos de su
obra, refiriendo episodios íntimos de la biografía de Francisco Gre-
gario Billini y de otros próceres oriundos de aquel suelo maravilloso.
La protagonista dr? "Estela" aparece, por otra parte, como una asidua
lectora de "María", de Isaac, de "Pablo y Virginia", de Bernardino
de Saint-Pierre, y de "Atala", de Chateaubriand, lo que indica que
el propósito de Miguel Billini fue notoriamente el de labrar a la he-
roína de su narración un sitio no muy distante al que ocupan en la
literatura universal aquellas novias desventuradas.
"Estela", sin embargo, pese a su ruin factura y a su ambiente
artifical de narración en extremo candorosa, contiene innegables
aciertos y no carece de interés como boceto, aunque fragmentario
y borroso, de l a vida espiritual de las familias representativas de la
sociedad dominicana hasta fines del siglo diez y nueve. Lo que ca-
recteriza a Santo Domingo, en lo que al aspecto moral de su evolu-
ción se refiere, es el retardo con que a su suelo llegan las corrientes
positivistas que desde la segundj mitad del siglo anterior invaden con
relativa rapidez a otros países. La desaparición de ciertos híibitos
sociales, característicos de las viejas familias, de cepa canaria o anda-
luza, que formaron el primer núcleo colonial del Nuevo Mundo, se
opera en Santo Domingo con menos rapidez que en otras partes,
debido, probablemente, al estado de aislamiento en que el país
vivió hasta las postrimerías de la ocupación americana. l a novela de
Billini, escrita en los comienzos del presente siglo, cuando ya en
otras naciones de América había pasado la racha del romanticismo y
empezaba a fundarse sobre las ruinas de la antigua sociedad tradi-
cionalista y cristiana, una distinta, imbuída en sentimientos y costum-
bres de otro estilo, refleia la supervivencia en Baní, acaso la región
racialmente más distinguida de la República, de esas actitud, =S sen-
timentales y de esos modos de vivir, proscritos desde largo tiempo
atrás por la invasión materialista en otras zonas del mundo.
J O A Q U I N B A l A G U E R - - - ---
Tal vez solo en Santo Domingo podia darse a la estampa, ya
en plena fiebre positivista, una novela tan sinceramente candorosa
como la de Miguel Billini, testimonio evidentísimo de la tardía evo-'
lución del país hacia los refinamientos y perversiones de la vida
civilizada.
HECTOR DE MARCHENA (1871-1921)
Es autor de la novela "Lava y Escarcha".
MANUEL FLORENTINO CESTERO (1879- 1926)
Dio a la estampa un libro de narraciones breves, "Cuentos a
Lila", y una novela, "El canto del cisne", cuya acción se desarrolla,
en parte, en los Estados Unidos, ambiente con el cual se hallaba
familiarizado el autor, y en parte, en t'ierra dominicana.
CAPITULO XIV
LOS HISTORIADORES
La historia moderna se inicia en la República Dominicana con
José Gabriel García. Su predecesor, Antonio del Monte y Tejada, solo
abarcó la era colonial, aquella precisamente en que se contaba con
mayor acopio de fuentes documentales y donde la formidable labor
de los historiadores de Indias, especialmente de Las Casas y de Fer
nández de Ovie30, habla dejado abierto el camino para los que en el
futuro acometieran la empresa de escribir la historia dominicana
E l vacío existente a partir de 1821, fecha de nuestra primera inde-
pendencia, lo llenó José Gabriel García llevando a cabo su ejemplar
'tarea con indiscutible genio creador y con admirable capacidad cons-
tructiva.
JOSE GABRIEL GARCIA
RASGOS BIOCRAFICOS
José Gabriel García, el padre de la historia nacional, nació
en la ciudad de Santo Domingo el 13 de enero de 1834. Siguió
la carrera de las armas y fue oficial de artillería. Durante las
dos administraciones de Cabral, desemperió la cartera de Relaciones
Exteriores y la de Justicia e Instrucción Pública. En el gobierno de
Espaillat fue nuevarnente Ministro de Justicia e Instrucción Pública,
desde el 29 de abril hasta el 14 de agosto de 1876. Fue plenipoten-
ciario para la firma, en 1876, del tratado de amistad, comercio,
J L T E Cf-E:R F l GLkc H
1834-1910
HISTORIA LITERATURA - . - -
DCMlNlCANA . - - -
navegación y extradición con los Estados Unidos de América. Per-
teneció a la Junta Nacional Colombina, fundada por él con otros
dominicanos distinguidos. Murió en su ciudad natal el 19 de enero
de 1910.
EL HISTORIADOR
La "Historia de Santo Domingo", de José Gabriel García, fruto
de una labor de cuarenta años, apareció en su forma actual en 1900,
fecha en que dio a la estampa el último de los tres primeros volúme-
nes con el título de "Compendio de la Historia de Santo Domingo".
En 1906 publicó un cuarta tomo con el nombre de "Historia Moderna
de la República Dominicana". Completó después la enorme obra de
investigación histórica a que consagró su vida, con varios libros en
que se presenta tomo biógrafo o en que ilustra aspectos aislados de
la vida dominicana: "Rasgos biográficos de dominicanos célebres",
"Memorias para la historia de Quisqueya", "Coincidencias históricas"
'y "Nuevas Coincidencias históricas".
La historia dominicana de la época moderna no es sólo hija
de José Gabriel Garcia por h3ber sido él su creador hasta 1876,
fecha de la caída del Gobierno de Espaillat, sino también porque el
estado de opinión aún existente en torno a los grandes personajes y
a los grandzs sucesos de la vida nacional, es, en gran parte, obra de
este investigador extraordinario. García ha formado conciencia, con-
ciencia al parecer definitiva, sobre muchos acontecimientos y sobre
muchas figuras de nuestra historia moderna: sus juicios acerca de los
creadores de la nacionalidad y acerca de Santana, así como acerca
de numerosos sucesos posteriores a la fundación de la República,
permanecen aún vigentes, y conservan, en la mayoría de los casos,
carácter de fallo irrevocable.
Uno de los rasgos que mas enaltecen la figura de José Gabriel
García como historiador, es el del acierto con que distingue el
diverso grado de generalidad de los hechos que narra, y el talento
J C A Q U I N B A L A C U E R
especulativo con que agrupa lógicamente los acontecimientos para divi-
dir en distintos periodos la historia dominicand. Es innegable la saga-
cidad con que el gran historiador ha trazado el cuadro general de los
acontecimientos de la historia patria que tienen fisonomía propia y en
torno a los cuales se van agrupando .zn serie los hechos ;ecundarios.
Como escritor, García se distirigue por el h3bito de recargar y
de extender excesivamente las cláusulas, con perjuicio del vuelo
y del vigor del estilo que nos deja a menudo eri el ánimo una impre-
sión da cosa Cspera y desarticulada. Sus mejores páginas, desde el
punto de vista literario, son las de la colección de semblanzas titu-
lada "Rasc;os biográficos de dominicanos célebres". El que dudo de
que Garcia fue, no sólo un narrador fluente, sino también un escritor
de vena fértil y abundante, a ratos árido, pero otras muchas veces
visitado por la elocuencia y por la gracia, se convencerá fácilmente
de lo contrario, repasando algunas de estas biografías, como la de
Juan Sanchez Ramírez y la del Arzobispo Valera, en las que el gran
historiador se levanta sobre la pesadez de sus formas de expresión
habituales, para escribir con pluma verdaderamente inspirada.
CARLOS RAFAEL NOUEL Y PIERRET
Carlos Rafael Novel y Pierret nació en la capital de la Re-
pública el 2 de marzo de 1833. Fue condiscípulo de MeritG,o en el
Colegio de San Buenaventura. Graduado en leyes, se dedicó durante
algunos años al ejercicio de la abogacía. Desempeñó importantes
cargos públicos, tales como el de Secretario de Estado en el gobierno
de Gonzalez (1874-1875), y el de Enviado ~xtraordinario y Ministro
Plenipotenciario en Puerto Príncipe. Formó parte de la comisión que
negoció e l tratado de paz con Haití, en el año 1874. Después de la
muerte de su mujer, do5a Antonia Bobadilla, ingresó en la carrera
eclesiástica. En 1891, fue cura de Santiago de los Caballeros, y a la
HISTORIA DE LA LITERATURA DCMlNlCANA
hora de su muerte, acaecida el 18 de enero de 1905, desempeñaba
el cargo de canónigo de la Catedral de Santo Domingo.
Carlos Rafael Nouel y Pierret, autor de la "Historia Eclesiástica
de la Arquidiócesis de Santo Domincjo", no fue sólo historiador
acucioso, abundantemente informado de la vida civil y religiosa dzl
primer establecimiento colonial del Nuevo Mundo, sino también
ingenio despierto que no carecih de facultact2s literarias.
Su obra, escrita con elrgante sencillei, t i :ne el mérito de que
unas veces subsana importantes vacíos de nvestra vida eclesiástica,
como en el caso de la efímera prelacía de don Juan de Aleolares,
y otras veces completa o enmienda l a historia civil, como en el caso
de la supuesta consagración ~piscopal de Fray García de Padilla.
Enire las cualidades que enaltecen la obra de Nouel, no es, sin
duda, la menor, la independencia con que juzga los personajes y los
hechos de la historia eclesiisiicj. E l historiador expone con f r m -
queza los acontecimiento y habla de los grandes jerarcas de la Iglesia
nacional sin dejarse en ningún caso sugestionar o influir por conside-
raciones de orden religioso. Pru~bas bien significativas de esta hon-
r a d ? ~ de criterio, son, entre otras, la severidad de la crítica que
formula contra los sacerdotes que en una u otra forma faltaron a sus
deberes, o que no estuvieron a la altura de su ministerio en alguna
circunstancia desgraciada: así, Nouel abruma con sus reproches al
padre Boyl, cuya crueldad pone de manifiesto con m2rgía digna de
Tácito, y habla del Vicario General Carlos de Aragón con una an-
tipatía que coincide en lo esencial con la de los historiadores civiles
más rectos e imparciales.
Otro altísimo testimonio de probidad histórica dsjó N o ~ e l en los
últimos capítulos de su libro, c u a n d ~ relata la participación que tuvo
el Arzobispo Valera, acaso la más pura y la más legitima gloria de
J O A G U l N B A L A G U E K .- - -
la Iglesia nacional, en el mantenimiento del espíritu de rebeldía del pueblo dominicano frente a Haití, y en l a defensa de sus tra-
diciones católicas, amenazadas por el desenfreno de los usurpsdores.
En algunos puntos la obra de Nouel se refiere a los aconteci-
mientos políticos, aunque de modo incidental, con mayor acopio de
datos y con más independencia de juicio que los mismos historiado-
res ordinarios. La relación que hace, en el capitulo con que cierra la
"Segunda Epoca", de los sucesos que culminaron en la proclamación
de la República de 1821, es el análisis más frío y razonado que se
ha hecho hasta hoy de la obra de José Núñez de Cáceres y del esta-
do de espíritu que existía en el país cuando se produjo la primera
independencia dominicana.
CASIMIR0 N. DE MOYA (1849-1915)
Vicepresidente de la República, de 1882 a 1884, en el primer
gobierno de Heureaux, y Secretario de Relaciones Exteriores en
diversas administraciones, dió a la publicidad, en 1905, un Mapa
de la isla de Santo Domingo y Haití, primer trabajo de cartografía
hecho por un dominicano. Su Tabla sinóptica de distancias, oficial-
mente adoptada por resolución del Congreso Nacional, vio la luz
pública en 1904.
De los siete tomos de que consta la Historia de Santo Domingo, de Casimiro N. de Moya, sólo ha sido publicado el primero con el
título de "Bosquejo histórico del descubrimiento y conquista de la
isla de Santo Domingo", libro atildadamente escrito donde el autor
compendia, en poco más de doscientas páginas, toda la época com-
prendida entre la llegada de Colón y el confinamiento, en Boyá,
de los últimos representantes de la raza indígena. Esta parte del ex-
tenso trabajo de reconstrucción histórica realizado por Casimiro N.
de Moya, es sin duda la que menos interés ofrece, porque se refiere
a materias que habían sido ya magistralmente agotadas por otros
historiadores.
HISTORIA DE LA LITERATURA DCMlNlCANA --
APOLINAR TEJERA
Apolinar Tejera nació el 6 de enero de 1855 en la ciudad
de Santo Domingo. Fueron sus padres don Juan Nepomuceno
Teiera y do,5a Ana María Penson Herrera. Hizo sus primeros estudios
en el Colegio San Luis Gonzaga. En 1879 ingresó en la carrera ecle-
siástica, y durante algunos anos fue cura de Higüey y de Santiago
de los Caballeros. Abandonó el sacerdocio y ocupó altas posiciones
en la vida pública: Rector del Instituto Profesional, dz 1902 a 1938;
Presidente de la Suprema Corte de Justicia, en 1904, y ds 1908 a
1912; Secretario de Estado de Justicia e Instrucción Pública, d r 191 3 a 1914; y Procurador de la República, de 1919 a 1922. Murió en su
ciudad natal, el 19 de junio de 1922.
Apolinar Tejera poseyó, en grado no desdeñable, las cuali-
dades que más contribuyen a engrandecer a l historiador verdadero:
talento crítico de primer orden, rigor y exactitud irreprochables en las
citas, buen sentido y probidad histórica, cultura clásica e información
abundante y bien documentada. Todas esas aptitudes las malogró en
gran parte, sin embargo, dedicando su vida entera a la rectificación
de pequeños lapsos e inadvertencias de poca importancia que supo
expurgar con admirable acuciosidad en las obras de otros historia-
dores. Sus principales Rectificaciones, dadas a la pub1 icidad, a partir
de 1907, en las revistas "La Cuna de América" y "Blanco y Negro",
versan sobre "Las primeras iglesias de la i s la Española", "Caonabo y Maniocatex", "La Cruz del Santo Cerro y la batalla de la Vega Real",
y "La fundación de Santo Domingo". En su libro "Literatura Domini-
cana", publicado en 1922, señala a su vez los errores en que, a su
juicio, incurrió Pedro Henríquez Ureña, en el artículo que escribió
para la "Revue Hispanique" sobre la cultura y las letras coloniales
J C A O U I N B A L A G U E R
en Santo Domingo. Pcro la parte más ingrata de la obra de Apolinar
Tejera no reside en el carscter puramente negativo y demoledor dz
su critica, fruto al fin y al cabo de un erudito sincero y acucioso,
amante de la verdad y adversario acérrimo de las tendencias no-
velescas que puso en boga en el campo de la historia la escue!a des-
criptiva, sino mis bien en el hecho de que no haya puesto su ciencia
de investigador al servicio de un solo empeC,o de depuración histó-
rica de grandes proporciones. La cultura dominicana no le debe
ningún esfuerzo serio destinado a enriquecer la historia patria con
investi,iaciones fundamentales. Si en vez de haberse dedicado a l a
rectificacion de pequeros yerros históricos, en sentido generalmente
desfavorable al país, ninguna de cuyas tesis medulares, como la de
la autenticidad de los restos de Colón o como la de la primacía de
su Universidad, fue objeto d l examen minucioso por parte de este
escudriñador de los secretos de la historia, hubiera Apolinar Tejera
aplicado su ciencia y sus aptitudes a la preparación de tres o cuatro
monografias magistrales, empresa para la cual parecía especialmente
dotado por su inteligencia y su cultura, su nombre seria hoy uno
de los m6s respetables de la erudición dominicana.
EL POETA
Las musas visitaron, más de una vez, la docta morada de Apo-
linar Tejera. Pero no fue poeta d3 sensibilidad propia, como lo
prueba el hecho de que su mejor poesía es "Extasis", traducción de
Victor Hugo, que excede en efusión lírica y en belleza de forma a
todos sus versos originales:
Sobre agvas apacibles, en noche despejada,
sin una nube el cielo, sin una vela el mar,
buscando lo invisible con ávida mirada,
un plácido murmullo nos viene a deleitar.
HISTORIA DE LA LITERATURA Dí;'MlN!CANA
los prados y los montes y toda la Natura,
en el rumor solenine de brisa nocturnal,
interrogar parecen a la celeste altura,
las ondas de los mares de diafano cristal.
Y las azules olas, serenas, murmurantes,
que en vano intenta el hombre, soberbio, dominar,
del cielo las legiones ceñidas de brillantes
que por el ancho espacio se ven atravesgr.
Sus frentes luminosas hendiendo en lo infinito
susurran al oído con argentina voz:
débil mortal, escucha de la Creación el grito,
jel fuerte, el poderoso, € 1 invencible es Dios!
GREGCR 10 LUPERON
RASCOS BICGRAF ICOS
Gregorio Luperón nació en Puerto Plata, el 8 de septiembre de
1839. Fueron sus progenitores, Nicolasa Luperón y Pedro Castellanos.
E l propio héroe ha descrito en las siguientes líneas el hogar en
que se meció su cuna: "Por una de las cosas que más gracias ha
dado a l a Providencia, es por haber nacido de una familia cristiana,
hospitalaria, bondadosa y pobre". Luego se pinta de esta manera a
sí mismo; "Su rasgo más característico es el haberse formado por
sí mismo, siendo lo que es en la historia de la República gracias a
su voluntad inquebrantable". A los doce años de edad fue nombrado
jefe de un aserrío que don Pedro Eduardo Duboc había abierto en
Jamao. Algún tiempo después se establece por su cuenta en Saba-
neta de Yásica. En su nueva ocupación permanece hasta la anexijn
de la República a España. La pérdida de la independencia nacional
le subleva: "Luperón - escribe refiriéndose a s i mismo - no cabía
en su patria con los dominadores". Con el propósito de oponerse,
arnia en mano, a la anexión, intenta hacer prisionero a l gobernador
GREGORIO LUPERON
1839- 1897
HlZTORlA DE LA LITERATURA DCMlNlCANA - ~ . -,
de Puerto Plata, general Suero, pero su plan fracasa y es detenido
por aquel bravo teniente de Santana. Logra escapar y huye a Cabo
Haitiano, de donde las autoridades le hacen salir poco después con
rumbo a los Estados Unidos. Después del grito de Capotillo, se une a las tropas que asedian a Santiago. Desde entonces se convierte en
la primera espada de la Restauración. Las proezas que realiza en la Sabana del Vigía, en Arroyo Bermejo, en San Pedro, en Paso del Muerto, en la Sab9na del Guabatico, envuelven su nombre en un
aura legendaria.
Cuando La Gándara, sucesor del general Vargas en el mando de las tropas españolas, desembarca en Montecristi con diez y siete mil
veteranos, el desaliento se apodera de los patriotas. E l gobierno ins-
talado en Santiago llama a esa ciudad a Luperón, y el gran ciudadano Ulises Francisco Espaillat, encargado a la sazón del poder por au-
sencia del Presidente Salcedo, al verle llegar le tiende los brazos y
exclama lleno de júbilo: "Todavía hay patria, general, puesto que usted está vivo". Una vez abandonado el territorio dominicano por
las tropas de Isabel 11, LuperOn se retira a las actividades privadas.
Después de la caída del Presidente Pimentel, es designado por Ca- bral, Gobernador de Santiago y Delegado del Protector en el Cibao.
De ahí en adelante participa activamente en las rivalidades políticas
que conducen al país a incesantes guerras civiles. En 1879, d~rroca a Cesáreo Guiliermo y constituye un gobierno provisional en Puerto
Plata. Inicia entonces un plan de reformas, y entre otras medidas
destinadas a favorecer la educación popular, subvenciona a todos
los periódicos, así a los adictos como a los desafectos a l gobierno, con cuarenta pesos mensuales. En 1880 retiró su candidatura para
la presidencia definitiva, y apoyó la de Monsefior de Meriño.
Algún tiempo después viajó a Europa donde ejerció el cargo
de Ministro de la República ante varios gobiernos. Mientras desem-
peñaba esas funciones, ne~oció, en colaboración con el publicista
colombiano J. M. Torres Caicedo, una Convención de Arbitraje entre
E l Salvador y l a República Dominicana, primer acuerdo de ese género
J C A G U I N B A L A G U E R
suscrito por países latinoamericanos. En 1889, fue postulado para la Presidencia de la República: sus amicos, sin embargo, empezaron a
ser perseguidos por Ulises Heureaux, árbitro del país desde hacía varios años, y la candidatura de Luperón fue retirada. Pocos meses
después pide pasaporte y vuelve a fijar su residencia en playas ex- tranjeras. A partir de 1894 se consagra, en la isla de Saint-Thomas, a escribir sus "Notas Autobiográficas y Apuntes Históricos", obra
que publicó en Puerto Rico en 1896. Cae poco después gravemente enfermo, y Ulises Heureaux, en un gesto de hidalguía que le honra, va personalmente a buscarlo al destierro y lo conduce a Pcferto Plata, donde murió el 2 1 de mayo de 1897.
SUS "NOTAS AUTOBIOGRAFICAS"
Gregorio Luperón no fue propiamente un escritor, y escribe, co- mo es lógico, sin ninguna clase de escrúpulos literarios. Pero el idio- ma, manejado por este autodidacto genial, poseedor de una pro-
digiosa capacidad de videncia como todos los grandes intuitivos, da la impresión de un bloque golpeado por el puño de un cíclope: la masa descomunal conserva, entre las manos acostumbradas al uso de las armas, el encanto que.tienen las cosas primitivas, aquellas a
las cuales la industria del hombre no ha despojado todavía de la
gracia inocente y salvaje de la naturaleza. Una enorme distancia separa desde este punto de vista a tuperón de los otros próceres dominicanos que como él sintieron el hechizo de las letras. Un Ulises Fco. Espaillat, un Núñez de Cáceres, un José María Serra, fueron hasta cierto punto esclavos de la cultura, y las metáforas y los pen-
samientos que manejan resultan siempre, como en todos los espíritus que no han sido del todo extraños a las humanidades, reminiscencias de ideas largamente elabkradas. Luperón, en cambio, no se halla so- metido a ningún género de servidumbre mental: el material que emplea es material primario, y su instrumento de expresión, ,aunque desarticulado y bárbaro, traduce con fidelidad cuanto siente el prócer,
poniendo al descubierto fibras temperamentales que no se habrían
HISTORIA DE LA LlTERATURA DCMlNlCANA
manifestado con la misma energía s i la cultura hubiera contribuído,
como en sus émulos, a moderar los arrebatos de la imaginación.
Hoy nos es permitido descender a las zonas más íntimas de su pen-
samiento, y recibir la impresión exacta de su carácter, de su alma
auténtica, de su psicología aún envuelta en la cáscara de los impulsos
nativos, porque la naturaleza no se nos presenta aquí contrariada
por sugestiones extrañas que anulen en todo o en parte cuanto hay
en ella de independiente y de espontáneo.
Como todos los hombres en quienes predomina la imaginación
sobre la cultura, el prócer dominicano gusta de las imágenes y expre-
sa casi siempre sus ideas por medio, no de formas lógicas y de frases
directas, sino de figuras retóricas y de comparaciones a veces afor-
tunadas. Así, refiriéndose a la República, grande en su pasado, pero
a la sazón abatida-por toda clase de vicisitudes, la compara con "un
edificio en ruina, que en medio de sus derribados paredones conserva
algo de su grandeza y de su hermosura". Para encarecer la since-
ridad de su adhesión a la causa restauradora, escribe sobre sí mis-
mo: "Lleno de fe en el porvenir, y enamorado dz su obra, como
el novio de su prometida". Con una imagen sencilla y realista, nos
transmite una noción exacta del horror que inspiraron a Santana las
constituciones liberales: "La democracia le asustaba como el desierto
al peregrino". En vez de entregarse a largas consideraciones para
describir las alternativas de la guerra de la Restauración, favorable
unas veces a la causa de España y otras a la de los patriotas, con-
densa en un símil feliz ese rasgo característico de l a empresa inicia-
da en Capotillo: "La guerra era como el Océano: tenía fluio y re-
flujo, porque la victoria no era patrimonio de ninguno".
Las ideas que Luperón expone en sus "Notas Autobiográficas"
sobre los grandes acontecimientos de la historia dominicana, son
tan perspicaces y justas como sus juicios acerca de los hombres que
intervienen en esos sucesos capitales: "La lucha que sostuvo el pueblo
dominicano contra Haití -escribe a propósito de uno de esos mag-
nos acontecimientos históricos - , no fue una guerra vulgar. El pueblo
J O A Q U l N B A L A G U E R
dominicano defendía más que su independencia: defendía su idioma,
la honra de sus familias, la libertad de su comercio, la moralidad
del matrimonio, el odio a la poligamia, mejor destino para su raza,
mejor suerte para su trabajo, la escuela para sus hijos, el respeto a
la religión de sus antepasados, la seguridad individual y la facultad
de poder viajar al extranjero. Era la lucha solemne de costumbres y de pr incipi~s diametrqlmente opuestos, de la barbarie contra la
civilización, de la luz contra las tinieblas, del bien contra el mal".
Las mejores páginas de las "Notas Autobiográficas" son aquellas
en que Luperón describe los hechos de armas en que participó duranie
la campaña restauraciora. La descripción de la batalla de la Sabana
del Vigía, especialmente, está hecha con tanta viveza, que la imagi-
nación del lector asiste a aquel encuentro y participa de las pasiones
de los combatientes y de los ardores de la lucha. Hasta cuando
narra las primeras incidencias de la batalla, como el rompimiento de
uno de los cañones de los patriotas, la palabra del narrador adquiere
cierta elocuencia férrea y nervuda que nos deslumbra y agrada:
"El Comandante Pedro Rojer, con una impavidez extraordinaria, pudo
disparar once cañonazos, hasta que se le desprendió una rueda a
la pieza, y no fue posible disputar más aquel esqueleto".
Las "Notas Autobiográficas y Apuntes Históricos" de Luperón,
aparte del interés que ofrecen para la historia, constituyen el mejor
libro de recuerdos personales de que se puede enorgullecer hasta
hoy la literatura dominicana.
CAPITULO XV
LOS ORADORES
PEDRO ALEJANDRINO PINA
E l primero de los grandes oradores civiles de la República,
fue Pedro Alejandrino Pina ( 1 820- 1870). Antes que él hubo muchos
dominicanos eminentes que ilustraron con su elocuencia la oratoria
sagrada. Pero fue Pina, uno de los próceres de la sociedad patriótica - "La Trinitaria". el que personificó los arrebatos del tribuno en la eta-
pa inicial de nuestra era republicana. Félix María del Monte recogió
luego de sus manos el cetro de la oratoria en la República ya con-
solid;da. Cuando su estrella empieza a su turno a declinar, después
de haber brillado por l a postrera vez en 1884, fecha del último de
sus grandes discursos pronunciado con motivo de la repatriación de
los restos de Juan Pablo Duarte, se levantó radiante, en el cielo de
la patria, la de Monsekor de Merino que, desde el día de su apari-
ción, el 27 de febrero de 1861, pareció destinada a resplandecer co-
mo la más alta gloria de la elocuencia dominicana.
FERNANDO ARTURO DE MERINO
RASGOS BlOGRAFlCOS
Fernando Arturo de Meriño nació en Antoncí, antigua jurisdicción
de Boya, hoy de Yamasá, el 9 de enero de 1833. Inició sus estudios
bajo l a dirección del sacerdote limeño Gaspar Hernández. Sus maes-
tros predilectos en el Seminario fueron el Dr. Elías Rodríguez y
FERNANDO ARTURO DE MERINO
t 833- 1906
HISTORIA DE LA LITERATURA DCMINICANA -
Alejandro Angulo Guridi. En 1856 se ordenó como sacerdote. Fue
cura de Neiba y luego de San Cristóbal. En 1858 pasó como Vicario
Apostólico a la Catedral de Santo Domingo. La actitud que asumió
en 1861 contra la anexión a España y el discurso con que el 27 d.. febrero de ese afío increpó, desde el púlpito de l a Catedral, al Pre-
sidente de la República, le abrieron el camino de l a fama. Deportado
después de la reincorporación a España, residió en Venezuela hasta
1865. Investido con la presidsncia del Congreso Constituyente des-
pués de restablecida la soberanía nacional, le correspondió recibir
el juramento de Buenaventura B6ez como Jefe del Estado. El discurso
que pronunció entonces le ocasionó un nuevo destierro. En 1866, la
Convenciór~ I\)acional propuso su elscción como Arzobispo. En 1867
fue nombrado Rector del Seminario. Al asumir Buenaventura Báez,
por tercera vez, la Presidencia de la Repcblica, fijó nuevamente su
residencia en ~Gezue la . En l a patria de Bolívar, fue vicario de Bar-
celona y miembro de la Legislatura del Estado.
Elegido por voto popular, ascendió en 1080 a la primera ma-
gistratura dz la República. La educación nacional recibió considerable
impulso de su gobierno: por iniciativa suya se fundaron en varias
provincias escuelas superiores, y en 13 capital de Iu República se
abrieron nuevas cátedras de derecho civil, constitucional e interna-
cional, así como de medicina, farmacia y agrimensura. En 1882, des-
pués de entregar pacíficatnente el mando a su sucesor, pasó a ocu-
par la rectoría del Instituto Profesional, convertido algunos meses
antes en centro universitario. En 1885 fue consagrado por el Car-
denal Parocchi, como Arzobispo, funciones que desempeñó hasta su
muerte, ocurrida en Santo Domin~o el 20 de agosto d? 1906.
EL ORADOR
Meriño ha sido entre todos los grandes oradores de la República,
el más majestuoso, el más deslumbrador, el mgs irnpmente, el más
digno, en una palabra, de la tribuna antigua.
JCAGUlN B A L A G U E R
El secreto de su arte, dr lo que se podría denominar su téc-
nica oratoria, no reside en las grandes imágenes ni en el énfasis
verbal, sino más bien en ciertos recursos que el gran orador usó
con innegable ma.estría: el símil tomado de obietos familiares al
ouditorio; l r js antítesis de conceptos, y, con más frecuencia, las
contraposiciones de palabras; los apóstrofes impresionantes con in-
vocación frecuente a los poderes sobrenaturales; la presentación de
contrastes de orden moral y la pintura de situaciones patéticas que
arrebatan el ánimo y hacen que el oyente participe de la violencia
pasiorial de que en muchos casos parece hallarse poseído aquel
orador portentoso. En el discurso pronunciado ante la Asamblea
Nacional, el 8 de diciembre de 1865, con motivo de la jura de Báez,
hay olgunos de esos apóstrofes terribles que parecen haber pasado
por el fueso que quemó los labios de Isaías. También en sus pasto-
rales, como en la que escribió sobre la cuaresma de 1888, abundan
esas figuras patéticas que en el gran orador parecen menos un re-
curso del arte, que un producto incontrolable de la sensibilidad
excitada.
Sus mejores oraciones no son, como podría pensarse, las que
compuso como orador sagrado, sino las que pronunció cuando in-
tervino en las disputas políticas y tomb beligerantemente partido en
las coritroversias humanas. E l discurso que pronunció en 1861, para
conminar a Saritana a que abandone su proyecto de anexión, y el
que leyó corno presiderite de la Asamblea Nacional para recibir el
juramento a Buenaventura Báez, nuevamente elevado al solio presi-
deiicial eri 1865, superan en calor comunicativo y en exhuberancia
dialéctica a las mejores oraciones que escribió para ser pronunciadas
desde la cátedra del Espíritu Santo.
EL ESCRITOR
Como escritor, MeriEo puede ser considerado como uno de
los mejores modelos de buen gusto y de estilo reposado y noble
con que cuentan hasta hoy las letras dominicanas. Sus "Cartas pasto-
- - - . HISTORIA DE LA LITERATURA DOMihilCANA
- -
rales", recogidas zn un volúmen qve vió la luz pública on 1905,
no tienen sólo un valor doctrinal, sino también literario. Estas comuni-
caciones, ciiri,,idás por el ilustre prelado al clero de su Arquidiócesis,
se distinguen por tres cualidades de primer orden, en obras de esa
naturaleza: por la energia y propiedad dzl estilo, gravemente sen-
tencioso; por el arte con que el autor realiza las transiciones, pasando
a veces de cosas particulares a otras do carácter general, como se
puede advertir en la "Carta Pastoral sobre la Encíclica lnmortale Dei"
y en la "Carta Pastoral sobre el espíritu de impiedad"; y, final-
mente, en la maestría con que distribuye la citas, procedentes, en su
mayor parte, de la literatura sagrada. En la "Carta Pastoral sobre el
Cristianismo y las enseñanzas de la Iglesia Cat5lics", Merino hace
u n verdadero alarde de versicijn en las materias a que hace refe-
rencia. Pero lo admirable es que ni en esa ni en ninguna otra d r las %
piginas que escribió mientras eierció el gobierno eclesiástico do San-
to Domingo, hace una sola exhibición de sabiduría que nos psrezca
ociosa. E l insigne prelado, uno de los hombres más doctos de cuantos
hán ocupado hasta hoy la silla que honró por primera vez Alejandro
Geraldini, es tan oportuno y tan sagaz en sus citas que hasta cuando
mayor número de autoridades invoca y hasta cuarido mis empapado
se muestra de literatura patrística, nos transmite la impresijn de que
no hace un simple despliegue de erudición, sino de que realiza
un esfuerzo para dejar la materia en torno a la cual discurre entera-
mente agotada.
EUGENIO DESCHAMPS
Eugenio Deschamps nació en Santiago de los Caballeros el 16
de junio de 1861. Fue discípulo del eximio educador don Manuel
de Jesús de Pena y Reinoso. Se inició en la vida pública como perio-
dista de combate. En 1883 fundó en Santiago el periódico "La Albo-
rada", y más tarde "La República". En 1887 volvió del destierro para
fundar, en N.ontecristi, el decenario "Las Brisas". En 1892, perseguido
por Heureaux, se refugia en Grand Turk, y en 1893 fija su residen-
cia en Puerto Pico. Después de la caída de ~ e l r e a u x , desempeñó
importantes fuiiciones públicas: Secretario de Correos y Telégrafos
y de Relacic7es Exteriores, en 1899; Gobernador de Puerto Plata, en
1900; y Vic,dp:eridente de la República, en 1933. Murió en Santiago el 27 de a~osto de 1919.
EL ORADOR
Eugenio Deschamps es el dominicano que ha pronunciado las
mejores arengas políticas. Como tribuno popular, como orador de
multitudes, no ha tenido émulos en la historia de la elocuencia do-
minicana.
No fue, sin embargo, un orador de barricadas, de esos que sólo
manejan methforas vulgares y cuya acción se limita a las zonas más
planas y accesibles de los sentimientos humanos. Sus discursos reve- lan, por el contrario, la industria del artista que redondeó con cuida-
do las cláusulas y castigó con esmero el estilo de sus grandes oracio-
nes. Es fama que se aprendía de memoria sus discursos y luego los recitaba, con voz de león, como s i se hubiera hallado realmente po-
seído, En el momento de pronunciarlos, por la embriaguez del verbo.
La me/or de sus arengas tribunicias, tanto por la riqueza y la rotundidad de la expresión, como por la hermosa síntesis histó-
rica que encierra en su brevedad impresionante, es la que pronunció
para saludar a Máximo Gómez, cuando el héroe dominicano, al con- cluir la guerra de l a independencia de Cuba, se reintegró a su solar
nativo: "Tú, oh paladín, eres la resurrección de la epopeya! ¡Ave, Hatuey! Al sentirse hollada por ti, se esiremece de iúbilo tu tierra".
