darcy´s diary - español - parte 1 de 2
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EL DIARIO DEL SR. DARCY
Traducción: Maryll100
Orgullo y Prejuicio: Es el turno de Darcy para contar su versión de la historia...
JULIOJULIOJULIOJULIO
Lunes 1ro de julio
He hecho lo correcto al establecer a Georgiana en Londres, ¿verdad? El
verano va a ser muy caluroso, y cuando la visité esta mañana, la
encontré sin su energía habitual. Creo que la enviaré a la costa en estas
vacaciones.
Martes 2 de julio
Le he dado instrucciones a Hargreaves de que busque una casa
disponible en Margate, o tal vez Ramsgate, para Georgiana. Me gustaría
ir con ella, pero me es difícil encontrar un nuevo administrador para
reemplazar a Wickham y no puedo perder el tiempo.
¡Wickham! Es extraño que un sólo nombre pueda generar sentimientos
tan contradictorios. El administrador de mi padre fue un hombre que
admiré y respeté, pero su hijo es un hombre que no puedo soportar. Me
cuesta creer que George y yo fuimos amigos de niños, pero George era
diferente entonces.
A veces me pregunto cómo un muchacho que tuvo tantas ventajas,
quien fue bendecido con una buena apariencia, maneras y educación, y
que fue el hijo de un hombre tan respetable, se haya vuelto tan malo.
Cuando pienso en la disipación que se ha permitido desde la muerte de
su padre...
Me alegro de no haber oído de él recientemente. Nuestro trato el último
año no fue placentero. Cuando me preguntó por el beneficio que mi
padre en vida quiso para él, se resintió por mi negativa a dárselo,
aunque él sabía muy bien que había perdido todo derecho a reclamarlo,
y que su carácter era totalmente inapropiado para la iglesia.
Afortunadamente, una suma de dinero selló el asunto. Temí que se
acercara de nuevo cuando se le terminara, pero finalmente le convencí
de que no recibiría más ayuda de mi parte. Por causa de la amistad que
una vez tuvimos le dí mucho, pero no le ayudaré más. La única persona
que puede ayudar a George Wickham ahora es él mismo.
Sábado 6 de julio
Hargreaves ha encontrado una casa para Georgiana en Ramsgate, y su
dama de compañía, Mrs Younge, la ha inspeccionado. Ella la encuentra
apropiada, por lo que la alquilaré. Ramsgate no está muy lejos, y podré
reunirme con Georgiana siempre que los negocios me lo permitan.
Estoy seguro de que el aire del mar la revivirá y estará de buen humor
otra vez.
Martes 10 de julio
No me había dado cuenta de cuánto extrañaría a mi hermana. Me he
acostumbrado a hablar con ella todos los días. Pero ella está en buenas
manos, y yo estoy persuadido de que lo disfrutará mucho. Cené con
Bingley esta tarde. Él aún está en la ciudad, pero viajará al norte a ver a
su familia la próxima semana.
“Creo que sabes, Darcy, que alquilaré una casa para el invierno”, dijo
después de la cena.
“¿En la ciudad?”
“No. En el campo. Tengo en mente comprar una estancia. Caroline
siempre me dice que debería tener una, y estoy de acuerdo. Voy a
alquilar una propiedad primero, y si me gusta, la compraré”.
“Creo que es una excelente idea. Dejarás de deambular por todo el país”,
le dije.
“Exacto lo que pienso. Si tengo una casa la mitad de fina que Pemberley,
no siempre iría de un lugar a otro. Podría invitar compañía para
quedarse conmigo, en lugar de viajar a lo largo y ancho del país para
encontrarla”, respondió.
“¿Dónde piensas buscar?”, le pregunté, cuando terminé mi bebida.
“En el algún lugar en el medio del país. No muy al norte, y no muy al sur.
Caroline me recomendó el condado de Derby, pero ¿por qué debería
vivir en Derby? Si quiero visitar esa parte del país me puedo quedar en
Pemberley contigo. Le dije a mi agente que busque algo en el condado
de Hertford, o en los alrededores. Confío en que lo inspecciones
conmigo cuando encuentre algo”.
“Si sigues adelante con esto, entonces estaré encantado de hacerlo”.
“¿No crees que lo haré?”
“Creo que cambiarás de opinión tan pronto veas una cara bonita,
después de lo cual decidirás quedarte en Londres”, dije con una sonrisa.
“Me crees muy débil”, dijo riendo. “¡Pensé que eras mi amigo!”
“Y lo soy”.
“¿Y aún así me crees capaz de abandonar mi plan? Por mi honor, no me
disuadirán tan fácilmente, y nada me detendrá hasta alquilar una casa
en el campo. ¿Vendrás a visitarme?”
“Por supuesto”.
“Y debes llevar a Georgiana. ¿Cómo está ella? No la he visto en meses.
Debo llevar a Caroline y visitarla”.
“Ella no está en Londres en este momento. La he enviado a Ramsgate
por el verano”.
“Muy sabio. Yo mismo no puedo esperar para irme de la ciudad”.
Partimos después de la cena. Si fuera aún la temporada, no tendría
muchas esperanzas de que él encontrara un lugar, por mucho que
proteste. Pero como Londres esta vacío de compañía femenina,
entonces pienso que puede mantenerse en su propósito – aunque
alguna joven en el norte podría aparecer para captar su atención, ¡tras
lo cual él se quedará en casa hasta Navidad!
Viernes 12 de julio
Recibí una carta de Georgiana esta mañana. Es alegre y afectuosa, y
estoy conforme con haberla enviado a la playa. Ha llegado segura a
Ramsgate y escribe sobre su placer en la casa:
Es pequeño comparado con mi lugar en Londres, pero es muy confortable
y tiene una hermosa vista del mar. Mrs Younge y yo hemos ido a la playa
esta mañana, ya que estoy ansiosa por hacer un dibujo de la costa. Te lo
enviaré cuando lo termine.
Tu afectuosa hermana, Georgiana
Doblé la carta e iba a guardarla en mi escritorio con las otras cuando
noté la escritura de una de sus cartas anteriores. La tomé así pude
comparar las dos. Ella ha hecho un gran progreso, tanto en su escritura
como en el estilo de sus cartas, en los últimos años. Sin embargo,
confieso que encuentro sus cartas anteriores encantadoras, aunque su
escritura sea pobre y la ortografía espantosa.
Cuando releí sus cartas, recordé cuán preocupado estuve de que ella no
fuera feliz en el colegio, pero no tenía que preocuparme. Le gustaban
sus maestros, e hizo un buen número de amigas allí. Tendré que
sugerirle que invite a alguna de ellas a quedarse con ella en Londres
durante el otoño. Si voy a ayudar a Bingley a encontrar su estancia, una
amiga le será de alguna compañía a Georgiana mientras yo esté lejos.
Martes 16 de julio
Cabalgué con el coronel Fitzwilliam esta mañana. Me dijo que ha estado
en Rosings y que vio a Lady Catherine, y que ha designado a un nuevo
párroco. Por un momento temí que fuera Wickham, sabiendo que si
había oído hablar de la riqueza de Rosings, podría haber intentado
congraciarse con mi tía.
“¿Cuál es el nombre del párroco?”, pregunté.
“Collins”.
Respiré de nuevo.
“Un joven pesado de la manera más extraordinaria”, continuó el coronel
Fitzwilliam. “Una mezcla de servilismo y vanidad. Adula todo y
cualquier cosa. Habla sin cesar pero no dice nada. No tiene opiniones
propias, excepto su idea de su propia importancia, la cual es tan
absurda como inquebrantable. Sin embargo a mi tía le agrada bastante.
El cumple bien sus tareas y es útil para una mesa de cartas”.
“¿Está casado?”
“No creo que tarde mucho en tomar esposa”.
“¿Está prometido, entonces?”
“No, pero mi tía encuentra tedioso a Rosings con poca gente para
entretenerla, y creo que pronto le dirá que debe casarse. Una nueva
novia será una diversión para ella, y tendrá a alguien para... ayudar”,
dijo con una gran sonrisa.
“A ella le gusta ser servicial”, remarqué, devolviéndole la mirada.
“Y ella está en tan buena posición que otra gente tiene pocas
posibilidades pero agradecen su consejo”, agregó.
Ambos hemos recibido una gran cantidad de consejos de Lady
Catherine. La mayoría han sido buenos, pero igualmente muchas veces
he sentido alivio de que Rosings no esté en el condado de Derby, si no
en el lejano Kent.
“¿Cómo está Georgiana?”, preguntó cuando dejamos el parque y
comenzamos a regresar a mi casa.
“Muy bien. La he enviado a Ramsgate por el verano”.
“Bien. Hace mucho calor en la ciudad para ella. Mucho calor para
cualquiera”, dijo. “Voy a ir a Brighton la próxima semana. Es una lástima
que no vaya a verla, pero la próxima vez que esté en la ciudad voy a
asegurarme de hacerle una visita. ¿Tú te reunirás con ella en
Ramsgate?”
“No aún. Tengo mucho que hacer”.
“¿Pero irás a Pemberley?”
“Mas adelante este año, sí”.
“Te envidio Pemberley”.
“Entonces deberías casarte. Eso te permitiría comprar un lugar propio”.
“Si encuentro una heredera adecuada, lo consideraría, pero por el
momento estoy disfrutando la vida de soltero”.
Con esto partimos, él fue a sus barracas y yo regresé a la casa.
Domingo 28 de julio
Finalmente mis negocios en la ciudad se terminaron, y estoy libre para
visitar a Georgiana. Pienso ir temprano mañana y sorprenderla.
Lunes 29 de julio
No tenía idea, cuando salí para Ramsgate esta mañana, de lo que me
esperaba. El tiempo estaba óptimo y todo prometía un día para
disfrutar. Llegué a la casa de Georgiana y me alegré de encontrarla
ordenada y bien cuidada. Fuí anunciado por la doncella, y siendo el
establecimiento demasiado chico para permitir todo el personal, me
encontré a Mrs Younge en el salón. Sorprendida por mi llegada, me miró
con consternación.
“Mr Darcy. No lo esperábamos hoy”.
“Pensé que sorprendería a mi hermana. ¿Dónde está?”
“Ella está... afuera... dibujando”.
“¿Sola?”, pregunté.
“Oh, no, por supuesto que no, con su doncella”.
“No la contraté a usted para que se quede en casa mientras mi hermana
va afuera con una doncella”, dije, disgustado.
“De ordinario la he acompañado, por supuesto, pero estuve forzada a
quedarme adentro esta mañana. Yo estuve... indispuesta. Comí algún
pescado en mal estado... no me sentía bien. Miss Darcy estaba ansiosa
por continuar su dibujo, y como el clima estaba bueno no quise
arruinarle a su hermana la diversión. Su doncella no es una joven niña,
si no una mujer sensible que no la perjudicará”.
Me había tranquilizado. Mrs Younge en verdad se veía mal, aunque en
ese momento yo desconocía la verdadera causa de su palidez.
“¿Por dónde se fueron?”, pregunté. “Me uniré a ellas. Puedo quedarme
con ella mientras dibuja, y podemos regresar juntos”.
Ella dudó un momento antes de decir: “Ellas tenían la intención de ir
por el margen derecho de la costa, así Miss Darcy podría finalizar un
dibujo que ya había comenzado”.
“Muy bien, las seguiré y la sorprenderé”.
Fui hacia el hall, pero en ese mismo momento vi a Georgiana bajando
las escaleras. Me sobresalté. Estaba vestida con ropa de entrecasa y no
mostraba indicios de haber estado dibujando. Le iba a preguntar a Mrs
Younge qué quiso decir con su invento, cuando ella misma habló.
“Miss Darcy, pensé que ya había salido”, dijo. “Aquí su hermano ha
venido a verla”. Luego agregó: “Recuerde, una pequeña resolución es
todo lo que necesita, y usted tendrá todo lo que su corazón desea”.
Yo pensé en que su lenguaje había sido extraño, pero lo tomé como que
si Georgiana se aplicaba sería capaz de terminar su dibujo para su
satisfacción. ¡Qué equivocado estaba!
“Fitzwilliam”, dijo Georgiana poniéndose pálida.
Ella se frenó en las escaleras y no bajó. De pronto me pareció verla muy
joven y desconcertada. Me alarmé, y pensé que no se encontraba bien.
“¿Qué sucede? ¿Estás enferma?”, pregunté. “El pescado – ¿tú también
comiste?”
“¿Pescado?”, preguntó, perpleja.
“El pescado en mal estado que comió Mrs Younge. ¿Tú también comiste
uno?”
“Oh, no”, dijo, retorciéndose las manos.
“No estás bien, sin embargo”, dije, notando un brillo de sudor en su
frente y viendo cuán blanca se había puesto.
Tomé su mano y la llevé hacia el salón. Mrs Younge iba a seguirnos
cuando le dije: “Busque al doctor”.
“No creo –” comenzó a decir, pero la detuve.
“Mi hermana no está bien. Envíe por el doctor”.
Mi tono no le dejó opción y se fue. Cerré la puerta.
Georgiana había caminado hasta la ventana, y estaba más pálida por
momentos.
“Aquí”, le dije, tomando una silla y ayudándola a sentarse.
Pero ella inmediatamente se levantó de nuevo.
“No, no puedo”, dijo tristemente. “No puedo decepcionarte, no importa
lo que él diga”.
Yo estaba espantado. “¿No importa lo que él diga?” repetí, al final.
Ella asintió seriamente. “Él dijo que si tú sabías de esto nos detendrías”,
continuó miserablemente.
“¿Quién, Georgiana?”
“George”, dijo, inclinando la cabeza.
“¿George?”
“Sí, George Wickham. Mrs Younge y yo lo encontramos por casualidad
en la orilla del mar. Está de vacaciones aquí. Nosotros conversamos, y él
me dijo cuánto le dolió que haya habido alguna frialdad entre ustedes
últimamente. Yo, también, lo he lamentado. Me gustaba mucho más
cuando ustedes eran amigos. No estaba bien que existiera algo sin
concluir entre ustedes. Me sentí aliviada cuando me dijo que sólo había
habido un tonto malentendido, y que todo había sido aclarado, por lo
que no había motivos para no estar juntos confortablemente. Él me
recordó el tiempo en que montaba en mi pony y me hacía cabalgar por
el jardín, y de cuando me regaló una bolsa llena de bellotas”, dijo ella
sonriendo. “Dijo que se sentía afortunado de que nos hayamos
encontrado, así podríamos renovar nuestra amistad. Le dije que ya no
me gustaban las bellotas, y él se rió y dijo que entonces me regalaría
diamantes en su lugar”.
“¿De veras?” pregunté. “¿Y Mrs Younge que dijo de eso?”
“Ella dijo que era perfectamente apropiado que entretuviera a un amigo
de la familia. No lo habría hecho de otra manera”, dijo mi hermana.
“¿Entretenerlo?”, pregunté, sintiéndome más y más alarmado.
“Sí. Él cenó aquí en una ocasión, y se unió a nosotras durante el día si el
tiempo estaba lluvioso. Juega ajedrez tan bien como siempre, pero yo
estoy mejorando y le he ganado dos veces”.
Hubo algo de viveza en su cara al decir esto, pero vaciló de nuevo al ver
mi expresión.
“Te he decepcionado”.
“Para nada”, dije, recobrando mi compostura. “No hiciste nada malo”.
“No pensaba enamorarme de él, realmente no”, dijo suplicante. “Sé que
soy muy joven, pero él me dijo tantas cosas placenteras sobre el futuro
que creo ver nuestro casamiento como un hecho”.
“¿Casamiento?”, exclamé con horror.
“Él... ha dicho que me ama, y me ha recordado que yo le dije que lo
amaba”.
“¿Cuándo le dijiste eso?” demandé.
“Cuando caí de la verja del patio y él me levantó”.
“¡Pero tenías siete años!”
“Por supuesto, fue sólo una cosa de chicos en ese momento, pero cuanto
más lo vi aquí, más me he convencido de que estuve enamorada de él
antes. Sólo no me gusta la idea de decepcionarte. Yo quise que todo
fuera abierto. Le dije que él debería pedirte mi mano de la manera
tradicional, pero él dijo que tú nos dejarías que nos casáramos hasta
que yo tuviera dieciocho, y que perderíamos tres preciosos años de
nuestra vida juntos. Él dijo que deberíamos fugarnos, y enviarte una
carta desde los Lagos después”
“¿Y tú estuviste de acuerdo?” pregunté consternado.
Ella bajó la voz.
“Pensé que sonaba como una aventura. Pero ahora que te veo, y sé lo
mucho que te aflige, no me parece para nada una aventura”.
“No lo es. Es un engaño del la forma más vil. ¡El te ha hablado de amor
para ganar tu fortuna, y para herirme! ¡Persuadirte de que te olvides de
tus amigos y familia y escapes con él hacia tu propia ruina es
monstruoso!”
“¡No!” exclamó. “No es así. Él me ama”.
Vi el miedo en sus ojos y no quise continuar. Para ella, entender que el
sinvergüenza no la amó nunca seguramente la heriría. Pero no podía
dejarla seguir creyendo una mentira.
“No quiero decirte esto, Georgiana”, dije suavemente, “pero debo
hacerlo. Él no te ama. Te ha usado”.
Ante esto ella se quebró. Yo estaba impotente frente a sus lágrimas. No
sabía qué hacer, cómo consolarla, y en ese momento extrañé a mi madre
más que nunca. Ella sabría que hacer. Ella sabría que decir. Ella sabría
cómo consolar a su hija, cuando han jugado con sus sentimientos. Yo
sólo pude quedarme sin hacer nada y esperar que Georgiana superara
su dolor.
Cuando sus lágrimas comenzaron a cesar, le di mi pañuelo. Ella lo tomó
y se sonó la nariz.
“Debo hablar con Mrs Younge y asegurarme de que sepa lo que ha
sucedido a sus espaldas”, dije. “Ha sido una negligencia no darse
cuenta”.
Algo en la expresión de Georgiana me frenó.
“¿Fue a sus espaldas?”, pregunté.
Georgiana bajó su mirada hacia su regazo.
“Ella me ayudó a planear la fuga”.
Sentí crecer la furia en mí.
“¿Ella hizo eso?”
Georgiana asintió lastimosamente. Me partió el corazón verla así. ¡Que
la felicidad de mi hermana fuera destruida por un hombre indigno!
Puse mi mano sobre su hombro.
“No temas, Georgie”, dije con ternura. “Cuando seas mayor conocerás a
un hombre que te amará por ser tú misma. Un hombre bueno,
encantador, respetable que le gustará a tu familia. Un hombre que me
pedirá tu mano de la manera apropiada. No habrá necesidad de una
fuga. Tú tendrás una gran boda, con un espléndido vestido y una luna de
miel donde la desees”.
Ella intentó sonreír, y puso su mano sobre la mía.
“He sido un problema para ti”, dijo.
“Nunca”, le dije dulcemente.
Quise encontrar algo que la distrajera de sus tristes pensamientos. Dí
un vistazo por la habitación y mis ojos se detuvieron en uno de sus
dibujos.
“Esto está bien hecho”, dije. “Veo que has captado los botes pesqueros
llegando desde el mar”.
“Sí, tuve que levantarme muy temprano para observarlos. Los
pescadores estaban sorprendidos de verme sentada allí”, dijo.
Me complació que ella dejara a un lado mi pañuelo cuando tomó el
dibujo, y oír su voz más fuerte.
“Tal vez te gustaría terminarlo. ¿Lo puedes hacer adentro, o necesitas
salir de nuevo?”
“No, lo puedo hacer aquí. Ya he hecho lo suficiente para imaginar lo que
falta”.
“Bueno. Entonces te dejaré por unos minutos mientras hablo con Mrs
Younge”.
“¿No estarás enojada con ella?” preguntó Georgiana
“Estaré muy enojado con ella. Empacará sus maletas y dejará esta casa
dentro de una hora”.
Mi conversación con Mrs Younge no fue agradable. En primer lugar ella
negó conocer la amistad entre mi hermana y Wickham, diciendo que
nunca lo admitió en la casa y que de hecho no lo conocía.
Escucharla llamar a mi hermana mentirosa me hizo enojar más de lo
que había estado nunca y ella se encogió, admitiendo al final que había
alentado la amistad de Georgiana con él. Después de preguntarle más
descubrí que Mrs Younge conocía a Wickham de antes, y que el primer
encuentro entre él y Georgiana fue planeado. Ella entonces le dijo dónde
estarían cada día, así él pudo arreglar varios “encuentros casuales” más.
Después de ello animó a Georgiana a invitarlo a la casa, y le enseñó a
verlo primero como un amigo y luego como interés amoroso.
“¿Y por qué no lo haría?” preguntó cuando yo la recriminé. “Después de
que él ha sido tan maltratado por Usted. ¿Por qué él no podría tener lo
que le corresponde, además de un poco de diversión?”
Yo iba a permitirle una hora para empacar, pero cambié de opinión.
“Usted dejará esta casa inmediatamente.”, le dije fríamente. “Le enviaré
sus cajas luego”.
Ella pareció a punto de negarse, cuando una mirada a mi rostro le dijo
que sería inútil. Murmuró maldiciones por lo bajo, pero se puso su capa
y sombrero, y luego de recoger su canasta salió de la casa.
Cuando mi cólera se enfrió, le escribí a Wickham, Mrs Younge me había
dado su dirección, diciéndole que debe irse de Ramsgate de inmediato.
Además, le dije que si alguna vez intenta ver o hablar con Georgiana de
nuevo, yo lo arruinaría.
Aún estoy enojado mientras escribo. Que él pueda haber hecho algo tan
deshonesto. Que él haya usado a Georgiana en sus esquemas, su
compañero de juegos de tiempos apacibles.... ha perdido toda decencia.
Estoy casi tentado a exponerlo, pero si lo hago, la reputación de
Georgiana se verá afectada. Debo esperar que sus experiencias en estos
asuntos lo prevengan de hacer otra cosa parecida de nuevo.
AGOSTOAGOSTOAGOSTOAGOSTO
Jueves 1ro de agosto
He traído a Georgiana de nuevo a Londres. Ella se quedará conmigo
hasta que pueda encontrarle una nueva dama de compañía. Después del
problema con Mrs Younge, tengo miedo de dejarla, pero sé que debo
hacerlo. No puedo estar siempre en Londres, y ella no puede siempre
venir conmigo en mis viajes. Ella debe atender sus estudios. Sin
embargo, voy a asegurarme de no engañarme con tal compañía de
nuevo. No sólo seguiré referencias, yo mismo visitaré a sus anteriores
empleadores hasta quedar satisfecho de su honestidad y de que sea una
ser dama de compañía adecuada, antes de dejar a Georgiana a su cargo.
Es confortable para mí saber que el tiempo que Georgiana esté en
Londres, estará bajo la protección de mi fiel mayordomo y ama de
llaves. Han estado con la familia muchos años, y me alertarán enseguida
si algo anda mal. No pienso enviar a Georgiana lejos de la ciudad otra
vez, hasta que pueda ir con ella.
Miércoles 14 de agosto
“He encontrado una mujer que podría ser apropiada para Georgiana”,
dijo el coronel Fitzwilliam cuando cenó conmigo esta tarde.
Como él también es tutor de Georgiana, tuve que contarle lo que
sucedió en Ramsgate.
“¿Quién es ella?”
“Es Mrs Annesley. Viene de una buena familia, y su estancia con mis
amigos, los Hammonds, está llegando a su fin”.
“¿La conoces?”
“Sí, en varias ocasiones. Sé que los Hammonds están muy conformes
con ella”.
“Entonces llamaré a los Hammonds mañana y veré qué se puede
arreglar”.
Jueves 15 de agosto
Fui a visitar a los Hammonds y me encontré con que Mrs Annesley es
una mujer gentil y agradable, que me causó buena impresión por su
clase y su discurso. Ella tomará su posición con Georgiana la próxima
semana. Yo me quedaré en la ciudad por unas semanas para
asegurarme de que sea tan apropiada como parece, y luego haré varias
visitas inesperadas en los próximos meses para ver yo mismo que todo
esté en orden.
Mientras tanto, la amiga del colegio de Georgiana llegará pronto. Le
hará bien tener alguna compañía de su misma edad.
Viernes 23 de agosto
Mrs Annesley llegó esta mañana. Ella y Georgiana parecen llevarse bien
y creo que esta relación va a ser una feliz. Ella está encantada de saber
que la amiga del colegio de Georgiana está de visita, y ha hecho arreglos
para una variedad de salidas para las chicas. Espero que con esto
Georgiana se recupere totalmente de su asunto con Wickham. Estoy
convencido que para Navidad ella habrá quitado todo el incidente de su
mente.
Viernes 30 de agosto
Ahora que Georgiana está establecida, me siento más confiado de
dejarla si Bingley me necesita. Es una suerte, porque si lo dejo a él elegir
su propia estancia, va a elegir una con un río desbordado, o ratas, o una
renta exorbitante. Lo declarará fantástico y cerrará con el agente antes
de darse cuenta, y luego me preguntará cómo liberarse de su situación.
Va a ser mejor que lo ayude desde el comienzo, a tener que rescatarlo
después.
Debo confesar que tengo muchas ganas de verlo de nuevo. Estoy
cansado de Londres, y tengo ganas de visitar el campo.
SEPTIEMBSEPTIEMBSEPTIEMBSEPTIEMBRERERERE
Lunes 2 de septiembre
He recibido una carta de Bingley.
Mi estimado Darcy,
He encontrado una propiedad en el condado de Hertford que parece ser la
indicada. Bien ubicada, tanto que puedo irme a Londres cuando se me
antoje, o al norte de Inglaterra a visitar mi familia, y no está tan lejos de
Pemberley que no pueda ir a visitarte fácilmente, también. El agente me
la recomienda mucho, pero sé muy poco acerca de este tipo de cosas y me
gustaría que me aconsejes. ¿Te encontrarás conmigo allá?
Lunes 9 de septiembre
Dejé Londres hoy y me encontré con Bingley en Netherfield Park. Había
olvidado cuán buena compañía es; siempre dispuesto a estar
complacido y siempre animado. Después de mi verano difícil, es bueno
estar con él de nuevo.
“¡Darcy! Sabía que podía contar contigo. ¿Cómo estuvo tu verano? No
tan difícil como el mío, lo apuesto”.
No dije nada, lo que él tomó como un asentimiento.
“Caroline ha estado atormentándome estos tres últimos meses, pero
ahora que encontré una propiedad espero que esté satisfecha”.
Bingley estaba, por supuesto, encantado con todo lo que veía. Comentó
lo espléndido que era y no hizo ninguna pregunta sensata, si no que
caminaba por los alrededores con sus manos detrás como si hubiera
vivido allí por los últimos veinte años. Estaba contento con la ubicación
y con las habitaciones principales, y satisfecho con lo que el agente, Mr
Morris, dijo sobre su precio. No preguntó nada sobre la chimenea, o la
caza, o el lago, en verdad sobre nada.
“¿Está en buenas condiciones?” pregunté a Mr Morris.
Él me aseguró que sí, pero igualmente lo inspeccioné yo mismo.
“¿Será fácil encontrar sirvientes en el vecindario? Mi amigo traerá
algunos propios, pero vamos a necesitar criadas, jardineros y hombres
para el establo del área local”.
“No encontrará ninguna dificultad en conseguirlos en Meryton”.
“¿Qué piensas, Darcy?” preguntó Bingley, cuando completamos el
recorrido.
“El precio es demasiado alto”.
Mr Morris insistió en que era razonable, pero pronto le convencí de que
era excesivo, y propuso una suma mucho menor.
“Por mi honor, Darcy, no me gustaría oponerme a tí cuando te has
hecho una idea. ¡Pobre Mr Morris, podría haber estado de acuerdo
inmediatamente, y salvarse del esfuerzo de tener que discutir contigo!”
dijo Bingley, cuando hubo cerrado el trato con el agente.
Puede reírse, pero me agradecerá por mi cuidado cuando esté bien
establecido.
“¿Cuándo piensas tomar posesión?” le pregunté.
“Lo más pronto posible. Antes de San Miguel, con certeza”.
“Deberías enviar a algunos de tus sirvientes antes de venir, para que
puedan tener la casa lista para cuando llegues”.
“¡Piensas en todo! Los tendré aquí para el próximo fin de semana”.
Estoy contento de que haya seguido mi consejo. Si no, habría llegado al
mismo tiempo que sus sirvientes, y entonces se preguntaría por qué no
está la cena esperándolo.
Martes 24 de septiembre
“¡Darcy, bienvenido a mi estancia!” dijo Bingley cuando me encontré
con él en Netherfield Park hoy al mediodía. Sus hermanas, Caroline y
Louisa, estaban con él, así como el marido de Louisa, Mr Hurst. “La casa,
el vecindario, todo es exactamente como deseaba que fuera”.
“La estancia está bastante bien, pero el vecindario es pequeño, con muy
pocas familias”, señalé. “Te lo advertí en el momento”.
“Hay muchas familias”, dijo. “Suficientes para cenar con nosotros, ¿y qué
más queremos?”
