1 sweet obsession caragh o'brien · —eso es bueno —dijo gaia, dejando la taza en la repisa...
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1 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
2 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Agradecimientos
Moderación Lornian
Transcripción
Corrección
Revisión y Recopilación Lornian
Diseño Vannia
♥ Melody! Airin
Bela123
Carlotta Carmen20
Clyo
Darkiel Denissa Levou
Dyanna Edith 1609
Eneritz
Esmira
FanyLove Je_tatica
Joy89
Karlaberlusconi Karol_91
Laura
Leslie Lili28
Liz Lora
Lornian
LuciiTamy
Lucy511 Mary Ann ♥ Meligira
Minerva Susana Valeppp
Valeria Vannia
VeriitoO Vickyy_pinkk Yurani
Zinnia
Layla
Lornian LupiizzZ Nessie
PennyLane Saritarfdolce Zafira Ƹ ӜƷ
Zinnia
Anna Coni
Eneritz Ezme Idhu
Joy89 Karenmaro
Karlaberlusconi Laura
3 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Índice
Sinopsis .............................................................................................. 4
Capítulo 1 ........................................................................................... 5
Capítulo 2 ......................................................................................... 13
Capítulo 4 ......................................................................................... 37
Capítulo 5 ......................................................................................... 52
Capítulo 6 ......................................................................................... 58
Capítulo 7 ......................................................................................... 68
Capítulo 8 ......................................................................................... 77
Capítulo 9 ......................................................................................... 89
Capítulo 10 ....................................................................................... 96
Capítulo 11 ..................................................................................... 110
Capítulo 12 ..................................................................................... 122
Capítulo 13 ..................................................................................... 129
Capítulo 14 ..................................................................................... 153
Capítulo 15 ..................................................................................... 162
Capítulo 16 ..................................................................................... 170
Capítulo 17 ..................................................................................... 182
Capítulo 18 ..................................................................................... 196
Capítulo 19 ..................................................................................... 206
Capítulo 20 ..................................................................................... 219
Capítulo 22 ..................................................................................... 254
Capítulo 23 ..................................................................................... 264
Capítulo 24 ..................................................................................... 278
Capítulo 26 ..................................................................................... 304
Capítulo 27 ..................................................................................... 321
Capítulo 28 ..................................................................................... 326
Caragh O'Brien ................................................................................ 338
4 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Sinopsis
n un mundo futuro agostado por el sol inclemente, donde el agua
es más valiosa que el oro, hay quienes viven dentro de las murallas
del Enclave y quienes, como Gaia Stone, comadrona de dieciséis
años, viven extramuros. Gaia siempre ha creído que su deber, como el
de su madre, es entregar una pequeña cuota de bebés saludables a los
residentes del Enclave a pesar de que, fuera del recinto, nadie vuelve a
tener noticia de ellos. Sin embargo, cuando aquellos a quienes sirve tan
escrupulosamente, encarcelan a sus padres, se cuestiona todas sus
creencias. Gaia solo puede hacer dos cosas: entrar en el Enclave para
rescatar a sus padres o morir intentándolo.
E
5 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
1 La Cuota de Bebés
Transcrito por Airin
Corregido por Laura
n la oscura casucha, la madre tensó el cuerpo para el último
empujón y el bebé se deslizó en las atentas manos de Gaia.
—Buen trabajo —dijo esta—. Genial. Es una niña.
El bebé lloró indignado y Gaia exhaló un suspiro de alivio al comprobar
que tenía todos los dedos de las manos y los pies, además de una
espalda perfecta. Era un buen bebé, sano y bien formado, aunque algo
pequeño. Lo envolvió en una manta y lo alzó hacia la parpadeante luz
de la lumbre para enseñárselo a la exhausta madre. A Gaia le hubiese
gustado que su propia madre hubiera estado allí para ayudarla, sobre
todo con la placenta y el bebé. Sabía que, normalmente, no se le daba el
recién nacido a la parturienta para que lo sostuviera, ni siquiera un
momento, pero ella se lo estaba pidiendo y Gaia no tenía cuatro manos.
—Por favor —susurró la joven madre, haciéndole señas con ternura.
El llanto del bebé disminuyó y Gaia decidió dejárselo. Sin embargo, hizo
lo posible por no escuchar sus cariñosos arrullos mientras la lavaba
entre las piernas, con los movimientos suaves y eficaces que su madre
le había enseñado. Estaba emocionada y un poco orgullosa: aquel había
sido su primer parto, y sin ayuda alguna. Había ayudado a su madre
muchas veces y hacía años que sabía que iba a ser comadrona, pero en
aquel momento se había hecho por fin realidad. Ya estaba acabando; se
acercó a su bolso para sacar la pequeña tetera y las dos tazas que su
madre le había regalado en su decimosexto cumpleaños, hacía solo un
mes. A la luz de los rescoldos, llenó la tetera con el agua de una botella.
E
6 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Después avivó el fuego y, bajo la explosión de luz amarillenta, miró a la
madre y a su tranquilo bultito.
—Lo has hecho muy bien —le dijo Gaia—. ¿Cuántos iban con este?
¿Cuatro?
—En realidad, es el primero —contestó la joven madre, la voz cálida de
placer y sobrecogimiento.
—¿Cómo?
Los ojos de la mujer brillaron un instante cuando miró a Gaia; después
sonrió. Con un ademán tímido se colocó un rizo de cabello húmedo
detrás de la oreja.
—No te lo he dicho antes porque me daba miedo que te marcharas.
Gaia se sentó despacio junto al fuego, colgó la tetera en la barra de
metal y giró esta para ponerla sobre las llamas.
Los primeros partos eran los peores, los más peligrosos y, aunque este
había ido bien, era consciente de que habían tenido mucha suerte. A
aquella mujer debería haberla atendido una comadrona con
experiencia, no solo por ella y el bebé, sino por lo que venía a
continuación.
—Me hubiera quedado —contestó en voz baja—, pero solo porque no
podía venir nadie más. Mi madre estaba en otro parto.
La mujer no parecía oírla.
—¿No es preciosa? —murmuró—. Y es mía. Quiero quedármela.
«Ay, no», pensó Gaia. Su satisfacción y su orgullo desaparecieron como
por ensalmo. Entonces, más que nunca, deseó que su madre estuviera
allí. Hasta la Vieja Meg hubiera servido. O cualquiera.
Abrió el bolso para sacar una aguja nueva y un frasquito de tinta
marrón, luego agitó la lata de té sobre la tetera para echar unas hojas.
El aroma llenó poco a poco la habitación, y la madre esbozó una sonrisa
cansada y serena.
—Nunca hemos hablado —dijo—, pero te he visto varias veces con tu
madre, en el mercadillo o junto al muro. Todos dicen que llegarás a ser
tan buena como ella, y desde hoy yo digo que ya lo eres.
7 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Tienes marido o madre? —preguntó Gaia.
—No. Han muerto.
—¿Y el chico que me mandaste? ¿Es tu hermano?
—No. Era uno que pasaba por la calle.
—¿Entonces estás sola?
—Ya no. Ahora tengo a mi nena, mi Priscilla.
«Mal nombre», pensó Gaia. Y lo que era peor, ni siquiera le duraría. La
joven echó una pizca de agripalma en una de las tazas y vertió el té en
ambas mientras pensaba en la mejor manera de hacer aquello. Dejó que
su pelo cayera hacia delante para taparse el lado izquierdo de la cara y
aguardó la tetera aún caliente en el bolso.
—Ten —dijo entregando la taza con agripalma a la mujer y quitándole
con suavidad al bebé.
—¿Qué haces? —preguntó aquella.
—Bébetelo. Te ayudará con el dolor.
Gaia tomó un sorbo de su propia taza para darle ejemplo.
—No me encuentro mal. Solo tengo un poco de sueño.
—Eso es bueno —dijo Gaia, dejando la taza en la repisa de la chimenea.
En silencio, recogió sus bártulos y miró cómo se le cerraban los ojos a
la mujer. Destapó las piernas de la niña para sacar con suavidad uno
de los pies y después la dejó en el suelo sobre una manta, cerca de la
chimenea. Los ojitos se abrieron y parpadearon al ver las llamas: eran
oscuros y tenebrosos. Resultaba imposible saber de qué color llegarían
a ser. Gaia mojó un trapo en los restos de su té caliente y lo frotó sobre
el tobillo para limpiarlo. Luego metió la jeringuilla en el frasco de tinta
marrón, la sostuvo al trasluz y, rápidamente, cómo había hecho con
anterioridad bajo la supervisión materna, introdujo la aguja cuatro
veces en el tobillo de la niña, que chilló de inmediato.
—¿Qué haces? —inquirió la madre, totalmente espabilada.
8 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia envolvió de nuevo al bebé marcado y lo sujetó con un brazo, tras lo
cual guardó la taza, la jeringuilla y la tinta en el bolso. Después fue
hasta la cama para recoger la otra taza. Levantó el bolso.
—¡No! —gritó la madre—. ¡No puedes! ¡Es veintiuno de abril! Nadie
asciende bebés con el mes tan avanzado.
—La fecha no importa —contestó Gaia en voz baja—. Son lo tres
primeros de cada mes.
—Pero ya habrás ascendido media docena —chilló la mujer,
incorporándose y forcejeando para sacar las piernas de la cama.
Gaia retrocedió un paso, dándose ánimos.
—Esos los ascendió mi madre. Este es mío y es el primero —dijo—, son
los tres primeros de cada comadrona.
La mujer se quedó mirándola de hito en hito, con el rostro transfigurado
por el horror.
—No puedes —murmuró—. No puedes llevarte a mi nena. Es mía.
—Tengo que irme —contestó Gaia retrocediendo—. Lo siento.
—¡No puedes! —insistió la mujer.
—Ya tendrás otros. Te quedarás con alguno, te lo prometo.
—Por favor —rogó la madre—. Esta no. La primera no. Haré lo que me
pidas.
—Lo siento —repitió Gaia. Ya estaba en la puerta, y aunque vio que se
dejaba la lata de té, ya era demasiado tarde para volver a recogerla—.
Tu bebé estará bien atendido —dijo empleando las frases que le habían
enseñado—. Has prestado un gran servicio al Enclave; recibirás tu
compensación.
—¡No! ¡Diles que no quiero su compensación! ¡Yo quiero a mi hija!
La mujer empezó a cruzar la habitación para arremeter contra ella, pero
Gaia, que se lo esperaba, salió de la casa al instante y desapareció por
la oscura calleja. Al doblar la segunda esquina tuvo que detenerse,
porque temblaba tanto que tenía miedo de tirarlo todo al suelo. La
recién nacida profirió un único y ansioso gemido mientras Gaia se
9 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
aseguraba el bolso sobre el hombro derecho y palmeaba el fardito con
mano temblorosa.
—Shhh —musitó.
A lo lejos se oyó abrirse una puerta.
—¡Por favor! ¡Gaia! —suplicó una voz que le encogió el corazón.
Se aguantó como pudo las ganas de llorar y se volvió para mirar hacia
la colina. Había sido mucho peor de lo que se imaginaba. Aunque
aguzaba el oído, pendiente de cualquier otro grito nocturno, echó a
andar de nuevo hacia el Enclave. La Luna arrojaba una luz azul sobre
los oscuros edificios de madera y piedra que la rodeaban y sobre la
carretera. El silencio hueco y soñoliento que llenaba el aire contrastaba
con la urgencia de Gaia por seguir avanzando. Había recorrido aquel
camino muchas veces en compañía de su madre, pero nunca se le
había hecho tan largo como aquella noche. Sabía que el bebé estaría
bien, mejor que bien; sabía que la madre tendría otros y, lo que era más
importante, sabía que la ley la obligaba a ascenderlo y que, si no lo
hacía, ni la vida de la madre ni la suya propia valdrían nada.
A pesar de todo, deseó que las cosas fuesen distintas. Y deseó,
contraviniendo todo lo que le habían enseñado, devolver aquel bebé a
su madre y decirle: «Toma, quédate con tu pequeña. Márchate a los
páramos y no vuelvas». Al doblar la última esquina vio el farol que
coronaba el arco de la entrada sur del muro, un farol solitario cuya luz
se reflejaba sobre la piedra y el suelo de tierra apisonada. Dos guardias,
con su clásico uniforme negro, custodiaban la enorme puerta de
madera. Gaia se echó el pelo hacia delante para cubrirse la mejilla
izquierda y, de forma instintiva, se giró para mantener ese lado del
rostro en las sombras.
—¡Vaya, otra entrega! —dijo el guardia más alto, quitándose con una
floritura el sombrero de ala ancha y colocándoselo bajo el brazo— ¿Nos
traes un bebé de los de tu mamá?
Gaia avanzó muy despacio, con el corazón desbocado. Tuvo que pararse
a tomar aliento. Aún le parecía escuchar el lastimero lamento de la
madre; tenía miedo de que la hubiera seguido sobre sus pálidas y
temblorosas piernas. Un pájaro pasó sobre sus cabezas con un rápido
batir de alas. Gaia avanzó un poco para introducirse en el
tranquilizador cono de luz que arrojaba el farol.
10 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Este es mío —dijo—; el primero.
—¿En serio? —preguntó el otro guardia con tono admirativo.
—Y sin ayuda —añadió Gaia, incapaz de resistirse a la sensación de
orgullo. Metió un dedo por la manta para levantar la barbilla del bebé y
miró satisfecha la regularidad de los rasgos y la delicada y perfecta
concavidad entre el labio superior y la nariz. Levantó la mirada cuando
la puerta se abrió para dar paso a una mujer vestida de blanco. Era
baja, con aspecto de comer bien, cara de persona madura y competente
y, en opinión de Gaia, agobiada. No le resultaba conocida pero, por la
pinta, seguro que trabajaba en la Guardería.
—¿El bebé es perfecto? —preguntó la mujer mientras se acercaba.
Gaia asintió y dijo a modo de disculpa:
—No he tenido tiempo de limpiarlo.
—No pasa nada. ¿No habrá habido problemas con la madre, no?
Gaia dudó un momento.
—No —respondió por fin—. Le complace servir al Enclave.
—¿Cuándo ha sido el parto?
Gaia miró el reloj que llevaba colgado al cuello, debajo del vestido.
—Hace cuarenta y tres minutos.
—Excelente. Acuérdate de confirmar el nombre y la dirección de la
madre mañana por la mañana, para hacerle llegar su compensación.
—Así lo haré.
La mujer extendió sus bazos para recibir al bebé pero, cuando su
mirada se cruzó con la de Gaia, se detuvo.
—Déjame verte la cara, niña —dijo con amabilidad.
Gaia levantó la barbilla muy despacio y, con desgana, se apartó el
cabello y se giró hacia la luz. Como si sus miradas dispararan saetas
invisibles, tres pares de ojos se clavaron en la cicatriz y se hundieron en
ella con muda curiosidad. Gaia se obligó a quedarse quieta para
soportar el escrutinio.
11 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
El guardia más alto carraspeó y, tras llevarse un puño a los labios,
emitió una tosecilla.
—Lo has hecho muy bien, Gaia Stone —dijo por fin la mujer,
dedicándole una sonrisa—. Tu madre estará orgullosa de ti.
—Gracias, hermana.
—Soy la hermana Khol. Salúdala de mi parte.
—Así lo haré, hermana.
Gaia dejó caer el cabello de nuevo sobre el lado izquierdo de su cara. No
la sorprendió que la mujer del Enclave conociera su nombre. Muchas
otras veces se había encontrado con extraños que conocían a la hija de
Bonnie y Jasper Stone, la de la cara quemada.
No la sorprendía, pero seguía molestándola. La hermana Kohl extendía
los brazos, esperando, así que Gaia separó con suavidad al bebé del
calor de su flanco izquierdo y se lo entregó. Por un instante sus palmas
le parecieron ligeras, vacías y heladas.
—Se llama Priscilla —dijo.
La hermana Khol observó a Gaia con curiosidad.
—Gracias. Bueno es saberlo —contestó.
—Te esperan días de mucho trabajo —dijo el soldado alto—. Solo tienes
diecisiete años, ¿verdad?
—Dieciséis —precisó Gaia.
De repente se sintió inexplicablemente mal, como a punto de vomitar.
Les lanzó una rápida sonrisa, se colgó el bolso del otro hombro y dio
media vuelta.
—Adiós —dijo la hermana Khol—. Le mandaré tu compensación a tu
madre al Sector Occidental Tres, ¿de acuerdo?
—Sí —contestó Gaia sin volverse. Ya había empezado a bajar la colina,
con piernas algo inseguras. Tras cerrar brevemente los ojos, los abrió de
nuevo y tuvo que apoyar los dedos sobre el muro para recuperar el
equilibrio. La luz de la Luna le parecía más débil que antes de entrar en
el cono de luz del farol y, aunque parpadeara, no lograba adaptarse a la
penumbra. Por eso, nada más doblar la esquina de la fachada de
12 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
entrada, tuvo que quedarse allí, esperando. En la quietud de la noche
oyó, procedente de algún lugar cercano, un llanto suave y solitario. Se
le paró el corazón. Por un instante fugaz creyó que la madre de Priscilla
la había seguido y la esperaba en las sombras, lista para suplicarle de
nuevo, o para acusarla. Pero no apareció nadie y al momento siguiente,
mientras el llanto remitía, fue capaz de apartarse del muro y de
continuar bajando la colina, hacia casa.
13 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
2 Un Paquetito Marrón
Transcrito por karol91 y Denissa Levou
Corregido por Coni
aia dobló la esquina de la calle Sally y sintió alivio al ver la luz de
una vela en la ventana de su casa. Su madre debía de haber
vuelto del otro parto. Gaia se apresuraba para llegar cuanto
antes cuando oyó que alguien la llamaba en susurros desde una de las
oscuras y estrechas bocacalles.
Se detuvo.
—¿Quién es?
Una figura encorvada salió de la oscuridad, lo justo para indicarle por
señas que se acercara, y regresó a la negrura. Gaia entró en la zona de
sombra tras echar una última ojeada a la fila de casuchas y la luz de su
ventana.
—Se han llevado a tus padres al Enclave —dijo la Vieja Meg—, a los
dos. Los soldados han venido hace una hora y uno de ellos se ha
quedado a esperarte.
—¿Para arrestarme?
—No sé, pero ahí sigue.
Gaia, que sentía las manos cada vez más frías, dejó lentamente el bolso
en el suelo.
—¿Estás segura? ¿Por qué iban a llevarse a mis padres?
—¿Desde cuándo necesitan un motivo? —preguntó a su vez la mujer.
G
14 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¡Meg! —Gaia jadeó. Hasta en la relativa seguridad del solitario
callejón, tenía miedo de que alguien la oyera. La anciana la agarró por
el brazo.
—Escucha. Acabábamos de volver del otro parto y tu madre salía para
ir a buscarte cuando los soldados vinieron a por ella y a por tu padre.
Yo me iba, y estaba ya en la parte de atrás de tu casa, por eso no me
vieron, por eso y porque me escondí en el porche. Ya es hora de que
espabiles, chica, tu madre es muy útil, sabe demasiado sobre los bebés,
y los de arriba necesitan información.
Gaia sacudió la cabeza y se envolvió en sus propios brazos. Aquello no
tenía sentido.
—¿Pero de qué estás hablando? Mi madre no sabe nada que los demás
no sepan.
La Vieja Meg acercó su cara a la de ella y tiró de su brazo para meterla
aún más profundamente en el callejón.
—El Enclave cree que tu madre está dando datos de los niños a sus
padres biológicos.
Gaia rió, incrédula.
—Niña estúpida —reprochó la anciana, estrujándole el brazo con sus
dedos como garras—. He oído lo que les decían, lo que les preguntaban,
y no los van a dejar salir. ¡Esto es muy serio!
—¡Ay, suéltame! —protestó Gaia.
La Vieja Meg se alejó aún más de la calle principal, lanzando miradas
furtivas alrededor.
—Me voy de Wharfton —anunció—. Si no la próxima seré yo. Solo te he
esperado para ver si querías venir conmigo.
—Yo no puedo irme —objetó Gaia—. Esta es mi casa. Seguro que mis
padres vuelven pronto.
Supuso que la anciana estaría de acuerdo, pero cuando esta no dijo
nada el miedo de Gaia reapareció.
—¿Cómo no van dejar volver a mi madre? ¿Quién iba a encargarse de
los bebés?
15 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Una fea risa surgió de la oscuridad.
—Te tienen a ti, ¿no? —masculló la Vieja Meg.
—Pero yo no puedo sustituirla —murmuró Gaia angustiada—, todavía
no. Esta noche ha sido cuestión de suerte. ¿Te puedes creer que la
mujer me mintió? Me dijo que era su cuarto hijo, pero en realidad…
La Vieja Meg la abofeteó con tanta fuerza que Gaia rebotó contra la
pared. Se apretó la mano sobre la dolorida mejilla.
—Piensa —susurró con aspereza la anciana—, ¿qué querrían tus padres
que hicieras? Si te quedas aquí, serás la nueva comadrona del Sector
Occidental Tres. Controlarás a las mujeres que atendía tu madre y
ascenderás a los bebés que ella hubiese ascendido. Superarás su cuota
mensual. Dentro de nada, no harás más que lo que te ordenen, como
ella. Y al igual que ha pasado con ella, eso no te bastará para estar a
salvo. Si vienes conmigo, probaremos suerte en el Bosque Muerto.
Conozco a unas personas que nos ayudarán, si consigo encontrarlas.
—No puedo —repitió Gaia. La mera posibilidad la aterraba. No podía
dejar su casa, lo único que conocía. ¿Y si liberaban a sus padres y ella
se había marchado? Además, no pensaba irse por ahí con una arpía
enloquecida que la abofeteaba y la mangoneaba como a un niño
travieso. El resentimiento y los recelos de Gaia no hacían sino
aumentar. ¡Se suponía que aquella noche iban a celebrar su primer
parto!
Cuando una nube cruzó por delante de la Luna, le pareció ver un brillo
especial en los feroces ojos de la mujer. La Vieja Meg le dio un paquetito
blando, de color marrón y tan ligero como una rata muerta. Gaia estuvo
a punto de dejárselo caer por pura repulsión.
—Idiota —dijo la mujer, apretándole la mano sobre el paquete—. Es de
tu madre. No lo pierdas. ¡Ni muerta!
—¿Pero qué es?
—Átatelo al muslo, debajo de la falda. Lleva una cinta.
En la calle se oyó un taconeo que las sobresaltó a las dos. Ambas se
apoyaron contra la pared, se acurrucaron y no volvieron a decir palabra
hasta que oyeron cerrarse una puerta y volvió a reinar el silencio.
16 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Entonces la Vieja Meg acercó su cara a la de Gaia, tanto que esta sintió
en la mejilla la tibieza de su aliento.
—Si te decides a ir al Bosque Muerto, pregunta por Dani Orión —le
dijo—. Ella te ayudará, si puede. Recuerda, como la constelación.
—¿Mi abuela? —preguntó Gaia confundida. Su abuela había muerto
hacía años, cuando ella era muy pequeña.
La Vieja Meg le dio un codazo.
—¿Te acordarás o no? —inquirió.
—¿Cómo se me va a olvidar el nombre de mi abuela?
—Tus padres eran unos locos —dijo la Vieja Meg—, unos pacifistas
cobardes y confiados, y ahora lo están pagando.
Gaia se quedó horrorizada.
—No digas eso —protestó—, siempre han sido leales al Enclave. Ellos
mismos ascendieron a dos hijos suyos. Llevan años a su servicio.
—¿Y tú no crees que se arrepienten? ¿Crees que no piensan en el precio
cada vez que te miran?
Gaia no entendía nada.
—¿Qué quieres decir?
—Tu cicatriz.
A Gaia le daba la impresión de que debía entender alguna cosa, pero su
cicatriz no tenía ningún misterio. Era una grosería, incluso una
crueldad, que la Vieja Meg la mencionara en aquel preciso momento.
La anciana resopló con enfado.
—Aquí no hago más que perder el tiempo. ¿Vienes conmigo o no?
—No puedo —repitió Gaia—. Y tú deberías quedarte. Si te pillan
huyendo, te meterán en la cárcel.
La mujer soltó una risita y se volvió para marcharse.
—Espera —dijo Gaia—, ¿por qué no me dio esto ella misma?
17 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Porque ella no hubiera querido dártelo nunca. Esperaba que no fuese
necesario, pero hace unas semanas empezó a preocuparse y entonces
me lo dio a mí.
—¿A preocuparse por qué?
—Yo solo te digo que, visto lo visto, sus razones tenía —contestó
secamente la Vieja Meg.
—Pero ¿por qué no lo guardas tú?
—Porque es para ti. Me pidió que te lo diera si le pasaba algo. Yo solo
cumplo mi promesa.
En ese momento, Gaia vio que la mujer había apoyado una mochila
pequeña contra la pared. Cuando se la colgó de los hombros, pareció
envejecer una década más. Agarró su bastón y acercó su ajado rostro al
de Gaia por última vez.
—Ten mucho cuidado, eres muy confiada. Usa la cabeza, Gaia, y
recuerda que todos somos vulnerables, sobre todo cuando amamos a
alguien.
—Te equivocas —replicó Gaia pensando en sus padres—. El amor es lo
que nos da fuerzas.
La anciana la miró de hito en hito y Gaia le devolvió la mirada,
desafiante. Aquella anciana no era más que una amargada que llevaba
toda la vida rechazando a la gente, ya no podía ni despedirse con un
poquito de caridad. Se prometió que nunca sería como ella, marchita,
sin nadie que la quisiera, cobarde. Nunca querría ser como la Vieja
Meg, con sus temblorosas manos, carcomida por la idea de que el
trabajo de comadrona fuera a recaer principalmente en Gaia y no en
ella.
Se estremeció otra vez de esperanza. Sus padres volverían, como todos
los demás que habían pasado poco tiempo detenidos. Retomarían su
vida donde la había dejado, con la única diferencia de que habría dos
comadronas en la familia y, por lo tanto, el doble de paga. Gaia tendría
cicatrices y sería fea, pero a diferencia de la Vieja Meg, prometía y tenía
gente que se preocupaba por ella.
La anciana meneó la cabeza y se volvió. Gaia la miró marchar por el
estrecho callejón hasta que desapareció por una esquina. Entonces bajó
18 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
la mirada hacia el paquetito que sostenía en las manos. A la débil luz de
la Luna, vio que llevaba una cinta cosida; se subió la falda y se ató la
cinta al muslo, de forma que el paquete quedara plano y no hiciese
bulto.
Después se bajó la falda de nuevo y dio unos pasos de prueba. De
momento notaba la ligera frialdad del paquete contra su piel, pero
estaba segura de que pronto dejaría de sentirla, incluso aunque
anduviera. Cuando regresó a la calle Sally y vio que la vela seguía
encendida en la habitación de la planta baja de su vivienda se acercó
muy despacio, sin perder de vista el cuadrado de luz amarilla. Las casas
vecinas estaban silenciosas, con las persianas bajadas. Gaia pensó en ir
a casa de los Rupp, pero si era verdad que había un guardia
esperándola, acabaría por encontrarla de todos modos. Era mejor
enfrentarse al asunto y averiguar todo lo que pudiera sobre sus padres.
Al oír el crujido del primer escalón del porche delantero, le pareció
sentir que la casa, expectante, le respondía. En tres escalones más
alcanzó la puerta, que abrió con suavidad hacia dentro.
—¿Mamá? —dijo—. ¿Papá?
Miró de forma automática hacia la mesa, donde la vela brillaba sobre
un platito de arcilla, pero el taburete situado enfrente estaba vacío.
La minúscula esperanza de que su madre estuviera allí para recibirla se
evaporó por completo al reparar en el hombre que la miraba desde la
chimenea.
Llevaba el típico uniforme negro y un rifle cruzado a la espalda. La vela
iluminaba la parte inferior de su mandíbula y el ala plana de su
sombrero, pero no sus ojos.
—¿Gaia Stone? Soy el sargento Grey y me gustaría hacerte unas
preguntas.
La vela titiló en la corriente de aire. Gaia tragó saliva nerviosamente y
cerró la puerta mientras intentaba pensar. ¿Iría a arrestarla?
—¿Dónde están mis padres? —preguntó por fin.
—Han sido llevados al Enclave, para hacerles unas preguntas. Es una
mera formalidad.
19 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Como la voz era culta, baja y paciente, Gaia lo miró con más atención.
Le resultaba vagamente familiar, pero no recordaba haberlo visto antes
ni en la puerta sur ni junto al muro. Casi todos los soldados eran
hombres fuertes y sencillos de Wharfton que habían sido seleccionados
para recibir entrenamiento militar y que se enorgullecían de ganarse la
vida sirviendo al Enclave, pero Gaia sabía que había otros de dentro del
muro, hombres educados y ambiciosos, o con una inclinación natural a
la estrategia que los alentaba a servir. Supuso que aquel pertenecía al
segundo grupo.
—¿Por qué? —dijo.
—Solo para hacerles unas preguntas. ¿De dónde vienes?
Gaia se obligó a mantener la calma. Pensó en contestar con sinceridad;
no había hecho nada malo. Su instinto le recomendaba cooperar para
no causarles más problemas a sus padres, ni a sí misma. Pero tenía
miedo. Aquel hombre no necesitaba apuntarle a la cabeza para que su
arma representara una amenaza. Como al dejar el bolso sobre la mesa
advirtió que le temblaban las manos, las escondió tras su espalda.
—De un parto. El primero mío —contestó—. En la última casa de la
calle Barista. La mujer se llama Agnes Lewis. Ha tenido una niña que ya
he ascendido.
Él asintió.
—Enhorabuena. El Enclave tiene suerte de contar con tus servicios.
—Me complace servir —contestó Gaia, con la frase de rigor.
—¿Por qué no fue tu madre a ese parto?
—Ya estaba asistiendo a otra mujer. Le dejé una nota para que se
reuniera conmigo en cuanto acabara pero…
La nota seguía sobre la mesa, al lado de la vela. Al pasear la mirada por
el cuarto, sintió que la huella del miedo había borrado la habitual
calidez de su casa. Los rollos de tela, las cestas con material de costura,
el tablero de ajedrez, los pucheros, la media docena de libros de su
madre, hasta el banjo que su padre siempre dejaba en el estante
estaban torcidos, como si los hubiesen registrado de forma sistemática.
El sargento Grey sabía de sobra por qué su madre no había ido con ella.
—Así que fuiste sola.
20 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Sí. Vino a buscarme un chico y dijo que era urgente —contestó. Luego
se acercó al fuego y agarró un atizador para remover el carbón. Hasta
que no la arrestara, no tenía reparos en fingir que aquello era una
conversación normal y corriente. A altas horas de la noche, eso sí, y
para rematar el arresto de sus padres. Estaba buscando un trozo de
leña cuando él extendió la mano.
—Permíteme —dijo.
Gaia se retiró un poco mientras el sargento arrojaba dos leños al fuego;
una lluvia de chispas iluminó la habitación con la promesa de más
calor. Gaia se quitó el chal y lo dejó junto al bolso. Para su sorpresa, el
soldado hizo lo mismo con el fusil que colgaba de su hombro y lo apoyó
en un lateral de la chimenea. Casi daba la impresión de que iba a
ponerse cómodo, como si su cortesía hubiera ganado la batalla a su
entrenamiento profesional… a no ser que pretendiera manipularla para
sonsacarle más información.
—Dices que fuiste sola —repitió él—, ¿por qué no te acompañó la
ayudante de tu madre?
Gaia se fijó en que tenía la nariz muy recta y el pelo castaño oscuro
cortado al estilo militar, corto por detrás y un poco más largo sobre la
frente. Aunque no distinguía bien sus ojos en sombra, presintió en ellos
una vacuidad que hubiera cuadrado muy bien con el férreo control que
ejercía sobre sus rasgos. Daba escalofríos.
—¿La Vieja Meg? —respondió—. No, no vino conmigo. ¿No estaba con
mi madre?
El soldado no contestó. Gaia frunció el ceño y se acercó a él para
intentar verle los ojos, para comprobar la frialdad que presentía pese al
tono amable y los modales refinados.
—¿Por qué estás aquí? —le preguntó.
El hombre se volvió sin contestarle hacia la repisa de la chimenea, tomó
algo parecido a un folleto o un libro y lo arrojó sobre la mesa a fin de
que Gaia viera la cubierta. Esta apenas distinguía el título a la luz de la
vela:
Solsticio de verano 2403
21 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Convocatoria de los miembros de la
Cohorte de Ascensión de 2329
Solicitud de No Ascensión
—¿Lo reconoces? —preguntó el hombre.
Gaia no lo había visto en su vida:
—No.
Lo acercó para hojearlo; en la primera página figuraba una lista de
nombres:
Jacob Abel
Mara Ageist
Dorian Akimo
Dawn Alvina
Francesco Azarus
Jack Barlett
Bintou Bascanti
Jesse Belletier
Alyssa Benson
Zack Bittman
Pedro Blood
Ziqi Amarata
Greta Appling
Kirby Arcado
Sali Arnold
Zephryn Broda
22 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Milo Brosen
Chloë Cantara
Brooke Connor
Tomy Czera
Yustyna Dadd
Isabelle Deggan
Seguía así, por orden alfabético, durante varias páginas. A primera vista
ninguno de los nombres le resultaba familiar. Las páginas tenían unos
agujeros diminutos que parecían hechos al azar. Gaia negó con la
cabeza.
—¿Nunca has visto a tus padres con eso en las manos?
—No. Nunca lo había visto. ¿De dónde lo has sacado? Parece algo del
Enclave.
—Estaba en el fondo del costurero de tu padre.
Gaia se encogió de hombros y dejó el cuadernillo en la mesa.
—Lógico. Recoge todos los papeles que encuentra para usarlos de
alfiletero.
—Así que tiene otros papeles… ¿Recuerdas alguno?
La joven frunció el ceño.
—¿No se lo preguntaste a él?
El sargento recogió el folleto y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta.
—Quiero saber si tu madre te ha dado algo hace poco: una lista, un
cuaderno de notas o algún tipo de calendario.
Gaia, confundida, miró inconscientemente al calendario colgado junto a
la ventana trasera. Allí anotaban los días que su padre debía entregar la
ropa que confeccionaba, las reuniones con amigos en el Tvaltar y las
fechas del primer huevo que ponían sus gallinas. Además contenía los
cumpleaños familiares, incluidos los de sus hermanos. Hasta ese
momento no había vuelto a recordar el paquetito de la Vieja Meg. No
23 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
sabía lo que era, pero si el sargento la registraba, ¿la creería? Trató de
averiguarlo en las líneas visibles de sus pómulos lisos y angulosos, en
sus labios bien dibujados pero descoloridos.
—Está ese calendario de ahí —dijo señalando la pared.
—Eso no. Otra cosa. Una lista, quizá.
—Todo lo que me ha dado está en mi bolso, y no hay ninguna lista.
—¿Puedo? —preguntó él acercándose a la mesa.
Gaia le indicó por señas que mirara lo que quisiera, como si tuviese
elección… El sargento Grey abrió el bolso y examinó con cuidado cada
objeto que iba sacando: la rechoncha tetera de metal azul oscuro y las
dos tazas a juego, el kit herbal, la bolsa de felpa con los viales y los
frasquitos de pastillas, las hierbas y las bolsas que su padre cosía para
ella y que su madre llenaba con sus propias existencias de medicinas;
fórceps, un cuenco de metal, tijeras, kit de escalpelos, un cuchillo,
agujas e hilo, una jeringuilla, una pera de goma, la botella de tinta que
no había tenido tiempo de meter en su kit herbal y un carrete de
bramante rojo. A continuación volvió el bolso del revés y examinó el
forro, cada costura y cada pliegue de la tela gris, marrón y blanca. El
padre de Gaia había cosido amorosamente, puntada a puntada, aquel
bolso bonito, resistente y práctico, cuya correa encajaba a la perfección
en el hombro de su hija, quien ya lo consideraba una parte de ella. Por
eso el examen del sargento Grey le pareció una violación de su
intimidad, sobre todo por la precisión y la meticulosidad de sus
movimientos. Con las manos ya quietas pero aún sobre la tela, el
sargento miró por fin a Gaia con expresión neutra. La chica no hubiera
sabido decir si estaba decepcionado o aliviado.