Otro de sus grandes discursos fue el que pronunció en 1915, para dar la bienvenida a José de Diego, abanderado de la inde-
pendencia de Puerto Rico: "Quisqueya te saluda. Esa es Quisqueya ... Arrima tu corazón al de esa inmensa multitud y mira cómo es cráter
de pasiones por la libertad y el ideal. Esa cabalgó aqtí mil veces
HISTORIA DE LA LITERATURA D0M:NICANA
en el bridón impetuoso de Bolívar. Esa cruzó el mar, y sopló en la
trompa a cuyos ecos despierta, erizada de rayos, la epopeya. Esa
te dará corazones y cabezas que te ayuden a plantar en la nueva
encrucijada de las civilizaciones, la trinidad egregia del Csribe".
Deschamps dejó a las letras patrias, además de sus discursos,
elocuentes pSginas como panfletario político. SUS folletos "Réprobo"
y "Ecos y Notas", escritos en Puerto Rico contra la dictadura de Heu-
reaux, podrían figurar entre las mejores p6ginas que hayan inspirado
en América el odio a las tiranías y el sentimiznto de la dignidad
humana.
Su labor como panfletario y como escritor político se encuentra
recogida en los opúsculos siguientes: "A las Sociedades Políticas",
Montecristi, 1888; "Notas y reflexiones sobre nuestros límites occi-
dentales", Montecristi, 1888; "Esbozo de una idea", Montecristi, 1889;
"Réprobo", Puerto Rico, 1897; "Contra Roosevelt", Nueva York, 191 1,
y "Mis destierros", fragmentos de un libro autobiográfico que no
llesó a terminar y que se publicaron por primera vez en la revista
"Cuba Literaria".
La mayor parte de sus discursos fueron coleccionados en el
libro "Ecos tribunicios", Puerto Rico, 1902.
En 1899, durante su destierro en Puerto Rico, escribió también
un estudio sobre el compositor puertorriqueño Juan Morel Campos.
MANUEL ARTURO MACHADO, (1 870- 1922)
Contemporineo de Eugenio Deschamps, fue también una de las
cumbres de la oratoria dominicana. De todos los oradores nacionales,
ha sido el único que ha tenido de la elocuencia un sentido forma-
lista y ornamental: el único que ha hecho del discurso una obra de
arte y el único que ha preferido la elegante frialdad del modelo
ático a la espesa fronda retórica del modelo cas'tellano. Su oratoria
no es obra de la improvisación sino de la paciencia agotadora. De
ahí la brevedad de sus discursos, simétricos y esculturales, donde el
pensamiento parece obedecer a la presión artística, como las materias modelables, y donde las imágenes se hallan esculpidas en las frases
como en medallones esbeltos.
Manuel Arturo Machado, quien ocupó en dos ocasiones la Secre- taria de Relaciones Exteriores, publicó en 1912 un estudio sobre
"La Cuestión Fronteriza Dominico-Haitiana". En 1919 dio también a
l a estampa un folleto titulado "Prosas Escogidas". Su tesis para obtener
en 1900, la licenciatura en derecho, versó sobre "La reincidencia y su
penalidad". Dejó varias obras que aún permanecen inéditas: "Episodios
Nacionales", "Estudios Filológicos y Gramaticales" y "Disertaciones y Monografías", recopilación de sus mejores trabajos jurídicos y litera-
rios.
MARCOS A. CABRA1 ( 1843- 1903)
Presidente de la República durante dos semanas, en 1876,
se destacó como orador parlamentario y como tribuno de palabra ar-
dorosa. Dio a la publicidad, poco antes de su muerte, un folleto de
setenta paginas donde reúne sus trabaios "la batalla de Santomé" y
"La entrega de Salnave".
CUARTA P A R T E
CAPITULO XVI
SIGLO XX
La República, alcanzada ya l a época du su madurez intelectual,
produce en el siglo XX dos verdaderos hombres de letras en quienes culmina el proceso de su cultura largamente elaborada: Gastón F.
Deligne, en la poesía, y Pedro Henríquez Ureña, en el campo de la
erudición y de l a crítica literaria.
LAS DOS GENERACIONES
La historia de la literatura nacional podría dividirse, en el presente siglo, en dos grandes períodos: el de la generación anterior a l año
1930, y el de la que surge o llega a su plenitud intelectual durante
la llamada "Era de Trujillo".
PRIMER PERIODO
GENERACION ANTERIOR A 1930
LOS POETAS
GASTON F. DELIGNE
Gastón F. Deligne, la primera figura poética de su generación,
nació en la ciudad de Santo Domingo el 23 de octubre de 1861, hijo de Gastón Deligne y Angela Figueroa. Hizo sus estudios
en el Colegio de San Luis Gonzaga, bajo la dirección del filántropo Francisco Xavier Billini. Colaboró asiduamente en numerosas publi-
caciones, especialmente en "El Cable", de San Pedro de Macorís, "Letras y Ciencias", "El Lápiz", "La Cuna de América" y "La Revista
GASTON FERNANDO DELIGNE
1861-1913
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA . - - - . - - - - - - - - -- - - - - . - -- - -
Ilustrada", de Santo Domingo, y "Cuba Literaria", de Santiago de
Cuba. Murió en San Pedro de Macorís el 18 de enero de 1913.
EL POETA
Gastón F. Deligne enriqueció con nuevos acentos el parnaso na- cional: con é l se inaugura, por decirlo así, una sensibilidad diferente
en la poesía dominicana. Su poderosa originalidad consiste no sólo en
el rico y extenso caudal de expresiones y de imágenes con que renovó
el lenguaje usado por los poetas de las generaciones anteriores, sino
también en el aparato filosófico y en la dignidad conceptual de que
supo revestir sus grandes composiciones.
Gastón F. Deligne es grande, único en la poesía nacional, porque
nada diio "como el vulgo de los poetas", y porque parece haber in-
ventado de nuevo-las cosas más comunes infundiéndoles fuerza de-
susada; porque tuvo vida lírica propia y ha sido, sin duda, el espíritu
nacional mejor dotado para la alta meditación poética; porque en su
obra, la más distante que pueda concebirse de toda timidez académica,
hay algo de atrevido y de abrupto que la levanta sobre la vulgaridad
cotidiana; porque las ideas más altas y los pensamientos más subli-
mes se revisten en él de forma plástica y de figura sensible, y porque
ha sido el poeta dominicano que ha recibido, en mayor abundancia, el don supremo de la inspiración verdaderamente creadora.
Pero su grandeza no se limita a eso, con ser tanto; además
de haber sido el único de nuestros poetas que no ha traído a l a lira dominicana temas vulgares n i repeticiones inútiles, Gastón F. De-
ligne poseyó un sinnúmero de recursos de orden técnico, de proce-
dimientos de estilo, que lo transforman en un artista soberano: así, el
asombroso poder de condensación que le permitió, a menudo, ente-
rrar en unos cuantos versos, conceptos y especulaciones que en
otros exigirían un tratado; así, su inaudito dominio de los
contrastes, don superior gracias al cuat pudo reunir en una misma
composición, a veces en una misma estrofa, los detalles más pro.
saicos y más realistas con las ideas más altas y las formas más
J O A Q U I N B A L A G U E R
elevadas; así, el nervio de su dicción, la más rica que hemos tenido
en matices expresivos, y así su manera peculiarísima de concebir y de expresar las cosas, su modo de asociar las ideas y la extraordina-
ria variedad de sus recursos verbales.
La poesía política, sin duda la manifestación más característica
de la lira latinoamericana, debe a Gastón F. Deligne páginas que
en nada se asemeian a lo que los demás parnasos de América pue-
den mostrar en ese género, tal vez el más acorde con la sensibilidad
de países que han vivido por largo tiempo sujetos a la barbarie del
cadalso y de las proscripciones. Las odas políticas del autor de "Ga-
laripsos" no se reducen, como las del argentino José Mármol o como
las del mexicano Fernando Calderón, a gritos de cólera ni a decla-
maciones abstractas contra los tiranos que han surgido muchas veces
como reacción contra el desgobierno y la anarquía, del propio seno
de las revoluciones victoriosas. "Ololoi", la más típica de las com-
posiciones de esta índole del poeta dominicano, contiene trazos
psicológicos y apuntes de filosofía moral que realzan el tema del
duelo tremendo entre la libertad y la opresión, cifra de toda la historia civil de los pueblos hispanoamericanos, mediante la interven-
ción de factores que infunden al verso cierto sentido social y cierta
proyección doctrinaria. !.a primera estrofa de "Ololoi" describe, con
el extraordinario poder de condensación que fue típico en Deligne, el cuadro moral en que prosperan los regímenes dictatoriales:
Tú, prudencia, que hablas muy quedo y te abstienes, zebrada de miedo:
tú, pereza, que el alma te dejas
en un plato de chatas lenteias:
tú , apatía, rendida en tu empeño por el mal africano del sueño;
y joh tú, laxo no importa! que aspiras
sin vigor, y mirando no miras ...
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMlNlCANA
La segunda, pinta, en dos trazos enérgicos, la semblanza moral
del tipo del dictador que ha hecho mayor fortuna en América:
El, de un temple felino y zorruno, halagüeño y feroz todo en uno;
por aquel y el de allá y otros modos,
se hizo dueño de todo y de todos.
Los versos siguientes recogen la visión dantesca del país marti-
rizado por uno dr esos brotes de cesarismo sanguinario:
Y pregona su orgullo inaudito,
que es mirar sus delitos, delito:
y que de ellcs murmúrese y hable,
es delito más grande y notable;
y prepara y acota y advierte
para tales delito, la muerte.
Adulando a aquel ídolo falso,
qué de veces irguióse el cadalso!
Y a nutrir su homofogia larvada,
jcuántas veces sinuó la emboscada!
En las estrofas finales aparece el moralista acerbo, acaso el
patriota desengañado, con cierta desconfianza en el futuro:
Si después no han de ver sus paisanos,
cual malaria de muertos pantanos,
otra peste brotar cual la suya;
jaleluya! jaleluya! jaleluya!
Si soltada la fuerza cautiva,
ha de hacer que resurja y reviva
lo estancado, lo hundido, lo inerte;
¡paz al muerto!: ¡Loor a la Muerte!
J C A Q U I N B A L A G U E K .- - -.
EL POEMA DE AMBIENTE PSICOLOGIC3
Donde con más fuerza se destaca la originalidad de Gastón
F. Deligne, es en el poema de ambiente psicológico como los titula-
dos "Angustias" y "Confidencias de Cristina". Nada de común tiene
este género de composiciones, creación del poeta dominicano, con lo
que antes de la publicación de "Galaripsos" escribieron Ramón de
Campoamar y sus imitadores. En las poesías de Gastón F. Deligne, el
conflicto sentimental no sólo resulta más intenso que en las del poeta
español, sino que el cuadro psicológico recoge también las proyec-
ciones de zonas mucho más vastas de l a sensibilidad humana.
Campoamor, de quien se ha dicho que fue excelente pro-
sista en prosa y en verso, es el poeta de lengua española que ma-
yor acervo de verdades amargas, de conclusiones prosaicas, pero
verdaderas, ha sacado a relucir en poesías que reflejan con frecuencia
imágenes ingratas de la vida. Pero su arte se reduce a dramatizar
esas enseñanzas pertenecientes a lo más vulgar de la filosofía de to-
dos los tiempos, mediante la presentación de escenas breves que
traducen algún aspecto externo de la realidad cotidiana. E l poema
creado por Deligne, desarrolla, por el contrario, un pequeno drama
sin acción donde se plantea una crisis del sentimiento, sin que el
autor se proponga describir principios de filosofía moral ni poner
de relieve, como ocurre en las composiciones del poeta español,
ninguna de esas verdades de sentido común que suelen manifestarse
por boca de los grandes desengañados.
En "Confidencias de Cristina", Deligne describe las principales
fases de la vida sentimental de una mujer apasionada. La primera
parte de ese proceso emotivo se refiere a la situación espiritual de
una colegiala en quien el amor despunta como un sentimiento poé-
tico que puebla de hermosas visiones el mundo reservado en la
juventud a l a imaginación soñadora:
-. - . . - - HISTORIA DE LA LITERAlURA DOMINICANA --
Era mi voluntad tener mensajes
que transmitir del céfiro en las alas;
¿a quién? Tal vez a un silfo vagaroso
entre floridas selvas y enramadas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Moviéndose en un mundo, donde eterno
era el amor, la dicha consumada;
bajo un cjelo sin nubes, unas grutas
resguardadas del sol, y un sol sin manchas.
La segunda etapa de esa crisis sentimental anuncia la trans-
formación de la colegiala en una doncella en quien ya despuntan
con toda su fuerza los sentidos y que se considera a sí misma como
la única cosa dic;na de atención en el mundo. Deligne se vale de un
recurso maravilloso, las terríficas escenas desencadenadas por un
hurac4n en el trópico, para poner vigorosamente de relieve el
contraste entre los sentimientos que los estragos de la tormenta
engendran en el padre de la heroína de este relato semidramático, y en la propia doncella insensible a la desgracia humana:
Cuando entre intermitencias de las lluvias,
se oía el crujir de las deshechas ramas
o el desastre de un árbol, mi buen padre
"¡Ay de los cosecheros!", murmuraba.
Cuando además el huracin traía
ecos del bravo mar convulso en rabia
contra el peñasco rígido, decía:
"Protege al que navega, Virgen Santa". . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Salmodia que llegaba a mis oídos
con rumor sin alcance ni sustancia:
muy venturosa estaba entre mí misma
para pensar jno importa en qué desgracia!
La tercera de las situaciones descritas es la de l a llegada del
primer amor seguido por la primera amargura:
Fue mi primer amor, y él me juraba
que era yo sola su primer anhelo.
Cuántas cosas le dije a las estrellas,
y qué mensajes le confié a los céfiros!
iOh, ceguedad de la afición! Lo mismo
que zn mí infundió tan dulce devaneo,
por no sé qué capricho de iusticia
dió con mi dlArtagnan en un encierro.
Mucho lloré: mas luego, resignada,
de tan suaves deliquios sin objeto,
volvióse mi ilusión hacia las nubes,
o más exacto, retornó a los cielos.
La cuarta, pinta un renacimiento en el alma de la mujer ro-
mántica que torna al amor apenas curada la herida abierta por el
primer desengaño:
Aleteó el ave parda del olvido
sobre las ruinas de mi amor primero;
y en nuevos haces de floridas yemas
rompí a la par de los hojosos huertos.
Volví a sentir los melodiosos sones
del invisible y plácido concierto,
y nuevamente me embriagó el aroma
de los jardines mágicos de Eros.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA - . - - -- - - - - - - - - - -- -- --
E l quinto cuadro de la crisis moral descrita por Deligne, re-
produce una situación psicológica idéntica a la esbozada en la ter- cera fase de este estudio de casuística amorosa. Pero iqué diferentes los matices de esta nueva manifestación del proceso sentimental,
s i se les compara con los que predominan en las anteriores! Hasta el motivo que precipita la ruptura es diferente en cada una de las tres últimas fases del proceso psicológico: en la primera, es un incidente
prosaico que da lugar a que se descorra el velo que oculta la reali- dad ante los ojos de la niña; en l a segunda, desavenencias causadas por los celos, y, en la tercera un desengaño producido por una in- corregible inclinación del hombre a la utopía, y de la mujer a las miserias de la vida ordinaria:
El estaba en su mente por encima de esta menguada y miserable tierra; mirando con desdén mil cosas grandes
que no son en verdad sino pequeñas.
Pero jamás estuvo por encima, en el hecho banal de l a existencia, ni del deber de hacerla provechosa, ni de acatarla como ley suprema.
De sus amores, como gaje triste,
quedáronme en el pecho y la cabeza, más pesadas las brumas de mi hastío y más denso, el azul de mi quimera!
La última parte del poema contiene el desenlace de las crisis
sentimentales descritas en las anteriores: la heroína de este drama psicológico, símbolo de la mujer culpable de haber puesto en sus sentimientos exceso de romanticismo, acaba añorando las dulzuras
J O A Q U I N B A L A G U E R - - A- -- - -
de la maternidad que apenas llegó a sentir, mientras su alma vivió
frenéticamente envuelta en el torbellino de la pasión amorosa:
comprendo que mi error estuvo entero
con soñar lo imposible aquí en la tierra,
fabricando una vida semejante
a la vana ficción de la leyenda.
Tal es tu despertar; yo así sentilo,
ya inútil en la mísera existencia,
al llenar el objeto más sagrado
que pone en la mujer, naturaleza!
EL POEMA DE CARACTER FILOS9FICO Y EL POEMA DESCRIPTIVO
Con el poema psicológico alternó Deligne el de carácter filo-
sófico, como el titulado "Aniquilamiento", y el poema descriptivo,
como el que lleva por epígrafe "En el botado". En ambos tipos de
composiciones se destaca el poeta de rica imaginación plástica, ex-
cepcionalmente dotado, además, para la meditación elevada.
VERSlFtCAClON Y ESTILO DE DELIGNE
Fue Gastón F. Deligne, por su versificación sabia y por su ten-
dencia a emplear toda clase de primores de estilo, artista de la fa-
milia cordobesa de Juan de Mena y de Góngora: el autor de "Ga-
laripsos" no sólo ensanchó el dominio de la poesía con poemas de
poderosa originalidad, sino que supo también enriquecer el verso
con nuevos recursos expresivos.
No sólo renovó Deligne el vocabulario usual en l a poesía do-
minicana con voces peregrinas (tumultuar, paladinisrno, juncial, deu-
calonida, etc.) sino también con el empleo de formas arcaicas que
tomó de los mejores autores de lengua castellana. En la poesía ti-
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMiNlCANA
tulada "La aparición", intercala, por primera vez, el sustantivo
entre los dos calificativos del nombre:
Y fijada la suerte del pequeño
con aquel blando acento y cariñoso,
quedó Aurelia de súbito tranquila ...
Mis tarde convirtió ese artificio en uno de los rasgos más ca-
racterísticos de su versificación rebuscada:
Un céfiro perfumado
se des1 iza blandamente;
y a las flores secretea.
Bella mañana y alegre. (La Inlervención)
Esta práctica procede de Garcilaso, quien gustó de tales inver-
siones más propias de la índole del latín que de la del castellano,
y que sin duda en el clásico español aparecen como formas eruditas
de importación italiana:
Y en los diversos montes y sombríos ... los árboles movieron con su canto
(Sonata XV)
Las construcciones hiperbáticas son aún más frecuentes en la
poesía de Gastón F. Deligne:
Así es mejor! Vivir en el deseo
en una llama alimentar perpetua
Si por algo se apura,
s i alguna desazón la acosa interna.
(Subjetiva)
(Soledad)
J O A Q U I N B A L A G U E R
dr l sonar de las armas fragoroso (Muerta)
Tras el golpe clamaba y el ay: sea propicia jololoi! jololai!
(Olo!oi)
Ciertos recursos literarios tales como las formas elípticas muy en consonancia con su tendencia a la condensación y a l a síntesis, son usados por Deligne con arte digno de Quevedo y de Lucano:
pasamos, y al pasar: ¡Dios te bendiga! ... (Al pasar)
No son raros en Deligne los arcaísmos de dicción:
Después, mucho después, volví a alcanzarle entre una nube de criaturas bellas - estrofas de su hogar - y nunca vide dicha rnayor entre mayor miseria
(Confidencias de Cristina)
Con más frecuencia emplea giros y modos de decir ya anticuados:
Pero en llegando que llegaron ellas, cedió todo el espacio a las llegadas y se puso detrás ...
(Spectra)
Esta expresión la copió Deligne de Cervantes: "Y en llegando que él y Lauso llegaron, s in gastar palabras de comedimento, Lauso dixo: No vengo, señores, para menos que para fiestas y contentos" ("La Galatea", tomo 20, libro V).
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMiNICANA ~ - - - - ~-
Su excesiva afición al rebuscamiento le conduce a utilizar, a veces, expresiones notoriamente afectadas:
No es de lapso espacioso y ya del niño el corazón maltrata
una infanie sospecha ... (Ld aparición)
Para que no falte a su frase poética ningún artificio, usó fre-
cuentemente, como Ronsard y otros ingenios de su misma escuela,
palabras combinadas:
emulo al joven-alma del poeta, . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
b
Quién turba la paz santa
de ese sepulcro-día? (A la memoria del Padre Billini)
¿Y cómo dejaste tú el rico goce-Perú de no entenderte a ti mismo?
(Ars nova Scribendi)
EMILIO PRUD'HOMME
Emilio Prud'homme nació en Puerto Plata, el 20 de agosto del
1856. Fueron sus padres Emilio Prud'homme y Ana Maduro. Estudió
leyes en el Instituto Profesional, y durante algún tiempo ejerció la
abogacía. Desde la llegada al país de Eugenio María dr Hostos,
colaboró abnegadamente con él en la reforma de la enseñanza. Fue
director, en Azua, de la Escuela Perseverancia, donde aplicó los nue-
vos métodos educativos, y en 1895 fundó, en la capital de la Repú-
blica, el Liceo Dominicano. En 1902 se le confió la dirección de la
EMILIO PRUD'HOMME
1856-1932
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA --
Escuela Normal de su ciudad nativa. En 1916, ocupó la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, y, en 1931, fue nombrado Juez de la Suprema Corte de Justicia. Murió en la Ciudad de Santo Do- mingo, el 21 de julio de 1932.
Fue Emilio Prud'homme, uno de los pocos poetas dominicanos que han positivam~nte nacido para la meditación elevada. Sus com- posiciones más representativas, muestran siempre la tendencia a
escoger, como fuente de inspiración, temas de honda intensidad hu- mana o dc contenido y amplitud universales. En algunas de sus poe- sías, como en la titulada "Ante el Sepulcro", l a idea de la muerte,
lejos de excitar su fantasía fúnebre, le sirve de pretexto para ele- varse a la contemplación del destino del hombre y para henchir el verso de cierta religiosidad fervorosa. En otras, como en "Con- trahibridismo", eL pensamiento poético, sin desembocar en conclusio- nes metafísicas ni abstractas, toma un carácter reflexivo que sitúa el verso en una zona de distinción mental poco frecuente en obras
nacionales. Con la tendencia filosófica se asocia, íntimamente, en la poesía de Prud'homme, la tendencia a mezclar a la naturaleza en sus meditaciones. En presencia de poesías como la titulada "La noche confidente", y otras del mismo estilo, no sería facil decir s i lo que el poeta persigue es mostrar algunas de las interioridades de su espíritu, o tomar, simplemente, el mundo sensible como testigo de las incer-
tidumbres y de las amarguras humanas.
Son numerosas las composiciones en que Prud'homme refleja en alguna forma el sentimiento de la naturaleza: "Canción" (a50 18771, 'La mariposa" (1879), "Hortensia y Fileno" (1879), "Flor de1 campo y flores del alma" (1885), "Contrastes" (1894), "En la playa" (1908), "Mediodía" (19081, "En el campo" ( 1 908), "Campestre" (191 3), "Pai-
saje" (1914). Las poesías patrióticas, con las cuales alternan algunas de índole americanista, abarcan, a su vez, una parte no pequeña de su labor poética: "A la juventud dominicana" (1878), "A mi patria" (1878), "El 16 de agosto" (1879), "A la patria" (1879), "Déjame
soñar" (1883), "Gloria a la idea" (1884), "Salve" (1887), "La madre
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del porvenir" (1887), "Invocación y Mensaje" (1923). Entre las ame-
ricanistas, las más celebradas son las que llevan por epígrafe "A Bolívar" (1883) y "Canto a América" (1889).
Varios años después de su muerte, en 1946, su hija, Ana Emilia Prud'homme de Peña Rivas, recogió su obra literaria en dos tomos, verso y prosa, con el título de "Mi Libro Azul".
EL HIMNO NACICNAL
E l Himno Nacional, la obra maestra de Prud'homme, aquella en la cual se incorporó sobre su propio genio para convertir el verso en
una máquina armada de alas verdaderamente grandiosas, es una com- posición henchida de cadencias marciales. Pocas poesías de ese géne- ro se han escrito en lengua castellana de ejecución tan acorde con su objeto: estrofas retumbantes, versos cargados de estallidos, pala- bras e imágenes escogidas para excitar la imaginación con sugestio- nes guerreras: éstas sonoras y enérgicas, como el metal golpeado;
aquéllas, ardientes como la llama de las espadas, y todas, sin excep- ción, fundidas como una lámina de bronce para recibir y devolver en miles de sonidos vibrantes, el eco de la epopeya.
FlSONOMlA MORAL DE PRUD'HOMME
Nada escribió Prud'homme que nos pueda parecer moralmente indigno de quien compuso las estrofas patricias del Himno Nacional: no se conserva una sola de sus composiciones donde exprese un sentimiento que empañezca la imagen que todos llevamos en la imaginación del poeta semisagrado que tuvo la fortuna de escribir e! primero de los cantos nacionales. Una poesía hecha con palabras des- compuestas, un verso moralmente desquiciado, una estrofa que traiga a nuestros oídos el eco de un festín o el tumulto de una orgía, hubierari disminuído en nuestra admiración los fuertes rasgos de este varón patriarcal que una vez solamente, habló para la historia con voz que ha traspasado el horizonte de los siglos. La austeridad
HISTORIA DE LA LITERATURA DCMINICANA -- - -. - -- -- .- - -- - - - - - - -. - - - - . -
de que Emilio Prud'homme hizo gala en sus versos m is vehementes
y efusivos, se corresponde admirablemente con los rasgos huma-
nos de su figura pulquérrima que ningún dominicano evoca sino
para representársela envuelta entre los pliegues de una toga procon-
sular, símbolo sobre sus hombros de varonil entereza y de honradez
republicana.
Arturo Pellerano Castro nació en Curazao, el 13 de marzo de 1865. Fue discípulo del Padre Billini en el Colegio de San Luis
Gonzaga. En 1880 ingresó en l a Escuela Normal fundada por Euge-
nio María de Hoktos. Fue galardonado con la Flor Natural en el cer-
tamcn que se organizó en 1910 con motivo de la inauguración del
ramal del Ferrocarril Central Dominicano que unía a l a ciudad de
Moca con la de Santiago de los Caballeros. Murió el 5 de mayo de 1916.
l a s poesías de Arturo Pellerano Castro pueden clasificarse en tres grupos: el de l a s composiciones de índole patriótica, que se
inician con la oda "La última cruzada", escrita en 1887, y concluyen
con el poema "Pro Patria", publicado en mayo de 1910; el de los
versos coleccionados en "Criollas", libro que dio a la estampa, por primera vez, en 1907, y en el cual intenta poner en movimiento las
costumbres y el modo de sentir del campesino dominicano; y, fi-
nalmente, el de las poesías de tono más personal e íntimo, como la
que tituló "Champagne", desahogo romántico donde expresa, como
Lord Byron, en la época en que el autor de "Don Juan" se jac-
taba de pecador satinico, el deseo de que sus amigos apuren en su
propio cráneo el vino de la orgía, y como la llamada "Acuarela", dada a la publicidad en la revista "Letras y Ciencias", en la cual des-
cribe su vida de estudiante en el colegio San Luis Gonzaga y evoca, con elegante sencillez, las aulas en que enseñó el Padre Billini antes
J C A Q U I N B A L A G U E R
de que se desatase en hermosas obras de caridad la vena de su
filantropía constructiva.
Las Criollas, no obstante su artificialidad como intento de in-
terpretación de la psicología del campesino, continúan siendo sus
composiciones más populares. La preferencia del público por esas poesías de Pzllerano Castro, obedece a que ellas contienen los acen-
tos eróticos más intensamente apasionados de la lira dominicana. Lo
que hay de falso en esos versos es el color local, pero no el senti- miento que los dicta ni la ardiente inspiración con que al través de
ellos, se expresa el alma eminentemente lírica de uno de los poetas dominicanos de fibra más pura y de sensibilidad más caudalosa.
Las mejores poesías de Pellerano Castro, son, sin embargo,
las de tono íntimo, donde su inspiración, en vez de circunscribirse al cerco artificioso de un criollismo puramente convencional e ima-
glna:ivo, se manifiesta con entera libertad para infundir acento
propio a algún sentimiento de verdadera significación humana. La composición "En el cementerio", no es más que una pincelada, pero esa simple mancha de color contiene todo su corazón como una
gota de rocío contiene todo el cielo.
Arturo Pellerano Castro escribió varias obras dramáticas: "Fuer-
zas contrarias", drama en verso representado en 1895 en el teatro nacional "La Republicana"; "Antonia", puesta en escena por la com- pañía de Roncoroni, en 1895; "De mala entraña", drama; y "De la
vida", drama en prosa, estrenado en 1912 por la compañía de Vir- ginia Fábregas.
CAPITULO XVI t
Es Fabio Fiallo (1856-1942), el trovador dominicano por exce-
lencia, y el más grande de nuestros poetas eróticos. Sin contener
ningún género de metafísicas sobre el amor y sin tocar nunca los
límites de la pasión desgarrada, sus versos resultan, sin embargo,
de efecto maravill~so.
¿Qué tienen, pues, de extraordinario esas canciones? Sin duda
su música interior, su entrañable cadencia subietiva. El poeta sinti6
de veras en su pecho la llama de la divina dolencia, y supo mostrar-
nos únicamente de su corazón la faz más delicada. Acaso ahí resida,
en gran parte, su secreto: en haber sabido ofrecernos en cancionci-
llas ligeras y en rimas suspirantes, aquellos misterios del amor que no alcanzan a tener forma material, y que a ese título pertenecen al
mundo de las emociones etéreas, de los sentimientos fugitivos. La
poesía de Fabio Fiallo, en efecto, no expresa sino anhelos vaporosos,
sueños que carEcen de sentido, quimeras encantadoras; y sus can-
tos nos trasmiten sólo la visión de un universo habitado por trovado-
res románticos y por princesas feudales, pero tan evocador y ama-
ble como distante de la fealdad cotidiana.
Hay en Fabio Fiallo algo que, evidentemente, recuerda al poe- ta de las "Rimas" y al autor del "lntermezzo". El poeta dominicano
aspiró, como Gustavo Adolfo Becquer y como Enrique Heine, a sor-
prend~r la parte impalpable del amor, lo que hay en ese senti-
miento de etéreo, para condensarlo en un verso fino y alado que
con frecuencia sugiere más de lo que aparentemente expresa: don
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
casi divino, puesto que equivale, en el fondo, a ensanchar las zonas
habituales de l a emoción y a extender los límites de la palabra hu-
mana. Pero a eso se reduce la semejanza, porque el ruiseñor de
Fabio Fiallo no anidó, como el de Becquer, en el corazón de la hu-
manidad, ni se detuvo a cantar como el de Heine en un arbusto ve-
nenoso. Sería inútil buscar en la poesía del trovador dominicano aquella música flotante, formada de sonidos casi imperceptibles,
en que encerró el poeta alemán toda el alma moderna, y esa voz
profunda, empapada de lágrimas, con que el poeta español, apa-
rentando aludir únicamente a su propio calvario, recorre en reslidad
todos los maticzs del sentimiento humano.
Fabio Fiallo, quien en su juventud se echó el fusil a l hombro
y anduvo mezclado en algazaras y en revoluciones, quiso ya en la ma-
durez incorporar,su voz al coro de los poetas civiles: su "Canto a la
bandera", escrito en 1925, cuando ya la lira de Anacreonte empezaba
a enmudecer en sus manos, cuando ya el poeta había dejado de ser el hijo predilecto de las Gracias y de los Amores, fue una de tantas com-
posiciones de circunstancias que le inspiró la ocupación militar nortea-
mericana.
La obra poética de Fabio Fiallo es reducidísima, no sólo por
SU volumen, sino, ante todo, por ser en ella muy escaso el número de
composiciones dignas de la antología. No pasan de diez las poesías,
todas brevísimas, que constituyen el repertorio de sus obras real-
mente duraderas: "For ever", "Misterio", "En el atrio", "lnmortali-
dad", "Esquiva", "iQuién fuera tu espejo!", "Plenilunio", "Gólgota
Rosa", "Tu imagen" y acaso algún sonrto, como el titulado "Sándalo",
y algunas estrofas aisladas de esos deliciosos juegos de música que tienen como epígrafe "Lis de Francia" y "Rima Profana". Todo el
resto de su labor se compone de discreteos sin sustancia y de corte-
sanía~ más o menos felices.
Pero Fabio Fiallo, no obstante su originalidad relativa, ocupa
en el parnaso de lengua española el sitio mis inmediato a Gustavo
Adolfo Becquer, por ser, sin duda, el poeta que más se ha acercado
J O A Q U I N B A L A G U E R
a la tendencia de las "Rimas", de convertir la retórica en sentimiento
y las palabras en suspiros y emociones.
EL CUENTISTA
Fabio Fiallo dejó también algunas obras en prosa: "Cuentos Frá- giles", Nueva York, 1908; "La Cita", obra dramática, 1924; "Las man-
zanas de Mefisto", Habana, 1934; "Poemas de la niña que está en el cielo", Santiago, 1935; "El balcón de Psiquis", Habana, 1936; "La
Comisión Nacionalista Dominicana en Washington", Santiago de los Caballeros, 1939.
Algunas de las narraciones de "Cuentos Frágiles" pueden con-
siderarse como el desarrollo, en prosa, de sus poesías más celebra-
das: así, "Flor de lago", descripción poética de una muier de gran
belleza, pero de corazón insensible, no es, en el fondo, otra cosa que
una paráfrasis de los versos que llevan por título "Marmórea"; y
otros como "El último ramo", breve pero hermoso cuadro de car-
naval, parecen contener apuntes autobiográficos, propios de la actitud
caballeresca en que se mantuvo en la vida Fabio Fiallo, especie de
trovador a la antigua, mucho más que poeta a la usanza de nuestros
días.
APOLINAR PERDOMO (1882-1918)
Comparte con Fabio Fiallo, en el parnaso nacional, el cetro
de la poesía erótica. Pero aunque ambos pulsaron la misma cuerda
y se dedicaron a celebrar vehementemente a la mujer, que es quien
inspira al uno y al otro los acentos más cálidos y las canciones más
hermosas, hay entre ellos diferencias profundas: en la obra de Fa-
bio Fiallo, sin duda más exquisita, el erotismo tiene siempre un aire
de salón que se manifesta por medio de galanterías y de razones
cortesanas; y en l a de Apolinar Perdomo, más varonil, más sensual,
APOLINAR PERDOMO 1882-1918
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más próxima a los instintos elementales, se pasa insensiblemente del
discreteo sentimental a la sensualidad descarnada. En el autor de
"Cantos de Apolo" se ve asomar a veces el sátiro, y se percibe el
hervor pasional de los sentidos que actúan con un ímpetu semejante
al de las fuerzas de la naturaleza. Fabio Fiallo, por el contrario, es
siempre el galCn de Versalles, el cortesano que juega con la flor
del amor sin punzarse jamJs con sus espinas.
Algunas de las composiciones eróticas de Apolinar Perdomo,
como "Génesis", como "Canción de amor", como "Venus Rara" y
como "Amo y odio a la vez tu albo sombrero", prueban que hubo
en él un poeta instintivo, dotado de sensibilidad propia, y con cierto
acervo de motivos sentimentales que acertó a trasladar a su poesía
en forma apasionada.
ENRIQUE HENRIQUEZ (1859-1940)
Es el poeta nacional que se ha expresado en forma menos rui-
dosa. Su poesía parece verdaderamente hija de la noche. La deno-
minación de poeta de los nocturnos, con que el instinto popular ha
caracterizado su tendencia al tono elegíaco y al amor silencioso, es
la que mds conviene a su índole poética, no sólo porque su musa
buscó para inspirarse el seno de las sombras, sino porque su obra
carece de estridencias y fluyó suavemente de una lira de cuerdas
crepusculares.
