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Hoy, nos ha nacido el Salvador. Esta es la buena noticia de esta noche de Navidad.

Como en cada Navidad, Jesús vuelve a nacer en el mundo, en cada casa,

en nuestro corazón.

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios.

Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. Juan 1, 1-3

Todo ha salido de Dios en el principio, pero para Él no corre el tiempo:Dios era y es y será siempre en el principio.

Este “principio” es, pues, punto de referencia con relación al existir del Verbo. Es una valoración absoluta.

En el lenguaje bíblico, antes de la creación de las cosas no hay más que la eternidad De Dios (Pro_8:22; Jua_17:24; Jua_8:58).

Por tanto, si en el “principio,” en la creación de las cosas, pues todas van a ser creadas por el Verbo, éste existía ya, es que no sóloes anterior a ellas, sino que es eterno.

Desde el principio de la creación, siglos antes de que Jesús naciera, el

Verbo de Dios era la luz que guía a los

hombres.

Era la sabiduría de Dios que ilumina a todo hombre, aún a aquellos que

vienen pueblo muy alejados de la fe.

Esta luz nunca faltó, ni siquiera entre los que no conocía a Dios; estaba en la

conciencia de los hombre derechos de toda raza

y tiempo.

Para los hombres, es vida y luz, todo cuanto pueden desear.

Jesús no tenía pecado, por eso sus gestos y sus palabras brillaban como

luz entre las tinieblas.

Cristo es el sol de justicia; la Iglesia tiene únicamente la luz de Cristo, al

igual que la luna sólo puede reflejar la luz del

sol.

En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Juan

1, 4-5

Juan (Yohannan, abreviatura de Yehohannan = Dios hizo gracia)

aparece situado en un momento histórico

ya pasado, en contraposición al Verbo, que siempre existe.

Juan no viene por su propio impulso; “es enviado por Dios” como testigo de la luz, nos habla que esta vida y luz, no es una idea, sino una Persona, de

la cual Juan es primer testigo de la luz,

para que todos puedan creer por medio de él.

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.

Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que

todos creyeran por medio de él. El no era luz, sino el testigo de la luz. Juan 1, 6-8

La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue

hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la

recibieron. Jn 1, 9-11

Vino la Luz a Israel con su Ley, con sus profetas, con sus enseñanzas;

le anunciaron un Mesías, y fueron rebeldes

muchas veces a esta Luz de Dios, del Verbo.

Y vino el Verbo encarnado a ellos, a su pueblo, al pueblo que le

esperaba, y cuando llegó a ellos, Israel no lo recibió, nadie había querido darles

hospedaje, ni le e conoció, porque crucificó al

Mesías.

Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.

Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por

Dios. Jn 1, 12-13

La presencia de la Luz y la Palabra, al entrar en la realidad humana y

ponerse delante del hombre, exige una decisión.

Esta Palabra es interpelante, por lo tanto

la respuesta es de aceptación o rechazo.

Recibirlo, significa acoger la salvación

que Cristo trae consigo.

Es una actitud fruto de la fe y la consecuencia es la filiación

divina, que se presenta siempre como

iniciativa divina, y no como decisión humana.

Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre

como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Jn 1, 14

Luego tenemos su entrada en el mundo.

Dios, la fuerza incontenible y eterna del amor

manifestó su inmensa generosidad y engendró a su Hijo de sí mismo en sí

mismo.

Frente a Dios era el Verbo. Dios es Padre

por cuanto engendra a su Hijo. En él proyecta y contempla sus propias

riquezas.

Juan nos habla del Verbo de Dios. Este término puede traducirse:

La Palabra, o el Pensamiento, o mucho mejor: la Expresión de Dios; y éste es

el Hijo.

El Hijo es el resplandor del Padre y su imagen.

En él estaba la plenitud del amor y la fidelidad, cualidades principales de

Dios.

Toda la creación, que se hizo por Él es regida por una ley de vida, de muerte

y de resurrección.

Este es el misterio que San Juan quiso transmitirnos. Sabiendo que me amó con corazón de hombre y se entregó a sí mismo por mí, ahora me toca a

mí transmitirlo a los demás.

Juan da testimonio de él, al declarar:

«Este es aquel del que yo dije:

El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes

que yo». Jn 1, 15

De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia. Jn 1, 16

En Cristo se ha manifestado la gloria de Dios.

Visión que se contempla por medio de la fe.

Estas podían ser las palabras de los pastores,

al regresar del establo y resumir sus vivencias.

Podrían ser las palabras con las que José y María trataran de describir los

recuerdos de aquella noche de Belén.

Son como la mirada retrospectiva del discípulo que expresa lo que le ocurrió

en su encuentro con Cristo. El que cree, ve.

Cada uno puede ver fuera solamente algo

que corresponde a lo que hay en él.

Dejemos que nuestros ojos sean abiertos por el misterio de este día

y así podamos ver.

Finalmente el apóstol resalta la figura de Cristo, el Verbo hecho carne, con la figura de Moisés, por éste nos vino

la Ley,

garantía de la gracia y fidelidad de Dios,

para con Israel, en cambio, por Jesucristo

nos viene la gracia inconmensurable, “gracia sobre gracia”.

Porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la

gracia y la verdad nos han llegado

por Jesucristo. Jn 1, 17

Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo

único, que está en el seno del Padre. Jn

1, 18 Ver a Dios, afirma Juan es

imposible, pero a través de Jesús, tenemos su revelación.

Jesús no da a conocer a Dios, es su plena manifestación.

Hoy los cristianos estamos llenos de alegría,

y con razón. Como afirma san León Magno:

«Hoy no sienta bien que haya lugar para la tristeza en el momento

en que ha nacido la vida.

Pero no podemos olvidar que este nacimiento nos pide un compromiso:

vivir la Navidad del modo más parecido posible

a como lo vivió la Sagrada Familia.»

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