cultura salvadoreña no 9 somos “agresivos”
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Cultura Salvadoreña, retranca y posibilidad para el país (9) Somos “violentos”
Por Mario Alfredo Cantarero
Introducción
En este trabajo se aborda uno de los rasgos culturales más sobresaliente en
nosotros los salvadoreños, la violencia, que tiene una serie de consecuencias
negativas en el país, en términos del costo en dolor en la mayoría de familias
vulnerables, y que, indefectiblemente, afecta todos los niveles de la convivencia
nacional.
El tema se trata sin pasionismos ni determinismos teóricos, sino que se incursiona
en el entendimiento de lo que ocurre cotidianamente en la rutina de los
salvadoreños, especialmente en cómo se manifiesta y se reproduce la violencia su
lenguaje y en sus acciones diarias.
Tras observar las prácticas violentas en la mayoría de los compatriotas, observar
los comportamientos cotidianos y reflexionar sobre sus raíces y consecuencias,
describo que la violencia en el salvador se produce y se reproduce socialmente,
en un espiral interminable en la mayoría de instituciones que conforman la
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sociedad salvadoreña, cuyas consecuencias tiene incalculables costos humanos y
económicos para el presente y futuro de esta nación.
De no atenderse en los espacios y en las dimensiones en donde se debe, este
país seguirá en el retraso mental y actitudinal, que nos distanciará cada vez más
del desarrollo y de las bondades de la convivencia pacífica. Y con ello seguiremos
siendo poco competitivos en el concierto internacional.
Por eso, me atrevo al final del documento a indicar algunas acciones que deben
tomar aquellos actores sociales que deben involucrarse en la solución de
semejante problema que abate todas las instancias de la vida.
Representaciones deterministas sobre la violencia
En las discusiones sobre la naturaleza de la violencia como rasgo cultural de los
salvadoreños, siempre aparecen rotulaciones deterministas sobre el tema, que
aludiremos brevemente, sin detallar todos los matices que existen en cada uno de
ellos.
Los que abanderan el marxismo, sostienen que la violencia, aparte de ser un
producto de la lucha de clases, es un medio y no un fin, puesto que sirve para
transformar las estructuras socioeconómicas de una sociedad. En este sentido, la
violencia es el motor que permite la transformación cualitativa de la sociedad.
Además, consideran que existe una violencia reaccionaria, que usa la burguesía
para defender sus privilegios y sus intereses económicos; y una violencia
revolucionaria, que tiende a destruir el aparato burocrático-militar de la clase
dominante y socializar los medios de producción.
Justifican que los medios, para alcanzar los fines, llegando al límite de favorecer el
uso de la violencia revolucionaria para liberar a los “oprimidos y abolir la propiedad
privada de los medios de producción”.
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Los que se enlistan en el freudianismo, sostienen que la violencia es algo
inherente al género humano y la guerra, una necesidad de los Estados. En este
sentido sería el producto de los mismos hombres, por ser desde un principio seres
instintivos, motivados por deseos que son el resultado de apetencias salvajes y
primitivas
Los que esgrimen el pensamiento cristiano, sustentan que algunos seres humanos
están predestinados por Dios a ser hijos herederos del reino celestial; en tanto
otros, cuya naturaleza humana fue corrompida por el pecado original, están
destinados a ser los recipientes de su ira y a padecer la condenación eterna.
Así no cesan de aflorar teorías que rechazan la idea de la violencia como instinto
innato, afirmando que la agresividad no es más que un fenómeno adquirido en el
contexto social, por observación e imitación. En este sentido, la violencia es un
resultado de un “aprendizaje social”, el comportamiento violento se graba, se fija y
se conserva para el futuro: 1) si se desarrolla a través de la práctica, 2) si se
recompensa por medio del refuerzo y 3) si se ve el modelo en otros individuos.