“¿Compañía superior?” respondió Caroline satíricamente.
“¿Conversación entretenida?”
“Estoy seguro que tendremos todo eso” dijo Bingley.
“Debiste dejar que te ayudara a elegir la casa”, dijo Caroline.
“No necesité tu ayuda, tenía a Darcy”, dijo Bingley.
“Y es algo bueno, también. Sólo esta mañana le decía a Louisa que no
podrías haber encontrado una mejor”, dijo Caroline, sonriéndome.
“Por mi honor, no puedo pensar en una campo más fino que el condado
de Hertford”, dijo Bingley.
Él está encantado con el vecindario por el momento, pero yo pienso que
lo encontrará aburrido si se instala aquí por algún tiempo. Sin embargo,
es poco probable. Es tan caprichoso que probablemente se irá de nuevo
en un mes. Se lo dije a Caroline después de la cena.
“Es muy posible”, dijo ella. “Hasta entonces, nosotros debemos estar
agradecidos de que tenemos la compañía del otro”.
Miércoles 25 de septiembre
Éste ha sido nuestro primer día en Netherfield Park. Caroline ha
manejado las cosas bien, y estuvo particularmente agradecida cuando
comenté que nadie adivinaría que es una casa alquilada. Tuvo algunos
inconvenientes con los sirvientes contratados de los alrededores, pero
es por ella que la casa está funcionando correctamente.
Jueves 26 de septiembre
Las visitas del vecindario han comenzado. Es aburrido, pero es lo que se
esperaba. Sir William Lucas y Lady Lucas vinieron esta mañana. Bingley
los trató con mucha cortesía, teniendo en cuenta que Sir William se
inclinaba cada dos minutos y mencionaba que había sido presentado en
St James. Caroline sospechó que su prisa en visitarnos significaba que
son los padres de una muchacha mayor, soltera y sin atractivos, a quien
quería ver casada, y se lo dijo a Bingley tan pronto como se fueron.
“¡Dependen de eso, ellos tienen una hija de casi treinta e intentan
hacerla pasar por una de veintiuno!” le advirtió.
Bingley se rió.
“¡Estoy seguro que ellos no tienen una hija así, y si la tienen, estoy
seguro que ella es muy encantadora!”
“Caroline tiene razón”, dijo Louisa. “una de las criadas me dijo que los
Lucas tienen una hija llamada Charlotte. Charlotte no está casada, y
tiene veintisiete”.
“Eso no impide que sea encantadora. Estoy seguro que es una delicia de
muchacha”, protestó Bingley.
“Y yo estoy segura que se queda siempre en casa para ayudar a su
madre a hacer pasteles”, dijo Caroline en tono gracioso.
“Bueno, yo pienso que fue muy bueno que los Lucas vinieran, y mejor
aún que nos invitaran a la fiesta en Meryton”, dijo Bingley con firmeza.
“¡La fiesta en Meryton! ¡Dios me ampare de las fiestas del campo!”,
remarqué.
“Usted está acostumbrado a estar en compañías superiores”, dijo
Caroline.
“En verdad. Las fiestas en Londres están llenas de la gente más elegante
de la ciudad”.
Por alguna razón ella no sonrió ante mi comentario. No puedo entender
por qué. Ella sonríe ante todo lo que digo, y seguramente debía estar
pensando en mis conocidos de Londres, pues ¿en quién más podría
suponer?
Sir William Lucas y Lady Lucas no fueron los únicos visitantes de hoy.
Fueron seguidos por Mr Bennet. Parece ser un caballero.
“Tiene cinco hijas”, dijo Caroline, cuando él se retiró.
“Lindas muchachas”, dijo Mr Hurst, saliendo de su estupor. “Las vi en
Meryton. Guapas, todas ellas”.
“¡Ahí tienes!” dijo Bingley. “Sabía que había elegido bien en situarme en
Netherfield. Estará lleno de bonitas muchachas con quienes bailar”.
“Sé lo que está pensando”, remarcó Caroline, al ver mi expresión. “Está
pensando en que sería un disgusto estar obligado a quedarse junto a
una campesina. Pero no necesita hacerlo. Charles dará un espectáculo,
no hay duda, pero usted no necesita hacerlo. Nadie esperará que usted
baile”.
“Espero que no”, dije. “La idea de quedarme con gente que no conozco
es insoportable para mí”
Bingley se echó a reír.
“Vamos, Darcy, ése no eres tú. Generalmente no eres tan terco. Es el
tiempo. Sólo deja que pare la lluvia y estarás tan ansioso por bailar
como yo”.
Bingley es optimista.
Lunes 30 de septiembre
Bingley y yo recorrimos parte de la estancia esta mañana. Ha sido
mantenida en buen orden, y si piensa comprarla, creo que sería
apropiada. Pero esperaré a ver si se instala. Él puede decidir que quiere
comprar una estancia en Kent, o en Cheshire, o en Suffolk la semana
próxima.
Pronto sugerí que volviéramos.
“Pienso que debería devolver la visita a los Bennet”, dijo con
indiferencia, cuando volvíamos al trote a la casa.
“¿Ansioso de ver a la señoritas Bennet?” le pregunté.
Lo tomó de buena manera.
“Sé que piensas que me enamoro y desenamoro cada pocas semanas,
pero es sólo que pienso que debería ser cortés en devolverle la visita a
Mr Bennet”.
Nos separamos, él fue hacia Longbourn, y yo regresé a Netherfield. No
tardó mucho en volver.
“Bueno, viste a las cinco preciosas hijas de las que tanto habías oído”, le
pregunté cuando regresó.
“No”, dijo él tristemente. “Me quedé en la librería de Mr Bennet por casi
diez minutos pero en ningún momento pude ver a las muchachas”.
OCTUBREOCTUBREOCTUBREOCTUBRE
Martes 1ro de octubre
El buen humor de Bingley regresó por una invitación de Mrs Bennet,
pidiéndole que se reuniera a cenar con la familia.
“¡Pero no puedo ir!” dijo, cabizbajo. “Me invitaron para mañana, y tengo
que estar en la ciudad”.
“Mi querido Bingley, tanto ellas como tú sobrevivirán. Además, las verás
en la fiesta de Meryton”.
Se le iluminó el rostro. “Sí, así será”.
Miércoles 2 de octubre
Bingley se fue a la ciudad hoy. Y es como pensé. Nunca se establecerá en
el campo. Ya está cada vez más inquieto. No me sorprendería si dejara
Netherfield antes de Navidad.
Sábado 12 de octubre
Hemos estado en la fiesta de Meryton, y fue peor de lo que esperaba. No
habíamos estado allí cinco minutos cuando oí a una mujer –detestaría
llamarla señora- cuchicheando con otra que yo tenía diez mil al año. De
todas las cosas, lo que más odio es ser cortejado por mi riqueza. El
rumor recorrió el salón, y me encontré siendo observado como si fuera
una bolsa de oro. No hice nada para disfrutar más de la tarde.
Afortunadamente, no necesité mezclarme con la gente del lugar.
Aunque éramos un grupo pequeño, Caroline, Mr, Mrs Hurst y yo nos
entretuvimos entre nosotros.
Bingley se enredó en el asunto como siempre lo hace. Él, por supuesto,
fue bien recibido. Tiene modales naturales que lo hacen quedar bien
adonde vaya. Oí muchos comentarios acerca de su carácter agradable y
su cara agraciada. Yo, también, fui descripto como bien parecido, hasta
que ofendí a Mrs Carlise. Ella hizo un comentario presuntuoso y yo me
irrité tanto que no le cedí el asiento: ni dos minutos antes ella había
estado rumoreando con su vecina que pensaba conseguir mis diez mil al
año para su hija, y luego, cuando me la presentó, tuvo la audacia de
decirme a la cara que pensaba que la riqueza no importaba en el
matrimonio, y que lo que importaba era el afecto mutuo.
Bingley bailó todos los bailes, lo que Caroline encontró divertido.
“Él estará enamorado de nuevo antes de que termine la tarde”, dijo.
Estuve de acuerdo. Nunca conocí a un hombre que se enamorara y
desenamorara tan fácilmente. Déjenlo ver una cara bonita y modales
encantadores, y no verá más allá.
Bailé una vez con Mrs Hurst, pero los músicos eran tan malos que una
vez fue suficiente. Me abstuve de ser presentado a cualquier otra joven
y me contenté con caminar por el salón hasta que Bingley hubiera
bailado hasta que se cansara. No fue fácil evitar las parejas. Había varias
jóvenes sentadas en los costados del salón. Una de ellas era una
hermana de la joven que había llamado la atención de Bingley, y él
decidió que quería verme bailar con ella.
“Ven, Darcy”, dijo, “debo verte bailar. Odio verte allí parado con ese aire
estúpido. Estarás mucho mejor bailando”.
“Ciertamente no lo haré. Tus hermanas están comprometidas, y sería un
castigo permanecer junto a cualquier otra mujer del salón”, dije, con un
ánimo que no se complacería con cualquier cosa.
“¡Yo no sería tan desdeñoso como tú por Dios! Por mi honor, nunca
estuve con tantas muchachas bonitas en mi vida”.
“Tú estás bailando con la única muchacha guapa en el salón”, le recordé,
mirando a la mayor Miss Bennet.
“¡Oh! ¡Ella es la criatura más bella que he visto jamás! Pero allí, justo
detrás de ti, está sentada una de sus hermanas, que es muy bonita, y
muy agradable, me atrevo a decir. Déjame que le pida a mi pareja que te
la presente”.
“¿A quién te refieres?” le pregunté, mirando alrededor. Noté que era
Miss Elizabeth Bennet, entonces ella me miró y me vi forzado a alejar la
vista. “Es tolerable”, admití, “pero no lo suficientemente guapa para
tentarme, y por el momento no estoy de humor como para darle
importancia a jóvenes menospreciadas por otros hombres”.
Caroline entendió muy bien mis sentimientos.
“¡Esta gente!” me dijo. “¡No tienen estilo ni elegancia, y aún así todos
están tan satisfechos consigo mismos! ¿Sabe Usted que tuve que sonreír
cortésmente mientras me describían a Mary Bennet como la muchacha
más perfeccionada del vecindario? Si ella fuera la mitad, mejor dicho la
décima parte, de lo completa que es Georgiana, estaría muy
sorprendida”.
“Pero eso sería difícil” dije. “Georgiana es inusualmente talentosa”.
“Por cierto lo es. La adoro”, dijo Caroline. “Ella es como una hermana
para mí”.
Tal vez con el tiempo ella sea realmente una hermana para Caroline. No
le he dicho nada de esto a ella, pero Bingley es un hombre gentil con
una fortuna adecuada, y sería un buen esposo. No tenía pensado
organizar un matrimonio para Georgiana antes de que cumpliera
veintiuno, pero después de su asunto con George Wickham, he
comenzado a pensar que no sería malo casarla antes. Una vez unida a
Bingley, ella estaría a salvo de desvergonzados como Wickham. Aunque
no estoy seguro de que Meryton sea un buen lugar para ella. Si Bingley
muestra alguna intención de dejar este lugar, lo fomentaré. Me gustaría
tenerla cerca mío, en el condado de Derby, o en Cheshire, tal vez.
Entonces ella podría visitarme en pocas horas si lo quisiera.
Al fin volvimos a la casa.
“Nunca estuve con gente más placentera ni con muchachas más bonitas
en mi vida”, dijo Bingley, cuando nos retiramos al salón. “Todos fueron
de lo más amables y atentos. No había formalidad, ni rigidez. Pronto
sentí que todos en la sala eran mis amigos. Y con respecto a Miss
Bennet, no puedo concebir un ángel más bello”.
Caroline me lanzó una mirada irónica. En Brighton, Bingley nos había
dicho que Miss Hart era la criatura más encantadora que había visto. En
Londres había sido Miss Pargeter. Parece ser que en Meryton, Miss
Bennet es la elegida.
“Es una muchacha muy dulce”, concedió Caroline.
“Es bonita”, dije. Siempre es mejor seguirle la corriente a Bingley en
estos temas. “Pero sonríe demasiado”.
“Seguramente, sonríe demasiado”, estuvo de acuerdo Louisa, “pero aún
así es una muchacha dulce. ¿Creo que debemos ser sus amigas mientras
estemos aquí, Caroline?”
“Claro que sí” dijo Caroline, agregando, “debemos tener a alguien que
nos ayude a pasar las horas tediosas, y que nos entretenga mientras los
caballeros no están”.
La única cosa que se me cruza por la mente mientras escribo es la
mirada que vi en Miss Elizabeth Bennet cuando remarqué que no era lo
bastante guapa para tentarme. Si no conociera más, pensaría que fue
irónica. No se si ella me escucharía, pero no fue mi intención que las
palabras llegaran a sus oídos. Aún así, sería tonto preocuparme por sus
sentimientos. Su temperamento no es delicado, y si se parece a su
madre no sufrirá daño. Esa mujer abominable me condenó
rotundamente por mi comentario casual, describiéndome ante todo el
que quisiera oír como es hombre más orgulloso y desagradable del
mundo y diciendo que esperaba que no volviera nunca allí.
Nunca pensé que estaría de acuerdo con una mujer de su clase, pero en
esta ocasión nuestras mentes son una.
Martes 15 de octubre
Bingley y yo examinamos los bosques hoy. Mientras estábamos afuera,
las señoritas Bennet se quedaron con Caroline y Louisa.
Viernes 18 de octubre
Mientras Bingley y yo estuvimos afuera cabalgando, Caroline y Louisa
fueron en el carruaje a Longbourn y visitaron a los Bennet. Creo que
piensan hacerse amigas de las dos muchachas mayores. Dios sabe, hay
poca compañía para ellas aquí.
Sábado 19 de octubre
Un día lluvioso. Después de estar obligados a quedarnos adentro fue
casi un alivio salir a una reunión para cenar esta tarde. No fue mejor
que la fiesta, la gente no más elegante ni la conversación más
estimulante, pero tuvo la ventaja de darnos cierta novedad.
Bingley se sentó de nuevo con Miss Jane Bennet. La ha cortejado, y sus
modales son tan sencillos como los de él, hacen una buena pareja. A ella
no parece molestarle su atención, lo toma de buena manera y lo ve
como la agradable diversión que es.
“Es una pena que las otras muchachas Bennet no tengan los modales ni
la cara de su hermana mayor”, comentó Caroline después de la cena.
“Lo es”, concordé.
“No me sorprende que Usted no pueda soportar la idea de estar junto a
Miss Elizabeth Bennet. No tiene nada de la belleza de su hermana”.
“No tiene ningún rasgo sobresaliente en su cara”, repliqué, volviendo
mis ojos para estudiarla más de cerca.
“No, de hecho”, dijo Caroline.
“Oh, vamos, Darcy”, dijo Bingley, quien se nos había unido cuando hubo
dejado a Miss Bennet con una de sus hermanas. “Es una muchacha muy
linda”.
“No es remarcable en ningún aspecto”, contesté.
“Muy bien, piensa lo que quieras. No hay nada tolerable en ella”.
Se echó a reír, y regresó junto a Jane Bennet.
Caroline continuó criticando al vecindario. Mientras lo hacía, mis ojos se
volvieron de nuevo hacia Miss Elizabeth Bennet, y comencé a sentir que
no le había hecho justicia. Aunque no tiene rasgos sobresalientes en su
cara, se puede apreciar una inteligencia poco común por la hermosa
expresión de sus ojos negros. Me encontré a mí mismo mirándola, y
cuando se levantó para dejar la mesa descubrí además que su figura es
ligera y placentera.
Aún no es lo suficientemente atractiva para tentar a un hombre de mi
estilo, pero tiene más belleza de lo que pensé al principio.
NOVIEMBRENOVIEMBRENOVIEMBRENOVIEMBRE
Lunes 4 de noviembre
Otra reunión social. Fue inevitable, pero no me encontré tan mal
predispuesto para salidas como estaba antes. Proveen un cambio para
nuestro círculo íntimo usual. La reunión de esta noche fué en la casa de
Sir William Lucas, Lucas Lodge.
“Prepárese para recibir reverencias cada diez minutos”, dijo Caroline,
cuando entrábamos en la casa.
“Cada cinco minutos”, dijo Louisa.
“Sir William es una persona muy agradable”, dijo Bingley.
“Querido Charles, tú pensarías que cualquiera es agradable si te
permiten coquetear con Miss Bennet en una de sus reuniones”, dije.
“Ella es un ángel”, dijo Bingley, de ninguna manera turbado.
Él pronto encontró a Miss Bennet. Mr Hurst bailó con Caroline, y Louisa
entró en conversación con Lady Lucas.
Noté que Miss Elizabeth Bennet estaba allí, hablando con el coronel
Forster. Sin saber lo que hacía me acerqué, y no pude evitar oír su
conversación. Había algo en su actitud que la hacía juguetona, y cuando
ella se vuelve traviesa hay un cierto brillo en sus ojos. Lo observé, como
observé el color de animación que agregaba belleza a sus mejillas. Su
cutis es saludable y su piel es ligeramente bronceada. Tal vez no es tan
elegante como la palidez de Caroline, pero es placentero igual.
Ella pronto dejó la compañía del coronel Forster y buscó a Miss Lucas.
Las dos parecen ser amigas. Iba a hablarle, sintiendo el impulso de ver
esa chispa de nuevo en sus ojos, cuando la dama misma me desafió.
“¿No piensa Usted, Mr Darcy, que me expresé inusualmente bien recién,
cuando insistía al coronel Forster para que ofreciera un baile en
Meryton?”
“Con gran energía”, contesté, sorprendido, pero no decepcionado, de
que me hablara. “Pero es un tema que siempre hace enérgicas a las
mujeres”, agregué.
“Usted es severo con nosotras”.
Ésto lo dijo con una mirada tan pícara que me vi obligado a sonreír. Su
actitud no iría en Londres, pero es algo que remarcar en el campo. Uno
necesita variedad, después de todo.
“Ahora será su turno para que nos burlemos de ella”, dijo Miss Lucas,
mirándome. Voy a abrir el instrumento, Eliza, Y tú sabes lo que sigue”.
Ella se resistió al principio, diciendo que no quería tocar frente a
quienes tenían por costumbre oír a los mejores músicos, pero Miss
Lucas le insistió hasta que fue.
Su interpretación fue sorprendentemente buena. No por las notas, creo
que muchas de ellas estuvieron erradas. Pero había una dulzura en su
tono que agradó mucho a mis oídos.
Estaba comenzando a acercarme a ella, de hecho iba a intentar
continuar nuestra conversación, cuando ella dejó el pianoforte y por
alguna razón –afortunada o desafortunada, no lo sé bien- su hermana
menor tomó su lugar. La sonrisa se congeló en mi cara. Nunca había
oído una interpretación más desastrosa en mi vida, y no podía creer que
Miss Mary Bennet exhibiera su falta de talento ante tanta gente. Si
hubiera tenido que escucharla un minuto más creo que se lo hubiera
dicho.
Las cosas se volvieron peores cuando las dos muchachas menores
fueron a bailar con algunos oficiales. Su madre las miraba, toda
sonrisas, y las jóvenes coqueteaban con cada oficial en turno. ¿Cuántos
años tiene? No parece tener más de quince. Debería estar en un salón de
clases, no en público donde podría causar una desgracia a ella y a su
familia.
Su comportamiento disipó cualquier sentimiento tibio que pudiera
tener hacia Miss Elizabeth Bennet, y no volvería a hablarle de nuevo.
“¡Qué encantadora diversión es ésta para los jóvenes, Mr Darcy!” dijo Sir
William Lucas, acercándose a mi lado. “No hay nada como bailar,
después de todo. Considero que es uno de los refinamientos de las
sociedades refinadas”.
“Cierto, señor”, repliqué, y mi mirada se detuvo en Miss Lydia Bennet
quien estaba bailando sin el más mínimo decoro, “y tiene la ventaja de
estar de moda entre las sociedades menos refinadas del mundo. Todos
los salvajes bailan”.
Sir William sólo sonrió, y me atormentó con una larga conversación
acerca de los bailes, preguntándome si yo bailaba en St James. Contesté
con suficiente cortesía, pero creo que si mencionaba a St James una vez
más, estaría tentado de estrangularlo con su propia corbata. Mientras
paseaba mi mirada por el salón, vi a Miss Elizabeth Bennet acercándose.
A pesar de las deficiencias de sus hermanas, me llegó nuevamente la
gracia de sus movimientos, y pensé que, si había una persona que me
gustaría ver bailar en el salón, era ella.
“Mi querida Miss Eliza, ¿por qué no estás bailando?” preguntó Sir
William, como si leyera mis pensamientos. “Mr Darcy, debe permitirme
presentarle a esta joven como una pareja muy deseable. No puede
negarse a bailar, cuando tanta belleza está delante suyo”.
Él tomó su mano, y me sorprendió casi dándomela. No había pensado
bailar yo mismo con ella, sólo había pensado verla bailar, pero habría
tomado su mano si ella no la hubiera retirado.
“De hecho, señor, no tengo la menor intención de bailar. Le pido a Usted
que no suponga que me he acercado para buscar pareja”, dijo.
Me encontré con que no quería finalizar ese trato inesperado.
“¿Me hará el honor de su mano?” pregunté, interesado más que nada en
su negativa a bailar conmigo.
Pero ella se negó de nuevo.
Sir William intentó persuadirla.
“Aunque al caballero no le agrade esta diversión en general, él no
tendrá objeción, estoy seguro, a complacernos durante media hora”.
Una sonrisa cruzó sus ojos, y volviéndose a mí, dijo: “Mr Darcy es toda
cortesía”.
Fue una sonrisa desafiante, no había duda. Aunque dijo que era toda
cortesía, quiso decir lo contrario. Sentí que el deseo de bailar con ella
crecía. Ella se había vuelto mi adversaria, y sentí adentro mío un
instinto de estar a su altura.
¿Por qué me rechazó? ¿Porque me había oído diciendo que no era lo
suficiente guapa para tentarme en el baile de Meryton? ¡Claro! Me
encontré a mí mismo admirando su espíritu. Mis diez mil libras al año
eran nada comparadas con su deseo de vengarse de mí.
La vi alejarse de mí, notando la ligereza de su paso y la elegancia de su
figura, y tratando de recordar la última vez que me había sentido tan
complacido.
“Puedo adivinar el objeto de sus pensamientos” dijo Caroline,
acercándose a mi lado.
“No creo que lo imagine”, dije.
“Usted está pensando lo insoportable que sería pasar las veladas de esta
forma, en una sociedad como ésta, y créame que opino lo mismo.
¡Nunca estuve más irritada! ¡Son insípidos y aún así son ruidosos; son
insignificantes pero se dan mucha importancia! ¡Me gustaría saber su
opinión de ellos!”
“Su conjetura está totalmente equivocada, se lo aseguro. Mi
pensamiento iba a cosas más agradables. Estaba meditando en el gran
placer que otorgan un par de hermosos ojos en la cara de una bella
mujer”.
Caroline sonrió.
“¿Y cuál de las damas tiene el crédito de inspirarle tales reflexiones?
preguntó, volviéndose a mí.
“Miss Elizabeth Bennet”, respondí, mientras la miraba cruzar el salón.
“¡Miss Elizabeth Bennet!” exclamó ella. “Estoy asombrada. ¿Desde
cuándo es su favorita? Y por favor dígame ¿cuándo debo darle la
enhorabuena?”
“Esa es exactamente la pregunta que esperaba que hiciera” le dije. “La
imaginación de una dama es muy rápida, salta de admiración al amor,
del amor al matrimonio, en un momento. Ya sabía que deseaba darme la
enhorabuena”.
“Nada de eso, si es Usted serio en esto, consideraré el asunto totalmente
sellado. Tendrá una suegra encantadora, de hecho, y por supuesto
estará siempre en Pemberley con ustedes”.
La dejé hablar. Me es totalmente indiferente lo que diga. Si deseo
admirar a Miss Elizabeth Bennet, lo haré, y nada de lo que Caroline diga
sobre ojos hermosos y suegras me lo impedirá.
Martes 12 de noviembre
Bingley y yo cenamos con los oficiales esta tarde. Hay un regimiento
estacionado aquí, y la mayoría de los hombres son bien educados e
inteligentes. Cuando volvimos a Netherfield encontramos a Miss Bennet
en la casa. Caroline y Louisa la invitaron a cenar. Vino cabalgando, y la
lluvia la encontró en el camino. No es sorpresa que se haya resfriado.
Bingley se preocupó, insistiendo en que se quedara por la noche. Sus
hermanas asintieron. Ella se retiró a la cama temprano, y Bingley estuvo
distraído por el resto de la tarde.
Recordé el hecho de que él tiene sólo veintitrés, y todavía está en una
edad inestable. Actualmente está preocupado por la salud de Miss
Bennet, pero para Navidad estará en Londres, donde sin duda se habrá
olvidado de ella.
Miércoles 13 de noviembre
Miss Bennet aún no se sentía bien esta mañana, y Caroline y Louisa
insistieron en que se quedara en Netherfield hasta que esté totalmente
recuperada. Si hubieran insistido tan vehementemente si no estuvieran
aburridas es dudoso, pero como el tiempo está feo y deben quedarse en
casa, están ansiosas por persuadirla de que se quede.
Bingley insistió en enviar por Mr Jones, el boticario, tan pronto como
supo que no estaba mejor.
“¿Es realmente necesario?” le pregunté. “Tus hermanas parecen pensar
que no es más que dolor de garganta y migrañas”.
“No se sabe hasta dónde un dolor de garganta y migraña pueden llegar”,
dijo Bingley.
Una nota fue enviada a Mr Jones, y otra a la familia de Miss Bennet, y
bajamos a desayunar.
Estábamos aún en la sala de desayuno algo más tarde cuando
escuchamos algo en el hall de entrada. Caroline y Louisa echaron un
vistazo por encima de sus tazas de chocolate, mirándose
inquisitivamente y luego a su hermano.
“¿Quién podría venir a esta hora, y con este tiempo?” preguntó Caroline.
Su pregunta pronto fue respondida ya que la puerta se abrió y vimos a
Miss Elizabeth Bennet. Sus ojos estaban brillantes y sus mejillas
sonrojadas. Su ropa mostraba signos de que había caminado, y sus
botas estaban cubiertas de barro.
“Miss Bennet!” exclamó Mr Hurst, mirándola como si fuese una
aparición.
“Miss Bennet!” repitió Caroline. “¿No ha venido a pie?” preguntó,
horrorizada, observando sus botas y su falda, que tenía seis pulgadas
(quince centímetros) de barro.
“Sí”, dijo ella, como si fuera lo más natural del mundo.
“¡Caminar tres millas (cinco Km) tan temprano!” dijo Caroline, mirando
horrorizada a Louisa.
“¡Y con este tiempo tan terrible!” exclamó Louisa, devolviendo la
mirada.
Bingley parecía preocupado pero no asombrado.
“Miss Elizabeth Bennet, que bueno que ha venido”, dijo, levantándose y
tomándole la mano. “Su hermana no está bien, me temo”.
Caroline se había recuperado de su asombro.
“Vamos, Charles, no la inquietes”, dijo. Se volvió a Miss Bennet. “No es
nada más que una migraña y un dolor de garganta. No durmió bien,
pero ha mejorado esta mañana. Aún así tiene fiebre, creo, y no está lo
suficientemente bien para dejar la habitación”.
“Debe Usted tener frío y está mojada”, dijo Bingley, mirando a Elizabeth
con consternación.
“No es nada. Frecuentemente camino en las mañanas. El frío y la
humedad no son un problema para mí. ¿Donde está Jane? ¿Puedo
verla?”.
“Por supuesto”, dijo Bingley. “La llevaré inmediatamente”.
No pude evitar pensar en que su cutis brillaba por el ejercicio, aunque
me pregunté si debería haber caminado tan lejos sola. Si su hermana
hubiera estado peligrosamente enferma, tal vez, ¿pero por un resfrío?
Charles dejó el salón con Miss Bennet. Caroline y Louisa, sintiendo su
responsabilidad como anfitrionas, los siguieron. Bingley volvió pronto,
dejando a sus hermanas en la habitación de la enferma.
“Deberíamos irnos”, dije, mirando el reloj.
Habíamos arreglado un encuentro con algunos de los oficiales para
jugar al billar. Podría decir que Bingley no quería ir, pero lo persuadí de
que sería ridículo si se quedara en casa porque la amiga de sus
hermanas tenía un resfrío. Parecía que iba a protestar, pero tiene el
hábito de escucharme y seguir mi consejo. Estoy complacido de eso. El
coronel Forster habría pensado que era muy extraño si cancelaba el
compromiso con un pretexto tan leve.
Volvimos a la casa tarde ese día y a las seis y media nos sentamos a
cenar. Miss Elizabeth Bennet estuvo con nosotros. Se veía cansada. El
color había desaparecido de sus mejillas y sus ojos estaban sombríos.
Pero tan pronto como Bingley preguntó por su hermana ella se volvió
más animada.
“¿Cómo está su hermana?” preguntó Bingley.