—Eres joven —dijo él.
El comentario la sorprendió, pero no vio motivo para replicar. Además,
ella hubiera podido decirle lo mismo. Él se enderezó, exhaló un suspiro
y empezó a guardar todo de nuevo.
—Deja —dijo Gaia—, ya lo haré yo. En cualquier caso, tengo que limpiar
algunas cosas.
Extendió la mano al mismo tiempo que el sargento agarraba el frasco de
tinta y, cuando él no se lo dio, ella levantó la vista para mirarle. Un
destello de la vela iluminó por fin sus ojos. La lobreguez que había
24 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
presentido en ellos era tan real como una piedra gris y plana, aunque
estaba suavizada por un matiz de curiosidad. Tras un instante en que
su mirada sostuvo la de ella, sopesándola, el sargento le dejó el
frasquito en la palma de la mano y retrocedió, alejándose de la luz de la
vela.
—Necesito saber algo de mis padres —dijo Gaia obligándose a mantener
la calma—. ¿Cuándo volverán a casa?
—No lo sé.
—¿Tardarán mucho? ¿Podré verlos? —preguntó.
¿Por qué aquel tipo había renunciado a fingir que no pasaba nada?
—No, no podrás.
Cada una de sus respuestas no hacía sino aumentar su pánico, pero
también su ira, como si un puñado de arena le subiera por la tráquea.
—¿Por qué no?
Él se ajustó el sombrero para cubrirse los ojos con el ala.
—Más vale que no olvides cuál es tu lugar —contestó en voz baja.
A Gaia le llevó un momento darse cuenta de que la estaba regañando,
por impertinente. Había sido amable y considerado mientras le servía
para algo, pero era un soldado del Enclave y, como tal, ostentaba un
poder que ella apenas se atrevía a imaginar.
Agachó la cabeza, con las mejillas ardiendo, y citó las palabras
deferentes:
—Ruego tu perdón, hermano.
Oyó el frufrú de su abrigo negro mientras él metía la cabeza por la
correa del fusil para colgárselo al hombro, de forma que la correa
cruzara en diagonal sobre su pecho.
—Caso de que encuentres una lista, una libreta o un calendario entre
las cosa de tu madre, llévalo de inmediato a la puerta sur y solicita ver
al hermano Iris, a ese y a ningún otro. ¿Lo has entendido?
—Sí, hermano.
25 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Reemplaza a tu madre como comadrona y sirve al Enclave en los
nacimientos del Sector Occidental Tres de Wharfton. Ascenderás los
tres primero bebés de cada mes al Enclave, a la puerta sur, dentro de
los noventa minutos siguientes al parto.
Gaia retrocedió un paso. La perspectiva de hacer el trabajo de su madre
sin su ayuda la aterrorizaba.
—¿Lo harás? —insistió él con voz dura.
Gaia alzó la vista, sobresaltada.
—Sí, hermano.
—Serás compensada. Recibirás doble cantidad semanal de
micoproteína, agua, tela, velas y combustible. Se te concederán catorce
horas a la semana en el Tvaltar que podrás acumular o dar a otros,
como prefieras.
Ella inclinó la cabeza, consciente de que aquella última compensación
le permitiría conseguir otras cosas necesarias. Era una paga increíble,
el doble de lo que su madre ganaba y mucho más de lo que Gaia había
esperado.
—Doy gracias al Enclave —murmuró.
—El Enclave sabe que has ascendido a tu primer bebé, sin ayuda —
contestó él bajando la voz—. Era un bebé que podía haberse ocultado
con facilidad o vendido, o entregado a la madre. El Enclave reconoce
que has demostrado la máxima lealtad, y la lealtad se recompensa.
Gaia apretó los puños. Daba la impresión de que el Enclave conociera
las dudas que la habían atenazado mientras ascendía al bebé. Pero,
aunque había cumplido su obligación y había recibido su recompensa,
tenía miedo. ¿Sabían también que se había parado a hablar con la Vieja
Meg? ¿Sabían que en aquel preciso momento llevaba el paquete de su
madre atado a la pierna? Antes, cuando no tenía secretos, no le
importaba nada lo que el Enclave supiera o dejara de saber. Deseó que
la anciana no le hubiera dado nunca el paquetito aquel.
Al mirar de nuevo al soldado, cayó en la cuenta de que estaba en su
mano resolverlo en aquel mismo instante. Su corazón se desbocó. Podía
decirle que esperara, darse la vuelta para subirse la falda, desatar el
paquete y dárselo. Podía decir que ni siquiera lo había mirado y que no
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tenía ni idea de qué era. Los guardias atraparían a la Vieja Meg en un
dos por tres.
Se mordió los labios.
—¿Sí? —preguntó el sargento Grey—. ¿Se te ha ocurrido algo?
Gaia volvió hacia él la mejilla izquierda, la quemada, como hacía
siempre de forma instintiva cuando quería ocultar sus pensamientos.
Durante un momento, recordó el llanto desgarrado de Agnes Lewis
mientras le suplicaba que le devolviera a su hija Priscilla. ¡Agnes Lewis!
Gaia apenas había considerado a la parturienta como a una persona.
Aquella madre era antinatural, avariciosa y desleal al Enclave pero,
pese a ello, había algo tan potente y tan desesperado en sus ruegos…
Gaia no podía cerrarse del todo a aquel dolor ni pensar que no tenía
algún tipo de relación con el paquete, como si su madre le hubiera
enviado el misterioso regalo a modo de antídoto.
—¿Gaia?
Agitó la cabeza, sorprendida de que el soldado la llamara por su nombre
de pila. Era una absoluta falta de etiqueta. Lo observó con curiosidad.
La rígida línea de su mandíbula se había relajado, o quizá era que ya no
estaba tan tieso.
—Perdona, hermana —dijo él—, creía que recordabas algo.
Un leño de la chimenea se ajustó al calor con un crujido y del hogar
emanó un destello de luz que resaltó el adusto perfil del soldado. Gaia
pensó que tenía que inventarse algo, cualquier cosa para convencerle de
que no tenía nada que ocultar. Le dedicó una sonrisa con la que
esperaba demostrar una vanidad avergonzada, y dijo:
—Solo estaba pensando que me gustaría conseguir botas como las que
salen en las películas del Tvaltar, de esas estilo cowboy para chicas.
El soldado profirió una risa breve y seca.
—Pues desde luego podrás permitírtelas. Es tu privilegio.
Ella se acercó de nuevo a la mesa con aire más decidido y empezó a
guardar sus cosas en el bolso, excepto las que debía limpiar. Respiró
hondo para evitar el temblor de sus manos.
27 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Cuando el sargento se dirigió a la puerta, Gaia pensó que la abriría y se
despediría, pero al ver que no era así, levantó la vista para mirarlo otra
vez.
—¿Qué te pasó en la cara?
Sintió la familiar patada en las entrañas y después una punzada de
desagrado. Dos veces en la misma noche. Se había figurado que el
sargento tenía educación suficiente como para no preguntar o que, al
conocer a su familia, se sabría ya su historia.
—Cuando era pequeña, mi abuela tenía un barreño de cera caliente
para hacer las velas en el patio trasero, y yo tropecé con él —contestó.
Aquello solía poner fin a la conversación—. Yo no me acuerdo de nada
—añadió.
—¿Cuántos años tenías?
Gaia ladeó un poco la cabeza para mirarle.
—Diez meses.
—¿Ya andabas a los diez meses?
—No muy bien, como se ve —respondió ella con aspereza.
Él guardó silencio un momento mientras Gaia esperaba que, por fin,
echara mano al pomo. Sabía lo que estaba pensando: con aquella
cicatriz no pudo ser ascendida al Enclave. En cierto modo, su caso era
el ejemplo perfecto de por qué era mejor ascender a los bebés al poco de
nacer. Tiempo atrás solían dejarlos con sus madres durante el primer
año de su vida, pero estas se volvían cada vez más descuidadas y sus
hijos enfermaban o resultaban heridos antes de cumplir los doce meses.
Con el sistema actual de cuotas, el Enclave recibía bebes sanos y
enteros el mismo día en que nacían, y las madres podían volver a
quedarse embarazadas enseguida, si lo deseaban.
Nunca se ascendía a los niños deformes. En opinión de Gaia, por un
accidente se te garantizaba una vida de pobreza fuera del muro, sin
educación, sin buenos alimentos, sin diversiones y sin amistades fáciles
de hacer, mientras que las chicas de su edad que habían sido
ascendidas vivían con electricidad, comida y educación. Llevaban ropa
bonita, soñaban con maridos ricos, se reían y bailaban. Gaia las habías
visto una vez, de niña. La hermana del Protector había contraído
28 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
matrimonio y la gente de Wharfton pudo entrar al Enclave para ver,
desde una calle con barricadas, el desfile de boda. A Gaia le pareció un
sueño: los colores, la música, la belleza, la abundancia. Los programas
especiales del Tvaltar palidecían en comparación. Más adelante se dio
cuenta de que podría haberse llevado si no hubiese sido tan torpe o si
hubieran instituido la política de seguridad antes de que ella naciera.
Quería asegurarse de que los bebés que fuesen responsabilidad suya
tuvieran las oportunidades que ella nunca tendría, esos tres
afortunados de cada mes. El resto, media docena más, que no podía ser
ascendido sufriría su mismo destino: sobrevivir en Wharfton, como ella.
No tenía ni idea de si su rostro traicionaba lo sombrío de sus
pensamientos, pero el sargento Grey la miraba con una expresión
atenta y expectante.
—Me complace servir al Enclave —dijo por fin.
—Nos complace —respondió él.
A continuación dio media vuelta, y Gaia le vio aferrar el pomo. Poco
después la puerta se cerraba con suavidad y ella se quedaba sola en
casa, con la luz de la chimenea iluminando las silenciosas cuerdas del
banjo de su padre y el hecho irrefutable de que tanto él como su madre
ya no estaban.
29 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
3 Rapunzel
Transcrito por Lora
Corregido por Zafira
na vez que Gaia hubo acabado de lavar la tetera y las tazas, y de
reemplazar las hierbas que había usado en el parto de Agnes, lo
metió todo de nuevo en el bolso para dejarlo preparado, tal como
le había enseñado su madre. A continuación recolocó los objetos que los
guardias habían desordenado en el registro, para que la casita se
pareciera lo más posible al hogar que había sido. Hasta las dos velas
amarillas que encendían por la noche en honor de sus hermanos
habían sido desplazadas algunos milímetros de su lugar de siempre.
Pese al restablecimiento del orden, Gaia seguía inquieta. Cuando se
derrumbó en la silla de su padre, ante los rescoldos de la chimenea, no
consiguió calmarse lo suficiente para conciliar el sueño, ni siquiera
cuando el calor aplacó la fatiga de sus músculos.
En ese momento oyó que llamaban con suavidad a la puerta de atrás.
Se levantó.
—¿Quién es?
—Yo, Theo. Me envía Amy, para ver cómo estás.
Gaia abrió la puerta y Theo Rupp entró extendiendo los brazos.
—Dan miedo, ¿no? —dijo.
Gaia voló agradecida hacia él y cerró los ojos cuando sus fuertes brazos
la envolvieron. El alfarero, con su olor habitual a polvo y arcilla, le dio
palmaditas en la espalda. Ella estornudó.
U
30 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Oye —dijo liberándola—, a ver: ¿qué te parecería pasar la noche con
Amy y conmigo? No creo que te apetezca estar aquí sola.
Gaia retrocedió hasta la chimenea y echó otro leño al fuego.
—Gracias —respondió, acercando un taburete e indicando al hombre
que se sentara en la silla de su padre, más cómoda—, pero prefiero
quedarme. Mis padres pueden volver en cualquier momento.
—En realidad no te he visto regresar a casa, en caso contrario hubiera
venido antes —dijo Theo a modo de disculpa—. Amy ha visto irse al
guardia hace unos diez minutos y ha dicho que tenías que estar aquí.
Solo se había quedado uno de ellos, ¿no?
Gaia asintió y dijo:
—Con uno bastaba y sobraba.
Theo se sentó despacio y Gaia le estudió la cara para ver si sabía algo
más. Él y su mujer, Amy, vivían en la casa de enfrente y, como los
demás vecinos, debían haber visto que se llevaban a sus padres.
—Dime lo que sepas —apremió—. ¿Tienes idea de por qué los han
arrestado?
—Ninguna. Es un absoluto misterio. Aunque, ya sabes, a veces pasa. El
Enclave se lleva a alguien, le hace unas cuantas preguntas y lo suelta,
como si tal cosa. Seguro que tus padres se han topado con alguna
persona o han visto algo y el Enclave quiere información.
—Pero si solo es eso, ¿a qué viene el arresto? ¿Por qué no les han
preguntado aquí lo que querían saber? Mis padres hubieran colaborado.
—No sé —dijo Theo—, pero ellos actúan así.
Gaia se miró las manos y extendió los dedos hacia la lumbre. Confiaba
en Theo. Lo conocía de toda la vida, y su hija Emily era su mejor amiga.
—¿Sabes si mi madre guardaba algún tipo de lista? —preguntó—. ¿O
un calendario?
Él apretó los labios.
—Tu madre tiene un montón de listas. ¿Por qué lo dices?
—Eso es lo que quería averiguar el sargento Grey.
31 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Theo se cruzó de brazos, con cara de perplejidad.
—Pues si fuera por listas, tendrían que arrestar a toda la comunidad.
Gaia miró detrás de él, hacia el rincón de costura de su padre, a sus
cajas y sus cestas de materiales, agujas y patrones. Su alfiletero
amarillo había rodado hasta el pedal de la máquina de coser.
—Entonces, ¿crees que no debo preocuparme? —dijo yendo a recogerlo.
—Yo no lo diría exactamente así, cielo. Yo diría que preocuparse no te
serviría de nada.
Gaia observó su cariñosa sonrisa, la dulzura de su mirada.
—Ven con nosotros —insistió él—; si no, Amy me va a poner la cabeza
como un bombo y Emily me la va a arrancar directamente.
Ella respiró hondo e hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Tengo que quedarme.
—Pero por lo menos vendrás a cenar, ¿no? ¿Mañana? Es posible que
para entonces ya sepamos algo.
Gaia giró el alfiletero entre sus dedos, asintiendo. Estaba muy cansada
y, gracias al consuelo que le había ofrecido su sensato amigo, esperaba
ser capaz de dormir un poco.
—Gracias por venir —le dijo—, ahora estoy mucho mejor. Todo irá bien,
¿verdad?
Theo se levantó y le dio otra tanda de palmaditas en el brazo.
—Seguro que vuelven dentro de nada. Tú sigue haciendo tus cosas y ya
verás como el tiempo se te pasa volando. ¡Y cuídame las pobres gallinas!
Gaia se rió.
—Esta noche he ascendido a mi primer bebé.
—¡En serio! ¡Estupendo! Pues eso celebraremos mañana cuando
vengas. ¡Vaya, vaya, la pequeña Gaia se ha convertido en toda una
comadrona! Amy se pondrá loca de contento. Antes de la cena iré a
buscar a Emily y a Kyle, para que estemos todos.
32 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia vio que le hacía feliz tener una excusa para reunir a la familia.
Sonrió y le sostuvo la puerta. Cuando se hubo ido, fue capaz de
acostarse en la cama de sus padres, cubrirse con sus mantas, respirar
su aroma y dormirse por fin.
Bajo el brillante sol del mediodía, enfiló con el tercer bebé de mayo
hacia la puerta sur del Enclave, pero esta vez no sentía orgullo ni
emoción sino simple agotamiento y el perpetuo horror que rondaba en
el fondo de su mente. El polvo marrón de la carretera raspaba sus
zapatos mientras avanzaba pesadamente hacia el muro. Se bajó las
mangas largas de su vestido marrón, agradeciendo que, al ser de tejido
ligero, no diera demasiado calor. Al echarse el sombrero hacia delante
para protegerse la cara, notó que unos rayitos de luz se colaban por la
trama del ala y caían sobre el bebé que llevaba en brazos.
Hacía ya tres semanas que no tenía noticias de sus padres, ni de Agnes,
ni de la Vieja Meg, y empezaba a perder la esperanza de volver a verlos.
Al principio, el terror y la soledad fueron tan agudos que llegó a sentir
que la inmensa necesidad de estar con ellos la volvería loca. Entonces
trataba de recordar las palabras que Theo Rupp no dejaba de repetirle,
que todo iría bien, pero solo su trabajo la obligó a continuar y, gracias a
él, había logrado convertir la impotencia y el pánico iniciales en una
suerte de agotamiento hiriente y aturdido. Sus sueños estaban plagados
de pesadillas. En la plaza, delante del Tvaltar, varias familias habían
instalado puestos y los habitantes de Wharfton acudían en masa al
bullicioso mercadillo. Había incluso algunos residentes del Enclave,
para los cuales, Gaia se había escandalizado al saberlo, se «ascendían»
considerablemente los precios. Saludó a Amy Rupp, situada delante de
una manta extendida sobre la que había colocado sus cuencos,
fabricados el mes anterior en su rueda de alfarero. El viejo Perry estaba
sentado bajo una sombrilla improvisada, con un barril de agua y una
fila de tazas. El olorcillo del vinagre para enjuagarlas entre cliente y
cliente daba ganas de beber, pero Gaia tenía que seguir a lo suyo. Otro
hombre vendía alfombrillas y sombreros de lana. Otros huevos, canela
molida, hierbas y panes integrales.
Gaia oyó un tintineo de monedas y vio al herrero cambiar un cuchillo
por varios pases para el Tvaltar. En lo alto, un par de palomas volaron
con energía hasta desvanecerse en el nido del tejado del edificio que
presidía la plaza. Varios niños sucios y descalzos corrían entre los
puestos, riendo y jugando a la pelota. El viejo mezquite arrojaba un
33 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
estanque de sombra donde varios ancianos descansaban en los
desvencijados taburetes que siempre rodeaban el tronco del árbol.
—¿Vas a ir luego al Tvaltar, Gaia? —le dijo Perry, que se abanicaba con
un paipay.
—Esta noche, no.
—Pues otra será.
Gaia miró la fachada del Tvaltar, con sus puertas cerradas para
mantener fresco el interior. Desde el arresto de sus padres, había
evitado el edificio comunitario y su escapismo paliativo, pero en ese
momento, al ver entrar a dos niñas, recordó el lugar mágico que había
sido para ella durante la infancia.
Hasta hacía muy poco le habían encantado los trajes de colores, la
música y el baile que se extendían por la gigantesca pantalla, y también
le encantaban los programas especiales sobre la vida del Enclave, con
sus modas, sus fiestas y sus refinamientos. Y los que hablaban de la
familia del Protector, de sus dos hijos, el ascendido y el propio, y de sus
gemelas, solo algo menores que ella. Disfrutaba con las imágenes de
archivo de la Edad Fría, con su tecnología extraña, y de los
documentales sobre naturaleza, donde salían caballos, elefantes y otras
especies extinguidas.
Pero, de pequeña, lo que más le gustaba eran los cuentos de hadas,
porque la transportaban a una vida distinta. Esos le hacían compañía
durante muchas semanas. Con cerrar los ojos en el porche trasero,
viajaba al mundo submarino donde cantaban las sirenas, al país donde
los duendes vivían en un claro del bosque, o a la torre del castillo donde
la princesa víctima de una maldición dormía años y años acumulando
polvo y después crecía en un bosque encantado y llegaba un príncipe y
tenían hijos para ellos solos. Recordaba en particular que la noche del
quinto cumpleaños de Emily Rupp, los padres de esta prometieron
llevar a Emily, Gaia y su amiga Sasha al Tvaltar para ver Rapunzel.
Encima, Sasha no había ido nunca, porque su familia no podía
permitirse los pases, así que Gaia y Emily contaban con la emoción
añadida de describirle la maravilla que le esperaba:
—Es enorme —dijo Emily—, tan alto como el muro del Enclave, y tiene
dibujos que se mueven.
34 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Iban de la mano, con Emily en medio, guiando a sus padres hacia la
plaza.
—Primero se pone todo negro —añadió Gaia—, con luces en el techo
que parecen estrellas, y en las paredes otras luces que bajan hasta una
especie de horizonte, como cuando anochece. Entonces sabes que va a
empezar.
—¿Y la gente va todas las noches? —preguntó Sasha.
—No. Bueno, los mayores a lo mejor, pero solo cuando tienen pases —
dijo Emily. Cuando esta acercó la cabeza a las suyas, Gaia olió en su
aliento la tarta de cumpleaños—. Mi mamá los tiene porque es mi
cumpleaños.
Gaia esperaba que Rapunzel fuese tan buena como las otras. Su madre
le había dicho que salía una torre, como las del Bastión, y una princesa
con una trenza larguísima. Ella y sus dos amigas se habían trenzado el
pelo para la ocasión, y las trenzas castañas de Gaia eran las más
largas. Las rubias de Sasha eran las más cortas, y Emily tenía el cabello
tan fino que solo se había hecho una.
En cuanto cruzaron las altas puertas, Gaia miró a Sasha, que
contemplaba las estrellas del techo con el debido sobrecogimiento.
—¿Lo ves? —dijo Gaia.
Sasha se limitó a quedarse con la boca abierta, muda de asombro.
Emily le dio un codazo.
—Te va a encantar. ¡Todavía te falta la función!
—Vamos —dijo Gaia, empujando de nuevo a Emily para meterla por el
largo pasillo que bajaba hacia la inmensa pantalla.
La gente empezaba a llenar los bancos, hablando y riéndose. Muchas de
las mujeres se abanicaban despreocupadamente con sus paipays y
algunos de los hombres más jóvenes, los que no se habían cubierto los
brazos al trabajar en los sembrados, lucían quemaduras de un rojo
intenso.
Gaia miraba hacia atrás para buscar a los padres de Emily, deseando
mentalmente que se dieran prisa, cuando para su sorpresa, vio que se
metían en una fila de bancos situada a medio camino de la pantalla.
35 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¡Niñas! —llamó la madre de su amiga.
Emily y Sasha se volvieron obedientemente, pero Gaia tiró de la mano
de Emily y dijo:
—No, vámonos delante. Los bancos buenos están ahí. ¡Mira! Hay
muchos.
Emily meneó la cabeza. Un par de adultos pasó por su lado,
empujándolas.
—Ahí no podemos ir —contestó Emily.
—¿Por qué no?
—Ahí se sientan los raros.
Gaia no la entendió. No tenía ni idea de quiénes eran los raros. Ella y
sus padres se sentaban siempre delante, y sus amigos igual, y era
desde donde mejor se veía. Soltó la mano de Emily y se volvió para
seguir bajando por el pasillo, hacia la pantalla.
—¡Gaia! —llamó autoritariamente el padre de su amiga.
Pero ella siguió avanzando, como si no pudiera hacer otra cosa, como si
la cuesta la empujara hacia abajo. Allí estaban los bancos donde ella y
su familia se sentaban siempre, y el chico con el labio partido y el chico
con muletas. Los padres de ambos estaban todavía de pie, hablando
entre ellos. Vio al niño silencioso y malhumorado que vivía con el
artista, y a una niña muy pequeña con un brazo que no le había crecido
bien. La niña levantó la mano para saludarla.
«Raros», pensó. «Dejan que las familias raras se sienten delante».
—¡Gaia! —dijo el padre de Emily. Ella respingó al sentir su pesada
mano en el hombro—. Hoy nos sentaremos un poco más atrás —añadió
con suavidad.
Un susurro llegó hasta ellos:
—Eh, Theo, puede sentarse aquí —dijo con naturalidad un hombre—, y
sus amigas también, si quieren.
El padre de Emily la tomó de la mano.
—Gracias, no hace falta.
36 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia, enmudecida, sintió que tiraba de ella.
—Vamos, Gaia —dijo él en voz baja—, la función va a empezar.
De repente, se dio cuenta de que casi todos se habían sentado y de que
las conversaciones se apagaban. Al volverse vio filas y filas de caras y, al
empezar a mirarlas una a una, todas se volvieron hacia ella como
movidas por una sola voluntad. Gaia llevaba su vestido nuevo, el que le
había hecho su padre hacía una semana; era marrón y bonito, con un
cuello suave y redondo y un lazo en la espalda, un lazo que hacía juego
con los de sus trenzas. Pero sabía de sobra que la gente no miraba su
vestido, sino su cara. Cuando volvieron a subir por el pasillo, oyó
murmullos. Murmuraciones. No necesitaba oírlas con claridad para
saber que eran de lástima. Lo único que hacía más daño era lo que no
decían: rara.
Ni siquiera Rapunzel, la función más impresionante que había visto en
el Tvaltar, pudo quitarle de la cabeza lo que realmente era. Justo antes
del final, le pidió a la madre de Emily que la dejara salir antes, antes de
que las luces se encendieran y aquella gente volviera a cebarse en ella.
Para disipar cualquier tipo de duda que pudiese quedarle, la compasiva
madre de Emily no puso reparos y sacó a la rara antes que a las demás.
37 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
4 El Triángulo Doblado
Transcrito por Darkiel y Edith 1609
Corregido por nessie
aia parpadeó y el recuerdo cayó en el olvido, dejando tan solo el
regusto de la antigua vergüenza. Con el tiempo y la costumbre,
hasta la peor sensación se volvía tolerable. A sus pies, una
paloma picoteaba ruidosamente la tierra. Perry se había dado la vuelta
para hablar con sus amigos, y el bebé se movió levemente en sus
brazos. Tras salir de la plaza, mientras subía por la colina hacia el
muro, se cruzó con una pareja de hombres del Enclave vestidos de
blanco y esquivó sus miradas con el ala del sombrero. Su trabajo era
ascender a un bebé, y en eso pensaba concentrarse. La madre de ese
día, Sonya, no había puesto objeciones ni se había quejado; cuando
Gaia llegó al parto, Sonya ya sabía que el suyo era el tercer bebé del
mes y aceptaba la ascensión. Eso y saber que la mujer contaba con dos
niños propios, debería haberle facilitado a Gaia la tarea, pero la
pasividad de la madre le resultó inquietante. Siempre esperaba que
alguna reaccionara como Agnes, con sollozos atormentados y
desgarradores, pero ninguna lo había hecho y Agnes había
desaparecido junto a la agonía de aquella noche. Gaia ignoraba si la
habrían arrestado o habría huido a los páramos.
Miró al bebé dormido y acarició cansinamente su sonrosada mejilla.
—Tendrás una buena vida —musitó.
Intranquila, Gaia se metió un mechón de su oscuro cabello detrás de la
oreja derecha y alzó la vista hacia un ruido de golpes y chapoteos: un
niño harapiento limpiaba el polvo de un panel acumulador de lluvia.
G
38 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿No estarás malgastando el agua? —dijo una voz desde una puerta
abierta.
—No, ma —contestó el crío mientras la esponja goteaba sobre el cubo.
—Como te quites el sombrero y te quemes, te quito yo a ti la cabeza de
un sopapo, en serio te lo digo.
—Lo tengo puesto.
Se le echó hacia atrás para sonreír a Gaia, los dientes blancos y los pies
marrones de barro. Desde lo alto, un hombre invisible se rio
complacido, y Gaia oyó un entrechocar de platos. A pesar de la cruda
simplicidad de los hogares de Wharfton y del trabajo interminable, la
vida en el exterior del muro adquirió por un momento una decencia
elemental. Al menos nadie se moría de hambre. El arresto de sus
padres y su ausencia continuada hacían que Gaia se cuestionara cosas
que había dado por sentadas, y le hacían ver con otros ojos la
empobrecida comunidad del exterior del muro. Quizá los tres bebés
ascendidos de su sector eran un simple pago por el agua, la
micoproteína y la electricidad que el Enclave proporcionaba. Quizá el
intercambio, barnizado de privilegios y esperanzas, era así de simple.
¿Valía la pena? Pasó otra hilera de casas rudimentarias y soleadas
preguntándose si la espiarían por las persianas de ratán y se alegrarían
en silencio de que aquel bebé completara la cuota del mes de mayo.
El Sector Oriental Dos también la había completado. Gaia lo sabía
desde la víspera, por la boca de la madre de Emily, que fingió lamentar
que su nieto no pudiera ser ascendido. A Emily le brillaban los ojos con
la perspectiva de ser madre y su marido, Kyle, presumía por el muelle
exhibiendo su tupé negro y sus músculos con paternal orgullo. Su hijo,
al igual que los padres, estaría destinado a una vida anodina en el
exterior del muro, y sería educado para servir al Enclave. Gaia no podía
sentirse feliz por ellos, pues sabía lo duramente que tendrían que
luchar, pero tampoco podía sentirse triste, lo que no hacía sino
aumentar su confusión.
Al seguir subiendo por la carretera, divisó el inlago a su derecha. Desde
aquella altura era incluso posible imaginar cómo había sido en otros
tiempos el Inlago Superior lleno de agua dulce, una vasta reserva que se
habría extendido brillando hasta el horizonte meridional. Ahora
Wharfton señalaba la linde de una gran cuenca vacía que se precipitaba
a un valle granítico, con abanicos aluviales de grandes peñascos y
39 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
salientes de álamos y flores silvestres. Donde una vez hubo agua, no
quedaba de azul más que el gris azulado de la lejanía.
A la izquierda de Gaia, agrandándose opresivamente a cada paso, se
alzaba el inmenso muro del Enclave. A esa hora del día, la puerta sur
estaba abierta y, al doblar el último recodo del camino, Gaia vio los
bonitos edificios del interior. Los adoquines trazaban ondas a lo largo de
la avenida que ascendía en curva, donde una fila de elegantes tiendas
con toldos blancos arrojaba una capa de sombra invitadora sobre la
acera. A su amparo, una pareja de niñas con vestidos de colores miraba
un escaparate. Una joven vestida de rojo las llamó y ellas la siguieron
enseguida calle arriba hasta que las tres se perdieron de vista, sus
sombreros amarillos brillando al sol.
—Este es el último del mes, ¿no? —dijo el guardia al ver acercarse a
Gaia—. El tercero.
Para entonces, Gaia ya conocía bien al sargento Georg Lanchester, el
más alto de los guardias que estaba de servicio la noche en que entregó
su primer bebé. Era un hombre hablador y amistoso, criado fuera del
muro. Gaia no podía dejar de mirarle la nuez de Adán cuando hablaba.
Un segundo guardia, ataviado con el habitual uniforme negro, le echó
una ojeada con cara de aburrimiento. Gaia le saludó inclinando la
cabeza.
—Hola, hermano —dijo al sargento Lanchester—. ¿Hay noticias de mis
padres?
—Ninguna que yo sepa, hermana. Sin embargo, he oído un rumor que
te concierne.
Gaia le miró inquieta y empezó a cambiar alternativamente el peso de
su cuerpo de un pie a otro, iniciando un ritmo sencillo para mecer al
bebé que llevaba en brazos. Con mucho dolor, empujó de nuevo el
recuerdo de sus padres al fondo de su cerebro.
—¿Qué rumor?
—Se dice que, en junio, la cuota de bebés aumentará a cinco.
—¡Cinco! —exclamó Gaia—, pero si eran tres, y antes dos, o incluso
uno. ¿Pero qué pasa?
40 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—No lo sé. Parce ser que necesitan más. De hecho —dijo el sargento
acercándose y bajando la voz—, si pudieras animar a las posibles
mamás a colaborar un poco, todo de forma legal por supuesto, yo
podría ponerte en contacto con algunos padres muy respetables de aquí
dentro.
Gaia mantuvo una expresión neutra, pero estaba horrorizada. ¿Acaso
su madre había tenido que lidiar también con algo así? ¿Qué habría
hecho ella? No quería ofender al sargento Lanchester, pero no estaba
dispuesta a comerciar con bebés. A eso se refería, ¿no? Echó un vistazo
al otro guardia: se había alejado unos pasos y miraba en otra dirección;
no los oía.
—Te ganarías algunos pases extra para el Tvaltar —añadió el sargento,
confirmando sus sospechas.
—Gracias, lo pensaré. Ya te diré algo.
El sargento Lanchester asintió, complacido por la respuesta.
—Esta es mi chica. Ya sabía yo que lo entenderías. Eres de fiar; aunque
espero que no hables de eso con nadie más que conmigo. Esas familias,
precisamente porque son muy conocidas, prefieren mantener el
anonimato —enarcó las cejas con brevedad en dirección al otro guardia.
Después se enderezó y se dirigió a él:
—Deberías ver a este bebé, es todo un caballerito.
El guardia se acercó, lo miró de cumplido y no dijo ni palabra. Era un
hombre mayor, de escaso cabello gris y hombros estrechos. Cuando le
examinó abiertamente la cicatriz, Gaia enrojeció de vergüenza y se ladeó
el sombrero para impedirle la visión. El guardia soltó un gruñido y se
alejó de nuevo.
Gaia miró más allá de él, deseosa de ver algo más del Enclave. A poca
distancia de la entrada, por la avenida que ascendía en curva, vio bajar
a la hermana Khol, con su bata blanca aleteando tras ella. Se detuvo
cuando un hombre la saludó y se inclinó el sombrero hacia delante al
acercarse para hablar con él.
Una mujer de mediana edad vestida de azul atravesó la puerta en
dirección al mercado de Wharfton, con una cesta colgada del brazo.
41 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Buenas tardes, hermana —dijo el sargento Lanchester, tocándose el
ala del sombrero—. Bonito día, ¿verdad?
Mientras la mujer le contestaba alegremente, Gaia sintió la familiar
punzada de nostalgia. Los del Enclave podían salir y entrar a su antojo,
pero muy pocos de Wharfton atravesaban el muro, y solo para hacer
algún servicio o entregar alguna cosa. Ni siquiera los labradores
entraban con regularidad, sino únicamente cuando llevaban las
cosechas a los almacenes de la fábrica de micoproteína. ¿Existiría algún
modo de trabajar dentro del muro? Su deseo la confundía, sobre todo
desde el arresto de sus padres.
La hermana Khol llegó a la puerta.
—¡Ah, Gaia! —dijo—. ¿Qué nos traes? ¿Niño o niña?
—Un niño sano, hermana —contestó educadamente.
La mujer chasqueó la lengua.
—Ahora se han puesto de moda las niñas. En fin, no importa. Sigue
habiendo muchos padres tradicionales que prefieren un benjamín. Ven
con la hermana —añadió con dulzura, extendiendo los brazos.
Cuando le entregaba el bebé, Gaia se sorprendió al palpar algo duro
entre sus dedos y la mantita que envolvía al niño. Miró a la hermana
Khol, pero la expresión de la mujer no mostraba cambio alguno. Aun
así, como sintió que lo empujaba hacia ella, lo agarró rápidamente y se
lo guardó con disimulo en el bolsillo.
—Mira qué boquita más linda —dijo la hermana Khol—. ¿Cuándo ha
nacido?
Gaia tenía el pulso acelerado. Tratando de actuar con naturalidad, miró
el reloj que llevaba al cuello.
—Hace setenta y dos minutos.
—La chica lleva aquí sus buenos quince minutos —terció el sargento
Lanchester. A continuación se apartó para dejar sitio a dos hombres
que salían del Enclave.
La hermana Khol meneó la cabeza de forma tranquilizadora.
—No importa. Es menos de los noventa minutos admitidos. Qué rico es
—gorjeó, y dedicó a Gaia una sonrisa cálida—. Ya has completado la
42 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
cuota de este mes, así que ya no nos veremos hasta junio. Sigue así,
Gaia. Espero que seas bien compensada.
