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EL ESPIA QUE SE CONVIRTIO EN MITO (EL MITO QUE ACTUO DE ESPIA)
Juan Antonio de Bias
L
El aventurero se encargará de las misiones negativas. Será oficial o terrorista. Aun así siempre resultará sospechoso a los ojos de sus aliados.
J ean Paul Sartre
awrence el aventurero. Lawrence el espía inglés. Lawrence el caudillo árabe.Se exhibió tanto durante su vida que al final quedó escondido detrás del único
disfraz imposible de traspasar: la sinceridad. Poca gente a lo largo de este siglo XX ha sido más estudiada, halagada, calumniada o ensalzada que este intelectual irlandés, que arrostró la decisión de escribir su destino y dar a la literatura inglesa una de sus más bellas obras: Los siete pilares de la sabiduría. Escribió sus actos y los enmascaró con la verdad y hoy, a medio siglo de su muerte, sigue siendo un enigma que cada cual resuelve según su simpatía por el personaje. Agente secreto, caudillo nacionalista, poeta, guerrillero, arqueólogo. Al menos hay una cosa clara: aventurero.
Thomas Edward Lawrence nació en Gales en 1888, segundo hijo de un noble irlandés exiliado de su tierra por un asunto sentimental. El padre de Lawrence abandonó en Dublín a su esposa legítima, e inaguantable, y a sus cuatro hijas para fugarse con la institutriz en un melodrama «clásico» en la sociedad victoriana. La joven institutriz escocesa, bastante puritana, acentuó su rigidez por la situación de pecado en que vivía y amargó la infancia y juventud de sus hijos. Ella debió ser un peso decisivo en el joven Lawrence, que siempre sería un ser dividido entre el sentido moral del pecado y la necesidad de libertad.
En una sociedad que hacía culto del deporte, Thomas no se interesó por ninguno. En cambio se preocupó por endurecer su cuerpo y su capacidad de resistencia desde los primeros días de la escuela. Realizó sus estudios en Oxford y en el verano de 1909 estuvo de vacaciones en Siria, practicando el idioma árabe que conocía rudimentariamente. Se doctoró en Historia, presentando una tesis sobre la arquitectura militar de los cruzados que sería publicada con el título de Crusaders Castles. Además de especialista en asuntos medievales parecía que la arqueología era su mayor interés.
Como ayudante, trabajó en una expedición a Carshemish enviada por el Museo Británico. Gran honor para un recién graduado. Recorre después
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Mesopotamia y Egipto. En los años 1913-14 trabajó oficialmente como arqueólogo para la «Palestine Exploration».
Cuando estalla la Primera Guerra Mundial tiene 27 años y según sus palabras «maldecía el aburrimiento terrible de no tener nada que hacer» , por lo que se enroló en el ejército inglés. Como oficial cumple funciones en la sección geográfica del Estado Mayor. En 1915 el ministro de la Guerra, Lord Kitchener, le envía al Servicio de Información del Ejército de Egipto. Al año siguiente, en octubre, desembarca en Djeda, en el Mar Rojo, en busca de un contacto con la rebelión árabe que ha comenzado el jerife Hussein en La Meca contra la dominación turca, que hace más de cuatro siglos que ocupa Arabia.
Dos años más tarde ha sublevado toda Arabia y con menos de tres mil hombres ha logrado inmovilizar a más de cincuenta mil soldados turcos, facilitando la conquista de Palestina y Arabia por las tropas inglesas. A la cabeza de un contingente guerrillero entra en Damasco como jefe de un ejército rebelde. El oficial británico viste como un jeque árabe. Porta las vestiduras blancas de los peregrinos de La Meca, adornadas con cordones amarillo y rojo y una daga de oro en su cintura. Sus hombres gritan «Aurens, Aurens». La gloria está ahí, una gloria que retrata una historia oficial. La realidad es algo diferente a la hermosa foto del jeque inglés.
Ned -así llamaban a Lawrence en su familia- debió sufrir una doble crisis moral en su adolescencia al enterarse de que el apellido de su padre era Chapman y no el que él ostentaba. Pero, no sólo era la situación irregular y saberse un bastardo, también estaba la situación social. Sir Robert Chapman perdió su título de Baronet y su posición, que pasaron a su familia legítima. Los hijos de la institutriz escocesa tuvieron que saberse «parias» de la aristocrática y rígida sociedad victoriana. Eso hizo de Lawrence un neurótico obsesionado por la austeridad y el control absoluto de sentidos y sentimientos.
