debate entre formalistas y sustantivistas y sus proyecciones en la antropologia economica
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DEBATE ENTRE FORMALISTAS Y SUSTANTIVISTAS Y SUS PROYECCIONES EN LA ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA. (Está en el Libro de Trinchero H. pp 149-173)
Alejandro Balazote.*
Introducción.
A fines de la década del ‘50, en su trabajo “Comercio y mercado en los imperios antiguos”,
Polanyi, Arensberg y Pearson se preguntaban:
“A la mayoría de nosotros se nos ha acostumbrado a pensar que la piedra de toque de la economía es el mercado... Que hacer, pues cuando topamos con economías que operan sobre bases totalmente distintas, sin ningún rastro de mercado o de ganancia obtenida comprando o vendiendo? Es entonces cuando hemos de revisar nuestra concepción de economía” (1976:47).
Años más tarde el primero de estos autores afirmaba:
“Para el antropólogo, el sociólogo o el historiador, el estudio de cada uno de ellos del lugar que ocupa la economía en la sociedad humana, se enfrentaban con una gran variedad de instituciones que no eran el mercado, en las que estaba incrustada la subsistencia humana” (Polanyi,1976:156).
En estos comentarios se insinúan las preguntas que resultarían centrales en el debate
entre los antropólogos formalistas y sustantivistas, durante la década de los sesenta.
-¿Como hacer para estudiar estas economías?
- ¿Era aplicable la teoría económica que había surgido para analizar y explicar el
funcionamiento del sistema capitalista?
- ¿Los criterios de maximización eran aplicables en todas las formaciones
socioeconómicas?
- ¿Las diferencias entre la economía primitiva y la industrial capitalista eran de clase o de
grado?
La preocupación por estos temas no resultaba nueva. Ya en sus inicios la antropología se había
preguntado por la utilización de conceptos económicos en el análisis de las sociedades
primitivas. Si la economía política desde su surgimiento se presenta como el esfuerzo mas
sistemático por parte de las clases sociales en ascenso por racionalizar las nuevas condiciones
* .- Docente investigador de la UBA y de la UNCPBA.
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sociales, la antropología clásica también emergía a fines del siglo XIX y principios del XX como
productora de conocimientos que justificasen el nuevo orden colonial en expansión (Llobera,
1980; Kaplan y Manners,1980; Trinchero1992)
La discusión en torno al uso de categorías económicas y la contrastación de diferentes
racionalidades y moralidades condujo a interesantes reflexiones de los antropólogos clásicos. Ya
Malinowski en la década del 20 había cuestionado la universalidad del “homo economicus” y
Mauss en las conclusiones morales del “Ensayo sobre los dones” advertía: “Hay otras morales
aparte de la del mercader. No todo esta clasificado en términos de compra y venta” (1979:246).
A su vez Boas publica en 1897 “The social organization and the secret societies of the kwuakiutl
indians” describiendo la celebración del potlach en Fort Rupert. En esta ceremonia se destruían
y regalaban todo tipo de bienes poniendo así en evidencia las limitaciones de ciertas categorías
económicas para interpretar esta clase de intercambios. La noción de escasez universal
resultaba cuestionada por lo que se definía como una economía de excedentes 1[1] al tiempo que
la lógica de acumulación pensada desde la imagen capitalista no daba cuenta de la circulación y
destrucción de bienes.
Preanunciando la constitución de una posición antagónica a los planteos particularístas, Firth
algunos años mas tarde señalaría que el concepto básico de la economía, en cualquier lugar que
se la estudie, es la asignación de recursos escasos disponibles entre las necesidades humanas.
“Como quiera que se la defina, la economía trata de las implicaciones de la opción humana y de los resultados de las decisiones” (Firth,1951:125) (La negrita nos pertenece).
En estos antecedentes se percibe la preocupación por los temas que luego se desarrollarían en
la controversia entre formalistas-sustantivistas, sin embargo, es a partir del surgimiento y
consolidación de la Antropología Económica, cuando se desarrolla la búsqueda sistemática de
respuestas a estos interrogantes.
El debate.
1[1] .- Una interpretación opuesta a la de Boas es la de Piddocke quien señala que no es la abundancia de alimentos la que da sentido al potlach sino justamente su escasez. El intercambio acaecido en esta celebración minimizaría los efectos de las variaciones de las actividades productivas garantizando un nivel de subsistencia para la población.
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El debate entre formalistas y sustantivistas se desarrolla década del sesenta fundamentalmente
en los ámbitos académicos de Estados Unidos. No se precisó un corpus teórico desarrollado
desde la disciplina para abordar la temática sino que precisamente que el debate se planteó
como co-constituyente de la Antropología Económica. Las discusiones acerca de la aplicabilidad
de las leyes económicas en las sociedades primitivas llevaban al campo de la Antropología
Económica las mismas cuestiones que se había planteado la Antropología en general desde su
consolidación como disciplina. La cuestión disciplinar pasaba por definir si la Antropología se
constituía como una teoría general o bien reconocía su carácter regional.
Se construye un concepto de sociedad primitiva en donde aparecen todos los estigmas,
estereotipos y limitaciones de las escuelas dominantes en Antropología durante la primera mitad
de siglo; al tiempo que se procede a la utilización del corpus teórico producido por la economía
(en realidad de una parte de ésta) para interpretar el inmenso contingente de datos etnográficos
acumulados.
El inicio de la Antropología Económica se remonta a la publicación del trabajo de Herskovits en
1952. En sus primeras páginas partiendo de la definición de L Robins, para quien la economía
estudia la relación entre los fines y los escasos medios susceptibles de usos alternativos, el autor
puntualiza:
“En lo fundamental he intentado ajustarme a las categorías convencionales de la economía... Nos hemos atenido a los términos técnicos de la economía...”(Herskovits,1952:9).
