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Preparada por los ancianos y hermanos de muchas
congregaciones de cristianos (bautizados por profesión
de fe) en londres y el resto de inglaterra.
“Con el corazón se cree para justicia, pero con la boca
se confiesa para salvación” (Romanos 10:10).
“Escudriñad las Escrituras” (Juan 5:39).
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Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de
tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda
paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no
sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de
oír, se montonarán maestros conforme a sus propias
concupiscencias.
2 Timoteo 4: 2, 3
Comentario
“Este pequeño tomo no se presenta como una regla
autoritativa ni como un código de fe, sino como una
ayuda en casos de controversia, una confirmación en la
fe y un medio para edificación en justicia. En él los
miembros más jóvenes de nuestra iglesia tendrán un
conjunto resumido de enseñanzas divinas, y por medio de
pruebas bíblicas, estarán preparados para dar razón de
la esperanza que hay en ellos. No se avergüence de su fe;
recuerde que es el antiguo evangelio de los mártires,
confesores, reformadores y santos. Sobre todo, es la
verdad de Dios, contra la que las puertas del Infierno no
pueden prevalecer. Deje que su vida adorne su fe, deje
que su ejemplo adorne su credo. Sobre todo, viva en
Cristo Jesús, y permanezca en él, no creyendo ninguna
enseñanza que no haya sido manifiestamente aprobada
por él y sea propia del Espíritu Santo. Aférrese a la
Palabra de Dios que aquí es explicada para usted.”
Charles Haddon Spurgeon (1834-1892)
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CONTENIDO
Lección 1: Las Santas Escrituras
Acerca de la Confesión de fe de Londres de 1689 .......... 4
1. De las Sagradas Escrituras ....................................... 13
Lección 2: Acerca de Dios
2. De Dios y de la Santa Trinidad ................................ 21
3. Del decreto de Dios .................................................. 25
Lección 3: Creación y Providencia
4. De la creación .......................................................... 29
5. De la divina providencia .......................................... 31
Lección 4: La Caída y el Pacto
6. De la Caída del hombre, del pecado y su castigo ..... 35
7. Del pacto de Dios ..................................................... 38
Lección 5: Cristo el Mediador
8. De Cristo el mediador .............................................. 40
Lección 6: Salvación
9. Del libre albedrío ..................................................... 48
10. Del llamamiento eficaz .......................................... 50
11. De la justificación .................................................. 53
Lección 7: Salvación y santificación
12. De la adopción ....................................................... 56
13. De la santificación ................................................. 58
14. De la fe salvadora .................................................. 60
15. Del arrepentimiento para vida y salvación ............. 63
Página | 3
Lección 8: Obras y seguridad
16. De las buenas obras ................................................66
17. De la perseverancia de los santos ...........................71
18. De la seguridad de la gracia y de la salvación ........74
Lección 9: La ley y el santo - Parte I
19. De la ley de Dios ....................................................78
20. Del evangelio y del alcance de su gracia ................83
21. De la libertad cristiana y de la libertad de conciencia ...86
22. De la adoración religiosa y del día de reposo ................ 89
23. De los juramentos y votos lícitos ...........................94
24. De las autoridades civiles .......................................97
Lección 10: La iglesia y los santos
25. Del matrimonio ......................................................99
26. De la Iglesia ..........................................................101
27. De la comunión de los santos ...............................109
Lección 11: Las ordenanzas
28. Del bautismo y la Cena del Señor ........................111
29. Del bautismo ........................................................112
30. De la Cena del Señor ............................................114
Lección 12: Eternidad
31. Del estado del hombre después de la muerte
y de la resurrección de los muertos .............................119
32. Del juicio final ......................................................121
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Lección 1:
Las Santas Escrituras
Acerca de la Confesión de fe
de Londres de 1689
En Inglaterra, durante la década de 1630 y de
1640, surgieron de la Iglesia Anglicana los
congregacionalistas y bautistas. Sus primeros años
de existencia se caracterizaron por repetidos ciclos
de persecución por parte del Parlamento y la religión
establecida de la Corona. El infausto Código de
Clarendon fue adoptado en la década de 1660 para
aplastar todo disenso de la religión oficial del
estado. Los períodos de rigurosa aplicación y los
intervalos de relajamiento de estas leyes coercitivas
angustiaban a presbiterianos, congregacionalistas y
bautistas por igual.
Los presbiterianos y congregacionalistas no
sufrieron menos que los bautistas bajo este acoso. Su
frente unido en un acuerdo doctrinal fue una de las
razones principales de su relativo éxito al resistir la
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tiranía gubernamental. Todos los presbiterianos se
mantuvieron firmes a la Confesión de Westminster
de 1647. Los congregacionalistas adoptaron
prácticamente los mismos artículos de fe en la
Declaración de Savoy de 1658.
Confesión de Westminster (1647)
Mientras la Guerra Civil en Inglaterra entre el
Parlamento puritano y el rey (1642-1649) estaba en
pleno auge, se hicieron cambios en la Iglesia
Anglicana. En 1643, el Parlamento abolió la forma
episcopal de gobierno eclesiástico, con sus
parroquias y obispos jerárquicos. Se pidió una nueva
estructura. Ésta sería formulada por una asamblea de
ciento veintiún clérigos (los “teólogos”) y treinta
laicos: 10 miembros de la Cámara de los Lores y 20
miembros de la Cámara de los Comunes. Esta
“Asamblea Westminster de Teólogos” se reunió en
la histórica abadía de Westminster (contigua al
Parlamento) en Londres, de la cual la declaración
deriva su nombre.
La mayoría de los presentes en la Asamblea
reunidos en 1643 eran presbiterianos puritanos. Se
les permitió ser parte de la reunión a ocho
comisionados escoceses, como aprecio por su ayuda
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en la lucha contra el rey. Aunque los representantes
escoceses no tenían ningún rol oficial en las
reuniones, su presencia fue influyente. La Asamblea
realizó 1.163 sesiones entre el 1 de julio de 1643 y el
22 de febrero de 1649. Se requería un quórum de 40
miembros.
Al ir avanzando el trabajo, se preparó un
Directorio de Culto para reemplazar el libro de
oración episcopal. Además, se redactó una nueva
declaración de fe para la Iglesia Anglicana. La
Confesión de Westminster llegó a ser el credo
protestante más importante de la época de la
Reforma. Se empezó a trabajar en esta declaración
en Julio de 1645, siguiendo con muchas
interrupciones hasta ser terminada en diciembre de
1646. La declaración fue presentada a ambas
Cámaras del Parlamento en 1647 bajo el título: “El
humilde consejo de la Asamblea de Teólogos, con
citas y pasajes de las Escrituras anexadas,
presentado por ellos recientemente a ambas Cámaras
del Parlamento.”
La Confesión de Westminster es un resumen de las
principales creencias cristianas en treinta y tres
capítulos. La declaración está saturada de la teología
bíblica reformada clásica, con énfasis en las
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relaciones de pacto entre Dios y el hombre. En
cuanto al gobierno de la iglesia, presenta el concepto
presbiteriano: con presbíteros (o sínodos) que
supervisan a las congregaciones locales. En cuanto
al bautismo, conserva al bautismo infantil, en
concordancia con el concepto de pacto de la
herencia cristiana. Éste mantiene que Dios con
frecuencia salva a familias enteras, y que el infante
es considerado parte del pacto a través de sus padres
creyentes, mientras no pruebe lo contrario por medio
de sus decisiones relacionadas con su estilo de vida.
A fin de explicar la declaración, la Asamblea de
Westminster preparó un Catecismo Mayor para ser
enseñado públicamente por los pastores desde el
púlpito. Se publicó un Catecismo Menor para la
instrucción de los niños.
Aunque la Confesión de Westminster fue usada
sólo brevemente por la Iglesia Anglicana, fue
adoptada por la Asamblea general de la Iglesia de
Escocia en 1647 para uso general. La Confesión de
Westminster sigue siendo hasta hoy la declaración
de fe autoritativa de la mayoría de las iglesias
presbiterianas.
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La Declaración de Savoy (1658)
Muchos cristianos evangélicos conservadores
consideraban que la Confesión de Westminster era
una afirmación correcta de la fe según las Escrituras,
pero no coincidían con las afirmaciones sobre el
gobierno de la iglesia y el bautismo. Estos formaron
dos grupos: los congregacionalistas y los bautistas.
A fin de mantener el crecimiento del que
disfrutaban, el 29 de septiembre de 1658 se reunión
en el Palacio Savoy en Londres, una asamblea de
líderes congregacionalistas. El sínodo adoptó una
“Declaración de fe y orden, observados y
practicados en las iglesias congregacionalistas.”
Basada mayormente en la Confesión de
Westminster, la Declaración de Savoy incluía una
sección sobre “La institución de iglesias y el orden
establecido en ellas por Jesucristo.” Defendía la
forma congregacional para el gobierno de la iglesia.
La Confesión Bautista de Londres de 1677
Los que consideraban que las Escrituras enseñan el
bautismo del creyente también necesitaban una
declaración de fe clara. A éstos los conocían como
“bautistas”. Sintiéndose substancialmente unidos
con el sufrimiento de los presbiterianos y los
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congregacionalistas bajo la misma injusticia cruel,
los bautistas se reunieron para publicar su armonía
sustancial con ellos en cuestiones de doctrina.
Se envió una carta circular a las Iglesias Bautistas
Particulares en Inglaterra y Gales, pidiendo a cada
asamblea que enviara representantes a la reunión en
Londres en 1677. Se aprobó y publicó una
declaración inspirada en la Confesión de
Westminster. Desde entonces lleva el nombre de
Confesión de Londres de 1677. Debido a que este
documento fue desarrollado en las oscuras horas de
opresión, fue lanzado bajo el anonimato.
El prefacio de la publicación original de 1677 dice
en parte: “Han pasado ya muchos años1 desde que
varios de nosotros ...nos sentimos bajo la necesidad
de publicar nuestra declaración de fe, para la
información y satisfacción de aquellos que no
entendían cabalmente cuáles eran nuestros
principios, o que habían tenido prejuicios contra
nuestra profesión...’
1 Habían pasado 33 años desde que la Confesión de Londres anterior
había sido expedida (en 1644) por siete congregaciones bautistas en
Londres. Aquel documento había sido desarrollado para distinguir a
las iglesias bautistas reformadas (que siguieron la fe evangélica
histórica de la Reforma), de los anabautistas y los recientemente
formados bautistas arminianos.
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“En vista de que no se cuenta comúnmente con
esta declaración1, y de que muchos otros también
han aceptado la misma verdad que contiene;
juzgamos necesario juntarnos para dar un testimonio
al mundo de nuestra adherencia firme a estos sanos
principios...’
“Llegamos a la conclusión de que era necesario
declararnos más plena y decididamente, ...y no
encontrando efecto en este sentido en la adoptada
por la Asamblea [de Westminster], y después de
ellos por los congregacionalistas, llegamos a la
conclusión que sería mejor retener el mismo orden
en nuestra presente declaración... mayormente sin
ninguna variación en los términos... haciendo uso de
las mismas palabras de ambos... Esto hicimos para...
convencer a todos que no tenemos ningún deseo de
dificultar la religión con palabras nuevas, sino de esa
manera dar nuestro pronto consentimiento a las
palabras sanas que han sido usadas por otros antes
que nosotros... En aquellas cosas en las que
diferimos con otros, nos hemos expresado con toda
candidez y sencillez... Nuestro propósito dista de
querer crear una polémica en todo lo que hemos
hecho en esta cuestión.”
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Confesión de fe – Londres, 1689
Guillermo y María subieron al trono de Inglaterra
en 1689. El 24 de mayo de ese año se promulgó la
Ley de Tolerancia. A los dos meses, varios pastores
londinenses pidieron una reunión general de
bautistas procedentes de Inglaterra y Gales. Se
reunieron en Londres representantes de ciento siete
congregaciones desde el 3 al 12 de septiembre.
Adoptaron la Confesión de Londres de 1677 con
algunas importantes correcciones.
Una de las razones del crecimiento de las
congregaciones bautistas eran las características
particulares del movimiento. Los bautistas no
reconocían los sacramentos como tales, como los
reconocían los anglicanos y los católicos romanos.
Creían en dos ordenanzas: la Cena del Señor y el
bautismo de los que profesaban ser creyentes. Los
primeros bautistas preferían ser bautizados por
inmersión en “aguas vivas”; agua que corría en un
río o arroyo. En el gobierno eclesiástico bautista, la
congregación tenía completa autoridad. Podía llamar
a su pator y despedirlo. No había obispos ni
superintendentes en la estructura bautista. Ningún
grupo tenía poder gubernamental sobre otras
congregacines individuales.
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En resumen, las interpretaciones de fe cristiana
evangélica tal como las proclaman las Escrituras
fueron presentadas en la Confesión de Westminster
en 1647. Se realizaron actualizaciones 1) para el
gobierno eclesiástico congregacional en la
Declaración de Savoy en 1658 y 2) para el bautismo
del creyente en la (primera) Confesión de Londres
de 1677.
El mensaje principal de la Confesión de
Westminster fue nuevamente preservada en la
Confesión de fe de Londres de 1689, que incorporó
las revisiones menores tanto de la Declaración de
Savoy y la primera Confesión de Londres. La
presente Confesión Bautista de Londres de 1689 ha
pasado la prueba del tiempo y ha llegado a ser una
de las afirmaciones más importantes de la fe
evangélica en la historia de la iglesia. Es utilizada en
la actualidad por miles de congregaciones alrededor
del mundo.
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Confesión capítulo 1.
De las Sagradas Escrituras
1. Las Sagradas Escrituras constituyen la única regla
suficiente, segura e infalible de todo
conocimiento, fe y obediencia salvadores1.
Aunque la luz de la naturaleza y las obras de la
creación y de la providencia manifiestan de tal
manera la bondad, sabiduría y poder de Dios que
dejan a los hombres sin excusa2, no obstante, no
son suficientes para dar el conocimiento de Dios
y de su voluntad que es necesario para la
salvación3. Por lo tanto, agradó al Señor, en
distintas épocas y de diversas maneras, revelarse
a sí mismo y declarar su voluntad a su iglesia4; y
posteriormente, para preservar y propagar mejor
la verdad y para un establecimiento y consuelo
más seguros de la iglesia contra la corrupción de
la carne y la malicia de Satanás y del mundo, le
agradó poner por escrito esa revelación en su
totalidad, lo cual hace a las Santas Escrituras muy
necesarias5, habiendo cesado ya las maneras
anteriores por las cuales Dios revelaba su
voluntad a su pueblo6.
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1. 2 Ti. 3:15-17; Is. 8:20; Lc. 16:29,31; Ef. 2:20.
2. Ro. 1:19-21,32; Ro. 2:12a,14,15; Sal. 19:1-3.
3. Sal. 19:1-3 con vv. 7-11; Ro. 1:19-21; Ro. 2:12a,14,15 con
Ro. 1:16,17 y Ro. 3:21.
4. He. 1:1,2a.
5. Pr. 22:19-21; Lc. 1:1-4; 2 P. 1:12-15; 2 P 3:1; Dt. 17:18ss.;
Dt. 31:9ss., 19ss.; 1 Co. 15:1; 2 Ts. 2:1,2,15; 2 Ts. 3:17;
Ro. 1:8-15; Gá. 4:20; Gá. 6:11; 1 Ti. 3:14ss.; Ap. 1:9,19; Ap. 2:1,
etc.; Ro. 15:4; 2 P. 1:19-21.
6. He. 1:1,2a; Hch. 1:21,22; 1 Co. 9:1; 1 Co. 15:7,8; Ef. 2:20
2. Bajo el nombre de Sagradas Escrituras o Palabra
de Dios escrita, están incluidos todos los libros
del Antiguo y Nuevo Testamento, que son:
Antiguo Testamento
Génesis 2 Crónicas Daniel
Éxodo Esdras Oseas
Levítico Nehemías Joel
Números Ester Amós
Deuteronomio Job Abdías
Josué Salmos Jonás
Jueces Proverbios Miqueas
Rut Eclesiastés Nahúm
1 Samuel Cantar de los Cantares Habacuc
2 Samuel Isaías Sofonías
1 Reyes Jeremías Hageo
2 Reyes Lamentaciones Zacarías
1 Crónicas Ezequiel Malaquías
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Nuevo Testamento
Mateo Efesios Hebreos
Marcos Filipenses Santiago
Lucas Colosenses 1 Pedro
Juan 1 Tesalonicenses 2 Pedro
Hechos de los Apóstoles 2 Tesalonicenses 1 Juan
Romanos 1 Timoteo 2 Juan
1 Corintios 2 Timoteo 3 Juan
2 Corintios Tito Judas
Gálatas Filemón Apocalipsis
Todos ellos fueron dados por inspiración de Dios
para ser la regla de fe y de vida1. 1. 2 Ti. 3:16 con 1 Ti. 5:17,18; 2 P. 3:16.
3. Los libros comúnmente llamados Apócrifos, no
siendo de inspiración divina, no forman parte del
canon o regla de la Escritura y, por lo tanto, no
tienen autoridad para la iglesia de Dios, ni deben
aceptarse ni usarse excepto de la misma manera
que otros escritos humanos1. 1. Lc. 24:27,44; Ro. 3:2.
4. La autoridad de las Sagradas Escrituras, por la
que debe ser creída, no depende del testimonio de
ningún hombre o iglesia1, sino enteramente de
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Dios (quien es la verdad misma), el autor de ella;
por lo tanto, debe ser recibida porque es la
Palabra de Dios2. 1. Lc. 16:27-31; Gá. 1:8,9; Ef. 2:20.
2. 2 Ti. 3:15; Ro. 1:2; Ro. 3:2; Hch. 2:16; Hch. 4:25;
Mt. 13:35; Ro. 9:17; Gá. 3:8; Ro. 15:4; 1 Co. 10:11;
Mt. 22:32; Lc. 16:17; Mt. 22:41ss; Jn. 10:35; Gá. 3:16;
Hch. 1:16; Hch. 2:24ss; Hch. 13:34,35; Jn. 19:34-36;
Jn. 19:24; Lc. 22:37; Mt. 26:54; Jn. 13:18; 2 Ti. 3:16;
2P. 1:19-21; Mt. 5:17,18; Mt. 4:1-11.
