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Cartas a los Tesalonicenses

Capítulo 1

El evangelio llega a Tesalónica

n joven pastor y el miembro más reciente de su iglesia, una joven dama que había sido bautizada la semana anterior, se sentaron jun-to a un lago.

–Necesito ser bautizada de nuevo –dijo en forma desapasionada. –¿Por qué? –le preguntó el pastor. –Hay cosas –que no le conté al pastor de la iglesia, acerca de mi pasado. Así comenzó una prolongada conversación acerca de las indiscreciones

juveniles y del perdón disponible en Cristo. Luego, recordando su prepara-ción ministerial, el joven ministro condujo a la mujer en la oración del pe-cador. Cuando él concluyó con un “Amén”, los cielos se abrieron, y un aguacero fuerte empapó a los dos. Con los ojos brillantes, la joven excla-mó:

–¡He sido bautizada de nuevo! Ella interpretó el chaparrón como la confirmación de que ahora estaba

en una correcta relación con Dios.

Un Dios vivo

Un Dios lleno de gracia, a menudo, provee señales como esa lluvia con la intención de asegurar a los creyentes que están bien con él. Nuestro Dios es un Dios de amor. Le gusta derramar lluvias de bendiciones sobre sus amados con pequeños dones, así como decirles: “Te amo”. Tal vez hiciste una breve oración cuando habías perdido la esperanza de encontrar un lu-gar de estacionamiento cuando concurrías a una cita crítica y, de inmediato, encontraste un lugar. O te perturbaste porque no sabías dónde estaba tu hi-jo, y oraste por él en forma desesperada... Entonces sonó el teléfono, y tu

U

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muchacho te dice que todo está bien. Millones de creyentes, en todo el mundo, tienen experiencias como estas cada día. Dios es real, y a él le gus-ta hacer que quienes estén abiertos hacia él sepan de su presencia.

Ahora mismo, el escéptico que hay en ti alega: “¡Espera un momento! ¿Estás tratando de decirme que Dios cambió el clima en toda una región, solo para que una mujer joven se sienta cercana a él? ¿Estás diciéndome que Dios maneja las idas y venidas en cada lugar de estacionamiento en to-do el mundo, para favorecer a uno de sus seguidores, que necesita de un espacio a último momento? ¿Qué me dices de los verdaderos dolores que hay en este mundo, que solo obtienen un silencio como respuesta?”

Estas objeciones tienen peso. Los creyentes no siempre se dan cuenta de cuán trivial puede parecer su experiencia de la presencia de Dios para otros que han sufrido profundamente. Para alguien que siente la ausencia de Dios –algo que Jesús mismo experimentó cuando estaba sobre la cruz (ver Ma-teo 27:46 y los textos paralelos)–, nuestras fáciles historias de su acción en nuestra vida diaria pueden herir como una puñalada; le puede parecer que Dios solo responde oraciones triviales.

La historia de Job deja en claro que no existen respuestas fáciles para estas objeciones planteadas; por lo menos, no en esta vida. Las tragedias de Job son inexplicables, en términos terrenales. Tuvieron que ver con las complejidades de un universo más grande que el que Job alguna vez haya comprendido. Aun cuando Dios descendió para hablarle en persona (Job 38:1–41:34), nunca mencionó la verdadera razón del sufrimiento de Job; razón que ha sido revelada a quienes leen la historia (1:6–12; 2:1–7). La historia de Job nos enseña que estamos en medio de un conflicto cósmico activo, que afecta todo lo que hacemos y todo lo que experimentamos. Las acciones de Dios, en ocasiones, son limitadas por consideraciones plantea-das por ese conflicto, que tal vez nunca entendamos antes de la eternidad. Tal vez, la intervención de Dios en la situación de Job habría perturbado el continuo espacio temporal del universo de una manera que aun la física cuántica no podría comprender. Dios no puede explicarnos lo que está fue-ra de nuestro alcance comprender.

Sin embargo, entendemos que la intervención divina puede cambiar las situaciones de una manera que más tarde podría causar daños colaterales.

El bien que anhelamos que Dios obre ahora puede causar daños de ma-yores consecuencias en el futuro. Hay una ilustración bíblica interesante acerca de esto: la historia del rey Ezequías, registrada en Isaías 36 al 39.