A los dieciséis años huyó de casa y sentó plaza de soldado en un regimiento de artillería. Su padre le sacó del ejército aprovechando sus amistades y la minoría de edad. Las tensiones familiares decrecieron con el regreso de Thomas a la mansión familiar, en la que consiguió unas libertades que incluían salidas y alojamiento separado. Recibió una beca para realizar sus estudios en Oxford y su padre le puso bajo la tutela del catedrático Hogarth, celador del «Ashmolean Museum» y repu-
. tado orientalista. Hogarth será su iniciador en la arqueología y su guía intelectual. Y se da el caso de que el distinguido profesor de Oxford es también un importante oficial de un servicio de información que se puede considerar como político.
Detrás de Hogarth, que sentía un verdadero desprecio por la democracia parlamentaria a la que consideraba un lujo inútil, estaba la «Tabla Redonda» , una especie de sociedad secreta impe-
rialista con acceso al gobierno de Londres, que bajo el aspecto de un círculo de estudios propugnaba el más duro y racista sistema colonial. Desde 1910 publicaban un períodico trimestral de orientación política y que constituía su cobertura académica. La preparación intelectual de los miembros de la «Tabla Redonda» era muy alta y no está de más señalar que John Bucham, el espía novelista que llegó a virrey del Canadá, pertenecía a la sociedad, y fue amigo de Lawrence.
Bajo la influencia de Hogarth, Lawrence disciplinó sus lecturas y se interesó por las obras militares de Procopius, un cónsul romano que preconizaba los movimientos de ataques rápidos y eludir las batallas abiertas: base de la futura campaña de Lawrence en Arabia, según las indicaciones de un legionario romano experto en la guerra de guerrillas casi dos milenios antes de que se inventase el término. Bajo la dirección de Hogarth Lawrence se convierte en un diestro tirador de pistola con ambas manos y en un especialista en fotografía (revelaba sobre el terreno las placas que tomaba) aficiones éstas que sobrepasaban la actitud de arqueólogo que pretendía ser.
Durante los años posteriores a sus estudios trabajó en excavaciones dirigidas o emprendidas por Hogarth, que tienen siempre la característica común de realizarse en zonas de interés militar o político. Claro está que todo Oriente estaba lleno de sitios de interés arqueológico y siempre había uno cerca de un puente construido por ingenieros alemanes, o cercano al trazado de una vía férrea.
El interés inglés en esa zona oriental se determinaba tradicionalmente por dos puntos: India y el canal de Suez. En el año 1907 se vio incrementado con un tercero: el descubrimiento de zonas petrolíferas en las montañas persas. Un petróleo que marcaba el camino del futuro como veía Winston Churchill, Lord del Almirantazgo, o Lord Kitchener, que además de mariscal quería ser el accionista mayoritario en la «British Petroleum». En este escenario Lawrence pasa del servicio de inteligencia privado de Hogarth a la Military Intelligence (enero de 1914) para la que trazará planos de la zona. Cuando estalla la guerra, Lawrence ya es un espía profesional y como agente de Información Militar es enviado a El Cairo. En Los siete pilares de la sabiduría dice: «Para los intelectuales de la ciudad la llamada del desierto ha sido siempre irresistible. No creo que encuentren a Dios, pero sí que en la soledad se oigan mejor a sí mismos». En su caso la llamada del desierto no surge de las arenas de Arabia ni de su interior, sino de una oficina de Londres. Pero para un futuro caudillo independentista es más bonito decir que fue atraído por una llamada que confesar que fue obligado por una orden.