“Me temo que no está mejor”.
“¡Espantoso!” dijo Caroline.
“Me apena oírlo”, dijo Louisa.
Mr Hurst gruñó.
“No me gusta estar enferma”, dijo Louisa.
“A mí tampoco. No hay nada peor”, dijo Caroline.
“¿Hay algo que pueda hacer por ella?” preguntó Bingley.
“No, se lo agradezco”, contestó ella.
“¿No hay nada que necesite?”
“No, tiene de todo”.
“Muy bien, pero debe Usted decirme si hay algo que pueda hacer para
hacerle más sencillo lo que está sufriendo”.
“Gracias, lo haré”, dijo ella, conmovida.
“Se ve Usted cansada. Ha estado sentada con ella todo el día. Déjeme
traerle un tazón de sopa. No me gustaría que se enferme por atender a
su hermana”.
Ella sonrió ante su amabilidad, y yo lo bendigo. Tiene una facilidad de
maneras que yo no tengo, y agradezco ver que lo use para alcanzarle los
mejores platos de la mesa.
“Debo regresar con Jane”, dijo, tan pronto como terminó la cena.
Hubiera preferido que se quedara. Tan pronto como se fue, Caroline y
Louisa comenzaron a criticarla.
“Nunca olvidaré su apariencia esta mañana. Realmente se veía casi
salvaje”, dijo Louisa.
“Es cierto, Louisa”, respondió Caroline.
“Supongo que vieron su falda, seis pulgadas cubiertas de barro”, dijo
Louisa.
Ante esto Bingley explotó.
“Yo no noté su falda sucia”, dijo.
“Usted lo observó, estoy segura, Mr Darcy”, dijo Caroline. “Me temo que
por esta situación le ha restado Usted admiración a sus hermosos ojos”.
“Para nada”, repliqué. “Estaban más brillantes por el ejercicio”.
Caroline mantuvo silencio. No permitiré que critique a Miss Bennet
frente a mí, aunque estoy seguro de que la criticará en el momento en
que me vaya.
“Le tengo un gran aprecio a Jane Bennet, ella realmente es una
muchacha dulce, y deseo con todo mi corazón que se establezca bien.
Pero con esos padres, y con conexiones tan deplorables, temo que no
tendrá oportunidades”, dijo Louisa.
“Creo haberte escuchado decir, que su tío es procurador en Meryton”,
remarcó Caroline.
“Sí; y tienen otro tío que vive en algún lugar cerca de Cheapside (la zona
pobre)”, dijo Louisa.
“Si tienen tíos suficientes para llenar todo Cheapside, no las hará menos
agradables”, protestó Bingley.
“Pero disminuiría materialmente sus posibilidades de casarse con algún
hombre de importancia en el mundo”, remarqué.
No hago daño en traer a Bingley a la realidad. Él casi se deja llevar el
año pasado, y estuvo cerca de proponerse a una joven cuyo padre era
panadero. No hay nada de malo con los panaderos, pero no pertenecen
a la familia, ni tampoco los procuradores ni la gente que vive en
Cheapside.
“Qué bien lo ha expresado, Mr Darcy”, dijo Caroline.
“No lo habría dicho mejor yo mismo” intervino Mr Hurst, saliendo
momentáneamente de su estupor.
“¡Cheapside!” dijo Louisa.
Bingley no dijo nada, pero se hundió en tristeza.
Sus hermanas visitaron la habitación de la enferma, y cuando bajaron,
Miss Elizabeth Bennet estaba con ellas.
“¿Se une a jugar a las cartas?” preguntó Mr Hurst.
“No, se lo agradezco”, dijo ella, mirando el juego.
Para comenzar, tomó un libro, pero se acercó poco a poco a la tabla de
juegos y observó el partido. Su figura se apreciaba ventajosamente
mientras se detuvo detrás de la silla de Caroline.
“¿Ha crecido mucho Miss Darcy desde la primavera?” preguntó
Caroline. “¿Será tan alta como yo?”
“Creo que sí. Está tan alta como Miss Elizabeth Bennet, o quizás más”.
“¡Cuánto deseo verla de nuevo! ¡Tal semblante, tales maneras! ¡Y es
extremadamente instruida para su edad!”
“Es asombroso para mí cómo las jóvenes tienen la paciencia para ser
tan instruidas, como son todas”, dijo Bingley.
“¡Todas las jóvenes instruidas! Mi querido Charles, ¿qué quieres decir?”
preguntó Caroline.
“Sí, todas ellas, creo. Todas pintan mesas, decoran biombos y hacen
monederos”.
“Tu lista de detalles que hacen a la instrucción es muy acertada”, dije,
asombrado. Me han hablado de docenas de jóvenes que se consideran
instruidas, sólo para encontrar que no hacen más que pintar bonito. “No
puedo jactarme de conocer más que a media docena”.
“Ni yo, estoy segura”, dijo Caroline.
“Entonces Usted debe tener una idea muy amplia de lo que es una mujer
instruida”, dijo Miss Bennet.
¿Me lo imaginé, o ella se estaba riendo de mí? Tal vez, pero tal vez no.
Estaba aguijoneado al replicar: “Sí, tengo una idea muy amplia”.
“¡Oh! Ciertamente”, dijo Caroline.
Miss Bennet no estaba avergonzada, como pensé que estaría. En su
lugar, mientras Caroline enumeraba las perfecciones de una mujer
realmente instruida, distinguí una sonrisa en el rostro de Miss Bennet.
Empezó en sus ojos, cuando Caroline comenzó diciendo: “Una mujer
debe conocer ampliamente de música, canto, dibujo, baile y lenguas
modernas...” y se extendió a sus labios cuando Caroline terminaba:
“Debe poseer un cierto misterio en su aire y manera de caminar, el tono
de su voz, su comportamiento y expresiones”. La diversión de Miss
Bennet me irritó, y agregué severamente: “A todo ello se debe agregar
aún algo más sustancial, debe mejorar su pensamiento con una extensa
lectura”.
“Ya no me sorprende que Usted conozca sólo seis mujeres instruidas. Lo
que me pregunto es cómo conoce alguna”, dijo Miss Bennet con una
sonrisa.
Debería haberme enojado por su descaro, pero de algún modo sentí
brotar una sonrisa de respuesta de mis ojos. Parecía absurdo, de
repente, que yo esperara tanto del sexo opuesto, cuando un par de
hermosos ojos eran todo lo que hacía falta para alcanzar la felicidad
absoluta. Es la felicidad que nunca sentí al escuchar a una mujer cantar
o tocar el piano, y dudo que lo haga nunca.
“¿Es Usted tan severa con su propio sexo, que duda que todo eso sea
posible?” preguntó Caroline.
“Nunca vi a una mujer semejante”, contestó Miss Bennet. “Nunca vi tal
capacidad, y gusto, y aplicación, y elegancia, como Usted describe, en
una misma persona”.
Yo mismo comencé a preguntarme si alguna vez lo había visto.
Caroline y Louisa aceptaron el reto, declarando que conocían muchas
mujeres que correspondían a la descripción. Miss Bennet torció su
cabeza, pero no en asentimiento ni en derrota. Fue para que no vieran la
sonrisa que cruzaba su boca.
Fue sólo al ver su sonrisa, cuando me dí cuenta que se estaban
contradiciendo con sus expresiones anteriores, cuando habían dicho
que existían pocas mujeres así. Ahora estaban diciendo que tales
mujeres eran frecuentes. Al ver la sonrisa de Miss Bennet extenderse a
su mirada, pensé que ella nunca me gustó más, ni he disfrutado más de
una discusión.
Mr Hurst llamó a su esposa y a la hermana de ésta para desviar su
atención hacia el juego, y Miss Bennet regresó a la habitación de su
hermana enferma.
Me he dado cuenta que existe un fuerte lazo de afecto entre ella y su
hermana. No puedo pensar que Caroline y Louisa estarían tan ansiosas
de ayudarse, si una de ellas se enfermara; aunque ellas, también, son
hermanas, parece haber muy poco afecto entre ellas. Es una lástima. El
cariño de mi hermana es uno de los mayores placeres de mi vida.
“Eliza Bennet”, dijo Caroline, cuando Miss Bennet hubo dejado el salón,
“es una de esas jóvenes que buscan recomendarse a sí mismas ante el
sexo opuesto, a través de desestimar el suyo propio; y con muchos
hombres, debo decir, tienen éxito. Pero en mi opinión, es un artificio
miserable, una técnica indigna.
“Sin duda, hay indignidad en todas las artes que las damas a veces
intentan emplear para cautivar. Toda astucia para fingir afinidad es
despreciable”.
Ella se retiró de ésto, y volvió a sumirse en el juego.
Al fin regresé a mi habitación, sintiéndome disconforme con el día. Mi
tranquilidad de espíritu habitual me ha abandonado. Me sorprendo a mí
mismo pensando, no en lo que voy a hacer mañana, si no en Elizabeth
Bennet.
Jueves 14 de noviembre
He tenido un recordatorio oportuno de la insensatez que supone
dejarse llevar por un par de ojos hermosos. Elizabeth envió una nota a
su madre esta mañana, pidiéndole que venga y que juzgue ella misma el
estado de salud de Miss Bennet. Después de quedarse por un rato con
su hija enferma, Mrs Bennet y sus dos hijas menores, quienes la
acompañaban, aceptaron la invitación a unirse al resto de nuestro
grupo en el salón de desayuno.
“Espero que Miss Bennet no esté tan mal como Usted esperaba”, dijo
Bingley.
Él ha estado trastornado por todo este asunto, y nada lo confortaba si
no dar continuas instrucciones al mayordomo, con la intención de
mejorar el bienestar de Miss Bennet.
“En realidad sí, Señor”, dijo Mrs Bennet. “Está demasiado enferma para
ser trasladada. Mr Jones me dijo que no deberíamos pensar en moverla.
Deberemos abusar de su amabilidad un poco más”.
“¡Moverla!” protestó Bingley. “Ni pensarlo.”
Caroline no parecía complacida con este comentario. Creo que la
presencia de una inválida en la casa está comenzando a molestarle. Ha
pasado muy poco tiempo con su invitada, y si Elizabeth no hubiera
venido, su hermana habría pasado mucho tiempo sola en una casa de
extraños.
Caroline contestó con suficiente civilidad, sin embargo, diciendo que
Miss Bennet recibiría todas las atenciones.
Mrs Bennet nos recalcó a todos cuán enferma estaba su hija, y luego,
mirando alrededor, remarcó que Bingley había escogido bien al rentar
Netherfield.
“No pensará Usted dejarlo pronto, espero, aunque tenga un contrato de
alquiler corto”, dijo.
“Lo que sea que haga, lo haré en forma rápida”, dijo él.
Esto condujo a una discusión sobre personalidades, de lo que Elizabeth
confesó ser una estudiosa.
“Por lo general, el campo le puede aportar sólo pocos objetos de
observación para tal estudio”, le dije.
“Pero la gente cambia tanto que allí hay algo nuevo para observarles
por siempre”, contestó.
Hablar con Elizabeth es como hablar con nadie más. No es una actividad
habitual; más aún es un ejercicio estimulante para la mente.
“Sí, de hecho”, dijo Mrs Bennet, llamándonos la atención. “Le aseguro
que hay tanto de ello en el campo como en la ciudad. Por mi parte no
puedo ver que Londres tenga una gran ventaja sobre el campo, excepto
por los negocios y lugares públicos. El campo es muy placentero, ¿no es
así, Mr Bingley?”
Bingley, tan sencillo como siempre, dijo que era igualmente feliz en
ambos.
“Eso es porque Usted tiene buena disposición. Pero este caballero”, dijo
ella, mirándome, “parece pensar que el campo no es nada”.
Elizabeth tuvo la bondad de ruborizarse y decirle a su madre que estaba
equivocada, pero me hizo recordar enérgicamente el hecho de que no
hay ruborizaciones, por placenteras que sean, que superen la
desventaja de tener esa madre.
Mrs Bennet siguió peor y peor, elevando las formas de Sir William
Lucas, y haciendo marcadas referencias a “personas que se sienten muy
importantes y nunca abren la boca” por lo que, supongo, se refería a mí.
Lo peor estaba por venir. La muchacha menor avanzó y le pidió a
Bingley por un baile. Tiene tan buen humor que rápidamente accedió,
luego de lo cual Mrs Bennet y sus dos hijas menores se fueron. Elizabeth
volvió a la habitación de su hermana enferma.
Caroline no tuvo piedad una vez que se fue.
“¡Han cenado con veinticuatro familias!” dijo. “¡No sé cómo hice para no
reírme! Y esa pobre mujer piensa que eso es una sociedad variada”.
“Nunca oí nada más ridículo en toda mi vida” dijo Louisa.
“O vulgar”, dijo Caroline. “¡Y la muchacha menor! Rogando por un baile.
No puedo creer que la hayas alentado, Charles”.
“Pero disfruto de dar bailes”, protestó Bingley.
“No deberías haber recompensado su impertinencia”, dijo Louisa.
“No, ciertamente. Sólo harás que sea peor. Aunque no sé cómo ella
podría ser peor. Kitty fue lo suficientemente terrible, pero la muchacha
menor – ¿cómo se llama?”
“Lydia”, respondió Louisa.
“¡Lydia! ¡Por supuesto, eso es! Ser tan atrevida. A Usted no le gustaría
que su hermana fuera tan atrevida, ¿no es así, Mr Darcy?”
“No, claro que no”, dije, malhumorado.
Que comparara a Georgiana con una muchacha como ésta fue más de lo
que pudiera tolerar.
“Y aún así tienen la misma edad”, prosiguió Caroline. “Es increíble cómo
dos muchachas pueden ser tan diferentes, una tan elegante y refinada, y
la otra tan insolente y bulliciosa”.
“Es su educación”, dijo Louisa. “Con esa madre degradante, ¿qué podría
ser Lydia si no vulgar?”
“Esas pobres muchachas”, dijo Caroline, sacudiendo la cabeza. Todas
están tocadas por la misma vulgaridad, me temo”.
“¡No Miss Bennet!” protestó Bingley. “Tú misma dijiste que era una
muchacha dulce”.
“Y lo es. Tal vez tengas razón. Tal vez ha escapado de corromperse al
mezclarse con gente como esa. Pero Elizabeth Bennet se inclina a ser
impertinente, incluso si tiene ojos hermosos”, dijo Caroline, volviendo
su vista hacia mí.
Yo había estado por desestimar a Elizabeth en mis pensamientos, pero
cambié de idea. No lo haré para complacer a Miss Bingley, no importa lo
sarcástica que sea.
En la tarde, Elizabeth se nos unió en el salón de dibujo. Tuve cuidado de
no decir más que un breve, “Buenas tardes”, y luego tomé un lápiz y
comencé a escribir a Georgiana. Elizabeth, noté, tomó una labor de
bordado en un rincón alejado del salón.
Apenas había comenzado mi carta, sin embargo, cuando Caroline
empezó a dirigirme cumplidos sobre la uniformidad de mi escritura y la
longitud de mi carta. Hice lo que pude para ignorarla, pero ella no se
disuadió y continuó alabando cada cosa. La adulación está muy bien,
pero un hombre se puede cansar de esto tan pronto como de las
críticas. No dije nada, sin embargo, porque no quise ofender a Bingley.
“¡Qué delicia para Miss Darcy cuando reciba una carta así!” dijo
Caroline.
La ignoré.
“Usted escribe inusualmente rápido”.
Estaba lo suficientemente irreflexivo para replicar un: “Usted está
equivocada. Escribo más bien despacio”.
“Por favor dígale a su hermana cuánto deseo verla”.
“Se lo he dicho ya una vez, como fue su deseo”.
“¿Cómo puede Usted escribir con tanta uniformidad?” preguntó.
Me tragué mi frustración y permanecí en silencio. Una tarde húmeda en
el campo es una de las peores cosas que conozco, especialmente en
compañía restringida, y si contestara temo que sería rudo.
“Dígale a su hermana que estoy encantada de saber que ha progresado
en el arpa...”
Por favor, ¿de quién es la carta? Estuve cerca de contestar, pero me
detuve justo a tiempo.
“... y sea tan amable de decirle que estoy maravillada con su precioso
dibujo para una mesa, y que creo que es infinitamente superior al de
Miss Grantley”.
“¿Tendría la bondad de dejar su entusiasmo hasta la próxima vez que le
escriba? En este momento no queda lugar para hacerle justicia”.
Vi a Elizabeth sonreír ante esto, y ocultar su cabeza en su labor de
bordado. Sonríe de buena gana, y estoy empezando a encontrarlo
contagioso. Estuve tentado de sonreír también. Caroline, sin embargo,
no se cohibió.
“¿Siempre le escribe cartas tan encantadoramente largas, Mr Darcy?”
“Generalmente son largas”, contesté, incapaz de evitar responder su
pregunta. “Pero si siempre son encantadoras, no soy quién para
decirlo”.
“Es una regla para mí, que una persona que puede escribir cartas largas,
con facilidad, no puede escribir mal”, dijo.
“Eso no es un cumplido para Darcy”, interrumpió Bingley, “porque no
escribe con facilidad. Utiliza demasiadas palabras de cuatro sílabas. ¿No
es así, Darcy?”
“Mi estilo de escritura es muy diferente al tuyo”, concordé.
“Mis ideas fluyen tan rápidamente que no tengo tiempo de expresarlas,
por lo que mis cartas a veces no transmiten las ideas que quisiera decir
al destinatario”, dijo Bingley.
“Su modestia debe desarmar a los que lo censuran”, dijo Elizabeth,
dejando a un lado su labor.
“Nada es más engañoso que la apariencia de humildad”, dije, riendo del
comentario de Bingley, pero consciente por lo bajo de la ligera irritación
que me causaba el que ella lo estuviera alabando. “Frecuentemente es
sólo carencia de opinión, y a veces es indirectamente presunción.
“¿Y a cuál de las dos atribuyes mi pequeño rasgo de modestia?”
preguntó Bingley.
“La presunción indirecta”, dije con una sonrisa. “El poder de hacer algo
con rapidez es siempre muy apreciado por su posesor, y
frecuentemente no advierte la imperfección de su comportamiento.
Cuando le dijiste a Mrs Bennet esta mañana que te irías en cinco
minutos, quisiste hacer un elogio de ti mismo, pero yo no estoy
convencido. Si, cuando estuvieras montado en tu caballo, un amigo te
dice, “Bingley, sería mejor que te quedaras hasta la próxima semana”, tú
probablemente lo harías”.
“Cos esto Usted sólo prueba que Mr Bingley no hizo justicia a su propia
disposición. Usted ha mostrado mucho más de él que él mismo”, dijo
Elizabeth riendo.
“Estoy muy agradecido de que Usted convierta todo lo que dice mi
amigo en un cumplido hacia la dulzura de mi temperamento”, dijo
Bingley alegremente.
Sonreí, pero no estaba tan contento, aunque no sé por qué. Aprecio
mucho a Bingley, y siempre me complace cuando otras personas
también lo valoran.
“¡Pero Darcy pensaría mejor de mí, si en tales circunstancias yo me
negara rotundamente, y cabalgara tan rápido como pudiera!” agregó.
“¿Entonces Mr Darcy consideraría que la precipitación en su primera
intención sería compensada por su obstinación en seguirla?” preguntó
juguetonamente Elizabeth.
“Le aseguro que no puedo explicar el asunto. El mismo Darcy debe
hacerlo”.
Dejé mi pluma a un lado, olvidando todos los pensamientos sobre la
carta.
“Tú esperas que dé opiniones que dices llamar mías, pero que nunca he
compartido”, dije con una sonrisa.
“Ceder con rapidez a la persuasión de un amigo no es mérito para
Usted”, dijo Elizabeth.
A pesar mío, había caído en su broma.
“Ceder sin convicción no es un cumplido al entendimiento de ninguno
de los dos”, respondí.
“Me parece, Mr Darcy, que no le otorga nada Usted a la influencia de la
amistad y el afecto”.
Vi que Caroline estaba petrificada ante nuestro intercambio, pero yo
estaba disfrutando de la estimulante conversación con Elizabeth.
“¿No sería aconsejable que acordáramos el grado de intimidad entre las
partes antes de decidir?” le pregunté.
“Desde luego”, protestó Bingley. “Tengamos presente todos los
particulares, sin olvidar sus pesos y tamaños, porque le aseguro a Usted
que si Darcy no fuera un sujeto tan alto no le habría tenido la mitad de
la consideración. Declaro que no conozco nada tan terrible como Darcy,
específicamente en su casa, y en una tarde de Domingo cuando no tiene
nada que hacer”.
Sonreí, no obstante estaba ofendido. Temí que hubiera un dejo de
verdad en lo que Bingley dijo, y no me gustó que Elizabeth lo escuche.
Elizabeth miró como si fuera a reír, pero no lo hizo. Espero que no me
tenga miedo. Pero no. ¡Si me tuviese miedo, no se reiría tanto de mí!
“Ya veo lo que buscas, Bingley”, dije, dejando su comentario de lado. “No
te gusta el tema, y quieres pasarlo por alto”.
“Tal vez”, admitió Bingley.
La viveza había abandonado la conversación y ahora prevalecía la
incomodidad. Elizabeth volvió a su labor de bordado, y yo a mi carta. El
reloj se podía sentir en la mesa. Terminé mi carta y la dejé a un lado. El
silencio continuaba.
Para romperlo, les pedí a las damas que nos deleitaran con algo de
música. Caroline y Louisa cantaron, y dejé vagar mi mirada hasta
Elizabeth. Ella no es como ninguna mujer que haya conocido antes. No
es hermosa, pero aún así miraría su cara más que a cualquier otra. No
tiene elegancia, pero sus modales me gustan más que los de cualquiera
con quien haya estado. No es instruida, y aún así tiene una inteligencia
que la hace una excelente argumentadora, y ofrece una conversación
estimulante. Hace mucho tiempo que no tenía que defenderme con
palabras, en realidad no estoy seguro de que lo haya hecho antes, y aún
así con ella frecuentemente me encuentro comprometido en un duelo
de genios.
Caroline comenzó a tocar un vivo aire escocés, y movido por un impulso
repentino le dije, “¿No siente Usted la inclinación, Miss Bennet, de
aprovechar esta oportunidad para bailar un reel?”
Ella sonrió, pero no contestó. Encontré su silencio enigmático. ¿Ella es
un misterio, enviada para atormentarme? Debe serlo, ya que mis
pensamientos no son tan poéticos.
En lugar de disgustarme, sin embargo, su silencio sólo me enardeció
más, y le repetí la pregunta.
“Oh”, dijo, “le oí a Usted antes, pero no pude determinar
inmediatamente qué decir en respuesta. Yo sé que Usted quiere que le
diga “Sí”, así tiene el placer de despreciar mi gusto; pero siempre me
deleita el contrariar este tipo de planes. Por lo tanto he decidido decirle
que no quiero bailar un reel de ningún modo – y ahora desprécieme
Usted si se atreve”.
¿Realmente le parezco tan perverso? me pregunté. Y no pude evitar
sonreír ante su ocurrencia, y su valentía al expresarla.
“Le aseguro que no me atrevo”, le dije.
Pareció sorprendida, como si esperara una respuesta cortante, y estoy
contento de haberla sorprendido, en mayor parte porque ella siempre
me sorprende.
La encuentro completamente fascinante, y si no fuera por la
inferioridad de su situación en la vida creo que estaría en peligro,
porque nunca una mujer me había cautivado tanto en mi vida.
Fue Caroline quien intervino y cortó mis pensamientos y me previno de
decir algo que podría haber lamentado después.
“Espero que su hermana no se sienta demasiado mal”, dijo Caroline.
“Creo que subiré a su habitación y veré cómo está”.
“Iré con Usted”, dijo Elizabeth. “Pobre Jane. La he dejado sola demasiado
tiempo”.
Ellas subieron, y yo me quedé preguntándome si Caroline había llamado
la atención de Elizabeth sobre su hermana deliberadamente, y
pensando lo cerca que había estado de que me traicionaran mis
sentimientos.
Viernes 15 de noviembre
Fue una linda mañana, y Caroline y yo dimos una caminata por los
matorrales.
“Le deseo mucha felicidad en su matrimonio”, dijo cuando paseábamos
por el camino.
Me gustaría que dejara el tema, pero temo que hay pocas posibilidades
de que lo haga. Se ha estado burlando de mi supuesto matrimonio por
días.
“Espero, no obstante, que Usted le dé a su suegra unas cuantas
advertencias, cuando tan deseable evento tenga lugar, sobre las
ventajas de refrenar la lengua; y si lo consigue también, evite que las
hijas menores corran detrás de los oficiales”.
Sonreí, pero estaba contrariado. Había dado un golpe en la exacta razón
por la cual no podía seguir mis sentimientos. Nunca podría tener a Mrs
Bennet como suegra. Sería insoportable. Y por las hermanas menores,
hacerlas hermanas de Georgiana – no, no haría tal cosa.
“¿Tiene Usted algo más que proponerme para mi felicidad doméstica?”
pregunté sin dejar ver mi irritación, porque sólo lo haría peor.
“Debe dejar que los retratos de sus tíos Philips sean colocados en la
galería de Pemberley. En cuanto al retrato de Elizabeth, no debe dejar
que lo hagan, ya que ¿qué pintor podría hacer justicia a sus hermosos
ojos?” dijo en tono burlón.
Ignoré su burla, e imaginé un retrato de Elizabeth en Pemberley.
Imaginé otro retrato cerca de éste, de Elizabeth conmigo. El
pensamiento fue placentero y me hizo sonreír.
“No sería fácil, claro, captar su expresión, pero su color y forma, y sus
pestañas, tan remarcablemente finas, podrían copiarse”, reflexioné.
Caroline no se veía contenta, y yo estaba feliz de haberla molestado.
Estaba por responder, cuando nos encontramos con Louisa y la misma
Elizabeth que venían por otro camino.
Caroline estaba avergonzada, y bien que debería estarlo. Yo, también,
estaba incómodo. No ceo que Elizabeth haya escuchado a Caroline, pero
si lo había hecho, no la había perturbado. Ella no se había perturbado
tampoco cuando escuchó mi comentario poco caritativo en el baile.
En cuanto la vi, de repente fui consciente de que ella es una invitada en
la casa. Había estado tan ocupado pensando en ella de otra forma que
había olvidado que se estaba quedando con Bingley. Sentí una angustia
incómoda al darme cuenta que ella no me había tratado con ningún
entusiasmo ni amistad durante su estadía. Con seguridad, me ha tratado
con cortesía a la cara, pero incluso la cortesía desaparecía tan pronto
como se daba vuelta. Nunca había sentido tanta falta de simpatía con
Caroline... o tanta simpatía con Louisa, porque al menos se había
molestado en preguntar a Elizabeth si quería dar un paseo, cosa que yo
no hice. Me reproché a mí mismo por no hacerlo. No era adverso a
admirar sus ojos, pero había hecho muy poco para hacer su estadía en
Netherfield más confortable.
Las siguientes palabras de Louisa, sin embargo, deshicieron mi
sentimiento caritativo hacia ella. Diciendo: “Ustedes se han portado
terriblemente mal yéndose a pasear sin decirnos que iban a salir”, tomó
mi brazo libre dejando a Elizabeth sola.
Estaba mortificado, e inmediatamente dije: “El camino no es lo bastante
amplio para todo el grupo. Mejor vamos por la avenida”.
Pero Elizabeth, quien no estaba para nada mortificada de ser tratada
tan mal, sólo sonrió traviesamente y dijo que nos veíamos tan bien
juntos que una cuarta persona lo arruinaría. Entonces se despidió y
echó a correr alegremente, como una niña que de repente queda libre
del salón de clases. Mientras la veía correr, sentí mi espíritu elevarse.
Sentí como si, yo también, fuera de repente libre, libre de la dignidad
trabada de mi vida, y quise correr detrás de ella.
“Miss Eliza Bennet se comporta tan mal como sus hermanas menores”,
dijo Caroline burlonamente.
“Sin embargo, ella no se comporta tan mal como nosotros”, dije,
irritado. “Ella es una invitada en la casa de su hermano, y como tal
merece nuestro respeto. No debería sufrir nuestra negligencia, ni sufrir
nuestra crítica ni bien se da vuelta”.
Caroline me miró estupefacta y luego disgustada, pero mi expresión fue
tan severa que se quedó callada. Bingley se puede quejar de mis
expresiones terribles, pero tienen sus usos.
Me volví a mirar a Elizabeth, pero ella ya estaba fuera de vista. No la ví
de nuevo hasta la hora de la cena. Desapareció inmediatamente
después, para ver a su hermana, pero cuando Bingley y yo nos unimos a
las damas en el salón de dibujo, la encontramos con ellas.
Los ojos de Caroline se volvieron inmediatamente hacia mí. Pude ver
que estaba inquieta. Le había hablado ásperamente más temprano, y no
le había dicho ni una palabra desde entonces. Le dí una mirada fría y
volví mi atención a Miss Bennet, quien estaba lo suficientemente bien
para acompañarnos, y estaba sentada junto a su hermana.