En torno al concepto de violencia
Para entender uno de los rasgos culturales de los salvadoreños más distintivos,
definimos la agresividad como cualquier acción o reacción, sin importar su grado o
intensidad, que implica provocación y ataque. No se limita a actos físicos, sino que
puede ser de tipo verbal como los insultos e incluso no verbal como gestos y
ademanes (Terapia-psicológica, sf)
Debido a lo controversial y la complejidad de la diferenciación entre violencia,
agresión y agresividad (Martin, 2000), considero violencia y agresión como
términos sinónimos que designan una misma realidad. Por eso en seguida utilizaré
el término violencia para designar todo acto de agresividad o de violencia.
En esta perspectiva, violencia es la acción o el comportamiento manifiesto que
aniquila la vida de una persona o de un grupo de personas o que pone en grave
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peligro su existencia. Violencia es, por tanto, agresión destructiva e implica
imposición de daños físicos a personas o a objetos de su propiedad en cuanto que
tales objetos son medios de vida para las personas agredidas o símbolos de ellas.
En la cotidianidad de los salvadoreños, la violencia se presenta en un amplio
registro: No es sólo con acciones físicas como las peleas y los golpes, sino
también se puede ejercer con palabras, gestos y cualquier otra acción que genere
miedo, culpa, o vergüenza en los demás. Incluso se expresa hasta en el tono de
voz.
En nuestra cultura, el colmo es que hay actitudes violentas que son socialmente
aceptadas, e incluso “obligadas”, especialmente aquellas relacionadas con las
prácticas del machismo en las relaciones sociales, y las que se dan en el ejercicio
de la autoridad de las jefaturas en las empresas.
Esta consustancial agresividad se da cuando la persona que habla o actúa sin
reflexión ni cautela, y se deja llevar de sus impresiones o impulsos, según la
definición de la Real Academia Española.
En El Salvador, muchas personas, por no decir la mayoría, se caracterizan por su
agresividad; es una constante que sus actitudes se encaminan a resolver los
problemas por medio de la violencia, sin pensar en las diferentes consecuencias.
La agresividad en su actuar siempre va acompañada de prepotencia y pretensión
de autoridad, a través de diversas formas, con la intención de imponerse y
doblegar la voluntad del otro.
La violencia se usa como método para solucionar los problemas con el otro o los
otros. Por lo cual la persona propende a faltar al respeto, a ofender, a provocar, a
atacar a los demás, en cualquiera de los ámbitos cotidianos, para conseguir sus
intereses o resolver sus dificultades.
Violencia juvenil, hija de la exclusión social
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La violencia en El Salvador asume formas múltiples y corresponde a diversos
ámbitos: puede ser estructural (diversas manifestaciones de exclusión social),
institucional (por ejemplo violencia escolar, laboral), interpersonal (vincular:
intrafamiliar, pareja, grupos sociales, intergeneracional) o individual (autoinfligida),
simbólica (lenguaje y signos culturales), de género y política.
Es más, en nuestro país se presenta como “violencia organizada” (violencia
organizada en delincuencia, pandillas y violencia callejera); una gran mayoría de
jóvenes participan en actos violentos contra otros jóvenes (en general son
personas del mismo grupo de edad y género que sus víctimas o de la misma
institución educativa), en disputa por los zonas, colonias y barrios. Delincuencia
que está estrictamente vinculada con el contexto global de desigualdades que se
generan por el sistema económico social excluyente.
Siguiendo el planteamiento de Ezequiel Fernández Langa (s. a), la pertenencia a
diferentes maras opera como una “inclusión en la exclusión”; es decir, estos
grupos se constituyen como referentes de pertenencia en dónde concilian una
función simbólica (sentirse parte de, ser reconocidos por) así como una función
material (obtener beneficios que no logran por otra vía).
Estas maras son para la mayoría de jóvenes un espacio de participación social, un
sistema de valores dónde afirmarán identidades personales y grupales mediante
nuevos códigos de comunicación y nuevas formas de autoridad, como lo establece
Marco Lara Klahr (2006).
