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Don Elías y
las doce tribus
Daniel Oscar Plenc
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
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En memoria de
Juan Elías Cayrus,
Constancia Davit de Cayrus
y sus doce hijos
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
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ÍNDICE
CAPÍTULOS:
I. Un legado perdurable ............................ 7
II. “Aquí están tus doce hijos” .................. 14
III. Colonia Miguelete ............................... 25
IV. La Sociedad Unión Cristiana .............. 34
V. Ellos lo conocieron .............................. 49
VI. El diario de don Elías I ....................... 56
VII. El diario de don Elías II ..................... 76
VIII. Una iglesia de campo ........................ 90
IX. Entre Teyú Cuaré y Guichón .............. 102
X. Adiós, maestra de campo ..................... 111
XI. Apenas pude despedirte ......................
119
XII. Tras los pasos de don Elías ................
129
XIII. Los valdenses y el adventismo .........
137
XIV. Elena White y el pequeño Elías ........
145
XV. Una carta a sus hijos espirituales .......
155
XVI. Un puñado de recuerdos ..................
- Los Martigani Cayrus (Haroldo A. Martigani C.)
- La ocasión más importante del año (Eduardo Araújo Cuchma)
- Recuerdos de mi niñez (Ideth Geisse Cayrus) - De palos y astillas (Susana Cayrus de Depetris)
168
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
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PRÓLOGO
Este es un libro sin pretensiones. Cuenta la historia de un
niño valdense que conoció a Elena G. de White en los valles
del Piamonte, llamado Juan Elías Cayrus (1877-1923), de su
esposa Constancia Davit (1878-1975) y de sus doce hijos. Es
una crónica de inmigración, desarraigo, aprendizajes,
ilusiones y sacrificio. Narra las ocurrencias de una joven
familia de agricultores trasplantada a los feraces y
productivos campos del Uruguay en busca de una vida
mejor, de la mano de Dios.
No intenta singularidad absoluta, ya que está precedido por
los folletos denominados Recordando, que Alda Cayrus de
Geisse fue entregando a su familia a lo largo de muchos
años. Tampoco parece original el relato de una familia que
abandona Italia en forma definitiva para trabajar con
abnegación las tierras despobladas de Sudamérica.
¿Por qué entonces esta inversión considerable de tiempo y
esfuerzo para sacar a luz esta obra? Tal vez, en primer lugar,
porque muchos de los 500 descendientes de Elías y
Constancia disfrutarán de volver a leer la historia de sus
predecesores. También, porque muchos otros podrán
sentirse identificados con su propuesta de historias pequeñas
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de vida, de trabajo y de búsqueda de valores vinculados a la
familia y a la religiosidad práctica. Se escribió, en otras
palabras, por tratarse de una recordación enriquecedora y
placentera.
El libro tiene fortalezas y debilidades. Se inicia con una
semblanza de sus protagonistas: Juan Elías y Constancia.
Continúa con sus peregrinaciones y peripecias desde los
valles alpinos, pasando por las colonias valdenses de la
campiña uruguaya y arribando finalmente a Guichón en el
departamento Paysandú. Aparece el relato tal como fue
escrito por don Elías en su diario personal y en las actas de la
sociedad cristiana que ayudó a fundar en Colonia Miguelete.
Se entremezclan, naturalmente, los recuerdos de sus hijos y
de aquellos que lo conocieron bien. Los comentarios se
detienen, sólo parcialmente, en los doce hijos y en las
“tribus” que emergieron de su sangre. Un aspecto que se
destaca deliberadamente es la entusiasta adhesión de don
Elías y de su familia al adventismo del séptimo día, con su
proclamación esperanzada del pronto regreso de Cristo. Los
registros que permanecieron en el templo adventista de la
Colonia Pintos Viana han permitido acompañar los
resultados de la fe que don Elías deseó para los suyos.
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Ha de expresarse, de todas maneras, que no debe buscarse
aquí un relato prolijamente ordenado, completo y
rigurosamente fundamentado. Los capítulos fueron
surgiendo en un orden diferente, como artículos
independientes y a medida que el tiempo y las circunstancias
los justificaban, en un período de unos cinco años. Es un
trabajo necesariamente fragmentario y a veces repetitivo. No
intenta contar todo sobre todos, sino aquello que fue posible
y que llegó a manos del autor.
El espíritu que anima la difusión de estos temas pasa por la
convicción de que ciertas cosas, que afloran en estas páginas,
siguen siendo cardinales, como el valor del esfuerzo, de la
transparencia, de los principios elevados, de la bondad y la
solidaridad para con propios y ajenos, y sobre todo de la
convicción religiosa y de la confianza puesta en Dios y en su
Palabra. Sirvan también como un reconocimiento al
ministerio fructífero de Elena G. de White y una alabanza al
cielo por la manera insondable como la Providencia abre
caminos para la difusión del evangelio redentor de Jesucristo.
Daniel Oscar Plenc
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
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I
Un legado perdurable
La visita de mi abuela Elena al Instituto
Adventista del Uruguay era algo que yo
había deseado y sugerido. Ocurrió
durante el culto de clausura de una
semana de oración a fines de 1991.
Pensé que ese sermón sobre la
esperanza del advenimiento se vería
enriquecido por el testimonio de esa
pequeña mujer de 92 años. Cuando se
levantó de su asiento y avanzó hacia el
púlpito apoyada en el brazo amable de
su nieto, supe que no me había
equivocado.
Un recuerdo lejano
Sus pasos no tenían la firmeza de otros tiempos, pero su
entusiasmo no había cambiado y sus palabras fluyeron sin
dificultad. Luego de la austera presentación de rigor vino la
pregunta acerca de sus primeros pasos y los de su familia en
el mensaje adventista. Su memoria la llevó a tiempos lejanos
y habló de su militancia y la de sus padres en la Iglesia
Elena Cayrus de Plenc
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Valdense, donde aprendió desde muy pequeña a conocer y a
amar a Jesús. Entonces añadió: “Pasando el tiempo llegó el
15 de julio de 1915 [fue en realidad 1916] cuando papá nos
dijo: ‘-Hoy es el primer sábado que vamos a guardar’. En
aquel momento nos sorprendimos un poco, pero luego nos
sentimos muy felices de conocer mucho más acerca de la
Palabra de Dios, acerca del sábado y acerca de la venida de
Jesús. Pensábamos antes que el sábado era para los judíos y
que la venida de Jesús sería tan remota que ni se debía hablar
de ella”. La pregunta volvió: “-¿Sigues creyendo que Jesús
viene?”. Y dijo: “-¡Oh sí, con seguridad! Lo estoy
esperando con ansiedad, con mucha fe y esperanza”.
Había algo más que deseaba escucharla decir. “-¿Alguna vez
te arrepentiste de haber aceptado a Jesús?”. Entonces su voz
anciana se tornó todavía más resuelta y sentida: “¡No!,
¡nunca!, ¡jamás! Siempre Jesús ha estado a mi lado y he
tenido una vida feliz cumpliendo todo lo que he podido los
mandamientos de Dios”.
La semilla germina
Mi abuela Elena era la hija mayor de un hombre singular a
quien no conocí por su temprana muerte en 1923, y de una
mujer extraordinaria que vivió hasta los 97 años, conciente
del afecto de sus doce hijos, sus 58 nietos y sus varias
decenas de bisnietos y tataranietos.i
¿De dónde aprendió la abuela Elena todas esas cosas que
llenaron tempranamente su vida de fe y de valor? De un
humilde agricultor valdense llamado Juan Elías Cayrus, su
padre. ¿De qué labios oyó por primera vez acerca de la
venida de Cristo y de la santidad del sábado? De su padre,
un predicador y dirigente laico que nunca aspiró a ser pastor.
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Juan Elías había sido sólo un niño en los valles piamonteses
de Italia cuando escuchó estas verdades de una menuda
predicadora norteamericana llamada Elena G. de White. ii
Desde ese lejano 1886 la semilla permaneció en su corazón y
brotó años después en las costas uruguayas del Río de la
Plata a donde había emigrado con su esposa Constancia y su
hija Elena.iii
Sus padres hubieran querido que fuese un pastor valdense.
El se negó, al punto de escapar del hogar paterno. Pero con
el tiempo, más de 50 de sus 500 descendientes fueron
inspirados a trabajar en la obra adventista y catorce de ellos
son pastores o esposas de pastores.iv Juan Elías trajo también
a la Iglesia Adventista a un par de muchachos valdenses a
quienes animó a ingresar al ministerio,v e interesó en la fe a
un hermano valdense cuyo hijo y nieto han sido pastores.vi
Juan Elías no ambicionaba el ministerio pero, cuando las
circunstancias lo exigieron, actuó como maestro y predicador
en las colonias valdenses de su nueva patria. Fue también
director de la Escuela Dominical y director de canto de la
iglesia. Por lo menos en una ocasión escribió un bello
poema en francés y, en otra, compuso un himno de ánimo en
medio de su lucha espiritual. Enseñó a niños y adultos,
predicó y escribió artículos religiosos.
Un viaje singular
Su peregrinaje terrenal y espiritual lo llevó de Colonia
Piamontesa a Colonia Valdense y de Colonia Miguelete a
Guichón, en la República Oriental del Uruguay. Ese último
viaje se volvió un episodio memorable para su esposa y sus
hijos. Tres carruajes, dos decenas de caballos y sobre ellos
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lo poco y lo mucho que el Señor le había otorgado: algunos
bienes materiales y su querida familia.
Cuando Juan Elías y Constancia se casaron pensaron que
doce hijos sería un buen número, y estos fueron llegando:
Elena en 1899, Emilio en 1901, Pedro en 1902, Paula en
1904, Enrique en 1905, Margarita en 1907, Alina en 1909,
Lelia en 1911, Alda en 1913, Benoní en 1917, Esli en 1918 e
Inés en 1922.vii Sus hijos han caminado largamente con Dios
dando un feliz testimonio de la bondad inmensa del Señor.
Los años de Juan Elías dentro del movimiento adventista
fueron pocos, y su testimonio siempre le pareció
insignificante. En 1916 había comenzado a guardar el
sábado, en 1917 ya enseñaba en la escuela sabática
organizada en su propia casa de campo y en 1918 fue
bautizado junto a sus hijos mayores.
Un papel amarillo de 1919, escrito con pulcritud, contiene un
relato y un mensaje dirigido a dos de sus hijos espirituales
que estudiaban en el Colegio Adventista del Plata, en la
Argentina. Decía en su carta: “El gozo más grande para mí es
saber que están gozando en el Señor y resueltos a consagrar
sus jóvenes vidas y los talentos que Dios les concedió a la
proclamación del último mensaje de salvación que Dios, en
su amor, envía a esta humanidad perdida [...] No tengo
mucho que deciros de nuestra vida temporal aquí en
Guichón. El tiempo nos trató bastante mal, desde nuestra
llegada ha llovido muchísimo. Empleamos un mes para
levantar un ranchito donde pudiesen abrigarse los tres
muchachos que quedaron en el campo desde el principio.
Ahora el tiempo parece haberse arreglado, hemos podido
adelantar un poco, y Dios mediante pensamos mudarnos al
campo, porque sabrán que vivimos en una casa que
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alquilamos en el pueblo. También empezamos a romper
tierra para plantar maíz. No tengo mucha relación aún con
los habitantes de Guichón [...] No he podido, o quizá, sabido
hacer mucho entre ellos para el Señor. Hemos esparcido
algunos ejemplares de El atalaya y tratados, y creo que Dios
abrirá aquí también una puerta”.
El legado de la fe
Que la puerta se abrió es evidente, porque su familia y las de
otros hermanos fundaron la Iglesia Adventista del lugar.
Pero su sueño de vivir en el campo con su esposa, su madre y
sus doce hijos no se concretó, sino por un breve tiempo. Sus
fuerzas físicas estaban agotadas por el exceso de trabajo y los
cuidados familiares. Su hija Alda narra el momento final:
“Con toda su confianza depositada en el bondadoso Padre
Celestial, el 12 de julio de 1923, día en que Inesita cumplía
su primer año de vida, nos llamó a todos junto a su lecho de
dolor para dar las últimas instrucciones y recomendaciones, y
despedirse de todos hasta el glorioso día de la resurrección
[...] Luego nos abrazó y besó a todos, dando aún a cada uno
por separado su último consejo y amonestación. Recuerdo
que a mí, que tenía diez años me dijo que fuera buena, y citó
Apocalipsis 2:10, la última parte: ‘Sé fiel hasta la muerte y
Dios te dará la corona de la vida’, texto que nunca he
podido leer o repetir desde entonces sin sentir en mí el vivo
deseo de que así sea”. “Después de despedirse de todos los
presentes entonó las estrofas de un himno que está en los
antiguos himnarios adventistas. Cantó la primera parte de la
primera estrofa y la segunda parte de la última estrofa que
dicen: Sobre nubes refulgentes, vendrá nuestro Salvador.
Con poderes sorprendentes de ángeles en derredor [...] Y
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ascendamos todos juntos, hasta el trono del Señor. Aleluya,
aleluya. Ven del cielo, oh Señor. Pidió luego al hermano
Miguel Dreher que elevara una oración a Dios [...] y rogó a
David Plenc, su futuro yerno, que leyera junto a su tumba las
promesas gloriosas de la resurrección para que fueran un
testimonio ante los presentes de su plena confianza en Dios”.
Sólo sé de Juan Elías lo que cuenta su familia y lo que se lee
en ciertos registros o en los apuntes de sus hijos.viii Pero de a
ratos lo imagino otro Jacob, dejando su tierra en busca de
algo mejor y, como el patriarca, reunió a sus hijos y habló
con ellos. Sus últimas palabras quedaron registradas en un
diario familiar: “Escuchadme [...] No frecuentéis jamás las
malas compañías ni el placer del mundo. Leed vuestra
Biblia al levantaros. Elevad vuestro corazón a Dios en una
oración secreta. Por la noche haced culto como tenemos la
costumbre. Los sábados haced la Escuela Sabática como es
de costumbre. Haced la voluntad de Dios. Seguid sus leyes
y mandamientos. ¿Me lo prometéis todos? -Sí papá, fue la
respuesta. Luego añadió: Y tu Constanza, ¿me prometes
andar en las leyes de Dios como tu mamá? -Sí, fue la
respuesta. Después dijo: Haced todos los negocios justos.
No hagáis perder a nadie ni un sólo centavo. ¿Me lo
prometéis? Sí papá, fue la respuesta. A mi no me falta
nada, venid y besadme todos. Descansó unos momentos y
cantó [...] Dio sus últimos recomendaciones [...] y cerró sus
ojos con la esperanza de la venida del Señor y del glorioso
momento de la resurrección”.
Considero que existe un legado perdurable en esta vida
humilde y sacrificada. Creo que la herencia recibida por sus
hijos no debe olvidarse. No fue un legado de fuerza física,
sino de profunda convicción espiritual. No de abundancia de
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pan y de bienes temporales, sino del amor por aquellas
reuniones nocturnas en que se leía la Biblia y se rogaba la
protección divina en torno de la larga mesa que él mismo
había fabricado. No del color de sus ojos, sino de la claridad
de su fe y de la transparencia de sus actos. Como aquel
sábado de mañana cuando Elena narró su propia vivencia y
la de los suyos, sigo pensando que esta antigua historia es
todavía digna de contarse.
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II
“Aquí están tus doce hijos”
“¿Quiénes son nuestros hijos?
Son solamente nuestros hermanos y hermanas menores
en la familia que Dios reconoce como suya.
Estamos tratando con los miembros
de la familia del Señor.”
(Elena G. de White, Testimonios para la iglesia; Miami, Florida: Asociación Publicadora Interamericana; 1996; t.2 p.327)
A veces es difícil saber por qué iniciamos un viaje.
¿Buscamos descanso? ¡Tantas veces hemos vuelto más
cansados! ¿Bellos paisajes? Los kilómetros se suman y la
velocidad nos impide disfrutarlos. ¿Deseamos
reencontrarnos con personas y lugares queridos?
Seguramente. Aunque no siempre están allí, cómo y dónde
los hemos dejado. Han cambiado y nosotros también, o se
han marchado. ¿Es que imaginamos que hallaremos lugares
enteramente diferentes al nuestro? Ciertamente los hay,
aunque pronto sospechamos que tampoco son el paraíso.
¿Será que vamos en busca de nosotros mismos, de nuestros
recuerdos o ilusiones, de nuestros sueños extraviados o
incumplidos? No es fácil determinarlo, pero la idea de viajar
nos seduce y nos pone en camino. Como lo dijo algún poeta:
“Cuando viajamos volvemos a ser niños”.
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¿Por qué viajaba mi familia, o parte de ella, al Uruguay
desde el paraje selvático llamado Teyú Cuaré, o desde San
Ignacio en la provincia de Misiones? ¿Por qué tantas
personas y de tantos lugares viajan cada enero a la Colonia
Pintos Viana, cerca de Guichón, en el Departamento
Paysandú? ¿Por qué se reúnen todavía en el mes del
cumpleaños de Constancia, 35 años después de su
fallecimiento? Cuesta entenderlo, pero quienes lo hacen
sienten que bien vale la pena. Alguien calculó no hace
mucho que la distancia que los miembros de la familia
Cayrus recorrieron ese año para llegar al Santana había sido
de 164.975 kilómetros, más de cuatro veces la vuelta al
mundo. La idea de encontrarse surgió hace décadas cuando
los doce hijos de doña Constancia Davit de Cayrus se
reunían para celebrar su cumpleaños.
Una nueva patria
Constancia había nacido en un hogar valdense, en Villar
Pellice, provincia de Turín, en el norte de Italia. Sus padres
Pablo y Constancia tenían otros cinco hijos. En la capilla del
Constancia Davit de Cayrus
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valle, con sus actividades espirituales y recreativas,
Constancia conoció a Juan Elías Cairus de quién se enamoró
para siempre. Juan Elías también la amaba, pero deseaba
estudiar en Francia y conocer el mundo más allá de los
Alpes. Ocasionales cartas y poesías, primorosamente
escritas, llegaban a los valles desde la ciudad de las luces.
Constancia solía recitar un poema que Elías había escrito en
francés en 1897. Uno de sus versos refleja la profundidad de
su sentimiento: “heme aquí, tan lejos de ti [...] mi amada en
este gran París”.
El Piamonte habría de reunirlos alegremente otra vez. La
boda se celebró un sábado frío y soleado de 1898. Elías tenía
21 años y Constancia 20. Planearon una gran familia de
doce hijos, y no perdieron el tiempo. A los diez meses ya
había llegado María Elena a alegrar el hogar.
Era el tiempo en el que las noticias de América parecían cada
vez más atractivas. En busca de una vida mejor partieron del
puerto de Génova, junto a otros familiares, rumbo a
Montevideo. Para octubre de 1900, sin entender el español,
desembarcaron en su nueva patria y de allí a la colonia de los
valdenses en el Departamento Colonia. Tíos y primos de
Constancia los recibieron en el puerto de Rosario. La familia
Negrín los alojó durante varios meses mientras Elías buscaba
casa y trabajo. Cuatro meses después de su llegada nació
Juan Emilio, el segundo retoño.
Una pequeña chacra con algunas habitaciones de ladrillo,
barro y paja en Colonia Piamontesa fue su primer hogar, muy
cerca de las playas del Río de la Plata. Allí Constancia y
otras mujeres lavaban la ropa, mientras los pequeños jugaban
en el agua y la arena. Con la muerte de Juan Pedro Cairus, el
padre de Elías, se sumó a la familia la “gran mamá” María,
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hasta su fallecimiento a los 95 años. Mientras Elías iba a
buscarla a Italia y regresaba nació Paula Constancia, en
1904.
La vida de los Cairus -cuyo apellido pasó a escribirse
Cayrus- continuó en la cercana Colonia Valdense, donde
participaban activamente de las actividades de la Iglesia
Valdense. Juan Elías ayudó a establecer una escuela
valdense y hasta 1909 trabajó como maestro, sin descuidar
sus tareas agrícolas. También fue director de la Escuela
Dominical, catequista y director de canto. La lectura de la
Biblia y la oración nunca faltaron en el hogar de Constancia
y Elías. Para la familia esa fue una época gloriosa, con
trabajo, sacrificios, pero también con paseos en carro y bellas
distracciones.
Otro valdense, don Pablo Plenc, los convenció en 1909 de
trasladarse a Colonia Miguelete donde había más tierras,
pero también más trabajo y cuidados. Lelia Anita se agregó
allí a la familia. Entonces Elena y Emilio debieron
abandonar sus estudios para sumar sus esfuerzos al proyecto
familiar.
Una nueva fe
Una revista El atalaya dejada por Daniel Rivoir en un
comercio de Colonia Valdense allá por 1914, sirvió de nexo
para que Elías Cayrus y su familia entraran en contacto
definitivo con el adventismo. Un artículo sobre el sábado
llamó su atención y le recordó palabras que había escuchado
en Italia por la predicación de Elena G. de White. Siguieron
días de reflexión, oración y estudio de la Biblia, hasta que el
9 de julio de 1916 compartió con los suyos su decisión de
guardar el sábado como día de reposo.
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Constancia no se opuso, pero no lo aceptó rápidamente. De
todas maneras su esposo celebró un culto en su casa el
sábado 15 de julio de 1916. La salida de la Iglesia Valdense
fue un proceso largo y doloroso. Los pastores adventistas F.
L. Perry y J. T. Thompson tuvieron contacto epistolar con
Juan Elías, lo animaron y organizaron una escuela sabática
en su casa. En un congreso celebrado en San José, los
Cayrus se relacionaron con otros adventistas como los Ernst
y los Dreher. Pocos días después del nacimiento de Esli
Eber, su hijo undécimo, en 1918, Juan Elías fue bautizado, al
igual que sus hijos mayores Elena y Emilio, y los hermanos
David M. Salomón, Clara de Salomón y Margarita Bertinat,
en el río San Salvador. Emilio Cayrus cuenta en su diario
que, en mayo de 1924, el pastor Carlos E. Krieghoff,
presidente de la Misión Uruguaya, bautizó a la “gran mamá”
y a Constancia D. de Cayrus, junto a sus hijos: Paulina,
Margarita, Alina y Enrique.
No sintiéndose ya cómodo entre los valdenses, Elías
comenzó a mirar hacia nuevos horizontes. Después de
mucha búsqueda decidió radicarse entre los colonos rusos de
la zona de Guichón, en el Departamento Paysandú, al norte
del país. Carlos Racovsky colaboró generosamente en esas
gestiones. El viaje de nueve días en carro de Miguelete a
Guichón fue toda una aventura. Sobre esa travesía se han
contado y se contarán infinidad de anécdotas deliciosas.
El primer destino en Guichón fue un campo arrendado, a un
kilómetro de la estación de trenes. En esa primera noche la
mudanza y los muchachos durmieron a la intemperie,
mientras los esposos y las hijas se alojaron en el hotel.
Pasaron luego a una casa alquilada junto a la plaza. Alda y
algunos de sus hermanos comenzaron a asistir a la escuela,
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sin entender una palabra de castellano. Cuatro piezas de
terrón y techo de chapa se levantaron en el campo como
vivienda familiar. Luego se añadieron tres habitaciones
adicionales. Numerosos árboles de paraíso, álamos y
duraznos, y también algunos rosales fueron creciendo
alrededor de la casa. Junto a esos árboles las niñas pasaban
horas dichosas jugando con muñecas de trapo hechas por
ellas mismas. En 1920 comenzaron a fabricar quesos y
manteca. La leche que sobraba se regalaba a los pobres del
pueblo. Junto al trabajo secular iniciaron la distribución de
El atalaya y el contacto misionero con los vecinos.
En julio de 1922 Constancia dio a luz a su última hija, Inés,
completando así los doce hijos planificados. Una larga mesa
fabricada por Elías y dos bancos servían para reunir a toda la
familia. Allí se oraba por turno en francés y se disfrutaba de
los alimentos. Finalmente Elías compró un campo a doce
kilómetros de Guichón en lo que se llamó Colonia Pintos
Viana, con una antigua casona de piedra, donde continuaron
el trabajo con la bendición divina. El monte del arroyo
Santana llegaba hasta el patio de la casa.
Familias de inmigrantes rusos solían alojarse en esa estancia
mientras preparaban sus ranchos. Algunas eran adventistas y
otras sabatistas. Con ellos comenzaron las reuniones
religiosas de la zona de Guichón y dieron luego inicio a la
iglesia.
Una nueva realidad
El año 1923 se transformó en un tiempo de pruebas y
tristeza. Abundaron los problemas de salud y escasearon los
remedios. Enfermaron varios de los hijos. Cuando le llegó
el turno a Elías, éste ya no tuvo resistencia. Resignadamente
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supo que era tiempo de partir y se preparó para ello. El 12 de
julio de 1923 reunió a su familia, dio sus últimas
instrucciones y animó a todos a ser fieles a Dios. Cantó un
himno, pidió una oración a Miguel Dreher y descansó dos
días después en la bendita esperanza del regreso del Señor.
Los años que siguieron fueron, más que nunca, para
Constancia y sus hijos, años de trabajo duro, de limitaciones
materiales, pero también de cooperación familiar y de
confianza en Dios. Constancia o algunos de los mayores
siguieron dirigiendo el culto familiar cada noche. Estudiaban
la lección de la Escuela Sabática, leían un capítulo de la
Biblia y los doce hijos oraban por turno. Llegó el momento
en que la familia se trasladó a la estancia Santa Isabel a
orillas del arroyo Santana. Ese lugar fue casa, escuela de
cuarenta alumnos para la colonia y albergue para las
maestras. Allí Alda y Lelia soñaron también con llegar a ser
maestras. La misma estancia se transformaba los sábados en
iglesia para la Escuela Sabática y el culto. Las visitas de los
pastores Sherman, Krieghoff, Soto, Westphal y otros fueron
muy apreciadas y recordadas por la familia.
El tiempo es inexorable y los pichones fueron creciendo y
alejándose del nido. El 6 de marzo de 1924 se casaron Elena
Cayrus y David Plenc. El luto por el fallecimiento de don
Elías imponía entonces el uso de un vestido negro con un tul
blanco. Con un elegante carro prestado, tirado por dos
caballos blancos, se trasladaron al juzgado de Guichón, y del
pueblo a su rancho en el campo. Nueve meses y cuatro días
después llegó su primer hijo y el primer nieto de doña
Constancia. Elena y David habrían de vivir juntos y felices
por casi 70 años, hasta que una noche David se acostó, pidió
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a Elena que lo abrazara fuertemente, se durmió y ya no
despertó.
Emilio Cayrus y Emilia Dreher se casaron al año siguiente.
Lelia debió alejarse del hogar durante los meses escolares
para trabajar como maestra. Alda se trasladó en 1930 al
Colegio Adventista del Plata a fin de continuar una carrera
docente. Alguno de sus hermanos varones la acompañaba en
aquellos primeros viajes en tren. En ocasión de su
graduación en 1933, Constancia y Elena estuvieron
presentes. Para 1934 ya se habían casado Enrique y también
Alina, y los nietos de Constancia sumaban doce. Alda y
Günther se casaron en 1936 y se trasladaron a Bolivia como
misioneros. Benoní sería el más viajero de los hijos de
Constancia; su ministerio pastoral fue amplio y reconocido.
Con todo, la familia se mantuvo unida y juntos progresaron.
Emilio compró un Ford T y Pedro un Chevrolet. Un sábado
de tarde, la mamá de Constancia visitó a Elena en el Ford T
de Emilio ¡a 40 kilómetros por hora! Al llegar exclamó:
“Por poco me faltó el aliento a semejante velocidad. ¡Íbamos
como el viento!”. Los demás también fueron comprando sus
propios vehículos, tractores y cosechadoras. Aunque el
trabajo resultaba agotador, los sábados eran una delicia. Las
Sociedades de Jóvenes, las reuniones sociales y las caminatas
por el monte convocaban a muchos jóvenes de la colonia.
Los asistentes a las reuniones espirituales estudiaban la
Biblia y disfrutaban de los concursos bíblicos, así como de
los versículos de memoria de la devoción matutina. En
ocasiones, seis o más jóvenes podían repetir de memoria los
versículos ¡de los 365 días del año!
Tal como lo habían soñado, Constancia y Elías tuvieron doce
hijos entre 1899 y 1922. Todos se casaron entre 1924 y
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1945. Elías no pudo verlos formar hogares y tener hijos,
pero Constancia pudo disfrutar por mucho tiempo de la
llegada de 55 nietos, 98 bisnietos y 4 tataranietos. Al fin de
sus días, más de 230 de sus descendientes seguían
manteniendo fuertes lazos de sangre y de afecto.
Esos lazos venían fortaleciéndose cada doce de enero cuando
los hermanos y sus hijos se encontraban junto a las aguas del
Santana o del Queguay para celebrar el cumpleaños de
Constancia. Así fue durante muchos años aumentando el
número de asistentes cada año, lo mismo que las inocentes
actividades lúdicas y espirituales. Sólo un motivo muy
justificado impidió a veces la llegada de alguno de los hijos.
Las costumbres se diversificaron y consolidaron, como el
almuerzo criollo, la compota de la tarde, los cantos y las
poesías, los recuerdos, la reflexión espiritual y la entonación
del himno “Nos veremos junto al río” tomados de la mano al
finalizar el día.
Una esperanza renovada
La reunión de 1975 fue diferente, porque los doce hijos
rodeaban la cama de Constancia en su cumpleaños número
97. Su vida se estaba apagando, tal como lo había querido,
rodeada de los suyos. Benoní tomó la Biblia e inició la
lectura del Salmo 23. Sólo necesitó Constancia oír la
primera palabra, para unirse en la repetición del pasaje. Ya
no pudo hablar mucho más. Se pronunciaron los nombres de
sus hijos y ella los buscó con la mirada. Al inicio de la tarde
alguien dijo: “Mamá, aquí están tus doce hijos”. Su misión
había concluido y falleció al salir el sol del día 13 de enero.
La iglesia de Guichón que ellos habían ayudado a fundar
despidió los restos de Constancia en el subsuelo de su templo
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
23
junto a muchos familiares y amigos. Se repitieron versículos
y se cantaron himnos. El pastor Juan Tabuenca presidió el
servicio fúnebre junto al pastor Benoní Cayrus. Los otros
cuatro hijos varones portaron el féretro. Entre otras cosas
dijo Benoní: “No estamos aquí para llorar
desconsoladamente y sin esperanza la ausencia de nuestra
madre, sino solamente para decirle: hasta luego mamá”.
Siguieron las sentidas palabras del pastor Tabuenca: “La
Iglesia Adventista del Séptimo Día está de luto. Ha perdido
una verdadera madre en Israel, después de casi un siglo de
vida que Dios en su misericordia y en su providencia ha
concedido a doña Constancia Davit de Cayrus”. El pastor
recordó que unos 20 de sus descendientes con sus familias
estaban trabajando activamente en la causa de Dios en
Argentina, Estados Unidos, Perú, Paraguay y Uruguay.
Luego unas 600 personas recorrieron calladamente las diez
cuadras que separan el templo del cementerio local para
depositar a Constancia junto a la tumba de su amado esposo,
su suegra y dos nietitas.
Alguien conservó un registro del deseo sincero de
Constancia para los suyos: “Que sean fieles a Dios, para [que
podamos] vernos un día todos en el cielo. Esto es [lo que
quiero] para mis hijos, nietos, bisnietos, tataranietos, para
todos. Que sean sanos, que tengan salud, que no haya
ningún escándalo, y que vivan todos unidos [...] No sé que
pensaría papá si viera toda esta descendencia, sin duda
pensaría que son muchos”.
Luego de la muerte de Constancia, las reuniones continuaron
en otras fechas: el cumpleaños de alguno de los hermanos, el
último lunes de enero y actualmente el último domingo de
enero. El libro Recordando de Alda Cayrus de Geisse ha
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
24
contribuido a conservar la memoria de este largo tiempo
transcurrido. Al concluir este libro ya han pasado al
descanso Elena, Emilio, Pedro, Enrique, Benoní, Paulina,
Margarita, Alina y Lelia. Viven Alda, Esli e Inés. Las
reuniones seguramente seguirán, aunque a los hermanos se
les hace cada vez un poco más difícil trasladarse al “pozo”
del Santana. En 2007 estuvieron presentes cuatro de ellos.
La presencia de Paula, con sus casi 103 años, fue motivo de
admiración y gratitud. Más de 200 familiares hicieron de
ese, uno de los encuentros más hermosos.
A veces ignoramos la verdadera razón por la que hacemos un
viaje. Armando Tejada Gómez escribió que volvemos
siempre a los lugares donde hemos amado la vida. La
familia Cayrus viaja para recordar y mantener sus raíces de
afecto y de fe, para reeditar los momentos gratos, para
intentar mantener aquellos valores del esfuerzo, la lealtad y
la esperanza, cada vez más escasos y necesarios en este
tiempo final que nos toca transitar.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
25
III
Colonia Miguelete
Don Juan Elías Cayrus y los suyos vivieron en Miguelete,
Uruguay, unos diez años (1909-1919), en un tiempo singular
para el mundo y para su propio peregrinaje en busca de la
realización de sus sueños más caros. En esos años habría de
relacionarse estrechamente con los Plenc y con tantas otras
bellas familias valdenses de la zona. Sirva esta página como
una evocación a una época de sacrificios pioneros en pos de
lo mejor, de lo auténtico y de aquello que perdura tras los
cambios y el transcurrir de los tiempos.
Estos años en Miguelete coinciden con la transición de la
Belle Epoque al tiempo tumultuoso de la Gran Guerra que
involucró a una treintena de naciones y sacudió al mundo.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
26
Fue el período del surgimiento de los totalitarismos en Rusia
y en otros lugares, cuando las corrientes idealistas y
optimistas cedían ante la angustia del belicismo, la
confusión, la violencia y las tensiones. Era la época del
conservadurismo católico bajo Pío X y Benedicto XV, de las
reconstrucciones del protestantismo y de las primeras
manifestaciones ecuménicas en el seno de la cristiandad.
La Colonia Miguelete
La colonización de Miguelete se inició el 28 de marzo de
1909 con el remate de las 12.155 hectáreas de la estancia
inglesa The River Plate Company.ix Inmigrantes valdenses y
suizos, entre otros, compraron los 93 lotes de tierras
destinadas a la agricultura y la ganadería. Eran los tiempos
de la presidencia de Claudio Williman, quien se esforzó por
combatir el latifundio fraccionando la tierra. Los
migueletenses solían compartir las ideas de José Batlle y
Ordóñez en cuanto a la separación de Iglesia y Estado, y a la
libertad religiosa, aunque rechazaban sus inclinaciones al
ateísmo.
Las reuniones valdenses comenzaron en la estancia de David
Bonjour. Para 1910 ya estaban organizados y en 1912 se
inauguró una capilla, en el solar donado por Juan Santiago
Pontet. Un acta de la Sociedad Unión Cristiana de ese año
afirma que la lección de canto se dedicó a la ejercitación de
los himnos que se cantarían en la inauguración de la capilla
local. Más adelante se habla del ensayo del coro para la
misma ocasión. El templo actual se inauguró el 4 de marzo
de 1928. Miguelete y Ombúes de Lavalle compartían la
atención pastoral. Por un acta de abril de 1916 se hace
evidente que en un principio no había cultos o sermones
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
27
todos los fines de semana en la Colonia Miguelete, porque se
habla de un “domingo de sermón”.
Pablo Plenc se ilusionó con el solar y contagió de su
entusiasmo a don Elías Cayrus para trabajar aquellas tierras
donde todo estaba por hacer. Doña Constancia Davit de
Cayrus ya había traído al mundo siete hijos: Elena, nacida en
Italia; Emilio, Pedro y Paulina, nacidos en Colonia
Piamontesa; y Enrique, Margarita y Alina, nacidos en
Colonia Valdense. En Miguelete nacerían otros cuatro:
Lelia, Alda, Benoní y Esli. Sólo Inés nacería en el último
destino familiar, Guichón.
Los Cayrus Davit se mudaron a Miguelete en el otoño de
1909, levantaron los ranchos, trabajaron la tierra y criaron
animales. Elena, el mayor de los retoños, permaneció en
Colonia Valdense hasta terminar de cursar sus estudios
primarios, en compañía de su abuela paterna, María Fontana
de Cairus.
Adultos sentados: Elías, Constancia y María Fontana (Gran mamá). Niñas adelante: Marga y Alina. Niños fila del medio: Elena, Paula y Enrique. Detrás: Emilio y Pedro.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
28
La dureza del trabajo nunca impidió que los Cayrus
participaran regularmente de las actividades de la Iglesia
Valdense. Alda Cayrus de Geisse, novena hija de Elías y
Constancia, afirma que su padre fundó junto a los vecinos de
Miguelete la Unión Cristiana. En las actas de los años 1912
a 1919 se la denomina Sociedad Unión Cristiana “Mixta”.
Al mismo tiempo don Elías dirigió la Escuela Dominical y
actuó como director de cantos en la capilla.
La adopción del “sabatismo”
Cinco años después de su llegada a Miguelete, don Elías
volvió a ponerse en contacto con el adventismo del séptimo
día, del que había tenido noticias en su niñez. A los nueve
años había escuchado a Elena G. de White durante su gira
por el Piamonte y había recibido algunas de las enseñanzas
del pastor Bourdeau. Ahora volvía a tomar interés en los
mismos temas por medio de la revista El Atalaya hallada en
Colonia Valdense y el posterior contacto epistolar con los
pastores Franklyn L. Perry y James T. Thompson de la
Misión Uruguaya. Allí comenzó un prolongado tiempo de
Campo de Miguelete donde vivió la familia Cayrus
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
29
reflexión que finalmente lo alejaría del valdismo para
acercarse al adventismo. El acta del 26 de junio de 1915 de
la Sociedad Unión Cristiana registra la visita del colportor
adventista Santiago Koch.x Elías Cayrus propuso suspender
parte del programa para oírlo. Finalmente decidió adoptar el
sábado como día de reposo y comenzó a guardarlo el 15 de
julio de 1916, sin dejar de asistir a la Iglesia Valdense.
El 31 de julio de 1915 volvió a hablar a la Sociedad el
colportor Santiago Koch. La correspondencia entre Cayrus y
el pastor Pablo Davit muestra que don Elías le había
informado que había dejado de guardar el domingo y que
deseaba saber si podía seguir sirviendo en la Escuela
Dominical. Los directivos de la iglesia que integraban el
Consistorio manifestaron aprecio por su servicio a la Escuela
Dominical y a la congregación toda. Le permitieron
asimismo continuar con la tarea, siempre que esta no
interfiriera con sus nuevas convicciones religiosas.
Es indudable que la cuestión sabática se introdujo en los
diálogos y discusiones de la Sociedad Unión Cristiana. Se
lee que en noviembre de 1915: “Pablo Plenc presenta su
meditación sobre el sábado, diciendo que el verdadero día de
descanso sería el sábado, puesto que la palabra sábado
significa ‘día de descanso’; dice además que siendo
Jesucristo Señor del sábado le era lícito sanar enfermos ese
día”. Los Cayrus guardaban el sábado en su casa y
concurrían a las reuniones los domingos. Un acta de la
Sociedad, de diciembre de 1915, consigna que Elías Cayrus
meditó sobre 2 Pedro 3:11-12 y que luego propuso ensayar
himnos de Navidad “ya que tendremos culto ese día”. Alejo
Artus leyó a principios de enero de 1916 un trabajo titulado
“El día de reposo”. Se lee textualmente en las actas: “Dice
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
30
que aunque hay discusión sobre el día que se ha de observar,
el que se debe consagrar al Señor es el domingo. Este
trabajo da margen a una prolongada discusión sobre el día a
observarse, la que se suspende por ser ya avanzada la hora”.