Como señala Trinchero (1992), el “ajuste” del material etnográfico a las categorías de la
economía tenía por objetivo que el mismo pudiera ser pasible de un análisis comparativo. Así,
desde su obra fundacional, la antropología económica planteaba un tipo de relacionamiento
entre la antropología y la economía donde la segunda aportaba conceptos y modelos al tiempo
que la primera brindaba numerosos estudios de campo. En este intercambio se ponía en
discusión la universalidad legitimadora vital para las aspiraciones de la economía (y también
porque no, para la antropología) y se vislumbraba la posibilidad de convertirse en ciencias
regionales especificando los límites de cada una de ellas.
El eje de la controversia consistía en determinar que tipo de diferencias existían entre las
economías primitivas y las capitalistas. Leclair (1976), retomando a Firth señala que las
diferencias son de grado y no cualitativas (1976:125), mientras que Dalton , afirma:
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“La economía primitiva es distinta del industrialismo de mercado no en grado sino en especie; la falta de tecnología mecánica, de organización de mercado omnímoda y de moneda para todos los fines mas el hecho de que las transacciones económicas no puedan entenderse fuera de la obligación social crean algo así como un universo no euclediano al que no puede aplicarse fructíferamente la teoría económica occidental. El intento de traducir los procesos económicos primitivos en nuestros equivalentes funcionales, inevitablemente, oscurece justamente aquellos rasgos de la economía primitiva que la distinguen de la nuestra” (1976:205).
En ambas posiciones se plantea un concepto de economía primitiva a la medida de las
necesidad es teórico-metodológicas (Trinchero,1992). Para Dalton la economía primitiva se
construye residualmente, mas por lo que no es que por lo que es. La ausencia de mercado, de
moneda y de tecnología mecánica constituyen indicadores suficientes para afirmar que estamos
en presencia de economías primitivas, mientras que para Leclair la economía primitiva no posee
ninguna especificidad:
“Si bien la literatura etnográfica es un archivo de la diversidad de la experiencia humana, también proporciona un testimonio de la existencia de problemas característicamente humanos que se resuelven por medios característicamente humanos. Si esto no fuera así, la antropología científica no podría existir como una disciplina con capacidad para generalizar. Si existe tal teoría general, debe subyacer y estar implícita en el caso especial” (Leclair,1976:136-137).
Los autores formalistas partieron de las definiciones subjetivas de la economía según las cuales
“La economía es el estudio de la asignación de medios escasos a objetivos múltiples, o mas
ampliamente, la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre fines y
medios escasos que tienen usos alternativos”. (Robbins, 1935:16, citado en Burling 976:112).
Como señala Trinchero (1992) el objetivo de los antropólogos enrolados en esta corriente
consistió en demostrar la universalidad de los principios de escasez y elección.
Herskovits, en su Antropología Económica señala que estos elementos “son los factores
sobresalientes de la experiencia humana que dan razón a la ciencia económica...”(1952:29),
confundiendo el proceso de economizar, es decir asignar recursos escasos entre fines
alternativos, con la definición de la economía (Trinchero 1992:84).
La concepción formalista se centra en el análisis del comportamiento individual. Esto no significa
ignorar absolutamente los aspectos sociales referidos a estructuras, instituciones y sistemas
pero se les confiere un lugar que es subsidiario de las acciones individuales. Lo individual explica
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lo social porque la sociedad es concebida como una sumatoria de individuos. Según Burling la
sociedad es una colección de sujetos que hacen elecciones, cuya misma acción implica una
elección conciente o inconciente entre los medios alternativos. “Los fines son las metas del
individuo coloreadas por los valores de su sociedad hacia las cuales intenta avanzar... No hay
técnicas específicamente económicas ni metas económicas. Lo económico es únicamente la
relación entre fines y medios...” (1976:113).
La cultura es considerada como un escenario dentro del cual el “individuo operador” acciona de
acuerdo a determinados objetivos. “Solo los actores (y sus intereses considerados a priori como
los suyos) son reales; la cultura es un epifenómeno de sus intenciones” (Sahlins,1980:133).
Para los autores formalistas la economía no reside ni en una institución, ni en una estructura, ni
en un sistema económico, lo económico es un aspecto del comportamiento humano: el que se
refiere a la elección y asignación de recursos a metas alternativas, motivado por la situación de
escasez. No todo comportamiento es económico, solo aquel que refiere a la toma de decisiones.
La característica distintiva del aspecto económico del comportamiento es su racionalidad,
entendiendo la misma a partir de las elecciones que se toman siguiendo el principio de
maximización.
El punto de partida es que el individuo tiene necesidades ilimitadas mientras que los recursos
para satisfacerlas son limitados. Robbins plantea que si los recursos para alcanzar una meta no
son escasos, no estamos en presencia de un problema económico, dado que no nos coloca en
una situación de opción. La inadecuacuación por tanto, resulta ontológica y la escasez universal
2[2] . La racionalidad no radica en los fines preferidos ni en los medios elegidos para lograrlos,
sino en que la relación entre unos y otros de lugar a la máxima satisfacción en la obtención de
las metas.
El modelo del empresario es tomado como paradigma; como hombre que procura maximizar
beneficios en su intercambio con otros hombres y para ello debe tomar decisiones. Burling
señala:
2[2] .- Godelier señala que la teoría formal remite a postulados metafísicos tales como el planteado por Henri Guitton: “El hombre lleva en sí una necesidad de infinito, por lo que constantemente choca con el carácter finito de la creación. Esta antítesis se traduce primeramente en la idea de escasez” (1974:153).
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“El intercambio, como la maximización, está evidentemente próximo al núcleo de la economía ...No veo razones para que no se deba hablar incluso de utilidad marginal del cuidado amoroso, Cada hombre puede considerarse como un empresario que manipula a los que tiene a su alrededor, comerciando sus productos del trabajo, la atención, el respeto, etc., con el objeto de obtener a cambio lo más posible” (1976:122).
El concepto de empresario, fue utilizado por Firth en su estudio sobre la economía de Tikopia. En
la década del 50 Belshaw (1973) destacó la figura del empresario como coordinador en el
sistema de asignación y distribución de recursos en los procesos de transición hacia la
constitución de mercados modernos.
