capÍtulo i · a recibir! yo qué sé; que siga con sus cápsulas de cultura o que se pase a...
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CAPÍTULO I
UNA BUENA HISTORIA
—No me agradezcas, cabrón.
—Gonzalo se levantó del sillón y activó el
altavoz para continuar—: Me habría
gustado darte la noticia en persona, para ver
qué cara ponías, pero esto urge, por eso te
llamé. Querías una oportunidad ¿no, Juan?,
¡aquí la tienes!, solo no lo olvides:
Armando quiere un chingo de fotos y
algunas entrevistas, de esas que… ya sabes,
podamos editar. —Gonzalo caminó al
dispensador, llenó el vaso, lo bebió de un
trago y regresó al escritorio—. ¿Estás ahí,
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cabrón?, dime algo. —Juan Ramón, el
reportero en ascenso de TVSEIS, quien
había permanecido en silencio desde que
tomó la llamada, trató de disimular la
emoción:
—Sí, sí, ¡así lo haré, Gonzalo!, yo…
yo… no voy a fallarles. Dile a Armando
que…
—¡Espera! me están llamando al
celular, no cuelgues. —Juan Ramón
aprovechó la pausa para asimilar la noticia
dada por Gonzalo, su jefe. Con las piernas
aun temblándole de la emoción, cruzó la
banqueta y se dirigió a un pasaje comercial
que tenía a unos pasos, en donde el sol del
mediodía no llegaba hasta los peatones
gracias a las altas fachadas. Se refugió en la
sombra y, sin dar crédito a su buena suerte,
pegó al oído el auricular, tanto como pudo,
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y escuchó atento las palabras que se
filtraban por la bocina.
¡No! <<breve silencio>> ¡Porque ya
le he dado la nota a Juan Ramón!,
<<silencio>> ¡porque fueron las órdenes
de Armando!, nada más por eso. <<pausa
prolongada>>. No me importa qué tenga
que decirme, dile que no venga, ¡no la voy
a recibir! Yo qué sé; que siga con sus
cápsulas de cultura o que se pase a
espectáculos, Rolando estaría fascinado de
poner ese culito que se carga a cuadro,
¡que aproveche!, antes de que se le note la
panza. <<carcajadas de Gonzalo y luego
un silencio>>. ¡Pues he dicho! Y Gustavo,
te voy a dar un consejo: en vez de que te
pongas a sobarme las bolas dile a tu
secretaria que llegue más temprano para
que atienda la contestadora. <<azote de
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un objeto sobre la mesa>> <<el rechinar
de un sillón>>.
—¿En qué estábamos, Juan?
—En que…
—¡Ah, sí! ¿Cómo ves a estos cabrones?
¡Se quieren quedar con la nota!
—Simpr…
Juan no pudo terminar la frase, tampoco le
extrañó; después de 2 años bajo el mando
de Gonzalo ya se había acostumbrado al
mal hábito que tenía de interrumpirlo
cuando hablaba, hábito que era más notorio
cuando la charla era por teléfono.
—¡Por eso te debes aplicar! Vete a Los
Agustinos, creo que debes empezar por ahí.
Trae una buena historia. No me importa si
lo que reportaron eran globos, un puto ovni
o un meteoro en llamas como dicen las
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grabaciones, lo que importa es que traigas
algo que venda, ¿me entiendes?
—Sí, por es…
—Nos estamos quedando sin
patrocinadores, ¡se están acabando los
contratos! —Gonzalo echó el peso para
delante reclinando el sillón, apoyó los
codos sobre el escritorio y con tono de
urgencia continuó—: Juan, cada vez nos ve
menos gente, las plataformas nos están
partiendo la madre, si seguimos así
empezarán a cortar cabezas y… a mi edad,
bueno… —guardó silencio para
desanudarse la corbata.
—No, nada de eso, voy a…
—¡Trae algo que podamos vender,
cabrón! Por eso te estoy mandando a ti.
Hiciste un buen trabajo con la nota del
fraude de las guarderías, justo eso
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necesitamos: que te armes una buena
historia y que la extiendas lo más posible,
porque… —Juan intuyó que algo estaba
por venir— …porque Armando quiere que
hagamos algunos en vivo, desde allá.