Enrique Henríquez perteneció, en ciertos aspectos, a l a misma
familia poética de Gastón F. Deligne. El autor de los nocturnos fue,
como el autor de "Galaripsos", poeta de dicción hasta cierto punto
escabrosa. Este rasgo de su producció? lírica se muestra, ante todo,
en l a tendencia a usar un vocabulario escogido, cuando no rebus-
cado, y a dar con frecuencia al verso un giro excesivamente indus-
trioso:
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Ojalá deviniese incoercible
el insano temblor de mis entrañas ... (En mudo arrobamiento)
Junto al mío tu vino de Jerez,
como s i copular tú y yo quisiéramos mi azul sonambulismo con tu sien.
(La escena del café Mariin)
El romance es el ~ é n e r o en que Enrique Henríquez se mostró más ágil y espontáneo. Las composicionis "La leyenda del recluta"
y "El cadalso de García Lorca", podrían citarse como modelos de
versificación fluente y de naturalidad expresiva. Pero su obra maes-
tra es "Misererd', poesía inspirada en uno de los más sombríos episodios de nuestras guerras civiles. Esta oda ejemplar, fundida en moldes clásicos y llena de pensamientos severos, no es notable sólo
por el brío de las imágenes y por la elevación del estilo, sino tam-
bién porque todas sus estrofas se encuentran revestidas por cierta especie de gravedad sentenciosa. En vez de una fría declamación
contra los horrores de la guerra civil, o de una arenga altisonante
compuesta en el tono oratorio de las odas de Quintana, la poesía de
Enrique Henríquez es una sobria pigina elegíaca que participa, al propio tiempo, del carácter de la invectiva patriótica y del de la me-
ditación elevada.
FEDERICO BERMUDEZ (1 884-1 92 1)
Es el único poeta dominicano que ha dado cabida en su poesía a
los temas de carácter social, pero no para deducir de los cuadros
patéticos que describe conclusiones tendenciosas, sino para exaltar
a las clases sin fortuna, en versos de profunda resonancia humana.
Tods su obra respira una honda simpatía por los que sufren, por los
J O A Q U I N B A L A G U E R
que ganan el pan con el sudor de su frente, por las familias humildes
y por las clases desamparadas. En su poesía "Al creyón", donde des-
cribe con fuerte patetismo el trabajo de los panaderos, se percibe el
latido cósmico del hombre que sintió, como cosa propia, la angustia
de los oprimidos y el desamparo de los menesterosos.
Lo qve hace más conmovedor este aspecto de la obra poética
de Federico Bermudez, es que ninguna de sus composiciones se halla
informada de espíritu revolccionario, sino simplemente de un entra-
ñable sentimiento de solidaridad y de simpatía hacia las clases tra-
bajadoras:
Vosotr~s, los humildes, los del montón salidos,
heroicos defensores de nuestra libertad,
que en el desfiladero o en la llanura agreste
cumplísteis la ordsn brava de vuestro capitán;
vosotros que con sangre de vuestras propias venas,
por defender la patria manchásteis l a heredad,
hallásteis en la lucha la muerte y el olvido,
la gloria fue, absoluta, de vuestro capitán.
Federico BermCdez escribió también hermosos cantos de amor y al.
gunos poemas como el titulado "La flor de la caña", da elevada
entonación y de considerable riqueza descriptiva.
VALENTlN GIRO ( 1883- 1949)
Fue uno de los poetas nacionales que más contribuyeron a di-
fundir el espíritu del modernismo en la poesía dominicana. En su
primera colección de versos, "Ecos mundanos" (Santo Domingo, 19041,
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
apunta ya l a tendencia a incorporar al lenguaje poético algo de la
sensualidad verbal y del estilo deslumbrante que fueron caracterís-
ticos de aquella escuela literaria. Otras de sus poesías, "Virginea" y "Ensueño", provocaron una ruidosa polémica entre los adversarios
del modernismo y los que deseaban que el español, rotundo y alti-
sonante idioma para predicadores y para soldados, se convirtiera en
lengua más blanda y espumosa, adquiriendo algo de la música y de
la delicuescente vaguedad de la prosodia francesa.
La poesía de Giró, independientemente de toda preocupación de
escuela, se halla sin duda impregnada de la exquisita levedad y de
la delicuescencia verbal con que el modernismo renovó los viejos
moldes y los eternos modos de expresión de la poesía castellana:
Escucha, encantadora fugitiva
que interpretar mi corazón no quieres:
tu palidez mortal me tiene enfermo
y presiento, a l mirarte, que te mueres.
Es tan débil tu cuerpo delicado,
tu vida está de levedad tan llena,
que un hálito veloz puede quebrarte
como un pétalo frágil de azucena.
Surgir parece a tu redor la niebla
como para envolverte en un misterio,
y en tu camino palpitando dejas
un lejano rumor de cementerio.
Finas esquilas en tu voz sollozan,
blancor de leche en tu pupila vaga,
y tu reír parece hilo de luna
que en la espuma del mar vibra y se apaga.
J O A Q U I N B A L A G U E R
Frágil, blanca de niebla y errabunda,
como del aura leda suspendida,
pareces una virgen temblorosa,
del hondo seno de la tumba huída.
Frágil, blanca de niebla, y errabunda,
y cuanto más sutil y visionaria
pasas por mi fantástico camino,
más pura es tu belleza funeraria.
Y más te quiero, fugitiva niña,
que temes al contacto de mi mano
porque vamos, yo ardor, .hacia la vida,
y tú, vapor de ensueño, hacia el arcano.
Se murió Natalia, Virgen que tenía
en los ojos muchos sueños y delirios, y en los tristes labios todos los martirios
de la cruel anemia que la consumía.
En el blanco lecho su cara fulgía como nívea estrella sobre un mar de lirios,
mientras en la alcoba los trémulos cirios
Ilovían miradas de melancolía.
Al Vésper, en andas, en hombros de amigos,
iba lentamente para el Camposanto.
,Después, cuando todos a casa volvían,
mudos, pensativos ... como rubios trigos
vieron que en el cielo, radiosas de encanto,
todas las estrellas reían, reían.
HiSTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Valentín Giró abandonó, ya en la madurez de su talento poé-
tico, la tendencia a l verso romántico, desprovisto de todo peso con-
ceptual, donde la irnagen y el Isnguaje mismo tienden a adquirir un
aire de refinamiento exqvisito, por el poema simbólico, ccmo el ti-
tulado "Jacinto Dionisio Flores" (Santo Domingo, 1935), y por la
esrrofa de fuerte entonación, como las del poema "Sinfonía heroica"
(Santo Domingo, 1941), y como las de sus odas "A Lindberg" (1929) y "Al Niágara" (1939).
OSVALDO BAZlL ( 1 884- 1946)
Formó parte-también del grupo de poetas para quienes el mo-
dernismo se personificó en Rubén Darío, imitado en lo que él tuvo
de m9s superficial y ligero: en cierta anarquía del ritmo y en la
tendencia a llenar el verso de luz y de color como un cuadro del
Ticiano. Pero los meiores aciertos de Osvaldo Bazil no residen en los
sonoros alejandrinos de sus sorbetos, sino en los versos becquerianos
que dotó de sensibilidad propia y en que sacó a relucir lo más puro
de su caudal emotivo:
Ella, la que yo hubiera amado tanto,
la que hechizó de músicas mi alma,
la que más blando susurrar de égloga
derramó en el azul de mis mañanas,
me dice con ternura que la olvide,
que la olvide sin odios y sin lágrimas.
Ella, la que me ha dado más ensueños
y mas noches amargas,
se aleja dulcemente
como una vela blanca.
--- J O A Q U l N B A L A G U E R
Yo, que llevo enterrado tantos sueños, que cuento iantas tumbas en el alma, no sé por qué sollozo y por qué tiemblo al cavar una más en mis entra5as.
(Pequeño Nocturno)
Su primer libro "Rosales en flor", apareció en 1906. Posterior- mente dio a la estampa "Arcos votivos", Habana 1907; "Campanas de la tarde", Habana, 1922; "Huerto de Inquietud", París, 1926; "Cabezas de América", prosa, Habana, 1933; "La Cruz transparente", Buenos .Aires, 1939, y "Tarea literaria y patricia", Habana, 1943.
RICARDO PEREZ ALFONSECA (1 892- 1950)
Fue una inteligencia superior que vivió obsedida por la búsque- da afanosa de la originalidad, rasgo característico de toda su pro- ducción literaria. Publicó, a los diez y siete años, "Mármoles y lirios", versos sonoros, escritos con sujeción a la nueva retórica que puso en boga el modernismo; pero ya en su "Oda de un yo", publicada pocos años después, se define como un poeta de vida propia cuya obra apa- rece dominada por el factor intelectual, más bien que por el factor emotivo. En esta última poesía, en la cual repite al final de cada verso la palabra con que termina el anterior, condena todo intento de imitación en la obra artística:
No imites: no eres simio; origina: eres hombre; El Poeta no es nunca el hombre, sino un hombre. Oigo decir que nada hay nuevo bajo el sol. Mas, tampoco no hay nada de viejo bajo el sol.
Desde entonces hizo ostentación de escepticismo y de frial- dad en sus escritos. En el libro "Palabras de mi madre y otros poe-
HISTORIA Dt: LA LITERATURA DOMlNlCANA
mas", donde coleccionó sus composiciones más hermosas, parece
iniciar el retorno al solar doméstico y a los cariños elementales, pero
no renuncia, del todo, a las sutilezas del entendimiento, ni al hábito
de envolver la emoción en una nube de frases conceptuosas. En sus
obras en prosa, "El último Evangelio" y "Juan de Nueva York" o el
"Anticristo", reaparece el artista refinado y escéptico que ha dado
la vuelta varias veces al mundo de las sensaciones y que de cada
uno de esos viajes retorna con frases más amargas y pensamientos
mis sutiles. ~ icardo Pérez Alfonseca, maestro du la frase artística,
parece pertenecer, a juzgar por el tono de elegante escepticismo que
predomina en sus escritos, a una familia intelectual largamente agota-
da por la inteligencia.
ViRGlLlO MARTINEZ REINA (5 1930)
Escribió, entre muchos versos corrientes, de construcción pura-
mente exterior o mecánica, una de esas composiciones que todos lle-
vamos desde la niñez en ta memoria: el soneto "Aquel pañuelo blan-
co", la más conocida de sus poesías, el cual está henchido de una
música sugerente que parece ahondar en el ánimo del lector, Ilegan-
do hasta él, desde lejos, como una melodía expirante:
Aquel pañuelo blanco que me diste
la noche que de amor te hablé al oído,
es el amigo que en la ausencia triste
mi llanto inagotable ha recogido.
¿Recuerdas? con tus lágrimas hiciste
la seda humedecer de su teiido
y, al despedirnos, quedo me dijiste, líbralo de las nieves del olvido.
- - .- - -- J O A Q U I N B A L A G U E R
Aquel pañuelo blanco está joh amada!
como en aquella noche enamorada,
el corazón que tanto te ha querido.
-y, obedeciendo a tu ideal reclamo,
junto con los tesoros que más amo
ilo libro de las nieves del olvido!
JUAN CHER l VICTORIA, ( 1885- 1936)
Fue poeta para auditorios poco numerosos. El tono eternamente
melancólico y, ante todo, casi desvaído de sus versos, riquísimos de
emoción, pero muy pobres de acústica y de resonancia exterior, no
gusta a todo el mundo, sin que por eso dejen de ser sus poesías
obras de verdadero mérito, llenas de una honda emotividad que su-
ple con ventaja el halago del consonante y el lujo de las formas
expresivas. Los poetas de esta clase escasean en la poesía nacional
donde abundan más los líricos dotados de grandes recursos ornamenta-
les y de mucha fantasía plástica, que aquellos que parecen nacidos
para la vida interior y para la contemplación solitaria. Pero tal vez
por eso mismo atraen tanto a cierto público de elegidos estos poetas
que nos cuentan a media voz sus congojas y que, en vez de palabras
y de signos abstractos, tienden a emplear suspiros y sollozos para ex-
presar sus quejas y para hacernos partícipes de sus pesares más
callados. Todas las composiciones de Juan Cheri Victoria, tales como
"Fugitivas", "Símil", "La noche" y "Alegoría", son cosas simples, sin
mucho color, sin vida cerebral, sin retoricismo y sin afectación de
ningún género, pero dotadas, no obstante, de cierto movimiento
íntimo que se parece a la expansión incoercible de un alma que no
dispone para manifestarse de medios materiales.
HISTORIA DE LA I.ITERATL'RA DCMlNlCANA - - - - - - - - - - -- - - . - - - - . .. - -
Poetisa de estro verdaderamsnte femenino, escribió algunas
poesías notables que carecen de la ostentosa sensualidad de que las
imitadoras de Juana de lbarbourou suelen hacer gala en composi- ciones más ardientes que inspiradas. Su composición más popular es
"Mi vaso verde", reconocida como una de las primeras manifesta-
ciones del modernismo en el verso dominicano.
Poeta lírico y prosista de acento inconfundible, creador del
vedhrinismo, tendencia poética que se caracteriza por el abuso del
tropo altisonante en estrofas libérrimas, llenas de frases felices y a
veces rebuscadas. Se le puede reputar como un precursor del postu-
mismo, escuela fundada algún tiempo después por otro poeta de
fuerte personalidad, Domingo Moreno Jimenrs. Ha publicado "Gón-
dolas" (19 12) y "Galeras de Pafos" (1927) poemas en prosa; "Mise- rere patricio" ( 19 15) panfleto; "Del Sena al Ozama" / 1922) crónicas;
"Orégano" (1949) cuentos; "Música de Ayer", (1952) poesías; y
"Lilís y Alejandrito" (1956) anécdotas.
RkNiON EMILIO JIMENEZ (1886-1971)
Ha escrito los cantos escolares más bellos y las poesías de ín- dole educativo-moral más inspiradas del parnaso dominicano. Las
poesías coleccionadas en "La Patria en la canción", no e s t k escritas
cor, pluma de institutor, sino de poeta dotado de honda sensibilidad
para el apostolado doctrinario. Otras composiciones de R. Emilio
Jiménez, como la titulada la "Lección del árbol", en las cuales la inten-
J O A Q U I N B A L A G U E R
ción moral y educativa es la nota de mayor relieve, pueden figurar como páginas de antología, entre los mejores versos de su género que se han compuesto en lengua castellana. R. Emilio Jiménez es también autor de notables poesías eróticas y de poemas breves, como
"La Casa de Fila" y como "Mis dos madres muertas", en las que el verso libre alcanza un grado de intensa emotividad, y en los que abundan las imágenes originales y los aciertos descriptivos.
Como escritor, R. Emilio Jiménez se ha distinguido por sus ar-
tículos de costumbres, coleccionados en los dos volúmenes de "El amor del bohío", y por sus intervenciones en la tribuna académica y en la prensa diaria.
VICTOR GARRIDO (n. 1886)
Es autor de poesías eróticas que gozan de extraordinaria popu-
laridad, como "Elegía blanca" y "Aria de Otoño"; pero, tal vez, lo
más notable de su obra poética son sus romances y sus sonetos descriptivos.
Víctor Garrido ha tenido la virtud, entre los poetas de su genera- ción, de conservar todo lo característico de su lira romántica y en
apropiarse todo lo que el moderhismo nos ha traído en galeras de plata, desde las orillas del Sena, pero sin caer en los excesos que en
los últimos años han creado un ambiente de anarquía y de confusión en la poesía dominicana.
PORFlRlO HERRERA (n. 1882)
Ha escrito tanto en verso como en prosa, páginas de antología. Su sonetillo "La Fuente", es citado con frecuencia como una de las pinceladas descriptivas mas felices de la porsia dominicana:
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Como una ninfa hilandera
la fuente, hila que hila,
salta alegre y risotera
mientras su hilo destila.
Burlando la enredadera
asoma el sol la pupila
y adormilada y soñera
la ve dormida en la pila.
Ella prorrumpe en rumores,
carminada de rubores
al ver que el sol la está viendo;
salta esquiva entre la bruma, .. y mal vestida de espuma
se va por la selva huyendo.
EMILIO GARCIA GODOY (1894- 1969)
Ha sobresalido entre los poetas de su generación, como el primer
sonetista dominicano. Su poes-ía, pulcramente escrita, se destaca por
la sobriedad de sus líneas y por la tendencia a traducir la emoción
en imágenes poco frecuentadas. Algunos de sus sonetos, como los
titulados "Al 19 de marzo" y "Los puñales", pueden reputarse como
verdaderas joyas de la poesía dominicana.
JUAN BAUTISTA LAMARCHE (1 894-1 957)
Versificador superficial, pero sonoro e inspirado. Es el paeta
dominicano que ha escrito no los versos más hondos, pero sí los más
resonantes y los m6s numerosos. Su poesía es casi enteramente ima-
J O A O U I N B A L A G U E R
ginativa y está llena de color y de ruido como las marchas triun-
fales. Ha escrito, con acento un poco oratorio, odas tan bellas como
"La cruz y la espada" y como "El Delirio sobre el Chimborazo". La
prosa de sus crónicas y la de sus escritos políticos, está llena, como
su verso, de movimiento orquestal, de palabras sonoras. Si por algo
se distingue el escritor, al igual que el poeta, es por l a facilidad to-
rrencial y por la fluencia abundosa. Lamarche ha publicado, entre
otros libros, dos volúmenes de versos, "Patria recóndita" (1937) y
"A la sombra de los olivos" (19451, y un ensayo político, (1943).
VlRGlLlO DlAZ ORDOÑEZ (1 895-1968)
Es la personalidad poética más exquisita de las últimas gene-
raciones. El timbre de su poesía es inconfundible. E l suyo no es un
verso brillante, sino un verso empañado por la emoción, casi trému-
lo, como la cuerda dz la guitarra baio el peso del desgarramiento
emotivo. Ningún poeta nacional ha cantado como él: inclinado te-
nazmente sobre su propio corazón y recogido sobre su propia ternu-
ra. La poesía de Virgilio Díaz Ordoñez, como la de Gustavo Adolfo
Becquer, el poeta a quien más recuerda por su tendencia a reducir
el verso a un escape de emociones, sólo recoge la parte exquisita del
sentimiento erótico:
Una vez por el áspero camino,
le brindé baio fronda y entre flores,
mi copa, llena del licor divino
del más noble de todos mis amores.
Ella interpuso la inocente mano
diciendo sin cariño ni rencores:
busca otros labios a tu copa, hermano.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMtNlCANA
Otra vez, por el áspero sendero,
la encontré fatigada y abatida,
dame tu copa -dijo- buen viajero,
la sed me quema l a garganta ardida.
Yo le tendí mi copa medio rota,
mas le quedó la sed siempre encendida
porque ya no quedaba ni una gota. (Ella lo quiso)..
Todas sus poesías, como la que acaba de citarse, parecen haber
sido concebidas en las entrañas del alma, y por eso aciertan a rozar,
con medios tan sencillos, zoncs generalmente ocultas de la sensi-
bilidad humana.
Díaz Ordóñez, más conocido como Ligio Vizardi en el mundo de
las letras, ha publicado Los nocturnos del olvido, 1925; La sombra
iluminada, 1929; Figuras de barro, 1930; Ornar Khayyam (traduccio-
nes), 1954; y Archipiélago, novela, 1947.
FURCY PICHARDO (ri. 1891)
Poeta originalísimo, d? intensa vibración personal, ha escrito
poesías de la más alta calidad artística. Muchas de sus composicio-
nes eróticas y de sus poemas breves ,de carácter descriptivo, han pa-
sado a l anecdotario sentimental de varias generaciones. Poesías como
"El amigo", como "Un pino me ensefió a cantar", como "Vieja can.
ción patricia" como "Mea culpa", están destinadas a vivir entre lo m4s
perdurable del parnaso dominicano. De algunas de las composiciones
que ha escrito para competir por l a Flor Natural, en numerosos certá-
menes, pueden sacarse trozos de óptima belleza, transportes líricos
que sobresalen, en el conjunto del poema, como verdaderas mara-
villas aisladas:
Tú eres lo que mi amada entre mis brazos:
emoción que al trenzarse se destrenza!
Tú eres lo que mis hijos en mis hombros:
carga que purifica más que pesa!
Tú eres lo que mi madre:
una fe que alentándome se alienta!
Tú eres lo que en el mástil
el glorioso flamear de la bandera,
esa que al par que amamos como a madre,
amamos como a hija y como a reina
cuando es la libertad la que la enasta
y el honor el que flota libre en ella.
(Canto al amor).
DOMINGO MORENO JIMENEZ (n. 1894)
Fundador del postumismo, grupo literario sin tendencia deter-
minada, en cuyo seno se destacó la poderosa individualidad poética
de este creador de valores estéticos que ha aspirado a expresar en
sus versos las vaguedades del alma contemporánea.
Ninguno de los que se unieron a él para fundar, en 1929, "El Día Estético", publicación que utilizó la nueva escuela para difundir
sus ideas entre las nuevas generaciones, alcanzó el relieve de Do-
mingo Moreno Jimenes, poeta anárquico, pero de inspiración propia,
a quien le fue acordado el don de infundir un intenso colorido per-
sonal aún a sus poesías menos afortunadas. Sus versos no son, como
los versos de la mayor parte de los poetas actuales, simples conglo-
merados de frases, sin orden ni medida, sino efusiones sentimentales
en las que se manifiesta un espíritu superior que prefiere l a esencia
poética libre a la poesía tradicional encadenada a leyes invariables.
Pero hay poesía, poesía de la que no nace en el cerebro sino allá, en
las zonas más sensibles del alma, en esas palabras que parecen anár-
HirTORlA DE LA LITERATURA DOMINICANA
quicamente amontonadas, pero que, en realidad, obedecen a un rit-
mo interior que reduce a orden la aparente desigualdad del verso desatado.
La bibliografía de Domingo Moreno Jimenes comprende, entre otras obras de menos importancia, los libros y opúsculos siguientes: "Vuelos y duelos", 1916, y "Psalmos", 192 1, versos que correspon-
den a l a etapa d su vida poética que él mismo denominó el "ano- dismo"; "El diario' de la aldea", 1925; "Decrecer", 1927; "Los surcos
opuestos", 1931; "Palabras sin tiempo", 1932; "El poema de l a hija reintegrada", 1934; "El caminante sin camino", 1935; "Embiste de razas", 1936; "América-mundo", 1937; "Fogata sobre el signo", 1940; "Advenimiento", 1941; "El poemario de la cumbre y del mar", 1942; "Antología mínima", 1943, y "Los milenios del tercer mundo", 1945.
JUAN GOlCO ALlX ( 1 891 -1958)
Poeta madrigalesco que hs enriquecido la poesía nacional con versos eróticos que tienen l a extraña languidez de los paraísos arti- ficiales. Toda su obra poética se compone de suspiros, de claros de luna, de confesiones a media voz, de confitería literaria. Pero hay en- tre sus madrigales algunos que nos invitan al viaje por el país del amor, con frases aterciopeladas, casi con acentos que tienen la inma- terialidad del suspiro, la morbidez de la seda, el movimiento de la espunia.
Juan Goico Alix, quien hereda la afición a las letras de su abue- lo, el insigne autor de ese monumento de nuestra po2sía popular que se titula "Dialogo entre un dominicano y un haitiino", ha recogido lo más selecto de su producción en el volúmen "los poemas del in- somnio" (Santo Domingo, 1937).
ENRIQUE AGUIAR (1887-1 947)
Es autor dr un largo canto a la "Ciudad Heráldica", y de versos
eróticos y descriptivos en que se advierte la influencia de Musset y de
otros poetas de lengua francesa. Muchas de sus imágenes reproducen pasajes conocidos del autor de "Las noches", como la siguiente del so-
neto "Nocturno Romántico":
La luna cautelosa se levanta
Como queriendo descansar su planta En el techo vetusto y legendario;
i Y parece al tocar la oscura yedra, Un punto astral sobre la i lde piedra
De la torre del vieio campanario!
que recuerda el famoso pasaie de la "Ballade a la lune":
C'etait, dans la nuit brune,
Sur le clocher jauni,
La lune, Comme un point sur un i.
En su "Primera Parábola de Jesús", imita otro célebre pasaje
de Alfredo de Musset:
Ese sublime pescador de almas
Y pescador de vidas, Tendió su red y les mostró el tesoro De sus manos vacías!
HlCTORlA DE LA LITERATURA DOMINICANA -
Que votre charité timide
Garde son argent et son or,
Car en ouvrant votre main vide
Vous pouvez donner un trésor. (Musset, "A Madame")
Donde Enrique Aguiar logró sus mejores aciertos, fue en los
versos dr inspiración religiosa, como los de su "Canto a la Fe" y los
de su poema "A San Francisco de Asís".
Su bibliografía abarca varios volúmenes de poesías: "Gritos de
la sangre" y "Jardines de Psiquis", París, 1906; tres novelas: "Euse-
bio Sapote", Bogotá, 1938; "Don Cristóbal", Bogotá, 1940, y "Fray
Bartolomé de Las Casas", esta última, todavía inédita.
EMILIO A. MOREL (1884-1958)
Es el poeta dominicano que se ha acercado más a la maestría
del arte complejo de Deligne: todas sus composiciones dan la im-
presión de obras prolijamente ejecutadas, psro en las cuales la se-
veridad del gusto clásico no resta frescura a ta emoción ni quita
al arranque lírico su espontaneidad caudalosa.
Emilio A. Morel es siempre el artista consciente de su técnica y duefio de su inspiración. Aún en aquellas poesías en que el carácter
patriótico del tema invita al énfasis retórico, como en la titulada
"Canto a la Independencia", el autor conserva ei orden y l a gracia
que hacen de cada uno de sus poemas una fábrica de rigurosas pro-
porciones. La composición "San Francisco de Asís entre los pájaros"
es una de las joyas más ricas del parnaso dominicano. Sin embargo,
esa poesía es un modelo de sencillez, como suele serlo la mayoría de
las inspiraciones clásicas. Algunos de los sonetos de Emilio A. Morel,
como el que se titula "Dominicano Libre", no son sólo dignos de
admiración como obras de alto valor poético sino también como tra-
ducción de rassos típicos de la psicología dominicana.
J O A Q U I N E A L A G U E R
Fue Emilio A. Morel "poeta de certámenes", y obtuvo numerosos
galardones en cuantas justas del gay saber se celebraron en la Re-
pública durante los años cruciales en que el romanticismo irrumpió
triunfalmente, como en todas las de América, en las letras domini-
canas. Pero lo que es digno de atención es que todas las composi-
ciones que escribió para optar a la Flor Natural en esos torneos, en-
tonces frecuentes en el país, pueden pasar como obras hijas de la
inspiración más bien que de la industria literaria.
En 1926 publicó en Santiago de los Caballeros un volúmen en
que rccogió una selección de sus poesías bajo el epígrafe de "Alas
Abiertas".
Emilio A. Morel fue también periodista de combate y controver-
sista político. Dirigió "El Diario", de Santiago, y dio a la publicidad en
ese periódico una serie de editoriales que, como el titulado "¿A qué
viene ese hombre?", escrito con motivo del regreso del Presidente
Vásquez de un viaie de salud a los Estados Unidos, causaron honda
impresión en los círculos políticos de la época. Pero este hombre de
fuertes pasiones, de frases agrias que herían con violencia a l adversa-
rio y que parecía tener el arte de llenar de púas su gesto y su expre-
sión, fue, ante todo, un poeta exquisito, de honda sensibilidad, capaz
de la ternura y de la lágrima, aunque sus cualidades hayan sido menos
las del cantor instintivo que las del artista elaborado. Como en esos
bloques que dejó Miguel Angel incompletos, en la obra de Emilio A.
Morel hay un rebelde que blasfema y un ángel que quiere expre-
sar con la palabra o con el gesto toda l a angustia acumulada por la
vida sobre la tierra dolorosa.
OTROS POETAS
Pertenecen también a esta etapa literaria, los poetas José María
Bernard ( 1 873- 1954), Juan Tomás Mejía, (1 883- 196 l ) , autor de her-
mosas odas civiles y de versos eróticos que han sido reunidos en un
HISTORIA DE LA LITERATURA DCMlNlCANA
volumen, "Pro fide", 1910; Gabino Alfredo Morales, ($ 1963) cuya
composición más conocida es "La tísica", una de las más tardías y a la
vez mis características manifestaciones del romanticismo en la poesía
dominicana; Gabriel Angel Morillo ( 1884- 196 11, autor de "Mirthos",
1910; Luis Emilio Garrido, autor de "Poesías", 1906; Luis Hungría
Lovelace (1897-1947), quien publicó "Bajo el último crepúsculo", 1920, "Rosaleda de ensueños", 1927 y "Mi libro tuyo", 1938; Arquímedes
Cruz Alvarez ($ l958), autor de sonetos de factura escrupulosamente
trabajada que han visto la luz pública en diarios y revistas nacionales;
Onésimo Polanco, poeta espontáneo que pulsó con acierto l a lira eró-
tica; Andrejulio Aybar, (j- 1965), autor de poesías de estilo rebuscado,
como "El olor de la tierra mojcda" y "El que nos da la carne"; Bal-
demaro Rijo (1885-1939); Gustavo Julio Henríquez (n. 1889), autor de
"Trinos", 191 1, y de "Voces del silencio", México, 1944; Julio A.
Piñeyro (n. 1890), quien ha cultivado preferentemente el soneto; Tir-
so Antonio Valdez, cultivador, también, del soneto; J. Humber-
to Ducoudray ( 1887- 19541, autor de delicados poemas breves, co-
mo "Tras tu sombra"; Porfirio Basora (1902-1969), poeta d? aguzada
sensibilidad a quien se deben algi~nos versos de antología, como los
del soneto "A Sor María"; Pedro Landestoy Garrido, autor de "Valde-
sia", 1938; Eurípides Pérez Alfonseca, quien ha dado a la luz pública
"Ritmos y aspectos", 1925, y "Nueva Infancia", 1930; Amada Nivar
de Pittaluga, autora de "Palma real", 1938; Rafael Augusto Zorrilla
(1892- 1937), y Manuel E. Suncar Chevalier, ( 1 895- 1959), autor de
hermosos versos eróticos que ha coleccionado en "Los poemas del
viandante", 1928, y de "Sinfonía del nuevo amanecer", canto heroico
inspirado en el primer centenario de la Independencia nacional, que
valió a su autor el Premio Nacional de Poesía "Fernando Gastón De- liane", corres~ondiente a l año 1956.
CAPITULO XVlll
L O S ESCRITORES
PEDRO HENRIQUEZ UREÑA
Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), es el único dominicano que
ha poseído una cultura hvmanística de primera categoría. Después
de haberse iniciado como poeta de escasa inspiración, se dedicó a la
crítica literaria, campo en que dejó pSginas magistrales como las del
estudio sobre Juan Pérez d.. Alarcón y las del ensayo sobre el maes-
tro Hernán Pérez de Oliva. Su ciencia fue, sobre todo, filológica y
literaria, y su cultura se redujo, preferentemente, al teatro universal
y a los clásicos ingleses y castellanos. Llegó en la prosa al grado
máximo de perfección, a la sencillez casi absoluta, e hizo gala, en
las obras de plenitud, de cierta sequedad calculada. Tanto podó el
árbol de la retórica, que su estilo, despojado de toda fronda inútil,
de todo adorno innecesario, resulta a veces pobre o esquemático.
Hay páginas suyas que se reducen casi a un índice de materias o a
una simple enumeración: hasta tal punto llevó su antipatía al énfasis
y su repugnancia a la amplificación ociosa.
Las pocas veces que abandonó el campo de la filosofía o el de
la crítica literaria para escribir alguna obra de imaginación, como el
breve cuento que se titula "La sombra", mantuvo la sequedad carac-
'terística de la prosa utilizada en sus libros de erudición, desprovistos
de todo aliento poético, y en los cuales el vigor y la gracia del len-
guaje resultan exclusivamente del desarrollo ordenado de las ideas.
PEDRO HEKRIQUEZ URENA 1884- 1946
AMERICO LUGO
1870- 1952
HlCTORlA DF LA LITERATURA DCMINICA'NA - - -- - - - - - - -- - - -- - - - -- - - -
de espumoso caud~l, de la frase trabajada como obra de orfebrería,
de la expresión repujada como un metal precioso, sabe infundir a
cuanto escribe, además de un aire eminentemente personal, el fondo
que se requiere para que no se reduzca a un simple juego de metá-
foras € 1 arte de la composición literaria. Ninguna de las páginas pre-
ciosista~ de este burilador del lenguaje, ejercitado, ,como pocos, en el
arte de la ordenación artística de las palabras, carece de significa-
ción como obra de sentimiento o como testimonio de las ideas del
autor, hombre que vivi6 en la actitud de un paladín del patriotismo,
reprendedor incorruptible de las concupiscencias humanas. La belleza
del estilo procede de las palabras, pero la energía, elemento sin el
cual no hay frase que nos enrede en su hechizo, nace íntegramente
del espíritu. E l elegante y arisfocr6tico prosacior de "A mi pluma",
y de tantas páginas henchid3s de armonía y llenas de esplendor ., como las supzrficies pulimentadas, supo asociar en sus escritos la
forma y el fondo, coordinando ombos elementos en un cuerpo dota-
do de poderosa unidad orginica. Por eso fue el primer estilista de su generación: porque la pulcritud moral y la solidez intelectual no
con inferiores en su obra a la encalería literaria.
Como escritor público y como investigador de la historia nacio-
nal, lo que caracteriza a Américo Lugo es su injustificable escepticis-
mo acerca del porvenir del pueblo dominicano. Su ensayo "El Estado
dominicano ante el derecho público", escrito en 1916, es la obra de
un hombre sin fe en su país, a quien le faltó suficiznte sentido rea-
lista para comprender que las guerras civiles en que se desangró,
durante cerca de ochenta a?,os la República creada en 1844, no eran
efecto de ninguna falla orgánica d ~ l pueblo dominicano, sino la
consecuencia natural de las vicisitudes propias de su evolución polí-
tica y de la insuficiencia de sus establecimientos educativos.
Sirve de disculpa a esa actitud negativa de Américo Lugo ante
los problemas fundamentales de su país, el hecho de que fue un
gran ciudadano que tuvo la virtud de elevar su conciencia de marfil
sobre las pasiones de su epoca, y el valor cívico de poner su ideal,
el ideal de todos los hombres escogidos de su tiempo, a considerable distancia del ideal cas i exclusivamente económico de las nuevas ge-
neraciones.
FEDER lCO GARCIA GODOY
Federico García Godoy (1857-1924), realizó una labor de pro-
porciones gigantescas en el campo de la crítica literaria.
Los grandes periódicos y revistas del país, así como las más
conocidss publicaciones extranjeras, recogieron, durante más de
cuarenta años, desde 1882, fecha de sus primeros artículos en "El Porvenir", hasta 1924, año de su muerte, los frutos de su dedicación ejemplar al estudio de la literatura hispanoamericana. Gran parte de
esa labor extraordinaria, demasiado vasta para que todo sea en ella
digno de vivir, permanece olvidada en las publicaciones donde vio por primera vez la luz pública, y la porción restante, recogida en
"Perfiles y relieves", 1907, "La hora que pasa", 1910, "Páginas efí- meras", 1912, y "Americanismo literario", Madrid, 1918, es lo único que con razón perdura de toda aquella actividad asombrosa.