Otros énfasis típicos del adventismo, como el estado del
hombre en la muerte, la inminencia de la segunda venida de
Cristo y la necesidad del estudio de las profecías
escatológicas, se transformaron en temas de conversación
dentro de la Sociedad Unión Cristiana de Miguelete. En
julio de 1915, tras la lectura de Juan 11, don Elías afirmó que
“resultan falsas las creencias sobre la inmortalidad del alma”.
A fines de abril de 1916 se informó en los registros que
David Plenc leyó una alocución sobre Mateo 24, que Elías
Cayrus se explayó sobre Mateo 24:14 y que David Salomón
habló sobre la segunda venida corporal de Cristo. En
consecuencia, Pedro Salomón, David Salomón y Elías
Cayrus sostuvieron una conversación y el resultado fue
“lamentar que nuestros conductores espirituales nos hablen
tan poco de las profecías y de su cumplimiento”.
Siguieron algunas conferencias adventistas en la estancia de
Bonjour por el mes de mayo de 1917, con magros resultados.
Al mismo tiempo Don Elías siguió en contacto personal y
epistolar con los pastores valdenses, pero su decisión
respecto del sábado fue irrevocable.
La información consignada en el diario personal de Elías
Cayrus permite deducir que el pastor Pablo Davit respondió
amablemente a su requisitoria de visitarlo en su casa el
sábado 12 de agosto de 1917, a pesar de las inclemencias del
tiempo invernal. Almorzaron juntos y discutieron los temas
bíblicos en cuestión. El pastor Davit era portador de dos
cartas del Consistorio. En la segunda, firmada además por
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
31
Pablo Artus, Jerah Jourdan, Juan Arduin y Pablo Rostagnol,
se le manifestaba que algunos padres se rehusaban a seguir
mandando a sus hijos a la Escuela Dominical (“que, nos
complacemos reconocerlo con gratitud, Ud. ha dirigido con
celo y acierto durante varios años”) debido a la enseñanza de
doctrinas sabatistas no compartidas por el cristianismo
evangélico y por la Iglesia Valdense. “En consecuencia de lo
antedicho –dice textualmente la carta-, y sin pretender tachar
de ninguna manera su honorabilidad y respetabilidad como
cristiano, y como hombre de convicciones sólidas y de
principios elevados, creemos conveniente agradecerle
sentidamente los valiosos servicios prestados hasta ahora y
pedirle que no se ocupe más, de aquí en adelante de la
Escuela Dominical de esta congregación de la cual se harán
cargo algunos miembros del Consistorio. Pero en vista de
ciertos rumores que circulan, y para no dar lugar a ninguna
clase de equivocación, o mala interpretación, le
manifestamos categóricamente que no dejaremos de
considerarlo y tratarlo como un miembro apreciado de esta
Congregación, siempre que se lo permitan a Ud. sus ideas y
doctrinas particulares. Le expresamos nuestro profundo
sentimiento por tener que escribirle esta carta y lo saludamos
a Ud. con nuestro mayor afecto cristiano. Los miembros del
Consistorio”. Cayrus solicitó una entrevista con el
Consistorio y la oportunidad de despedirse de los niños de la
Escuela Dominical. Gran parte de esa noche don Elías la
pasó en oración, en compañía de David M. Salomón y
Enrique Jourdan. El pastor le concedió la posibilidad de
dirigir la Escuela Dominical al día siguiente, cuyo tema
versaba acerca de Jesús en el Getsemaní. Don Elías habló
con emoción a los niños en la conclusión del programa y
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
32
también luego del culto. En el sermón el pastor citó al
Consistorio y a todos los que quisieran estar presentes para el
día siguiente a las 14 hs. En esa reunión cargada de tensión
y emociones fuertes el pastor oró, se cantó un himno y luego
leyó Romanos 14:4, 10. Dijo el pastor Davit: “Desearía estar
a cien leguas de aquí, para no tener que presidir esta reunión.
Cedo la palabra al Consistorio y al señor Cayrus”. Don Elías
hizo una ardorosa defensa de su posición y la reunión
terminó con lágrimas, apretones de mano y una oración.
Separado de la congregación, siguió asistiendo a la Sociedad
Unión Cristiana hasta su alejamiento definitivo de Miguelete.
Al siguiente sábado, 18 de agosto de 1917, cantó un himno
compuesto por él, dedicado “A mis consocios, en ocasión de
las dificultades surgidas en nuestra sociedad”. También
rechazó los términos de un artículo del pastor Ernesto Tron
en el Semanario Valdense, número 16, titulado “La cuestión
sabática”, escribiendo otro artículo con su respuesta.
Los pastores adventistas de la Misión Uruguaya organizaron
formalmente una Escuela Sabática en casa de los Cayrus el
sábado 15 de septiembre de 1917. Junto a sus hijos Elena y
Emilio, y los hermanos David M. Salomón y José Cairus -
quienes llegarían a ser adventistas- asistió a un congreso
adventista en San José, en marzo de 1918. En ese lugar
conoció al pastor August R. Sherman, a los hermanos Ernst,
y saludó a Miguel Dreher, entre otros. Juan Elías Cayrus fue
bautizado en la Iglesia Adventista del Séptimo Día por el
pastor N. A. Hansen, al igual que sus hijos Elena y Emilio y
don David M. Salomón, el 27 de septiembre de 1918, en el
río San Salvador. En algún momento también abrazaron la
fe adventista David y Juan Plenc. El primero se casaría con
Elena Cayrus luego del fallecimiento de don Elías. El
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
33
segundo habría de ser pastor adventista de reconocida
trayectoria en varios países.
El adiós a Miguelete
En busca de un nuevo lugar donde sentirse más a gusto, don
Elías viajó al departamento Paysandú. Algunos creyentes
adventistas como Carlos Racowski, Fidel Gordienko y los
Sicalo le ayudaron a conseguir un campo para arrendar y
reiniciar su proyecto laboral, familiar y espiritual. La última
reunión de la Sociedad a la que asistió en Miguelete se
realizó el 11 de mayo de 1919 con la presencia de sus hijos
Elena, Emilio y Paulina, David M. Salomón, Clara J. de
Salomón y Juan Plenc Michelin. Una vez más Elías fue
elegido presidente de la nueva mesa. Queda registrado en las
actas: “En vista de que la mayoría de los miembros de esta
Sociedad tienen que ausentarse de la localidad, y siendo por
lo tanto imposible reunirnos cada quince días, se resuelve
sesionar D. M. el 17 de octubre de 1919”. Unos días después
emprendieron el viaje definitivo al pueblo de Guichón.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
34
IV
La Sociedad Unión Cristiana “Mixta” de Colonia Miguelete
Los registros conservados por la familia Cayrus se inician
con el acta del 15 de junio de 1912 y concluyen con el acta
del 11 de mayo de 1919. En la primera se informa del
funcionamiento de ejercicios de canto realizados los sábados
por la noche desde el año anterior y de las reformas
introducidas en la ocasión tras la propuesta de don Elías. A
partir de esa fecha se adoptó un programa más completo que
fue variando de tanto en tanto: (a) apertura con invocación
divina y canto de un himno, (b) lectura bíblica y meditación,
(c) lección de canto, (d) trabajos obligatorios y voluntarios,
(e) preguntas, observaciones y comunicaciones, (f) clausura
con la bendición divina. El encuentro duraba
aproximadamente dos horas. Algunos años después se
acordó que las sesiones no se extendieran más de dos horas y
media.
La membresía de la Sociedad tuvo su auge y posterior
decadencia. En 1912 había doce socios efectivos y seis
pasivos, y se habla de once presentes en otra ocasión del
mismo año. Dos años más tarde, en septiembre de 1914, se
encuentran dieciséis miembros presentes, y la misma
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
35
cantidad se registra en marzo de 1915. El informe del mes
de abril de 1916 da cuenta de la presencia de todos los
miembros efectivos, y un informe más, esta vez de mediados
del año 1917, relata que se dieron cita once miembros
efectivos y dos pasivos.
Lecturas bíblicas, meditaciones y lecciones de canto
En la primera reunión de 1912 se resolvió leer el libro de los
Proverbios, a razón de un capítulo por semana. Más adelante
se leyeron las epístolas de Pablo a Timoteo. No siempre se
leían libros completos en forma continuada. Hubo ocasiones
en que se leyeron capítulos del Evangelio de Juan y de la
Epístola a los Hebreos, o se leía 2 Pedro, Romanos, Santiago,
Mateo, 2 Corintios, Marcos, Apocalipsis, Abdías, Ezequiel y
Salmos. Se nota una valoración de los libros poéticos y
proféticos del Antiguo Testamento, así como un aprecio por
el Nuevo Testamento con sus Evangelios, Epístolas y textos
apocalípticos. A las lecturas seguían reflexiones o
meditaciones basadas en la Escritura, con aplicación a la vida
cristiana práctica.
Es más que evidente el valor que estos fervorosos creyentes
le asignaban a la música y al canto. Desde el comienzo de la
Sociedad se practicaban ejercicios de canto. Un acta de 1916
da cuenta del elevado objetivo de esta actividad: “Que se
estudie un himno hasta cantarlo bien en todas sus voces”. El
encargado asignaba los cantos, sea en castellano o en francés,
hasta que en algún momento se decidió que el himno a
estudiar fuera elegido por mayoría. A veces se estudiaban
los himnos que se cantarían en el sermón del día siguiente,
incluso agregándole acompañamiento instrumental.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
36
La presentación de “trabajos”
Los llamados “trabajos” se requerían de los miembros
efectivos de la sociedad y eran oportunidades de desarrollo
para los miembros pasivos. Desfilaban allí recitaciones,
discursos, composiciones, cantos y lecturas de artículos o
poesías, en el idioma que se creyera conveniente: español,
francés o italiano. Nombres como los de Elena Cayrus,
Esther Artus y David M. Salomón se registran desde los
albores de la sociedad presentando tales trabajos. Los
participantes eran aplaudidos y alentados; también recibían
amables sugerencias y observaciones. En algún momento
Elías Cayrus propuso que los trabajos que se presentaban por
escrito fueran propios y no copiados.
Las mesas o comisiones
La comisión encargada de dirigir las reuniones rotaba entre
sus integrantes; primero cada tres meses y luego cada seis.
De 1912 a 1919 actuaron como presidentes, en algunos casos
en más de una ocasión, las siguientes personas: Elías Cayrus,
David M. Salomón, Jerah Jourdan, Pedro M. Salomón y
Pedro Roland. Los vice presidentes fueron: Jerah Jourdan,
Elías Cayrus, Pedro Roland, David Plenc, Pablo Rostagnol,
Juan Plenc y Alejo Artus. Se desempeñaron como
secretarios y vice secretarios: David M. Salomón, Clara M.
Jourdan, Jerah Jourdan, Juan P. Salomón, Pedro Roland,
Elías Cayrus, Paulina Artus, Pedro M. Salomón, Elena
Cayrus, Margarita Artus, Juan Plenc, David Plenc, Francisco
Jourdan y Ana Rostagnol. Se consignan los nombres de los
tesoreros: Valentín Urioste, Francisco Jourdan, Clara
Jourdan de Salomón, Elías Cayrus, Jerah Jourdan, Pedro
Roland, Pedro M. Salomón y Juan Plenc.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
37
En agosto de 1912 se designó una comisión para la
preparación de un reglamento que regularía el
funcionamiento de la Sociedad, integrada por Elías J. Cayrus,
Jerah Jourdan, David M. Salomón, Clara M. Jourdan,
Margarita Artus y Paulina Artus. El reglamento propuesto
fue aprobado al mes siguiente.
Relaciones y actividades extraordinarias
Las actas de la sociedad dejan constancia de la relación, a
veces epistolar o por intermedio de alguno de los miembros,
con los pastores valdenses. Se menciona al pastor B. A.
Pons, de Tarariras, al pastor D. M. Dalmás y al pastor Pablo
Davit, de Ombúes de Lavalle. El acta del 19 de mayo de
1917 ilustra esta vinculación con los pastores: “Elías J.
Cayrus comunica haber estado con nuestro pastor el señor
Davit [...] y que si Dios quiere lo tendremos entre nosotros
para el culto mañana”.
Las iniciativas de la sociedad trascendían muchas veces su
propio ámbito. Algunas de estas acciones involucraron a
organismos de otros lugares. Ya en septiembre de 1912 se
leyó una carta de la Sociedad Unión Cristiana de Jóvenes de
Tarariras dirigida a la Sociedad Unión Cristiana de
Miguelete. Un año después la Sociedad de Tarariras invitó a
la de Miguelete a una fiesta campestre. Se aceptó en otra
ocasión la invitación del Coro de Ombúes de Lavalle para
una fiesta.
Una actividad muy apreciada y exitosa fue la “velada”
realizada a fines de octubre de 1912, en el galpón de los
hermanos Salomón, luego de largos momentos de
planificación y ensayos diversos. Unas 100 personas
concurrieron a la velada. Aunque el clima no acompañó, el
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
38
evento convocó inclusive a gente de Sarandí, Colonia
Valdense, Ombúes de Lavalle, Cosmopolita y Tarariras.
Elías Cayrus dio la bienvenida y el pastor Pablo Davit dirigió
unas palabras. Hubo diálogos, comedias, monólogos,
dramas, poesías, etc. Como nota de color, don Santiago
Rostagnol hizo funcionar su gramófono.
A veces las relaciones se extendían a la recordada madre
patria. Pedro Salomón informó en una sesión que el 8 de
febrero de 1914 se inauguró un templo Evangélico Valdense
en Roma, “de lo cual debemos regocijarnos y estar
agradecidos a Dios por haber hecho que la luz de la
civilización haya puesto el pie sobre la cabeza del monstruo
que bajo el nombre de Dios, justicia y religión, no titubeaba
en mandar quemar vivos a niños, mujeres y ancianos”.
Los colonos de Miguelete no desconocían los sombríos
momentos que se vivían en Europa por causa de la guerra.
Un trabajo de Jerah Jourdan de agosto de 1914 alude a los
acontecimientos bélicos que se desarrollaban allende el
Océano. En otra oportunidad, Miguel Rostagnol habló del
dolor que sentían por la patria de sus padres. Resulta
interesante un registro de 1916: “Elías Cayrus lee una carta
de un sobrino suyo que se halla al frente de batalla”.
En noviembre de 1914 se organizó una fiesta bajo los
eucaliptos de David Bonjour. Esta vez los invitados fueron
los integrantes de la Sociedad Cristiana de Jóvenes de
Tarariras y los niños de la Escuela Dominical. Una vez más
los participantes presentaron discursos, monólogos, diálogos,
poesías, comedias, etc. La Banda de Música de la localidad
ofreció sus servicios para alegría de todos y Elías Cayrus
presentó un discurso. La cortesía fue retribuida por la
Sociedad de Tarariras invitando a la de Miguelete para una
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
39
fiesta a realizarse en febrero de 1915, y tiempo más tarde,
hacia el verano de 1917, otra fiesta organizada por la
Sociedad de Tarariras se realizó en el arroyo San Luis.
En 1915 se decidió recolectar fondos para la Cruz Roja
Italiana y, con esa finalidad, se organizó una fiesta en lo de
David Bonjour. Para la especial ocasión se invitó a la
Sociedad de Tarariras, al Coro de Ombúes de Lavalle y a los
niños de la Escuela Dominical. Esta vez se reunieron más de
300 personas. Se dieron cita vecinos de Riachuelo, Sarandí y
Colonia Valdense. David M. Salomón realizó la apertura y
dirigieron la palabra Leopoldo Dalmás, presidente de la
Sociedad Cristiana de Tarariras, Miguel Rostagnol, Elías
Cayrus y el pastor Pablo Davit. Luego cantó el coro y tocó
la Banda de Música. Una parte central de la velada fue el
simulacro de batalla que se realizó con participación de la
Cruz Roja. Deseando sumar su contribución, la Sociedad de
Tarariras tomó una iniciativa similar y también organizó una
velada en apoyo a la Cruz Roja Italiana.
En 1916 las señoritas de la Sociedad se reunieron para hacer
algo por el Orfanato de Torre Pellice, Italia, y optaron por
rifar un cuadro hecho por ellas mismas. Por ese tiempo la
Sociedad se hizo miembro perpetuo de la Cruz Roja Italiana.
Por supuesto, los miembros de la Sociedad recibieron
detallados informes de todos los fondos recogidos y de su
recepción por parte de la Cruz Roja. También se dio a
conocer en la Sociedad que el Comité Valdense de Turín se
estaba ocupando de los soldados valdenses que estaban en el
frente.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
40
Don Elías y los suyos
No hay evidencias de que doña Constancia Davit de Cayrus
haya participado de las reuniones de la Sociedad Unión
Cristiana de Miguelete. Don Elías, por el contrario, era tal
vez su miembro más activo y uno de los más preparados. Se
nota que, de tanto en tanto, la salud le jugaba una mala
pasada y se ausentaba por ese motivo. En agosto de 1912,
mediante una esquela, notificó su sentimiento por no poder
reunirse “por estar indispuesto”. También debió viajar por
asuntos comerciales o de familia a Colonia Suiza, Colonia
Valdense y otros lugares. Puede leerse en un acta de 1917:
“El presidente lee una carta del socio Elías J. Cayrus en la
cual motiva su ausencia que es por hallarse recién en
convalecencia de una indisposición. Se hacen votos por su
pronto restablecimiento”.
Sus propuestas eran escuchadas y muchas veces tenidas en
cuenta. Cuando la Sociedad contó con un mueble, impulsó
la idea de formar una biblioteca. En pleno desarrollo de la
Gran Guerra, Cayrus propuso ayudar a la Cruz Roja Italiana,
lo que motivó la organización de una nueva fiesta para
recolectar fondos. Incluso llegó a proponer que se estudie la
posibilidad de construir un local propio para sesionar, pero
Jerah Jourdan sugirió más bien agrandar el local contiguo a
la capilla, por razones prácticas: “Respecto a la otra
propuesta, de hacer un local; se resuelve dejarlo para más
adelante debido a que por ahora, ni hay paja ni se puede alzar
terrón por estar demasiado seco”. Pasado el tiempo, Elías
Cayrus presenta otros tres planes para el desarrollo de la
Sociedad.
Una nota que se repite constantemente tiene relación con los
comentarios que don Elías solía añadir a las lecturas o
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
41
reflexiones bíblicas. A veces él mismo estaba encargado de
la meditación o de la oración. Los temas que abordaba eran
de los más diversos: en una ocasión (año 1913) leyó un
trabajo sobre la historia profana y la historia sagrada, y luego
cantó un himno en francés. Otro registro refiere que habló
sobre el bautismo en consonancia con la tradición valdense:
“Dice que hay dos bautismos; el de agua que todos hemos
recibido cuando niños y el del Espíritu Santo que debemos
pedir a Dios y que es la verdadera confirmación del
primero”. El secretario a veces apuntaba alguna evaluación
de su actuación: “El Sr. Elías Cayrus hace una larga y buena
meditación [...]”. Sus propias experiencias fueron incluidas
en aquellas meditaciones: en un trabajo titulado “Recuerdos
de mi juventud” evoca sus años juveniles en Italia, volcando
también parte de sus vivencias en una composición a la que
tituló “Experiencias de un viajero”.
Otros ejes temáticos de don Elías fueron, por ejemplo, “la
marca de la bestia”, la segunda venida y las señales, “la
aritmética de la Biblia”, la escuela de Jesucristo, la
transfiguración, la parábola de las diez vírgenes, la
obediencia a la ley de Dios, los adelantos de la ciencia en los
siglos XIX y XX en cumplimiento de las profecías. Algunas
de sus reflexiones quedaron asentadas en los libros de actas
de la Sociedad Unión Cristiana: “Elías J. Cayrus llama la
atención sobre el amor de Dios e invita a estudiar y
comprender hasta lo posible ese amor sin límites”. Sobre
una persona en particular se dice que “Elías Cayrus lo
exhorta a dejar las vanidades de este mundo y volver a vivir
una vida santa y para la gloria de Dios”. El registro
menciona también que en diciembre de 1916 Elías Cayrus
hace una invitación a reflexionar sobre el año transcurrido:
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
42
“Elías J. Cayrus nos da muy buenas exhortaciones sobre los
cap. 8, 9 de Ezequiel [...]”; y en la que fuera una de sus
últimas intervenciones se registra que Elías Cayrus
pronunció sentidas palabras sobre el Salmo 46:1
concluyendo con una exhortación.
Varias veces se comenta que Elías Cayrus dio “buenas
explicaciones”, agregó “buenas palabras”, o leyó “una buena
meditación”. Sobre su persona se sugiere que era un hombre
bueno, tal vez en exceso. En una nota curiosa de mayo de
1913, el secretario anotó en el libro de actas que el presidente
anterior [don Elías] era demasiado bueno y que ahora había
más orden en el salón social, “pero a veces es malo ser
demasiado bueno”. Fue buena, seguramente, la influencia
cristiana de Elías sobre sus hijos y la oportunidad que les dio
de participar en la Sociedad Unión Cristiana desde sus años
tempranos. Hay evidencias de intervenciones de los cinco
mayores.
Cuando cumplió la edad requerida de 15 años, Elena Cayrus
solicitó ser aceptada como miembro efectivo de la Sociedad
Unión Cristiana. Durante todos los años que su familia
permaneció en Miguelete siguió presentando trabajos,
lecturas bíblicas y meditaciones. En una ocasión cantó un
himno junto a su hermano Emilio. Un acta de 1916 dice que
Elena leyó Marcos 9 y presentó “una buena meditación”. En
ocasiones la presentación de un trabajo suyo se hacía en
francés. Es probable que le gustaran en especial las poesías,
ya que solía declamar. Se dice que a veces leía trabajos de
su autoría, o un artículo de alguna revista. Hay anotaciones
de un trabajo leído sobre el Salmo 37. Aunque no se
registran muchas intervenciones suyas en las deliberaciones,
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
43
se sabe que hizo propuestas y pidió explicaciones en diversas
oportunidades.
En cuanto a Emilio y a Pedro Cayrus, se los menciona por
primera vez en mayo de 1913. A partir de allí se consigna
que Emilio recitó una poesía, aún antes de ser admitido como
miembro efectivo. También que le tocó leer trabajos, por
ejemplo, sobre la resurrección y presentar meditaciones. En
otras reuniones dirigió el estudio de la Biblia y, cuando fue
necesario, presidió las sesiones. Por su parte, Pedro recitó
una poesía, presentó un ensayo y leyó diversos trabajos. Y
los siguió Enrique, con su solicitud de ingresar como socio
pasivo.
Paulina Cayrus comenzó a actuar en la Sociedad Unión
Cristiana en 1915, cuando contaba con escasos once años.
Ese año “Paulina Cayrus pide que se le acepte como
miembro pasivo [...]”, y al poco tiempo la encontramos
recitando una poesía. Al siguiente año es designada para
presentar un trabajo; animada seguramente por el contexto
bélico, recitó una poesía titulada “Después de la guerra”. En
otras dos oportunidades se registra que Paulina leyó trabajos,
uno aparentemente propio y el otro seleccionado de un
periódico.
Algo acerca de los Plenc
En las actas de la Sociedad Unión Cristiana de Miguelete el
apellido Plenc se repite muchas veces, lo mismo que tantos
otros de los primeros pobladores de la colonia. Varios
hermanos Plenc Michelín tuvieron una participación activa
en las sesiones.
David tenía diez años cuando se fundó la colonia. Ni bien
cumplió la edad reglamentada pidió ser admitido como
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
44
miembro efectivo. A partir de entonces presentó varios
trabajos y lecturas. Se lee en los registros: “El joven David
Plenc lee una composición [...]”. Desde los 15 años se
encargó de realizar lecturas y meditaciones bíblicas, tratando
en estas presentaciones temas tales como la mentira, entre
otros. Una anotación del secretario afirma que David Plenc
“[...] había presentado una buena meditación bíblica”. Llegó
a ser vice presidente y, en ausencia del presidente, le tocó
presidir la sesión. También participaba de las deliberaciones
haciendo preguntas o comentarios oportunos. En algunas
oportunidades debió faltar a las sesiones por enfermedad o
viajes. En mayo de 1918 se leyó una carta suya “en la cual
comunica que no podrá asistir a las sesiones por un tiempo
indeterminado por hallarse ausente de la localidad [...]”.
Desde mediados de 1913 se advierte una participación activa
de Juan Plenc en las reuniones de la sociedad. Esto
continuará a lo largo de los años, tanto en la lectura de
trabajos y artículos como en la presentación de meditaciones
y reflexiones espirituales. Se sabe que habló acerca del día
de descanso y de la importancia de la Escuela Dominical. En
una oportunidad, los concurrentes recibieron su exhortación
junto con la lectura de Romanos capítulo 8, y también
escucharon un trabajo referido a la oración, que él mismo
había escrito. No dudó en presidir las reuniones de la
Sociedad cuando se lo solicitaron, así como asumir alguna
responsabilidad orgánica en otras oportunidades.
Se sabe que tanto David como su hermano mayor, Juan,
debieron dejar su casa paterna por haberse acercado al
adventismo. En 1919, ambos hermanos se encontraban en el
Colegio Adventista del Plata (Entre Ríos, Argentina). A
mediados de julio de ese año, enviaron desde allí una carta a
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
45
Elías Cayrus. La respuesta llegó a principios de agosto, con
palabras afectuosas y llenas de espíritu cristiano. Elías les
pedía al final de la carta: “No nos dejen mucho sin noticias;
las experiencias personales son de mucha bendición para los
demás, y para mí será siempre de un gran aliento saber algo
de su vida espiritual. Los he visto nacer en medio de
dificultades y mi deseo y oración es de verlos crecer y
fortalecerse en la fe de nuestro Señor Jesús”. Unas líneas
finales están destinadas a Juan: “He oído que antes de irte de
la casa, has prometido a tus padres de volver para la siega, si
es así, no faltes a tu promesa [...]”. Juan completó sus
estudios ministeriales y David regresó al Uruguay para
dedicarse primero al colportaje y luego a la agricultura.
David Plenc y Elena Cayrus se casaron en Guichón el 6 de
marzo de 1924, unos meses después del fallecimiento de don
Elías.
Pablo Plenc presentó un trabajo voluntario y leyó una
composición antes de contar con la edad reglamentaria para
ser un miembro efectivo. Al igual que sus hermanos, dirigió
lecturas de la Biblia y presentó diversos trabajos, uno de los
Cuatro generaciones Plenc: David, Elbio, Daniel y Ariel (1984)
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
46
cuales trataba sobre Juan Huss. Un acta registra que “[...]
leyó una buena meditación”, y se sabe también que, por lo
menos en una oportunidad, se hizo cargo de presidir el
encuentro semanal. Emilio Plenc fue admitido primero como
miembro pasivo y luego como efectivo. Leyó trabajos y
artículos, hizo propuestas y también presidió al menos una
sesión.
El ocaso de la Sociedad
Los registros de la Sociedad Unión Cristiana son demasiado
breves y sobrios como para dar cuenta clara de
los momentos de tensión y desavenencias que sobrevinieron.
Se alude a principios de 1914 a “los momentos difíciles que
pasa la sociedad actualmente [...]”. Jerah Jourdan y Clara J.
de Salomón piden ser borrados de la lista, y aparentemente
son convencidos de permanecer un tiempo más. Las
mayores dificultades, sin embargo, se suscitaron desde
mediados de 1917. Al parecer don Elías Cayrus fue
introduciendo aquellas creencias que había adoptado de los
adventistas. En una reunión comunicó que había hablado
con cierta persona sobre la Palabra de Dios, e “invita luego al
que quiera saber algo sobre esto asista a la reunión en su casa
[...]”.
En especial el “Libro de Actas número 3 año de gracia de
1917”, aporta datos relevantes sobre la definida decadencia
de la Sociedad. En julio de 1917, Margarita Artus propone
con insistencia su disolución, “en vista de haber divergencias
de ideas entre los miembros de nuestra Sociedad” y de que
“no reina la debida fraternidad”. Se oponen a la propuesta
Pedro Salomón, David Plenc y Elías Cayrus. Éste último
responde: “Si hay diferencias, ¿no podríamos ponerlas a la
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
47
luz y tratarlas inspirados en Su amor?”. La réplica de
Margarita Artus se expresa lacónicamente como sigue: “La
Sociedad ya no es como cuando se fundó. Algunos cambian
de idea”. El registro da cuenta de la penosa situación: “No
habiendo ánimo para seguir con el programa, después de
humillarnos ante Dios y pedirle que nos perdone y nos
bendiga, se levanta la sesión a las 21 horas más o menos”.
A partir de allí comienza a notarse la ausencia, incluso, de
los mismos integrantes de la mesa directiva de la Sociedad.
Llegaron también cartas de renuncia de Margarita, Paulina,
Esther, María Luisa, Agustina, Alejo y Alberto Artus, Pedro
Lauzarot, Albertina Ida, Armando Pontet y Francisco
Jourdan. En agosto de 1917, Pablo y Anita Rostagnol
presentaron sus renuncias “por causa de las dificultades
surgidas en la Sociedad [...]”. A estas renuncias se sumarían
luego las de Judit y José Rostagnol, por no poder asistir. Esa
fue la ocasión, relatada también en su diario, cuando Elías
Cayrus cantó un himno compuesto por él mismo y dedicado
a sus compañeros de la Sociedad.
En una reunión realizada en el local de culto, a mediados de
abril de 1918, sólo estuvieron presentes Pedro Roland, David
y Pedro Salomón, Pablo Plenc, Elías Cayrus y sus hijos
Elena, Emilio, Pedro y Paulina. Pedro Salomón preguntó si
no sería bueno disolver la Sociedad en vista de las
dificultades para sesionar; y aunque el ocaso parecía
inevitable, Elías Cayrus opinó que era mejor no disolverla.
Presentaría luego la moción de dedicar parte de los fondos de
la Sociedad a la evangelización de Italia. En agosto de 1918
Pedro Roland pidió terminantemente que se le borre de la
lista y David M. Salomón propuso que los archivos de la
Sociedad fueran guardados por un socio designado por la
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
48
mayoría. Entonces se decidió vender útiles y muebles de la
Sociedad para obra de beneficencia. Se vendió también el
gramófono. Don Elías fue nombrado para agradecer al
Consistorio de la Iglesia por el uso del local.
En mayo de 1919 se produjo la última reunión de la Sociedad
Unión Cristiana “Mixta” de Miguelete, de que se tenga
registro. Desde 1920 funcionó la Unión Cristiana de
Jóvenes. En una misiva enviada desde Guichón en agosto de
1919 a Juan y David Plenc, don Elías Cayrus dice haber
recibido carta de David M. Salomón con buenas noticias de
Miguelete y de “los buenos vecinos de allá”.xi Guichón los
había recibido con un tiempo de muchísima lluvia y habían
demorado un mes para levantar un ranchito en el campo
donde pudiesen abrigarse los tres muchachos, mientras los
demás vivían en una casa alquilada en el pueblo. En su carta
don Elías expresa su esperanza para los días que vendrían:
“creo que Dios nos abrirá aquí también una puerta”.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
49
V
Ellos lo conocieron
La peculiar historia de Juan Elías Cayrus
ya ha sido contada. Se ha escrito de su
nacimiento en el seno de una familia
valdense del norte de Italia en 1877, de su
contacto con Elena G. de White en
1886,xii de su casamiento con Constancia
Davit en 1898 y de su traslado a las costas
uruguayas del Río de la Plata en 1900. Se
recuerda que volvió a moverse con su
familia a Miguelete en 1909 y que en 1914 se conectó con la
Iglesia Adventista por medio de las publicaciones. Se sabe
que comenzó a guardar el sábado el 15 de julio de 1916 y
que mantuvo contacto epistolar con los pastores Franklyn L.
Perry y James T. Thompson de la Misión Uruguaya.
Fuera de los recuerdos y de los apuntes familiares, un puñado
de hermanos de aquel tiempo dejó registros de la inspiradora
vivencia espiritual de Juan Elías Cayrus. Los recortes que
siguen son apenas una muestra del valor permanente de la fe
que es sostenida con mansedumbre y autenticidad.
Los primeros contactos
James T. Thompson, tesorero de la Misión Uruguaya,
informa a los lectores de La revista adventista de una visita
al hermano Rivoir, de Barker, Uruguay.xiii Rivoir, de origen
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
50
valdense, había recibido dos años atrás una carta proveniente
de Colonia Miguelete, en la cual un señor Juan Elías Cayrus
solicitaba una suscripción a la revista El atalaya. En ese
tiempo un colportor de apellido Koch lo visitó en varias
oportunidades. Siempre fue muy bien recibido y comenzó a
dar estudios bíblicos a los Cayrus y a algunos de sus vecinos.
Cierto día Thompson tomó el coche y se trasladó de Barker a
Colonia Miguelete. Aunque no había anunciado su visita fue
fraternalmente recibido ese lunes por la tarde, y mientras
dialogaba con la familia, un hijo de Juan Elías fue a casa de
unos vecinos para invitarlos a participar del estudio de la
Biblia. Cenaron, realizaron el culto de familia y siguieron
estudiando las Escrituras. Leyeron acerca de la vida de Jesús
y de la oración. Durante la reunión Cayrus exclamó
repetidas veces “¡Cuán maravilloso! ¡Cuántas veces había
leído estos textos, pero nunca había visto estas cosas!”.
El vecino de los Cayrus había dejado de fumar pocos días
atrás y se sintió bendecido y fortalecido por el estudio de esa
noche. El día anterior don Elías había celebrado el habitual
culto dominical, pero manifestó que era el último pues
comenzaría a guardar el sábado. Escribió Thompson: “Por
un momento quedé sin habla, por la emoción que sentía al
estar allí entre esos dos vecinos y ver cómo el Espíritu de
Dios había estado obrando en sus corazones, habiendo cada
uno hecho una gran decisión sin que el otro lo supiese,
aunque sus casas estaban bastante cercanas. También vi
cómo la mano de Dios dirigía mis pasos, a fin de que llegase
yo justamente en el tiempo cuando más sentían ellos la
necesidad de ayuda”.xiv
Thompson relata que treinta y un años atrás, cuando Cayrus
era un niño, había conocido a Elena G. de White y tenido la
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
51
oportunidad de escucharla predicar en los valles valdenses
del Piamonte, en Italia. Quedó fuertemente impresionado
con las verdades escuchadas, aunque sus padres no lo
animaron a seguirlas. Ahora - dice el informe - “la semilla
que fue sembrada en su corazón en los días de su niñez ha
brotado. Posee un ejemplar de El conflicto de los siglos, en
francés, que su padre compró del Hno. D. T. Bourdeau hace
muchos años”.xv
Durante la semana que Thompson permaneció en Colonia
Miguelete, visitó a otros interesados durante el día y dirigió
estudios bíblicos en las noches. El día viernes Cayrus lo
llevó a la estación para que continuara su viaje a Mercedes y
Dolores.
Por su parte el pastor José W. Westphal recuerda al hermano
Miguel Dreher, muy vinculado con la vida de la familia
Cayrus. Dreher era un colportor que había trabajado en
distintas localidades del Uruguay. Era un alemán de Rusia,
que más de una vez tradujo al ruso los mensajes de los
misioneros adventistas y realizó una buena obra entre los
inmigrantes rusos del norte del país. Por un tiempo dirigió
una pequeña congregación adventista cercana a Paysandú.xvi
En registros que datan de 1917, el pastor José W. Westphal
recuerda que, más de veinte años antes, su hermano Franck
H. Westphal había celebrado una serie de reuniones cerca de
Nueva Helvecia, estableciendo una iglesia. Cuenta también
Westphal que Juan Elías Cayrus asistió a la reunión anual de
la Misión Uruguaya celebrada en Nueva Helvecia, en abril
de 1917. Dice: “Ya se ha informado antes cómo cierto
hermano empezó a guardar el sábado en la Colonia
Miguelete hace casi un año. Ahora toda su familia, como
también su anciana madre, está con él en la verdad. Asistió a
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
52
esta reunión, regocijándose grandemente en las bendiciones
recibidas. Es activo en la obra misionera, y algunos de sus
vecinos están interesados”. xvii Efectivamente, algunos
vecinos de Juan Elías -como David M. Salomón y José
Cairus- lo acompañaron a ese congreso.xviii
Los pastores Germán F. Nohke y N. A. Hansen se sintieron
animados con estas perspectivas y decidieron realizar en
mayo de 1917 una corta serie de reuniones evangelizadoras
en aquel lugar habitado por valdenses: Colonia Miguelete.
Cayrus fue comisionado para alquilar un local. Cuenta
Nohke que “pronto la oposición se hizo sentir fuertemente y
si no hubiera sido por el Hno. Cayrus, un valdense que
aceptó hace algún tiempo la verdad del sábado, y que puso
con liberalidad a nuestra disposición tanto su casa como su
influencia moral y espiritual, hubiésemos pasado un tiempo
muy difícil”.xix A pesar de la propaganda contraria a las
reuniones, el local se llenó cada noche con gente respetuosa
y atenta. Los pastores valdenses predicaron en contra de las
doctrinas adventistas, y sin proponérselo impulsaron a
muchos a decidirse en favor de ellas. El tiempo de la
cosecha impidió la continuidad de la predicación, pero el
informe destaca: “[...] hay ahora en ese lugar juntamente con
el hermano Cayrus cuatro familias valdenses que observan
los mandamientos de Dios [...]”; xx concluyendo con estas
notables palabras: “Hay entre los valdenses del Uruguay
muchos que llevan grabadas en sus mentes y algunos aun en
sus corazones las poderosas predicaciones dadas por la Hna.
White en los valles en Italia”. xxi Entre los primeros
misioneros adventistas que trabajaron por los valdenses del
Uruguay puede mencionarse a Jean Vuilleumier, quien vino
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
53
de Suiza y podía predicar en francés, alemán, español e
inglés.
Identificación y servicio
El sábado 15 de septiembre de 1917 se organizó una escuela
sabática en casa de Juan Elías Cayrus. Él mismo fue su
director. Meses más tarde, en marzo de 1918, viajó a San
José para asistir a un congreso adventista. El trayecto se
realizó en un carro liviano y lo acompañaron sus hijos
mayores, Elena y Emilio, y también el hermano David
Salomón.xxii En esa ocasión conocieron a otros miembros de
iglesia, como los hermanos Ernst. Se encontraban presentes
los obreros de la Misión Uruguaya y de la Unión Austral,
como C. P. Crager, August R. Sherman, Eduardo W.
Thomann y Lydia G. de Oppegard.xxiii
A fines de septiembre de 1918, N. A. Hansen y G. F. Nohke
se trasladaron nuevamente a Colonia Miguelete para celebrar
algunas reuniones. Hansen escribe: “A la conclusión de
nuestra estada, tuve el privilegio de bautizar a seis personas,
que ya hacía tiempo estaban listas para este rito [...] Un
hermano activo fue elegido como director del grupo, al cual
también organizamos para obra misionera de iglesia, y
estamos seguros de que nuestros hermanos allá harán una
buena obra en favor de sus semejantes”.xxiv
En una visita a los hermanos rusos de Porvenir, cerca de
Paysandú, J. T. Thompson encontró a Miguel Dreher y a
Juan Elías Cayrus, junto a su hijo, quienes habían viajado en
busca de tierras donde establecerse. En esa oportunidad
realizaron visitas y celebraron una reunión en casa de una
familia Racovsky. xxv Por aquel tiempo José Replogle
trabajaba como colportor en Paysandú.xxvi Corría el mes de
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
54
mayo de 1919 cuando Juan Elías Cayrus decidió emigrar por
última vez para radicarse en Guichón. Allí permaneció junto
a su familia, compuesta por doce hijos y su madre, hasta su
prematura desaparición en julio de 1923, menos de cinco
años después de su bautismo.