Con posterioridad, Pospisil (1963) en su trabajo sobre los kapauku interpretó que los integrantes
de este pueblo desarrollaban prácticas de maximización como cualquier empresario. Por su
parte Salisbury (1962) demostró que la utilización de hachas de acero en reemplazo de las de
piedra produjo un tiempo excedente que los Siane de Nueva Guinea asignaron a la
multiplicación de actividades extraeconómicas (alejadas de la subsistencia) con criterios de
maximización del prestigio personal.
Esptein 3[3] y Barth 4[4] han continuado esta línea de trabajo según la cual la racionalidad
maximizadora del empresario no es exclusiva del industrialismo de mercado sino que se
encuentra presente en diversos tipos de sistemas económicos. La universalidad de la propuesta
formalista se centra pues en la naturaleza maximizadora del hombre, mas allá de las formas que
adquieran las especificidades económicas. La cuestión crucial es el comportamiento del
individuo ante las situaciones de opción.
Transpolar los principios microeconomistas de la escuela subjetivista y la racionalidad específica
del empresario a cualquier actividad económica sin tomar en cuenta las condiciones de
surgimiento y evolución de los sistemas económicos impidió a los autores enrolados en la
corriente formalista cualquier aproximación que contemplase la dimensión histórica.
3[3] .- Esta autora al estudiar la introducción de nuevos sistemas de riego en poblados de la india y su incidencia en el proceso de diferenciación económica plantea que el conservadurismo de los valores resulta un freno para el cambio social, que los empresarios al asumir el riesgo de las innovaciones quiebran. 4[4] .- Según Barth el empresario “no es una persona en un sentido sociológico estricto...” y el uso estricto de esta figura debería aplicarse al papel de relacionar acciones y actividades. El empresario se centra en la maximización de la utilidad aunque esta no sea específicamente económica (1963:6 citado en Frankenberg,1979:l7).
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La aplicación universal de los principios maximizadores del Homo Economicus ocasionó diversas
críticas. Algunas de ellas procedentes de posiciones particularistas y otras provenientes de las
corrientes marxistas, para quienes los formalistas no hacían mas que expresar la hegemonía de
los planteos de la economía burguesa.
Los sustantivistas.
Karl Polanyi ha criticado la universalidad del principio de escasez y su vinculación forzosa con el
criterio de elección. Según este autor y sus seguidores resulta evidente que hay elección de
medios sin insuficiencia así como también hay insuficiencia de medios sin elección.
Plantea que existen dos maneras de definir lo económico: la formal y la sustantiva.
“El significado sustantivo de económico deriva de la dependencia del hombre, para sus subsistencia, de la naturaleza y de sus semejantes. Se refiere al intercambio con el medio ambiente natural y social, en la medida que este intercambio tiene como resultado proporcionarle medios para su necesaria satisfacción material. El significado formal de económico deriva del carácter lógico de la relación medios-fines...” (1976:155)
El énfasis en lo empírico por sobre lo formal caracteriza a los autores de la vertiente
sustantivista. Los dos significados de lo económico, según Polanyi, no tienen nada en común,
uno procede de la lógica y el otro de la realidad.
Para este autor el sistema económico es un proceso institucionalizado. El término “proceso”
carece aquí de un sentido histórico preciso y se refiere al movimiento de los bienes. La
circulación de bienes se realiza a partir de cambios de apropiación (cambios de manos) y
modificaciones de localización. Todos los aspectos de la vida económica estan incluidos dentro
este proceso; así, la producción se incluye dentro de los movimientos locacionales y la
distribución dentro de los cambios de manos.
Los sistemas económicos empíricos logran unidad y estabilidad mediante distintas formas de
integración. Polanyi plantea que los modelos de integración económica se reducen a la
reciprocidad, la redistribución y el intercambio de mercado. En realidad, las formas de integración
resultan ser formas de intercambio. En las economías sin mercado, los mecanismos
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institucionales son la reciprocidad que plantea movimientos de bienes entre puntos simétricos y
la redistribución, en la que los movimientos se realizan en principio hacia un centro concentrador.
Desde esta perspectiva, la racionalidad económica se centra en la satisfacción de las
necesidades materiales según los distintos requerimientos institucionales y no sobre la
maximización de los beneficios individuales.
Los términos reciprocidad, redistribución e intercambio, por los que nos referimos a nuestras formas de integración, suelen utilizarse para denotar interrelaciones personales. Superficialmente, pues, podría parecerse que las formas de integración simplemente reflejan agregados de respectivas formas de comportamiento individual: si fuera frecuente la reciprocidad entre los individuos , podría aparecer una integración reciproca; donde es normal que los individuos compartan las cosas (... ) si fuera así nuestras pautas de integración no serían mas que un simple agregado de formas en correspondencia con el comportamiento individual (...) hemos insistido estaba condicionado a la presencia de determinados dispositivos institucionales (...). El hecho que los simples agregados de comportamientos personales en cuestión no crean por si solos tales estructuras. (1976:162)
Desde la concepción sustantivista, la racionalidad económica no es comprendida sino desde las
instituciones. La economía primitiva se encuentra “incrustada”, enredada en instituciones
económicas y no económicas. En este sentido, la inclusión de lo no económico, resulta
fundamental y constituye una de los ejes a partir de los cuales se sustenta la polémica. Las
instituciones cumplen mas de una función y en las posiciones mas extremas, se plantea la
inexistencia de instituciones económicas específicas en las economías primitivas (Sahlins 1972,
1976 y 1980).
“...Hablar de „la economía‟ de una sociedad primitiva es un ejercicio de irrealidad. Estructuralmente „la economía‟ no existe. Mas que una organización delimitada y especializada, „la economía‟ es algo que generaliza la función de los grupos sociales y de las relaciones, especialmente los grupos y las relaciones de parentesco. La economía es mas bien una función de la sociedad que una estructura, porque el armazón del proceso económico, la proporcionan los grupos concebidos clásicamente como „no económicos‟ ” (1972:91).