Federico García Godoy escribió, también, con el propósito de
vulgarizar la historia patria, varias novelas en que puso en acción
importantes episodios de la vida dominicana. En "Rufinito", su pri- mer ensayo de novela histórica, describe el ambiente social de la
ciudad de La Vega, en pleno siglo XIX, y personifica los sentimien- tos de irreflexiva y apasionada adhzsión que despertó entre las mul- titudes la figura militar del vencedor de Azua, en un mandadero
popular que se convierte, por obra de la idolatría política, en un cu- rioso tipo de conspirador espontáneo; en "Alma dominicana", donde muestra ya mayor dominio de la técnica de la novela, toma como
pretexto la anexión para trazar, sobre el fondo de ese drama polí- tico, una intriga totalmente imaginaria; y, en "Guanuma", describe
algunas de las acciones de guerra de la Restauración, como la de la
FEDERICO GARCIA GODOY
1857-1924
. J O A Q U I N B A L A G U E R
p.-pp--. .. . . - -. - - -. --
Sabana del Vigía, y narra con vigor la crisis en que el fracaso de la
anexión precipitó la conciencia de Santana.
Hay en las tres novelas escritas por García Godoy, cualida-
des excelsas que rara vez se encuentran en sus trabajos de crítica:
soltura en la frase; flexibilidad en el lenguaje que se ciñe fácil-
mente a las m& opuestas situaciones; criterio indeprndiente para juz-
gar los hombres y discurrir sobre la realidad histórica, con conoci-
miento propio; y arte progresivo que principia con cierta vaguedad
en el plan y en el dibujo y llega paulatinamente hasta las líneas
fuertes y limpias de la composición esmerada.
Aunque Manuel de Jesús Galván fue el iniciador, en el país,
del género de la novela histórica, su obra maestra, el "Enriquillo",
se concreta al período de la conquista y nada contiene como expresión
del verdadero ambiente dominicano. Con García Godoy, por el con-
trario, se inicia la historia novelada, de índole típicamente nacional,
con tipos y episodios que reflejan las luchas sostenidas por el pueblo
dominicano al través de su existencia azarosa.
JOSE RAMON LOPEZ ( 1886- 1922)
Se distinguió, entre los escritores de su generación, por la sa-
gacidad con que estudió los fenómenos característicos de la evolu-
ción dominicana. En su ensayo "La paz en la Repúbiica", editado por
primera vez en 1915, examina perspicazmente, a la luz de la historia
y de las ciencias naturales, el fenómeno de las guerras civiles, para
llegar a la conclusión de que esos brotes anárquicos obedecieron a
factores de orden económico más bien que a "defectos orgánicos de
raza que afecten la psicología nacional". Mientras otros sociólogos
americanos, como José María Samper y el propio Sarmiento, atribuyen
el período de agitación civil por el cual han atravesado todos los
países del continente, a deficiencias de la educación o a supuestas de-
generaciones provocadas por el mestizaje, José Ramón López busca en
la economía la explicación de las grandrs crisis que llevan al pueblo
HISTORIA DE LA LlTERATLRA DOMINICANA * ....-I--LI----LI--------.
dominicano, de catástrofe en catsstrofe, primero, a la decadencia,
como establecimiento colonial, y, después, a la pérdida de atributos
esenciales de su soberanía como colectividad ya emancipada. Entre
10s rasgos que caracterizan lo que él denomina nuestra formación
gregaria, incluye José Ramón López la extinción de los prejuicios
raciales. Este hecho se explica, según el sagaz ensayista, no por la
importancia que en la etnografía del país adquiere el mestizaje, ni
por el afianzamiento del espíritu democrático en las instituciones
dominicanas, sino por el empobrecimiento de la isla y por el estado
de postración a que la redujeron las guerras y las emigraciones.
En "La alimentación y las razas", el segundo de sus grandes
ensayos sobre la realidad nacional, recurre a la psicología para ex-
plicar ciertos fenómenos propios de la vida social dominicana. José
Ramón López relaciona en esta obra nuestro proceso histórico con la
evolución moral del campesino, en muchos aspectos embrionaria, y
atribuye a la desnutrición del habitante de nuestras zonas rurales,
muchas d r las crisis politicas que ha sufrido el país y que han
conspirado contra la formación de la conciencia nacional, conquista
que sólo se halla al alcance de los pueblos donde no existen signos
de decadencia física y donde la raza se encuentra poderosamente
integrada. El ayuno, costumbre propia, según José Ramón López, de
las edades bárbaras, ha estancado el progreso del país, porque ha
embrutecido a las masas, incapacit5ndotas para vivir en el orden y
para imponer a sus gobernantes o para darse a sí mismas institucio-
nes liberales.
José Ramón López cultivó el cuento y la novela. En "Nicia",
narración corta que editó en 1904, y en fragmentos de "Dolores",
novela que dejó inconclusa y algunos de cuyos capítulos dio a co-
nocer en la revista "El Lápiz", describe con sencillez el ambiente
dominicano durante la época de nuestras discordias intestinas. Sus I ,
Cuentos puertoplaterios" recogen una serie de sucedidos y anécdotas
de origen popular que el autor narra con fluidez, pero a veces con
poca fidelidad y casi siempre con exceso de artificio literario.
LORENZO DESPRADEL (1 872- 1927)
Aunque se destacó, principalmente, como periodista de com- bate, compuso, en excelente prosa, algunos ensayos de carácter literario como "La guerra y la literatura" publicado en 1918, poco antes de la terminación de la primera guerra europea, y como el que tituló "La falsedad de nuestro origen latino", donde se revela como hombre de selecta lectura y de gusto no poco ejercitado.
Su "M,emoria sobre la guerra de independencia de Cuba", es una relación anecdótica de los sucesos que se desarrollaron en terri- torio c~bano desdr que se dio el grito de Baire, el 24 de febrero de 1895, hssta la intervención de los Estados Unidos, el 21 de abril de 1898, en la guerra de liberación sostenida contra España. Pocas veces la crónica de una campaña, narrada por un testigo presencial de los sucesos que describe, ha sido hecha con tanta animación y en un estilo tan poco artificioso. No puede leerse sin cierto asombro mezclado da fzrnura, el relato que hace Lorenzo Despradel del efec- to que produjo a Máximo Gómez l a noticia de la muerte, en Punta Brava, de su hijo Panchito y del General Maceo. Al tercer día de haber recibido este golpe que hubiera doblegado a otra voluntad menos enérgica, el héroe dominicano despertó el campamento con esta or- den dictada en tono irreplicable: "Han muerto cumpliendo con su deber, y ahora nos toca a nosotros. Aquí no debe haber sino alegría cads vez que cae uno abrazado a la bandera de Cuba".
FELlX EVAR ISTO MEJlA (1866-1945)
Discípulo de Hostos a quien reemplazó en la dirección de la Escuela Normal en 1890, ha sido uno de los más insignes educadores dominicanos. Es autor de un "Bqsquejo histórico-crítico de la ense- ñanza racional" y de un ensayo político, "Alrededor y en contra del
- HI$,TORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
plan Hughes-Peynado", donde analiza el acuerdo mediante el cual se efectuó en 1924, l a desocupación del territorio nacional por las
tropas de los Estados Unidos. Su prosa, remedo de su carácter, es
seca y dura, escrita con rigor dialéctico, pero áspera y a veces en-
crespada.
VlCTOR M. DE CASTRO (1871-1924)
Periodista aguerrido, que popularizó en la prensa de su época una sección de comentarios políticos titulada "lnterdiarias", recogió
en el libro "Del ostracismo", editado en Puerto Rico, en 1906, algu-
nas de las piginas que mejor reflejan su ideología de hombre de
pensamiento liberal; y en "Cocas de Lilís", traza, en forma anecdótica,
la psicología atrabiliaria del Sran dictador dominicano.
Víctor M. de Castro tiene el mérito de haber sido el iniciador,
en la República, del género anacdótico, y el mérito también de ha-
ber quitado por primera vez al régimen que personificó Ulises Heu-
reaux, su máscara trágica, para mostrarnos sólo el aspecto risueño
que aparece a menudo confundido con lo que hay de más siniestro
en aquel oscuro prríodo de la historia dominicana.
Todas las demás producciones de Víctor M. de Castro se reducen a controversias, polémicas y diatribas, cosas sobremanera endebles y circunstanciales, pero muy propias de una época en que las furias
de la guerra civil, semejantes en ensañamiento y en barbarie a las
calceteras de Robespierre, recorrían de un extremo a otro la Repúbli-
ca, armando moralmente los espíritus para una continua escaramuza,
sea en defensa de la libertad oprimida, o sea ¡ay!, de la injusticia encumbrada.
ARISTIDES GARCIA hr,ELLA (1872- 1929)
Fue uno de nuestros escritores costumbristas más pulcros e inge-
niosos. En su libro "Tiempo perdido", comenta, en apuntes llenos de
suave ironía, los vicios más característicos de la sociedad dominicana.
El tema favorito de sus trabajos de costumbres fue el de la burocracia,
plaga que no es nacional sino de todos los estados modernos; pero
que García Mella sitúa en el ambiente, dando colorido propio a sus
rasgo5 locales.
Acaso mayor aptitud que para el artículo de costumbres, la
tuvo Arístides García Mella para el ensayo de divulgación científica
y para la literatura didáctica. Su libro "Conocimientos esenciales del
idioma castellano", es el fruto de largos años de dedicación prefe-
rente al estudio y a la enseñanza de su lengua nativa.
QUlTERlO BERROA Y CANELO (187 1- 1936)
Es autor de valiosos cuentos criollos y de algunos poemas en
prosa, de factura moderna, que no tienen más encanto que el que
se desprende del estilo, ni producen otro efecto que el del rodar de la frase que va y viene en una especie de mariposeo constante. Las
poesías que coleccionó en "Pétalos", libro que dio a la estampa en
1910, tienen marcado acento becqueriano, aunque el poeta español se trueca aquí en otro menos intenso, menos espiritual, menos re- cogido en sí mismo:
Yo persigo una niña encantadora
como la misma Venus Afrodita; así como era aquélla: tan hermosa
y entre espumas también recién nacida.
- - - - - HISTORIA DE LA LlTERArURA DCMINICANA
- - - . - - - -
¿Sabéis quién es? iconfiadlo a la memoria;
no interroguéis para saberlo a Ficiias;
buscadle entre la espuma de mis copas
y encontraréis la niña!
MANUEL DE JESUS TRONCOS0 DE LA CONCHA
Manuel de Jesús Troncoso de la Concha (1878-1959, comparte
con César Nicolás Penson el cetro de la narración tradicionalista en
la literatura dominicana. Escritor castizo y jucjoso, dueP,o de una prosa
5yil qce no alcanza Gran elevación, pero que fluye siempre con
facilidad y se reparte en períodos llenos de movirniento y de soltura,
IogrS dar a sug narraciones el mismo tono ameno y fluido de su
conversación que fue verdaderamente asombrosa.
Don Mangel de Jesús Troncoso de la Concha escribió con la
niisma fluidez que supo emplear para discurrir f~miliarmente, sobre
sucedidos hist~ricos y sobre kizchos anecdóticos de la vids domini-
cana. Escribía como hablaba, cosa extraña en un hombre de gran
cultura que pudo haber trasladado r~medos y reminiscencias de otros
estilos a su obra literaria. Su memoria fue un archivo prodigioso en
que la historia nacional de los últimos cincuenta años, se conservó
intacta, sobre todo. en lo relativo a aquellos rasgos curiosos y aque-
llos sucesos de índole pariicular que se hallan expuestos a desapare-
cer sin el auxilio de las tradiciones orales. E l "Anecdotario dominicano
de tiempos pasados" que publicó en la prensa nacional, con el seu-
dónimo de "Juan Buscón", es notable por la extraordinaria riqueza
de referencias que contiene acerca de la vida de los personajes más
,importantes y sobre los tipos m5s pintorescos del país, durante el
presente siglo y durante gran parte de la centuria pasda. Esa co-
lección de anécdotas nos da a conocer, mejor que cualquier libr?
de historia, la intimidad pintoresca de la vida dominican3.
MANUEL DE JESUS TRONCOS0 DE LA CONCHA
1878-1955
HlCTORlA DE LA L ITERATURA DOMINICANA - - - . . . -. - - .- - - - -- - - - - -p - -
En su libro "Narraciones dominicanas", editado en 1946, in- cluyó sus mejores tradiciones, tales como "El misterio de Don Mar-
celino", "La Virgen de las Mercedes y los dominicanos" y "Un ahi-
jado del Santísimo". Su "Anecdotario dominicano de tiempos pasa-
dos", apareció en "La Noción", durante varios años, especialmente
en 1943 y 1944. Su bibliografía abarca también una obra de ca-
rácter jurídico, fruto de la cátedra que regenteó durante largos años En la Universidad de Santo Domingo, los "Elementos de derecho
administrativo con aplicación a las leyes de la República Dominica-
n3", 1939, y numerosos trabajos de distinta índole, entre los cuales
merecen citarse, "La ocupación de Santo Domingo r Haití", 1942; "La Génesis d la Convención Dominico-americana", 1941; y "El Brigádier don Juan Sáncher Ramírez", 1944. -
FLERIDA DE NOLASCO (n. 18911
Es una de las plumas femeninas mis pulcras de l a literatura
hispanoamericana. Posee estilo propio y ha logrado dei ramar un grano de sal ática en cada una de las páginas que dan testimonio
de su profunda vocación literaria. Sus libros "La música en Santo
Domingo y otros ensayos" y "La poesía folklórica en Santo Domingo", contienen la revelación de un extraordirario temperamento de escri-
tora. Su obra, "Grandes Momentos de l a Historia de la Música", fue
galardonada con el Premio Nacional de obras didácticas "Luisa Erciná Chzval ier", correspondiente a 1957.
OTROS ESCRITORES
En este primvr período del siglo XX, deben también incluirse
los escritores Augusto Franco Bidó (1857-1927), autor de "Ideal", Santiaso, 1896, y de finos cuentos de ambiente criollo publicados en
la prensa dominicana; Ricardo Sinchez Lustrino (1 886- 191 51, quien
dio a la estcmpa dos libros, "Cosas del terruño y cosas mías", 1912, y "Pro-Psiquis", Valencia, 19'12; Francisco Xavier Amiama Gómez
( 1867- 1943), inielic,enci3 despierta, a veces con rel6mpagos genia-
les, que cullivó diversos ~éneros y se adelantó a los poetas de ten- dencias mis revolucionurias, cn s f ~ s poemas "La Patria y la primave-
ra", Habana, 1914, y "El genio de las aguas", Santo Domingo, 1926; Joaquin Mar ia B?bea, poeta repentista y' autor de interesantes na-
rraciones anecdóticas que ha seleccionado en los libros "Perdigones", 1904, y "Caza Menuda", 1912; Francisco Xavier del Castillo Márquez
i 1883- 19 17), autor de "Bajo otros cielos", crónicas de viaje, Va!encia, 1907, de "Almas y perfiles", 1912, y de "Ante el conflicto", 1916;
Estebari Pena Morel j 1894- 19381, qui-.n escribió acerca de nuestro
folklore musical un libro que aún permanece inédito, "La Folkmúsica dominicana"; Joaquín S. Incháustegui ( 1877- 1934), escritor bien in-
tencionado a quien se drbe un libro, "De mi huerto", sobre temas de interés social, y una excelente "Reseña histórica de Baní"; Miguel
Angel Monclús (1893-19671, publicista de estilo ágil y correcto, autor de "Escenas Criollas" (dos tomos), "Caudillismo en la República Do-
minicana", y de una obra donosamente escrita, "Apuntes de Haití", donde recoc;e las impresiones y experiencias de su estancia al norte
de Hsití, como miembro del servicio consular dominicano; Sócrates
Nolasco (n. 18841, escritor de prosa castiza y elegante, quien ha da- do a la estampa un bello libro de narraciones de ambiente nacional. "Cuentos del Sur", un jugoso ensayo de investigación histórica,
"Pedro Florentino y un momento de la Restauración", Santiago,
1941; y "Viejas Memorias", Santo Domingo, 1968; Ulises Alfau ( 1 888-19 17), quien escribió "Cartas a la Juventud" y artículos
HISTORIA DE LA IiTERATURA DCMiNICANA - - - - - - - - - - - . - - - - - - - - - -- - . -
de critica literaria; Fabio A. Mota (n. 1891), ensayista con de-
vaneos filosóficos, a quien se deben valiosos estudios en el campo de la política y l a sociología; Manuel Patín Maceo (1892-1968)
poeta, cuentista y filólogo, entre cuyas principales obras se cuentan
"Saudódes" (versos); "Cuentos y Serpentinas", "Apuntes gramati-
cales", "Dominicanismos en el lenguaje dominicano"; Fernando Ar-
turo Garrido ( 1892- 1968), escritor dedicado a estudios lingüísticos; Gus-
tavo E. Bergés Bordas (1895-1925), autor de "Otras cosas de Lilís",
1921, y de "Cien días en New York", 1925; Rafael Augusto Sinchez
( 1891- 1964), ensayista de fuerte personalidad literaria, quien ha dado
a conocer en la prensa nacional importantes trabajos sobre distintos
aspectos de la historia dominicma; Julio V. Arzeno ( 1 888- 1958), autor de "Sumario explicativo de los actos del gobierno militar que valida
el plan Hughes-Peynado"; Carlos V. Sánchez y Sánchez (n. 1895),
escritor de prosa densa y correcta, a quien se deben un "Curso d e Derecho lnternocicnal Público Americano" y notables trabajos de
investigación histjrica como el que lleva por epígrafe "La Indepen-
dencia boba de Núñez de Cáceres ante l a historia y el derecho pú-
blico"; Julio Arzeno (1894-1952), cuya variada labor de publicista se
halla contenida en los libros "Los quisqueyanos" (drama e historia
de la raza), Puerto Plata, 1925, "Del Folklore dominicano", "Santo
Domingo", 1927, y "Los gobiernos y administraciones de Santo Do-
mingo", Santiago, 1931; Angel Rafael Lamarche (1899-1 962), autor de
"Siempre", breviario sentimental escrito en prosa poética, y de crónicas
e impresiones de viaie que plieden ccnsidrrarse como la revelación
de un verdadero artista literario; Abigaíl Meiía de Fern3ndaz (1895-
1940), novelista y escritora, quien enriqueció l a literatura nacional
con varias obras de imaginación, como "Sueña Pilarín" y "Por entre
frivolidades", y con dos importantes libros didácticos, la "Historia
de la literatura castellana", 1926, y la "Historia de la literatura domi-
nicana", 1937; Francisco Prats Rarnírez ( 1898- 1968), fundador del gru-
po literario "El ~aladión", panfletario y ensayista que ha dado a la pu-
blicidad, entre otras brillantes monografías de índole política, las
- J G A Q U I N - P A L A G U E R
tituladas "Bajo la fuerza yanqui" y "Por mi patria", ambas relativas al pzríodo de ocupación militar del país por los Estados Unidos;
Federico Llaverías (1887-1960), autor de "La ciudad de Ssnto Domingo y sus monumentos coloniales", 1927, y de "Vicios de la dicción cas- tellana", 1933; Julio Ortega Frier (1888-1 954), jurisconsulto y pu- blicista a quieri se deben importantes trabajos do investigacibn, como el relrctivo a "La Bula in apostolatus culmine dr l Papa Paulo lll", Santo Domingo, 1944; Horacio Vicioso ( 1880- 1932), jurista y pro-
fesor universitario, autor de los libros "Casos jurídicos", 1908, y "Crónicas jurídicas", 1932; José de Jesús Ravelo (1 876- 195 l), autor
de una "Historia de los himnos dominicanos"; Enrique Jiménez (1879-1940), de estilo realista y meduloso, quien publicó en 1936
una interesante monografía sobre "Economía Social Americana"; J. Esteban Buñols (1879-1964), autor de "Tierras de América"; Armando Rodríguez Victoria (1879-1957), jurisconsulto y publicista, quien ha
dado a la estarñpa, adem6s de numerosos trabajos de índole social, los libros "Alma adentro", 1924, y "Como está el país", 1929; Vicente Toientino Rojas (1883-1959), investigador concienzudo, a quien debe la cultura nacional obras de tanta importancia como la "Historia de la división territorial de la República Dominicana", Santo Domingo, 1944; Max Henríquez Ureña ( 1885- 1968), cuya extensa y valiosa bibliogra- fía comprende varias novelas históricas: "La Independencia efímera", 1938, "La conspiración de Los Alcarrizos", 1941, "El Arzobispo Va- lera", 1944 y "El ideal de los Trinitarios", 1951, así como numerosos trabajos de crítica literaria; Jesusa Alfau y Galván (1895-1943), auto- ra de la novela "Los Débiles", 1912, vertida al inglés en New York, 1930, y Rafael Díaz Niese (1897-1950), ensayista y crítico de arte,
quien publicó "La Alfarería Indígena dominicana" y "Paul Valery", y quien dió también a la publicidad, en la revista "Cuadernos Domini- canos de Cultura", gran parte de su obra inédita "La vida itinerante", impresiones de viajes por Europa, Asia y Africa.
CAPITULO XIX
L O S N O V E L I S T A S
TULlO M. CESTERO
Tulio M. Cestero (1877-1955)) el primer novelista de su genera- ción, comenzó su carrera literaria en 1898 con un libro de semblan-
zas de escritoressontemporán~os, "Notas y escorzos", al que siguieron
poco después algunas obras escritas en lenguaje poético, como "El
jardín de lo; sueños", 1904, "Citerea", 1907, y "Sangre de Primave-
ra", 1908, notables por haber sido las manifestaciones de mayor ca-
lidad artística que alcanzó el modernismo en la literatura dominicana.
La prosa de esos libros constitu\ó, en su tiempo, una novedad no só-
lo porque en ella se combinan artísticamente las palabras con el
propósito de producir un agradable deleite estético, sino también
por su tendencia a hacer la frase m5s sensual, más plástica, más ima-
ginativa. El estilo de Cestero, remedo del de D'Annunzio, autor
entonces en boga entre los modernistas, empieza a formarse en esas
obras iuveniles donde el factor predominante era el artificio literario.
Sus dos grandes novelas, "Ciudad Romántica", 191 1, y "La Sangre",
1914, se hallan, en cambio, escritas en prosa ágil y en estilo vigoro-
samente personal en que el preciosismo del lenguaje es reempla-
zado por el trazo de inspiración dominicana. De esas novelas, es "La
Sangre" la que perdura como una de las obras capitales de la literatu-
ra nscional: Cestero se revela en las piginas de ese libro no sólo
como un narrador fluente, sino también como un maestro en la re-
construcción de sucesos históricos, como el de la muerte del presi-
TUL10 M. CESTERO
1877-1955
HlrTORlA DE LA LITEPATURA DOMINICANA - - - - - - - - - . - -. - - -- . - - - - - . - . - - - - -- -
dente Heureaux, y en el arte con que enlaza esos hechos a la ac-
ción da la novela, centralizada en unos cuantos personajes de leyenda
que en las postrimerías del siglo pasado dieron un aire d= barbarie
romintica a nuestras turbulencias civiles.
Las dzniás obras de Tulio M. Cestero, ninguna de las cuales
tiene la significución literaria de las ya señaladas, se refieren, con
pocas excepciones, a problemas dominicanos: "Hombres y piedras",
Madrid, 1915; "A propósito do la neutralización en la República Do-
minicana", 1916; "Rubén Dario", Habana, 1916; "El problema domi-
nicario", 1919; "La tragedia haitiana", N2w York, 1918; "Los Estados
Unidos y las Antillas", Madrid, 1931; "Colón", Buenos Aires, 1933;
"César Borgia", México, 1935, y "Hostos, hombre representativo de
América", Buenos Aires, 194.3.
RAFAEL DAMIRON (1882-1956), es autor de varias novelas de cos-
tumbres dominicanas. La más notable de esas obras, como repro-
ducción del ambiente nacicnal, es "La Cacica", 1944, relato lleno de
animacijn donde no sólo se describen vigorosamente nuestras cos-
tumbres políticas, sino también el escenario en que se desenvuelve
la acción, verdadero torbellino de pasiones y de fuerzas instintivas.
Eri "Del cesarismo", 191 1, en "¡Ay de los vencidos!", 1925, y En
"R~volución", 1940, narra Rafael Darnirón algunos de los mis im-
portsntzs episodios de nuestra historia política contempor' 3nea.
Las poesías y las obras teatrales de Rafael Damirón tienden,
igualmente, a reproducir el ambiente dominicano. En muchos de sus
versos se retneda aún el habla popular de las regiones del sur de la
República:
Mesmamente asina, como me ha dejao,
sin que yo lo ñarnn, lo veré en mi puerta,
y como a los hombres se le mete el Diablo,
que no pasó nads, yo me adré de cuenta.
J O A Q U l N G A L A G U E R
Para el teatro ha escrito Rafael Damirón, "Alma Criolla", 1916, "Mientras los otros ríen" y "La trova del recuerdo". Publicó también dos libros de costumbres locales, "La sonrisa de Concho", 1921, y "Estampas", 1938, y dos volúmenes de artículos sobre temas polí- ticos, "Pimentones" y "De Soslayo".
ARTURO FREITES ROQUE (1874-1914)
Publicó en 191 1 una novela de ambiente nacional, "Lo inexora- ble", mezcla de sátira política y de cuadros de costumbres. El ca- pítulo XXVI, el más largo y el mejor dialogado de la novela, con- tiene una violenta diatriba contra la supeditación de toda la vida del país a l a política, causa del baio nivel moral que prevalece en ciertas zonas sociales, sometidas desde los días de la colonia a ese factor anarquizante. En ese mismo capítulo, y en otros de "Lo inexorable", como en el cusrto y en el quinto de la segunda parte, hay rasgos de costumbres finamente captados: el "Don Equis" que allí se des- cribe es un personaje que no ha desaparecido aún de la vida do- minicana, y el Procurador Fiscal de las páginas finales, es, a su vez, un tipo de funcionario arrancado de la realidad y puesto en movi- miento con exactitud rigurosa.
Hay sin duda en el estilo de "Lo inexorable", visibles influencias d l Vargas Vila, cuyo genio de libelista y de panfletario no era el más a propósito para servir de modelo en la prosa narrativa, pero no puede desconocerse que Arturo Freites Roque barruntó los ho- rizontes de la gran novela y que supo animar sus pesonajes con una partícula del fuego sagrado en que sólo saben arder las almas verda- deramente inspiradas.
Freites Roque dio a la estampa, en 1913, "Una víctima america- na", obra de estilo más personal, en que la musa de la indignación patriótica le inspira algunas páginas elocuentes, tocadas, en ciertos párrafos, por la llama divina.
HlFTORIA D€ LA I ITERATURA DOMINICANA - - -- - - - -- - - - . - -- - -- - -- . - - - -
OTROS NOVELISTAS DOMlN ICANOS
La novela de costumbres y de tipos nacionales, popularizada por "La Sangre", de Tulio M. Cestero, ha tenido brillantes continuado-
res en Francisco M.oscoso Puello (1885-1959), autor de una vigorosa
intriga, "Cañas y bueyes", 1936, donde se describe magistralmente el drama del colono dominicano en las plantaciones azucareras; en
Pedro M. Archambault ( 1862- 1944), cuya novela "Pinares adentro",
contiene poca acción, pero abunda en animados rasgos descriptivos;
en Enrique Aguiar, autor de "Eusebio Sapote" y de "Don Cristóbal",
fantasías sin ningún apoyo en l a realidad, pero que tienen el mérito
de consagrar algunas de sus páginas a l a descripción del paisaje nativo; en Haim López Penha (1878-1968), quien ha dado a l a publi-
cidad "Hidalguía antillana", 1931, "Srnda de revelación", 1936, y
"Renacimiento", 't942; en Manuel A. Amiama (n. 1899), autor de
"El viaje", novela de costumbres capitaleEas; en José María Pichsrdo
( 1888-1 964), quien publicó, entre otras narraciones en prosa, "Tierra aderitro", 1916, y "De Pura Cepa", 1927; en Rafael O. Galván (n.
1877), autor de "Lidia" y de "Los civilizadores", novela de.gran fuer-
za, cuya acción se desenvuelve en la época d r l a intervención nor-
teamericana; en Dionisio Pieter (1888-1962), quien dio a la estampa.
en 1927, "Horas de Bohemia"; en Gustavo Adolfo Mejía, quien pu-
blicó, en 1947, "Un blasón colonial", novela histórica inspirada en la
vida de los virreyes don Diego Colón y doña María de Toledo; en
Luis Henríquez Castillo, (n. 1895), autor de "El hombre alucinado", 1936, "La Octava Maravilla", 1947 y "Tres hombres en un hombre",
1953; Angel Augusto Suero, (n. 1909), autor de "José Valverde, un alma inolvidable", "Contra la Corriente" y "Juan del Campo"; y en
Julio Gonzilez Herrera, (m. 1961), quien ha publicado las novelas
"La gloria llamó dos veces", ''El mensaje de las abejas", y "Tremen-
tina, Clerén y Bongó", juzgada como su mejor narración en la cual
describe sus experiencias personales en una casa de alienados. Gon-
zález Herrera es, además, autor de "En la ruta desolada" (Poesía), y
de "ciencia Jurídica Dominicana" (Derecho Usual).
CAPITULO XX
L O S O R A D O R E S
RASGOS BIOG RAFiCOS
íV,onseRor Adolfo A. Nousl nació en la antigua ciudad de
Santo Comingo, el 12 de diciembre de 1862. En 1883 obtuvo en la
Universidad Gr-oriana los títulos de doctor en Filosofía y en Dere-
cho Canónico. En 1890 fue designado Canónigo de la Catedral. Du-
rante varios años explicó latinidad y teología como Vicerrector del
Seminario. En 1904 fue electo Arzobispo titular de Metymna y Coad-
jutor del de Santo Domingo, con derecho de sucesión. En 1906 suce-
dió a Monseñor de Meriño, en el Arzobispado. En 1912 fue elevado a
la Presidencia de la República, cargo que renunció un año después
para dedicarse a los deberes propios de su investidura eclesiástica.
Murió el 26 de junio de 1937.
EL ORADOR
Monseñor Adolfo A. Nouel fue un orador de frase tersa y es-
tilo castigado. Su elocuencia carece generalmente de ímpetu, de vigor,
de g~rra , de grandiosidad, de lozanía. Empero, de la prosa del ilus-
tre prelado fluye una gracia que nos atrae y que suple con ventaja
la ausencia que se advierte en ella de ritmo majestuoso y cantante:
la que resulta de la armoniosa distribución de las cláusulas, de cierta
unidad de acento que la caracteriza, de la suavidad con que sus párra-
fos rozan el oído, sin halagarlo con exceso de dulzura, pero tampo-
co sin herirlo con la menor aspereza.
ADOLFO ALEJANDRO NOUEL
1862- 1937
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Sus oraciones más famosas y más justamente celebradas, fueron la que pronunció con motivo de l a apoteósis del general Ramón Mella; la que dedicó a hacer la apología, el 20 de agosto de 1906, de su maestro Monseñor de Meriño, y la que leyó en honor de Du- vergé, con motivo del traslado de sus restos a la Capilla de los In- mortales en la Catedral Primada.
Monseñor Nouel abusó evidentemente en sus discursos, de las citas clásicas y de,las alusiones a pasajes notables de la literatura patrística más divulgada. Pero lo que más oscurece su fama como orador sagrado, es la inevitable asociación de su nombre al de Mon- señor de Meriño. El hecho de haber lucido la misma mitra y de haber ocupado, en días de tribulaciones patrióticas, la Presidencia de la República, crea entre ambos oradores coincidencias extraordinarias. Pero en lo sustantivo de la personalidad de cada uno de esos hom- bres, existen, sin embargo, diferencias abrumadoras. Nouel, tal vez dotado de tanta sensibilidad cívica como Meriño, permanece inferior a su émulo, no sólo en la arrogancia del gesto con que este último subraya cada una de sus grandes actitudes patrióticas, sino también en l a temperatura varonil que adquiere en uno y en otro la entereza. Nada pone más enérgicamente de relieve el abismo que separa el
carácter de Meriño del de Monseñor Nouel, como la actitud que cada uno de esos dos sacerdotes asume cuando las circunstancias los obligan a enfrentarse, desde la silla presidencial, a las Euménides revolucionarias. Meriño, varón de alma romana, se encara resuel- tamente al peligro y no vacila en ahogar en sangre las revueltas, como no vacilaban los familiares del Santo Oficio en conducir a la
hoguera a cuantos se hacían sospechosos de hereiía. Nouel, en cam-
bio, alma de su época, digna del Renacimiento, pero no del viejo fo-
ro ni del ágora antigua, se declara vencido al primer amago de sedi-
ción y no sólo no afronta la tempestad, sino que huye de ella apenas se barruntan en el horizonte las primeras ráfagas.
Si de la adamantina templanza del carácter se pasa a l modo
que tuvo cada uno de esos varones para expresar su amor patrio,
para traducir sus convicciones o sus ideas, ¡qué abismo entonces
entre los dos patriarcas! Los rayos de cólera que parten de la boca de
Meriño, como las saetas de luz que salen de l a llama, tienen algo
de la grandeza aterradora de las palabras que anuncian castigos ce-
lestiales: todo lo que este hombre dijo parece dictado desde el
Sinaí o parece salido de los labios de los profetas. Todo lo que es-
cribió Monseñor Nouel, en cambio, tiene un sello de academicismo
ceremonioso: la inspiración cristiana y patriótica se encuentra siem-
pre en sus discursos expresada con frases convencionales. Meriño es
un orador espontáneo a quien visitan con frecuencia las Furias y a
quien Dios mismo hace manar de los labios los torrentes del verbo
agitado y proceloso; y Nouel, por el contrario, es el tipo del orador
de colegio, con el cortejo de citas y con todos IPS refinamientos de
los doctores que hace tres siglos ilustraban las cátedras de filosofía
en los gimnasios cristianos.
LUIS C. DEL CASTILLO (1888-1927)
Fue el prototipo del tribuno espontáneo. Detrás de todo lo
que escribió, y debajo de todo lo que dijo, hasta en el 'incoherente
zurcido de la conversación ordinaria, se enseñó con más o menos
rimbombancias, con más o menos ímpetu, el orador caudaloso. En
sus hismas "Lecciones de Enseñanza Cívica", libro sonoro donde se
percibe el estrépito de las ideas que ruedan con cierta música por
la pendiente de las frases, asoma vigorosamente el tribuno de ancha
voz, acaso porque allí resulta más visible que en ninguna otra parte
el esfuerzo hecho por el autor para contener su verbosidad desatada.
Ningún dominicano sintió tan plenamente como Luis C. del
Castillo, el pathos romintico de la centuria pasada. No sólo recuerda
aquellos tiempos por sus arrestos cívicos, por su entereza nunca ren-
dida, por su altivez de Caballero Templario, sino también por su
mismo amor a los espectEculos de la plaza pública y a los gestos
teatrales. Una vez, en plena embriaguez patriótica, cuando con
mis energía participaba en la campaña por la restauración de l a -- soberanía de la República militarmente intervenida por los Estados
Unidos, quiso hacer al pueblo de l a ciudad dz Santiago, reunido para
oírle, una exhibición de sus dotes de irnprovisador maravilloso: con
voz arrogante, desde el centro de la tribuna, pidió a quienes porta-
ban carteles con leyendas alusivas al motivo de aquella reunión cí-
vica, que los levantasen sobre las cabezas de los manifestantes, y
compuso entonces su discurso, uno de los más bellos de su carrera
de orador intuitivo, con violentos apóstrofes inspirados en cada una
de las inscripciones que se leían sobre los estandartes flotantes en
medio de los entusiasmos populares.