Dardos verbales, pan de cada día
En cualquiera de esas formas y dimensiones, los salvadoreños cotidianamente
acostumbramos a insultar, descalificar, o hacer daño a los demás compatriotas por
medio del lenguaje verbal o por medio de la agresión física, por motivos diversos o
razones inexplicables.
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En casa, en la escuela, en el trabajo o en cualquier lugar en que nos encontramos,
pronunciamos las palabras subidas de tono, en una espiral interminable, en donde
cada vez se engendra más agresividad recíproca entre emisor y receptor.
Un “¡¡árbitro mierda!!” dicho desde la grada de un estadio contra el réferi del
partido de futbol, puede que canalice una benéfica descarga de adrenalina, sin
molestar a su destinatario, que sabe perfectamente de su papel como aficionado
en la rutina deportiva.
Pero, en nuestro país, más allá de la catarsis deportiva normal, las barras de los
equipos están organizadas para ofender y agredir físicamente al adversario
deportivo, a través de ultrajes ofensivos, piedras, botellas y orines, sin una
motivación justificable desde el punto de vista humano, como ocurrió el domingo 5
de febrero, en el Estadio Cuscatlán, luego de que el Águila, de la oriental Ciudad
de San Miguel derrotara 3 por 1 al Alianza, de San Salvador.
En la escuela o en la universidad, un par de palabras oportunas, dichas con tono
enérgico, pone en su sitio a cada uno de los alumnos rebeldes o hablantines; o las
palabras emanadas de un jefe a unos empleados indiferentes ante las
responsabilidades de sus funciones.
Entre los excesos de la franqueza ofensiva, los fingimientos de las “indirectas” y
los ambigüedades de lo políticamente correcto, hay un término medio donde las
palabras no tienen por qué desprenderse de su cauce.
Las palabras dichas oportunamente y con respeto sirven para ejercer la actitud de
asertividad, tan necesarias para defender nuestros derechos ante los abusos de
los demás, y, consecuentemente, establecer los límites del derecho y el buen
trato.
Sin embargo, la violencia verbal en El Salvador suele tener intención de herir a los
interlocutores. No es casual que en las situaciones de abuso (doméstico, escolar,
laboral, etc.), la agresión verbal aparezca muy frecuentemente asociada a otras
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formas de maltrato. Generalmente, representa el paso previo a la violencia física;
algunas veces concentra la mayoría de los ataques psicológicos contra la víctima.
En este sentido, los psicólogos especializados entienden por violencia verbal
«aquella en la cual se trata de dominar a otra persona a través de palabras, por la
entonación o el volumen de voz, logrando provocar en quien la sufre sentimientos
de impotencia, rabia, humillación, vergüenza, inutilidad y vejación».
El problema de la agresión verbal no radica tanto en qué se dice, sino por qué se
dice, en qué circunstancias y el cómo se dice.
Un calificativo tan simple como la palabra «pendejo» puede servir por igual para
transmitir sentimientos de afecto hacia otra persona como para rebajarla y
degradarla, porque el lenguaje es una herramienta de múltiples usos susceptible
de ser fabricada según la circunstancia.
Por eso, entre los agresores verbales abundan los individuos formados
profesionalmente, con capacidades comunicativas desarrolladas y cierto nivel
educativo, que les posibilita afinar bien la lengua para propinar sus golpes en el
punto más sensibles de las presas a la que atacan.
Estas habilidades para ejercer la violencia verbal no se adquieren sólo con el
aprendizaje de la lengua. Están en el ambiente familiar, vecinal y en la generalidad
de instituciones socializadoras, y tal vez también en los genes de cada uno de la
mayoría de los salvadoreños.
Así en El Salvador muchísimas personas tienen problemas para articular un
enunciado correcto, coherente y adecuado en situaciones formales; pero son
especialistas en expresar la palabra más hiriente, con una destreza diabólica para
humillar a sus parejas, para hacer la vida imposible a sus subordinados o para
hacerle la “vida de cuadritos” a los compañeros, mediante el uso insidioso de la
palabra.