5. El testimonio de la iglesia de Dios puede
movernos e inducirnos a tener una alta y
reverente estima por las Sagradas Escrituras1; y el
carácter celestial del contenido, la eficacia de la
doctrina, la majestad del estilo, la armonía de
todas las partes, el fin que se propone alcanzar en
todo su conjunto (que es el de dar toda la gloria a
Dios), la revelación completa que dan del único
camino de salvación para el hombre, y muchas
otras excelencias incomparables y la totalidad de
perfecciones de las mismas, son argumentos por
los cuales dan abundante evidencia de ser la
Palabra de Dios2. Sin embargo, nuestra plena
persuasión y certeza de su verdad infalible y su
autoridad divina provienen de la obra interna del
Espíritu Santo, quien da testimonio en nuestros
corazones por medio de la Palabra y con ella.3
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1. 2 Ti. 3:14,15.
2. Jer. 23:28,29; Lc. 16:27-31; Jn. 6:63; 1 P. 1:23-25;
He. 4:12,13; Dt. 31:11-13; Jn. 20:31; Gá. 1:8,9;
Mr.16:15,16.
3. Mt. 16:17; 1 Co. 2:14ss.; Jn. 3:3; 1 Co. 2:4,5;
1Ts.1:5,6; 1 Jn. 2:20,21, con v. 27.
6. Todo el consejo de Dios tocante a todas las cosas
necesarias para su propia gloria, la salvación del
hombre, la fe y la vida, está expresamente
expuesto o necesariamente contenido en las
Sagradas Escrituras; a las cuales nada, en ningún
momento, ha de añadirse, ni por nueva revelación
del Espíritu ni por las tradiciones de los
hombres1.
Sin embargo, reconocemos que la iluminación
interna del Espíritu de Dios es necesaria para un
entendimiento salvador de las cosas reveladas en
la Palabra,2 y que hay algunas circunstancias
tocantes a la adoración de Dios y al gobierno de
la Iglesia, comunes a las acciones y sociedades
humanas, que han de determinarse conforme a la
luz de la naturaleza y de la prudencia cristiana,
según las normas generales de la Palabra, que han
de guardarse siempre.3 1. 2 Ti. 3:15-17; Dt. 4:2; Hch. 20:20,27; Sal. 19:7;
Sal. 119:6,9,104,128.
2. Jn. 6:45; 1 Co. 2:9-14.
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3. 1 Co. 14:26,40.
7. No todas las cosas contenidas en las Escrituras
son igualmente claras en sí mismas1 ni son
igualmente claras para todos;2 sin embargo, las
cosas que son necesarias saber, creer y guardar
para salvación, se proponen y exponen tan
claramente en uno u otro lugar de las Escrituras
que no sólo los eruditos, sino los que no lo son,
pueden adquirir un entendimiento suficiente de
tales cosas por el uso adecuado de los medios
ordinarios.3 1. 2 P. 3:16.
2. 2 Ti. 3:15-17.
3. 2 Ti. 3:14-17; Sal. 19:7-8; Sal. 119:105; 2 P. 1:19;
Pr.6:22,23; Dt. 30:11-14.
8. El Antiguo Testamento en hebreo (que era el
idioma del pueblo de Dios en la antigüedad),1 y el
Nuevo Testamento en griego (que en el tiempo en
que fue escrito era el idioma más generalmente
conocido entre las naciones), siendo inspirados
inmediatamente por Dios y mantenidos puros a lo
largo de todos los tiempos por su especial
cuidado y providencia, son, por lo tanto,
auténticos;2 de tal forma que, en toda controversia
religiosa, la iglesia debe recurrir a ellos como
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autoridad determinante.3 Pero debido a que estos
idiomas originales no son conocidos por todo el
pueblo de Dios, que tiene derecho a las Escrituras
e interés en las mismas, y se le manda leerlas3 y
escudriñarlas4 en el temor de Dios, han de
traducirse a la lengua común de toda nación a la
que sean llevadas,5 para que morando
abundantemente la Palabra de Dios en todos,
puedan adorarle de manera aceptable y para que,
por la paciencia y consolación de las Escrituras,
tengan esperanza.6 1. Ro. 3:2.
2. Mt. 5:18.
3. Is. 8:20; Hch. 15:15; 2 Ti. 3:16,17; Jn. 10:34-36.
4. Dt. 17:18-20; Pr. 2:1-5; Pr. 8:34; Jn. 5:39,46.
5. 1 Co. 14:6,9,11,12,24,28.
6. Col. 3:16; Ro. 15:4.
9. La regla infalible de interpretación de las
Escrituras la constituyen las propias Escrituras; y,
por consiguiente, cuando surge una duda respecto
al verdadero y pleno sentido de cualquier pasaje
bíblico (que no es múltiple, sino único), éste se
debe buscar en otros pasajes que se expresen con
más claridad1. 1. Is. 8:20; Jn. 10:34-36; Hch. 15:15,16.
Página | 20
10. El juez supremo, por el que deben decidirse
todas las controversias religiosas, y por el que
deben examinarse todos los decretos de concilios,
las opiniones de autores antiguos, las doctrinas de
hombres y espíritus particulares, y cuya sentencia
debemos acatar, no puede ser otro sino las
Sagradas Escrituras entregadas por el Espíritu. A
dichas Escrituras así entregadas, se reduce
nuestra fe en definitiva.1 1. Mt. 22:29,31,32; Ef. 2:20; Hch. 28:23-25.
Página | 21
Lección 2:
Acerca de Dios
Confesión capítulo 2.
De Dios y de la Santa Trinidad
1. El Señor nuestro Dios es un Dios único, vivo y
verdadero;1 cuya subsistencia está en él mismo y
es de él mismo, infinito en su ser y perfección;2
cuya esencia no puede ser comprendida por nadie
sino por él mismo;3 es espíritu purísimo,
invisible, sin cuerpo, miembros o pasiones, el
único que tiene inmortalidad y que habita en luz
inaccesible;4 es inmutable, inmenso, eterno,
inescrutable, todopoderoso, infinito en todos los
sentidos, santísimo, sapientísimo, libérrimo,
absoluto;5 que hace todas las cosas según el
consejo de su inmutable y justísima voluntad,
para su propia gloria;6 es amantísimo, benigno,
misericordioso, longánimo, abundante en bondad
y verdad, perdonando la iniquidad, la transgresión
y el pecado;7 galardonador de los que le buscan
con diligencia, y sobre todo, justísimo y terrible
en sus juicios, que odia todo pecado y que de
Página | 22
ninguna manera dará por inocente al culpable.8 1. Dt. 6:4; Jer. 10:10; 1 Co. 8:4,6; 1 Ts. 1:9.
2. Is. 48:12.
3. Ex. 3:14; Job 11:7,8; Job 26:14; Sal. 145:3; Ro. 11:33,34.
4. Jn. 4:24; 1 Ti. 1:17; Dt. 4:15,16; Lc. 24:39; Hch. 14:11,15;
Stg. 5:17.
5. Mal. 3:6; Stg. 1:17; 1 R. 8:27; Jer.23:23,24; Sal. 90:2;
1Ti.1:17; Gn. 17:1; Ap. 4:8; Is. 6:3; Ro. 16:27; Sal. 115:3;
Ex. 3:14.
6. Ef. 1:11; Is. 46:10; Pr. 16:4; Ro. 11:36.
7. Ex. 34:6,7; 1 Jn. 4:8.
8. He. 11:6; Neh. 9:32,33; Sal. 5:5,6; Nah. 1:2,3; Ex. 34:7.
2. Teniendo Dios en sí mismo y por sí mismo toda
vida, gloria, bondad y bienaventuranza, es todo
suficiente en sí mismo y respecto a sí mismo, no
teniendo necesidad de ninguna de las criaturas
que ha hecho, ni derivando ninguna gloria de
ellas, sino que solamente manifiesta su propia
gloria en ellas, por ellas, hacia ellas y sobre
ellas;1 él es la única fuente de todo ser, de quien,
por quien y para quien son todas las cosas,
teniendo sobre todas las criaturas el más soberano
dominio para hacer mediante ellas, para ellas y
sobre ellas todo lo que le agrade;2 todas las cosas
están desnudas y abiertas a sus ojos; su
conocimiento es infinito, infalible e
independiente de la criatura, de modo que para él
no hay ninguna cosa contingente o incierta.3 Es
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santísimo en todos sus consejos, en todas sus
obras y en todos sus mandatos;4 a él se le debe,
por parte de los ángeles y los hombres, toda
adoración, todo servicio u obediencia que como
criaturas deben al Creador, y cualquier cosa
adicional que a él le placiera demandar de ellos.5 1. Jn. 5:26; Hch. 7:2; Sal. 148:13; Sal. 119:68; 1 Ti. 6:15;
Job 22:2,3; Hch. 17:24,25.
2. Ap. 4:11; 1 Ti. 6:15; Ro. 11:34-36; Dn. 4:25,34,35.
3. He. 4:13; Ro. 11:33,34; Sal. 147:5; Hch. 15:18; Ez.11:5.
4. Sal. 145:17; Ro. 7:12.
5. Ap. 5:12-14
3. En este Ser divino e infinito hay tres
subsistencias, el Padre, el Verbo o Hijo y el
Espíritu Santo,1 de una sustancia, un poder y una
eternidad, teniendo cada uno toda la esencia
divina, pero la esencia indivisa:2 el Padre no es de
nadie, ni por generación ni por procesión; el Hijo
es engendrado eternamente del Padre, y el
Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo;3
todos ellos son infinitos, sin principio y, por
tanto, son un solo Dios, que no ha de ser dividido
en naturaleza y ser, sino distinguido por varias
propiedades relativas peculiares y relaciones
personales; dicha doctrina de la Trinidad es el
fundamento de toda nuestra comunión con Dios y
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nuestra consoladora dependencia de él. 1. Mt. 3:16,17; Mt.28:19; 2 Co. 13:14.
2. Ex. 3:14; Jn.14:11; 1 Co. 8:6.
3. Pr. 8:22-31; Jn. 1:1-3,14,18; Jn. 3:16; Jn. 10:36;
Jn. 15:26; Jn. 16:28; He. 1:2; 1 Jn. 4:14; Gá. 4:4-6.
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Confesión capítulo 3.
Del decreto de Dios
1. Dios, desde toda la eternidad, por el sapientísimo
y santísimo consejo de su propia voluntad, ha
decretado en sí mismo, libre e inalterablemente,1
todas las cosas, todo lo que sucede;2 sin embargo,
de tal manera que por ello Dios ni es autor del
pecado ni tiene comunión con nadie en el
mismo;3 ni se hace violencia a la voluntad de la
criatura, ni se quita la libertad o contingencia de
las causas secundarias, sino que más bien las
establece;4 en lo cual se manifiesta su sabiduría
en disponer todas las cosas, y su poder y fidelidad
en llevar a cabo sus decretos.5 1. Pr. 19:21; Is. 14:24-27; 46:10,11; Sal. 115:3; Sal 135:6;
Ro. 9:19.
2. Dn. 4:34,35; Ro. 8:28; Ro. 11:36; Ef. 1:11.
3. Gn. 18:25; Stg. 1:13; 1 Jn. 1:5.
4. Gn. 50:20; 2 S. 24:1; Is. 10:5-7; Mt. 17:12; Jn. 19:11;
Hch. 2:23; Hch. 4:27,28.
5. Nm. 23:19; Ef. 1:3-5.
2. Aunque Dios sabe todo lo que pudiera o puede
pasar en todas las condiciones que se puedan
suponer,1 sin embargo nada ha decretado porque
lo previera como futuro o como aquello que había
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de suceder en dichas condiciones.2 1. 1 S. 23:11,12; Mt. 11:21,23; Hch. 15:18.
2. Is. 40:13,14; Ro. 9:11-18; Ro. 11:34; 1 Co. 2:16.
3. Por el decreto de Dios, para la manifestación de
su gloria, algunos hombres y ángeles son
predestinados, o preordenados, a vida eterna por
medio de Jesucristo, para alabanza de la gloria de
su gracia;1 a otros se les deja actuar en su pecado
para su justa condenación, para alabanza de la
gloria de su justicia.2 1. 1 Ti. 5:21; Mt. 25:34; Ef. 1:5,6.
2. Jn. 12:37-40; Ro. 9:6-24; 1 P. 2:8-10; Jud. 4.
4. Estos ángeles y hombres así predestinados y
preordenados están designados particular e
inalterablemente, y su número es tan cierto y
definido que no se puede aumentar ni disminuir.1 1. Mt. 22:1-14; Jn. 13:18; Ro. 11:5,6; 1 Co. 7:20-22;
2 Ti. 2:19
5. A los humanos que están predestinados para vida,
Dios (antes de la fundación del mundo, según su
propósito eterno e inmutable y el consejo secreto
y beneplácito de su voluntad) los ha escogido en
Cristo para gloria eterna, meramente por su libre
gracia y amor,1 sin que ninguna otra cosa en la
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criatura, como condición o causa, le moviera a
ello.2 1. Ro. 8:30; Ef. 1:4-6,9; 2 Ti. 1:9.
2. Ro. 9:11-16; Ro. 11:5,6
6. Así como Dios ha designado a los escogidos para
la gloria, de la misma manera, por el propósito
eterno y libérrimo de su voluntad, ha preordenado
todos los medios para ello;1 por lo tanto, los que
son escogidos, habiendo caído en Adán, son
redimidos por Cristo,2 eficazmente llamados a la
fe en Cristo por su Espíritu obrando a su debido
tiempo, son justificados, adoptados, santificados3
y guardados por su poder, mediante la fe, para
salvación;4 nadie más es redimido por Cristo, o
eficazmente llamado, justificado, adoptado,
santificado y salvado, sino solamente los
escogidos.5 1. 1 P. 1:2; 2 Ts. 2:13; Ef. 1:4; Ef. 2:10.
2. 1 Ts. 5:9,10; Tit. 2:14.
3. Ro. 8:30; Ef. 1:5; 2 Ts. 2:13.
4. 1 P. 1:5
5. Jn. 6:64,65; Jn. 8:47; Jn. 10:26; Jn. 17:9; Ro. 8:28;
1 Jn. 2:19
7. La doctrina del profundo misterio de la
predestinación debe tratarse con especial
prudencia y cuidado,1 para que los hombres, al
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ocuparse de la voluntad de Dios revelada en su
Palabra y, al obedecerla, puedan, por la
certidumbre de su llamamiento eficaz, estar
seguros de su elección eterna;2 de este modo, esta
doctrina proporcionará motivo de alabanza,
reverencia y admiración a Dios,3 y de humildad,4
diligencia5 y abundante consuelo6 a todos los que
sinceramente obedecen al evangelio. 1. Dt. 29:29; Ro. 9:20; Ro. 11:33.
2. 1 Ts. 1:4,5; 2 P. 1:10.
3. Ef. 1:6; Ro. 11:33.
4. Ro. 11:5,6,20; Col. 3:12.
5. 2 P. 1:10.
6. Lc. 10:20
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Lección 3:
Creación y Providencia
Confesión capítulo 4.
De la creación
1. En el principio agradó a Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo,1 para la manifestación de la gloria
de su poder, sabiduría y bondad eternos,2 crear o
hacer el mundo y todas las cosas que en él hay, ya
sean visibles o invisibles,3 en el lapso de seis
días,4 y todas muy buenas.5 1. He. 1:2; Jn. 1:2,3; Gn. 1:2; Job 26:13; Job 33:4.
2. Ro. 1:20; Jer. 10:12; Sal. 104:24; Sal. 33:5,6; Pr. 3:19;
Hch. 14:15,16.
3. Gn. 1:1; Jn. 1:2; Col. 1:16.
4. Gn. 2:1-3; Ex. 20:8-11.
5. Gn. 1:31; Ec. 7:29; Ro. 5:12
2. Después que Dios hubo creado todas las demás
criaturas, creó al hombre, varón y hembra, con
almas racionales e inmortales, haciéndolos aptos
para la vida con Dios para la cual fueron
creados;1 siendo hechos a imagen de Dios, en
conocimiento, justicia y santidad de la verdad;2
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teniendo la ley de Dios escrita en sus corazones, y
el poder para cumplirla y, sin embargo, con la
posibilidad de transgredirla, por haber sido
dejados a la libertad de su propia voluntad, que
era mutable.3 1. Gn. 1:27; Gn. 2:7; Stg. 2:26; Mt. 10:28; Ec. 12:7.
2. Gn. 1:26,27; Gn. 5:1-3; Gn. 9:6; Ec. 7:29; 1 Co. 11:7;
Stg. 3:9; Col. 3:10; Ef. 4:24.
3. Ro. 1:32; Ro. 2:12a,14,15; Gn. 3:6; Ec. 7:29; Ro. 5:12.
3. Además de la ley escrita en sus corazones,
recibieron un mandato de no comer del árbol del
conocimiento del bien y del mal; y, mientras lo
guardaron, fueron felices en su comunión con
Dios y tuvieron dominio sobre las criaturas.1 1. Gn. 1:26,28; Gn. 2:17
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Confesión capítulo 5.
De la divina providencia
1. Dios, el buen Creador de todo,1 en su infinito
poder y sabiduría,2 sostiene, dirige, dispone y
gobierna3 a todas las criaturas y cosas, desde la
mayor hasta la más pequeña,4 por su sapientísima
y santísima providencia,5 con el fin para el cual
fueron creadas,6 según su presciencia infalible, y
el libre e inmutable consejo de su propia
voluntad;7 para alabanza de la gloria de su
sabiduría, poder, justicia, infinita bondad y
misericordia.8 1. Gn. 1:31; Gn. 2:18; Sal. 119:68.
2. Sal. 145:11; Pr. 3:19; Sal. 66:7.
3. He. 1:3; Is. 46:10,11; Dn. 4:34,35; Sal. 135:6;
Hch. 17:25-28; Job 38-41.
4. Mt. 10:29-31.
5. Pr. 15:3; Sal. 104:24; Sal. 145:17.
6. Col. 1:16,17; Hch. 17:24-28.
7. Sal. 33:10,11; Ef. 1:11.
8. Is. 63:14; Ef. 3:10; Ro. 9:17; Gn. 45:7; Sal. 145:7
2. Aunque en relación con la presciencia y el
decreto de Dios, la causa primera, todas las cosas
suceden inmutable e infaliblemente, de modo que
nada ocurre a nadie por azar o sin su
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providencia;1 sin embargo, por la misma
providencia, las ordena de manera que ocurran
según la naturaleza de las causas secundarias, ya
sea necesaria, libre o contingentemente.2 1. Hch. 2:23; Pr. 16:33.
2. Gn. 8:22; Jer. 31:35; Ex. 21:13; Dt. 19:5; Is. 10:6,7;
Lc.13;3,5; Hch. 27:31; Mt. 5:20,21; Fil. 1:19; Pr.20:18;
Lc. 14:25ss.; Pr. 21:31; 1 R. 22:28,34; Rt. 2:3.