La intervenGón militar norteamericana le ofreció la oportunidad
de manifestarse como un prócer del civismo, capaz de los mayores
sacrificios en defensa de la libertad y de la patria, y resuelto en todo
momento a sufrir por ella violencias y persecuciones. Fue él, sin duda,
uno de los héroes de aquella cruzada, y acaso el que más impresión
hizo en el alma de l a juventud dominicana seducida por sus arrebatos
tribunicios y por la limpieza de su vida de ciudadano virginalmente
puro en sus ideas y en sus convicciones. De todos cuantos participaron
en aquellos certámenes de patriotismo y de elocuencia, fue Luis C.
del Castillo el más amado de las muchedumbres, y el más digno,
tal vez, de aquel entusiasmo fervoroso. Su vida anterior, de una lim-
pieza inconcebible s i se toma en cuenta l a altura de sus interven-
ciones en algunas de nuestras pasadas turbulencias civiles, le dio
una autoridad de que carecían la mayor parte de los directores de
aquel movimiento patriótico: ninguna nube empañaba aquel carácter
dotado de inflexible entereza, tanto más simpático al pueblo, cuanto
que siempre se le había visto combatiendo en la plaza pública contra
la injusticia aplaudida y contra toda iniquidad festeiada.
J O A C U l N E A L A G U E R . -. - - - - - - --- - - - - - .-
ARTURO LOGROKJO:
EL BARROQUISMO LITERARIO
Con Arturo Logroño (189 1-1949) se inicia el barroquismo en la
oratoria dominicana. Sus discursos son un amontonamiento de me-
táforas con alusión frecuente a ciertos tópicos inevitables: los ga-
leones del descubrimiento, las águilas de la conquista, los cabatlos
de la epopeya, las piedras ilustres y l a pátina de las torres cente-
narias. No fue hombre de disciplina mental, pero sí de rica ima-
ginación y de cierta audacia acrobática en el estilo, de cierto amor
a las paradojas brillantes, de cierto poder para hinchar desorbita-
darnente las frases y para prodigar en el discurso el artificio literario.
No tuvo escrúpulos para manelar los tesoros del idioma y vio-
lentó todas las reglas cuantas veces tuvo necesidad de acomodarlas
a su técnica oratoria; lo que le importó, ante todo, fue la resonan-
cia de las imágenes, el énfasis tribunicio, el alarde preciosista en cada
una de las fébricas que levantó con su verbo portentoso.
De algunos de sus discur:os se podria decir, como se dijo de
ciertas prosas de Víctor Hugo: que parecían estar, en algunos momen-
tos, atacados de locura. Pero lejos de indicar penuria de recursos, y de
constituir una prueba dr torpeza o de limitación intelectlal, serne-
jante exuberancia de tropos y semejante amontonamiento de artifi-
cios retóricos, no expresa otra cosa que exceso de imaginación mez-
clado a cierto coraje verbal que desarticula la sintáxis y dilata, bár-
baramente, los dominios de la palabra humana.
Lo que hay de más desconcertante en la fisonomía intelectual de
Logroño, es el espíritu de deportista que llevó a la literatura, particu-
larmente a la oratoria, que fue el campo donde se destacó con mSs
fuerza: este aventurero literario era capaz, sin duda, de confiar su
fortuna al éxito de una frase, al triunfo de una imagen, al efecto
producido por una paradoja ingeniosa. La influencia del tipo de
ciudadano y de orador que él representj en la vida de la República,
-- HISTORIA DF LA I ITERATURA DCMlNlCANA
- - - - - --. - -. - - -- -
ha sido más honda de lo que podría creerse: de ese estilo de con-
ducta y de ese estilo de elocuencis, procede, tal vez, el ambicioso
escepticismo que prevalece en gran Darte de las nuevas generaciones,
más amante del bienestar y del lujo, que de la austera rigidez en
que se estructuraron los caracteres antiguos. En literatura, la influen-
cia de ese sistema debía manifestarse en una mayor laxitud de las
cláusulas, desvalorizadas por su falta de valor intrínseco, y en l a
anarquía y confusión que prevalecen en las llamadas vanguardias
intelectuales.
RAFAEL C. CASTELLANOS (1 875-1 934)
Fue, además de escritor de estilo fácil y enérgico, un ardentísi- ., mo orador sagrado. Su obra de predicador, casi en su totalidad im-
provisada, ha desaparecido, y de ella sólo sobrevive el eco de la
fama que granjeó a su autor, hombre de excepcionales condiciones
para l a propaganda del espíritu cristiano. Ha sido uno de los sacer-
dotes que más se han distinguido en el país por sus campañas en
defensa de la fe católica. En 1888 fundó, en asocio con Manuel
Arturo Machado, Pedro Spignolio Garrido y Andrés Julio Montolío,
la revista "El 'crisol Católico", la cual, con algunas interrupciones,
subsistió hasta 1904. En 191 1 empezó a publicar, en Puerto Plata, un
nuevo órgano de propaganda religiosa: "El Eco Mariano".
Durante la ocupación del territorio nacional por los Estados Uni-
dos, se enroló al movimiento nacionalista y puso el púlpito al servicio
de la República, cuyo abatimiento le inspiró varias de sus más elo-
cuentes oraciones, sin duda porque su palabra, de suyo varonil, se
enardeció en el infortunio y en la cautividad, como la de los obispos
cordobeses en las prisiones mauritanas.
Como escritor, ha dejado unos "Apuntes para la historia de la
parroquia de Puerto Plata" y varios estudios biográficos acerca de
Juan Pablo Duarte, de Gregorio Luperón y del Arzobispo Meriño,
J O A G U I N B A L A G U E R - -- - - -- -- -- --- -- -- - -. .
así como un trabajo de investigación titulado "El clero en Santo
Domingo".
Monseñor de Meriño, de quien fue discípulo predilecto, no ha
tenido sucesor más digno que el Padre Castellanos: como su maestro,
no nació para la contemplación inactiva, sino para predicar, al estilo
de Raimundo Lulio, en la propia casa de los infieles; y tuvo, como
su modelo, si bien en grado incomparablemente más modesto, el
don del verbo vehemente y la templanza a un mismo tiempo enérgica
y serena del gladisdor religioso; y, como al propio Meriño, le acom-
pañó también, a lo largo de su carrera, cierta intransigencia patriótica
y cierta intrepidez de carácter nunca doblegada.
ARlSTlDES FIALLO CABRAL (187 1-193 1)
Fue orador elocuentísimo en la tribuna académica y en la cá-
tedra universitaria. Algunas de sus oraciones, como la que pronunció
ante el féretro del ex Presidente Dr. Ramón Báez, han dejado honda
huella en el alma dominicana. Sus conferencias fueron generalmente
improvisadas y nada subsiste del torrente de sabiduría que prodigó
en las aulas de l a Universidad y en las tertulias literarias.
Fue un espíritu original, dotado de extraordinaria imaginación
creadora, y, además de su famoso "Código orgánico y reglamentario
de educación común", dejó un "Cuadro sinóptico de una nueva teoría
sobre la gravitación universal".
JUAN JOSE SANCHEZ (1884- 1943)
Escritor de notable sensibilidad poética, se inició en l a literatura
nacional con la publicación de páginas preciosistas que reunió en
dos volúmenes: "Florescencia", 1905; y "Del Pasado Lírico", 1920. Alcanzó fama nacional con sus intervenciones en la tribuna política y
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
en la forense. En 1941, coleccionó sus mejores piezas oratorias en el volumen titulado "Ecos Tribunicios".
M. GERMAN SORIANO (1889-1958)
Es el dominicano que mejor personifica en la literatura de los
últimos tiempos, la figura del autodidacta y la del tribuno intuitivo. Dueño de una cultura superficial, pzro extensa, adquirida, antes que en la familiaridad con los libros, en forma refleja mediante el con- tacto con las clases tetradas, pertenece a esa generación dominicana de improvisadores brillantes que han sabido suplir con su fértil sensibilidad las deficiencias de su formación intelectual, y a quienes
les ha sido concsdida la facultad de escribir muchas veces por intui- ción, obras prodigiosamente inspiradas.
Ha cultivado varios géneros literarios, tales como la poesía y la narración de costumbres dominicanas, pero donde más sobresale es en el poema en prosa, por el estilo del apólogo oriental, campo en que su ágil pluma y su fértil imaginación han hecho gala de verda- deros derroches de gracias espirituales.
CAPITULO XXI
L O S H I S T O R I A D O R E S
BERNARDO PICHARDO
Bernardo Pichardo ( 1 877- 1924), fue el historiador de más re-
lieve en la generación que recogió el fruto de la asombrosa labor investigadora de José Gabriel García. E l "Resumen de Historia Pa-
tria" de Bernardo Pichardo, es un manual donosamente escrito,
que podría leerse, cuando deje de interesar como obra histórica, por sus prendas estilísticas y por su mérito exclusivamente literario.
Pero su obra m6s notable es la titulada "Reliquias Históricas de
la Española", colección de estampas en que el autor describe, con pluma grandilocuente y florida, cuantos monumentos existen en el
país dignos de ese nombre. Bernardo Pichardo, libre de las limi- taciones impuestas a su temperamento oratorio por el carácter
didhctico de su "Resumen de Historia Patria", se muestra en este otro
libro tal como él era: vehemente, con toda la vehemencia de que es susceptible el corazón humano, en el elogio o en el vituperio
de los primeros gobernadores de la colonia, cuyo recuerdo asocia pintorescamente al de las piedras que levantaron y que hicieron
célebres con sus crímenes o con su heroicidad portentosa.
El mérito de las "Reliquias Históricas de la Española" reside
en el acierto con que Bernardo Pichardo enlaza los monumentos
que describe, a las vicisitudes de los hombres por quienrs fueron le- vantados, y en el arte con que transforma las piedras en documentos
vivos, haciendo que las de las fibricas que construyó Nicolás de Ovan-
do, por ejemplo, hablen con voz más elocuente que la de la misma his-
YIZTORIA DF LA LITERATURA DOMINICANA - - - - -- - - - - - - -- -- - - - -- -- - -- -- --
toria de ese personaje singular, mezcla de colonizador sanguinario y
de magistrado ceremonioso. Así la iglesia de San Nicolás constituye,
según el historiador dominicano, un testimonio de arrepentimiento
que armoniza admirablemente con la "compleja psicología dz aquel
hombre inescrutable". El autor no describe con el detenimiento ne-
cesario, los pormenores artísticos de las construcciones de l a era
colonial, y pasa desdeñosamente ante sus maravillas ornamentales,
pero levanta, en cambio, a cada una de esas reliquias, el canto que
los poetas dominicanos no han sido capaces de consagrarles, sin duda
porque ninguno ha sentido, como él, el encanto de la resurrección
histórica y el soplo de poesía que se desprende de las civilizaciones
pasadas.
Bernardo Pichardo es también autor de un libro de poemas
breves en prosa; "Minutos litzrarios", y de unas "Lecciones de Ins-
trucción Moral y Cívica". Toda su obra ofrece la singularidad de
hallarse henchida de sentimiento patriótico: repJsense sus discursos,
y en todos ellos se verá estampada la imagen de los próceres;
consúltese su "Resumen de Historia Patria", y se verá latir en esos
apuntes escolares, la fibra nacional; y léanse las páginas de "Reli-
quias Históricas de la Española", y se hallará en ellas, por debajo del
clamoreo oratorio, el nervio del patriota.
LUIS E. ALEMAR (1882-1945)
Historiador minucioso, a quien se deben trabajos de gran acu-
ciosidad sobre el primer centro colonial que existió en el Nuevo
Mundo. Sus rnonografías sobre las "Fortificaciones antiguas de Santo
Domingo" y sobre "La Catedral de Santo Domingo", son las más
completas que se han publicado acerca de esas materias, objeto de
estudios más recientes por parte de otros investigadores nacionales.
En "Grandezas dominicanas", 1926, traza una semblanza biográfica
del general Gregorio Luperón, prócer du la guerra restauradora.
J C A Q U I N B A L A G U E R ~ ..-. - . ~ . ~ . - -
MANUEL UBALDO GO,V\EZ (1857-1931)
Dio a l a luz pública, en 1919, un "Resumen de l a Historia de
Santo Domingo", en tres volúmenes, que durante largo tiempo ha sido utilizado como obra de texto en las escuelas dominicanas. Es un
compendio escrito en excelente prosa didáctica, con la claridad y sen-
cillez recomendables en obras dzstinadas a la enseñanza.
En 1920 publicó tanibiin don Manuei Ubaldo Gómez, un fo-
lleto titulado "Recuerdos", donde narra, en prosa sencilla, pero clara
y correcta, una serie de sucedidos anecdóticos de gran utilidad para
el conocimiento de la vida dominicans.
PEDRO MARlA ARCHAMBAULT (1 86 1-1 944)
Consagró parte de su vida a una importante obra de depuración
histórica relativa a las principales figuras de la Restauración, especial-
mente de Santiago Rodríguez, Benito Monción y Pepillo Salcedo.
Su "Historia de l a Restauración" publicada en 1938, representa un
esfuerzo considerable para esclarecer, a la luz de nuevos documentos,
determinados aspectos de la heroica lucha sostenida por el pueblo
dominicano para reconquistar su independencia política.
MAXIMO COISCOU HENRIQUEZ (n. 1896)
Historiador de sólida cultura, tal vez sea aquel de nuestros in-
vestigadores que posee un sentido más claro del método histórico,
y el que dispone de una información más abundante acerca de diver-
sos e importantes períodos de la histaria dominicana. La cultura na-
cional le debe ¡a recopilación de valiosos documentos relativos a l a
época de la "España Boba" (de 1809 a 18211, y a la de la "lndepen-
dencia Efímera".
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Su "Historia de Santo Domingo", 1938-1 943, aporta, indepen- dientemente de una gran cantidad de datos de primera msno, puntos
de vista completamente personales al estudio del acervo histórico del pueblo dominicano.
O T R O S H I S T O R I A D O R E S
Merecen también mencionarse los trabaios históricos de E. H. Ashton, autor de un "Resumen de la Historia de Santo Domingo", publicado con fines docentes en 1901; de Fidel Ferrer (1883-1918), quien dio a la estampa en 1912 una "Introducción a la Historia de Santo Domingo"; de Leonidas Gcrcía (1882-1962), autor de importantes monografías históricas e iniciador de los estudios críticos acerca del Dr. José Núñez de Cáceres; de Arturo Logroño, cuyo "Compendio de Historia Patria", editado en 1912, gozó, durante largo tiempo, de justa reputación como una de 13s más brillantes obras didicticas es- critas por un dominicano; de Vetilio Arredondo, quien realizó, en 1913, el singular esfuerzo de resumir en un folleto de cincuenta y cinco páginas, la historia de Santo Domingo, de Gustavo Adolfo Me- iía, autor de un magistral estudio sobre "El descubrimiento y l a con-
quista", y de una extensa "Historia de Santo Domingo", obra vastí- sima que supone un enorme esfuerzo y que revela en su autor con- diciones de laboriosidad y de aplicación al estudio, verdaderamente excepcionales; de Joaquín Marino Incháustegui Cabra1 (1908-1968)) autor de la "Gran Expedición Inglesa contra las Antillas Mayores",
obra de la cual se ha publicado el tomo 1, y de numerosos textos de historia y geografía patrias para uso en las escuelas del país; y, sobre todo, de Fray Cipriano de Utrera, (1886-1958), cuya formidable labor dz investigación abarca casi toda la historia dominicana.
CAPITULO XX l l
L A I N V E S T I G A C . I O N C I E N T I F I C A
En el campo de la investigación científica, la literatura nacional
cuenta, sobre todo a partir de la Restauración, con algunas obras medulares.
Sobre la geología de la isla ha escrito importantes trabajos de investigación, Narciso Alberti y Bosch ( 1859- 1932), autor de unos
w
"Apuntes para la prehistoria de Quisqueya". Rodolfo Cambiaso y Sosa dio tambien a la publicidad, en 1916, "El período glacial; en- sayos de estudios sobre la isla de Haití", y, en 1912, unas "Elucubra-
ciones sobre el lenguaje indoantillano".
E l Dr. Alejandro Llenas (1846-1904), es autor de importantes es- tudios de índole científica, como el que publicó en francés, en 1891, acerca del descubrimiento, en Santo Domingo, de un cráneo pertene- ciente a un indio ciguayo.
Más recientemente han dado a la estampa ensayos de carácter científico. Osvaldo García de la Concha (1878-1930), autor de "La Cósmica", donde expone una teoría de la relatividad que se separa en puntos capitales de la expuesta por Einstein, y el Dr. Heriberto Pieter (n. 1884), quien ha dado a la publicidad, entre otros trabajos de la misma índole, uno sobre "El caso médico de Franz Peter Schubert".
Pero el hombre de ciencia que ha realizado una labor de mayor utilidad e importancia para la cultura nacional es Rafael María Moscoso (1874-1951), quien dio a la estampa, en 1943, un volumen de 732 páginas con el título de "Catalogus floroe domingensis", donde recoge
J O A Q U I N B A L A G U E R
el fruto de una vida entera consagrada a l estudio de la flora de l a isla. Rafael M. Moscoso ha publicado también, sobre la rama de ;u
especialidad, otros trabajos notables: "Las familias vegetales repre-
sentadas en la flora de Santo Domingo", 1897; "El presbítero Miguel
Fuertes y Lorens", 1926; "El Doctor Ekman", 1931; y "Botánica y bo-
tánicos de la Hispaniola", aún inédita, pero de l a cual han visto la luz
pública los capítulos de mayor interés, en periódicos y revistas na-
cionales y extranjeros.
En el mismo año que Moscoso, en 1874 (el 27 de febrero), nació
en San Felipe de Puerto Plata otro ilustre hombre de ciencia, el Dr.
Fernando Alberto Defilló, autor de un importante estudio acerca
de "La lepra en la República Dominicana", publicado en "La Presse
Medicale", de París, en 1926, y descubridor de las "Monilias" en las materias fecales. Entre sus trabajos de investigacibn merecen también
citarse el relativo al hallazgo, en las aguas muertas, del "Ciclops
Coronatus", los relativos al "P.namú (Petivera alliacea)"; y a l pará-
sito generador de la uncinariasis (Nicator americano), así como el
relativo al empleo de las va~orizaciones de aceites esenciales de
canela, tomillo y clavo, para fines de desinfección, novedad confir-
mada, treinta años después, por los estudios del profesor Simón
R issler acerca de las "abiotoxinas".
Entre los hombres de ciencia de las últimas generaciones, han
descollado el Dr. José de Jesús Jiménez (n. 1905), autor de "Plantas
nuevas para la ciencia, para la Hispaniola y para la República Do-
minicana", 1954; el Dr. Elpidio E. Ricart, autor de "Consideraciones
históricas sobre la lepra en Santo Domingo"; el Ing. Emil Boyrie de
Moya (n. 1903)) cuyo libro "Monumento megalítico y petroglifos
de Chacuey, República Dominicana", ha sido recientemente editado
por la Universidad de Santo Domingo.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
LA POESIA POPULAR
La poesía nacida de las entrañas del pueblo, de autor anónimo o de algún ingenio espontáneo que ha acertado a erigirse en intérpre- te del sentimiento colectivo, ha existido, desde los días de Meso Mónica, como la más característica expresión de cada una de las etapas en que se divide la historia dominicana. La política ha sido la principal fuente de inspiración de los poetas populares.,Cada ciclo histórico ha tenido su propio romancero, y, en algunos casos, como en el de la guerra de los seis años, las victorias y las derrotas de las banderías en lucha han servido para que las musas calleíeras se
combatan igualmente sin cuartel en el campo literario. La víctima
del pasquín pdítico es, unas veces, Buenaventura BBez:
Y pues la patria en verdad le mira cual fiera tea, por toda la eternidad Ventura maldito sea.
Otras veces el dardo es dirigido contra Pedro Santana:
Santana tiene un cuchillo amarrado a la cintura, para cortarle la yerba al caballo de Ventura.
JUAN ANTONIO ALlX
Pero la verdadera poesía popular, esto es, aquella que nace del contacto con el alma de la multitud y del roce con las pasiones del pueblo, surge en Santo Domingo con Juan Antonio Alix (1883- 1937), el más regocijado de nuestros ingenios y el poeta que con
J O A Q U I N B A L A G U E R -. . - - .---.- ~ -- .-- .
mayor fidelidad ha traducido, en versos pedestre~, pero absoluta-
mente espontáneos, las peculiaridades y los matices característicos de
la psicología dominicana.
Juan Antonio Alix ha sido el poeta nacional que ha interpre-
tado con m is vigor la idiosincrasia de nuestras clases rurales. Pasan
de mil las composiciones en que el poeta cibaezo refleja el alma
del campesino dominicano, o en que traduce en tono humorístico
alguna modalidad de su carácter profundo y duradero. Su obra poé-
tica, por otra parte, estS escrita en el lenguaje en que se expresa el
pueblo del Cibao, y no existe otra que ofrezca tan variada y abun-
dante acervo para el estudio d r l habla popular dominicana. El len-
guaje cibaeRo, lleno de palabras arcaicas y matizado con peculiari-
dades fonéticas de procedencia andaluza, conserva en las décimas
de Juan Antonio Alix, toda la frescura con que ha sido hablado en
aquella región, durante cuatro ciglos, por las clases menos cultivad..is.
E l poeta se expresa en la misma lengua que oye hablar en torno suyo
y no introduce cambio alcjuno cn las formas dialécticas de formación
espontánea.
Fue en sus composiciones de carácter pornogrSfico, donde Juan
Antonio Alix derramó, a manos llenas, la sal de su genio dzsenfada
do. El gran poeta desciende a los bajos fondos de la ciudad, a los
antros en que el río de la vida acumula sus heces milenarias, y reco-
ge, sin ningún escrúpulo, todo lo que se arrastra sobre ese muladar
humano. Como no es poEta de estilo y escribe sin preocupaciones
literarias, nos da siempre del ambiente popular una visión grosera.
pero exacta, envuelta en la :rescura de la primera impresión, como
la fruta en su cáscara nativa. Pero jcuánta gracia en esas composi-
ciones pedestres de las que nacen destellos de genio con la asombro-
sa espontaneidad con que de la carroña nacsn flores! A nadie se le po-
dría aplicar, con tanta justicia,icomo a Juan Antonio Alix, la famosa
frase que empleaba Flaubert para referirse a la fuerza con que el ge-
nio de Zol5 se levanta sobre las inmundicias que derramó en sus obras
el patriarca del naturalismo: "Es coloso con los pies sucios".
- . - - HISTORIA DF LA LITERATURA DCM;NICANA
- -. - - - - -- - - - - -- - -.
EULOGIO C. CABRAL
Con menos ingenio que Juan Antonio Alix, psro con más arte
que el poeta cibaeño, Eulogio C. Cabral ha escrito hermosos roman-
ces sobre motivos populares. Sus composiciones pueden clasificarse
en dos grupos: el de los romances de caráctzr histórico, y el de los
de extraccijn popular con tendencias hacia la crítica de costumbres.
Entre los primeros háy varios, como el titulado "Santomé", que se li-
mitan a describir, con cierto gracejo natural que suple ventajosamente
los artificios propios de plumas inás ejercitadas, escenas y episodios
de la guerra de la independencia en las zonas fronterizas, comarcas
de donde el autor era oriundo, y donde se batieron heroicamente al-
gunos de sus antepasados, y otros, como el que lleva por epígrafe
"Cosas de Santana", recogen, a su vez, rasgos anecdóticos de la
vida de los caudillos dominicanos de historia más escabrosa. A veces
es difícil la inclusión de algunos romances en cualquiera de las dos
categorías ya indicadas: así, en el que lleva por rótulo "Recuerdos
Lilisianos", el colorido histórico se confunde hasta tal extremo con
el rasgo de ambiente local y con la sátira ligeramente emponzoñada,
que lo mismo puede reputarse esa poesía como una pintura anecdó-
tica del ciclón de 1896, que como una crítica benévola de las cos-
tumbres públicas de la época en que Ulises Heureaux era el árbitro
de los destinos nacionales.
En Eulogio C. Cabral, al revés de lo que ocurre con Juan Antonio
Alix, la sátira no llega a ser nunca punzante, ni la expresión desver-
gonzada. Así, en los romances donde describe escenas dr amor
populachero, como en "Palabra de rey", el autor sabe expresarse con
decoro y acierta a orillar los puntos resbaladizos con maestría que
sorprende, s i se tiene en cuenta que en esas composiciones, como
en todas las suyas, la limpieza del lenguaje y el donaire del estilo
proceden, en su integridad, de arte no estudiado.
CAPITULO XXlll
S E G U N D O P E R I O D O
DE 1930 A 1958
En 1930 se inicia, en la historia de la literatura nacional, una etapa distinta a todas las anteriores: mientras antes de esa fecha crucial para la vida de la República, la actividad literaria se volcó
principalmente -n el campo de la poesía, del periodismo militante,
dr la novela histórica, de la oratoria académica y de la sagrada, del
cuento y del poema en prosa, en obras, en una palabra, de imagi-
naciSn y de sentimiento, a partir de ese ano lo que domina el pmo-
rama intelectual del país, es el pensamiento político que escoge, para
manifestarse, la forma del ensayo y la del libro o la del discurso de
propaganda doctrinaria.
MANUEL A. PENA BATLLE
Manuel A. Peña Batlle (1902-1954), el primer ensayista de esta
generación, descolló precisamente en el campo del artículo doctri-
nal y en el de la crítica histórica. Su obra representa, en conjunto,
un poderoso y originalísimo esfuerzo de interpretación antipositi-
vista de la historia nacional: sobre un fondo de ideas fuertemente tra-
dicionalista, edificó un cuerpo de doctrinas cuyo propósito central
fue la cultura clásica y cristiana. Para lograr ese objetivo, expresión
de su patriotismo intransigente, se empeñó en esclarecer el sentido
de la lucha secular sostenida por el pueblo dominicano para no
MANUEL A. PENA BATLLE
1902-1954
HiSTORlA DE LA LITERATURA DCMiNlCANA - --- -.
sucumbir frente a la ambición haitiana, de hegemonía y dominación
sobre la isla entera, y en negar, al propio tiempo, todo influjo bienhe-
chor a la acción eiercida por Hostos sobre las ideas que han contri-
buído a formar, en los últimos tiempos, la conciencia dominicana. Ha
sido Peña Batlle el historiador dominicano que con más originalidad
y con más fuerza ha señalado la importancia que tuvo el factor htnico
para la conservación, no sólo de la autonomía del país, sino también
de su ~ersonalidad sustantiva. Su conocimiento de la historia de
Haití le permitib ahondar en el origen de ambos pueblos y comparar
y describir las fuerzas que han intervenido en la Formación nacional
de cada uno de ellos, con perspicacia asombrosa. Sus ideas acerca
de estos temas capitales, se hallan expuestas en el discurso que
pronunció en Elías Piña, el 16 de noviembre de 1942, donde define
el sentido de la poktica de dominicanización de las fronteras, y en
dos de sus obras medulares: la "Historia de la cuestión fronteriza
dominico-haitiana" y "Orígenes del Estado Haitiano". De la serie de
ensayos que se propuso escribir acerca de la influencia del positivis-
mo en la vida nacional, sólo llegó a dar la luz pública un trabajo so-
bre Eugenio María de Hostos, pero ya en ese estudio se halla conte-
nida toda su tesis sobre la obra del pensador portorriqueño, funda-
dor en el país de la enseñanza racionalista, y sobre la intervención,
a su juicio necesaria, del factor religioso en las ideas orgánicas y en
la vida institucional del pueblo dominicano.
Manuel A. Peña Batlle es también autor de una obra de polé-
mica histórica, "La Rebelión del Bahoruco", tal vez el más seductor y
el más pulcramente escrito de sus libros, y de dos ensayos acerca
de diversos aspectos de nuestra historia colonial: "Las devastaciones
de 1605 y de 1606" y "La isla de la Tortuga".
En él existió, cruda aún, la fibra de un verdad-ro pensador po-
lítico, dedicado al estudio de la historia de l a República, para
desentrañar el sentido dz todos los problemas fundamentales d? la
vida dominicana.
J O A Q U l N B A L A G U E R
JUAN BOSCH
Juan Bosch (n. 1909) inició su carrera literaria con una pequeña
obra maestra: "La mañosa", una novela breve en que aparece drscrita
la vida de una familia dominicana durante la época que precedió
a la ocupación del territorio nacional por los Estados Unidos en 1916.
E l personaje central de la narración es una mula, símbolo de las vicisitudes históricas de la República cuyas instituciones se formaron
pznosamente entre las alternativas y contrastes de las guerras civiles.
Pero donde sus aptitudes de escritor se han manifestado con
más fuerza es en el cuento, género cuyas dificultades ha señalado
él mismo en los siguientes términos: "Es más difícil lograr un buen
libro de cuentos que una novela buena. La dificultad fundamental
entre un género y otro está en la dirección: la novela es extensa; el
cuento es intenso". En el volumen "Cuentos escritos en el exilio" (Libre-
ría Dominicana, 1962), figuran algunos relatos que bastarían por sí so-
los para consagrar a Bosch como a uno de los maestros del género en
la literatura de lengua española: tales como el titulado "La Noche-
buena de Encarnación Mendoza" y el que lleva por epígrafe "El fu-
neral".
Las últimas obras de Bosch ponen de relieve una faceta nueva
en su vigorosa personalidad literaria: l a del investigador histórico
y la del biógrafo de grandes figuras de la historia sagrada: sus libros
"David, biografía de un rey" (Librería .Dominicana, 1963) y "Judas Iscariote, et calumniado" (Editorial Prensa Latinoamericana, Chile,
1955), tienen el mérito de aportar nuevos datos y juicios certeros a l estudio de eso; temas universales.
También ha escrito Juan Bosch un ensayo biográfico titulado
"Hostos, el sembrador" (Habana, 1939) y varios estudios sobre l a evolución política y social del país. Son dignas de mención, entre
estas últimas obras, l a titulada "Trujillo, causas de una tiranía sin ejemplo" y "Crisis de la democracia de América en la República Do-
&AN BOSCH 1909 ...
J O A Q U I N B A L A G U E R -. - - - . - --p. - - --
minicana". Durante la campaña que lo llevó a la presidencia de la
República en 1962, puso Juan Bosch de moda un estilo familiar que
revolucionó la oratoria política dominicana. Su lenguaje desciende sin
esfuerzo, en esas páginas políticas, al nivel intelectual de las mayo-
rías iletradas, sin perder la belleza de sus giros, sabiamente combi-
nados para lograr un efecto de máxima intensidad sobre la imagi-
nación popular.
Lo que caracteriza a Bosch como escritor es la limpieza y senci-
llez de su prosa. Su dicción es siempre diáfana, pero de .una diafani-
dad que recuerda el aire de las alturas por su limpidez y su pureza.
"LA POESIA SORPRENDIDA"
En contraste con la recia personalidad de Peña Batlle, medular-
mente dominicano y con las plantas firmemente asentadas en su
tierra nativa, se ha desarrollado durante el año 1946 un movimiento
poético que se ha desentendido en absoluto de las esencias de la vida
nacional y que se ha propuesto utilizar el verso como expresión del
sentimiento cósmico y de las vaguedades espirituales que caracteri-
zan el alma contemporánea: la "Poesía sorprendida".
El alma de este grupo es Franklin Mieses Burgos, poeta de honda
sensibilidad, que no pertenece propiamente a ninguna escuela litera-
ria, como lo prueba el hecho de que sus últimas poesías indican en
él un retorno a las formas tradicionales. Otros de los iniciadores del movimiento, como Fredy Gatón Arce y Mariano Lebrón Saviñón,
han escrito, dentro de la nueva modalidad, versos sin ritmo prosó-
dico, pero dotados, a veces, de lo único sin lo cual no se concibe l a
poesía: la esencia emocional, la vibración subjetiva.
El más caracterizado representante de este arte de vdnguardia,
en lo que concierne a la poesía, es Héctor Incháustegui Cabral, muchas
de cuyas composiciones corresponden exactamente a la nueva sen-
sibilidad desarrollada en el mundo entero por el desquiciamiento
moral de l a "post-guerra": rompimiento, en cuanto a la tiranía de
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINLCANA - - - - - - . - - - - - - - - --. - -. - - - - - - -
las formas, con el modelo clásico, pero conservando todo lo orgánico
de la poesía tradicional, especialmente, como en los poemas de
Claudel, el predominio de la imagen sobre el sentido literal d las
palabras y la elacióri interna que reduce a orden y equilibrio el ritmo
anarquizado.
PEDRO MIR
Pedro Mir (n. 1913) pertenece a la generación que se levantó
bajo el régimen dictatorial dr Trujillo y que ha utilizado la poe-
sía, no sólo como expresión de angustias y sentimientos propios,
sino principalmente como instrumento de lucha contra el despotismo
y contra las iniusticias sociales.
Muchos de sus poemas, como los de Ezra Pound, y como los de
César Vallejo en la poesía latirloamericana, recogen el grito de re-
beldía de todos los que sufren para transformarlo en llama reivin-
d~cadora y en pasijn revolucionaria. En su extensa composición "Hay
un país en el mundo...", Pedro Mir pinta de mano maestra el drama
del campesino dominicano, víctima de una explotación secular que se
inicia en l a época de la conquista con las encomiendas y el trabaio
forzado en las construcciones y en las minas, y que se prolonga
hasta hoy con las nuevas formas de esclavitud representadas por el
salario inseguro y menguado y por las condiciones primitivas en que
se desenvuelve su actividad en las tierras de cuyo señorío ha sido
despojado por la usura criolla o por la piratería extranjera. El verso,
henchido de fuerza telúrica y de tensión social, desciende a veces al
tono dz la proclama política o al del panfleto doctrinario. Pero siem-
pre, bajo la fanfarria de l a pasión banderiza y a despecho del énfasis
declamatorio de las imprecaciones, se oye la voz del poeta puro,
dueF,o de su soberano arranque lírico y en posesión de toda su
capacidad atectiva.
- - -- .- - - - - J O A Q U I N B A L A G U E R
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El peligro de este género de literatura consiste en que la obra de arte se convierte ficilmente en manifiesto político, en lección mo- ral, en disertación didáctica. Pero aún con un propósito social, ajeno
al arte, se han hecho creaciones perdurables, cuando el escollo de la vulgaridad es salvado por la inspiración creadora. Así ha ocurrido
con las obras maestras .de la novela rusa bajo el régimen zarista, con las "Cartas persas" de Montesquieu, con los murales de Diego de Rivera, con tantas obras en que el genio d r l hombre se ha empe- ñado en traducir las angustias y las aspiraciones del mundo circun- dante. También a Pedro Mir lo salva su fibra purísima de poeta es- pontáneo, de cantcr legítimo, en cuyos versos hay siempre un tem-
blor de humanidad que nos hace a todos solidarios de sus cóleras impotentes y de sus preocupaciones sociales.
Pedro Mir ha tenido el privilegio de condensar en su poesía los sueños y las aspirociones de toda una generación que ha vivido en perpetua crisis consigo misma y con el medio de iniusticias que la rodea.
CARMEN NATALIA MARTINEZ BONILLA
Carmen Natalia Martínez Bonilla (n. 1917) es una voz nueva en la lira dominicana.