A Lawrence le encargan una singular misión en la que llega a manejar un millón de libras esterli-
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Thomas Edward Lawrence, por Augustus John. Tate Ga-•,: llery, Londres. i 11i
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nas (la realidad supera a veces las cifras de novela). Considerando que este oscuro capitán ostenta tamaña responsabilidad económica, hay que reconocer que Lawrence tenía ya bastante más importancia que muchos generales. Esto ocurre en 1916. En Mesopotamia un ejército anglo-indio al mando del general Thowsend es derrotado por los turcos y en retirada se refugia en la plaza atrincherada de Kut. Los turcos sitiaron a los ingleses, que se vieron condenados a una inminente derrota al no poder recibir refuerzos. Ante el descalabro, el ministro de la Guerra Lord Kitchener, partidario de soluciones heterodoxas y racista convencido, pensó que se podía sobornar al jefe turco. Así nació la misión del millón de libras del capitán Lawrence. El agente inglés pretendió que el general turco Khalil dejase salir a la guarnición de la plaza a cambio de la fabulosa cifra. Pero resultó que el general turco no estaba en venta y prefirió hacer pasar a las tropas británicas por el yugo de la rendición incondicional. Lawrence fue testigo del bochorno inglés, pero allí, en Mesopotamia, recibe un mensaje de El Cairo comunicándole que ha llegado el momento de preparar la rebelión árabe. Su gran oportunidad está ahí, como oficial del servicio de inteligencia política, en la rebelión que ha comenzado el Jerife de La Meca.
En octubre de 1916 se entrevistan el inglés Storss, alto funcionario de la administración colonial de Egipto, con un hombre de confianza de los nacionalistas árabes. De aquí surgirá la alianza de los ingleses con Hussein. Es interesante señalar que por esa fecha Lawrence, el futuro campeón de la independencia árabe, escribe en un informe: «Los árabes debidamente manejados se mantendrán en un estado de política mosáica formando un tejido de pequeños principios rivales, incapaces de cohesión». Esa es la política que preconiza, para apoyar la rebelión de Hussein, el todopoderoso Lord de la Guerra Kitchener, con el que Lawrence está en contacto directo a través de Hogarth.
Lawrence se convierte en un comisario político en busca de un caudillo para la rebelión militar. Hussein, el Jerife de La Meca, es un hombre viejo que no está para muchos trotes y hay que escoger un jefe indiscutido entre sus numerosos hijos. Lawrence elige al emir Feisal y comienza la aventura que le llevará a ser conocido entre los rebeldes como el «Emir Dinamita». A Lawrence le gustaba vestir ropas árabes durante su estancia en Carchimish y adopta las vestiduras blancas que formarán parte de la mitificación de su imagen. Pero la razón del cambio de vestiduras tiene poco de romántico. En realidad, el uniforme del oficial inglés es de un colorido similar al de las odiadas tropas turcas, así que le vale más disfrazarse no sea que en la distancia se convierta en blanco apetecible para cualquier francotirador. Lawrence se entusiasma con el disfraz de jeque y se establece con los rebeldes en la zona de Medina.
Con Feisal como cabeza del movimiento militar
LAWRENCE
antiturco Lawrence mueve los peones del juego. En marzo de 1917 organiza una serie de ataques guerrilleros que tienen como misión neutralizar la vía férrea Damasco-Medina. Las constantes voladuras del tendido dificultarán el aprovisionamiento de las tropas turcas. En una patrulla de reconocimiento se produce un incidente que obliga a Lawrence a matar a un árabe a sangre fría. En su grupo, formado por miembros de distintos clanes, se produce un altercado que se salda con un muerto. Hay que hacer justicia pero los compañeros del asesino no quieren fusilarlo y si lo hacen los de otra tribu se romperá la unión. Lawrence que es un extranjero abate ·con su revólver al culpable, al que poco antes había salvado la vida en el desierto. El espía con «licencia para matar» escribe: «Huiríamos de la justicia como de la peste, nosotros los civilizados, si no tuviésemos el medio de pagar a algún muerto de hambre para ejercer de verdugo en nuestro lugar».
El principal enemigo de Lawrence, en sus primeros tiempos, no está entre las filas turcas sino entre sus aliados franceses. En el coronel Bremond, un oficial francés que ha servido en las tropas coloniales de Argelia y Marruecos, que trata de conseguir que la guerra en el desierto sea una campaña regular con tropas francesas y británicas. El enfrentamiento de posturas será favorable a Lawrence que impone su tesis de la guerra de guerrillas sólo con elementos árabes.