Ezequías fue uno de los reyes más fieles que gobernó Judá. Cuando es-taba por morir, rogó a Dios que le concediera más años de vida (Isa. 38:1–3). Dios le otorgó quince años más (vers. 5). Sin embargo, esos años adi-

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cionales trajeron dos eventos que deshicieron todo el bien que había ejerci-do hasta ese tiempo: la visita de los enviados de Babilonia (Isa. 39:1–8) y el nacimiento de su hijo Manasés, quien llegó a ser un rey sumamente mal-vado (2 Rey. 21:1–9). En el contexto del conflicto cósmico entre Dios y Satanás, las grandes intervenciones en la vida de las personas son muy complicadas; las ramificaciones, a menudo, van más allá de nuestro enten-dimiento.

Habiendo dicho esto, aun así deseo argumentar que la actitud de la jo-ven mujer que depositó su confianza en Dios por causa del chaparrón no fue errada. Yo no puedo explicar la oportunidad ni el esfuerzo involucrado en las acciones de Dios, pero sí creo que Dios daría una respuesta positiva para cada oración nuestra si la única consideración fuera agradarnos. Si en-contrar un espacio de estacionamiento para alguien o recibir una llamada telefónica no trastornaran el continuo espacio temporal del universo, ¿por qué un Dios amante no intervendría? Si una mujer se compromete entera-mente con Jesús porque una nube descargó su contenido de agua al pasar y Dios sabía que liberar esa caída de agua causaría pocos problemas en el conflicto cósmico, ¿por qué no le daría a ella esa certeza?

¿Cuál es mi punto? Cuanto menores sean los aportes en última ins-tancia, tanto menores serán las implicaciones de cualquier inter-vención divina específica para otros asuntos; entonces, tanto más pro-bable sería que Dios pudiera contestar las oraciones de su pueblo como señal de su amor. Habiendo establecido esta idea, aquellos que hemos ex-perimentado esa clase de intimidad con Dios tenemos que ser cuidadosos acerca de cuándo y cómo compartimos tales experiencias con otros. Nues-tro testimonio, bien intencionado, puede aumentar el dolor de quienes están sufriendo.

¿Qué tiene que ver esto con las cartas que Pablo escribió a los creyentes en Tesalónica? Estas cartas están basadas en la confianza que Pablo tenía en que Dios estaba obrando en su vida y en las vidas de los miembros de la iglesia. Las oraciones de Pablo estaban marcando una diferencia en sus vi-das (1 Tesalonicenses 1:2–5); y el apóstol experimentaba que Dios probaba su corazón regularmente (1 Tesalonicenses 2:4). Él creía que Dios podía disponer sus planes de viaje (1 Tesalonicenses 3:9–11) y su agenda misio-nera (2 Tesalonicenses 3:1, 2). Veía la mano de Dios en el diario creci-miento espiritual de la iglesia en Tesalónica (2 Tesalonicenses 1:11, 12; 2:13). Creía que Dios intervenía con el fin de proteger a sus fieles de daños espirituales (2 Tesalonicenses 3:3). Aun más: él veía todas esas pequeñas intervenciones como un anticipo de la gran intervención final, en la que

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Dios hará que todo esté bien y, finalmente, explicará todos los sucesos (1 Tesalonicenses 4:15–17; 5:1– 12; 2 Tesalonicenses 1:5–10; 2:1–12).

¿Podemos confiar en la Biblia?

Pablo anhelaba que los tesalonicenses tuvieran una experiencia aún más profunda con Dios que la que tenían cuando les escribió. Quería que su confianza en Dios estuviera basada sobre algo más estable que las señales diarias de la presencia de Dios en sus vidas: deseaba que las palabras de la Escritura, que él en parte estaba escribiendo (2 Pedro 3:15, 16), fueran el fundamento de la vida de ellos. Él dijo: “Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino se-gún es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyen-tes” (1 Tesalonicenses 2:13).

Pablo creía que la Palabra de Dios es un sólido fundamento sobre el cual podemos estar seguros, mientras tratamos de comprender la aparente in-consistencia de la intervención de Dios en algunas ocasiones, y no en otras. Aunque una experiencia viviente con Dios es importante, nuestra confianza en él estará más firmemente fundada cuando se basa en la clara enseñanza de su Palabra. La Biblia proporciona verdades que son universalmente re-levantes y que podemos aplicar, también, a cada aspecto de nuestras vidas; en medio de la bruma de las circunstancias diarias, podemos obtener un cuadro más claro con respecto a quiénes somos y cuál es nuestro propósito en la vida. Para decirlo directamente, la Biblia pretende proveer exacta-mente lo que necesitamos.