—Sí. No me falta de nada. Me complace servir al Enclave.
—Nos complace —dijo la hermana Khol.
—Nos complace —repitió el sargento Lanchester.
El segundo guardia masculló algo parecido.
La hermana Khol cruzaba ya la puerta.
—¿Es verdad que el próximo mes van a aumentar la cuota? —preguntó
Gaia.
La hermana Khol se volvió y la miró fijamente.
—¿Quién te ha dicho eso?
Gaia echó una ojeada al sargento y vio que el hombre le hacía un
levísimo gesto de negación con la cabeza.
—Nadie, lo he oído por ahí —improvisó—. ¿No es verdad, no?
Vio que los dos guardias se miraban y que la hermana Khol fruncía el
ceño.
—¿Acaso te molestaría? —preguntó la mujer en voz baja.
—¡Claro que no! —contestó rápidamente Gaia—. Solo lo pregunto para
estar preparada.
La expresión reprobatoria de la hermana Khol se suavizó un poco.
—Es el Protector quien toma esas decisiones —dijo—, yo no puedo
negarlo ni confirmarlo. Todo lo que sé es que nuestros bebés se
destinan a las mejores familias del Enclave.
—¿No ha sido siempre así? —preguntó Gaia.
La sonrisa de la hermana Khol fue cautelosa.
—Por supuesto. El futuro de todos nosotros depende de ello.
43 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia asintió. Sabía que eso era cierto, y también que aquel no era el
mejor momento para seguir haciendo preguntas. Se metió la mano en el
bolsillo y aferró el objeto duro que la hermana Khol le había dado.
Cuando advirtió que se trataba de un papel doblado muchas veces
hasta formar un triángulo muy pequeño, sintió tal emoción que estuvo
a punto de pegar un brinco. Apenas se dio cuenta de que la mujer ya
había vuelto al Enclave con el bebé, y de que el sargento extendía la
mano hacia la carretera.
—Puedes irte, hermana —dijo amablemente—, no debemos bloquear la
entrada. Descansa cuanto puedas —añadió. Bajo el ala ancha de su
sombrero negro, los ojos expresaban afecto y preocupación.
—Gracias, hermano —contestó Gaia.
De pronto notó que estaba cansada y sedienta pero, sobre todo,
intrigada y emocionada por el triángulo de su bolsillo.
—Sirvo al Enclave —dijo a modo de despedida.
—Servimos —contestaron los guardias al unísono.
Con los dedos apretados en torno al papel que tenía en su bolsillo, Gaia
bajó por la carretera hasta una de las estrechas callejas del Sector
Oriental Uno. Después de haber doblado varias esquinas y pasado una
hilera de comercios, se metió en un callejón solitario y sacó el objeto.
Era un trozo pequeño y muy doblado de pergamino marrón. Cuando lo
desdobló se quedó muda de asombro al reconocer la letra de su madre:
«Destrúyela. Destruye esto. Acude a WZMMR L.»
Gaia frunció el ceño, sorprendida por aquel galimatías. Dio la vuelta al
papel en busca de pistas, pero no había ninguna.
—¿Un mensaje de amor? —preguntó una voz de hombre.
Gaia se volvió, guardándose la nota a todo correr. En la puerta de al
lado había un tipo bajo y con barba sacudiendo un paño del que salía
una nube de harina. La familia de Gaia siempre había comprado el pan
en la tienda de Harry, del sector occidental, así que no conocía de nada
aquella panadería. El hombre señaló su bolsillo y Gaia enrojeció.
Él soltó una risita y meneó la cabeza.
44 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿A que lo adivino? Te has echando un novio en el Enclave, una chica
tan guapa como tú… ¿A que sí?
Gaia enrojeció aún más y se volvió para enseñarle la totalidad de su
rostro. Vio que su jocosidad se transformaba en sorpresa y después en
compasión.
—Eres la hija de Bonnie —dijo. El tono chistoso había desaparecido; la
voz era baja y calidad, igual que una barra de pan recién hecho. Sus
ojos marrones, amables y preocupados examinaron la cicatriz como si
desearan curarla.
La sorpresa de Gaia creció en sus pulmones como una burbuja de
jabón.
—¿Conoces a mi madre? —preguntó.
El panadero echó una rápida ojeada a la calle y le indicó
con un asentimiento que le siguiera. Gaia se fijó en que al agachar la
cabeza, la oscura barba le tapaba los labios.
—¿No te acuerdas de mí, verdad? —preguntó—. Soy Derek Vlatir.
Mi mujer y yo vivíamos en el Sector Occidental Tres cuando nuestros
hijos eran pequeños. Conozco a tus padres de toda la vida. Pasa, por
favor.
Gaia miró con curiosidad a su alrededor. En la cocina de
paredes azules había dos grandes hornos, sacos de harina y una larga
mesa de madera con trozos de masa integral. El sol se reflejaba en una
fila de vasos de medir. Por una puerta abierta, de la que colgaba una
cortina de cuentas marrones, se veía el mostrador de la tienda y la
puerta principal. Aunque la panadería era normal y corriente, el furtivo
movimiento de Derek al cerrar la puerta trasera puso a Gaia en guardia.
—Solo tenemos un minuto —dijo él.
—¿Sabes algo?
Él asintió y Gaia se dio cuenta de que su preocupación por ella
no se limitaba ni mucho menos al hecho de que tuviera una cicatriz.
45 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—No sé cómo decírtelo… Tus padres están en la cárcel del Enclave. Se
les acusa de traición y esta mañana… los han sentenciado a muerte.
Gaia retrocedió hasta chocar con la puerta.
—¡Eso es imposible —exclamó—, no han hecho nada malo!
—Claro que no —dijo Derek. Miró por encima del hombro y dio un paso
hacia ella para hablar más bajo—: pero los van a ejecutar la semana
que viene.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Gaia recelosa. Su corazón retumbaba de
miedo. Aquel hombre podía estar engañándola, podía ser un guardia
disfrazado para ver si ella misma era o no era una traidora.
—Escucha, sé que esto es muy duro para ti; para mí también lo es.
Conozco a tus padres desde que éramos niños. Cuando los arrestaron,
les pedí a mis colegas del Enclave que averiguaran lo que pudieran.
Esperaba tener mejores noticias, pero esta misma mañana me he
enterado de lo que te he dicho. Tienes que confiar en mí —extendió las
manos, como si ellas pudieran interceder por él.
—¿Y por qué no has ido a mi casa a decírmelo?
—He ido dos veces, pero no estabas, y no podía dejarte un mensaje, ¿no
crees? Pensaba ir más tarde y esperarte si era preciso. Lo siento mucho,
pero tus padres no van a volver.
A Gaia se le hizo un nudo en la garganta y sus manos se convirtieron en
puños. No quería creerle, pero aquel hombre no tenía motivos para
mentir. La nota de su bolsillo… ¿Se la había enviado su madre al
conocer la sentencia?
—Me lo hubieran dicho —protestó desesperadamente—. El Enclave me
lo hubiera dicho, por lo menos.
¿Quién más lo sabía? ¿Lo sabía Theo Rupp?
Derek agachó la cabeza un poco más y, al final, fue la triste curva de
una sonrisa apenas esbozada lo que la convenció.
—Estas cosas no funcionan así —dijo Derek.
Gaia luchó contra la aplastante oleada de horror.
—Tengo que hacer algo.
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—Lo siento —repitió él en voz baja—. Tus padres eran dos de las
mejores personas que he conocido.
—¡No hables así de ellos! ¡Todavía están vivos! Por favor, si conoces a
gente dentro del muro, tienes que ayudarme. ¿No podríamos entrar?
Derek se limpió las manos en el delantal, pensativo.
—Es muy peligroso —contestó—, allí no entra nadie.
—Tiene que haber algún modo —insistió Gaia. Aquello era peor que sus
peores pesadillas. De pronto se enfureció consigo misma por las
semanas de dócil inactividad. ¡Debería haber hecho algo, haber
protestado de alguna manera, no haber continuado sirviendo al Enclave
como una estúpida esclava! Se quitó el sombrero y se pasó una mano
por el pelo, intentando pensar. Si el Enclave era capaz de ejecutar a
gente inocente como sus padres, no merecía la menor lealtad.
Y si había alguna posibilidad de salvarlos, los salvaría. Podía ir a la
puerta sur y preguntar por el hermano Iris, como le había indicado el
sargento Grey, y darle el paquete de la Vieja Meg. El hermano Iris
estaba directamente por debajo del Protector, así que el paquete tendría
algún valor. Gaia seguía llevándolo atado a la pierna, bajo la falda. Lo
había examinado y sabía que contenía una cinta marrón bordada con
hilos de seda, pero el dibujo carecía de sentido para ella; tanto esa cinta
como la nota que llevaba en el bolsillo parecían mensajes cifrados. En
ese momento cayó en la cuenta: seguro que la cinta era la lista que
buscaba el sargento Grey, y seguro que a ella se refería su madre en la
nota al decirle con tanta urgencia que la destruyese. Se apoyó en una
de las encimeras; la cabeza le daba vueltas.
—Tiene que haber alguna forma de cruzar el muro —dijo.
Derek se acarició la barba.
—Solo hay una forma legal de entrar: por la puerta. Cualquier otra se
castiga con la muerte.
Gaia se le acercó y se aferró a su decisión como si aferrara uno de los
vasos de medir del panadero. Tenía que ver a sus padres. Tenía que
entrar como fuese.
—Me da igual el castigo. Necesito que me ayudes a entrar en la cárcel
del Enclave. ¿Podrás hacerlo?
47 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
A Derek se le desorbitaron los ojos.
—¿Te das cuenta de lo que me pides?
A Gaia no le importaba nada que la consideraran la mayor de las
traidoras, ya no.
—Por favor —rogó—, necesito ver a mi madre. Tengo que darle una cosa
que puede salvarle la vida.
—¿El qué?
Gaia meneó la cabeza.
—Tú mismo has dicho en broma que tenía un novio ahí adentro. ¿Y si
yo te dijera que es cierto y que necesito verlo? Olvídate de mis padres,
solo necesito que me ayudes a entrar. Lo demás lo haré yo.
—No puedo correr ese riesgo.
—Te pagaré.
Derek inclinó la cabeza, se acercó a la mesa central y dio forma
alargada a uno de los trozos de masa. Después dejó la barra sobre un
paño enharinado y empezó con otro trozo. Si no hubiese fruncido el
ceño como lo fruncía, Gaia hubiera pensado que la estaba ignorando,
pero parecía concentrado en el asunto y, por lo visto, amasar pan le
ayudaba a pensar.
—Derek —dijo bajito—, has dicho que tenías hijos. Yo soy la única que
les queda. Seguro que están muertos de preocupación por mí. ¿No
querrían ellos que me ayudaras?
Él le echó un vistazo y dejó otra barra sobre el paño.
—Lo que querrían es que no te dejara correr riesgos —contestó
duramente.
—Pero yo quiero estar con ellos. También ellos son lo único que me
queda a mí. Tienes que ayudarme a entrar.
Gaia, que se había acercado a la mesa, miró otra vez hacia el exterior
por el cristal de la puerta delantera. Por la calle pasaban niños,
riéndose, y una mosca negra zumbaba al sol.
48 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—No es tan fácil como te crees, lo de rebelarse —dijo Derek. Seguía
trabajando velozmente sin apartar los ojos de la masa—. Teóricamente
hablando, por supuesto. La gente desaparece de forma bastante
curiosa: simplemente por criticar al Enclave. Además, muchas de
nuestras familias tienen hijos en la guardia, no podemos combatir
contra nuestros propios familiares; y muchos tenemos niños que fueron
ascendidos, y esos niños correrían peligro si atacáramos. ¿Cómo íbamos
a unirnos para luchar contra el Enclave? ¿Y por qué razón?
Gaia estaba cada vez más convencida de encontrarse en el lugar
adecuado: por mucho que quisiera disimular, aquel hombre llevaba
pensando en rebelarse mucho más tiempo que ella.
—Por favor, Derek, tengo ahorrados cuarenta pases para el Tvaltar. Te
daré treinta si me ayudas.
Derek soltó una carcajada, genuinamente divertido.
—¡Treinta pases! —exclamó—. Ni por el doble valdría la pena.
Gaia apretó los dedos contra el tablero de madera cubierto de harina.
—Te doy los cuarenta. Es todo lo que tengo. Y agua para una semana.
Por favor, ayúdame.
Derek la observó con curiosidad.
—¿Pero qué crees que vas a adelantar con pasar el muro? Te arrestarán
en cuestión de minutos. Si es eso lo que quieres, puedes conseguirlo
gratis en un dos por tres. Acércate a la puerta sur y diles que has
estado ocultando a propósito la lista de tu madre.
Gaia sintió que el calor se le escapaba de la cara, sintió que se quedaba
más blanca que la mismísima harina. Tragó saliva de forma audible.
Derek volvió a reírse y la señaló con un dedo enharinado.
—Luego, llevaba yo razón. Tienes una cara transparente, niña, pese a la
cicatriz.
—¿Quién más lo sabe? —susurró Gaia, por entonces con las mejillas
como tomates.
—No te apures. Unos cuantos, incluidas algunas comadronas, nos
figuramos que habría dejado algún tipo de lista a la Vieja Meg o, más
49 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
probablemente, a ti, pero hasta este mismo momento no lo sabíamos
con seguridad. Eso sí, nos preguntábamos si harías algo.
—¿Quién es esa gente? —preguntó Gaia, ¿por qué no habían ido a
hablar con ella? ¿Por qué tenían tanto miedo?
Derek apretó los labios, y los recelos de Gaia se dispararon. Lo mismo
sus amigos eran simplemente unos chismosos, pero también era posible
que hubiese gente que se reuniera a escondidas y se cuestionara el
derecho del Enclave para dictar las leyes que gobernaban a quienes
vivían fuera del muro. Quizá sus padres habían tomado parte en esas
reuniones y eso había bastado para que los arrestaran.
—El mes próximo aumentarán la cuota a cinco bebés —dijo.
—¿Ah, sí? —preguntó Derek abstraído. Amasó otra barra, moviendo los
dedos con habilidad. Después sacó una bandeja del horno, que dejó
sobre la mesa con un golpecito metálico.
—¿Hay alguien? —llamó una voz de mujer desde la tienda.
—Voy —contestó Derek. Echó a Gaia un vistazo y esta se apartó en
silencio hasta un rincón, donde se escondió tras una estantería de latas
y cajas. Él se limpió las manos en el delantal y se dio la vuelta; sus
grandes hombros se perfilaron brevemente contra la luz cuando
atravesó la cortina de cuentas.
Gaia escuchaba la voz de la clienta y las afables contestaciones de
Derek. No estaba segura de por qué confiaba en él, pero así era. Para
empezar, tenía más información que la familia de Theo Rupp, aunque
las noticias fueran malas. Por lo visto, su madre le había ocultado
ciertas cosas, o porque no confiaba en ella o porque quería protegerla,
pero Gaia estaba harta de no enterarse de nada.
Oyó un adiós y unas pisadas que se acercaban. Derek volvió a atravesar
la cortina. Gaia salió con dificultades de su estrecho escondite.
—Abultas poquito, ¿eh? —dijo él.
Gaia se acercó a la mesa; ya lo había decidido:
—Tiene que ser esta noche, no hay tiempo que perder.
Derek frunció el ceño y la miró de hito en hito; Gaia no se achicó ante la
intensa mirada. Pensaba hacerlo con o sin su ayuda, aunque preferiría
50 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
contar con él. Por fin, Derek accedió. Luego volvió a dedicarse a su pan
y, con un cuchillo, hizo una pequeña muesca en la superficie de cada
barra amasada.
—A medianoche —le dijo—. Ponte un vestido rojo.
Gaia soltó un gritito ahogado. Además de caro y llamativo, el rojo era
tabú para quienes vivían fuera del muro.
—¿Y un cartel que diga: «Voy al asalto del Enclave»?
Él soltó una risita y levantó apenas la vista del pan.
—No sabes gran cosa tú, ¿verdad? Rojo; y tráete los pases. El agua
puedes dejarla en casa de tus padres, ya la recogeré después.
Gaia asintió:
—La dejaré en el porche trasero.
La puerta principal se abrió de nuevo y se oyeron las pisadas de otro
cliente. Derek volvió a limpiarse las manos y sacó algo de un estante
alto: una barrita de pan integral. Cuando se la lanzó, Gaia la atrapó con
ambas manos.
—Te acaba de salir un novio en el Enclave, pequeña —dijo el panadero
sonriendo—. Ahora, vete.
Gaia salió por la puerta trasera al calor del sol. Sabía que solo estaba
bromeando y que era una forma de decirle que aceptaba el trato, pero la
palabra novio le chirrió; y no haberlo tenido jamás no ayudaba
precisamente. Nunca había visto a un chico que la atrajera y, por
supuesto, nadie podía sentirse atraído por ella. Para acabarlo de
arreglar, sufrió una visión repentina del atractivo rostro del sargento
Grey, cosa que la irritó aún más. Solo lo había visto un momento y con
poca luz, pero su cara ensombrecida se había grabado en su memoria.
«Seguro que ha tenido su cuota de novias», pensó. Algunas chicas se
sentirían atraídas por su cara bonita, aunque por dentro fuera más frío
que la Edad Fría. Bueno, en cualquier caso, no era asunto suyo. Con la
barra de pan bajo el brazo, al calor de su costado, casi como el bebé de
Sonya hacía unas horas, se apresuró por las calles traseras de
Wharfton para llegar a casa; sin embargo, su cabeza le llevaba horas de
adelanto, imaginando el camino por esas mismas calles en dirección
contraria y preguntándose cómo diablos iba a arreglárselas para
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encontrar un vestido rojo. Pero, por primera vez en semanas, tenía un
propósito, y podía canalizar toda su ansiedad en un plan para
infiltrarse en el Enclave.
52 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
5 Pan y Quesillo
Transcrito por Carlotta
Corregido por Anna
a cuestión del vestido rojo resultó, en principio, de lo más sencilla:
su padre guardaba un tinte rojo entre sus útiles de sastre. Lo
puso a hervir en una olla con agua donde echó su falda marrón y
una túnica blanca con capucha que el año anterior había llevado en la
fiesta del solsticio de verano. Miró como se teñían. La falda estaba
quedando granate oscuro y la túnica amenazaba con un rosa chillón
.Removió con todo una cuchara de madera, sintiendo el vapor en la
cara. Después se sentó y leyó otra vez la nota de su madre «Destrúyela.
Destruye esto. Acude a WZMMRL.»Era obvio que las letras mayúsculas
contenían algún tipo de clave que su madre esperaba que entendiera.
Levantó la cabeza para escuchar ruidos del exterior de la silenciosa
casita, pero sólo se oía a lo lejos el martilleo rítmico del metal en la
herrería y , en el patio trasero los suaves gorjeos de un pájaro que
cantaba y saltaba entre las flores de su madre. El ruidito de la cadena
que sostenía la urna de agua en el porche trasero le recordó que su
padre ya no estaría allí para levantar el pesado recipiente cuando
estuviese lleno. Nada era igual sin sus padres, por mucho que intentara
hacer las cosas de la mejor manera posible.
Había tenido que quedarse sin ellos para darse cuenta de lo
extraordinarios que eran. Construyeron su propia casa sin más ayuda
que la de los vecinos de la calle de Sally, pero su hogar siempre había
sido distinto: el agua un poco más fresca, la comida algo mas apetitosa,
la ropa mejor cosida, mucho mejor. Su padre tenía buen ojo para
combinar lo útil y lo bello, no solo al confeccionar trajes, sino en todo lo
que hacía para la casa.
L
53 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Las primeras hierbas que su madre plantó en el patio trasero se
marchitaron con el fortísimo sol de verano, pero su padre diseñó
emparrados para tamizar la luz y se inventó un sistema de riego por
medio de cisternas de condensación y de tuberías que distribuyó por
todo el patio. Cubrió el suelo de hierba cortada para la evaporación y
acabó con as malas hierbas. Recogían agua de la lluvia y, si no llovía
utilizaban el agua de aclarar la ropa y del baño. No era un sistema
perfecto. Un verano perdieron casi todas las plantas; pero, en general, el
jardín floreció y siempre tenían hierbas aromáticas o medicinales para
compartir con sus vecinos. Hasta trasplantaron un sauce a la parte
trasera del patio, como casa de juguete para Gaia y como fuente de
corteza para las tisanas de su madre.
Recordó la primera vez que recogió la hierba con ella, el verano en que
tenía nueve años . Los saltamontes se escondían entre la hierba seca y
volaban hasta su falda, que debía ceñirse alrededor de las piernas para
que no se le metieran por debajo de la tela. Recordó que al volverse para
mirar a su espalda, se quedo asombrada al ver los pequeños que
parecían desde tan lejos Wharfton y el Enclave: una aldea a los pies de
una colina con un castillo que ella misma podría haber construido con
piedras en la playa .Más allá del muro se veían las torres del Bastión y
la mitad superior del gran obelisco , apenas más alto que su pulgar
extendido.
—Gaia , no te separes de mí —le dijo su madre.
Al mirarla vio que estaba a punto de desaparecer por la senda que
bajaba serpenteando hacia el inlago .Un saltamontes aterrizó en su
mano, Gaia lo espantó y echó a correr. Donde el camino sorteaba
grandes peñascos, sentía el frescor del suelo en los pies desnudos, pero
en la mayor parte, que discurría a pleno sol, a Gaia le molestaba todo:
la arena entre los dedos de los pies los saltamontes que no paraban
con su falda, el sudor detrás de las orejas. Cuando el inlago se hundía
en una inmensa cuenca de grandes pescaños redondeados, llegó al fin
junto a su madre. Allí era donde Gaia y Emily solían representar
Rapunzel, turnándose los papeles de bruja y de princesa; pero poco
después Sasha empezó a invitar sólo a Emily, dejando de lado a Gaia.
—Dichosos los ojos, soñadora —le dijo su madre—. Atiende: quiero que
le fijes en los lugares en los que suele crecer. ¿Ves estas hojas anchas y
suaves, casi afelpadas?
54 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
A Gaia todas las plantas le parecían plantas, no entendía muy bien
cómo era posible distinguirlas. Se metió las manos en los bolsillos de su
vestido y jugueteó con lo que contenían, golpeándolo contra sus piernas
mientras se preguntaba si Emily estaría jugando otra vez con Sasha.
—Gaia, presta atención. Esto es importante —dijo secamente su madre.
Gaia no entendía qué había hecho mal. Lo único que sabía era que
Emily debería estar allí, con ella. Agachó la cabeza; una neblina tibia le
llenó los ojos.
—Eh —dijo su madre en voz baja, extendiendo la mano. Gaia fue
incapaz de moverse—. Es por esas niñas, ¿verdad?
—Echo de menos a Emily —murmuró.
—Siéntate aquí —dijo cariñosamente su madre—, a mi lado.
Después de examinar la zona para comprobar que no estuviera plagada
de saltamontes, Gaia se sentó sin dejar de apretar contra sus piernas la
tela del vestido. Luego se enjugó los ojos.
—¿Sabes lo que pasa con los amigos? —preguntó su madre—, pues que
vuelven. De Sasha no estoy tan segura, pero Emily aparecerá cualquier
día de estos.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque lo sé. Tiene que ver con el fondo de las personas. Ahora,
atiende.
Su madre volvió a empezar, con más paciencia. Entonces, como si viera
algo totalmente distinto, Gaia inspeccionó las hojas y los tallos verde
pálido. Su madre arrancó la planta con mucho cuidado y Gaia se fijó en
la delicadeza de la raíz.
—¿Para qué sirve? —preguntó. Ya no sentía la menor tensión en la
garganta. Olisqueó.
—Así se hace —alabó su madre—. Sirve para detener las hemorragias, y
para que la tripa de las parturientas se contraiga de nuevo después del
parto.
Gaia golpeó las hojas suaves y afelpadas.
—¿Me ayudas a buscar más? —preguntó su madre.
55 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia asintió. Así de sencillo: solo por pedirle ayuda, su madre había
conseguido que se sintiera mejor.
Menos sola.
Ahora, años después, Gaia se inclinó hacia delante, abrazándose las
rodillas. No podía haber una madre mejor que la suya. Nadie podía ser
tan intuitivo, tan generoso, tan de verdad. Y su padre era la pareja
perfecta para ella. Gaia agarró la barra de pan que Derek le había dado
y la inspeccionó. Vio la señal de la corteza, la versión horneada de la
muesca que le había visto hacer sobre la masa.
Entonces no se había preguntado qué significaba, pero en ese momento
sintió curiosidad. Alzó la vista hacia las dos velas amarillas de la repisa.
Había conservado la tradición de encenderlas todas las noches a la hora
de la cena, en honor de sus hermanos. Pensó en la hebra de bisonte
que el tejedor ponía en todo lo que hacía, y en los ramilletes que el
herrero colgaba sobre su yunque. Por lo visto, todos los que tenían hijos
ascendidos los recordaban de alguna manera, con una señal o un ritual
diario.
Sus hermanos fantasmas habían rondado siempre por la vida de Gaia,
invisibles para todos salvo para sus padres. Quizá por su pérdida era su
madre tan buena con su única hija. Quizá no le habría importado que
la arrestaran, si con ello conseguía ver a sus hijos ascendidos al
Enclave. Pero no: sus padres se merecían ser libres.
La impaciencia la hizo levantarse. Había dejado las puertas abiertas
para aprovechar la menor corriente de aire. Atisbó el exterior por la
puerta delantera y la cerró con suavidad. Se levantó la falda, desató la
bolsita de su madre y sacó la cinta marrón bordada con hilos de seda.
Era bonita, algo que una chica podría llevar para sujetarse el pelo, y
tenía longitud suficiente para dar varias vueltas a la cabeza y anudarla,
de modo que las puntas cayeran por detrás, pero Gaia no se la puso.
Trató de encontrar algún sentido al trazado con hilos de colores; sin
embargo, aunque algunas figuras recordaban a números y letras, no
pertenecían a ningún alfabeto que ella conociera. Releyó la nota y la
comparó con la cinta, pero no encontró semejanza alguna.
En la calle se oyó la risa de unos niños y Gaia levantó la vista. Hubo un
golpe de raqueta contra una pelota. Uno de ellos dijo algo con voz alegre
y aguda, y aquel tono prolongado y melódico le trajo algo a la memoria.
56 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¡Ah! —jadeó.
Letras. El alfabeto. La canción del alfabeto. A su padre le encantaba
cantar acompañándose con el bajo y, cunado Gaia era pequeña, se lo
había pasado de maravilla enseñándole a cantar esa canción del
alfabeto al revés, empezando por Z, Y, X. Además, había usado aquel
código para dejarle algunas notas. Decidió aplicar el mismo sistema a la
nota de su madre. La miró de nuevo y empezó a descifrarla, cambiando
cada letra por la que correspondía empezando por la Z. Por ejemplo, W
era D, y así sucesivamente.
«Destrúyela. Destruye esto. Acude a DANI O.»
Gaia se desanimaba cada vez más: aquello no tenía sentido. La letra era
de su madre, pero el código era de su padre. ¿La habían escrito juntos o
era que su madre se acordaba del truco?
El mensaje en sí decía lo mismo que le había dicho la Vieja Meg: que
fuera a ver a su abuela, Dani Orión, pero su abuela llevaba muerta más
de diez años. Gaia apenas la recordaba y sus padres rara vez hablaban
de ella. Era como si su muerte hubiera sido algo trágico o vergonzoso y,
al pensar en ello, advirtió que ni siquiera sabía cómo había muerto. No
recordaba ningún funeral. ¿Sería posible que siguiera viva? Supuso
que, de ser así, rondaría los sesenta y pico años. Desde luego sería
vieja, pero no era inconcebible vivir tanto. Es decir, su madre también le
pedía que fuese al Bosque Muerto . Gaia toqueteó una y otra vez el trozo
de pergamino, lo volvió una y mil veces en su mano hasta que estuvo
tibio y, por último, se acercó a la chimenea y lo arrojó al fuego, donde
ardió un segundo antes de convertirse en cenizas. Para obedecer a su
adre, debía destruir también la cinta. Miró de cerca los hilos de seda,
esperando que se tradujeran por sí solos en un mensaje comprensible,
pero el dibujo resultaba indescifrable.
Al palparla en toda su longitud, de aproximadamente un metro,
encontró la costura de un segmento añadido para alargarla; los hilos
del trozo más nuevo tenían colores más vivos. «Es un trabajo demasiado
cuidadoso para mamá», pensó Gaia. Fuera cual fuese el significado, no
se veía con fuerzas para destruirla; esperaba que su madre la
perdonara. La envolvió con suavidad alrededor de su pulgar, haciendo
un pequeño aro que cabía en la mano. Luego suspiró, la devolvió a su
bolsa y se ató esta a la pierna. Tras ello removió la ropa con la cuchara
de madera; incluso esta se había teñido de rojo. La falda marrón estaba
granate, pero la camisa seguía empecinada en el rosa fosforito.
57 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¡Pues ya está bien! —masculló. Sacó la falda y la echó a un cuenco.
Cuando estuvo fría, la escurrió y la colgó en el tendedero del patio de
atrás, a poca altura, para que nadie la viera por encima de la tapia.
Añadió lo que quedaba de tinte a la olla y vio con satisfacción que la
reluciente blusa se volvía por fin rojo sangre. «Si Derek quiere rojo,
tendrá rojo», pensó. Esa orden al menos podía cumplirla.
58 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
6 El Obelisco
Transcrito por Dyanna
Corregido por nessie
unque Gaia kas había tenido por la tarde, la falda y la blusa
seguían húmedas cuando salió de casa de sus padres, quizá por
última vez. Se estremeció al sentir el aire nocturno, que le pegaba
a la piel la tela mojada. Ocultaba el color rojo bajo su capa negra y
llevaba el bolso de comadrona colgado del hombro derecho. Si alguien la
veía por la calle, pensaría que iba a casa de alguna embarazada. El
canto de los grillos la acompañaba durante el camino. Al acercarse a la
panadería de Derek, la luna se deslizó tras una nube. Gaia sintió que se
le aceleraba el corazón, tanto por la expectación como por el ascenso de
la ladera. La panadería estaba a oscuras, así que tuvo que palpar la
puerta para localizar el picaporte. Acababa de encontrarlo cuando la
puerta se abrió hacia dentro.
—Muy puntual. —La voz de Derek salió de la oscuridad. Gaia sintió que
la tomaba del brazo y tiraba de ella hacia el interior. Los rescoldos de
uno de los hornos teñían la habitación de un resplandor rojizo, pero
dejaban una profunda negrura en los rincones. Gaia volvió a
estremecerse. La familia de Derek debía de estar durmiendo, porque no
se oía nada. En el silencio, los carbones emitían un chisporroteo cálido
y palpitante.
—¿Estás preparado? —preguntó.
—¿Estás segura de lo que haces? —preguntó él a su vez—. Tú podrías
volver a casa y yo olvidarme de todo lo que hemos hablado.
Gaia meneó la cabeza.
A
59 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Tengo que ver a mis padres.
Oía la pesada respiración del hombre.
—Está bien. ¿Has venido de rojo?
—Sí, debajo de la capa.
Él alzó un cubo tapado con un paño.
—¿Dónde están los pases del Tvaltar? —preguntó.
—Aquí.
Derek los miró brevemente a la luz del horno y los guardó en un cajón.
—Vamos, pues —dije abriendo la puerta.
Al salir, la impenetrable oscuridad violácea de la calle los envolvió. Gaia
inhaló el aroma seco de las flores nocturnas y de la hierba. Pensó que
debía haber cerca un eucalipto, porque también olió la fragancia
medicinal de su corteza. Siguieron subiendo en silencio, ella detrás de
Derek. Anduvieron pesadamente casi una hora, hasta que Gaia entró en
calor y su ropa se secó por completo. La luna volvió a salir, llena y
cercana, para viajar sobre su hombro e iluminar las calles estrechas e
irregulares. Las casas eran cada vez más pequeñas y decrépitas, hasta
ser poco más que cajas podridas que reflejaban el sonido de sus pasos.
Gaia nunca había estado en aquella zona de Wharfton. A su parecer, se
estaban alejando del muro pero, al doblar una esquina, salieron por fin
a la parte trasera del mismo, a un lugar remoto donde los sillares de la
construcción fortificada se fundían con un barranco calizo.
—Espera —susurró Derek.
Gaia se detuvo y miró hacia atrás. Abajo, a lo lejos, se veía la luz de la
puerta donde entregaba los bebés. Incluso se distinguían las figuras
alertas de los guardias, empequeñecidos por la distancia. A lo largo del
horizonte oriental, la breve noche de verano empezaba a teñirse de
púrpura. Gaia miró de nuevo la descomunal masa del muro; arriba a la
izquierda había una torre de vigilancia, pero no se veía si estaba
ocupada o no.
Derek estaba haciendo algo en la base del muro, algo que provocaba un
leve tintineo. Gaia se acercó y sacó una mano de la capa para abrazarse
a sí misma frente a la fría y áspera piedra. De cerca, bajo aquella luz
60 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
fantasmal, los bloques de granito cubiertos de liquen parecían
burdamente labrados, pero juntos conformaban una barrera
infranqueable de seis a siete metros de altura. Gaia vio que Derek
sacaba del muro una piedra grande y plana. Sorprendida, cayó en la
cuenta de que ya debía estar suelta.
—¿Es un pasadizo? —preguntó.
—Calla —replicó él. Luego la atrajo hacia el hueco y ella se puso de
rodillas y miró el interior. La abertura era poco mayor que el asiento de
un taburete de cocina pero, arrastrándose, conseguiría entrar. «Ya
está», pensó. «Voy a colarme en el Enclave». Metió la cabeza en el
agujero; olía a tierra mojada.
—Toma —dijo Derek.
—¿Qué es? —Gaia vio que sostenía algo envuelto en una toalla.
—Masa de pan. En cuanto pases y yo coloque las piedras en su sitio,
mete la masa entre los bloques, como si fuese cemento.
—¿Y si me ven?
—Estarás debajo de un saliente, cerca del vertedero. Es muy poco
probable que alguien esté mirando. Además, si no pones la masa,
alguien puede ver que las piedras están sueltas en cuanto amanezca.
¿Lo has entendido?
Gaia asintió y tomó la toalla.
—Después esconde la capa y lleva siempre puesta la capucha de tu
túnica. Así podrás andar cierto tiempo sin hacerte notar. Los sirvientes
del Bastión suelen pasear de noche, y los guardias no los molestan.
Gaia asintió de nuevo, pero su miedo aumentaba por lo momentos. Una
vez dentro, no sabría dónde dirigirse y no habría nadie para ayudarla.
Solo tenía una vaga idea de la situación de la cárcel.
—Gracias, Derek —dijo.
—Pase lo que pase, no intentes salir por aquí durante el día; te
atraparían en un segundo y cuando vieran que el cemento no es
cemento, irían a por mí.
—No lo haré, lo prometo.
61 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia sintió el peso de su mano en el hombro y la cercanía de su boca en
el oído.
—¿Sabes adónde dirigirte?
—A la cárcel —susurró Gaia—; cerca del Bastión.
—Ve colina arriba, hacia el obelisco. Utilízalo como punto de referencia.
Si necesitas ayuda, busca a un panadero con un horno negro. Se llama
Mace Jackson. Ya le he hablado de ti.
Gaia deseó que le dijera más cosas.
—Y lleva siempre puesta la capucha, no es cuestión de que se fijen en lo
bonita que eres —añadió. Luego le tiró del pelo cariñosamente—. Anda,
a buscar a tu novio.