En el verano de 1917 el capitán inglés convence a Feisal para cruzar el desierto y atacar, por la espalda, el puerto de Akaba en el Mar Rojo. Akaba es la base por la que entran los suministros y soldados turcos y su ocupación permitiría la unión del ejército egipcio con el árabe rebelde. Lawrence, el jeque Auda Abu Tayi y treinta camelleros se internan en el peligroso desierto. Como principal arma para la rebelión Lawrence lleva en su camello veinte mil libras esterlinas en oro, con las que comprará lealtades «inalterables>>. Durante el mes de junio el agente inglés actúa tras las líneas enemigas de Damasco, se entrevista con distintos jeques sumándolos a su causa, vuela las vías en varios tramos del ferrocarril del Hedjaz y hace descarrilar un tren cargado de tropas turcas. Sus hazañas valen a Lawrence el nombramiento de compañero de la «Order of the Bath». Y con la satisfacción del nombramiento pasa a la segunda fase del ataque a Akaba.
Con quinientos camelleros Lawrence ataca el cañón de Aba Lissan, llave del camino a Akaba. El jeque Auda dirige una carga contra las posiciones turcas. Lawrence cabalga en primera línea disparando su revólver e «inventa» el vuelo sin motor. En su nerviosismo aprieta con rapidez el gatillo de su arma sin apuntar y su camello recibe un balazo en la cabeza. El animal se derrumba y Lawrence salta por los aires. En la caída pierde el
conocimiento. Cuando vuelve en sí la batalla ha terminado. Hay trescientos turcos muertos y doscientos prisioneros mientras los árabes han sufrido dos bajas en la incríble y suicida carga.
El 6 de julio las tropas de Lawrence y Auda toman Akaba, lo que convierte al oficial inglés en un héroe al volver a El Cairo. Por su hazaña Lawrence consigue el ascenso a mayor. En el cuartel general el servicio secreto le pone ante las pruebas de tratos secretos entre su amigo Auda y los turcos. Lawrence no les da importancia y escribirá: «La muchedumbre exigía héroes de novela, no comprendía hasta qué punto Auda era un ser humano». Seguramente se está justificando a sí mismo al mismo tiempo que a su amigo.
Lawrence pide para su próxima misión carta blanca y doscientas mil libras esterlinas en oro y es en este tiempo cuando forjará su real popularidad entre los árabes que le siguen con fe. Los gritos entusiásticos de los guerreros exclamando «Aurens, Aurens», con los que le reciben en los campamentos rebeldes, debieron oírse en su conciencia, planteando al joven inglés la crisis por estar comprometido entre dos lealtades contrapuestas: los intereses británicos que quieren un protectorado en la zona petrolífera y la rebelión árabe que exige la independencia.
En noviembre Lawrence se interna tras las líneas turcas y es capturado en la localidad de Derea. En el cuartel es torturado sin ser reconocido, y, según su propia confesión, sodomizado. Logra escapar, pero del encierro en Derea surge un Lawrence amargado que no recuerda en nada al agente que hasta entonces ha sido.
En enero de 1918 se da la mejor batalla de Lawrence en Tafilé. Al mando de trescientos hom'bres derrota a un contingente turco de más de dos mil soldados provistos de artillería. Por orden del
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Nesib el Bekri y T. E. Lawrence en Akaba, 1918.
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inglés no se cogen prisioneros y la contienda se transforma en carnicería. La unidad de Lawrence cuenta ahora con cinco coches blindados dotados de ametralladoras y cañones, lo que le permite incursionar con profundidad en territorio enemigo con notable efectividad. En esas fechas la crisis de Lawrence estalla y da el gran salto transformándose en un aventurero. Lo recordará así en su libro: «Me sentía harto de aquellos árabes, miserables encarnaciones semíticas que alcanzaban alturas y profundidades que quedaban lejos de nuestro alcance, aunque no de nuestra vista. Y durante dos años me he avergonzado, no sin aprovecharme al mismo tiempo de ser su compañero. Mi paciencia, en lo que se refiere a la falsa posición en la que he estado se ha agotado». El mayor Lawrence del servicio secreto del Ejército Británico se convierte en Lawrence de Arabia, en «El Aurens», y dice adiós a los intereses del imperio inglés para luchar a fondo por la causa de la independencia árabe.