Conquistó fama desde que hizo públicas sus primeras poesías. Sus versos llamaron poderosamente la atención no sólo por el sabor de protesta que contenían contra el estado de cosas entonces reinante
en el país, sino también por cierto acento inconfundible que quita a
esos poemas lo que pudieran tener como expresión de desahogos
ocasionales. Composiciones como la titulada "A las hermanas Mira-
ba]", escrita con motivo del martirio de esas heroínas dominicanas,
contienen suficiente inspiración propia para permanecer en el parnaso nacional como notas imperecederas.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA - - --- - - - -- - --- - - -- - .- - - . - . -
El tiempo es el peor enemigo de los versos políticos. Aún poetas
como MBrmol y Almafuerte, voces poderosas que repercutieron en
su época en todo el ámbito latinoamericano, han enveiecido junta-
mente con sus composiciones marchitas. Privadas del calor de la
época, de la pasión que las inflamó en los días en que fueron escritas,
tales poesías, leídas hoy, nos dejan indiferentes, como si permanecie-
ron situadas en una zona abstracta del espacio. Eso no ocyrre, sin
embargo, con los poemas en que esta Corina dominicana adopta
una actitud de vengadora: muchos de sus versos políticos perdurarán,
aunque sea en la plaza públicri donde mejor luzcan, como el mirmol
de las estatuas y como el asta de las banderas. En la obra de Carmen
Natalia Martínez Bonilla, aún en la parte de ella que se encuentra
mis apegada a las miserias del mundo y a las pasiones de los hom-
bres, hay siempre un mirador oculto, un mirador levantado hacia el
infinito y desde cuya cima pcede cada uno de nosotros asomarse a
la contemplación del firmamrrito estrellsdo.
ACTUAL FLORECIMIENTO DE LA POESIA DOMINICANA
Del "Postumismo", el movimiento poético iniciado por Domingo
Moreno Jimenes, y de la "Poesía Sorprendida" arranca el actual flo-
recimiento ds la poesía dominicana. Un grupo de poetas jóvenes,
singularmente dotados para la actividad literaria, han constituido una
nueva escuela que sólo difiere de las anteriores en una mayor libertad
de expresión, en un tratamiento más libre y, al propio tiempo, más
exigente de las formas verbales, y en una mayor osadía en el empleo
de los recursos que ofrece la técnica para la perfección del mecanismo
poético.
No todo es, en los poetas de este grupo, artificio y retórica: en
la mayoría de ellos se advierte el deseo de evadirse de los temas
y de los usos tradicionales para crearse su propio instrumento de
expresión.
-- J O A Q U l N B A L A G U E R --
Además de Franklin h'lieses Burgos (n. 1907), quien ha publicado "Sin rumbo ya y harido por el cielo", 1944, "Clima de eternidad,
y "El héroe" (poema), 1954; de Freddy Gatón Arce (n. 1920), cuya
obra permanrc2 aún dispersa en periódicos y revistas; y de Héctor Incháustegui Cabra1 (n. 1912), autor de "Poemas de una sola angus- tia", 1940, "Versos", 1950; "Muerte en el edén", 1951, "lnsulas ex- trañas'', 1952, y "Rebelión vegetal", 1956, se destacan, en este mo- vimiento, los poetas Rafael Américo Henríquez (n. 1899), autor de "Rosa de tizrra", 1944; Marcio Veloz Maggiolo (n. 1936), quien ha
dado a la publicidad "El sol y las cosas"; Abelardo Vicioso (n. 19301, cuyo libro, "La lumbre sacudida", 1958, constituyó una verdadera revelación por la extraordinaria belleza y la novedad de algunas de sus composiciones; Máximo Avilés Blonda (n. 1931); Lupo Hernán- dez Rueda (n. 1931) y Rafael Valera Benítez (n. 1938), autores del
libro de poesías "Trío", 1957, obra también notable como manifes- tación de tres temperamentos poéticos poderosamente originales; Pedro René Contín Aybar (n. 1907), poeta y escritor, quien ha dado a la estampa "Federico García Lorca, poeta popular", (Conferencia),
"Biel, el marino", (Poema en prosa), y "Antología poética dominicana";
Andrés Avelino García (n. 1901), entre cuyas obras figuran "Fonfa-
seos", 1921, "Pequeña antología postumista", 1924, y "Cantos a mi
muerta viva", 1926; Manuel Valerio (n. 1910), autor de "Co-
ral de Sombras", 1943, "Sitio para el amor y Canto a Sa-
ra", 1958; Ramón Lacay Polanco (n. 1924), poeta, cuentista y
nbvelista dz vigorosa personalidad, autor de las narraciones "La mujer
de agua", 1949, "En su niebla" y "Punto sur", 1958; Juan Sánchez
Lamouth (1929-1969), quien realizó una copiosa labor poética en
la cual sobresalen los libros "Elegías a las hojas caídas" y "19 poe-
mas sin importancia", (1 955); Mariano Lebrón Saviñón (n. 1922),
autor del ensayo dramático "Cuando el otoño siega las hojas", 1949,
y de una variada producción poética que no ha sido aún recogida en libros, pero que le ha dado fama como uno de los más inspirados
poetas de su generación; Ramón Cifré Navarro (n. 1915); Rafael Lara
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMiNICANA
Cintrón (n. 1931), autor de "Alabanzas a la memoria", 1958; Juan Alberto Peña Lebrón (n. 1930); Víctor Villegas (n. 1924); José Manuel
Glas Meiía (n. 1923); Manuel Yanes (n. 18891, autor de' "El fuego" (Poema), 1953; Enriquillo Rojas Abreu (n. 1920); Aida Cartagena Portalatín (n. 1918), quien ha publicado "Víspzra dzl sueño", "Mi
mundo el mar" y "Una mujer está sola"; Rubén Suro García Godoy (n. 1916); Francisco Antonio Cruz (n. 1920); Abel Fernández Mejía (n. 1931); Héctor Pérez Reyes (n. 1927); Pedro María Cruz (n. 1912); Heriberto Bobadilla Beras (n. 19D9); Tomás Morel (n. 1913), quien
ha publicado "Del llano y de la loma", 1941, y "La calle de mi casa", 1951; Sócrates Barinas Coiscou (n. 19161, poeta y escritor, autor de "Crisol", 1951, y de "Hitos en la senda de un recuerdo", 1958,
(Versos); y Francisco Domínguez Charro (1 9 18- 19431, poeta de honda sensibilidad, vencyo a destiempo por la muerte.
I\E,erecen especial mención, dentro de este grupm, Tomás Hernán-
dez Franco, poeta de reconoc'da originalidad y cuentista de fértil imac,inación y de estilo ágil y nervioso, autor de "Rezos bohemios", 1921, y de "Amor, inquietud y cansancio", 1923, "Canciones del litoral alegre", 1926, y "Yelidá", 1942; Antonio Fernández Spencer (n. 1925), laureado en 1952 con el premio de poesía "Adonais", a quien se deben obras de tanta importancia como "Bajo la luz del día", Madrid, 1952, "Vendaval interior",. 1953; Manuel Rueda (n. 1921), el pozta d? más recia personalidad de las últimas generacio- nes, galardonado con el "Premio Nacional de Literatura "Patria Nueva",, 1957, por su obra teatral "La Trinitaria Blanca", y, Manuel del Cabral
(n. 1912), p o ~ t a de rica y extensa producción, que ha cultivado con acierto la llamada poesía negroide en los libros "Pilón", 1931, "Poe- mas negros", 1935, y ha publicado, además, "Compadre Mon", 1943, "Antología tierra", 1949, y "Segunda antología t i~rra", 1951.
- J O A Q U I N B A L A G U E R
En el campo de la investigación histórica es donde la generación
de estz período ha desplegado una actividad más constructiva. El p3ís cuenta hoy con un gran número de investigadores que han enri- quecido con notables monografías y con valiosos trabajos de depu- ración y de anilisis, la historia dominicana.
Merecen d?stacarse, especialmente, en este campo, Emilio Ro- dríguez Demorizi (n. 1908), a quien se debe una brillante sem- blanza biogr6fica de "Jusn Isidro Pérez, ~f ilustre loco", 1938, y una vasta obra de divulgación que ha consistido, principalmente, en reunir y dar ordenadamente a la publicidad el material indispensable para el conocimiento de nuestra historia; Vetilio Alfáu Durán (n. 1909), quien ha publicado, entre otros estudios, uno relativo a la "Contribución de Higüey a la causa de la independencia nacional"; Gilberto Sánchez Lustrino (1902-1946), autor de "Caminos cristianos de América", Río de Janeiro, 1942; César Herrera (n. 1910), a quien se debe 21 mejor 2studio hecho hasta hoy sobre la historia de la deuda pública nacional, "De Harmont a Trujillo", 1953; Rufino Mar- tínez (n. 1893), notable biógrafo e investigador, quien ha publicado estudios magistrales acerca de Eugenio Deschamps, Uiises Heureaux, Gregorio Luperón, Pedro Santana y Buenaventura Báez; Alcides García Lluberes (1889-19157)~ continuador de la obra de su padre, el beneméri- to historiador José Gabriel García, en acuciosos estudios acerca de Juan Pablo Duarte y de otros próceres de la independencia; Pedro L. Vergés Vidal (n. 1903), autor de "Anacaona", 1947 y de una "Historia de Santiago", 1937; Guido Despradel Batista (n. 1909), au,tor de una "Historia de la Concepción de La Vega", 1938, y de otros trabajos de investigación histórica; Francisco E. Beras (n. 1901), quien ha dado a la estampa diversos trabajos acercq de las batallas de la indepen- dencia y acerca de la participación en cada una de esas acciones de guerra del general Pedro Santana; y Freddy Prestol Castillo (n. 1913), autor de varios estudios sobre Neiba y otras zonas fronterizas.
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ANDRES AVELINO GARCIA, EN EL CAMPO DE LA CRITICA FlLOSOFiCA
Andrés Avelino García (n. 1901), ha realizado en el campo de la crítica filosófica una labor equivalente a la que dentro de la misma generación cumplió M. A. Peña Batlle en el de la crítica histórica.
El autor de "El problema antinómico de la fundamentación de una lógica pura", es actualmente un3 de las figuras centrales de la cultura dominicana. Su labor se destaca sobre la de todos sus con- tempor6neos no sólo por su contenido espiritual, sino también porque
ninguna otra ofrece el ejemplo de una dedicación tan absoluta al pensamiento y al estudio.
La naturaleza de las disciplinas a que ha consagrado su vida, así como el lenguaje necesari;mente técnico que ha tenido que uti- lizar para la expresión de sus ideas, no le ha permitido extender a zonas muy extensas de la concirncia popular su magisterio científico. La misma falta de emotividad ds su obra, consagrada a la filosofía, lo ha obligado a circunscribir su influencia a una parte reducidísima
de las nuevas genzraciorres. Pero ese hecho, lejos de disminuir la significación de su nombre en la vida intelectual de la nación, contri- buye a hacer más grande su mérito como hombre entregado, con ejernplar desinterés, a una empresa dz cultura que se halla totalmente desvinculada de toda finalidsd utilitaria.
Las obras con que ha enriquecido el pensamiento nacional in- dican, por sí solas, su metódico ascenso en la escala de la sabiduría: entre su "Metafísica Categorial", publicada en 1940, y "El problema antinómico de la fundamentación de una lógica pura", 1951, se ad- vierte el desarroilo gradual de una inteligencia superior, nacida para los trabaios de abstracción .y para la meditacijn elevada.
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JUAN ISIDRO JlMENEZ GRULLON
Juan Isidro Jimenez Grullón (n. 1903), es autor de los mejores
estudios sobre la sociología dominicana. Sus ensayos revelan un
conocimiento profundo del proceso histórico nacional desde la colo- nia hasta nuestros días. Su sentimiento revolucionario y su ubicación
ideológica, como hombre de mentalidad poderosamente influída por la filosofía naturalista en sus formas más avanzadas, no le han im-
pedido observar imparcialmente nuestra realidad y reflejarla en cada
uno de sus enfoques con espíritu objetivo. Sus libros "Una Gestapo en América", "Al Margen de Ortega y Gasset", "Crítica a La Rebelión
de las Masas", y crítica "En Torno a Galileo", contienen páginas ad- mirables que se leerán siempre con interés no sólo por la originalidad
de sus conc?ptos sino también por el acierto con que en ellas se anali- zan los fenómenos característicos de la azarosa historia de nuestro
país, sin duda el pueblo de América que ha atravesado por mayores vicisitudes y el que ofrece un campo más vasto a la sociología por la heterogeneidad de los factores que intervienen en la formación de su genio nacional y en el proceso de sus estructuras sociales.
Juan Isidro Jimenes Grullón es, además de socióldgo, un exce- lente escritor. Su prosa, de párrafos cortos pero sólidamente trabados, constituye un alarde de sencillez y de rigor dialéctico.
OTRAS FIGURAS SALIENTES EN EL
CAMPO DE LAS LETRAS
En el campo puramente literario, la generación nacida después
del 1900 ,ha producido un ensayista de sólida cultura filosófica:
Pedro Troncoso Sknchez (n. 1904); un poeta de arrestos civiles: Ar-
mando Oscar Pacheco (n. 1902); un novelista de fuerza: Ramón Ma-
rrero Aristy (n. 1913), autor de "Over", especie de poema épico
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en prosa sobre los problemas humanos de la industria azucarera; un dramaturgo en crisálida: Franklin Domínguez Hernández (n. 1931); y
un refinado crítico de arte: Pedro René Contín Aybar (n. 1907).
Merecen también mencionarse dentro de esta generación literaria,
Miguel Angel Jiménez (n. 1901), autor de la novela "La hija de una cualquiera", y de cuentos criollos donosamente escritos; Gladio Hi- dalgo (1912-1937), autor de "Los nocturnos del acaso", 1937; Miguel A. Peguero hijo, (.1904-1963, poeta madrigalesco de fina inspiración; Martha María Lamarche (1900-1950), autora de "Retazos de luz"; Livia Veloz (n. 1898), quien ha dado a la estampa "Relicarios sentimentales", 1929, y "Acordes", 1936; Ernestina Gómez de Read (n. 1908); Delia Weber (n. 1902), autora de "Encuentro" y "Ascuas vivas", 1939, y del poema dramático "Los viajeros", 1944; Jesús Ma. Troncoso Sán- chez (n. 1902); tuis A. Mota (1896-1941); Francisco Ulises Domínguez (n. 1900); Manuel Viera (n. 1889); Juan Francisco Sánchez (n. 1902); Enrique de Marchena (n. 1906), autor de "El Problema de los Territo- rios Dependientes"; Carlos Federico Pérez (n. 1913), galardonado con el "Premio Nacional de Literatura Patiia Nueva", 1956, por su obra "Evolución poética dominicana", y quien ha publicado además, entre otras obras, el ensayo "La Naturaleza en la Novela ~is~anoamerica- na", 1943, y "Experiencias de Martín Fierro", 1957; María lbarra de Victoria (n. 1912), quien ha publicado "Alma en penumbra"; Melba Marrero de Munné (n. '191 l), poetisa y escritora; Héctor B. de Castro Noboa (n. 191 1); Iván Alfonseca (n. 1912); Mario Martínez, (n. 1915); Alfredo Fernández Simó (n. 191 5); Miguel Alberto Román (n. 1906); Virginia de Peña (1904-1948); José M. Sanz Lajara (n. 1917); Néstor Caro (n. 1917), ha publicado dos interesantes libros de cuentos, "Cielo Negro", 1950, y "Sándalo", 1957; José Rijo (n. 1915); Hilma
Contreras (n. 19 13); Esthervina Matos (n. 1903); Enrique Cambier
(n. 1895); José Martínez Conde (n. 1899); Rafael Brenes Pérez (1902-
1950); Rafael Mejía Alvarez (n. 1907), quien ha dado a la estampa "Cuadros bucólicos", "Matices" y "Zumos del camino"; Virgilio Hoe-
pelman (n. 1915), poeta y escritor, autor de "Nuestra vida exterior",
acerca de la historia diplomática dominicana; Luis Heriberto Valdez
(1895-1953); Manuel de Jesús Goico Castro (n. 191 3), escritor e histo-
riógrafo, quien ha publicado "Literatura Dramática Dominicana", acu- cioso estudio sobre la historia del teatro nacional, de 1558 a 1844;
Pbro. Oscar Robles Toledano (n. 1912), ensayista y orador sagrado,
quien ha dado a la publicidad, entre otros trabajos de mérito, "José
Enrique Rodó, su estética", y "Rasgos y perfiles de la cultura española
en los siglos de oro".
A P E N D I C E
OBRAS EXTRANJERAS SOBRE SANTO DOMINGO
Santo Domincjo, sobre todo en la.época en que el país consti-
tuia un motivo de codicia para las grandes potencias colonizadoras,
ha excitado Id ccrriosidad de numerosos historiadores y publicistas
extran/eros que han escrito clbras de considerable valor histórico
sobre la parte de la isla ocup~da hoy por la R~pública Dominicana.
Entre esa variada ,y extensa bibliografía acerca de Santo Dominao,
sobresalen 16s obras siguientes, algunas de las cuales han sido
reimprecas en lengua c3stellana:
P. Pierre Francois Xbvier de Charlevoix: "Historie de I'sfe Espag-
nole ou de S. Domingue", París, 1730-1731. T. l., 483 pSgs. T. II,
506 piys.
Dorvo Soulastre: "Voyage por terre de Santo-Domingo, capitale
de Id Partie Espagnole de Saint-Domingue, au Cap-Francais", París,
1809. 407 pjys.
J. B. Lernonnier Delafosse: "Srcond Campasne d Saint Domingue
du ler. Decembre 1803 au 5 Juillet 1809, precedee de Souvenirs L
Histórique & succints de la premiere Campagne. Expédition du Gene-
ral en chef Leclerc, du 14 Décernbre 1803", Havre, 1846. (En 1946 se
publicó una versión al espafiol hecha por el Lic. C. Armando Ridríguez).
E. M. Caro: "Saint-Domingue et les Dominicaines", París 1853.
Mariano Torrente: "Política ultramarina, Relaciones de Espaiia
con los Estados Unidos, Inglaterra, las Antillas y señaladamente con
la Isla de Santo Domingo", Madrid, 1854.
J O A Q U l N B A L A G U E R
William Welles Brown: "St. Domingo: Its Revolutions and its patriots", Boston, 1855. 38 pjgs.
Gustave D'Alaux: "L'Empereur Soulouque et son Empire", París, 1856. 286 págs.
José Ferrer de Couto: "Reincorporación de Santo Domingo a
España", Madrid, 186 1.
Richard. B. Kimball: "ln The Tropics, by a Settler in Santo Domin- go", New York, Carleton, Publisher, 1863. 306 págs.
Lepelletier de Saint-Remy: "Saint-Domingue", París, 1864. 2 tomos; 374 y 554 pjgs.
"La Cuestión de Santo Domingo", Habana, 1864. 38 págs.
Deb. Randolph Keim: "San Domingo", Philadelphia, 1870. 336 págs.
Ramón González Tablas: "Historia de l a dominación y última guerra de España en Santo Domingo", Madrid, 1870. 229 págs. (Hay reimpresión del mismo año).
Samuel Hazard: "Santo Domingo past and present", London, Sampson, Low, Marston, Los, & Searle, 1873. 51 1 pigs.' llust.
José de La Gándara y Navarro: "Anexión y Guerra de Santo Domingo", Madrid, 1884. 2 tomos, 442 y 662 págs.
"Santo Domingo", (Pub Bureu of the American Republics), Washington, 1892, 197 págs. Ilust.
M. L. Moreau de Saint-Mery: "Descripción de l a parte española de Santo Domingo". (Reimpresa en 1944, 491 pJgs., trad. del Lic. C. A. Rodríguez).
A. Hyatt Verril: "Porto Rico Past and Present and San Domingo of to-day", New York Dodd, Mead and Company, 1914. 358 págs. Ilust.
HLSTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Otto Schoenrich: "Santo Domingo a Country With a Future", New York. The MacMillan Company, 1918. 418 pigs. Ilust.
Melvin M. Knight: "The Americans in Santo Domingo", New
York. Vanguard Press, 1928. 189 págs. (Hay trad. hecha por la
Universidad de Santo Domingo).
Sumner Welles, B.: "Naboth's Vineyard, The Dominican Repu- blic", New York, 1928. 2 tomos, 1058 págs. (Hay traduc., hecha por
el profesor Manfredo A. Moore).
Charles Callan Transil: "The United States and Santo Domingo,
1798-1873", Baltimore, 1938. 487 págs.
Gilberto Guillermin: "Diario histórico. Guerra dominico-francesa
de 1807", Santo Domingo, 1938. 287 - LVlll págs. (Trad. del Lic. C. Armando Rodríguez).
INDICE DE TITULOS
Acordes (Livia Veloz!: 330.
Adela o el Angel del Consuelo, Fran- cisco Javier Amiama: 196.
Advenimiento (~ornin~o-a ore no Jim Jnez): 263.
Alabanzas a la memoria (Rafael Lara Cinlrón): 325.
Al amor del bohio (Ramón Emilio Jimé- ner): 258.
A la sombra de los olivos (J. 8. Larnar- che): 260.
A las sociedades po~iticas (Eugenio Des- champs): 221.
Alfarería indígena dominicana, Díaz Nie- se): 286.
Alfonso XII (Ulises Heureaux h.): 198. Algunas palabras sobre la Consritución
Americana (J. Lamarche Pérez): 272. Alma adentro (Rodriguez Victoria): 286.
Alma criolla (Rafael Damirón!: 290.
Alma dominicana (Federico García Go- doy): 274.
Alma m penumbra (María lbarra de Vicloria): 276.
Alma y libros (Federico Henriquez y Carvaial): 185.
Almas y perfiles (Castillo Márquezk284.
Alrededor y en contra del plan Hugher- Peynado (Félix Evaristo Mejia!: 278.
Amalia (Mármol): 178.
América Mundo (Moreno Jimenes): 263. Americanismo literario (Garcia-Godoy):
274. Americanismos en el Ihnguaia dominicano
(M. A. Patín Maceo): 285. Amov y expiación (Francisco Gregorio
Billini': 197. Amor que emigra (Heureaux h.): 198. Amor, inquie:ud y cansancio (Hernándaz
Franco): 325. Anacacna (Pedro L. Vergés Vidal): 326. Anexión y Guerra de Santo Dom:ngo
(José de la Gándera): 334. Ante el conflicto (Castillo Márquez): 284
An:iaxioma; morales, médicos, filosóficos y políticos (Fernando Diez Leiva): 69.
An:ología mínima (Moreno jirnénez): 263. Antología poética domznicana, (Pedro Re-
né Confín Aybar): 324. Antología tierra (Manuel del Cabral): 325. Antonia (Pellerano Castro): 242. Apología de la justificada conducta de!
Arzobispo Valera (Correa y Cidrón): 93. A propósito de la neutralización de la
República Domin'cana (Tu'io M. Cesle- ro\: 289.
Apun!aciones criticas sobre el Imgua:e bogo'ano (Cuervo): 166.
Apun:aciones gramr:icales (Pat ín Maceo): 285.
J O A Q U I N B A L A G U E R
Apun!es de Ha'ti (Miguel Angel Monclús): 284.
Apuntes para la historia de la isla de
Santo Domingo, y para la biografía
del general dominicano Juan Pablo Duarte y Díez, (Rosa Duarte): 100.
Apuntes para la hisforia de la parroquia
de Puerto Plata (Padre Castellanos): 290.
Apuntes para Ir prehistciIa de QuIsqueya (~arc iko Alberty): 309.
Apun'es para la historia de los Ftinita- rios (José María Serra): 100.
A pun!o largo (Américo Lugo): 271. Arcos vo;ivor (Osvaldo Bazil): 254. Arehipiilago (Virgilio Diaz Ordóñez):
261. Ascuas vivas (Delia Weber): 330. Ata!a (Chateaubriand!: 199.
iAy de los vencidos! (Rafael Damirón): 289.
Azo!aina biográfica (Alejandro A. Guridi): 108.
Bajo el Úl.imo crepúsculo (Luis Hungría Lovelace): 267.
Bajo la fuerza yanqui (Francisco Prais- Rarnírez): 286.
Bajo la luz del día (Fernández Spencer): 325.
Bajo otros cielos (Casiillo Márquez) 284. Bani (Federico Henriquez y Carvajal): 187.
Biblia: 64.
Biel, el marino (Contín Aybar): 324.
Bosquejo histórico critico de la enseñanza racional (Félix E. Mejía): 178.
Bosquejo histórico del descubrimiento y conqu:s:a de l a isla de Santo Dom'ngo (Casimiro N. de Moya): 206.
Bo:inica y botánicos de la Hispaniola (M0;coso): 310.
Bibliografía (Américo Lugo): 271. Burlador de Sevilla (Tirso de Molin3: 59.
Cabezas de América (Osvaldo Bazil): 254.
Cachorros y manigüeros (José Joaquín Pérez): 105.
Caminos crist:anos de América (Gilberto Sánchez Lusirino): 314.
Campanas de la !arde (Osvaldo Bazíl): 254.
Canciones del litoral alegre (Hernández
Franco): 325. Canto a Sara (Manuel Valerio): 320.
Canto en loor de la muy leal, noble y lustrosa genie de Santo Domingo (Eu- genio Sa!azar de Alarcón): 56.
Cantor a mi muerta viva (Andrés Avelino García!: 324.
Cantos de Apolo (Apolinar Perdomo): 248.
C
Cañar y bueyes (Francisco Moscoso Pue- 110): 291.
Caria respuesta en que se disculpa en
el modo que es posib:e de los gravi- sImos e:iores que en w s sermones la reprehendió don Teófilo Filaddfo (An- tonio Sánchez Valverde': 76.
Cartas a la juveniud (Ulises Alfáu): 284. Cartas pastorales (Meriiio): 218.
Casos jurídicos (Horacio Vicioso): 286.
Catálogo de los autores que han escrito historias de Indias (Zorita): 55.
Ca:alogus floroe domingensis, (Moscoso): 309.
Caudillismo en la República Dominicana (Monclús): 275.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Cayacoa y Cotubanamá (Francisco Henrí- quez y Carvajal): 188.
Caza mmuda (Joaquín M. Bobeak 284.
W r Borgia (Tulio M. Ceslero): 289. Ciencia Jurídica Dominicana (Julio Gon-
zález Herrera): 238.
Cien día: em Nueva York (Gustavo Ber-
gés Bordas): 285. Cierzo en primavera (Amelia Francasi):
198.
Ciierea (Tulio M. Cesiero\: 287. Cielo Negro (Néslor Caro): 330. Ciudad Ramántica (Tulio M. Cestero): 287.
Clima de eternidad (Franklin Mieses Bur- go;): 324.
Códice franciscano: 44.
Código orgánico y reg1amen:ario de edu-
cación común (Fiallo Eabral): 300. Coincidencias históricas (José Gabriel
García): 203. Colón (Tulio M. Cesiero': 289. Cómo es'á el país (Rodríguez Victoria):
277.
Comprdre Mon (Manuel del Cabral): 325. Compendio de la Histor'a de San:o Do.
mingo (José Gabriel García): 203. Compendio c!!e Hisioria Patria (Arfuro
Logroño): 296. Conocimienios esenciales del idioma cas-
tellano (Arístides García Mella): 280. C~nsideraíiones acerca de la indepen-
dencia y sus prohombres. (Abréu Liczi- rac): 171.
Consideraciones históricas sobre la lepra en Santo Domingo, (Ricart): 310.
Consuefo (Heurwux hijo): 194.
Contra Roosevett (Eugenio Deschamps): 221.
Contornos y relieves (José Joaquín Pérez): 114.
Con~ribvción de Higüey a Ir cauu de la independencia naciond, (Vetilio A l f l u Durán): 326.
Coral da sombras (Manuel Valerio': 324. Cosas añeias, (César Nicolás Penson!: 163.
Cosas de Lilis (Víctor M. de Castro): 279.
Cosas del terruño y cesas mías, (Ricardo Sánchez Lustrino): 284.
Criollas, (Pellerano Castro): 241.
Crisol, (Sócrales Barinas Coiscou): 325.
Crónicas jurídicas (Horabo Vicioso\: 286.
Cuadro sinóptico de una nueva teoría
sobre la gravitación un'vena! (Fiallo Cabral): 300.
Cuadros bucólicos (Rafael Mejía Alvarez): 330.
Cuando el otoiio +esa las hojas (Mariano Lebrón Saviñón): 324.
Cuba y Quisque)~ (Federico Henríquez y Carvajal): 185.
Cuentos (Fec'erico Henríque..: y Csrvajai):
187. Cuanlos a Lila (Ceslero1: 200.
Cuen'os del Sur (Sócrates Nolasco): 284.
Cuentos frágiles (Fabio Fiallo): 246.
Cuentos puersopla.eños (José Ramón Ló- pez): 277.
Cuen'os y serpen!inas (Patín Maceo): 285
Curso de Derecho In'ernacional Público Americano (Carlos Sánchez y Sánchez):
285.
Decilogo apologético (fray Diego Rarní- Decrecer (Moreno Jimenes): 257. rez): 57. De Hartrnont a Trujillo (César Herrera):
Declaratoria de Independencia del pueblo 326.
dominicano (José Núñez de Cáceres): De pura cepa (Pichardo!: 291. 93. De la vida (Pellerano Castro): 242.
J O A Q U I N B A L A G U E R ----. . --
De la vieia lira (Jod Maria Jiménez): 147. Del amcv y del dolor (Federico Henriquez
y Carvajal): 185. Del Cesarismo (Damirón): 289. Del folklore dominicano (Julio Arzeno):
285. Del llanc y de la lema (Tomás Morel): 325.
Del Meditrr ineo al Cariba (Elíseo Gru- 11611): 173.
Del ostraciuno (Viclor M. de Castro': 279. Del pasado lirico (Juan José Sánchez).
300.
Del Sma al Ozama (Vigil Diaz): 257.
De mala entraña (Pellerano Castro): 242.
Do mi huerto (Joaquín S. Incháustegui). 284.
Descentralización y personalismo, (Maria- no A. Cestero): 174.
Descripción de la parte española de San- to Domingo (Mo-eau de Sainf-Mery': 334.
De Soslayo (Darnirón): 289.
De todo un poco (Arisiides García G6- mez): 321.
Diilogo entre un dominicano y un haitia- no, (Juan Anlonio Alix): 263.
Diario histórico, guerra dominico-francesa (Gilberío Guillermin': 335.
Diario marítimo (Colón): 15, 16, 28.
D'ccionnio provinc:al casi razonado de voces cubanas (Pichardo y Tapia): 166,
Economía Social Americana (Enrique Ji- mjnez), 286.
Ecos del datierro (José Joaquin Pérez): 115.
Ecos mundanos (Va!entín Giró): 250. Ecos rribun'cios (Eugenio Descharnps): 22 1. Ecos tribunicio~ (Juan José Sánchez): 301. Ecos y nofas (Deschamps!: 221. Edipo (Sófoclej): 24. Efluvior (Córdoba y Vizcarrondo): 145.
Doctrina Cristiana (fray Pé,dro de Córdo- ba): 39.
Doc!rina Cris'iana breve y compendiosa
por vía de d i i b o , en:?. un m w u r o y un discipulo, sacada en lmgva caste- llana y mexicana (fray Domingo de la Anuncizrión): 44.
Dolores (José Ramón López): 277.
Dolorosa (Federico Henriquez y Carvajal): 185.
Don Criróbal (Enrique Aguiar): 291. Don Juan (Byron!: 237.
Dominic.nismos (Patín Maceo): 285. Discurso (Francisco J. Peynado): 187.
Discurro (González Regalado y Muñoz):
88. Discurso pro Duarte (Federico Henriquez
y C8.rvajal): 185. Discursos medicinales (Dr. Méndez Nieto):
63. Disertación hisfórico-can6nica sobre las
exenciones de los regularus de la ju-
risdicción ordinaria (Anlonio Villaurru-
lia); 80.
Diserticiones y monografías (Machado):
222. Duarre (Federico Henríquez y Carvalal):
186. Duelos del corazón (Arnelia Francasi:: 198. Duvergé o las victimas del 11 de abril
(FAix Maria del Monle): 103.
El Artículo 291 (Heureaux hijo): 198. El Arzobispo Vale-a (Max Henríquez
Ure5a): 286. El arreglo de la cuestión dominico-espa-
ñola (Manuel de J. Galván): 194. El balcón de Psiquis (Fabio Fiallo): 246. E l Bernardo (Valbuena): 60. El brigadier don Juan Sinchez Ramírez
(Mwuel de J Trnnroso de la Concha): 283.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
E l caminan:e sin camino (Moreno Jime- nes): 263.
El Cm:o del cisne (Cestero): 200. El caso médico de Franz Pe:u k h u b r t
(Pieier): 309.
El Clero en Ian:o Domingo (Padre Cat-
ielfanos): 198.
El condenado por desconfiado (Tirso de
Molina): 59.
H derecho público in:wnacisn.l y la gua-
rra (Federico Henríqrez y Carvajal):
185.
E l descubrimien:~ y la ccnquis:a (Gustavo
Adolfo Mej id: 307
El diario de la aldea (Moreno Jirnenes):
263. E l Dr. Ekman (Moscoso): 3 10.
Elegías a las hoias ca'das y diecinueve
poemas sin irnp0r:anc.a (Sánchez La-
rnouih): 324.
Elegías de varones ilustres de indias (Juan de Caslellanos': 57.
Elemenfos de derecho adminisirativo con
ap:icación a las leyes de la República
Dominicana (Troncoso de la Concha):
283. El español en Santo Domingo (Pedro
Henríquez Ureiia\. 271.
El Es:ado dominicano an'e el derecho
público (Arnérico Lugo' 273.
El fa alista (Fichardo y Tapia): 85.
El fuego (Manuel Lianes): 325.
El gen'o de la; a3uas (Amiama Gómez':
284.
El héroe (Franklin Mieses Burgos': 324.
El hombre a'ucinado ( ~ u i s Henriquez Cas-
tillo): 291.
El ideal de los iriniiarios (Msz: Henriquez
Ureña): 286.
El jardín de los suenos (Tulio M. Cestero):
287.
El mendigo de la caredral de León (Del
Monle): 103.
El mensaie de las abejas (Ju io Gonzá'ez
Herrera': 291.
El monbiogo de HmriquiWo (Federico
Henriqcez y Carvai6l): 185.
El n ic im'en:~ de Dioni- (Fedro Henrí-
quez Ureña): 271.
El período glacial; ensayos de estudios
sobre la ida de liaiti, (Rodolfo Cam-
k iaso): 309.
El poema de Ir hiia rehtegrada (Moreno Jimenes): 263.
El poema de fa hisloria (Federizo Henrí- qcez y Carvajal!: 197.
El pemar io de Ir cumbre y d d mar (Moreno Jirnenes': 263.
El Predicador, 'ra'aio dividido m tres
par'er, al cual preceden unas reflexio-
nes sobre las abgsos del púlpi:o y medios de su reforma (Sánchez Val-
ve-de): 76. El premio de los pichoner (Del Monte):
133.
El presbítero Misuel Fuertes Lórens (Alos-
coso): 310.
El principe irruieso (Rafael O. Galván':
290.
E l problema an:inómico de la fundamen
ración de una lógica pura (Andrés
Avelino García): 327.
El problema de los territorios depon-
dien'es (Enrique de Marchena): 330.
El problema dominicano (Tulio M. Ces-
lero': 289. El eurga:orio del amor (Lázaro Bejarano':
57.
E l que menos corre, vue!a (José Francisco
Pe:lerano): 145.