Bingley estaba encantado de ver que Miss Bennet se estaba sintiendo
mejor. Se mantuvo alrededor de ella, asegurándose de que el fuego
seguía encendido y que ella no sufría ninguna corriente de aire. Mi
expresión se suavizó. Podía sentirlo. Él estaba tratándola con todo el
cuidado y la atención que merecía, y yo recordé por qué me agrada
tanto y estoy feliz de llamarlo mi amigo. Sus maneras pueden ser tan
fáciles de llevar como para hacer que alguien se aproveche de ello, pero
esas mismas maneras lo hacen un compañero agradable y un anfitrión
afectuoso. Era evidente que Elizabeth también pensaba eso. Sentí que,
después de nuestras diferencias, habíamos encontrado algo en común.
Caroline fingió prestarle atención a la inválida, pero en realidad estaba
más interesada en mi libro, el que yo había tomado cuando decidí no
jugar a las cartas.
“¡Declaro que no existe entretenimiento igual a leer un libro!”, dijo,
ignorando el suyo para favorecer el mío.
No respondí. Estaba fuera de simpatía con ella. En cambio, me apliqué
con esmero a mi libro, lo cual fue una pena, porque me habría gustado
mirar a Elizabeth. La luz del fuego iluminando su piel era una vista que
me pareció cautivante.
Al descubrir que no me haría hablar, Caroline molestó a su hermano
hablándole de su baile, antes de comenzar a pasearse por el salón.
Estaba inquieta, y deseando llamar la atención. Sin embargo, yo no le
presté atención. Me había ofendido, y no estaba preparado para
perdonar su ofensa.
“Miss Eliza Bennet, déjeme persuadirla de seguir mi ejemplo, y pasearse
por la habitación”.
No pude evitarlo. Levanté la vista. Vi una mirada de sorpresa en el
rostro de Elizabeth, y me pregunté si mis palabras hacia Caroline habían
afectado su comportamiento, haciéndole tomar conciencia sobre su
forma de tratar a la invitada de su hermano. Pero no era tal cosa. Ella
simplemente quería mi atención, y había sido lo suficientemente astuta
para darse cuenta de que ésa era la manera de obtenerla.
Inconscientemente, cerré mi libro.
“Mr Darcy, ¿no se nos une?” dijo Caroline.
Me negué.
“Hay sólo dos razones por las cuales ustedes querrían caminar juntas, y
mi presencia interferiría con ambas”, dije.
Mi sonrisa no estaba dirigida a Caroline, si no a Elizabeth.
“¿Qué quiere decir?” preguntó Caroline, asombrada. “Miss Eliza Bennet,
¿Usted sabe?”
“Para nada”, fue su respuesta. “Pero dependiendo de ello, él busca ser
severo con nosotras, y la mejor forma de decepcionarlo será no
preguntarle nada”.
Sentí que mi sangre se agitaba. Ella estaba enfrentándome, aún cuando
estaba hablando con Caroline, y yo estaba disfrutando la experiencia.
Caroline, sin embargo, no se enfrentaría. Sólo pudo decir: “debo saber
qué quiere decir. Vamos, Mr Darcy, explíquese”.
“Muy bien. Ustedes se encuentran en confidencia y tienen asuntos
secretos que discutir, o son conscientes de que sus figuras lucen mucho
mejor al caminar; si es lo primero, yo interferiría entre ustedes; y si es
lo segundo, las puedo admirar mucho mejor sentado junto al fuego”.
“¡Oh, espantoso!” exclamó Caroline. “¿Cómo podemos castigarlo por lo
que dijo?”
“Nada más fácil, si tiene Usted la inclinación”, dijo Elizabeth con chispas
en sus ojos. “Búrlese – ríase de él. Íntimos como son, Usted debe saber
cómo hacerlo”.
“¡Burlarse de un temperamento tranquilo y de su presencia de mente! Y
al reírnos, no le parece, nos expondremos nosotras mismas por intentar
reírnos sin causa. Mr Darcy puede presumirse”.
“¡Que no nos podamos reír de Mr Darcy!” protestó Elizabeth. “Eso es
una desventaja desafortunada. Adoro reírme”.
Yo también. Pero no me gusta que se rían de mí. Sin embargo, no podía
decir eso.
“Miss Bingley me ha otorgado más crédito de lo que merezco”, dije. “El
más sabio de los hombres puede exponerse al ridículo ante una persona
cuyo primer objetivo en la vida sea la risa”.
“Espero nunca ridiculizar lo que es sabio o bueno”, respondió. “Las
torpezas y necedades me divierten, pero esto es precisamente, supongo,
de lo que Usted carece”.
“Tal vez eso no sea posible para nadie. Pero he intentado en mi vida
evitar esas debilidades que frecuentemente exponen al ridículo a un
buen entendimiento”.
“Como la vanidad y el orgullo”.
“La vanidad, sí. Pero donde hay verdadera superioridad de mente, el
orgullo estará siempre resguardado”, dije.
Elizabeth se dio vuelta para ocultar una sonrisa.
No sé por qué, pero su sonrisa me dolió. Creo que me puso de mal genio,
porque cuando dijo: “Mr Darcy no tiene defectos. Él mismo lo admite sin
disimulo”, estaba irritado al contestar: “Tengo muchas faltas, pero no
son, espero, de entendimiento. No me atrevo a responder por mi
temperamento. Podría tal vez llamarse resentimiento. Mi buena opinión
una vez perdida está perdida para siempre”.
Mientras hablaba, pensaba en George Wickham.
“En verdad ésa es una falta”, dijo Elizabeth. “El resentimiento
implacable es una sombra en el carácter. Pero Usted ha escogido bien su
falta. Realmente no me puedo reír de ella. Usted está a salvo de mí”.
Pero no estoy a salvo de Usted, pensé.
“Permítanos un poco de música”, dijo Caroline, cansada de no tener
parte en la conversación.
El pianoforte fue abierto, y ella le pidió a Elizabeth que tocara.
Me irrité con ella en ese momento, pero después de unos minutos
comencé a agradecerle el gesto.
Le estoy prestando demasiada atención a Elizabeth. Ella me cautiva. Y
aún así sería una locura enamorarme de ella. Pretendo casarme con un
tipo de mujer muy diferente, una cuya fortuna y linaje se equipare a la
mía. No le prestaré más atención a Elizabeth.
Sábado 16 de noviembre
Bingley y yo cabalgamos hacia el Este esta mañana y examinamos más
la estancia. Él estaba satisfecho con todo cuanto veía y lo encontró a
todo maravilloso. Yo remarqué que las vallas estaban rotas y que la
tierra necesita drenaje, pero él sólo dijo: “Sí, supongo que sí”. Sé que es
de naturaleza fácil, pero había más complacencia en él que lo habitual.
Sospecho que en realidad no prestaba atención, si no que estaba
preocupado por Miss Bennet. Es desafortunado que se haya enfermado
mientras visitaba a sus hermanas. Eso ha revolucionado la casa. Y me ha
traído demasiado contacto con Elizabeth.
Fiel a mi resolución, no le presté atención a Elizabeth cuando entró en
la habitación con su hermana esta mañana, cuando Bingley y yo
regresamos de cabalgar. Después de intercambiar saludos, Miss Bennet
pidió que le prestaran el carruaje de Bingley.
“Mi madre no puede disponer de nuestro carruaje hasta el Martes, pero
yo estoy bastante recuperada y no deseamos abusar de su hospitalidad
por más tiempo”, dijo.
Sentí una mezcla de emociones: alivio de que Elizabeth se fuera pronto
de Netherfield, y pena porque no podría hablas más con ella.
Bingley no compartió la opinión de Miss Bennet.
“¡Es demasiado pronto!” protestó. “Usted puede sentirse mejor
mientras está sentada junto al fuego, pero no está lo suficientemente
bien como para emprender el viaje. Caroline, dile a Miss Bennet que
debe quedarse”.
“Querida Jane, por supuesto debe quedarse”, dijo Caroline. Noté frialdad
en su voz, y no me sorprendió cuando agregó: “No podemos dejar que
se marche antes de mañana”.
Una estadía de más de un día extra no la complacía.
Bingley miró sorprendido, pero Miss Bennet accedió a la sugerencia.
“Incluso mañana es demasiado pronto”, protestó Bingley.
“Es muy amable de su parte, pero realmente debemos irnos entonces”,
dijo Miss Bennet.
Ella es una muchacha dulce pero también puede ser firme, y nada de lo
que dijera Bingley la disuadiría.
Yo estaba consciente de la necesidad de estar en guardia durante este
último día. Le he prestado a Elizabeth demasiada atención durante su
estadía, y, tarde, me había preocupado de que pudiera haber fomentado
especulaciones. Resolví deshacerlas, si de hecho se habían formado.
Escasamente le dirigí diez palabras en todo el día, y cuando
desafortunadamente me quedé solo con ella por media hora, me apliqué
a mi libro y no la miré ni una sola vez.
Domingo 17 de noviembre
Todos fuimos a la Iglesia a la mañana, y luego las señoritas Bennets se
marcharon.
“Querida Jane, lo único que me resigna ante su partida es que Usted está
bien al fin”, dijo Caroline, despidiéndose afectuosamente de su amiga.
“Soy un hombre egoísta. Si no fuera por lo que Usted ha sufrido, casi
estaría agradecido de que se haya resfriado”, dijo Bingley, tomando la
mano de Jane. “Me ha permitido estar con Usted todos los días por casi
una semana”. Él, al menos, ha hecho agradable su estadía, y se tomó el
trabajo de entretenerla siempre que estuvo con nosotros. Es fácil ver
por qué Bingley la ha cortejado. Ella tiene dulzura y franqueza, lo que la
hace agradable, mientras que sus sentimientos no parecen ser fáciles de
conmover. No importa lo encantador o animado que esté Bingley, él no
debe temer que se malinterpreten sus intenciones.
“Y Miss Eliza Bennet”, dijo Caroline, con una amplia sonrisa. “Ha sido
tan... encantador tenerla aquí”.
Elizabeth notó la vacilación y sus ojos brillaron con regocijo. No
obstante, contestó con bastante cortesía.
“Miss Bingley. Ha sido muy bondadosa al recibirme aquí”.
A Bingley, le dio una afectuosa despedida.
“Gracias por todo lo que ha hecho por Jane”, dijo. “Es para mí muy
importante ver lo bien que la ha cuidado. No pudo Usted ser más
amable, cuidando que el fuego estuviera encendido, o corriendo las
cortinas para evitar las corrientes de aire, o haciendo preparar platos
especiales para tentar a Jane a que comiera”.
“Sólo lamento no haber podido hacer más”, dijo él. “Espero verla pronto
en Netherfield de nuevo”.
“Yo también lo espero”
Se volvió hacia mí.
“Miss Bennet”, dije, haciendo una fría reverencia.
Ella me miró sorprendida por un momento, luego una sonrisa apareció
en sus ojos, y se inclinó, respondiendo en tono majestuoso: “Mr Darcy”.
Casi me hace sonreír. Pero escondí mi semblante en una expresión de
severidad y me alejé.
El grupo entonces se dividió. Bingley escoltó a las dos jóvenes al
carruaje y las ayudó a subir. Mi frialdad no había dañado el buen humor
de Elizabeth ni por un minuto. Agradecí que así fuera – antes de
recordarme que el humor de Elizabeth no es de mi incumbencia.
Volvimos al salón de dibujo.
“¡Bien!” dijo Caroline. “Se han ido”.
No respondí.
Se volvió a Louisa e inmediatamente comenzaron a hablar de
cuestiones de la casa, olvidando todo sobre su supuesta amiga.
Mientras escribo esto, me encuentro agradecido de que Elizabeth se
haya ido. Ahora, tal vez pueda volver a pensar en ella como Miss
Elizabeth Bennet. Debo tener pensamientos más racionales, de esa
manera no tendré que sufrir más las burlas de Caroline.
Lunes 18 de noviembre
Por fin, un día sensato. Bingley y yo examinamos el extremo Sur de su
tierra. Parece interesado en comprar la estancia, y dice que está listo
para establecerse. Sin embargo, no ha estado aquí por mucho tiempo y
no creo que sus intenciones estén fijadas hasta que haya pasado un
invierno aquí. Si le gusta después de eso, creo que podría ser el lugar
para él.
Caroline estuvo encantadora esta tarde. Sin Miss Elizabeth Bennet en la
casa ella no se burla de mí, y pasamos una agradable tarde jugando a las
cartas. No extraño para nada a Elizabeth. Creo que escasamente pensé
en ella media docena de veces en todo el día.
Martes 19 de noviembre
“Creo que deberíamos cabalgar hacia el resto de la estancia hoy”, le dije
a Bingley esta mañana.
“Luego, tal vez”, dijo. “Pienso dirigirme a Longbourn esta mañana para
preguntar sobre la salud de Miss Bennet”.
“Sólo la viste antes de ayer”, le remarqué con una sonrisa; Bingley preso
de uno de sus coqueteos es de lo más divertido.
“Lo que significa que no la vi ayer. Es tiempo de corregir mi
negligencia!” replicó, imitando mi tono. “¿Vendrás conmigo?”
“Muy bien”, dije.
Un momento después me arrepentí, pero es que estaba irritado
conmigo por mi cobardía. Seguramente puedo sentarme con Miss
Elizabeth Bennet por diez minutos sin caer en una cierta atracción, y
además, no había certeza de que iba a verla. Bien podría estar fuera de
su casa.
Salimos después de desayunar. Nuestro camino pasaba por Meryton, y
vimos al objeto de nuestro viaje en la calle principal. Miss Bennet estaba
tomando aire con sus hermanas. Nos miró al oír los cascos de nuestros
caballos.
“Me dirigía a ver cómo estaba Usted, pero ya puedo ver que está mucho
mejor. Me alegro de ello”, dijo Bingley, tocando su sombrero.
“Gracias”, dijo ella, con una sonrisa fácil y encantadora.
“Ya no está pálida, tiene algún color en sus mejillas”.
“El aire fresco me ha hecho bien”, dijo.
“¿Caminaron por Meryton?” preguntó él.
“Sí”.
“¿No estará Usted cansada, espero?” agregó él frunciendo el ceño.
“No, se lo agradezco, el ejercicio fue bueno. He pasado tanto tiempo
adentro de casa que me alegra poder salir de nuevo”.
“Siento exactamente lo mismo. Siempre que estoy enfermo, no puedo
esperar a estar afuera de casa tan pronto como me sienta lo
suficientemente bien”.
Mientras ellos continuaban de esa forma, con Bingley mirando feliz
cómo Miss Bennet había escapado de la maldición del tifus más que de
un simple resfriado, yo conscientemente evité mirar a Elizabeth. En su
lugar, dejé divagar mi vista sobre el resto del grupo. Vi a las tres
muchachas Bennets menores, una de ellas llevando un libro de
sermones y a las otras dos a las risitas entre ellas, y a un joven de
aspecto torpe que no había visto antes. Por su vestimenta era un
clérigo, y parecía estar muy atento hacia las damas. Estaba
reflexionando que tal vez su presencia explicaba por qué Mary Bennet
llevaba un libro de sermones, cuando recibí una sorpresa inesperada,
en realidad un shock terrible. A un costado del grupo había dos
caballeros más. Uno era Mr Denny, un oficial a quien Bingley y yo ya
habíamos conocido. El otro era George Wickham.
¡George Wickham! Ese hombre detestable, quien traicionó la confianza
de mi padre y casi arruina a mi hermana! Verme forzado a encontrarlo
de nuevo, en este momento y en este lugar... fue espantoso.
Pensé que había terminado con él, pensé que nunca tendría que verlo
de nuevo. Pero allí estaba, hablando con Denny como si nada le
preocupara en el mundo. Y supongo que no, porque nunca le ha
preocupado nada en la vida, más que él mismo.
Volvió su cabeza hacia mí. Sentí palidecer, y lo vi enrojecer. Nuestros
ojos se encontraron. Ira, disgusto y desprecio dispararon los míos. Pero,
recuperándose rápidamente, una impertinencia detestable dispararon
los de él. Tuvo la audacia de tocar su sombrero. ¡Tocar su sombrero! ¡A
mí! Me habría dado vuelta, pero tengo demasiado orgullo para hacer
una escena, y me obligué a devolver su saludo.
Sin embargo, mi cortesía fue en vano. Echando un vistazo a Miss
Elizabeth Bennet por el rabillo del ojo, vi que ella había notado nuestro
encuentro, y que no se había engañado ni por un instante. Ella supo que
algo estaba muy mal entre nosotros.
“Pero no debemos entretenerlas”, oí decir a Bingley.
Sentí, más que ver, que se volvía hacia mí.
“Vamos, Darcy, debemos continuar”.
Yo estaba demasiado ansioso por seguir su sugerencia. Nos despedimos
de las damas y nos fuimos cabalgando.
“Ella se siente mucho mejor, y cree que esta completamente bien de
nuevo”, dijo Bingley.
No respondí.
“Se veía muy bien, creo”, dijo Bingley.
De nuevo, no respondí.
“¿Algo esta mal?” preguntó Bingley, finalmente captando mi humor.
“No, nada” dije secamente.
“Nada de eso, Darcy, no es así. Algo te ha preocupado”.
Pero no se lo explicaré. Bingley no sabe nada del problema que tuve con
Wickham este verano, y no quiero que lo sepa. La insensatez de
Georgiana podría dejar una sombra en su reputación si se supiera, y
estoy determinado a que Bingley no escuche nada de eso.
Miércoles 20 de noviembre
Salí a cabalgar temprano esta mañana, sin preguntarle a Bingley si
quería acompañarme, porque quería estar solo. ¡George Wickham, en
Meryton!
Le ha quitado placer a mi visita. Peor aún, estoy obsesionado por una
idea de mi memoria, algo tan leve que no estoy seguro que sea real.
Pero no me abandonará, y colma mis sueños. Es esto: cuando alcancé a
las damas ayer, creo que vi una expresión de admiración en los ojos de
Elizabeth mientras miraba a Wickham.
Seguramente, ella no puede preferirlo a él antes de mí!
¿Qué estoy diciendo? Sus sentimientos hacia mí no son importantes.
Como sus sentimientos por George Wickham. Si ella quiere admirarlo,
es su problema.
No puedo creer que ella lo admire aún cuando sepa cómo es, y sabrá
cómo es. Él no ha cambiado. Es el derrochador que siempre ha sido, y
ella es demasiado inteligente para engañarse por mucho tiempo.
Aún así es bien parecido. Las damas siempre lo admiraron. Y tiene una
facilidad de maneras y estilo de abordar que lo hacen caer bien entre
aquellos que no lo conocen, mientras que yo...
¡No puedo creer que me estoy comparando con George Wickham! Debo
estar loco. Aunque si Elizabeth... no debo pensar en ella como Elizabeth.
Si ella decide compararnos, que lo haga. Eso probará que es indigna de
mis atenciones, y yo no pensaré más en ella.
Jueves 21 de noviembre
Bingley declaró sus intenciones de ir a Longbourn a invitar a los Bennet
a su baile. Caroline y Louisa accedieron pronto a ir con él, pero yo no
acepté, diciendo que tengo cartas que escribir. Caroline
inmediatamente declaró que ella también tenía algunas cartas que
escribir, pero Bingley le dijo que eso podía esperar hasta que regresara.
Yo estaba agradecido. No quería compañía hoy. No puedo dejar de
pensar en George Wickham. Por comentarios locales, supe que esta
pensando en unirse al regimiento. Sin duda piensa que se verá bien con
una casaca roja.
Peor aún, Bingley ha incluido a todos los oficiales en su invitación a
Netherfield, y temo que Wickham podría unírseles. No deseo verlo, pero
aún así no evitaré el baile. No está en mí evitarlo. Es un sinvergüenza y
un villano pero no voy a molestar a Bingley rechazando su invitación al
baile.
Viernes 22 de noviembre
Un día lluvioso. Estaba dispuesto a salir a cabalgar con Bingley esta
mañana, pero la lluvia comenzó y nos vimos obligados a quedarnos en
casa. Pasamos el tiempo hablando de la estancia y de los planes de
Bingley sobre ella. Sus hermanas nos ofrecieron sus puntos de vista
sobre las alteraciones necesarias que deben hacerse a la casa y el
tiempo pasó lo suficientemente placentero, aunque extraño la compañía
animada de Elizabeth.
Sábado 23 de noviembre
Otro día lluvioso. Caroline estaba de un humor irritante. Me alegro que
Elizabeth no esté aquí, o seguramente debería haber soportado lo peor
del malhumor de Caroline. Bingley y yo nos retiramos a la sala de billar.
Es algo bueno que la casa posea una, o creo que nos habríamos aburrido
terriblemente.
Domingo 24 de noviembre
Recibí una carta de Georgiana esta mañana. Le está yendo bien en los
estudios, y está feliz. Está comenzando un nuevo concierto con su
maestro de música, un hombre que me alegra decir que es casi su
adoración, y ella lo está disfrutando.
La lluvia continúa. Caroline y Louisa se entretienen decidiendo qué
vestirán para el baile, mientras Bingley y yo discutimos sobre la guerra.
Estoy comenzando a encontrar tedioso al campo. En casa, Pemberley,
tengo mucho de qué ocuparme, pero aquí hay muy poco que hacer
además de leer o jugar billar cuando el tiempo está feo.
Me gustará ver si este temporal de lluvia disuade a Bingley de comprar
Netherfield. Una estancia a la luz del sol es muy diferente a una en la
lluvia.
Lunes 25 de noviembre
Estoy agradecido por el baile. Al menos, si tenemos otro día lluvioso
mañana, tendremos algo de qué ocuparnos.
Martes 26 de noviembre
La mañana fue lluviosa, y la pasé escribiendo cartas. Al mediodía,
Bingley y sus hermanas se ocuparon de las preparaciones finales para el
baile. Yo tenía poco para hacer, y finalmente me encontré pensando en
Miss Elizabeth Bennet, tanto que cuando el grupo de Longbourn llegó
esta tarde la estuve buscando con la mirada. Creía que la había sacado
de mi mente, pero no soy tan insensible a ella como suponía.
“Jane se ve encantadora”, dijo Caroline, cuando su hermano se fue para
recibir a Miss Bennet.
“Es una pena que no pueda decir lo mismo de su hermana”, dijo Louisa.
“¿Qué es lo que está vistiendo Miss Elizabeth Bennet?”
Caroline la recompensó con una mirada divertida.
“Miss Eliza Bennet desprecia la moda, y está vistiendo un vestido que es
tres pulgadas más largo de lo que debería y usa un gran exceso de
encaje. ¿No lo cree Usted, Mr Darcy?”
“No sé nada sobre la moda de las damas”, dije, “pero para mí se ve muy
bien”.
Caroline mantuvo silencio, pero sólo por un momento.
“Me pregunto a quién está esperando. Ciertamente está buscando a
alguien”.
“Probablemente está buscando a los oficiales”, dijo Louisa.
“Entonces no es tan rápida como sus hermanas, porque ellas ya los han
encontrado”, dijo Caroline.
Las muchachas más jóvenes habían corrido ruidosamente por el salón,
y saludaban a los oficiales con risas y chillidos.
“¡Si se acercan más a Mr Denny, lo sofocarán!” remarcó Louisa.
“A Usted no le gustaría ver a su hermana comportándose de esa manera
con los oficiales, estoy segura”, dijo Caroline, volviéndose a mí.
No lo dijo para herirme, pero no podría haber escogido peor su
comentario. Mis pensamientos fueron a Georgiana, y de ella a Wickham,
quien iba a obtener una casaca roja. No, no me gustaría verla así, pero
estaba desagradablemente consciente de que si no hubiera llegado a
Ramsgate sin avisar, podría haber sucedido.
Caroline miró alarmada mientras yo palidecía, pero me sobrepuse lo
suficiente para responder fríamente: “¿Está Usted comparando a mi
hermana con Lydia Bennet?”
“¡Ellas tienen la misma edad!” dijo Louisa, a punto de reír.
“No, por supuesto”, dijo Caroline rápidamente, dándose cuenta de su
error. “No es posible compararlas. Sólo decía que a las muchachas
Bennet se les permite correr salvajemente”.
Asentí fríamente y me alejé de ella, esperando que las miradas de
Elizabeth sobre el salón hubieran sido por mí. Cuando me acerqué a los
oficiales, oí a Denny decirle a Miss Lydia Bennet que Wickham no estaba
porque se había visto forzado a irse del pueblo por unos días.
“¡Oh!” dijo ella, con la cara larga.
Elizabeth se les había unido y ella también se veía decepcionada.
Recordé la mirada que le había otorgado a Wickham en Meryton y cerré
los puños cuando comprendí con un desagradable shock que cuando
ella entró en el salón había estado buscando a Wickham, y no a mí.
“No creo que sus asuntos los hubieran hecho irse justo ahora si no
hubiese deseado evitar a cierto caballero aquí”, escuché decir a Mr
Denny.
¿Entonces se ha vuelto un cobarde? No hay duda sobre eso. El coraje
nunca formó parte del temperamento de Wickham. Imponerse a los
ingenuos, engañar a los inocentes y seducir a jóvenes, ésa es su
fortaleza.
Pero seguramente, Elizabeth no era ingenua. No. Ella no se dejaría
llevar tan fácilmente. Tal vez aún no lo haya descubierto, pero estaba
seguro de que lo haría. Mientras tanto, no quise desaprovechar la
oportunidad de hablarle.
Caminé hacia ella.
“Me alegra verla aquí. ¿Espero que haya tenido un viaje agradable?”
pregunté. “¡Esta vez, espero que no haya venido caminando!”
“No, se lo agradezco”, dijo ella con rigidez. “Vine en el carruaje”.
Me pregunté si la había ofendido. Tal vez pensó que mi comentario era
un desaire suponiendo la incapacidad de su familia de mantener
caballos apropiados para el carruaje. Intenté reparar el daño de mi
primer comentario.
“¿Está Usted ansiosa por el baile?”
Ella se volvió y me miró directamente.
“Es la compañía la que hace al baile, Mr Darcy. Disfruto de cualquier
entretenimiento en el que estén presentes mis amigos”.
“Entonces estoy seguro de que disfrutará su tarde aquí”, dije.
Ella se alejó con un grado de malhumor que me aturdió. No tuvo
problemas en recuperarse cuando habó con Bingley, y resolví que todo
estaba concluido con ella. Que me dé la espalda cuando le hablo. Que lo
prefiera a Wickham y no a mí. No quería nada más con ella.
Dejó a sus hermanas y cruzó el salón para hablar con su amiga, Miss
Lucas, cuando pidió su mano el joven clérigo torpe con el que la había
visto en Meryton. A pesar de mi enojo, no pude evitar sentir lástima por
ella. Nunca había visto un baile más mortificante en mi vida. Por su
expresión, diría que ella sentía lo mismo. Él iba a la izquierda cuando
debía ir a la derecha. Retrocedía cuando debía avanzar. Y aún así ella
bailó tan bien como si hubiera tenido un compañero experto.
Cuando la vi dejando la pista, iba a pedirle el próximo baile. Me vi
frustrado en esto porque bailó con uno de los oficiales, pero luego me
adelanté y le pedí el siguiente baile. Me miró sorprendida, y lo lamenté,
porque tan pronto como le pedí el baile me pregunté qué estaba
haciendo. ¿No había decidido yo no prestarle más atención? Pero estaba
hecho. Ya había hablado, y no podía retirar mi oferta.
Ella aceptó, más por la sorpresa que por otra cosa, creo. No pude
encontrar nada que decirle, y me alejé, determinado a pasar mi tiempo
con gente más racional hasta que el baile comenzara. Fuimos hacia la
pista. Hubieron miradas de asombro alrededor nuestro, aunque no sé
por qué. Puedo haber elegido no bailar en la fiesta, pero un baile
privado es una situación muy diferente.
Intenté pensar en algo que decir, pero no pude. Eso me sorprendió.
Nunca me había quedado sin palabras antes. Seguramente, no siempre
se me hace fácil hablar con quienes no conozco muy bien, pero
generalmente puedo pensar en alguna trivialidad. Creo que fue la
hostilidad que percibí de Elizabeth lo que me despojó de mis sentidos.
Al final ella dijo: “Ésta es una danza agradable”.
Viniendo de una mujer cuyo ingenio y viveza me deleitaban, fue un
comentario seco, y no respondí.
Después de unos minutos, dijo: “Es su turno de decir algo ahora, Mr
Darcy. Yo hablé sobre la danza, y Usted debería hacer algún tipo de
comentario sobre el tamaño del salón, o el número de parejas”.
Eso fue más parecido a Elizabeth.
“Diré lo que Usted quiera que diga”, respondí.
“Muy bien. Esa respuesta servirá por el momento. Tal vez luego
observemos que los bailes privados son más placenteros que los
públicos. Pero por ahora podemos guardar silencio”.
“¿Habla Usted por regla, mientras baila?” pregunté.