También el pastor A. R. Sherman escribió acerca de una gira
a Paysandú realizada en septiembre de 1919 en compañía del
pastor Julio Ernst. En sus notas Sherman dedicó algunos
párrafos a Juan Elías Cayrus: “Después visité a los hermanos
aislados. Tuve el privilegio de estar dos días con el Hno.
Cayrus, en Guichón. Este hermano, a pesar del poco tiempo
que está allí, ha podido conseguir la amistad de la mayoría
del pueblo, y esperamos que algunas almas aceptarán la
verdad. Me quedé bastante impresionado al ver temprano
por la mañana a los chicos del pueblo, que venían a buscar
leche desnatada, que él había ofrecido a los pobres. Y no
solamente les dio leche, sino también un tratado misionero a
cada chiquilín”.xxvii
Un adiós esperanzado
El pastor Carlos E. Krieghoff, quien sucedió al pastor A. R.
Sherman en la presidencia de la Misión Uruguaya, escribió la
breve necrología de Juan Elías Cayrus. Su crónica, no libre
de inexactitudes, completa el cuadro de su vida. Allí se lee:
“Elías Cayrus nació el 10 de mayo de 1877, en Apeliche,
Italia. A la edad de once años oyó predicar a la Hna. E. G.
de White el mensaje del tercer ángel en los valles de los
valdenses de Italia. Contrajo matrimonio en 1898, y en 1900
emigró, con su esposa, a Sudamérica. En 1916, guardó su
primer sábado, y fue bautizado en septiembre de 1918. El
Hno. Cayrus enfermó, hace poco, de pulmonía y a los pocos
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
55
días notó que su fin se acercaba. Llamó a todos los
miembros de su familia al lado de su lecho, los exhortó a ser
buenos cristianos, a continuar celebrando fielmente la
escuela sabática del hogar y a llevar a cabo lo que él no había
podido hacer. Su esposa leyó el Salmo 23 y el Hno. Dreher
dirigió una ferviente oración. Luego cantó el Hno. Cayrus
una estrofa del himno ‘Sobre nubes refulgentes vendrá
nuestro Salvador’, y manifestó después: ‘Ahora deseo morir’.
Luego cayó en un estado de apacibilidad que duró hasta el 14
de julio, fecha en que dejó de existir en su hogar en Guichón,
depto. de Colonia, R. O. del Uruguay. Manifestó siempre
una profunda fe y confianza en que había de ver a su
Salvador venir en las nubes de los cielos, para salvar a los
redimidos. Además de su esposa deja a su anciana madre,
cinco hijos y siete hijas, los cuales se consuelan de que la
separación no ha de ser larga y basándose en 1 Tes. 4:14-18,
no se entristecen como los que no tienen esperanza. El Hno.
Miguel Dreher ayudó desinteresadamente a la afligida
familia en esta amarga experiencia”.xxviii
Ellos lo conocieron. Completaron los relatos que la familia
Cayrus ha compartido tantas veces. Algunos valores
cristianos se rescatan de esta vida sencilla y consecuente:
profundo respeto por las cosas de Dios y las verdades de la
Biblia, amabilidad y hospitalidad para con los creyentes, así
como un espíritu de generosidad y fervor misionero para con
quienes necesitaban conocer el mensaje de esperanza.
Virtudes éstas que, como nunca antes, los hijos de Dios
necesitan cultivar.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
56
VI
El diario de don Elías (1913 a 1919)
El diario personal de Juan Elías Cayrus me fue cedido por
Inés, la menor de sus hijos. Abarca las más diversas
actividades de las que se ocupó entre los años 1913 y 1923.
Lo tomo, no sólo como una pintura de esa época, sino más
bien como el testimonio de un esfuerzo infatigable detrás de
un ideal arraigado en profundos valores cristianos; y
propongo algunos de los temas que me he permitido anotar
del diario de don Elías.
Trabajo y más trabajo
La concesión bíblica de “seis días trabajarás” se tomaba en
forma literal en la casa de los Cayrus. Ellos participaron de
los esfuerzos fundadores que requirieron la colonización y el
desarrollo, primero de Miguelete y luego de los alrededores
de Guichón. Se imponía la necesidad de subsistir y de
buscar una vida digna en medio de innumerables
limitaciones y necesidades. Mientras tanto, la chacra que
habían trabajado en Colonia Valdense se había rentado, a la
espera de un comprador. Pablo Rostagnol la compró en
1918.
Los registros del diario de don Elías desde 1913 son una
muestra acabada de laboriosidad y cooperación entre vecinos
y familiares. Cuando se emparvaba en el campo de Pablo
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
57
Plenc, don Elías acudía con su carro. Lo mismo ocurría con
las trillas de J. D. Salomón o Ernesto Talmón. En aquellos
inicios de la Colonia Miguelete la trilla de trigo, lino y avena
era un evento importante. Don Elías también solía ir a la
yerra de Pablo Plenc y otros vecinos.
Se sucedían sin pausa las actividades de arado, siembra, trilla
y acarreo. En la quinta y en la chacra se cultivaban
zanahorias, papas, maíz, porotos, batatas. Como se
apreciaban las frutas, también se plantaron viñas, perales y
durazneros.
Había mucho trabajo compartido con los demás colonos. Se
prestaban y devolvían continuamente objetos y alimentos.
Los hijos participaban en los trabajos desde pequeños.
Cuenta don Elías que Pedro y Emilio iban al yugo ya desde
principios de 1914, y Elena ayudaba a veces en las trillas
como cocinera.
No faltaban animales, que además de buenos cuidados
recibían nombres. Se carneaban cerdos y se hacían morcillas
y chorizos. Había colmenas de donde sacar miel. Un
domingo de agosto de 1918 probaron el primer queso, y Elías
acotó que había salido bueno.
Es indudable que Elías había desarrollado una buena
cantidad de habilidades manuales. En octubre de 1913 hizo
una mesa grande para su familia en crecimiento, y luego
fabricó un banco apropiado para esa mesa. Además, la
construcción, ampliación y mantenimiento de las propias
viviendas familiares resultaba un arduo trabajo: había que
hacer barro para revocar las paredes y resultaba necesaria la
construcción de pozos para obtener agua. Con el mismo
empeño con que levantaron paredes, dedicaron esfuerzos a
plantar árboles en las cercanías de la casa, como por ejemplo,
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
58
eucaliptos. Contra tantas labores solían atentar las visitas de
las langostas, como ocurrió en octubre de 1915 y en
noviembre de 1917. Ocuparse en matarlas les demandaba
varios días.
Un eterno ir y venir
La necesidad de comercializar los productos del campo
imponía permanentes viajes a las localidades cercanas. En
una ocasión Elías concurrió con Pablo Plenc al negocio de
Luis Kuster en Tarariras, a fin de vender la producción de
trigo. Las cosechas solían venderse al señor Kuster; por ello,
estos viajes en carro a Tarariras se repetirían año tras año.
Además, muchas de las compras se hacían en ese lugar, y
ante la llegada de cada invierno se hacía necesario proveerse
de un buen surtido de almacén.
También se realizaron viajes en carro a Colonia Valdense.
Es indudable que Elías disfrutaba de la asociación con sus
hijos: en una ocasión lo acompañó Pedro y en otras fue
Elena, Emilio o Paulina. Estos viajes, verdaderas travesías,
tomaban su tiempo. Una vez demoró diez días para ir con
Elena a Tarariras, luego a Colonia Valdense y de nuevo a
Tarariras, antes de regresar a Miguelete. Algunas de estas
salidas solían llevarlo a Colonia Suiza. En el verano de
1916, Elías llevó una carrada de alpiste a Cardona y luego
otra carrada a Santa Catalina.
Así como se organizaban travesías para comprar, vender y
repartir, muchos viajes tenían connotaciones religiosas. A
fines de mayo de 1913, encontramos a don Elías y a Pedro
Rochón en Colonia Valdense recolectando dinero para la
capilla; en la oportunidad lo habían acompañado también sus
hijas Elena y Paulina. En noviembre de 1914 Elías visitó la
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
59
iglesia de Ombúes de Lavalle y la iglesia de Tarariras. En el
verano de 1915 concurrió a una conferencia en Cosmopolita
y participó de la inauguración del templo en ese lugar. A
comienzos de 1916 fue a Tarariras a otra conferencia.
Algunos viajes se hacían como esparcimiento y para cultivar
amistades, como aquellos traslados a Ombúes de Lavalle
para visitar al pastor Pablo Davit, oportunidades que Elías
aprovechaba para comprarle biblias o libros. Por su parte el
pastor Davit devolvía la gentileza visitando la casa de los
Cayrus, alojándose allí en ocasiones.
Hubo momentos cuando Elías llevó a su madre en alguno de
sus viajes, a Tarariras y Colonia Valdense. Por lo menos una
vez, Elías, su madre y su esposa Constancia fueron a
Ombúes de Lavalle. Los medios de locomoción eran
primitivos y variados: a veces simplemente se montaba a
caballo para ir a Tarariras y desde allí se continuaba en tren a
Rosario.
La adhesión de don Elías al adventismo motivó nuevos
viajes. En marzo de 1918 participó con sus hijos mayores
Elena y Emilio, y don David M. Salomón, de unas
conferencias en San José. Terminado el evento, todos ellos
volvieron a Miguelete por Barker donde esperaba Pedro con
la jardinera; mientras que Elías fue en tren a Montevideo,
pasó por la Misión y se alojó con el hermano Koch.
En otra oportunidad Elías regresó a San José con José Cairus
y juntos participaron de una reunión en la que habló Federico
Mangold. En abril de 1919 asistió con Elena, Paulina y
Pedro a unas reuniones adventistas en Rosario. Fue en ese
encuentro cuando Elías prometió dar a las misiones el primer
ternero que naciera en su nuevo domicilio de Guichón.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
60
Cultivo intelectual y un poco de esparcimiento
Don Elías acostumbraba recibir diarios y periódicos en su
casita de campo. Las frecuentes lluvias le impedían muchas
veces salir a trabajar o continuar algún viaje, pero le daban la
oportunidad de estudiar. En Nuevo Torino se pasó todo un
domingo de lluvia leyendo. Hay evidencias de su
predilección por los escritos de Elena G. de White. En un
momento de 1917 fue a Ombúes de Lavalle a retirar los
libros Testimonios para la iglesia que le había enviado el
pastor James T. Thompson. También gustaba de escribir.
En 1915 dio cuenta de haber escrito un artículo religioso.
Del mismo modo, se aprovechaban las oportunidades de
recrearse sanamente. Un fin de semana de agosto de 1913
concurrieron a una fiesta en la Escuela Pública de la
Estancia, y al mes siguiente Pedro y Emilio fueron con su
padre a una velada en Ombúes de Lavalle. Elías amaba la
música y en 1914 adquirió un clarinete. Un domingo luego
del mediodía acudieron a una fiesta en lo de Pablo Artus, de
la cual participó la banda de la localidad. Esta experiencia
habría de repetirse más de una vez. La Unión Cristiana de
Miguelete, con la participación de los niños de la Escuela
Dominical, realizó una fiesta en la que Elías hizo uso de la
palabra. Otra fiesta fue organizada por la Unión Cristiana de
Tarariras. Tiempo después, un nuevo evento social
propuesto por la Sociedad de Fomento de Tarariras contó con
la banda de música de Miguelete. Tal parece que tanto las
relaciones con Tarariras como las fiestas, eran muy
frecuentes. En noviembre de 1916 se habla de otra fiesta,
esta vez, de la Escuela Dominical. Por algún tiempo a partir
de 1914, Elías dio clases de francés. Magdalena Fanetti,
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
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recordada como la primera maestra de Miguelete, fue su
alumna.
Muchas y fecundas relaciones
Es interesante notar que desde la nueva patria, los Cayrus
mantuvieron relaciones con la iglesia valdense de Villar
Pellice y hacia allí enviaron ofrendas.
Don Elías se vinculó con la familia de Pablo Plenc, sin saber
que llegarían a ser consuegros. Juan Plenc lo reemplazó en
una ocasión como carrero. Incluso Constancia fue una vez a
Lavalle en compañía de María de Plenc. En otra oportunidad
Paulina Artus vino a ayudar a hacer trajes para Emilio, Pedro
y Enrique.
Alguien con quien solían visitarse por años fue José Cairus.
Elías recordó en su diario cuando Humberto, hijo de José
Cairus, se cayó del caballo y estuvo obligado a guardar
cama. Más de una vez se quedaba por la noche en Barker en
casa de D. Rivoir, y en una ocasión le tocó pasar la noche en
Rosario en lo de Pablo Cairus.
Elías tampoco sospechó que llegaría a emparentar con
Miguel Dreher, quien entonces se dedicaba al ministerio de
las publicaciones y residía en Palmira. Anotó en su diario
del viernes 11 de mayo de 1917: “Por la tarde llega a casa
muy rendido y con el caballo cansado el colportor adventista,
hermano Miguel Dreher”. Al día siguiente Dreher los
acompañó en la Escuela Sabática y por la noche a la sesión
de la Unión Cristiana. El domingo Dreher fue a la Escuela
Dominical; luego juntos visitaron a Pablo Plenc y por la
noche tuvieron una reunión en casa de David M. Salomón,
con buena concurrencia.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
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Muchas de las relaciones en Miguelete se deterioraron
cuando los Cayrus se acercaron a la fe adventista. En lo de
Pablo Plenc don Elías recibió insultos y se le prohibió volver
a esa casa. Días después David Plenc salió definitivamente
de su casa; pero tanto David como Juan Plenc siguieron
visitando a los Cayrus.
Sobre todo la familia
Los primeros varones de Constancia y Elías se sumaron muy
ponto a las tareas del campo. Emilio y Pedro Cayrus
trabajaban en las trillas desde los doce años, o tal vez antes.
Elena era sólo una adolescente cuando fue a Lavalle a hacer
diligencias para su padre.
Los nacimientos de los retoños de Miguelete quedaron
registrados en las páginas del diario. El martes 1 de abril de
1913 nació Alda Esther a las siete de la tarde. Varios días
después Elías viajó a Tarariras a inscribirla en el Registro del
Estado Civil. Un domingo de noviembre de ese mismo año,
Alda fue bautizada por el pastor Pablo Davit.
El sábado 17 de marzo de 1917, a las seis de la mañana,
nació Benoní Ismael. Su padre le dedicó una bendición:
“Que Dios le conceda vida y salud y haga de él un siervo
suyo y un heredero de la vida eterna”.
El nacimiento de Esli Eber el sábado 7 de septiembre de
1918, se narra con estas palabras: “Alegra nuestro hogar la
venida de nuestro undécimo [...] nacido a las 15 horas”.
Las oportunidades educativas para los hijos no fueron
muchas en esos años. Entre 1913 y 1914, Elena realizó
estudios de costura con la señorita Rosa Fanetti en la
Estancia.
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Una gran familia significaba necesidades que se
multiplicaban. Además de alimentos, en una oportunidad se
compraron seis pares de zapatos y treinta metros de géneros.
En otra, compraron sombreros para Emilio, Pedro y Enrique.
A veces los mismos muchachos se procuraban lo que
necesitaban, como aquella vez a mediados de 1915 cuando
Emilio y Pedro se compraron un despertador.
Cosas absolutamente domésticas quedaron consignadas en el
diario de don Elías, como esta nota: “Llegan a casa una gata
con dos gatitos; son bienvenidos porque hay muchos ratones
y ratas”.
La fe que se practica y se comparte
Elías Cayrus era un cristiano valdense comprometido.
Sostuvo perdurables relaciones con los pastores y recordaba
las visitas recibidas en Miguelete, como el pastor P. Ugón y
Pablo Davit. Mantuvo con este último una relación estrecha
y permanente. El pastor Davit se trasladaba regularmente a
Miguelete para dirigir los servicios religiosos. A fines de
1913 recibieron a dos nuevos pastores, llamados Ernesto y
Julio Tron, sin que por ello dejara de venir el pastor Davit.
Ernesto Tron predicó en Miguelete, por primera vez, un
sermón en español. Una reunión del Consistorio en 1915 fijó
que los domingos de sermón para Miguelete serían los
terceros y quintos de cada mes. Elías visitó por lo menos una
vez al pastor Bounous.
La asistencia a estos servicios se asumía como un deber y un
privilegio. El resto de las horas del domingo eran de
descanso y reflexión. En general, no hay anotaciones en el
diario de don Elías.
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Cuando el pastor no podía venir a Miguelete, don Elías solía
ocupar el púlpito. A fines de 1913 dirigió el culto y habló
sobre la fe y las obras. Volvió a predicar al siguiente año.
Le tocó reemplazar al pastor dos domingos seguidos de
1916. Ese mismo año predicó un sermón titulado “Tú eres
aquel hombre”, no habiendo venido el pastor Davit. En
diciembre de 1916, Juan Elías Cayrus tuvo la meditación en
un sepelio, y ya entrado el año 1917 hizo el sermón previa
autorización del Consistorio local.
En una Asamblea de Iglesia de principios de 1914, Elías fue
nombrado diputado para la conferencia en Colonia Valdense
que se realizaría en marzo. En aquel evento fue designado
secretario de la Comisión Ejecutiva, y en cumplimiento de
esta tarea debió viajar a Ombúes de Lavalle.
Por varios años Elías fue director de la Escuela Dominical en
Miguelete. En una fiesta de dicha Escuela sus alumnos le
regalaron un hermoso reloj de pared.
Más de una vez don Elías hizo escuchar su opinión al
Consistorio de la Iglesia Valdense de Miguelete. En una
reunión realizada en la herrería de J. D. Artus, Elías propuso
la formación de una orquesta compuesta de cinco
instrumentos musicales para dirigir el canto los domingos de
culto.
Como el diario de don Elías que ha llegado hasta nosotros
comienza su crónica en 1913, no es posible contar con el
relato de puño y letra de su primer contacto con el
adventismo del séptimo día en Europa. Pero sí quedó
registrado que en septiembre de 1913 recibió el periódico Les
Signes des Temps. Más adelante escribió una carta y envió
dinero a la Sociedad Uruguaya de Tratados en Montevideo
para el pago de la suscripción a la revista El Atalaya.
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Mantuvo la suscripción a Les Signes des Temps. Enseguida
sintió la necesidad de compartir estas publicaciones con sus
vecinos: suscribió a El Atalaya a por lo menos quince
familias,xxix y se registra que a principios de enero de 1919
pidieron 200 ejemplares especiales de El Atalaya.
En 1915 comenzó un nutrido contacto epistolar con los
directores de la Misión Uruguaya de los Adventistas del
Séptimo Día. Se escribió con el superintendente, F. L. Perry.
En junio de 1915 lo visitó el colportor adventista Santiago
Koch, con quien dialogó hasta una hora avanzada de la
noche. Antes de su partida le compraron libros como El Rey
que viene, Cristo nuestro Salvador, La gloriosa venida de
Cristo, y El camino a Cristo. xxx Éste regresó un fin de
semana, permaneció en lo de Cayrus y dirigió un par de
reuniones en la escuela de Jourdan. El hermano Koch volvió
a visitarlos en julio y en agosto. En esta última visita dio una
conferencia sobre las bestias de la visión de Daniel. La
siguiente vez, Koch respondió a un pedido de don Elías y le
trajo algunos tratados.
Las relaciones con los adventistas se extendieron. En abril
de 1916 don Elías fue a Las Barrancas a lo de Alejandro
Ernst para hablar con Santiago Koch y arreglar las
suscripciones de Les Signes des Temps, El Atalaya y La
revista adventista.
Hechos trascendentes ocurrieron en julio de 1916. Se lee
textualmente en el registro del domingo 9: “Resuelvo dejar el
domingo como día de descanso y observar el séptimo día de
la semana. Comunico esta resolución a mi familia para que
estudie el asunto en la semana”. Al día siguiente llegó a su
casa el pastor adventista James T. Thompson. Celebraron
una reunión familiar con la presencia de David M. Salomón.
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En los días siguientes visitaron a por lo menos siete hogares
de colonos de la zona.xxxi Una siguiente reunión se realizó en
lo de Pedro Salomón junto con la Banda de Música local y
otra muy concurrida en lo de J. D. Artus. Acerca del sábado
15 informó el diario: “Primer sábado que observamos como
descanso semanal”. El sábado 14 de julio de 1917, Elías
anotó en su diario: “Primer cumpleaños de nuestra resolución
de guardar el sábado”.
La participación de don Elías en la Iglesia Valdense
continuó. Respecto del domingo 16 dice el diario: “Doy
lección en la Escuela Dominical, luego voy al sermón y
faltando todos los miembros del Consistorio comunico al Sr.
Davit mi resolución de guardar el sábado y al mismo tiempo
mi deseo de seguir ocupándome de la niñez en la Escuela
Dominical y de la lectura en los cultos. Me contestó con
mucha amabilidad que yo siguiese bajo su responsabilidad”.
Al mismo tiempo que continuó dirigiendo la Escuela
Dominical, comenzó una Escuela Sabática en su casa.
Algunos de sus vecinos y hermanos valdenses concurrieron a
ella por lo menos una vez.xxxii
El relato continúa el lunes 31: “Hubo reunión del Consistorio
para hablar sobre mi resolución de guardar el sábado y ver si
podía seguir dirigiendo la Escuela Dominical como en lo
pasado. El Sr. Davit en nombre del Consistorio me escribe
una carta invitándome a seguir ocupándome de ella como en
lo pasado”.
Los sábados adquirieron connotaciones singulares: los
huevos que las gallinas ponían ese día eran dedicados a la
obra de la iglesia, y lo mismo ocurría con la leche que las
vacas daban ese día, fueran 25 litros o más. Aparentemente
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con la leche ordeñada los sábados hacían queso para las
misiones.
Thompson visitó nuevamente a los Cayrus en octubre de
1916. Elías lo acompañó a Tarariras donde tuvieron una
reunión en lo de Esteban Rostagnol.
Un viernes, al regresar de un viaje a Tarariras, don Elías
encontró en su casa al pastor J. W. Westphal. Al día
siguiente Westphal dirigió la Escuela Sabática y juntos
visitaron a José Cairus y a su hermano Pablo. En la tarde
hubo una reunión muy concurrida en la casa de los Cayrus, y
se habló sobre “La segunda venida de Cristo”. El domingo
el pastor visitante se trasladó a Barker. Las visitas
continuaron en marzo de 1917 con la llegada de Hansen y
Goëber.
A fines de abril de 1917 don Elías concurrió en Colonia
Suiza a la Conferencia de los Adventistas del Séptimo Día y
asistió con regularidad a todas las reuniones. Al regresar
organizó una serie de reuniones en su casa, que se iniciaron
con el tema “El origen del pecado”, y a las que concurrió
mucha gente.
Don Elías apuntó cuidadosamente los nombres de las
personas que adoptaron la observancia del sábado, como José
Cairus y su familia en abril de 1917, David M. Salomón en
septiembre del mismo año, Juan Pedro Bertinat y señora en
noviembre. También se ocupó de dar estudios bíblicos a
personas interesadas y de celebrar reuniones domiciliarias.
Durante una visita a Luis Jourdan en Colonia Valdense,
sostuvo una muy buena conversación y un estudio bíblico
que se prolongó hasta pasada la media noche, terminándolos
con oración.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
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En mayo de 1917, don Elías alquiló un local para la
realización de conferencias evangelizadoras de los
adventistas del séptimo día en Miguelete.
Las discusiones respecto del verdadero día de reposo
repercutieron en la comunidad de Miguelete y afectaron las
sesiones de la Sociedad Unión Cristiana. Una tarde de julio
de 1917 hubo una reunión sobre el tema “Por qué guardamos
el sábado”, con gran concurrencia.
Desde julio de 1917 don Elías expresó la tensión que
experimentaba con sus hermanos valdenses por causa de su
aceptación del sábado. Lo explicó textualmente: “He
interrumpido las anotaciones diarias debido a las
circunstancias penosas en la cual nos encontramos todos
debido a la fuerte oposición en contra de todo lo que tiene
alguna tendencia al sabatismo, manifestadas con palabras
iracundas y chocantes y especialmente con una fuerte
propaganda [...] para diezmar la Escuela Dominical con el fin
de tener un pretexto para acusarme y destituirme de director
de dicha escuela”.
La secuencia escueta de los acontecimientos que siguieron
fue la siguiente: (1) Visita del pastor Pablo Davit y entrega
de una carta del Consistorio de esa congregación, donde se le
pide que no se ocupe más de dirigir la Escuela Dominical.
(2) Don Elías pide una entrevista pública con el Consistorio
para su defensa y poder despedirse de los niños. (3) Asiste a
la Escuela Dominical y al sermón. Se despide de los niños.
(4) Visita de Juan Pedro Salomón y reunión abierta con el
Consistorio.
Don Elías y su familia continuaron asistiendo a los sermones
valdenses prácticamente por todo el tiempo en que vivieron
en Miguelete. Elías también concurrió al culto en Ombúes
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
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de Lavalle y Colonia Valdense. Le tocó en una oportunidad
escuchar fuertes palabras en contra de los “sabatistas”. Sus
hijos también mantuvieron una activa participación: Emilio,
Pedro, Elena y Paulina concurrieron a la inauguración del
local de la Unión Cristiana de Jóvenes en Tarariras.
En septiembre de 1917 ocurrieron otras cosas importantes:
Elías y su hija Paulina trajeron desde Colonia al hermano
Hansen, su señora Ángela y sus cinco hijos. José Cairus
trasladó los muebles para las conferencias junto a Germán
Nohke. El sábado 15, el hermano Hansen organizó
oficialmente la Escuela Sabática.
A principios de octubre de 1917 comenzaron en Miguelete
las conferencias adventistas dirigidas por Nohke y Hansen.
Asistió buena cantidad de gente, incluyendo al pastor Davit.
La temática comenzó con una exposición de Daniel capítulo
2, continuó con la inmortalidad del alma, luego vinieron
presentaciones sobre la Ley de Dios, el sábado, las bestias
proféticas, la Ley Ceremonial y la Ley Moral. El último
tema trató sobre la lepra del pecado. La Escuela Sabática se
hizo en el local de la Estancia por algunos sábados hasta
mediados de noviembre, mientras continuaban las reuniones
de evangelización. Al término de las mismas, don Elías y
Elena llevaron a los Hansen de regreso a Colonia.xxxiii
Las repercusiones de la decisión de don Elías continuaron en
la comunidad valdense. El Semanario publicó un artículo de
Ernesto Tron acerca de “La cuestión sabática”. En la capilla
se leyó el informe detallado sobre lo acontecido durante el
año. Entonces Elías escribió a Emilio Tourn, redactor del
Semanario, para pedirle la oportunidad de contestar al
artículo. Escribió el artículo, pero la posibilidad de
publicarlo le fue negada.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
70
La integración a la Iglesia Adventista del Séptimo Día quedó
sellada los últimos días de septiembre de 1918, cuando los
misioneros Hansen y Nohke pasaron una semana con ellos.
Con fecha del viernes 27 escribe don Elías: “Nos
bautizamos, Elena, Emilio y yo, David y Clara y Margarita
Bertinat”.
La correspondencia acortaba distancias
Don Elías encontraba tiempo para escribir cartas familiares y
comerciales. Entre los destinatarios de esta correspondencia
se mencionan nombres como los de su sobrina Constancia
Davit y de su hermano David Cairus. Se escribió muchas
veces con los pastores valdenses como Daniel A. Ugón y
Federico Tourn. Luego continuaría su contacto epistolar con
los pastores de la Misión Uruguaya de los Adventistas del
Séptimo Día, como F. L. Perry y J. F. Thompson. Lo hizo
también con los misioneros Nicolás Hansen y Germán
Nohke, y con el pastor J. W. Westphal. También recibían
cartas de muchos lugares, de personas como Beatriz Cairus y
David Cairus. Otros hermanos que le escribieron en ese
tiempo fueron Santiago Koch, C. P. Crager, Federico
Mangold y Miguel Dreher. Algunos conocidos de San
Gustavo, al norte de la provincia de Entre Ríos, Argentina, le
Río San Salvador donde Juan Elías Cayrus fue bautizado
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
71
escribieron mandándole folletos sobre el asunto del sábado y
el domingo. Desde 1918 intercambió correspondencia con
Lydia G. de Oppegard por los informes de la Escuela
Sabática. A fines de ese año recibió carta de Carlos
Racovsky, quien lo estaba ayudando a encontrar tierras en el
departamento Paysandú.
No faltaron las dolencias
Elías solía anotar las enfermedades que afectaban su
bienestar o el de su familia. Una vez Pedro y Emilio
enfermaron de sarampión, seguidos por Enrique, Margarita,
Alina y Lelia.
Don Elías sufría de severos ataques de jaqueca. Un domingo
de 1914 debió ser reemplazado en la Escuela Dominical por
David M. Salomón debido a este padecimiento. A veces no
podía siquiera salir de su casa debido al fuerte dolor de
cabeza. En su diario solía registrar esos episodios en que se
sentía indispuesto: menciona que un domingo de 1916 fue
reemplazado en la Escuela Dominical por el pastor Davit; y
en julio de 1917 anotó simplemente: “Estoy muy enfermo de
un ataque de jaqueca”.
No fue posible escapar a los accidentes de trabajo, que
también quedaron registrados: Emilio se lastimó una vez por
una patada que le dio la Mimosa.
Dice don Elías que en ciertos días de agosto de 1916
estuvieron casi todos enfermos. Alguna vez, incluso, debió
ir hasta Colonia Suiza a buscar remedios.
Un poco de alivio encontró Elías con los tratamientos diarios
que le brindó el hermano Nohke con fomentos, masajes y
lavajes de estómago. Pero cuenta que luego de su primer
viaje a Paysandú volvió a enfermarse de jaqueca.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
72
En busca de un nuevo destino
Para abril de 1918, don Elías definidamente comenzó a
buscar otro lugar donde instalarse con su familia. Vio
muchos campos en procura de tierras para arrendar. En
diciembre de ese año, don Elías y su hijo Emilio partieron
hacia Dolores. El viaje se hizo en charrete (un carro liviano),
pasando por lo de Federico Tourn para seguir hasta
Mercedes, tomar la balsa y pasar a Fray Bentos. Un vapor
los llevó a Paysandú. Allí se encontraron con Miguel Dreher
y otros hermanos rusos, y fueron a la casa de Fidel
Gordienko. Al llegar a la Colonia 19 de Abril fueron
recibidos con mucha amabilidad por otros hermanos rusos.
Durmieron en casa de los hermanos Racovsky e iniciaron el
regreso embarcándose hacia Fray Bentos, para seguir en
diligencia hasta Mercedes y llegar finalmente a casa tarde en
la noche.
En enero de 1919 salieron Elías Cayrus y David M. Salomón
hacia Paysandú. Pasaron la noche en lo de J. Pedro Carius,
siguieron a Mercedes, tomaron la diligencia a Fray Bentos y
de allí el tren hasta Porvenir. Carlos Racovsky los llevó a su
casa en la Estancia de los Paraísos. El sábado 25 se
reunieron unos cuarenta hermanos en lo de Racovsky para la
Escuela Sabática. El domingo fueron con Racovsky a
Piedras Coloradas para ver un campo. Tomaron contacto
con los Sicalo y los Gordienko. Volvieron a reunirse en lo
de Racovsky el primer sábado de febrero. El retorno a
Miguelete concluyó el viernes 7.
Un tercer viaje se realizó en marzo de 1919. En tren a
Mercedes, en diligencia a Fray Bentos y de nuevo en tren a
Porvenir. Pasaron el sábado en casa del hermano Stoletniy.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
73
El domingo continuó el viaje en carro ruso a Paysandú. Allí
se encontró con el hermano J. Clemenko y con José D.
Replogle. También con los hermanos Sicalo, Gordienko,
Oleynick, Racovsky, Mazur y Kosiak. Fue en esa ocasión
cuando le avisaron por teléfono que había un campo
disponible en Guichón, perteneciente al señor Federico Giró.
Transcurrida la semana, la siguiente Escuela Sabática se
realizó en lo de Sicalo.
Un párrafo aparte merece el contacto de don Elías Cayrus
con Enrique Lautaret. Dice el diario: “Se halla detenido por
una falta, pero hablo en su favor al comisario quien le otorga
una licencia. Pasamos la tarde juntos”. Unos días después lo
visitó en su casa. A su regreso pasó por la casa de Esteban
Lautaret para llevarle noticias de su hijo Enrique. En su
siguiente viaje a Paysandú, don Elías volvió a visitar a
Enrique Lautaret, quien le agradeció por el obsequio de la
Biblia que le había enviado.
Don Elías había hecho planes de tomar el tren a Fray Bentos,
pero lo perdió y en su lugar tomó un tren de carga a Guichón,
pasando por Algorta. Se alojó en el hotel de José
Mendiburu. Registró en su diario: “Estando el sol en su
ocaso, salgo para visitar el pueblito, el hotelero se ofrece
para acompañarme. Después de una hora y media de paseo
volvimos al hotel con muy buena impresión del pueblito y de
sus habitantes”.
Una mañana temprano don Federico Giró lo esperó con el
charrete para llevarlo a la estancia. Luego de una vuelta por
el campo se decidió el asunto y se firmó el contrato en
Paysandú.
El último fin de semana de marzo don Elías estuvo listo para
regresar. Se embarcó a Fray Bentos y tomó la diligencia a
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
74
Mercedes. Allí invitó a José Correa y a J. Pedro Cairus para
arrendar juntos en Guichón. Entonces volvió a casa después
de 20 días de ausencia.
Existió todavía un viaje preparatorio en abril y mayo de
1919. Esta vez salieron en auto hasta Fray Bentos y tomaron
el tren a Paysandú. Se trasladaron en tren a Guichón, con
David y Manuel Geymonat. Elías aprovechó para buscar una
casa para alquilar. El regreso se hizo en tren por Algorta y
Liebig, después en auto hasta Mercedes y finalmente en tren
a Santa Catalina, antes de llegar a casa.
Debieron ultimarse los preparativos. Emilio alquiló un
vagón para el traslado de cosas. El sábado 17 de mayo
celebraron una reunión de despedida de la Escuela Sabática.
Hubo que hacer un viaje a Tarariras y a Rosario para arreglar
asuntos pendientes y el sábado 24 tuvieron su última reunión
de Escuela Sabática en Colonia Miguelete.
El viaje de Miguelete a Guichón, narrado en tantas
ocasiones, se traza sólo a grandes rasgos. Los acompañó
Manuel Geymonat. Salieron el lunes 26 de mayo antes del
amanecer y pasaron por el campo de E. Pilón. En la estancia
San Andrés pudieron dormir en un buen galpón y el dueño
les obsequió un pan grande, leche y media res. Otra noche
pasaron en una pulpería. El sábado 31, en contra de sus
deseos, tuvieron que proseguir su viaje. En la estancia del
Ombú les negaron un galpón y pasaron la noche en un
corralón. El domingo 1 de junio desprendieron en la estancia
de P. Ruiz, quien les regaló pan, batatas y carne charqueada.
Se cuenta brevemente: “Desprendemos y arreglamos las
carpas”. El lunes 2 llovió toda la noche, y se registra:
“Llegamos a una estancia a donde pedimos para hacer fuego
y secarnos; nos reciben muy bien y nos invitan a que
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
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pasemos la noche allí. Pero habiendo tal vez más de una
docena de peones mozos deseosos de pasar la tarde bailando,
resolvemos de no quedar”. El martes 3 salieron en el marco
de un hermoso día; pasadas las diez de la mañana
desprendieron y secaron sus ropas. Continuaron el viaje a
eso de las dos, llegando a Guichón a las cuatro de la tarde.
Se encontraron de paso con los hermanos A. R. Sherman y
Miguel Dreher quienes siguieron viaje a Montevideo en tren.
Los registros familiares dan cuenta de que pasaron la noche
en el hotel de José Mendiburu, hasta que encontraron una
casa de cuatro piezas para alquilar.
Guichón fue para los Cayrus un volver a empezar, un
resurgir de la nada, para construir un proyecto de vida en
bien de la familia y para la gloria de Dios.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
76
VII
El diario de don Elías (1919 a 1923)
Mucho por hacer
Los Cayrus eligieron un lugar en el nuevo campo arrendado
y levantaron allí su campamento. Los ranchos se irían
construyendo poco a poco, mientras procuraban satisfacer
sus necesidades más inmediatas con faenas interminables.
Don Manuel, Emilio y Enrique se encargaron de cortar paja
en el campo de Pintos Viana. Al mismo tiempo que araban
la tierra para la quinta empezaron a levantar terrones. Los
ranchos estuvieron en condiciones de comenzar a techarse en
agosto de 1919 y se terminaron en el verano de 1920; en
tanto, la quinta de verduras se completó recién a mediados de
ese año. A comienzos de 1920 se terminaron de levantar las
paredes del comedor y de los dormitorios de la vivienda
familiar. Además de todo el trabajo que demandaba la
construcción, Emilio y Pedro empleaban un buen esfuerzo
para traer leña a la casa.
El prometido “ternero misionero” nació el último sábado de
julio, y pocos días después “una gallina negra pone el primer
huevo en Guichón”. La primera semana de agosto escribió
don Elías: “Nos mudamos todos a nuestros nuevos ranchos”;
y cuando llegó el fin de semana anotó: “Es el primer sábado
que pasamos todos juntos en el campo”.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
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En septiembre construyeron un sótano y levantaron las
paredes de la quesería. Luego Elías hizo una mantequera y
los estantes para el queso. Se hizo un chiquero y se
compraron cerdos. Aparentemente todavía en 1922 se
mantenía un chiquero, y se carneaban y comercializaban
cerdos en casa de los Cayrus. En octubre la fiebre aftosa
entró en el ganado; fueron tratados con salmuera, pero
muchos de ellos murieron. En octubre comenzaron a
fabricar queso con unos 70 litros de leche y para el mes
siguiente ya estaban vendiendo manteca y queso en Guichón.
En ese tiempo don Elías empezó a trabajar a medias con Juan
Niell.
Un episodio dramático se vivió un miércoles de febrero de
1920 cuando, por causa de un rayo, se prendió fuego el
galponcito adyacente a la quesería. Se lee en el diario: “Pero
a pesar de todo, fueron vanos todos los esfuerzos que se
hicieron para apagar el incendio. Todo fue reducido a carbón
y ceniza”. Los vecinos reunieron dinero para comprar
máquinas nuevas. Elías se limitó a dar gracias a Dios por
haber salido ilesos del siniestro y pronunció las antiquísimas
palabras de Job: “Dios lo ha dado, Dios lo ha quitado,
bendito sea su santo nombre”. Un tiempo después el
comisario Almeida le entregó los resultados de la recolección
hecha en su favor. En mayo retomó la venta de quesos.
Foto de la casa familiar
(Año 1926)
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
78
La crónica de los trabajos parecía nunca terminar. Elías
hacía tareas de carpintería: puertas y ventanas, yugos, una
mesa para su madre, una silla torneada, una silla tejida con
paja, un balde volcador, una cama para Benoní y Esli, luego
un escritorio. También se dedicaba a la herrería: rejas,
rastras, etc. En algún momento se construyó un horno para
pan. Las actividades comerciales tampoco podían detenerse:
se vendía maíz, pollos y huevos.