Gaia agachó la cabeza, apoyó las manos en la rugosa superficie del
muro y se arrastró hacia la luz. En cuanto atravesó el hueco, oyó a
Derek recolocar las dos piedras que lo tapaban. Con manos
temblorosas, sacó la masa de la toalla y empezó a introducirla entre las
junturas. Pese a la luz de la farola de la calle cercana, el sitio era
oscuro. Gaia luchó con la masa para meterla lo mejor posible entre las
piedras, arañándose las manos en el proceso. Por lo menos, haría lo que
pudiera.
Se volvió de nuevo hacia la calle interior y vio la fosa vertedero de la
derecha. Después de frotarse las manos en la toalla, arrojó esta a la
fosa y, rápidamente, se quitó la capa y la introdujo debajo de un
montón de trozos de vajilla rota. Luego se alisó la túnica y la falda y se
dirigió a hurtadillas hacia la calle y la solitaria farola que la iluminaba.
Un insecto chocó contra el globo de cristal y regresó a la oscuridad.
El miedo de Gaia se entremezclaba con la esperanza. Quizá pudiera
encontrar a sus padres, e incluso ver a sus hermanos. En teoría,
cualquier chico de diecinueve o veinte años podía ser uno de ellos. Se
preguntó si sería capaz de reconocerlos por el simple parecido familiar.
Sería estupendo.
De inmediato fue consciente de la limpieza que la rodeaba. Los edificios
estaban pintados de blanco, de forma que hasta de noche emitían cierta
luminosidad. En las estrechas calles, las puertas estaban situadas
sobre altos escalones y se veían frecuentes sumideros, lo que
demostraba que el agua de lluvia se recogía y se transformaba en agua
62 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
potable, tal como se decía fuera del muro. «Costaría trabajo», pensó
Gaia, «pero fuera podríamos hacer lo mismo». A la luz de las escasas
farolas, vio que de algunas ventanas colgaban urnas, grandes
contenedores de cerámica para el agua que la conservaban fresca
incluso en verano. Eso al menos era igual.
Caminó velozmente por las penumbrosas calles, sorprendiéndose
cuando las farolas cambiaban a su paso: la lucecita blanca de la
bombilla se intensificaba y arrojaba un círculo de luz a su alrededor.
Siempre que debía decidir entre dos direcciones, tomaba la que iba
cuesta arriba. Por fin llegó a una calle más ancha que las otras,
bordeada de casas más elegantes. Detrás de sus tapias blancas se
adivinaban jardines con árboles frutales y, a veces, la vegetación se
desbordaba por encima de sus muros. Reconoció lo que en tantas
ocasiones habían visto en los programas especiales del Tvaltar, aunque
en directo era mejor.
Un par de veces se cruzó con parejas de mujeres, vestidas también de
rojo. Por suerte, apenas la miraron. Se cruzó además con un anciano
solitario y varios jóvenes, pero gracias a la capucha y a su andar rápido
y decidido, todos la ignoraron. Con renovada confianza, pensó que
Derek tenía razón: la tomaban por una sirvienta. Por fin, cuando el cielo
comenzaba a aclararse por el este, llegó a una zona cubierta de grava
con varios comercios que desembocaba en una plaza amplia de suelo
empedrado, presidida por un edificio inmenso. Aquella debía ser la
Plaza del Bastión. A ambos lados había soportales con arquerías y, en el
centro, un prodigioso obelisco que se perfilaba en negro sobre el
púrpura del cielo.
Gaia se detuvo en un soportal para descansar junto a uno de los pilares
de madera. Cerca del obelisco, un par de hombres daban martillazos a
una plataforma de madera, con una sola bombilla para iluminar su
trabajo; los rítmicos golpes levantaban ecos. Paralelo al Bastión, en el
cuarto lado de la plaza, había un grupo edificios de aspecto funcional
tras altas verjas de hierro. Más allá del gran arco de ladrillo que
separaba dos de ellos, Gaia vislumbró un pequeño patio. Hacia allí se
dirigía cuando oyó un llanto que la detuvo en seco.
Era el llanto de un bebé, y se le clavó como una flecha en el sistema
nervioso, poniéndola en guardia. Miró los edificios en busca del ruido;
sobre los soportales vio una ventana por cuyas cortinas se filtraba luz.
Al primer llanto se unió otro distinto. Por la ventana iluminada salió un
63 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
brazo para cerrar los postigos. Gaia escuchó atentamente, pero solo oyó
la voz de uno de los obreros cuando dejaron de martillear. Nerviosa, se
ciñó la capucha a la cabeza. Podían ser niños que ella misma hubiera
ascendido.
Examinó la casa, pensando que quizás fuese la Guardería, pero más
parecía un piso privado, como otros situados sobre las tiendas de los
soportes.
—No pasa nada —se dijo para calmarse. Ya había llegado lejos y sin
percance alguno, pero estaba impaciente por conocer más cosas sobre
lo que la rodeaba. Era desalentador caer en la cuenta de la poca
información práctica que daban los programas especiales del Tvaltar,
que se centraban en las fiestas y las celebraciones; lo que hubiera
necesitado en aquel momento era un guía o un buen plano. Se alejó al
oír unos pasos que se aproximaban. De repente, cuatro guardias
atravesaron el arco de ladrillo. Cuando pasaron por su lado, dando
zancadas, Gaia observó que en medio de ellos había una figura, un
hombre descalzo con las manos atadas a la espalda. Se dirigieron hacia
el gigantesco edificio del fondo de la plaza y subieron por los escalones
de la gran puerta, que se abrió para franquearles el paso. Los cinco
desaparecieron en el interir del Bastión. Gaia sintió un escalofrió. Se
volvió hacia el arco por donde habían salido los guardias: ahora sabía
que la cárcel estaba detrás. Al mirar hacia arriba vio una torrecilla a la
derecha del arco, siluetada contra el cielo cada vez más luminoso. Si
había algún soldado vigilando la plaza, la vería en cuanto se moviera.
Giró bruscamente a la izquierda y dobló la esquina del edificio para
encaminarse a la fachada trasera, pero estaba solo contenía ventanas
con barrotes. Sus esperanzas se esfumaron. Era imposible entrar por
allí. ¿Cómo iba a ver a sus padres? Y, lo que era peor, ¿cómo iba a
rescatarlos?
— ¡Eh, tú! —llamó una voz. Gaia pegó un respingo y se volvió. Un
soldado alto se acercaba a ella—. ¿Qué vendes?
—Nada —contestó Gaia, jadeando—. Solo estaba...
—Entonces, vete. No te quedes ahí como un pasmarote. Aquí no hay
nada que ver... hasta el medio día. A esa hora empieza el espectáculo.
Gaia retrocedió un paso.
64 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Sí, hermano —dijo. Luego dio media vuelta y se alejó deprisa sin
darse apenas cuenta de en qué dirección; solo quería poner distancia
entre el soldado y ella. Le oyó reír, y la risa le sonó amarga y fría.
Cada vez había más luz y la gente empezaba a salir a la calle. Gaia
siguió andando, temerosa de pararse, temerosa de alejarse demasiado.
En las casas, la gente colgaba ropa de los tendederos situados entre los
edificios. Al bajar la vista, le maravilló que todo el mundo fuese calzado,
hasta los niños. Jóvenes o viejos: todos parecían sanos y bien
alimentados.
En el exterior del muro era corriente ver cicatrices, manos deformadas o
muletas, pero allí, en el Enclave, donde no había deformidades ni
impedimentos físicos de ninguna clase, su cicatriz resultaría incluso
más rara. Todo el que la viera sabría que era del exterior, por lo que
cambiaba en continua tensión, sujetándose siempre la capucha. Una
vez un niño la miró la cara y tiró de la mano de la mujer que iba con él.
—Mira —dijo señalando, pero para cuando la mujer miró, Gaia ya se
había ajustado la capucha.
A media mañana, se había recorrido la mayor parte de la zona que
rodeaba la plaza. Estaba sedienta, cansada y asustada. No le quedaba
más remedio que pedir ayuda a Mace, el amigo de Derek, si era capaz
de encontrar la panadería del horno negro; o a la hermana Khol, de la
Guardería, al fin y al cabo ella le había dado la nota de su madre; o
esconderse hasta la noche, cuando podría escaparse por el agujero del
muro. Mientras buscaba la panadería o la Guardería, pasó por un patio,
una tienda de bicicletas, varios almacenes y cafés y la fábrica de
micoproteína, antes de llegar de nuevo al fondo de la plaza.
Como faltaba poco para el mediodía, la plaza empezaba a llenarse de
gente. Ansiosa, Gaia estudió sus caras bajo los sombreros de ala ancha
y las capuchas de gasa en busca de la hermana Khol o de algún joven
que pudiera ser uno de sus hermanos, pero al aumentar los rostros a
docenas y después a centenas descartó la posibilidad de encontrar
alguno reconocible. Poco a poco advirtió un patrón en los colores de los
trajes. Los guardias iban de negro. Las sirvientas, que pasaban a
menudo con cestas al brazo o niños de la mano, de rojo. Las mujeres y
los hombres de clase media (Gaia lo supuso por su aspecto orondo y
relajado, y por la forma jovial en que los hombres se daban palmaditas
en la espalda de azul, gris y marrón. Los niños vestían de amarillo, rojo
y verde; y una clase especial, de elegantes hombres y mujeres, vestía
65 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
solo de blanco, que brillaba al sol. Estos últimos charlaban y reían en
pequeños grupos cerca del Bastión, a la sombra de una fila de
frondosos nogales, y de cuando en cuando daban monedas a sus hijos
para que se compraran baratijas o bebidas en alguno de los puestos.
Gaia regresó a la esquina de los soportales, donde podía apoyarse en un
pilar que tapaba su lado izquierdo. Otras jóvenes vestidas de rojo se
reunieron delante de ella, cuchicheando en voz baja. Mientras los
guardias salían por el arco de ladrillo de la cárcel, oyó que una de ellas
decía:
—No, no creo. No se atreverá a faltar.
—¡Oh, mirad! ¡Está delante del Bastión! ¡Cerca de la familia del
Protector! —exclamó otra.
Gaia miró hacia el enorme edificio. La puerta doble se abrió para dar
paso a una pareja formada por un hombre y una mujer vestidos de
blanco. La tela de sus trajes brillaba con reflejos dorados, y la mujer
llevaba un sombrero de ala ancha coronado de plumas. Tras ellos salió
otra pareja incluso más deslumbrante, hasta que una veintena de
personas se reunió en el pórtico de la gran mansión con los otros
asistentes vestidos de blanco. La familia del Protector y sus amistades
se comportaban con una gracia natural que impresionaba todavía más
en directo que en las funciones del Tvaltar.
—¿En serio que Rita bailó con él? —preguntó entre risitas una de las
chicas. Cuando la más alta de ellas se giró como una peonza para
responder, Gaia supuso que era la tal Rita. Sus rasgos tenían la misma
fascinante vitalidad que sus ojos color azabache, sus cabellos color miel
se desbordaban por el borde de su capucha roja.
—¿Insinúas que mentiría respecto a esa bobada? —preguntó Rita en
tono cortante.
—¿Tú? ¿Mentir? Oh, jamás —se burló la otra.
Gaia percibió el destello en los ojos de Rita: la había visto. Durante un
momento sintió la intensidad de su escrutinio, similar al de un gato
arañando a un insecto con la zarpa; después la ignoró y miró de nuevo
a sus amigas.
—Baja la voz, Bertha Claire —reprochó a la chica de las risas.
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—Es tan maravilloso… —se burló esta. Rita la atizó un golpe en el
brazo.
— ¡Ay, Vale! —Protesto Bertha Claire sin dejar de sonreír—. ¿Sabes que
ya es capitán?
Hasta sin verla, Gaia notó que Rita echaba un último vistazo en su
dirección antes de volverse, pero no pudo oír su respuesta.
Miró de nuevo a la gente del pórtico y los escalones del Bastión, y esta
vez lo vio: un joven alto y serio de uniforme negro con un fusil al
hombro. Su sombrero arrojaba sombra sobre la mitad superior de su
rostro, pero Gaia estaba lo bastante cerca para reconocer su angulosa
mandíbula y la firme línea de su boca. Supo por instinto que las chicas
se habían estado refiriendo a él. El sargento Grey se levantó el sombrero
con expresión ausente y se pasó una mano por el cabello. A su lado
había un guardia rubio, alto y también joven, que le dio un codazo y
asintió en dirección a las chicas.
Gaia volvió rápidamente la cabeza para que no pudiera verle la cara.
—¡Nos está mirando! ¡Rita! —Chilló Bertha Claire. Hubo un arrebato de
conversación entre las jóvenes y después se oyó la voz de Rita:
—Por favor, silencio. ¡Parecemos unas crías!
Gaia se retiró un poco para esconderse tras el pilar. En la cárcel, filas
de prisioneros empezaban a ser formadas detrás de la verja de hierro;
Gaia estudió cada cara, en busca de sus padres. Los hombres y las
mujeres parecían agotados, sus rostros tan grises y apagados como sus
uniformes de presos. Algunos llevaban las manos atadas a la espalda;
otros se sostenían entre sí con aterrados abrazos; todos miraban hacia
la multitud y la plataforma situada ante el obelisco. Gaia no veía a sus
padres por ninguna parte. Tras un fuerte golpe en la plataforma, el
silencio se extendió como una onda por toda la plaza. Habían colgado
dos sogas de la viga, el sol de mediodía brillaba sobre las cuerdas.
—Oh, no —murmuró Gaia, apretando los puños.
Un prisionero, con las manos atadas, se había caído en los escalones de
la plataforma y se quedó allí, inmóvil, hasta que un guardia lo puso en
pie y lo empujó hacia la horca. Su cabello negro estaba despeinado y su
ropa, sucia; pero sus ojos echaban chispas. Lo seguía una joven con las
manos también atadas, que precisaba la ayuda de un guardia para
67 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
mantener el equilibrio. Sus cabellos negros cubrían su pálido rostro y
sus hombros se encorvaban bajo el uniforme gris. Cuando llegó al
último escalón y miró hacia el gentío, hubo un murmullo audible entre
los espectadores.
El vientre de la prisionera tenía la inconfundible forma del embarazo.
68 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
7 Mediodía
Transcrito por Karlaberlusconi
Corregido por PennyLane
aramba, está como una vaca! —dijo Bertha Claire.
—¡Cállate de una vez! —espetó Rita— ¡Es una abominación!
La rabia de Gaia superó con creces su estado de shock. En su opinión,
a la mujer debían de faltarle días para dar a luz. No podía imaginar
ningún delito que mereciera aquel castigo. ¿Acaso no podía esperar el
Enclave a que se produjera el parto? Debían saber que al matar a la
madre, mataban al hijo.
De forma instintiva, salió de los matorrales y caminó hacia el cadalso.
Uno de los guardias cubrió la cabeza del hombre con un saco de
arpillera.
—¡Eso es injusto! —aulló el prisionero—. ¡Tenemos derecho a casarnos
y a ser padres!
Gaia vio que la joven le decía algo en voz baja. Con las manos atadas a
la espalda y el saco en la cabeza, el hombre se inclinó hacia ella e hizo
algo que a Gaia le rompió el corazón. Movió con suavidad uno de sus
pies hasta encontrar los de su mujer. Ella se echó a llorar. El guardia
cubrió su cabeza con otro saco.
—No —jadeó Gaia.
El prisionero volvió a gritar con voz quebrada:
—¡Pido perdón para mi esposa! ¡Ruego perdón para mi hijo!
C
69 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia miró alrededor, sin poderse creer que nadie interviniera. ¿Era solo
una forma de torturarlos, no? No podían hacer algo así, ¿verdad? Dio
otro paso hacia adelante y tropezó con un hombre barbado.
—¡Mira por dónde vas! —gruñó él.
Gaia oyó jaleo entre los reclusos. Al mirar hacia atrás vio el rostro de su
madre, que se había abierto camino hasta la verja. Aferraba los barrotes
con ambas manos y la miraba con dureza.
—Madre —musitó. Esperaba que gritara, que le dijera algo al guardia
que ceñía el lazo alrededor del cuello del hombre, pero su madre solo
tenía ojos para ella, a quien contemplaba con expresión de súplica.
Cuando agitó levemente la cabeza y se mordió los labios, Gaia entendió
el mensaje: No hagas nada.
Conmocionada, dio otro paso hacia el patíbulo. El guardia apretaba el
segundo nudo corredizo a la embarazada.
—¡Alto! —gritó Gaia. La gente que la rodeaba se volvió para mirarla y se
alejó de ella. Sus expresiones eran una mezcla de perplejidad y desdén.
Gaia avanzó un paso más y levantó la mano—. ¡No!
Pero otra mano le sujetó el brazo y se lo bajó.
—¡Idiota! —le dijo alguien al oído— ¿Quieres que nos maten a todos?
Gaia, paralizada, giró la cabeza para encontrarse con los ojos de Rita a
pocos milímetros de los suyos. Contempló esos ojos, que se agrandaron
de sorpresa al reparar en la cicatriz, momento en que Rita le soltó el
brazo. En el cadalso los dos prisioneros permanecían juntos, con la
soga al cuello, tocándose los pies. La mujer inclinó la cabeza como si
llorara, y su vientre, enorme bajo el vestido gris, parecía vibrar con el
llanto.
Gaia miró hacia la gente del Bastión, y su conmoción se trocó en horror.
No iban a detener aquella carnicería. Parecía imposible, pero alguien
debía haberla ordenado. ¿Pero quién?
Su mirada cayó sobre la silueta negra del sargento Grey, las estaba
mirando, a Rita y a ella. En aquel instante, Gaia percibió que sabía
quién era. «¡Detenlos!», pensó, disparando el pensamiento en su
dirección con toda la fuerza de que fue capaz. La mano del sargento se
cerró sobre la correa de su fusil, nada más.
70 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia volvió a mirar el cadalso cuando el guardia dijo con voz aterradora:
—Patrick Carrillo y Loretta Shepard han sido declarados culpables del
más pernicioso crimen contra el Estado. Con flagrante desprecio por las
leyes del Enclave y del orden natural han violado el Acta de Revisión
Genética para Ciudadanos Ascendidos, han contraído matrimonio entre
hermanos y han concebido incestuosamente una abominación genética.
Por ello se les condena a morir en la horca. Serán un ejemplo para todo
aquel que desafíe el poder del Enclave.
Hubo un posterior grito del hombre, una protesta que Gaia no entendió
porque fue interrumpida por el fuerte golpe de la trampilla situada
debajo de los prisioneros. Ambos cayeron hacia la muerte.
Un terrible y pesado silencio reinó en la plaza, nadie dijo ni palabra. El
único sonido provenía del crujido de la viga de la que colgaban los
cuerpos. El peso de la cadena del reloj que Gaia siempre llevaba al
cuello aumentó de repente. Sentía el tictac del segundero, cómo
marcaba el tiempo que tardaría el bebé en sentir la transformación del
cuerpo de su madre. La falta de movimiento, la escasez de oxígeno, la
parada del corazón. Gaia apenas entendía el porqué de la condena de
los padres, pero sabía muy bien cuál era la sentencia de muerte
aplicada a ese niño.
—No —susurró, aferrando el peso redondo y duro de su reloj por
encima de la tela de la túnica.
—No sé quién eres ni de dónde vienes —le dijo Rita en voz baja,
agarrándole de nuevo el brazo—, pero es mejor que desaparezcas. Te ha
oído gritar un montón de personas, y cualquier puede volverse contra ti.
Gaia escuchó apenas la advertencia, ni notó que varios asistentes
seguían mirándolas. Ni siquiera podía mirar a su madre o al sargento
Grey, porque estaba concentrada en el bebé.
—Debo ver a la prisionera —dijo.
—Es demasiado tarde —contestó Rita, echándose la capucha de gasa
roja hacia delante para protegerse del sol—. Los dos han muerto.
Una urgencia desesperada le hizo hervir la sangre. Se volvió hacia Rita:
—Tú no lo entiendes, tengo que ir.
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Corrió entre la multitud hacia la plataforma, donde el guardia desataba
las cuerdas de la viga; por debajo, otro soldado había recogido el cuerpo
del hombre y lo arrojaba sin ceremonias a un carro. Gaia llegó cuando
echaba a la mujer. Por suerte, el hombre no les había quitado de la
cabeza los sacos de arpillera, aunque recogía las cuerdas para usarlas
otra vez. Sin necesidad de mirarlo, Gaia sintió que su reloj iniciaba el
segundo minuto; fue presa del pánico.
—¿Adónde llevas los cuerpos? —preguntó al hombre del carro.
Él la miró con el ceño fruncido.
—¿Eres de la familia?
—Sí —mintió—, debo quedarme con ellos hasta que lleguen los demás.
—Me habían dicho que no vendrían hasta el anochecer —dijo
dubitativo—. Están demasiado dolidos como para venir antes, y no les
culpo. Debo quitar los cadáveres del sol. ¿Me pagarás tú?
—Esta noche. Mi tío te pagará esta noche.
El hombre la miró con curiosidad.
—¿Qué te pasa en la cara? —preguntó. Gaia giró la cabeza y se apretó
la capucha—. Venga, chica, ¿qué te ha pasado?
Gaia se volvió hacia él, sin ser capaz de borrar el antiguo gesto
resentido de su rostro.
—¿Acaso importa algo así en un momento como este? —dijo fríamente.
Él se levantó el sombrero en su dirección.
—No pretendía ofenderte, hermana.
—Date prisa —exigió Gaia a modo de respuesta.
El hombre no se dio la menor prisa, pero al menos empuñó las varas
del carro y lo condujo por el desigual empedrado hasta una calleja
tranquila. Gaia sentía que la esperanza se le escapaba con cada metro
recorrido. Sabía que cuanto más tiempo pasara el bebé sin oxígeno,
más posibilidades había de daño cerebral o de muerte.
Por fin llegaron a una calle estrecha al fondo de la cual había un pasaje
tan angosto que apenas daba paso al carro y, al fondo de aquel, un
72 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
pequeño patio con una especie de establo donde el hombre introdujo el
vehículo.
—Empezarán a oler dentro de pocas hora —dijo— ,pero aquí estarán a
salvo de los vándalos, si eso es lo que temes. Si te apetece, puedes
esperar en el café de esa esquina. Desde ahí verás llegar a tus
parientes.
—Aquí estaré bien —contestó Gaia.
El hombre la miró con escepticismo. Ella se afanó en poner en vertical
un barril vacío para hacer ver que se sentaría en la sombra.
—Como gustes —dijo él, y salió a la calle. Tan pronto como el hombre se
perdió de vista, Gaia se metió en el establo y cerró la puerta. El sol
arrojaba rayos por las rendijas de las paredes de madera, y por la
ventana, sucia y cubierta de telarañas, entraba otro poco de luz, pero el
lugar era penumbroso. Gaia tenía tanta prisa que apenas lo notaba.
Tomó el pulso a la mujer, sin encontrar ninguno; con una rápida ojeada
a su cuello vio que había muerto al instante, pues lo tenía roto. Rasgó
su vestido para descubrir el pálido vientre. Líneas azules se marcaban
bajo la piel y una humedad antinatural lo recubría, pero Gaia apretó
sus dedos con firmeza sobre el estómago todavía tibio. No sintió el
menor movimiento que indicara que el bebé seguía vivo, aunque sin
duda su corazón habría continuado latiendo, enviando oxígeno por la
sangre de la placenta, incluso después de la muerte de la madre.
Cerró los ojos e hizo una pausa. Nunca había practicado una cesárea.
Se la había visto hacer a su madre al menos una docena de veces, pero
solo cuando la vida de la parturienta corría peligro, aunque en la
mayoría de los casos de la madre acababa muriendo. Pero en este, la
madre estaba ya muerta. No había nada que perder y existía una
posibilidad, remota pero posibilidad, de salvar al bebé. En menos de un
segundo se dio cuenta de que ya había tomado su decisión, y la había
tomado en cuanto vio caer a la madre del cadalso. Rebuscó en su bolso
y escogió el escalpelo más afilado, luego cortó con firmeza por debajo del
ombligo de la mujer y jadeó ante el olor dulzón de la sangre que se
extendió lentamente por la hoja. Debía cortar tres capas musculares,
flexibles pero duras; cuando alcanzó la matriz tuvo mucho cuidado de
no herir al feto. Sujetó su superficie con una mano e introdujo el
escalpelo. Saltó un chorro de líquido amniótico de fuerte olor terroso y
Gaia pudo ver el cuerpo azul pálido acurrucado en el interior. Metió las
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manos, tiró con suavidad y extrajo un bebé poco mayor que una barra
de pan. Sus piernas fláccidas se balancearon. Su cuerpo estaba
cubierto por una sustancia serosa, de color crema, que colgaba en
parches de la piel. Gaia le limpió la cara y succionó rápidamente con
una pera de goma. Luego le ciñó su boca sobre los labios y la nariz,
ignorando el gusto a sangre. Delicadamente, con poco más que un leve
soplido, exhaló dentro de él. Vio que su pecho se elevaba un poco. Le
comprimió tres veces el tórax y volvió a insuflar aire un par de veces.
No pasó nada. Lo puso bocabajo y le dio un golpe en la espalda con la
mano abierta, volvió a insuflar aire, volvió a comprimir el minúsculo
pecho. El cuerpecito seguía inerte; Gaia luchó contra las lágrimas y la
frustración. Era demasiado tarde. Había pasado demasiado tiempo.
Estaba muerto como sus padres, asesinado por el Enclave antes de
tener ocasión de respirar por sí mismo aquel aire corrompido.
Le escuchó el pecho, revisó la vía aérea una vez más e insufló aire de
nuevo, haciendo por instinto lo que pensaba que debía hacerse y
deseando más que nunca que su madre estuviera allí para ayudarla.
Tras otras series de compresiones torácicas se detuvo y estudió la carita
laxa.
—Por favor —susurró. Había perdido la ocasión de ver a su madre,
había arriesgado su propia vida para ayudarlo. Tenía que vivir.
—¿Qué estás haciendo? —dijo alguien en voz baja.
Gaia no había oído abrirse la puerta a sus espaldas. Se volvió
velozmente, abrazando al recién nacido, junto a la prueba del cadáver
ensangrentado de la mujer. El hombre era un extraño. Su cabello
oscuro caía en mechones descuidados sobre su frente, su cara estaba
pálida.
—Estás loca —dijo con tono de asombro. Retrocedió hacia la puerta,
con la sorpresa y el horror pintado en la cara, tropezó con una piedra
escondida entre la hierba y estuvo en un tris de caerse—. ¡Boris!
—Por favor —rogó Gaia yendo tras él—, solo intentaba salvar al bebé.
Deberías…
Él sacudió la cabeza, retrocediendo a toda prisa sin darle la espalda,
como si le tuviera miedo.
—No te acerques —advirtió, y volvió a gritar — : ¡Boris! ¡Ven aquí!
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Gaia estaba aterrada. Mirando de nuevo en su bolso, sacó las tijeras y
cortó el cordón umbilical. Después guardó sus cosas y cerró el bolso. No
podía dejar así al bebé; presa del pánico, exhaló en su interior un
último soplo de aire, lo acunó y salió volando por la puerta. Al oír los
pasos que se acercaban corriendo, trepó por uno de los semiderruidos
muros que cerraban el patio y se deslizó por el otro lado, arañándose la
mano, hasta caer sobre una pila de estiércol. El pútrido olor la mareó,
pero enseguida estuvo en pie de nuevo. Atravesó un jardín hasta llegar
a una puerta que cruzó sin soltar en ningún momento el bebé ni el
bolso. Ante ella se abría un largo callejón, y por él echó a correr.
Los gritos de sus perseguidores la obligaron a recorrerlo como una
centella. Desembocó en una calle más ancha, donde miró
desesperadamente a todas partes en busca de una panadería o de algo
que le resultara familiar. A su espalda, vio un grupo de soldados que le
pisaban los talones y la apuntaban con sus armas. Gritó de miedo. De
la siguiente esquina salieron cuatro guardias más montados en
bicicletas. Gaia se echó a un lado, chocando contra otra puerta de
jardín, que se abrió de golpe. Un grupo de señoras de blanco sentadas a
una mesa bebiendo limonada, chillaron al verla. Pasó a su lado como
un rayo, en dirección a la otra puerta del jardín.
Al cruzarla, la correa del bolso se le enganchó en el pestillo. Se tropezó,
se liberó y buscó enloquecida una vía de escape.
—¡Ahí está! ¡Alto! —gritó un hombre.
Gaia se encogió contra la puerta y miró frenética a las mujeres del
jardín. Por lo visto, había interrumpido una partida de cartas, y las
elegantes damas la miraban con curiosidad y alarma, las blancas alas
de sus pamelas ladeadas, a la expectativa.
—¡Ayuda, por favor! —suplicó. Los soldados la rodearon. Uno tiró con
rudeza de su bolso y otro intentó quitarle el bebé— .¡No! —gritó dejando
que le arrancaran el primero pero abrazando al segundo con todas sus
fuerzas. Forcejeó con ellos mirándolos salvajemente, agachándose
contra la tapia, protegiendo al bebé con sus brazos.
Los soldados le cerraban el paso. Veía sus botas brillantes, sus
perneras negras, las terroríficas bocas de los cañones de sus fusiles. El
corazón le latía locamente contra los pulmones y tuvo que esforzarse
para tomar aire. Nunca había tenido tanto miedo. Durante la carrera, se
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le había caído la capucha, por lo que mantenía la cabeza gacha, con el
pelo sobre el rostro.
—La tenemos, capitán —dijo uno de los soldados.
—¡No quiero disparos!
Gaia protegió la cabecita del bebé bajo su barbilla, acunándolo al calor
de su piel. Uno de los soldados se le acercó. Gaia pegó un respingo
cuando la agarró del pelo para echárselo hacia atrás y verle la cara.
—¿Qué es esto? —dijo el hombre en voz baja.
Gaia parpadeó, las mejillas le ardían, la rabia aumentaba al saber que
ya la estaba juzgando: una rara y una delincuente. Intentó librarse del
agarrón del guardia, pero como este no le soltó el pelo, solo consiguió
un doloroso tirón.
Un soldado alto y rubio fue el siguiente en acercarse.
—Creo que hemos encontrado a su chica del exterior, capitán —dijo con
refinada voz de tenor.
Gaia miró al grupo de hombres. El capitán Grey estaba detrás, en la
calle soleada, con su impoluto uniforme negro y un nuevo galón sobre el
bolsillo izquierdo del pecho. Había sido él quien había ordenado que no
dispararan. Bajo el ala negra del sombrero, su expresión era
inescrutable.
Con el rostro aún vuelto hacia arriba, Gaia palmeó al bebé para indicar
el verdadero crimen cometido.
—Mira a quién han asesinado —dijo en tono mordaz—, capitán.
Él no demostró reacción alguna.
—Irás a la cárcel —ordenó—; aunque puedes quedarte con el bebé, por
ahora. Notificaré a la Guardería que ha habido un nuevo parto.
El guardia que le sujetaba el cabello la soltó por fin, pero solo para
ponerla rudamente en pie.
—Pero, capitán —objetó el soldado rubio— , es la abominación.
Gaia vio que los ojos del capitán Grey centelleaban, pero su voz fue
tranquila:
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—Es solo un bebé, Bartlett —corrigió—, y al parecer saludable. La
habilidad de esta muchacha es muy grande para desperdiciarla. El
Protector debe ser informado.
Gaia jadeó ante la descripción del bebé. Antes incluso de que mirara
hacia abajo, sintió en la garganta los primeros movimiento tentativos
del recién nacido que tan posesivamente sujetaba. Entonces despegó el
cuerpecito de su hombro y le quitó el pegajoso trozo de túnica que lo
cubría. La cabecita giró con una oscilación familiar, su piel estaba
moteada de rojo; con una sacudida descoordinada de los brazos, el bebé
profirió su primer llanto ofendido: por la ofensa de estar vivo.
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8 La Vida Primero
Transcrito por Meligira y LuciiTamy
Corregido por LupiizzZ
a cárcel no era lo que Gaia se esperaba. No había húmedos y
oscuros muros de piedra, ni cadenas, ni montones de paja sucia.
El guardia rubio, el sargento Bartlett, y otros cuatro la habían
conducido a su pequeña, bien iluminada y antiséptica celda y la habían
dejado allí con el bebé. Por dentro, la puerta no tenía picaporte, pero si
una ranura al nivel de los ojos. En la pared de enfrente, una ventana de
cristales limpios estaba abierta y dejaba entrar una ligera brisa; sin
embargo, cuando Gaia se acercó a mirar vio los barrotes del exterior,
negras barricadas que fragmentaban la vista en rectángulos, a juego
con el terror que atenazaba su corazón.
El bebé que sostenía en brazos necesitaba cuidados y no tenía su bolso,
ni nada para alimentarlo, ni siquiera una manta para envolverlo. Por
eso continúo acunándolo en su túnica roja, húmeda de sangre.
—Cielo —musitó—, bultito sin madre.
Sintió un escalofrió ante el vivido recuerdo de lo que acababa de hacerle
precisamente a esa madre, y no dejaba de preguntarse si la familia de la
mujer muerta buscaría el bebé. Ni siquiera recordaba su nombre.
¿Loretta no sé qué? Deseó haber hecho una lista de las madres a las
que había atendido. De momento se acordaba de ellas, pero con el
tiempo llegaría a confundirlas. Recordó la cinta de la bolsita que llevaba
atada a la pierna; cada vez estaba más convencida de que era la lista de
las pacientes de su madre. Si los guardias la encontraban, sabrían que
estaban ante algo importante y ella correría aun mayor riesgo por
haberla guardado. Rápidamente, se subió la falda y desató la bolsa.
L
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Después de mirar por la rendija de la puerta para comprobar que no
hubiera nadie vigilándola, extrajo la cinta. Seguía sin ver el menor
sentido a los bordados, pero seguro que alguien sabría descifrarlos. Se
levantó, sin soltar al bebé, y dio la espalda a la puerta. Acunando con
suavidad la cabecilla tibia contra su garganta, se acercó a la ventana.
¿Se atrevería a tirar la cinta, a dejarla a merced del viento? Varios pisos
más abajo había una calleja, y enfrente, los tejados de los edificios con
sus pulcros azulejos blancos, sus paneles solares, sus depósitos de
agua blancos y negros, sus tuberías que cruzaban de azotea a azotea y
chimeneas encaladas. Una de estas, mayor que las demás, era de
ladrillo negro y de ella parecía provenir un olor a pan recién hecho.
—El panadero —murmuró.
Si lo hubiera encontrado antes… si pudiera darle la cinta. Oyó pasos en
el corredor: alguien se acercaba. Tenía que decidirse: o tirarla por la
ventana o guardarla, con el riesgo de que los guardias se la
encontraran. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y dejo al
bebé sobre su falda. Después, con ambas manos, se echó su largo
cabello castaño hacia atrás. Rara vez exponía su cicatriz de aquella
manera, por lo que sus dedos no estaban acostumbrados a atarse lazos
en el pelo, pero dio dos vueltas a la cinta alrededor de su cabeza, a
modo de diadema, y se la ato en la nuca tal como la llevaban otras
chicas. Acabo en el preciso momento en que unos ojos aparecían en la
ranura de la puerta. Gaia tomó de nuevo al bebé y se levantó.
El primero en entrar fue el capitán Grey, seguido por la hermana Khol,
el sargento Bartlett, otro guardia y un anciano que llevaba una cajita
con un asa. Con aire de autoridad, este último se subió las gafas por el
puente de la nariz y se acercó al bebé.
—Una mesa —dijo, y el sargento Bartlett salió de inmediato a buscarla.
—¿Eres médico? —preguntó Gaia. El hombre ya le estaba quitando al
bebé y Gaia no encontró motivo para negarse—. Ten cuidado —rogó.
El guardia volvió con una mesita cubierta por una hoja de papel blanco.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Gaia cuando el médico dejo al bebé
sobre la mesa. Luego miró angustiada a la hermana Khol, pero la
expresión de esta era inescrutable.