Olvidando que es un oficial inglés, Lawrence aconseja a Feisal que se adelante a las tropas británicas que avanzan hacia Damasco y en la noche, antes de que lleguen los soldados del general Allemby, introduce en la capital cuatro mil hombres armados que al día siguiente izan la bandera hachemita en Damasco, forman un gobierno provisional y declaran independiente a Siria en nombre de Hussein. Lawrence pone y depone a los nuevos gobernantes en un «baile en capitanía» que coloca a los recién llegados ingleses ante el hecho consumado de la independencia árabe.
La gran jugada de Lawrence es anulada por Allemby, que como comandante en jefe recuerda a Feisal que es un teniente general a sus órdenes y por tanto debe abstenerse de los asuntos políticos y evacuar sus tropas de la capital. Feisal no sabe reaccionar y se deja domar por Allemby. El león del Desierto resulta ser un débil cordero que obedece. Su falta de decisión supone la derrota de la causa árabe y cuando abandona la ciudad con sus hombres Lawrence ya no va con él.
Tres días después el recién ascendido teniente coronel Lawrence se marcha a Londres abandonando el escenario de sus hazañas. Según sus palabras abandonó Damasco por temor de que más de tres días de poder arbitrario le contagiasen del germen autoritario. Bonita disculpa para quien lo ha ejercido en los dos últimos años. En realidad su marcha obedece a su deseo de seguir luchando por la independencia árabe, pero ahora es en Londres donde puede dar la batalla definitiva ayudado por sus amistades políticas, que sin embargo deberían ser sus oponentes. La ambigüedad continúa. Claramente ha escrito en un informe: «las promesas hechas a los árabes valdrán lo que valga su fuerza armada cuando llegue el momento de realizarlas».
El esfuerzo físico ha sido exhaustivo. En el desierto ha quedado reducido a un peso de cuarenta kilos, tiene una mano enferma y la mente agotada. Escribió que había aceptado el ascenso a teniente
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coronel porque ese grado le daría más comodidad y rapidez en su viaje de regreso a Inglaterra.
La repentina marcha de Lawrence despertó las sospechas de los caudillos árabes de la rebelión, que ya tenían la mosca tras la oreja desde que los bolcheviques habían abierto los archivos diplomáticos secretos de Petrogrado y publicado informes aliados que hablaban del reparto de la zona entre franceses e ingleses, con olvido de las promesas hechas a los árabes. La situación se hizo tan peligrosa que los gobiernos de Francia y Gran Bretaña redactaron, a toda prisa, un comunicado anunciando la liberación de las poblaciones que habían estado en manos de los turcos y la instauración de gobiernos nacionales elegidos por el mismo pueblo. Esta declaración llevó la paz a Siria, calmando el tenso ambiente hasta la Paz de Versalles. Los árabes no sospecharon que la declaración valía menos que la tinta con que estaba escrita. Después de la guerra los franceses hicieron reconocer los pactos de anteguerra y «valer» sus derechos sobre Siria. La victoria francesa hace que Hogarth, que apoyó incondicionalmente las luchas políticas de Lawrence en Londres, dimita de sus cargos y regrese a la vida docente en Oxford. Un ejército francés expulsa a Feisal de Siria que se convierte en un protectorado de Francia. Lawrence derrotado se sume en la impotencia. Al mismo tiempo que fracasa su gran aventura el periodista norteamericano Lowell Thomas le convierte, con una serie de conferencias y artículos, en el héroe nacional de Gran Bretaña.
Churchill, nuevo ministro de Colonias, llama al coronel Lawrence para que colabore en solucionar el problema árabe y el ex-agente acepta. Bajo sus auspicios Feisal es elegido rey de Irak y su hermano Abdulla recibe la corona de Transjordania. Para dos de los hijos del Jerife de La Meca la rebelión les vale la monarquía absoluta. En Arabia surge la figura de Ibn Saud, que logrará unificar el territorio ayudado por otro agente inglés: Saint John Philby, que va más lejos que Lawrence y se convierte a la religión del Islam. Lawrence trabaja durante algún tiempo en la organización de la administración jordana y abandona Arabia convertido en una leyenda. El espía se ha transformado en mito.