A un año de su llegada, las cosas recién parecían tomar
forma definitiva. Dice el diario: “Mamá se muda a su cuarto
y nosotros al nuestro”. En el verano de 1921 se logró cavar
el pozo de la casa. Los resultados de tanta labor finalmente
llegaron. Obtuvieron, por ejemplo, generosas cosechas de
papas.
Un cambio importante se dio a mediados de 1921 cuando
Elías probó de trabajar con un tractor “Case” con su arado,
perteneciente a Federico Giró. Se rompió tierra en el campo
de David Plenc y, convencido de su utilidad, don Elías firmó
un contrato por el uso del tractor. A partir de allí, ser aró la
tierra con la ayuda del tractor. Luego hubo que hacer un
galponcito para la máquina. Debe añadirse, en honor a la
verdad, que el tractor se rompía muchas veces y otras tantas
simplemente no arrancaba. Elías hacía todo lo posible por
arreglarlo cada vez, o pedía ayuda al mecánico y encargaba
repuestos desde Montevideo. Sobre todo tenía problemas
con el magneto del tractor. Un disgusto adicional se produjo
un día cuando la manija del tractor le golpeó la frente a don
Elías, tirándolo al suelo y ocasionándole una herida por la
que perdió bastante sangre.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
79
A fines de 1922 don Elías hizo arreglos para comprar una
trilladora. Había ganas de trabajar y, cuando las finanzas lo
permitían, se compraban los elementos necesarios.
En contacto con otros
Don Elías se trasladaba de vez en cuando en tren a Paysandú
donde continuó vinculándose con Fidel Gordienko y
Demetrio Sicalo. A este último le compró animales, a los
que hubo que traer a Guichón con la ayuda de Pedro y
Enrique. En alguna de esas oportunidades, a la pausa del día
sábado pasó tiempo con Stoletniy y Clemenko, cantando y
estudiando la Biblia.
No sólo los Cayrus visitaban ocasionalmente a otras personas
de Guichón o Paysandú, sino que recibían visitas desde
distintos lugares. Un viernes de julio del primer año en
Guichón llegó el hermano Idilio Brouchy, quien colportaba
en ese tiempo en Mercedes con Miguel Dreher. Su presencia
fue muy bienvenida al día siguiente en la Escuela Sabática.
Poco tiempo después Brouchy emigraría al Brasil y desde ese
país seguiría escribiéndose con don Elías.
Una clara responsabilidad misionera movía las relaciones de
don Elías. Un sábado de agosto de 1919 registró en su
diario: “Después de la Escuela Sabática voy a dar una
pequeña visita a nuestros vecinos [...] más cercanos”. En
septiembre los visitó Pedro Pérez, con el cual tuvieron un
buen estudio bíblico. En una visita posterior don Elías le
entregó una Biblia y algunos tratados. También Elías visitó
la casa de los Pérez y tuvo con ellos un estudio sobre las
señales de los tiempos y la próxima venida de Cristo. El
diario consigna que los esposos “quedaron agradecidos”.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
80
Cuando en un viaje pasaron por Guichón los misioneros A.
R. Sherman y Julio Ernst, los Cayrus fueron al tren a
saludarlos. A principios de octubre de 1919, los Cayrus
recibieron en su casa a los hermanos A. R. Sherman, Julio
Ernst y Carlos Racovsky. Don Elías compró a Sherman un
libro sobre los problemas mundiales y un himnario.
También le entregó dinero de sus diezmos, ofrendas de la
Escuela Sabática y algo más para tratados. Sherman llegó de
nuevo en octubre de 1920, y en la oportunidad refiere el
diario: “Nos trae buenas noticias de los conocidos, excepto
de los rusos que tomaron la resolución de apartarse de la
iglesia”. Un sábado de noche del mes de abril de 1921 llegó
una vez más A. R. Sherman, y junto a Elías realizaron la
recolección otoñal. Esta era una práctica regular de la que
don Elías solía participar. Se dice también que, en aquella
ocasión, Sherman hizo retratos de la familia.
En febrero de 1920, llegó de Salto con el tren de la mañana,
David Plenc. Apuntó don Elías: “Es el primer sábado que
pasamos juntos con David Plenc, desde que este lo observa”.
David colportó en Guichón y en otras localidades. También
acompañó a su futuro suegro en un viaje en tren de carga a
Paysandú. Saludaron a los hermanos rusos Dreher, Sicalo,
Gordienko y Cuchma. Elías vendió quesos en Paysandú.
Desde el día del incendio, David Plenc dejó mayormente de
colportar para ayudar en casa de los Cayrus. Sin embargo,
hacia 1920, estaba todavía yendo y viniendo hacia y desde
localidades del interior uruguayo. Es probable que para el
verano de 1921 David haya decidido arraigar en Guichón y
levantar una vivienda. Entonces se cortaron pajas, se hizo un
cerco y se levantó su rancho, al que don Elías le colocó las
puertas. Se cuenta que en esos días David Plenc compró tres
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
81
vacas con cría, y para inicios de 1922 ya se estaba
cosechando lino en su campo.
Toda una sorpresa fue la visita de José Rostagnol, que se
prolongó por varios días hacia fines del verano de 1920. El
sábado participó con ellos de la Escuela Sabática. Otra visita
apreciada fue la de José Cairus, quien trajo buenas noticias
de los amigos.
Algunas personas de Guichón iniciaron una relación de
amistad con los Cayrus. Martín Guichón y señora los
visitaron y recibieron un prolongado estudio bíblico. Quedó
el registro de una vez cuando Constancia visitó a la señora de
Martín Guichón y a la señorita maestra.
A fines del verano de 1921 llegó en charrete a casa de los
Cayrus don Miguel Dreher y su hija Emilia (cinco años más
tarde Emilia Dreher habría de casarse con Emilio Cayrus, el
mayor de los varones de Constancia y Elías). En marzo de
1921 visitaron a los Cayrus, Domingo Giandoménico y
señora, provenientes de Paysandú. Y casi al final de la vida
de don Elías, J. Pedro Cairus estuvo presente un sábado en el
culto de la familia Cayrus.
Algo muy curioso ocurrió en abril de 1921: unos 200
soldados llegaron para una práctica de maniobras militares, y
asistió nada menos que el presidente Dr. Baltasar Brum.xxxiv
Don Elías registró la llegada de un aeroplano.
Quizá las relaciones en Guichón no hayan sido tan estrechas
y abundantes como lo habían sido en Miguelete. Sin
embargo, don Elías y los suyos se mostraron amistosos y
abiertos. Sobre todo llevaban en su interior el deseo de
compartir la fe, como dice la Escritura, “a tiempo y fuera de
tiempo”.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
82
Satisfacciones simples
En Guichón los momentos de sociabilidad y recreación no
estaban tan organizados como en Miguelete. Sin embargo,
los Cayrus tomaron la iniciativa y así contaron con breves
espacios de esparcimiento. Refiriéndose a un día de fines del
invierno de 1921 dice el diario: “Celebramos una fiestita
familiar en el arroyo Santa Ana a la cual convidamos a David
Plenc, Manuel y Arturo y a la familia de Godoy y del
puestero”. Elías cuenta también que el domingo 1 de enero
de 1922 los muchachos aprovecharon para ir a pescar a Santa
Ana.
Una nota de ternura quedó escrita en mayo de 1922:
“Además el día 10 siendo mi 45 cumpleaños [recuérdese que
Juan Elías Cayrus había nacido un 10 de mayo de 1877] toda la
familia quiso festejarme obsequiándome con un sobretodo”.
El tiempo no parecía sobrar para mucha diversión. Con todo,
tampoco la vida de los Cayrus fue sólo trabajo o devoción
religiosa. Supieron disfrutar de momentos necesarios de
recreación inofensiva.
Un proyecto familiar
Algo de la vida familiar se deja ver entre las anotaciones del
diario de don Elías. Sabemos que las compras regulares se
hacían en Guichón y que a veces Constancia debía
trasladarse al pueblo para hacerlas.
Los muchachos seguían creciendo y asumiendo nuevas
responsabilidades. En noviembre de 1920, Emilio y Pedro
participaron por primera vez de las votaciones.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
83
Los obsequios estaban totalmente contextualizados al ámbito
en el que se movían. Se dice, por ejemplo, que una vez don
Elías adquirió para su hija Margarita una ternera guacha.
El bautismo de Pedro Cayrus merece ser recordado, aunque
las informaciones del diario de su padre no son abundantes.
Ante la decisión del muchacho de ir a Colonia, don Elías le
compró dos caballos. Después de herrarlos, Pedro y Arturo
Dalmás salieron para Colonia. Era el 14 de febrero de 1922.
Tres semanas después los Cayrus recibieron carta de Pedro
informándoles que había recibido el bautismo el sábado 25
último. Su regreso se produjo dos semanas después del
bautismo; llegó en el tren de la mañana trayendo “buenas y
muchas noticias de los pagos”.
Algunas desgracias perturbaban a veces la tranquilidad del
hogar. Como aquel día de junio de 1922 cuando Elías picaba
la carne para hacer chorizo y, en un descuido, Esli metió el
dedo índice de la mano derecha en un agujero de la rejilla de
la máquina al mismo momento en que Benoní daba vuelta la
manija. Así fue como Lito (Esli) perdió la punta del dedo,
cercenada cerca de la primera falange. El afligido padre fue
a la farmacia a comprar medicamentos; y recién pudo
quedarse tranquilo al día siguiente al comprobar que Esli
había dormido bien y que su dedito no estaba inflamado.
El número de los doce hijos de Elías y Constancia Cayrus se
completó el miércoles 12 de julio de 1922. Anotó
escuetamente el papá y lo subrayó: “Nace Inés a las 14
horas”.
A fines del invierno de 1922 se inició el último proyecto
significativo de don Juan Elías Cayrus y los suyos. Alfredo
Pintos Viana le hizo avisar que se había resuelto la
colonización de Santa Isabel, deseando saber si tomaría parte
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
84
en ella. Don Elías, junto a sus hijos mayores Emilio y Pedro,
fueron a ver la estancia. A su regreso a casa, Pintos Viana lo
estaba esperando.
Al mes siguiente se acercaron a la casa los rusos Dreher,
Racovski, Mazur, Oleynick, Kosiak, Gordienko padre e hijo,
y otros dos que Elías no recordaba, interesados en la nueva
colonia. El sábado asistieron todos a la Escuela Sabática y el
domingo fueron a visitar la Estancia Santa Isabel. También
fue David Plenc.
Comenzaba el año 1923 cuando Elías firmó el compromiso
de compra de tres fracciones de la nueva colonia de campo
Santa Isabel, asumiendo un compromiso de pago semestral al
Banco Hipotecario. El mismo día en que dejó de amamantar
a Inés, Constancia acompañó a su esposo para ver los
campos adquiridos en la estancia. No imaginaba que en
pocos meses quedaría sola al frente de la numerosa familia,
con el desafío de empezar otra vez.
En mayo de 1923 vino desde Montevideo el secretario y
representante del Banco Hipotecario. Don Elías recibió los
títulos de las fracciones que habían comprado de la estancia
Santa Isabel en la Colonia Pintos Viana. Tal vez todavía con
deseos de entusiasmar a sus amigos de antaño, Elías escribió
cartas a J. Pedro Cairus, David M. Salomón y Emilio Roland.
A partir de aquí Elías comenzó a pasar la mayor parte del
tiempo en Santa Isabel. Ese mismo mes llegaron a la
estancia Miguel Dreher y su familia.
El desafío de la religiosidad verdadera
El sábado 7 de junio de 1919, pocos días después de su
llegada a Guichón, los Cayrus retomaron la celebración de la
Escuela Sabática. A veces la hacían en el campo, a veces en
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
85
el pueblo. De a poco se fueron sumando invitados, como
don Manuel Geymonat que asistió un sábado de septiembre.
Se cuenta que en noviembre asistieron siete personas de
afuera, aunque tres llegaron tarde. Lo cierto es que muchas
de las personas invitadas asistieron a esa Escuela Sabática en
el hogar de los Cayrus; el diario menciona casi una treintena
de apellidos diferentes.xxxv
Los
sábados eran oportunidades para el descanso, la edificación
espiritual y el servicio. Escribió don Elías: “Habiendo
recibido muchos periódicos lo pasamos leyendo y
estudiando”. Se optimizaba ese tiempo también para el
contacto con la gente del lugar. El diario muestra que un
sábado los Cayrus visitaron a cuatro familias pobres. En otro
de esos días de reposo se lee: “Damos un paseo por la
chacra”. Otra actividad sabática de los Cayrus en Guichón
fue la de regalar leche desnatada a los niños pobres y
entregarles tratados.xxxvi
Como lo había hecho en Miguelete, Elías utilizó las
publicaciones para compartir su fe. En Guichón vendió o
dejó gratuitamente ejemplares de El Atalaya en muchos
hogares, e invitó a las personas a que se suscribieran. En el
1922 - Única foto en que están Elías, Constancia y los 12 hijos, la gran mamá y un yerno.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
86
futuro habría de recibir también la revista El Centinela y
folletos para la recolección otoñal. La distribución de El
Atalaya se convirtió en una tarea regular entre clientes y
vecinos. xxxvii Siempre había tiempo para compartir el
evangelio. Elías estudió varios puntos doctrinales con Olivio
Verocay y realizó un prolongado estudio sobre sus creencias
con Norberto Cuesta, a quien además le prestó un libro y un
número de El Atalaya. Con la fecha de un sábado de 1921 se
lee en el diario de don Elías: “Voy al pueblo, tengo un
pequeño estudio sobre la existencia de Dios”. Elías siguió
repartiendo ejemplares de El Atalaya, consiguiendo o
renovando suscripciones hasta el final de sus días. Cuenta
que una vez habló un momento sobre la necesidad de la
verdadera religión con un indio de Algorta.
Muy especial habrá sido ese día de finales de 1922 cuando
Sherman celebró con los Cayrus el rito de la Santa Cena.
Los registros muestran que para ellos la religión no era algo
periférico, sino esencial a su experiencia y sus actividades.
Cartas que van y vienen
Don Elías estuvo en contacto por carta con los conocidos del
departamento Paysandú, como Demetrio Sicalo, C.
Racovsky, Carlos Arini, Stoletniy y Miguel Dreher, que
ahora residía en la zona. Siguió escribiéndose con los
pastores adventistas A. R. Sherman y J. T. Thompson. Más
de una vez intercambiaron cartas con Julio y Alejandro
Ernst, y con Federico Mangold. Juan y David Plenc le
escribieron en 1919 desde el Colegio Adventista del Plata, en
Entre Ríos, Argentina, y lo siguieron haciendo en los años
que siguieron. Alguna vez recibió correspondencia de C.
Giandoménico, y también Domingo Giandoménico
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
87
respondió a una invitación de don Elías, contestándole que
vendría a Guichón si se hiciera una colonia.
Por medio de la correspondencia pudo mantener los vínculos
de amistad con los antiguos vecinos de Miguelete y de los
lugares donde antes había vivido. Sabemos que se escribía a
menudo con David y Clara J. Salomón y que no interrumpió
la correspondencia con Pablo Plenc, Pablo Rostagnol, Pilón
y Pedro Salomón. Una vez escribió a David M. Salomón y a
todos sus hermanos. En el diario se relata también que
recibieron cartas de Hilda de Koch y Lydia de Oppegard, y
que enviaron informes a Julio Weiss. Constancia y Elías
escribieron a Esteban Negrín, y Elías intercambió cartas con
José Cairus, Juan Dalmás y M. D. Dalmás. En otras
oportunidades, desde Miguelete llegaron cartas de Pontet y
Artus.
Desde Guichón, Elías y su hermano David siguieron
escribiéndose. Escribir demandaba tiempo, pero sostenía la
red de afecto y hermandad que se necesitaba preservar en
medio de tantos desarraigos.
Más que un dolor de cabeza
Elías continuó sufriendo episodios recurrentes de
jaqueca.xxxviii A veces no podía levantarse de la cama en todo
el día. El dolor de muelas lo afectó en más de una
oportunidad y también dolores abdominales. Un sábado de
marzo de 1921 escribió en el diario: “No puedo dirigir la
Escuela Sabática por hallarme indispuesto de jaqueca. Me
reemplaza David Plenc”. Casi lo mismo se lee algunos
meses más tarde. A fines de mayo de 1922, Elías vuelve a
enfermarse sufriendo un desmayo.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
88
No fue el único en enfermarse. Constancia estuvo bastante
enferma de gripe al poco tiempo de instalarse en Guichón.
Paulina estuvo algo enferma en abril de 1920 y los niños
enfermaron de tos convulsa a comienzos del siguiente año.
No parece que la madre de Elías tuviera muchas dificultades
de salud, porque un sábado de 1922 quedó registrada su
ausencia a la Escuela Sabática por enfermedad. En tanto, a
Pedro le tocó enfermarse en mayo de 1923.
Los momentos más terribles de enfermedad y agonía estaban
en el futuro; pero el diario de don Elías no los registraría.
Páginas en blanco
El diario de don Elías llega hasta mayo de 1923. En esas
últimas semanas ya no escribía diariamente; más bien
juntaba los días para resumir la información. Casi lo único
anotado entre el jueves 14 y el martes 19 es esta frase
lacónica escrita en un día de lluvia: “Sigo arando con bueyes
hasta que Emilio me pudo relevar”. No sabía entonces que
un par de meses después, Emilio efectivamente debió
reemplazarlo para sacar adelante la instalación y el desarrollo
de la familia Cayrus en su lugar definitivo, donde
prácticamente todo quedaba por hacer.
Escribo estas líneas finales precisamente en Guichón. Tengo
sobre mi mesa el añoso diario de don Elías que mañana
devolveré. Han sido 422 páginas cuidadosamente escritas.
Sólo me animo a expresar una pena, por las páginas en
blanco que han quedado al final. Nada se dice de sus últimos
días ni de su final prematuro. Han quedado esas páginas en
blanco, como si fuera necesario convencernos, una vez más,
de la finitud de la vida y de los sueños de los hombres. Miro
otra vez esas hojas sin escribir y no me atrevo a cuestionar la
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
89
Providencia. Más bien me siento anonadado por el
cumplimiento de la sentencia bíblica: “Bienaventurados de
aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí,
dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus
obras con ellos siguen” (Apocalipsis 14:13).
El diario de don Elías es un legado que su familia ha
guardado por muchos años. Su nombre ha quedado allí
como muestra de que vale la pena elegir el camino del
esfuerzo, de la entereza y de la fe. Creo, sin embargo, que
hay un gozo que todo lo supera, como lo dijo Jesús:
“regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los
cielos” (Lucas 10:20).
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
90
VIII
Una iglesia de campo Colonia Pintos Viana, Guichón, Uruguay (1923-1953)
La mañana del
domingo 28 de enero
de 2007 se presentaba
espléndida. Ese día
ocurriría una nueva
edición de la histórica
reunión de la familia
Cayrus, junto al arroyo
Santana en la Colonia
Pintos Viana, a poco
más de diez kilómetros
de Guichón. El paisaje
campestre lucía verde,
profundo, infinito. El
silencio, sólo interrum-
pido por el canto de las
cotorras y otras aves desde las ramas de los eucaliptos,
invitaba a la paz del espíritu. Una brisa incesante ofrecía su
alivio en ese día de verano. En medio del bucólico paraje se
erguía la capilla, a cuyos archivos había decidido acudir en
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
91
procura de registros que permitieran reconstruir la historia de
la iglesia.
Me senté en uno de los bancos de la escuela de otro tiempo,
observé las fotografías, tomé nota de las inscripciones y supe
que aquel era un lugar especial. Una fotografía de 1924
muestra a un grupo de alumnos y de miembros de la
iglesia.xxxix Del mismo año es el retrato de otras personas,
entre ellas algunas mujeres vestidas de luto, tal vez por el
fallecimiento de Juan Elías Cayrus.xl Otra fotografía expone
a tres líderes de la iglesia en 1926: los pastores Soto y
Krieghoff, elegantemente sentados en un carro liviano, y en
un caballo, el hermano Juan Emilio Cayrus.
La Escuela Sabática
La iglesia conserva libros de registros desde sus inicios en
1923. El humilde grupo de creyentes, de unas pocas familias
rurales, había dado origen a una Escuela Sabática, luego a
una iglesia y a una escuela confesional.xli En las manos de la
Providencia esas instituciones habrían de afirmar la fe de los
creyentes, algunos de los cuales han servido ampliamente a
la causa del adventismo suda-mericano. Serían también
agentes en la evangelización de esa amplia zona rural del
Departamento Paysandú, en la República Oriental del
Uruguay.
La Escuela Sabática se organizó el 6 de noviembre de 1923,
por sugerencia del entonces presidente de la Misión
Uruguaya de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, pastor
Carlos E. Krieghoff. La propuesta fue aceptada con gusto
por los 30 asistentes a la reunión. Una comisión de
nombramientos integrada por los hermanos Eumen
Racovsky, Miguel Dreher y Juan Emilio Cayrus fue la
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
92
encargada de presentar a la asamblea una propuesta de sus
oficiales y maestros. xlii Se autorizó también el funcio-
namiento de una clase de menores.xliii En los años siguientes
se agregarían nuevas clases para los niños más pequeños y
también una clase para jóvenes. Antes del cierre de aquella
primera reunión organizadora, se dieron instrucciones
oportunas acerca del propósito redentor y misionero de la
Escuela Sabática.
Así fue que la Escuela Sabática comenzó formalmente el
sábado 10 de noviembre de 1923. Un himno y la oración del
director le dieron inicio; luego llegaría el misionero
trimestral que hablaba acerca de la obra adventista en la
Unión Incaica, leído por Paulina Cayrus. Aquel sábado, diez
adultos y cuatro menores se inscribieron en las clases. El
repaso de la lección fue dirigido por David Plenc, y la
lección del día, que trataba acerca del amor, estuvo a cargo
de la maestra recientemente designada, Elena Cayrus.xliv Se
concluyó con otro himno y la oración de la maestra. En el
futuro se habrían de tomar decisiones adicionales, tales como
celebrar la Escuela Sabática en diferentes lugares: en casa de
la familia Cayrus en Guichón, en el casco de la antigua
estancia Santa Isabel que Juan Elías Cayrus había adquirido,
en casa de Eumen Racovsky o de Miguel Dreher, entre otros.
En cuanto a las ofrendas, en un principio se recogieron en
forma trimestral y luego se lo hizo semanalmente. El horario
de inicio, necesariamente flexible, también fue cambiando.
Existieron modificaciones y diferencias de criterio, pero las
reuniones de la Escuela Sabática no cesaron. Aquellos
encuentros incluían alabanzas, oraciones, estudio de la Biblia
e instrucción misionera. Los himnos formaban una parte
significativa de la sencilla liturgia. Puede leerse en los
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
93
cuadernillos de recuerdos de la familia Cayrus que las
primeras reuniones religiosas habían consistido a menudo
solamente en la entonación de himnos, en español o en ruso.
El libro de actas consigna los títulos de unos 60 himnos
diferentes que se entonaron durante el primer año de
reuniones. La participación del reducido grupo era
necesariamente activa. Apellidos como Cayrus, Dreher,
Plenc, Racovsky y otros se repiten en los informes. Estos
primeros miembros, algunos de ellos jóvenes no bauti-zados,
leían los informes misioneros y enseñaban las Escrituras.
Existían secciones fijas en la Escuela Sabática que diferían
un poco de las actuales. El informe misionero mundial eran
infaltable, lo mismo que la tabla comparativa con sus blancos
de ofrendas misioneras. Las ofrendas del décimo tercer
sábado y de cumpleaños estaban destinadas al campo
mundial. Se hacía un repaso de la lección de la semana
anterior y se desarrollaba la del día. La persona encargada
de la secretaría debía leer el informe del sábado anterior y
someterlo a votación. Generalmente era apro-bado, pero
había posibilidades de hacer observaciones y enmiendas. El
décimo tercer sábado era un día especial, que ofrecía a los
niños y jóvenes oportunidad de participar. Se realizaban
diálogos, se presentaban himnos especiales y se recitaban
poesías. Según parece, se aprovechaba esa circunstancia
para realizar una recapitulación de la lección de todo el
trimestre.
Los asistentes, entre miembros y visitas, no eran muchos. Al
comienzo se daban cita entre doce y veintiséis miembros, al
igual que un número muy variable de visitantes. El clima y
la visita de algún pastor solían influir en la concurrencia de
personas al lugar de reunión. Sin embargo, el objetivo
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
94
misionero de la Escuela Sabática era claro y el crecimiento,
inevitable. En mayo de 1924 ya había personas deseosas de
ser bautizadas en el arroyo cercano.
Se organiza la iglesia
No fueron pocos, de cerca y de lejos, los que hicieron su
parte para que la Escuela Sabática fuera transformándose en
una iglesia. Cuando llegaban visitantes, casi sin
excepciones, tenían participación en los servicios religiosos.
Los obreros adventistas que venían de Paysandú o de
Montevideo dirigían cultos, la Cena del Señor y los
bautismos, además de presidir los nombramientos de los
nuevos oficiales. La celebración de la Santa Cena daba
ocasión para la reflexión bíblica y para que los hermanos
compartieran su testimonio. Con cierta regularidad se
acercaban otros miembros de la Misión, como su tesorero, el
pastor Ner Soto Garrido, o los directores de departamentos.
Los pastores del distrito de Paysandú, como A. R. Sherman,
eran visitantes frecuen-tes. Los nombres de muchos de estos
misioneros han permanecido en el recuerdo de los creyentes.
Los libros muestran nombres como los de José Replogle, J.
M. Howell, Marcelo Pidoux, Humberto Cairus, Walter
Brown, Adolfo Lista, Héctor Pereyra, Jorge Iuorno, Santiago
Bernhardt, Alfredo Aeschlimann, Daniel Nestares, Alfredo
Bellido de la Fuente, Carlos Polischuk y otros. Los
presidentes de la Misión Uruguaya mencionados en esos
años fueron: C. E. Krieghoff, Pedro M. Brouchy, Enrique
Westhpal, Niels Wensell y Juan Riffel.
Ya era tiempo de que los hermanos discutieran la posibilidad
de organizar una iglesia. Como punto de partida se
nombraron los primeros oficiales, según el siguiente listado:
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
95
ANCIANO Y DIRECTOR MISIONERO: Miguel Dreher
DIÁCONO: Eumen Racovsky
DIACONISA: Constancia Davit de Cayrus
SECRETARIO: Juan Emilio Cayrus
TESORERO: Carlos Racovsky
SECRETARIA MISIONERA: Elena Cayrus de Plenc
DIRECTOR DE JÓVENES: David Plenc.xlv
Se dio continuidad a una clase de Escuela Sabática en ruso y
otra en castellano. Carlos Racovsky se transformó en
maestro para la clase en ruso y Pedro Cayrus para la clase en
castellano.
El libro de actas de la iglesia dice textualmente: “El día 11 de
mayo de 1924 se reunieron en la casa de la familia Cayrus
los hermanos [...] que viven en la Colonia Pintos Viana,
cerca de Guichón, Departamento Paysandú y los pastores A.
R. Sherman y C. E. Krieghoff, el último en su calidad de
superintendente de la Misión Uruguaya de los Adventistas
del Séptimo Día. Los hermanos acordaron unánimemente
organizarse en una iglesia, la cual llevaría el nombre de
Iglesia Adventista de Guichón”. En ese día se celebraron las
“ordenanzas del Señor” con la participación de todos.
Escribió el secretario: “El Señor se hizo sentir muy cerca de
nosotros”.
El núcleo primitivo de la iglesia recién organizada estuvo
integrado por los hermanos Miguel Dreher, Ernestina de
Dreher, David Plenc, Elena Cayrus de Plenc, Juan Emilio
Cayrus y Pedro Cayrus. Los hermanos que pertenecían a la
iglesia de la Misión podían elegir solicitar su carta de
traslado a la nueva iglesia. Además se recibió a los
hermanos bautizados el día anterior: María Fontana de
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
96
Cayrus, Constancia Davit de Cayrus, Paulina Cayrus, Pablo
Enrique Cayrus, Margarita Cayrus, Alina Berta Cayrus,
Emilia Dreher y Juan Racovsky. xlvi La iglesia aceptó
también a los matrimonios rusos Eumen y Matilde Racovsky,
Carlos y Natalia Racovsky, que habían sido bautizados con
anterioridad.
Limitaciones y desarrollo
La membresía de la iglesia creció con los años, con nuevos
bautismos y cartas de traslado.xlvii Los niños crecían y se
comprometían con el Señor y también nuevas personas se
acercaban a la iglesia deseando pertenecer a ella por medio
del bautismo o la profesión de fe. xlviii También hubo
hermanos que dejaron la iglesia y se alejaron de ella por
razones doctrinales o particulares. xlix Se dice que en la
reunión del primer sábado de enero de 1925 algunos
hermanos se sintieron obligados a retirarse “para evitar más
disgustos en el día del Señor”. Otros simplemente fueron a
vivir a otros lugares.l Para 1941 la iglesia contaba con 58
miembros en lista. Los oficiales de la iglesia se renovaban
anualmente.
En los primeros 30 años la iglesia contó con los siguientes
oficiales:
ANCIANOS: Miguel Dreher, David Plenc, Héctor Peverini, Basilio
Tatarchenco, Pedro Cayrus, Günther Geisse, Jesús Godoy, Pablo
Enrique Cayrus.
DIÁCONOS: Eumen Racovsky, David Plenc, Juan Emilio Cayrus,
Pedro Cayrus, Pablo Enrique Cayrus, Basilio Tatarchenco, Miguel
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
97
Dreher, Juan Apoteloz, Jesús Godoy, Juan Kosiak, Héctor L.
Martigani, Carlos Dreher.
DIACONISAS: Constancia Davit de Cayrus, Cristina Z. de Dreher,
Emilia Dreher de Cayrus, Ana S. de Cayrus, María D. de Godoy,
Catalina D. de Godoy, Estela D. de Cayrus, Margarita Cayrus de
Garbarino, Malagia Kosiak.
SECRETARIOS DE IGLESIA: Juan Emilio Cayrus, Alina Cayrus, Emilia
Dreher de Cayrus, David Plenc, Paulina Cayrus (de Barboza), Estela
Dreher de Cayrus, Pablo Enrique Cayrus, Inés Cayrus (de
Martigani), Esli Eber Cayrus, Olga Dreher, Günther Geisse, Jesús
Godoy.
TESOREROS: Carlos Racovsky, Paulina Cayrus (de Barboza), Miguel
Dreher, Pedro Cayrus, Juan Emilio Cayrus, Pablo Enrique Cayrus.
DIRECTORES MISIONEROS: Miguel Dreher, David Plenc, Pedro
Cayrus, Basilio Tatarchenco, Carlos Dreher, Jesús Godoy, Juan
Emilio Cayrus, Josefa Ramos.
SECRETARIOS MISIONEROS: Elena Cayrus de Plenc, Margarita Cayrus,
Luisa Dreher, Olga Dreher, Esli Eber Cayrus, Carlos Dreher.
DIRECTORES DE JÓVENES: David Plenc, Pedro Cayrus, Pablo Enrique
Cayrus, Benoní Cayrus, Esli Eber Cayrus, Alda Cayrus de Geisse,
Carlos Dreher, Olga Dreher, Héctor L. Martigani, Ataídes Luz,
Josefa Ramos, José Oleynick, Yolanda Kalbermatter, Inés Cayrus de
Martigani.
DIRECTORES DE ESCUELA SABÁTICA: David Plenc, Carlos Racovsky,
Pedro Cayrus, Pablo Enrique Cayrus, Günther Geisse, Carlos Dreher,
Miguel Dreher, Esli Eber Cayrus, Basilio Oleynick, Jesús Godoy,
Héctor L. Martigani.
DIRECTORAS DE LA SOCIEDAD DORCAS: Sinforosa G. de Apoteloz,
Paulina Cayrus de Barboza, Alda Cayrus de Geisse, Margarita
Cayrus de Garbarino, Ana S. de Cayrus.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
98
Nuevas actividades religiosas se añadieron con el transcurso
del tiempo. El pastor Sherman incentivó en 1926 el
surgimiento de las reuniones de oración los días miércoles.
En 1945 se realizó una ceremonia de investidura de las
Clases Progresivas en la cual varios jóvenes recibieron sus
distintivos de Amigos y Guías Mayores. También eran
evidentes las limitaciones, a veces severas. En más de una
oportunidad las “reuniones de negocios” lucharon con
problemas económicos y necesidades insatisfechas.
El proyecto de la construcción de la capilla de Colonia Pintos
Viana fue muy significativo y desafiante. En 1936 se inició
la recolección de fondos y se nombró una comisión para la
búsqueda de un terreno. El acta de la construcción de la
capilla dice que los planes concretos se trazaron a fines de
1939 y que Günther Geisse y su esposa Alda Cayrus donaron
el terreno. Los hermanos Cayrus donaron ladrillos, la Misión
dio algunos materiales usados y el pastor Brouchy trabajó
como carpintero para arreglar puertas y ventanas. Hermanos
y vecinos realizaron otras donaciones. La capilla cuenta con
una nave de seis por diez metros y una pieza contigua de tres
y medio por seis metros. La inauguración ocurrió el 23 de
marzo de 1940, con la presencia del pastor Pedro M.
Brouchy y hermanos de Paysandú. El humilde recinto
reemplazó a las casas de familia para las reuniones de la
iglesia.
Una decisión fundamental fue el establecimiento de una
escuela de iglesia. El pastor Mario Rasi dirigió las
deliberaciones en septiembre de 1944. El estudio previo
mostraba la existencia en el área de unos quince niños en
edad escolar, aunque llegó a tener más de veinte en los años
que siguieron. La pieza contigua sirvió como sala de clases
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
99
para la Escuela Primaria Adventista “José Pedro Varela” que
funcionaba en dos turnos, con un solo docente. Juan Emilio
Cayrus donó sillas y Paulina Cayrus prestó una mesa. Fue
necesario realizar mejoras tales como un aljibe y dos
servicios sanitarios. Nuevas sillas y mesas se trajeron de
Paysandú. El mobiliario que hoy puede observarse no podría
ser más austero: un pizarrón, siete bancos, una pequeña
biblioteca y un par de armarios. Pero los recursos humanos,
colocados en las manos de Dios, hicieron la diferencia. La
Junta de la Iglesia pidió a la Misión Uruguaya el envío de un
maestro, y para febrero de 1945 ya estaba presente el
hermano Ataídes Luz. Miembros y vecinos comenzaron a
enviar a sus niños a la escuela de la iglesia.li Josefa Ramos
se incorporó a la escuela en 1947, y tres años después llegó
Yolanda Kalbermatter. Los antiguos hermanos de la zona
tienen memoria de aquellos maestros cristianos, a los que se
sumaron posteriormente Armando Morais, Delia Cayrus de
Gerber, Edwin Mayer y María De los Ángeles de Cayrus.lii
En la flamante capilla se reunían los colonos creyentes para
adorar a Dios y de tanto en tanto para ser testigos del
surgimiento de nuevos hogares cristianos. El 15 de octubre
de 1941 se pidió la bendición de Dios sobre el matrimonio de
Inés Cayrus y Héctor L. Martigani. El 11 de julio de 1945,
unieron sus vidas Rita Inés Cayrus y Jaime A. Caballero, con
la bendición del pastor Mario Rasi y la presentación de un
canto especial en las voces de Ataídes Luz y Olga Dreher. El
9 de enero de 1946, el pastor Rasi ofició en la boda de Olga
Dreher y Ricardo Benech, de Nueva Helvecia. El 2 de enero
de 1952, el pastor José Tabuenca condujo la ceremonia de
casamiento de María Ester Cayrus y Ataídes Luz.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
100
El desafío de crecer y perdurar
El pueblo de Guichón fue desde el comienzo un importante
objetivo misionero. En 1936 se habla de una campaña de
evangelización en esa localidad. En 1941 se informó de la
presencia de hermanos e interesados en la Colonia Juncal y
se planificaron conferencias evangelizadoras breves en ese
lugar. Los oficiales de iglesia debieron repartirse entre la
Colonia y el pueblo de Guichón. En los años posteriores se
concretaron diversos planes de visitación de estos hermanos.
En mayo de 1943 se celebró un congreso regional en la
iglesia de Guichón con la presencia de los pastores Enrique
Westphal, Mario Rasi, Marcelo Pidoux y Santiago Mangold,
los que posteriormente llevaron a cabo una serie de
conferencias evangelizadoras en el pueblo. Los hermanos e
interesados se reunían en un local alquilado y posteriormente
en casa de Juan Emilio Cayrus. En el año 1945 se habla del
grupo de Guichón y Juncal, bajo la dirección del hermano
Pedro Cayrus. En las elecciones de 1947 se designaron
oficiales para la Colonia Juncal. liii A fines de 1952 los
hermanos del campo solicitaron a la Misión Uruguaya que se
haga cargo de los miembros de Guichón como una
congregación independiente. Para 1953 el hermano Juan E.
Cayrus era el director del grupo que se reunía en su casa.
Muchos de los nombres fundadores de la iglesia en la
Colonia Pintos Viana se repiten en los registros a lo largo de
los años. Como ha ocurrido con muchas áreas rurales, la
iglesia allí ha sufrido la emigración de parte de sus
miembros. Personas que dieron sus primeros pasos en la
iglesia y la escuela de Guichón, se trasladaron luego a
diversos lugares en busca de nuevas oportunidades de
estudio, trabajo y servicio. Cuando se tomó asistencia en la
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
101
Escuela Sabática del sábado 27 de enero de 2007, los
apellidos mencionados fueron Cayrus, Garbarino,
Kirichenko, Kosiak, Presentado, Pereyra y Vidal.
La iglesia de Colonia Pintos Viana sigue existiendo,
conciente de sus raíces y de su misión de preparar misioneros
y obreros laicos capaces de ofrecer al mundo un mensaje de
esperanza. En 2004 se celebraron los 80 años de su
fundación, momento propicio para recordar que la fe bíblica
perdura y da frutos de vida eterna en los corazones sinceros.
Recorro una vez más el pequeño recinto vacío del templo.
Los ecos del hermoso culto del día anterior se han apagado.
Miro los pizarrones, los pupitres y los libros que ya no se
usan para la escuela de iglesia. Observo otra vez a aquellos
hombres, mujeres y niños de las fotografías, excesivamente
formales para ese ambiente rural, y renuevo mi decisión de
permanecer en las filas de aquellos que con entrega y
autenticidad iniciaron un camino de fidelidad y compromiso
con la misión.
Año 1950 en el predio de la Capilla
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
102
IX
Entre “Teyú Cuaré” y Guichón
Homenaje a Paulina Constancia Cayrus de Barboza a sus 105 añosliv
Me hubiera gustado estar en Guichón para el cumpleaños
105 de tía Paula. No fue posible. Escribir y hacer memoria,
sin embargo, siempre se puede. Vayan las palabras que
siguen como un tributo de admiración por esa mujer menuda,
que ha cumplido la hazaña de perdurar más allá de los
pronósticos y de la razonable finitud humana. Sobre todo, la
proeza moral y espiritual de permanecer aferrada a los
valores simples de la fe y de la dignidad.