Al respecto, la Niña Lucy, una sexagenaria emprendedora de Ilopango,
prominente conocedora de la identidad de los salvadoreños, reconoce: “En El
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Salvador…Es necesario para sobrevivir aprender a defenderse de los ataques de
los demás. Si usted no se defiende, hacen de usted tripas chorizos...”
Sin percatarnos de que siempre existen otras maneras más corteses, simpáticas o
al menos neutras, de decir las cosas sin causar daño emocional, los salvadoreños
rutinariamente expresamos discursos agresivos, en los que las palabras se
convierten en dardos que tratan de herir la moral y dañar el autoestima de sus
interlocutores.
La figura del poder enciende la violencia
Este hábito que busca subestimar o infravalorar al otro a través de la agresividad
verbal, por razones físicas, académicas, económicas, políticas, sociales o
culturales, lleva la pretensión de imponerse al otro, a través de las diversas formas
de agresión.
Aquí en El Salvador, la violencia se expresa en una cadena de poder, en las
diferentes esferas de la vida social. El automovilista trata diariamente de
imponerse ante el peatón, bajo la creencia de que es superior a él, quitándole el
derecho de paso o tirándole el carro encima, con prepotencia y un par de
“¡¡Pendejo, apartate!!” como aderezo.
El busero o el microbusero abusan de su condición de mayor tonelaje para echarle
la máquina encima al del carro o al peatón, sin respetar leyes de tránsito, con claro
tono de superioridad, seguido de sinfín de insultos, y con el sonido connotativo de
“la vieja” con el pito del vehículo.
Al interior de los buses, hay unos que se creen más fuertes –por su estatura, por
su gordura o por su trasero- se pasan llevando los otros, con una actitud
prepotente y malcriada, seguida de una serie de improperios con diversos tonos,
de un “si no quiere que la empujen, compre carro” hasta “apártese pendejo, sino
quiere que la rompa la mamona”
Aquel que tiene mayor formación académica o dispone de mayores recursos
económicos o políticos, menosprecia a los que no los tienen, con muestras de
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maltrato o amenazas, con ofensas que van desde la evasión visual, hasta las
agresiones verbales, pasando por el menosprecio.
Además, se manifiesta la violencia colectiva. Esta se subdivide en violencia social,
violencia política y violencia económica, las cuales indican los posibles motivos de
la violencia cometida por grupos más grandes de individuos o por el Estado, como
la imposición del dólar como moneda nacional, a pesar del impacto negativo en la
economía de las familias salvadoreñas vulnerables.
La violencia colectiva infligida para promover intereses sociales sectoriales
incluye, por ejemplo, los actos delictivos de odio cometidos por grupos
organizados, las acciones terroristas y la violencia de masas. Por ejemplo, como
dice Joaquín Villalobos (LPG, 2012), llas viejas elites y sus descendientes
eliminaron a los competidores que asumían posiciones moderadas, al tiempo que
usaban el anticomunismo para presentarse como los únicos que deben y pueden
gobernar.
Para garantizar sus propósitos, asesinaron o exiliaron a sus opositores, entre ellos
militares, intelectuales y empresarios prominentes, por ejemplo a Enrique Álvarez
Córdova, miembro de las llamadas 14 familias, fue asesinado junto a dirigentes
populares por la Guardia Nacional en 1980. Ese mismo año asesinaron al
arzobispo Romero y en 1989 a seis sacerdotes jesuitas
La violencia política incluye la guerra y otros conflictos violentos afines, la violencia
del Estado y actos similares llevados a cabo por grupos más grandes. En el año
2011, previo a una elección parlamentaria, la Corte Suprema de Justicia le quitó la
legalidad al PDC (Partido Demócrata Cristiano) y al PCN (Partido de Conciliación)
Este y otros ataques políticos de la Corte Suprema de Justicia provocaron un
contra ataque legal de los partidos con el nombramiento de nuevos magistrados
desde el parlamento, desatando la actual crisis entre todos los poderes del
Estado, al extremo que ha tomado dimensiones internacionales con el
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involucramiento de la Corte Centroamericana de Justicia, el Senado de los
Estados Unidos y otros organismos regionales.