Lawrence regresa a Oxford y decide escribir un libro sobre sus aventuras. Lo titulará Los siete pilares de la sabiduría, inspirándose en el Libro de los Proverbios donde se afirma: «La sabiduría ha construido una casa, ha tallado sus siete pilares». Extrañamente lo subtitulará Un triunfo. En sus páginas «no se cuenta la historia del movimiento árabe sino la mía en ese movimiento». Es un libro escrito con una prosa extraordinaria, casi poética, pero siempre frenado por «un sentimiento de que en modo alguno me es posible descubrirme por completo». Lo que es un eufemismo para no decir que la ley de secretos oficiales le impedía decir todo cuanto sabía.
En Los siete pilares de la sabiduría está la rebe-
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lión y los hombres que la hicieron, o la sufrieron, a través de los ojos de Lawrence. Sus comentarios acerca del enemigo muestran su permanente ambigüedad o racismo. De los alemanes dice: «Me sentí orgulloso del enemigo que me había matado dos hermanos, estaban a dos mil millas de sus hogares, sin esperanza y sin guías, en condiciones lo bastante deseperadas para destrozar los nervios más valientes. Cuando se les atacó, se detuvieron, tomaron posiciones, hicieron fuego a la voz de orden. Ni prisas, ni gritos, ni vacilaciones. Eran espléndidos». De los turcos por el contrario afirma: «Yo no tenía, desde luego, mucho que decir en favor de ellos, pero más valía que no los degollaran, aunque sólo fuera por ahorrarme el espectáculo».
A veces la fuerza descriptiva de Lawrence nos hace sentirnos en el escenario, como en el relato de la batalla del poblado de Tafás, asolado por los lanceros turcos de Djemal Pacha. Los asesinatos de la gente indefensa producen un dolor enloquecedor en el joven jeque Tallal. Lawrence se dirige hacia él para consolarle y Auda retiene las riendas de la montura del inglés recordándole, con discreción, que el dolor no puede ser compartido, ni disminuido por palabras de condolencia. « Los dos ejércitos esperaban. Tallal galopaba, oscilando en el crepúsculo y el silencio. A cierta distancia de
los turcos, se irguió y lanzó su grito de guerra, ¡Tallal, Tallal!, dos veces, en un prodigioso clamor. Instantáneamente, fusiles y ametralladoras crepitaron». Tallal cae atravesado por cientos de balas. Ese día, por orden de Lawrence, y por primera vez en la guerra del desierto, no se tomaron prisioneros.
En el prólogo del libro el agente inglés se explica: «Cuando triunfamos se me acusó de poner en peligro los dividendos británicos del petróleo de Mesopotamia y de arruinar la política comercial francesa en el Levante. Me temo que sea eso lo que yo deseo. Pagamos por estas cosas un precio demasiado alto, en honor y vidas inocentes». Hay una sensación de orgullo cuando dice en el epílogo: «Creo que hemos cambiado el curso de la Historia en el Cercano Oriente». A lo largo de sus casi setecientas páginas el libro cuenta muchas cosas y oculta muchas más.
La aparición de la obra y su versión reducida, Rebelión en el desierto, le señalaron definitivamente, como un mito. La opinión pública inglesa estaba harta del horror de la contienda en las trincheras de Europa, donde la guerra absurda y reiterativa se había llevado monótonamente millones de vidas. Frente a las estúpidas matanzas Lawrence representaba una visión romántica y caballeresca, con un escenario exótico donde los be-
duinos se enfrentaban con sus rifles a enemigos armados con aviones y ametralladoras, devolviendo al hastiado público una visión definitivamente pretérita. Era la gente la que se empeñaba en engañarme y Lawrence se convierte, con sus escritos, en cómplice de su propio mito. «Empecé a preguntarme si todas las reputaciones estaban fundadas, como la mía, sobre un fraude».
Sumergido en la oscuridad Lawrence se enrola como simple soldado en la R.A.F., la aviación militar inglesa, y aquí el mito se transforma en espía. Está fuera de dudas su presencia en la frontera de Afganistán, al menos como soldado de aviación, durante una de las crisis antibritánicas. Casualmente la dificil situación la arregla un «desconocido» mayor Cox, que desaparece nada más terminar la misión. Un periodista hace saltar la noticia y se desata una campaña sensacionalista. Se llega a formar una comisión parlamentaria pero Lawrence se entrevista con el diputado laborista que la encabeza y desaparecen los malos entendidos, sin que la comisión parlamentaria llegue a actuar. De todas formas Lawrence pierde, pues es obligado a dejar la R.A.F.