Las hermanas Cayrus-Davit:. de izq. a dcha: (sentadas) Margarita, Paulina y Elena (de pie) Inés, Lelia, Alina y Alda -Año 1962-
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
103
Teyú Cuaré
La última vez que visité a Paula fue hace unos tres años
(2007). Su pequeñez se había acentuado y sus palabras se
habían vuelto escasas. Tuve el desatino de hacerle la
pregunta que los más jóvenes no deben hacer a los ancianos:
“¿Sabes quién soy?” Me miró largamente y no respondió
(parecía lo menos que debía hacer por mi impertinencia). Le
dije mi nombre. Entonces su rostro se iluminó con el
recuerdo lejano y me dijo: “¡Teyú Cuaré!”
Mi madre María Delia Borges de Plenc, nacida en Posadas,
Misiones, había llegado con su familia a Teyú Cuaré, en las
cercanías de San Ignacio, el domingo 20 de marzo de 1960.
Las clases comenzarían al día siguiente. Habría de
permanecer como maestra y directora de la Escuela Nacional
N° 96 hasta 1972. Mi padre Elbio Plenc Cayrus, oriundo de
Guichón, la había conocido en el Colegio Adventista del
Plata, en la provincia de Entre Ríos, a comienzos de los años
1950. Elbio se trasladó a Misiones en 1953, trabajó en la
madera y se casó tres años después. Eran tiempos difíciles
en la relación bilateral entre Argentina y Uruguay.
Elbio decidió navegar las aguas del Paraná desde 1955 hasta
el 6 de enero de 1962, justo a tiempo para asistir a la reunión
anual de la familia Cayrus en Colonia Pintos Viana, cerca de
Guichón. En ese mismo año construyó la casa donde
vivimos por ocho años, con paredes de bloques y techo de
tablillas. También en ese año se abrió el camino desde San
Ignacio y Elbio hizo las once alcantarillas de su trayecto de
diez kilómetros hasta el cerro Reina Victoria sobre el río
Paraná. En 1964 tumbó la escuela de madera y la
reconstruyó con bloques de cemento. Le dieron la escuela
vieja como parte de pago, menos el techo. Las seis chapas
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
104
que sobraron fueron a parar a la cocina de la casa. En una
chacra cuadrada, de 500 metros de lado, se ubicaban tanto la
escuela como la casa, la policía y el cementerio.
Algunos parientes de mi familia paterna nos visitaron en
Teyú Cuaré. Hasta donde sé ellos fueron: Juan Plenc
(hermano de mi abuelo David) y señora, Lelia Cayrus de
Lavooy y familia, Juancito Cuchma (a quien no lograron
“enganchar” con una maestra que trabajaba en la escuela de
mi madre) y Paula Cayrus con su esposo Julio Barboza.
Muchas cosas se han ido de mi mente, pero no la calidez y la
cordialidad de esa gente venida de tan lejos para pasar unos
días con nosotros en medio de la selva misionera.
En honor de la verdad, debo contar que don Julio compraba a
escondidas de Paula unos cigarros que una vecina hacía con
esmero. Cuenta Elbio de una expresión confidencial de Julio
en esa ocasión: “Esto me va a matar. En cambio esa petisa,
así como la ves, va a vivir 100 años”. Sus palabras fueron
proféticas. Años después visité a Julio en casa de Alberto,
cuando yo cursaba el primer año de teología en Libertador
San Martín. Su vida se escapaba, no sin antes aceptar con el
mayor de los gustos algunas palabras de la Biblia, unos
himnos y una plegaria en su favor. Creo que se fue
esperanzado en la gracia y las promesas de Dios. La petisa
ciertamente ha vivido más de 100 años.
Viajar al Uruguay
Nosotros nos trasladamos a Guichón cuatro veces en
aquellos tiempos (había que estar para el 12 de enero, día del
cumpleaños de Constancia). Así se hizo en 1960 y 1962,
ocasiones de las que no tengo memoria. Hubo un viaje que
sí tengo presente; solos mi padre, mi hermano Rubén y yo,
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
105
en 1969, cuando Constancia cumplía 91 años. Todo era
asombro, ilusión y el afecto de la familia Cayrus, a la que
conocía muy poco. Fue esa la vez en que mi padre, estando
en casa de tío Lito, me reventó un enorme forúnculo de la
espalda (de esos que solían salirnos en Teyú Cuaré), y que, si
mal no recuerdo, provocó el desmayo de uno de sus hijos.
En ese viaje conocimos Montevideo, con su Parque Rodó, y
luego la ciudad de Buenos Aires con una de sus “villas
miseria” (donde vivía un amigo de Teyú Cuaré). En esa villa
miré por primera vez un partido de fútbol por televisión, en
aquellos tiempos cuando Antonio Roma era el arquero de
Boca Juniors. Ese viaje fue inolvidable, porque en algún
punto que no recuerdo, se nos unió Alberto Barboza, quien
venía del Paraguay a su casa paterna y a la reunión familiar
acompañado de un paraguayo, buen mozo, que tocaba el
arpa. Al bajar del vetusto tren a vapor que nos llevó hasta
Guichón, el joven afinó el arpa y brindó una serenata
nocturna a los Barboza. El arpa paraguaya le puso música a
toda la reunión de ese año.
El último viaje de la familia Plenc a Guichón se inició en San
Ignacio, Misiones, donde entonces vivíamos. Fue a bordo de
un Volkswagen escarabajo que transitó la ruta 14, en ese
tiempo de ripio, y nos dejó después de muchas vueltas y
peripecias en el campo de los tíos Cuchma. Digo que nos
dejó, porque allí se rompió y se quedó. Esa rotura del motor
presagió la fractura de la familia poco después de ese verano
de 1972. Volvimos en tren, tensos, tristes, desventurados.
Creo que fue también en ese viaje que participamos de la
inauguración del flamante templo adventista de Guichón.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
106
Vendría mucho después un viaje muy peculiar en 1984,
mientras desarrollaba mi ministerio pastoral en Bella Vista,
Corrientes. Esta vez mi padre viajaba con nosotros.
Pasamos por Libertador San Martín, donde Alberto nos
recibió en su casa, preocupado por la salud de su madre. En
nuestro Fiat 1500 visitamos Guichón, nos alojamos en casa
de los Geisse, y participamos de la reunión anual. Escribió
tía Alda en sus apuntes: “También está presente Elbio Plenc
a quien hacía mucho tiempo no veíamos”. Seguimos luego a
San José para acompañar por unas horas a los abuelos Elena
Cairus y David Plenc. Guiados por Roberto, hijo de Gladys
Plenc de Suárez, nos asombramos con un día en el mar (que
no conocía), en Punta del Este.
Volvimos a Guichón en 1994, cuando ya nos encontrábamos
trabajando en la Universidad Adventista del Plata, y de
nuevo en otras ocasiones. Mi abuela Elena era en ese tiempo
la mayor del grupo y fue entrevistada por el canal de
televisión local. Al hablar sobre esa realidad, tuvo certeras
reflexiones. Luego añadió para su círculo más íntimo: “Así
que yo soy ahora la más vieja de todos los presentes. ¡Qué
horrible!”.
Templo Adventista de Guichón
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
107
Mi esposa Lissie, nuestro hijo Ariel y yo estuvimos en
Guichón en 2005, el día en que la reunión debió trasladarse
al pueblo debido al mal tiempo. En enero de 2007 tomé un
tiempo de retiro personal para reflexionar y tomar apuntes,
en mi antigua carpa armada en las Termas de Almirón. Me
encantó predicar en la Iglesia Adventista de Colonia Pintos
Viana un sábado luminoso, y escribir luego la historia de esa
congregación. Fue una verdadera inspiración.
Los Barboza - Cayrus
Los Barboza siempre han estado cerca de nuestro afecto.
Incluso mi madre solía repetir que siempre se había sentido
bien tratada y alentada por los Barboza. Ella se alejó de mi
padre y regresó con sus hijos a Posadas, pero mantuvo el
cariño por los Cayrus. Alguna vez, mientras era estudiante
del secundario, visité a Nelson Barboza en Loma Linda,
Chaco, en aquellos tiempos en que salir a colportar
significaba ir como Abraham, “sin saber adonde iba”, hasta
encontrar el destino asignado. Otra vez, ya estudiante del
Colegio Adventista del Plata, acompañé a Alberto a visitar
Guichón un fin de semana. Fue la primera vez que hablé en
la Iglesia Adventista del pueblo, dando la lección de la
Escuela Sabática en conjunto. Alberto, su esposa Yanqui y
sus hijos, fueron mi refugio los sábados de noche cuando
acostumbraba alejarme de los estudios del colegio en busca
de la calidez de un hogar. Más de una vez se preocuparon
por mi salud. Alberto me sacó las radiografías que probaron
científicamente que ya no me era posible crecer. Otras veces
me orientaron para que me tratara de una incipiente alergia.
Mi esposa Lissie fue, durante nuestro primer año de
matrimonio, secretaria en la sección de Rayos X del
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
108
Sanatorio Adventista del Plata, donde Alberto también
trabajaba.
Por todo esto y por aquella lejana visita de los Barboza a
Teyú Cuaré, la tía Paula, con más de 100 años, me identificó
con ese peculiar nombre en guaraní, que significa “Cueva de
lagarto”.
En pocas palabras
Sólo para los menos allegados a la familia, ahora me tomo la
libertad de reseñar la vida de Paula Constancia Cayrus de
Barboza. Nació el 3 de abril de 1904 en Colonia Piamontesa,
Uruguay, el mismo año del fallecimiento de su abuelo
paterno y durante el viaje de su padre, Juan Elías Cayrus, a
Italia. En 1916 participó de la decisión paterna de comenzar
a guardar el sábado y fue parte de la Escuela Sabática que
funcionó en su casa. Integró la caravana que en 1919 llevó a
los Cayrus de Miguelete a Guichón. Fue un tiempo de
aventura junto a su mamá Constancia y sus diez hermanos
(Inés nacería en Guichón, en 1922). Supo del dolor tras el
fallecimiento de don Elías en 1923, y participó de los
trabajos y de las luchas de los suyos en Colonia Pintos
Teyú Cuaré, Misiones
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
109
Viana, cerquita del arroyo Santana. No pudo continuar con
sus estudios, pero acompañó muchas veces a Lelia durante su
servicio docente en la colonia de rusos del departamento
Paysandú.
Paula puso sus dones al servicio del Señor. En ocasión de la
primera Escuela Sabática celebrada en la colonia a fines de
1923, ella leyó el informe misionero trimestral, David Plenc
hizo el repaso de la lección y Elena Cairus condujo la lección
del día. Se unió formalmente a la Iglesia Adventista del
Séptimo Día en mayo de 1924, junto a la “gran mamá” María
Fontana de Cayrus, a su mamá Constancia Davit de Cayrus,
a sus hermanos Pablo Enrique, Margarita y Alina, y a Emilia
Dreher y Juan Racovsky, en un bautismo conducido por el
pastor Carlos E. Krieghoff, presidente de la Misión
Uruguaya. Los registros de esa iglesia de campo muestran
que, entre otras cosas, fue secretaria y tesorera de iglesia, así
como directora de la Sociedad de Beneficencia Dorcas.
Cuando se creó la escuela adventista de la colonia, Paulina
prestó una mesa.
Su compromiso con la familia es indudable. Crió con amor y
dedicación a sus hijos Ema, Julia, Elías, Alberto, Nelson,
Esther y Julio. Muchos de sus descendientes fueron
motivados a trabajar en la organización adventista,
especialmente en el área médica. Participó con su sonrisa
cálida de casi cada encuentro de la familia junto al Santana o
al río Queguay desde ese día de 1927 cuando decidieron
reunirse para el cumpleaños de Constancia.
De los doce hermanos Cayrus, sólo quedan Paulina, Alda,
Esli e Inés. Nos dejaron, Elena, Emilio, Pedro, Enrique,
Margarita, Alina, Lelia y Benoní. De los que viven y de los
que se fueron, perdura un legado.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
110
Escribo estas líneas en el día en que la Argentina despidió al
ex presidente Raúl R. Alfonsín y recordó a los caídos durante
la fallida gesta que intentó recuperar las islas Malvinas.
Cabe pensar también en aquellos de nuestros viejos que nos
incitaron con su vida austera y consecuente a recuperar los
valores de la confianza en una vida mejor y perdurable, de la
mano de Dios.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
111
X
Adiós, maestra de campo
“Quien crea que la educación resulta costosa, hará bien en
probar lo que cuesta la ignorancia”
(Derek Bok, presidente de la Universidad de Yale)
Lelia Anita Cayrus llegó al hogar de Juan Elías Cayrus y
Constancia Davit el 24 de julio de 1911, cuando la familia
Cayrus se había mudado de Colonia Valdense a Colonia
Miguelete, Departamento Colonia, República Oriental del
Uruguay. Fue el octavo retoño, luego de Elena, Emilio,
Pedro, Paulina, Enrique, Margarita y Alina (seguida por
Alda, Benoní, Esli e Inés). Elena, su hermana mayor,
cumplió su parte en el cuidado de la niña. Ya establecida
junto a su familia en Guichón entretuvo sus horas infantiles
jugando a las muñecas, de fabricación propia, junto a sus
hermanas.
Las primeras armas
Lelia logró lo que algunos de sus hermanos mayores no
pudieron por causa de los muchos trabajos y cuidados
hogareños. Completó los seis años de la escuela en
Paysandú y se desempeñó como maestra en una colonia de
rusos donde no había escuela. El alejamiento de la familia se
mitigaba con la compañía de sus hermanas Paulina o Alina.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
112
A fines de la década de 1920 el norte de Uruguay se vio
enriquecido por la inmigración de familias provenientes de
Rusia. Unas quince de ellas, con unos 30 niños, se afincaron
a unos cien kilómetros de Paysandú. Casi no hablaban
español, pero necesitaban comunicarse. Lelia aceptó con
gusto la responsabilidad que le asignó el gobierno uruguayo
de trasladarse a la colonia como maestra.
Algunos recuerdos confiados a una simple hoja de papel en
los archivos del Centro de Investigación White son
conmovedores: “En el mes de marzo llegaba en un camión
Chevrolet, acompañada por algunos hermanos. Dos horas
después de su llegada, en un hermoso atardecer, ya toda la
población estaba enterada, se reunieron y trazaron planes
definidos para acondicionar una habitación que serviría de
aula”. Contando sólo con cajones y tablones como muebles
de su sala de clases, comenzó su tarea docente al tercer día.
Esos comienzos de 1929 no fueron fáciles. “No nos
podíamos entender [...] –dice Lelia- pero el amor que no
tiene barreras de idiomas o razas, fue derribando las barreras
que con paciencia, abnegación y perseverancia se iban
de izq. a dcha, (sentadas): Elena, Constancia Davit de Cayrus y Paulina
(de pie): Inés, Lelia, Margarita y Alda.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
113
esfumando como las nubes en un día estival”. A esas
humildes familias de inmigrantes habría de dedicarles tres
años de su juventud.
Al año 1932 lo pasó en el Colegio Adventista del Plata, en la
Provincia de Entre Ríos, República Argentina. Los dos años
siguientes cuidó de su sobrino Rubén Cayrus que había
contraído parálisis infantil. En 1935 se desempeñó como
maestra particular en la provincia de Buenos Aires.
Entre lagunas y naranjales
Los archivos del Centro White refieren: “En el año 1936 el
nuevo destino fue Colonia Progreso, Bella Vista, Corrientes,
y ya de allí no se alejó por muchos años y no sin antes haber
dejado una trayectoria tachonada de siembras fértiles y
productivas en la vida de generaciones de alumnos. Su
primera escuelita con 20 alumnos en la casa de los Hnos.
Hengen fue atendida en doble turno, por dos años”.
“El 21 de febrero de 1938 contrae matrimonio con Arie
Hermanus Lavooy y para poder seguir atendiendo la escuela
tuvo que hacer 14 kilómetros diarios generalmente a caballo.
Los tres días del año que faltó a clase se debieron a que el
arroyo que debía cruzar estaba desbordado, haciéndole
imposible cruzarlo. Terminó el año con una hermosa fiesta
de fin de curso a la que asistieron numerosos padres y
vecinos quedando el dulce sabor del deber cumplido. Y
ahora vino una agradable sorpresa. El pastor Enrique
Westphal, presidente de la Asociación del Norte, la invitó a
asistir a una Asamblea de Maestros. Asistió y llegó a casa
pocos días antes de dar la bienvenida a su primogénita,
Ofelia.
“Como ahora le era imposible viajar a la casa de los
hermanos Hengen para seguir atendiendo la escuelita,
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
114
levantaron un humilde saloncito de paredes de palo pique y
techo de paja, con piso de ladrillo en su propia casa. El
alumnado fue creciendo y resultó necesario atenderlo en
doble turno”.
Arie y Lelia tuvieron cuatro hijos a los que llamaron Ofelia
Raquel (Petty), Humberto Elías (Neco), Hilda Irene y Elba
Gladis. Con ellos habrían de llegar los hijos políticos Omar
Quintana, Alicia Hein, Julio Ruiz y Néstor Bachot, y los
trece nietos.
Casi sin darse cuenta los años pasaron. La maestra de campo
fue una bendición para muchas familias que le confiaron sus
hijos para que les brindara una educación cristiana. Muchos
de ellos se transformaron con el tiempo en misioneros,
profesionales y personas de bien. Después de más de 30
años en la docencia, Lelia se retiró y emigró con su familia a
Entre Ríos, para completar la educación de sus propios hijos.
No te olvidarán
En mis días de estudiante en el Colegio Adventista del Plata,
recuerdo la emoción con que Lelia evocaba el homenaje que
sus ex alumnos de Bella Vista le habían hecho. En su casa
de Libertador San Martín pasé momentos agradables junto a
su esposo y a su hija menor. Petty me abría su casa y me
prestaba su piano para que no olvidara las lecciones
aprendidas en el secundario. Lelia servía entonces en el
departamento de Dorcas de la Iglesia Central y más de una
vez me auxilió con alguna prenda de vestir para enfrentar
mejor el clima y las exigencias estudiantiles. En el altillo de
su casa solían quedar mis cajas durante los veranos en que
me alejaba para colportar en alguna provincia del norte. A
veces me sentaba con ella a la hora del sermón, y al tiempo
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
115
de la oración por las ofrendas, sentía en mi mano un billetito
que me permitía ofrendar en ese día de adoración.
Lelia enfrentó los años de su edad madura con valentía y
resignación cristiana; radicada en Misiones, acompañada por
sus hijos y nietos. En 1993 despidió a Arie, compañero
bondadoso de toda su vida, y con un “Jehová dio y Jehová
quitó” aceptó la pérdida de su hijo Neco.
Los miembros de su familia, sus hermanos y alumnos,
podrían enumerar otras tantas cosas como homenaje a la
maestra de campo que nos dejó a los 97 años. Bastan las
palabras de la voz celestial que dice: “Sí –dice el Espíritu-
ellos descansarán de sus fatigosas tareas, pues sus obras los
acompañan” (Apocalipsis 14:13).
La cartilla preparada para su funeral el 17 de agosto de 2008
da cuenta de sus versículos bíblicos preferidos: el Salmo 42,
el 91, el 34:7 e Isaías 25:9. También enumera sus himnos
preferidos: “Cuando venga Jesucristo”, “En el seno de mi
alma”, “Un hombre llegose de noche a Jesús”, “Cuando
suene la trompeta” y “Nos veremos junto al río”.
Vale la pena recordarlo
(Informe presentado por el pastor José Tabuenca, presidente de la Unión Austral de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, en la sección “Sucedió en Sudamérica” de La revista adventista, julio 1977, págs. 14-15).
“El domingo 16 de enero la Colonia Progreso, de Bella
Vista, Corrientes, rendía homenaje a una educadora
adventista. Centenares de vecinos, antiguos pobladores,
hijos y nietos de los mismos, anhelaban rendir un tributo de
afecto y emocionado recuerdo a la Sra. Lelia Cayrus de
Lavooy, quien durante 25 años, en un plan de sostén propio,
realizó una labor educativa de primer orden en bien de más
de un millar de discípulos.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
116
“Fueron precisamente sus ex alumnos los que quisieron tener
el honor de decirle a su querida y recordada maestra cuánto
la amaban, ahora cuando los años de la niñez habían pasado
y cuando, hombres y mujeres maduros, y padres en su
mayoría, pueden valorar mucho más profundamente lo que
significó para todos ellos esa admirable mujer cristiana. Sus
alumnos de ayer son hoy prósperos agricultores,
comerciantes, industriales y profesionales. Esa multitud de
alumnos conserva como en un sagrario de su alma las
enseñanzas que doña Lelia extraía de su Biblia y que tan
tiernamente practicaba.
“A pesar de la lluvia, que se aproximaría a los 80 mm., al
mediodía casi quinientos comensales nos reuníamos en un
amplio galpón en medio del campo, y cuando la lluvia
amainó, por pedido de los discípulos recorrimos descalzos
los 600 metros que nos separaban de la vieja escuelita. Al
pie del mástil, con la bandera de la patria al tope, los
antiguos discípulos formaron filas, una de los ‘chicos’, la
otra de las ‘niñas’, y respondían con emoción: ‘Presente,
señora Lelia’. Muchos estaban impedidos de hacerlo por las
lágrimas y la voz ahogada.
“Junto a doña Lelia estaba su fiel y noble esposo, sus hijos y
nietecitos, familiares y otros que desafiaban la lluvia, el
obstáculo tantas veces superado en los días escolares que
volvía a ser vencido en ese día de añoranzas.
“En las vidas útiles y abnegadas de sus discípulos se advertía
el resultado de la siembra que nuestra respetada y querida
hermana realizó con tanto amor. Cuando nos despedíamos y
se invitó a los presentes a continuar en ‘la escuela del más
allá’ los cursos celestiales, todos nos dimos la mano en un
amplísimo círculo. Los pastores Néstor y René Sand,
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
117
discípulos de doña Lelia y una familia de más de treinta
obreros en la causa de Dios, tuvieron inolvidables palabras
recordativas y una ex alumna, hoy profesora en ciencias de la
educación, pronunció un sentido mensaje del cual citaremos
algunos fragmentos:
‘Nunca asumí una responsabilidad similar con tanta
emoción, con tanta alegría, y a la vez con cierto temor.
Emoción, por el reencuentro con tantos seres queridos.
Alegría, por representar a mis compañeros en una misión
tan sentida, tan justa y anhelada como es la de poder
agradecer personal y públicamente a la Sra. Lelia Cayrus de
Lavooy, nuestra grande, querida, y siempre muy bien
recordada maestra, todo lo que hizo por esta comunidad y
por cada uno de nosotros. Temor, de no poder expresar en
palabras el sentir de cada uno de sus ex alumnos [...] En
estos días de entusiastas preparativos, de felices
reencuentros, de ansiosa espera y de gratos recuerdos, se
exteriorizaron sentimientos comunes muy sentidos, muy
sólidos, muy profundos: reconocimiento, afecto, gratitud;
sentimientos todos que surgen de un amor maduro, de ese
amor que usted, Sra. Lelia, ha hecho que germinara y
creciera en nuestras almas con sus sabias y profundas
enseñanzas. Su sólida formación cristiana hizo que
floreciera en usted la vocación de predicar el Evangelio en
una de sus formas más felices: la docencia; y esa profunda
vocación la ha dotado de una sabia intuición para
armonizar aspectos prácticos con conocimientos
intelectuales y poner éstos al servicio de los valores
morales [...]
‘Usted era el alma que infundía, despertaba, desarrollaba
y expandía la luz de Cristo, inculcándonos amor a Dios, a
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
118
la naturaleza, a la familia, al prójimo, al débil, a la patria, a
sus símbolos y al estudio, al pulir nuestros toscos carbones
en un codiciado sueño de convertirnos en diamantes [...]
¿Recuerdan cómo nos instaba a cooperar y a tomar
iniciativa? Todos los días debíamos realizar una tarea sin
que nadie nos mandara. Al día siguiente, ¡cuánta dulzura
había en su pregunta individual y en secreto! ¿Qué hiciste
para ayudar a tu mamá? ¡Qué satisfacción sentíamos al
recibir su caricia de aprobación por la misión cumplida y
qué preocupación experimentábamos cuando afectuosa y
firmemente nos regañaba por el olvido! [...]
‘[Usted] enseñó sembrando amor a manos llenas, y ese
amor germinó y creció cual lozana planta, y hoy retorna
maduro, consciente, y se unifica para decir: ¡Gracias,
muchas gracias, señora Lelia, por el regalo de su presencia
tan querida!’
(Prof. Luisa Taglang de Masferrer)
Una vez más damos testimonio de los dividendos
extraordinarios de la educación cristiana. Entidades privadas
y oficiales se asociaron al acto y tributaron su emocionado
homenaje ofreciendo mensajes, pergaminos, placas y
sentidos discursos. Pero lo más importante es la obra de
siembra y también de cosecha para Cristo que doña Lelia
hizo en tantas vidas”.-
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
119
XI
Apenas pude despedirte
Imposible olvidar a Benoní, el primer pastor adventista de la
familia Cayrus. Desde mi niñez lo vi como el impulsor
espiritual de las reuniones familiares a orillas del Santana.
Supe de su gestión prominente para la concreción de un
sueño anhelado por la familia Cayrus: la construcción del
templo adventista del pueblo de Guichón. Hacía contactos y
escribía cartas con el propósito de reunir los fondos
necesarios. Llegó el momento en que Benoní participó de la
inauguración de la capilla en medio de una nutrida
concurrencia. Tengo presente ese momento significativo y
grato de mi adolescencia temprana.
Naturalmente, los proyectos que ayudó a desarrollar fueron
muchos e importantes para la iglesia. Lo que sigue, es
apenas una muestra de su dilatada trayectoria de servicio
pastoral en el territorio de la Unión Austral de los
Adventistas del Séptimo Día.
Benoní de visita
De aquellos años bendecidos como estudiante secundario en
el Instituto Juan Bautista Alberdi, en Leandro N. Alem,
Misiones, puedo hacer memoria de las esporádicas visitas del
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
120
tío Benoní. Su presencia me resultaba llamativa, y sus
palabras de saludo y estímulo fueron importantes.
Era buen predicador. Sólido, profundo y de expresiones
ricas y amenas. Puedo recordar algunos de sus sermones;
aquel sobre la importancia de las cosas pequeñas o uno sobre
el Salmo 46. En el culto de consagración de un viernes de
noche, lo acompañé a la plataforma. Le preguntaron cuál
sería su tema y se limitó a decir que hablaría sobre el tema
más difícil. Efectivamente, habló de las pruebas, del
sufrimiento y de aquella inmortal declaración de Pablo de
que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a
bien” (Romanos 8:28). El ejemplo de Naamán, general de
ejército, varón grande, hombre valeroso, y sin embargo
leproso, a quien el Señor dio sanidad (2 Reyes 5), se me
grabó definitivamente.
Una de las disciplinas que procuró cultivar tenía que ver con
las comunicaciones y las relaciones públicas. Era un
estudioso de estos temas y un hombre de avanzada en la
utilización de los recursos que la tecnología aportaba para el
cumplimiento de la misión. Fue un fotógrafo incansable y un
coleccionista de imágenes, sonidos y curiosidades de todas
partes. Además Benoní realizó estudios avanzados en
escatología bíblica y aprendió el Apocalipsis de memoria.
Benoní supo alentar a sus sobrinos y sobrinos nietos que se
preparaban para trabajar en el ministerio y en otras ramas de
la misión evangelizadora. En alguna ocasión me entregó
varias carpetas de sermones del pastor Juan Plenc, que
habían permanecido en su poder. En otra oportunidad me
obsequió diapositivas de la Tierra Santa y de las escuelas
valdenses del Uruguay.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
121
He atesorado especialmente un documento que me confió
Benoní en el Colegio Adventista del Plata. Se trataba de una
carta que su padre Elías Cayrus había escrito a mi abuelo
David Plenc y a su hermano Juan en 1919, cuando ambos
estudiaban en esa misma institución. Me sentí admirado por
su prolija letra y sus conceptos tan nobles y cristianos para
con aquellos muchachos a quienes había atraído hacia el
adventismo en Colonia Miguelete.
Pasó el tiempo y de alguna manera los papeles se fueron
invirtiendo. Era yo quien me acercaba para saludarlo y
dialogar brevemente con él. Ahora me tocaba a mí predicar
en la Iglesia del Parque de Libertador San Martín y Benoní
estaba entre los oyentes. Ese sábado 28 de noviembre de
1998 almorzó en nuestra casa. Allí me enteré, azorado, del
fallecimiento de su hijo Jorge dos años atrás. No recuerdo si
volvimos a tener la oportunidad de conversar luego de este
encuentro.
Algunos años después estaba yo dirigiendo simultáneamente
semanas de oración en Olivos y en el Instituto Adventista de
Florida, Buenos Aires, cuando supe del fallecimiento de
Benoní, el 29 de octubre de 2003. Entre los varios turnos de
reuniones, apenas tuve un rato para concurrir a la sala
velatoria y saludar a su esposa Claudia. Ella sentía que
Benoní había cumplido con su obra y que otros más jóvenes
debían continuar con la tarea.
Algo más de su vida
Benoní Ismael Cayrus nació en Colonia Miguelete el 17 de
marzo de 1917. Su padre Juan Elías registró en su diario: “A
las seis de la mañana nace Benoní Ismael. Que Dios le
conceda vida y salud y haga de él un siervo suyo y un
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
122
heredero de la vida eterna”. Cuando la familia emprendió su
viaje a Guichón, aquel lejano mes de mayo de 1919, Benoní
tenía dos años. Junto con Lito se ganó el privilegio de viajar
en la jardinera con los adultos y con sus hermanas. Sus
primeros recuerdos se relacionaron seguramente con los
afanes por establecerse en el lugar de la familia. Hubo
momentos buenos y de los otros.
Una de las hazañas imborrables de la niñez de Benoní fue
haber accionado la manija de la máquina de picar carne,
mientras Lito tenía un dedo adentro, haciéndole perder la
punta del índice de su mano derecha. Se cuenta en la familia
que Lito, sin llorar, le preguntaba en patuá: “Beno, ¿qué
hiciste?”.
Junto a Claudia Ernst, con quien se casó en Montevideo el 14
de febrero de 1945, formó la más pequeña de las doce
“tribus”. Tuvieron dos hijos, Marta y Jorge Eduardo. Marta
se dedicó a la medicina, con especialidad en pediatría, y se
casó con Miguel Zarra. Jorge se graduó como bioquímico en
la Universidad de Córdoba y se casó con Mirta Cítera. De
este matrimonio nació Héctor Eduardo, el único nieto de
Claudia y Benoní.
Durante muchos años Benoní orientó su trabajo al desarrollo
institucional y la mayordomía cristiana en favor de los tres
países que componían la Unión Austral (Argentina, Paraguay y
Uruguay), con sede en Buenos Aires. Su tarea y vocación lo
llevaron a viajar mucho. Visitó América del Norte, Europa y
Tierra Santa. Dio literalmente la vuelta al mundo y estuvo
en lugares tan exóticos como Honolulu, Tokio, Hong Kong,
Bangkok, Tailandia, Singapur e India. En una reunión de
familia recibió el título honorífico de “Magallanes-Elcano” y
otros lo llamaban jocosamente el “tío gitano”. También
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
123
Claudia tuvo la oportunidad de visitar Alemania por algunos
meses.
Sus amplias relaciones se comentaban, recogiéndose
cuantiosas anécdotas. Estuvo en Roma en 1978 cuando Juan
Pablo I inició su pontificado y, nuevamente, 33 días después
para su funeral. Se dice que en una visita al presidente del
Paraguay concurrió elegantemente vestido, con una media al
revés y el talón hacia arriba.
El adiós a su madre
Benoní estuvo junto a la cama de su madre, con todos sus
hermanos, aquel 12 de enero de 1975, cuando se apagó la
vida de Constancia al cumplir los 97 años. Leyó un salmo.
Sin poder hablar, la anciana madre miró a todos mientras
Benoní decía los nombres de los presentes. Camino al
cementerio de Guichón, Benoní encabezó el cortejo fúnebre.
Lo acompañaba el pastor Juan Tabuenca.
Sería justo recordar aquí las sentidas palabras de Benoní en
el funeral de su madre: “Durante muchos años nos hemos
reunido como familia el 12 de enero para festejar el
De izq. a dcha. (sentadas): Alina, Alda, Inés, Constancia, Elena, Paulina y Margarita. (de pie): Benoni, Lito, Emilio, Pedro y Enrique. - Año 1950 -
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
124
cumpleaños de nuestra madre. En estos últimos años, en
algún momento cuando se veía rodeada de sus hijos, decía:
“qué lindo sería morir en el día de mi cumpleaños”. Dios
cumplió su deseo y oyó su oración. El 12 de enero a las dos
de la tarde, estando todavía en plena conciencia le dijimos lo
siguiente: ‘Mamá, aquí están tus doce hijos’; después de ese
momento entró en un sueño y se fue lentamente [...], dejó de
respirar al salir el sol, ayer de mañana. Este momento de
dolor que sentimos como hijos, se entremezcla con gozo y
agradecimiento a Dios por habernos concedido durante años
a nuestra madre. Más de treinta y cinco años hemos tenido a
nuestra madre con nosotros, bastante más de lo que es
corriente que los hijos tengan a una madre, y frente al dolor
que nos embarga esta mañana, en nuestros corazones late la
gloriosa esperanza, la esperanza cristiana que nuestra madre
supo inculcar en nuestros corazones. No estamos aquí para
llorar desconsoladamente y sin esperanza la ausencia de
nuestra madre, sino solamente para decirle ‘hasta luego,
mamá’. Hay un pasaje en las Sagradas Escrituras y dice lo
siguiente: ‘Y oí una voz del cielo que decía: Escribe:
Bienaventurado los muertos que de aquí en adelante mueren
en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos,
porque sus obras con ellos siguen’. Deseamos que la obra de
nuestra madre continúe. Así como fue capaz de unirnos
estando en vida, ojalá que esa obra de unión entre la familia
que ha quedado continúe [...] Que no perdamos esta reunión
de familia que [...] será el 12 de enero [...] o será el día del
cumpleaños de nuestro hermano mayor que, cuando
perdimos a nuestro padre, fue él que timoneó el hogar”.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
125
De cerca o de lejos
Es evidente la importancia que Benoní le daba a las
reuniones anuales de la familia. Por los registros se sabe que
en 1956 concurrió desde Montevideo; en cambio en 1964 se
trasladó desde el Paraguay. En el encuentro de 1970, al cual
concurrieron más de 70 familiares, se anotó que “Beno está
entusiasmado por encontrar un terreno en Guichón a fin de
levantar un templo”.
En 1973, el tío Beno asombró a los presentes grabando voces
y sonidos con una pequeña grabadora. La abuela Constancia
dejó grabada una poesía que aprendió en su juventud. En
1974, Benoní volvió a repetir las últimas palabras de su
padre dirigidas a sus hijos, a su esposa, y a su anciana madre,
el 10 de julio de 1923.
Benoní ya no pudo estar en la reunión del 26 de enero de
2004, pero sus familiares le rindieron un homenaje sentido,
en especial su yerno Miguel Zarra.
En las islas Malvinas
Benoní Cayrus fue el primer pastor adventista en visitar las
Islas Malvinas y realizar un bautismo bíblico. Este hecho
notable justifica una breve reseña de la relación entre el
adventismo y el archipiélago del Atlántico Sur.
La Enciclopedia adventista del séptimo día dedica algunos
párrafos a la presencia del adventismo en las Islas Malvinas
(Falkland Islands). De esta y otras fuentes extraemos algunas
informaciones de interés.lv
Las Malvinas constituyen un archipiélago formado por dos
islas grandes, llamadas Soledad y Gran Malvina, y un
centenar de islas pequeñas, situadas en el Atlántico Sur a
unos 600 km. de las costas patagónicas. El archipiélago
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
126
ocupa un área de 12.170 km2 (260 por 140 km. de extensión) y
cuenta con una población de aproximadamente 2.200
habitantes de ascendencia mayormente británica, más unos
2.000 militares. Puerto Argentino (Port Stanley) concentra el
85 % de la población. En lo religioso predomina el
anglicanismo, aunque también hay católicos. Existe muy
poca agricultura, siendo importante la ganadería, en
particular la cría de ganado ovino.
Algunos dicen que las islas fueron descubiertas en 1520 por
Estevâo Gomes, un desertor de la expedición de Magallanes;
otros que fueron descubiertas en 1534 por el navegante
inglés John Davys. La primera colonización de las islas fue
hecha por los franceses en 1764. Marineros franceses de
Saint-Malo dieron a las islas el nombre de Malouines, cuya
denominación fue adoptada por los españoles, quienes se
referían a ellas como las Maluinas o Malvinas. Estuvieron
bajo el control de España desde 1775 hasta la independencia
de los países que formaban el Virreinato del Río de la Plata.
El gobierno argentino sobre las islas terminó en 1833,
cuando los británicos ocuparon las islas. Luego de la
expulsión de los argentinos, se abandonó el uso del español y
se impuso el inglés.
El primer adventista del séptimo día en trabajar en las islas
fue el colportor Clair A. Nowlin, en 1893.lvi Nowlin recorrió
el sur argentino, Punta Arenas (Chile), sobre el estrecho de
Magallanes y las Islas Malvinas. El colportor informó de un
“éxito excelente” en la venta de libros adventistas,
incluyendo El conflicto de los siglos de Elena G. de White.
Aparentemente ningún otro adventista del séptimo día visitó
las islas hasta 1933-1934, cuando llega Roy Chamberlayne,
un colportor inglés. Allí vendió libros grandes y pequeños, e
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
127
informó en abril de 1934 desde Port Stanley que una señora
viuda mayor había comenzado a guardar el sábado.
Chamberlayne llegó a Trelew, provincia del Chubut, en
1930. Había abrazado el adventismo por la lectura de
publicaciones adquiridas en Tierra del Fuego a un estudiante
del Colegio Adventista de Chile. Se bautizó en Inglaterra y
regresó como colportor a la Patagonia argentina. Recorrió
Ushuaia, en Tierra del Fuego, y durante un año visitó a los
habitantes de las Islas Malvinas. Chamberlayne encontró
que en algunas casas había ejemplares del libro El conflicto
de los siglos vendidos por Nowlin cuatro décadas atrás. La
Unión Austral había votado enviar un colportor misionero a
las islas tan pronto como fuera posible y autorizó a W. F.
Miller, presidente de la Misión de Magallanes a visitar las
islas en 1930 y 1936, pero no hay registro de que cualquiera
de estas visitas se haya concretado.
