el acordeón de gabo
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Secretaría de Educación
NÚCLEO DE DESARROLLO EDUCATIVO
San Juan Girón El acordeón de Gabo GABO … y la música
El acordeón de Gabo Por Daniel Samper Pizano*
El escritor no solo hizo famoso a este ritmo a través de sus libros, también lo convirtió en una expresión de la costa y su cultura
La primera vez que Gabriel García Márquez reveló a los
lectores su pasión por la música vallenata fue en mayo
de 1948. Un
artículo
suyo en el
diario
cartagenero
El Universal
empezaba diciendo: “No sé qué tiene el acordeón de
comunicativo que cuando lo oímos se nos arruga el
sentimiento”. A renglón seguido, pedía perdón por
“este principio de greguería”, en alusión a los aforismos
poéticos del español Ramón Gómez de la Serna, a la
sazón en boga. (Yo apostaría a que, apenas unos años
después, GGM habría tachado la palabra
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‘comunicativo’, tan entrometida, tan prosaica, tan
inoportuna en una frase redondita. Excusen la glosa).
El artículo proseguía describiendo al acordeón como un
“instrumento proletario” que “ha tomado carta de
nacionalidad entre nosotros” y “se ha incorporado a los
elementos del folklore nacional” al lado de las gaitas y
tamboras costeñas y de “los tiples de Boyacá, Tolima,
Antioquia”. (Perdonen otra glosa: era un acierto
reconocer la integración esencial del instrumento
alemán con la música popular de la costa, pero, sesenta
y cinco años después, aún no he visto tocar juntos
acordeones y tiples en el interior del país).
Remataba GGM anotando que “aquí lo vemos [al
acordeón] en manos de los juglares que van de ribera
en ribera llevando su caliente mensaje de poesía”.
Esta fue su primera mención de los acordeoneros,
cantores y compositores vallenatos, que entonces no se
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llamaban así porque aún Valledupar no se había
avispado a ponerle la marca de origen. Gabo había
conocido el acordeón en las fiestas del 20 de julio en
Aracataca, siendo apenas un niño. “Me empeñé en que
mi abuelo me comprara un acordeón –recuerda en sus
memorias— pero mi abuela se atravesó con la
monserga de siempre de que el acordeón era un
instrumento de guatacucos”.
En marzo de 1950, dos años después de aquella nota en
El Universal, Gabo ya denomina a la música de
acordeón “música vallenata”. Escribe entonces en El
Heraldo de Barranquilla una columna en que nombra a
varios de los modestos juglares que un día la harían
famosa –Rafael Escalona, Abel Antonio Villa, Emiliano
Zuleta, Enrique Martínez, Cresencio Salcedo y Pacho
Rada (a quien llama Pacho Roda)— y menciona
algunos de sus cantos: Varita de caña, El cafetal y El
compae Chipuco (a quien llama Chinuco). En un nuevo
artículo, nueve días después, tiene el visionario
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atrevimiento de identificar a Escalona como un alto
poeta y de agradecerle “su diaria tarea de belleza”.
Está claro, pues, que antes de que esta música
adquiriera popularidad, García Márquez ya había
confesado “mis debilidades por el vallenato”. Lo que no
podía suponer entonces es que él mismo tendría un
papel decisivo en la difusión universal de estos ritmos
que, habiendo nacido entre juglares campesinos,
acabaron convertidos en símbolo nacional. Jacques
Gilard, agudo crítico y exhaustivo recopilador de la
obra de Gabo, atribuye al nobel, como maroma
voluntaria, la propagación de la palabra “vallenato” en
lugar de “música costeña de acordeón”, por
considerarla “de mayor impacto”. Y agrega que, antes
de que lo descubrieran los propios dirigentes de la
región, GGM “se dio cuenta de que hacía falta una
especie de bandera” y empuñó el vallenato “como
expresión de la costa y su cultura”.
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