—¿¡En serio!?
—Sí, espera un segundo. —Gonzalo se
puso de pie con dificultad. Balanceándose
cual pingüino caminó hacia la puerta, echó
un vistazo al pasillo: la mayoría de los
trabajadores del canal estaba en sus
cubículos, aun así, cerró con seguro y se
volvió a su asiento para susurrar en el
altavoz—: Quieren meterte durante la
transmisión del noticiero. —El reportero no
pudo decir nada, solo levantó el puño y lo
sacudió con vigor al tiempo que daba de
saltos, la gente que caminaba por el pasaje
andaba a su lado sin mayor novedad; solo
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un hombre que estaba sentado en una
banca, frente a él, lo miró y le mostró el
pulgar arriba, pensando que festejaba algo
del Monarcas Morelia, equipo de futbol
que se había colado a la liguilla y del cual
Juan llevaba puesta una playera.
—Pero no lo escuchaste de mí ¡eh!
—Jefe, no tengo cómo agradecerle,
en…
—¡Te vas hoy! Martha ya tiene tus
viáticos, te dirá a dónde llegar porque al
parecer por allá no hay hoteles, ¡ah! y
Ángel ya está alistando las cosas.
—¿Ángel? ¿Por qué no me manda
con…?
—René está incapacitado, bueno…, él
no, su esposa, pero metió el permiso por
paternidad —Gonzalo interrumpió su
propio discurso con una carcajada—. ¡oi
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nomás esa mamada, Juan!, si la que parió
fue ella, dónde se había visto eso pues, pero
bueno, estos tiempos son así. ¿Tienes
alguna duda?
—No, solo termino de hacer unas
compras y paso al canal. Esta misma tarde
estamos allá.
—Es probable que Armando quiera que
trasmitan hoy, así que tente algo listo, por
si acaso. Yo te aviso en cuanto me
confirme.
—Entendido.
—¿Compras? —interrogó Gonzalo—.
¿Andas de compras? No estarás… —Juan
se ruborizó, tomó asiento junto al hombre
de la banca y recargándose con la cara al
cielo contestó:
—Sí, vine por el anillo, pienso dárselo
cuando venga su madre. —Una tanda de
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aplausos, cortesía de Gonzalo, le hicieron
alejarse el auricular.
—¡Bravo! ¡Te felicito, muchacho! Es
un paso importante, por eso yo nunca lo he
dado.
—¡je!, gracias. Y… ya que lo dice,
usted tiene que ser el padri…
—Mira qué buena pareja van a ser tú y
tu noviecita: un periodista y una
criminóloga. Como dice el dicho:
durmiendo con el enemigo ¿no? —Los dos
rieron. Antes de colgar y, regresando al
tono de urgencia, Gonzalo repuso:
—¿¡Juan!?
—¿Sí?
—No es por presionarte, pero de esta
nota pensamos colgar los patrocinios que
nos quedan. —Juan se puso de pie y se
rascó la cabeza sintiendo que no había
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saliva en su boca—. Por eso el productor
me pidió que te la encomendara, confío en
ti, no la vayas a cagar.
Hubiese sido un lunes cualquiera para
Gonzalo Ramírez, uno de los dos asesores
de contenido de TVSEIS, y jefe directo de
Juan Ramón Ortiz, el reportero más joven
bajo su mando; de no ser porque al llegar al
canal no se dirigió a su oficina, ocupaba
hojas para la impresora y por ello pasó a la
recepción a buscarlas. Había llegado media
hora antes que Laura, la secretaria de
Gustavo Flores, el otro asesor de
contenidos, lo que le permitió hurgar a sus
anchas en la gaveta de la papelería, en eso
estaba cuando un destello de la
contestadora llamó su atención. Al
acercarse se dio cuenta de que la grabadora
estaba a tope con más de 20 mensajes
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registrados, todos eran de la noche anterior
y de la madrugada del lunes, y en todos se
reportaba algo muy parecido. Gonzalo tuvo
tiempo de inspeccionar al azar 5
grabaciones y lo que escuchó hizo que
dirigiera al joven reportero a Los
Agustinos, a cubrir la nota. Este era el
contenido:
Primer mensaje grabado, noche del
domingo 30 de junio del 2019, 11:25 pm.