En noviembre de 1974, Benoní Cayrus, director de los
departamentos de Relaciones Públicas y Mayordomía de la
Unión Austral, visitó las Islas Malvinas. Permaneció en ellas
nueve días y el sábado 16 de noviembre condujo el primer
bautismo: se unió a la iglesia Christopher R. Spall, hijo de
una enfermera misionera que trabajaba en África.lvii Spall,
de origen británico, vivía en Puerto Stanley desde hacía siete
años, donde tenía una lechería. Escribió el pastor Cayrus:
“Ayer, sábado 16 de noviembre de 1974, frente a una playa
solitaria, en las frías aguas del Atlántico fue bautizado el
Hno. Spall”.lviii Spall había quedado huérfano de padre en su
niñez. Su madre conoció la Iglesia Adventista, se unió a ella
y llegó a ser misionera en África. Cuando Christopher se
trasladó a las islas ya no practicaba el cristianismo. Su
trabajo en el tambo iba bien, pero él enfermó. Entonces
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
128
comenzó a leer el Nuevo Testamento y sintió que Dios lo
llamaba otra vez. Su madre lo alentó en la distancia. Dios
comenzó a contestar sus oraciones. Con el deseo de obtener
publicaciones para compartir su fe escribió a la Asociación
General en los Estados Unidos. La Review and Herald
publicó su pedido y sus lectores comenzaron a enviarle
revistas y libros en cantidad suficiente para entregar a cada
habitante de las islas. Después de su conversión escribió a
La Voz de la Profecía en Inglaterra manifestando el deseo de
ser bautizado, y una vez realizado su bautismo grabó un
mensaje para el presidente de la Unión Austral, pastor José
Tabuenca: “Este es el momento más feliz de mi vida: vino el
pastor Cayrus y fui bautizado”. El primer pastor adventista
en visitar las islas concluyó su informe con estas palabras:
“Mañana, Dios mediante, regresaré a la Argentina. Doy
gracias al Señor porque, a pesar de todas las dificultades que
se interpusieron, se pudo hacer esta visita a las Islas
Malvinas, se celebró el bautismo del primer adventista del
lugar, y pude saber que el Hno. Spall distribuye regularmente
publicaciones en 140 hogares, y que hay interesados que
siguen las lecciones de la Escuela Radiopostal”.lix
Muchos argentinos desean que algún día se reconozca la
soberanía del país sobre el archipiélago. El Espíritu de Dios
podrá colocar en el corazón de algunos el deseo de trabajar
por la salvación de los isleños que no conocen la verdad para
este tiempo.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
129
XII
Tras los pasos de don Elías
Miguelete: un pueblo centenario
Hacía tiempo que quería conocer Miguelete. ¡Había
escuchado tantas veces hablar de ese lugar tan cercano a los
recuerdos de las familias Cayrus y Plenc! Ocurrió un bello
domingo de fines de mayo de 2009 en compañía de mi tía
Gladis Plenc Cayrus de Suárez y de mi primo Walter
Roberto Suárez Plenc. Manuel Suárez y Walter Plenc
quedaron de “caseros” en San José.
Previo paso por el cementerio establecido en los años 1960,
llegamos al pueblo de Miguelete, con su llamativo cuadro de
entrada que conmemora los 100 años de la localidad.lx Nos
dirigimos directamente el templo de la Iglesia Valdense y
sostuvimos un amable e informal diálogo con Ricardo
Collazo, pastor de esa congregación. Él nos orientó para
acercarnos con facilidad a casa de los familiares que
deseábamos visitar.
Sabíamos que el matrimonio de Pablo Plenc y María
Michelín había vivido en Miguelete décadas atrás y había
tenido cinco hijos: Juan, David, Pablo, Emilio y Margarita.
Por su parte, Emilio Plenc y Lina Rostagnol fueron los
padres de Delia, Heraldo, Ideth, Haroldo y Evelio.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
130
Fueron momentos de alegría y fraternidad los compartidos en
las casas de Delia y de Heraldo. Con este último visitamos
los campos aledaños que habían pertenecido a Juan Elías
Cayrus y a Pablo Plenc. Aquello de lo que había oído
muchas veces tomó forma y se proyectó en esas tierras
fértiles de la pradera uruguaya.
Miguelete sigue siendo un pueblo pequeño de 900 habitantes,
en el centro sur de la República Oriental del Uruguay. Sus
pobladores viven y trabajan en las doce mil hectáreas de
tierras que alguna vez pertenecieron a la estancia inglesa The
River Plate Company y que fueron rematadas el 28 de marzo
de 1909. Aquellos campos de pastoreo de miles de ovejas se
vendieron en su mayor parte a emprendedoras familias
valdenses y suizas que habrían de dedicarse principalmente a
la agricultura. El presidente uruguayo Claudio Williman
(1907-1911) aplicaba entonces una política de distribución
de la tierra para acotar el latifundio.
El libro del centenario de Miguelete, escrito por Adriana
Talmon y Ana Laura Bounous, conserva los apellidos de los
primeros compradores y de los residentes posteriores. Es
evidente que la influencia valdense estaba destinada a
Miguelete, calle principal
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
131
perdurar a lo largo del tiempo, aunque existió una
convivencia pacífica con católicos y cristianos de otras
confesiones que se instalaron en la misma zona.
La comunidad rural disponía en sus inicios de muy pocas
comodidades. Las primeras viviendas se construyeron de
barro y paja. Había poca leña y las plantaciones eras
devoradas de tanto en tanto por las langostas. Hubo que
plantar árboles, cuidar del ganado y trabajar el suelo para
plantar maíz, trigo o lino. Había que recorrer las distancias
que los separaban de Ombúes de Lavalle o Cardona para
hacer las compras, hasta que surgieron los primeros
comercios de ramos generales. A los costados de la única
calle de tierra se fue formando el caserío que adquirió el
estatus de pueblo en 1942. Ya en las décadas de 1930 y
1940 se contaba con un pastor local y un médico permanente.
Los productos de la tierra se llevaban a las estaciones
cercanas del ferrocarril. Con el tiempo surgirían los tambos
y muchos otros emprendimientos.
Los pobladores de Miguelete buscaron el progreso y la
superación material, sin descuidar el cultivo del espíritu, la
sociabilidad y el sentido de identidad. Prueba de ello es el
aprecio que se tenía por la banda de música de don Pedro
Lausarot, por el coro que alguna vez dirigió don Juan Elías
Cayrus y por los momentos de recreación campestre, que
más de una vez contaron con el concurso de comunidades
vecinas. La actividad religiosa fue aglutinante para un buen
porcentaje de vecinos. La elegancia en el vestir se observaba
en las horas de culto y en las fiestas nacionales.
Es evidente que los habitantes de Miguelete cultivaron la
ayuda mutua, el cooperativismo y la acción organizada.
Surgieron sociedades rurales, clubes, comisiones culturales y
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
132
deportivas, tanto como grupos juveniles. Un admirado
servicio en favor de las personas de la tercera edad es una de
sus características innegables. Estos intereses diversos
complementaban la preocupación de las familias por la
educación de sus hijos. En Miguelete hubo escuelas rurales
y un establecimiento urbano en plena actividad desde los
años 1910.
Miguelete es uno de esos pocos lugares que aún quedan en
donde todo es conocido y amado, donde se vive en respeto y
laboriosidad, con la íntima convicción de que todo debe
hacerse bien, porque en definitiva, todo debe realizarse para
honra del Señor.
Colonia Pintos Viana: el esfuerzo por permanecer
Guichón está a nueve días de camino en carros cargados
desde Miguelete, según el recuerdo de un lejano 1919 para la
familia Cayrus. Se encuentra en el centro-sur del
departamento Paysandú, donde la ruta 90 empalma con la
ruta 4. Todavía viven entre sus habitantes algunos
descendientes de los charrúas que escaparon al exterminio de
1831. El atractivo de las aguas saladas de las cercanas
Termas de Almirón se extiende cada vez más. Esas aguas
termales fueron descubiertas por la empresa ANCAP en
1958 en la estancia de Luis Alberto Almirón, a orillas del
arroyo Guayabos Chico. Ese bello lugar, a sólo cinco
kilómetros de Guichón, se transformó en un concurrido
balneario a partir de 1974.
El fundador Pedro Luis Guichón llegó a esa zona ganadera
en 1884. Era el tiempo cuando los viajes debían realizarse a
caballo, en carretas o diligencias. El ferrocarril que circulaba
entre Paso de los Toros y Paysandú pasó por los campos de
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
133
Guichón en 1891. Entonces don Pedro Guichón levantó una
parada y un comercio. Las tierras se fraccionaron en 1903
para la conformación del pueblo y se estimuló la radicación
de familias que quisieran habitarlo. La pequeña población se
vio rodeada de chacras, como la Colonia Juncal. Guichón
adquirió la categoría de pueblo en 1907 y de ciudad en 1964.
La Colonia Diana se inició en 1922 con el estímulo de los
créditos ofrecidos por el Banco Hipotecario para el trabajo
agropecuario en las tierras que habían pertenecido a las
estancias Santa Isabel y Gloria. Se radicaron allí
mayormente colonos extranjeros. Se encuentra a unos diez
kilómetros al noroeste de Guichón y se conoce hoy como
Colonia Pintos Viana, un lugar donde se respira otro aire,
como dice un artículo publicado por el diario El telégrafo.lxi
La colonia Batlle y Ordóñez, sobre Ruta 4, no está lejos.
La comunidad actual de la Colonia Pintos Viana se compone
de unas doce familias según nos dijo Ivón Eber (Cacho)
Cayrus, quien tiene su casa en el lugar del antiguo casco de
la estancia Santa Isabel. Su escuela Nº 40 ha superado ya los
100 años de vida y cuenta actualmente con unos diez
alumnos, aunque llegó a tener sólo tres. Sus egresados
pueden continuar estudios en la Escuela Agraria ubicada en
la Colonia Juncal, sobre Ruta 90, o trasladarse a Guichón
para concurrir a la Escuela Técnica o al liceo. El nombre de
la colonia deriva de don Alfredo Pintos Viana, llegado desde
Soriano para adquirir dos grandes estancias. El
fraccionamiento posterior de esos campos permitió a unas 60
familias de agricultores radicarse en la zona. Como ocurrió
con Miguelete y tantos otros lugares, los primitivos ranchos
de terrón y paja fueron reemplazados por casas construidas
de materiales más sólidos.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
134
Dice el diario El telégrafo: “La mayoría de los pobladores
son adventistas y allí tienen su templo. La colonia se originó
con inmigrantes rusos. Pero algunos criollos procedentes de
Soriano, San José y Colonia también se mostraron atraídos
por el lugar. Entre los apellidos originarios se recuerdan a
los Kirichenko, Scrimny, Kosiak y los Cayrus”. Desde los
años 1990 muchas de esas tierras fueron absorbidas por
emprendimientos forestales y sus habitantes se han alejado.
Quienes permanecen son adultos o mayores que se niegan a
irse de su terruño y siguen cultivando sus tierras como hace
tanto tiempo o dedicándose al tambo y a la cría de gallinas
ponedoras, vacas y ovejas.
Colonia Pintos Viana tiene para los integrantes de la familia
Cayrus un sentido que trasciende largamente el interés por la
granja y los trabajos de campo. Allí vivieron por largos años
doña Constancia Davit de Cayrus y sus doce hijos. A ese
lugar volvían ellos para celebrar su cumpleaños. A ese
rincón de afecto y pertenencia, entre el campo y el monte
ribereño, junto al arroyo o al río, han vuelto tantos y tantos,
pasando tanto tiempo que su remembranza se pierde,
subsistiendo solamente aquello que perdura para siempre: el
amor, la gratitud y la esperanza.
De Miguelete a Guichón
La segunda visita al Uruguay del año 2009 se concretó el fin
de semana del 13 al 15 de noviembre. Me detuve en el
Instituto Adventista del Uruguay, visité a Alda Cayrus de
Geisse y luego me dirigí a Colonia Valdense y Nueva
Helvecia para conducir un seminario bíblico en los templos
adventistas de ambas localidades. El domingo fue un día
especial para mí, un día que en parte venía planificando
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
135
desde hacía un tiempo. Lo cierto es que en ese día tuve la
oportunidad de seguir los pasos de don Juan Elías Cayrus y
los suyos.
En esa hermosa mañana recorrí en automóvil los 65
kilómetros que separan a Colonia Valdense de Miguelete,
siguiendo aproximadamente la ruta que don Elías recorrió en
1909. Minutos antes de las diez de la mañana me encontraba
en el antiguo templo valdense a fin de participar del culto,
presidido por el pastor Ricardo Collazo. Nos habíamos
escrito algunas veces desde mi primer contacto en mayo y
estaba al tanto de mi visita. Saludé a varios integrantes
antiguos de la congregación.
El culto duró
aproximadamente
una hora, en la que se siguió la liturgia habitual de la Iglesia
Evangélica Valdense. El pastor predicó un buen mensaje
acerca de las señales de la segunda venida de Cristo. Al final
me dio nuevamente la bienvenida y me ofreció la
oportunidad de dirigir la palabra a la congregación. Saludé a
los presentes, hice una reseña de la historia de las familias
Plenc y Cayrus y compartí mi alegría por encontrarme en
Templo Valdense de Miguelete
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
136
Miguelete en el año de su centenario. Nos deseamos la
bendición del Señor y expresamos nuestro deseo de
mantenernos fieles al Señor, a su Palabra y en preparación
para encontrarnos pronto en el reino de Dios.
Luego decidí trasladarme a Guichón, tal como los Cayrus lo
habían hecho en 1919. Detuve el motor cruzando el puente
del río San Salvador, donde mi bisabuelo Elías Cayrus, mi
abuela Elena y su hermano Emilio se habían bautizado. No
me llevó más que unas pocas horas, en un viaje tranquilo y
solitario, recorrer los 300 kilómetros que a ellos les había
tomado nueve días. Sólo aparté algunos momentos para
saludar a familiares, pasar por el cementerio local donde
descansan don Elías, su madre, su esposa Constancia y varios
de sus descendientes, y regresar a mi lugar de residencia en
Libertador San Martín, Entre Ríos. Llevaba conmigo un
tesoro de información, el que amablemente me había sido
prestado: el diario de don Elías.
Atesoré en mi mente esos lugares y pensé en el tesón con que
don Elías avanzó en el camino que le abrió la Providencia.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
137
XIII
Los valdenses y el adventismo
Las visitas de Elena G. de White a los valles
En los años que Elena G. de White residió en Europa (1885-
1887), tuvo la oportunidad de visitar tres veces los valles del
Piamonte italiano. lxii La primera vez partió en tren desde
Basilea, Suiza, el 26 de noviembre de 1885; iba en compañía
de su nuera, María Kesley White, de Martha Bourdeau y del
pastor B. L. Whitney. La señora White se sintió subyugada
por la belleza de los Alpes.
Con respecto a este viaje hacia Turín y Torre Pellice ella
escribió: “Yo cumplía 58 años, y por cierto que el suceso
había de celebrarse de una manera y en un lugar con los
cuales poco había soñado. Parecía difícil darme cuenta que
estaba en Europa; que había presentado mi testimonio en
Inglaterra, Suiza, Dinamarca, Noruega y Suecia, y que me
hallaba en camino a Italia”.
“Nuestro viaje por los Alpes tenía que atravesar el gran paso
de San Gotardo. Llegamos a Torre Pellice el viernes, cerca
de las nueve de la mañana, y nos dieron la bienvenida en el
hospitalario hogar del pastor A. C. Bourdeau. Al día
siguiente, sábado, hablé a los hermanos y hermanas en el
salón alquilado en que realizaban sus reuniones regulares los
sábados”.lxiii
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
138
La presencia de los misioneros adventistas en el norte de
Italia venía desde hacía tiempo. M. B. Czechowski había
visitado Torre Pellice en 1864 y ganó a los primeros
adventistas de Europa: Juan David Geymet y Catalina Revel.
El pastor John N. Andrews visitó los valles valdenses en
1877. Entre 1884 y 1885 dieron conferencias
evangelizadoras en Torre Pellice los misioneros Daniel T.
Bourdeau y Alberto Vuilleumier, y dejaron organizada una
pequeña iglesia de dieciocho miembros. Al tiempo de la
visita de Elena G. de White y sus acompañantes, trabajaba en
Torre Pellice el pastor A. C. Bourdeau.
Este primer viaje se extendió por tres semanas. Predicó en
Torre Pellice en diez oportunidades y pudo visitar lugares de
interés en la historia del perseguido pueblo valdense. Al
respecto escribió: “Si sus voces pudieran escucharse, ¡qué
historia contarían las montañas eternas que rodean estos
valles, acerca de los sufrimientos del pueblo de Dios, debido
a su fe! ¡Qué historia de la visita de ángeles no reconocidos
por estos fugitivos cristianos! Una y otra vez los ángeles han
hablado con hombres, como un hombre habla con su amigo,
y los han guiado a lugares de seguridad. Repetidamente las
palabras animadoras de ángeles han renovado los espíritus
caídos de los fieles, y conducido sus mentes por encima de
las cumbres de las más elevadas montañas, haciéndoles
contemplar por la fe los mantos blancos, las coronas y las
palmas de victoria que los vencedores recibirán cuando
rodeen el gran trono blanco”.lxiv
El regreso se inició el 15 de diciembre y se hizo por Turín y
Ginebra, donde se encontraba Daniel T. Bourdeau y su
familia. Dos días más tarde, la comitiva continuó hacia
Basilea, pasando por el lago Ginebra y Lausana. Alejada de
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
139
los valles, la señora White siguió escribiéndose con Daniel T.
y A. C. Bourdeau.
Fue este último quien pidió una nueva visita de Elena G. de
White en abril de 1886. Acompañada por su hijo W. C.
White y su esposa María, dejó su hogar en Basilea, pasó por
Milán y predicó por dos semanas a las pequeñas
congregaciones de creyentes de varias comunidades. A pesar
de la lluvia persistente, el primer viernes de noche y el
sábado se reunieron unos 20 adventistas en Torre Pellice. El
domingo ascendieron los ocho kilómetros de camino
montañoso hasta Villa Pellice donde los aguardaba un
auditorio repleto. A. C. Bourdeau tradujo la predicación al
francés y otros la traducían en voz baja al italiano. “El
mensaje del amor y la misericordia de Cristo penetró en el
auditorio, y la sierva del Señor notó que algunos de sus
oyentes lloraban”.lxv (¿Se encontraría acaso entre ellos Juan
Elías Cayrus y su familia paterna?).
El día lunes, aún bajo la lluvia, regresó el pastor Bourdeau
hasta Villa Pellice para predicar; y el martes Elena G. de
White predicó en San Juan. Las reuniones continuaron el
siguiente fin de semana, sin que se detuviera la lluvia. El
domingo, Elena G. de White, su hijo, su nuera y el pastor
Bourdeau, subieron la montaña hasta Bobbio donde se
encontraba la famosa cueva en la que muchos valdenses
murieron sofocados por el fuego y el humo en medio de las
persecuciones. Fue una ocasión propicia para la reflexión y
la oración.
En Villar Pellice celebraron una reunión al aire libre. “Para
ellos, el hecho de oír predicar a una mujer era algo
completamente nuevo debajo del sol, y sin embargo, después
que hablé por breves instantes, me prestaron la mayor
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
140
atención. Prediqué ante 300 personas. Algunas estaban
sentadas sobre el muro que nos rodeaba y había otras en los
escalones que conducían al lugar de reuniones que estaba
arriba. La galería de arriba estaba repleta de gente. Para
todos, era un salón de reuniones muy original. El cielo nos
cubría como un dosel y la tierra –que pertenece al Señor-
estaba a nuestros pies”.lxvi
A principios de semana visitaron Angrogna, donde muchos
valdenses fueron obligados a saltar al precipicio en tiempos
de la persecución. El jueves 29 de abril partieron a Ginebra.
Elena G. de White había predicado siete veces durante su
segunda visita al Piamonte.
La tercera y última visita a los valles del Piamonte se inició
el miércoles 3 de noviembre de 1886 en compañía del pastor
Guillermo Ings y su esposa. Hicieron escala en Turín antes
de arribar a Torre Pellice. En esos días nació Mabel White
(luego casada con Workman), la segunda hija de W. C.
White y María Kesley White.
Al llegar a Torre Pellice, Elena G. de White presenció una
sorprendente lluvia de estrellas. Permaneció en los valles del
4 al 18 de noviembre, incluyendo en su visita Villar Pellice y
San Germán. El 20 de noviembre estaba de regreso en
Basilea, Suiza, pocos días antes de cumplir 59 años.
Las declaraciones
Elena G. de White se refirió muchas veces a los valdenses,
sobre todo en el capítulo titulado “Fieles portaantorchas” de
su libro El conflicto de los siglos.lxvii
La autora consideró a los valdenses como verdaderos
cristianos que fundaron sus creencias en la Palabra de Dios.
Los describe como humildes y esforzados campesinos,
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
141
herederos de la fe de los apóstoles, que contaron con una
traducción propia de las Escrituras. Rechazaban el culto a
las imágenes y algunos de ellos guardaron el sábado como
día de reposo. Se mantuvieron fieles en medio de las
persecuciones medievales, encontrando en las montañas un
refugio contra la opresión. La piedad de los valdenses era
pura, sencilla y ferviente. Leían y memorizaban porciones
de la Biblia, y educaban a sus hijos en la austeridad, el
sacrificio y la prudencia. Se preocuparon por su preparación
intelectual y espiritual.
La Biblia era para ellos la única autoridad suprema e
infalible. Copiaban porciones de ella y las compartían
secretamente. Los pastores simulaban ser comerciantes o
artesanos y realizaban su obra entre los sinceros, mostrando
el camino de la salvación. Sus casas, campos y capillas
fueron muchas veces asolados, hasta que se resolvió su
exterminio por medio de una cruzada en la que muchos
fueron sacrificados.
Por la vivencia de Elena G. de White entre los valdenses y
por sus escritos, brevemente expuestos, se advierte la
inmensa consideración que la autora tenía hacia ese pueblo
que por siglos sostuvo su fe cristiana con indescriptibles
sacrificios. Se nota también su interés por la predicación de
la verdad para este tiempo, con este y todos los pueblos de la
tierra. Juan Elías Cayrus y su familia mostraron el perfil del
cristianismo práctico que los valdenses siempre habían
enseñado; exhibieron también la disposición a crecer en el
conocimiento de las grandes doctrinas de la Palabra de Dios
a medida que la luz del cielo brillaba sobre su camino.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
142
Inicios del adventismo en el Uruguay
Entre los adventistas del Uruguay todavía se recuerda el
nombre de Albert B. Stauffer. Este había llegado en 1891 al
puerto de Montevideo junto a los misioneros Elwin W.
Snyder y Clair A. Nowlin. Los tres pasaron pronto a Buenos
Aires para iniciar su tarea de distribución de publicaciones
entre los inmigrantes del Río de la Plata y todo el cono sur de
América. A. B. Stauffer regresó al año siguiente como un
verdadero pionero del adventismo en la República Oriental
del Uruguay. Inició su labor entre los colonos suizo-
alemanes de Colonia Suiza (Nueva Helvecia) y entre los
valdenses de la vecina Colonia Valdense. La semilla
sembrada con sacrificio por medio de la venta de
publicaciones dio frutos con la llegada del pastor Frank H.
Westphal.lxviii
Por medio de la lectura del diario Argentinische
Wochemblatt el pastor Westphal se había enterado que en
Nueva Helvecia se solicitaba un pastor protestante que
pudiera predicar en alemán. Hacia ese lugar se trasladó a
mediados de 1895 y dirigió reuniones religiosas. Continuó
con las predicaciones bíblicas por varias semanas en una
colonia de pobladores suizos, a pocos kilómetros de Nueva
Helvecia. Unos 35 interesados aceptaron el mensaje
adventista. Uno de sus conversos más conocidos fue Luis F.
Ernst, quien formó parte del grupo de los primeros 18
bautizados en Uruguay, integrando el núcleo fundacional de
la primera iglesia en el país, en agosto de 1897.
Los hermanos Luis y Julio Ernst escucharon al pastor F. H.
Westphal en casa de Carlos Gerber. Luis es recordado por
haber sido el primer alumno del Colegio Camarero, luego
Colegio Adventista del Plata, hoy Universidad Adventista
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
143
del Plata. Julio fue el primer colportor del Uruguay. A
ambos se los recuerda también por haber sido los primeros
pastores del Uruguay y, particularmente a Julio, por ser el
primer delegado sudamericano que asistió a un congreso de
la Asociación General.
Un destacado misionero adventista que también trabajó en
Uruguay y ganó a unos pocos valdenses fue Jean
Vuilleumier. Hubo valdenses que había tenido contacto con
el adventismo en el Piamonte italiano por medio del
ministerio de Daniel T. Bourdeau y Augusto C. Bourdeau, e
incluso habían escuchado a Elena G. de White en alguna de
sus tres visitas a los valles valdenses. Al parecer este fue el
caso de Juan Rivoir y su esposa. Junto a su hijo Daniel se
trasladaron al Uruguay entre 1890 y 1891, siendo bautizados
por Jean Vuilleumier.
Otro notable converso fue Juan M. McCarthy, quien aceptó
el adventismo en Montevideo en 1892 por la lectura de un
libro vendido por E. W. Snyder. McCarthy viajó a los
Estados Unidos, estudió teología, fue ordenado pastor y llegó
a ser el primer presidente de la Misión Uruguaya. Le
siguieron John V. Maas, Franklyn L. Perry, August R.
Sherman, Carlos E. Krieghoff, Ner Soto, Pedro M. Brouchy,
Henry J. Westphal, Carl Becker, Niels Wensell, Juan Riffel,
entre otros.
Muchos han oído hablar del pastor F. L. Perry, quien dio
conferencias evangelizadoras en Montevideo en 1912 y
trabajó como director de la misión. Gracias a estos esfuerzos
pudo organizarse una iglesia en Montevideo. Más tarde se
compró una propiedad para la misión y para las reuniones.
En 1922 se edificó el primer templo adventista del Uruguay
en Nueva Helvecia, bajo la presidencia del pastor August R.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
144
Sherman, en un terreno donado por Luisa Ernst (hermana de
Luis y Julio Ernst). En 1935 se adquirió el predio que ocupa
la Iglesia Central de Montevideo.
El trabajo en el interior de Uruguay permitió el surgimiento
de iglesias en Rivera, Melo y tantos otros lugares. Por
decisión de las administraciones ecle-siásticas, la Misión
Uruguaya se transformó a fines de 2009 en la Unión de
Iglesias Adventistas del Uruguay.
Templo Adventista de Nueva Helvecia
Templo Adventista Central de Montevideo
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
145
XIV
Elena G. de White y el pequeño Elías
por Robert G. Wearner
La semilla sembrada casi un siglo atrás en el
corazón de un niño valdense de nueve años rinde una
maravillosa cosecha.
-“Mi abuelo conoció a la Sra. White” –declaró la pequeña
Sofita Geisse, sentada en el primer asiento de mi clase de
Historia Denominacional en el Uruguay, donde trabajé
algunos años atrás. Yo sabía que Elena G. de White nunca
había visitado Sudamérica, y estaba seguro de que la familia
Geisse no había vivido en Norteamérica, como tampoco los
parientes de la mamá de la pequeña, la familia Cayrus. Mi
investigación se transformó en una emocionante historia que
tuvo sus comienzos en los valles valdenses del norte de Italia
hace casi un siglo.
Juan Pedro Cairus y su esposa, creyentes en la fe de los
valdenses, vivían en un valle alpino del norte de Italia
durante la segunda mitad del siglo XIX. En el año 1886
falleció su única hija. Como sólidos creyentes en la Biblia,
buscaron consuelo en las promesas de Dios. Precisamente en
ese período de profunda tristeza, la Sra. White hizo un viaje a
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
146
los valles que se hicieron famosos por el heroísmo de
muchos miles que dieron sus vidas en defensa de la verdad
de la Biblia. Visitó la ciudad donde ellos residían, Torre
Pellice, y habló por intermedio de un traductor, Agustín
Cornelio Bourdeau. En parte por la curiosidad de oír hablar
en público a una mujer y en parte por el deseo de recibir algo
de consuelo en su tristeza, Juan y María asistieron a las
reuniones con sus hijos, David y Elías, de catorce y nueve
años de edad respectivamente.
Junto con muchos otros presentes, fueron impresionados por
los sencillos mensajes bíblicos de la pequeña mujer de
América. Sin embargo, los padres pronto detectaron que
algunos aspectos de sus enseñanzas eran diferentes de las
doctrinas de la Iglesia Valdense. Perdieron interés y
rehusaron participar de ninguna reunión más. Esta falta de
interés de parte de los padres no enfrió el entusiasmo de los
hijos, que continuaron asistiendo. Después que la Sra. White
y los que la acompañaban volvieron a Suiza, los dos chicos
continuaron sus estudios bíblicos con al pastor Bourdeau.
Estaban especialmente cautivados por las enseñanzas
adventistas relacionadas con el sábado y la naturaleza del
hombre.
Comenzó a desarrollarse una fuerte tensión entre padres e
hijos, cuando los jóvenes hermanos discutían con entusiasmo
los nuevos puntos de doctrina. Para sus mentes juveniles la
única manera como ellos podrían vivir en armonía con su
conciencia era escapar a Francia. Fijaron determinada fecha
para huir del hogar. Cuando llegó el día, una fuerte tormenta
de nieve cayó sobre las montañas y bloqueó los pasos por los
Alpes. Rápidamente abandonaron la idea. Al parecer Dios
tenía otros planes para ellos.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
147
Los años pasaron. El pastor se trasladó y los adolescentes
perdieron contacto con los adventistas. Cuando David y
Elías entraron en la juventud, su interés en la doctrina
adventista se había disipado como la nieve en los valles de
las montañas cuando calienta el sol primaveral.
Juan Pedro y María siempre habían tenido el deseo de que
sus hijos estudiaran para el ministerio de la Iglesia Valdense.
Aunque eran fieles en asistir a las reuniones de su iglesia, los
jóvenes nunca sintieron ningún llamado a predicar. Por un
tiempo vivieron en París, pero Elías no pudo olvidar a
Constancia, una joven de su ciudad natal de la que se había
enamorado. Pronto regresó a los valles, y se casó el 19 de
noviembre de 1898. Elías tenía veintiún años de edad y
Constancia tenía veinte. La vida parecía sonreírles.
La semilla sembrada germina
A medida que el siglo se acercaba a su final, la joven pareja
valdense recibía informes alentadores desde el Nuevo
Mundo. Miles de habitantes de los valles alpinos del norte
de Italia, incluyendo tíos, tías y primos, estaban emigrando a
las fértiles áreas agrícolas del Uruguay y la Argentina, en
Sudamérica. Las oleadas migratorias habían comenzado
unas cuatro décadas atrás. La tierra era asequible, el suelo
era fértil, las cosechas eran abundantes, la libertad religiosa
estaba asegurada, ¿qué más podían pedir? -“Oh, Constancia,
comencemos una vida nueva en el Nuevo Mundo”– dijo
Elías a su esposa. Cuando ella dio su consentimiento, se
pusieron a empacar sus pertenencias. Con muchas
esperanzas en su futuro, la joven pareja valdense con su
hijita, Elena, se embarcaron en el puerto italiano de Génova.
Arribaron a Montevideo, la capital del Uruguay, el 9 de
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
148
octubre de 1900, y pronto encontraron a sus parientes. Elías
no perdió tiempo. En breve compró tierras para cultivar
cerca de las orillas del ancho Río de la Plata, el río que
separa al Uruguay de la Argentina. Su chacra estaba ubicada
en Colonia, donde vivían muchos de sus amigos valdenses.
En 1905, Elías y Constancia decidieron trasladarse unos
pocos kilómetros hasta Colonia Valdense, donde había una
gran iglesia y mucha actividad. Elías tomó parte activa en la
vida religiosa de la comunidad. Al observar la necesidad de
educación cristiana para los niños, se ofreció para enseñar en
una escuela organizada por la Iglesia Valdense local. Así
añadió a su trabajo como agricultor las actividades de un
maestro. Continuó enseñando por varios años hasta que el
sistema uruguayo de escuelas públicas absorbió a las
escuelas valdenses. Entonces, puesto que carecía de un
certificado de maestro, se dedicó otra vez de lleno a la
agricultura. Coincidentemente, Elías decidió modificar la
ortografía de su apellido. Dado que muchos de sus vecinos
llevaban el apellido Cairus, para evitar confusión comenzó a
escribir su apellido con una “y”. Desde entonces su apellido
fue Cayrus.
En 1909, la familia estaba preparada para trasladarse otra
vez. Compraron tierras en la parte septentrional de la región
de El Miguelete. Allí construyeron una casa humilde y
emprendieron el cultivo del fértil suelo.
Entretanto en la capital, Montevideo, ocurrieron importantes
acontecimientos que iban a afectar a la familia Cayrus. Un
valdense, de nombre Daniel Rivoir, de Barker, departamento
Colonia, visitó la gran ciudad justo cuando estallaba la
Primera Guerra Mundial en Europa, en 1914. El conocía
algo de la interpretación adventista de la profecía, porque
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
149
había escuchado a un predicador laico llamado Juan Bonjour
hablar sobre el regreso de Jesús. Temeroso de que el tiempo
de gracia se hubiera acabado y no hubiese sido salvo, buscó a
algún adventista que pudiera explicarle el significado de las
profecías bíblicas. Los primeros que encontró fueron
Armando Hammerly y su esposa, enfermeros suizos que
atendían un dispensario en la ciudad.
-“Por favor, don Armando, ¿ha sido cerrada la puerta de la
gracia?”- imploró Daniel. El hermano Hammerly trató de
calmar sus temores con la seguridad de que Jesús estaba
todavía rogando por nosotros en el santuario celestial. Llevó
a Rivoir a la sede de la Misión Uruguaya, y después de
recibir instrucción adicional de parte de los dirigentes de la
Misión, el inquisidor de la verdad volvió al hogar mucho más
aliviado y bien provisto de ejemplares de la revista misionera
adventista El Atalaya (ahora conocida como Vida Feliz). Con
prontitud, se puso a distribuir estas revistas por todas partes.
Un día, Elías Cayrus hacía sus negocios en Colonia
Valdense, y se detuvo en un almacén cuyo propietario era el
señor Custer. Sobre el mostrador descubrió una revista El
Atalaya. Mientras esperaba ser atendido, tomó
distraídamente la revista y recorrió sus páginas. Le llamó la
atención un artículo acerca del séptimo día, el sábado. De
inmediato, su corazón comenzó a latir con más rapidez y su
mente retrocedió instantáneamente unas tres décadas, a su
antigua ciudad natal valdense de Italia y a las reuniones
realizadas por la pequeña mujer de América. Esta era una
revista con el mismo mensaje acerca de Jesús, su día de
descanso y su inminente regreso. –“Señor Custer, ¿de dónde
provino esta revista?” –preguntó Elías. El dueño del
almacén no pudo recordar quién la había dejado allí. “
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
150
-Encontré algo interesante aquí, señor, ¿le importaría
si me llevo la revista a casa?”- El hombre se la dio con
gusto. Más tarde supo que Daniel Rivoir había dejado las
revistas en el almacén como parte de su trabajo misionero.
La semilla sembrada fructifica
De regreso a casa, el joven agricultor valdense leyó y releyó
el artículo acerca del sábado y estudió todos los textos
bíblicos que pudo encontrar en relación con el tema. La
verdad acerca del verdadero descanso de Dios inflamó su
corazón hasta que no pudo resistir más. El 18 de julio de
1915 [en realidad fue el 9 de julio de 1916, según consta en su
diario personal] después de regresar de la escuela dominical y
de disfrutar de un día tranquilo, reunió a su familia para el
culto vespertino como era habitual. Elías les habló de su
estudio sobre el sábado y de su determinación de santificarlo
de allí en adelante. Dejó en claro que no estaba imponiendo
su decisión a su familia. Cada miembro tendría que decidir
individualmente. Al siguiente sábado comenzó una escuela
sabática en su hogar, aunque nunca había asistido a una
reunión tal.
Durante los meses subsecuentes, Elías mantuvo
correspondencia con los dirigentes de la Misión Uruguaya.
El primero en contestar fue el presidente, Franklin Perry.
Después respondió James T. Thompson, y se intercambiaron
una cantidad de cartas. Finalmente, el pastor Thompson
viajó a El Miguelete para visitar a la familia Cayrus. Elías le
dio la bienvenida afectuosamente, pero cuando Constancia se
dio cuenta de que el visitante era un ministro adventista,
volvió su cabeza con disgusto. Ella no había aceptado la
verdad del sábado que su esposo había abrazado tan
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
151
ardientemente. Después que el joven ministro se reunió con
la familia, Elías lo llevó a visitar a los vecinos que había
conseguido interesar en la doctrina adventista. Eran las
familias de David Salomón y José Cairus (el apellido es
similar pero no era pariente de Elías).
Thompson organizó formalmente esta escuela sabática el 15
de septiembre de 1917 [Según el diario de Elías Cayrus, quien
organizó la Escuela Sabática fue el pastor Hansen]. Pocos días
después, Elías Cayrus fue bautizado en las apacibles aguas
del río San Salvador [en realidad el bautismo se produjo en
septiembre del siguiente año]. Lo acompañaron su vecino
David Salomón y los dos hijos mayores de Elías, Elena y
Emilio, los únicos que tenían la edad suficiente para ser
bautizados en aquella oportunidad. Ofició el pastor Nicolás
Hansen. La sra. Cayrus no quiso acompañar a su esposo al
bautismo, pero no se opuso abiertamente a su decisión. Su
madre, que vivía con ellos, tampoco lo acompañó.
Puesto que se levantó una fuerte oposición de parte de sus
vecinos valdenses, Elías decidió trasladarse otra vez.
Después de buscar diligentemente, encontró tierras al norte,
en Guichón, departamento de Paysandú. Los rusos que
guardaban el sábado en aquella localidad –todos recios
agricultores-, los hicieron sentirse bienvenidos. Allí nació su
decimosegundo y último hijo en 1922.
Al año siguiente la tragedia golpeó a la familia Cayrus.
Algunos de los hijos mayores, comenzando por Elena, de 24
años, enfermaron gravemente. Se llamó a un médico, que
prescribió medicinas y tratamientos. Los padres trabajaron
noche y día para salvar las vidas de sus hijos. Muchas
oraciones fervientes ascendieron al cielo, y la crisis pasó.
Desafortunadamente, el padre de la familia también enfermó.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
152
La preocupación por la salud de sus hijos, el arduo programa
de trabajo, y muchas noches de poco dormir, habían dejado a
Elías sin defensas. No respondió al tratamiento. Cuando
percibió que su vida se desvanecía, reunió a sus doce hijos, a
su esposa y a su anciana madre alrededor de la cama y les
urgió a ser fieles. El 14 de julio de 1923, Elías pasó al
descanso a la prematura edad de 46 años, ocho años después
del día cuando guardó su primer sábado en El Miguelete.
Constancia, su viuda, quedó con la enorme tarea de criar a la
numerosa familia. Los mayores ya eran mozos, y la
apoyaron de todas las formas posibles. Ella comenzó a
estudiar y a orar fervientemente. Por fin, Constancia no
pudo resistir más la convicción del Espíritu Santo. Diez
meses después de la muerte de su esposo, el día que habría
sido su cuadragésimo séptimo cumpleaños, se entregó al
Señor por medio del bautismo. Fue el día 10 de mayo de
1924, un día frío en el Uruguay, cuando los vientos
invernales estaban comenzando a soplar. Fue un gran día
para la familia Cayrus, puesto que cuatro chicos más fueron
bautizados. Para culminar, la abuela María, madre de Elías,
de casi ochenta años, después de muchas décadas de
resistencia, se rindió por entero al Salvador y se unió a los
otros en el bautismo. Vivió hasta los 94 años. Dios le dio a
Constancia una vida aún más larga. Permaneció como una
fiel observadora del sábado hasta su muerte, a la edad de 97
años, en 1975.