La violencia económica comprende los ataques por parte de grupos más grandes
motivados por el afán de lucro económico, tales como los llevados a cabo con la
finalidad de trastornar las actividades económicas, negar el acceso a servicios
esenciales o crear división económica y fragmentación.
Evidentemente, los actos cometidos por grupos más grandes pueden tener
motivos múltiples, como los realizados recientemente por los empleados del
Ministerio de Hacienda, que concretaron un paro de labores, iniciado el martes
22 de junio del 2012, en demanda por el pago de un bono de $1,000, para cerca
de 2,000 empleados de la cartera de Estado, así como por aspectos relacionados
al contrato colectivo (Flores, Gloria: 2012).
El salvadoreño, el lobo del salvadoreño
Thomas Hobbes, en su famoso Leviatán, afirma que en el "estado de naturaleza"
el hombre vive una guerra de todos contra todos. «El hombre es un lobo para el
hombre.», refiriéndose a la naturaleza humana. Con este planeamiento sentenció
que la humanidad tiene una agresividad innata.
A mediados del siglo XX, los etólogos Konrad Lorenz, Karl Von Frisch y el
holandés Nikolaas Tinbergen, comparando la conducta animal y humana,
detectaron que la agresividad es genética, y que el instinto de agresión humana
dirigido hacia sus congéneres es la causa de la violencia contemporánea.
En El Salvador cumplimos a cabalidad esta aseveración, a través de la falta de
empatía por los demás. Es más, algunos expresan hasta mucha alegría ante el
sufrimiento o ante los problemas de los demás. Se regocijan de hacerle el mal al
otro, al dificultarle su desarrollo personal.
Esto ocurre en todos los órdenes de la vida social, en el vecindario, en la escuela,
en el trabajo, etc., donde en lugar de ayudarle al prójimo, se lo zancadilla para que
se caiga más rápido. Se evidencia una preocupación por hacerle el mal al otro
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Muchos directivos de las empresas no invierten en la generación de capital
humano. Tratan de evitar que los empleados se profesionalicen o se actualicen,
para verlos sufrir siempre o para burlarse de su precaria condición económica o
social, y en muchos casos, para aprovecharse de su condición de pobreza.
Dicho sea de paso, prevalece la concepción de que la formación de los
empleados, es un gasto que afecta negativamente a los intereses de las
empresas. Muchos empresarios algunas veces se interesan por capacitar a sus
trabajadores, cuando mucho en cursos o seminarios que persiguen hacerlos
“empleados más productivos”.
En el comportamiento grupal, aquí en El Salvador, en lugar de ayudarle al
compañero o al vecino, se trata de dificultarle el camino o dañarlo más para
hundirlo en problemas, con injurias, calumnias, con la finalidad de menoscabar su
reputación, su imagen y, en consecuencias, cerrarle oportunidades.
Es común la frase “hay que acabárselo”, “no merece ese reconocimiento...”
Competencia, fuente de violencias
La violencia es un peligro que aumenta en una sociedad que enseña, desde
temprana edad, que las cosas no se consiguen sino por medio de una inhumana y
egoísta competencia, en donde hay que pasar sobre otros para sobrevivir o para
enriquecerse.
"El otro" no se nos presenta, en nuestra educación para la vida, como un
cooperador sino como un competidor, como un enemigo.
A esto se suman los medios de comunicación que propagan la violencia,
estimulando la agresividad del niño o justificando ese recurso como el único medio
para resolver problemas o conflictos.
Esto demuestra que la competencia, al no formar parte de la naturaleza del juego,
es propia de las sociedades modernas, donde se incentiva a diario el espíritu de
competencia entre individuos.