En voz de una mujer:
“Llamo para reportar unas líneas de
humo que hay en el cielo, son muchas,
salieron de las nubes y se perdieron en el
cerro de los agustinos, llamo de la
comunidad de Moncloa por si quieren
mandar a alguien”.
Fin del mensaje.
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Quinto mensaje grabado, noche del
domingo 30 de junio del 2019, 11:43 pm.
En voz de un joven:
“¡Están cayendo piedras en llamas! ¡oh
por dios…! Que venga alguien del
noticiero, estoy grabando, les vendo mi
vídeo, me llamo Hugo, Hugo Meléndez,
vivo en Santa Rosa, y… ¡Se lo voy a
vender al primero que llegue! ¡he!”.
Fin del mensaje.
Onceavo mensaje grabado, noche del
domingo 30 de junio del 2019, 11:59 pm.
“Soy Sonia, <<voz quebrada>> quiero
reportar que en el cerro de los agustinos
están cayendo cosas de las nubes, <<falla
de audio breve>>. Hay humo, fuego y
muchos truenos. La tierra tiembla y el
cielo…, el cielo se queja, oigan:
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<<silencio prolongado seguido de un
fuerte viento>>, <<yinn, yuinn>>,
<<rugidos de masas de fuego rompiendo
el aire>>. ¿Lo escuchan? <<moqueos y
llanto contenido>> …en el nombre de
Dios, que se apiade de nosotros y nos
perdone por todo.
Fin del mensaje.
Decimoséptimo mensaje grabado,
madrugada del lunes 1° de julio del
2019, 12:27 am.
En voz de una anciana:
“Señores de la tele vengan pa enseñarles
a todos lo que está pasando, tienen que
enterarse, <<murmullos poco claros>>,
<<cánticos en lenguas no conocidas>>,
gul, gul, nos están invadiendo, quieren
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esta tierra para él porque ya no puede
vivir en el espacio…
Interrumpe la voz de un hombre adulto:
“Mamá, ¿quién te dio el teléfono? cuelga,
nos vamos para El Sauz, Hortensia nos
está esperando”.
Fin del mensaje.
Último mensaje grabado, madrugada
del lunes 1° de julio del 2019, 1:37 am.
Voz indefinida:
“Nuestros padres nos lo advirtieron,
debimos irnos y dejarles todo, pero ya es
tarde <<se escuchan voces revueltas,
lejanas, principalmente de mujeres
entonando un rezo: Magnificat anima mea
Dominum, et exultavit spiritus meus in
Deo salutari meo, quia respexit
humilitatem ancillae suae. Ecce enim ex
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hoc beatam me dicent omnes
generationes…>>. Ha comenzado la
tortura de almas, está pasando otra vez,
fuimos condenados”.
Fin de la llamada.
En los 37 años que Gonzalo llevaba en el
canal algo había aprendido: una llamada
reportando un hecho era una mentira, tres
sobre un mismo tema, una probable nota.
Pero más de veinte llamadas reportando el
mismo incidente, sin duda era una historia,
historia que aseguraría poniéndola en
manos de un reportero ávido de fama, el
cual acababa de comprar una sortija de
matrimonio.
Al salir de la joyería Juan Ramón fue a casa
a hacer sus maletas. Antes de encaminarse
a la televisora rechazó el plato de arroz con
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pollo —que su madre ya había colocado en
la mesa— argumentando no tener tiempo,
lo que sí le aceptó fue la bendición. Al
llegar al canal buscó a Ángel y salieron
hacia Los Agustinos. Le habría gustado que
el camarógrafo fuese Rene, con él no
batallaba para las tomas y siempre captaba
su mejor ángulo, Ángel no lo hacía mal,
pero no era Rene. Para evitar el incómodo
silencio del viaje que recién empezaba,
ambos recurrieron a los temas de etiqueta:
¿Cómo está la familia? ¿Qué te parecen las
pendejadas del presidente? ¿Y quién crees
que se lleve la liguilla?