3. Dios, en su providencia ordinaria, hace uso de
medios;1 sin embargo, tiene la libertad de obrar
sin ellos,2 por encima de ellos3 y contra ellos,4
según le plazca. 1. Hch. 27:22,31,44; Is. 55:10,11; Os. 2:21,22.
2. Os. 1:7; Lc. 1:34,35.
3. Ro. 4:19-21.
4. Ex. 3:2,3; 2 R. 6:6; Dn. 3:27.
4. El poder omnipotente, la sabiduría inescrutable y
la bondad infinita de Dios se manifiestan en su
providencia hasta tal punto que su consejo
determinante se extiende aun hasta la primera
Caída y a todas las demás acciones pecaminosas,
tanto de los ángeles como de los hombres1 (y eso
no por un mero permiso), las cuales sapientísima
y poderosamente limita, y asimismo ordena y
gobierna de múltiples maneras para sus
santísimos fines;2 sin embargo, de tal modo que la
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pecaminosidad de las acciones de ellos procede
sólo de las criaturas, y no de Dios, quien siendo
justísimo y santísimo, no es, ni puede ser, autor
del pecado ni aprobarlo.3 1. Ro. 11:32-34; 2 S. 24:1; 1 Cr. 21:1; 1 R. 22:22,23;
2S.16:10; Hch. 2:23; Hch. 4:27,28.
2. Hch. 14:16; 2 R. 19:28; Gn. 50:20; Is. 10:6,7,12.
3. Stg. 1:13,14,17; 1 Jn. 2:16; Sal. 50:21.
5. El Dios sapientísimo, justísimo y clementísimo a
menudo deja por algún tiempo a sus propios hijos
en diversas tentaciones y en las corrupciones de
sus propios corazones, a fin de disciplinarlos por
sus pecados anteriores o para revelarles la fuerza
oculta de la corrupción y del engaño de sus
corazones, para que sean humillados; y para
llevarlos a una dependencia de él más íntima y
constante para su apoyo en él; y para hacerlos
más vigilantes contra todas las ocasiones futuras
de pecado, y para otros fines santos y justos.1 Por
consiguiente, todo lo que ocurre a cualquiera de
sus escogidos es por su designio, para su gloria y
para el bien de ellos.2 1. 2 Cr. 32:25,26,31; 2 S. 24:1; Lc. 22:34,35; Mr.14:66-72;
Jn. 21:15-17.
2. Ro. 8:28.
6. En cuanto a aquellos hombres malvados e impíos
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a quienes Dios, como juez justo, ciega y endurece
a causa de su pecado anterior,1 no sólo les niega
su gracia, por la cual podría haber iluminado su
entendimiento y obrado en sus corazones,2 sino
que también algunas veces les retira los dones
que tenían,3 y los deja expuestos a las cosas que
su corrupción convierte en ocasión de pecado;4 y,
a la vez, los entrega a sus propias
concupiscencias, a las tentaciones del mundo y al
poder de Satanás,5 por lo cual sucede que se
endurecen bajo los mismos medios que Dios
emplea para ablandar a otros.6 1. Ro. 1:24-26,28; Ro.11:7,8.
2. Dt. 29:4.
3. Mt. 13:12; Mt. 25:29.
4. Dt. 2:30; 2 R. 8:12,13.
5. Sal. 81:11,12; 2 Ts. 2:10-12.
6. Ex. 7:3; Ex. 8:15,32; 2 Co. 2:15,16; Is. 6:9,10; Is. 8:14;
1 P. 2:7; Hch. 28:26,27; Jn. 12:39,40.
7. Del mismo modo que la providencia de Dios
alcanza en general a todas las criaturas, así
también de un modo más especial cuida de su
iglesia y dispone todas las cosas para el bien de la
misma.1 1. Pr. 2:7,8; Am. 9:8,9; 1 Ti. 4:10; Ro. 8:28; Ef. 1:11,22;
Ef. 3:10,11,21; Is. 43:3-5,14.
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Lección 4:
La Caída y el Pacto
Confesión capítulo 6.
De la Caída del hombre, del pecado y
su castigo
1. A pesar de que Dios creó al hombre recto y
perfecto, y le dio una ley justa, que hubiera sido
para vida si la hubiera guardado, y amenazó con
la muerte su transgresión, el hombre no la honró
por mucho tiempo,1 usando Satanás la sutileza de
la serpiente para subyugar a Eva y luego a través
de ella seduciendo a Adán, quien sin ninguna
coacción, deliberadamente transgredió la ley bajo
la cual habían sido creados y también el mandato
que les había sido dado, al comer del fruto
prohibido,2 lo cual agradó a Dios permitir,
conforme a su sabio y santo consejo, habiéndolo
ordenado con el propósito de que fuera para su
propia gloria.3 1. Ec. 7:29; Ro. 5:12a, 14,15; Gn. 2:17; Gn. 4:25 - 5:3.
2. Gn. 3:1-7; 2 Co. 11:3; 1 Ti. 2:14.
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3. Ro. 11:32-34; 2 S. 24:1; 1 Cr. 21:1; 1 R. 22:22,23;
2 S. 16:10; Hch. 2:23; Hch. 4:27,28.
2. Por este pecado, nuestros primeros padres
cayeron de su justicia y rectitud original y de su
comunión con Dios, y nosotros en ellos, por lo
que la muerte sobrevino a todos;1 viniendo a estar
todos los hombres muertos en pecado, y
totalmente corrompidos en todas las facultades y
partes del alma y del cuerpo.2 1. Gn. 3:22-24; Ro. 5:12ss.; 1Co. 15:20-22; Sal. 51:4,5;
Sal. 58:3; Ef. 2:1-3; Gn. 8:21; Pr. 22:15.
2. Gn. 2:17; Ef. 2:1; Tit. 1:15; Gn. 6:5; Jer. 17:9;
Ro. 3:10-18; Ro. 1:21; Ef. 4:17-19; Jn. 5:40; Ro. 8:7.
3. Siendo ellos la raíz de la raza humana, y estando
por designio de Dios en lugar de toda la
humanidad, la culpa del pecado fue imputada y la
naturaleza corrompida transmitida a toda la
posteridad que descendió de ellos mediante
generación ordinaria, siendo ahora concebidos en
pecado, y por naturaleza hijos de ira, siervos del
pecado, sujetos a la muerte y a todas las demás
desgracias –espirituales, temporales y eternas–, a
no ser que el Señor Jesús los libere.1 1. Ro. 5:12ss.; 1 Co. 15:20-22; Sal. 51:4,5; Sal. 58:3;
Ef. 2:1-3; Gn. 8:21; Pr. 22:15; Job 14:4; Job 15:14.
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4. De esta corrupción original, por la cual estamos
completamente indispuestos, incapacitados y
opuestos a todo bien y enteramente inclinados a
todo mal,1 proceden en sí todas las
transgresiones.2 1. Mt. 7:17,18; Mt. 12:33-35; Lc. 6:43-45; Jn. 3:3,5;
Jn. 6:37,39,40,44,45,65; Ro. 3:10-12; Ro. 5:6; Ro. 7:18;
Ro. 8:7,8; 1 Co. 2:14.
2. Mt. 7:17-20; Mt. 12:33-35; Mt. 15:18-20.
5. La corrupción de la naturaleza permanece durante
esta vida en los que son regenerados;1 y, aunque
aquella sea perdonada y mortificada por medio de
Cristo, ella misma y sus primeros impulsos son
verdadera y propiamente pecado.2 1. 1 Jn. 1:8-10; 1 R. 8:46; Sal. 130:3; Sal. 143:2; Pr. 20:9;
Ec. 7:20; Ro. 7:14-25; Stg. 3:2.
2. Sal. 51:4,5; Pr. 22:15; Ef. 2:3; Ro. 7:5,7,8,17,18,25;
Ro. 8:3-13; Gá. 5:17-24; Pr. 15:26; Pr. 21:4; Gn. 8:21;
Mt. 5:27,28.
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Confesión capítulo 7.
Del pacto de Dios
1. La distancia entre Dios y la criatura es tan grande
que aun cuando las criaturas racionales le deben
obediencia como su Creador, éstas nunca podrían
haber logrado la recompensa de la vida a no ser
por alguna condescendencia voluntaria por parte
de Dios, que a él le ha placido expresar en forma
de pacto.1 1. Job 35:7,8; Sal. 113:5,6; Is. 40:13-16; Lc. 17:5-10;
Hch. 17:24,25.
2. Además, habiéndose el hombre acarreado la
maldición de la ley por su Caída, agradó al Señor
hacer un pacto de gracia1, en el que gratuitamente
ofrece a los pecadores vida y salvación por
Jesucristo, requiriéndoles la fe en él para que
puedan ser salvos2, y prometiendo dar su Espíritu
Santo a todos aquellos que son ordenados para
vida eterna, a fin de darles disposición y
capacidad para creer3. 1. Gn. 3:15; Sal. 110:4 (con He. 7:18-22; He. 10:12-18);
Ef. 2:12 (con Ro. 4:13-17 y Gá. 3:18-22); He. 9:15.
2. Jn. 3:16; Ro. 10:6,9; Gá. 3:11.
3. Ez. 36:26,27; Jn. 6:44,45.
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3. Este pacto se revela en el evangelio; en primer
lugar, a Adán en la promesa de salvación a través
de la simiente de la mujer, y luego mediante
pasos adicionales hasta completarse su plena
revelación en el Nuevo Testamento;1 y tiene su
fundamento en aquella transacción federal y
eterna que hubo entre el Padre y el Hijo acerca de
la redención de los escogidos;2 y es únicamente a
través de la gracia de este pacto como todos los
descendientes del Adán caído que son salvados
obtienen vida y bendita inmortalidad, siendo el
hombre ahora totalmente incapaz de ser aceptado
por Dios bajo aquellas condiciones en las que
estuvo Adán en su estado de inocencia.3 1. Gn. 3:15; Ro. 16:25-27; Ef. 3:5; Tit. 1:2; He. 1:1,2.
2. Sal. 110:4; Ef. 1:3-11; 2 Ti. 1:9.
3. Jn. 8:56; Ro. 4:1-25; Gá. 3:18-22; He. 11:6,13,39,40.
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Lección 5:
Cristo el Mediador
Confesión capítulo 8.
De Cristo el mediador
1. Agradó a Dios,1 en su propósito eterno,2 escoger
y ordenar al Señor Jesús, su Hijo unigénito,
conforme al pacto hecho entre ambos,3 para que
fuera el mediador entre Dios y el hombre; profeta,
sacerdote, y rey; cabeza y Salvador de la iglesia,
el heredero de todas las cosas y juez del mundo;4
a quien dio, desde toda la eternidad, un pueblo
para que fuera su simiente y para que a su tiempo
lo redimiera, llamara, justificara, santificara y
glorificara.5 1. Is. 42:1; Jn. 3:16.
2. 1 P. 1:19.
3. Sal. 110:4; He. 7:21,22.
4. 1 Ti. 2:5; Hch. 3:22; He. 5:5,6; Sal. 2:6; Lc. 1:33;
Ef. 1:22,23; Ef. 5:23; He. 1:2; Hch. 17:31.
5. Ro. 8:30; Jn. 17:6; Is. 53:10; Sal. 22:30; 1 Ti. 2:6;
Is. 55:4,5; 1 Co. 1:30.
2. El Hijo de Dios, la segunda persona en la Santa
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Trinidad, siendo Dios verdadero y eterno, el
resplandor de la gloria del Padre, consustancial
con aquel e igual a él, que hizo el mundo, y quien
sostiene y gobierna todas las cosas que ha hecho,1
cuando llegó la plenitud del tiempo,2 tomó sobre
sí la naturaleza del hombre, con todas sus
propiedades esenciales3 y con sus debilidades
concomitantes,4 aunque sin pecado;5 siendo
concebido por el Espíritu Santo en el vientre de la
virgen María, al venir sobre ella el Espíritu Santo
y cubrirla el Altísimo con su sombra; y así fue
hecho de una mujer de la tribu de Judá, de la
simiente de Abraham y David según las
Escrituras;6 de manera que, dos naturalezas
completas, perfectas y distintas se unieron
inseparablemente en una persona, pero sin
conversión, composición o confusión alguna. Esta
persona es verdaderamente Dios7 y
verdaderamente hombre,8 aunque un solo Cristo,
el único mediador entre Dios y el hombre.9 1. Jn. 8:58; Jl. 2:32 con Ro. 10:13; Sal. 102:25 con
He. 1:10; 1 P. 2:3 con Sal. 34:8; Is. 8:12,13 con Is. 3:15;
Jn. 1:1; Jn. 5:18; Jn. 20:28; Ro. 9:5; Tit. 2:13;
He. 1:8,9; Fil. 2:5,6; 2 P. 1:1; 1 Jn. 5:20.
2. Gá. 4:4.
3. He. 10:5; Mr. 14:8; Mt. 26:12,26; Lc. 7:44-46;
Jn. 13:23; Mt. 9:10-13; Mt. 11:19; Lc. 22:44; He. 2:10;
He. 5:8; 1 P. 3:18; 1 P. 4:1; Jn. 19:32-35; Mt. 26:36-44;
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Stg. 2:26; Jn. 19:30; Lc. 23:46; Mt. 26:39; Mt. 9:36;
Mr. 3:5; Mr. 10:14; Jn. 11:35; Lc. 19:41-44; Lc. 10:21;
Mt. 4:1-11; He. 4:15 con Stg. 1:13; Lc. 5:16; Lc. 6:12;
Lc. 9:18,28; Lc. 2:40,52; He. 5:8,9.
4. Mt. 4:2; Mr. 11:12; Mt. 21:18; Jn. 4:7; Jn. 19:28;
Jn. 4:6; Mt. 8:24; Ro. 8:3; He. 5:8; He. 2:10,18; Gá. 4:4.
5. Is. 53:9; Lc. 1:35; Jn. 8:46; Jn. 14:30; Ro. 8:3;
2 Co. 5:21; He. 4:15; He. 7:26; He. 9:14; 1 P. 1:19;
1 P. 2:22; 1 Jn. 3:5.
6. Ro. 1:3,4;
7. Ro. 9:5; 1 Ti. 2:5.
8. Hch. 2:22; Hch. 13:38; Hch. 17:31; 1 Co. 15:21;
1 Ti. 2:5.
9. Ro. 1:3,4; Gá. 4:4,5; Fil. 2:5-11.
3. El Señor Jesús, en su naturaleza humana así unida
a la divina, en la persona del Hijo, fue santificado
y ungido con el Espíritu Santo sin medida,
teniendo en sí todos los tesoros de la sabiduría y
del conocimiento, en quien agradó al Padre que
habitase toda plenitud, a fin de que siendo santo,
inocente y sin mancha, y lleno de gracia y de
verdad, fuese completamente apto para
desempeñar el oficio de mediador y fiador;1 el
cual no tomópor sí mismo, sino que fue llamado
para el mismo por su Padre, quien también puso
en sus manos todo poder y juicio, y le ordenó que
lo cumpliera.2 1. Sal. 45:7; Col. 1:19; 2:3; He. 7:26; Jn. 1:14;
Hch. 10:38; He. 7:22.
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2. He. 5:5; Jn. 5:22,27; Mt. 28:18; Hch. 2:36.
4. El Señor Jesús asumió de muy buena voluntad
este oficio,1 y para desempeñarlo, nació bajo la
ley,2 la cumplió perfectamente y sufrió el castigo
que nos correspondía a nosotros, el cual
deberíamos haber llevado y sufrido,3 siendo
hecho pecado y maldición por nosotros;4
soportando las más terribles aflicciones en su
alma y los más dolorosos sufrimientos en su
cuerpo;5 fue crucificado y murió, y permaneció en
el estado de los muertos, aunque sin ver
corrupción.6 Al tercer día resucitó de entre los
muertos con el mismo cuerpo en que sufrió,7 con
el cual también ascendió al cielo,8 y allí está
sentado a la diestra de su Padre intercediendo,9 y
regresará para juzgar a los hombres y a los
ángeles al final del mundo.10 1. Sal. 40:7,8 con He. 10:5-10; Jn. 10:18; Fil. 2:8.
2. Gá. 4:4.
3. Mt. 3:15; 5:17.
4. Mt. 26:37,38; Lc. 22:44; Mt. 27:46.
5. Mt. 26-27.
6. Fil. 2:8; Hch. 13:37.
7. Jn. 20:25,27.
8. Hch. 1:9-11.
9. Ro. 8:34; He. 9:24.
10. Hch. 10:42; Ro. 14:9,10; Hch. 1:11; Mt. 13:40-42;
2 P. 2:4; Jud. 6.
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5. El Señor Jesús, por su perfecta obediencia y el
sacrificio de sí mismo1 que ofreció a Dios una
sola vez a través del Espíritu eterno,2 ha
satisfecho plenamente la justicia de Dios,3 ha
conseguido la reconciliación4 y ha comprado una
herencia eterna en el reino de los cielos5 para
todos aquellos que el Padre le ha dado.6 1. Ro. 5:19; Ef. 5:2.
2. He. 9:14,16; He. 10:10,14.
3. Ro. 3:25,26; He. 2:17; 1 Jn. 2:2; 1 Jn. 4:10.
4. 2 Co. 5:18,19; Col. 1:20-23.
5. He. 9:15; Ap. 5:9,10.
6. Jn. 17:2.
6. Aun cuando el precio de la redención no fue
realmente pagado por Cristo hasta después de su
encarnación, sin embargo la virtud, la eficacia y
los beneficios de la misma fueron comunicados a
los escogidos en todas las épocas desde el
principio del mundo,1 en las promesas, tipos y
sacrificios y por medio de los mismos, en los
cuales fue revelado y señalado como la simiente
que heriría la cabeza de la serpiente,2 y como el
Cordero inmolado desde la fundación del
mundo,3 siendo el mismo ayer, hoy y por los
siglos.4 1. Gá. 4:4,5; Ro. 4:1-9.
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2. Gn. 3:15; 1 P. 1:10,11.
3. Ap. 13:8.
4. He. 13:8.
7. Cristo, en la obra de mediación, actúa conforme a
ambas naturalezas, haciendo por medio de cada
naturaleza lo que es propio de ella; aunque, por
razón de la unidad de la persona, lo que es propio
de una naturaleza algunas veces se le atribuye en
las Escrituras a la persona denominada por la otra
naturaleza.1 1. Jn. 3:13; Hch. 20:28.