“A veces. Uno debe hablar un poco, Usted sabe, y aún así para ventaja de
algunos, la conversación debe llevarse de modo de decir lo menos
posible”.
“¿Está Usted considerando sus propios sentimientos en ese caso, o
imagina que gratifica los míos?”
“Ambos” replicó maliciosamente.
No pude evitar sonreír. Es esa malicia lo que me atrae. Es provocativa
sin ser impertinente, y nunca lo había visto en una mujer antes. Ella
levanta la cabeza en una forma tal cuando hace uno de sus comentarios
traviesos que se apodera de mí un abrumador deseo de besarla. No es
que me dejaría llevar por ese impulso, pero lo mismo está allí.
“He observado una gran similitud en nuestra forma de pensar”
continuó. “Ambos somos antisociales, taciturnos, deseando no hablar, a
menos que esperemos decir algo que asombre a todo el salón, y quede
para la posteridad con la fuerza de un proverbio”.
Yo estaba intranquilo, no muy seguro de si reírme o sentirme
consternado. Si era parte de su juego, lo habría encontrado divertido,
pero ¿si ella realmente pensaba eso? ¿Había estado tan taciturno
cuando había estado con ella? Volví a pensar en la fiesta en Meryton, y
en los primeros días en Netherfield. Tal vez no había sido simpático con
ella, pero nunca lo fui. Tal vez, había sido brusco al principio, pero creía
que había reparado mis faltas hacia los últimos días de su estadía en
Netherfield. Hasta el último día. Recordé mi silencio, y mi
determinación en no hablarle. Recordé el felicitarme por no dirigirle
más de diez palabras, y mantenerme en silencio cuando me quedé solo
con ella por media hora, fingiendo estar absorto en mi libro.
Estuve bien en mantener silencio, pensé. Inmediatamente después
pensé que estuve mal. Estuve tanto bien como mal: bien si quería
deshacer cualquier expectación que pudiera haber surgido en el curso
de su visita, pero mal si quería ganar sus favores, o ser cortés. No estoy
acostumbrado a estar tan confundido. Nunca lo estuve, antes de
conocer a Elizabeth.
Tomé conciencia del hecho de que de nuevo esta en silencio, y sabía que
debía decir algo si no iba a confirmar su suposición de que era
deliberadamente taciturno.
“Eso no le hace justicia a su propio temperamento, estoy seguro”, dije,
mi incomodidad reflejada en mi tono de voz, porque no sabía si estar
divertido o herido. “Cuán bien refleje el mío, no lo puedo decir. Usted
piensa que es un justo retrato, sin duda”.
“No lo puedo decidir por mis propias observaciones”.
Caímos en un silencio incómodo. ¿Ella me estaba juzgando? ¿Me
despreciaba? ¿O estaba jugando conmigo? No podía decidirlo.
Al final, le hablé sobre su visita a Meryton, y me contestó que ella y sus
hermanas habían hecho un nuevo conocido allí.
Me congelé. Sabía lo que quería decir. ¡Wickham! ¡Y la forma en que
hablaba de él! No con desprecio, si no con amabilidad. Temí que
continuara, pero algo en mi expresión la mantuvo en silencio.
Sabía que debería haber ignorado la cuestión. No tenía que darle
explicaciones. Aún así me encontré diciendo: “Mr Wickham está
bendecido con buenas maneras que le aseguran muchos amigos. Si es
igualmente capaz de retenerlos es menos certero”.
“Ha tenido la desgracia de perder su amistad, y de una forma en que lo
lamentará toda su vida”.
¿Qué es lo que le ha dicho a ella? ¿Qué le ha contado? Deseé contarle la
verdad sobre el asunto, pero no pude hacerlo por miedo a herir a
Georgiana.
Una vez más hubo silencio. Nos rescató Sir William Lucas quien lanzó
un comentario que sacó a Wickham de mi mente. Por eso, al menos,
debo agradecerle. Nos felicitó por el baile, y luego, mirando a Miss
Bennet y Bingley, dijo que esperaba tener el placer de repetirlo
frecuentemente cuando cierto evento deseable tuviera lugar.
Me detuve en seco. No podía haber malentendidos sobre lo que estaba
diciendo. Él pensaba que era posible, mejor dicho certero, que Miss
Bennet y Bingley se casarían. Lo miré bailar, pero no logré ver nada en
sus maneras que llevaran a esa conclusión. Aún así me estaban
hablando como si yo supiera que el asunto iba en serio. No puedo dejar
que Bingley arruine la reputación de una mujer, no importa cuán
agradable sea su coqueteo. Recobrándome, le pregunté a Elizabeth de
qué estábamos hablando.
Ella contestó, “De nada en particular”.
Comencé a hablarle de libros. Ella no admitiría que compartimos los
mismos gustos, por lo que declaré que, al menos, deberíamos hablar de
algo. Ella respondió que no podría hablar de libros en un salón de baile,
pero yo pensé que eso no era lo que le preocupaba. El problema era que
su mente estaba en otra parte.
De repente me dijo, “Recuerdo haberle oído decir una vez, Mr Darcy,
que Usted nunca perdona, que una vez que crea un resentimiento no lo
deshace. ¿Usted debe ser muy cauteloso, supongo, en lo que lo
resiente?”.
¿Ella estaba pensando en Wickham? ¿Él le habría dicho de la frialdad
entre nosotros? Se veía genuinamente ansiosa de escuchar mi
respuesta, y le contesté.
“Lo soy”, dije firmemente.
Siguieron más preguntas, hasta que le pregunté qué quería saber con
todo eso.
“Meramente a una ilustración de su carácter”, dijo, intentando salir del
tono grave.
“Es lo que estoy intentando hacer”.
Entonces no estaba pensando en Wickham. Estaba complacido.
“¿Y cuál es su conclusión?” no pude evitar preguntarle.
Sacudió la cabeza. “No llego a ninguna. Oigo tantas cosas diferentes de
Usted que estoy realmente confundida”.
“Lo puedo entender”, dije, pensando en Wickham con un sentimiento
oscuro. Agregué en un impulso, “Desearía que no hiciese un estudio de
mi carácter en este momento, porque tengo razones para temer que el
resultado no favorecerá a nadie”.
“Pero es que si no lo hago ahora, puedo no tener nunca más la
oportunidad”.
Le había rogado clemencia. No rogaría de nuevo. Le contesté fríamente,
rígidamente: “No tengo la intención de demorar sus placeres”.
Terminamos el baile como lo empezamos, en silencio. Pero no puedo
estar enojado con ella por mucho tiempo. Algo le ha dicho George
Wickham, eso era claro, y como él no era capaz de decir la verdad,
seguramente la ha embaucado con un montón de mentiras. En cuanto
dejamos la pista de baile, había perdonado a Elizabeth, y vuelto mi ira
hacia Wickham.
¿Qué era lo que él le había dicho?, me pregunté. ¿Y cuánto repudio me
había causado en su estima?
En ese momento dejé de pensar en estas reflexiones, porque el joven
torpe hizo una reverencia enfrente de mí y se disculpó por presentarse
él mismo. Estaba por irme de allí cuando recordé haberlo visto con
Elizabeth, y me sentí curioso de lo que tenía que decir.
“Estoy muy consciente de que presentarse a uno mismo va en contra de
las normas establecidas de ceremonia, pero me congratulo de que las
reglas que gobiernan a un clérigo son muy diferentes, de hecho
considero que el oficio de clérigo es igual en dignidad a los más altos
rangos del reino, por lo que he venido a presentarme a Usted, una
presentación que, estoy persuadido, no la considerará impertinente
cuando sepa que mi noble benefactora, la Dama que me ha otorgado
graciosamente una generoso legado, es nada menos que su estimable
tía, Lady Catherine de Bourgh. Ella es quien me ha concedido su
preferencia al atorgarme la valuable rectoría de Hundsford, donde es mi
deber, mejor dicho mi placer, dictar las ceremonias que deben, por su
misma naturaleza, recaer sobre la interesada”, me aseguró con una
sonrisa obsecuente.
Lo miré estupefacto, preguntándome si estaría del todo cuerdo. Parecía
que en realidad pensaba que un clérigo es el igual al Rey de Inglaterra,
aunque no de mi tía, porque su declaración estuvo plagada de efusiones
de gratitud y halagos hacia su nobleza y condescendencia. Lo encontré
sumamente extraño; pero mi tía, sin embargo, evidentemente lo había
encontrado merecedor del legado, y como ella lo conocía mejor que yo
sólo pude suponer que poseía virtudes que yo no conocía.
“Estoy seguro que mi tía nunca concedería un favor a quien no lo
merece”, dije cortésmente, pero con suficiente frialdad como para que
no siguiera diciendo nada más. Sin embargo él no estaba disuadido, y
comenzó un segundo discurso que fue más largo y más enredado que el
primero. En cuanto abrió la boca para tomar aliento, le hice una
inclinación y me fui. Lo absurdo tiene su placer, pero no estaba de
humor para divertirme con eso, tan poco después de dejar a Elizabeth.
“Veo que ya ha conocido al estimable Mr Collins”, me dijo Caroline
cuando fuimos a cenar. “Es otro de los parientes de los Bennet.
Realmente parecen tener la más extraordinaria colección. Creo que esto
supera incluso a si tío de Cheapside. ¿Qué piensa Usted, Mr Darcy?”
“Todos podemos tener parientes de los que no estemos orgullosos”,
dije.
Ésto hizo que Caroline se detuviera. Ella parece olvidar que su padre
hizo su fortuna en el comercio.
“Muy cierto”, contestó. Pensé que había adquirido alguna sensatez, pero
un momento después dijo, “Estuve hablando con Eliza Bennet. Parece
haber desarrollado el más extraordinario afecto por George Wickham.
No sé si Usted lo ha notado, pero ella está muy apegada a la milicia aquí.
De todas las cosas es la más irritante, que Usted pudiera ser
incomodado por un hombre como George Wickham. Mi hermano no
deseaba invitarlo, lo sé, pero sintió que no podría hacer una excepción
cuando invitó a los demás oficiales”.
“Se habría visto personal”, concedí.
Bingley no podría ser culpado por la situación.
“Sé que Charles estaba muy complacido cuando Wickham se quitó él
mismo del camino. Charles no desearía perturbarlo a Usted de ninguna
manera. Sabiendo que no se puede confiar en Wickham, le advertí a
Eliza Bennet acerca de él, diciéndole que yo sabía que se ha comportado
infame con Usted, aunque no conocía los particulares...”
Se detuvo, pero si estaba esperando que la iluminara, se iba a
decepcionar. Mis asuntos con Wickham nunca se harán públicos, ni se
los contaré a nadie que no los conozca ya.
“... pero ella ignoró mi advertencia y salió en su defensa de una manera
salvaje”.
Iba a poner fin a su conversación, porque me estaba causando un grado
de pena considerable, cuando otra voz interrumpió la charla. Reconocí
el tono estridente en el momento. Era Mrs Bennet. No deseaba escuchar
su conversación, pero fue imposible no oír lo que estaba diciendo.
“¡Ah! Ella es tan hermosa que yo sabía que no podía ser tan hermosa
por nada. Mi adorada Jane. ¡Y Mr Bingley! Qué hombre tan apuesto. ¡Qué
elegante! Y tales maneras agradables. Y luego, por supuesto, está
Netherfield. Está a la distancia justa de nosotros, ya que ella no querrá
estar demasiado cerca, no cuando tendrá su propia estancia que dirigir,
y aún así no le quitará tiempo el ir a visitarnos en el carruaje. Me atrevo
a decir que tendrá un carruaje muy elegante. Probablemente dos
carruajes elegantes. O tal vez tres. El precio de un carruaje no es nada
para un hombre con cinco mil libras al año”.
Me fui poniendo rígido mientras la escuchaba proseguir.
“Y sus hermanas son tan amables con ella”.
Agradecí que Caroline estuviera ocupada con un joven que había
llamado su atención a su izquierda, por lo que no escuchó. Su
amabilidad hacia Jane se habría evaporado en un momento si supiera
hacia dónde apuntaban los pensamientos de Mrs Bennet. Los
pensamientos de Sir William iban en la misma dirección.
Miré a lo largo de la mesa, y vi a Bingley hablando con Miss Bennet. Sus
modales eran tan abiertos como siempre, pero creo que detecté algo
más que un afecto común. De hecho, cuanto más lo observaba, más
seguro estaba de que sus sentimientos estaban comprometidos.
Observé a Miss Bennet, y aunque podías decir que estaba complacida de
hablarle, no daba signos de que sus sentimientos fueran de ninguna
manera recíprocos. Respiré con más calma. Si yo podía sacar a Bingley
del vecindario, estoy seguro de que él la olvidaría pronto, y ella lo
olvidaría a él.
Si el asunto sólo se relacionara con Miss Bennet, no me habría
preocupado tanto con el pensamiento de Bingley casándose con ella,
pero no era sólo cuestión de Miss Bennet, estaba el asunto de su madre,
quien era una matrona maleducada, y su padre indolente, y sus tres
hermanas menores quienes eran tontas y coquetas, y si tío en
Cheapside, y otro tío procurador, y el la cima de todo esto, su extraña
conexión, el clérigo adulador...
Mientras escuchaba a Mrs Bennet, sentí que no podía perder tiempo y
que debía inmiscuirme en el asunto. No podía abandonar a mi amigo a
tal destino, con tan poco esfuerzo de mi parte para sacarlo del apuro.
Estaba seguro que con unas pocas semanas en Londres, él encontraría
pronto un nuevo cortejo.
“Sólo espero que sea Usted tan afortunada, Lady Lucas”, continuó Mrs
Bennet, evidentemente pensando que no había posibilidades de que su
vecina compartiera su suerte. “Tener una hija tan bien establecida –
¡qué cosa maravillosa!”
La cena había terminado. Fue seguida de una exhibición de Mary
Bennet, cuyo canto fue tan malo como su ejecución. Para hacer las cosas
peores, cuando su padre finalmente la sacó del pianoforte, lo hizo de
una forma que haría ruborizar a cualquier persona decente.
“Lo has hecho extremadamente bien, pequeña. Nos has deleitado lo
suficiente. Deja que otras jóvenes tengan tiempo de exhibirse”.
¿Existe algún otro discurso más imprudente?
La tarde no terminaría tan pronto, porque por alguna coincidencia o
estratagema, no se cuál, el carruaje de los Bennets fue el último en
retirarse.
“Dios, ¡qué cansada estoy!” exclamó Lydia Bennet, bostezando
exageradamente, lo que hizo que Caroline y Louisa intercambiaran
miradas sarcásticas.
Mrs Bennet no se quedaba quieta, y hablaba incesantemente. Mr Bennet
no hizo ningún esfuerzo por callarla, y fue uno de los cuartos de hora
más incómodos de mi vida. Salvar a Bingley de una compañía como ésa
era todo lo que ocupaba mi mente.
“¿Vendrá Usted a cenar con mi familia, espero, Mr Bingley?” dijo Mrs
Bennet.
“Nada me daría más placer”, contestó. “Tengo algunos negocios que
atender en Londres, pero iré a visitarlos tan pronto como regrese”.
Saber ésto me deleitó. Significa que no tendré que pensar en una
manera de sacarlo del vecindario, porque si sucede que debiera
quedarse en Londres, el contacto con Miss Bennet se rompería y él no
pensará más en ella.
Pretendo hablar con Caroline, para asegurarme de que los afectos de
Jane no están comprometidos, y si encuentro, como sospecho, que no lo
están, entonces sugeriré que nos vayamos a Londres con Bingley para
persuadirlo de que se quede allí. Un invierno en la ciudad le hará
olvidar sus afectos, y lo dejará libre para otorgárselos a un objeto más
merecedor.
Miércoles 27 de noviembre
Bingley se fue a Londres hoy.
“Caroline, desearía hablarle”, dije, cuando él partió.
Caroline levantó la vista de su libro y sonrió.
“Estoy a su disposición”.
“Es sobre Miss Bennet sobre lo que deseo hablar”.
Su sonrisa desapareció, y sentí que estaba en lo cierto al pensar que su
afecto por su amiga estaba disminuyendo.
“Hubieron varias alusiones en el baile, sugiriendo que algunos de los
nuevos vecinos de Bingley estaban esperando que un casamiento
tuviera lugar entre él y Miss Bennet”.
“¡Qué!” gritó Caroline.
“Pensé que le disgustaría. Yo no pude ver nada en las maneras de Miss
Bennet que me hagan pensar que está enamorada, pero quiero su
consejo. Usted la conoce mejor que yo. Ha estado con ella en
confidencia. ¿Ella mantiene sentimientos de afecto hacia su hermano?
Porque, si lo hace, no se debe jugar con esos sentimientos”.
“Ella no los tiene para nada”, dijo Caroline, lo cual me dejó en paz.
“¿Está Usted segura de ello?”
“Lo estoy. Ella ha hablado de mi hermano varias veces, pero sólo en
términos que usa para cualquier joven de su conocimiento. Por lo que,
estoy segura que nunca pensó en Charles en ese sentido. Ella sabe que
no piensa establecerse en Netherfield, y simplemente está
entreteniéndose mientras esté aquí”.
“Es como lo supuse. Pero los sentimientos de Bingley están mucho más
comprometidos”.
“Yo temo lo mismo. Si él fuera tan tonto como para unirse a esa familia,
lo lamentará para siempre”.
“Lo hará. Creo que debemos separarlos, antes de que su
comportamiento de lugar a más especulaciones. Si lo hace, vendrá un
tiempo en que las expectaciones deban se cumplidas, o la reputación de
la dama sufrirá un daño irreparable”.
“Está en lo cierto. No debemos dañar la reputación de la querida Jane.
Ella es una dulce muchacha. Louisa y yo la apreciamos. No debe ser
herida”.
Mr Hurst nos interrumpió en ese momento.
“¿Viene a cenar con los oficiales?” preguntó. “Me invitaron a ir. Estoy
seguro de que Usted será bienvenido”.
“No”, dije, Quería terminar mi conversación co Caroline.
Hurst se encogió de hombros y fue en busca del carruaje.
“Propongo que sigamos a Bingley a Londres. Si nos quedamos con él
allá, no tendrá razones para regresar”, dije.
“Un plan excelente. Le escribiré a Jane mañana. No diré nada fuera de lo
ordinario, pero le dejaré saber que Charles no regresará este invierno, y
que deseo que disfrute con sus familiares las Navidades”.
Jueves 28 de noviembre
La carta de Caroline fue escrita y enviada esta mañana, poco antes de
partir hacia Londres.
“Oí la cosa más demente anoche en Meryton”, dijo Mr Hurst mientras el
coche traqueteaba por el camino a Londres.
No presté mucha atención, pero mientras continuaba lo fui atendiendo
más.
“La muchacha Bennet – ¿cuál es su nombre?”
“Jane”, ayudó Louisa.
“No, no ella, la otra. La de las enaguas”.
“Ah, quieres decir Elizabeth”.
“Esa misma. Ha recibido una oferta del clérigo”.
“¿Una oferta? ¿Del clérigo? ¿Qué quieres decir?” preguntaron Caroline y
Louisa al mismo tiempo.
“Una oferta de casamiento. Collins. Ese era su nombre”.
“¡Mr Collins! ¡Qué delicioso!” dijo Louisa.
“Parece que Mr Collins es otro admirador de sus hermosos ojos”, dijo
Caroline, mirándome sarcásticamente. “Creo que se llevarán bien
juntos. Una es toda impertinencia, y el otro es todo un imbécil”.
Yo no sabía, hasta que oí esto, cuán lejos habían llegado mis
sentimientos. La idea de que Elizabeth se casara con Mr Collins fue
mortificante, y penoso en una manera que no imaginaba. Rápidamente
me recuperé. Hurst debe estar equivocado. Ella no podía rebajarse
tanto. Estar unido a ese payaso por el resto de su vida....
“Usted debe estar equivocado”, dije.
“Para nada”, dijo Hurst. “Lo oí de Denny”.
“No es una mala unión”, dijo Louisa, considerando. “De hecho, es una
buena. Son cinco hijas, solteras, y su estancia está vinculada, creo”.
“Vinculada a Collins”, dijo Mr Hurst.
“Mejor aún”, dijo Louisa. “Miss Eliza Bennet no tendrá que dejar su
hogar, y sus hermanas tendrán un lugar donde vivir cuando su padre
muera”.
“Y también su madre”, dijo Caroline alegremente. “Qué encantador estar
confinada a Mrs Bennet por el resto de su vida...”
“Pero me pregunto por qué no pidió a Jane”, dijo Louisa.
“¿Jane?” preguntó Caroline.
“Sí. Es la mayor”.
Caroline me miró. Supe lo que estaba pensando. Mr Collin no pidió a
Jane, porque Mrs Bennet le habría dejado creer que Jane iba a casarse
pronto con Bingley.
“Me atrevo a decir, que con la estancia vinculada, él pensó que tendría
su oportunidad”, dijo Caroline. “Los padres de Miss Eliza Bennet deben
estarle agradecidos, aunque no estoy segura que ella sea la esposa
apropiada para un clérigo. ¿Qué opina Usted, Mr Darcy?”
No dije nada, por miedo a decir algo que podía lamentar. No puedo
permitirme admirar a Elizabeth, entonces, ¿qué importa si otro hombre
lo hace? Pero aún así apreté las manos y bajando la vista, percibí que
mis nudillos estaban blancos.
Ella me miró, esperando mi respuesta, sin embargo, y al final dije, más
para satisfacer mis propios sentimientos que los de ella: “Puede venir
de la nada. Denny podría estar equivocado”.
“No veo cómo”, dijo Caroline. “Es íntimo de Lydia. Sabe todo lo que
ocurre en esa casa, me atrevo a decir”.
“Lydia es una niña, y puede estar en un error”, me escuché diciendo.
“Denny no lo escuchó de Lydia”, dijo Mr Hurst. “Lo escuchó de su tía. La
tía vive en Meryton. Se lo contó a Denny ella misma. La casa entera
estaba hecha un tumulto, dijo. Primero Mr Collins se ofrece a Elizabeth,
luego Elizabeth le dice que no lo acepta”.
“¿Que no lo acepta?”
Escuché la esperanza de mi voz.
“Lo rechazó. La madre está histérica. El padre de su lado”, dijo Mr Hurst.
¡Dios bendiga a Mr Bennet! Pensé, preparado para perdonarle todas las
demás instancias de negligencia.
“Si ella no cambia de opinión y lo acepta, él irá por la muchacha Lucas”,
dijo Mr Hurst.
“¿Cómo lo sabe?” preguntó Caroline sorprendida.
“La tía lo dijo. “Si Lizzy no es rápida, Charlotte lo aceptará”, dijo. “Él
tiene que casarse, su patrona se lo dojo, y una muchacha es tan buena
como otra al fin”.
Respiré de nuevo. Sólo cuando lo hice me dí cuenta cuán
profundamente me sentía atraído por Elizabeth. Es bueno que nos
vayamos a Londres. He salvado a Bingley de una unión imprudente, no
puedo hacer menos por mí mismo. Una vez lejos del vecindario de
Elizabeth, dejaré de pensar en ella. Entraré en conversaciones
racionales con mujeres racionales, y no pensaré más en su mente ágil.
Llegamos a Londres en buen tiempo. Bingley estaba sorprendido de
vernos.
“No quisimos dejarte aquí solo, y que tuvieras que pasar las horas en un
hotel incómodo”, dijo Caroline.
“¡Pero mis negocios sólo me tomarán unos días!” dijo él en sorpresa.
“Espero que no te vayas antes de ver a Georgiana”, dije. “Sé que le
gustaría verte”.
“Querida Georgiana”, dijo Caroline. “Dí que podemos estar en la ciudad
por una semana, Charles”.
“No veo por qué no podemos quedarnos una día o dos más”, concedió.
“Me gustaría ver a Georgiana también. Dime, Darcy, ¿ha crecido
mucho?”
“No la reconocerías”, dije. “Ya no es una niña. Está convirtiéndose en
una mujer”.
“¿Pero aún es joven para disfrutar las Navidades?” preguntó Caroline.
Sonreí. “Eso creo. Ustedes deben quedarse y celebrar con nosotros”.
“No nos quedaremos tanto tiempo”, dijo Bingley.
“Qué, ¿y perdernos las Navidades con Darcy y Georgiana?” preguntó
Caroline.
“Pero prometí cenar con los Bennets”, dijo. “Mrs Bennet me lo pidió
particularmente, y de la manera más amable”.
“¿Vas a abandonar a tus viejos amigos por los nuevos?” protestó
Caroline. “Mrs Bennet dijo que podías cenar con su familia en cualquier
momento. Yo misma la escuché. Los Bennets aún estarán allí después de
Navidad”.
Bingley parecía dudar, pero luego dijo: “Muy bien. Nos quedaremos en
la ciudad para Navidad.”. Comenzó a verse más animado. “Me atrevo a
decir que será divertido. Siempre es mejor celebrar Navidad cuando hay
niños en la casa”.
Esto no fue un buen auguro para sus sentimientos hacia Georgiana, pero
me conforté con el hecho de que no la ha visto en mucho tiempo, y
pienso que ella debe haberse visto como una niña la última vez que se
vieron, ahora claramente se estaba convirtiendo en una joven.
“Y luego de Navidad, iremos al condado de Hertford para Año Nuevo”.
Dijo. “Le escribiré a Miss Bennet y le diré de nuestros planes”.
“No hay necesidad de ello”, dijo Caroline. “Yo le escribiré hoy. Se lo diré
yo misma”.
“Envíale mis mejores deseos”, dijo Bingley.
“Lo haré”.
“Y dile que estaré en el condado de Hertford en enero”.
“Me aseguraré de hacerlo”.
“Envíale saludos a su familia de mi parte”.
“Por supuesto”.
Habría continuado, pero interrumpí con un: “Entonces está decidido”.
Caroline dejó la sala para ir a escribir la carta. Louisa y su esposo se
fueron, también, y Bingley y yo nos quedamos solos.
“Estaré ansioso por Navidad, y más aún por Año Nuevo”, dijo Bingley.
“Te gusta Miss Bennet”, observé.
“Nunca conocí a una muchacha que me gustara ni la mitad”.
Me senté, y Bingley se sentó frente a mí.
“Aún así no estoy seguro de que sea una buena esposa para ti”, dije
pensativamente.
“¿Qué quieres decir?”, preguntó, sorprendido.
“Sus bajas conexiones – ”
“¡No pretendo casarme con sus conexiones!” dijo Bingley riendo.
“Un tío procurador, otro que vive en Cheapside. No pueden aportar
nada a tu jerarquía y, al final, la disminuyen”.
La sonrisa de Bingley disminuyó.
“No puedo ver en qué importa. ¿Que jerarquía necesito yo?”
“Todos los caballeros necesitan jerarquía. Y están sus hermanas”.
“Mis Elizabeth es una muchacha encantadora”.
Me golpeó en mi punto débil, pero estaba firme y me recobré.
“Sus hermanas son, la mayoría, ignorantes y vulgares. La menor es una
coqueta empedernida”.
“No tendremos la necesidad de verlas”, dijo Bingley.
“Mi querido Bingley, no puedes vivir en Netherfield y no verlas. Estarán
siempre con ustedes. Y también su madre”.
“Entonces no viviremos en Netherfield. No he comprado la estancia.
Sólo es alquilada. Nos estableceremos en cualquier lugar”.
“¿Pero Jane lo consentirá?”
Hizo un gesto sombrío.
“Si ella siente un afecto fuerte hacia ti, tal vez pueda persuadirse de
dejar su vecindario”, dije.
“¿Tú piensas que no lo siente?” preguntó Bingley desconcertado.
“Es una muchacha amable, pero no muestra más placer en tu compañía
que en la de otros hombres”.
Se mordió los labios.
“Yo pensé... ella parecía complacida de hablar conmigo... parecía
complacida de bailar conmigo... también pensé que se veía más
complacida conmigo que con cualquier otro hombre. Cuando bailamos
juntos – ”
“Bailaron dos veces en cada baile, y ella bailó dos veces con otros
hombres”.
“Es cierto”, admitió, “pero pensé que era sólo porque sería rudo
rehusar”.
“Tal vez habría sido rudo para ella el rechazarte a ti”.
“¿Piensas que sólo bailó conmigo para ser cortés?” preguntó con
consternación.
“No diría tanto. Creo que ella disfrutó bailar contigo, y hablar contigo, y
coquetear contigo. Pero creo que no lo disfrutó más que con otros
hombres, y ahora que tú no estás en el condado de Hertford –”
“Debo volver”, dijo, parándose. “Lo sabía”.
“Pero si ella es indiferente, sólo te causarás pena”.
“Si es indiferente. Tú no sabes si lo es”.
“No, no lo sé, pero la observé muy de ceca, y no pude ve ningún signo de
afecto particular”.
“¿La observaste?” preguntó con sorpresa.
“Tu parcialidad comenzó a llamar la atención. Otros además de mí lo
notaron. Si hubieras ido más lejos, te habrías visto obligado a hacerle
una propuesta”.
“Me habría gustado hacerle una propuesta”, me corrigió, luego vaciló.