Sirve, como soldado y con nombre falso, en el recién creado cuerpo de tanques. Entra en una extraña relación masoquista con un joven escocés que le flagela siguiendo sus órdenes. Sigue cultivando sus amistades, entre las que se encuentran Winston Churchill, Gertrude Bell, Bernard Shaw y Robert Graves, personalidades que le pueden ayudar en los espinosos campos de la política y las letras. Con falsa modestia escribe: «Será un verdadero problema para mi biógrafo si alguna vez me dedican una de esas inútiles cosas». Lawrence como intelectual es un exhibicionista; como hombre de acción, orgulloso, y siente la necesidad de la admiración y el reconocimiento aunque finja renegar de ellos. Como dice Malraux «no hay hóroes sin auditorio» y Lawrence necesitaba el auditorio.
Después de su estancia en el cuerpo de tanques escribe la novela El troquel de carácter autobiográfico y logra reingresar en la R.A.F. gracias a la colaboración de sus importantes amigos. Se preocupa por los nuevos problemas de la guerra en el aire y mantiene la reorganización y potenciación de la fuerza aérea, pues en el futuro las contiendas dependerán del dominio de los cielos. A la pregunta de quién son las personalidades más importantes de su tiempo contesta: «Cuando se escriba la Historia, probablemente Lenin ocupará el lugar del hombre más grande de nuestra época». No se le conoce ninguna reh;tción femenina sentimental, lo que es tomado como una prueba de homosexualidad latente. Escribe: «Mujeres, quiero a algunas, pero no a su sexo».
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Grupo de participantes en la Conferencia de El Cairo, en el que podernos ver a Gertrud Bel/ (segunda de la izquierda en la segunda fila), T. E. Lawrence (cuarto por la derecha en la misma fila) y Churchil/ ( en el centro de la primera) con Sir Herbert Sarnuel a su derecha.
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Defendió al errante Troski, solicitando se le diese asilo en Inglaterra, lo que fue rechazado por el gobierno laborista. A pesar de ser un simple soldado se encargó de investigaciones en prototipos de lanchas rápidas y motores de aviación. Desde 1922 a 1935 su vida está sumida en el anonimato, roto por algún chispazo público como el de Afganistán. Pero, ¿cuántos Afganistanes habría en los años oscuros de Lawrence?
Su último trabajo literario, que dejó sin terminar, fue una nueva traducción al inglés de La Odisea. A consecuencia de un accidente, cuando conducía su motocicleta, muere el 19 de mayo de 1935. En su libro había escrito: « La guerra nos había impuesto a todos el deber de envilecernos». Quizá se le podría cambiar por el epitafio de que la vida nos impuso a todos la amargura de envilecernos.
Lawrence aunó el destino y la literatura siendo protagonista de la Historia y modificando sus renglones. Poeta, espía, aventurero, merece el juicio que le dedica Sartre: «un mundo en el que los Lawrence del futuro fuesen radicalmente imposibles me parecería un mundo esterilizado».
La aventura, poder protagonizarla y poder escribirla ... ¿Qué intelectual no ha
" envidiado alguna vez a Lawrence de Ara-bia?
BIBLIOGRAFIA
Seven pil/ars ofwisdorn. T. E. Lawrence. Peguin Books. Londres.
Rebelión en el desierto. T. E. Lawrence. Editorial Juventud. Barcelona.
La vida secreta de Lawrence de Arabia. C. Simpson. Editorial Bruguera. Barcelona.
Lawrence de Arabia. Richard Aldigton. Editorial Planeta. Barcelona.
El troquel. T. E. Lawrence. Alianza Editorial. Madrid. Retrato del aventurero. Roger Sthephane. Ediciones de la
Flor. Argentina. 338171, T. E. Victoria Ocampo. Ediciones Sur. Buenos Aires. Lawrence y los árabes. Robert Graves. Ediciones Paurtas.
Buenos Aires.
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