8. A todos aquellos para quienes Cristo ha obtenido
redención eterna, cierta y eficazmente les aplica y
comunica la misma,1 haciendo intercesión por
ellos,2 uniéndoles a sí mismo por su Espíritu,3
revelándoles en la Palabra y por medio de ella el
misterio de la salvación,4 persuadiéndoles a creer
y obedecer,5 gobernando sus corazones por su
Palabra y Espíritu,6 y venciendo a todos sus
enemigos por su omnipotente poder y sabiduría,7
de manera y en formas que más coincidan con su
maravillosa e inescrutable dispensación;8 y todo
por su gracia libre y absoluta, sin prever ninguna
condición en ellos para granjearla.9 1. Jn. 6:37,39; Jn. 10:15,16; Jn. 17:9.
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2. 1 Jn. 2:1,2; Ro. 8:34.
3. Ro. 8:1,2.
4. Jn. 15:13,15; Jn. 17:6; Ef. 1:7-9.
5. 1 Jn. 5:20.
6. Jn. 14:16; He. 12:2; Ro. 8:9,14; 2 Co. 4:13;
Ro. 15:18,19; Jn. 17:17.
7. Sal. 110:1; 1 Co. 15:25,26; Col. 2:15.
8. Ef. 1:9-11.
9. 1 Jn. 3:8; Ef. 1:8.
9. Este oficio de mediador entre Dios y el hombre es
propio sólo de Cristo, quien es el Profeta,
Sacerdote y Rey de la iglesia de Dios; y no puede,
ni parcial ni totalmente, ser transferido de él a
ningún otro.1 1. 1 Ti. 2:5.
10. Esta cantidad y orden de oficios son necesarios;
pues, por nuestra ignorancia, tenemos necesidad
de su oficio profético;1 y por nuestra separación
de Dios y la imperfección del mejor de nuestros
servicios, necesitamos su oficio sacerdotal para
reconciliarnos con Dios y presentarnos aceptos
para con él;2 y por nuestra falta de disposición y
total incapacidad para volver a Dios y para
rescatarnos a nosotros mismos y protegernos de
nuestros adversarios espirituales, necesitamos su
oficio real para convencernos, subyugarnos,
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atraernos, sostenernos, librarnos y preservarnos
para su reino celestial.3 1. Jn. 1:18.
2. Col. 1:21; Gá. 5:17; He. 10:19-21.
3. Jn. 16:8; Sal. 110:3; Lc. 1:74,75.
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Lección 6:
Salvación
Confesión capítulo 9.
Del libre albedrío
1. Dios ha dotado la voluntad del hombre de una
libertad natural y de poder para actuar por
elección propia, que no es forzada ni determinada
a hacer bien o mal por ninguna necesidad de la
naturaleza.1 1. Mt. 17:12; Stg. 1:14; Dt. 30:19.
2. El hombre, en su estado de inocencia, tenía
libertad y poder para querer y hacer lo que era
bueno y agradable a Dios,1 pero era inestable y
podía caer de dicho estado.2 1. Ec. 7:29.
2. Gn. 3:6
3. El hombre, por su Caída en un estado de pecado,
ha perdido completamente toda capacidad para
querer cualquier bien espiritual que acompañe a
la salvación; por consiguiente, como hombre
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natural que está enteramente opuesto a ese bien y
muerto en el pecado, no puede por sus propias
fuerzas convertirse a sí mismo o prepararse para
ello.1 1. Ro. 6:16,20; Jn. 8:31-34; Ef. 2:1; 2 Co. 3:14;
2 Co. 4:3,4; Jn. 3:3; Ro. 7:18; Ro. 8:7; 1 Co. 2:14;
Mt. 7:17,18; Mt. 12:33-37; Lc. 6:43-45; Jn. 6:44;
Jer. 13:23; Jn. 3:3,5; Jn. 5:40; Jn. 6:37,39,40,44,45,65;
Hch. 7:51; Ro. 3:10-12; Stg. 1:18; Ro. 9:16-18;
Jn. 1:12,13; Hch. 11:18; Fil. 1:29; Ef. 2:8,9.
4. Cuando Dios convierte a un pecador y lo traslada
al estado de gracia, lo libra de su esclavitud
natural bajo el pecado y, por su sola gracia, lo
capacita para querer y obrar libremente lo que es
espiritualmente bueno;1 sin embargo, por razón
de la corrupción que todavía le queda, no quiere,
ni perfecta ni únicamente, lo que es bueno, sino
que también quiere lo que es malo.2 1. Col. 1:13; Jn. 8:36; Fil. 2:13.
2. Ro. 7:14-25; Gá. 5:17.
5. Esta voluntad del hombre es hecha perfecta e
inmutablemente libre para querer sólo el bien,
únicamente en el estado de gloria.1 1. Ef. 4:13; He. 12:23.
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Confesión capítulo 10.
Del llamamiento eficaz
1. A aquellos a quienes Dios1 ha predestinado para
vida,2 tiene a bien en su tiempo señalado y
aceptable,3 llamar eficazmente4 por su Palabra5 y
Espíritu,6 sacándolos del estado de pecado y
muerte en que están por naturaleza y llevándolos
a la gracia y la salvación por Jesucristo;7
iluminando de modo espiritual y salvador sus
mentes, a fin de que comprendan las cosas de
Dios;8 quitándoles el corazón de piedra y
dándoles un corazón de carne,9 renovando sus
voluntades y, por su poder omnipotente,
induciéndoles a querer hacer lo bueno, y
llevándoles eficazmente a Jesucristo;10 pero de
modo que acuden a él con total libertad, habiendo
recibido por la gracia de Dios la disposición para
hacerlo.11 1. Ro. 8:28,29.
2. Ro. 8:29,30; Ro. 9:22-24; 1 Co. 1:26-28; 2 Ts. 2:13,14;
2 Ti. 1:9.
3. Jn. 3:8; Ef. 1:11.
4. Mt. 22:14; 1 Co. 1:23,24; Ro. 1:6; Ro. 8:28; Jud. 1;
Sal. 29; Jn. 5:25; Ro. 4:17.
5. 2 Ts. 2:14; 1 P. 1:23-25; Stg. 1:17-25; 1 Jn. 5:1-5;
Ro. 1:16,17; Ro. 10:14; He. 4:12.
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6. Jn. 3:3,5,6,8; 2 Co. 3:3,6.
7. Ro. 8:2; 1 Co. 1:9; Ef. 2:1-6; 2 Ti. 1:9,10.
8. Hch. 26:18; 1 Co. 2:10,12; Ef. 1:17,18.
9. Ez. 36:26.
10. Dt. 30:6; Ez. 36:27; Jn. 6:44,45; Ef. 1:19; Fil. 2:13.
11. Sal. 110:3; Jn. 6:37; Ro. 6:16-18.
2. Este llamamiento eficaz proviene exclusivamente
de la gracia libre y especial de Dios, no de
ninguna cosa prevista en el hombre, ni por ningún
poder o instrumentalidad en la criatura,1 siendo
en esto enteramente pasivo, al estar muerto en
delitos y pecados, hasta que es vivificado y
renovado por el Espíritu Santo;2 es capacitado de
este modo para responder a este llamamiento y
para recibir la gracia que éste ofrece y transmite,
y esto por un poder no menor que el que resucitó
a Cristo de los muertos.3 1. 2 Ti. 1:9; Tit. 3:4,5; Ef. 2:4,5,8,9; Ro. 9:11.
2. 1 Co. 2:14; Ro. 8:7; Ef. 2:5.
3. Ef. 1:19,20; Jn. 6:37; Ez. 36:27; Jn. 5:25.
3. Los niños escogidos que mueren en la infancia
son regenerados y salvados por Cristo por medio
del Espíritu, quien obra cuándo, dónde y cómo
quiere;1 así lo son también todas las personas
escogidas que sean incapaces de ser llamadas
Elegidos – no aparece en algunas ediciones de la Confesión, pero sí en la original.
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externamente por el ministerio de la Palabra. 1. Jn. 3:8.
4. Otros, que no son escogidos, aunque sean
llamados por el ministerio de la Palabra y tengan
algunas de las operaciones comunes del Espíritu,1
como no son eficazmente traídos por el Padre, no
quieren ni pueden acudir verdaderamente a Cristo
y, por lo tanto, no pueden ser salvos;2 mucho
menos pueden ser salvos los que no reciben la
religión cristiana, por muy diligentes que sean en
conformar sus vidas a la luz de la naturaleza y a
la ley de la religión que profesen.3 1. Mt. 22:14; Mt. 13:20,21; He. 6:4,5; Mt. 7:22.
2. Jn. 6:44,45,64-66; 8:24.
3. Hch. 4:12; Jn. 4:22; Jn. 17:3.
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Confesión capítulo 11.
De la justificación
1. A quienes Dios llama eficazmente, también
justifica gratuitamente,1 no infundiéndoles
justicia y rectitud sino perdonándoles sus
pecados, y considerando y aceptando sus
personas como justas;2 no por nada que hay en
ellos o hecho por ellos, sino solamente por causa
de Cristo;3 no imputándoles la fe misma, ni la
acción de creer, ni ninguna otra obediencia
evangélica como justicia; sino imputándoles la
obediencia activa de Cristo a toda la ley y su
obediencia pasiva en su muerte para la completa
y única justicia de ellos por la fe, la cual tienen no
de sí mismos; es don de Dios.4 1. Ro. 3:24; 8:30.
2. Ro. 4:5-8; Ef. 1:7.
3. 1 Co. 1:30,31; Ro. 5:17-19.
4. Fil. 3:9; Ef. 2:7,8; 2 Co. 5:19-21; Tit. 3:5,7;
Ro. 3:22-28; Jer. 23:6; Hch. 13:38,39.
2. La fe que así recibe a Cristo y confía en él y en su
justicia es el único instrumento de la
justificación;1 sin embargo, no está sola en la
persona justificada, sino que siempre va
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acompañada por todas las demás virtudes
salvadoras, y no es una fe muerta sino que obra
por el amor.2 1. Ro. 1:17; Ro. 3:27-31; Fil. 3:9; Gá. 3:5.
2. Gá. 5:6; Stg. 2:17,22,26.
3. Cristo, por su obediencia y muerte, saldó
totalmente la deuda de todos aquellos que son
justificados; y por el sacrificio de sí mismo en la
sangre de su cruz, sufriendo en el lugar de ellos el
castigo que merecían, satisfizo adecuada, real y
completamente a la justicia de Dios en favor de
ellos;1 sin embargo, por cuanto Cristo fue dado
por el Padre para ellos,2 y su obediencia y
satisfacción fueron aceptadas en lugar de las de
ellos,3 y ambas gratuitamente y no por nada en
ellos, su justificación es solamente de pura
gracia,4 a fin de que tanto la precisa justicia como
la rica gracia de Dios fueran glorificadas en la
justificación de los pecadores.5 1. Ro. 5:8-10,19; 1 Ti. 2:5,6; He. 10:10,14;
Is. 53:4-6,10-12.
2. Ro. 8:32.
3. 2 Co. 5:21; Mt. 3:17; Ef. 5:2.
4. Ro. 3:24; Ef. 1:7.
5. Ro. 3:26; Ef. 2:7.
4. Desde la eternidad, Dios decretó justificar a todos
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los escogidos;1 y en el cumplimiento del tiempo,
Cristo murió por los pecados de ellos, y resucitó
para su justificación;2 sin embargo, no son
justificados personalmente hasta que, a su debido
tiempo, Cristo les es realmente aplicado por el
Espíritu Santo.3 1. 1 P. 1:2,19,20; Gá. 3:8; Ro. 8:30.
2. Ro. 4:25; Gá. 4:4; 1 Ti. 2:6.
3. Col. 1:21,22; Tit. 3:4-7; Gá. 2:16; Ef. 2:1-3.
5. Dios continúa perdonando los pecados de
aquellos que son justificados,1 y aunque ellos
nunca pueden caer del estado de justificación,2
sin embargo pueden, por sus pecados, caer en el
desagrado paternal de Dios; y, en esa condición,
no suelen recibir la restauración de la luz de su
rostro, hasta que se humillen, confiesen sus
pecados, pidan perdón y renueven su fe y
arrepentimiento.3 1. Mt. 6:12; 1 Jn. 1:7; 2:2; Jn. 13:3-11.
2. Lc. 22:32; Jn. 10:28; He. 10:14.
3. Sal. 32:5; Sal. 51:7-12; Mt. 26:75; Lc. 1:20.
6. La justificación de los creyentes bajo el Antiguo
Testamento fue, en todos estos sentidos, una y la
misma que la justificación de los creyentes bajo
el Nuevo Testamento.1 1. Gá. 3:9; Ro. 4:22-24.
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Lección 7:
Salvación y santificación
Confesión capítulo 12.
De la adopción
1. A todos aquellos que son justificados,1 Dios se
dignó,2 en su único Hijo Jesucristo y por amor de
éste,3 hacerles partícipes de la gracia de la
adopción, por la cual son incluidos en el número
de los hijos de Dios y gozan de sus libertades y
privilegios, tienen su nombre escrito sobre ellos,4
reciben el espíritu de adopción, tienen acceso al
trono de la gracia con confianza, reciben
capacitación para clamar: “Abba, Padre,”5 reciben
compación, protección, provisión y corrección
como por parte de un Padre, nunca son
desechados, sino que son sellados para el día de
la redención,6 y heredan las promesas como
herederos de la salvación eterna.7 1. Gá. 3:24-26.
2. 1 Jn. 3:1-3.
3. Ef. 1:5; Gá.4:4,5; Ro. 8:17,29.
4. Ro. 8:17; Jn. 1:12; 2 Co. 6:18; Ap. 3:12.
5. Ro. 8:15; Ef. 3:12; Ro. 5:2; Gá. 4:6; Ef. 2:18.
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6. Sal. 103:13; Pr. 14:26; Mt. 6:30,32; 1 P. 5:7; He. 12:6;
Is. 54:8,9; Lm. 3:31; Ef. 4:30.
7. Ro. 8:17; He. 1:14; He. 9:15.
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Confesión capítulo 13.
De la santificación
1. Aquellos que están unidos a Cristo, son llamados
eficazmente y regenerados, teniendo un nuevo
corazón y un nuevo espíritu, creados en ellos en
virtud de la muerte y la resurrección de Cristo,1
son aún más santificados de un modo real y
personal,2 mediante la misma virtud,3 por su
Palabra y Espíritu que moran en ellos;4 el
dominio del cuerpo entero del pecado es
destruido, y las diversas concupiscencias del
mismo se van debilitando y mortificando más y
más, y se van vivificando y fortaleciendo más y
más en todas las virtudes salvadoras, para la
práctica de toda verdadera santidad,5 sin la cual
nadie verá al Señor.6 1. Jn. 3:3-8; 1 Jn. 2:29; 1 Jn. 3:9,10; Ro. 1:7; 2 Co. 1:1;
Ef. 1:1; Fil. 1:1; Col. 3:12; Hch. 20:32; Hch. 26:18;
Ro. 15:16; 1 Co. 1:2; 1 Co. 6:11; Ro. 6:1-11.
2. 1 Ts. 5:23; Ro. 6:19,22.
3. 1 Co. 6:11; Hch. 20:32; Fil. 3:10; Ro. 6:5,6.
4. Jn. 17:17; Ef. 5:26; Ef. 3:16-19; Ro. 8:13.
5. Ro. 6:14; Gá. 5:24; Ro. 8:13; Col. 1:11; Ef. 3:16-19;
2 Co. 7:1; Ro. 6:13; Ef. 4:22-25; Gá. 5:17.
6. He. 12:14.
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2. Esta santificación se efectúa en el hombre en su
totalidad, aunque es incompleta en esta vida;
todavía quedan algunos remanentes de corrupción
en cada parte,1 de donde surge una continua e
irreconciliable guerra:2 la carne lucha contra el
Espíritu, y el Espíritu contra la carne.3 1. 1 Ts. 5:23; 1 Jn. 1:8,10; Ro. 7:18,23; Fil. 3:12.
2. 1 Co. 9:24-27; 1 Ti. 1:18; 1 Ti. 6:12; 2 Ti. 4:7.
3. Gá. 5:17; 1 P. 2:11.
3. En dicha guerra, aunque la corrupción que aún
queda prevalezca mucho por algún tiempo,1 la
parte regenerada triunfa a través de la continua
provisión de fuerzas por parte del Espíritu
santificador de Cristo;2 y así los santos crecen en
la gracia, perfeccionando la santidad en el temor
de Dios, prosiguiendo una vida celestial, en
obediencia evangélica a todos los mandatos que
Cristo, como Cabeza y Rey, les ha prescrito en su
Palabra.3 1. Ro. 7:23.
2. Ro. 6:14; 1 Jn. 5:4; Ef. 4:15,16.
3. 2 P. 3:18; 2 Co. 7:1; 3:18; Mt. 28:20.
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Confesión capítulo 14.
De la fe salvadora
1. La gracia de la fe, por la cual los escogidos
reciben capacidad para creer para la salvación de
sus almas, es la obra del Espíritu de Cristo en sus
corazones, y ordinariamente se realiza por el
ministerio de la Palabra;1 por la cual, y por la
administración del bautismo y la Cena del Señor,
la oración y otros medios designados por Dios,
esa fe aumenta y se fortalece.2 1. Jn. 6:37, 44; Hch. 11:21,24; Hch. 13:48; 14:27; 15:9;
2 Co. 4:13; Ef. 2:8; Fil. 1:29; 2 Ts. 2:13; 1 P. 1:2.
2. Ro. 10:14,17; Lc. 17:5; Hch. 20:32; Ro. 4:11; 1 P. 2:2.
2. Por esta fe, el cristiano cree que es fidedigno todo
lo revelado en la Palabra por la autoridad de Dios
mismo, y también percibe en ella una excelencia
superior a todos los demás escritos y todas las
cosas en el mundo, pues muestra la gloria de Dios
en sus atributos, la excelencia de Cristo en su
naturaleza y oficios, y el poder y la plenitud del
Espíritu Santo en sus obras y operaciones; y de
esta forma, el cristiano recibe capacidad para
confiar su alma a la verdad así creída;1 y también
actúa de manera diferente según sea el contenido
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de cada pasaje en particular: produciendo
obediencia a los mandatos,2 temblando ante las
amenazas,3 y abrazando las promesas de Dios
para esta vida y para la venidera;4 pero las
principales acciones de la fe salvadora tienen que
ver directamente con Cristo: aceptarle, recibirle y
descansar sólo en él para la justificación,
santificación y vida eterna, en virtud del pacto de
gracia.5 1. Hch. 24:14; 1 Ts. 2:13; Sal. 19:7-10; Sal. 119:72.
2. Jn. 15:14; Ro. 16:26.
3. Is. 66:2.
4. 1 Ti. 4:8; He. 11:13.