“¿Piensas que habría aceptado?”
“Por supuesto. Habría sido una buena unión para ella. Tú tienes un
ingreso considerable, y una linda casa. Se habría establecido cerca de su
familia. No hay razones para que te rechace. ¿Pero te gustaría casarte
por esas razones?”
Se veía confuso.
“Más me gustaría casarme por mí mismo”, concedió.
“Y lo harás, algún día”.
Se sentó de nuevo.
“Ella era demasiado buena para mí”, dijo taciturno.
“No creo eso, pero si sus afectos no están comprometidos, ¿cuál es el
punto de casarse? Conocerás a otra muchacha, tan dulce como Miss
Bennet, pero una que responda a tus sentimientos en igual medida.
Londres está lleno de damas”.
“Pero yo no tengo interés en otras jóvenes”.
“Con el tiempo, lo tendrás”.
Bingley no dijo nada, pero yo estaba tranquilo. Él la olvidará antes de
que termine el invierno.
Estoy complacido de que haya expresado su deseo de ver a Georgiana
de nuevo. La conoce desde hace mucho más que a Miss Bennet, y no se
puede esperar que una nueva conocida ocupe el mismo lugar en sus
afectos que una vieja, particularmente cuando vea cuánto ha crecido
Georgiana. La unión sería bienvenida por ambos lados, y me congratulo
de que sería una unión feliz.
DICIEMBREDICIEMBREDICIEMBREDICIEMBRE
Jueves 5 de diciembre
Bingley vino a cenar conmigo hoy. Ha estado ocupado la última semana,
pero llegó puntualmente esta tarde y se quedó encantado con
Georgiana.
“Se está volviendo una belleza”, me dijo. “Y es tan instruida”, agregó,
cuando ella tocó para nosotros después de la cena.
Lo es. Casi había olvidado lo que es escuchar una ejecución excelente, y
no pude evitar un escalofrío interno cuando pensé en la actuación de
Mary Bennet comparada con la de Georgiana. La ejecución de Elizabeth
fue dulce, es verdad, aunque no tan perfecta como la de mi hermana,
pero aún así hubo calidad en su forma que me hizo querer oírla.
Viernes 6 de diciembre
Caroline vino a ver a Georgiana esta mañana, y la entretuve hasta que
terminó la lección de música de mi hermana.
“Charles se quedó encantado con Georgiana anoche”, remarcó. “Dijo que
Georgiana es una de las jóvenes más hermosas e instruidas de su
conocimiento”.
Estoy complacido. Caroline parecía complacida, también. Creo que no
sería adversa a un matrimonio entre ellos.
“¿Va Usted a visitar a su tía en Kent antes de Navidad?” preguntó.
“No, no creo, aunque probablemente la visite para las Pascuas”.
“Querida Lady Catherine”, dijo Caroline, sacándose los guantes. “Cómo
deseo verla. Rosings es una casa elegante, por donde se la mire”.
“Sí, lo es, muy elegante por cierto”.
“En un lugar tan agradable del país”.
“Es cierto”.
“Le sugerí a Charles que debería buscar una casa allí. Yo estaría feliz de
vivir en Kent. Pero él pensó que el condado de Hertford estaba bien
situado. Una lástima. Podría haber evitado ciertos enredos si se hubiera
establecido en otro lugar”.
“Sin embargo, está libre de ellos ahora”.
“Sí, gracias a su intervención. Tiene suerte de tenerlo como amigo. Yo
sentiría un gran confort de saber que un amigo se preocupa tanto por
mí”, dijo, mirándome.
“Usted tiene a su hermano”.
Ella sonrió. “Por supuesto. Pero Charles aún es un muchacho. Una
necesita un hombre a veces, alguien maduro y profundo, que esté
acostumbrado a los caminos del mundo y sepa cómo vivir en él”.
“¿No tiene Usted planes de casarse?”
“Lo haría, si conozco al caballero correcto”.
“Ahora que está en Londres tendrá más oportunidades de conocer
gente. Bingley piensa organizar algunos bailes, según supe. Lo he
alentado. Cuantas más caras bonitas vea en las próximas semanas,
mejor. Y por Usted, extenderá su círculo social”.
“No es muy necesario. Nosotros cenamos con más de veinticuatro
familias, Usted sabe”, remarcó sarcásticamente.
Recordé a los Bennets, como era su intención, pero si hubiera conocido
la dirección exacta de mis pensamientos, dudo que hubiese estado tan
complacida. No importa lo que haga, todas las conversaciones parecen
traerme un recuerdo de ellos de alguna manera. Es una suerte que haya
dejado de pensar en Elizabeth, de otra forma lo Bennets nunca saldrían
de mi mente.
Sábado 7 de diciembre
Bingley se ocupó de hacer negocios y se encuentra de buen humor,
aunque de vez en cuando capto una mirada pensativa en él.
“¿Estás seguro que ella no sentía nada por mí?” preguntó esta tarde,
cuando las damas se retiraron después de la cena.
No tuve que preguntar a quién se refería.
“Estoy seguro de ello. Ella disfrutaba de tu compañía, pero nada más”.
Asintió.
“Pensé que ella no... un ángel como ella... aún así, esperaba... pero es
como tú dices. Ella se casará con alguien de Meryton, supongo. Alguien
que la conozca de toda la vida”.
“Muy probablemente”.
“No alguien que recién la conoce”.
“No”.
“Ella no debe extrañarme, ahora que me fui”.
“No”.
Se quedó callado.
“Hay algo muy positivo en casarse con alguien que uno conoce de toda
la vida, o al menos por mucho tiempo”, dije.
“Sí, supongo que sí”, dijo, pero sin entusiasmo real.
“Sus defectos ya son conocidos, y también su familia. Georgiana se
casará con alguien que ella conozca, espero”, dije.
“Sí, sería algo bueno”, dijo Bingley, pero sin prestar atención.
Una lástima. Pensé que sus afectos irían en esa dirección. Sin embargo,
marqué el punto, y en el futuro él puede tenerlo en cuenta.
Martes 10 de diciembre
Hice restaurar las perlas de mi madre para Georgiana, y pienso dárselas
como regalo. Tiene suficiente edad ahora, y pienso que se verá bien con
ellas. Mientras estaba en Howard & Gibbs, pregunté sobre la posibilidad
de remodelar el resto de la joyería de mi madre. Es de buena calidad, y
la mayoría ha estado en mi familia por generaciones. Llegué a un
acuerdo sobre restaurar el broche de perlas y los pendientes esta vez, y
se los daré a Georgiana en su próximo cumpleaños. Las demás piezas de
la joyería las pondré a examinar para que puedan armar nuevos
arreglos. Los bosquejos se podrían alterar ante cualquier cambio de la
moda y las piezas se pueden reajustar a medida que Georgiana llegue a
la edad apropiada para lucirlas.
Jueves 12 de diciembre
Cené con Bingley y sus hermanas. Durante el curso de la tarde hablamos
de las festividades de Navidad. Habrán algunas fiestas grandes a las que
asistir, pero en los días inmediatamente posteriores a Navidad quisiera
arreglar unas cuantas reuniones privadas sólo con los Bingleys, así
Georgiana puede asistir.
“Pensé que podríamos celebrar un pequeño baile para el 23”, dije, “y
luego charadas para la noche de Navidad”.
“Una idea excelente”, dijo Caroline.
“He invitado al coronel Fitzwilliam, lo que nos hará cuatro caballeros y
tres damas. ¿Piensa Usted que debería invitar más damas?” le pregunté
a Caroline.
“No”, dijo ella enfáticamente. “Mr Hurst nunca baila, lo que nos deja tres
parejas”.
Mis pensamientos volvieron al baile de Netherfield, donde bailé con
Elizabeth.
“¿Ha decidido Usted cuándo hará su presentación Georgiana?” preguntó
Caroline, como si me leyera la mente.
“No hasta que tenga dieciocho, tal vez después”.
“Dieciocho es una buena edad. Ella habrá dejado atrás el salón de clases
y superará su timidez, pero tendrá la sangre fresca de la juventud.
Romperá muchos corazones”.
“Espero que no rompa ninguno. Deseo que sea feliz, y si sucediera que
encontrara un buen hombre en su primera temporada, estaré feliz de
verla establecida”.
Caroline miró a Bingley.
“En dos años, entonces, debemos esperar que encuentre a alguien que
la merezca. Alguien con temperamento fácil, quien sea generoso y
amable”.
“Exactamente eso”.
“Mientras tanto, sería bueno para ella tener la compañía de un joven
agradable, así se acostumbre a la compañía masculina y no se queda sin
palabras en presencia de caballeros. Ella nunca es callada con Charles, si
no que parece disfrutar su compañía”, dijo Caroline.
“¿Qué es lo que dices?” preguntó Bingley, quien había estado hablando
con Louisa y levantó la cabeza al oír su nombre.
“Estaba diciendo que Georgiana está siempre cómoda contigo. Darcy
quiere que disfrute de algunos entretenimientos de adultos estas
Navidades, y estoy segura que puede confiar en que bailarás con ella”.
“Nada me daría más placer. Se está volviendo una belleza, Darcy”.
Yo estaba gratificado.
Lunes 16 de diciembre
La casa se ve festiva. Georgiana ha estado ayudando a Mrs Annesley a
decorarla con acebo, metiendo piezas de la planta detrás de los cuadros
y alrededor de los candelabros. Siempre le ha gustado hacer esas cosas,
incluso desde niña. Cuado llegué, la encontré adornando la ventana del
salón de pintura con más plantas.
“Creo que tendremos un baile un unos pocos días”, dije.
Ella se ruborizó.
“Sólo uno pequeño, con amigos íntimos”, le aseguré.
“Tal vez te gustaría poner una cinta nueva para adornar tu muselina”,
dijo Mrs Annesley a Georgiana.
“Oh, si”, dijo, mirándome esperanzada.
“Debes comprar lo que sea que necesites”, repliqué.
Estaba por decirle que debería comprarse un abanico nuevo cuando lo
pensé mejor. Yo mismo se lo compraré y la sorprenderé.
Miércoles 18 de diciembre
Hoy nevó. Georgiana estaba excitada como una niña, y la llevé al parque.
Caminamos por los senderos blancos y regresamos a la casa con las
caras sonrosadas y un gran apetito.
No pude evitar recordar cuán sonrojada se veía Elizabeth después de
caminar hasta Netherfield. Sus ojos habían estado radiantes, y su
complexión brillante por el ejercicio.
¿Dónde está ella ahora? ¿Estará caminando por el campo alrededor de
su casa en la nieve? ¿Está en su casa, adornando con acebo como
Georgiana está haciendo aquí? ¿Estará ansiosa por la Navidad? Si no
hubiera alejado a Bingley de Netherfield, podríamos estar allí ahora... lo
que hubiera sido un error muy grave. Es mejor para todo nosotros que
estemos en Londres.
Lunes 23 de diciembre
Tuvimos nuestro baile esta tarde y me gratificó ver a Georgiana
disfrutarlo. Bailó dos veces con Bingley, una con el coronel Fitzwilliam y
una conmigo.
“Georgiana se mueve con una gracia extraordinaria”, dijo Caroline.
Era un tema que no podía dejar de agradarme.
“¿Usted piensa eso?”
“Lo hago. Fue una idea excelente celebrar un baile privado. Es bueno
para ella practicar en este tipo de ocasiones. Usted baila muy bien, Mr
Darcy. Usted y yo juntos podemos servirle de ejemplo. Charles y yo
estamos a su disposición si Usted desea celebrar otra tarde como ésta.
Nada mejor para Georgiana si puede ver a otros bailando, y la ayudará a
adquirir confianza y postura”.
Me hizo acordar de otros momentos en que ella me había alabado,
diciendo lo bien que escribía mis cartas. Recordé la escena exactamente.
Fue en Netherfield, y Elizabeth estaba con nosotros. Siento una
agitación adentro mío cuando pienso en ella. ¿Enojo, tal vez, de que me
haya embrujado tanto?
Nuestro baile terminó. Nuestros invitados se fueron, y tuve la
satisfacción de ver a Georgiana retirarse a dormir, cansada pero feliz.
Ha olvidado completamente a George Wickham, estoy seguro. Mientras
nada se lo recuerde, no creo que piense en él nunca más.
Martes 24 de diciembre
Hicimos un juego de charadas después de cenar esta tarde. Estaba
complacido cuando Caroline sugirió que Georgiana y Bingley trabajaran
en su charada juntos. Se retiraron a un rincón del salón, sus cabezas lo
suficientemente cerca para casi tocarse. Fue la vista más agradable.
Disfrutamos del juego, y después que todos actuamos, volvimos al salón
de cena.
“Sabes, Darcy, pensé que pasaríamos Navidad en Netherfield este año”,
dijo Bingley con un suspiro. “Eran mis planes cuando renté la
propiedad. Me pregunto que estarán haciendo ellos ahora”.
Pensé que sería conveniente distraer sus pensamientos de esa
dirección.
“Seguramente lo mismo que estamos haciendo aquí. Toma un poco más
de ciervo”.
Hizo lo que sugerí, y no dijo más acerca de Netherfield.
Miércoles 25 de diciembre
Nunca disfruté más de una Navidad. Fuimos a la Iglesia esta mañana y
por la tarde jugamos a budín de balas y boca de dragón Cuando lo
hacíamos noté un cambio en Georgiana. El año pasado jugaba como una
niña, disfrutando de meter las manos en el fuego para sacar las pasas de
uva calientes, y se soplaba los dedos cuando no era lo suficientemente
rápida para salir ilesa. Este año, jugó para complacerme. Lo pude ver en
sus ojos.
Me pregunto si Elizabeth juega a budín de balas y boca de dragón. Me
pregunto si ella se quema los dedos mientras saca las pasas del fuego.
Sábado 28 de diciembre
“Estaba pensando en que deberías casarte con Miss Bingley”, le dije al
coronel Fitzwilliam mientras cabalgábamos juntos esta mañana.
“¿Miss Bingley?”
“Es una joven adinerada, y tú necesitas una heredera”.
Sacudió la cabeza.
“No deseo casarme con Miss Bingley”.
“Es encantadora y elegante, graciosa y bien educada”.
“Es todo eso, pero no podría casarme con ella. Es una mujer fría. Cuando
me case me gustaría una esposa con más cariñosa. Además quisiera a
alguien que me mire a mí, más que al nombre de mi familia”.
“Nunca pensé que quisieras eso de una esposa”, le dije sorprendido.
“Como hijo menor, he debido mirar desde abajo a los demás toda mi
vida. ¡Me gustaría ver la situación desde el otro lado una vez!”
Habló alegremente, pero creo que había algo de verdad en lo que dijo.
Seguimos en silencio por algún tiempo, disfrutando del escenario
cubierto de nieve.
“¿Cuánto te quedarás en la ciudad?” le pregunté.
“No mucho. Tengo negocios que requieren mi atención en Kent. Pienso
prestarle mis respetos a Lady Catherine mientras esté allí. ¿Debo decirle
que la visitarás para Pascuas?”
“Sí, la visitaré como siempre. ¿Cuándo regresarás a la ciudad?”.
“Pronto, espero. Antes de Pascuas, seguramente”.
“Entonces debes cenar conmigo cuando lo hagas”.
----ENERO 1812ENERO 1812ENERO 1812ENERO 1812----
Viernes 3 de enero
Ha ocurrido un incidente inesperado. Caroline ha recibido una carta de
Miss Bennet.
“Ella escribe que está por visitar Londres”, se lamentó Caroline. “Se
quedará con sus tíos en la calle Gracechurch. Por la fecha de la carta,
creo que ya debe estar aquí”.
“No es algo que hubiera deseado que ocurriera”, dije. “Bingley parece
haberse olvidado de ella. Si la ve de nuevo, su admiración puede
renovarse”.
“Él no necesita saber de su visita”, dijo Caroline.
Estuve de acuerdo. “Dudo que se encuentren”, dije.
“Creo que no responderé la carta. Ella no estará mucho tiempo en la
ciudad, y pensará que la carta se perdió. Mejor aún, que piense que no
en bienvenida aquí. Es una muchacha dulce, no deseo herir sus
sentimientos, pero mi amor por mi hermano es mayor y debo salvarlo
de una unión inapropiada”.
Aplaudo sus sentimientos, pero no me encuentro cómodo conmigo
mismo. Todo lo ladino u oscuro me aborrece. Pero Caroline tiene razón.
No podemos permitir que Bingley sacrifique su vida en el altar de una
familia vulgar, y es una mentira pequeña después de todo.
Lunes 6 de enero
Georgiana se está desenvolviendo tal como lo esperaba. Su instrucción,
su porte, sus modales son los que me gustan ver. No sabía cómo
proceder cuando fue dejada a mi cargo, pero me congratulo porque se
está volviendo la jovencita que mi madre hubiera deseado que sea.
Martes 7 de enero
Me llevé una sorpresa cuando visité a Caroline y a su hermana hoy, para
llevarles una nota de Georgiana. Cuando me acercaba a la casa, vi a Jane
Bennet alejarse.
“¿Qué ha sucedido aquí?” pregunté cuando fui admitido.
Caroline se veía desalentada.
“La cosa más desafortunada. Jane Bennet ha estado aquí. Pensé que ya
se habría ido de la ciudad, pero parece que pensaba hacer una visita
extendida”.
“Esto es mala suerte. ¿Qué le dijo Usted a ella?”
“No se bien qué le dije. Me tomó por sorpresa. Me dijo que me había
escrito y le respondí que nunca recibí su carta. Preguntó por Charles. Le
dije que estaba bien, pero que está tan frecuentemente con Usted que
casi no lo veía. Le dije cuánto ha crecido Georgiana y que la veríamos
para la cena esta tarde. Entonces dejé entrever que Louisa y yo
estábamos por salir. Después de eso no se pudo quedar”.
“Usted tendrá que devolver la visita”, le dije.
“No lo puedo evitar. Pero no me quedaré mucho, y espero que por mi
conducta ella se de cuenta que no espero futura intimidad. Charles casi
la ha olvidado. En pocas semanas estará fuera de peligro”.
De eso no estoy tan seguro. El aún habla de ella a veces. Se contiene
cuando ve mi expresión, pero aún no es seguro para él pensar en Miss
Bennet o en el condado de Hertford.
Martes 21 de enero
Caroline devolvió su visita a Miss Bennet esta mañana. Fue de corta
duración, y utilizó el tiempo para decirle a Miss Bennet que Bingley no
está seguro de regresar al condado de Hertford, y que puede dejar
Netherfield. Cuando se fue no hizo mención de ver de nuevo a Jane, y
me dijo que ahora está perfectamente segura de que Miss Bennet no la
visitará otra vez.
Algún día Bingley nos agradecerá nuestro cuidado. Es sólo ese
pensamiento lo que me reconcilia con la duplicidad que me he visto
forzado a emplear.
----FEBREROFEBREROFEBREROFEBRERO----
Sábado 1ro de febrero
“Caroline ha sugerido que vayamos a Bath para la primavera”, dijo
Bingley esta mañana. “Tal vez podría alquilar una casa allí”, agregó con
indiferencia.
Pensé que era un signo alentador de que ha olvidado el condado de
Hertford.
“Es una idea excelente”, dije.
“¿Te gustaría venir con nosotros?” preguntó.
“Debo ir a Pemberley y asegurarme que Johnson tiene todo en regla.
Hay algunos cambios que deseo hacer en la forma en que se administra
la casa y otras mejoras que me gustaría hacer en la estancia”.
“Entonces, te veré de nuevo en el verano”.
Viernes 7 de febrero
El coronel Fitzwilliam regresó a la ciudad y cenó conmigo esta tarde,
trayéndome noticias de Rosings. Me dijo que Mr Collins se ha casado.
Contuve la respiración, esperando que Hurst hubiera tenido razón
cuando dijo que Elizabeth había rechazado a Mr Collins.
“Parece ser una buena muchacha, aunque debería decir mujer. Parece
tener cerca de treinta años”, dijo mi primo.
Solté la respiración.
“Pero es algo bueno”, continuó. “Una mujer más joven podría haber sido
intimidada por mi tía, por sus-”
“¿Interferencias?”
“Ayudas”, dijo con una amplia sonrisa. “Pero Mrs Collins acepta los
consejos de Lady Catherine sin una queja”.
“Supongo que debo haberla conocido en el condado de Hertford. ¿Cuál
era su nombre de soltera?”
“Lucas. Miss Charlotte Lucas”.
“Sí, la conocí a ella y a su familia. Me alegro que esté bien establecida.
Mr Collins no será el marido más sensible, pero puede proveerle una
vida confortable”.
Y yo podría proveer a Elizabeth mucho más. Pero no debo pensar en
ello. Estoy resuelto a no pensar en ella de nuevo.
----MARZOMARZOMARZOMARZO----
Viernes 28 de marzo
Recibí una carta de Lady Catherine, esta mañana, diciéndome que
estaba ansiosa de verme. Me sorprendió leer el siguiente pasaje en su
carta.
Mrs Collins tiene a su hermana, María, de visita con ella, y a una amiga,
Miss Elizabeth Bennet.
Fue un shock enterarme que Elizabeth está en la parroquia.
Creo que ambas te conocen. Sir William Lucas también estuvo aquí, pero
ha regresado a su casa. Miss Elizabeth Bennet tuvo la entereza de
quedarse por su cuenta pero como nunca tuvo el beneficio de una
institutriz, no es sorprendente. Una institutriz es necesaria en una familia
de niñas, y así se lo dije. Mr Collins estuvo totalmente de acuerdo conmigo.
Tuve el placer de introducir muchas institutrices a sus empleadores.
Cuatro sobrinas de Mrs Jenkinson están bien situadas gracias a mis
intervenciones.
Las hermanas de Miss Bennet han sido presentadas en sociedad, todas. No
sé en qué estaría pensando su madre. ¡Cinco hermanas, todas
presentadas! Es muy extraño. Y las menores presentadas antes de que la
mayor esté casada. Una situación muy mal regulada. Si Mrs Bennet
viviera cerca, se lo diría. Le encontraría una institutriz, y sin duda estaría
agradecida por mi recomendación. Ella maneja su casa muy mal.
Miss Bennet da su opinión muy decididamente para ser tan joven. Su
punto de vista de su familia es extraordinario. Ella declaró que sería muy
duro para las hermanas menores tener que esperar hasta que las mayores
se casen antes de poder participar en sociedad.
Me encuentro sonriendo ante esto. Nunca escuché a nadie, hombre o
mujer, desafiar a Lady Catherine antes, ¡y desafiarla de esa forma!
Porque es indudablemente duro para las muchachas menores tener que
esperar su turno para ser presentadas, aunque nunca pensé en ello
antes.
Tal vez es un error asustarme de que Elizabeth esté en la parroquia. Tal
vez debería estar complacido. Me dará la oportunidad perfecta para
demostrar que ella no tiene ningún poder sobre mí. Será un deleite
saber que puedo estar en su compañía sin sentimientos inapropiados, y
que he sido capaz de salvarme a mí mismo, como a Bingley, de una
unión imprudente.
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Jueves 3 de abril
Cené con el coronel Fitzwilliam en mi club hoy. Hemos decidido que
viajaremos juntos a Rosings.
Lunes 7 de abril
Mi primo y yo tuvimos un viaje placentero hasta Kent, y la conversación
fue de generalidades hasta volver a matrimonios.
“Estoy en una edad que debería sentir que debo asentarme, y aún así el
casamiento es un asunto peligroso”, dijo. “Es fácil dar un paso en falso y
luego verse forzado a vivir con ello”.
“Lo es”, concedí, pensando en Bingley. “Recientemente salvé a un amigo
de dar ese paso en falso”.
“¿De verdad?”
“Sí. Alquiló una casa en el campo, donde conoció a una joven de bajas
conexiones. Se había dejado atraer por ella, pero afortunadamente los
negocios lo enviaron a Londres. Percibiendo el peligro, sus hermanas y
yo lo seguimos hasta Londres y lo persuadimos de quedarse”.
“Entonces lo salvaste de un matrimonio imprudente”.
“Así es”.
“Él te agradecerá por lo que hiciste. No es agradable despertarse de un
sueño y encontrarse atrapado en una pesadilla”.
Me alienta su opinión. Respeto su juicio, y es reafirmante saber que
comparte mis sentimientos en este asunto.
Llegamos a Rosings al mediodía, y la belleza del parque me volvió a
llamar la atención. No es tan bonito como Pemberley, pero se ve muy
bien en la primavera. Nos cruzamos con Mr Collins en nuestro camino
hacia la casa, y creo que nos estaba esperando. Se inclinó cuando
pasamos, y luego corrió en dirección de la parroquia para compartir las
noticias con sus íntimos. Me pregunto si Elizabeth estaba adentro, y
cómo se sentirá ella con nuestra llegada.
Martes 8 de abril
Mr Collins vino esta mañana a presentarnos sus respetos. Me encontró
con el coronel Fitzwilliam. Mi tía estaba de paseo con mi prima, Anne.
“Mr. Darcy, es un honor verlo de nuevo. Tuve la buena fortuna de
conocerle a Usted en el condado de Hertford, cuando estaba visitando a
mis primos lejanos. No estaba casado entonces, ya que mi querida
Charlotte aún o había consentido en ser mi esposa. Desde el primer
momento que la ví supe que no deshonraría la parroquia de Hundsford,
y que encantaría a mi estimada patrona, Lady Catherine de Bourgh,
quien tiene el honor y la distinción de ser su venerable tía, con su
humildad y simpatía. De hecho, Lady Catherine ha sido tan amable
como para decir –”
“¿Está Usted regresando a la parroquia?” pregunté, interrumpiendo sus
efusiones.
Hizo una pausa momentánea, luego dijo, “De hecho, así es”.
“Es una mañana agradable. Caminaremos con Usted. ¿Qué opinas?” le
pregunté al coronel Fitzwilliam.
“Claro que sí”.
Salimos. Mr Collins recontó las bellezas del parque, intercalando con
expresiones de humilde gratitud por nuestra consideración en visitarlos
en su humilde morada. Mi mente estaba preguntándose. ¿Habría
cambiado Elizabeth desde el otoño? ¿Estaría sorprendida de verme? No.
Ella sabía de mi visita. ¿Estaría complacida u otra cosa? Complacida, por
supuesto. Encontrarse con un hombre de mi posición debe ser deseable
para ella.
Nuestra llegada fue anunciada por el mayordomo y poco después
entramos en el salón. Presenté mis respetos a Mrs Collins, y ella me dio
la bienvenida. Elizabeth hizo una inclinación.
Ella está como siempre ha sido, pero el placer de verla me tomó por
sorpresa. Pensé que había dominado mis sentimientos por ella, por
supuesto, lo he hecho. Fue solo el primer momento de verla que me
desconcertó.
“¿La casa es de su agrado, espero?” le pregunté a Mrs Collins.
“Sí, claro que lo es”, respondió.
“Me alegro. Mi tía hizo algunas mejoras últimamente, creo. ¿Y el jardín?
¿Le agrada ese aspecto?”
“Es muy agradable”.
“Bien”.
Debería haber dicho algo más, pero mi atención estaba en Elizabeth.
Ella estaba conversando con el coronel Fitzwilliam con sus maneras
fáciles y libres. No logro decidir si me gustó o no. Ella está en libertad de
hablar con mi primo, por supuesto, y de encantarlo si lo desea, pero me
ofuscó ver cuánto disfrutaba él de su compañía, y aún peor, ver cuánto
disfrutaba ella la suya también. Cuando me di cuenta que estaba
perdido en mis pensamientos, hice un esfuerzo por ser civil.
“¿Su familia está bien, espero, Miss Bennet?” pregunté.
“Sí, gracias”, replicó. Hizo una pausa, luego dijo, “mi hermana Jane ha
estado en la ciudad estos tres meses. ¿No la ha visto Usted?”
Estaba desconcertado, pero respondí con suficiente calma.
“No, no he tenido el placer”.
Me mantuve en silencio, molesto con el giro que había tomado la
conversación, y poco después mi primo y yo nos retiramos.
Día de Pascua, Domingo 13 de abril
No había visto a Elizabeth desde mi visita a la parroquia, pero la ví esta
mañana en la iglesia. Se veía muy bien. El sol temprano había coloreado
sus mejillas, y puesto brillo en sus ojos.
Después del servicio, Lady Catherine se detuvo a hablar con los Collins.
Mr Collins sonreía cuando ella caminó hacia él.
“Su sermón fue demasiado largo”, dijo Lady Catherine. “Veinte minutos
es un tiempo suficiente para que instruya a su congregación”.
“Sí, Lady Catherine, yo-”
“No hizo mención de la sobriedad. Debería haberlo hecho. Ha habido
demasiados borrachos últimamente. Es el deber de un rector atender
los cuerpos de sus parroquianos tanto como su alma”.
“Por supuesto, Lady –”
“Hubieron demasiados himnos. No me gusta escuchar más de tres
himnos en el servicio de Pascuas. Soy muy apegada a la música y
disfruto del canto, pero tres himnos son suficientes”.
