19 domingo ordinario

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19 Domingo Tiempo Ordinario - A

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¡Ánimo, soy yo!

19º domingo Tiempo Ordinario - A

Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y comenzaron a gritar. Jesús les dijo: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua». Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua. Pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, ¡sálvame!» En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?»

Mt 14, 22-33

Después de horas intensas predicando a las gentes Jesús necesita ir a la montaña a rezar. Es importante trabajar, pero también es necesario saber apartarse. El evangelio

nos muestra a Jesús en muchas ocasiones como ésta: subiendo al monte a rezar. Lejos del ajetreo constante, los cristianos también hemos de buscar ese retiro para

descansar en manos de Dios.

En la Iglesia vemos que la hiperactividad del mundo también alcanza las tareas apostólicas. Sacerdotes y misioneros trabajan incesantemente, se cansan y se estresan. Jesús nos enseña la importancia de aprender a reposar en el corazón de Dios. Todos necesitamos descanso, alimento y espacios de silencio donde recobrarnos espiritualmente.

El mar agitado encierra un simbolismo para los judíos. El mar causa respeto y temor: es lo ignoto, el peligro,

también el mal. Los pescadores eran hombres arriesgados cuyo oficio los llevaba a bregar contra el

oleaje. Navegar entre las aguas significaba enfrentarse a diario con las fuerzas del mal.

Pedro reconoce a Jesús, pero quiere cerciorarse. Le pide una prueba: mándame que me acerque a ti.

Y así lo hace Jesús. Pedro comienza también a caminar sobre las aguas… hasta que el vendaval

lo hace vacilar y se hunde.

Como le sucede a Pedro, ¡cuántas veces las dudas nos hacen naufragar!

Al dudar de Dios, nos alejamos de él y nos hundimos en el abismo. Pero Jesús nunca nos abandona. Siempre está ahí, no se aparta de nosotros y nos sigue para tendernos la mano. Su presencia nos devuelve la calma.

Hoy proliferan las ideologías y las

filosofías contrarias a la fe. El hombre cree no

necesitar a Dios y prescinde de él. Poco a

poco se hunde en su orgullo y en su

petulancia. Pero Jesús no quiere que nadie se

hunda en su miseria.

Y nos ayuda a creer en él, dándonos muchos signos de su benevolencia para que nos acerquemos

con confianza. Hemos de estar atentos para leer estos signos en nuestro devenir diario.

¿Cómo se nos manifiesta Jesús?

La misión de la Iglesia es tender esa mano salvadora al caído. La mano de Dios siempre está pronta: es la mano que cura, que hace oír al sordo y hablar al mudo, que resucita, que renueva. Dios puede penetrar hasta las entrañas de nuestra existencia, despertarnos, abrirnos los ojos y el oído y devolvernos a la vida, por muy perdidos que estemos.

¡Dios lo puede todo!

Mientras dudemos, nos alejaremos.

Si podemos confiar en algunas personas «a ojos cerrados», ¿cómo no fiarnos de Dios? A lo largo de la historia nos ha dado tantas pruebas de su amor…

Las palabras de Jesús también se dirigen a nosotros: ¡Hombres de poca fe! ¿Por qué dudáis?

El deseo más profundo de Dios es la felicidad del hombre.

El profeta Elías encontró a Dios, no en la tempestad ni en el fuego, sino en el silencio.

En el silencio reparador la presencia de Dios se manifiesta y nos devuelve la fuerza perdida. Con voz

cálida y suave, nos habla al corazón. No viene a destruirnos ni a avasallarnos. No habla con voz

atronadora. Se muestra como una brisa que alivia y conforta.

Y es entonces, cuando el viento amaina, cuando podemos reconocerlo, como los discípulos.

Ya en la barca, calmado el oleaje, los pescadores se postran ante él.

Así nosotros, cuando nos situamos ante su presencia, lo reconocemos y dejamos que nos conduzca, con suavidad, hacia la plenitud de nuestra existencia.

Textos: Joaquín Iglesias Aranda

http://homilias.blogspot.com

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