Daban las 4:00 de la tarde y Juan se
lamentaba por solo haber aceptado la
bendición de su madre, para su fortuna
Ángel paró a cargar gasolina en la última
despachadora que había en la ruta (según
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indicaba el mapa), ahí Juan pudo bajar a
comprar unas galletas en la tienda de
conveniencia. El chico que lo atendió: un
adolescente larguirucho y orejón, se limitó
a pasar por el lector los códigos de barras y
a extenderle el ticket, pero Juan aprovechó
para preguntarle: Si él había visto u oído
algo durante la noche. Tras rascarse la
cabeza el joven le dijo que no, que no había
estado de turno. Un tanto desanimado
volvió a preguntar, esta vez sobre el rumbo
de los agustinos, el joven expresó una
mueca confusa, salió con pasos flojos del
mostrador y luego de la tienda pidiéndole a
Juan que lo siguiera, caminaron unos
metros hasta llegar a la bomba de diésel y
ahí le señaló rumbo a un cerro que
sobresalía del resto de montañas. Lo alto de
su cresta eclipsaba todo a su entorno y se
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clavaba en las nubes dándoles el efecto de
algodones rasgados.
—Los Agustinos... —retomó el
reportero viendo hacia el poniente,
colocándose la palma acuñada sobre los
ojos emulando una visera—. ¿están en la
falda de aquel cerro?
—No. —contestó el joven elevando la
ceja—. ¿A dónde va?
—Al pueblo de Los Agustinos, somos
de TVSEIS, vamos a hacer un reportaje
sobre las cosas que cayeron del cielo. —El
chico no entendió la referencia, ninguna de
las dos.
—Así es, muchacho, ¿Qué no te
enteraste? —preguntó Ángel acercándose a
las espaldas de Juan tras haber llenado el
tanque de la camioneta. El chico negó con
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la cabeza y se encogió de hombros, después
agregó:
—Por allá no hay ningún pueblo que se
llame así.
—¿Qué dices? Si acabamos de
revisarlo en el maps —replicó Ángel sin
cambiar la pose bonachona. Por su parte
Juan solo se sobó la nuca.
—Los Agustinos son los cerros, así les
dicen, pero ahí no hay ningún pueblo que
se llame así.
—No, estás confundido, hijo. —Ángel
lo tomó del hombro y con aire de
autosuficiencia agregó—: Incluso tenemos
reservada una cabaña.
—¡Ah! ¡eso lo explica! —dijo el chico
sonriendo—. Entonces van a San Luis, ¡a
las cabañas! —Juan y Ángel voltearon a
verse y aguardaron por más información, el
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chico se las dio al instante—: Sí, en la
cumbre del cerro rentan cabañas, he ido con
mis tíos algunas veces, hay un pueblo que
se llama San Luis, está en la cima del cerro
más alto de los agustinos, ese —señaló de
nuevo hacia la montaña—, aunque…
—¡Aunque qué! —El camarógrafo y el
reportero acortaron la distancia que había
entre ellos y el muchacho, quien se veía
más que complacido de tener su atención.
—La gente de por allá es rara, ceca y
parca, como dice mi apá, pero bueno, a lo
mejor así nos trataron a nosotros porque no
llevábamos dinero. —Los miró a los ojos
asintiendo alternadamente—. Pero si
ustedes van de la tele me imagino que los
van a tratar bien.
—¡Pancho! —se escuchó desde la
tienda. Un hombre de sombrero y bigote se
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encontraba en la puerta, llevaba una botella
de tequila en la mano—. ¡Ándale, Pancho,
que llevo prisa!
Pancho se despidió y echó carrera; antes
de entrar a la tienda se giró y les dijo:
—Si yo fuera ustedes le llenaría bien el
tanque —señaló hacia la Astro en la que
viajaban—. Y me llevaría unas garrafas
extras, como dice mi tío: por aquello de las
malditas dudas.
Pancho no había exagerado con lo de la
gasolina, la aguja del tanque se acercaba
veloz al último cuarto tras hora y media de
camino, no así ellos a la gran montaña.