Por este camino se parte de un principio acertado que consiste en considerar que las acciones
económicas resultan socialmente determinadas para llegar a la negación de la especificidad de
la mismas y la disolución de toda institución económica en la generalización de lo social.
En realidad Polanyi reconoce la desincrustación del mercado de lo social; la reciprocidad y la
redristribución serían los mecanismos de integración incrustados en lo social. De aquí a la
concepción del mercado como un espacio social neutro hay un paso. Dicha concepción nos aleja
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de cualquier visualización del mismo como un ámbito en el cual se expresan la violencia del
capital y se manifiestan las relaciones de apropiación del producto social.
Los aportes de Polanyi fueron adoptados y ampliados por Dalton, quien plantea que las
diferencias entre la economía primitiva y la industrial no son de grado sino cualitativas, hecho
que inhabilita la aplicación de los conocimientos de la teoría económica en las primeras.
“La economía primitiva es distinta del industrialismo de mercado, no en grado sino en clase. La ausencia de tecnología mecánica, de organización de mercado omnímoda y de moneda para todos los propósitos, mas el hecho de que las transacciones económicas no pueden comprenderse fuera de la obligación social, crea, por así decirlo, un universo no euclediano al que puede aplicarse fructíferamente la teoría económica occidental. El intento de traducir los procesos económicos primitivos en nuestros equivalentes funcionales, inevitablemente, oscurece justamente los rasgos de la economía primitiva que la distinguen de la nuestra.” (Dalton,1976:205).
La concepción de Dalton de economía primitiva se manifiesta (al igual que en otros autores
sustantivistas) en la ausencia de características de la economía industrial de mercado tales
como la falta de tecnología mecánica, de organización de mercado, de moneda, etc.
En las economías primitivas, las transacciones económicas no pueden entenderse fuera de las
obligaciones sociales. Desde esta perspectiva, el uso de categorías tales como la reciprocidad
resulta mucho mas esclarecedor para comprender la lógica de circulación de bienes y servicios
que las interpretaciónes centradas en el análisis de oferta y demanda.
La critica neomarxista.
Godelier plantea acertadamente que la polémica entre formalistas y sustantivistas se refiere a
dos problemas:
1.- La naturaleza de lo económico, ámbito en el cual se reproduce en la antropología las
discusiones que se desarrollan en la ciencia económica. En este punto nos parece crucial la
irrupción en este campo disciplinar de la teoría keinesiana y la constitución de los campos micro
y macroeconómico.
2.- La naturaleza de la antropología. Se trata de una disciplina regional que analiza algunos tipos
de sociedad o es una ciencia universal cuyas reflexiones abarcan todo tipo de agregados
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sociales, conteniendo así la posibilidad de convertirse en la síntesis de todas las ciencias
sociales (Godelier,1974).
Según este autor, los formalistas retoman la definición neoclásica de la economía cuyo sustento
se encuentra en la relación “medios escasos-fines alternativos”. De acuerdo a la misma, el
objeto de la ciencia económica se disuelve, desde esta concepción no es posible distinguir la
actividad económica de cualquier otra actividad destinada a un fin.
En este sentido el trabajo de Burling (1976) no hace mas que confirmar lo señalado por
Godelier. Los ejemplos tomados en su último acápite (acerca de la maximización del placer, el
poder y la minimización del esfuerzo) resultan por demás ilustrativos. Si toda actividad orientada
a un fin depende de la teoría económica, en la práctica, ninguna de éstas depende de ella. La
inexistencia de técnicas u objetos específicos económicos reduce el campo de lo económico a la
relación entre medios y fines.
Otro aspecto cuestionado de la construcción formalista es la concepción atomista. Los diferentes
conjuntos sociales (mercados, sectores económicos, economías nacionales e internacionales)
son vistos como agregados de los comportamientos individuales. Lo macroeconómico es
resultante de un proceso de agregación microeconómico. (Graciano,1984).
Se plantea una doble reducción:
“En el atomismo, en primer lugar, hay una reducción psicologista en cuanto el análisis de lo social se reduce de la conducta del agente económico (o social) individual. En un segundo momento, se practica una reducción praxeologista, pues el análisis del comportamiento individual se reduce al análisis de la conducta racional, objeto específico de la praxeología. Como consecuencia, se torna problemático considerar la economía como una ciencia social...” (Graciano,1984:2).
El formalismo confiere al individuo una psicología y comportamiento universal que se
corresponden con determinado período histórico y dentro del marco específico de relaciones de
producción capitalistas-mercantiles.
La definición formal de la economía aparece como expresión ideológica de la sociedad
capitalista proyectada sobre un conjunto heterogéneo de formas sociales, desconociendo la
particularidad y especificidad de sus relaciones sociales.
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Godelier señala que la teoría formal de lo económico remite a un postulado metafísico que le
sirve de sustento. El hombre lleva en sí una necesidad de infinito y choca constantemente con el
carácter finito de la creación (Guitton citado en Godelier,1974). Esta concepción lleva
inmediatamente a la idea de escasez. Las necesidades parecen ilimitadas y los medios para
satisfacerlas limitados, surgiendo así la noción de inadecuación.
El análisis de sociedades concretas niega la hipótesis de la existencia de una escasez universal.
Esta postulado ya había sido rechazado por los sustantivistas (Polanyi,1976; Dalton,1976;
Kaplan,1976), sin embargo se la había formulado haciendo uso de un amplio campo de
referentes empíricos. En ningun momento se vinculaba la escasez a las particularidades de las
relaciones de producción y distribución. Mucho menos se planteaba la historicidad de la escasez
y su relación con el desarrollo de las fuerzas productivas.
La definición formal de la economía aparece como la expresión de una posición ideológica
etnocéntrica que proyecta la forma (aparente) de las relaciones sociales capitalistas sobre la
diversidad socioeconómica, encubriendo las vinculaciones entre grupos o clases que detentan el
monopolio de los medios de producción y aquellos que se encuentran desprovistos de tales.