El sol y las cosas (Veloz Msggiolo): 324. E l tesoro de Cofresi (Francisco Carlos
Oriea): 197.
Elucubraciones sobre e l Ieneuaie indoan-
iillano (Rodoef Carnbion y Sosa): 309
El úli imo rbencerra:e (Félix M. del Monje':
103.
J O A Q U I N B A L A G U E R
El último evan~efio (Ricardo Pérez Al- fonseia): 255.
El Viaje (Manuel A. Amiama): 293. Embiste de razas (Moreno Jimenes': 263. Encuen lro (Delia Webe;): 330. Engracia y Antoñita (Francisco G. Billini):
196. En la copa del árbol (Heureaux hiio}: 198. En la ruta desolada (González Herrera':
291. En Prosa y verso (Rafael Deligne': 147.
Enriquillo (Manuel de Js. Galcán): 191.
Ensayo de une biblioteca de I.bros raros y curiosos (Gallardo). 56.
Ensayo sobre el hombre (Pope): 134.
Ensayos críticos (Pedro Henríquez Ureña): 271.
Ensayos poéticos (Javier Angulo Guridy): 104, 303, 258, 290.
Evolución poética dominicana (Carlos Fe- derico Pérez': 330.
Examen de los sermones del padre Eli- seo, con insl-rucciones ulilísimas a los
Fanfaseos (Avelino Garcia): 320. Faniasías indigenas (José Joaquín Pérez):
113, 115, 158. Federico García Lorca, poe:a popular (Con-
tín Aybar): 312.
Figuras de barro. (Díaz Ordóñez): 261.
Flor de palma (José Joaquín Pérez): 117.
Flor del Ozama '(~illini): 196.
Florescencia (Juan José Sánchez): 299.
Ga~aripsos (Gasíón F. Deligne): 141, 230, 249, 148, 228, 230.
Ga:eras de Pafos (Vigíl Díaz): 258.
Genoveva (Heureaux hijo!: 197.
predicadores, fundado y autorizado por las Sagradas Escrituras, cconci!.ios y San:os Padres (Sánchez Valverde): 76.
Experienc:as de Martín Fierro, (Carlos Fe- derico Pérez): 330.
En su nlebla (Lacay Polanco): 324.
Episodios naciona!es (Machado): 222.
Erus2avit cor meum verbum bonum (Abn-
so de Espinosa}: 65. Esbozo de una idea (Eugenio Descharnps):
222. Escenas aborígenes (José Joaquín Pérez):
105. Escenas criollas (Monclús': 284.
Escri:os de Espaillat (Ulisei F. Espaillat): 194.
Es-ampas (Damirón): 290. Estela (Miguel Billini): 197. Estudios filo'lógicos y gramaticales (Ma-
chado): 222. Etica y esté:ica (Federico Henríquez y
Carvajal:: 185. Eusebio Sapote (Enrique Aguiar): 291.
Fo~a:as sobre el signo:(Moreno Jimenes!: 263.
Foriifitationes antiguas de Santo Domingo Luis E. Alemar): 305.
Francisca Martinoff (Arnelia Francasi): 198. Fray Bartolomé de Las ~ a i a s (Enrique
Aguiar): 265 . Fuerzas canirarias (Pellerano Castro): 242. Fundación de la citidad de La Vega (Pa-
blo Francisco Amézquita): 96.
Geografia de la isla de Cuba (Pichardo y Tapia): 85.
Góndolas (Vigil Díaz): 257. Gran caria Geográfica de Cuba (Pichardo
y Tapia): 85.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Gran expedición ing:esa contra [as Anti- Crandes m.omen:os de la historia de la llar Mayores (J. Marino Incháusíegui': música (Flérida de Nolasco): 283. 307.
Critos de la sangve (Enrique Aguiar): 265. Qrandeza; dominicanas (Luis E. Alemar): 305. Guanuma (Federico García Godoy!: 274.
Hel!otropos (Américo Lucjo': 270.
Hidalguía antillana (Haim López Penha':
390.
Himno al sol (Rosíand): 22.
His!oi:e de I'isle Espagnole ou de S. Dominzue (Charlevoix): 328.
Hisroria de la dominación y última guerra
de España en Santo Domingo (Ramón Conzález Tablas\: 329.
Histor'a de San:a Mar a y Nuevo Reino de Gianada (fray Pedro de Aguado):
60. His:oria de San:iaao (Pedro L. Vergis
Vidal): 322.
Historia de Sanio Domingo desde el des- cubrimien:~ hasia nuestros días (Anto- nio del Moníe y Tejada): 72, 85.
His:cwla de San:o Domingo (Máximo Cois- cou Henríquez': 303.
H:s:oria de San'o Domingo (Casimiro N. de Moya: 205.
Hisioria de San'o Domingo, desde 1556 hasti 1608 (Américo Lugo): 270.
Historia de Santo Dom'ngo (Gustavo Ado!- fo Meiíd: 304.
Historia de Venezuda (fra/ Pedro de Aguado): 60.
Historia del A la iranfe (Fernando Colón': 33.
Historia de fa Concepción de La Vega (Guic'o Despradel Batista): 333.
Historia de la cues'ión fronteriza Domi- nico-l<ai.iana (Manuel Arturo Peña Bat- Ile): 313.
Hisforia de la división rwri:orial de la
República Domin'tana. (Vi:ente Tolen- tino Rojas): 286.
Lis:oria de la fundación y discursos de la provincia de Santiago, de MSxico, de la Orden de Predicadores por los oidos de sus varones insignes y casos nota- bles de K u e ~ a España (Dávila Padilla\:
58. Historia de isla y catedral de Cuba (Morell
de Santa Cruz): 75.
His:oria de la liiera:ura cas'ellana (Abi- gaíl Mejia): 285.
His!oria de la Kueva España (Zorila): 59.
His"oria de la Resiauración (Pedro Marís. Archarnbault): 306.
HisÍoria de las Indias (Barto'omé de Las
Cases': 23, 31, 52, 53. Hisior'a de los himnos dom'nicanor (Joso
de Jj.1 Rave'o): 286.
His:oria dominicana (J. Marino Incháus-
i e g ~ i ) : 320.
His'oria eclesiástica ¿e la arquidiócesis de San o Domingo (Carlos Nouel': 205.
Mií'or'a gene:a! de la Orden de la Mer- ced (Tireo de Molina): 59.
Historia general y na'ural de las Indias (Fernández de Oviedo): 25, 26, 27, 28.
Historia moderna de la República Domi- nicana (José Gabriel García): 203.
H'storia na ural y moral de las Indias (Padre Acorta': 60.
Hisioria secreta de la Corie y Gabinefe do Sa'nt-Cloud, distribuida en cartas
esr'ri as a París el año de 1905 a un Lord do Ingla'erra: (José Francisco Herecia): 84.
J O A Q U I N B A L A G U E R
Hi:os en la senda de un recuerdo (Bari. Horas de es udio (Pedro Henriquez Ure- nas Coiscou): 325. na): 271.
:ioias de otoño (Vícior Hugo': 134. Hostos, d nmbrador (Juan Bosch): 318. Hosior, hombre represen:a!ivo de Amé-
Homhres y piedras (Tulio M. Cestero): 288. rica (Tulio M. Cestero): 289. Horas de bohemia (Pieter): 291. Hue:'o de inquie:ud (Osvaldo Bazil': 254.
Idea del valor de la Isla Española y uti- lidades que de ella p u d e sacar su monarquía (Anlonio Sánchez Valverde): 77, 78, 79.
Ideal (Augusto Franco Bidó): 284.
lguaniona (Javier Angulo Guridi): 104.
Impene'rable (Ame!ia Francasi): 299.
In RpostoIa:us culmine (Paulo 111): 29, 31.
lnforme del presiden'e de la deleaaciin dcminicana en la Segunda Conferencia in:ernacional Americana (Federico Hen- ríquez y Carvajal): 185.
lnforme sobre la s'iuación económica y financie.a de la República Dominicana. (Fco. J. Peynado): 286.
Insulas exlrañas (Héclor Incháusiegui Ca- brd): 324.
Inconstiiucionalidad de los ac:uales con. In rhe tropics, by a Se:tler in San'o Do- sejor de aduanas de !a República Do. mingo (Richard B. Kirnball): 334. minicana (Francisco J. Peynado): 187. 1n:ermezzo (Heine): 237.
Influencia de los principios económicos en In:roducci&n a la Historia de Santo Do-
la gobernación de los E+;ados (Fco. J. mingo (Fidel Ferrer': 307. Peynado): 183. Itinerarium (Gera!dini): 54.
Jacinto Dionisio Flores (Valentín Giró): Juan Isidro Pérez, el i:usi;e loco (Emilio 254. Rodríguez Demorizi): 334.
Jardine: de Psiquis (Enrique Aguiar): 263. Judas Iscariole e1 calumniado, (Juan
José Enrique Rodó, su estética (Robles Bosch): 318.
Toledano): 327. Juan de Nueva York o el Anticristo (Ri- Juvenilla (Federico Henríquez y Carvajal):
cardo Pérez Alfonseca): 255. 185.
La alimen'ación y las razas (José Ramón La Bula in apostola'us culmine del Papa López): 277. Paulo 111. (Ortega Frierl 286.
La Amér:ca vindicada de la calumnia de La Cacica (Damiró,,): 289. kaber sido madre del mal venéreo.
(Sánchez Valverde): 76. La calle de mi casa (Tomás Morel): 325.
La Ba.a'la de Santomé y La entrega de La campana del higo (José Joaquín Pé- Salnave (Marcos A. Cabral!: 222. rez:' 105.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA - - - --- -- - - . -. . - - - - -- - -- -
La ca-edral de Santo Dcmingo (Luis E Alemar): 305.
La Ciguapa (Josi Joaquín Pérez): 105. La Ci:a (Fabio Fiallo): 246. La ciudad de Santo Domlngo y tos mo-
numenior colonialsr (Llaverías? 286.
La Comisión I .acionalis:a dominicana en Wishi.ng!cn (Fabio Fiallo): 246.
t a conspiración de Los Alcarrizos (Max Henriqbez Ureña). 286.
La Cósmica (Garcia de la .Concha': 309.
La cruz transparente (Osvaldo Bazil): 254.
La cuestión de San:o Domingo, Habana, 334.
La Cuestión Fron!eriza Dominico-Iiaitiana (Machado): 222.
La 'cuestión Palpi:an:e (Abréu Licairac): 171. '
La cut.rr~a y las Ie:ras coToniaIe; en Santo Demingo (Pedro Henriquez Ureña': 27 1.
La Doc.tina Breve (Zumárraga': 39.
La enlutada del i ianvia (Oriea): 197.
La escuela de la felicidad y memorias pa- ra ia his:oria de la vir iud ( J x o b o Vi-
Ilaurr~.lia): 80.
La falsedad de nues-ro origen IatIno (Lo. renzo Cespr~del): 278.
La flor d e Gnido (Garcilaso): 135.
La flor de JericÓ (Joié María Jiménez): 147.
La JerufalLn Liber:ada (Tasso): 124, 106.
La folkn;úsita don;in:cana (Peña Morel): 284.
La G a k e a (Cervanles): 236.
La génesis de la Convención Dominico- americana (Troncoso de La Concha): 281.
La gloria llamó dos veces (Julio González Herrera': 29 1.
La gue:ra y la li7era:ura (Lorenzo De;pra- del): 278.
La hora que pa;a (Federico Garcia Go- d o ~ ~ ) : 275.
La independencia boba c!e Iúiiez de Cá. ceres an'e ¡a his:oria y e l derecho
público (Carios Sánchez y Sánchzz): 285.
La independencia ef'me:a (Max Henriquer Ureña): 286.
La hija del hebreo (Federizo Henríquez y Carvajal): 185.
La hija de vna cualqu:era (Miguel Angel Jirn-nez': 330.
La isla de la Tor:uga (Manuel A. Peiia 6aille): 317.
La joven Carmela (Ale;andro A. Guridy): 107.
La jusricla y el azar (Rafael Detigne): 149. La lepra en la República Dominicana (De-
filló): 310.
La leyenda de los siglos (Víclor Hugo): 135.
La lira de Quisque'a (José Casiellanos]: 154.
La lumb:e sacudida (Abelardo vicio;^':
324. La Mañosa (Juan Bosch): 318.
La n?ujer de agua (Ramón Lacay F'olancoi: 324.
La nu ier en :odos los ss.ajos roc'alei
(Peña y Reinoso): 158.
La música En San'o Damingo y oiros ensayos (Flérida de Nolasco': 283.
La na ura!eza en fa nove!a hispanoame- ricana (Carlos F. Pérez): 330.
La oc.ava maravilla (Luis Henriquez Gas.
lillo): 291.
La ocupación ¿e Santo Domingo por Haití Troncoso de la Concha): 283.
La Fa:ria en la canción (Ramón Emilio
Jim{nez1: 258. La Pa'ria y la primaiera (Amiama Gómezi:
284. La paz en la República Dominicana (José
Ramón López): 276. La pcesia folklórica en San'o Domingo
Flérida de Nolasco!: 283.
J O A Q U I N B A L A G U E R
La promesa cumphida (Mziiuel de J. Rodrígcez): 144.
La rebelián del Bahwuco (Manuel A. Pe- ña Baflle): 317.
La re:ncidencia y su penalidad (Machado): 222.
La sangre (Tulio M. Cestero): 287, 291.
La sonrisa ile Concho (Rafael Darnirón): 290.
La sombra iluminada (Diaz Ordóñez): 261.
La tragedia hai iana (Tulio M. Cestero): 289.
La itini:aria blanca (Rueda): 325.
l a frova de! recuerdo (Rafael Damirón): 290.
Lava y ertarcha (HSctor de Marchena): 200.
La venganra de un hijo (Aleiandro Guri- di): 107.
La verdad y nada más (Manuel María Valencia): 104.
La versificaci9n irregular en la poesía cas:e#:ana (Pedro Henríquez Ureña,': 271.
La v'da i~ineranie (Díaz Niese): 286.
La Villana de Vallecas y Amazonas en las Indias (Tirso de Molinq): 59.
La v'uda de Padilla (Marfínez de la Rosa': 96.
Las constituciones de la República Do- minicana (Rafael Juslino Caslillo\: 187.
Las desvastaciones de 1605 y 1606 (Ma- nuel A. Peña Batlle): 317.
Las familias vegetales representadas en la flora de Santo Domingo (Moscoso): 309.
Las feminisfas (Virginia Elena Ortea': 178.
Las manzanas de Mefisto (Fabio Fiallo): 246.
Las noches (Alfredo de Musset): 263.
Las Vírgenes de Cal'ndo (Félix María del Monie): 102.
L'Empaia-r Soulouque et son Emp're (Gustave D'Alaux): 334..
Leccioñes de análisis lógico y grama ical (Peña y Reinoso): 158.
Leccicnes de enseñanza cívica (Luis C. de Casiillo): 296.
Lecciones de Gramática castellana (Josb María Serra): 100.
Lecciones de ins~rucción moral y cívica (eernardo Pichardo): 306.
Lo inexorable (Arluro Freites Roque': 283.
Lo inmu:able (Ulises Heureaux hiio): 198.
Libros San'os: 40.
Lidia (Rafael O. Jalván): 291.
Lilis y Alejandrito (Vigil Díaz): 257.
Liferary Currents in Hispanic America (Pedro Henriquez Ureña): 271.
Li:e:a.ura Domin'cana (Apolinar Tejera': 68, 237.
Literaiura dramática dominicana, (Goico Castro): 331.
Los amores de los indios (Alejandro An- gu!o Guridi': 107.
Los ecos de un destierro (José Joaquín Pérez): 1 15.
Los civilizadores (Horacio Red): 284.
Los débiles (Jesusa Alfáu y Galván): 286.
Los dos restos de Crisióbal Colón, exhu- rnadcs de la ca'edral de Santo Domingo (Emiliano Tejeraj: 169.
LOS Es'ados Unidos y las Antillas (Tulio M. Cestero': 289.
Los girondinos (Alfonso de Lamariine): 194.
Los gobiernos y administraciones de Santo Domingo (Julio Arzeno): 285.
Los milenios del tercer mundo (Moreno Jimenes': 263.
Los nocturnos del acaso (Gladio Hidalgo): 330.
Los nocturnos del olvido (Virgilio Díaz Ordóñez): 261.
HISTORIA DE LA 1.ITERATURA DOMlNlCANA
Los pcexas del insomnio (Goico Alix): Los res:os de Colón en Santo Domingo 263. (Emiliano Te:era): 169.
Los poemas del viandan:e (Manuel E. Los surcos opuestos (Moreno Jirnenes): Suncar Chevalierj: 267. 263.
Los quisqueyanos (Julio Arzeno): 285. Los v'ajeros (Delia Weber}: 330.
Madre culpable (Amelia Franc?.si): 198.
Maldi:o a.r.or (José María Jimlne?): 147.
Mapa de la isla de Sanlo Domingo y Hai.í (Moya): 206.
María (Jorce Isaac): 149, 195, 178.
hiargari a (Francisco Carlos Orleo, seudS nirno Dr. Franck): 197.
Margari:a (BariolomS Olegario Pérez!: 145.
Maiicer (Rafael Meiía Alvarez): 330.
Memorándum d e i en endido de eva:ua. ción de la República Dominicana par las fuerzas milifares de los Es:ados Unidos, (Fco. J. Peynado): 187.
Me.xoria (Emi'ian Teierd: 169.
Memoria sobre la condición de los indios de San!, Domingo y Cuba (Alonso Suazo): 54.
Memoria sobre la gue:ra de Independen- cia de Cuba (Lorenzo Despradel): 278.
Memoria sobre Venezue'a y Caracas (Pe- dro Núñez de Cáceres': 89.
Memoria pa.a la His:oria de Quisquefa JosS Gabriel Garcia): 233.
Memorias.sobre las revoluciones de Vene- zuela (José Fco. Heredia): 84.
Me:afisica ca-egorial (Andrés Ave'ino Gar- cía): 327.
Mi a'búm de sone;os (Fede-ico Henríquez y Carvajal': 185.
Mien:ras los otros ríen (Damirón): 291. Mi España (redro Henriquez Ureña): 271. Mi hermana Ca alina (Virginia Elena Or-
lea): 178.
Mi libro azul (Emilio Prud'hornrne': 240. Mi libro iuyo (Hungría Lovelace): 267.
Mi mindo el mar (Aida Carlagena For- falalín': 325).
Minu:os literarios (Bernardo Pichardo': 305.
Mi óbolo a Cuba (Abriu Licairac): 171. N~irihos (Gabriel Angel Morillo): 267. Mis des:ierros (Eugenio Dexharnps): 221.
Miserere pa'ricio (Vigil Diaz): 257.
Monseñor de Meriño íniimo (Ame:ia Franca,¡): 197.
Mcnumen:~ ir.e~ali,ico y pe'roglifos de Chacuey, República Dominicana (Boyrie de Moya): 310.
Nacionalismo (Federico Henríquez y Car- Nociones de historia de la pedagogía vajal': 185. (Peña y Reynoso): 158.
Narraciones Domin'canas (Manuel de J. Nociones e:emen'ales de Re!Órica (Peña
Troncoso de la Concha): 283. y Re./noso': 158.
Nicia (José Ramón López): 277. No as au!obiográflcas y Apunfes HisiÓi:. Kaboih's Vineyard, The Dominican Re- cos (Gregorio Luperón): 225, 209, 210,
public (Surnmer Welles): 335. 211.
J O A Q U I N B A L A G U E R . ~
b!o!as y escorzos (Tulio M. Ceslero): 287. l iuera infancia (PLrez Alfonseca\: 164.
Notas y rdlexiones sobre nuesiros limites Nueva poesia dominicana (Fernández occiden'ales (0e;champs): 221. Spencer): 325.
k e s ' t a vida ex'erior (Virgilio Hoepel- Kuevas coinc:dencias históricas, (José mán): 33d. Gabriel Garci?,): 203.
Cbservaciones sobre las no ia i .oficiales Orégano (Vigil Díaz): 257. del Plenipoienciario del Rey de Espb
Orígenes del Estado Haiiiano (Manuel A. iía y los de la República de Haiti (70.
Peña Ballle): 317. más Bobudilla': 95.
Observaciones sobre un libro de M:. O. F. Otra; cosas de Lilis (Bergés Bordas': 285. Burton (Aleiandro A. Guridi): 108.
O\e: (Marrero Arisly): 328. Ornar Khayyam (Diaz Ordóñez): 261. Oración fúneb:e (Manuel Gonzá'ez Re- Ozema o la virgen indiana (Félix María
galado y Muiioz): 88 del Monte': 103.
Pablo y Virginia (Snint-Pierre): 199. Páginas efímeras (Federico Garcia Godoy?:
274. Páainas Se!ectas (Federico Henríquez y
Cdrvaial): 287. Palabras de m i madre, y otros poemas
(Ricardo Pérez Alfonse:a): 254. Palabras indígenas (Emiliano Tejera': 169.
Palabras sin iiempo (Moreno Jimenes!: 263.
Pa!ma real (Amada Nivar): 267. Palria recóndita (Juan Bautista Lamarche):
260. PaÚl Valery (Díaz Niese): 286.
Pedir peras al olmo (José Maria Jirnénez': 148.
Pedro FIoren!ino y un momento de la Res!auración (Sócrales Nolasco): 284.
Pensamienios escogidos de las máxiir.as filosóficas del emperador Marco Aurelio (Jacobo Villaurrufia): 80.
Pequeña antología postumisla (Avelino García): 321.
Perd:goner (Joaquín M. Bobea.': 383.
Perfiles (Josl María Jirnénez): 147.
Perfiles y relives (Garcis. Godoy): 276
Péialos (Berro* y Canelo): 213.
Pilón (Manuel del Cabral): 326
Pimen'ones (Damirón): 290.
Pina.es aden!ro (Fedro M. Archambaul!): 291.
Plan'as nuevas para la ciencia, para la
Hispaniola y para la República Domi- nicana (José de Jesús Jiménez': 310.
Pleniiud de España (Pedro Henríquez Ureña): 271.
Poemas de fa niña que está en el cielo (Fabio Fiallo): 246.
Poemas de una sola angustia. (iiéclor Incháustegui): 324.
Poemas negros (Manuel del Cabral): 325.
Poesías (Luis Emilio Garrido': 267.
Poesía (Jocefa Perdomo): 136.
~ o e d a s variar (José Joaquín Pérez): 114
Políiica ul ,rimarha. Relaciones de Espa- tia con los Es ados Unidos, Ing1a:erra. las Antillas y señaladamente con la ir-
-. HISTORIA DE LA LITERATURA DGMINICANA
la de Santo Domingo (Mariaho To- rriente): 333.
Por el es'ablocimiento del gobierno civil en la República Dominicana (Francisco J. Peynado): 187.
Por entre frivolidades (Abigail Meiía): 285.
Por la inmigración (Peynado': 187.
Por mi Pa'ria (Franciico Prats Ramírez): 285.
Porto Rico Patr and Present, and San Dcmingo of to-day (Hyatt Verril): 334.
Pierre pour lous (V. Hugo): 134. Pro fide (Juan Tomás Meiia): 267. Pro-Psiquis (Ricardo Sánchez Lusirino):
284. Prosas escogidas (Machado': 222. Psalmos (Moreio Jiménez): 263. Pucha cubana (Alejandro An;ulo Guridi):
107. Punto sur (Lacay Polanco': 324.
¿Quién es Modesto Molina? (Alejandro tres y no menos famosos reyes, prin- Angulo Guridi': 108. cipes, duques, marqueses y condes e
caballeros e personas nofables de Es- Quincuagenas de los numerosos e ilus- paña (Fernandez de Oviedo): 26.
Gamón Me'la (Federico Henriquez y Car- vajal): 185.
Rasgos b'ográficos de dominicanos céle- bres (Garcia): 203.
Rasgos y perfiles de la cul ura española en los siglos de oro (Robles Toledeno): 331.
Rebelión vege'al (H:cior Incháustegui): 324.
Recop'hción Diplorná;ica (AmCrico lugo): 271.
Recuerdos (Uba.ldo Gómez): 306. Recuerdos y notas de viaje (AbrQu Llcai
rac': 171. Reincorporación de Santo Domingo a Es-
paña (José Ferrer de Couto': 334
Relac:Ón de coras de la Españo!a (Fuen ma,ior): 54.
Gelación de la Isla Española, (Echagolan): 55.
Relación de la Nueva España, (Ramírez de Fuenleal): 54.
Rdación Sumaria del es:ado presente de
la Isla Española en las Indias Occiden- ta!es y cosas notables que hay en ella, (Alcócer': 68.
Rel:tarios sen!imen:ales (Livia Veloz): 330. Rel'quias H'sfóricas de la Española (Be:-
nardo Pichardo): 294, 296. Renacimien!~ (Haim López Penha): 290.
Réprobo (De;champs': 221.
Reseña histórica de Baní (Joaquín S. Incháuste3ui': 284.
Respues;a al artículo comunicado del Duende (Correa y Cidrón): 93.
Resumen de Historia de San:o Domingo (Manuel Ubaldo Gómez): 306.
Resumen de I4is:oria de Santo Dom'ngo (Ashton): 307.
Resumen de Mistor'a Pa'ria (Bernardo Pi- chardo): 294, 303, 305.
Refazos de luz (Martha María Lsmarche): 330.
Revolución (Damirón): 289.
Rezos bohemios (Hernández Franco!: 325.
Rimas (Bécquer): 243, 144.
J O A Q U I N B A L A G U E R
Risas y lágrimas (Virginia Elena Ortea): Rosa!eda de ensueños (Hungría Lovelace): 176, 177. 267.
Ritmos y aspectos (Pérez Alfonreca): 267. Rosa:- en flor (Osvaldo Bazil): 254. R0lr.a libre (Alfieri!: 96. Rosas de la tarde (Federico Henríquez y Romances hisióricos (Federico Henriquez Carvajal': 185.
y Carvajal): 185. RubEn Darío (Tulio M. Ceslero): 289. Roai de tierra (Rafael A. Hernández): 324. Rufinito (Federico García Godoy): 274.
Sagrada Escritura: 39.
Saint Domingue et les Dominica'nes (E. M. Cero': 329.
Sain: Domingue (Lepelleiier de Saint-Re- my): 334.
San Domingo (Randolph Keim): 334.
Santiago tradicional y pin:oresco (Germá~ Soriano': 30 1 .
St. Domingo (William Welles Btown): 334.
Sanlo Domingo a Coun3y With a Future (0110 khoenrich): 335.
SSndalo (Néslor Caro). 333.
Sanio Domingo past and preicnt (Samuel Hazzard): 3334.
Saudades (Patín Maceo': 285.
Second Campajne de Saint Domingue (J. B. Lemonier Delafosse): 333.
Segunda an:ología tierra (Manuel del Ca- bral): 325.
Seis ensayes en busca de nuestra expre- sión (Pedro Henríquez Ureiia): 271.
Tabla sinóp:ica de disfancias (Casimiro N. de Moy3: 206.
Tarea li1e:aria y pa'ricia (Osvaldo Bazil): 254.
Teatro Eclesiástico de la primitiva Iglesia de las Indias 0cc:dentales (Gil Gonzá- lez Dávila): 65.
The Americans in Santo Domingo (Melvin M. Knight!: 335.
Semblanza de Juan Pab:o Duarte (Emiliano Tejera): 169.
Senda de revelación (Haim López Penha): 291.
Sermones panegíricos y de misftwios (Sánchez Valverde): 67.
Silue:as (Miguel Angel Garrido!: 181, 183.
Silva de poesía (Salazar de Alarcón): 57, 63, 64.
Sinfonía dd nuevo ama- (Manuel Suncar Chevalier): 267.
Sinfonía heróica (Valentin Giró): 253.
Sin rumbo ya y herido por el cid0 (Franklyn Mieses Burgos): 324.
Sitio para el amor (Manuel Valerio): 324.
Sueña Pilarín (Abigaíl Mejia!: 285.
Sumario de la na'ural y general Historia
de las Indias (~ernánde; de Oviedo): 25.
Sumario explicaiivo de los actos del go- bierno militar que valida el plan Hu- ghes-Peynado (Arzeno): 285.
The Uniied States and Santo Domingo Charles Callan Transil): 335.
Tenlas políiicos (Alejandro Angulo Guri- di): 107.
T i e ~ p o perdido (Aríslides García Mella): 280.
Tierna adentro (José M. Pichardo): 291.
Tierras de América (BuRols): 286.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Todo por Cuba (Federico Henríquez y Tres hombres en en hombre (Luis Henrí- Carvajal): 186. quez Caslillo': 291.
Trac.arus de Cfonoruron divisione (Gómez (Henríquez): 267. Monquecho): 55.
T~a.ado de Lógica (López de Medrano): Trío (Avilés Blonda, Hernández Rueda y
88. Valera Benifez): 324.
rementina, Clerén y BongÓ (Julio Gonzá Trujillo, causas de una tiranla sin ejem- lez Herrera): 291. plo (Juan Bosch): 318.
n blasón colon'al (Gustavo Adolfo Me- Una mujer es:á sola (Aida Cariagena iía): 291. Porta!atín!: 325.
Jn vals de Strauu (Fé'ix María del Mon- Una noveya al vapor (Ortea): 19.7.
le): 103. Una Ges:apo en América (Juan Isidro UniversirIader (fray Cipriano de Utrera):
Jiménez Grullón): 328. 65.
Voyage par terre de 3an:o Domingo, ca- pirafe de la Partie Espagnole d e Saint Domingue, au Cap-Francais (Dorvo Sou- lasire): 333.
Vald-ia (Landestoy Garrido): 267. Vendaval inierior (Fernández Spencer):
325. Versiones del p0e.a inglés Thomas Moore
(Pérez): 114. Jersos (Héctor Incháusfegui): 324. Vicios de la dicción castellana (Federico
Llaverías': 286.
Vindicación de la ciudadanra y apologia de l a canduc:a polí:ica del doctor don Bernardo Correa y Cidrón: 93.
Visi:a apos!ólica, :opagráfica, hisiórica y es!adis:ica de todos los pueblos de Nicaragua y Casa Rica (Morel de Santa Cruz): 75.
Víspera del sueiío (Aida Cartagena Por- lalal ín): 325.
Voces de silencio (Henríquez): 267.
Vuelos y duelos (Moreno Jimenes): 263.
Yelidá (Hernández Franco): 325.
Zulema (Manuel de J. Rodríguez): Zumos del camino (Rafael Meiía Alvarez!: 144. 330.
Abrku Licairac, Rafael: 110, 169, 171, 174. Abréu Roneio, Rafael: 171: Acosta Padre Jos6 de: 60. Adán: 42. Af:igne, Luis B.: 164. Agripa (re/): 94. Agripina: 184. Aguado, fray Pedro de: 60. Aguiar, Enrique 291. Aguiar, Mercedes: 118. Alba, Duque de: 193. Alberdi: 347. Albermale, Conde: 79. Alberti Bosch, Narciso: 309. Alcócer, Luis Gerónimo: 67, 68, 129. Alemar, Luis E.: 305. Aleolares, Juan de: 205. Alfonseca, Iván: 254. Alfáu Durán, Veiilio: 326.
Alfáu y Galván, Jesusa: 286. Alfáu, Ulises: 284, 312.
Alix, Juan Antonio: 31 1.
Altagracia, Virgen de la: 149. Alvarado, Diego de: 31, 67, 68. Alvarado, Pedro: 56.
Arnézquiia, Pedro Francisco de: 96. Amiama, Francisco Javier: 110, 196. Amiama, Manuel A.: 289. Ampies, Juan de: 57.
Arnphión: 71. Anacaona: 158. Anacreonle: 245. Auclair, Marce!le: 194. Angulo, Luis de: 63. Angulo y Cabrera, Andrés: 106. Angulo Guridi, Alejandro: 107, 108, 131,
196, 315. Angulo Gurídi, Javier: 104. Angulo y Heredia, Antonio: 95. A ~ o l o : 163. Aragón, Carlos de: 205. Arce de Quirós: 67. Archambault, Pedro María: 291, 306. Arismendi, general: 107.
Arzeno, Julio: 285. Arzeno, Julio V.: 285. Arredondo y Pichardo, Gaspar de: 85.
Arredondo, Tomás de: 94.
Arredondo, Vetilio: 110, 307. Arroyo, Manual María: 100.
Alvarez de Quiñones, Anionio Claudio: Ashton, E. H.: 307. 74. Avelino Garcia, Andrks: 327
Alvarez Chanca, doctor Diego: 17, 19 Avilés Blonda, Máximo: 324. Arnbrosio: 49. Aybar, Andrejulio: 267. Arnelia Francasi (seudónimo): 110. Aybar, Jos6 Gabriel: 88.
Báez, presidente Buenaventura: 112, 179, Barinas Coiscou, Sócrates: 325. 183, 218, 233, 218. Barranco, Juan de: 69.
Barahona, Luis de: 115. Basora, Porfirio: 267.
J O A Q U I N B A L A G U E R
Bastidas, Rodrigo de: M. Bazil, Osvaldo: 154.
Bécquer, Gustavo Adoifo: 243, 274, 245, 260, 280.
Eeiarano, Lázaro: 56, 64.
Bello, Andrés: 142. Beras, Francisco E.: 326. Bergés Bordas, Gustavo E.: 285, Bermúdez, Federico: 244, 249. Bermúdez, Luis Arturo: 147. Bernal y Muñoz, José Antonio: 85.
Bernard, Jos9 Maria: 266. Gerroa y Canelo Quilerío: 280. Belanzos, fray Domingo de: 39, 44, 45. Bosch, Juan: 318. Filiini, Francisco Gregario: 110, 112, 121,
191, 195, 225. Eillini, Hipóliio: 193.
Cabral Buenaventura: 341. Cabral, Eulogio C.: 313. Cabral, Joss Maria: 217, 194, 211 Cabral, Mmuel del: 325. Cabral, Marcos A.: 110, 222. Cabral y Aybar, Marcos: 96. Cabral, Melchor: 197. Cabrera, fray Alonso de: 60. Cáce-es y Ovando, Alonso: 55. Calderón, Fernando: 228. Carnbiaso y Sosa, Rodolfo: 309. Cambier, Enrique 330. Cunicero, Jos6 Maria: 184.
Carnpoamor, Ramón de: 230. Canales, fray Hernando de: 59. Candelaria, Manuela de la: 89. Csrlos v.: 54. Carlos 111.: 78.
Carmona Aguirre, Manue!: 88, 94. Caro, E. M.: 333. Caro, Nbsior: 326, 330. Caro, Rodrigo de: 121.
Cartagena Porlalat ín, Aida: 325.
Billini, Migue!: 198, 199. Blanché, Francisco J: 107.
Bobadilla, Antonia: 108. Bobadiila Beras, Heriberio: 325. Eobadilla, José Maria: 89.
aobadilla Briones, Tomás: 95, 180. Bobea, Joaquín María: 284.
Bobea, Pedro Antonio: 102. Boil, Padre: 36, 204.
Eolívar: 228, 215.
Eonaparle, José: 93.
Eoyrie de Moya, Emil: 300. Bo,er: 93, 95.
Brene; PBrez, Rafael: 330. Brouard Auguste: 94.
Buño's, J. Eslebari: 286. Byron, Lord: 241.
Caravajal y Campofrío, Alonso de: 67, 71. Carvajal y Carnpofrío, García de: 67, 71.
34.
Casas fray Barlolomé de Las: 19, 23, 24, 27, 37, 46, 196.