5. Jn. 1:12; Hch. 15:11; Hch. 16:31; Gá. 2:20.
3. Esta fe, aunque sea de un nivel diferente y pueda
ser débil o fuerte,1 es, sin embargo, aun en su
nivel más bajo, diferente en su clase y naturaleza
(como lo es toda otra gracia salvadora) de la fe y
la gracia común de aquellos creyentes que sólo lo
son por un tiempo;2 y consecuentemente, aunque
muchas veces sea atacada y debilitada, resulta,
sin embargo, victoriosa,3 creciendo en muchos
hasta obtener la completa seguridad4 a través de
Cristo, quien es tanto el autor como el
consumador de nuestra fe.5 1. Mt. 6:30; Mt. 8:10,26; Mt. 14:31; Mt. 16:8; Mt. 17:20;
He. 5:13,14; Ro. 4:19,20.
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2. Stg. 2:14; 2 P. 1:1; 1 Jn. 5:4.
3. Lc. 22:31,32; Ef. 6:16; 1 Jn. 5:4,5.
4. Sal. 119:114; He. 6:11,12; He. 10:22,23.
5. He. 12:2.
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Confesión capítulo 15.
Del arrepentimiento para vida y
salvación
1. A aquellos de los escogidos que se convierten
cuando ya son adultos, habiendo vivido por algún
tiempo en el estado natural,1 y habiendo servido
en el mismo a diversas concupiscencias y
placeres, Dios, al llamarlos eficazmente, les da
arrepentimiento para vida.2 1. Tit. 3:2-5.
2. 2 Cr. 33:10-20; Hch. 9:1-19; Hch. 16:29,30.
2. Si bien no hay nadie que haga el bien y no
peque,1 y los mejores hombres, mediante el poder
y el engaño de la corrupción que habita en ellos,
junto con el predominio de la tentación, pueden
caer en grandes pecados y provocaciones,2 Dios,
en el pacto de gracia, ha dispuesto
misericordiosamente que los creyentes que
pequen y caigan de esta manera sean renovados
mediante el arrepentimiento para salvación.3 1. Sal. 130:3; Sal. 143:2; Pr.20:9; Ec. 7:20.
2. 2 S. 11:1-27; Lc. 22:54-62.
3. Jer. 32:40; Lc. 22:31,32; 1 Jn. 1:9.
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3. Este arrepentimiento para salvación es una gracia
evangélica1 por la cual una persona a quien el
Espíritu hace consciente de las múltiples
maldades de su pecado,2 mediante la fe en Cristo3
se humilla por él con una tristeza que es según
Dios, lo abomina y se aborrece a sí mismo, ora
pidiendo el perdón y las fuerzas que proceden de
la gracia,4 con el propósito y empeño, mediante la
provisión del Espíritu, de andar delante de Dios
para agradarle en todo.5 1. Hch. 5:31; Hch. 11:18; 2 Ti. 2:25.
2. Sal. 51:1-6; Sal. 130:1-3; Lc. 15:17-20; Hch. 2:37,38.
3. Sal. 130:4; Mt. 27:3-5; Mr. 1:15.
4. Ez. 16:60-63; Ez. 36:31,32; Zc. 12:10; Mt. 21:19;
Hch. 15:19; Hch. 20:21; Hch. 26:20; 2 Co. 7:10,11;
1 Ts. 1:9.
5. Pr. 28:13; Ez. 36:25; Ez. 18:30,31; Sal. 119:59,104,128;
Mt. 3:8; Lc. 3:8; Hch. 26:20; 1 Ts. 1:9.
4. Puesto que el arrepentimiento ha de continuar a lo
largo de toda nuestra vida, debido al cuerpo de
muerte y sus inclinaciones,1 es por lo tanto, el
deber de cada hombre arrepentirse
específicamente de los pecados concretos que
conozca.2 1. Ez. 16:60; Mt. 5:4; 1 Jn. 1:9.
2. Lc. 19:8; 1 Ti. 1:13,15.
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5. Tal es la provisión que Dios ha hecho a través de
Cristo en el pacto de gracia para la preservación
de los creyentes para salvación que, si bien no
hay pecado tan pequeño que no merezca la
condenación,1 no hay, sin embargo, pecado tan
grande que acarree condenación a aquellos que se
arrepienten, lo cual hace necesaria la predicación
constante del arrepentimiento.2 1. Sal. 130:3; 143:2; Ro. 6:23.
2. Is. 1:16-18; 55:7; Hch. 2:36-38.
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Lección 8:
Obras y seguridad
Confesión capítulo 16.
De las buenas obras
1. Las buenas obras son solamente aquellas que
Dios ha ordenado en su santa Palabra1 y no las
que, sin la autoridad de ésta, han inventado los
hombres por un fervor ciego o con el pretexto de
que tienen buenas intenciones.2 1. Mi. 6:8; Ro. 12:2; He. 13:21; Col. 2:3; 2 Ti. 3:16,17.
2. Mt. 15:9 con Is. 29:13; 1 P. 1:18; Ro. 10:2; Jn. 16:2;
1 S. 15:21-23; 1 Co. 7:23; Gá. 5:1; Col. 2:8,16-23
2. Estas buenas obras, hechas en obediencia a los
mandamientos de Dios, son los frutos y
evidencias de una fe verdadera y viva;1 y por ellas
los creyentes manifiestan su gratitud,2 fortalecen
su seguridad,3 edifican a sus hermanos,4 adornan
la profesión del Evangelio,5 tapan la boca de los
adversarios6 y glorifican a Dios, cuya hechura
son, creados en Cristo Jesús para ello,7 para que
teniendo por fruto la santificación, tengan como
fin la vida eterna.8
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1. Stg. 2:18,22; Gá. 5:6; 1 Ti. 1:5.
2. Sal. 116:12-14; 1 P. 2:9,12; Lc. 7:36-50 con Mt. 26:1-11.
3. 1 Jn. 2:3,5; 1 Jn. 3:18,19; 2 P. 1:5-11.
4. 2 Co. 9:2; Mt. 5:16.
5. Mt. 5:16; Tit. 2:5,9-12; 1 Ti. 6:1; 1 P. 2:12.
6. 1 P. 2:12,15; Tit. 2:5; 1 Ti. 6:1.
7. Ef. 2:10; Fil. 1:11; 1 Ti. 6:1; 1 P. 2:12; Mt. 5:16.
8. Ro. 6:22; Mt. 7:13,14,21-23.
3. La capacidad que tienen los creyentes para hacer
buenas obras no es de ellos mismos en ninguna
manera, sino completamente del Espíritu de
Cristo. Y para que ellos puedan tener esta
capacidad, además de las virtudes que ya han
recibido, necesitan una influencia real del mismo
Espíritu Santo para obrar en ellos tanto el querer
como el hacer por su buena voluntad;1 sin
embargo, no deben volverse negligentes por ello,
como si no estuviesen obligados a cumplir deber
alguno aparte de un impulso especial del Espíritu,
sino que deben ser diligentes en avivar la gracia
de Dios que está en ellos.2 1. Ez. 36:26,27; Jn. 15:4-6; 2 Co. 3:5; Fil. 2:12,13;
Ef. 2:10.
2. Ro. 8:14; Jn. 3:8; Fil. 2:12,13; 2 P. 1:10; He. 6:12;
2 Ti. 1:6; Jud. 20,21.
4. Quienes alcancen la máxima obediencia posible
en esta vida quedan tan lejos de llegar a un grado
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supererogatorio, y de hacer más de lo que Dios
requiere, que les falta mucho de lo que por deber
están obligados a hacer.1 1. 1 R. 8:46; 2 Cr. 6:36; Sal. 130:3; Sal. 143:2; Pr. 20:9;
Ec. 7:20; Ro. 3:9,23; Ro. 7:14 ss.; Gá. 5:17;
1 Jn. 1:6-10; Lc. 17:10.
5. Nosotros no podemos, aun por nuestras mejores
obras, merecer el perdón del pecado o la vida
eterna de la mano de Dios, a causa de la gran
desproporción que existe entre nuestras obras y la
gloria que ha de venir,1 y por la distancia infinita
que hay entre nosotros y Dios, a quien no
podemos beneficiar por dichas obras, ni satisfacer
la deuda de nuestros pecados anteriores; hasta
cuando hemos hecho todo lo que podemos, no
hemos sino cumplido con nuestro deber y somos
siervos inútiles;2 y tanto en cuanto son buenas
proceden de su Espíritu;3 y en cuanto son hechas
por nosotros, son impuras y están mezcladas con
tanta debilidad e imperfección que no pueden
soportar la severidad del castigo de Dios.4 1. Ro. 8:18.
2. Job 22:3; 35:7; Lc. 17:10; Ro. 4:3; 11:3.
3. Gá. 5:22,23.
4. 1 R. 8:46; 2 Cr. 6:36; Sal. 130:3; Sal. 143:2; Pr. 20:9;
Ec. 7:20; Ro. 3:9,23; Ro. 7:14ss.; Gá. 5:17; 1 Jn. 1:6-10.
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6. No obstante, por ser aceptados los creyentes por
medio de Cristo, sus buenas obras también son
aceptadas en él;1 no como si fueran en esta vida
enteramente irreprochables e irreprensibles a los
ojos de Dios;2 sino que a él, mirándolas en su
Hijo, le place aceptar y recompensar aquello que
es sincero aun cuando esté acompañado de
muchas debilidades e imperfecciones.3 1. Ex. 28:38; Ef. 1:6,7; 1 P. 2:5.
2. 1 R. 8:46; 2 Cr. 6:36; Sal. 130:3; Sal. 143:2;
Pr. 20:9; Ec. 7:20; Ro. 3:9,23; Ro. 7;14ss.; Gá. 5:17;
1 Jn. 1:6-10.
3. He. 6:10; Mt. 25:21,23.
7. Las obras hechas por hombres no regenerados,
aunque en sí mismas sean cosas que Dios ordena,
y de utilidad tanto para ellos como para otros,1 sin
embargo, por no proceder de un corazón
purificado por la fe2 y no ser hechas de una
manera correcta de acuerdo con la Palabra,3 ni
para un fin correcto (la gloria de Dios4), son, por
tanto, pecaminosas, y no pueden agradar a Dios
ni hacer que alguien sea digno de recibir gracia
por parte de Dios.5 Y a pesar de esto, el descuido
de las buenas obras es más pecaminoso y
desagradable a Dios.6 1. 1 R. 21:27-29; 2 R. 10:30,31; Ro. 2:14; Fil. 1:15-18.
2. Gn. 4:5 con He. 11:4-6; 1 Ti. 1:5; Ro. 14:23; Gá. 5:6.
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3. 1 Co. 13:3; Is. 1:12.
4. Mt. 6:2,5,6; 1 Co. 10:31.
5. Ro. 9:16; Tit. 1:15; 3:5.
6. 1 R. 21:27-29; 2 R. 10:30,31; Sal. 14:4; 36:3.
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Confesión capítulo 17.
De la perseverancia de los santos
1. Aquellos a quienes Dios ha aceptado en el
Amado, y ha llamado eficazmente y santificado
por su Espíritu, y a quienes ha dado la preciosa fe
de sus escogidos, no pueden caer ni total ni
definitivamente del estado de gracia, sino que
ciertamente perseverarán en él hasta el fin, y
serán salvos por toda la eternidad, puesto que los
dones y el llamamiento de Dios son irrevocables,
por lo que él continúa engendrando y nutriendo
en ellos la fe, el arrepentimiento, el amor, el gozo,
la esperanza y todas las virtudes del Espíritu para
inmortalidad;1 y aunque surjan y les azoten
muchas tormentas e inundaciones, nunca podrán
arrancarles del fundamento y la roca a que por la
fe están aferrados; a pesar de que, por medio de la
incredulidad y las tentaciones de Satanás, la
visión perceptible de la luz y el amor de Dios
puede ensombrecérseles y oscurecérseles por un
tiempo,2 él, sin embargo, sigue siendo el mismo,
y ellos serán guardados, sin ninguna duda, por el
poder de Dios para salvación, en la que gozarán
de su posesión adquirida, al estar ellos esculpidos
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en las palmas de sus manos y sus nombres
escritos en el libro de la vida desde toda la
eternidad.3 1. Jn. 10:28,29; Fil. 1:6; 2 Ti. 2:19; 2 P.1:5-10; 1 Jn. 2:19.
2. Sal. 89:31,32; 1 Co. 11:32; 2 Ti. 4:7.
3. Sal. 102:27; Mal. 3:6; Ef. 1:14; 1 P. 1:5; Ap. 13:8.
2. Esta perseverancia de los santos depende no de su
propio libre albedrío,1 sino de la inmutabilidad
del decreto de elección,2 que fluye del amor libre
e inmutable de Dios el Padre, sobre la base de la
eficacia de los méritos y la intercesión de
Jesucristo y la unión con él,3 del juramento de
Dios,4 de la morada de su Espíritu, de la simiente
de Dios que está en los santos5 y de la naturaleza
del pacto de gracia,6 de todo lo cual surgen
también la certeza y la infalibilidad de la
perseverancia. 1. Fil. 2:12,13; Ro. 9:16; Jn. 6:37,44.
2. Mt. 24:22,24,31; Ro. 8:30; Ro. 9:11,16; Ro. 11:2,29;
Ef. 1:5-11.
3. Ef. 1:4; Ro. 5:9,10; Ro. 8:31-34; 2 Co. 5:14;
Ro. 8:35-38; 1 Co. 1:8,9; Jn. 14:19; Jn. 10:28,29.
4. He. 6:16-20.
5. 1 Jn. 2:19,20,27; 1 Jn. 3:9; 1 Jn. 5:4,18; Ef. 1:13;
Ef. 4:30; 2 Co. 1:22; 2 Co. 5:5; Ef. 1:14.
6. Jer. 31:33,34; Jer. 32:40; He. 10:11-18; He. 13:20,21.
3. Y aunque los santos (mediante la tentación de
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Satanás y del mundo, el predominio de la
corrupción que queda en ellos y el descuido de
los medios para su preservación) caigan en
pecados graves y por algún tiempo permanezcan
en ellos1 (por lo que incurren en el desagrado de
Dios y entristecen a su Espíritu Santo,2 se les
dañan sus virtudes y consuelos,3 se les endurece
el corazón y se les hiere la conciencia,4 lastiman y
escandalizan a otros,5 y se acarrean juicios
temporales6), renovarán su arrepentimiento y
serán preservados hasta el fin mediante la fe en
Cristo Jesús.7 1. Mt. 26:70,72,74.
2. Sal. 38:1-8; Is. 64:5-9; Ef. 4:30; 1 Ts. 5:14.
3. Sal. 51:10-12.
4. Sal. 32:3,4; Sal. 73:21,22.
5. 2 S. 12:14; 1 Co. 8:9-13; Ro. 14:13-18; 1 Ti. 6:1,2;
Tit. 2:5.
6. 2 S. 12:14ss.; Gn. 19:30-38; 1 Co. 11:27-32.
7. Lc. 22:32,61,62; 1 Co. 11:32; 1 Jn. 3:9; 5:18
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Confesión capítulo 18.
De la seguridad de la gracia y de la
salvación
1. Aunque los creyentes que lo son por un tiempo y
otras personas no regeneradas vanamente se
engañen a sí mismos con esperanzas falsas y
presunciones carnales de que cuentan con el favor
de Dios y que están en estado de salvación (pero
la esperanza de ellos perecerá1), los que creen
verdaderamente en el Señor Jesús y le aman con
sinceridad, esforzándose por andar con toda
sinceridad delante de él, pueden en esta vida estar
absolutamente seguros de hallarse en el estado de
gracia, y pueden regocijarse en la esperanza de la
gloria de Dios; y tal esperanza nunca les
avergonzará.2 1. Jer. 17:9; Mt. 7:21-23; Lc. 18:10-14; Jn. 8:41; Ef. 5:6,7;
Gá. 6:3,7-9.
2. Ro. 5:2,5; Ro. 8:16; 1 Jn. 2:3; 1 Jn. 3:14,18,19,24;
1 Jn. 5:13; 2 P. 1:10.
2. Esta certeza no es un mero convencimiento
conjetural y probable, basada en una esperanza
falible, sino que es una seguridad infalible de fe1
basada en la sangre y la justicia de Cristo
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reveladas en el evangelio;2 y también en la
evidencia interna de aquellas virtudes del Espíritu
a las cuales éste les hace promesas,3 y en el
testimonio del Espíritu de adopción testificando
con nuestro espíritu que somos hijos de Dios;4 y,
como fruto suyo, mantiene el corazón humilde y
santo.5 1. Ro. 5:2,5; He. 6:11,19,20; 1 Jn. 3:2,14; 1 Jn. 4:16;
1 Jn. 5:13,19,20.
2. He. 6:17,18; He. 7:22; He. 10:14,19.
3. Mt. 3:7-10; Mr. 1:15; 2 P. 1:4-11; 1 Jn. 2:3;
1 Jn. 3:14,18,19,24; 1 Jn. 5:13.
4. Ro. 8:15,16; 1 Co. 2:12; Gá. 4:6,7.
5. 1 Jn. 3:1-3.
3. Esta seguridad infalible no pertenece a la esencia
de la fe hasta tal punto que un verdadero creyente
no pueda esperar mucho tiempo y luchar con
muchas dificultades antes de ser partícipe de tal
seguridad;1 sin embargo, siendo capacitado por el
Espíritu para conocer las cosas que le son dadas
gratuitamente por Dios, puede alcanzarla,2 sin
una revelación extraordinaria, por el uso
adecuado de los medios; y por eso es el deber de
cada uno ser diligente para hacer firme su
llamamiento y elección; para que así su corazón
se ensanche en la paz y en el gozo en el Espíritu
Santo, en amor y gratitud a Dios, y en fuerza y
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alegría en los deberes de la obediencia, que son
los frutos propios de esta seguridad: así está de
lejos esta seguridad de inducir a los hombres al
libertinaje.3 1. Hch. 16:30-34; 1 Jn. 5:13.
2. Ro. 8:15,16; 1 Co. 2:12; Gá. 4:4-6 con Gá. 3:2;
1 Jn. 4:13; Ef. 3:17-19; He. 6:11,12; 2 P. 1:5-11.
3. 2 P. 1:10; Sal. 119:32; Ro. 15:13; Neh. 8:10;
1 Jn. 4:19,16; Ro. 6:1,2,11-13; Ro. 14:17; Tit. 2:11-14;
Ef. 5:18.