Godelier señala que en la práctica, los autores enrolados en la corriente formalista suelen
abandonar sus supuestos y de hecho analizan las relaciones sociales que rigen la producción,
distribución y consumo de bienes materiales en una sociedad determinada. Este no es ni mas ni
menos que el objeto clásico de la escuela sustantivista que retoma las tesis de la Economía
Política Clásica.
Para Polanyi y sus seguidores, el objeto de la Antropología Económica consiste en estudiar las
estructuras de la producción y distribución de los medios materiales necesarios para el
funcionamiento de una sociedad. Para la escuela neomarxista, la propuesta sustantivista resulta
insuficiente, dado que solo proporciona constataciones empíricas desprovistas de toda
capacidad explicativa. Por otra parte el énfasis puesto en el estudio de la circulación de bienes
resulta también cuestionado.
Las tres formas de integración económica (reciprocidad, redistribución e intercambio de
mercado) constituyen tres formas de reparto de bienes. Ya los fisiócratas y Ricardo habían
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demostrado que las estructuras productivas resultan de mayor relevancia que las de distribución
y desde el marxismo se planteaba que la distribución de los medios de producción marcaba el
tipo de relaciones sociales de producción. El rasgo específico de un sistema económico no es la
circulación de sus productos sino el modo social de producción. Existe un clara relación
jerárquica entre el modo de producción y el modo de circulación.
Las proyecciones del debate.
A mediados de la década del setenta la intensidad del debate entre formalistas y sustantivistas
se redujo notablemente. Otros problemas signaron el desarrollo de la Antropología Económica,
que encauzó la discusión teórico metodológica sobre ejes mas amplios. Lo dicho no significa que
la problemática abordada en la controversia fuera dejada de lado.
Las nuevas temáticas tratadas tales como la incorporación de la problemática del consumo, los
planteos y discusiones en torno a la concepción de Sistema Mundial, el análisis de los
intercambios acecídos en contextos multiculturales, los nuevos abordajes propuestos para el
estudio de las unidades domésticas (surgidos desde la perspectiva de género, de la
reinterpretación de los postulados chayanovianos y la aplicación, critica y acrítica, de la teoría
marginalista) no hicieron mas que colocar en otra dimensión los ejes de la polémica formalista-
sustantivista.
Ambas posturas planteaban una construcción dual: economías primitivas-economías de
mercado, presentándolas como compartimentos estancos. Martinez Veiga (1990) plantea que,
en realidad, la concepción de los sustantivistas, cuyo énfasis esta puesto en las economías
primitivas, lleva al desarrollo de una “economía antropológica” de características absolutamente
regionales.
El discurso sustantivista se caracterizó por un halo romántico que cuestionaba las características
de la economía de mercado, al tiempo que denostaba acertadamente la posibilidad de
considerar la tierra y la fuerza de trabajo como simples mercancías.
“...La mano de obra, la tierra y el dinero no son mercancías; en el caso de estos elementos es falso que todo lo que se compra y se vende debe haber sido producido para su venta. En otras palabra, estos elementos, no son mercancías. (...) La artificialidad extrema de la economía de mercado deriva del hecho de que el propio proceso de producción está organizado bajo la forma
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de compra-venta. (...) la mano de obra, la tierra y el dinero debían transformarse realmente en mercancías, ya que en efecto no se producían para su venta en el mercado. Pero la ficción de que si se producían para tal propósito se convirtió en el principio organizador de la sociedad” (Polanyi,1992:81-82).
Por su parte el formalismo hacia suya cierta visión según la cual la racionalidad, la única
racionalidad, se encontraba en la economía de mercado, retomando de esta manera planteos
weberianos.
“Una relación de cambio racional solo se desarrolla atenida a los procesos del mercado y en su forma más elevada si se trata de bienes utilizados o cambiados con fines lucrativos” (Weber,1944:54).
Cuando los autores enrolados tanto en el formalismo como en el sustantivismo, realizaron
investigaciones de campo, abandonaron o relativizaron sus supuestos teóricos ante las
dificultades metodológicas para confirmarlos. Godelier señaló acertadamente que tanto el
formalismo como el sustantivismo, son variantes del empirismo funcionalista predominante en la
economía y en la antropología anglosajona.
“...Al emprender el análisis de las relaciones precapitalistas y capitalistas, se pone de manifiesto esta profunda convergencia, ya que R. Firth, Salisbury, Scheneider y los formalistas, por una parte, y Dalton, Polanyi y los substantivistas por otra, estan de acuerdo en afirmar, como empiristas, que las cosas son como parecen, que el salario es el precio del trabajo, que el trabajo es un factor de la producción entre otros, y en consecuencia que el valor de las mercancías no reside únicamente en el gasto del trabajo social, etc. Las dos corrientes, pues, están de acuerdo sobre las tesis esenciales de la economía política no marxista y sobre las definiciones “empíricas” de las categorías de valor, precio, salario, beneficio, renta, interés, acumulación, etc. La diferencia, no obstante, es que los substantivistas se niegan a aplicar al análisis de todos los sistemas económicos estas categorías cuya utilización restringen exclusivamente al análisis de las economías de mercado” (1976:284).
El discurso de Godelier reproduce la construcción bipolar de la polémica entre formalistas y
sustantivistas. Si para los autores participantes en el debate el eje de la discusión pasaba por la
aplicabilidad de las leyes económicas de la Economía Política (por lo que la controversia se
centraba en una posición particularista y otra universalista), para Godelier, la oposición se da
entre las propuestas metodológicas de una economía marxista y otra no marxista. La primera
provista de un instrumental teórico capaz analizar las condiciones de surgimiento y evolución de
los sistemas socioeconómicos, mientras que la segunda, de características marcadamente
residuales, resulta desprovista de cualquier capacidad explicativa. Se elimina así, la oposición
formalismo-sustantivismo englobando ambas posturas en un indiferenciado limbo empirista.