—No quiero verla por aquí —exigió el médico. Había sacado de la caja
un artilugio de goma y metal, y tras introducir parte de él en sus oídos,
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se inclinaba sobre el bebé, sobre la niña, porque era una niña; Gaia ni
se había fijado hasta ese momento. Vio que los guardias se le acercaban
y se escabulló al rincón más alejado.
—¡Espera!—dijo—. ¿No le harás daño, verdad? Está bien. Lo único que
necesita es que la alimenten y la bañen. Y si puedes darle un poco de
aire purificado…
El médico se volvió bruscamente para mirarla.
—¿Aire purificado? ¿Te refieres a oxígeno? ¿Qué sabes tú del oxígeno?
Gaia retrocedió, pero los guardias la sujetaron por los brazos,
hundiéndole los dedos en la carne.
—¿Acaso se dispone de oxígeno en el exterior? —siguió interrogándola el
médico. Parecía furioso.
Gaia se encogió entre los guardias.
—No —balbuceó—, pero he visto cómo se lo daban a los niños enfermos
en el Tvaltar. ¿Es que es malo?
El médico la miró fijamente un momento, y después se volvió hacia el
capitán Grey.
—Estás en un error, capitán —dijo ásperamente—. Es peligrosa.
Deberías ocuparte de ella ahora mismo.
A Gaia se le cortó la respiración y su mirada voló hacia el capitán Grey,
pero este se limitó a hacer una señal de asentimiento a los guardias,
que la arrastraron de inmediato hacia la puerta.
—¡Cuida de ella! —gritó—. ¡Cuídala, hermana!
La hermana Khol ni siquiera volvió la cabeza para mirarla, lo que
multiplicó su miedo y confusión.
—Por favor —rogó al capitán, cuando ya la sacaban de la celda—. ¿No le
harán daño, verdad?
—Si cooperas con los guardias —contestó él—, hablaremos dentro de
un minuto.
Gaia miró angustiada a la recién nacida y después al rostro pétreo del
capitán. Sus ojos eran fríos e inexpresivos, pero había tal intensidad en
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su mirada que dejó de forcejear. Los guardias la llevaron pasillo
adelante, hasta un tramo de escaleras de bajada y después a otro.
Parecían estar adentrándose en la prisión, atravesando más puertas
con mirillas, todas cerradas. Las lámparas espaciadas a lo largo del
techo se encendían de forma automática a su paso, y la permanente
electricidad era la prueba palpable de que había entrado en un mundo
extraño. Después de dejarla más o menos una hora en una habitación
pequeña y sin ventanas, con la sempiterna mirilla en la puerta, fueron
de nuevo a por ella para escoltarla a otro lugar. Por fin llegaron a un
pequeño vestíbulo con otra ventana enrejada al fondo. Allí los guardias
se detuvieron y uno de ellos abrió la puerta de un despacho y la
condujo al interior.
Gaia vio un escritorio y varias sillas, una lámpara, un teléfono y lo que
supuso era un ordenador, el primero que veía en la vida real.
—¿Quiere que la ate, capitán? —pregunto uno de los guardias. Gaia se
volvió para mirar al capitán Grey, que acababa de entrar en la
habitación.
—Por favor —contesto él.
Sorprendida, Gaia sintió unas manos ásperas a su espalda que la
ataron con rapidez. Tuvo que contenerse con todas sus fuerzas para no
forcejear de nuevo. Un mechón de pelo se le había escapado de la cinta
y el reloj colgaba por encima de su túnica. Cuando sacudió la cabeza
para quitarse el pelo de los ojos, este cayó de nuevo sobre su mejilla
izquierda. Miró fijamente el rostro del capitán, esperando con
impaciencia que le devolviera la mirada, por si podía adivinar sus
intenciones, pero los ojos del joven estaban clavados en el objeto que
sostenía en las manos: un alfiletero con forma de limón, con los alfileres
totalmente hundidos, de forma que en la superficie tan solo se veían las
cabezas. Gaia jadeó. «Eso es mío», pensó, consciente de que habría
registrado otra vez su bolso. El capitán se quitó el sombrero y lo dejó
sobre la mesa, junto al acerico. Era la primera vez que Gaia le veía bien
la cara. Sus cejas eran negras, sus rasgos más regulares incluso de lo
que parecían a la luz de la vela. Él se volvió hacia los guardias.
—No quiero ver a nadie por aquí —dijo.
Ellos salieron de inmediato y cerraron la puerta. En el silencio
subsiguiente, a Gaia le martilleó el corazón que tuvo miedo de que se
oyera. Cuando retorció las manos para comprobar lo ceñida que estaba
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la cuerda, sintió un mordisco en las muñecas. El capitán Grey, que
estaba de pie junto al escritorio, giró su sobrero lentamente sobre el
tablero. Gaia no estaba preparada para aquella expresión tranquila y
desapasionada cuando él al fin alzó los ojos.
—¿Te das cuenta del lío en que te has metido? —preguntó. Su voz grave
resonaba de forma asombrosa en la pequeña estancia.
Gaia meneó lentamente la cabeza, deseando que todo su cabello
estuviera suelto para poder taparse la cicatriz. Vio que la mirada de él
se paseaba por su cara, estudiándola con enervante precisión.
Cuando frunció el ceño, sus cejas se hundieron en una línea pensativa.
—Gaia —dijo—, has violado el cadáver de una traidora para traer al
mundo a un bebé que, a todas luces, debería estar muerto.
Gaia se preguntó si era consiente de haberla llamado por su nombre de
pila, como si fuesen amigos.
—Yo creía que lo estaba —admitió—, pero tenía que intentarlo.
—¿Por qué?
Ella se irguió.
—Porque es lo que hago.
—¿Traer bebés?
Gaia asintió.
—¿Te dijo alguien que lo hicieras? ¿Trabajas para alguien?
Gaia le miró con perplejidad.
—¿Quién iba a pedírmelo?
Al ver que él no contestaba, recordó que el sargento Lanchester le había
propuesto la compraventa de bebés, y se preguntó cuánto mercado
negro existiría. O quizá había alguien más que deseaba aquel bebé,
alguien que estuviera en contra del Enclave. Gaia cayó en la cuenta que
era una gran ignorante, pero eso confirmaba su inocencia; el capitán
debería verlo así. Este golpeó con suavidad el alfiletero con un lápiz.
—Gaia, tengo que preguntarte de nuevo si sabes algo sobre las
anotaciones de tu madre.
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—No sé nada, capitán Grey —contestó. Sintió que se le erizaba el vello
de la nuca y se preguntó cómo era posible que Grey no se hubiese fijado
en la cinta en la cabeza. Los ojos azules del hombre se clavaron
recelosamente en los suyos: estaba claro que no le gustaba nada el
énfasis con que Gaia había dicho «capitán Grey».
—Sé que mientes, y espero que te des cuenta por ti misma de que es
mejor decir la verdad.
—¿Por qué es tan importante?
—¿No te ha explicado nadie cómo funciona esto?
—¿Qué hay que explicar? —preguntó Gaia. A través del prisma de la
injusticia del Enclave, vio su vida en Wharfton con nuevos ojos, y
apenas pudo contener el sarcasmo—: Ascendemos una cuota de bebés
que, digámoslo claro, deben de ser felicísimos aquí, porque al crecer no
vuelven con nosotros; aunque supongo que alguno se lo pensará
después de ver cómo han acabado los dos de hoy. Y nosotros, en pago,
recibimos la gloria de servir al Enclave y un poco de agua y un poco de
alimento, no mucho, lo justo para mantener en pie a una población
raquítica fuera del muro. Somos una especie de reserva para cuando el
Enclave necesita soldados o labradores o bebés. ¿No es cierto? ¿O se
trata de otra cosa que desconozco?
El capitán Grey se acercó a la ventana, con el ceño fruncido, y después
se volvió para mirarla.
—Ya veo que tienes opinión propia. ¿Por qué no te sientas?
—¿Por qué no me desatas? —contraatacó ella.
—No puedo.
Gaia se sorprendió.
—¿No estás al mando?
Él soltó una risa amarga y breve.
—Estoy haciendo todo lo que puedo para ti, aunque no sé por qué.
Todos opinan que debería entregarte sin demora al hermano Iris. Es
probable que esto sea una prueba, pero también es cierto que si he
llegado donde estoy se debe a que he tenido en cuenta mi propio
parecer. Por eso tengo derecho a interrogarte antes de entregarte a él.
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—O de dejarme marchar.
Él se acercó un paso, la mirada penetrante.
—No puedo hacer eso.
—¿Por qué no? Puedes retenerme aquí hasta que anochezca y luego
dejarme marchar. Te prometo que desapareceré y no volverás a verme.
Incluso a Gaia le sonaba a falso. Solo había conseguido ver de lejos a su
madre. Quería ver a sus padres de cerca. Quería rescatarlos.
Él esbozó una sonrisa y se apoyó en el escritorio.
—Voy a contarte una cosa—dijo—. Las personas que fundaron el
Enclave planearon durante años la construcción de este oasis nacido de
la nada. Nosotros desarrollamos la tecnología pospetróleo. Nosotros
utilizamos la energía solar y la energía geotérmica para fabricar
micoproteína y purificar el agua. Gracias a nosotros hay alimento
suficiente para todos, dentro y fuera del muro. Si no hubiese sido por
nosotros, la mayoría de tus antepasados hubiera muerto en los
páramos intentando encontrar un emplazamiento pacífico. Pero nos
encontraron a nosotros, se comportaron como sanguijuelas con
nosotros, y, sin embargo, nosotros hicimos que todo esto funcionara.
A Gaia le sentó como un tiro el discurso. En su mayoría, no era más
que propaganda que conocía de sobra gracias a las funciones de
Tvaltar, aunque esa propaganda omitía unas cuantas cosas, como la
ejecución de jóvenes embarazadas. En su opinión, eso bastaba y
sobraba para desconfiar de todo lo demás.
—Si de verdad en el Enclave son tan superiores y tan civilizados —
objetó—, ¿por qué no son más generosos y más compasivos con
nosotros? No llamándome sanguijuela a la cara, por ejemplo.
El capitán frunció el ceño y guardó silencio un instante, como si Gaia le
hubiese dado alguna idea. Esta se preguntó si después de todos los
discursos, de toda la propaganda, le quedaría algo de capacidad para
pensar por sí mismo. Al fin y al cabo, ella había empezado a hacerlo
hacía muy poco, y por circunstancias muy especiales.
—Exijo ser liberada—dijo—, y exijo también la liberación de mis padres.
Sin desfruncir el ceño, el capitán Grey agarró el alfiletero con forma de
limón, lo soltó y lo asió de nuevo en cuento empezó a hablar:
84 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Hay un problema, uno que podría hacer que tú te compadecieras de
nosotros. El Enclave hizo un cálculo erróneo: empezó con una población
interna demasiado pequeña.
—¿Qué problema es ese?
El capitán Grey hizo una pausa antes de continuar:
—Nuestros hijos se mueren. No todos, pero sí la mayoría y el número de
fallecidos va en aumento. Además, las mujeres son cada vez menos
fértiles.
Gaia se sintió intrigada.
—¿Cómo que se mueren? —preguntó—. ¿De qué? ¿Por qué?
—Por diferentes causas, aunque la peor es la hemofilia. Eso es lo que
más nos preocupa.
—¿Qué es la hemofilia?
El capitán ladeó levemente la cabeza.
—Por cualquier arañazo sin importancia, se desangran hasta morir.
Gaia no se lo acababa de creer. Una vez vio desangrarse a una madre al
dar a luz, pero eso era distinto. El capitán Grey volvió la mirada hacia la
ventana, y la fría luz del exterior silueteó su perfil con nitidez. Gaia vio
la blanca piel de su nuca, bajo su cabello oscuro, donde el borde del
cuello de su chaqueta negra rozaba la piel. Le perecía una
incongruencia que una hombre tan joven tuviera tantas
responsabilidades.
Alguien llamó a la puerta. El capitán dejó el alfiletero en el escritorio y
se acercó a zancadas para abrirla, pero Gaia no pudo ver quién había al
otro lado.
—Un poco más. Diez minutos.
Mientras él cerraba la puerta los nervios de Gaia se dispararon. No
conseguía quitarse de la cabeza que el capitán Grey era el único capaz
de impedir que aquel sistema hambriento y salvaje que acechaba detrás
de esa puerta acabara con ella, pero al mismo tiempo era incapaz de
confiar en él. Al fin y al cabo, formaba parte de ese mismo sistema.
85 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Escucha con atención, el tiempo apremia. —El capitán dio un paso
hacia Gaia, que retrocedió de forma involuntaria hasta tocar con los
dedos la pared de su espalda. Él enarcó las cejas, sorprendido—. No voy
a hacerte daño.
Gaia no tenía ninguna razón para creerle. Por lo que ella sabía,
representaba lo más despreciable del Enclave, desde la ejecución de
aquella mañana al arresto de sus padres. Aun así, mantuvo bien alta la
barbilla.
—Ya lo sé—mintió.
Los ojos del capitán taladraron los suyos y, entonces, se posaron en el
reloj que colgaba de su cuello.
—¿Puedo?
Gaia no contestó.
Él levantó con cuidado el reloj y la cadena y se los quitó. El breve
contacto de sus manos hizo que a Gaia le ardiera el cuello; contuvo el
aliento hasta que él se separó y volvió al escritorio, donde se apoyó en el
tablero con ambas manos y agachó la cabeza, adoptando una postura
extrañamente vulnerable. ¿Acaso odiaba aquel interrogatorio tanto
como ella misma? Gaia entendía cada vez menos.
—Vamos a probar así —dijo finalmente el capitán—: ¿Te ha hecho tu
madre alguna seña en la plaza? ¿Ha sido idea suya lo de salvar al bebé?
—Claro que no.
—Este reloj… ¿de dónde lo has sacado?
—Me lo regalaron mis padres. Me sirve para medir el tiempo que pasa
entre las contracciones de las parturientas y para saber el tiempo que
me queda para ascender al recién nacido.
Él levantó la tapa del reloj. Gaia conocía muy bien la inscripción del
interior: La vida primero. Él cerró la tapa y lo apretó en su puño.
—¿Y el alfiletero?
—Es de mi padre. Es sastre, ¿recuerdas?, lo arrestaste tú.
86 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia le vio juntar las cejas en un leve fruncimiento, como si se acordara
de algo. El reloj desapareció en uno de sus bolsillos, y el alfiletero
también.
—Sigo sin entender qué tiene que ver todo esto con mi familia — dijo
Gaia. El dolor de sus muñecas acrecentaba su impaciencia—. Llevamos
sirviendo lealmente al Enclave toda la vida. Yo nunca hubiera
traspasado el muro ni hubiera hecho lo que he hecho con ese bebé si
nos hubiesen dejado en paz. ¿Por qué no podemos irnos y ya está?
El capitán Grey meneó la cabeza con obstinación que Gaia perdió por
completo la poca paciencia que le quedaba.
—No podemos. Necesitamos respuestas. El problema procede de la
endogamia, tanto en los primeros pobladores como en los niños
ascendidos. Sin el registro de la comadrona, no sabemos qué
parentesco les une. Cuando son adultos, algunos se casan sin saber
que son primos o hermanos, como has visto hoy. Los ascendidos tienen
obligación de pasar un análisis genético antes de comprometerse. Es
indispensable para asegurarse de que no son parientes cercanos, en
cuyo caso el matrimonio se prohíbe —el capitán hizo un gesto de
contrariedad—. No me estoy explicando bien… Esto no solo afecta a los
matrimonios entre ascendidos. Debemos diversificar la interacción
genética de nuestra población porque si no, dentro de nada, seremos
estériles o hemofílicos o sufriremos quién sabe qué otra clase de rarezas
genéticas.
Al principio Gaia se sorprendió, pero después se puso furiosa.
—¿Y a mí qué me importa? —espetó—. Aquí la gente tiene todo tipo de
privilegios, ¿y los de fuera qué? ¿Qué se ha hecho por nosotros? ¿Por
qué tenemos que salvar a los habitantes del Enclave ahora?
—Sigues sin entenderlo, quienes tienen todo tipo de privilegios son los
de fuera. Deberían agradecer que les dejamos tranquilos. Los de fuera
son los verdaderos supervivientes del cambio climático, y por eso son
más fuertes. Incluso tú, Gaia. ¿Cuántos bebés crees que sobrevivirían a
esa quemadura de tu cara?
Ella giró el rostro, dolida.
—Esta quemadura no era peligrosa. Solo me hizo fea e indigna del
Enclave.
87 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
El capitán sacudió la cabeza con impaciencia.
—No me refiero a la quemadura, sino al dolor, a las infecciones
subsiguientes, a las hemorragias.
Gaia respiró con esfuerzo, dolorida, como si la hubieran herido
físicamente. Odiaba su cicatriz, y ningún razonamiento iba a
convencerla de lo afortunada que había sido por quemarse.
—¡Yo no la quería! —exclamó con voz rota, y tuvo que morderse los
labios para no llorar.
El capitán Grey se quedó rígido. Al poco dio la vuelta al escritorio para
acercarse a ella, pero Gaia se negaba a mirarle.
—Gaia —dijo suavemente.
Lo único que consiguió con su gentileza fue confundirla aún más. Fijó
la mirada en un rincón de las paredes grises y, cuando sintió que le
tocaba el hombro, respingó y se apartó de él.
—No entiendes nada —dijo ella con ferocidad—. Los niños de fuera
también sufren, también sangran. Tienen fiebres que les duran días y
después los matan. Y sus madres lloran de pena cuando se les mueren.
¿Para qué sirve todo el poder del Enclave? —añadió señalando con la
cabeza la lámpara, el ordenador—. ¿Para que fuera suframos todos?
¿Para matar a una mujer embarazada? ¿Qué clase de sociedad es esta?
Él retrocedió hasta la puerta. Sus ojos, que hacía un instante habían
sido cálidos y vivos, se volvieron fríos y distantes.
—Esos dos de hoy sabían que eran ascendidos, sabían que provenían
del exterior del muro. Sabían que estaban obligados a pasar las pruebas
genéticas antes de comprometerse. Vivían de acuerdo a nuestras leyes,
con nuestras ventajas, pero cuando los resultados demostraron que
podían ser hermanos, aun así, decidieron egoístamente concebir un
hijo. —El capitán apretó la mandíbula—. Habríamos malgastado tiempo
y recursos en su hijo, y su hijo habría muerto antes de cumplir diez
años, mucho antes de poder concebir él mismo un hijo sano. Ellos lo
sabían.
—¿Defiendes su asesinato porque su hijo habría malgastado recursos?
¿Es eso lo que me estás diciendo? Pues, ¿sabes qué? Que su hijo está
vivo. ¿Lo van a matar también?
88 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
El capitán Grey se puso aún más pálido y evitó su mirada.
Gaia sintió una profunda rabia al suponer que el médico sería el
encargado del nuevo asesinato.
—Eres un cobarde —siseó—. Entrégame de una vez al hermano Iris o
cómo se llame y déjate de tonterías. No tengo nada más que hablar
contigo. —Se acercó de dos zancadas a la puerta y la golpeó con el
talón—. ¡Eh! ¡Quiero salir!
El capitán Grey no hizo nada por detenerla, y Gaia lo odió aún más por
su forma de mantener la compostura. Cuando él estiró la mano hacia el
picaporte, sus ojos se encontraron brevemente.
—Haré lo que pueda por ti, Gaia —le dijo en voz baja.
—Me importa un pito—soltó ella. Lo único que consiguió en respuesta
fue una risita, y estaba demasiado furiosa para notar el punto agrio de
aquel regocijo. Después, el capitán abrió la puerta.
—Sargento Bartlett —llamó—, llévela a la celda Q. Asegúrese de que
pueda ducharse y de que tenga comida y ropa limpia. Tráigame sus
efectos personales y después haz que venga un mensajero.
—Sí, capitán—contestó el sargento haciendo un saludo. Tres guardias
más la rodearon en cuento salió al pasillo, como si fuera un peligroso
criminal dispuesto a cargar con las manos atadas a la espalda contra
un montón de grandullones. Alzó el mentón orgullosamente.
—Pórtate bien, Gaia —le dijo con voz grave el capitán. Ella seguía sin
querer mirarlo, pero sintió que la furia volvía a enrojecerle las mejillas—
. Coopera con los guardias, por tu propio bien.
—Pórtate bien tú, capitán —replicó amargamente—, si sabes cómo.
89 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
9 Las Doctoras de la Celda Q
Transcrito por Darkiel
Corregido por Saritarfdolce
ate prisa —le dijo la guardia en el cuarto de las duchas. Gaia se
apresuró a quitarse la falda, la túnica y los zapatos y dárselo
todo, pero enrolló la cinta con disimulo y se la guardó en el
puño. Ya echaba de menos el peso familiar del reloj en el cuello. Al pisar
la ducha, le maravilló que saliera agua caliente, chorros y chorros de
agua caliente, por una tubería de la pared. El gasto de energía la dejó
atónita, y el jabón era una barra azul y suave que enseguida hizo
espuma sobre su piel y su pelo. Nunca habría imaginado que en una
cárcel pudiera haber tales lujos.
—¡Sal ya! —gritó la guardia pasándole una toalla, seguida de ropa
interior y una túnica gris que, una vez puesta, le llegaba a las rodillas.
El áspero tejido le raspaba la piel y sus dedos temblaron al intentar
abrocharse los tres botones blancos de la pechera. No había peine, pero
hizo lo posible por alisarse el pelo y después se lo sujetó otra vez con la
cinta.
Tras mirarla con escepticismo cuando salió de la ducha, limpia y
vestida, la guardia señaló un par de mocasines estropeados. Al
calzárselos, Gaia vio que eran demasiado grandes para sus pies.
—Tendrás que quitarte esa cinta —dijo la mujer—; en cualquier caso,
en Q te cortarán el pelo.
—Hasta entonces, prefiero llevarla puesta.
La guardia, una mujer mayor de brazos musculosos y mandíbula
cuadrada, la miró entrecerrando los ojos. Luego gruñó y dio media
D
90 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
vuelta, como dando a entender que no había problema, pero a renglón
seguido se volvió otra vez y le propinó un revés en la mejilla derecha,
golpeándola tan fuerte que le ladeó la cabeza y la tiró al suelo,
jadeando, momento en que aprovechó para arrancarle la cinta del pelo.
—Eso por pasarte de lista —dijo.
Gaia se contuvo las lágrimas y apretó la mano contra su dolorida
mejilla, observando con desesperación a la guardia mientras esta
añadía la cinta a la pila formada con su ropa y sus zapatos.
—¡Adelante! —gritó la guardia, y la familiar escolta de soldados
reapareció al instante, como si hubiera estado esperando junto a la
puerta.
Con un dolor ardiente en la mejilla, Gaia se levantó para seguirlos. Los
hombres la condujeron por varios pasillos y unos cuantos tramos de
escaleras hasta que el lugar empezó a oler a cerrado, como si el aire
rara vez penetrara en aquella zona del edificio. Cuando llegaron al fondo
del último pasillo, uno de los guardias abrió una gran puerta de madera
y se quedó a un lado.
Al atisbar el interior, Gaia solo vio un corredor penumbroso y vacío
pintado de gris.
—Tienen que darme de comer —le recordó al sargento Bartlett.
—¡Mira tú! —dijo él fríamente dándole un empujoncito hacia delante.
—¿Esta es la celda Q? —preguntó Gaia, volviéndose.
Pero el guardia cerró la puerta.
—¿Cuándo podré ver al capitán Grey? —gritó.
Oyó un risotada y la mirilla de la puerta se abrió de golpe.
—Dudo mucho que lo vuelvas a ver, pero le diré que lo has solicitado.
Se sentirá muy conmovido —se mofó el sargento Bartlett, tras lo cual
con voz más grave y los duros ojos marrones pegados a la mirilla,
añadió—: Esperemos que no te hayas cargado su carrera.
Gaia sintió el impulso de meter los dedos por la abertura para
espachurrarle los ojos, pero él cerró el postigo y la dejó parpadeando en
la oscuridad.
91 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Se volvió y escuchó, esperando que sus ojos se acostumbraran a la
penumbra, presionando sus dedos fríos contra la dolorida mejilla.
Estaba en un pasillo corto que un poco más lejos giraba a la derecha.
Oyó voces de mujer. Avanzó en silencio, curiosa, mientras le sonaban
las tripas de hambre. Debido a las instrucciones del capitán, había
esperado que le dieran algo de comer, pero una de dos: o le habían
desobedecido, o él lo había dicho para regalarle el oído y hacerle creer
que estaba de su parte. Palpando levemente la pared con los dedos,
llegó hasta la esquina, donde el espacio se abría a una gran celda de
techo alto. Gaia se detuvo en la entrada; arriba, a la izquierda, se
abrían tres ventanucos enrejados que arrojaban una luz grisácea sobre
media docena de mujeres de pie o sentadas en bancos de madera.
Todas vestían de gris, como ella, y todas llevaban el pelo corto.
Gaia estudió con ansia las caras, con la esperanza de encontrar a su
madre, pero aunque todas eran de la edad de esta o algo mayores,
ninguna le resultó familiar. Se hundió en la decepción como una piedra
en un lago profundo. Las mujeres guardaban silencio, recelosas.
Por fin, una de las que estaban sentadas se levantó y se le acercó con
las manos extendidas.
—Te daría la bienvenida —dijo—, pero no me parece apropiado para un
sitio como este. Soy Sephie Frank. ¿Tú quién eres, niña?
—Gaia Stone.
Hubo un murmullo instantáneo de voces sorprendidas.
—¿La hija de Bonnie? —preguntó Sephie, mirándole la cara con más
atención—. ¿Sabes dónde la tienen?
—No. Yo creía que estaba aquí, en la cárcel.
—Estuvo aquí unos días —confirmó Sephie—, después de su arresto,
pero luego se la llevaron. De eso hace… ¿tres semanas? La vimos de
lejos durante la ejecución de esta mañana, pero no pudimos hablar con
ella.
—¿Y mi padre? ¿Se sabe algo de él?
Sephie miró a las demás mujeres, pero todas guardaron silencio.
Alguna tosió tapándose la boca con la mano. El miedo, como una dosis
92 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
doble de gravedad, tiró de sus huesos. ¿Era la situación aún peor de lo
que Derek le había dicho?
—¿Qué sabes? —susurró. Su voz cayó al suelo de piedra y se extendió
por la habitación transformándose en un ominoso silencio. Sephie se le
acercó y le apoyó amablemente la mano en el brazo.
—Tu padre ha muerto. Lo mataron cuando trataba de escapar. Hace
semanas.
—No, no puede ser —dijo Gaia; se le doblaron las rodillas y Sephie tuvo
que acompañarla a un banco—. Su ejecución estaba programada para
la semana que viene.
Las mujeres se miraron.
—Lo siento —dijo Sephie.
Gaia agitó la cabeza.
—Siempre les he servido, les he entregado bebés… deberían habérmelo
dicho —se le entrecortó la voz. ¿Era posible que fuese verdad? Su
padre, tan bueno, que cosía tan bien, que siempre tenía una risa
amable y un consejo sensato para sus vecinos, que tocaba el banjo de
maravilla, que irradiaba alegría en presencia de su mujer… ¿cómo
podía haberse ido sin que ella se enterara? Sintió que el dolor la
atravesaba como una corriente eléctrica.
—Lo siento —repitió Sephie.
Gaia no daba crédito a sus oídos, ni era capaz de salir de su
aturdimiento. Su padre podía haber sufrido… no quería ni pensarlo. Se
lo imaginó corriendo locamente por el trigal verde hacia los páramos,
con su camisa marrón flotando tras él, su sombrero volando, su fuerte
cuerpo derrumbándose al recibir los disparos y cayendo por fin
bocabajo entre las plantas de trigo.
—Por favor, no —gimió. Había arriesgado la vida al entrar al Enclave,
para salvarlos a él y a su madre, pero era demasiado tarde.
—Tu madre sigue viva —dijo Sephie.
—¿Por cuánto tiempo? ¿No pensaban ejecutarla?
Gaia miró los rostros, uno a uno, y su confusión dio paso a la
esperanza.
93 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Nosotras no hemos oído nada de eso. Es posible que se así, por
supuesto, pero nosotras no sabemos nada —dijo Sephie alzando una
mano hasta su pecho—. Seguro que está orgullosa por lo que hiciste
con el bebé.
—¿Por qué estás tan segura? —preguntó Gaia tensa.
—Porque es lo que ella hubiera hecho.
Las demás mujeres murmuraron su asentimiento, pero Gaia recordó el
mensaje silencioso de su madre: no hagas nada. Ahora que sabía que
su padre estaba muerto, le encontraba más sentido. Su madre quería
protegerla.
—Gaia, todo el mundo sabe lo que has hecho hoy, saben que has
salvado al bebé —dijo Sephie—. Hasta aquí lo hemos oído; has hecho
pensar a la gente.
Gaia estaba aturdida, pero como sus ojos se habían acostumbrado a la
penumbra, se obligó a estudiar los rasgos de las mujeres que la
rodeaban. La morena Sephie tenía un rostro agradable y entristecido
que le recordó la Luna llena, con grandes y separados ojos grises y boca
pequeña. Aquella mujer había conocido a su madre, allí, en aquella
celda; y en ese momento, cuando Gaia más la necesitaba, le ofrecía
consuelo.
—¿Por qué estás aquí? ¿Y las demás? —preguntó.
Las cejas de Sephie se alzaron por la sorpresa.
—Somos médicos.
—¿Y eso es motivo para estar presas?
—Increíble —dijo una mujer desde el banco más alejado. Tenía los
cabellos blancos, las cejas sorprendentemente negras y la nariz
estrecha, y miraba a Gaia con descaro. De una manera rara, su falta de
simpatía ayudó a Gaia a recobrarse un poco, a no caer en la
desesperación absoluta.
—Cállate, Myrna —advirtió Sephie, que se sentó en el banco, al lado de
Gaia, y se alisó el vestido pulcramente sobre las rodillas.
—Nos acusan de crímenes contra el Estado: falsificar los resultados de
los test genéticos, practicar abortos y no matar a los niños con defectos.
94 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Has hecho eso? —preguntó Gaia, atónita.
—He dicho que nos acusan de eso —corrigió Sephie—. Como médicos,
nos pueden tener aquí dentro cuanto quieran y sacarnos cuando
seamos necesarias. Es absurdo, ¿no?
A Gaia le sonó a espantoso.
—No comprendo cómo se puede seguir cooperando después de esto.
Sephie sonrió y varias de las otras se removieron en los bancos.
—¿Qué otra opción tenemos? Si nos negásemos, seríamos ejecutadas
como esa pareja de hoy. Ya no estamos en edad fértil. De no ser por
nuestra experiencia, resultaríamos totalmente prescindibles.
—No lo entiendo —dijo Gaia—. La familia y los amigos habrán
protestado. ¿No pueden ellos pedir la liberación?
Sephie meneó la cabeza.
—Eres muy ingenua, Gaia. En el Enclave no todo es de color de rosa.
Nuestros amigos tienen miedo, y con razón. Además, de vez en cuando
una de nosotras es absuelta y liberada. Vivimos con esa esperanza.
Gaia miró hacia arriba, hacia la ventana central, donde se veía un
cuadrado distante de cielo gris. Cuanto más sabía del Enclave, más
traicionada se sentía. Era como si engañasen a propósito a la gente del
exterior, haciéndoles creer que la vida dentro del muro era la vida ideal,
cuando en realidad estaba llena de crueldades e injusticias. Aquel lugar
había matado a su padre, una de las personas mejores y más queridas
que se podía imaginar. La Plaza del Bastión se había llenado aquel día
con una multitud de ciudadanos aparentemente normales y
absolutamente crueles. ¿Se hubiera vuelto ella igual si hubiese crecido
allí?
—No entiendo este lugar —dijo.
Myrna, la mujer canosa del banco más alejado, soltó una risita amarga.
—Únete al club —dijo secamente.
Gaia se inclinó hacia delante y hundió el rostro entre las manos. Su
mejilla derecha estaba hinchada y empezaba a salirle un moratón; la
piel cicatricial de la izquierda se rizaba familiarmente bajo su palma.
Pero lo más doloroso, con mucho, era su nueva pérdida, aunque no
95 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
dejase una cicatriz visible. Su cabello cayó hacia delante alrededor de
sus manos, como una cortina; Gaia emitió un gemido desesperado. Su
padre. El peso que sentía en el corazón apenas la dejaba respirar; y
quizá el momento en que había visto a su madre aquella mañana sería
el último de toda su vida.
—Vamos, vamos —canturreó con voz suave una mujer de piel oscura,
frotándole el hombro con mano consoladora.
La gentileza desató las lágrimas que había tratado de contener, y los
sollozos sacudieron su cuerpo de forma incontrolable. Sephie trató de
abrazarla, pero Gaia se encogió sobre sí misma, alejándose de todas,
acurrucándose en el banco con la cara vuelta hacia la pared. Durante
largo rato estuvo perdida en la más ciega y enmudecida tristeza. Ni las
caricias ni las palabras tiernas fueron capaces de traspasar su pena
mientras lloraba en silencio la muerte de su padre. Alguien la cubrió
con una manta y puso algo blando bajo su cabeza; entonces, por
fortuna, se rindió al sueño.
96 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
10 Los Arándanos del Inlago
Transcrito por Valeria, Karlaberlusconi y vickyy_pinkk.
Corregido por nessie.
e pequeña, Gaia se enseñó a sí misma a dormir con tanto
cuidado que nunca se enredaba en su mosquitero, pero cuando
la mañana pintaba el cielo de rosa y ya no importaba estarse
quieta, a veces rodaba, medio dormida, hasta que la piel de su mejilla
tocaba por sorpresa el fresco tejido de gasa. Entonces la mera
posibilidad de la asfixia la despertaba por completo, entre jadeos,
pensando «ah, es solo la mosquitero». Después solía recostarse en la
almohada y estirar una mano perezosa hacía el vértice de la sutil
tienda. El verano en que cumplió once años, sus padre le llevaron la
cama al porche trasero para que disfrutara de un poco de brisa.
Una mañana el carillón de viento estaba silencioso y la gran urna de
agua, inmóvil en su cadena. El agua se había condensado en la
superficie y las gotas que resbalan hacía el fondo iban encordando
hasta caer al vacío.
Gaia deslizó los pies descalzos sobre los gastados tablones del porche y
abrió la mosquitero para ver cómo la suave luz del verano invadía el
patio trasero. Miró el barril de lluvia en la esquina del porche y, más
allá, cerca de la ladera, las cuerda de tender y el gallinero.
Una gallina había puesto su primer huevo dos días antes, y Gaia tenía
curiosidad por ver si había puesto otro. Subiéndose el camisón azul
para no arrastrado por la hierba, se acercó a mirar sintiendo el frescor
del rocío en los tobillos. Casi había llegado al gallinero cuando se fijó en
que la puerta estaba con el pestillo descorrido y entornada.
D
97 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Con un sentimiento de desazón, miró el interior. La gallina joven y otra
ponedora más habían desaparecido, aunque las seis restantes estaban
tan tranquilas. Al verla, cacarearon y empezaron a cruzarse en su
camino, listas para alimentarse con los insectos que levantaba a su
paso en la hierba sin cortar.
Gaia cruzó el patio como un ciclón y entró en casa gritando:
—¡Mamá! ¡Papá! ¡Nos han robado dos gallinas!
Cruzo la cocina, cruzó el salón y atisbó por la cortina de la habitación
de sus padres. Dos bultos se extendían entre las sábanas y la mano del
padre se curvaba sobre el hombro de su mujer.
—¡Mamá! —repitió.
Bonnie, que dormía más cerca de la ventana, se apartó de su marido. A
Gaia le pareció muy raro que siguiesen acostados con lo tarde que era.