4. La seguridad de la salvación de los verdaderos
creyentes puede ser zarandeada, disminuida e
interrumpida de diversas maneras: por
negligencia en conservarla,1 por caer en algún
pecado especial que hiere la conciencia y
contrista al Espíritu,2 por alguna tentación
repentina o fuerte,3 por retirarles Dios la luz de su
rostro, permitiendo, aun a los que le temen, que
caminen en tinieblas, y no tengan luz;4 sin
embargo, nunca quedan destituidos de la simiente
de Dios y de la vida de fe, de aquel amor de
Cristo y de los hermanos, de aquella sinceridad de
corazón y conciencia del deber, por los cuales,
mediante la operación del Espíritu, esta seguridad
puede ser revivida con el tiempo; y por los cuales,
mientras tanto, los verdaderos creyentes son
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preservados de caer en total desesperanza.5 1. He. 6:11,12; 2 P. 1:5-11.
2. Sal. 51:8,12,14; Ef. 4:30.
3. Sal. 30:7; Sal. 31:22; Sal. 77:7,8; Sal. 116:11.
4. Is. 50:10.
5. 1 Jn. 3:9; Lc. 22:32; Ro. 8:15,16; Gá. 4:5; Sal. 42:5,11.
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Lección 9
La ley y el santo
Confesión capítulo 19.
De la ley de Dios
1. Dios dio a Adán una ley de obediencia universal
escrita en su corazón,1 y un precepto en particular
de no comer del fruto del árbol del conocimiento
del bien y del mal;2 por lo cual le obligó a él y a
toda su posteridad a una obediencia personal
completa, exacta y perpetua; prometió la vida por
el cumplimiento de su ley, y amenazó con la
muerte su infracción; y le dotó también del poder
y de la capacidad para guardarla.3 1. Gn. 1:27; Ec. 7:29; Ro. 2:12a, Ro. 14,15.
2. Gn. 2:16,17.
3. Gn. 2:16,17; Ro. 10:5; Gá. 3:10,12.
2. La misma ley que primeramente fue escrita en el
corazón del hombre continuó siendo una regla
perfecta de justicia después de la Caída;1 y fue
dada por Dios en el monte Sinaí,2 en diez
mandamientos, y escrita en dos tablas; los cuatro
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primeros mandamientos contienen nuestros
deberes para con Dios, y los otros seis, nuestros
deberes para con los hombres.3 1. Para el Cuarto Mandamiento, Gn. 2:3; Ex. 16; Gn. 7:4;
Gn. 8:10,12;
para el Quinto Mandamiento, Gn. 37:10;
para el Sexto Mandamiento, Gn. 4:3-15;
para el Séptimo Mandamiento, Gn. 12:17;
para el Octavo Mandamiento, Gn. 31:30; 44:8;
para el Noveno Mandamiento, Gn. 27:12;
para el Décimo Mandamiento, Gn. 6:2; 13:10,11.
2. Ro. 2:12a, 14,15.
3. Ex. 32:15,16; 34:4,28; Dt. 10:4.
3. Además de esta ley, comúnmente llamada ley
moral, agradó a Dios dar al pueblo de Israel leyes
ceremoniales que contenían varias ordenanzas
típicas; en parte de adoración, prefigurando a
Cristo, sus virtudes, acciones, sufrimientos y
beneficios;1 y en parte proponiendo diversas
instrucciones sobre los deberes morales.2 Todas
aquellas leyes ceremoniales, habiendo sido
prescritas solamente hasta el tiempo de su
reforma, cuando fueron abrogadas y quitadas por
Jesucristo, el verdadero Mesías y único
legislador, quien fue investido con poder por
parte del Padre para ese fin.3 1. He. 10:1; Col. 2:16,17.
2. 1 Co. 5:7; 2 Co. 6:17; Jud. 23.
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3. Col. 2:14,16,17; Ef. 2:14-16.
4. Dios también les dio a los israelitas diversas leyes
civiles, que acabaron cuando acabó aquel pueblo
como Estado, no siendo ahora obligatorias para
nadie en virtud de aquella institución;1 siendo
solamente sus principios de equidad utilizables en
la actualidad.2 1. Lc. 21:20-24; Hch. 6:13,14; He. 9:18,19 con He. 8:7,13;
He. 9:10; He. 10:1.
2. 1 Co. 5:1; 9:8-10
5. La ley moral obliga para siempre a todos, tanto a
los justificados como a los demás, a que se la
obedezca;1 y esto no sólo en consideración a su
contenido, sino también con respecto a la
autoridad de Dios, el Creador, quien la dio.2
Tampoco Cristo, en el evangelio, en ninguna
manera cancela esta obligación sino que la
refuerza considerablemente.3 1. Mt. 19:16-22; Ro. 2:14-15; Ro. 3:19-20; Ro. 6:14;
Ro. 7:6; Ro. 8:3; 1 Ti. 1:8-11; Ro. 13:8-10; 1 Co. 7:19
con Gá. 5:6; Gá. 6:15; Ef. 4:25 - 6:4; Stg. 2:11-12.
2. Stg. 2:10-11.
3. Mt. 5:17-19; Ro. 3:31; 1 Co. 9:21; Stg. 2:8.
6. Aunque los verdaderos creyentes no están bajo la
ley como pacto de obras para ser por ella
justificados o condenados,1 sin embargo ésta es
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de gran utilidad tanto para ellos como para otros,
en que como regla de vida les informa de la
voluntad de Dios y de sus deberes, les dirige y
obliga a andar en conformidad con ella,2 les
revela también la pecaminosa contaminación de
sus naturalezas, corazones y vidas; de manera
que, al examinarse a la luz de ella, puedan llegar
a una convicción más profunda de su pecado, a
sentir humillación por él y odio contra él; junto
con una visión más clara de la necesidad que
tienen de Cristo, y de la perfección de su
obediencia.3 También la ley moral es útil para los
regenerados a fin de restringir su corrupción, en
cuanto que prohíbe el pecado; y sus amenazas
sirven para mostrar lo que sus pecados todavía
merecen, y qué aflicciones pueden esperar por
ellos en esta vida, aun cuando estén libres de la
maldición y el puro rigor de la ley.4 Asimismo
sus promesas manifiestan a los regenerados que
Dios aprueba la obediencia y cuáles son las
bendiciones que pueden esperar por el
cumplimiento de la misma,5 aunque no como si se
les deba por la ley como pacto de obras;6 de
manera que si alguien hace lo bueno y se abstiene
de hacer lo malo porque la ley le manda lo uno y
le prohíbe lo otro, no por ello demuestra que se
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encuentre bajo la ley y no bajo la gracia.7 1. Hch. 13:39; Ro. 6:14; Ro. 8:1; Ro. 10:4; Gá. 2:16;
Gá. 4:4,5.
2. Ro. 7:12,22,25; Sal. 119:4-6; 1 Co. 7:19.
3. Ro. 3:20; Ro. 7:7,9,14,24; Ro. 8:3; Stg. 1:23-25.
4. Stg. 2:11; Sal. 119:101,104,128.
5. Ef. 6:2,3; Sal. 37:11; Mt. 5:6; Sal. 19:11.
6. Lc. 17:10.
7. Véase el libro de Proverbios; Mt. 3:7; Lc. 13:3,5;
Hch. 2:40; He. 11:26; 1 P. 3:8-13.
7. Los usos de la ley ya mencionados tampoco son
contrarios a la gracia del evangelio, sino que
concuerdan armoniosamente con él; pues el
Espíritu de Cristo subyuga y capacita la voluntad
del hombre para que haga libre y alegremente lo
que requiere la voluntad de Dios, revelada en la
ley.1 1. Gá. 3:21; Jer. 31:33; Ez. 36:27; Ro. 8:4; Tit. 2:14.
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Confesión capítulo 20.
Del evangelio y del alcance de su gracia
1. Habiendo sido quebrantado el pacto de obras por
el pecado y habiéndose vuelto inútil para dar
vida, agradó a Dios dar la promesa de Cristo, la
simiente de la mujer, como el medio para llamar a
los escogidos, y engendrar en ellos la fe y el
arrepentimiento. En esta promesa, el evangelio,
en su sustancia fue revelado, y por lo tanto, es
eficaz para llevar a los pecadores a la conversión
y salvación1 1. Gn. 3:15 con Ef.2:12; Gá. 4:4; He. 11:13; Lc. 2:25,38;
Lc. 23:51; Ro. 4:13-16; Gá. 3:15-22.
2. Esta promesa de Cristo, y la salvación por medio
de él, es revelada solamente por la Palabra de
Dios.1 Ni las obras de la creación ni la
providencia, con la luz de la naturaleza, revelan a
Cristo, o la gracia que es por medio de él, no en
forma general ni velada;2 igual como tampoco los
hombres que no tengan una revelación de él por
la promesa del evangelio pueden obtener una fe
salvadora o arrepentimiento.3 1. Hch. 4:12; Ro. 10:13-15.
2. Sal. 19; Ro. 1:18-23.
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3. Ro. 2:12a; Mt. 28:18-20; Lc. 24:46,47 con
Hch. 17:29,30; Ro. 3:9-20.
3. La revelación del evangelio a los pecadores,
hecha en diversos tiempos y distintos lugares, con
el agregado de promesas y preceptos para la
obediencia que éste requiere de las naciones y
personas a quienes es concedida, es sólo por la
voluntad soberana y el beneplácito de Dios;1 no
apropiándosela en virtud de promesa alguna, no
obteniéndose por un buen uso de las capacidades
naturales de los hombres, ni en virtud de la luz
común recibida aparte de él, lo cual nadie hizo
jamás ni puede hacer.2 Por lo tanto, en todas las
épocas, la predicación del evangelio ha sido
concedida a personas y naciones, en su extensión
o restricción, con gran variedad, según el consejo
de la voluntad de Dios. 1. Mt. 11:20.
2. Ro. 3:10-12; Ro. 8:7,8.
4. Aunque el evangelio es el único medio externo
para revelar a Cristo y la gracia salvadora, y es,
como tal, completamente suficiente para este fin,1
para que los hombres que están muertos en sus
delitos puedan nacer de nuevo, ser vivificados o
regenerados, es además necesaria, en toda alma,
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una obra eficaz e insuperable del Espíritu Santo,
con el fin de producir en ellos una nueva vida
espiritual; sin ésta, ningún otro medio puede
efectuar su conversión a Dios.2 1. Ro. 1:16,17.
2. Jn. 6:44; 1 Co. 1:22-24; 1 Co. 2:14; 2 Co. 4:4,6.
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Confesión capítulo 21.
De la libertad cristiana y de la libertad
de conciencia
1. La libertad que Cristo ha comprado para los
creyentes bajo el evangelio consiste en su libertad
de la culpa del pecado, de la ira condenatoria de
Dios y de la severidad y maldición de la ley,1 y en
ser librados de este presente siglo malo de la
esclavitud a Satanás y del dominio del pecado,2
del mal de las aflicciones, del temor y aguijón de
la muerte, de la victoria sobre el sepulcro y de la
condenación eterna,3 y también consiste en su
libre acceso a Dios, y en rendirle obediencia a él,
no por un temor servil, sino por un amor filial y
una mente dispuesta.4
Todo esto era sustancialmente aplicable también a
los creyentes bajo la ley;5 pero bajo el Nuevo
Testamento la libertad de los cristianos se
ensancha mucho más porque están libres del yugo
de la ley ceremonial a que estaba sujeta la iglesia
judía, y tienen ahora mayor confianza para
acercarse al Trono de gracia, y tienen una
comunicación más plena con el Espíritu libre de
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Dios que ordinariamente tenían los creyentes bajo
la ley.6 1. Jn. 3:36; Ro. 8:33; Gá. 3:13.
2. Gá. 1:4; Ef. 2:1-3; Col. 1:13; Hch. 26:18; Ro. 6:14-18;
Ro. 8:3.
3. Ro. 8:28; 1 Co. 15:54-57; 1 Ts. 1:10; He. 2:14,15.
4. Ef. 2:18; Ef. 3:12; Ro. 8:15; 1 Jn. 4:18.
5. Jn. 8:32; Sal. 19:7-9; Sal. 119:14,24,45,47,48,72,97;
Ro. 4:5-11; Gá. 3:9; He. 11:27,33,34.
6. Jn. 1:17; He. 1:1,2a; He. 7:19,22; He. 8:6; He. 9:23;
He. 11:40; Gá. 2:11ss.; Gá. 4:1-3; Col. 2:16,17;
He. 10:19-21; Jn. 7:38,39.
2. Sólo Dios es el Señor de la conciencia,1 y la ha
hecho libre de las doctrinas y los mandamientos
de los hombres que sean en alguna manera
contrarios a su Palabra o que no estén contenidos
en ésta.2 Así que, creer tales doctrinas u obedecer
tales mandamientos por causa de la conciencia es
traicionar la verdadera libertad de conciencia,3 y
exigir una fe implícita y una obediencia ciega y
absoluta es destruir la libertad de conciencia y
también la razón.4 1. Stg. 4:12; Ro. 14:4; Gá. 5:1.
2. Hch. 4:19; Hch. 5:29; 1 Co. 7:23; Mt. 15:9.
3. Col. 2:20,22,23; Gá. 1:10; Gá. 2:3-5; 5:1.
4. Ro. 10:17; Ro. 14:23; Hch. 17:11; Jn. 4:22; 1 Co. 3:5;
2 Co. 1:24.
3. Los que bajo el pretexto de la libertad cristiana
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practican cualquier pecado o abrigan cualquier
concupiscencia, al pervertir así el propósito
principal de la gracia del evangelio para su propia
destrucción,1 en consecuencia, destruyen
completamente el propósito de la libertad
cristiana, que consiste en que, siendo librados de
las manos de todos nuestros enemigos, sirvamos
al Señor sin temor, en santidad y justicia delante
de él, todos los días de nuestra vida.2 1. Ro. 6:1,2.
2. Lc. 1:74,75; Ro. 14:9; Gá. 5:13; 2 P. 2:18,21.
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Confesión capítulo 22.
De la adoración religiosa y del día de
reposo
1. La luz de la naturaleza muestra que hay un Dios,
que tiene señorío y soberanía sobre todo; es justo,
bueno y hace bien a todos; y que, por lo tanto,
debe ser temido, amado, alabado, invocado,
creído y servido con toda el alma, con todo el
corazón y con todas las fuerzas.1 Pero el modo
aceptable de adorar al verdadero Dios fue
instituido por él mismo, y está de tal manera
limitado por su propia voluntad revelada que no
se debe adorar a Dios conforme a las
imaginaciones e invenciones de los hombres o a
las sugerencias de Satanás, ni bajo ninguna
representación visible ni en ningún otro modo no
prescrito en las Sagradas Escrituras.2 1. Jer. 10:7; Mr. 12:33.
2. Gn. 4:1-5; Ex. 20:4-6; Mt. 15:3,8,9; 2 R. 16:10-18;
Lv. 10:1-3; Dt. 17:3; Dt. 4:2; Dt. 12:29-32; Jos. 1:7;
Jos. 23:6-8; Mt. 15:13; Col. 2:20-23; 2 Ti. 3:15-17
2. La adoración religiosa ha de tributarse a Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo, y a él solamente;1 no
a los ángeles, ni a los santos, ni a ninguna otra
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criatura;2 y desde la Caída, no sin un mediador; ni
por la mediación de ningún otro, sino solamente
de Cristo.3 1. Mt. 4:9,10; Jn. 5:23; 2 Co. 13:14.
2. Ro. 1:25; Col. 2:18; Ap. 19:10.
3. Jn. 14:6; Ef. 2:18; Col. 3:17; 1 Ti. 2:5.
3. Siendo la oración, con acción de gracias, una
parte de la adoración natural, la exige Dios de
todos los hombres.1 Pero para que pueda ser
aceptada, debe hacerse en el nombre del Hijo,2
con la ayuda del Espíritu,3 conforme a su
voluntad,4 con entendimiento, reverencia,
humildad, fervor, fe, amor y perseverancia;5 y
cuando se ora con otros, debe hacerse en una
lengua conocida.6 1. Sal. 95:1-7; Sal. 100:1-5.
2. Jn. 14:13,14.
3. Ro. 8:26.
4. 1 Jn. 5:14.
5. Sal. 47:7; Ec. 5:1,2; He. 12:28; Gn. 18:27; Stg. 5:16;
Stg. 1:6,7; Mr. 11:24; Mt. 6:12,14,15; Col. 4:2; Ef. 6:18.
6. 1 Co. 14:13-19,27,28.
4. La oración debe ser por cosas lícitas, y a favor de
toda clase de personas vivas, o que vivirán más
adelante;1 pero no a favor de los muertos ni de
aquellos de quienes se pueda saber que han
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cometido el pecado de muerte.2 1. 1 Jn. 5:14; 1 Ti. 2:1,2; Jn. 17:20.
2. 2 S. 12:21-23; Lc. 16:25,26; Ap. 14:13; 1 Jn. 5:16.
5. La lectura de las Escrituras,1 la predicación y la
audición de la Palabra de Dios,2 la instrucción y
la amonestación los unos a los otros por medio de
salmos, himnos y cantos espirituales, el cantar
con gracia en el corazón al Señor,3 como también
la administración del bautismo4 y la Cena del
Señor:5 son parte de la adoración religiosa a Dios
que ha de realizarse en obediencia a él, con
entendimiento, fe, reverencia y temor piadoso;
además, la humillación solemne,6 con ayunos, y
las acciones de gracia en ocasiones especiales,
han de usarse de una manera santa y piadosa.7 1. Hch. 15:21; 1 Ti. 4:13; Ap. 1:3.
2. 2 Ti. 4:2; Lc. 8:18.
3. Col. 3:16; Ef. 5:19.
4. Mt. 28:19,20.
5. 1 Co. 11:26.
6. Est. 4:16; Jl. 2:12; Mt. 9:15; Hch. 13:2,3; 1 Co. 7:5.
7. Ex. 15:1-19; Sal. 107.
6. Ahora, bajo el evangelio, ni la oración ni ninguna
otra parte de la adoración religiosa están
limitadas a un lugar, ni son más aceptables por el
lugar en que se realizan, o hacia la dirección que
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se dirigen;1 sino que Dios ha de ser adorado en
todas partes en espíritu y en verdad;2 tanto en
cada familia en particular3 diariamente,4 como
cada uno en secreto por sí solo;5 así como de una
manera más solemne en las reuniones públicas,6
las cuales no han de descuidarse ni abandonarse
voluntariamente o por negligencia, cuando Dios
por su Palabra o providencia nos llama a ellas.7 1. Jn. 4:21.
2. Mal. 1:11; 1 Ti. 2:8; Jn. 4:23,24.
3. Dt. 6:6,7; Job 1:5; 1 P. 3:7.
4. Mt. 6:11.
5. Mt. 6:6.
6. Sal. 84:1,2,10; Mt. 18:20; 1 Co. 3:16; 1 Co. 14:25;
Ef. 2:21,22.