Esto plantea una pregunta importante: ¿Podemos realmente confiar en que la Biblia es la Palabra de Dios, dada para guiar nuestras vidas? En un mundo científico, escéptico, donde lo que importa es que “todo está bien para ti”, ¿podemos confiar realmente en la Escritura? ¿Podemos realmente creer lo que Pablo escribió en el pasaje citado arriba?

Yo creo que sí podemos. Mi creencia se basa en cuatro razones del inte-lecto, y algunas adicionales del corazón.

Primera, Dios se vale de la profecía para demostrar que la Biblia es más que meramente palabras de seres humanos. La gente puede predecir algu-nos eventos con relativa exactitud con un año, cinco o diez de adelanto; pe-ro esbozar eventos a centenares o millares de años en el futuro requiere co-nocimiento divino. La Biblia contiene tal conocimiento. La exactitud de profecías como las de Daniel 2 y Mateo 24 señala a un Dios que revela se-cretos que los seres humanos no pueden conocer por sí mismos.

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Pablo, Silas y Timoteo comenzaron su ministerio en Tesalónica de-mostrando que en Jesús se cumplieron las profecías acerca del Mesías. He-chos 17:2 y 3 nos dice que, cuando Pablo llegó a Tesalónica, repasó las profecías mesiánicas y luego mostró cómo Jesús cumplió sus especifica-ciones. 1 El descubrir a un Dios que conoce el futuro nos brinda confianza en que él puede usar su Palabra para leer nuestros corazones y guiarnos por el sendero correcto (ver Juan 2:23–25; Hebreos 4:12,13).

Segunda, tengo confianza en la Biblia por cuanto hay mucha evidencia física de su antigüedad y exactitud. La mayoría de los libros antiguos nos han llegado en unos pocos documentos escritos a mano que, a menudo, son fragmentos o meramente traducciones de los originales. En contraste, solo nuestro Nuevo Testamento está basado en alrededor de ¡cinco mil ocho-cientos manuscritos griegos diferentes! Aunque hay algunas variantes in-teresantes en esos manuscritos, más del 99 por ciento de las expresiones en el texto del Nuevo Testamento están apoyadas por cantidad de evidencias de diferentes tradiciones y lugares. Las palabras originales del Nuevo Tes-tamento no han sido manipuladas ni distorsionadas; podemos tener con-fianza en que la Biblia que poseemos en nuestras manos hoy es el libro que Dios quiso que tuviéramos.

Tercera, tengo confianza en la Biblia por su informe acerca de la re-surrección de Jesús. La gente duda de su resurrección, principalmente, por-que albergan prejuicios en contra de la idea de que alguien pueda realmente resucitar. Pero, considera la tumba vacía: no tiene sentido, aparte de la re-surrección. ¿Por qué estaba vacía la tumba? ¿Por qué razón nunca se en-contró el cuerpo de Jesús? Los enemigos del Maestro no tenían motivos pa-ra eliminar su cuerpo. Y, si pudieran haber tenido el cuerpo bajo su control, ¿por qué no lo mostraron cuando los discípulos comenzaron a proclamar que había resucitado? ¡Los enemigos de la fe cristiana podrían haberla des-truido en un momento, si hubiesen tenido el cuerpo de Jesús!

Los amigos de Jesús

Los amigos de Jesús no tenían, tampoco, razón para eliminar su cuerpo. Ellos no habían creído que él permitiría que lo mataran, en primer lugar (Mateo 16:21–23; Marcos 8:31, 33); y fueron muy lentos para creer en su resurrección cuando realmente ocurrió. Había un destacamento de soldados romanos adiestrados vigilando la tumba de Jesús, de modo que la teoría de

1 Detallo el cumplimiento notable de las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento refe-rentes a Jesús, en mi libro Meet God Again for the First Time [Te presento de nuevo a Dios por primera vez].

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que los discípulos robaron el cuerpo de Jesús, a fin de poder decir que ha-bía resucitado, tampoco tiene una lógica histórica.

Piensa en esto. Los discípulos pasaron por toda clase de dificultades y de sufrimiento –incluyendo la tortura y aun la muerte– mientras viajaron extensamente predicando acerca de Jesús. Si de algún modo hubiesen ro-bado el cuerpo de Jesús, habrían sabido que no existía resurrección, y sa-brían que estaban sufriendo solo para perpetuar una farsa, una mentira di-recta. Tal vez, alguna persona pudo haber sido lo suficientemente tonta como para hacer eso, pero hubo centenares que afirmaron haberlo visto después de su crucifixión (1 Corintios 15:6). De modo que, en términos de evidencia puramente histórica, la mejor explicación de la tumba vacía es que Jesús en realidad había resucitado de los muertos. Y, si la resurrección de Jesús realmente ocurrió, ningún otro milagro que aparece en la Biblia sería imposible o no creíble.