La madre, medio dormida, sacó los pies de la cama.
—Creo que nos han robado dos gallinas —dijo de nuevo en voz más
baja.
Entonces su madre hizo algo muy peculiar: se tapó los ojos con un
brazo, de forma que su cara desapareció bajo un codo y murmuró una
sola palabra:
—Jasper.
En respuesta, su marido la besó en el hombro y se giró para levantarse.
—Hola, cielo —dijo a Gaia—. Vamos a dejar que tu madre duerma un
poco más, ¿de acuerdo? Anoche se acostó tarde.
Ya estaba poniéndose la camisa, así que Gaia soltó la cortina y volvió al
salón.
Se sentía confusa, como si acabase de presenciar algún tipo de lenguaje
secreto entre sus padres, un lenguaje que la excluía. Su padre atravesó
la cortina totalmente vestido. Le sonrió y se frotó la mandíbula sin
afeitar.
—Ponte los zapatos —le dijo bajito, y Gaia metió los pies en los
mocasines.
98 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Su padre la precedía, sus anchos hombros y su paso desenvuelto no
transmitían la menor alarma; aquella tranquilidad aplacó su inquietud.
Él inspeccionó el pestillo y abrió por completo la puerta del gallinero
para que Gaia pudiese ver por debajo de su brazo el oscuro y vacío
interior. Motas de polvo parpadeaban en un rayo de sol.
—Pues no están —dijo su padre—. ¿Seguro que cerraste anoche?
Gaia asintió:
—Entonces estaban todas. Estoy segurísima
Jasper enarcó las cejas y sacó los labios, tras lo cual echó otro vistazo
al pestillo.
—Bueno, pues el ladrón ha hecho poco ruido ¿No has oído nada?
Gaia contestó que no. Mientras su padre recogía los huevos, ella miró
hacia el porche, a la mosquitero que colgaba como un velo gris pálido
del gancho superior. Entonces cayó en la cuenta de que un desconocido
debía de haber estado cerca de ella aquella noche; se arrimó a su padre.
—No te preocupes —le dijo él con voz cariñosa y serena. Acunando
cinco huevos en uno de sus brazos, le echó otro por encima de los
hombros. Gaia lo agarró por la cintura—. Vamos a buscar arándanos
para mamá, volveremos antes de que se despierte.
—¿Así? —preguntó Gaia tirando de su camisón.
Él sonrió al fijarse en su atuendo.
—Por supuesto, pero con sombrero y cubo. Yo los traigo. Nos vemos
adelante.
Cuando Gaia dio la vuelta a la casa, él ya salía por la puerta principal,
sin los huevos y cargando con sus sombreros y un par de cubos de un
litro.
Su padre extendió la mano para apretar cariñosamente la suya y
después empezó a silbar una tonadilla baja y complicada. Gaia sintió
cierta timidez por ir en camisón al pasar delante de las casas, que ya
empezaban a despertarse, pero cuando bajaban por el sendero de tierra
hacia el inlago, le encantó la forma en que el ligero tejido azul flotaba en
torno a sus rodillas. El ala de su sombrero creaba la familiar sombra
sobre sus pestañas y podía oler el aroma de la hierba, de la madreselva,
99 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
de la vara blanca y de las flores silvestres que crecían por doquier entre
las rocas.
En cuanto pasaron la zona peñascosa, se encontraron de lleno entre los
arándanos. Jasper le dio uno de los cubos. El primer arándano cayó al
fondo con un ping metálico. Gaia se concentró en colocar el cubo debajo
de cada rama mientras arrancaba arándanos a pares y tríos.
—¿Quién habrá robado las gallinas? —preguntó—. ¿No podríamos
hacer algo?
—¿El qué?
—No sé. ¿Buscarlas? —Le pareció absurdo en cuanto lo dijo.
Su padre se echó el sombrero hacia atrás para que le viera la cara. Sus
cejas marrones dibujaban curvas gruesas y expresivas, la línea en su
mentón era fuerte, con una sombra de barba que la delineaba desde el
cuello. Su cutis, algo más oscuro que el de ella, era de un moreno cálido
que se intensificaba aún más en los antebrazos, porque solía
remangarse.
—Piensa un poco, Gaia —dijo con dulzura—. Quienquiera que se las
haya llevado debía necesitarlas mucho más que nosotros.
Gaia se sorprendió
—¿Quieres decir que no te importa que nos quite cosas? —preguntó,
volviendo a recoger arándanos.
—No, claro que me importa.
En los últimos tiempos, Gaia se formulaba preguntas sobre sus padres
que nunca se había formulado. Unas semanas antes había ido a la
fiesta de cumpleaños de su amiga Emily, a la que solo asistieron esta,
Gaia Y Kyle. Gaia lo había pasado de maravilla.
Entonces, una tarde, descubrió que Emily había invitado también a
Sasha y a otras dos chicas, y que ellas no habían querido ir porque iba
Gaia. Su madre no le había dado la menor importancia.
—Sí, ya he oído hablar de esas arpías —dijo cuando se lo contó—, pero
Emily es una buena amiga.
Y ahora su padre se quedaba tan tranquilo cuando les robaban. Que
trataran mal a su hija y que les robaran las gallinas no les importaba,
100 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
¿pero por qué? Quizá, como su madre le dijo una vez, tenía que ver con
el fondo de las personas.
Cuando miró de nuevo a su padre vio que él se había alejado y, más allá
de él, el inlago de inclinaba abruptamente hacia abajo. Grupos de
abedules y de álamos agitaban sus hojas ovales, pero la mayor parte de
la vista estaba compuesta por hierba y flores silvestres.
—Papá —llamó—, ¿conoces a alguien que haya visto el inlago con agua?
Él la miró por debajo del ala de su sombrero y le hizo señas para que se
acercara.
—No. Lleva tres siglos vacío. La parte sur la vaciaron con canalizaciones
y los manantiales se secaron.
—¿Quienes la vaciaron? ¿Qué le pasó a quienes la vaciaron? —Gaia se
acercó y recogió unas cuantas bayas más.
—En realidad, no lo sé —contestó su padre.
Siguió recogiendo arándanos con aire pensativo mientras decía—: Por
ahí fuera hay más gente, en alguna parte, porque aún llega de vez en
cuando algún trotamundos. En la última década unos diez, como Josh,
aquel escritor del Sector Oriental Uno. Lo recuerdas, ¿no? Y un invierno
llegó hasta un caballo, con silla y todo, pero murió poco después.
—¿En serio? ¿Y qué le paso al jinete?
—No lo sé. Yo entonces era un adolescente. Buscamos largo tiempo por
los páramos, pero no encontramos a nadie.
A Gaia le fascinaba las épocas pasadas.
—¿Como sería vivir…, en el pasado?
Su padre sonrió.
—En la Edad Fría había satélites que pasaban señales eléctricas por
todo el mundo, y coches y autopistas y todas esas cosas que vemos en
las películas del Tvaltar, pero ya no queda nada. La energía se evaporó,
como la magia.
—¿Pero qué paso?
Su padre se apoyó una mano en la cadera y se inclinó hacia atrás.
101 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—La Edad Fría terminó cuando se agotó el combustible, y ya no había
posibilidad de adaptarse a otra cosa, supongo. Las cosechas se
acabaron, hubo enfermedades, guerras. Es posible que no pudieran
repartir la poca comida que les quedaba. Cuesta mucho alimentar a la
gente, Gaia. Solemos olvidar eso. Aquí somos afortunados. El Enclave
está gobernado por personas inteligentes, y nosotros no nos apañamos
mal fuera del muro.
—¿Y si se nos acaba la comida?
Su padre le sonrió de nuevo.
—No se acabará. Criaremos otras dos gallinas.
—No, yo digo a todos.
Su padre se enjugó la frente y se encasquetó el sombrero.
—No creo que eso ocurra. Una vez el granizo nos arruinó la cosecha de
trigo pero, incluso entonces, tuvimos un montón de micoproteína.
—Emily dice que la micoproteína es un hongo.
—Y tiene razón, en realidad. La descubrieron y la refinaron en la Edad
Fría para tener un alimento que pudiera cultivarse incluso en la
oscuridad, por si alguna catástrofe cubría el mundo de nubes. Ahora se
cultiva en el Enclave, en esas grandes torres de fermentación que ves
allí.
Gaia miró colina arriba, sobre el muro, a la derecha del obelisco y de las
torres del Bastión hasta encontrar una fila de silos color naranja.
—O sea, que mientras nos llevemos bien con el Enclave, los de aquí
fuera estaremos a salvo —dijo.
Su padre se inclinó y le tiró de la trenza.
—Tienes el día preocupón, ¿no?, y todo por un par de gallinas…
Como solía hacer de niña, entrecerró los ojos para comparar la altura
del obelisco blanco con su pulgar estirado.
—¿Qué haces? —preguntó su padre.
Ella bajo la mano.
—Lo hago siempre. Mi pulgar tiene el mismo tamaño que el obelisco.
102 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Él inclinó el ala de su sombrero.
—Vamos a casa, tú madre ya se habrá levantado.
La serpenteante senda que discurría entre peñascos y arbustos hasta el
inlago era a veces bastante inclinada, y rara vez tenía suficiente
anchura para dos personas. Gaia correteaba delante.
—¿Está bien mamá? —preguntó.
Su padre asintió.
—Está bien, pero ha pasado una mala noche.
—¿Ha ascendido a otro bebé?
—Así es.
—¿Ha habido siempre una cuota de bebés?
—No —contestó su padre. A Gaia le encantaba que contestara siempre
a sus preguntas, por comprometidas que fueran—. Ocurrió de forma
gradual, creo. Cuando tu madre y yo éramos pequeños llegaron a
Wharfton unas cuantas familias nuevas que no estaban hechas a
nuestras costumbres y eran bastante rudas. Siento decirlo, pero los
padres bebían y descuidaban a sus hijos. La gente de Wharfton le pidió
al Enclave que interviniera, y el Enclave se llevó a los niños que estaban
en peores condiciones.
Le dio un gran arándano. Gaia lo sostuvo en la palma abierta mientras
él hablaba, observando cómo el fruto azul se calentaba hasta adquirir
un color más intenso, un púrpura brillante, en contacto con su piel.
—Eso está bien —comentó.
—Ayudó mucho — convino su padre —, pero después algunas
personas, sobre todo las que tenían dificultades para alimentar a sus
hijos, empezaron a preguntarse por qué no podían mandarlos también
al Enclave. No les parecía justo que los padres irresponsables fueran
recompensados, en cierto modo, por no atender a sus hijos.
A Gaia le pareció comprensible. Según los programas especiales del
Tvaltar, las chicas del interior tenían de todo, como libros y trajes
bonitos y amigos.
—¿Y entonces qué pasó?
103 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Pues el Enclave descubrió que era preferible llevarse a niños muy
pequeños. Se adaptaban mejor. Por eso se ofrecieron a encargarse de
los niños de un año y compensaron a las familias. —El padre de Gaia se
frotó los dedos, en el eterno gesto que significa dinero—. Al principio era
voluntario, pero unos años antes del nacimiento de tu hermano mayor,
Arthur, el Enclave empezó a pedir a los padres que les llevaran a sus
hijos de doce meses cuatro veces al año, para seleccionarlos. Era una
especie de competición: el Enclave escogía a los más fuertes, a los más
sanos.
Arrugando la nariz, Gaia trepó a un peñasco cercano y dejó que sus
piernas se columpiaran por el borde.
—¿Y a los padres no les importaba?
—A algunos sí, por supuesto, pero a otros les parecía una gran
oportunidad. Ya sabes, Gaia, que, en cierto sentido, cada bebé
pertenece a la comunidad que apoya a su madre, ya sea esta una mala
madre con mal carácter, una madre amante con la mayor paciencia del
mundo, o una madre, ambiciosa que quiera encumbrar a su hijo.
—No sé —dijo Gaia—, a mí me parece como si la gente de Wharfton
estuviera deseando vender sus hijos al Enclave.
Su padre agitó el cubo, mirando el contenido.
—Nosotros no lo veíamos así —dijo despacio—. Cuando Arthur y Odin
fueron elegidos, era un deber y un honor ascender a un hijo. Sabíamos
que nunca les faltaría de nada y, lo que es más, nos prometieron que
nuestros hijos volverían a casa al cumplir trece años, si lo deseaban.
—Yo no sabía eso —dijo Gaia.
—Es lógico, porque ninguno de ellos ha vuelto. Todos prefirieron
quedarse en el Enclave. Los niños ascendidos son realmente felices con
sus familias adoptivas.
Gaia contempló el horizonte.
—Arthur y Odin también prefirieron quedarse, ¿no?
Su padre asintió.
—Después, quizá un par de años después de que tú nacieras, el
Enclave regularizó las ascensiones, imponiendo una cuota sobre los
104 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
primeros niños nacidos de cada mes. Era más justo, y así ha sido desde
hace una década. Tengo que admitir que, en muchos sentidos, funciona
mejor que entregar a los niños cuando tienen un año. La gente ya se ha
acostumbrado, y además les compensan por los bebés. Eso ayuda al
resto de la familia.
—Entonces, ¿a ti te pagaron por ascender a Arthur y a Odin?
—Así es.
Gaia miró fijamente a su padre.
—¿Los echas de menos?
Él esbozó una sonrisa triste.
—Todos los días, pero te tengo a ti.
—¿Y por qué no ha tenido mamá más hijos?
—En realidad, lo intentó, pero parece ser que tú eres la única
afortunada.
Gaia arrancó un puñado de hierba y rompió las puntas.
—¿Por eso lo ha pasado mal esta noche? ¿Porque no le gusta traer
niños al mundo cuando ella no puede tenerlos?
Su padre se quitó el sombrero y se pasó una mano por el cabello antes
de contestar:
—No sé qué decirte, Gaia. Tu madre es una mujer muy fuerte, de eso
estoy seguro, pero anoche ella y la Vieja Meg asistieron a Amanda, que
tuvo gemelos.
—¡Gemelos! —exclamó Gaia.
—Gemelos, sí. Dos niños.
La sonrisa de Gaia se esfumó.
—¿Tuvo que ascender a los dos?
Su padre inhaló profundamente y después suspiró.
—Ahí está el quid. Amanda debía quedarse con uno y ascender al otro.
La cuota de este mes es de dos, y tu madre ya había ascendido uno.
105 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Qué pasó?
Los labios de su padre se apretaron en una línea reflexiva.
—Esto es un secreto, ¿entiendes?
—No lo contaré jamás —prometió Gaia.
—De acuerdo, ni siquiera a tu madre, a no ser que ella saque la
conversación. Y, en tal caso, no la agobies a preguntas.
—No, de verdad, lo prometo.
Con una mezcla de orgullo y curiosidad, Gaia aferró el cubo con ambas
manos.
—Tu madre dejó que Amanda escogiera el niño que quería quedarse.
Los dos eran pequeños, pero el primero en nacer pesaba un poco más y
parecía más fuerte. El segundo era un alfeñique. Ya supondrás cuál de
los dos prefirió ascender Amanda...
Gaia cerró los ojos para protegerse del sol y se imaginó dos recién
nacidos envueltos en idénticas mantas grises. Con los ojos cerrados,
esperaban pacíficamente la decisión. La única diferencia entre ellos era
que uno era algo más grande y más gordo. Abrió los ojos.
—Amanda se quedó con el más pequeño —dijo.
Los labios de su padre esbozaron una sonrisa triste.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó.
—Es que pensó... —Gaia luchó por encontrar las palabras—. Pensó que
el grande se apañaría bien en el Enclave, y que el pequeño estaría mejor
con ella, porque ella lo cuidaría con todo su cariño.
El padre de Gaia bajó la cabeza y se puso una mano sobre la cara para
que su hija no pudiera verlo bien. Durante un momento se quedó así,
inmóvil, hasta que Gaia pensó que había dicho algo malo.
—¿Papá?
Él apartó la mano; su sonrisa era aún más desolada que antes. Con el
dedo pulgar, acarició con suavidad la cicatriz de la mejilla izquierda de
su hija. A veces Gaia sentía que era aún más especial para él
precisamente por ser fea, y aquello siempre la dejaba hecha un lío.
106 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Eres una niña muy sabia, Gaia Stone —le dijo con ternura—. Me
preguntó qué será de ti cuando crezcas.
Gaia relajó el apretón sobre el cubo.
—¿Tú crees que el niño del Enclave sabrá alguna vez que tiene un
gemelo?
El padre de Gaia se inclinó hacia atrás y se apoyó en una mano.
—Lo dudo. Sabrá que proviene del exterior, eso sí, pero nada más.
—¿Mamá le puso las marcas?
—Siempre lo hace con todos los niños que entrega.
Gaia bajó la mirada hacia su propio tobillo, donde se veían,
difuminados, los cuatro lunares marrones.
—En honor de Arthur y Odin, ¿verdad?
—Eso es. Guardarás el secreto, ¿no?
Ella murmuró un sí. Ni siquiera se lo había dicho a Emily cuando vio en
su tobillo la misma marca, y nunca se lo diría.
—¿Pensaste en ascenderme? —preguntó.
—Era una posibilidad.
—¿Hasta mi accidente?
—Sí.
Gaia se miró los lunares otra vez.
—Pero esos niños, al crecer, quizá comparen sus marcas y se pregunten
por qué son todas iguales.
—Es probable.
—Entonces ¿para qué se las hace mamá?
Su padre volvió la cabeza de perfil, hacia la colina que subía hasta
Wharfton.
—Hace que se sienta mejor, supongo. Por eso mismo encendemos las
velas a la hora de cenar.
107 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Tengo yo alguna gemela en el Enclave?
Él se rio.
—No, lo siento; solo Arthur y Odin.
A Gaia le gustó haberle hecho reír.
—¿Saben ellos algo de mí?
—No lo creo, pero estoy seguro de que si te conocieran les encantarías,
a pesar de lo preguntona que eres.
—De todas formas, sigo sin entender qué problema tuvo mamá anoche.
Entregó al bebé más grande, ¿no?, cumplió la ley al ascender al
segundo bebé nacido este mes, como debía.
Su padre extendió la mano para ayudarla a saltar del peñasco.
—Sí, pero la diferencia estriba en que dejó la elección en manos de
Amanda, y ya sabes que tu madre suele seguir la ley al pie de la letra.
El hecho de no cumplirla, aunque sea en algo mínimo, le hace dudar de
todo lo demás. Venga, vamos a casa.
Gaia abrió camino de nuevo por el sendero, absorta en sus
pensamientos. La halagaba que su padre creyese que era inteligente y
capaz de guardar secretos. Estaba tejiendo el hilo de la conversación
para formular una última e importante pregunta. Cuando llegaron al
borde del inlago, se volvió hacia su padre:
—Lo de anoche... ¿le hizo preguntarse a mamá si estuvo bien entregar a
Arthur y Odin? Aunque, claro, no pudo elegir.
Por primera vez en su vida, su padre le dio la espalda. Dio un paso
hacia el horizonte y se quedó allí, en silencio.
Sus dedos retorcieron la costura de los pantalones y se aferraron a ella,
como si de forma inconsciente quisieran hacer un agujero en la tela.
Gaia deseó no haber hecho nunca aquella pregunta.
—Lo siento, papá —dijo en voz baja.
Cuando él se volvió para mirarla de nuevo, sus ojos tenían un brillo
ceniciento.
108 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Siempre se puede elegir, Gaia. Siempre puedes decir que no. —Su voz
era extrañamente hueca—. Podrán matarte por ello, pero tú puedes
elegir.
Gaia no entendía su apasionamiento, la estaba asustando.
—¿Qué quieres decir? —susurró.
Él aspiró hondo, muy despacio, y pareció recordar de repente dónde
estaba.
—Nada especial, Gaia, que hay cosas sobre las que, una vez hechas, no
puedes hacerte preguntas, porque si te las haces eres incapaz de seguir
adelante. Y tenemos que seguir, todos y cada uno de los días —dijo, y
sonrió; ya se parecía más a su padre. Levantó el cubo para chocarlo con
el de ella—. Tus hermanos están mejor en el Enclave. A veces los
echamos de menos, pero entregarlos fue lo mejor.
Gaia lo miró con cautela, pero él le dio un tironcito del ala del sombrero
y se puso a su lado.
—Venga —dijo, la voz tranquila y cálida—, esos ojazos verdes que tienes
me están dando hambre.
—Papáaa —protestó Gaia, sonriendo por el absurdo piropo—, que no
son verdes, que son castaños.
—Vale. Castaños. Me he confundido, te pido mil perdones.
Cuando llegaron a casa, su madre estaba friendo tortitas de
micoproteína con pimienta. Gaia corrió a la escalera que conducía a su
altillo para cambiarse mientras su padre lavaba los arándanos y hacía
café. Con galletas, miel y arándanos sobre las tortitas de sus platos,
fueron a comer al porche trasero. Gaia ató la cinta de su mosquitero
para recogerla y los tres acercaron sus sillas a la baranda.
El carillón de viento emitía un suave tintineo. Gaia se fijó en la gallina
que remoloneaba por debajo del tendedero. Parecía que hubieran
pasado siglos desde que descubriera el robo, que, en comparación con
otras pérdidas, no tenía la menor importancia.
—Mamá, ¿quién crees tú que nos habrá robado las gallinas? —preguntó
por pasar el rato. Untó un trozo de tortita con miel y saboreó la dulzura
espaciada de pimienta.
109 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Alguien con hambre —contestó su madre.
Era prácticamente igual que el comentario de su padre. Bonnie parecía
despreocupada y descansada, y Gaia cayó en la cuenta de que su padre
la había sacado de casa a propósito, para que la madre pudiera estar
un rato a solas. Normalmente, aquella idea hubiera herido sus
sentimientos, pero ese día no. El asombro le trajo una nueva quietud,
como si el mundo entero se hubiese detenido un momento. «Qué listos
son mis padres», pensó, «qué bien se tratan el uno al otro».
Su madre la miró y le dedicó una sonrisa.
—¿No tienes hambre?
—Claro que sí —contestó Gaia.
Los ojos de su madre se volvieron más atentos.
—Tu padre te ha hablado de los gemelos Mercado, ¿a que sí?
Sorprendida, Gaia miró de reojo a su padre. Él asintió.
—Hiciste lo correcto —dijo Gaia.
Su madre tomó un sorbo de café y sostuvo la taza con ambas manos
cerca de sus labios.
—Ya sabes —dijo— que no tienes por qué ser comadrona cuando
crezcas. Por mí no hay ningún problema.
Pero Gaia miraba más allá de su madre, hacia el lugar en que la pesada
urna de agua estaba suspendida. Las últimas gotas de la condensación
se habían evaporado, dejando la superficie suave y fría. Una certeza
serena se adueñó de Gaia, una certeza bella, azul y agradecida, como
su propio lago invisible.
—Ya —contestó—, pero quiero serlo. Quiero ser como tú.
Así que empezó a prepararse.
110 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
11 El Espejo de Bolsillo
Transcrito por bela123
Corregido por Joy89
aia pasaba los días aturdida, entre una niebla de pesadilla. La
lobreguez de la celda Q era tan distinta a sus recuerdos del
exterior del muro, que parecía haber borrado por completo su
existencia anterior. Le habían cortado el pelo y le habían dado una
cama, un plato, una taza y una cuchara, diciéndole que debía mantener
sus cosas limpias. Tres veces al día le proporcionaban una insípida
papilla de micoproteína, pero como no tenía apetito, repartía
distraídamente su ración entre sus compañeras, que se la comían
encantadas. Cansada, entristecida y desesperanzada, apenas era
consciente de la vida de la celda, ni siquiera cuando Sephie la animaba
a caminar con ellas por el patio cuando se les permitía: una vez por la
mañana y otra después de la cena. Seguía esperando alguna noticia
sobre la ejecución de su madre, pero no había ninguna.
Durante el día llamaban a menudo a las doctoras, que a veces
regresaban alegres y llenas de energía por haber ejercido sus
habilidades. Sin embargo, era más habitual que volviesen calladas y
taciturnas, sobre todo Myrna.
—Ven, Gaia —dijo Sephie una mañana—, necesito tu ayuda.
Gaia estaba sentada en el banco, mirando con ojos vidriosos un paño a
medio coser situado sobre un montón de ropa, pero levantó la mirada
hacia el agradable rostro de Sephie. Trató de espabilarse; al fin y al
cabo Sehpie había sido amable con ella desde el primer momento.
—Sí —añadió la doctora sonriendo—, me han dicho que me lleve a una
ayudante, y ya es hora de que vayas ampliando tu formación.
G
111 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia se irguió.
—¿Me dejan salir?
Sephie se rió bajito.
—Más o menos, con una buena escolta. Lo hemos estado comentando,
y pensamos que hay algo sobre ti que el Enclave ignora. Si no ya te
habrían matado por tus crímenes, pero por alguna razón te quieren
viva. ¿Es así? O quizá se deba a que pretenden influir sobre tu madre.
Me pregunto por qué eres tan valiosa para ellos. ¿Tienes amistades
entre los de arriba?
Por la mente de Gaia pasó como un relámpago la posibilidad de que el
capitán Grey hubiera negociado de alguna forma para salvarle la vida.
Sin embargo, se encogió de hombros. En aquel momento la vida
significaba muy poco para ella, con su padre muerto y su madre a
punto de morir. No le importaba nada lo que pudiera ocurrirle.
—Venga, venga —dijo Sephie con firmeza—. Arriba. Vamos a un parto,
eso te gustará, ¿no?
Automáticamente, Gaia miró a su alrededor en busca del bolso, pero
entonces recordó que se lo habían quitado, y el reloj también. Se puso
en pie lentamente, con la sensación de moverse bajo el agua. Sephie la
tomó del brazo y la llevó hacia la puerta.
—Cabeza alta. Gaia —ordenó—, ya te decía yo que comías muy poco;
estás más débil que un gatito recién nacido.
Gaia respiró hondo.
—No tengo hambre.
—Bueno, vale, pues ponte derecha y procura parecer útil. Y péinate un
poco.
Una sombra de sonrisa pasó por el rostro de Gaia.
—Te pareces a mi madre —dijo.
—¿De veras?
Se alisó el pelo con desgana; aún no se había acostumbrado al corte ni
a la nuca desnuda.
112 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Mi madre quería que lo llevara recogido; decía que si me lo dejaba
caer sobre la cara, llamaba más la atención sobre mi… sobre mí.
La puerta de madera empezaba a abrirse con un ruido fuerte y
rechinante.
—Tenía razón —dijo Sephie.
Gaia echó un vistazo a los guardias, casi esperando ver al capitán Grey,
pero los hombres le eran desconocidos. Se quedó atrás.
—No —le susurró Sephie con tono urgente, pellizcándole el brazo—.
¿Qué tal, caballeros? —dijo cortésmente dirigiéndose a ellos—. Mi
maletín, por favor, y espero que esta vez no hayan olvidado mi
fetoscopio.
Sephie le dio a Gaia el maletín (un objeto pesado y negro con grandes
asas) y echó a andar a buen paso por el corredor, dejando que los
demás la siguieran. Las paredes grises y las escaleras pasaban tan
deprisa que Gaia tuvo que forzar sus débiles piernas para no perder a
Sephie. En la última puerta, los soldados les entregaron dos sobreros de
paja con las clásicas cintas grises y negras y les ordenaron que los
acompañaran. Cuando al fin salieron del arco a un sol radiante, Gaia
jadeó ante la luminosidad de todo. Un esplendoroso chorro de aire
fresco invadió sus pulmones mientras parpadeaba sorprendida. Se
sintió igual que si hubiese salido de una tumba, tan impresionada y
maravillada como si acabara de regresar de entre los muertos.
Era día de mercado en la plaza, y los sonidos y los colores eran
vibrantes mirara donde mirase. El mercado abultaba diez veces, no,
veinte veces más que el sencillo intercambio que se celebraba frente al
Tvaltar.
Puestos entoldados llenaban la zona que rodeaba al obelisco, y los
espacios libres estaban llenos de gentes de todas las clases que
rebuscaban y reían y cambiaban mercancías por dinero. Un joven
repartidor con un cesto rebosante de pan en la parte trasera de su
bicicleta tocó el timbre tratando de abrirse paso entre la multitud, y
alguien lo detuvo para comprar una barra. El lugar era alegre y estaba
lleno de vida. Gaia retuvo una rápida impresión de gallinas chillonas,
vistosos tejidos verdes y amarillos y brillantes cacharros de cobre antes
de que ella y Sephie se desviaran por una calle, rodeadas por su escolta
de cuatro hombres armados. Notó que más de un curioso miraba en su
113 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
dirección, pero Sephie actuaba con naturalidad. Al parecer conocía el
camino, ya que después de unos minutos de andar a buen paso
llegaron a una puerta puntada de azul y no fueron los guardias, sino
ella quien llamó con los nudillos.
—¿Persephone Frank? —preguntó un joven al abrir la puerta.
—¿Y quién si no? —dijo Sephie ásperamente, con un veloz giro de
cabeza en dirección a los guardias.
—¡Gracias al cielo! —exclamó el joven, dándole la mano—. Tom
Maulhardt. Tenía miedo de que no vinieses. Mi mujer, Dora, va a tener
su primer hijo, y todos dicen que tú eres la mejor… —Fue interrumpido
por un grito procedente de la primera planta. El hombre palideció—.
Sígueme —dijo.
Gaia entró detrás de Sephie y oyó que uno de los guardias cerraba la
puerta a sus espaldas. Mientras la doctora se apresuraba a subir por
las escaleras, Gaia se entretuvo en el vestíbulo, disfrutando de la
sensación de estar fuera de la cárcel y de verse libre del escrutinio los
guardias. Aquello era lo que echaba de menos: libertad. Se quitó el
sombrero y miró con curiosidad hacia el luminoso salón. El sol que
entraba a raudales por enormes ventanas se derramaba sobre dos sofás
amarillos que rodeaban una mesa baja sobre la cual había un ajedrez
de cristal, preparado para el siguiente movimiento.
Gaia sintió una punzada de dolor al recordar lo que disfrutaba su padre
con aquel juego. El encerado suelo de madera estaba parcialmente
cubierto por una alfombra blanca y el televisor se encontraba sobre una
pared, entre estanterías. Gaia nunca había visto tantos libros juntos, ni
tantas esculturas bonitas. Un niño de bronce, desnudo, echaba agua
con una regadera sobre su hermana, que estaba en cuclillas, y de la
regadera salía un chorro de agua de verdad.
—¡Venga, chica! —le gritó Sephie desde el piso de arriba.
Gaia agarró el maletín de la doctora y se apresuró a subir. Una vez
arriba siguió los gritos de la parturienta y, tras doblar una esquina,
entró en un dormitorio tan amplio y luminoso como el resto de la casa.
Sobre la enorme cama con dosel, una joven jadeaba, con el cabello
castaño claro revuelto y los ojos agrandados por el miedo. Gaia se
quedó sorprendida al ver que, aparte de su marido, no había ningún
pariente: ni una madre o una tía para apoyarla, ni unas hermanas
114 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
haciendo comida extra o dispuestas a ayudar. Aquella mujer estaba
más sola que la mayoría de las del exterior.
Sephie le hablaba con voz tranquilizadora mientras sacaba unos
guantes del maletín.
—Ánimo, hermana Dora, todo irá bien —dijo y dirigiéndose a Gaia
añadió—: Átame el delantal.
Sephie trabajaba de forma competente, ayudó a la mujer a encontrar la
posición más cómoda y se dispuso a examinarla.
—¿Vas a quedarte? —le dijo a Tom. Este miró angustiado a su mujer y
asintió—. Muy bien, pues ayúdanos. Sostenle la espalda; quita esos
cojines.
Cuando el joven siguió paralizado, Sephie llamó a Gaia con voz
cortante. Pero esta ya se había puesto manos a la obra, yendo a lo que
más interesaba. Por una parte era como estar con su madre,
ayudándola en el parto y a combatir el miedo y el dolor de la
parturienta pero, por otra, era diferente. Como en las semanas
anteriores a su incursión en el muro había sido la única responsable de
las decisiones que tomaba durante su trabajo, la aliviaba ocupar de
nuevo el papel de aprendiz. Gracias a que Tom le había dado la mano,
Dora se calmó lo suficiente para que Gaia pudiera ver que la fase del
parto no se correspondía con los gritos que habían escuchado al entrar
en la casa.
—El bebé viene de nalgas —dijo abruptamente Sephie—. ¿Seguro que
han pasado los nueve meses?
Tom pareció confundido.
—Salía de cuentas la semana que viene.
Sephie asintió con el ceño fruncido y sujetó las rodillas de la mujer
cuando esta tuvo otra contracción. Gaia sabía que los partos en que el
bebé sacaba las nalgas en vez de la cabeza solían ser más largos y más
complicados. Pero, al menos, con el embarazo finalizado, las caderas
serían tan anchas como la cabeza, por lo que era menos probable que
se quedara atascado. Gaia había asistido con su madre a media docena
de ese tipo de partos, pero nunca había atendido uno ella sola, por lo
que aún se alegró más de contar con Sephie, que sabría cuándo y cómo
girar el bebé según fuese saliendo.
115 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Pero de nalgas, nalgas —remachó Sephie—; ha salido muy poco en
relación a la frecuencia de las contracciones. Creo que… —Hizo una
pausa, concentrada en su labor.
Gaia observó cómo palpaba la barriga de la mujer, pasándole
suavemente las manos y presionándolas ligeramente aquí y allá.
—Sí —dijo Sephie—, vamos a girarlo.
Los ojos de Gaia se desorbitaron.
—¿Podemos?
Sephie ya se había subido a la cama, al lado de Dora.
—¿Tienes vodka? —le preguntó a Tom—. Y trae una botella de agua
caliente. Hay que ralentizar esto.
La conmoción de Gaia crecía por momentos. Si Sephie se equivocaba, si
retrasaba el parto más de lo debido, el bebé correría mucho más riesgo.
Sin embargo, la doctora estaba tan tranquila, explicándoles que trataría
de girar al bebé muy poco a poco y desde más arriba, desde la matriz,
para que saliera de cabeza. Gaia colocó las manos donde Sephie le
indicaba y, al tacto, reconoció sin dificultad los pequeños codos y
rodillas en el interior del distendido vientre de la mujer.
Nunca había hecho algo así, ni sabía siquiera que pudiese hacerse. Se
imaginó las protestas del bebé en el interior, y el riesgo de que el cordón
umbilical se le enrollara alrededor del cuello o de las rodillas, pero
Sephie trabajaba con seguridad, calmando a Dora y dejándola
descansar entre contracciones, y cuando, más tarde, la pequeña salió
por fin cabeza abajo, con suavidad, Gaia se quedó atónita con la
habilidad de la doctora.
—¡Es preciosa! —exclamó Tom, estrechando las manos de Dora—. ¡Es
un milagro!
Sephie la envolvió en una manta suave y blanca, y se la dio a la madre
para que la sostuviera, haciendo que Gaia recordara súbitamente el
primer bebé que había traído al mundo por su cuenta. También ella se
lo había dado a su madre, pero sabiendo que debería quitárselo a los
pocos minutos. Esta niña tenía un hogar donde quedarse, con padres
que la querrían y un futuro de salud y privilegios. ¿Por qué se sentía
triste, cuando debería estar contenta? Sephie limpiaba en silencio sus
116 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
pertenencias. Gaia miró el maletín en busca de una tetera, un frasquito
de tinta y una aguja, pero no encontró nada de eso.
—¿No le haces los lunares? —preguntó.
Sephie levantó la mirada.
—¿A qué lunares te refieres? Yo no le he visto ninguno —dijo
observando al bebé.
A Gaia le parecía muy raro no honrar a Arthur y Odín, como siempre
hacía con su madre, pero claro, Sephie no tenía por qué seguir el
mismo procedimiento.
—¿Y el té?