Desde que dejaron atrás las comunidades,
siendo la última de estas Las Cruces, y
tomaron la brecha de terracería que
serpenteaba por entre parcelas y campo
silvestre, el consumo de combustible se
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disparó. Los frenones y acelerones por lo
accidentado de la vereda eran una de las
causas, obviamente el peso de la camioneta
cargada con el equipo era otra, pero la
principal, sin duda, era que desde que
salieron de la carretera el camino había ido
en subida, no en una pronunciada
pendiente, sino en un incremento constante
de pocos grados diluidos a lo largo del
trayecto. La altitud a la que se hallaban
hubiese sido imperceptible de no ser
porque al mirar por los espejos veían
quedarse atrás, atrás y abajo, a los pueblos
por los que habían cruzado. El constante
zarandeo hacía que el líquido de las
garrafas chapoteara todo el tiempo, una de
ellas, la que justamente cerró Ángel, iba
tirando gasolina por entre el tapón mal
enroscado, cuando el aroma llegó a las
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narices de los tripulantes pararon la marcha
para echar un vistazo.
—¿¡Cuánto crees que falte!? —inquirió
Juan Ramón hoscamente como si su
compañero tuviera la culpa de que Romi, su
novia, no le contestara el teléfono. Le había
llamado desde que salieron del canal y lo
siguió haciendo durante lo que llevaban de
camino, pero el teléfono estaba apagado.
Tuvo que conformarse con enviarle
mensajes esperando que lo contactara en
cuanto los viera, cosa que no había
sucedido.
—Según el maps nos falta poco más de
una hora, pero… no lo sé, el cerro se ve
igual de retirado que cuando dejamos la
carretera. —La voz de Ángel: afable y
tranquila, hizo que Juan sintiera culpa—.
¡Sí, mira! se venía tirando, no la taparon
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bien. —El camarógrafo que para ese
entonces había bajado de la camioneta y
abierto la corrediza para echar un vistazo,
con lo primero que se topó fue con la
garrafa naranja bañada en gasolina; hizo
una seña de desaprobación y valiéndose de
la franela que llevaba bajo los asientos se
apuró a limpiarla. Juan también bajó del
vehículo, estiró los brazos y regresando a la
camaradería habitual preguntó ajeno a la
franela y a la garrafa:
—¿Traes a la mano la cámara?
—Sí, la mochila de hasta arriba, en la
puerta trasera. —Abrió la portezuela y de la
mochila superior sacó una cámara de lente
retráctil, la encendió y comenzó a caminar
sendero abajo disparando flashes a todos
lados. Ángel subió la garrafa a la camioneta
y cerró de un azote la corrediza para
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seguirle los pasos, lo alcanzó con la
respiración agitada al pie de un mezquite
seco, cuando fotografiaba sus ramas
contrapuestas a la luz del sol.
—No es por ser pesimista, pero creo
que no vamos a encontrar la historia que
Gonzalo quiere.
<<Ahí estaba otra de las diferencias
del porqué Rene y no Ángel>>. Pensó.
—Siempre hay una buena historia en
lugares como este, Ángel, solo hay que
buscarla. —El camarógrafo asintió no muy
convencido, Juan le sonrió dándole unas
palmadas en su ancha espalda, de haber
sabido que la playera estaba empapada en
sudor no lo habría hecho. Habían avanzado
unos metros rumbo a la Astro cuando un
quejido que repicó en eco frenó sus pasos.
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—¡Dios santo! ¿¡Qué es eso!?
—inquirió el camarógrafo dando medio
giro a la derecha.
—No lo sé —respondió Juan imitando
el movimiento—, pero vino de allá
—señaló hacia un alto bloque de milpas. El
ruido repicó otra vez; más lejano y difuso—
. ¡Vamos! —Juan echó carrera sin esperar
respuesta, de un salto brincó la cerca de
piedras que había en torno a la siembra y se
internó en el maizal con lente en mano,
Ángel hizo lo mismo; en cámara lenta. El
sollozo se seguía escuchando mientras
avanzaban por el terreno, Ángel fue
quedándose atrás, ya no veía las rayas
fluorescentes de la playera de Juan, aun así,
avanzaba a su máxima velocidad mientras
espigas, hojas y gruesas mazorcas le
azotaban en el rostro, no tardó en dar
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traspié exhalando un sonido bofo al caer de
panza contra el suelo.