Cuarta, confío en la Biblia por causa de la arqueología. Hubo un tiempo en que las personas sabían poco respecto del mundo antiguo. Cada vez que la Biblia difería de lo que ellos creían, suponían que estaba equivocada. Pe-ro, cada vez más los hallazgos arqueológicos están verificando la historici-dad de la Biblia. Por ejemplo, la Biblia ubica uno de los milagros de Jesús en un “estanque de Betesda”, en Jerusalén. Durante mucho tiempo, nume-rosos eruditos pensaron que nunca existió tal estanque; que su mención en una historia del Evangelio de Juan indica que la narración era mera ficción, lo que ponía en duda la veracidad de todo el Evangelio. Pero, los arqueólo-gos encontraron ese estanque, lo que fortalece nuestra fe en la Biblia. Po-dría mencionar muchos otros ejemplos similares, pero el espacio que dis-pongo no me permite hacerlo, de modo que pasemos a las razones del co-razón.

En última instancia, la Biblia se autentica a sí misma. En otras palabras, al leer la Biblia, nos damos cuenta de la presencia de Dios en el texto. Mi-llones de personas, durante casi dos mil años, han testificado acerca de esta percepción, y yo mismo la he experimentado muchas veces.

Si tú no has experimentado la presencia de Dios en la Biblia, puede ser porque la consideras meramente un libro de historia, o un libro cuyas ense-ñanzas están en discusión. Puedes estar juzgando la Biblia, procurando de-cidir qué partes son verdaderas y cuáles no lo son. Jesús mismo echa un “vaso de agua fría” sobre este enfoque (Juan 7:17). Si la Biblia es realmen-te la Palabra de Dios, deberíamos tomarla en serio; no deberíamos conside-rar que es trivial o tomarla livianamente. El Espíritu de Dios está vinculado con esta Palabra, y Dios se manifestará por medio de ella, si la abordamos con un corazón y una mente abiertos.

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Una de las cosas más difíciles de lograr, para los seres humanos, es un espíritu enseñable. Nos gusta estar en lo cierto, y nos encrespamos cuando alguien trata de corregirnos. Sin embargo, debemos acercarnos a la Biblia con humildad, porque fue dada para corregirnos. Si nos acercamos a ella con un espíritu dispuesto a ser enseñado, no solo nos apartará de callejones sin salida en nuestro pensamiento, sino también ministrará la presencia de Dios a nuestros corazones.

Ganamos confianza en la Biblia de la misma manera en que una pareja gana la confianza entre sí: cuando pasamos tiempo con la Palabra; y el Dios que está detrás de la Palabra se acercará a nosotros. Con el tiempo, llegaremos a percibir cada vez más su presencia.

La Biblia no solo trae a Dios a nuestras vidas, sino también atiende a nuestras necesidades de otras maneras. Es casi como si la Palabra de Dios pudiera leer nuestras mentes, discernir nuestras necesidades y aplicar la verdad divina directamente a nuestros corazones (ver Juan 2:23–25; He-breos 4:12,13). Si nunca desarrollaste esta clase de confianza en la Biblia, de la que escribo en este capítulo, te invito a gustar y ver por ti mismo. Creo que si lees la Palabra de Dios con un corazón abierto gradualmente llegarás a experimentar lo que tantos antes que tú experimentaron. La Pala-bra de Dios llegará a ser real para ti y, en el proceso, Dios mismo llegará a ser real, también, para ti.

Acercándose a Tesalónica

El principio básico detrás del método de Pablo al transmitir el mensaje evangélico a la gente era encontrarlos donde estaban (1 Corintios 9:19–23). Para el judío, llegaba a ser como un judío; para el gentil, llegaba a ser como un gentil. “A todos me he hecho de todo”, con la esperanza de ganar a tan-tos como pudiera. Así, en el contexto pagano de Atenas, Pablo no se acercó a la gente con un mensaje bíblico. En cambio, empleó algo de su tiempo li-bre para estudiar el contexto religioso de Atenas (Hechos 17:16, 22,23). Y, cuando tuvo la oportunidad de exponer, comenzó donde ellos estaban en su conocimiento de Dios. Les señaló la creación (17:24–26) y el testimonio de la naturaleza con respecto al propósito de Dios para la raza humana (17:27, 28). Y, en lugar de depender de la autoridad de la Biblia, citó frases de tres de sus escritores respetados, en apoyo de sus puntos. Solo entonces trató de guiar sus mentes hasta otro nivel.

