el poder de las mascaras originarias de venezuela

Post on 24-Jul-2016

259 Views

Category:

Documents

3 Downloads

Preview:

Click to see full reader

DESCRIPTION

Texto de carácter didáctico que se aproxima al estudio de las máscaras originarias de Venezuela, escrito por la antropóloga y arqueóloga Leila Delgado

TRANSCRIPT

“Al ponerse la máscara delante del rostro, el bailarín no pretende disfrazarse, ni embellecerse, ni afirmarse, sino atrincherarse detrás de una imagen lo suficientemente simple y conforme a las órdenes del mito para que pueda convertirse en la trampa y en el espejo del Dios”

(J. Laude).

Entre el siglo VII y X de nuestra era se conformó el extenso cacicazgo Caquetío que abarcó

desde Falcón; Lara, Zulia, Yaracuy y Trujillo, hasta las islas de Curazao, Bonaire, Aruba y posteriormente, Cojedes, Portuguesa y parte de los Llanos de Apure. Los cacicazgos constituyeron el modo de vida y la forma de organización social de los pueblos que se asentaron en los Valles de Carora y Quíbor. Este modo de vida se caracterizo por que varias comunidades se subordinan a un señor principal o cacique, esto incluyo el pago de tributos y las diferencias de rangos.

Las máscaras encontradas en contextos

funerarios del Valle de Quíbor son

representaciones “figurativas” del rostro

humano. Se trata de formas vigorosamente

modeladas sobre superficies planas o

ligeramente cóncavas de arcilla. En

algunos casos, tienden a la reproducción

de un tipo físico de cara redonda, pómulos

pronunciados (incisos con puntos), ojos

pequeños obturados y surcados por cejas

espesas y prominentes, una nariz curva que

arranca de la frente, labios gruesos –que

dejan ver cierta gestualidad a causa de la

lengua que se asoma- o labios que se

fruncen. Ellas parecen presentar arrugas a

partir de incisiones que corren paralelas a

las aletas nasales y terminan en la comisura

de los labios. Las orejas, pequeñas e incisas,

aparecen simétricamente colocadas,

mientras que restos de pintura decorativa

con diseños geométricos, surcan las

mejillas.

La máscara como “rostro

cultural”, designa

cánones estéticos. Esta

representación puede

estar fundamentada en

motivaciones de muy

diversa índole:

económica (participa en

las ceremonias

propiciatorias de la

fertilidad de las cosechas,

la aparición de las lluvias,

etc.) sociales (ayuda a

precisar la situación social

de los individuos,

designando diferencias

de edad, ocupación,

estatus, etc.), políticas

(reafirma el dominio de

chamanes y caciques);

en fin, la máscara es una

fuente de intercambio

simbólico; ella participa

tanto del mundo del

cementerio como de la

fiesta.

Por figurativa que sea su apariencia, como ocurre con las encontradas en los cementerios del Valle de Quíbor, ellas son una representación, una imitación de la realidad, que sustituye simbólicamente una presencia. Su condición de instrumento mediador de un mundo imaginario vivido como real, le confiere –aunque sólo sea por su estructura formal- un aspecto fantástico que las hace diferir de la estatutaria, las figurinas u otros bultos icónicos tridimensionales. Sus propiedades estéticas le son dadas, tanto por sus cualidades formales, como por la capacidad de suscitar determinadas actitudes, gracias al papel que desempeñan en el sistema concreto de relaciones sociales.

De manera tal, que sea tridimensional (modelado) o bidimensional (pintura sobre la piel), el origen de la máscara parece inscribirse en la misma fuente de las “técnicas” que tienen por materia prima el cuerpo; la pintura facial, la cosmética de las deformaciones, las escarificaciones y los tatuajes y pueden considerarse por tal razón como su equivalente, al igual que todas aquellas técnicas que producen una “transmutación” que inmoviliza la gestualidad o la traslada a otro ser. La consecuencia de esa transformación convierte al “yo” en el “otro”, y a partir de ello, se alcanza una supra realidad que es tan “verdadera” como la metamorfoseada.

Las máscaras han sido utilizadas en los más

variados acontecimientos, estando

asociadas al sistema de creencias, a las

ceremonias funerarias, usadas en ritos de

iniciación, en danzas rituales de fertilidad,

etc. Ellas activan, de manera particular,

mecanismos que confieren un rostro a los

héroes culturales, convirtiendo la danza

enmascarada en una “puesta en escena

ritual” que permite al chamán, por medio

de narraciones míticas y cantos, figurar

estadios de la creación del universo. Las

máscaras, al propiciar fenómenos de

posesión, son el vínculo a través del cual es

posible ser habitado por un animal, planta o

ser sobrenatural; manejar una fuerza que se

coloca por encima de su propio cuerpo y

que lo comunica y solidariza con el orden

universal; en esa participación hay una

prolongación de la vida a través de la

muerte.