7. Hch. 2:42; He. 10:25.
7. Así como es la ley de la naturaleza que, en
general, una proporción de tiempo, por designio
de Dios, se dedique a la adoración a Dios, así en
su Palabra, por un mandamiento positivo, moral y
perpetuo que obliga a todos los hombres en todas
las épocas, Dios ha señalado particularmente un
día de cada siete como día de reposo, para que sea
guardado santo para él;1 el cual desde el principio
del mundo hasta la resurrección de Cristo fue el
último día de la semana y desde la resurrección
de Cristo fue cambiado al primer día de la
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semana, que es llamado el Día del Señor y debe
ser perpetuado hasta el fin del mundo como el día
de reposo cristiano, siendo abolida la observancia
del último día de la semana.2 1. Gn. 2:3; Ex. 20:8-11; Mr. 2:27,28; Ap. 1:10.
2. Jn. 20:1; Hch. 2:1; Hch. 20:7; 1 Co. 16:1; Ap. 1:10;
Col. 2:16,17.
8. El día de reposo se guarda santo para el Señor
cuando los hombres, después de la debida
preparación de su corazón y de haber ordenado de
antemano todos sus asuntos cotidianos, no
solamente observan un santo descanso durante
todo el día de sus propias labores, palabras y
pensamientos1 acerca de sus ocupaciones y
diversiones seculares, sino que también se
dedican todo el tiempo al ejercicio público y
privado de la adoración de Dios, y a los deberes
que son por necesidad y por misericordia.2 1. Ex. 20:8-11; Neh. 13:15-22; Is. 58:13,14; Ap. 1:10.
2. Mt. 12:1-13; Mr. 2:27,28.
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Confesión capítulo 23.
De los juramentos y votos lícitos
1. Un juramento lícito es una parte de la adoración
religiosa en la cual la persona que jura con
verdad, justicia y juicio, solemnemente pone a
Dios como testigo de lo que jura, y para que le
juzgue conforme a la verdad o la falsedad de lo
que jura.1 1. Dt. 10:20; Ex. 20:7; Lv. 19:12; 2 Cr. 6:22,23; 2 Co. 1:23.
2. Los hombres sólo deben jurar por el nombre de
Dios, y al hacerlo, han de usarlo con todo temor
santo y reverencia. Por lo tanto, jurar vana o
temerariamente por este nombre glorioso y
temible, o simplemente jurar por cualquier otra
cosa, es pecaminoso y debe reprobarse.1 Sin
embargo, en asuntos de peso y de importancia,
para confirmación de la verdad y para poner fin
totalmente a una contienda, la Palabra de Dios
justifica el juramento, por eso, cuando una
autoridad legítima exija un juramento lícito en
tales casos, el juramento debe hacerse.2 1. Dt. 6:13; 28:58; Ex. 20:7; Jer. 5:7.
2. He. 6:13-16; Gn. 24:3; Gn. 47:30,31; Gn. 50:25;
1 R. 17:1; Neh. 13:25; Neh. 5:12; Esd. 10:5;
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Nm. 5:19,21; 1 R. 8:31; Ex. 22:11; Is. 45:23; Is. 65:16;
Mt. 26:62-64; Ro. 1:9; 2 Co. 1:23; Hch. 18:18.
3. Todo aquel que haga un juramento justificado por
la Palabra de Dios debe considerar seriamente la
gravedad de un acto tan solemne, y no afirmar en
el mismo nada sino lo que sepa que es verdad,
porque por juramentos imprudentes, falsos y
vanos se provoca al Señor y por razón de ello la
tierra gime.1 1. Ex. 20:7; Lv. 19:12; Nm. 30:2; Jer. 4:2; 23:10.
4. Un juramento debe hacerse con palabras comunes
cuyo sentido es claro, sin equívocos ni reservas
mentales.1 1. Sal. 24:4; Jer. 4:2.
5. Un voto (que no ha de hacerse a ninguna criatura,
sino sólo a Dios1) ha de hacerse y cumplirse con
todo cuidado piadoso y con fidelidad;2 pero los
votos monásticos papistas de celibato perpetuo,
pretendida pobreza y obediencia a las reglas
eclesiásticas, distan tanto de ser grados de
perfección superior que son realmente trampas
supersticiosas y pecaminosas en las que ningún
cristiano debe enredarse.3 1. Nm. 30:2,3; Sal. 76:11; Jer. 44:25,26.
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2. Nm. 30:2; Sal. 61:8; Sal. 66:13,14; Ec. 5:4-6; Is. 19:21.
3. 1 Co. 6:18 con 1 Co. 7:2,9; 1 Ti. 4:3; Ef. 4:28;
1 Co. 7:23; Mt. 19:11,12.
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Confesión capítulo 24.
De las autoridades civiles
1. Dios, el supremo Señor y Rey del mundo entero,
ha instituido autoridades civiles para sujetarse a
él y gobernar al pueblo1 para la gloria de Dios y
el bien público;2 y con este fin, les ha provisto
con el poder de la espada, para la defensa y el
ánimo de los que hacen lo bueno, y para el
castigo de los hacen el mal.3 1. Sal. 82:1; Lc. 12:48; Ro. 13:1-6; 1 P. 2:13,14.
2. Gn. 6:11-13 con Gn. 9:5,6; Sal. 58:1,2; Sal. 72:14;
Sal. 82:1-4; Pr. 21:15; Pr. 24:11,12; Pr. 29:14,26;
Pr. 31:5; Ez. 7:23; Ez. 45:9; Dn. 4:27; Mt. 22:21;
Ro. 13:3,4; 1 Ti. 2:2; 1 P. 2:14.
3. Gn. 9:6; Pr. 16:14; Pr. 19:12; Pr. 20:2; Pr. 21:15;
Pr. 28:17; Hch. 25:11; Ro. 13:4; 1 P. 2:14.
2. Es lícito para los cristianos aceptar cargos dentro
de la autoridad civil cuando sean llamados a
ocuparlos;1 en el desempeño de dichos cargos
deben mantener especialmente la justicia y la paz,
según las buenas leyes de cada reino y estado; y
así, ahora con este propósito, bajo el Nuevo
Testamento, pueden hacer lícitamente la guerra
en ocasiones justas y necesarias.2
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1. Ex. 22:8,9,28,29; Daniel; Nehemías; Pr. 14:35;
Pr. 16:10,12; Pr. 20:26,28; Pr. 25:2; Pr. 28:15,16;
Pr. 29:4,14; Pr. 31:4,5; Ro. 13:2,4,6.
2. Lc. 3:14; Ro. 13:4.
3. Habiendo sido instituidas por Dios las
autoridades civiles con los fines ya mencionados,
se les debe rendir sujeción1 en el Señor en todas
las cosas lícitas2 que manden, no sólo por causa
de la ira sino también de la conciencia; y
debemos ofrecer súplicas y oraciones a favor de
los reyes y de todos los que están en autoridad,
para que bajo su gobierno vivamos una vida
tranquila y sosegada en toda piedad y
honestidad.3 1. Pr. 16:14,15; Pr. 19:12; Pr. 20:2; Pr. 24:21,22;
Pr. 25:15; Pr. 28:2; Ro. 13:1-7; Tit. 3:1; 1 P. 2:13,14.
2. Dn. 1:8; Dn. 3:4-6,16-18; Dn. 6:5-10,22; Mt. 22:21;
Hch. 4:19,20; Hch. 5:29.
3. Jer. 29:7; 1 Ti. 2:1-4
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Lección 10
La iglesia y los santos
Confesión capítulo 25.
Del matrimonio
1. El matrimonio ha de ser entre un hombre y una
mujer; no es lícito para ningún hombre tener más
de una esposa, ni para ninguna mujer tener más
de un marido.1 1. Gn. 2:24 con Mt. 19:5,6; 1 Ti. 3:2; Tit. 1:6.
2. El matrimonio fue instituido para la mutua ayuda
de esposo y esposa;1 para multiplicar el género
humano por medio de una descendencia legítima2
y para evitar la impureza.3 1. Gn. 2:18; Pr. 2:17; Mal. 2:14.
2. Gn. 1:28; Sal. 127:3-5; Sal. 128:3,4.
3. 1 Co. 7:2,9.
3. Pueden casarse lícitamente toda clase de personas
capaces de dar su consentimiento en su sano
juicio;1 sin embargo, es deber de los cristianos
casarse en el Señor. Y, por lo tanto, los que
profesan la verdadera fe no deben casarse con
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incrédulos o idólatras; ni deben los que son
piadosos unirse en yugo desigual, casándose con
los que viven una vida malvada o que sostengan
herejías condenables.2 1. 1 Co. 7:39; 2 Co. 6:14; He. 13:4; 1 Ti. 4:3.
2. 1 Co. 7:39; 2 Co. 6:14.
4. El matrimonio no debe contraerse dentro de los
grados de consanguinidad o afinidad prohibidos
en la Palabra, ni pueden tales matrimonios
incestuosos legalizarse jamás por ninguna ley
humana, ni por el consentimiento de las partes, de
tal manera que esas personas puedan vivir juntas
como marido y mujer.1 1. Lv. 18:6-18; Am. 2:7; Mr. 6:18; 1 Co. 5:1.
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Confesión capítulo 26.
De la Iglesia
1. La iglesia católica o universal,1 que (con respecto
a la obra interna del Espíritu y la verdad de la
gracia) puede llamarse invisible, se compone del
número completo de los electos que han sido, son
o serán reunidos en uno bajo Cristo, su cabeza; y
es la esposa, el cuerpo, la plenitud de aquel que
llena todo en todos.2 1. Mt. 16:18; 1 Co. 12:28; Ef. 1:22; Ef. 4:11-15;
Ef. 5:23-25,27,29,32; Col. 1:18,24; He. 12:23.
2. Ef. 1:22; Ef. 4:11-15; Ef. 5:23-25,27,29,32; Col. 1:18,24;
Ap. 21:9-14.
2. Todos en todo el mundo que profesan la fe del
evangelio y obediencia a Dios por Cristo
conforme al mismo, que no destruyen su propia
profesión mediante errores fundamentales o
conductas impías, son y pueden ser llamados
santos visibles;1 y de tales deben estar
compuestas todas las congregaciones locales.2 1. 1 Co. 1:2; Ro. 1:7,8; Hch. 11:26; Mt. 16:18;
Mt. 28:15-20; 1 Co. 5:1-9.
2. Mt. 18:15-20; Hch. 2:37-42; Hch. 4:4; Ro. 1:7;
1 Co. 5:1-9.
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3. Las iglesias más puras bajo el cielo están sujetas
a la impureza y al error,1 y algunas se han
degenerado tanto que han llegado a ser no iglesias
de Cristo sino sinagogas de Satanás.2 Sin
embargo, Cristo siempre ha tenido y siempre
tendrá un reino en este mundo, hasta el fin del
mismo, compuesto de aquellos que creen en él y
profesan su nombre.3 1. 1 Co. 1:11; 1 Co. 5:1; 1 Co. 6:6; 1 Co. 11:17-19;
3 Jn. 9,10; Ap. 2 y 3.
2. Ap. 2:5 con Ap. 1:20; 1 Ti. 3:14,15; Ap. 18:2.
3. Mt. 16:18; Mt. 24:14; Mt. 28:20; Mr. 4:30-32;
Sal. 72:16-18; Sal. 102:28; Is. 9:6,7; Ap. 12:17;
Ap. 20:7-9.
4. La Cabeza de la Iglesia es el Señor Jesucristo, en
quien, por el designio del Padre, todo el poder
requerido para el llamamiento, el establecimiento,
el orden o el gobierno de la iglesia, está suprema
y soberanamente investido.1 No puede el papa de
Roma ser cabeza de ella en ningún sentido, sino
que él es aquel Anticristo, aquel hombre de
pecado e hijo de perdición, que se ensalza en la
iglesia contra Cristo y contra todo lo que se llama
Dios, a quien el Señor destruirá con el resplandor
de su venida.2 1. Col. 1:18; Ef. 4:11-16; 1:20-23; 5:23-32; 1 Co. 12:27,28;
Jn. 17:1-3; Mt. 28:18-20; Hch. 5:31; Jn. 10:14-16.
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2. 2 Ts. 2:2-9.
5. En el ejercicio de este poder que le ha sido
confiado, el Señor Jesús, a través del ministerio
de su Palabra y por su Espíritu, llama a sí mismo
del mundo a aquellos que le han sido dados por
su Padre1 para que anden delante de él en todos
los caminos de la obediencia que él les prescribe
en su Palabra.2 A los así llamados, les ordena
andar juntos en congregaciones concretas, o
iglesias, para su edificación mutua y la debida
observancia del culto público, que él requiere de
ellos en el mundo.3 1. Jn. 10:16,23; Jn. 12:32; Jn. 17:2; Hch. 5:31,32.
2. Mt. 28:20.
3. Mt. 18:15-20; Hch. 14:21-23; Tit. 1:5; 1 Ti. 1:3;
1 Ti. 3:14-16; 1 Ti. 5:17-22.
6. Los miembros de estas iglesias son santos por su
llamamiento, y en una forma visible manifiestan y
evidencian (por su profesión de fe y su conducta)
su obediencia al llamamiento de Cristo;1 y
voluntariamente acuerdan andar juntos, conforme
al designio de Cristo, dándose a sí mismos al
Señor y mutuamente, por la voluntad de Dios,
profesando sujeción a los preceptos del
evangelio.2
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1. Mt. 28:18-20; Hch. 14:22,23; Ro. 1:7; 1 Co. 1:2 con los
vv. 13-17; 1 Ts. 1:1 con los vv. 2-10; Hch. 2:37-42;
Hch. 4:4; Hch. 5:13,14.
2. Hch. 2:41,42; Hch. 5:13,14; 2 Co. 9:13.
7. A cada una de estas iglesias así reunidas, el
Señor, conforme a su voluntad declarada en su
Palabra, ha dado todo el poder y autoridad en
cualquier sentido necesario para realizar el orden
en la adoración y en la disciplina que él ha
instituido para que lo guarden; juntamente con
mandatos y reglas para el ejercicio propio y
correcto y la ejecución del mencionado poder.1 1. Mt. 18:17-20; 1 Co. 5:4,5,13; 2 Co. 2:6-8.
8. Una iglesia local, reunida y completamente
organizada de acuerdo con la voluntad de Cristo,
está compuesta por oficiales y miembros; y los
oficiales designados por Cristo para ser escogidos
y apartados por la iglesia (así llamada y reunida),
para la particular administración de las
ordenanzas y el ejercicio del poder o el deber, que
él les confía o a los que los llama, para que
continúen hasta el fin del mundo, son los obispos
o ancianos, y los diáconos.1 1. Fil. 1:1; 1 Ti. 3:1-13; Hch. 20:17,28; Tit. 1:5-7; 1 P. 5:2.
9. La manera designada por Cristo para el
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llamamiento de cualquier persona que ha sido
calificada y dotada por el Espíritu Santo1 para el
oficio de obispo o anciano en una iglesia, es que
sea escogido para el mismo por la votación
común de la iglesia misma,2 y solemnemente
apartado mediante ayuno y oración con la
imposición de manos de los ancianos de la
iglesia, si es que hay algunos constituidos
anteriormente en ella;3 y para el oficio de
diácono, que sea escogido por la misma votación
y apartado mediante oración y la misma
imposición de manos.4 1. Ef. 4:11; 1 Ti. 3:1-13.
2. Hch. 6:1-7; Hch. 14:23 con Mt. 18:17-20; 1 Co. 5:1-13.
3. 1 Ti. 4:14; 5:22.
4. Hch. 6:1-7.
10. Siendo la obra de los pastores atender
constantemente al servicio de Cristo, en sus
iglesias, en el ministerio de la Palabra y la
oración, velando por sus almas, como aquellos
que han de dar cuenta a él,1 es la responsabilidad
de las iglesias a las que ellos ministran darles no
solamente todo el respeto debido, sino compartir
también con ellos todas sus cosas buenas, según
sus posibilidades,2 de manera que tengan una
provisión adecuada, sin que tengan que enredarse
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en actividades seculares,3 y puedan también
practicar la hospitalidad hacia los demás.4 Esto lo
requiere la ley de la naturaleza y el mandato
expreso de Nuestro Señor Jesús, quien ha
ordenado que los que predican el evangelio vivan
del evangelio.5 1. Hch. 6:4; 1 Ti. 3:2; 1 Ti. 5:17; He. 13:17.
2. 1 Ti. 5:17,18; 1 Co. 9:14; Gá. 6:6,7.
3. 2 Ti. 2:4.
4. 1 Ti. 3:2.
5. 1 Co. 9:6-14; 1 Ti. 5:18.
11. Aunque sea la responsabilidad de los obispos o
pastores de las iglesias, según su oficio, estar
constantemente dedicados a la predicación de la
Palabra, la obra de predicar la Palabra no está tan
particularmente limitada a ellos, sino que otros
también dotados y calificados por el Espíritu
Santo para ello y aprobados y llamados por la
iglesia, pueden y deben desempeñarla.1 1. Hch. 8:5; Hch. 11:19-21; 1 P. 4:10,11.
12. Todos los creyentes están obligados a unirse a
iglesias locales cuándo y dónde tengan
oportunidad de hacerlo. Asimismo, todos aquellos
que son admitidos a los privilegios de una iglesia
también están sujetos a la disciplina y el gobierno
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de la misma, conforme a la norma de Cristo.1 1. 1 Ts. 5:14; 2 Ts. 3:6,14,15; 1 Co. 5:9-13; He. 13:17.
13. Ningún miembro de iglesia, por alguna ofensa
recibida, habiendo cumplido el deber requerido
de él hacia la persona que le ha ofendido, debe
perturbar el orden de la iglesia, o faltar a las
reuniones de la iglesia o abstenerse de la
pariticipación de ninguna de las ordenanzas por
tal ofensa de cualquier otro miembro, sino que
debe esperar en Cristo mientras prosigan las
actuaciones de la iglesia.1 1. Mt. 18:15-17; Ef. 4:2,3; Col. 3:12-15; 1 Jn. 2:7-11,18,19;
Ef. 4:2,3; Mt. 28:20.
14. Puesto que cada iglesia, y todos sus miembros,
están obligados a orar continuamente por el bien
y la prosperidad de todas las iglesias de Cristo en
todos los lugares, y en todas las ocasiones ayudar
a cada una dentro de los límites de sus áreas y
vocaciones, en el ejercicio de sus dones y
virtudes,1 así las iglesias, cuando estén
establecidas por la providencia de Dios de manera
que puedan gozar de la oportunidad y el beneficio
de ello,2 deben tener comunión entre sí, para su
paz, crecimiento en amor y edificación mutua.3
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1. Jn. 13:34,35; Jn. 17:11,21-23; Ef. 4:11-16; Ef. 6:18;
Sal. 122:6; Ro. 16:1-3; 3 Jn. 8-10 con 2 Jn. 5-11;
Ro. 15:26; 2 Co. 8:1-4,16-24; 2 Co. 9:12-15; Col. 2:1 con
Col. 1:3,4,7 y Col. 4:7,12.