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En el siglo XVIII, Jean-Jacques Rousseau sostenía la teoría de que el hombre era
naturalmente bueno, que la sociedad corrompía esta bondad y que, por lo tanto, la
persona no nacía perversa sino que se hacía perversa, y que era necesario volver
a la virtud primitiva.
"Es bueno todo lo que viene del Creador de las cosas: que todo degenera en las
manos del hombre".
Es decir, la actitud de bondad o de maldad es fruto del medio social en el cual se
desarrolla el individuo.
Violencia en los medios de comunicación
Como se ha señalado, la violencia en El Salvador se produce y se reproducen en
todos los órdenes de la vida de los ciudadanos, y se engendra y se promueve en
todas las instituciones sociales, entre los que destacan los medios de
comunicación social. En la TV, consentida entre los medios por su naturaleza, se
evidencian las diferentes manifestaciones de la violencia:
1. La violencia real. Esta “violencia real” es como un reflejo del medio social que
se difunde a través de noticieros y reportajes informativos, relacionados con
temas como los abusos intrafamiliares, violaciones, las amenazas y los
asesinatos cometidos por grupos de pandilleros y otros. En la actualidad,
haciendo uso de esos avances tecnológicos, los medios producen y distribuyen
un discurso muy sugestivo y entretenido, con el que divierten e informan a los
salvadoreños. Sin embargo, muchas veces lo hacen con un contenido noticioso
atomizado y sin significación coherente, a través de un relato periodístico
inundado de violencia, en su interpretación más amarillista.
2. La violencia representada. Esta es la que con mayor frecuencia llega al
público a través de casi toda la programación, como las caricaturas, relatos
novelescos, series, etc. Uno se pregunta en qué programa de la televisión no
se expresan contenidos violentos. Se cuentan con los dedos de la mano.
3. La violencia verbal. Esta se expresa en programas de entretenimiento, como
“Domingo para Todos”, “Sábado Gigante”, a través de las burlas y vejámenes
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cometidos por los conductores contra los humildes participantes. Y en aquellos
espacios de opinión como “Diálogos con Ernesto López”, en Canal 21, donde
los panelistas despotrican a sus adversarios, con comentarios con poca
argumentación y con ofensas y diatribas con tonos neuróticos.
Para entrarle a la solución
La escuela y la familia por ser los espacios en donde los jóvenes comparten la
mayor parte del tiempo, se constituyen en los ámbitos indicados y adecuados para
apropiarse de habilidades, generar espacios de reflexión y de autoconocimiento,
fomentando la expansión, la movilización y el desarrollo de los recursos
espirituales, que le permitan encontrar el sentido a su vida y asumir la
responsabilidad en la misma.
Asimismo, el Estado y los medios de comunicación deben contribuir en la
formación de ciudadanos saludables mentalmente, críticos y democráticos, por
medio de políticas informativas favorables al negocio mediático, sin menoscabo de
la humanidad y de la paz simbólica, con alto sentido de inclusión social, con
oportunidades de desarrollo humano.
En esta perspectiva, me permito señalar algunas acciones que puedan servir para
cambiar nuestros hábitos violentos, que tanto dolor le cuesta en términos humanos
y económicos a los salvadoreños.
Responsabilidad del sistema educativo
Diseñar un modelo educativo que muestre la conexión entre el ser y el
quehacer como medio para descubrir un sentido a la vida. El joven, cuando se
siente creador, productivo y tenido en cuenta en sus opiniones y participante
en las responsabilidades, puede imprimir una huella personal indeleble en su
ambiente (“huellas de sentido”).
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Establecer un modelo educativo basado en la “persona humana” que lo
eduque en la libertad y en la responsabilidad. Educar en la libertad es brindar
los espacios para que esta sea posible y buscar el contacto con la facultad
personal de autodistanciarse de sí mismo, para la toma de postura ante sus
circunstancias particulares, su contexto, su herencia y su visión de mundo.
Promover el espíritu crítico, para una toma de posición activa ante las
urgencias del momento y en el compromiso en las respuestas que la sociedad
exige.