Caste!lanos, Juan de: 53.
Castellanos, Pedro: 197, 2'08. Castellanos, Rafzel C.: 197, 198. Casiilla, Isabel de: 13.
Cast i l !~ Márquez, Francisco Xavier del: 284.
Castillo, Luis C.: 289, 296, 297. Castillo, Luis Jusiino: 187. Castro Noboa, Héctor B. de: 330. Castro Palomino, José Aguslín de: 80.
Caslro, Víctor M. de: 279. Cerezano Carnarenas, Antonio: 89.
Cerventes: 19, 175.
Céspedes, Carlos. Manuel de: 156. Ceste:~, Manuel Florenlino: 199. Cestero, Mariano A.: 110, 174. Cestero, Tulio M.: 287, 289. Cestero Burgos, Tulio: 337.
-- HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA -- - -- m - - - - ---e.
Cisneros: 34.
Cifré Navarro, Ramón: 324.
Cohfn y Marcheia, Luis 110
Coiscou Henríquez, Máximo: 306. Colón, Cristóbal: 11, 13, 15, 17, 33, 206.
Colón, Fernando: 33. Colón, virrey Diego: 56, 192, 361, 192. Conchillos: 48. Coniin Aybar, Pedro René, 324. Conlreras, Hilma: 218. .
Córdoba y Vizcarrondo, Eugenio de: 110. 144.
Charlevoix, Pierre Francois Xavier de: 77.
D'Alaux, Gustave: 334.
Damirón, Rafael: 289.
D'Annunzio: 271, 287.
David: 72.
Dávila Fernández de Castro, Fe'ipe: 94. Dávila Padilla, Fray Agustín: 54.
Defiló, doctor Fernando Alberto: 310.
De!igne, Gasión (Padre): 225.
De'igne, Gastón F.: 260, 142, 225, 267.
De!igne, Rafael A.: 11 1, 150. Del Monte, los: 74.
Del Monte y Tejada, Antonio: 25, 201.
Del Monte, Félix Maria: 100, 106, 115, 278, 133, 185.
Del Monle, Manuel Joaquín: 95.
Del Monle y Mena, Jejús: 84.
Deschamps, Eugenio: 214, 119, 215, 120.
Despradel Batisla, Guido: 326.
Dejprdel , Lorenzo: 278.
Dessalines: 85. Díaz y León, Gregoria: 118.
Córdob?, fray Pedro de: 25, 29, 34, 36. 37, 39, 40.
Cornielle, Tomas: 147.
Cortés, Hernán: 57.
Correa y Cidrón, Bernardo: 88, 69, 93.
Correa Cruzado, Juan de Dio;: 96.
Crisfo (Ver Jesús): 37.
Cruz Alvarez, Arquímede& 267.
Cruz, Francisco Anionio: 325.
Cruz, Pedro María: 325.
~ué l i a r , María de: 192.
Ccervo: 166.
Chenier: 14 1. Cheri Victoria, Juan: 2%.
Diaz Mirón: 141.
Diaz Nie;e, Rafael: 286.
Díaz Ordóñe:, Virgilio (Ligio Vizardi': 260-261.
Díaz Páez, doctor Enrique: 94.
Diego, Jos6 de: 220.
Diez de Leiva, Francisco: 70.
Cios: 34, 37, 40.
Dominguez Charro, Francisco: 325.
Domínguez, Francisco U:ises: 330.
Dominguez He:nández, Franklyn: 330.
Duarie, Juan Pablo:' 97, 164, 217, 317, 338.
Duarte, Rosa: 100.
Duarte, Virente Ce'eslino: 131.
Dubarcjuier: 84.
Duboc, Pedro Eduardo: 209.
Ducoudray, J. Humberlo: 260.
Dumas: 194.
Duvergé, general Antonio: 103, 31 1, 295.
J O A Q U I N B A L A G U E R
Echago, an. l icencido Juan de: 54. Espinosa, fray Alonso de: 65.
Echenique Peláez, Mercedes: 118. Espaillat, Pedro: 153.
Echevarría, Esteban: I I 1 .
Einstein: 309.
Espaillat, Ulises Francisco: 149, 221, 223, 112, 191, 211, 212.
Espronceda: 157. Espinar, fray Alonso de: 34, 38. Eva. 42.
Fábregas, Virginia: 242. Felipe 11: 71. Feliz. Leonor M.: 118. Fernando el Caiólico: 38, 41 Fernández Meiia, Abel: 325.
Fernández de Castro, Baltasar: 67, 69. Fernández de Oviedo, Gonzalo: 25, 27, 28, 57, 78, 201.
Fernández Pérez, Agustín: 1 15.
Fernández Simo, Alfredo: 2t8.
Fernández Spencer, Antonio: 325
Ferrand, gobern2,dor: 91
Galván, Manuel de Jesús: 110, 116, 191.
Galván, Rafael D.: 291.
Galvez, Francisco da. 56.
Gallardo, Bartolom5 Josf: 57.
Gallego, Juan Nicasio: 120. Gándara y Navarro, J o s i de la: 352. Ganíe, Pedro de: 44. Carey, Francisco de: 52. Garay, Natividad: 95.
García Carrión: 52. Garcia, José Gabriel: 110, 167, 184, 197.
199, 316, 338. Garcia; Leonidas: 280. García de la Concha, Osvaldo: 309. García de Padilla, fray: 205. García Godoy, Federico: 266, 269. García Fernández de Torquemada; 55. García Godoy, Emilio: 259. Garcia Gómez, Arístides: 110, 171, 172.
Ferrer de Coulo, Jos?: 334.
Ferrer, Fidel: 307.
Fial!o Cabral, Arístides: 300.
Fiallo, Fabio: 261, 239, 243, 240.
Figueroa. Angela: 225.
Fisuberl: 312. Foxá, Francisco Javier: 95.
Franco Bidó, Juan Luis: 175. Franco Bidó, Augusto: 283. Freiies Roque, Arluro: 110, 290. Fuenmayor, Alejandro: 54. Fuenle, doctor l. de la: 113.
García Lluberes, Alcides: 3 18 García Mella, Arístides: 175.
Garcilaso: 135, 230.
Garrido, Fernando Arluro: 285.
Garrido, Luis Emilio: 267.
Garrido, Miguel Angel: 1 1 l a 195, 181. Garrido, Victor: 272, 258. Gatón Arce, Freddy: 324. Gautier, Manuel María: 183. Geraldini, Alejandro: 56, 219. Germán Soriano, M.: 301. Gibbes, Lucas F.: 113. Gil González Dávila: 65.
Giró, Valentin: 251, 252, 253. Girón de Castellanos, Antonio: 67, 69. Glas, J. M.: 192. Glas Meiía, José Manuel: 325. Goico Alix, Juan: 257, 263.
Goico Castro, Manuel de J.: 331.
- -- - J O q Q U l N B A L A G U E R
- -.- - -- - - - .. - . - -
LbarDocrou, Juana de: 257, 322.
lbarra de Victoria, Maria 330.
Incháusíeaui, Joaquin S.: 284
Incháustegui Cabral, Hhclor: 320.
J Jesús (Ver Cristo': 36, 40, 51, 52. 147,
149. Jimlnez, doztor José de JeAs: 306. Jiménez, José María: 148. Jiménez, Miguel Angel: 326.
K Keirn, Deb Randolph: 329 Ke!ly, Filzmsurice: 26. Kennedy, Elena: 176
Lacay Polanco, Ramón: 320. La Gándara: 132, 210. Lamarche, Angel Rafael: 284. Lamarche, Juan ~autista.: 259. Lamarche, Marthn María: 326. Lamarche y Pérez, José: 1 1 1, 172.
Landestoy, Federico: 196. Landestoy Garrido, Pedro: 267. Lara Cintrón, Rafael: 321. Lavaslida: 183. Lavasíida, Miguel A!fredo: 1 1 1. Lebrón Saviñón, Marisno: 321. Leiva y Mosquera. Tornasina de: 67, Lemonier Delafosse, J. B.: 328. León XIII: 177. León, fray Luis de: 119. Leopardi: 147. Lepelletier de Saint-Remy: 329. Licairac, Celina: 171.
Llanes, Msnuel: 325. Llaverías, Federico: 286.
Incháus'e3u1 Cabral, Joaquín Marino: 307.
isaac, Jorge: 149, 199. Isabel 11 : 210. Isaias: 56, 218.
Jimlnez, Ramón Emilio: 257. Josefo: 183. Julio Cdsar: 27. Julio II, (Papa): 55, 60. Jirnénez Grullón, Juan Isidro: 328
Kirnball, Richard B.: 334. Knighr Me'vin M.: 335.
Liendo, Francisco de: 67. Liendo, Rodrigo de: 67. Linares, fray Tomás de: 31. I.ogroño, Arturo: 298, 307. López, JosC RamOn: 276, 289, 290. López, fray Juan: 59. LÓpez de Avila, Alonso: 6 1 LÓpez de Medrano, doctor Andrés: 88, 94. López Penha, Haim: 291. Lorena, Claudio de: 1 l . Lucano: 248. Lucifer: 45.
70. Lugo, Américo: 264, 176, 271, 273. Lulio, Raimundo: 300. Lumbreras, Pedro: 36. Luperón, Gregario: 140, 194, 316, 322, 338, 2z9, 212, 214.
Luperón, Nico'asa: 209. Luz y Caballero, José de la: 84, 89.
Llenas, doctor Aleiandro: 309. L1e:en9 Crisíóbal de: 31, 65, 70.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA - - - - - --- - -- ---
Maceo, general: 278.
Machado, Francisco Javier: 110, 143.
Machac'o, J.: 11 1.
Machado, Manuel Arluro: 315. 221.
Madrigal, Cordero, doctor Agustin: 80.
Maduro, Ana: 237.
Maillevalle: 143, 144.
Maldonado, Alonso de: 61. Maldonado, Rodrigo Claudío: 67, 71. Manco, fray Alonso: 36. Manzoni: 134, 143. Marco Aure'io: 100. Marckena de Leyba, Arnelia: 198.
Francisca (Amelia Francasi): 198. Marchena, Enrique de: 330. Mzrchena, H:clor de: 2cO. Mármol, José: 105, 322. Martinez C~nde, José 330. Msrtinez de Trujil!~, María:
Martinez, Carmen Natalia: 310, 337, 338. Martinez, Mario: 330. Mariínez y Mosquera, Miguel: 67, 70. Mariinez Porras, doclor Francisco: 31. Martínez, liufino: 332. Martínez Rein?., Virgilio: 269. Mártir de Anglería, Pedro: 18. Marre:-o de Munné, Melba: 330. Marrero Arisly, R.: 330. Mala y Teiada, Juan de: 85. Matos, Esthervina: 330. Meiia de Fernández, Abigaíl: 285. Mejia, Félix Evaristo: 113. Meiía, Guslavo Adolfo: 284, 291. Mejía, Ju*n Tomás: 266. Meiéndez Bazán, Antonio: 80.
melga re.:^, Ponce de León, Francisco: 73, 69.
Melgareio, Ponce de León, Juan: 67. Mena, Juan de.: 234. Mena, Juan Bautista de: 94. Mencía: 192. Mfndez Nielo, dortor Juan: 63.
Mendoza, Elvira de: 67.
Mengndez de Avilés, Pedro: 56.
Menindez y Pelayo, Marce!ino: 25, 116. Melb. Emiiia: 176.
Me114 Ramón: 31 1.
Meriño, monseñor Fernando Arturo de: 112, 309, 310, 311. 312, 167, 183, 198, 204, 2 15.
Me.0 Mónica: 326.
Mir, Pedro: 322.
M i . hel, Emilia: 177.
Mieses Burgos, Franklin: 524. Miura y Cagalle-o, Manuel: 95. Miura, Rizardo: 184.
Moriclús, Miguel Angel: 284. Mojica, Pedro de: 193. Molina, fray Alonso de: 47 Monción. Benito: 306. Monlalvo, J ~ a n : 149. Montesino, Padre Anlón de: 31, 36, 37,
38, 45, 56. Monteverde y Bello, Manuel de: 94. Montolío, AndrCs Julio: 299.
Montolío, José Florentino: 94. Morale;, Gabino Alfredo: 267. Moralin: 118. Morillas, Francisco: 67, 77, 91. Morillas, José Maria: 94. Mor i l !~ , Gabriel Angel: 267. Mo~eau le Saint-Mery, M. L.: 73, 334. Morel Campos, Juan: 325. Morel, Tomás: 325. Morell de Santa Cruz, Pedro Agusiin: 73, 79. Moi eno del Cristo, Gabriel: 113. Moreno Jimenes, Domingo: 258, 331. 262. Moore, Tomás: 135. Moscoso, doctor Juen Vicente: 88, 95,
107. Moscoso Puel!o, Francisco: 291. Moscoso, Raf?.el Maria: 3¿9. Mosin Margarite, Pedro: 83.
J O A Q U I N B A L A G U E R - - - .- --M -.
Mosquera Monliel, María: 74
Mola, Fabio A.: 285.
Mola, FQlix: 105.
Mota, Luis A.: 330.
Moiolinia: 44.
Moya, Caaimiro N. de: 110, 206, 217.
Muñoz del Monje, Francisco: 84.
Mussel, Alfredo de: 258, 263, 264.
Narváez, Pánfilo de: 56. Nove', Carlos Tomás: 110. Kerón: 183. Nouel y Pierrel, Carlos Rafael: 217, 204. ni vi.^ de Pillaluga, Amada: 265. NÚñez de Balboa, Vasco: 56. No!asco, Flérida de: 282. Núñez Cabeza de Vaca, Alvaro: 56. Nolasco, Sócrates: 283. NÚñez de Cáceres, doclor fosé: 88, 89, Nouel, Adolfo Alejandro: 291, 293. 294. 91, 223, 2>6, 212. Nouel, Carlos: 169. Núñez de Cáceres, Pedro: 93
Ocañs, Clara de 81.
Oieda, Alonso de: 56.
Olmedo: 134.
Orfeo: 75.
Orlea, Francisco: 73, 197.
Orlea, Juan Isidro: 110, 140, 141
Pablos, Juan: 39
Pacheco, Aguslin de: 64.
Pacheco, Armando Oscar: 330. Parochi, cardenal: 217. Pajamonte, Miguel de: 52. Palin y Maceo, Manuel: 285.
Pane, fray Ramón: 33. Paz, Matías de la: 55. Peguero Acevedo, Altagracia: 118.
Peguero hijo, Miguel A,: 330. Pellerano, Eva: 118. Pellerano, José Francisco: 144.
Pe'lerano, Luisa Ozema: 118. Pellerano Castro, Arturo: 241, 164. Penson, César Nicolás: 1 10, 164, 177, 295,
134. Penson, William: 164. Penson Herrere, Ana María: 207.
Orlea, Virginia Elena: 176, 189.
Ortega Frier, Julio: 286.
Osorio, Ana de: 96.
Osorio. Anlonio: 71.
Ovan¿o, Leonor de: 63, 68.
Ovando, fray Nicolás de: 19, 33, 38, 303.
Peña, Diego de: 157.
Peña, Virginia de: 218.
Peña Baille, Manuel A.: 315, 339, 317. Peña Lebrón, Juan Alberlo: 325. Peña Morel, Esteban: 284.
Peria y Reposo, Manuel de Jesús: 110, 153, 243, 156, 219.
Perdomo, Apolinar: 246, 248. Ferdomo y Heredia, Josefa Anlonia:
1 10, 136. Dérez Badolomé Olegario: 110, 144,
145. Pérez, Carlos Federico: 328. PLreió José Joaquín: 110, 112, 114, 155. Pérez, Olegario: 144. Pérez, Santiago: 109. Pérez de Alarcón, Juan: 269. Péraz Alfonsec?., Eurípides: 267.
HISTORIA DE LA llTERATURA DOMiNlCANA
Pérez Alfonseca, Ricardo: 249, 255.
Pérez Jácome, fray Ambrosio: 88
Pírez Reyes, Héclor: 325.
Pelrarca: 24, 27. Pelronio: 183.
Peinado, Francisco José: 113, 186.
Peynado, doctor Jacinto: 327.
Pichardo, Bernardo: 305, 300.
Pi-hardo, Furcy: 261.
Pichardo. José Alejandro: 113.
Pichardo, José Francisco: 143.
Pichardo, José María: 291. Pichardo y Tapia, Esteban: 84, 166. Pichardo, los: 80. Piele-, Dionisio: 291. Fieler, docior Heriberto: 369. rimeniel, Presidenle: 21 1. Pina, Pedro Alejandrinw 2 15. Pineda, do:lor Antonio María: 88.
Quevedo: 249. Quinlana: 222, 145.
Ramírez, fray Diego: 31, 57, 64. Ramirez de Fuen!eal, Sebastibn: 53. Ramírez Garrido, Juan: 88. Ramos, fray Nicolás de: 54. Ravelo, Josk de Jesús: 286. Raynal, abale: 78.
Reniería, Pedro de: 55.
Read, Horacio: 306.
Reyes, fray Antonio de los: 44.
Reyes calólicos: 13, 14. Reynoso, Juliana: 157.
Ribero, Rodrijo de: 65.
Ricart, doctor Elpidio E.: 309.
Rijo, Baldemaro: 267.
Rijo, José: 218, 330.
Risse'er, Simón: 3 10.
Piiieyro, Julio A.: 267.
Pie de Guadalupe y Tellez, Francisco: 69. Pizarro, Francisco: 56.
Plinio: 28.
Plutarco: 183.
Poianco, Onésimo: 261, 267.
Polanco, Presidente Gaspar: 153.
Ponce de León, Juan: 56.
Pope: 143. Popi Catalina: 118.
Poussin, Nicolás: 11.
Prds Ramirez, Francisco: 285. Presiol Caslillo, Freddy: 320. Prud'Homn-e, Emilio: 239, 240. Prud'Homme, Emilio (Léase Pedro): 237. Prud'Homme de Peña Rivas, Ana Emilia:
241. Puello, Ana Josefa: 220. Pumarol, Pablo: 141, 110.
Qcinlana y Va!era, José Gregorio: 85. Quiñones, María Petronilla: 153.
Robles Toledano, Pbro. Oscar: 331. Rodríguez, C. Armando: 350, 351. Rodríguez Mancela: 96. Rodríguez, MI. de Jesús: 110, 144.
Rodríguez, Santiago: 306. Rodríguez Arrezón, José María: 191.
Rodríguez Demorizi, Emilio: 326.
Rodrígcez Objío, Manud: 110, 194, 131, 134.
Rodríguez y Orfiz, doctor Elías: 96. 21 1.
Rodriguez de Sosa, Tomás: 67, 69. Rodrígcez Victoria, Armando: 386.
Rodriguez Xuárez, fray Cristóbal: 66.
Roias, Benigno Filomeno de: 153, 156. Rojas, José Maria: 94.
Roias Abréu, Enriquillo: 325.
J O A Q U I N B A L A G U E R
Rojer, Cornandan!e Pedro: 225. Roldán: 13. Rornán Hernández, José: 96. Román, M i ~ u e l Alberto: 325. Roncoroni: 242. Rondón, José Lorenzo: 88.
Sainl-Pierre, Bernardino: 199. Salazar de Alarcón, Eucenio: M, 64. Salcedo, Pepillo: 322. Silcedo, Presidente: 21 1. Saldaña, Manuel María: 197. Salornón: 76. Samain, Alberl: 271.
Samper, José Maria: 276. San Pablo: 52, 54. Sánche?, Francisco del Rosario: 100. Sánchez, JUM Francisco: 330. Sánchez, Juan José: 300. Sánchez, Rafael Augusto: 285. Sánchez Larnouih, Juan: 324. Sánchez Lustrino, Gilberto: 325. Sánchez Lustrino, Ricardo: 283. Sdnchez Rarnirez, Juan: 91, 96 199. Sánchez y Sánchez, Carlos: 285. Sánchez Valverde, Juan: 75, 83. Sánchez de Valverde y Ocaña, Antonio:
75, 81, 84. Sannázaro: 27. Santa Maria: 44.
Santana, Gral. Pedro: 108, 153, 191, 155, 171, 213, 218, 181, 210, 224, 230, 287, 326, 339. '
Tácifo: 183, 205, 184.
Tasso: 24.
Tasso, Bernardo: 106.
Tejera, Apolinar: 68, 110, 217, 208. Tejera, Erniliano: 110, 167.
Tejera, Juan Nepomuceno: 201.
Ronsard: 237.
Rosseii: 148.
Rosland: 121. Rubín Darío, 267.
Rueda, Manuel: 317, 325.
Sanlangel, Luis de: 13, 16. Santo Domingo, fray Bernardo de: 36. Sanz Lajara, José M.: 330. Sarmienlo: 361, 276. Saviñón, Altagracia: 276. Scott, Waller: 194. Schoenrich, Olio: 326. Segovia, José Maria: 114. Segura y Mieses, doctor Bario!orné: 94. SCne:a: 184. Sepúlveda, Juan Ginés de: 61 Serra, José Maria: 100, 206. Shelley: 148. Sófocles: 14, 24.
Soler y Meriño, Mariano: 110, 141, 142. Soulaslre, Dorvo: 333. Saria, fray Diego de: 59. Spignolio Garrido, Pedro: 299. Suazo, Alonzo: 54. Suazo, Encarnación: 118 Suero, General Juan: 211. Suero, Nicolasa: 144. Sulrnove, Barbate de: 27. Surnmer Welles, B.: 327 Suncar Chevalier, Manuel E.: 267. Suro García Godoy, Rubén: 325.
Tejera Diaz, Juana: 164.
Teiey y Penson, Erniliano: 177, 179.
Ticiano: 267.
Tirso de Molina: 59, 64..
Tirleo: 122.
To!edo, Fernando de: 193.
HiSTORlA DE LA LITERATURA DOMINICANA
To'edo, María de: 191, 37. Toussaint L'Ouverlure: 85. To!entino Rojas, Vicente: 286. Trausil, Charles Cellan: 326. Torquemada: Francisco F. de: 67. Troncoso de la Concha, Manuel de Je- Torrente, Mariano: 333. Torres, fray Facundo: 68. sús: 273, 281.
Torres Gaicedo, J. M.: 21 1. Troncoso Sánchez, Jesús María; 326.
Tostado de la Peña, Francisco: 31, 67. ~roncoGo Sánchez, Pedro: 328.
U Ureña, Salorní: 106, 1'29, 110, 145, 119, Urrutia y Matos, Carlot: 93.
187, 189, 178. Uirera, fray Cipriano de: 65, 76, 307. Ureiia de Mendoza, Nicolás: 105, 118.
Va!buena. Bernardo de: 60. Valdez, Luis Heriberio: 331. Valdez, Tirso Anlonio: 267. Valencia, Manuel María: 102, 109. Valenzuela, Francisco de: 194. Valera, arzobispo: 93, 204, 205. Vilera y Jiminez, Pedro: 87, 94. Vallera Benilez, Rafael: 324. Valerio, Manue!: 324. Vergas, general: 21 1. Vargas Vila: 305. Vásquez de Ayllón, Lucas: 55. Vega Batlle, Julio: 340. Velázquez, Diego: 56, 183. Velázquez, Federico: 165. Veloz, Livia: 325.
Weber, De'ia: 330. Welles Brown,, William: 334.
Zafra, Juan Bautista: 167. Zolr: 312. Zorrilla, Rafael Augusto: 267.
Ve!oz Magciolo, Marcio: 324. Vergés Vidal, Pedro L.: 326. Ve.rill, A. Hyatt: 334. Vicioso, Abelardo: 324. Vicioso, Horacio: 286, 313. Víclor Hugo: 142, 144, 219. Victoria, Arístides: 191. Viera, Manuel: 225. Vigil Díaz, 0.: 271.
Villaurrutia, Antonio: 79, 85, 86. Villaurrutia, Jacobo: 79, 85, 86. Villaurrulia y Salcedo, Juan Antonio: 79. Villegas, Esfeban de: 105. Villegas, Vicjor: 325. Viñazb Conde de la: 33. Vitoria, Francisco de: 30.
We;terndorph y Compañía, Casa: 344. Weuves: 78.
Xuárez, Hernán: 34.
z Zorila, Alonso: 55. Zumárraga, fray Juan de: 39, 42, 44,
45, 48.
INDlCE GENERAL
P R I M E R A P A R T E
Pág. Capltulo l. - EL DESCUBRIMIENTO Y LA CONQUISTA, DE 1492
A 1530 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Cristóbal Colón. Diego Alvarez Chanca, Fray Bartolomé
de las Casas. Gonzalo Fernández de Oviedo.
Capitulo II. - ORIGENES DE LA CULTURA DOMINICANA . . . . 29 tos grandes civilizadores: - Fray Pedro de Córdoba. Fray Antón de Montesino. Los grandes prelados. - Oidores y oficiales reales aficionados a las letras. - Grandes escri- tores que residieron en Santo Domingo, en el siglo XVI.
S E G U N D A P A R T E
Capitulo III. - LA COLONIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
Los primeros poetas nativos.- Los primeros prosistas.
Capitulo IV. - LA LITERATURA DOMINICANA EN EL SIGLO XVtl 67 Luis Gerónimo de Alcocer; Diego de Alvarado; Tomás Ro-
dríguez de Sosa; Antonio Girón de Castellanos; Baltazar Fernández de Castro; Francisco Melgarejo Ponce de León;
Fray Diego Martínez; Tomasina de Leiva y Mosquera; José Clavijo; Miguel Martínez y Mosquera; Rodrigo Claudio Maldonado.
J O A Q U I N B A L A G U E R
P6g.
Capítulo V. - ESCRITORES NATIVOS DEL SIGLO XVlll . . . . . . 73 Pedro Agustín More11 de Santa Cruz; Antonio Sánchez Val- verde y Ocaña; Antonio y Jacobo de Villaurrutia.
T E R C E R A P A R T E
Capítulo VI.- SIGLO XlX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
PRIMER PERIODO: DE LA CESION A FRANCIA HASTA LA RECONQUISTA DE 1869. Antonio Del Monte y Tejada. SEGUNDO PERIODO: Desde la Reconquista hasta el fin de la "Espaiia Boba", en 1821. E l renacimiento intelectual de 18 1 1-1 82 1. Reapertura de l a Universidad. Los primeros pe- riódicos nacionales. Figuras sobresalientes: José Núñez de Cáceres; Bernardo Correa y Cidrón. TERCER PERIODO: LA OCUPACION HAITIANA, DE 1822 A 1844.
Capítulo VA.- CUARTO PERIODO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
DESDE LA INDEPENDENCIA HASTA LA RElNCORPaRAClON A ESPAÑA, DE 1844 A 1061. Juan Pablo Duarte; Rosa Duarte; Félix María del Monte; Manuel María Valencia; Javier Angulo Guridi; Félix Mota; Nicolás Ureña de Men- doza; Alejandro Angulo Guridi.
Capitulo VIII. - QUINTO PERIODO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
DE LA RESTAURACION DE LA REPUBLICA HASTA LA MUER- TE DE HEUREAUX, DE 1865 A 1899.- LOS POETAS: José Joaquín Pérez; Salomé Ureña.
Capítulo IX. - LOS POETAS (continuación) . . . . . . . . . . . . . . . . 1 31
Manuel Rodrígvez Obiío; Josefa ~eidorno y Heredia; Juan Isidro Ortea; Pablo Pumarol; Mariano Soler y Meriño; Francisco Javier Machado; José Francisco Pichardo; José
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Pág. Francisco Pellerano; Manuel de Jesús Rodríguez; Eugenio
de Córdoba y Vizcarrondo; Bartolomé Olegario Pérez; José María Jiménez; Rafael A. Deligne.
Capitulo X. - LOS ESCRITORES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153 Ulises Francisco Espaillat; Manuel de Jesús de Peña y Reynoso; César Nicolás Penson; Emiliano Tejera.
Cap:tulo XI. - LOS ESCRITORES (continuación) . . . . . . . . . . . . 17 1 Rafael Abreu Licairac; José Lamarche y Pérez; Eliseo Gru- Ilón; Mariano Antonio Cestero; Arístides García Górnez; Virginia Elena Ortea.
Capítulo XII. - LOS ESCRITORES (continuación) . . . . . . . . . . . . 18 1 Miguel Angel-Garrido; Federico Henríquez y Carvajal; Ra- fael Justino Castillo; Francisco José Peynado; Francisco Hen- ríquez y Carvajal.
Capitulo XIII. - LOS NOVELISTAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191 ~Manuel de Jesús Galván; Francisco Gregorio Billini; Fran- cisco Carlos Ortea; Amelia Francisca Marchena de Leyba; Ulises Heureaux hijo; Miguel Billini; H6ctor de Marchena; Manuel R. Cestero.
Capitulo XIV. - LOS HISTORIADORES . :'. . . . . . . . . . . . . . . . . . 201 José Gabriel García; Carlos Tomás Nouel; Casimiro N. de Moya; Apolinar Tejera; Gregorio Luperón.
Capítulo XV. - LOS ORADORES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2 15 Pedro Alejandrino Pina; Fernando Arturo de Meriño; Eu- genio Deschamps; Manuel Arturo Machado; Marcos A. Cabral.
J O A Q U I N B A L A G U E R
C U A R T A P A R T E Pág.
Capítulo XVI.- SIGLO XX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225
LAS DOS GENERACIONES. - PRIMER PERIODO. - GENE- RACION ANTERIOR A 1930. LOS POETAS: Gastón F. De- ligne; Emilio Prud'homme; Arturo Pellerano Castro.
Capitulo XVII. - LOS POETAS (continuación) . . . . . . . . . . . . . . 243 Fabio Fiallo; Apolinar Perdomo; Enrique Henríquez; Fede- rico Bermúdez; Valentín Giró; Osvaldo Bazil; Ricardo Pérez Alfonseca; Virgilio Martínez Reyna; Juan Cherí Victoria; Altagracia Saviñón; O. Vigil Díaz; Ramón Emilio Jiménez; Víctor Garrido; Porfirio Herrera; Emilio García Godoy; Juan B. Lamarche; Virgilio Díaz Ordóñez; Furcy Pichardo; Do- mingo Moreno Jimenes; Juan Goico Alix; Enrique Aguiar. Otros poetas.
Capítulo XVIII. - LOS ESCRITORES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 269 Pedro Henríquez Ureña; Américo Lugo; Federico García Godoy; José Ramón López; Lorenzo Despradel; Félix Evaris- to Mejía; Víctor M. de Castro; Arístides García Mella; Qui- terio Berroa y Canelo; Manuel de Jesús Troncoso de la Concha; Flérida de Nolasco. Otros escritores.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Capítulo XIX. - LOS NOVELISTAS 287 Tulio M. Cestero; Rafael Damirón; Arturo Freites Roque. Otros novelistas.
Capitulo XX. - LOS ORADORES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 293 Adolfo Alejandro Novel; Luis C. del Castillo; Arturo Logro- ño: el barroquismo literario; Rafael C. Castellanos; Arístides Fiallo Cabral; Juan José Sánchez; M: Germán Soriano.
Capítulo XXI. - LOS HISTORIADORES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303 Bernardo Pichardo; Luis E. Alemar; Manuel Ubaldo Gómez;
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA
Pág. Pedro María Archambault; Máximo Coiscou Henríquez. Otros historiadores.
Capítulo XXII. - LA INVESTIGACION ClENTlFlCA . . . . . . . . . . 309 Principales cultivadores de este género. LA POESIA PO- PULAR: Juan Antonio Alix; Eulogio C. Cabral.
Cap;tulo XXIII. - SEGUNDO PERIODO DE 1930 A 1958 . . . . 31 5 Manuel A. Peña Batlle. La poesía Sorprendida. Actual flo- recimiento de la poesía dominicana. La investigación histó- rica. Andrés Avelino García, en el campo de la crítica filosófica. Otras figuras sobresalientes en el campo de las letras.
OBRAS DEL AUTOR
PSALMOS PAGANOS (Versos), Editorial "La Información", Santiago, R. D., 1922.
CLARO DE LUNA (Versos), Editorial "La Información", Santiago, R. D., 1922.
TEBAIDA LlR ICA (Versos), Editora "Franco Hermanos", Santiago, R. D., 1924.
NOCIONES DE NlETRICA CASTELLANA (Obra didáctica, en colabora- ción con Oscar-Contreras Marrón), Imprenta "Vila", Santiago, R. D., 1930.
AZUL EN LOS CHARCOS (Crítica literaria), Editorial "Selecta", Bogotá, 1941.
TRATADO TRUJILLO-HULL Y LA LIBERACION FINANCIERA DE LA
REPUBLICA DOMINICANA (Ensayo), "Consorcio Editora", Bogotá, 194 1.
LA POLlTiCA INTERNACIONAL DE TRUJILLO (Ensayo), '"Consorcio Editora", Bogotá, 194 1.
LETRAS DOMINICANAS (Crítica literaria), Editora "El Diario", Santiago, R. D., 1944.
GUlA EMOCIONAL DE LA CIUDAD ROMANTICA, Editora "El Diario", Santiago, R. D:, 1944.
HEREDIA, VERBO DE LA LIBERTAD (Ensayo biográfico), Editora "El Diario", Santiago, R. D., (f.a.)
LOS PROCERES ESCRITORES (Crítica literaria), lmprenta "Ferrari Her- manos", Buenos Aires, 1947.
LA REALIDAD DOMINICANA (Ensayo socio político), lmprerlta "Ferrari Hermanos", Buenos Aires, 1941.
J O A Q U I N B A L A G U E R
SEMBLANZAS LITERARIAS (Crítica literaria), Imprenta "Ferrari Herma- nos", Buenos Aires, 1948.
LITERATURA DOMINICANA (Crítica literaria), Editorial "Américalee", Buenos Aires, 1950.
EL CRISTO DE LA LIBERTAD. VIDA DE JUAN PABLO DUARTE, (Biogra- fía). Primera edición, Editorial "Américalee", Buenos Aires, 1950. Segunda edición, "Artes Gráficas", Buenos Aires, 1958.
FEDERICO GARCIA GODOY (Antología), Tomo 6to. de la Colección "Pensamiento Dominicano", Editorial "Librería Dominicana", San- to Domingo, R. D., 195 1.
EL PRINCIPIO DE LA ALTERNABILIDAD EN LA HISTORIA DOMINICA- NA (Ensayo socio político), "Impresora Dominicana", C. por A., Santo Domingo, R. D., 1952.
APUNTES PARA LA HISTORIA PROSODICA DE LA METRICA CASTE- LLANA. Publicación del Instituto "Miguel d? Cervantes", de Filo- logía Hispánica, Madrid, 1954.
EL PENSAMIENTO VIVO DE TRUJILLO (Antología), Tomo I ¿e la co- lección "La Era de Trujillo. 25 años de Historia Dominicana", en
conmemoración del 250 aniversario de la Era de Trujillo, Santo Domingo, "lmpresora Dominicana", C. por A., 1955.
HISTORIA DE LA LITERATURA DOMINICANA (Obra didáctica). Editorial "Librería Dominicana", (Primera edición 1955). (Segunda edición 1958). (Tercera edición 1965).
DISCURSOS. Panegíricos, Política y Educación, Política Internacional, "Ediciones Acies", Madrid, 1957.
COLON, PRECURSOR LITERARIO (Crítica literaria), "Artes Gráficas", Buenos Aires, 1958.
EL CENTINELA DE LA FRONTERA (Vida y Hazaña de Antonio Du- vergé), Buenos Aires.
Impreso y terminado en GRAFICA GUADALUPE Rafael Calzada (Es. As.), Argentina en el mes de marzo de 1972.
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