2. Gá. 1:2,22; Col. 4:16; Ap. 1:4; Ro. 16:1,2; 3 Jn. 8-10.
3. 1 Jn. 4:1-3 con 2 y 3 Juan; Ro. 16:1-3; 2 Co. 9:12-15;
Jos. 22.
15. En casos de dificultades o diferencias respecto a
la doctrina o el gobierno de la iglesia, en que las
iglesias en general o una sola iglesia están
preocupadas por su paz, unión y edificación; o
uno o varios miembros de una iglesia son
dañados por procedimientos disciplinarios que no
coincidan con la verdad y al orden, es conforme a
la voluntad de Cristo que muchas iglesias que
tengan comunión entre sí, se reúnan a través de
sus representantes para considerar y dar su
consejo sobre los asuntos en disputa, para
informar a todas las iglesias involucradas.1 Sin
embargo, a los representantes congregados no se
les entrega ningún poder eclesiástico propiamente
dicho ni jurisdicción sobre las iglesias mismas
para ejercer disciplina sobre cualquiera de ellas o
sus miembros, ni para imponer sus decisiones
sobre ellas o sus oficiales.2 1. Gá. 2:2; Pr. 3:5-7; Pr. 12:15; Pr. 13:10.
2. 1 Co. 7:25,36,40; 2 Co. 1:24; 1 Jn. 4:1.
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Confesión capítulo 27.
De la comunión de los santos
1. Todos los santos que están unidos a Jesucristo,1
su cabeza, por su Espíritu y por la fe2 (aunque no
por ello vengan a ser una persona con él3),
participan en sus virtudes, padecimientos, muerte,
resurrección y gloria;4 y, estando unidos unos a
otros en amor, participan mutuamente de sus
dones y virtudes,5 y están obligados al
cumplimiento de tales deberes, públicos y
privados, de manera ordenada, que conduzcan a
su bien mutuo, tanto en el hombre interior como
en el exterior.6 1. Ef. 1:4; Jn. 17:2,6; 2 Co. 5:21; Ro. 6:8; Ro. 8:17;
Ro. 8:2; 1 Co. 6:17; 2 P. 1:4.
2. Ef. 3:16,17; Gá. 2:20; 2 Co. 3:17,18.
3. 1 Co. 8:6; Col. 1:18,19; 1 Ti. 6:15,16; Is. 42:8; Sal. 45:7;
He. 1:8,9.
4. 1 Jn. 1:3; Jn. 1:16; Jn. 15:1-6; Ef. 2:4-6; Ro. 4:25;
Ro. 6:1-6; Fil. 3:10; Col. 3:3,4.
5. Jn. 13:34,35; Jn. 14:15; Ef. 4:15; 1 P. 4:10; Ro. 14:7,8;
1 Co. 3:21-23; 1 Co. 12:7,25-27.
6. Ro. 1:12; Ro. 12:10-13; 1 Ts. 5:11,14; 1 P. 3:8;
1 Jn. 3:17,18; Gá. 6:10.
2. Los santos, por su profesión, están obligados a
mantener entre sí un compañerismo y comunión
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santos en la adoración a Dios y en el
cumplimiento de los otros servicios espirituales
que tiendan a su edificación mutua,1 así como a
ayudarse unos a otros en las cosas externas según
sus posibilidades y necesidades.2 Según la norma
del evangelio, aunque esta comunión deba
ejercerse especialmente en las relaciones en que
se encuentren, ya sea en las familias o en las
iglesias,3 debe extenderse, según Dios dé la
oportunidad, a toda la familia de la fe, es decir, a
todos los que en todas partes invocan el nombre
del Señor Jesús.4 Sin embargo, su comunión
mutua como santos no quita ni infringe el derecho
o la propiedad que cada hombre tiene sobre sus
bienes y posesiones.5 1. He. 10:24,25; He. 3:12,13.
2. Hch. 11:29,30; 2 Co. 8,9; Gá. 2; Ro. 15.
3. 1 Ti. 5:8,16; Ef. 6:4; 1 Co. 12:27.
4. Hch. 11:29,30; 2 Co. 8,9; Gá. 2; Gá. 6:10; Ro. 15.
5. Hch. 5:4; Ef. 4:28; Ex. 20:15.
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Lección 11:
Las ordenanzas
Confesión capítulo 28.
Del bautismo y la Cena del Señor
1. El bautismo y la Cena del Señor son ordenanzas
que han sido positiva y soberanamente instituidas
por el Señor Jesús, el único legislador,1 para que
continúen en su iglesia hasta el fin del mundo.2 1. Mt. 28:19,20; 1 Co. 11:24,25.
2. Mt. 28:18-20; Ro. 6:3,4; 1 Co. 1:13-17; Gá. 3:27; Ef. 4:5;
Col. 2:12; 1 P. 3:21; 1 Co. 11:26; Lc. 22:14-20.
2. Estas santas instituciones han de ser
administradas solamente por aquellos que estén
calificados y llamados para ello, según la
comisión de Cristo.1 1. Mt. 24:45-51; Lc. 12:41-44; 1 Co. 4:1; Tit. 1:5-7.
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Confesión capítulo 29.
Del bautismo
1. El bautismo es una ordenanza del Nuevo
Testamento instituida por Jesucristo, con el fin de
ser para la persona bautizada una señal de su
comunión con él en su muerte y resurrección, de
estar injertado en él,1 de la remisión de pecados2
y de su entrega a Dios por medio de Jesucristo
para vivir y andar en novedad de vida.3 1. Ro. 6:3-5; Col. 2:12; Gá. 3:27.
2. Mr. 1:4; Hch. 22:16.
3. Ro. 6:4.
2. Los que realmente profesan arrepentimiento para
con Dios y fe en Nuestro Señor Jesucristo y
obediencia a él son los únicos adecuados para
recibir esta ordenanza.1 1. Mt. 3:1-12; Mr. 1:4-6; Lc. 3:3-6; Mt. 28:19,20;
Mr. 16:15,16; Jn. 4:1,2; 1 Co. 1:13-17; Hch. 2:37-41;
Hch. 8:12,13,36-38; Hch. 9:18; Hch. 10:47,48;
Hch. 11:16; Hch. 15:9; Hch. 16:14,15,31-34; Hch. 18:8;
Hch. 19:3-5; Hch. 22:16; Ro. 6:3,4; Gá. 3:27; Col. 2:12;
1 P. 3:21; Jer. 31:31-34; Fil. 3:3; Jn. 1:12,13; Mt. 21:43.
3. El elemento exterior que debe usarse en esta
ordenanza es el agua, en la cual ha de ser
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bautizada1 la persona en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo.2 1. Mt. 3:11; Hch. 8:36,38; Hch. 22:16.
2. Mt. 28:18-20.
4. La inmersión de la persona en el agua es
necesaria para la correcta administración de esta
ordenanza.1 1. 2 R. 5:14; Sal. 69:2; Is. 21:4; Mr. 1:5,8-9; Jn. 3:23;
Hch. 8:38; Ro. 6:4; Col. 2:12; Mr. 7:3,4; Mr. 10:38,39;
Lc. 12:50; 1 Co. 10:1,2; Mt. 3:11; Hch. 1:5,8;
Hch. 2:1-4,17.
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Confesión capítulo 30.
De la Cena del Señor
1. La Cena del Señor Jesús fue instituida por él la
misma noche que fue entregado,1 para que se
observara en sus iglesias2 hasta el fin del mundo,3
para el recuerdo perpetuo y para la manifestación
del sacrificio de sí mismo en su muerte,4 para
confirmación de la fe de los creyentes en todos
los beneficios de la misma,5 para su alimentación
espiritual y crecimiento en él,6 para un mayor
compromiso en todas las obligaciones que le
deben a él,7 y para ser un vínculo y una prenda de
su comunión con él y entre ellos mutuamente.8 1. 1 Co. 11:23-26; Mt. 26:20-26; Mr. 14:17-22;
Lc. 22:19-23.
2. Hch. 2:41,42; Hch. 20:7; 1 Co. 11:17-22,33,34.
3. Mr. 14:24,25; Lc. 22:17-22; 1 Co. 11:24-26.
4. 1 Co. 11:24-26; Mt. 26:27,28; Lc. 22:19,20.
5. Ro. 4:11.
6. Jn. 6:29,35,47-58.
7. 1 Co. 11:25.
8. 1 Co. 10:16,17.
2. En esta ordenanza, Cristo no es ofrecido a su
Padre, ni se hace en absoluto ningún verdadero
sacrificio para la remisión del pecado ni de los
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vivos ni de los muertos; sino que solamente es un
memorial de aquel único ofrecimiento de sí
mismo y por sí mismo en la cruz, una sola vez
para siempre,1 y una ofrenda espiritual de toda la
alabanza posible a Dios por el mismo.2 Así que el
sacrificio papal de la misa, como ellos la llaman,
es sumamente abominable e injurioso al sacrificio
mismo de Cristo, la única propiciación por todos
los pecados de los escogidos. 1. Jn. 19:30; He. 9:25-28; He. 10:10-14; Lc. 22:19;
1 Co. 11:24,25.
2. Mt. 26:26,27,30 con He. 13:10-16.
3. El Señor Jesús, en esta ordenanza, ha designado a
sus ministros para que oren y bendigan los
elementos del pan y del vino, y que los aparten
así del uso común para el uso sagrado; que tomen
y partan el pan, y tomen la copa y (participando
también ellos mismos) den ambos a los
participantes.1 1. 1 Co. 11:23-26; Mt. 26:26-28; Mr. 14:24,25;
Lc. 22:19-22.
4. Negar la copa a los miembros de la iglesia,1
adorar los elementos, elevarlos o llevarlos de un
lugar a otro para adorarlos y guardarlos para
cualquier pretendido uso religioso,2 es contrario a
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la naturaleza de esta ordenanza y a que Cristo
instituyó.3 1. Mt. 26:27; Mr. 14:23; 1 Co. 11:25-28.
2. Ex. 20:4,5.
3. Mt. 15:9.
5. Los elementos externos de esta ordenanza,
debidamente separados para el uso ordenado por
Cristo, tienen tal relación con el Crucificado que
en un sentido verdadero, aunque en términos
figurativos, se llaman a veces por el nombre de
las cosas que representan, a saber: el cuerpo y la
sangre de Cristo;1 no obstante, en sustancia y en
naturaleza, esos elementos siguen siendo
verdadera y solamente pan y vino, como eran
antes.2 1. 1 Co. 11:27; Mt. 26:26-28.
2. 1 Co. 11:26-28; Mt. 26:29.
6. La doctrina que sostiene un cambio de sustancia
del pan y del vino en la sustancia del cuerpo y la
sangre de Cristo (llamada comúnmente
transustanciación), por la consagración de un
sacerdote, o de algún otro modo, es repugnante
no sólo a las Escrituras1 sino también al sentido
común y a la razón; echa abajo la naturaleza de la
ordenanza; y ha sido y es la causa de muchísimas
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supersticiones y, además, de crasas idolatrías. 1. Mt. 26:26-29; Lc. 24:36-43,50,51; Jn. 1:14; Jn. 20:26-29;
Hch. 1:9-11; Hch. 3:21; 1 Co. 11:24-26; Lc. 12:1;
Ap. 1:20; Gn. 17:10,11; Ez. 37:11; Gn. 41:26,27.
7. Los que reciben dignamente esta ordenanza,1
participando externamente de los elementos
visibles, también participan interiormente, por la
fe, de una manera real y verdadera, aunque no
carnal ni corporal, sino alimentándose
espiritualmente de Cristo crucificado y recibiendo
todos los beneficios de su muerte.2 El cuerpo y la
sangre de Cristo no están entonces ni carnal ni
corporal sino espiritualmente presentes en esta
ordenanza para la fe de los creyentes, tanto como
los elementos mismos lo están para sus sentidos
corporales.3 1. 1 Co. 11:28.
2. Jn. 6:29,35,47-58.
3. 1 Co. 10:16.
8. Todos los ignorantes e impíos, no siendo aptos
para gozar de la comunión con Cristo son, por lo
tanto, indignos de la mesa del Señor y, mientras
permanezcan como tales, no pueden, sin pecar
grandemente contra él, participar de estos
sagrados misterios o ser admitidos a ellos;1
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además, quienquiera que los reciba indignamente
es culpable del cuerpo y la sangre del Señor, pues
come y bebe juicio para sí.2 1. Mt. 7:6; Ef. 4:17-24; Ef. 5:3-9; Ex. 20:7,16; 1 Co. 5:9-13;
2 Jn. 10; Hch. 2:41,42; Hch. 20:7; 1 Co. 11:17-22,33,34.
2. 1 Co. 11:20-22,27-34.
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Lección 12:
Eternidad
Confesión capítulo 31.
Del estado del hombre después de la
muerte y de la resurrección de los
muertos
1. Los cuerpos de los hombres vuelven al polvo
después de la muerte y ven la corrupción,1 pero
sus almas (que ni mueren ni duermen), teniendo
una subsistencia inmortal, vuelven
inmediatamente a Dios que las dio.2 Las almas de
los justos, siendo entonces perfeccionadas en
santidad, son recibidas en el Paraíso donde están
con Cristo, y contemplan la faz de Dios en luz y
gloria, esperando la plena redención de sus
cuerpos.3 Las almas de los malvados son
arrojadas al infierno, donde permanecen
atormentadas y envueltas en densas tinieblas,
reservadas para el juicio del gran día.4 Fuera de
estos dos lugares para las almas separadas de sus
cuerpos, las Escrituras no admiten ningún otro.
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1. Gn. 2:17; Gn. 3:19; Hch. 13:36; Ro. 5:12-21; 1Co. 15:22.
2. Gn. 2:7; Stg. 2:26; Mt. 10:28; Ec. 12:7.
3. Sal. 23:6; 1 R. 8:27-49; Is. 63:15; Is. 66:1; Lc. 23:43;
Hch. 1:9-11; Hch. 3:21; 2 Co. 5:6-8; 2 Co. 12:2-4;
Ef. 4:10; Fil. 1:21-23; He. 1:3; He. 4:14,15; He. 6:20;
He. 8:1; He. 9:24; He. 12:23; Ap. 6:9-11; Ap. 14:13;
Ap. 20:4-6.
4. Lc. 16:22-26; Hch. 1:25; 1 P. 3:19; 2 P. 2:9.
2. Los santos que se encuentren vivos en el último
día no dormirán, sino que serán transformados,1 y
todos los muertos serán resucitados2 con sus
mismos cuerpos, y no con otros,3 aunque con
diferentes cualidades,4 y éstos se unirán otra vez a
sus almas para siempre.5 1. 1 Co. 15:50-53; 2 Co. 5:1-4; 1 Ts. 4:17.
2. Dn. 12:2; Jn. 5:28,29; Hch. 24:15.
3. Job 19:26,27; Jn. 5:28,29; 1 Co. 15:35-38,42-44.
4. 1 Co. 15:42-44,52-54.
5. Dn. 12:2; Mt. 25:46.
3. Los cuerpos de los injustos, por el poder de
Cristo, serán resucitados para deshonra;1 los
cuerpos de los justos, por su Espíritu,2 para
honra,3 y serán hechos entonces semejantes al
cuerpo glorioso de Cristo.4 1. Dn. 12:2; Jn. 5:28,29.
2. Ro. 8:1,11; 1 Co. 15:45; Gá. 6:8.
3. 1 Co. 15:42-49.
4. Ro. 8:17,29,30; 1 Co. 15:20-23,48,49; Fil. 3:21;
Col. 1:18; Col. 3:4; 1 Jn. 3:2; Ap. 1:5.
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Confesión capítulo 32.
Del juicio final
1. Dios ha establecido un día en el cual juzgará al
mundo con justicia por Jesucristo, a quien todo
poder y juicio ha sido dado por el Padre.1 En
aquel día, no sólo los ángeles apóstatas serán
juzgados,2 sino que también todas las personas
que han vivido sobre la tierra comparecerán
delante del tribunal de Cristo3 para dar cuenta de
sus pensamientos, palabras y acciones, y para
recibir conforme a lo que hayan hecho mientras
estaban en el cuerpo, sea bueno o malo.4 1. Hch. 17:31; Jn. 5:22,27.
2. 1 Co. 6:3; Jud. 6.
3. Mt. 16:27; Mt. 25:31-46; Hch. 17:30,31; Ro. 2:6-16;
2 Ts. 1:5-10; 2 P. 3:1-13; Ap. 20:11-15.
4. 2 Co. 5:10; 1 Co. 4:5; Mt. 12:36.
2. El propósito de Dios al establecer este día es la
manifestación de la gloria de su misericordia en
la salvación eterna de los escogidos, y la de su
justicia en la condenación eterna de los réprobos,
que son malvados y desobedientes;1 pues
entonces los justos entrarán a la vida eterna y
recibirán la plenitud de gozo y gloria con
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recompensas eternas en la presencia del Señor;
pero los malvados, que no conocen a Dios ni
obedecen al evangelio de Jesucristo, serán
arrojados al tormento eterno y castigados con
eterna perdición, lejos de la presencia del Señor y
de la gloria de su poder.2 1. Ro. 9:22,23.
2. Mt. 18:8; Mt. 25:41,46; 2 Ts. 1:9; He. 6:2; Jud. 6;
Ap. 14:10,11; Lc. 3:17; Mr. 9:43,48; Mt. 3:12; 5:26;
Mt. 13:41,42; Mt. 24:51; Mt. 25:30.
3. Así como Cristo quiere que estemos totalmente
persuadidos de que habrá un Día de Juicio, tanto
para disuadir a todos los hombres de pecar,1 como
para ser de mayor consuelo de los piadosos en su
adversidad;2 así también quiere que los hombres
no sepan cuándo será ese día, para que se
desprendan de toda seguridad carnal y estén
siempre velando porque no saben a qué hora
vendrá el Señor;3 y estén siempre preparados para
decir: Ven, Señor Jesús; ven pronto.4 Amén. 1. 2 Co. 5:10,11.
2. 2 Ts. 1:5-7.
3. Mr. 13:35-37; Lc. 12:35-40.
4. Ap. 22:20
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Gracias por tomar este curso.
Deseamos que se sienta motivado para continuar
estudiando la Palabra de Dios.
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