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Sin embargo es posible reconocer, que de acuerdo a la posición sustentada, los autores se
preocupaban por estudiar determinado tipo de temáticas. Así, los formalistas intentaron analizar
el proceso empresarial en “sociedades primitivas” (Barth,1974; Paine,1963; Salisbury,1962), las
respuestas a la introducción de nuevas tecnologías (Epstein,1963; Sharp,1981) y las
motivaciones para el comercio (Pospisil,1963); mientras que los sustantivistas se concentraron
en investigar los mecanismos institucionalizados de intercambio (Polanyi, Arensberg y
Pearson,1976), las características de los mercados (Bohannan y Dalton,1962) y el impacto de la
moneda en las “economías primitivas” (Bohannan,1981).
Por cierto, ambas corrientes se centraron en los procesos de intercambio, diferenciándose en
que mientras los sustantivistas partían de una concepción institucionalista, los formalistas lo
hacían desde una posición atomista. Dicha posición atomista es retomada por los continuadores
de las escuela formalista, que realizan investigaciones enmarcadas en lo que Orlove denomina
acertadamente “teoría de la decisión”. El propósito de estos autores es analizar “en los términos
mas amplios posibles”, en que medida determinadas construcciones culturales, sociales y
materiales influyen en el mecanismo de opción de los individuos entre distintos comportamientos
alternativos (Orlove,1986).
Apoyados en el desarrollo de la antropología cognitiva estudian tanto el los procesos
decisionales como los resultados que generan.
“Como antropólogos, nuestra contribución no solo consiste en mencionar los factores sociales de la producción que pudieran pasar por alto los economistas, sino también en tratar de delinear la estructura de situación en la que el agricultor debe tomar sus propias decisiones productivas, así como el proceso mismo de la toma de decisiones” (Ortiz,1974:192).
La noción de racionalidad ocupa un lugar central en esta corriente teórica. La racionalidad del
actor se da por descontada y consiste en su capacidad para evaluar comparativamente las
distintas opciones, su clasificación en una estructura jerárquica y la acción en consecuencia del
logro del objetivo seleccionado.
El actor escogerá aquella opción que ha clasificado como la mejor. Ortiz (1974) señala que es
tan importante tener en cuenta los beneficios que obtendrá como aquellos a los que tendrá que
renunciar al ejercer su elección. De esta manera cada elección es una privación (o mejor dicho,
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múltiples privaciones). De acuerdo con esto, la racionalidad es de los actores (no de los sistemas
económicos) y el costo de oportunidad, el sustento sus decisiones.
Según Orlove el enfoque de los “teóricos de la decisión” se diferencia del formalista por la
adopción de modelos mas precisos de adopción de decisiones debido al aporte de la
Antropología cognitiva. En realidad, el enriquecimiento se debe que se complejiza el escenario
de elección del actor merced a la inclusión de un “cuadro de situación” mas amplio en el cual
tienen mayor incidencia las “preferencias personales” y la consideración de los “rendimientos
sociales”. Este último concepto y su relación con la visión ortodoxa de rendimiento económico es
desarrollada por Ortiz en su trabajo sobre la toma de decisiones entre los indios de Colombia.
“No estoy haciendo referencia tan solo a las expectativas de un rendimiento de bienes y servicios, sino de sanciones de aprobación, apoyo moral, prestigio, etc. En este sentido mas general, según el cual el rendimiento social y el llamado rendimiento económico se entrelazan uno con otro, estoy empleando el concepto de utilidad. La preferencia puede consistir en incrementar los activos productivos o en aumentar los activos sociales. Al usar el término “utilidad” en este sentido, también puede entenderse la racionalidad del comportamiento del consumidor en una sociedad individualista, altamente industrializada” (1974:194).
Plattner se muestra en alguna medida coincidente con las posturas de los “teóricos de la
decisión”, pese a rescatar el concepto de incrustación, cuyo origen, como ya hemos señalado,
se encuentra en la escuela sustantivista. Para este autor, el debate entre formalistas y
sustantivistas pierde vigencia por la aceptación “generalizada” de ciertas premisas.
“A estas alturas, y una vez transcurridos varios años, los temas parecen haberse definido más claramente. Hemos adoptado la verdad sustantivista que sostiene que todas las economías estan “incrustadas”, es decir, que la economía es un aspecto de la vida social mas que un segmento de la sociedad (Gudeman, 1986). La escasez de recursos (de acuerdo a la amplia definición, que incluye factores como el tiempo y la energía) es una verdad indiscutible y obvia, en tanto que los análisis del comportamiento tribal han demostrado el acierto del punto de vista de la elección racional” (1991:35).
Este planteo, que reduce las oposiciones entre la corriente formalista y sustantivista, también es
desarrollado por Orlove, quien somete a pruebas de validación, a partir del análisis de un caso
sobre el intercambio en el Lago Titicaca, a los distintos “enfoque competidores” (Formalismo-
sustantivismo-marxismo) y sus desarrollos ulteriores (teóricos de la decisión-culturalistas-
neomarxistas); señalando que cada uno posee un grado de eficacia, de acuerdo al fenómeno
que se desee investigar. Así, la propuesta sustentada por los teóricos de la decisión se muestra
mas eficaz para analizar el fenómeno “precio” mientras que la desarrollada por los culturalistas
resulta pertinente para explicar las características del intercambio.
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Si los formalistas encontraron en los teóricos de la decisión sus continuadores dado que
recogieron con entusiasmo los principales elementos desarrollados por esta escuela y las
enriquecieron con modelizaciones mas amplias y complejas, las investigaciones sustantivistas
fueron continuadas por un grupo de antropólogos que plantearon la vigencia de un orden cultural
(Sahlins,1997), cultural y cognoscitivo (Kopytoff,1991), valorativo (Appadurai,1991) y simbólico
(Douglas e Isherwood,1990) a partir del cual se debían interpretar los actos económicos.