—Ven —susurró Juan—, ven, por acá,
no, no te levantes. —Ángel obedeció, se
arrastró tragando tierra hacia él sin
importarle los raspones ni rasguños. Juan
Ramón estaba inmóvil a unos 4 metros,
tendido sobre un montículo de tallos
apilados en torno a una extensión de tierra
sobre la que no había germinado la semilla.
—Mira, ahí. —El golpeteo que le resonaba
al camarógrafo entre el pecho y los oídos le
impidió escuchar las palabras, pero siguió
el índice de su compañero que apuntaba al
centro de la mancha árida, en donde se
hallaban tres vacas paradas, una frente a
otra formando una especie de círculo con la
cabeza agachada al ras de los surcos.
—Ángel apretó la quijada y le habría
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gustado pasar saliva en lugar de tierra al ver
que algo había ahí, en medio de ellas, algo
que se movía y se quejaba.
—Santo Di… —Juan le sofocó el
aliento con la mano izquierda, mientras con
la derecha apuntaba el lente. Los bovinos
seguían con el hocico clavado en la tierra,
los sonidos ahogados que de ahí se oían
iban disminuyendo con cada golpe de
pezuña que dos de las tres vacas daban al
centro del círculo, mientras la otra sumía y
sumía la cabeza, enterrando el hocico en
algo blando. El último quejido repicó, lo
hizo con la potencia de la primera vez que
lo escucharon y al instante supieron qué lo
emitía, no porque fuese claro, sino porque
la vaca que tenía clavada las fauces elevó la
cabeza arrancando de la tierra un bulto
pulposo. Del hocico le colgaba un gran
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retazo de carne y pelos bañado en sangre,
se lograba apreciar que aquello había sido
un animal de granja, tal vez una cabra o un
borrego. El bovino lo molía entre los
dientes mientras retraía los labios y mugía,
la mitad de su cabeza estaba roja y su
respiración sonaba acuosa debido a los
líquidos que se le filtraban por los orificios
nasales, el otro par remolía la dentadura
como si estuviesen mascando pasto,
cuando en verdad mascaban tripas y
riñones. Juan no sabía si el shock de la
escena era la causa: podría jurar que los
animales expresaban un gesto de gozo.
Controlando su respiración y no moviendo
un pelo; accionó la cámara, el primer clic
pasó desapercibido, al segundo una de las
vacas, la más gorda, dejó de mascar y giró
lentamente la cabeza en la dirección a
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donde ellos se encontraban para después
quedarse inmóvil con sus enormes ojos
apuntando hacia las milpas, Ángel y Juan
se pegaron al rastrojo como calcomanías,
un mugido corto y agudo se escuchó, ellos
no pudieron ver, pero una segunda vaca, la
de las astas más grandes, dejó el festín y
avanzó en su rumbo, las pezuñas se
hundían en la tierra negra convirtiendo en
lodo lo que había sido la sangre de aquel
animal. Juan en contra de su voluntad alzó
la cabeza, sintió que la vejiga le fallaba al
ver que tenía a unos metros al
anormalmente grande bovino, se puso de
pie y tal como lo hizo cuando se internó en
el sembradío: corrió de regreso a la
camioneta sin esperar los pasos de su
compañero, para sorpresa de ambos, Ángel
se incorporó al mismo tiempo y le mantuvo
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el ritmo hombro a hombro. Los mugidos y
las pezuñas a trote sonaban pegadas a sus
espaldas y el crujido de los tallos que se
quebraban ante las masas con cuernos les
inyectaba las fuerzas para no desfallecer en
la carrera, aun cuando sentían las piernas de
gelatina. Al fin vieron la cerca empedrada
y más allá la camioneta, saltaron la primera
y entraron a la segunda en fracciones de
segundo, para cuando Juan volteaba atrás
sacando la cabeza por la ventanilla, la Astro
ya había quemado llanta y volado por la
terracería 15 metros.
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