cuentos infantiles

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DISEÑO DE LEONARDO RUIZ

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INDICE4

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Una pata tiene varios patitos, pero uno de ellos es mucho más feo, tosco y torpe que el resto, por lo que todos le dan de lado y se burlan de él.El patito decide huir de allí y se enfrenta sólo y triste a los problemas del invierno.Al llegar la pri-mavera, en-cuentra un grupo de cisnes que, para su sor-presa, son am-ables con él. És-tos le hacen ver su reflejo en el estanque, y así descubrer que en realidad él era un bello cisne y no un pato desgarbado.

Como cada verano, a la Señora Pata le dio por empollar y todas sus amigas del corral estaban deseosas de ver a sus patitos, que siempre eran los más guapos de todos.

Llegó el día en que los patitos c o m e n z a r o n a abrir los hue-vos poco a poco y todos se congrega-ron ante el nido para verles por primera vez.

Uno a uno fueron saliendo has-ta seis preciosos patitos, cada uno acompañado por los gritos de alborozo de la Señora Pata

y de sus amigas. Tan conten-tas estaban que tardaron un poco en darse cuenta de que un huevo, el más grande de los siete, aún no se había abierto.Todos concentraron su aten-ción en el huevo que perman-ecía intacto, incluso los pati-tos recién nacidos, esperando ver algún signo de movimiento.

Al poco, el huevo comenzó a romperse y de él salió un son-riente pato, más grande que sus hermanos, pero ¡oh, sor-presa!, muchísimo más feo y desgarbado que los otros seis...

La Señora Pata se moría de vergüenza por haber tenido un patito tan feísimo y le apartó

con el ala mientras presta-ba atención a los otros seis.El patito se quedó tristísimo porque se empezó a dar cuenta de que allí no le querían... Pasa-ron los días y su aspecto no me-joraba, al contrario, empeora-ba, pues crecía muy rápido y era flacucho y desgarbado, además de bastante torpe el pobrecito.

Sus hermanos le jugaban pe-sadas bromas y se reían constantemente de él llamándole feo y torpe.

El patito decidió que debía bus-car un lugar donde pudiese en-contrar amigos que de verdad le quisieran a pesar de su desas-troso aspecto y una mañana

muy temprano, antes de que se levantase el granjero, huyó por un agujero del cercado.

Así llegó a otra granja, donde una vieja le recogió y el pati-to feo creyó que había en-contrado un sitio donde por finle querrían y cuidarían, pero se equivocó también, porque la vieja era mala y sólo quería que el pobre patito le sirvi-era de primer plato. También

se fue de aquí corriendo.

Llegó el invierno y el patito feo casi se muere de ham-bre pues tuvo que buscar co-mida entre el hielo y la nieve y tuvo que huir de cazadores que pretendían dispararle.

Al fin llegó la primavera y el pati-to pasó por un estanque donde encontró las aves más bel-las que jamás había visto has-ta entonces. Eran elegantes, gráciles y se movían con tan-ta distinción que se sintió total-mente acomplejado porque él era muy torpe. De todas for-mas, como no tenía nada que perder se acercó a ellas y les

preguntó si podía bañarse también.Los cisnes, pues eran cisnes las aves que el patito vio en el estanque, le respondieron:- ¡Claro que sí, eres uno de los nuestros!

A lo que el patito respondió:

-¡No os burléis de mí!. Ya sé que soy feo y desgarbado, pero no deberíais reír por eso...

- Mira tu reflejo en el es-tanque -le dijeron ellos- y verás cómo no te mentimos.

El patito se introdujo incrédu-lo en el agua transparente y lo que vio le dejó maravillado. ¡Du-rante el largo invierno se había

transformado en un precioso cisne!. Aquel patito feo y des-garbado era ahora el cisne más blanco y elegante de todos cuantos había en el estanque.Así fue como el patito feo se unió a los suyos y vivió feliz para

siempre.

FIN

EL DUENDE SOL Y

EL DUENDE LUNA

Hubo una vez, hace mucho, muchísimo tiempo, tanto que ni siquiera el existían el día y la no-che, y en la tierra sólo vivían cria-turas mágicas y extrañas, dos pequeños duendes que soñaban con saltar tan alto, que pudieran llegar a atrapar las nubes.

Un día, la Gran Hada de los Cielos los descubrió saltando una y otra vez, en un juego inútil y divertido a la vez, tratando de atrapar unas ligeras nubes que pasaban a gran velocidad. Tanto le divirtió aquel juego, y tanto se rió, que decidió regalar un don mágico a cada uno.