La doctora alzó las cejas en un gesto de curiosidad:
—¿Qué té?
Como el silencio se prolongaba, Gaia cayó por fin en la cuenta de que
Sephie no tenía ni idea sobre el asunto, y la culpabilidad se abatió
sobre ella sin previo aviso: había jurado a su padre que nunca le
hablaría a nadie de los lunares, y se le acababa de escapar. Se volvió a
toda prisa hacia las ventana, dando vueltas a una posibilidad que
jamás se le había ocurrido: los lunares tatuados no eran solo una forma
secreta de honrar a sus hermanos ascendidos.
Con cuatro pinchazos, su madre había marcado a sus propios hijos y a
todos los demás bebés. El té era una mera distracción, un ritual
calmante y reconfortante para honrar a la parturienta y a la propia
comadrona. El añadido de un somnífero, la agripalma, no dejaba rastro
alguno, pero el tatuaje duraba toda la vida.
—¿Me quieres decir de qué estás hablando? —repitió Sephie,
acercándose a la ventana.
—Me refería a la agripalma. —Gaia intentó sonreír con naturalidad,
pero sabía que era una mentirosa consumada—. Nosotras damos a la
madre una infusión de té y agripalma, y frotamos un poquito al bebé
con ella para que no le salgan marcas de nacimiento. ¿Tú no?
Sephie la miró a los ojos.
—No sé lo que te habrán dicho sobre la agripalma, pero no tiene el
menor efecto sobre las marcas —dijo agarrándola por el brazo. A Gaia le
117 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
asombró la fuerza de la mujer—. Sin ánimo de ofender, fuera de estos
muros hay muchos ignorantes.
Gaia se puso tensa, pero Sephie ya la estaba soltando.
—Nosotras ya nos vamos —dijo a Dora y a Tom. La pareja se deshizo en
elogios, que Sephie ignoró con un vaivén de la mano—. Que tengáis
muchos más hijos para servir al Enclave.
—Déjame darte algo —insistió Tom siguiéndolas por las escaleras.
—No. Además, nos lo confiscarían —contestó Sephie. Se puso el
sombrero y le indicó a Gaia que hiciera lo mismo.
—Por favor, Persephone, debe haber algo que podamos hacer. Dora y yo
estamos muy agradecidos. Yo no tengo influencias en el Enclave, pero…
Al volverse hacia la puerta, Gaia vio que Sephie apoyaba una mano en
el brazo de Tom.
—No —repitió muy seria—. Venir aquí es ya para mí un privilegio. Me
siento honrada por haber participado en este momento de vuestras
vidas. Disfruta de tu hija y de tu bella esposa. No nos debes nada.
Los ojos de Tom se detuvieron un momento en los de Gaia, y por su
repentina y aguda mirada, esta tuvo la sensación de que esa era la
primera vez que se fijaba en ella, pese a todo lo que habían pasado
juntos. Cuando la mirada cayó sobre su cicatriz, sintió tanto su
curiosidad como su congoja.
Con aspecto de sentirse incómodo, Tom se aclaró la garganta y forzó
una sonrisa.
—Pues deja que al menos le dé algo a tu ayudante —dijo—. Perdona,
¿cómo te llamas?
Sus esfuerzos por congraciarse con ella no la engañaron. Al ver que no
contestaba, Sephie le lanzó una mirada de advertencia y dijo:
—Es Gaia Stone, la chica del exterior.
Tom asintió, como si varias piezas hubieran encajado en su mente.
—¿La de la pareja de hace un par de semanas? ¿La del bebé
condenado?
118 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Sí —contestó Sephie.
Tom se inclinó para meter la mano en el cajón de un pequeño escritorio
situado junto a él.
—No es gran cosa —dijo— pero, por favor, me gustaría que lo aceptaras.
Extendió la mano hacia Gaia. Cuando esta bajó la mirada vio el brillo de
un espejito dorado, de esos con tapa que las señoras usaban para
retocarse el maquillaje. Sintió que palidecía al mirarlo. ¿Para qué quería
un espejo? ¿Se estaba burlando de ella?
Sephie lo asió y lo apretó firmemente contra los dedos rígidos de Gaia.
—Gracias —dijo después—, eres muy generoso.
Gaia no se atrevía a levantar los ojos, no sin revelar la furia y la
vergüenza que sentía al ser tratada como una rara. Buscó a ciegas el
picaporte, masculló una despedida y abrió la puerta. Los cuatro
guardias, que haraganeaban en una sombra cercana, la miraron.
Hubiera tirado el espejo y lo hubiera roto a pisotones allí mismo, pero
Sephie la agarró sin contemplaciones por el brazo.
—Compórtate —le susurró salvajemente. Luego le empujó el maletín
entre los brazos y le quitó el espejito.
Los guardias se acercaron mientras Sephie se despedía de Tom. A Gaia
le daba vueltas la cabeza por todo lo que había visto y había descubierto
aquella mañana: Sephie sabía darle la vuelta a un bebé que venía de
nalgas; los lunares del tobillo eran una marca; Gaia era famosa por
salvar al bebé condenado; sus servicios valían lo que una baratija de
cristal. Se inclinó el sombrero para taparse la frente y sintió el leve roce
de la paja; ojalá tuviera su pelo para taparse.
Sephie se puso a su lado y empezó a caminar con calma. Los guardia
iban detrás. La doctora le apoyó suavemente el brazo en la cintura.
—No estás nada mal como ayudante —dijo. Gaia se encogió de
hombros—, pero tienes mucho que aprender sobre modales. En esa
casa me has avergonzado.
—¿Qué yo te he avergonzado? —protestó Gaia, luego miró hacia los
guardias y bajó la voz—. Pues ese me ha insultado a mí. ¿Para qué
quiero yo un espejo? ¿Para ver mi horrorosa cara con todo detalle?
119 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Sephie le miró de forma extraña.
—Es solo un recuerdo. No podía darte nada de valor; estás presa. Es
posible que perteneciera a su mujer, Gaia. Ha sido una muestra de
gratitud y de respeto.
Al menos de momento, Gaia no estaba en absoluto de acuerdo. Se
apartó de ella para que no siguiera agarrándola por la cintura, como si
fuera su amiga.
Sephie suspiró.
—De acuerdo. Pero de vez en cuando deberías darle a la gente una
oportunidad. No todos te tratamos como si fueses un monstruo.
Al llegar a la avenida que conducía a la Plaza del Bastión, Gaia oyó los
sonidos del mercado. Cuanto más se acercaban a la cárcel, menos
quería volver, y no pensaba perderse la oportunidad de mirar todo lo
posible por muy mal humor que tuviera. Miró los paseante, los
escaparates y las palomas que picoteaban en las alcantarillas. Pese a sí
misma, buscó la familiar silueta del capitán Grey, y se enfadó consigo
misma por decepcionarse al no encontrarla. Olió el pan recién hecho y
se volvió para mirar la fuente. «Imbécil», se reprendió. Todo aquel rato
debería haberlo pasado buscando la panadería del amigo de Derek.
Examinó la calle de arriba abajo, buscando barras integrales o algún
cartel con el grabado habitual de una espiga de trigo, pero no vio nada y
el olor se desvaneció. En la Plaza del Bastión la actividad seguía siendo
frenética, aunque el ruido empezaba a disminuir y algunos
comerciantes ya estaban guardando sus mercancías.
Había barriles llenos de coles y patatas, y un puesto de vestidos
colgantes blancos y azules para niños pequeños. Gaia vio que la
pechera de uno de ellos tenía un delicado nido de abeja. «A papá le
hubiera encantado», pensó con dolor, tanto el mercado como el
refinamiento de su artesanía. A su padre; a él le debía el tributo de vivir
tan intensamente como pudiera, aunque estuviese presa. Vio manzanas
e incluso, en un plato hábilmente resaltado, seis naranja. Una séptima
estaba partida en gajos. Gaia nunca las había probado, pero las había
visto en la foto de un libro. El vivo color la atraía como un imán.
Pasaron tan cerca que pudo oler los gajos, y su apetito se volvió tan
feroz que se le hizo la boca agua.
120 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Son naranjas de verdad? —le susurró a Sephie, que se volvió en la
dirección que Gaia le señalaba.
—Sí, y son carísimas —contestó la doctora—. Normalmente, se las
comen los mismos propietarios de los naranjos o, si no, se las regalan a
la familia del Protector; pero de vez en cuando las venden. ¿Ya has
recuperado el apetito?
—Sí.
—Bien. Estabas empezando a preocuparme.
Como se acercaban a la cárcel, los guardias las rodearon de nuevo, pero
antes Gaia vio a una chica con capucha roja pararse junto al puesto de
las naranjas.
La chica sacó un puñado de monedas, y aunque los guardias la
empujaron, Gaia alcanzó a presenciar la venta por encima del hombro.
Mientras la chica estiraba la mano para hacerse con una, la capucha se
le bajó un poco, descubriendo sus cabellos rubios; era Rita, la que
había tratado de darle un consejo durante la ejecución, la que había
dicho que no interviniera. Por un instante sus ojos oscuros se
encontraron con los de Gaia y su boca formó una «O» silenciosa.
—Cuidado —dijo Sephie.
Unos de los guardias sujetó a Gaia por detrás y la empujó hacia el arco
de entrada. Gaia perdió de vista a Rita pero, al rememorar el momento,
pensó que reconocía un brillo de pena en sus ojos. ¿O era de simpatía?
Quizá Sephie tenía razón, quizá Gaia estaba tan empeñada en que se
burlaban de ella, que no era capaz de interpretar ni cómo la miraban.
Bajó la cabeza cuando la sombra del arco cayó sobre ella. Devolvió su
sombrero y fue escoltada a las profundidades de la cárcel. Enseguida
ella y Sephie se encontraban de nuevo en la celda Q, pero incluso
cuando la pesada puerta de madera se cerró con fuerza tras ella, Gaia
supo que no iba a caer de nuevo en la desesperanza, como después de
enterarse del asesinato de su padre.
Había vuelto a descubrir lo que era estar vivo y tener hambre.
Se había dado cuenta de que los cuatro lunares eran algo más que un
homenaje a sus hermanos.
121 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Iba a sobrevivir a aquel entierro en vida e iba a encontrar la forma de
escapar de él.
122 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
12 La Visita de una Paloma
Transcrito por Carmen20
Corregido por idhu
quella noche, Gaia dio cuenta de su primera comida completa en
varios días. La visión de las naranjas la había embrujado y el
recuerdo del dulce aroma era como una niebla de puro color
pegada a su nariz. Deseaba una de aquellas naranjas con tanta pasión
que era casi como una enfermedad. El asunto le dio risa.
—¿Qué es tan divertido?—le preguntó Sephie.
—Pues que muero por comerme una naranja.
Las doctoras se rieron también, y el sonido fue un desacostumbrado
contrapunto al ruido de sus cucharas rebañando los platos. Mientras
Gaia acababa su estofado favorito con sabor a ternera, asió el espejito
que Sephie le había devuelto y lo abrió pensando lo mucho que había
cambiado su vida en tan poco tiempo. Menos de tres semanas antes
estaba viendo lujos similiares a los de Tom y Dora en el Tvaltar, con un
brillo de glamur e imposibilidad. Entonces nunca habría supuesto que
se pudiera comprar naranjas en un mercado que estaba a solo cinco
kilómetros de su casa. Nunca habría adivinado que un bebé que venía
de nalgas pudiera virarse en el vientre de la madre. Nunca habría
imaginado que sus padres pudieran morir. Dentro del muro había otro
mundo, despiadado y tentador al mismo tiempo.
—Qué bonito —dijo una de las mujeres. Se llamaba Cotty y sus suaves
cabellos negros se rizaban sobre su arrugado rostro. Cotty agarró el
espejo, se miró y se arregló el flequillo con un gesto coqueto que hizo
sonreir a Gaia.
A
123 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Quédatelo —ofreció.
—Huy, no, no podría.
—A mí no me sirve para nada.
Cotty se lo devolvió y le dio palmaditas en la mano. Sus dedos tenían un
tono castaño, casi marrón, varios tonos más oscuro que el de las
bronceadas manos de Gaia.
—No digas eso —protestó Cotty—, aquí todo tiene valor. Ya lo verás.
Puedes cambiarlo por algo que te guste.
—Quizá a un guardia —añadió Sephie—, por comida o por una madeja
de lana.
—O una novela —sugirió Myrna.
Gaia lo sustuvo en alto, dubitativa.
—¿Qué tal te ha ido hoy? —le preguntó a Myrna educacadamente.
Esta enarcó las cejas y tomó otro pedazo de pan.
—He extirpado un apéndice roto, muchas gracias por preguntar.
Al principio, Gaia pensó que estaba bromeando, pero Sephie le hizo un
par de preguntas sobre el procedimiento, y Myrna se las contestó de
manera cortante.
—Gaia ha sido una ayudante con mucho aplomo —dijo Sephie—.
Podrías llevarla la próxima vez y enseñarle algo más.
Los fríos ojos negros de Myrna estudiaron a Gaia un momento.
—Deberían haberla dejado fuera del muro, allí al menos no hubiera
podido hacer daño a nadie importante —dijo.
El resentimiento de Gaia estalló, pero ella no abrió la boca.
—Por favor, Myrna —terció Sephie con suavidad—, dale una
oportunidad.
—¿Quién ha estado atendiendo a las madres en mi sector desde que me
arrestaron?—preguntó de improviso Gaia.
Cotty, Myrna y Sephie se miraron, pero ninguna de ellas contestó.
124 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿No ha ido nadie de aquí?—preguntó con más urgencia.
Sephie le apoyó una mano en la rodilla.
—Cálmate Gaia. Ninguna de nosotras ha salido jamás de estos muros.
—Pero, entonces, ¿quién se encarga de mis partos? ¿No ha mandado el
Enclave a ninguna otra comadrona?
—Ahí fuera debe de haber al menos otra media docena —dijo Myrna
despreocupadamente.
Gaia agitó la cabeza. Su madre y ella eran las únicas del Sector
Occidental Tres, y solían estar sobrecargadas de trabajo.
—Quizá… —empezó, pensando en voz alta. ¿Irían las futuras madres al
Sector Occidental Dos? ¿Darían a luz solas, sin ayuda? Volvió a menear
la cabeza, frustrada, y se levantó para pasear por la celda. En lo alto se
oyó un aleteo. Cuando Gaia miró hacia arriba, se quedó asombrada al
ver una paloma en el antepecho de la ventana central. Las otras
mujeres no hicieron ningún comentario, como si una solitaria paloma
no bastara para liberarlas de la apatía protectora que envolvía su
corazón. Secretamente, Gaia deseó que entrara y que con el caos de sus
alas destruyera la pasividad de la celda, pero el pájaro se limitó a saltar
sobre el aféizar, a lanzar un arrullo y a marcharse volando.
Gaia se volvió para mirar a las mujeres. Cotty, Sephie y Myrna estaban
sentadas en dos bancos, con los restos de la cena delante de ellas.
Otras cuatro descansaban en los otros dos bancos, en silencio.
—¿Cuánto hace que nadie mira por esas ventanas? —preguntó.
Ellas la observaron y después miraron hacia lo alto.
Myrna masculló algo que no obtuvo ninguna respuesta. Gaia se acercó
al siguiente banco y se agachó para mirar debajo. Sephie levantó los
pies.
—¿Qué estás tramando? —le preguntó.
Gaia dio al banco un pequeño tirón y después un empujoncito. Lo
habían clavado al suelo, pero los clavos estaban viejos y oxidados. Si
puediera alcanzar una ventana, podría buscar otra vez a su madre.
—Por favor, Sephie, levántate —dijo, y esta y Myrna la obedecieron.
125 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—No me lo puedo creer —comentó Myrna.
Gaia dio una buena patada al banco, que se despegó del suelo con un
fuerte chirrido.
—Ayúdame —pidió; Sephie lo agarró por un extremo para arrastrarlo
hasta la tercera ventana. A esas alturas las otras mujeres ya se habían
levantado y examinaban los tres bancos restantes. Dos estaban bien
sujetos, pero el otro fue desclavado en un periquete. La emoción se
palpaba en el ambiente mientras el segundo banco era llevado junto al
otro.
Gaia calculó que entre el suelo y las ventanas había unos cinco metros.
Cada banco media unos dos metros de largo, pero apilados apenas le
llegaban al pecho.
Myrna fue la primera en volver al otro extremo de la celda y sentarse.
—Cuando alguna crezca un par de metros que me avise —dijo.
Pero Gaia no estaba dispuesta a rendirse. Arrastró un banco hasta el
rincón y lo puso en vertical. A continuación separó de la pared el borde
inferior para inclinar el banco. Una vez construida la «escalera», se
apoyó de frente en la pared y empezó a subir por la superficie inclinada
hasta que llegó al borde superior, donde se mantuvo en equilibrio
inestable.
—¡No te caigas! —exclamó Sephie.
—¡Cáete, no te reprimas! —contradijo Myrna—. Ya se encargará Cotty
de remendarte. Pero haz el favor de no romper el banco, que no quiero
sentarme en el suelo.
Gaia volvió a bajar y examinó ambos bancos pensando en su la solución
estribaría en romper uno o los dos para construir una escalera de
verdad, pero no tenía clavos ni herramientas y los bancos parecían
resistentes. Miró con nostalgia hacia las ventanas.
Entonces Cotty emitió una tosecilla desde la puerta que conducía al
dormitorio.
—¿Serviría esto? —preguntó, llevaba dos mantas a cuestas. Gaia pensó
que había una manta por presa, un total de ocho.
126 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Espera, Gaia. ¿Sabes lo que hay al otro lado de esa pared? —preguntó
Cotty.
—¿Hay algo distinto a lo de aquí? —dijo Myrna.
Gaia ignoró el pesimismo de la segunda y respondió a Cotty:
—¿Acaso importa? Si podemos mirar, podremos salir. Ya encontraremos
el modo.
Lo que parecía imposible, poco a poco empezó a cambiar. Tuvieron que
dejarlo cuando llegó la hora del paseo vespertino, pero después
continuaron. Trabajando en equipo, Sephie, Cotty y Gaia hicieron varios
experimentos para atar firmemente los bancos con las mantas,
superponiéndolos por los tableros. Los cuadrados de luz que entraban
por las ventanas y subían por la pared hasta el techo, se desvanecieron
al ponerse el sol. La penunmbra del ocaso llenó la celda antes de que al
fin apoyaran contra el rincón una estructura resistente que, pese a
superar los tres metros de altura, quedaba a dos de la ventana. La
diferencia sobrecogía.
—No hay problema —afirmó Gaia—. Myrna vete a la puerta y aguza el
oído. Sephie, ayúdame a subir.
Gaia trepó con cautela bancos arriba, agarrándose con fuerza a la
madera y clavando las rodillas en la envoltura de mantas. Sentía en la
nariz el olor frío y arenoso de la pared de piedra sobre la que apoyaba la
cara. En una ocasión, cuando estuvo a punto de perder el equilibrio,
toda la estructura empezó a ceder.
—¡Hay que empujar! —pidió con urgencia—. ¡Vamos, contra la pared!
Las demás mujeres se acercaron para ayudar también, y entre todas
estabilizaron la estructura. Gaia recobró el aliento y se giró para
quedarse con la espalda apoyada en la pared. El sudor le empapaba el
rostro y el cuello cuando se enderezó lentamente y se puso de puntillas
sobre el borde superior de los bancos atados. Sus ojos seguían
quedando unos diez centímetros por debajo de la ventana, pero Gaia
alzó la mano izquierda, sujetando el espejito que le habían dado por la
mañana; extendiendo el brazo, podía mirar el exterior en el trocito de
cristal, podía ver el cielo violeta y los tejados de la penumbrosa ciudad.
Jadeó de placer y de asombro, olvidando al instante su precaria base.
—¿Ves algo? —le preguntó Sephie desde abajo.
127 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Sí, la ciudad —contestó Gaia—, y el cielo.
Las mujeres soltaron murmullos de aprobación y entusiasmo.
—¿No llegas a la ventana? —preguntó Cotty.
—Creo que sí, si me vuelvo, pero no puedo moverme aquí ariba.
—¿No hay nada donde atar una cuerda? —dijo Cotty.
Gaia inspeccionó los bordes del vano con el espejo.
—No sé.
—Baja, corre —dijo Myrna—. Viene alguien.
Gaia se lanzó hacia abajo, presa del pánico.
—¡Corre! —azuzó Sephie.
Entre las ocho mujeres, desataron las mantas y arrastraron los bancos
hasta su sitio.
—¡Rápido —ordenó Sephie señalando el dormitorio—, a la cama!
La mitad de las mujeres obedecieron, de modo que, cuando un guardia
dobló la esquina, solo quedaban unas cuantas sentadas en la sala
común.
El corazón de Gaia iba a cien por hora. Mantuvo los brazos cruzados,
los ojos bajos. En la tenua luz vio una mancha negra en su muñeca, un
hilo de sangre. A toda prisa, escondió el arañazo bajo la manga del
brazo opuesto y aplicó presión.
—¿Persephone Frank? —dijo el guardia.
Sephie, sentada a su lado, se puso rígida. Su cara redonda se parecía a
la luna más que nunca, solemne y distante.
—¿Sí? —contestó.
—Ven conmigo.
Gaia alzó la vista, preguntándose temerosa a qué se debería todo
aquello. Myrna se levantó.
—¿Por qué te la llevas? —dijo con su habitual tono cortante.
128 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
El guardia no contestó.
129 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
13 Marcados
Transcrito por Susana y Joy89
Corregido por Layla
a noche siguiente a la desaparición de Sephie, Gaia intentó que las
demás la ayudaran de nuevo con los bancos pero Myrna no dio su
brazo a torcer. Hablando con voz baja y dura dijo:
—Tus tonterías nos ponen a todas en peligro.
—Pero podríamos escaparnos —adujo Gaia.
—Tú podrías —corrigió Myrna—, o podrías desnucarte al otro lado.
Aunque ates las mantas, como supongo que te propones, no todas
nosotras podríamos trepar hasta la ventana. Algunas ni cabríamos por
ella. Y en cuanto los guardias descubrieran tu fuga, nos matarían por
haberte ayudado.
Gaia comprobó en los ojos de otras que decía la verdad. Estaba segura
de que ella podría conseguirlo, pero ¿cómo hacerlo sin perjudicarlas?
—Al menos te queda un poco de sentido común —masculló Myrna
cuando Gaia se sentó mirando a las ventanas mientras su sueño se
reducía a cenizas.
—No te preocupes —dijo Cotty en voz baja, dándole palmaditas en la
rodilla—, ya se nos ocurrirá algo. Por lo menos nos has hecho pensar.
«Les hice concebir esperanzas para nada», se dijo Gaia. Dudaba de que
las mujeres estuvieran mejor entonces que antes de su llegada.
En los días siguientes nadie les dio noticias de Sephie ni de la madre de
Gaia, ni los guardias ni las personas con quienes trataban al recibir
L
130 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
pacientes. Gaia se despertaba a menudo por la noche, angustiada por la
muerte de su padre y el destino de su madre. Sola, en la oscuridad,
trataba de consolarse recordando buenos momentos, cosas pequeñas
de su antigua vida, como los huevos fritos y el pan con miel que su
padre y ella le preparaban a su madre para el desayuno en su
cumpleaños, pero las imágenes se esfumaban y ella se quedaba a solas,
con la única compañía de la respiración de Cotty, que dormía enfrente.
Entonces pensaba de nuevo en cómo escapar y daba vueltas y más
vueltas al tema sin el menor resultado hasta que amanecía, cuando
caía por fin en un sueño inquieto.
Con el paso de las semanas, Gaia se convirtió en la ayudante de Myrna,
que la hacia depositaria de su vena sarcástica más que a menudo; pero
Gaia no se quejaba. El trabajo mitigaba el dolor y el miedo que la
atenazaban, y siempre que salían de la carcel albergaba la esperanza de
averiguar algo sobre su madre.
Dos veces más las alinearon detrás de la verja para que presenciaran
las correspondientes ejecuciones: un hombre acusado de contrabando y
una mujer de fuera del muro que se ofrecía como prostituta, y un padre
acusado de comprar sangre en el mercado negro para su hijo
hemofílico. Además, hubo flagelaciones públicas, de un adolescente
enamorado que había tratado de entrar en casa de su amada y de una
mujer que había contaminado un tanque de micoproteína en la fábrica.
Gaia respingó con cada latigazo, pero descubrió que también había
algunas cosas buenas. De vez en cuando, un guardia llevaba regalitos a
las doctoras de la celda, objetos que les demostraban el aprecio de la
gente y que renovaban sus esperanzas de liberación: un libro, una
jarrita de miel, una madeja de lana y agujas nuevas, y un pequeño atlas
de anatomía.
Una vez, milagrosamente, les entregaron una naranja.
—No es posible —dijo Myrna al sacarla de su cajita y quitarle el paño
verde que la envolvía. Después la giró delante de la luz de la ventana
para enseñar el brillo de la porosa piel a sus compañeras —. ¿Quién ha
podido mandarnos esto? ¿Y cómo ha podido pasar entre los guardias
sin que la birlaran?
Gaia se acercó para sostenerla; su frescura y su peso la maravillaron.
Recordó las palabras del capitán Grey, que cooperar con el Enclave
tenía su recompensa; pues parecía ser verdad.
131 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—A lo mejor el hombre aquel al que suturaste una herida la semana
pasada tiene un naranjo —sugirió.
Myrna sacó una tarjeta de la caja y la inclinó hacia la luz. Por su
hipermetropía, tuvo que estirar el brazo para leerla a mayor distancia.
—Es para ti. Gaia Stone, Celda Q. Pero no dice quién la envía.
—¿Para mí? —preguntó Gaia confundida, mirando la tarjeta y
admirando la letra pequeña y clara—. ¿Será de Sephie? ¿Estará libre
por fin?
Cotty le pidió la naranja y Gaia se la dejó, y observó la delicadeza con
que la mujer se la acercaba a la nariz.
—Qué más da quien la envíe —farfulló Cotty—, es una naranja. Llevo
años... años sin comer naranjas.
Gala se río.
—Pues ya va siendo hora —dijo.
Como si se tratara de una piedra preciosa cortada en trocitos, las
mujeres miraron sus gajos al trasluz antes de metérselos a la boca.
Gaia saboreó el suyo, lo mordió por la mitad, y dejó que el vivo y jugoso
sabor impregnara todas y cada una de las papilas de su lengua antes de
tragárselo. Cuando terminó se dio cuenta de que Myrna seguía
mirándola de hito en hito.
—¿Qué? —preguntó.
—Nada.
Pero Gaia sintió un escalofrío de alarma. Suponía lo que Myrna estaba
pensando. Que Sephie no hubiera podido mandar una naranja, y que
aquel regalo no tenía nada que ver con las atenciones de Myrna hacia
algún paciente. Alguien estaba interesado por Gaia, alguien con
suficiente poder para hacerle llegar una naranja hasta la cárcel.
Mordió un trocito de la aromática piel. «¿Quién habrá sido?», se
preguntó. ¿Y por qué a ella?
A última hora de la tarde, cuando Myrna y ella acababan de traer al
mundo una niñita prematura, Gaia miró a un trío de soldados que
descansaba frente a un café y su sorpresa fue mayúscula: uno de ellos
era el capitán Grey. Cuatro hombres armados las rodeaban, pero Gaia
132 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
dejó de ser consciente de ello y se paró de golpe; el soldado que iba
detrás le pisó el talón.
—¡Eh! —protestó el hombre.
—Lo siento —farfulló Gaia, calzándose de nuevo el zapato.
El capitán Grey se acercó a los labios una tacita blanca de café, y giró
un poco la cabeza en dirección contraria, de forma que Gaia veía con
claridad su límpido perfil mientras tragaba. Le pareció más delgado,
pero seguía con su uniforme negro y su sombrero de ala ancha, y se
comportaba con su elegancia de siempre. Si Gaia se hubiera permitido
pensar en él durante todas las semanas que llevaba en la cárcel, le
habría considerado como una pieza más del engranaje, como un
cobarde que permitía el asesinato de un bebé. Pero en ese momento,
además, le pareció una soberana injusticia que él estuviera libre y ella
prisionera. ¿Cómo se atrevía a disfrutar de un café? ¡Con amigos,
encima!
—¡Guardia! ¡Espere! —ordenó el capitán.
Los soldados se detuvieron y se pusieron firmes. Myrna también se
detuvo, y aunque indicó a Gaia con la mirada que se quedara detrás de
ella, esta la ignoró.
—¿Qué sucede, capitán? — preguntó la doctora con brusquedad.
Gaia oía las botas que se aproximaban por el empedrado, pero mantuvo
la mirada con aplicación en la parra florecida que crecía en un muro
cercano. El capitán traía con él un leve olor a café, un olor a libertad.
Sin poder hacer nada por evitarlo, Gaia fue presa de un furioso ataque
de envidia.
—¿Te es útil tu aprendiza? —preguntó el capitán Grey. A Gaia volvió a
sorprenderle su voz culta y suave, tan distinta a las ásperas voces de
los guardias.
—Sí, bastante —contestó Myrna.
Gaia miró asombrada a la doctora. Sus ojos negros la contemplaban
abiertamente por debajo del sombrero de paja, con las cejas algo
levantadas. Era lo más parecido a un elogio que Gaia le había oído
desde que la conocía.
133 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Yo la llevaré a la cárcel —dijo el capitán. Gaia vio que, además, hacía
un gesto de asentimiento al sorprendido sargento—. Siga, sargento. Yo
me hago responsable de la hermana Stone.
—A la orden, capitán —contestó el guardia.
Gaia no quería estar con él a solas de ninguna de las maneras, pero no
tenía forma de protestar. Miró a Myrna a tiempo de ver que a su
expresión regresaba la sempiterna ironía. Con un resoplido perentorio,
la doctora le quitó el maletín de las manos, liberándolas de su carga
habitual. A continuación los guardias se pusieron en marcha, rodeando
a Myrna, y todos doblaron la esquina. Sus pisadas se apagaron poco a
poco; Gaia oyó por fin el clinc de porcelana del café de la calle y el
mundo prosiguió su avance.
La habían dejado sola con el capitán Grey. De improviso, le resultó
sorprendentemente doloroso estar delante de él, aunque nunca hubiera
estado tan cerca de la libertad desde el aciago día en que fue capturada
y llevada a la cárcel. Miró más allá del capitán, colina abajo,
preguntándose si sería capaz de salir corriendo, pero tras echar una
ojeada a la constitución física del soldado, decidió que la alcanzaría en
un periquete.
—¿Qué tal te va? —preguntó él por fin.
Al oír su serena voz, Gaia atisbó la línea de sombra que el sombrero
arrojaba sobre su rostro. Sus ojos azules la contemplaban con la
gravedad que recordaba de antes, de cuando ignoraba cómo era de
verdad; el capitán se sonrojó. «¿Por qué?», pensó Gaia, «¿A ti qué te
importa?». La brisa le agitó su vestido gris contra las piernas y Gaia se
estiró la tela sin pensar.
—De maravilla —contestó secamente.
Él giró sobre los talones para ponerse a su lado e hizo un gesto
invitador con la mano.
—Da un paseo conmigo.
—¿Puedo negarme? —preguntó, pero al instante deseó retirar la
pregunta. Ese tipo no se merecida saber que la sacaba de quicio.
Sin embargo, él murmuró un simple «ah» y echó a andar. Gaia se vio
obligada a seguir sus pasos.
134 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Era una tarde preciosa y despejada. Subieron poco a poco por una calle
tranquila de una zona residencial que Gaia no conocía. El tintineo de
un carillón de viento emergió de una ventana. Cascadas de polemonios
con flores moradas y blancas caían alegremente sobre un muro
cercano. El sol se filtraba por el entramado del sombrero de paja de
Gaia, arrojando pecas de luz sobre su nariz y sus mejillas, pecas
móviles que bailoteaban al caminar.
Cuando entró en el Enclave por primera vez, le pareció un verdadero
paraíso, lleno de pureza y paredes blancas. Después, cuando presenció
la primera ejecución, se quedó atónita por la brutalidad que se escondía
tras la fachada y pensó que allí dentro no se podía confiar en nada ni en
nadie. Pero, poco a poco, a través de sus salidas con Sephie y Myrna,
había visto un aspecto práctico del Enclave: la rutina del bullicioso
mercado, el duro trabajo de las doctoras de la celda, y la satisfacción y
la dignidad que daba hacer bien ese trabajo, incluso aunque sus
esperanzas de liberación fuesen mínimas. Allí había mucha gente que
trabajaba duro, en la fundición, en la fábrica de vidrio, en los molinos, y
que hacía un trabajo útil. Había cosas que merecían ser respetadas,
vidas en las que por lo menos no todo era brutalidad.
Aquella zona desplegaba una belleza tranquila, una atmósfera
invitadora que combinaba a la perfección con su aroma a madreselva.
Parecía más vieja, más asentada, más apacible. El blanco de las casas
era más bien un color crema, las aceras eran más anchas y los árboles
más frondosos. La cima estaba coronada por un parque, donde los
niños corrían tras un balón de fútbol, las voces eran claras y llenas de
vida. Aunque no se pareciera nada, aquella zona le recordaba al inlago.
Si ella no hubiese sido una prisionera y el capitán no hubiese sido un
carcelero, podrían haber sido dos compañeros dando un agradable
paseo en una calurosa tarde de verano. Pero Gaia no estaba dispuesta a
bajar la guardia. Aquel tipo no era su amigo.
—Espero que la naranja estuviese madura —dijo
—¿La mandaste tú?
Él se metió la mano en el bolsillo.
—Una amiga me dijo que te había visto mirándolas en el mercado. —Su
voz disminuyó con una suave resonancia—. Bueno, en realidad me dijo
que te había visto «babeando». Te hubiera mandado más, pero son
difíciles de conseguir.
135 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia recordó los otros regalos de las doctoras, y levantó la mirada para
verle el perfil.
—¿Enviaste también la madeja, el libro y lo demás?
Él la miró brevemente a los ojos.
—Se lo sugerí al Protector. Tú has hecho pensar a mucha gente, Gaia.
En los últimos tiempos le están presionando para que libere a las
doctoras; a veces, las cosas pequeñas son importantes.
O sea, que había sido él. Recordó el día en que recibieron la naranja, en
cómo había cambiado a mejor el ambiente de la celda Q desde aquel
momento. Seguía siendo una prisión, seguía siendo horrible, pero desde
entonces encerró también un poquito de esperanza. Una paloma que
rondaba entre unos carrizos picoteando migas los adelantó y dobló un
recodo de la carretera. «Debería darle las gracias», se dijo Gaia, pero las
palabras se le atragantaban en la garganta.
—Me han encargado que descifre el bordado de tu cinta —añadió él.
Los nervios de Gata zumbaron. Ya habían descubierto, entonces, que
era un mensaje en clave. ¿Cuánto tardaría el capitán en descifrarlo? ¿0
lo había hecho ya? Al mirarlo vio que su expresión era meditabunda.
—Debería haber dicho que me lo encargaron —se corrigió con voz seca—
, porque después me destinaron a una tarea menos delicada. Por lo
visto, no soy de fiar en lo referente a tu caso.
Ella miró con fijeza la carretera y enlazó las manos sobre su falda.
—Supongo que debería darte las gracias —dijo.
—¿Por qué?
Gaia se encogió de hombros y dejó que el sarcasmo matizara su
respuesta:
—Porque, con tu mente privilegiada, lo hubieras descifrado en un par
de días.
—Entonces... ¿tú sabías que era el registro? —preguntó él.
Gaia se dio cuenta de que había metido la pata.
—No —mintió.
136 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Sabes lo que dice?
Ella se abrazó con sus propios brazos.