Motivar y orientar a los jóvenes para que se responsabilicen de aportar con
toda su capacidad creativa, para que vivan y participen ampliamente en su
proceso de aprendizaje, para que adquieran un sentido de la vida y de las
cosas.
Proporcionar a los jóvenes el espacio para que busquen y encuentren una
tarea personal e intransferible que les dé una razón para vivir. Esa enorme
energía de que disponen, deben expresarla en el trabajo, el deporte, las artes
y el servicio a la comunidad.
Ofrecer contenidos y métodos curriculares, que permitan la escucha activa de
la autoconciencia, para que pueda reflexionar ante y sobre las preguntas que la
vida le plantea (situaciones, circunstancias concretas).
Educar en la capacidad de decidir y de elegir responsablemente en sus
contextos y en sus tiempos.
Todo profesor debe apelar al órgano de sentido, la conciencia, presente en el
ser humano, ya que es ella la que permite captar en cada situación que se
presenta lo que tiene valor y sentido para la vida; pero esto se puede alcanzar
porque en el hombre está presente una motivación básica de su conducta, la
voluntad de sentido, que hace posible la actitud de búsqueda de lo valioso y
significativo.
Responsabilidad de la familia
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Posibilitar las condiciones sociales y espirituales para que la búsqueda de
sentido sea posible a través de una radical apertura a los demás y de la
responsabilidad por su vida.
Potencializar su libertad, que no permita que se creen autodeterminaciones
mentales como: “así nací yo...”, “yo no puedo cambiar...”.
Educar para la responsabilidad, es decir, crear una conciencia de
responsabilidad frente a la vida. Es importante que los jóvenes asuman
responsabilidades en la familia y en la escuela por pequeñas que sean estas.
La sobreprotección y el “cundundeo” de sus actos no colaboran en la toma de
conciencia de su ser responsable (y de las consecuencias de sus acciones).
Permitir a los jóvenes vivir su propia vida con autonomía, posibilitándoles
espacios para compartir y reflexionar respecto a las vivencias del joven en el
contexto y con las características de la sociedad y la cultura actual.
Facilitarles la reflexión, la crítica y la búsqueda de contenidos significativos en
el diario vivir.
Inculcar y transmitir a los jóvenes la formación de una cultura familiar e
individual fuerte que impida la asunción e imitación acrítica de otras culturas y
la pérdida de tradiciones autóctonas
Fundamentar la educación familiar en los valores importantes en relación a la
vivencia que tenemos de los mismos. En este sentido, fomentar el despliegue
de los valores de creación, de experiencia, de comunicación y de actitud
positiva y proactiva. Recuerde que la mejor forma de enseñar los valores es
con el ejemplo y la vivencia de los mismos.
Habituarnos a estar como padres más presentes, afectiva y efectivamente, en
la vida de nuestros hijos. Estar dispuestos a dialogar, compartir momentos en
familia. Ayudarlos a conocer y desarrollar sus mejores recursos, habilidades,
talentos. Asumir la responsabilidad de establecer límites y sostenerlos con
firmeza. No temer a demostrar autoridad, ya que no implica autoritarismo ni
severidad innecesaria, sino demostrar los signos lógicos de protección,
cuidado, acompañamiento y responsabilidad que asumimos como padres
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Dialogar con los jóvenes, desde pequeños, hablando de todos los temas sin
tabúes ni temores, educándolos en valores firmes, ayudándolos a sentirse bien
con ellos mismos, apoyándolos en sus logros personales, preparándolos para
enfrentar la presión social para que puedan decir “no” ante aquello que pueda
hacerles mal, promoviendo en ellos actividades formativas (deporte, arte,
desarrollo de habilidades y aptitudes varias), aceptando que los límites son
actos de amor, y que ellos los necesitan.