Ella comenzó a caminar hacia el carruaje, y Mr Collins la seguía.
“Sí, Lady Catherine, yo –”
“Uno de los bancos tiene polillas. Lo noté cuando me lo crucé. Deberá
Usted verlo”.
“Al momento, Lady –” dijo.
“Y vendrá a cenar con nosotros esta noche. Mrs Collins vendrá con
Usted, como así también Miss Lucas y Miss Elizabeth Bennet. Haremos
una mesa de naipes”.
“Es tan buena –” respondió, haciendo reverencias y uniendo sus manos.
“Le enviaré el carruaje para ustedes”.
La seguí hasta el carruaje y el cochero cerró la puerta.
Me encontré ansioso por la visita de Elizabeth en Rosings, pero
inmediatamente disolví ese sentimiento.
Su grupo arribó puntualmente, y porque conocía el peligro de hablar
con ella, pasé la mayor parte del tiempo conversando con mi tía.
Hablamos de varias relaciones, pero no pude evitar que mis ojos fueran
adonde estaba Elizabeth. Su conversación era más vivaz que nunca.
Estaba hablando con el coronel Fitzwilliam, y al ver la animación en su
rostro me fue difícil quitarle los ojos de encima.
Mi tía, también, los miraba, hasta que al fin dijo: “¿De qué están
hablando? ¿Qué le estás diciendo a Miss Bennet? Déjenme oír de qué se
trata”.
El coronel Fitzwilliam respondió que estaban hablando de música. Mi
tía se unió en la conversación, alabando las habilidades de Georgiana en
el pianoforte y luego mortificándome al invitar a Elizabeth a practicar
en el pianoforte de la habitación de Mrs Jenkinson. ¿Invitar a una
huésped a tocar el piano en la habitación de la dama de compañía?
Nunca pensé que mi tía pudiera ser tan mal educada.
Elizabeth miró sorprendida, pero no dijo nada, sólo su sonrisa mostraba
lo que pensaba.
Cuando terminamos el café, Elizabeth comenzó a tocar, y recordando el
placer que tuve en su performance anterior, caminé hacia su lado. Sus
ojos brillaban con la música, y me situé en una posición desde la que
podía ver la emoción sobre su rostro.
Ella lo notó. A la primera pausa en la música se volvió hacia mí con una
sonrisa y dijo: “Intenta Usted asustarme, Mr Darcy, viniendo de esta
forma a escucharme. Pero no me alarmará, aunque su hermana toque
tan bien. Hay una obstinación en mí que me impide asustarme a
voluntad de los demás. Mi coraje siempre aumenta con cada intento por
intimidarme”.
“No diré que está Usted en un error”, repliqué, “porque realmente no
puede Usted creer que me entretiene algún deseo de alarmarla; y he
tenido el placer de conocerla lo suficiente para saber que se divierte
Usted en ocasiones al profesar opiniones que en realidad no son suyas”.
De dónde vino este discurso, no lo sé. No acostumbro a participar de
estos intercambios juguetones, pero hay algo en el carácter de Elizabeth
que aliviana el mío.
Elizabeth rió con entusiasmo, y yo sonreí, sabiendo que ambos
disfrutábamos del intercambio. Tanto lo disfrutaba yo que olvidé mis
cuidados y me permití apreciar el momento.
“Su primo le dará una bonita impresión de mí”, le dijo al coronel
Fitzwilliam. Volviéndose hacia mí ella dijo: “Es muy poco generoso de
su parte que mencione todo lo que Usted conoce de mis desventajas en
el condado de Hertford – y, déjeme decir, muy arriesgado también –
porque está provocando una represalia, y algunas cosas podrían salir a
la luz, que espantarían a sus relaciones si las oyeran”.
Sonreí. “No le tengo miedo a Usted”.
Sus ojos brillaron ante mi comentario.
El coronel Fitzwilliam rogó que le contara cómo me comportaba yo
entre extraños.
“Lo oirá entonces”, dijo Elizabeth. “Pero prepárese para algo muy feo. La
primera vez que lo vi en el condado de Hertford, debe Usted saber, fue
en un baile, y ¿qué piensa Usted que él hizo? ¡Bailó sólo cuatro bailes!”
A sus ojos, mi rechazo a bailar se veía ridículo, y así lo vi yo también,
por primera vez. Ocultarme tras todo mi orgullo, en lugar de disfrutar
como cualquier caballero bien educado habría hecho. ¡Absurdo! De
ordinario no toleraría tales bromas, pero aún así había algo en sus
maneras que quitaba cualquier maldad y el su lugar lo hacía causa de
risa.
En ese momento me di cuenta que ha habido pocas risas en mi vida
últimamente. Tomé las responsabilidades de un hombre cuando murió
mi padre, y me sentía orgulloso de haberlas conducido bien, como
habría hecho mi padre. Había atendido mi estancia, vigilado el bienestar
de los tenientes, la salud, felicidad y educación de mi hermana, visitar
los beneficios de mi patronazgo y manejar los negocios fielmente. Hasta
que conocí a Elizabeth eso había sido suficiente, pero ahora vi cuán
vacía estaba mi vida. Había sido demasiado ordenado. Muy bien
regulado. Sólo ahora comencé a verlo, y a sentirlo, ya que los
sentimientos adentro mío eran totalmente diferentes de los que
conocía. Cuando me reía, mi disposición se aligeraba.
“En ese momento no tenía el honor de conocer a ninguna dama en la
fiesta además de las de mi propio grupo”, pontifiqué, imitando su tono.
“Verdad: y nadie puede ser introducido en un salón de baile”.
“Tal vez habría sido juzgado mejor, si me presentaba a los demás, pero
no estoy bien calificado para recomendarme a mí mismo ante extraños”.
Ella ironizó, preguntándose cómo un hombre sensible y educado no
podría hacerlo, y el coronel Fitzwilliam se le unió, diciendo que no me
daría el problema.
“Ciertamente no tengo el talento que algunas personas poseen, de
conversar con facilidad con quienes no he visto nunca. No puedo imitar
el tono de su conversación, ni fingir interés en sus asuntos, como
frecuentemente he visto hacer”, agregué.
“Mis dedos no se mueven sobre este instrumento de la manera
magistral que he visto a muchas mujeres hacerlo, poro siempre supuse
que era por mi propia falta – porque no me tomé el trabajo de
practicar”.
Sonreí.
“Está Usted en lo cierto”.
En ese momento, Lady Catherine nos interrumpió.
“¿Dé qué están hablando, Darcy?”
“De música”, dije.
Lady Catherine se nos unió en el pianoforte.
“Miss Bennet no tocaría mal, si practicara más, y pudiera tener la
ventaja de un maestro en Londres”, declaró mi tía. “Tiene una buena
noción de la música, aunque su gusto no es como el de Anne. Anne
habría sido una ejecutora deleitante, si su salud se lo hubiera
permitido”.
Apenas la escuché. Estaba observando a Elizabeth. Ella enfrentaba los
comentarios de mi tía con cortesía remarcable, y ante el pedido del
coronel Fitzwilliam y mío, se mantuvo en el instrumento hasta que el
carruaje estuvo listo para que el grupo se retirara a su casa.
Pensé que había superado mi admiración por ella. Pensé que la había
olvidado. Pero estaba equivocado.
Lunes 14 de abril
Estaba dando un paseo por los parques esta mañana cuando mis pasos
inconscientemente me llevaron a la parroquia.
Encontrándome afuera no pude, educadamente, pasar de largo, y llamé
para presentar mis respetos. Para mi horror, allí encontré a Elizabeth
sola. Ella parecía tan sorprendida como yo, pero no estaba, pienso,
molesta. ¿Por qué estarlo? Debe ser satisfactorio para ella pensar que
me ha cautivado. Me ofreció asiento, y no tuve otra opción más que
sentarme.
“Lamento la intrusión”, dije, sintiendo la incomodidad de la situación, y
queriendo asegurarme que ella supiera que no había sido a propósito.
“Tenía entendido que todas las damas estaban en casa”.
“Mrs Collins y María se fueron de compras al pueblo”, respondió.
“Ah”.
“¿Lady Catherine está bien?” dijo al fin.
“Sí, se lo agradezco. Está bien”.
Silencio.
“¿Y Miss de Bourgh? ¿Ella se encuentra bien también?”
“Sí, gracias. Lo está”.
Otro silencio.
“¡Cuán repentinamente se fueron Ustedes de Netherfield en noviembre
último, Mr Darcy!” comenzó luego. “Debe haber sido una sorpresa
agradable para Mr Bingley verlos tan pronto; porque, si no recuerdo
mal, se había ido sólo el día anterior. ¿Él y sus hermanas se encontraban
bien, supongo, cuando dejó Londres?”
“Perfectamente, gracias”.
“Tengo entendido que Mr Bingley no tiene ideas de regresar a
Netherfield de nuevo”.
“Nunca lo oí mencionarlo, pero es probable que pase muy poco tiempo
allí en el futuro. Tiene muchos amigos, y está en una época de la vida en
la que los amigos y los compromisos continuamente aumentan”.
“Si tiene pensado ir tan poco a Netherfield, sería mejor para el
vecindario que dejara el lugar por completo, para darle la posibilidad a
una familia para que se establezca allí. Pero tal vez Mr Bingley no tomó
la casa tanto para conveniencia del vecindarios como para la suya
propia, y debemos esperar que la mantenga o la deje en base a los
mismos principios”.
No me agradaba el tema, pero contesté con suficiente cortesía.
“No me sorprendería que lo dejara, tan pronto como aparezca una
oferta razonable”.
Debería haberme ido de la parroquia entonces. Lo sabía. Y aún así no
pude irme. Hay algo en la forma de su cara que invita a mis ajos a
seguirla, y algo en su la caída de su cabello que me hace querer tocarlo.
Ella no decía nada, y una vez más estuvimos en silencio.
No podía decir lo que estaba pensando, y aún así me encontré con que
no podía irme.
“Parece ser una casa muy confortable”, dije.
“Sí, así es”.
“Debe ser agradable para Mrs Collins estar establecida a una distancia
tan corta de su familia y amigos”.
“¿Una distancia corta ha dicho?” preguntó sorprendida. “Son cerca de
cincuenta millas (80 km)”.
“¿Y qué son cincuenta millas con una ruta en buen estado? Poco más de
medio día de viaje”.
“Nunca hubiera considerado la distancia como una de las ventajas de la
unión”, protestó Elizabeth.
“Eso prueba su propio apego al condado de Hertford. Todo lo que se
encuentre más allá del vecindario de Longbourn, supongo, le parece
lejano”, dije.
“No quise decir que una mujer no pueda establecerse lejos de su
familia”.
Ah. Ella sabe lo ruin de sus relaciones y no se apenaría de alejarse de
ellos. Cuando se case, podría dejarlos atrás.
“Pero estoy persuadida de que mi amiga no diría que se encuentra cerca
de su familia a menos que se encuentre a la mitad de la presente
distancia”, continuó.
“Usted no tiene derecho a sentirse tan apegada a su lugar”, dije,
acercando mi silla un poco mientras hablaba, porque sentía un deseo
creciente de estar cerca de ella. “Usted no siempre debió estar en
Longbourn”.
Ella miró sorprendida, y yo me detuve. Casi me dejo llevar por mi
admiración y la tentación diciendo que ella no tendría objeción de vivir
en Pemberley, pero había ido muy rápido y estoy agradecido por ello.
Su mirada de sorpresa me salvó de entrar en un curso de acción del que
seguramente me arrepentiría. Alejé mi silla, y tomando un periódico,
miré por encima.
“¿Le gusta a Usted Kent?” pregunté, con suficiente frialdad como para
derribar cualquier esperanza que ella pudiera haberse formado por mis
modales previos.
“Es muy placentero”, dijo, mirándome con perplejidad.
Entramos en una discusión sobre sus atracciones, hasta que fuimos
salvados de necesitar más conversación por el regreso de Mrs Collins y
María. Estuvieron sorprendidas de verme allí, pero expliqué mi error y
me quedé sólo unos minutos más, luego regresé a Rosings.
Martes 15 de abril
Elizabeth me ha embrujado. Estoy en mucho más peligro aquí que en el
condado de Hertford. Allá, tenía a su familia constantemente enfrente
mío, recordándome cuán imposible sería una unión entre nosotros.
Aquí, sólo está ella. Su viveza, su alegría, su buen humor, todo me tienta
a abandonar mi auto-resistencia y declararme; pero no debo hacerlo.
Tengo que considerar otras cosas aparte de mí. Tengo a mi hermana.
Exponer a Georgiana a la vulgaridad de Mrs Bennet sería un acto de
crueldad que mi devoción de hermano no puede permitir. Y presentarle
a Georgiana, como hermanas, a Mary, Kitty y Lydia Bennet sería
repulsivo. Tener la influencia de ellas, forzarla a estar en su compañía –
porque no podría ser de otra forma si Elizabeth fuera mi esposa- sería
imperdonable. Peor aún. Ella estaría forzada a oír de George Wickham.
Quien es el favorito de las muchachas menores. No. No puedo hacerlo.
No lo haré.
Debo, por lo tanto, tener cuidado de que no se me escape una palabra en
compañía de Elizabeth. No debo dejarle saber lo que siento. Ella ya
sospecha de mi inclinación estoy seguro. De hecho, por su naturaleza
vivaz ella me ha alentado, y sin duda estará esperando que le hable. Si
se casara conmigo dejaría su esfera y se elevaría a la mía. Se uniría en
matrimonio con un hombre de carácter superior y de mundo, y sería la
señora de Pemberley. Un hombre de mi carácter y reputación, riqueza y
posición, tentaría a cualquier mujer. Pero nunca podrá ser.
Jueves 17 de abril
No sé qué es lo que pasa conmigo. Debería estar evitando a Elizabeth,
pero todos los días cuando el coronel Fitzwilliam va a la parroquia, voy
con él. No puedo negarme el placer de verla. Su cara no es hermosa pero
me cautiva.
He tenido la resolución suficiente como para no decir nada, por miedo a
decir demasiado, pero mi silencio ha comenzado a ser notado.
“¿Por qué te quedas callado cuando vamos a la parroquia?” preguntó el
coronel Fitzwilliam cuando regresábamos hoy. “Tú no eres así, Darcy”.
“No tenía nada para decir”.
“¡Oh, vamos! Te he visto hablar con obispos y con labradores. Siempre
puedes pensar en algo para decirles, por mucho que protestes que
encuentras difícil conversar con extraños. Y aún así cuando vas a la
parroquia, no abres la boca. Es de lo más grosero. Por lo menos podrías
preguntar por las gallinas de Mrs Collins, y preguntarle a Mr Collins
cómo le vienen los sermones, y si no puedes pensar en nada para
decirle a las damas, siempre puedes hablar del clima”.
“Intentaré hacerlo mejor la próxima vez”.
Pero en cuanto lo dije, me di cuenta de que no debo ir a la parroquia de
nuevo. Si hablo con Elizabeth, no se sabe adónde nos llevará. Ella me
mira extraño a veces, y estoy seguro que está esperando que me
declare.
¿Un casamiento entre nosotros sería realmente tan imposible? Me lo
pregunto, pero siempre como respuesta, una imagen de su familia se
eleva ante mí, y sé que lo sería. Así que estoy determinado a
permaneces en silencio, porque por un momento de debilidad, lo
lamentaré por el resto de mi vida.
Sábado 19 de abril
Me he mantenido fiel a mi propósito de no visitar la parroquia, pero mis
buenas intenciones han sido interrumpidas por mi tendencia a caminar
por el parque, y tres veces ya me he encontrado con Elizabeth. La
primera vez fue casualidad; la segunda y tercera, no sé bien si lo fue o
no. De no hacer más que inclinar mi sombrero y preguntar por su salud
en la primera ocasión, comencé a decir más, y esta mañana mis
pensamientos me traicionaron hasta un grado alarmante.
“¿Está Usted disfrutando su estancia en Hundsford, espero?” le
pregunté cuando me la encontré.
Fue una pregunta inocente.
“Sí, así es, se lo agradezco”.
“¿Ha encontrado a Mr y Mrs Collins en buen estado de salud?”
“Sí”.
“¿Y felices, confío?”
“Eso creo”.
“Rosings en una casa refinada”.
“Lo es, aunque me resulta difícil encontrar algunos caminos. Me he
perdido ya en una o dos ocasiones. Cuando intentaba encontrar la
librería, fui por error al salón”.
“No es de esperarse que encuentre Usted los caminos la primera vez. La
próxima vez que visite Kent tendrá una oportunidad mejor de
familiarizarse con la casa”.
Ella pareció sorprendida ante esto, y me reprendí a mí mismo. Casi me
traicionan mis sentimientos, ya que en esa oración incauta sugerí la
idea de que la próxima vez que visite Kent ella se hospedaría en
Rosings, y ¿cómo podría hacerlo a menos que sea mi esposa? Pero de
hecho, se me hace cada vez más y más difícil ser prudente. Debería irme
de una vez, y alejarme del peligro. Pero si lo hago, habrá comentarios,
por lo que debo aguantar un poco más. El coronel Fitzwilliam y yo nos
iremos pronto, y yo estaré a salvo.
Martes 22 de abril
Estoy en tormento. Después de todas las promesas que me hice.
Después de todas mis resoluciones, éste – ¡éste! –es el resultado.
No puedo creer los eventos de las últimas horas. Si sólo pudiera
considerarlos efecto de una fiebre en mi mente, pero no hay dudas de
que han sucedido. Le he ofrecido mi mano a Elizabeth Bennet.
No debería haber ido a verla. No necesitaba hacerlo, únicamente porque
no se unió a nosotros para el té. Tenía migraña. ¿Qué dama no sufre de
migrañas?
Al principio tomé mi té con mi tía y Mr y Mrs Collins, pero todo el
tiempo mis pensamientos estaban con Elizabeth. ¿Estaba ella sufriendo?
¿Realmente se encontraba mal? ¿Podía hacer algo para ayudarla?
Al final ya no pude contenerme más. Mientras los demás hablaban de la
congregación, declaré que necesitaba aire fresco y expresé mi intención
de dar un paseo. No sé bien si tenía idea o no de ir a la parroquia cuando
dejé Rosings. Mi corazón me llevaba allí pero mi razón me urgía a
regresar, y mientras tanto mis pies continuaron caminando hasta que
me encontré afuera de la puerta de la parroquia.
Al preguntar por Miss Bennet me llevaron al recibidor, donde ella me
miró sorprendida cuando me vio entrar. Yo mismo estaba sorprendido.
Comencé con suficiente racionalidad. Le pregunté por su salud, y
respondió que no se encontraba tan mal. Me senté. Me levanté. Caminé
por el cuarto. Al final no pude contenerme más.
“En vano he luchado”. Las palabras estaban afuera antes de que pudiera
detenerlas. “No lo haré más”, continué. “No puedo reprimir mis
sentimientos. Debe Usted permitirme que le diga cuán ardientemente la
admiro y la amo”.
Listo. Lo había dicho. El secreto que tanto había guardado había
encontrado voz y había salido a la luz del día.
Ella se asombró, se sonrojó, y mantuvo silencio. ¿Cómo no hacerlo? No
había nada que pudiera decir. Sólo debía escuchar mi declaración y
luego aceptarme. Sabiendo que yo había caído bajo sus encantos, ella
sabía muy bien que las puertas de Pemberley se abrirían para ella, y que
toda la sociedad de mundo sería suya.
“No pretendo ser ignorante de la naturaleza pobre de sus conexiones,
de la inferioridad y carencia de nacimiento”, dije, sin poder creer que
había permitido que mi amor por ella superara esos sentimientos
naturales, llevado por emociones que eran imposibles de controlar.
“Habiendo pasado muchas semanas en el condado de Hertford, sería
tonto pretender que no es una degradación aliarme con una familia así,
y sólo la fuerza de mi pasión ha permitido que deje de lado esos
sentimientos”.
Mientras hablaba, una imagen de los Bennets se levantó ante mis ojos, y
me encontré hablando no tanto a Elizabeth si no a mí mismo, pensando
en todas las ideas que me habían perseguido las últimas semanas y
meses.
“Su madre, con su vulgaridad y su lengua locuaz; su padre con su
rechazo deliberado a controlar los excesos de sus hermanas menores.
¡Estar unido a esas muchachas!” dije, recordando a Mary Bennet
cantando en la fiesta. “La mejor de ellas una muchacha aburrida, sin
gusto ni sentido, y la peor de ellas una tonta, consentida y egoísta, que
no encuentra nada mejor que hacer que correr detrás de los oficiales”,
continué, recordando a Lydia y Kitty en el baile de Netherfield. “Un tío
procurador y otro que vive en Cheapside”, seguí, mis sentimientos
fluyendo como un torrente. “He sentido la imposibilidad de una unión
todas estas semanas. Mi razón se revuelve contra ello, más aún, toda mi
naturaleza está en contra. Sé que me estoy rebajando al hacer una
oferta como ésta. Estoy repudiando tanto las conexiones de mi familia
como el orgullo. Que yo posea estos sentimientos por alguien tan por
debajo de mí es una debilidad que desprecio, y aún así no he podido
superarlo. Me fui a Londres y me inmiscuí en negocios y placer, pero
nada de eso quitó su recuerdo de mi mente”, dije, volviéndome a
mirarla y dejando que mis ojos recorrieran su cara. “Mi devoción ha
sobrepasado a todos mis argumentos razonados, ha sobrevivido a una
larga separación, la cual, en lugar de aplacarla, la ha hecho más fuerte, y
ha resistido mi determinación de superarla. No importa cuáles sean mis
sentimientos más racionales, no lo negaré. Es tan fuete que estoy
preparado para dejar de lado las faltas de su familia, la bajeza de sus
conexiones y la pena que debo infligir a mis amigos y familiares, y
pedirle que se case conmigo. Sólo espero que mi lucha sea ahora
recompensada”, dije. “Libéreme de mi incertidumbre. Calme mi
ansiedad. Dígame, Elizabeth, que será mi esposa”.
Mi declaración había sido apasionada. Había hecho lo que nunca había
hecho con otro ser humano; había abierto mi alma. Le había mostrado
todos mis miedos y ansiedades, mis argumentos y mi lucha, y ahora
esperaba por su respuesta. No podía tardar mucho en llegar. Ella había
estado esperando mi declaración, expectante, estaba seguro de ello. Ella
no podía haber sido inconsciente de mi atracción, y cualquier mujer se
sentiría elogiada de haber ganado la mano de Fitzwilliam Darcy. Sólo
quedaba para ella decir la palabra nos uniría y la cosa estaría sellada.
Aún así, para mi confusión, la sonrisa que había esperado ver en su cara
no apareció. Ella no dijo: “Me hace Usted mucho honor, Mr Darcy. Estoy
halagada, más aún gratificada por su declaración, y le agradezco por su
condescendencia. La situación en la vida de mis parientes, sus vicios y
locuras, no es de esperar que le traigan a Usted placer, y soy consciente
del honor que Usted me hace al dejar de lado sus indecencias y pedirme
que sea su esposa. Es por lo tanto con un humilde sentido de obligación
que acepto su mano”.
Ella no dijo ni siquiera un simple “Sí”.
En lugar de ello, el color subió a sus mejillas, y en el más indignado tono
posible, dijo: “En casos como éste, creo, es la costumbre expresar un
sentido de obligación por los sentimientos expresados, aunque éstos no
sean correspondidos. Es natural que sintiera obligación, y si pudiera
sentir gratitud, se lo agradecería a Usted ahora. Pero no puedo. Nunca
he deseado su buena opinión, y ciertamente Usted me la ha otorgado
muy en contra de su voluntad. Lamento causarle pena a alguien. Ha sido
de modo inconsciente, sin embargo, y espero que su duración sea corta.
Los sentimientos que, Usted ha dicho, han prevenido por largo tiempo
el reconocimiento de su aprecio, tendrán poca dificultad para
sobreponerse luego de esta explicación”.
La miré con incredulidad. ¡Ella me había rechazado! Nunca me imaginé
que pudiera hacerlo. Ni una sola vez en todas esas noches cuando yacía
despierto, diciéndome cuán imposible sería una unión entre nosotros,
me había imaginado este desenlace.
¿Éste iba a ser el fin de mi lucha? ¿Ser rechazado? ¡Y de ésta manera!
¡Un Darcy! Que me respondiera como si fuera un cazador de fortunas o
un pretendiente no deseable. Mi incredulidad rápidamente dio lugar al
resentimiento. Tan resentido me sentí que no abrí mis labios hasta que
creí que había controlado la emoción.
“¡Y ésta es la respuesta que debo tener el honor de esperar!” dije al final.
“Podría, tal vez, desear ser informado por qué, con tan poco esfuerzo de
civilidad, soy rechazado así. Pero es de poca importancia”.
“Yo podría también preguntar”, contestó ella acaloradamente, “¿por qué
con tan evidente deseo de insultarme, ha elegido Usted decirme que le
gusto en contra de su voluntad, en contra de su razón e incluso en
contra de su carácter? ¿No es ésa una excusa por ser incivil, si lo fui?
Pero tengo otras provocaciones. Usted sabe que las tengo. Si mis
sentimientos no estuviesen decididos en su contra, si hubieran sido
indiferentes o incluso si hubieran sido favorables, ¿piensa Usted que
alguna consideración en el mundo me tentaría a aceptar al hombre que
fue el causante de arruinar, tal vez para siempre, la felicidad de mi más
querida hermana?”
Sentí que cambiaba de color. Ella había oído de eso. Esperaba que no lo
hubiese hecho. No es de esperar que la haga pensar bien de mí. Pero no
tengo nada de lo que avergonzarme. Actué por el mejor interés de mi
amigo.
“Tengo todas las razones del mundo para pensar mal de Usted. Ningún
motivo puede excusar la parte injusta y poco generosa que actuó allí”,
continuó.
Sentí que mi expresión se endurecía. ¿Injusto? ¿Poco generoso? Claro
que no.
“No se atreve Usted, no puede negar que ha sido el principal, si no el
único responsable de separarlos uno de otro, exponiendo a uno a la
censura del mundo por su capricho e inestabilidad, y a otra por la burla
de sus esperanzas defraudadas, y envolviéndolos a ambos en una
miseria del peor grado”.
No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Capricho e inestabilidad? ¿Quién
juzgaría a Bingley de caprichoso por irse a Londres cuando tenía
negocios que atender?
¿Burla por sus esperanzas defraudadas? Miss Bennet no tenía
esperanzas, a menos que hayan sido plantadas en su mente por su
madre, quien no veía más allá de las cinco mil libras al año de Bingley.
¿Miseria del peor grado? Sí, eso es lo que Bingley habría sufrido si
hubiera expresado sus sentimientos. Se habría unido a una mujer muy
inferior a él.
“No tengo deseos de negar que hice todo en mi poder para separar a mi
amigo de su hermana, o que me regocijo de mi éxito. Con él he sido más
amable que conmigo mismo”.
Elizabeth ignoró mi comentario y dijo, “Pero no es sólo en ese asunto en
lo que se basa mi aversión. Mucho antes de eso mi opinión sobre Usted
estaba decidida. Su carácter quedó al descubierto por lo que me dijo
hace muchos meses Mr Wickham. En esta cuestión, ¿qué tiene Usted
que decir? ¿En qué acto imaginario de amistad puede Usted defenderse
aquí? ¿O bajo qué malinterpretación puede Usted imponerse ante los
demás?”
¡Wickham! Ella no podía haber encontrado un nombre más apropiado
para herirme, y al mismo tiempo, disgustarme.
“Usted tiene un gran interés en lo que concierne a ese caballero”, repuse
con agitación.
Me arrepentí de esas palabras tan pronto como las dije. ¿Qué me
importaba si ella mostraba interés en George Wickham? Después de su
rechazo a mi mano, nada sobre Elizabeth tenía derecho a interesarme
nunca más.
Y aún así la mortificación que sentía se intensificó, y sentí en mi pecho
una nueva emoción, la más inesperada. Celos. ¡Encontré intolerable que
ella prefiriera a George Wickham antes que a mí! Que ella no haya sido
capaz de ver a través de su exterior sonriente hacia su corazón
ennegrecido e indigno.
“¿Quién que sepa cuáles han sido sus infortunios, puede evitar sentir
interés en él?”
“¡Sus infortunios!” repetí. ¿Qué cuento le ha estado diciendo? Wickham,
quien ha tenido todo. Quien ha sido consentido y mimado en su niñez y,
a pesar de ello, se ha vuelto el más inmoral y libertino de todos los
jóvenes los que conozco.
Mientras pensaba en el dinero que mi padre había gastado en él, las
oportunidades que tuvo y la ayuda que yo mismo le di, no pude evitar
que mis labios murmuraran. “Sí, sus infortunios han sido grandes por
cierto”.
“Y por su culpa”, dijo ella amargamente. “Usted lo ha reducido a su
presente estado de pobreza, pobreza comparativa. Usted le ha negado
su beneficio, el cual Usted sabía que estaba destinado a él. Lo ha privado
de los mejores años de su vida, de su independencia que es lo menos
que le correspondía y merecía. ¡Usted ha hecho todo eso! Y aún así
puede mencionar sus infortunios con desprecio e ironía”.