Las máscaras de Quíbor parecieran

proyectar una imagen en la materia, así la

arcilla adquiere rostro humano. Esta

antropomorfización de la materia, se

fetichiza y magnifica con la muerte, se

convierte en alma, espectro, aparición. La

imagen material del “doble” puede

encontrar en las máscaras el receptáculo

que controla, canaliza y aprisiona la

energía vital que la muerte ha liberado,

evitando la enrancia de las almas.

Si se ignora cómo manejar esta fuerza vital, puede tornarse nociva. Fuera de control, altera e inquieta el orden cotidiano de la vida, mientras que, debidamente canalizada, puede ser utilizada en distintas funciones de control político y social. La etnografía ha referido cómo la máscara, ha sido utilizada como instrumento de intercambio simbólico entre los pueblos indígenas actuales; este poder de mediación entre lo cotidiano y lo sobrenatural, debió poner en función condiciones ideológicas, políticas, mágico-religiosas y estéticas, que garantizaron la permanencia de mecanismos que reprodujeron, legitimaron y sacralizaron, el poder de los rangos en los cacicazgos.

En síntesis, tenemos que la máscara –al servicio de múltiples actividades de la vida social, como “rostro cultural”, designa cánones estéticos, normas ornamentales que pueden estar fundamentados en motivaciones de muy diversa índole: económica (participa en las ceremonias propiciatorias de la fertilidad de las cosechas, la aparición de las lluvias, etc.), sociales (ayuda a precisar la situación social de los individuos, designando diferencias de edad, ocupación, estatus, etc.), políticas (reafirma el dominio de chamanes y caciques); en fin, la máscara es una fuente de intercambio simbólico.

El warime, es el rito mayor de los wotjüja. Su comprensión en el contexto sociocultural implica, además del dominio de la lengua, el conocimiento de su complejo mundo sagrado.

Este ciclo ceremonial reitera la creación del mundo e involucra a todos los miembros de un “territorio”. Procura toda forma de fertilidad, este conmemora el momento en el cual los báquiros, sus ancestros, son atraídos desde los territorios sagrados hasta las regiones donde habitan los wotjüja

La celebración del warime se inicia con la recolección de los materiales necesarios para la fabricación de los instrumentos sagrados: bambú, caña, bejucos, hojas de palma, cera de abejas. Las máscaras y los instrumentos sonoros son guardados con celo en una casa construida especialmente para tal fin.

Las máscaras utilizadas en la danza son diversas. Una corresponde a la fisonomía del báquiro Ime, adornada con un penacho de plumas de guacamaya y tucán. Otras poseen la forma del mono blanco, representan a Re’yo, el espíritu de la abeja.

La estructura interior de las máscaras está constituida por una cesta o armazón hecha con bejuco mamure recubierta con una corteza de árbol llamada marima, a la que se le aplica una resina negra conocida como peramán. Sobre ésta se dibujan en blanco y rojo los diseños geométricos. Los danzantes se cubren la cabeza con la máscara. El cuerpo se viste con dos faldellines de flecos hechos con hojas de palma. En las manos portan una maraca tejida con fibras vegetales, salvo Re’yo, quien usa un bastón con el que acompaña el paso de la danza.

Los instrumentos sonoros del warime son sagrados , algunos imitan las voces de los animales ancestrales . Tal es el caso de la flauta longitudinal o cuwo, que reproduce el grito de los monos araguatos. La wora, formada por dos tubos vegetales colocados dentro de una vasija de barro cuyo sonido se identifica con el rugido del jaguar. El da’a símbolo de la culebra de agua, dos flautas que se ejecutan de manera alterna. El dzabo, flauta de caña cuyo sonido semeja el grito del tucán o piapoco, ancestro de los colores

Wa

rim

e

Wa

rim

e

Wa

rim

e

Wa

rim

e

Máscara educativa yekuana, realizada en madera tallada y simulación de dientes hechos con laminas de concha .

Con la invasión europea y posterior dominación colonial se impuso también esa cultura, tal es el caso de la tradición de los Diablos Danzantes como muchas otra, inspiradas en el calendario de festividades religiosas católicas, las cuales según disposición de las Leyes Indias fueron reglamentadas por curas doctrineros ocupados en efectuar misas, procesiones, altares, ejecución de instrumentos musicales para la conmemoración del Corpus Christi, el cual se celebró por primera vez en la Ciudad de Coro en el año 1582. Fiesta a la que se incorporaron de manera obligatoria indígenas, esclavos africanos y sus descendientes quienes constituyeron hermandades y cofradías afirmando nexos originarios de solidaridad.