Una maravillosa cosecha
¡Qué maravillosa cosecha ha resultado de la semilla
sembrada en el corazón de un niño valdense de nueve años
hace casi un siglo! Elena G. de White escribió en Historical
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
153
Sketches, pág. 249, acerca de las dificultades para alcanzar al
pueblo valdense. Parecían tan autosuficientes, tan cautelosos
con las doctrinas extrañas. “Sentimos confianza, sin
embargo, en que el Señor obrará otra vez por este pueblo, y
restaurará a los que acepten la luz a su pureza original y a la
fidelidad a su servicio (...) No es fácil trabajar en este
campo, ni es éste un lugar donde se verán resultados
inmediatos; pero hay aquí un pueblo honesto que a su debido
tiempo obedecerá (...) El antiguo campo de batalla será aún
el escenario de victorias que por ahora no se ven, y la
adopción de la verdad bíblica vindicará la fidelidad que sus
padres tuvieron en el pasado” (Véase, además Elena G. de White en
Europa, págs. 156, 157).
La familia Cayrus es sólo una de muchas familias valdenses
que ha aceptado la fe adventista en Sudamérica. La tomamos
como un ejemplo del cumplimiento de la profecía de la sra.
White que se refiere a “victorias”. Elena G. de White pudo
no haberse enterado de la presencia de Elías, un niño de
nueve años de edad que bebió sus palabras en 1886 en una
pequeña aldea valdense. Ciertamente nadie pudo haber
soñado los resultados. En marzo de 1980, había 260
descendientes vivos de Elías y Constancia Cayrus, la
mayoría de los cuales están radicados en el Uruguay y en la
Argentina. Todos son adventistas con excepción de cinco, y
ellos también viven de acuerdo con los principios cristianos.
De este número, 51 han dedicado sus vidas al servicio directo
en lo que llamamos la “obra organizada”. Los doce de la
primera generación aún viven con buena salud. Aunque
están jubilados, todavía permanecen activos en los asuntos de
la iglesia. Diez siguieron el ejemplo de su padre en el cultivo
de la tierra. De los dos obreros denominacionales, Benoní
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
154
entregó una vida de servicio como pastor, presidente de
Asociación y dirigente departamental de Unión, mientras que
Alda fue maestra de escuela de iglesia. Dado que todos los
hijos de Elías creían en la educación cristiana, la segunda
generación produjo muchos obreros más para la viña del
Señor. Mencionaré sólo algunos que fueron mis alumnos
durante los años que enseñé en el Instituto Adventista del
Uruguay (1955-1965). Eduardo se ha desempeñado como un
sólido presidente de Misión en el Perú, Bolivia y el
Paraguay; Hugo es tesorero de una Misión en el Brasil;
Marta es médica especializada en pediatría en la Argentina;
Alberto es anestesista; Haroldo es gerente financiero de un
hospital de Misión; Emilio trabaja en la chacra de un colegio;
Juan está empleado en una fábrica de alimentos saludables;
Isabel es maestra de una escuela de iglesia; y la lista podría
continuar. ¿Qué sucedió con la pequeña Sofita (Sofía
Constancia Geisse de De Emilio), aquella menuda señorita
sentada en el primer asiento de mi clase de Historia
Denominacional hace más de dos décadas, que me inició en
esta investigación? Sirvió como secretaria en una
Asociación por varios años, pero ahora trabaja como madre
todo el tiempo, criando a sus tres pequeñas hijas para el
servicio del Maestro.
Pienso que tanto Elena G. de White como Elías Cayrus se
alegrarán por los frutos producidos en una familia gracias a
la semilla sembrada con lágrimas tantos años atrás”.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
155
XIV
Elena G. de White y el pequeño Elías
por Robert G. Wearner
La semilla sembrada casi un siglo atrás en el
corazón de un niño valdense de nueve años rinde una
maravillosa cosecha.
-“Mi abuelo conoció a la Sra. White” –declaró la pequeña
Sofita Geisse, sentada en el primer asiento de mi clase de
Historia Denominacional en el Uruguay, donde trabajé
algunos años atrás. Yo sabía que Elena G. de White nunca
había visitado Sudamérica, y estaba seguro de que la familia
Geisse no había vivido en Norteamérica, como tampoco los
parientes de la mamá de la pequeña, la familia Cayrus. Mi
investigación se transformó en una emocionante historia que
tuvo sus comienzos en los valles valdenses del norte de Italia
hace casi un siglo.
Juan Pedro Cairus y su esposa, creyentes en la fe de los
valdenses, vivían en un valle alpino del norte de Italia
durante la segunda mitad del siglo XIX. En el año 1886
falleció su única hija. Como sólidos creyentes en la Biblia,
buscaron consuelo en las promesas de Dios. Precisamente en
ese período de profunda tristeza, la Sra. White hizo un viaje a
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
156
los valles que se hicieron famosos por el heroísmo de
muchos miles que dieron sus vidas en defensa de la verdad
de la Biblia. Visitó la ciudad donde ellos residían, Torre
Pellice, y habló por intermedio de un traductor, Agustín
Cornelio Bourdeau. En parte por la curiosidad de oír hablar
en público a una mujer y en parte por el deseo de recibir algo
de consuelo en su tristeza, Juan y María asistieron a las
reuniones con sus hijos, David y Elías, de catorce y nueve
años de edad respectivamente.
Junto con muchos otros presentes, fueron impresionados por
los sencillos mensajes bíblicos de la pequeña mujer de
América. Sin embargo, los padres pronto detectaron que
algunos aspectos de sus enseñanzas eran diferentes de las
doctrinas de la Iglesia Valdense. Perdieron interés y
rehusaron participar de ninguna reunión más. Esta falta de
interés de parte de los padres no enfrió el entusiasmo de los
hijos, que continuaron asistiendo. Después que la Sra. White
y los que la acompañaban volvieron a Suiza, los dos chicos
continuaron sus estudios bíblicos con al pastor Bourdeau.
Estaban especialmente cautivados por las enseñanzas
adventistas relacionadas con el sábado y la naturaleza del
hombre.
Comenzó a desarrollarse una fuerte tensión entre padres e
hijos, cuando los jóvenes hermanos discutían con entusiasmo
los nuevos puntos de doctrina. Para sus mentes juveniles la
única manera como ellos podrían vivir en armonía con su
conciencia era escapar a Francia. Fijaron determinada fecha
para huir del hogar. Cuando llegó el día, una fuerte tormenta
de nieve cayó sobre las montañas y bloqueó los pasos por los
Alpes. Rápidamente abandonaron la idea. Al parecer Dios
tenía otros planes para ellos.
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Los años pasaron. El pastor se trasladó y los adolescentes
perdieron contacto con los adventistas. Cuando David y
Elías entraron en la juventud, su interés en la doctrina
adventista se había disipado como la nieve en los valles de
las montañas cuando calienta el sol primaveral.
Juan Pedro y María siempre habían tenido el deseo de que
sus hijos estudiaran para el ministerio de la Iglesia Valdense.
Aunque eran fieles en asistir a las reuniones de su iglesia, los
jóvenes nunca sintieron ningún llamado a predicar. Por un
tiempo vivieron en París, pero Elías no pudo olvidar a
Constancia, una joven de su ciudad natal de la que se había
enamorado. Pronto regresó a los valles, y se casó el 19 de
noviembre de 1898. Elías tenía veintiún años de edad y
Constancia tenía veinte. La vida parecía sonreírles.
La semilla sembrada germina
A medida que el siglo se acercaba a su final, la joven pareja
valdense recibía informes alentadores desde el Nuevo
Mundo. Miles de habitantes de los valles alpinos del norte
de Italia, incluyendo tíos, tías y primos, estaban emigrando a
las fértiles áreas agrícolas del Uruguay y la Argentina, en
Sudamérica. Las oleadas migratorias habían comenzado
unas cuatro décadas atrás. La tierra era asequible, el suelo
era fértil, las cosechas eran abundantes, la libertad religiosa
estaba asegurada, ¿qué más podían pedir? -“Oh, Constancia,
comencemos una vida nueva en el Nuevo Mundo”– dijo
Elías a su esposa. Cuando ella dio su consentimiento, se
pusieron a empacar sus pertenencias. Con muchas
esperanzas en su futuro, la joven pareja valdense con su
hijita, Elena, se embarcaron en el puerto italiano de Génova.
Arribaron a Montevideo, la capital del Uruguay, el 9 de
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
158
octubre de 1900, y pronto encontraron a sus parientes. Elías
no perdió tiempo. En breve compró tierras para cultivar
cerca de las orillas del ancho Río de la Plata, el río que
separa al Uruguay de la Argentina. Su chacra estaba ubicada
en Colonia, donde vivían muchos de sus amigos valdenses.
En 1905, Elías y Constancia decidieron trasladarse unos
pocos kilómetros hasta Colonia Valdense, donde había una
gran iglesia y mucha actividad. Elías tomó parte activa en la
vida religiosa de la comunidad. Al observar la necesidad de
educación cristiana para los niños, se ofreció para enseñar en
una escuela organizada por la Iglesia Valdense local. Así
añadió a su trabajo como agricultor las actividades de un
maestro. Continuó enseñando por varios años hasta que el
sistema uruguayo de escuelas públicas absorbió a las
escuelas valdenses. Entonces, puesto que carecía de un
certificado de maestro, se dedicó otra vez de lleno a la
agricultura. Coincidentemente, Elías decidió modificar la
ortografía de su apellido. Dado que muchos de sus vecinos
llevaban el apellido Cairus, para evitar confusión comenzó a
escribir su apellido con una “y”. Desde entonces su apellido
fue Cayrus.
En 1909, la familia estaba preparada para trasladarse otra
vez. Compraron tierras en la parte septentrional de la región
de El Miguelete. Allí construyeron una casa humilde y
emprendieron el cultivo del fértil suelo.
Entretanto en la capital, Montevideo, ocurrieron importantes
acontecimientos que iban a afectar a la familia Cayrus. Un
valdense, de nombre Daniel Rivoir, de Barker, departamento
Colonia, visitó la gran ciudad justo cuando estallaba la
Primera Guerra Mundial en Europa, en 1914. El conocía
algo de la interpretación adventista de la profecía, porque
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
159
había escuchado a un predicador laico llamado Juan Bonjour
hablar sobre el regreso de Jesús. Temeroso de que el tiempo
de gracia se hubiera acabado y no hubiese sido salvo, buscó a
algún adventista que pudiera explicarle el significado de las
profecías bíblicas. Los primeros que encontró fueron
Armando Hammerly y su esposa, enfermeros suizos que
atendían un dispensario en la ciudad.
-“Por favor, don Armando, ¿ha sido cerrada la puerta de la
gracia?”- imploró Daniel. El hermano Hammerly trató de
calmar sus temores con la seguridad de que Jesús estaba
todavía rogando por nosotros en el santuario celestial. Llevó
a Rivoir a la sede de la Misión Uruguaya, y después de
recibir instrucción adicional de parte de los dirigentes de la
Misión, el inquisidor de la verdad volvió al hogar mucho más
aliviado y bien provisto de ejemplares de la revista misionera
adventista El Atalaya (ahora conocida como Vida Feliz). Con
prontitud, se puso a distribuir estas revistas por todas partes.
Un día, Elías Cayrus hacía sus negocios en Colonia
Valdense, y se detuvo en un almacén cuyo propietario era el
señor Custer. Sobre el mostrador descubrió una revista El
Atalaya. Mientras esperaba ser atendido, tomó
distraídamente la revista y recorrió sus páginas. Le llamó la
atención un artículo acerca del séptimo día, el sábado. De
inmediato, su corazón comenzó a latir con más rapidez y su
mente retrocedió instantáneamente unas tres décadas, a su
antigua ciudad natal valdense de Italia y a las reuniones
realizadas por la pequeña mujer de América. Esta era una
revista con el mismo mensaje acerca de Jesús, su día de
descanso y su inminente regreso. –“Señor Custer, ¿de dónde
provino esta revista?” –preguntó Elías. El dueño del
almacén no pudo recordar quién la había dejado allí. “
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
160
-Encontré algo interesante aquí, señor, ¿le importaría
si me llevo la revista a casa?”- El hombre se la dio con
gusto. Más tarde supo que Daniel Rivoir había dejado las
revistas en el almacén como parte de su trabajo misionero.
La semilla sembrada fructifica
De regreso a casa, el joven agricultor valdense leyó y releyó
el artículo acerca del sábado y estudió todos los textos
bíblicos que pudo encontrar en relación con el tema. La
verdad acerca del verdadero descanso de Dios inflamó su
corazón hasta que no pudo resistir más. El 18 de julio de
1915 [en realidad fue el 9 de julio de 1916, según consta en su
diario personal] después de regresar de la escuela dominical y
de disfrutar de un día tranquilo, reunió a su familia para el
culto vespertino como era habitual. Elías les habló de su
estudio sobre el sábado y de su determinación de santificarlo
de allí en adelante. Dejó en claro que no estaba imponiendo
su decisión a su familia. Cada miembro tendría que decidir
individualmente. Al siguiente sábado comenzó una escuela
sabática en su hogar, aunque nunca había asistido a una
reunión tal.
Durante los meses subsecuentes, Elías mantuvo
correspondencia con los dirigentes de la Misión Uruguaya.
El primero en contestar fue el presidente, Franklin Perry.
Después respondió James T. Thompson, y se intercambiaron
una cantidad de cartas. Finalmente, el pastor Thompson
viajó a El Miguelete para visitar a la familia Cayrus. Elías le
dio la bienvenida afectuosamente, pero cuando Constancia se
dio cuenta de que el visitante era un ministro adventista,
volvió su cabeza con disgusto. Ella no había aceptado la
verdad del sábado que su esposo había abrazado tan
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
161
ardientemente. Después que el joven ministro se reunió con
la familia, Elías lo llevó a visitar a los vecinos que había
conseguido interesar en la doctrina adventista. Eran las
familias de David Salomón y José Cairus (el apellido es
similar pero no era pariente de Elías).
Thompson organizó formalmente esta escuela sabática el 15
de septiembre de 1917 [Según el diario de Elías Cayrus, quien
organizó la Escuela Sabática fue el pastor Hansen]. Pocos días
después, Elías Cayrus fue bautizado en las apacibles aguas
del río San Salvador [en realidad el bautismo se produjo en
septiembre del siguiente año]. Lo acompañaron su vecino
David Salomón y los dos hijos mayores de Elías, Elena y
Emilio, los únicos que tenían la edad suficiente para ser
bautizados en aquella oportunidad. Ofició el pastor Nicolás
Hansen. La sra. Cayrus no quiso acompañar a su esposo al
bautismo, pero no se opuso abiertamente a su decisión. Su
madre, que vivía con ellos, tampoco lo acompañó.
Puesto que se levantó una fuerte oposición de parte de sus
vecinos valdenses, Elías decidió trasladarse otra vez.
Después de buscar diligentemente, encontró tierras al norte,
en Guichón, departamento de Paysandú. Los rusos que
guardaban el sábado en aquella localidad –todos recios
agricultores-, los hicieron sentirse bienvenidos. Allí nació su
decimosegundo y último hijo en 1922.
Al año siguiente la tragedia golpeó a la familia Cayrus.
Algunos de los hijos mayores, comenzando por Elena, de 24
años, enfermaron gravemente. Se llamó a un médico, que
prescribió medicinas y tratamientos. Los padres trabajaron
noche y día para salvar las vidas de sus hijos. Muchas
oraciones fervientes ascendieron al cielo, y la crisis pasó.
Desafortunadamente, el padre de la familia también enfermó.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
162
La preocupación por la salud de sus hijos, el arduo programa
de trabajo, y muchas noches de poco dormir, habían dejado a
Elías sin defensas. No respondió al tratamiento. Cuando
percibió que su vida se desvanecía, reunió a sus doce hijos, a
su esposa y a su anciana madre alrededor de la cama y les
urgió a ser fieles. El 14 de julio de 1923, Elías pasó al
descanso a la prematura edad de 46 años, ocho años después
del día cuando guardó su primer sábado en El Miguelete.
Constancia, su viuda, quedó con la enorme tarea de criar a la
numerosa familia. Los mayores ya eran mozos, y la
apoyaron de todas las formas posibles. Ella comenzó a
estudiar y a orar fervientemente. Por fin, Constancia no
pudo resistir más la convicción del Espíritu Santo. Diez
meses después de la muerte de su esposo, el día que habría
sido su cuadragésimo séptimo cumpleaños, se entregó al
Señor por medio del bautismo. Fue el día 10 de mayo de
1924, un día frío en el Uruguay, cuando los vientos
invernales estaban comenzando a soplar. Fue un gran día
para la familia Cayrus, puesto que cuatro chicos más fueron
bautizados. Para culminar, la abuela María, madre de Elías,
de casi ochenta años, después de muchas décadas de
resistencia, se rindió por entero al Salvador y se unió a los
otros en el bautismo. Vivió hasta los 94 años. Dios le dio a
Constancia una vida aún más larga. Permaneció como una
fiel observadora del sábado hasta su muerte, a la edad de 97
años, en 1975.
Una maravillosa cosecha
¡Qué maravillosa cosecha ha resultado de la semilla
sembrada en el corazón de un niño valdense de nueve años
hace casi un siglo! Elena G. de White escribió en Historical
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
163
Sketches, pág. 249, acerca de las dificultades para alcanzar al
pueblo valdense. Parecían tan autosuficientes, tan cautelosos
con las doctrinas extrañas. “Sentimos confianza, sin
embargo, en que el Señor obrará otra vez por este pueblo, y
restaurará a los que acepten la luz a su pureza original y a la
fidelidad a su servicio (...) No es fácil trabajar en este
campo, ni es éste un lugar donde se verán resultados
inmediatos; pero hay aquí un pueblo honesto que a su debido
tiempo obedecerá (...) El antiguo campo de batalla será aún
el escenario de victorias que por ahora no se ven, y la
adopción de la verdad bíblica vindicará la fidelidad que sus
padres tuvieron en el pasado” (Véase, además Elena G. de White en
Europa, págs. 156, 157).
La familia Cayrus es sólo una de muchas familias valdenses
que ha aceptado la fe adventista en Sudamérica. La tomamos
como un ejemplo del cumplimiento de la profecía de la sra.
White que se refiere a “victorias”. Elena G. de White pudo
no haberse enterado de la presencia de Elías, un niño de
nueve años de edad que bebió sus palabras en 1886 en una
pequeña aldea valdense. Ciertamente nadie pudo haber
soñado los resultados. En marzo de 1980, había 260
descendientes vivos de Elías y Constancia Cayrus, la
mayoría de los cuales están radicados en el Uruguay y en la
Argentina. Todos son adventistas con excepción de cinco, y
ellos también viven de acuerdo con los principios cristianos.
De este número, 51 han dedicado sus vidas al servicio directo
en lo que llamamos la “obra organizada”. Los doce de la
primera generación aún viven con buena salud. Aunque
están jubilados, todavía permanecen activos en los asuntos de
la iglesia. Diez siguieron el ejemplo de su padre en el cultivo
de la tierra. De los dos obreros denominacionales, Benoní
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
164
entregó una vida de servicio como pastor, presidente de
Asociación y dirigente departamental de Unión, mientras que
Alda fue maestra de escuela de iglesia. Dado que todos los
hijos de Elías creían en la educación cristiana, la segunda
generación produjo muchos obreros más para la viña del
Señor. Mencionaré sólo algunos que fueron mis alumnos
durante los años que enseñé en el Instituto Adventista del
Uruguay (1955-1965). Eduardo se ha desempeñado como un
sólido presidente de Misión en el Perú, Bolivia y el
Paraguay; Hugo es tesorero de una Misión en el Brasil;
Marta es médica especializada en pediatría en la Argentina;
Alberto es anestesista; Haroldo es gerente financiero de un
hospital de Misión; Emilio trabaja en la chacra de un colegio;
Juan está empleado en una fábrica de alimentos saludables;
Isabel es maestra de una escuela de iglesia; y la lista podría
continuar. ¿Qué sucedió con la pequeña Sofita (Sofía
Constancia Geisse de De Emilio), aquella menuda señorita
sentada en el primer asiento de mi clase de Historia
Denominacional hace más de dos décadas, que me inició en
esta investigación? Sirvió como secretaria en una
Asociación por varios años, pero ahora trabaja como madre
todo el tiempo, criando a sus tres pequeñas hijas para el
servicio del Maestro.
Pienso que tanto Elena G. de White como Elías Cayrus se
alegrarán por los frutos producidos en una familia gracias a
la semilla sembrada con lágrimas tantos años atrás”.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
165
XV
Una carta a sus hijos espirituales
(Trascripción de la carta escrita por puño y letra de Juan Elías Cayrus en el año 1919)
Estación Guichón, Agosto 3 de 1919
Señores Juan y David Plenc
Muy estimados hermanos en la fe:
Deciros el gozo que me causó su atenta de fecha 18 de julio
p.p., no lo puedo confiar al papel, no existen palabras para
expresarlo. El gozo más grande para mí, es saber que están
gozando en el Señor y resueltos de consagrar sus jóvenes
vidas y los talentos que Dios les concedió a la proclamación
del último mensaje de salvación que Dios, en su amor, envía
a esta humanidad perdida. Estoy agradecido a nuestro buen
Padre Celestial por las buenas noticias que he recibido de sus
padres como Él tocó sus corazones para dejaros libres de
obedecerle y servirle. No desmayéis hermanos, Dios oye las
oraciones. El que ha empezado la obra es fiel y poderoso
para llevarla a buen término. Creo en un avivamiento
sincero entre los valdenses, salvo error, la hermana White
habla de él en sus testimonios. Oremos para que entre
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
166
aquellos que sean salvos al gran día glorioso de su próxima
venida, se encuentren vuestros amados.
Tuvimos la grata visita del Hno. Idilio Brouchy que recién
salió del colegio o del sanatorio, y nos dio buenas noticias de
allá. Nos dijo que era muy amigo tuyo, David, y también nos
habló de tus planes y propósitos. Que Dios te conceda sus
más preciosos dones, para que puedas llevar a cabo tus
resoluciones y ser, en la viña del Señor, un obrero fiel y
celoso.
No tengo mucho que deciros de nuestra vida temporal aquí
en Guichón. El tiempo nos trató bastante mal, desde nuestra
llegada, ha llovido muchísimo. Empleamos un mes para
levantar un ranchito en donde pudiesen abrigarse los tres
muchachos que quedaron en el campo desde el principio.
Ahora el tiempo parece haberse arreglado, hemos podido
adelantar un poco más los trabajos de población, y Dios
mediante pensamos mudarnos al campo el 6 del corriente,
porque sabrán que vivimos en una casa que alquilamos en el
pueblo. También empezamos a romper tierra para maíz, es
una tierra bastante arenosa y liviana. No tengo mucha
relación aún con los guichoneros, lo que les puedo decir es
que por lo general son muy amantes del dinero y del juego.
No he podido o quizá sabido hacer mucho entre ellos, para el
Señor. Hemos esparcido algunos Atalaya y tratados y creo
que Dios nos abrirá aquí también una puerta.
He recibido buenas noticias del Miguelete, según carta del
Hno. David Salomón, parece que los buenos vecinos de allá
se amansaron mucho desde nuestra partida, reanudaron otra
vez con él las visitas.
No nos dejen mucho sin noticias, las experiencias personales
son de mucha bendición para los demás, y para mí será
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
167
siempre de un gran aliento saber algo de su vida espiritual.
Los he visto nacer en medio de dificultades y mi deseo y
oración es de verlos crecer y fortalecerse en la fe de nuestro
Señor Jesús.
Estimado Juan: he oído que antes de irte de la casa, has
prometido a tus padres de volver para la siega, si es así, no
faltes a tu promesa, el mandamiento dice: Honra a tu padre y
a tu madre [...] aun cuando tuvieras que perder algo, allí
podrás cumplir una buena obra permaneciendo fiel y
testificando de tu fe, Dios puede emplearte para la
conversión de los autores de tus días.
Toda mi familia se une a mí para saludaros con amor
cristiano.
Vuestro hermano en la fe
Elías J. Cayrus
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
168
XVI
Un puñado de recuerdos
Los Martigani Cayrus
Haroldo A. Martigani C.
Sean mis primeras palabras, al comenzar a escribir estas
líneas, de agradecimiento por pertenecer a esta gran familia
Cayrus Davit.
Tengo hoy la responsabilidad de expresar algunos
pensamientos relacionados a mi familia, Martigani Cayrus.
No sé si soy el más indicado, pero tanto Daniel como mis
hermanos así me lo han pedido.
Nuestra familia comenzó a formalizarse el 15 de octubre de
1941, cuando el joven Héctor (Tito) Martigani se unió en
matrimonio con la simpática señorita Inés Cayrus. El primer
lugar de residencia fue en el paraje Santana, muy cerca del
río Queguay, lugar donde los hermanos Martigani tenían una
extensa fracción de campo. No pasaron muchos años hasta
que Tito se independizó laboralmente y junto con su esposa
comenzaron a luchar para abrirse paso en la vida. Fueron
años duros y sacrificados. Época aquella en la que no había
energía eléctrica en las zonas rurales, el único medio de
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
169
transporte era el caballo y, además, una gran cantidad de
artículos del hogar que hoy tenemos para disfrutar de la vida,
no existían.
Una de las tareas que comenzaron a realizar era ordeñar unas
cuantas vacas, para luego descremar la leche y vender dicho
producto. Obviamente había que hacerlo a mano, pues no
existían las máquinas ordeñadoras. Recuerdo muy bien
cuando mis padres nos contaban que se levantaban a las
cuatro de la mañana teniendo solamente un farolito a
keroseno para alumbrar, y cuando en inviernos de frío o
lluvia y viento, debían salir al campo a buscar las vacas. Nos
contaban que fueron años de penurias económicas, pues las
langostas invadían el país y los campos quedaban sin los
pastos necesarios para los animales.
Para esa época la familia ya había comenzado a agrandarse:
Carlos había nacido en el año 1943 y yo en el 44. Cuenta mi
madre (y así lo atestigua lo escrito en el libro diario que ella
lleva, como siempre lo hicieron sus hermanos), como era
costumbre, que cierto día del mes de marzo del año 1945 se
levantaron muy temprano para ir a ordeñar las vacas. Los
niños quedaron en la casa junto con una chiquilina huérfana
de apenas diez años que mis padres habían llevado como
dama de compañía. Como era muy de madrugada, la cuna de
lona con el niño Haroldo de tan solo ocho meses de edad, fue
colocada en el dormitorio donde dormía la chiquilina. Junto
a la cuna quedó prendida, en el suelo, una lámpara a
keroseno. Por motivos que nunca se llegaron a determinar,
la lámpara se tumbó y la cuna comenzó a arder. La niña
desesperada levantó al niño de la cuna, lo puso sobre su
cama y corrió en busca de mi madre. A los pocos momentos
apagaron el fuego. No hay dudas de que los ángeles
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
170
intervinieron y el niño Haroldo salvó su vida o se libró de
graves quemaduras. Un verdadero milagro.
Tres años después, sucedió otro incidente que mi madre
cuenta de la siguiente manera: “Los campos habían quedado
sin pasturas pues las langostas estaban comiendo todo.
Buscando solución para los animales, Tito salió muy
temprano en la madrugada arreando el ganado hasta un lugar
distante a 25 kilómetros. El plan era regresar por la noche.
Yo quedé en casa, sola, con mis tres hijos: Carlos de 6 años,
Haroldo de 5 años y Mabel de 2 años. En aquella época no
había teléfono ni radio, los vecinos vivían lejos y estábamos
sin ningún medio de locomoción.
Era un 22 de octubre, un día primaveral. Los niños jugaban
en un montón de arena y, como todo niño, imitaban el trabajo
de los mayores. Hacían corrales y alambrados,
representando el ganado con semillas de paraíso o piedritas.
Cuando Tito partió para la tarea prevista, me dijo que dejaba
la puerta del galpón abierta para que se ventilara un poco.
Los niños no tuvieron mejor idea que entrar en el galpón y
comenzar a jugar allí. En cierto momento, Carlos, el mayor,
descubrió un frasquito de color llamativo. Se las ingenió
para bajarlo de donde estaba y sugirió, con la creatividad
traviesa de los niños, bañar a los animales con ese líquido de
color rojo. Resultó ser un veneno tan concentrado que debía
disolverse en 100 litros de agua; pero Carlos lo disolvió en
sólo cinco litros. Comenzaron el juego de bañar a los
animales, luego tiraban algunas espigas de maíz dentro del
balde y el agua les salpicaba la cara, dejándola de color rojo.
En cierto momento escuché que los niños reían y
comentaban cómo le había quedado la cara a su hermanita;
entonces los miré con más detalle y me di cuenta de lo que
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
171
estaban haciendo en realidad [...] ¡me sentí aterrada! y vino a
mi mente el espantoso pensamiento: “ahora moriré junto con
mis tres hijos”. Fueron momentos de terrible angustia.
Clamaba: “¡Señor, sálvame!”. Me aferré a las promesas de
Jesús. De inmediato comencé a lavarlos, pero
inevitablemente los síntomas del veneno comenzaron a
manifestarse: vómitos, mareos, sueño, ojos irritados e
hinchados, etc. Carlos se recuperó pronto, pero Haroldo por
varias semanas continuó con un problema de estómago y de
irritación en la piel. Mabel se salvó ¡porque tenía el chupete
en la boca!, pero la piel de su carita y de sus manos comenzó
a salirse con facilidad y a las pocos días se le cayeron las
uñas. Esa noche, al llegar Tito, los tres dormían en la cama
grande. Todavía asustada, le conté lo que había sucedido
con los niños, pero estaba tan cansado que no comprendió el
peligro. Al día siguiente, Tito fue al galpón para ordenar el
desastre que habían hecho los niños. Juntó las espigas de
maíz y las tiró fuera para que los animales las comieran, pero
todos las rehusaban: ¡ellos sí reconocían el peligro!
Entonces comprendió ¡cuán grande es el poder de Dios que
salvó a su familia!”
Estos son sólo algunos de los milagros ocurridos en la
primera década de la familia Martigani. Podría mencionar
muchos otros, como aquella ocasión en que mi madre
regresaba de Guichón en sulky junto con sus tres hijos
pequeños, y el caballo se desbocó comenzando una carrera
desenfrenada [...] pero felizmente nada grave nos sucedió.
Los años pasaron, la familia fue agrandándose y llegaron los
nietos de Tito e Inés. También con ellos sucedieron
milagros. En 1985, Karoll, una de las hijas de mi hermano
Luis, comenzó a sufrir fuertes convulsiones. Un día muy frío
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
172
de invierno tuvieron que llevarla desde “El Timbó”, Santana,
donde residían, hasta donde pudieran darle atención médica.
La pequeña iba en la parte de atrás del camión, desvanecida,
desnudita y con compresas de hielo. El Señor acompañó ese
viaje, permitiendo que luego de la atención médica se
repusiera sin consecuencias.
Otro gran milagro ocurrió el 17 de julio de 1986: Camila,
hija de Alicia y Nino, nació con “atresia de esófago” y tuvo
que ser llevada urgentemente a Montevideo para que le
realizaran una cirugía muy riesgosa. Gracias a Dios todo
resultó un éxito y hoy, con 23 años, goza de perfecta salud.
Cierto día del año 2007, mi hermano Carlos conducía la
cosechadora de un vecino. Sucedió que justo cuando pasaba
al borde de una cañada perdió el dominio de aquel enorme
vehículo debido a la rotura de la dirección. Presintiendo un
inminente vuelco, se tiró al piso. El golpe y la caída
provocaron que una de sus piernas quedara dislocada en la
rodilla, con todos los ligamentos rotos. Los compañeros que
estaban en la chacra notaron que la máquina se había
tumbado; corrieron hasta el lugar y encontraron a Carlos sin
poder movilizarse. El hijo del dueño de la cosechadora lo
trasladó al Sanatorio Adventista del Plata donde fue operado
con resultados muy buenos. Estoy seguro de que también en
este caso Dios y los ángeles intervinieron para que no
sucediera algo peor.
Sería muy largo el relato de tantos recuerdos y milagros
reales en la familia Martigani Cayrus, pero nos queda poco
espacio para expresarlos. Permítanme mencionar uno más,
pues lo viví en carne propia. En el año 2006, luego de un
chequeo médico rutinario, me detectaron hepatitis, por lo
cual ya había en el hígado muchas células inactivas. Un
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
173
especialista me indicó un tratamiento muy severo que debía
realizar durante todo un año. Nuestro buen Dios intervino
una vez más, milagrosamente, y los controles realizados a
mitad del tratamiento revelaron que todo estaba sano sin
ninguna consecuencia. ¡Alabado sea Dios!
Hoy reitero nuevamente el agradecimiento a Dios por todo lo
que nos permitió vivir, gozar, disfrutar y poseer a través de
los años de vida. Mis dos hermanos varones quedaron
trabajando en el campo, aunque Carlos pudo cumplir sus
sueños de manejar camiones y ómnibus al trabajar un tiempo
en la fábrica de alimentos Frutigran, luego como chofer de
algunas empresas de ómnibus y aún hoy, ocasionalmente,
conduce vehículos de una agencia de turismo. Mis
hermanas, Mabel y Alicia, luego de casarse se radicaron en
Cardona y Fray Bentos respectivamente, donde residen en la
actualidad. Quien escribe estas líneas tomó otros rumbos:
primero me dediqué a estudiar una carrera y, por la gracia de
Dios, al graduarme en el año 1967, fui llamado para trabajar
en el Sanatorio Adventista Loma Linda en la provincia del
Chaco. Allí, junto con mi esposa, vivimos casi catorce años,
y allí también nacieron nuestras dos hijas. Luego nos
invitaron a trabajar en las oficinas de la Unión Austral de la
Iglesia Adventista del Séptimo Día en Buenos Aires, donde
estuvimos hasta el año 1992, año en que pasé a ocupar el
cargo de tesorero de la Misión Uruguaya. En 1997,
sorpresivamente, la División Sudamericana solicitó a este
servidor cubrir un cargo de auditor en los países de Perú,
Bolivia y Ecuador. Nos radicamos entonces en la ciudad de
Lima, Perú, y a fines del año 2002 retornamos a Argentina
para seguir trabajando en la misma actividad. En la
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
174
actualidad, ya radicados en Libertador San Martín, Entre
Ríos, seguimos disfrutando de la vida, pero a partir del 2010,
de una manera más pasiva. Junto con mi esposa deseo
agradecer grandemente a Dios y a la Iglesia Adventista por
los 43 años de trabajo en la organización y las hermosas
oportunidades que hemos tenido. Pudimos conocer y
disfrutar bellos lugares en muchos países de Sudamérica y
también de Europa, Estados Unidos, Tailandia, Arabia
Saudita y otros.
Dios ha sido muy bondadoso con todos nosotros. Nos ha
cuidado, nos ha dado a cada hijo una familia hermosa,
permitió que mi padre viviera 96 años, que tres hermanos y
sus cónyuges ya estemos disfrutando de la jubilación, y que
mi madre, hoy con 87 años, goce de muy buena salud [...] ¡y
tantas bendiciones más!
Hoy continuamos confiados en que pronto veremos venir a
nuestro Señor Jesús para llevarnos a la Tierra Prometida y
reencontrarnos allá con todos los integrantes de la familia
Cayrus Davit que le hemos sido fieles.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
175
La ocasión más importante del año
Eduardo Araújo Cuchma
Estas líneas no son una pretensión de crónica ni de historia,
que debe hacerse estudiando documentos y recopilando
testimonios. Solamente se trata de volver a traer hasta el
presente lo que ya pasó, con el único auxilio de la propia
memoria, que pone al pasado en un video grabado con la
subjetividad de cómo éramos en aquel tiempo, a esa edad y
en aquel mundo.
La memoria de los viajes a Guichón en la década del 60 es
parte de mis mejores recuerdos de niño. Son tiempos que
pasaron, así como se fueron también la mayoría de los
protagonistas al silencio, aunque convencidos de que la
ausencia no sería para siempre.
Estos recuerdos, al decir de José Larralde, “no son una
tristeza ni una nostalgia, porque tristeza sería haberlo
olvidado; no son una nostalgia, porque gracias al recuerdo
puedo ser niño cuando quiero, con toda la vejez que llevo
encima”.
Aquello era, para un niño de nueve años, libertad y aventura,
sin escuela ni horarios. Para la abuela Alina era la ocasión
más importante del año, allá en el campo, en Soriano. La
preparación se hacía muy completa incluyendo abundantes
provisiones de sandías, zapallos, bolsas de papas, de choclos,
cordero y pollos asados, y un almacén completo para una
estadía de cuatro o cinco días.
Aquellos viajes no se hacían como ahora, devorando
distancias y pagando peajes. Los malos caminos no
permitían mucha velocidad, pero sí posibilitaban observar
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
176
bien los paisajes y sus variantes de personas y cosas, más
interesantes que cualquier película o teleteatro.
No usábamos cintos de seguridad ni airbag, los niños y los
más jóvenes en general íbamos en la parte trasera de la
camioneta, a la intemperie, logrando que en los 150
kilómetros de carretera sin pavimentar que había después de
pasar Mercedes, quedáramos con una capa de tierra que
obligaba a detenerse en algún arroyo y zambullirse para
recobrar el color habitual de cada uno.
Todo el trayecto era de risas y jolgorio, sólo interrumpido
por el susto del paso del ómnibus de la empresa Onda,
monstruo plateado que como un tiburón devoraba a los
demás vehículos con el ronquido particular de su motor a la
velocidad aterradora de 100 kilómetros por hora; o también
el cruce del río Negro que desde la altura inquietante de su
puente ofrecía un espectáculo cautivante con sus montes y
cauce de agua, inmensos como el asombro que provocaba.
La misma sensación que en las playas de Montevideo o en el
río Uruguay en Paysandú. ¿De dónde sale tanta agua?
Había una canción folklórica de moda en aquel tiempo, de
Aníbal Sampayo, “El Uruguay no es un río, es un cielo azul
que viaja”, y realmente es así, cielo arriba y cielo abajo.
¿Por qué producen ese asombro que obliga a todos a
detenerse por un instante y mirar? Los grandes ríos, las
cataratas, el océano, todas las grandes masas de agua. A mí
me recuerdan siempre aquellas eternas palabras: “el que beba
del agua que yo le doy, nunca mas tendrá sed”.
Pedro y Estela habían estado en nuestra casa en Montevideo
para atenderse en el Hospital de Clínicas, y me llevaban al
parque de los Aliados (lugar con varios juegos infantiles),
¡paseo que me encantaba! Además, invitaron a mis padres a
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
177
que, en un futuro viaje a Guichón, se quedaran en la casa de
ellos (en la colonia), y así se hizo. Esa vez fuimos unos
cuantos de la “tribu”, como en caravana.
Otras veces con los abuelos nos quedábamos en casa de los
Garbarino, en la colonia, donde vivía también la bisabuela
Constancia. La actividad principal de los niños siempre era
jugar libremente y al no existir la cultura del consumo por
estos lares, sin consolas Nintendo o terminales celulares de
última generación, había que recurrir a la imaginación que
podía proveer de cualquier cosa deseada al instante.
El libro de Eclesiastés dice que no es sabio preguntar por qué
los tiempos pasados fueron mejores que éstos. Parece que no
fueron mejores ni peores, sólo distintos.
En general la abuela Alina hacía el viaje bastante taciturna,
pero una vez que veía los cerros de Guayabo se ponía muy
locuaz; entusiasmada con los pagos de su juventud, recitaba
una poesía -aprendida en su escuela en ocasión de una fiesta
patria- que mencionaba a Guayabo. Era la preparación para
llegar a Guichón; como en los aviones cuando están por
aterrizar y la azafata recorre apresurada los pasillos dando
indicaciones de que te ates el cinturón y te prepares para el
descenso.
No se puede pensar en Guichón, en verano, sin escuchar las
chicharras todo el día con su música aumentado en
intensidad junto con el calor; un calor apabullante de sol
enceguecedor y el reverbero febril de los campos.