“Y ésta”, protesté, mientras, incitado más de lo que aguantaba, comencé
ir y venir por la habitación, “¡es su opinión sobre mí! ¡Esta es la estima
en la que me tiene! Se lo agradezco por explicarlo tan detalladamente.
¡Mis faltas, de acuerdo a sus cálculos, son en verdad graves! Pero tal vez
esas ofensas podrían haber sido dejadas de lado, si su orgullo no
hubiese sido herido por mi honesta confesión de los escrúpulos que por
largo tiempo evitaron que me formulara cualquier propósito serio. Pero
aborrezco todo tipo de máscara. No estoy avergonzado de los
sentimientos que expresé. Eran naturales y justos. ¿Esperaría Usted que
me regocije con la inferioridad de sus conexiones? ¿Que me congratule
con esperar relacionarme con aquellos cuya condición en la vida está
tan decididamente por debajo de la mía?”
Ella se estaba enojando tanto como lo estaba yo, aún así controló su
temperamento lo suficiente para responder.
“Se equivoca Usted, Mr Darcy, si supone que el modo de su declaración
me ha afectado de alguna otra manera, que la de evitar la compasión
que habría sentido al rechazarlo, si se hubiera comportado de un modo
más caballeroso”.
Sentí un shock intenso. ¿Si me hubiera comportado de un modo más
caballeroso? ¿Cuándo he sido otra cosa que un caballero?
“No podría Usted haber hecho la oferta de su mano en ningún modo
posible que me tentara a aceptarlo”, dijo.
Yo no podía creerlo. ¿Ella nunca habría aceptado mi mano? ¿Nunca
aceptaría una conexión con la familia Darcy? ¿Nunca aceptaría todos los
beneficios que le otorgaría el ser mi esposa? Era una locura. Y culparme,
no sólo por mis modales, ¡si no por mi persona! La miré con abierta
incredulidad. ¡Yo, quien he sido presentado en salones elegantes a lo
ancho y largo de la tierra!
Pero ella no había terminado.
“Desde el mismo principio, casi desde el primer momento en que lo
conocí debo decir, sus modales que me convencieron totalmente de su
arrogancia, su desprecio y su desdén egoísta por los sentimientos de los
demás, fueron las bases de la desaprobación que los eventos
posteriores cimentaron un desagrado firme; y no lo había conocido ni
un mes antes de sentir que era Usted el último hombre en la tierra con
el que me sentiría tentada de casarme”.
Sentí que la incredulidad daba paso a la ira, y la ira a la humillación. Mi
mortificación era ahora completa.
“Ha dicho Usted lo suficiente, madam”, le dije secamente. “Comprendo
perfectamente sus sentimientos, y sólo me resta avergonzarme de lo
que han sido los míos. Discúlpeme por haber tomado tanto de su
tiempo” –y para probarle que era, incluso ahora después de tantos
insultos, un caballero, agregué –“y acepte mis mejores deseos de salud y
felicidad”.
Luego, habiendo lanzado mi última expresión de orgullo, dejé el cuarto.
Regresé a Rosings, caminando ciegamente, viendo sólo a Elizabeth.
Elizabeth diciéndome que había arruinado la felicidad de su hermana.
Elizabeth diciéndome que había arruinado las esperanzas de George
Wickham. Elizabeth diciéndome que no me había comportado como un
caballero. Elizabeth, Elizabeth, Elizabeth.
No dije ni una palabra en la cena. No dije nada, no oí nada, no degusté
nada, sólo pensé en ella.
Lo intenté todo lo que pude, pero no pude sacar sus acusaciones de mi
mente. El peso de haber arruinado la felicidad de su hermana podía
tener algún mérito, aunque yo actué de buena fe. La acusación de
arruinar las esperanzas de Wickham estaba en otro orden. Impugnaba
mi honor, y no podía dejarlo así.
“¿Un juego de billar, Darcy?” preguntó el coronel Fitzwilliam, cuando
Lady Catherine y Anne se retiraron por la noche.
“No. Gracias. Tengo una carta que escribir”.
Me miró con curiosidad pero no dijo nada. Me retiré a mi cuarto y tomé
mi pluma. Tenía que exonerarme. Tenía que responder a su acusación.
Tenía que mostrarle que estaba equivocada. ¿Pero cómo?
Querida Miss Bennet
Tache las líneas tan pronto las escribí. Ella no era mi querida Miss
Bennet. No tenía derecho a llamarla querida.
Arrugué el trozo de papel y lo arrojé lejos.
Miss Bennet
El nombre conjuraba la imagen de su hermana. No estaba bien.
Arrojé la segunda hoja de papel.
Miss Elizabeth Bennet
No.
Intenté de nuevo.
Madam, Usted me ha acusado de
Ella no lo leerá.
No se alarme, Madam, al recibir esta carta, por la aprensión de que
contenga una repetición de los sentimientos, una renovación de la oferta
que tanto disgusto le provocó anoche.
Mejor.
Le escribo sin ninguna intención de apenarla, ni humillarme repitiendo
deseos que, para bien de ambos, no pueden ser olvidados tan pronto.
Sí. La manera era formal pero, me enorgullecí, no rígida. Le aliviaría la
preocupación inmediata y la persuadiría de seguir leyendo. ¿Pero qué
escribir a continuación? ¿Cómo poner en palabras lo que tenía que
decir?
Dejé la pluma y caminé hacia la ventana. Miré hacia el parque mientras
organizaba mis pensamientos. La noche era calma. No habían nubes, y
la luna podía verse brillante en el cielo. Bajo la misma luna, en la
parroquia, estaba Elizabeth.
¿Qué estaba pensando ella? ¿Estaba pensando en mí? ¿En mi propuesta?
¿En mis faltas?
¡Mis faltas! No tengo faltas. Regresé al escritorio y leí lo que había
escrito. Tomé mi pluma y continué. Las palabras fluían fácilmente.
Dos ofensas de naturaleza muy diferente, y de ningún modo de igual
magnitud, puso Usted a mi cargo anoche. La primera mencionada fue que,
sin tener en cuenta los sentimientos de ambos, separé a Mr Bingley de su
hermana; y la otra, es que yo, desconociendo distintos derechos,
repudiando el honor y la humanidad, arruiné la prosperidad inmediata y
perjudiqué el bienestar de Mr Wickham.
¡Perjudicar el bienestar de ese sinvergüenza! Yo le he dado todo
beneficio, y él me pagó buscando arruinar a mi hermana. Pero el primer
cargo debe ser respondido primero.
Pensé de nuevo en el otoño, cuando llegamos al condado de Hertford.
Fue sólo unos meses atrás, y aún así parecía una vida.
No había pasado mucho en el condado de Hertford, antes de ver, al igual
que otros, que Bingley prefería a su hermana mayor a cualquier otra
joven en el campo. Observé el comportamiento de mi amigo atentamente;
y pude percibir que su parcialidad hacia Miss Bennet fue mayor de la que
nunca había visto en él.
Hasta aquí ninguna falsedad. Lo había hecho con disgusto, había visto
una parcialidad en Bingley, y no mentí.
A su hermana también la observé. Su mirada y maneras eran abiertas,
encantadoras y atractivas como siempre, pero sin ningún síntoma de
afecto particular, y de mi observación esa noche quedé convencido de que,
aunque ella recibía sus atenciones con placer, no respondía con igual
participación de sentimientos. Si Usted no está equivocada en esto,
entonces yo estuve en un error. Su conocimiento superior de su hermana
hace esto último lo más probable. Si así fuera, si estuve en un error y con
eso le infringí pena, su resentimiento es con razón.
Estaba caritativo, reconociendo los sentimientos de Elizabeth, y su
natural defensa a favor de su hermana, pero también debía ser
caritativo conmigo mismo.
… la falta de conexiones no sería tan grande y perjudicial para mi amigo
como para mí. Pero había otras causas de repugnancia.
Dudé. Ya había expresado antes estos sentimientos, en persona. Las
palabras de Elizabeth volvieron a mí. “Si se hubiera comportado de un
modo más caballeroso”. ¿Era poco caballeroso enumerarle las fallas de
su familia? Mi ira se agitó. No, sólo era la verdad. Y yo diría la verdad. Yo
ya la había disgustado. No tenía nada que perder.
Estas causas deben ser mencionadas, aunque brevemente. La situación de
la familia de su madre, aunque objetable, no era nada en comparación
con la total falta de propiedad tan frecuentemente, tan uniformemente
demostrada por ella misma, por sus tres hermanas menores, y
ocasionalmente incluso por su padre. Perdóneme. Me apena ofenderla.
¿Poco caballeroso? Pensé, mientras escribía las palabras. Le había
rogado perdón. ¿Qué podría ser más caballeroso que eso?
… espero que la consuele el considerar que, al haberse conducido de
forma de no compartir la misma censura, es de más valor su
comportamiento y el de su hermana mayor, ambas honorables con
sentido y disposición.
No sólo caballero si no generoso, pensé, complacido.
Bingley dejó Netherfield y partió a Londres, al día siguiente, como estoy
seguro que recordará, con la idea de regresar pronto.
Me detuve un momento. Aquí mi conciencia me perturbó. Me había
comportado de una manera indigna. Me había incomodado en ese
momento, porque el engaño me es repugnante, y aún así lo había hecho.
La parte en la cual actué será explicada ahora.
Me detuve nuevamente. Pero debía escribir la carta, y la noche estaba
entrada.
La preocupación de sus hermanas había alcanzado niveles similares a la
mía; pronto descubrimos nuestra coincidencia de sentimientos y,
conscientes de que no había que perder tiempo en desapegar a su
hermano, rápidamente decidimos unirnos a él directamente en Londres.
Una vez allí rápidamente me encargué de exponerle a mi amigo los
errores de su elección. Se los describí en detalle y con precisión. Sin
embargo su reparo pudo haber sido escaso o retrasar su determinación, y
supongo que finalmente no hubiera evitado el matrimonio, si no hubiera
sido secundado por la seguridad, que no dudé en darle, de la indiferencia
de su hermana. Él había creído hasta ese momento que ella regresaba su
afecto con sinceridad, si no igual intensidad. Pero Bingley tiene una gran
modestia natural, con una fuerte dependencia hacia mi juicio más que
hacia el suyo. Por lo tanto, convencerlo de que se había engañado no fue
difícil. Persuadirlo de no regresar al condado de Hertford, una vez
convencido, fue cuestión de un momento. No puedo culparme por haber
hecho todo esto.
No, de hecho no puedo. Lo había salvado de un destino del cual no me
había salvado yo mismo, y aún así no se sentía bien. Había actuado mal.
Debía confesarlo. Mi honor me lo demandaba.
Hay una parte de mi conducta en todo este asunto, en la cual no
reflexiono con satisfacción; es que, acepté tomar medidas para ocultarle
que su hermana se encontraba en la ciudad. Yo lo sabía por medio de Miss
Bingley; pero su hermano aún hoy lo ignora. Tal vez ellos se hubiesen
encontrado sin consecuencias, es probable; pero su afecto no me parecía
lo suficientemente extinguido como para verla sin algún riesgo. Tal vez
este ocultamiento, este engaño sea indigno de mí; está hecho sin embargo,
y fue hecho para bien. Sobre este asunto no tengo nada más que decir,
ninguna otra disculpa que ofrecer. Si herí los sentimientos de su hermana,
fue hecho sin voluntad: y aunque los motivos que me llevaron a ello
naturalmente pueden parecerle a Usted insuficientes, yo aún no he podido
condenarlos.
Había escrito la parte fácil de la carta. La parte difícil aún estaba por
llegar. ¿Tenía derecho de ir más allá? Los incidentes que debía relatar
no sólo me involucraban a mí, concernían a mi hermana, mi querida
Georgiana. Si alguna vez se hiciesen públicos… pero me encontré con
que no temía tal cosa. Elizabeth no hablaría de ello con nadie,
ciertamente no si yo pedía su silencio, y ella tenía que saber.
¿Pero debía saber todo? ¿Tenía que saber de la debilidad de mi
hermana? Luchaba conmigo mismo. Regresé una vez más a la ventana.
Miré la luna saliendo sobre el cielo despejado. Si ella no supiera de la
debilidad de mi hermana, no podría saber de la perfidia de Wickham,
reflexioné, y fue para decirle eso que comencé la carta.
Podía pretender que fue para responder la acusación de ser la causa de
la infelicidad de su hermana, pero en mi corazón sabía que fue porque
debía exonerarme de toda culpa acerca de mi conducta hacia George
Wickham.
No podía soportar la idea de que él fuera su favorito, o la idea de que me
valore como nada a su lado.
Regresé a mi carta.
Con respecto a la otra acusación, más grave, de haber injuriado a Mr
Wickham, sólo puedo refutarla exponiéndole toda la historia de su
conexión con mi familia. Ignoro de qué me ha acusado en particular; pero
en cuanto a la verdad de cuanto voy a relatarle, puedo citar a más de un
testigo de indudable veracidad.
“El coronel Fitzwilliam responderá por mí”, dije por lo bajo.
¿Pero cómo decir la historia? ¿Cómo explicar los incidentes de la vida de
Wickham en una historia coherente? ¿Y cómo escribirlos de manera tal
que mi animosidad no tiñera cada palabra? Porque quería ser justo,
incluso con él.
Pensé. Al final continué escribiendo.
Mr Wickham es el hijo de un hombre muy respetable, quien condujo por
muchos años los asuntos de todas las dependencias de Pemberley, y cuya
buena conducta en el cumplimiento y su confianza naturalmente inclinó a
mi padre a ayudarlo, y a George Wickham, quien era su ahijado, su
generosidad fue por lo tanto libremente otorgada. Mi padre lo mantuvo
en el colegio y posteriormente en Cambridge. Esperando que la Iglesia
fuera su profesión, tuvo la intención de proveerlo. En cuanto a mí mismo,
hace mucho, muchos años que comencé a pensar de él en una forma muy
diferente. La propensión a los vicios, la carencia de principios, la cual
escondía cuidadosamente de su mejor amigo, no pudo escapar a la
observación de un joven de casi su misma edad. Aquí debo apenarla
nuevamente…
¿Cuán profundos son sus sentimientos? me pregunté. Apreté el papel
con mi pluma y manché la página. Estaba tan escrita con tachaduras y
adiciones, sin embargo, que sabía que debía reescribirla antes de
llevársela a Elizabeth, y no le presté atención a la mancha.
…hasta un grado que sólo Usted puede decir. Pero cualesquiera que sean
los sentimientos que Mr. Wickham haya creado, la sospecha de su
naturaleza no me prevendrá de descubrir su carácter real. Incluso le
agrega otro motivo.
El motivo de mantenerla a salvo, querida Elizabeth.
Me encontré pensando en lo que podría haber sido. Si ella me hubiera
aceptado, yo estaría durmiendo tranquilamente, con la expectativa de
pasar una mañana felizmente en su compañía. Como sucedieron las
cosas, yo era incapaz de dormir, y estaba escribiendo a la luz de una
vela y el reflejo de la luna que entraba por la ventana.
Tomé mi pluma, diciéndole cómo mi padre, en su testamento, había
deseado que le diera a Wickham un beneficio razonable, que Wickham
había decidido que no quería entrar en la Iglesia y que había pedido
dinero a cambio.
Agregó que tenía la intención de estudiar leyes, y que yo debía saber que
los intereses de mil libras serían muy insuficientes para sostenerlo. Yo
deseaba, más que creerle, que fuera sincero, pero, en cualquier caso,
estaba perfectamente de acuerdo con su propuesta. Yo sabía que Mr
Wickham no debía ser clérigo; el asunto quedó entonces arreglado, él
renunció a todo derecho sobre su beneficio en la Iglesia, aunque estuviera
alguna vez en posición de recibirlo, y aceptó en compensación tres mil
libras. Toda conexión entre nosotros parecía disuelta. Yo pensaba muy
mal de él para invitarlo a Pemberley, o admitir su presencia en la ciudad.
Racionalmente escrito. Ella no podría tener objeciones a tal
moderación, aunque haya tenido que escribirlo cinco veces para llegar a
ese resultado.
Durante cerca de tres años oí poco de él; pero a la muerte del poseedor
del beneficio que había sido designado a él, me pidió nuevamente por
carta su presentación. Sus circunstancias, me aseguró, y no tuve dificultad
en creerle, eran extremadamente malas. Usted difícilmente me culpará
por rechazar su pedido, o por resistir cada repetición del mismo. Su
resentimiento estuvo en proporción con la magnitud de sus
circunstancias, y sin duda fue tan violento en hablar de mí a otros como lo
fue en sus reproches a mí mismo. Después de ello toda apariencia de
relación terminó. Cómo vivía lo ignoro. Pero el último verano
lamentablemente intervino de nuevo en mi vida.
Si. El último verano. Me fui hacia el costado del cuarto. Había llevado la
licorera conmigo, y una copa. Me serví un whisky y me lo bebí. El fuego
había sido encendido en la chimenea, pero hacía mucho se había
apagado, y necesitaba el whisky para calentarme.
No quería escribir la siguiente parte de la carta pero debía hacerlo.
Intenté dejarlo de lado, pero el reloj en el mantel estaba corriendo y
sabía que debía terminar lo que había comenzado. Debía, sin embargo,
pedirle que guardara el secreto. Ella lo haría, no tenía duda. Ella tenía
una hermana a la que amaba. Entonces entendería el amor y el afecto
que siento por la mía.
Le conté sobre el encuentro de Georgiana con Wickham en Ramsgate, y
de la manera que él jugó con sus afectos, persuadiéndola de aceptar una
fuga.
El principal objetivo de Mr Wickham era sin duda la fortuna de mi
hermana, que es de 30 mil libras; pero no puedo evitar suponer que el
deseo de vengarse de mí haya sido un gran aliciente. Su venganza de
hecho hubiera sido completa.
Me eché hacia atrás, cansado. Tenía que terminarla. Ahora todo lo que
restaba era desearle bien.
Este, Madam, es un fiel relato de los eventos que nos conciernen; y si Usted
no lo rechaza totalmente como falso, me librará, espero, de su acusación
de crueldad hacia Mr Wickham. Ignoro de qué manera, con cuáles
falsedades se ha impuesto ante Usted; pero su éxito no es cuestión que
merezca considerar. Ignorante como era Usted de los eventos que nos
conciernen a ambos, detectarlos no estaba en su poder, y sospecharlos
ciertamente no era su inclinación. Usted posiblemente se preguntará por
qué no le dije todo esto anoche. Pero yo entonces no era lo
suficientemente dueño de mí mismo como para saber qué podía o debía
revelarle. De la veracidad de lo que le relaté, puedo apelar más
particularmente al testimonio del coronel Fitzwilliam; y por la posibilidad
de consultarle, intentaré encontrar la oportunidad de entregar esa carta
en sus manos en el curso de la mañana. Sólo agregaré, que Dios la
bendiga.
Fitzwilliam Darcy.
Estaba hecho.
Miré el reloj. Eran las dos y media. Tenía que pasar la carta en una copia
fiel, una que ella pudiera leer, pero estaba cansado. Decidí acostarme.
Me desvestí lentamente y me fui a la cama.
Miércoles 23 de abril
Esta mañana me desperté con el amanecer. Me dormí de nuevo, hasta
que mi valet me despertó, me vestí rápido, e hice la copia fiel de mi
carta. Fui al cuarto del coronel Fitzwilliam. Estaba en su bata de dormir
cuando llegué, y su valet estaba por bañarlo.
“Necesito hablar contigo”, le dije.
“¿A esta hora?” preguntó, riendo.
“Necesito tu ayuda”.
Su mirada cambió. Le dijo a su valet que se retirara.
“La tienes”, dijo.
“Necesito que hagas algo por mí”.
“Dilo”.
“Necesito que sirvas de testigo de los eventos que se relatan en esta
carta”.
Me miró sorprendido.
“Contiene detalles de lo ocurrido entre Wickham y mi hermana”.
Palideció. “No creo que debas divulgarlo a nadie”.
“Los eventos han hecho imperativo que lo haga”.
En breves términos le dije lo que había pasado; que le había hecho una
propuesta a Elizabeth y que me había rechazado.
“¿Rechazado?”, me interrumpió en ese punto. “Por Dios, ¿qué puedes
haberle dicho para hacer que te rechazara?”
“Nada. Sólo le dije lo que cualquier hombre sensible hubiera dicho”,
respondí. “Le dije de la lucha que tuve en dejar de lado la inferioridad
de sus conexiones, el comportamiento cuestionable de su familia, la
bajeza de su situación en la vida-”
“¿Sólo lo que cualquier hombre sensible hubiera dicho?” preguntó
sorprendido. “Darcy, tú no eres así. No puedes haber manejado tan mal
el asunto. ¿Insultar a una mujer y luego esperar que se case contigo?”
Me sorprendió su reacción.
“No dije más que la verdad”.
“Si todos dijéramos la verdad la infelicidad reinaría en el mundo, y
particularmente en estas ocasiones. Algunas cosas es mejor que no se
digan”.
“Aborrezco la mentira”, dije.
“¡Y yo aborrezco la estupidez!” respondió, entre divertido y exasperado.
Entonces se puso serio. “Pero hacerle una oferta a Miss Bennet…
confieso que me tomaste por sorpresa. No tenía idea que tus
sentimientos estuvieran comprometidos”.
“Tuve cuidado de no mostrarlos. No quería que nadie supiera. Pensé
que los había superado”.
“¿Pero eran demasiado fuertes para ti?”
Asentí, y aunque no lo admitiría a nadie más que a mí mismo, aún
estaban ahí. No importa. Los superaría. No tenía alternativa.
“¿Serás mi testigo? ¿Estarás disponible para ella, si lo desea?” le
pregunté.
“¿Estás seguro que no se lo dirá a nadie?”
“Estoy seguro”.
“Muy bien. Entonces, sí, lo haré”.
“Gracias. Ahora debo dejarte. Espero dejar esta carta en sus manos esta
mañana. Ella camina por el parque luego del desayuno. Espero
encontrarla allí”.
Lo dejé con su valet y me fui al parque. No tuve que esperar mucho. Vi a
Elizabeth y caminé hacia ella. Ella dudó, y creo que se hubiera vuelto si
hubiera podido, pero sabía que a había visto, y fui hacia ella
rápidamente.
“Estuve caminando por el parque esperando encontrarla. ¿Me hará el
honor de leer esta carta?”
La coloqué en sus manos. Y luego, antes de que pudiera devolverla, le
hice una reverencia y me fui. De mis sentimientos mientras regresaba a
Rosings no diré nada. Casi ni sé cuáles eran. La imaginé leyendo la carta.
¿Me creerá? ¿Pensará mejor de mí? ¿O la descartará como una mentira?
No tenía forma de saber.
Mi visita a mi tía está llegando a su fin. Me iré mañana con mi primo. No
podía irme sin saludar a los de la parroquia, pero tenía miedo de la
visita. ¿Cómo me miraría Elizabeth? ¿Qué diría ella? ¿Que diría yo?
El azar quiso que Elizabeth no estuviera allí. Dije lo apropiado a Mr y
Mrs Collins y luego me fui.
El coronel Fitzwilliam volvió después, quedándose por una hora para
que Elizabeth pudiera hablar con él si lo deseaba, pero ella no regresó.
Sólo puedo esperar que haya aceptado que le dije la verdad, y que sus
sentimientos hacia mí sean ahora menos hostiles. Pero cualquier otro
tipo de sentimientos… esas esperanzas están perdidas.
Jueves 24 de abril
Estoy en Londres de nuevo. Después de los eventos imprevisibles en
Rosings encuentro que aquí, al menos, las cosas están igual. Georgiana
ha aprendido una nueva sonata y tejió un monedero. También ha hecho
un muy buen dibujo de Mrs Annesley. Pero aunque Londres no ha
cambiado, yo sí. Ya no soy feliz aquí. Mi casa parece solitaria. Nunca
había notado cuán grande es, o cuán vacía. Si las cosas hubieran sido
diferentes… pero no lo fueron.
Tengo mucho que hacer, y pronto estaré demasiado ocupado como para
pensar en el pasado. Durante estos días tengo negocios que atender, y
en las noches pienso asistir a cada fiesta o baile al que sea invitado. No
permitiré que los eventos de la última semana me desalienten. He sido
un tonto, pero ya no lo seré. Estoy determinado a olvidar a Elizabeth.
Viernes 25 de abril
“¡Mr Darcy! ¡Qué bueno que haya venido a nuestra pequeña reunión!”
dijo Lady Susan Wigham cuando entré en su casa esta tarde.
Es confortable estar de vuelta en el mundo de elegancia y buen gusto,
sin gente vulgar que me mortifique. El salón de baile estaba repleto de
gente refinada, muchos de los cuales conozco de toda mi vida.
“Permítame presentarle a mi nieta, Cordelia. Ella me está visitando
desde el campo. Es una muchacha encantadora, y una bailarina
agraciada”.
Me presentó a Miss Farham, una bella rubia de unos diecinueve o veinte
años.
“¿Le gustaría bailar, Miss Farham?” pregunté.
Ella se sonrojó delicadamente y murmuró: “Gracias, sí”.
Mientras la conducía a la pista, mis pensamientos me llevaron al baile
de Netherfield, pero rápidamente los controlé y me hice pensar en Miss
Farham.
“¿Hace mucho que está en la ciudad?” le pregunté.
“No, no hace mucho”, dijo.
Al menos, creo que es lo que dijo. Tiene el hábito de murmurar lo cual
hace difícil oírla.
“¿Está Usted disfrutando su estadía?”
“Sí, gracias”.
Se mantuvo en silencio.
“¿Ha hecho algo de interés?” pregunté.
“No, en realidad no”.
“¿Ha ido al teatro, tal vez?”
“Sí”.
No dijo nada más.
“¿Qué obra vio?”, insistí.
“No recuerdo”.
“¿Fue a algún museo, tal vez?” pregunté, pensando que el cambio de
tema la podía estimular.
“No lo sé. ¿El museo es un edificio grande con columnas afuera? Si es
así, estuve allí. No me gustó. Era frío y con corrientes de aire”.
“¿Tal vez prefiera Usted leer libros a visitar museos?” le pregunté.
“No especialmente”, murmuró. “Los libros son muy difíciles, ¿verdad?
Hay tantas palabras en ellos”.
“Es una de sus faltas innegables”.
Elizabeth se hubiera reído ante esto, pero no había humor en la voz de
Miss Farham cuando murmuró: “Exactamente eso pienso”.
Continuamos en silencio, pero dándome cuenta que mis pensamientos
me estaban llevando de nuevo a Elizabeth, me decidí a perseverar.
“¿Quizás le gusta dibujar?” le pregunté.
“No especialmente”, dijo.
“¿Hay algo que le guste hacer?” pregunté, oyendo una nota de
exasperación en mi voz.
Ella me miró más animada.
“Oh, sí, de hecho lo hay, me gusta jugar con mis gatitos. Tengo tres,
Mancha, Parche y Raya. Mancha tiene una mancha negra, por lo demás
es completamente blanco. Parche tiene un parche blanco en su espalda,
y Raya-”
“Déjeme adivinar. ¿Tiene una raya?”
“Cómo, ¿Usted lo ha visto?” preguntó sorprendida.
“No”.
“Debe haberlo hecho, si no ¿cómo podría saber?”, dijo, mirando
alrededor. “Pienso que mi tía debe habérselo enseñado cuando yo no
estaba”.
Ella siguió hablando de sus gatitos hasta que terminó el baile.
No permití que mi falta de éxito con mi primera compañera
quebrantara mi resolución de disfrutar, y bailé todos los bailes. Volví a
casa complacido de no haber pensado en Elizabeth más de dos o tres
veces en toda la tarde.
¿Ella pensará en mí? ¿Pensará, tal vez, en mi carta? Me satisface que me
haya creído cuando hablé de Wickham, porque no consultó a mi primo,
¿pero entendió por qué le hablé así cuando le ofrecí mi mano? Debe
haberlo hecho. No puede ser inconsciente acerca de su baja posición en
la vida, y al reflexionar ella sin duda se dio cuenta que no fue poco
caballero de mi parte hablarle de esa forma. Debe haber comprendido
que tenía razón en hacerlo.
¿Y qué de sus sentimientos sobre la forma en que me conduje con los
afectos de su hermana? Ella verá ahora, espero, que actué de buena fe.
No puede dejar de entender, o reconocer, que lo que hice estuvo bien.
En cuanto a George Wickham, ella sabe ahora la clase de sinvergüenza
que es. ¿Pero aún tiene sentimientos por él? ¿Aún prefiere su compañía
a la mía? ¿Se estará riendo con él en estos momentos, en la casa de su
tía? ¿Piensa ella que es mejor hablar con un hombre que tiene la
apariencia de gentil, que con uno que realmente lo es?
Si ella se casara con él…
No debo pensar en eso. Si lo hago, me volveré loco.
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