- ¿Qué es lo que más deserías en la vida? Sólo una cosa, no pue-do darte más - preguntó al que

parecía más inquieto.

El duende, emocionado por hablar con una de las Grandes Hadas, y ansioso por recibir su deseo, respondió al momento.

¡Saltar! ¡Quiero saltar por encima de las montañas! ¡Por encima de las nubes y el vien-to, y más allá del sol!

- ¿Seguro? - dijo el Hada - ¿No quieres nin-

guna otra cosa?

El duendecillo, impaciente, contó los años que había pasado so-ñando con aquel don, y aseguró que nada podría hacerle más feliz. El Hada, convencida, sopló

sobre el duende y, al instante, éste saltó tan alto que en unos momentos atravesó las nubes, luego siguió hacia el sol, y final-mente dejaron de verlo camino de las estrellas.

El Hada, entoces, se dirigió al otro duende.

- ¿Y tú? ¿qué es lo que más quieres?

El segundo duende, de aspecto algo más tranquilo que el primero, se quedó pensativo. Se rascó la barbilla, se estiró las ore-jas, miró al cielo, miró al suelo, volvió a mirar al cielo, se tapó los ojos, se acercó una mano a la oreja, volvió a mirar al suelo, puso

un gesto triste, y finalmente re-spondió:

- Quiero poder atrapar cualquier cosa, sobre todo para sujetar a mi amigo. Se va a matar del golpe cuando caiga.

En ese momento, comenzaron a oír un ruido, como un gritito en la lejanía, que se fue acercando y acer-cando, sonando cada vez más alto, hasta que pudieron distinguir

claramente la cara horrorizada del primer duende ante lo que iba a ser el tortazo más grande de la historia. Pero el Hada sopló sobre el segundo duende, y éste pudo atraparlo y salvarle la vida.

Con el corazón casi fuera de su sitio y los ojos llenos de lágrimas, el primer duende lamentó haber sido tan impulsivo, y abrazó a

su buen amigo, quien por haber pensado un poco antes de pedir su propio deseo, se vio obligado a malgastarlo con él. Y agradeci-do por su generosidad, el duende saltarín se ofreció a intercam-biar los dones, guardando para sí el inútil don de atrapar duen-des, y cediendo a su compañero la habilidad de saltar sobre las nubes. Pero el segundo duende, que sabía cuánto deseaba su amigo aquel don, decidió que lo compartirían por turnos. Así, suc-esivamente, uno saltaría y el otro tendría que atraparlo, y ambos

serían igual de felices.

El Hada, conmovida por el com-pañerismo y la amistad de los dos duendes, regaló a cada uno los más bellos objetos que deco

raban sus cielos: el sol y la luna. Desde entonces, el duende que recibió el sol salta feliz cada ma-ñana, luciendo ante el mundo su regalo. Y cuando tras todo un día cae a tierra, su amigo evita el golpe, y se prepara para dar su salto, en el que mostrará orgullo-so la luz de la luna durante toda la noche.

FIN

EL GIGANTE

SOPO

Sopo era un gigante enorme, el más grande que haya habido nun-ca. Podía beberse un río hasta dejarlo seco, o tomar como en-salada todo un bosque. Y sin duda, su golosina preferida eran las nubes del cie-lo, frescas y esponjo-sas, de las que llegaba a comerse tantas que casi siempre acaba-ba empachado, con tales dolores de barri-ga que terminaba por llorar, provocando entonces grandes ri-adas e inundaciones.

Sopo vivía tranquilo y a su aire, sin miedo de nada ni na-die, yendo y viniendo por donde quería. Pero a pesar de eso no

era feliz: no tenía ni un sólo amigo. Y es que cada vez que el gigante visitaba un país, todo eran prob-lemas: con las nubes que comía Sopo desaparecían las lluvias

para los campos, y con sus empachos y sus llantos todo se in-undaba, por no hablar de todos los bosques y granjas que llegaba a vaciar... En fin, que al verle todos huían ater-rados, y nunca consi-guió Sopo compartir un ratito con nadie.

Una noche, al verle llorar, varias estrel-

las se acercaron a preguntar-le la razón de su tristeza. Al es-cuchar su historia, comentaron:

- Pobre gigante. No sabe buscar amigos. Pues la Tierra es el planeta más especial que existe, y está lle-no de amigos de todas las clases.- Pero, ¿dónde se pueden buscar amigos? ¿cómo se hace eso? - replicó el gigante.- Echándoles una mano o haciendo cualquier cosa por ellos. Eso es lo que hacen los amigos, ¿es que no lo sabes? - repondieron divertidas- Vaya- suspiró Sopo- pues no se me ocurre nada. ¿Vosotras qué hi-cisteis para conseguir amigos?- Aprendimos a mostrar el cami-no en la noche y servimos de guía a muchos navegantes. Son unos amigos estupendos,

que nos cuentan historias y nos hacen compañía cada noche.