La asistencia a los servicios religiosos dominicales, el conocimiento de la doctrina cristiana y oraciones; así como su participación en las celebraciones devocionales públicas fueron obligatorias y se realizadas bajo la mirada atenta de colonizadores, misioneros y amos de los esclavos, principalmente en el centro del país, en donde desde la colonia se asentó el enclave económico cacaotero y azucarero, principales rubros de la economía colonial.

Los danzantes enmascarados en la figura del diablo son devotos del Santísimo, ellos expresan la sumisión ante el supremo emblema del cristianismo y son expresión de la eterna lucha entre el bien y el mal, al que sucumben. La máscara del diablo representada en la alegoría de personajes o animales fantásticos de expresiones burlescas, ostentan cuernos y colmillos y utilizan el símbolo de la cruz, rosarios, escapularios, para proteger a los danzantes.

Las máscaras son confeccionadas con técnica de capas superpuestas de papel engomado sobre un molde de madera o de barro, al que se le adosan orejas, cuernos y dientes, al final se pintan con colores vistosos. Las máscaras de San Francisco de Yare generalmente presentan cuernos, cuyo número varía según la jerarquía de los danzantes: la del primer capataz, posee cuatro cuernos; la del segundo capataz, tres y las de los demás diablos llevan dos. Hace unos cincuenta años, casi todas las máscaras simbolizaban la "cara de cochino". En la actualidad predominan las de cabeza de vaca o de toro y las inspiradas en dragones y otros seres mitológicos.

Fuera del contexto religioso de los Diablos del Corpus Christi , el personaje del diablo aparece como figura central en los carnavales de El Callao, estos se distinguen por su atuendo rojo y negro y sus elaboradas mascaras, en algunos casos de grandes proporciones, hechas con múltiples cachos rectos y puntiagudos. Ellos portan un largo tridente de madera y un látigo, hecho con una tira de cuero que al ser agitada contra el piso emite un sonido característico, el cual emula el poder del mandador de los diablos para amedrentar a cualquiera que se interfiera por el camino del danzante.

El día de Corpus Christi se inicia en San Rafael de Orituco, estado Guárico, con la llegada de los promeseros, que efectúan el primer toque frente a la iglesia, al igual que en los años de la colonia amos y caporales de los esclavos negros concedían la autorización para realizar la ceremonia, ahora solicitan en la jefatura, luego van de casa en casa bailando hasta entrada la noche.

Mientras se baila frente a una casa el diablo mayor o capataz , saca un pañuelo y lo entrega a uno de los miembros de la familia visitada , este lo devuelve con algún donativo , el cual se reparte entre los promeseros para comprar las velas del Santísimo.

A diferencia de los Diablos de Aragua, Miranda, Cojedes, Vargas y Carabobo, esta ceremonia incluye a las diablas que al igual, bailan al compás del cuatro y la tambora. Los promeseros van trajeados con una vestimenta rojinegra, protegidos por cruces blancas. Las máscaras que cubren solamente la cara son hechas con el fruto del taparo, a las que dan formas de animales del llano, utilizan un característico paño rojo sobre la cabeza

Es difícil precisar la fecha exacta de la conformación del primer grupo de Diablos danzantes del Corpus Christi en Tinaquillo en el estado Cojedes, pues no existen testimonios escritos que certifiquen sus orígenes. Por la similitud en la Vestimenta, y el parecido en sus máscaras, es posible que estuvieran relacionados en sus inicios con los Diablos de Guacara cuya memoria data desde hace unos 200 años, siendo hacia 1920 cuando esta manifestación cultural adquiere mayor fuerza identitaria. Las vistosas máscaras de esta tradición son confeccionadas en tela metálica pintadas las facciones con colores brillantes

Los Locos de la Vela, forman parte una tradición popular que se celebra en la Vela de Coro, Estado Falcón, el 28 de diciembre y que conmemora el día del santoral católico de los Santos Inocentes. Festividad que se remonta a los tiempos coloniales y que constituía una suerte de licencia dada a los esclavos por parte de sus amos negreros. La aparición de "La Mojiganga", personaje enmascarado y considerado el espíritu de la tradición inaugura una fiesta, de juegos, de rizas, bailes y bromas

Fotos y textos: Lelia Delgado

Leliadelgado07@gmail.com

Lelia_delgado@hotmail.com

Blog: Huellas de lo Sagrado Esteticapueblosoriginariosvenezuela.blogspot.com

top related