Orientar el sentido de la vida desde lo particular hacia un proyecto de vida más
amplio en dónde involucre y comprometa las diferentes áreas de su existencia
(individual, familiar, social, intelectual, espiritual). Comprender la vida como una
misión personal, individual e intransferible. Plantearse objetivos, metas,
estrategias. El proyecto está vinculado con la realización personal de la
existencia, lo que me va determinando, marcando camino. El marco referencial
que me guía hacia dónde ir. El hombre tiene que buscar para descubrir y a
partir de allí realizar su propia historia personal.
Responsabilidad de los medios de comunicación
Establecer políticas informativas, en las que se concilie la educación con la
comercialización de los productos periodísticos y audiovisuales, desde
planteamientos estéticos atractivos, con lo que se evitará el amarillismo y la
paranoia social y la reproducción de la violencia simbólica.
Deben de ser cautos en el manejo de la información, pues si publican
indiscriminadamente descripciones de escenas macabras y sangrientas,
reproducen el temor ya existente en la población, provocado por las
circunstancias violentas.
Deben considerar seriamente la formulación de políticas de tratamiento de
la imagen, para que de manera mesurada puedan tratar las imágenes de
modo que informen y no posibiliten las paranoias en la población.
Responsabilidad del Estado
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Deben evitar la censura En países comunistas o países sexto mundistas,
como el nuestro, se cree que controlándoles las costillas a los periodistas a
través del control de la información y de las imágenes, es la manera de
garantizar la salud mental de la población. Operativamente y
administrativamente eso no se puede hacer, por los costos económicos que
tendría la instauración de una policía mediática.
Potenciar la información veraz y respetuosa. Debe educarse a la población,
debe facilitársele que consuman imágenes e informaciones de calidad
Debe formular e implementar una política de cultura y comunicación. Esta
debe contemplar curricularmente de manera precisa y claramente qué y
cómo consumir la información de los medios de comunicación. Esto, sin
duda, propiciará a largo plazo una conciencia en los salvadoreños que será
el fundamento de unos consumidores exigentes de calidad mediática.
Abrir espacios políticos y legales para la calidad informativa. Esto consiste
en una serie de acciones políticas y legales para que la población pueda
tener comunicación con los medios. Se trata de espacios en donde la
población externe su preocupaciones, sus críticas y sus propuestas para
que los medios mejoren.
Instaurar la institución del Procurador de la Información, que escuche a los
consumidores de información, que les dé espacios en los medios para que
publiquen sus quejas y, consecuentemente, que tenga la capacidad de
procurar justicia informativa en el marco jurídico del país.
Fuentes consultadas
Ezequiel Fernández Langa (s. a) Violencia, depresión y adicción en los jóvenes Recursos para prevenir desde la escuela y la familia, Argentina, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Ministerio de Desarrollo Social. En http://www.buenosaires.gov.ar/generacionba/observatorio/pdf/violencia.pdf
Flores, Gloria (2012): “Sindicato del Ministerio de Hacienda mantiene paro laboral”, La Prensa Gráfica, 02 de julio, en:
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http://www.laprensagrafica.com/economia/nacional/271035-sindicato-del-ministerio-de-hacienda-mantiene-paro-laboral.html
Hobbes, Thomas(2003). Leviatán: o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil. México, Fondo de Cultura Económica.
Lara Klahr, Marco (2006): Hoy te toca la muerte, México, Editorial Planeta
Montoya, Víctor: Teorías de la violencia humana, en: http://sincronia.cucsh.udg.mx/montoya05.htm
Rousseau, Jean Jacobo (2011). Sergio Sevilla. ed. Rousseau. Biblioteca Grandes Pensadores. Madrid: Editorial Gredos
Terapia-psicologica.com (sf):”agresividad”, en Terapia Psicológica, en: http://www.terapia-psicologica.com.mx/agresividad.php
Villalobos, Joaquín (2012): “Vientos paraguayos en El Salvador”, La Prensa Gráfica, 10 de julio, en http://www.laprensagrafica.com/opinion/editorial/272272-vientos-paraguayos-en-el-salvador.html
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