Sin embargo, en Tesalónica, Pablo comenzó con un estudio del Antiguo Testamento (Hechos 17:2, 3). Llevó a su audiencia judía a lo que sus Escri-turas enseñaban acerca del Mesías por venir. Luego, describió lo que él y

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los otros apóstoles habían experimentado con respecto a Jesús. Su meta era guiarlos a la conclusión de que Jesús era el Mesías que las Escrituras ha-bían predicho.

Las profecías acerca del Mesías, en el Antiguo Testamento, no fueron predicciones específicas de toda la vida de Jesús. En cambio, Dios descri-bió al Mesías futuro a la manera de analogía con la gente y con las cosas con las que los israelitas estaban familiarizados. El Mesías sería un profeta como Moisés (Deuteronomio 18), un rey como David, un sacerdote como Aarón y un conquistador como Ciro (Isaías 45:1). Los textos del Antiguo Testamento hablaban de Uno que vendría en semejanza de los personajes del pasado de Israel. Solo a la luz de la vida de Jesús, de sus enseñanzas y de su ministerio, las palabras del Antiguo Testamento cobraron vida, de-jando en claro que él era el que había sido predicho en las vidas de los grandes personajes del pasado. Lo que Pablo enseñó acerca del Mesías de-bió haber corrido entre su audiencia judía como un choque eléctrico. De repente, las enseñanzas de la Biblia, que habían creído que eran oscuras, llegaron a ser lógicas.

La enseñanza de Pablo era espiritual, auténtica y de relaciones. Usaba la narración para ganar el interés de la gente y, luego, extraía lecciones que hablaban a los presentes con poder. De muchos modos, la misma estrategia funciona con la generación posmoderna actual, que busca la verdad por medio de relaciones e historias. Pablo era realmente un hombre para todas las épocas.

Conclusión

¿Recuerdas la historia con la que comencé este capítulo? Aquí está el resto de ella: yo era ese joven pastor. Se me había enseñado, en la universi-dad, cómo conducir a una persona a Cristo, pero ¡esta era la primera vez que realmente lo había hecho! Y, cuando lo hice, sucedió algo asombroso: al ayudar a la joven mujer a encontrar paz en Cristo, ¡yo mismo me conver-tí!

Había concurrido a las escuelas adventistas y conocía todas las doc-trinas. Mis padres me habían criado “en el temor de Jehová”, y me habían enseñado el valor de una vida disciplinada y las rutinas del sábado y del culto familiar. Había leído extensamente los escritos de Elena de White, nunca falté a la iglesia y siempre asistía a las reuniones campestres y ciclos de evangelización. Y había recibido estudios bíblicos de un tierno y santo pastor alemán, y fui bautizado a los doce años. Sin embargo, todavía me faltaba algo.

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Al conducir a aquella joven por los pasos de la salvación, yo también caminé por ellos. Cuando el Espíritu Santo tocó el corazón de ella con la presencia de Dios, él también tocó el mío. Cuando ella escuchó las palabras que yo hablaba, yo también lo hice. Así, junto con ella, yo también encon-tré libertad en Cristo ese día.

Esa es una de las razones por las que debemos testificar acerca de nues-tra fe. Al relatar las historias de lo que Dios ha obrado en el pasado, el po-der de esas historias se reactiva en el presente. Al trabajar con las experien-cias de Pablo y los tesalonicenses en el resto de este libro, es mi oración que el mismo Dios que estuvo presente con ellos llegue a estar cada vez más presente en tu vida.

¿Qué sucedió con la joven de la historia? Con una sonrisa, digo a la gen-te que ella fue ¡mi primer estudio bíblico, mi primer bautismo... y mi pri-mera esposa! Durante unos 38 años hemos estado juntos, contando a los demás las historias de lo que Dios realizó por nosotros. El fundamento más sólido para un matrimonio se edifica cuando el hombre y la mujer se en-cuentran en el contexto de una relación con Dios. Cuando el fundamento espiritual es sólido, es mucho más probable que los aspectos emocionales, mentales y físicos de la relación duren toda la vida. Mi esposa y yo hemos descubierto lo que Pablo y los tesalonicenses descubrieron: los caminos de Dios son los mejores.

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