Después de la siesta se hacían las visitas: Emilio al lado del
pueblo, Enrique en la colonia, Lito por el Santana y después
los Martigani más lejos [...] y yendo de camino, ¡qué raro!,
había arena en el campo. Para mí la arena debía estar en la
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
178
playa y la tierra en el campo, pero la realidad no siempre es
tan esquemática.
El abuelo visitaba también a los Kirichenko, y a mí me
parecía que por ahí nomás se terminaba el mapa.
En Guichón vivían los Barboza. Recuerdo a don Julio que
hablaba de su pueblo de tal forma que te hacía quererlo igual
que él. Decía: “París tiene el río Sena, Londres el Támesis y
Guichón la Cañada del zorro”.
El sábado se iba a la iglesia de la colonia. Me resultaba
curioso ver cómo se llenaba de gente estando en el medio del
campo. Pedro dirigía la Escuela Sabática, Enrique daba la
lección y Beno predicaba.
En aquel tiempo la reunión familiar se hacia el día del
cumpleaños de la bisabuela Constancia, el 12 de enero. Al
principio fue en el río Queguay y luego en el arroyo Santana,
sobre la ruta cuatro.
El río Queguay en el paso Andrés Pérez, y todo su entorno,
es un sitio privilegiado desde el punto de vista ecológico, no
con la espectacularidad de los sitios afamados, pero con un
encanto natural que puede disfrutar quien observe detalles y
escuche al río en silencio, o vea las estrellas en las noches tan
grandes que parecen estar al alcance de la mano. Hay poca
civilización por ahí; no cambió mucho a lo largo del tiempo
y da una buena idea del estado original de estos territorios,
como lo podían haber visto los indígenas.
En la mañana, a disfrutar de los juegos y del río, a pesar de
los miles de tábanos que te perseguían apenas te mojaras.
Luego el asado y postres, en la tarde, a jugar otra vez, a
recorrer el monte y luego se entregaban regalos a la
bisabuela y a cantar “Nos veremos junto al río” como
despedida. Otra vez el río. ¿Por qué nos veremos junto al
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179
río? Y yo pensaba: “tal vez por la sombra, si nos vemos en
lo alto de la cuchilla nos quemaría el sol [...]”. Pero te
quedaba la seguridad de volver a vernos todos, algún día.
Hay que despedirse de todos, algunos se van enseguida y
otros se quedan unos días más.
Al otro día el viaje de regreso. Había que salir temprano
para evitar el calor o para huir de alguna tormenta de verano
en formación. Se salía bien temprano, todavía de noche. El
calor igual te alcanzaba, a pesar de todas las precauciones.
Después del regreso seguían los comentarios, y las anécdotas
iban surgiendo de a poco durante varios días, entonces sí se
completaba el viaje.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
180
Recuerdos de mi niñez
Ideth Geisse Cayrus
Hoy a mi memoria vienen
recuerdos de mi niñez
cuando a Guichón yo iba
de la fiesta a disfrutar.
Era el doce de enero
cuando la cayrusada iba
y ninguno pensaba en faltar
al cumpleaños de la abuela.
Allí todos se reunían
tíos, primos, y siempre alguno más
pues era un gran acontecimiento
que grabado en mi mente está.
Los grandes de sus cosas hablaban
los pequeños, a jugar
con el agua cristalina
en el arroyo Santana
o en el hermoso río Queguay.
Allí mis recuerdos vuelan
presurosos cual palomas van
a la casa de mis tíos
donde momentos felices pasé.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
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Tengo en mi mente dibujadas
las casas de los tíos
donde solía ir a dormir
tía Inés, tía Paula y tío Lito.
Pero también en mi mente están
las casas de los otros tíos
que yo siempre iba a visitar
tía Marga, tío Enrique y tío Pedro.
Y la que no se me puede olvidar
es la casa del tío Emilio,
por ser la primera que visitaba
después de viajar desde el IAU.
Recuerdo su largo camino de entrada
su arboleda, su patio, su aljibe
y muy al ladito de ella
la casa de la abuelita
con su cocinita de leña
su habitación de dos camas,
donde con ella dormía
cuando a visitarla iba.
Recuerdo como si de hoy se tratara
lo feliz que yo era allí
mi “colla” como ahora diría
era con los primos que más yo estaba,
Olga, Elba, Ricardo y el Cacho
y el nene, con la camioneta del papá.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
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Todos están aquí
muy dentro de mi corazón
mis cincuenta y cuatro primos
mis tíos que veintidós son
a todos los recuerdo muy bien.
En las noches que tengo insomnio
y el sueño no puedo conciliar
mis “ovejitas” son mis tíos
con sus hijos a nombrar.
El orden a veces me falla
pero lo intento una y otra vez
hasta dar con todos
tal como los recuerdo yo.
La cuenta aquí se me acaba
porque los demás [...] no los sé
porque son muchos los años que falto
a esta fiesta singular.
y los años van pasando,
en el camino algunos van quedando
pero en el corazón de esta uruguaya
ninguno se borrará jamás.
(Escrito en una de esas noches de insomnio de diciembre del
2008. Un beso grande para todos de esta uruguaya-española).
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De palos y astillas Susana E. Cayrus de Depetris
“Cuando allá se pase lista y mi nombre llamen, yo responderé”
Con estas palabras el autor de himnos J. M. Black dejó
plasmada la esperanza que miles de cristianos han cantado,
en diversos idiomas, desde hace muchos años. Se trata, sin
dudas, de una obra compuesta para alabar al Dios que
trasciende las generaciones, que llega más allá de la historia
y que supera todo tipo de dolores. Recorriendo su letra
hallamos frases sencillas que refieren la esperanza de un
cristiano genuino, que confía en el pronto regreso de su
Padre y anhela ver nuevamente a sus amados que ya no
están. Es el himno favorito de mi abuelo Lito (Esli), el
undécimo hijo de Elías.
Escribo estas líneas a pocas semanas de haber viajado a
Guichón para una celebración especial: Lito y Reneé
cumplieron 70 años de casados. La buena salud de ambos
permitió a familiares y amigos reunirnos un domingo de abril
del 2010 para compartir un suculento almuerzo matizado con
risas que vienen del corazón. Sus 70 años de matrimonio se
cumplieron el sábado 24, y esa mañana entraron a la Iglesia
Adventista de Guichón, como lo hicieran tantas veces a lo
largo de los años, con el alma llena de gratitud y emoción.
El pastor Eduardo (Lalo) Cayrus, uno de los sobrinos, tuvo a
su cargo el sermón de acción de gracias y ¡con cuánta
naturalidad iban apareciendo las expresiones de gratitud!
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
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Lito ya pasó los 90 años y Reneé está por cumplirlos;
sentados juntitos en el primer banco de la iglesia, ambos
lucen la mirada emocionada de quien puede girar su cabeza y
ver los asientos inmediatos ocupados por su hijos, que ya son
abuelos, y un poco más allá están sus nietos, y los bisnietos
que no se quedan quietos. Damos gracias porque hasta aquí
nos acompañó Dios.
Costumbres compartidas
La palabra escrita nos permite traer al presente, cuantas
veces queramos, hechos y momentos pasados que
consideramos trascendentales para nuestra propia historia.
También posibilita a las nuevas generaciones conocer
costumbres y sensaciones de otros tiempos. Todo eso sucede
espontáneamente cuando abrimos el diario personal de un
familiar que nos precedió: las frases van brotando de manera
tan enriquecedora, que al concluir su lectura nos queda la
sensación de estar a pocos pasos del escritor. Cada lugar
mencionado nos resulta conocido, cada meta alcanzada nos
deja satisfechos y cada momento de dolor relatado logra
arrugarnos un poco el corazón.
Don Elías, mi bisabuelo, llevaba registros en su diario
personal. Lito, mi abuelo, también. Ambos dedicaban
minutos especiales a dejar impresas sus actividades del día.
Ambos ganaban y perdían pequeñas batallas que luego la
tinta sintetizaba: “sigue lloviendo así que no se puede
sembrar” o “pudimos vender seis terneros”. Hojeando los
cuadernos de Lito aparecen salpicadas alegrías y tristezas de
un tiempo en el que las comunicaciones eran lentas y las
distancias parecían más lejanas: “hoy llegó carta de Ricardo
y dice que vendrán para la reunión” o “Cacho puso un
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185
telegrama para avisar que [...]”. Entre los renglones y las
escuetas frases encuentro a Elías y Lito, padre e hijo,
compartiendo experiencias y similitudes que la muerte
temprana de Elías no les permitió en realidad. También los
descubro predicando o dirigiendo una Escuela Sabática desde
su sencillo lenguaje de hombre de campo, con la convicción
de quien se sabe poseedor de grandes verdades.
Dice la sabiduría gaucha que el fruto no cae lejos del árbol y
“que de tal palo, tal astilla”. El diario de don Elías y los
cuadernos del abuelo Lito lo confirman.
Construyendo sobre buenos cimientos
El nidito de amor de Lito y Reneé se construyó en el mismo
lugar donde antaño estuvo la estancia Santa Isabel. En el
libro Recordando, tía Alda refiere respecto de aquella casa:
“Mamá Constanza, siempre generosa y hospitalaria,
buscando el bien de la comunidad, ofreció tres de las mejores
piezas de la vieja estancia para que funcionara la escuela de
gobierno de la floreciente colonia, y para que allí pudiera
vivir la maestra. Así nació la Escuela Nº 44, lugar al que
concurrieron a recibir la educación inicial unos 40 revoltosos
niños [...]”.
Fue hogar, escuela, iglesia y sitio privilegiado de reuniones
familiares. Aún pueden verse trazos de los viejos cimientos
y unos cuantos ladrillos que persisten en el tiempo, a pocos
metros del arroyo Santana.
Cuentan que el paisaje fue cambiando y que las crecientes
modificaron el curso del Santana. La memoria, en cambio,
registra a este lugarcito del mundo como un sólido paraje al
que siempre podemos volver en busca de nuestras raíces.
Hasta allí viajábamos para encontrarnos con los abuelos, tíos
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y primos, redescubriéndonos como personas diferentes y
queridas a medida que pasaban los años. Hasta allí seguimos
viajando aún hoy, con varias décadas sobre las espaldas, pero
la misma extraña seguridad de que en “el monte del Santana”
todos somos familia.
Tiempo atrás la idea de armar un sitio web familiar me llevó
a hojear otra vez los escritos familiares, y sin poder separar
la curiosidad de la profunda admiración rescaté relatos
sencillos de una familia que supo disfrutar los momentos de
sana diversión, afrontar crudos períodos de luchas y
mantenerse unida en las buenas y en las malas:
“Resulta que por aquellas épocas había que arar con
arados de mancera [...] pero frecuentemente faltaban
animales de tiro. Como más vale maña que fuerza, no solo
habían amansado un buey, sino que también una vaca había
recibido las apropiadas instrucciones para ser una experta
aradora [...] y años más tarde se unió al equipo de trabajo un
fornido toro. Aunque Emilio y Pedro tenían apenas edad
como para estar jugando ¡eran los aradores indiscutidos!, y
debido a su escasa estatura prácticamente iban colgando de la
mancera [...] pero el trabajo seguía y todo se lograba [...]
Eso sí, la “técnica de la arada” que implementaban los dos
expertos no siempre coincidía con los usos y costumbres del
resto de los criollos [...] pero que se hacía, ¡se hacía!”.
“A fines de 1919 y a principios de 1920, en un arreglo
con don Juan Niel (padre) se formó una medianía para la
fabricación de quesos y manteca. Al principio -y hasta tener
todo instalado para la quesería- se compró una desnatadora
“Alfa Laval” movida a fuerza de pulmón [...] durante el
tiempo en que solamente se comercializaron la crema y la
manteca, los miembros de la familia Cayrus regalaban la
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187
leche descremada a la gente pobre de Guichón. ¡Todo
tiempo es bueno para compartir las bendiciones! [...]
Temprano por la mañana, con calor o frío, con sol o lluvia,
llegaban hasta el “campo de los Cayrus” hombres, mujeres y
niños, todos con un tarrito de uno o dos litros [...] todos
recibían la leche gratuitamente. Algunos la tomaban allí
mismo y otros se la llevaban”.
Y entre tantas historias contadas y repetidas, si tuviera que
elegir una con la promesa de que los niños de mi familia la
recordaran siempre, sería el relato de aquel momento de
pérdidas materiales enormes. Porque en medio de las
cenizas brillaron la confianza en Dios, el buen ejemplo y la
solidaridad, como nunca antes:
“Era el miércoles 18 de febrero de 1920, un día
caluroso, bochornoso de viento norte que presagiaba
tormenta. Después del almuerzo los mayores insistieron en
dormir una buena siesta, pero como siempre, los chicos le
escaparon a la siesta y prefirieron quedarse jugando
juiciosamente en la cocina a uno de los juegos preferidos de
las niñas: “la escuela”. De pronto [...] ¡una luz
enceguecedora fue seguida por un trueno que los hizo
estremecer! [...] Luego de unos segundos de silencio se oyó
la voz de Elena gritando: “¡Fuego, fuego en la quesería!
[...]” una centella había caído en el extremo norte del
galponcito anexo a la quesería, y en menos tiempo del que
tardamos en relatarlo, la electricidad corrió por los alambres
del quinchado de los techos de paja, y el sótano, la quesería y
la despensa estallaron en llamas. Se hizo todo lo posible por
salvar algunas cosas [...] pero fue muy poco [...] tan sólo la
“jardinera”, una media bolsa de harina y dos quesos que
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188
estaban cerca de una ventana. Mamá Constancia tan solo
atinó a salvar a dos pequeños gatitos que así se libraron de
morir quemados [...] De los 300 o más quesos que había, tal
vez alrededor de 40 pudieron ser aprovechados, aunque les
quedó el gustito a quemado [...] Ese día había un remate-
feria cerca de allí y al ver las “llamaradas en el rancho de los
gringos”, olvidando sus intereses ¡y a todo galope! cortando
alambrados para avanzar más rápido, llegaron los
guichonenses para ver en qué podían ayudar [...] pero fue
inútil, ya todo estaba convertido en carbón y ceniza. Aunque
todo se perdió resaltó el espíritu de solidaridad entre los que
allí se reunieron, pues inmediatamente se ofrecieron para
ayudar de diversas maneras, levantando una colecta unos y
otros dando madera o paja para reedificar lo destruido por el
fuego. Papá Elías terminó el relato escribiendo lo siguiente:
“Damos gracias a Dios que ha juzgado bien enviarnos esta
nueva prueba, de que todos, tanto de los miembros de la
familia, como de los vecinos que nos ayudaron, salimos
ilesos del siniestro, siendo las pérdidas puramente
materiales. Dios lo ha dado, Dios lo ha quitado. Bendito sea
su Santo Nombre”.
Mucho más que tinta y papel
De los doce hijos de Elías y Constancia hoy sólo quedan mi
abuelo Lito y las tías Alda e Inés. Los demás “jefes de las
doce tribus” han ido al descanso, dejando lugares vacíos en
las mesas familiares, en las rondas de conversación y en la
reunión anual. También descansan otros miembros de las
tribus, a quienes recordamos con nostalgia. Porque la
nostalgia y los recuerdos siempre van tomados de la mano.
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Tiempo atrás, ante la pérdida de uno de sus hermanos, Lito
manifestó con profunda tristeza: “Pensar que soy el único
que queda de los varones [...]”. Encuentro en esas palabras
el sentimiento sincero del más chiquito de los hijos varones
de Elías y Constancia, que se crió rodeado de hermanos y
hermanas mayores, que conoció el dolor de perder a un papá
joven y que vivió momentos de sacrificio y escasez. Pero
encuentro también al hombre que al terminar el día, tal como
lo hacía su padre, abría su cuaderno y escribía lo hecho y lo
por hacer; al ganadero que se levantaba antes que el sol en la
mañana para que la leche llegara a tiempo al pueblo; al
padre, tío y abuelo que enseñó a decenas de pequeños
familiares a nadar, ordeñar, montar a caballo y tirarse de “la
soga” en el Santana.
La tribu de Lito nunca fue muy numerosa: tres hijos más dos
nueras y un yerno, seis nietos que trajeron algunos “nietos
agregados” con libreta de matrimonio y, hasta ahora, cinco
bisnietos. Aún así, no resulta fácil reunirnos a todos. La
celebración de los 70 años de matrimonio de los abuelos fue
el momento propicio para que, una vez más, desandáramos
los caminos que llevan a Guichón. Ahora, con casa en pleno
centro del pueblo, la tribu se reúne en un ambiente más
urbano; pero las risas, los abrazos, las charlas y el cariño,
siguen siendo los mismos.
Ya no escribimos con tinta sobre papel. Ahora las letras
parten de un teclado y se van grabando prolijas en una
memoria que está escondida debajo de mi escritorio.
No hay manchones ni tachaduras. No hay hojas rotas en el
cuaderno ni anotaciones inconclusas.
DON ELÍAS Y LAS DOCE TRIBUS
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Tal vez ya nadie lleve un libro diario en el que su mano
escriba lo que pasó sin ser noticia. Pero siguen habiendo
manos que con diversas herramientas escriben
cotidianamente la historia de una familia cuyas raíces se
afirmaron en el terreno de la fe y crece en ramas
esperanzadas hacia el cielo.
Nuevas generaciones están haciendo más frondoso a nuestro
árbol familiar. Para ellos vaya muy especialmente la
invitación a sumar sus voces a la de mi abuelo Lito, no tan
afinada pero siempre entusiasta: “Cuando suene la trompeta
en el día del Señor, su esplendor y eterna claridad veré.
Cuando lleguen los amados ante el magno Redentor, y se
pase lista, yo responderé”.
i Según datos recibidos desde Italia por Alda Esther Cayrus de Geisse,
Giovanni Elia Caïrus había nacido el 10 de mayo de 1877, hijo de Jean Pierre (Giovanni Pietro) Caïrus y Maria Fontana. Jean Pierre Caïrus, nacido en 1847, era hijo de Davide Caïrus y de Maddalena Bertin Angrognin. María Fontana, nacida en 1844, era hija de Davide Fontana y de Maria Maddalena Caïrus. Giovanni Elia Caïrus se casó con Constanza Davit el 13 de noviembre de 1898. Constanza Davit había nacido el 12 de enero de 1878, hija de Paolo Davit y de Constanza Grand. Juan Elías Cayrus falleció en Guichón, Uruguay el 14 de julio de 1923. María Fontana de Caïrus falleció en Guichón, Uruguay el 5 de mayo de 1939.
ii Está historia fue hermosamente contada hace años por Robert G. Wearner en su artículo “Elena G. de White y el pequeño Elías”, Revista adventista, Febrero 1981, 4-6. Una transcripción del mismo se hizo en el capítulo 15 de este libro.
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iii Sobre la nómina de valdenses radicados en Sudamérica, puede consultarse
la obra de Carlo Pier Stefano Geymonat, Familias valdenses en América del Sur. En relación con los apellidos valdenses, véase el libro de Osvaldo Coisson, I Nomi Di Famiglia Delle Valli Valdesi (Anastatica, 1991).
iv Ellos son su hijo Benoní I. Cayrus, sus nietos Rubén E. Cayrus, Eduardo Cayrus y Juan M. Cayrus, sus bisnietos Daniel O. Plenc, Osvaldo R. Cayrus, J. Horacio Cayrus, sus tataranietos Arturo E. Caballero, Daniel Sebastián Cayrus, Christian Damián Cayrus, dos nietos políticos Hernando Slekis y Humberto M. Rasi y dos bisnietos políticos, Guillermo E. Biaggi y Héctor Gelhorn.
v El pastor Juan Plenc y posiblemente el pastor Enrique Lautaret. vi El hermano José Cairus (al parecer no eran parientes), padre del pastor
Humberto Cairus y abuelo del pastor Aecio E. Cairus. Escribió desde Filipinas el Dr. Aecio Cairus: “Don Elías convenció a mi abuelo de la verdad del sábado allá por 1918. Él y su familia, incluyendo mi padre que por entonces tenía doce años, fueron bautizados en 1920”.
vii María Elena se casó en 1924 con David Plenc y fue madre de Walter, Elbio y Gladis. Juan Emilio se casó con Emilia Dreher en 1926 y fue padre de Rita Inés, María Ester, Rubén Elías, Luis Enrique, Humberto, Eduardo, Nélida y Juan Miguel. Pedro se casó con Estela Dreher en 1935 y fue padre de Roberto, Alida, Raquel, Héctor, Elena Constancia y Luisa Cristina. Paulina Constancia se casó con Julio Barboza en 1936 y fue madre de Ema, Julia, Elías, Alberto, Nelson, Esther y Julio. Pablo Enrique se casó con Anita Stepañuk en 1931 y fue padre de Carlos, Delia e Isabel. Adela Margarita se casó con Silvio Garbarino en 1936 y fue madre de Blanca Iris, Silvia Inés, Luis Alberto, Jorge Ariel, Raúl Enrique, María Angélica, Silvio Osvaldo y Luisa Ethel. Alina Berta se casó con Juan Cuchma en 1929 y fue madre de Dora Esther, Ismael Elías, Juan Eduardo, Pedro Eloy y Julia. Lelia Anita se casó con Arie Lavooy en 1938 y fue madre de Ofelia Raquel, Humberto Elías, Hilda Irene y Elba Gladis. Alda Esther se casó con Günther Emilio Geisse en 1936 y fue madre de Edgar Günther, Hugo Aldo, Sofía Constancia e Ideth Velma. Benoní Ismael se casó con Claudia Ernst en 1945 y fue padre de Marta y Jorge Eduardo. Esli Eber se casó con Renée Da Graca en 1939 y fue padre de Ivón Eber, Francisco Esli, Ricardo Elías y Olga Esther. Inés se casó con Héctor Luis Martigani en 1941 y fue madre de Carlos Elías, Haroldo Abel, Myriam Mabel, Héctor Luis y Alicia Inés. Elena nació en Italia; Emilio, Pedro y Paulina nacieron con Colonia Piamontesa; Enrique, Margarita y Alina nacieron en Colonia Valdense; Lelia, Alda, Benoní y Esli nacieron en Miguelete; Inés nació en Guichón.
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viii Varios de ellos han conservado diarios personales y Alda Cayrus de Geisse
escribió cuatro folletos de memorias familiares llamados “Recordando”. Haroldo A. Martigani Cayrus y Aurora H. de Martigani compilaron y editaron estos materiales en su Recordando... Un viaje hacia nuestra raíces.
ix Una buena reseña histórica de Miguelete se encuentra disponible en la obra de Adriana Talmon y Ana Laura Bounous, Miguelete: 100 años de historia (Montevideo: Medios, 2009). x Véase J. T. Thompson, “La obra en el Uruguay”, La revista adventista, octubre 1916, 14-15.
xi En la antigua casa de San José se conserva un cuaderno de “Ejercicios de gramática, aritmética y geometría, historia, composición y física” del año 1919, perteneciente a David Plenc. Junto a su hermano Juan, David había transcurrido el año 1919 en el Colegio Adventista del Plata, Entre Ríos, Argentina. Hay ejercicios de física que datan de marzo y abril de 1919, y otros de composición de marzo, junio y julio del mismo año. Es evidente que al término de ese año, David dedicó unos meses al colportaje en el Uruguay. Tan temprano como el 10 de diciembre de 1919 ya se encontraba en Salto, y en los meses del verano hizo entregas de publicaciones en San Eugenio, Guichón, Merinos, Piñera, Algorta y más tarde en Paysandú. xii Robert G. Wearner, “Elena G. de White y el pequeño Elías”, Revista adventista, Febrero 1981, 4-6. xiii J. T. Thompson, “La obra en el Uruguay”, La revista adventista, octubre 1916, 14-15. Juan Rivoir y su esposa habían escuchado la predicación de Elena G. de White en los valles del Piamonte, Italia. Llegaron al Uruguay con su hijo Daniel en 1890 ó 1891 y fueron bautizados por Jean Vuilleumier. xiv Ibíd., 15. xv Ibíd. El padre de Juan Elías Cayrus se llamaba Jean Pierre Caïrus y su madre María Fontana. En enero de 2010, Alda Cayrus de Geisse entregó a Daniel Plenc el libro La Grande Controverse publicado por la Sociedad Internacional de Tratados en 1889 y que tiene los nombres de J. P. Cairus y María F. Cairus. El ejemplar se encuentra en el Centro de Investigación White. xvi José W. Westphal, “Una gira por el Uruguay”, La revista adventista, noviembre 1916, 12. xvii José W. Westphal, “La reunión anual del Uruguay”, La revista adventista, junio 1917, 8. xviii José Cairus fue el padre del pastor Humberto Cairus y abuelo del Dr. Aecio E. Cairus. xix Germán F. Nohke, “Un esfuerzo público en Colonia Miguelete, Uruguay”, La revista adventista, 31 enero 1918, 9.
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xx Ibíd., 10. xxi Ibíd. xxii José W. Westphal, “La reunión anual de la Misión Uruguaya”, La revista adventista, 14 febrero 1918, 16. xxiii Eduardo W. Thomann, “La reunión anual de la Misión Uruguaya”, La revista adventista, 11 abril 1918, 10. xxiv N. A. Hansen, “Noticias animadoras del Uruguay”, La revista adventista, 24 octubre 1918, 9-10. Según el diario de Elías Cayrus, las seis personas bautizadas el 27 de septiembre de 1918 fueron Juan Elías Cayrus, Elena Cayrus, Emilio Cayrus, David M. Salomón, Clara Jourdan de Salomón y Margarita Bertinat. xxv El propio Juan Elías Cayrus había registrado su viaje en diligencia desde Fray Bentos hasta Paysandú y luego en tren hasta Porvenir. Allí tuvo contacto con Carlos Racovsky y unos 40 hermanos rusos. xxvi J. T. Thompson, “Una gira por el Uruguay”, La revista adventista, 13 febrero 1919, 9-10. xxvii A. R. Sherman, “Una gira entre los hermanos del Uruguay”, La revista adventista, 29 noviembre 1919, 10. xxviii Carlos E. Krieghoff, “Necrologías”, La revista adventista, 27 agosto 1923, 15.
xxix Esta es la lista de nombres de suscriptores que se registra en el diario de Elías Cayrus: David M. Salomón, Pablo Artus, Pablo Plenc, Valentín Urioste, J. D. Artus, Juan Arduin, José Cairus, Federico Gay, J. L. Bertinat, Anita Negrín, Francisco y Miguel Rostagnol, David Bertinat, Daniel Germanet y Juan Mochó. xxx Entre los libros entregados por Alda Cayrus de Geisse a Daniel Plenc en enero de 2010 se encuentra un ejemplar de El Rey que viene, de James Edson White. También existe un libro de Elena G. de White en francés titulado Les Paraboles de Notre Seigneur, publicado en Gland por la Sociedad Internacional de Tratados. Este ejemplar evidentemente fue comprado más tarde porque registra el nombre de Estación Guichón bajo la firma de don Elías. xxxi P. Artus, P. Plenc, P. Rostagnol, J. Cairus, E. Talmón, D. Salomón y J. D. Salomón. xxxii Dentro de los visitantes a la Escuela Sabática se mencionan personas como Emilia Pilón, José Cairus y su familia, David M. Salomón, Pedro Rochón, David Bounyounet, Juan P. Bertinat y Margarita, María de Pedro Salomón y su madre, la señora Davit, Ernesto Talmón, Federico Gay y su familia, y Judith Rostagnol. xxxiii Un ejemplar del libro en francés Lectures pour la Famille publicado por la Sociedad Internacional de Tratados en 1894 fue cedido por Alda Cayrus de Geisse a Daniel Plenc en enero de 2010. En una de las primeras páginas existe una inscripción con el nombre de Ángela D. de Hansen con la fecha 17 de noviembre de 1917 y dice: “Pequeño recuerdo dado al hermano Elías Cayrus y esposa”.
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xxxiv En enero de 2010, Alda Cayrus de Geisse entregó a Daniel Plenc un libro en francés de E. G. White titulado La Vie de Christ que perteneció a Elías y Constancia Cayrus. Dentro del libro había el recorte de un diario con una fotografía del “Exmo. Sr. Pte. de la República Dr. Baltasar Brumm”. Una inscripción a mano dice que el presidente saludó a don Elías en Guichón en 1919. xxxv El diario menciona los matrimonios Berocay, Mendiburu y Pereira, e individuos de apellidos Álvarez, Pérez, Ruiz, Niell, Godoy, Tersano, Guichón, Méndez, Monfino, Pereóra, Paris, Montanari, González, Terán, Rodríguez y Colares. La señora del Juez se acercó un sábado de 1921; también la señorita maestra Ofelia Prado y su tía tomaron parte de una de estas celebraciones de la Escuela Sabática. Se acercaron ocasionalmente hermanos en la fe de otras localidades, como Carlos Arini. xxxvi La cantidad de niños variaba entre 24, 30, 32, 36, 41, 42 y 51. xxxvii Se la dejó a José Mendiburu, al telegrafista, Carlos L. y E. Araujo, Pedro Pérez, O. Verocay (a quien también da estudio bíblico), Martín Guichón, García Canessa, etc. Incluso el alcalde Ángel Curti fue suscriptor por un año y recibió estudios bíblicos más de una vez. Un párrafo dice: “Recibo los Atalaya que reparto a los suscriptores, Carlos Vignarelli, Ángel Curti, Guichón y P. Tersano”. xxxviii Esos momentos de enfermedad se registraron en septiembre y octubre (esta vez muy fuerte) y noviembre de 1919, marzo y agosto de 1920, enero y febrero de 1921. Nuevos ataques sufrió don Elías en octubre y noviembre de 1921, en febrero, marzo y julio de 1922.
xxxix Son ellos: Esli, Inés y Benoní Cayrus; Nicolás Mazur; Sarita Racovsky; Juan Oleynick; Constancia de Cayrus; David Plenc, con su hijito Walter en brazos; Pedro Cayrus, los pastores Ner Soto Garrido y A. R. Sherman; Juan Racovsky; Miguel Dreher; Iván Racovsky. En la última fila Margarita Cayrus; Elena Cayrus de Plenc con su hijito Elbio; Emilia y Emilio Cayrus; Enrique Cayrus; la Sra. Racovsky; Cristina de Dreher; María Fontana de Cayrus; Lelia, Alda y Paulina Cayrus. xl La fotografía muestra a las siguientes personas: Juan Emilio Cayrus, Racovsky, David Plenc, Miguel Dreher, Carlos Krieghoff, Eumen Racovsky, Constancia C. de Cayrus y Elena Cayrus de Plenc. En una segunda fila: Pablo Enrique Cayrus, Iván Racovsky, Margarita Cayrus, Cristina de Dreher, Sra. Racovsky, Emilia Dreher de Cayrus, Paulina y Alina Cayrus. xli En la estancia Santa Isabel había funcionado una escuela pública a la cual concurrían los niños de la colonia hasta el tercer grado. En el futuro los adventistas sintieron la necesidad de contar con una escuela de iglesia. xlii Los oficiales de la Escuela Sabática designados para lo que restaba de 1923 y el primer semestre de 1924 fueron los siguientes. Director: David Plenc, subdirector: Carlos Racovsky, secretario: Juan Emilio Cayrus, subsecretaria: Emilia Dreher, maestro para los de habla rusa: Antonio Mazur, maestro para los de habla castellana: Elena Cayrus.
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xliii La organización de la clase de menores se concretó el 24 de noviembre de 1923 con el nombramiento de Paulina Cayrus como maestra. xliv María Elena Cayrus, nacida en Italia (1899-1997) y David Plenc (1899-1992) habrían de contraer matrimonio el 6 de marzo de 1924, en Guichón. Se mantuvieron fieles al mensaje adventista por muchos años tanto en la zona rural de Guichón y Pandule como en la ciudad de San José de Mayo. xlv Se nombra un comité para la iglesia integrado por Miguel Dreher, Eumen Racovsky, Carlos Racovsky, Constancia D. de Cayrus, Elena Cayrus de Plenc y Juan Emilio Cayrus. xlvi María Fontana de Cayrus, nació en Italia el 13 de octubre de 1844, y falleció en Guichón, Uruguay, el 5 de mayo de 1939. Constancia Davit de Cayrus, nacida en Italia el 12 de enero de 1878, falleció el 13 de enero de 1975. Juan Elías Cayrus, nacido también en Italia el 10 de mayo de 1877, falleció el 14 de julio de 1923, sin ver el surgimiento de la obra organizada. xlvii Algunas personas recibidas por carta de traslado fueron: Jesús Godoy, desde Paysandú (1937), Alda Cayrus de Geisse y Günther Geisse, desde la Misión Boliviana (1937), Nancy Malán de Dreher, desde Nueva Helvecia, Alba M. de Bergalli, desde Paysandú (1947), Adela Turosky, de la iglesia de la Misión y Teodoro Kosiak, de Paysandú (1953). xlviii Una lista parcial de personas bautizadas o recibidas es la siguiente: Alejandra de Racovsky (1924), Nistecha Projer, Demetrio Petrenco (1925), Lelia Anita Cayrus, Alda Esther Cayrus, Sofía Racovsky, Elsa Dreher (1928), Miguel Gordienko, Matilde C. de Gordienko, Paulina C. de Clemenco, Basilio Clemenco, Juan Clemenco, Zoila P. de Clemenco (1931), los Hnos. Stepaniuk (1937), Héctor L. Martigani, Víctor Kosiak, Basilio Kosiak, Catalina Kosiak (1940), Atanacia T. Sandes, Dominga M. Dutra, Leoncio Dutra, Camila Dutra, Irma Dutra, María Lourdes Hornos, Félix Sastre, Pedro Tatarchenco, Leoncio Perfecto, Basilio Oleynick, Adela E. Oleynick, Omar Oleynick, José Oleynick, Juan Kosiak, Melania de Kosiak (1941), Roberto Echeveste, María E. Cayrus, Clara A. Acuña, Demetrio Estarchenco (1942), Francisca de Ayala, María Ayala, Vicenta Argentina Rodríguez, Micaela La Rosa, Carolina Pacheco, Juana de Cánepa, Humberto Cánepa, Esmeralda Cánepa, Edilia B. de Vidal, Rubén E. Cayrus, Walter Plenc, Gladys Plenc (1943), Claudio Ayala, Ramona de Harmas, José Blanco, Carlos Cayrus, Luis. E. Cayrus (1945), Cándida de Curti, Eduardo Cayrus (1948), Juan Kosiak, Ana Kosiak, Pedro Kosiak, Carlos Ayala, Bernardo Cánepa, Humberto Cayrus, Delia Cayrus (1949), Hna. Echeveste (1950), Julia Barboza, Ema Barboza, Roberto Cayrus, Sara Kosiak, Blanca y Silvia [...], René de Cayrus, María de Oleynick, Rosa de Acuña (1951), Julio Godoy, Elida Godoy, Elías Barboza (1953). xlix Muchos de los inmigrantes rusos que conformaron el primer núcleo de creyentes eran sabatistas, con ciertas dificultades para adaptarse a todas las doctrinas adventistas. Por diferencias doctrinales o por apostasía, dejaron la iglesia en esos años Procopio Nischeta, Demetrio Petrenko, Basilio Clemenco, Juan Clemenco, Paulina Clemenco, Ivila de Clemenco, Basilio Tatarchenco, Demetrio Tatarchenco,
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José R. Blanco, Camila Dutra, Irma Dutra, Esmeralda Cánepa, Clara Acuña, Lioncio Dutra y Basilio Oleynick. l Así ocurrió con Carlos y Juan Racovsky, Miguel y Matilde Gordienko, David y Elena Plenc. Benoní Cayrus y Elvira Oleynick se trasladan a Puiggari y se unieron a la iglesia en ese lugar. Otros que se mudaron fueron Elena de Tatarchenco, Rita Cayrus de Caballero, Elvira Kosiak, María Ayala y María Ester Cayrus. Los docentes de la escuela también se alejaron luego de haber cumplido su labor por algún tiempo. li Juan Emilio Cayrus envió tres niños, Pablo Enrique Cayrus dos, Pedro Cayrus uno, Paulina Cayrus de Barboza dos, Silvio Garbarino uno y Miguel Dreher uno. Otras familias que no pertenecían a la iglesia mandaron a seis niños en los inicios de la escuela. A comienzos del siguiente año se inscriben 19 alumnos. Entre los primeros alumnos figuran: Carlos Cayrus, Roberto Cayrus, Luis Cayrus, Humberto Cayrus, Eduardo Cayrus, Blanca Garbarino, Emma Barboza, Pedro Kosiak, Ana Kosiak. María Celia De los Ángeles de Cayrus recordó nombres como los de Lelia Kosiak, Haroldo Martigani, Carlos Martigani, Mabel Martigani, Elena Cayrus, Isabel Cayrus, Luisa Cristina Cayrus, Julio Barboza, Nelson Barboza, Juan Cayrus, Ricardo Cayrus, Nico Godoy, Margarita Scalkobich, Vilma Dreher, Ricardo Duval, Héctor Cayrus, Ivón Cayrus (Cacho), María Garbarino, Raúl Garbarino, Silvio Garbarino, Ester Barboza, Olga Cayrus, Delia Duval, Luisita Garbarino, Abel Cuchman, Ana Stepañuk. lii María de los Ángeles de Cayrus enseñó en dos oportunidades, en los años 1954-1955 y en 1958. liii Anciano: Pedro Cayrus, diácono: Günther Geisse, tesorero y director de Escuela Sabática: Juan Emilio Cayrus, secretaria de grupo: María Ayala, directora de jóvenes: María E. Cayrus, subdirector de jóvenes: Rubén E. Cayrus.
liv Paulina falleció a las 11:50 del día 15 de julio de 2009. En la ceremonia religiosa, Haroldo Martigani tuvo la primera oración, Ricardo Cayrus realizó la reseña biográfica, Juan Cayrus tuvo el mensaje de consuelo y Carlos Martigani hizo la oración final. En el cementerio compartió un mensaje y una oración, el pastor Guillermo Heinze. Ricardo Cayrus tuvo palabras de agradecimiento para la familia de Paula por el cuidado que tuvieron para con ella. Dijo el pastor Heinze: “A pesar de la muy fría y nublada mañana, la concurrencia fue numerosa”. lv Seventh-Day Adventist Encyclopedia, 10:533-534. lvi Los colportores norteamericanos Elwin W. Snyder, Albert B. Stauffer y Clair A. Nowlin llegaron a la Argentina en 1891. lvii Véase “Desde las Islas Malvinas”, Revista adventista, marzo 1975, 15-17. lviii Ibíd., 16. lix Ibíd., 17. lx Véase la obra de Adriana Talmon y Ana Laura Bounous, Miguelete: 100 años de historia (Montevideo: Medios, 2009). lxi “Pintos Viana respira otro aire”, El telégrafo, 19 junio 2009.
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lxii Una buena descripción de estas visitas se encuentra en Dwight Arthur Delafield, Elena G. de White en Europa, trad. Martha Limbert de Gudjemián (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1979), 150-166, 195-202, 267-270. lxiii Elena G. de White, Notas biográficas de Elena G. de White (Mountain View, California: Pacific Press, 1981), 318. lxiv Ibíd., 319. lxv Delafield, 199. lxvi White, Manuscrito 62, 1886. lxvii White, El conflicto de los siglos (Mountain View, California: Pacific Press, 1977), 66-85. lxviii Véase la pequeña obra de Oscar Wasiuk, Reseña histórica de la Iglesia Adventista del 7º Día en Uruguay (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1996).
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