Así., el gigante y las estrellas sigui-eron charlando un rato, y durante los días siguientes Sopo no pensó en otra cosa que no fuera en en-contrar una forma de buscar ami-

gos. Pero no veía el modo de conseguirlo. Algunos días

después, fue a pedirle ayu-da a la Luna. Ésta, vieja y sabia, le respondió:

- No sabrás cómo hac-er algo por alguien hasta que le co-nozcas bien. ¿Qué sabes de esos que quieres que sean tus amigos?

Sopo se quedó pensativo, porque realmente apenas sabía nada de los hombres. Eran tan pequeños

que nunca se había preocupado.Entonces se propuso averiguarlo todo, y dedicó largos días a obser-var las diminutas vidas de la gente. Y así fue como descubrió por qué todos huían al verle, y se enteró de las sequías que provocaba con sus comilonas de nubes, y de las inundaciones que provoca-ban sus llantos, y de mil cosas más que le llenaron de pena y alegría.Aquella noche, el gigante cor-rió a saludar a las estrellas.

- Ya sé cómo buscaré ami-gos.... ¡¡comiendo y llorando!!

Y así fue. Desde aquel día, Sopo vigilaba los cielos, y allí donde se preparaban enormes tormentas, se deba un buen atracón de nubes; y luego marchaba a llorar un rato

allá donde veía que faltaba el agua. En muy poco tiempo, Sopo pasó de ser lo peor que le podia ocurrirle a un país, a convertirse en una bendición para todo el mun-do, y ya nunca faltó un buen ami-go que quisiera dedicarle un rati-to, escucharle o hacerle un favor.

FIN

CACO MALAKO

CACO MALAKO

Caco Malako era ladrón de pro-fesión. Robaba casi cualquier cosa, pero era tan habilidoso, que nunca lo habían pillado. Así que hacía una vida completamente normal, y pasaba por ser un re-spetable comerciante. Robara poco o robara mu-cho, Caco nunca se había preocupa-do demasiado por sus víctimas; pero todo eso cambió la noche que ro-baron en su casa.

Era lo último que habría es-perado, pero cuando no en-contró muchas de sus cosas, y vio todo revuelto, se puso ver-

daderamente furioso, y cor-rió todo indignado a contárse-lo a la policía. Y eso que era tan ladrón, que al entrar en la comis-aría sintió una alergia tremen-da, y picores por todo el cuerpo.

¡Ay! ¡Menuda rabia daba sentirse robado siendo él mismo el ver-dadero ladrón del barrio! Caco comenzó a sospechar de todo y de todos. ¿Sería Don Tomás, el panadero? ¿Cómo podría haber-se enterado de que Caco le qui-taba dos pasteles todos los do-mingos? ¿Y si fuera Doña Emilia, que había descubierto que lleva-ba años robándole las flores de su ventana y ahora había decidi-do vengarse de Caco? Y así con todo el mundo, hasta tal punto que Caco veía un ladrón detrás

de cada sonrisa y cada saludo.

Tras unos cuantos días en que apenas pudo dormir de tanta rabia, Caco comenzó a tran-quilizarse y olvidar lo sucedido. Pero su calma no duró nada: la noche siguiente, volvieron a robarle mientras dormía.

Rojo de ira, volvió a hablar con la policía, y viendo su insistencia en atrapar al culpable, le propu-sieron instalar una cámara en su casa para pillar al ladrón con las manos en la masa. Era una cá-mara modernísima que aún es-taba en pruebas, capaz de acti-varse con los ruidos del ladrón, y seguirlo hasta su guarida.

Pasaron unas cuantas noches

antes de que el ladrón volviera a actuar. Pero una mañana muy temprano el inspector llamó a Caco entusiasmado:

- ¡Venga corriendo a ver la cinta, señor Caco! ¡Hemos pillado al ladrón!

Caco saltó de la cama y salió vol-ando hacia la comisaría. Nada más entrar, diez policías se le echaron encima y le pusieron las esposas, mien-tras el resto no paraba de reír alrededor de un televisor. En la imagen podía verse clara-mente a Caco Malako sonám-

bulo, robándose a sí mismo, y ocultando todas sus cosas en el mismo escondite en que había guardado cuanto había robado a sus demás vecinos durante años... casi tantos, como los que le to-

caría pasar en la cárcel.

FIN

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