Sahlins no había sido ajeno a los fragores del debate formalista-sustantivista; su trabajo “La
economía de la edad de piedra” constituye un serio cuestionamiento a la “universal naturaleza
maximizadora de hombre”. Años mas tarde, este autor desarrolló una fuerte crítica a las
concepciones utilitaristas “según las cuales la cultura deriva de la actividad racional de los
individuos que persiguen sus intereses mas convenientes” (1997:9). No resultan fundamentales
para él, las constricciones materiales que sufre la cultura sino el hecho de que la misma se
ajusta de acuerdo a una estructura simbólica particular. La crítica al economicismo marxista, al
fetichismo ecológico, al reduccionismo estructuralista y al utilitarismo subjetivista lo llevan a
desechar la idea que la cultura se formula a partir de la actividad práctica y del interés utilitario.
En este punto, la racionalidad de los actores y la tendencia a la maximización, así como también
las características de los procesos de toma de decisiones planteado por los autores enrolados en
la teoría de la decisión, resultan fuertemente cuestionados. La vigencia de un orden simbólico y
cultural particular planteado por Sahlins choca con la modelización universal de los procesos de
toma de decisiones.
Coincidiendo con esta línea teórica, Kopytoff señala que la producción de mercancías es también
(además de un hecho económico) un proceso cultural y cognocitivo. Que cosas son
consideradas mercancías y cuales no, es el resultado de un proceso clasificatorio. Para este
autor, “...las mercancías son un fenómeno cultural universal” (1991:94); lo que es particular,
singular y específico de cada construcción cultural es el proceso mediante el cual son
intercambiadas.
“La tendencia contraria a esta embestida de la mercantilización es la cultura. En la medida en que la mercantilización vuelve homogéneo al valor, mientras que la esencia de la cultura es la discriminación, la mercantilización excesiva resulta anticultural...” (1991:100).
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Por el contrario, Douglas e Isherwood consideran que los bienes resultan necesarios para hacer
evidentes y estables las categorías de la cultura. Alejándose de cualquier interpretación
utilitarista e higienista las mercancías tienen, además de su valor de uso, la cualidad de
establecer y mantener relaciones sociales (1990:74-75). La función principal que tiene el
consumo de mercancías es la capacidad para crear sentido.
“Olvidémonos de la idea de la irracionalidad del consumidor. Olvidémonos de que las mercancías sirven para comer, vestirse y protegerse. Olvidemos su utilidad e intentemos en cambio adoptar la idea de que las mercancías sirven para pensar; aprendamos a tratarlas como un medio no verbal de la facultad creativa del género humano.(1990:77)
Para esos autores, el consumo de mercancías contribuye a la construcción de un orden
simbólico y responde a la necesidad de toda sociedad de disponer de ciertas formas
convencionales para seleccionar y fijar significados que sean producto de un acuerdo elemental.
Estos fluyen erráticamente, y, el principal problema de la vida social consiste en inmovilizar los
significados, puesto que permanecen quietos solo durante un breve instante. Esta selección y
fijación se realiza en la sociedad mediante la práctica de rituales. (Rotman, 1996:16).
Si para Douglas e Isherwood el flujo de significados resulta relevante para Appadurai (1991) este
coincidiría con el flujo de mercancías adjudicándole a este último, un rol esencial. Considera,
siguiendo a Simmel que el intercambio es la fuente de valor y no a la inversa. Este intercambio
se presenta en un flujo de mercancías que siguen una serie cambiante de rutas mercantiles
reguladas culturalmente. En estas rutas circulan bienes intercambiados bajo características
mercantiles y otras que responden a otras lógicas de intercambio tales como el trueque y los
regalos.
En realidad esto ya había sido insinuado por Baudrillard (1989) quien planteó que la demanda y
el consumo constituyen un aspecto central de la economía política, en la medida que las
mismas se relacionan íntimamente con las prácticas clasificatorias de la sociedad.
Su análisis de la subasta de la obra de arte preanuncia el aporte de Kopytoff (1991) sobre la
utilidad de reconstruir la biografía social de las cosas
“El acto decisivo es el de una doble reducción simultánea, el del valor de cambio (dinero) y del valor simbólico (el cuadro como obra), y de su transmutación en valor/signo (el cuadro firmado, valor suntuario y objeto raro) por el gasto y la competición agonística” (Baudrillard,1989:121-122)
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El pasaje de una lógica del valor de cambio (equivalencia) y del valor simbólico (ambivalencia) a
una del valor de signo (diferenciación) no hace mas que evidenciar la trayectoria del cuadro
subastado que finaliza en el acto de consumo. Este recorrido lo lleva de ser una mercancía
(indiferenciada y pasible de ser intercambiada por su equivalente) a su constitución como objeto
singular y diferenciado.
Como se podrá apreciar, los autores culturalistas presentan diferencias apreciables entre sí. El
“orden cultural” al cual debe ceñirse lo económico se limita a determinada conformación
simbólica general o es producto de procesos clasificatorios que reproducen el orden social?. La
cultura responde a una concepción regional de la totalidad social y dentro de la misma es fruto
de la jerarquización de una instancia específica (la simbólica), o es coconstituyente de la
estructuración global de la totalidad social?
Sin dar respuestas a estos interrogantes y sin establecer diferencias entre los distintos autores,
Orlove (1986) señala que la corriente culturalista entiende a las economías como sistemas,
realizando esfuerzos por establecer las correspondencias entre lo económico y el sistema social,
recuperando de esta manera los postulados clásicos de la Escuela Sociológica Francesa.
La preocupación de los autores enrolados en esta corriente no consistió en debatir en torno a
ciertas premisas teóricas respecto a la consideración de lo económico (tal como los hacían sus
predecesores sustantivistas respecto a los formalistas) sino por establecer la preeminencia de un
orden cultural sobre el sistema económico en sociedades particulares.
Así, Sahlins (1990) analiza el impacto de la llegada de mercancías en la cultura china arribando
a la conclusión de que es la matriz cultural de dicho pueblo la que las resignifica y cambia su
sentido. En tal sentido, la circulación de mercancías en el espacio intercultural adquiere una
lógica particular a la cual se subordinan los sentidos específicos que les dieron origen.
De la misma manera Douglas (1981) plantea una explicación culturalista, procurando rebatir
cualquier intento explicativo centrado en una aproximación ecológica, sobre las diferencias entre
los “improductivos” lele y sus vecinos; los “exitosos” bushong.
“La preferencia por sus propias técnicas inferiores, a pesar de la coincidencia de los mejores métodos que utilizan del otro lado del río (los bushong), dependen de determinadas instituciones y estas , a su vez, de su historia y de su medio ambiente. Mediante el análisis económico
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podemos romper el efecto de las elecciones, cada una de ellas adoptadas con bastante razón en su propio contacto restringido. Al seguir la interacción de estas elecciones, una tras otra, podemos ver como el molde muy idiosincrático de la cultura lele esta muy relacionado con un cierto bajo nivel de producción. (186-187).
Gudeman (citado en Orlove 1991) señala que el valor del arroz en los pequeños productores de
Panamá no posee una relación directa con los precios de mercado ni con sus propiedades
nutricionales (explicaciones de tipo utilitarista) sino con la construcción de determinado tipo de
relaciones sociales en relación al uso de la tierra y a la particular concepción cultural de dichos
productores sobre este recurso.
Como ya hemos insinuado, los autores culturalistas no constituyen una corriente homogénea, ni
tampoco representan la continuidad mecánica del sustantivismo. Sin embargo, más allá de los
matices, rechazan la concepción atomista de los económico y reconocen que el orden cultural
resulta altamente significativo para la determinación del valor.
Reflexiones finales.
La constitución de la Antropología Económica no ha escapado a ciertos estigmas que signaron el
proceso de conformación de la Antropología como ciencia. Su aproximación a las “economías
primitivas” reprodujo las limitaciones teóricas y metodológicas de la disciplina. La simple
elección/construcción de su objeto de estudio y la discusión sobre sus incumbencias
(regionales/universales) expuso dramáticamente las constricciones a partir de las cuales se
debía iniciar el progreso disciplinar.
Por otra parte la validación de la Antropología en general y la Antropología Económica en
particular no podía hacerse si se mantenían los criterios a partir de los cuales había acaecido la
división del trabajo científico. El estigma de la Antropología como ciencia de las sociedades
primitivas y consecuentemente la Antropóloga Económica como la disciplina que estudiaba las
“economías primitivas” conducía a caminos sin salida, no por la anunciada “pérdida del mundo
primitivo” (Kaplan y Manners,1981) sino por la imposibilidad de concebir procesos económicos
en los que se relacionan una multiplicidad de formas sociales y en los cuales prima la lógica de
acumulación capitalista.
Las limitaciones teóricas para abordar estos procesos no solo fueron de la Antropología. Las
ciencias sociales como señala Wolf (1993), resultaron impotentes para la comprensión de un
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mundo interconectado. La Economía Política, la Sociología, y la Historia centraron sus
investigaciones en el “mundo civilizado” (Godelier,1976). Las oposiciones macro/micro, “mundo
primitivo/mundo civilizado, tradicional/moderno, Folk/urbano, no hicieron mas que encubrir bajo
un nuevo lenguaje las construcciones polares de Tonnies (Gemeinschaft-Gesellschaft) o
Durkheim (solidaridad orgánica-solidaridad mecánica) y dieron sustento a la división del trabajo
científico antes aludida.
El debate entre formalistas-sustantivistas, coconstituyente de la Antropología Económica, arrojó
resultados positivos, mas que por haber saldado los puntos controversiales por haber dejado en
claro lo estéril que resultaba plantearlos en esos términos. Las preguntas, antes que
contestadas, debían ser reformuladas. La controversia entre lo universal y lo particular planteada
como eje del debate, lleva de suyo una apropiación específica del campo de lo económico. El
acierto mayor de los autores que contribuyeron a superar el esquema discursivo del debate
consistió en no inmovilizarse frente a los límites que el mismo planteaba y avanzar en
investigaciones que conducían a nuevos interrogantes.
A su vez, desde la perspectiva marxista se superaron las pretensiones setentistas de anexar la
antropología económica “al ámbito del materialismo histórico” (Terray,1977:105) y los planteos
de construir una ciencia única de lo social (Godelier 1974 y 1976). El espacio de la Antropología
Económica podrá consolidarse a partir de la redefinición de sus relaciones con otras ciencias
sociales, de su objeto de estudio y de sus planteos teórico-metodológicos antes que debido a su
fusión en una “gran ciencia social”. El materialismo histórico, mas que constituir un ámbito
hegemónico al cual fueran anexadas las distintas ciencias sociales, constituyó un paradigma que
permeó las mismas sin que estas perdieran su especificidad.
Los aportes de Worsley (1974), Wallerstein (1990) y Wolf (1993) resultan sin dudas significativos.
Alejados de las limitaciones que circunscriben lo antropológico a una perspectiva micro, que
dificulta la investigación de procesos económicos complejos, plantean una redefinición de la
unidad de análisis en Antropología, comprendiendo cabalmente que el capitalismo es el primer
sistema económico con vocación mundial. El abordaje de los procesos en los que el capital
destruye y reconstruye, subordinando a su lógica reproductiva una gran variedad de formas
sociales, no podía hacerse desde el “corset” teórico-metodológico planteado en los inicios de la
Antropología Económica, no dentro del esquema “discursivo” de las posiciones formalistas y
sustantivistas. Resultaba imposible, dentro de estos límites percibir que el Estado y el mercado
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no son entidades abstractas e inconexas que sirven para cortar aguas dentro de las
subdisciplinas antropológicas (formalistas-sustantivistas en la Antropología Económica,
maximalistas-minimalistas en la Antropología Política), que la instanciación de la totalidad social
es solo resultado de una práctica analítica y que la racionalidad de actores, instituciones y
sistemas solo puede ser concebida en términos históricos.
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