—¿Por qué me lo preguntas a mí? No tengo el menor interés en cooperar
contigo. Si quieres coaccionarme, hazlo, pero no pienso decirte nada por
voluntad propia. El Enclave asesinó a mi padre. —Solo por mencionarlo
el dolor la asaltó de nuevo.
El capitán Grey se detuvo junto a un murete de piedra, apoyó las
manos sobre él y miró a lo lejos.
—Eso no debería haber pasado.
Gaia soltó una risita ahogada.
—¿En serio, no me digas?
—Nosotros también cometemos errores —dijo él en voz baja.
Gaia estuvo otra vez a punto de soltar la risa. ¿Pero se daba cuenta de
lo ridículo que era? El Enclave no se limitaba a cometer errores. El
sistema entero era intrínsecamente inmoral, y él solo admitía un
diminuto punto flaco. Al seguir la dirección de sus ojos, vio el terreno en
declive del inlago, gris al principio y azulado en la lejanía; en la orilla
más cercana, las casuchas de Wharfton quedaban casi ocultas por la
colina y el muro. Cualquier habitante de aquella zona que mirara
aquella vista con regularidad, podía olvidarse sin problemas de
Wharfton y de la gente que lo poblaba. La peculiar belleza del paisaje
parecía burlarse de ella, como si él también pensara que sus muertos
eran insignificantes. Se retorció las manos.
—Ni siquiera me dijiste que había muerto —la voz le salió
entrecortada—. Me lo podrías haber dicho, cuando fuera, y no lo hiciste.
El capitán Grey se volvió lentamente para mirarla.
—Lo siento —dijo.
Hasta aquel momento, Gaia no se había dado cuenta de que eso era lo
que necesitaba oír. Sabía que no era culpa exclusiva del capitán que su
padre hubiese muerto, pero alguien debería habérselo dicho, y él era el
único que la conocía de antes. Estuvo en un tris de echarse a llorar,
pero la disculpa habia abierto un grifo de preguntas en su interior:
—¿Dónde está enterrado? —inquirió.
137 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Puedo averiguarlo.
—¿Dónde está mi madre?
Él parpadeó extrañado.
—No lo sé.
Gaia se le acercó un pasito.
—¿Está viva?
—Tampoco lo sé. No he oído que haya muerto.
—Qué bien informado estás, ¿no?
El ala del sombrero mantenía sus ojos en la penumbra, pero se quedó
muy quieto, mirándola intensamente. Gaia pensó que aquella actitud
vigilante podía ser una estrategia, un escudo para ocultar sus
sentimientos cuando se sentía inquieto o inseguro.
—Creo que sabes —dijo él con suavidad— que estoy haciendo un
esfuerzo para hablar contigo en un tono cortés.
Gaia se abrazó aún con más fuerza. Su cortesía y su reprimenda le
importaban en absoluto.
—Perdóname —dijo mordazmente—, qué descuido el mío. Se supone
que debo estarte agradecida, ¿verdad? Me mandaste una naranja. Es
un intercambio muy equitativo.
Él entrecerró los ojos.
—Yo no...
Gaia oyó que tomaba aire súbitamente y vio que desviaba la mirada por
encima y por detrás de ella, hacia dos mujeres que se habían detenido y
los miraban desde una calle más alta. Sus vestidos blancos brillaban al
sol y, hasta de lejos, a Gaia le parecieron muy bellas. La mayor llevaba
un sombrero de ala ancha, pero la más joven llevaba el sombrero
colgado del cuello por una cinta y sus cabellos rubios y sueltos
ondulaban suavemente al viento, obligándola a retirárselos del rostro
con sus delicados dedos. Un ligero aleteo de esos mismos dedos podría
haber sido un saludo, pero Gaia no estaba segura.
—Vámonos —dijo él abruptamente, y echó a andar con brío por la calle.
138 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Quiénes son? —preguntó Gaia, que tuvo que apretar el paso para
seguirle.
—Mi madre y mi hermana.
—Pero ellas... —Gaia estaba confusa. Eran sin duda de la clase más
rica, del tipo de familias que no deja a sus hijos entrar en la guardia—.
¿No conocen al Protector? —añadió, preguntándose por qué no habían
liberado al capitán Grey del servicio. Él se volvió de nuevo para mirarla
y ella vio un relámpago de dolor y de angustia en sus ojos. Después la
miró de una manera extraña, como si le hubiese dicho algo chocante.
—El Protector es mi padre —contestó.
Gaia se quedó paralizada, atónita. Capitán Grey. Aquel era el capitán
Leon Grey, antes Leon Quarry, el hijo mayor del Protector.
—He oído hablar de ti —dijo sorprendida.
Él no reprimió el tono irónico de su respuesta:
—¿En serio?
Luego avanzó un par de pasos, pero se volvió y se detuvo, también. Miró
por encima del hombro; con la inclinación de la colina, ya no estaban a
la vista de su familia. Gaia luchaba por cuadrar lo que sabía de aquel
joven, de aquel capitán de la guardia, con lo que había oído decir del
hijo del Protector. El ascendido. Leon era el chico que había
desaparecido de los programas especiales del Tvaltar hacía años. Ya
entendía por qué le resultó vagamente familiar al conocerlo: había visto
imágenes suyas de niño, imágenes de diez metros de altura. Pero había
cambiado. Completamente.
—No lo entiendo.
El capitán apretó los labios hasta convertirlos en una línea recta y
dura; parecía estar tomando una decisión.
—Ven —le dijo, y la agarró del brazo para seguir caminando, con más
prisa que antes. En la siguiente esquina entró en una calle estrecha que
iba cuesta abajo y los alejaba aún más del centro del Enclave.
—¿Dónde me llevas?
Él no contestó. Tras unos pasos más, abrió el pasador de una puerta
enrejada y la hizo pasar a un jardín. Después cerró la puerta y la
139 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
condujo cuesta abajo hacia el rincón más alejado, bajo la sombra de un
majestuoso abeto blanco con un fresco olor a agujas, tanto de las
verdes en lo alto como de las marrones del suelo, que formaban una
mullida capa bajo sus pies.
—¿Qué lugar es este? —preguntó Gaia.
—Un lugar seguro, por ahora —contestó el capitán. Estaba sonrojado y
sudoroso, por lo que se quitó el sombrero para enjugarse la frente—.
Sus propietarios, los Quirk, son viejos amigos de mi familia. Pasan la
mayor parte del día en el Bastión, y no suelen volver a casa hasta tarde.
Gaia paseó la mirada más allá de una fila de manzanos y de una cuesta
herbosa, hasta llegar a la refinada casa de piedra, pintada de un suave
color crema. El tejado de tejas blancas y las ventanas en forma de arco
transmitía una sensación acogedora y, aunque estaba lejos de ser
lujosa, la elegancia y la sencillez de sus líneas daba a entender que
aquella casa y aquel jardín privado eran aún más valiosos que la
prístina casa de de Tom y Dora. El jardín estaba cuajado de flores
moradas y amarillas (prueba de que usaban el agua para conservar la
decoración), y punteado de rosas blancas que trazaban dibujos
armoniosos y proporcionaban asientos naturales.
Un alto muro de piedra lo protegía por tres lados, ya que el cuarto se
abría a un precipicio con una vista espectacular del indago y del lejano
horizonte meridional.
—No te acerques —advirtió Grey cuando Gaia hizo ademán de asomarse
al borde—. No conviene que nos vean.
Gaia miró hacia abajo y retrocedió hasta la sombra del abeto. Se volvió
para observar al capitán, y el asombro volvió a hacer presa de ella.
—Me parece increíble que seas Leon Quarry —dijo.
—Yo pensaba que lo sabías.
Gaia meneó la cabeza.
—¿Cómo lo iba a saber? No te pareces nada al niño que vi en el Tvaltar.
¿Qué te ha pasado?
Él apretó el borde de su sombrero con sus cuidadosas manos.
—Que me alisté en la guardia.
140 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Como era tan obvio que había muchísimo más que eso, Gaia estuvo a
punto de soltar una carcajada.
—¿Y qué quiere de mí el hijo del Protector? —preguntó.
Él la miro de hito en hito.
—No nos vimos en el café por casualidad: te estaba esperando. Sé que
podrías darnos información y creo que yo puedo ayudarte.
Gaia levantó las cejas, dudosa.
—Escucha, Gaia, el Enclave se dispone a interrogarte por última vez, y
no me encargaré yo, sino un especialista. Quieren saber todo lo
referente a la cinta bordada y a la tinta.
—¡La tinta! —exclamó Gaia.
—En tu bolso no había ninguna pluma, pero según ellos la tinta prueba
que escribías anotaciones sobre los nacimientos y que esa información
se transfería después, mediante un código, a la cinta.
—Pero yo no tengo ninguna anotación —protestó—, ni sé nada de
códigos.
—Gaia —dijo él acercándose—, van muy en serio. Si sabes algo, lo que
sea, te obligarán a decírselo. Es infinitamente mejor que cooperes desde
el principio. Siempre recompensan la lealtad, siempre lo hacen.
Ella se tambaleó hacia atrás, hasta quedarse apoyada en el tronco
negro del abeto, sintiendo una gota de resina en el pulgar.
—Yo no sé nada —insistió.
La boca de él trazaba una línea abrupta.
—Entonces morirás.
De forma instintiva, Gaia se llevó una mano al pecho. Daba la
impresión de que al capitán le daba igual que la matasen o no, pero la
había llevado hasta allí para advertírselo. Era absurdo. Se devanó los
sesos en busca de una solución. Tenía que salir del Enclave, pero ya.
Tendría que volver después para rescatar a su madre, porque si la
mataban no podría rescatarla después. Miró a su izquierda. hacia el
precipicio. ¿No sería mejor arriesgarse a bajarlo y librarse del capitán
Grey?
141 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Dejarías que me fuera? ¿Ahora mismo?
Él hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Aunque te dejara, los soldados tienen orden de disparar a todos los
reclusos que circulen sin escolta. Te matarían en cinco minutos.
Gaia seguía dudosa.
—Si les dices algo... no entiendo en qué me puede ayudar eso, pero si
les digo algo, ¿me dejarían marchar?
El capitán Grey apoyó el rostro en una mano, apretando los dedos con
fuerza sobre su frente; su sombrero cayó lentamente en la tierra.
—No puede ser —dijo en voz baja.
Su reacción amedrentó aún más a Gaia.
—Espera, capitán, por favor. Debe haber alguna forma de salir de aquí.
Él le clavó sus ojos furiosos y doloridos.
—¿Qué es lo que sabes? —inquirió agarrándola por ambos brazos y
empujándola hacia atrás hasta que Gaia se tropezó con una raíz; su
sombrero cayó hacia atrás y acabó también por los suelos. El capitán
la agarró con más fuerza aún—. Por tu propio bien, ¡dímelo!
Era el secreto de sus padres. Había prometido no contarlo nunca.
¿Quién le garantizaba que contarlo no empeoraría las cosas? El capitán
la zarandeó de nuevo.
—¡Dímelo, Gaia!
—Los lunares.
El capitán Grey rebajó ligeramente la presión de sus manos, pero su
tono siguió siendo apremiante:
—¿Qué quieres decir? ¿Qué es eso de los lunares?
—Nosotras ponemos un dibujo de lunares a los bebés. No sé si eso
significará algo para el Enclave. A mi madre y a mí nos sirvió para
reconocer a algunos bebés ascendidos que fueron devueltos, al Sector
Occidental Tres, creo.
142 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
La presión sobre sus brazos se relajó tanto que el capitán se limitó a
sujetarla.
—¿De qué estás hablando?
—Lo hacíamos en honor de mis hermanos, de mis hermanos genéticos.
No pensé que podía importar hasta hace poco. Siempre que nacía un
bebé, mi madre se sentaba con la parturienta a beber té, y fue ella
quien me enseñó a hacer los pinchazos en la piel del niño.
—¿Un tatuaje? ¿Anotaba algo? ¿Tenía la cinta?
Gaia agitó la cabeza. Él la liberó pero se quedó cerca, con expresión de
perplejidad. Gaia se frotó los brazos, doloridos por el apretón de las
manos del capitán.
—¿Puedes enseñármelo? —dijo él—. Supongo que tú también lo
llevarás.
Gaia se puso al sol, se quitó el zapato y se subió la falda para enseñarle
el tobillo izquierdo. Luego señaló el área interna del tobillo, donde su
suave piel morena estaba marcada con un dibujo de cuatro manchitas
que parecían lunares.
—Cuatro puntos —dijo Gaia—. Tres en línea horizontal, como las tres
estrellas del cinturón de Orión, y uno debajo que representa la nebulosa
de la Espada.
—¿La marca es igual en todos los bebés?
Pero antes de que Gaia pudiera contestar, el capitán se giró como una
peonza para sentarse en una roca y puso el tobillo izquierdo sobre la
rodilla derecha. Con un movimiento rápido se quitó la bota izquierda,
un calcetín negro y, entonces, casi brutalmente, se enrolló la pernera
del pantalón para enseñarle su tobillo.
Sobre la piel, desdibujados pero claramente visibles, había tres lunares
alineados y, algo más abajo, a la izquierda, un cuarto lunar. Gaia miró
el dibujo fijamente, ¡era increíble!
—Soy de fuera del muro —dijo el capitán, la voz apenas un susurro.
Los ojos de Gaia saltaron a los suyos y sostuvieron su mirada.
143 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Mi madre te ayudó a nacer, ella te marcó —dijo. Dio vueltas al asunto
para tratar de encajar las piezas. Su madre había ascendido a Leon—.
¿Cuándo naciste?
Él parpadeó.
—¿Cuándo nací? El doce de junio de 2390. ¿Por qué?
Gaia estaba decepcionada, y al mismo tiempo sentía un extraño alivio.
—No eres mi hermano —dijo ruborizándose—. Naciste el mismo año que
Odin, pero no el mismo día.
El capitán cerró brevemente los ojos. Gaia sintió el fuerte deseo, la
compulsión casi, de tocar el dibujo de su madre. Extendió la mano y le
rozó con suavidad el tobillo. El capitán se retiró con un respingo y la
miró intrigado.
—Perdona —dijo Gaia retirando la mano. La punta del dedo índice les
cosquilleaba por el contacto con su piel.
—¿Eres consciente de lo que esto significa para mí? —preguntó él. Gaia
meneó la cabeza—. ¿Tienes idea de quiénes pueden ser mis padres? Mis
padre biológicos, claro.
Gaia volvió a negar:
—Lo siento. No tengo ni idea.
—¿La información no estará en esa cinta, no?
—Lo mismo sí —contestó dudosa, expresando con los ojos tanto ruego
como el propio capitán—. Pero yo no conozco el código. Además, ¿qué
más da quienes sean tus padres biológicos? Te has criado aquí. Tú
mismo has dicho que tu padre era el Protector. ¿Qué puede haber mejor
que eso?
Él se estaba calzando de nuevo.
—Seguro que recuerdas el documental Cómo es nuestra familia —dijo
con voz tensa—. Como la primera esposa del Protector no podía tener
hijos, adoptaron a uno… a mí —se levantó para acabar de meterse la
bota a pisotones—. Después mi madre adoptiva falleció y mi padre se
casó con Genevieve, una mujer fértil que le dio tres hijos propios.
Gaia pensaba a todo correr.
144 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Entonces esas mujeres que llamaste tu madre y tu hermana son
técnicamente madrasta y hermanastra, ¿no?
—Técnicamente, pero agita tu varita mágica, Gaia. Somos una familia
—el capitán arrastró la última palabra, como si la escribiera con
mayúsculas y música de fondo.
Gaia se echó hacia atrás, molesto por su ácido sarcasmo.
—No creo que sepas lo que es una verdadera familia, Leon —dijo con
suavidad.
Él soltó una risotada.
—¡No me digas! Gracias. Vaya, «Leon» por fin, vamos progresando.
Gaia se cruzó de brazos.
—No te entiendo —dijo.
Él se alisó el pelo y la miró ceñudo.
—Aquí no se trata de entenderme a mí —replicó—. Lo que tienes que
entender es que cuando sepan lo de los lunares, querrán descifrar la
cinta a toda costa. Los lunares son como una marca de fábrica.
Gaia se quedó estupefacta.
—¿Se lo vas a decir? —preguntó con incredulidad.
Él se volvió para mirarla, los ojos penetrantes.
—No, se lo vas a decir tú.
Ella se apartó.
—Yo no.
—Tú sí. Tienes que convencerlos de que quieres cooperar. Y tienes que
hacer todo lo posible para desentrañar el código. ¿No ves que es tu
única oportunidad? Si te niegas, te matarán. Pero si los ayudas, se
darán cuenta de lo valiosa que eres. Piensa en Sephie.
—¿Qué pasa con Sephie?
Él se enderezó, con expresión de sorpresa.
145 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—La liberaron. Persephone Frank ha vuelto a casa con su familia y
sigue practicando la medicina como si no hubiera pasado nada. ¿No lo
sabías?
Gaia dejó escapar una risita de asombro.
—No te creo.
—Pues es la verdad. Podría demostrártelo, pero tenemos poco tiempo.
Gaia estaba estupefacta.
—Sephie les dijo que investigarán sobre el té y la agripalma —prosiguió
Leon—. Los convenció de que tú sabias cosas sin ser consciente de que
las sabías.
—¿Me traicionó?
Leon agitó la cabeza y trató de explicarse mejor:
—No. Cooperó. Cooperó y ellos la dejaron marchar.
Gaia se esforzó por verlo desde el punto de vista de Leon.
—Pero tú mismo has dicho que era como una marca de fábrica. Si les
cuento lo de los lunares, el Enclave podrá identificar a todos los bebés
ascendidos por mi madre. —Se detuvo, confundida—. ¿Es que no saben
cuáles son? ¿No tienen sus propios registros?
—Saben qué personas han sido ascendidas, por supuesto. No es ningún
secreto. Y saben sus fechas de nacimiento. Sin embargo, ignoran
quiénes son sus padres biológicos. No saben siquiera de qué parte de
Wharfton proceden.
—¿Y la gente de los lunares? —preguntó dudosa—. ¿Les serviría de algo
que yo lo contara?
Leon retorció una ramita de abeto y jugueteó con las agujas.
—Supongo que serían aún más cuidadosos a la hora de enamorarse,
para no hacerlo entre sí.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Gaia ofendida.
Él agitó la cabeza, frustrado.
146 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Aquí dentro se convence a los ascendidos de que no deben casarse
entre sí. Para un ascendido, casarse con alguien nacido en el Enclave es
una especie de deber cívico. De igual forma, los ascendidos se han
convertido en cónyuges deseables para los nacidos en el Enclave. ¿Me
sigues?
—¿Y tú crees que pueden controlar de quién se enamora uno?
—No es exactamente así. Dos ascendidos pueden casarse siempre que
su perfil genético demuestre que no son parientes, pero se considera un
desperdicio de su diversidad genética. —Leon cerró los ojos y meneó la
cabeza—. De nuestra diversidad genética —aclaró—. Yo soy uno de
ellos. Uno de los ascendidos.
A Gaia le dio la impresión de que Leon seguía lidiando con su identidad.
—Sabías que eras adoptado. ¿No sabías que eras del exterior? —Gaia
vio que su rostro adquiría cierta rudeza.
—Hasta hace cinco minutos creía que era el hijo bastardo de mi padre
—contestó él. Estrujó las agujas de abeto y las soltó.
—¿Era mejor eso? —preguntó Gaia en voz baja—, ¿ser un bastardo del
Enclave?
Leon había estado mirando a la lejanía, pero en ese momento se
concentró en Gaia y sus labios se curvaron en una mueca con la que
parecía burlarse de sí mismo.
—No se te escapa ni una, ¿eh? Era peor. Antes que su hijo bastardo,
hubiera preferido mil veces ser un don nadie legítimo del exterior.
—¡Que ya es decir! —exclamó Gaia. Leon soltó una risita y la miró, con
los ojos llenos de gratitud un punto recelosa—. Pero ten en cuenta que
aunque seas del exterior, puedes seguir siendo hijo suyo.
—Tú no lo conoces. Él nunca tocaría a una mujer de fuera.
La brisa pasaba por las ramas de los abetos susurrando dulcemente.
Gaia oyó a un pájaro dando chasquidos.
—Lo siento —murmuró Leon—. Es su forma de pensar, no la mía.
—No pasa nada.
147 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia se miró las manos y se preguntó por qué entendía a Leon, por qué
empezaba a resultarle tan fácil hablar con él, hasta las cosas más
personales. Era muy distinto de lo que suponía.
—¿Por qué Orión? —preguntó él—. ¿Por qué esa constelación
precisamente?
Gaia apoyó los pies contra una roca y se miró las marquitas del tobillo.
—Orión era el apellido de soltera de mi madre —habló despacio,
admirando el dibujo—. Podrías estar viéndote el tatuaje de Orión toda la
vida y no saber qué significa.
—Hasta que lo sabes. Y entonces significa todo.
Gaia asintió. Leon le pareció cansado, con la mirada ausente.
—Tenemos que irnos —dijo él. Luego recogió los sombreros, les quitó
las agujas de abeto y tendió a Gaia el suyo.
—Gracias —dijo ella.
Él le dedicó una mirada larga y seria, y después le dijo gentilmente:
—Es un placer.
Gaia se sintió invadida por una extraña torpeza y una opresión en los
pulmones. De forma inconsciente, buscó el reloj que le había quitado,
pero sólo encontró los botones de su vestido.
—Acabo de acordarme. —Leon extrajo el reloj de uno de sus bolsillos y
se lo ofreció—. Esto ya lo hemos registrado.
Gaia frunció el ceño al ver el familiar objeto en su mano.
—Quedátelo.
—¿Por qué? —dijo él—. Es tuyo. Todavía funciona. Le he dado cuerda
para ti.
Gaia negó con la cabeza.
—Es más lógico que pertenezca a una persona libre. A mí no me sirve
para nada. Además... —No podía decirselo, pero el objeto ya estaba
envilecido, arruinado por los ojos extraños que lo habían examinado.
148 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Leon cerró lentamente los dedos sobre el reloj y se lo guardó de nuevo
en el bolsillo.
—Gaia, una vez me dijiste que fuese bueno, si sabía cómo...
Ella esperó sin mirarle a los ojos. Deseaba que siguiera hablando, pero
cuando no lo hizo, el silencio los atrapó como una tela de araña. En
algún rincón sombrío, Gaia cayó en la cuenta de que ella también tenía
deseos, deseos escurridizos más propios de una chica en un jardín que
de una prisionera.
Leon se aclaró la garganta.
—Aquella niñita —dijo él por fin—. La, ya sabes, la de la mujer que
ejecutaron... Pensé que te gustaría saberlo. Resulta que le fue muy bien
en el mercado negro.
Gaia puso unos ojos como platos. ¿Lo había organizado él? Aquello era
importante, muy importante. Si Leon había salvado a la niña, lo había
hecho por Gaia. Y no le habría resultado fácil.
—Gracias —dijo.
Leon giró una vez más el sombrero que sostenía en las manos, inclinó la
cabeza para ponérselo y echó a andar por el jardín. Gaia lo siguió al
exterior y esperó mientras él cerraba cuidadosamente la puerta hasta
oír un pequeño clic. Significaba mucho para Gaia que Leon hubiera
dado una oportunidad al bebé que consiguió salvar, y que le hubiera
mandado la naranja. Había hecho por ella todo lo que había podido,
como le había dicho que haría. Aunque siguiera siendo un guardia y
formara parte de un sistema corrupto, le estaba agradecida.
Se aproximaban al centro de la población cuando Gaia se detuvo un
instante para recuperar el aliento. Al mirar a Leon vio que él la
observaba, pero con una naturalidad desacostumbrada. Gaia olió a pan
recién hecho y, casi sin darse cuenta, miró a todas partes para localizar
el origen del atrayente aroma. En un callejón, colgada de una barra de
hierro, estaba el cartel de madera con el grabado de la espiga de trigo.
—Cómprame pan —pidió bajito.
Leon rebuscó en sus bolsillos y le dijo con una pequeña reverencia:
—Me temo, hermana Stone, que me va a ser imposible.
149 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia se quedó encantada: Leon le había sonreido. Se acercó a él, tanto
que los botones de su vestido le rozaron el pecho y, cuando levantó la
cara para mirarle, el ala de su sombrero tocó la de él. Gaia estaba más
que dispuesta a ser atrevida, todo lo atrevida que hiciera falta. Oyó que
Leon tomaba aliento, vio que sus pupilas se dilataban, sintió que su
cuerpo se ponía rigido un instante; pero el capitán no se apartó.
—Leon —le dijo dulcemente—, voy a entrar en esa cárcel y es posible
que no vuelva a salir nunca más. Quiero pan.
El capitán entrecerró sus amables ojos azules y se lamió el labio
inferior. Gaia empezaba a tener problemas para respirar. Al pensar que
si Leon se permitiera una sonrisa de vez en cuando sería poco menos
que irresistible, sus propios labios empezaron a curvarse hacia arriba,
para animarle.
Él retrocedió medio paso, cerró los ojos y asintió. Gaia sintió un
ramalazo de vergüenza y se puso como un tomate. Había creído, por un
segundo había creído que ella le gustaba. Y él, gentilmente, había
fingido olvidar, por un segundo, que su cara era medio horrorosa.
Sentía tanta vergüenza que estaba a punto de marearse.
—Olvídalo —masculló.
—No —contestó Leon y, sin mirarla a los ojos, la agarró con fuerza por
la muñeca y tiró de ella hacia la panaderia. El aire cálido y cargado de
levadura desplegaba un aroma que impregnó el rostro de Gaia y le llenó
los pulmones en cuanto entraron, mitigando un poco su vergüenza.
—Una barra de pan integral, hermano —dijo Leon, soltando a Gaia.
Los ojos del panadero volaron del capitán a la prisionera y de la
prisionera al capitán sin revelar nada. Frotándose la muñeca, Gaia miró
por encima del alto mostrador y vio lo que estaba buscando: un horno
enorme y negro, negro como la noche. Mientras el panadero envolvía el
crujiente panecillo en una hoja de papel marrón, Gaia estudió su cara
para memorizar la afilada nariz y las cejas blancas y pobladas. Sus
brazos eran musculosos, su delantal blanco tenía manchitas de masa
seca. Cuando el hombre tomó la moneda de Leon, asintió con la cabeza
y la echó a una caja situada detrás del mostrador.
—¿Deseas algo más, hermano? —preguntó el panadero. Su voz era
grave y sonora.
150 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—No, gracias —contestó Leon.
—Sirvo al Enclave —dijo el panadero.
—Servimos —dijo Leon.
—Servimos —musitó Gaia.
El panadero le lanzó otra mirada penetrante con sus ojillos oscuros.
Después dio un paso atrás y apoyó con suavidad la mano sobre el muro
de ladrillos negros del horno. Solo eso. Fue un gesto natural pero, nada
más verlo, Gaia sintió que el corazón se le expandía en el pecho. Era un
mensaje, una señal. Cuando sus ojos se encontraron con los del
panadero, este hizo un levísimo gesto de asentimiento. Gaia apartó
velozmente la mirada y salió de la tienda. Una vez en la calle no se
atrevió a mirar atrás, pero sabía que el panadero los estaba observando.
Era el amigo de Derek. Gaia había olvidado su nombre, pero sabía que
era de fiar. Apenas podía ocultar su excitación.
Leon le dio la barrita de pan.
—¿Tienes algún bolsillo? —le preguntó—. No es conveniente que vean
que te he comprado un regalo.
Gaia dio un gran mordisco a la barra y estuvo a punto de gemir de
placer por la mezcla entre el maravilloso sabor del pan y la renovación
de sus esperanzas. Por instinto, le ofreció la barra a Leon, que alzó las
cejas, sorprendido. Luego miró rapidamente a izquierda y derecha del
callejón, pero al ver que no había nadie, partió un trocito y los mordió
con sus blancos dientes.
Gaia se guardó el resto dentro de la manga del vestido. ¿Se asombrarían
las otras cuando llegara a la celda Q con pan de verdad, pan recién
hecho? Habría un mordisquito para cada una.
Después de tragar, Leon dijo con expresión grave:
—Recuérdalo, por favor, coopera con ellos.
—¿Sabes cuándo me interrogarán?
—Pronto. Mañana o pasado.
Gaia se pasó la lengua por los dientes para saborear el regusto del pan.
Conocer al panadero le serviría más bien de poco cuando la estuvieran
interrogando en las profundidades la prisión. Tenía que ponerse en
151 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
contacto con él lo antes posible. Cuando volvieron a la calle principal,
Leon adoptó un paso decidido y Gaia se apresuró a seguirle.
—Hay una cosa que no entiendo —dijo—. ¿Por qué estás en la guardia?
Si tu padre es el Protector, ¿por qué sirves al Enclave como un simple
analfabeto de fuera?
—¿No te acuerdas? Yo también soy de fuera —contestó secamente él.
—No me refería a eso.
Ya habían llegado a la plaza, y Gaia aflojó el paso al ver el arco de
entrada a la cárcel. Una sombra inclinada y negra recorría la mitad de
la plaza, aunque la luz seguía iluminando la mampostería amarilla del
Bastión. El edificio había adquirido un nuevo significado para Gaia
desde que sabía que Leon había crecido en su interior, como un
miembro más de la familia del Protector.
—Mi padre me repudió —dijo él abruptamente—, no es ningún secreto.
Aunque se avergonzaban de mí, se sentían obligados a no perderme de
vista. ¿Y qué mejor sitio que la guardia?
Se estaban acercando a la entrada de la cárcel, Gaia temía que no
tuviera tiempo para contárselo antes de que estuvieran rodeados por
otros guardias. Incluso entonces la gente de la plaza los observaba,
intrigados por ver a un guardia que conversaba tranquilamente con una
reclusa.
—¿Qué hiciste? —preguntó.
Vio que su perfil giraba hacia Bastión, como si su mirada pudiera
traspasar los muros y ver a los de dentro. Luego posó esa mirada
irónica y sombría sobre ella.
—Cometer un crimen contra el Estado —contestó, la voz fría.
El cambio que se produjo en él fue impresionante. Gaia no sabía a qué
se estaba refieriendo, ni siquiera si le estaba contando la verdad, pero
estaba claro que solo algo muy doloroso podía amargar tanto a una
persona.
—Lo siento —murmuró.
El rostro de Leon expresó cierta sorpresa y un punto de desdén.
—No tienes por qué —dijo—, me lo merecía.
152 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Tras atravesar el arco, señaló a los dos guardias que custodiaban la
puerta de madera.
—Llevadla a la celda Q —ordenó—. Está autorizada.
—Sí, capitán —contestaron ellos.
Cuando la puerta fue cerrada, Gaia sintió que el frio de los muros de
piedra se abatía sobre ella y la arrastraba lejos del sol, lejos de Leon.
153 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
14 Un Crimen Contra el Estado
Transcrito por Je_tatica
Corregido por Ezme
sa noche, mientras Gaia compartía su barra de pan en la celda Q,
dejó atónitas a sus compañeras al contarles que Leon se la había
comprado. Estuvo tentada de hablarles de los lunares y del miedo
que le daba la posibilidad de que la interrogaran pronto, pero sintió un
nuevo temor. ¿Y si algunas de ellas se lo contaban a los guardias?
Había confiado en Sephie, y aunque según León no la había
traicionado, a ella seguía pareciéndole una traición. Las mujeres se
asombraron aún más cuando les dijo que Sephie estaba libre y había
vuelto a su antigua vida.
—Entonces, hay esperanza —afirmó Cotty—, cualquiera de nosotras
puede ser liberada.
Las doctoras murmuraron y sus ojos se llenaron de luz. La esperanza
intoxicaba. Una de ellas soltó risitas. La única que no se dejó
impresionar fue Myrna, que siguió leyendo su estropeado libro
inclinándolo hacia la poca luz que entraba por las ventanas. Cuando
alzó los ojos y la miró parapetada tras sus cejas negras, Gaia vio que la
doctora se daba cuenta de que no les había contado ni la mitad de la
historia.
—Ten cuidado con él —dijo.
Gaia desvió la mirada, confusa, y empezó a sonrojarse, confirmando al
parecer las sospechas de Myrna, que asintió y cerró el libro sobre uno
de sus dedos, a modo de marca páginas.
E
154 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—No subestimes al Enclave —añadió—. Lo están utilizando, igual que
nos utilizan a todas nosotras.
—¿A ti también? —preguntó Gaia.
Myrna se rio, como si Gaia le hiciera gracia.
—Por supuesto. Me han sacado todo lo que han querido y sigo
trabajando para ellos.
Las demás se callaron.
—No le hagas caso —dijo Cotty.
—¿Por qué, Myrna —preguntó Gaia—. ¿Por qué lo haces? ¿Por qué no te
rindes, o te fugas y dejas que te disparen? ¿Qué te lo impide?
—¡Ay, mi madre! —farfulló Cotty.
Myrna apretó la mandíbula y miró a Gaia con frialdad.
—¿Sinceramente? Porque no puedo soportar que los idiotas vivan más
que yo.
Cotty y las demás soltaron la carcajada, y Gaia creyó entender lo que
Myrna quería decir.
—Cuéntanos algo del capitán Grey, ¿qué tal es? —dijo Cotty. La
franqueza y la curiosidad de su expresión la rejuvenecían, a pesar de
las arrugas de su cara morena—. Es que, bueno, yo solía verle con el
Protector, como todos, pero nunca he hablado con él. Es un joven
increíblemente apuesto.
—¿Sabe todo el mundo que es hijo del Protector? —preguntó Gaia.
Cotty y las demás se miraron.
—Pues claro.
Gaia se sintió como una idiota.
—¡Anda, no lo sabías! —exclamó Cotty riéndose—. Ya te dijo, si es que
estos de fuera viven en otro mundo.
Gaia se cruzó de brazos, a la defensiva.
—Sí lo conocía, había oído hablar de él, lo que pasa es que no me di
cuenta de quién era —explicó.
155 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¡Es estupendo! —siguió Cotty—, cuéntanoslo todo.
Gaia no estaba segura de qué decirles, pero todas salvo Myrna la
miraban con curiosidad. Agradecían cualquier cosa que las distrajera de
su negro panorama, y Gaia estaba aprendiendo el poder que existía en
las noticias más insignificantes del exterior de la prisión, pero no sabía
qué contarles de él. Además, seguía pensando que debería haberle
reconocido. Aunque para lo que le habría servido… Recogió la última
miga de pan de la tela gris que cubría su regazo.
—No sé qué contaros —dijo para tratar de escabullirse.
Cotty se rio.
—¡Te gusta!
—¡No! —protestó Gaia.
Pero las demás mujeres también sonreían. Gaia empezó a sentir calor
en las mejillas.
—Sería ridículo —añadió—, apenas lo conozco. Además, sé lo horrorosa
que soy.
Cotty apoyó la cabeza en la pared; por vez primera sus hombros
parecieron relajados.
—¿Sabes? —dijo—, yo pensé lo mismo al verte, pero luego me
acostumbre a tu cara y, desde entonces, solo te veo la parte bonita,
porque lo demás se esfuma en una especie de punto ciego.
Las demás murmuraron; Gaia no se lo creyó. Llevaba tanto tiempo
viviendo con su fealdad, escondiéndola detrás de la cortina de su pelo
siempre que le era posible, que no se podía creer que alguien la
considerara bonita. Recordó intencionadamente cómo caminaban ella y
León para corroborar que él siempre se ponía en el lado contrario al de
su cicatriz. Era natural evitar ese lado; eso no significaba que ella le
pareciese bonita.
Aunque había estado a punto de besarla.
Cerró los ojos y reprimió un quejido.
—¿Cómo es? —preguntó Brooke, una presa alta y desgarbada de
profundas orejas y nariz larga y afilada. Dejo el atlas de anatomía y
sonrió de un modo alentador.
156 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia bajó la mirada hacia sus propias manos. «No pasa nada por darles
el gusto», pensó.
—Es difícil de decir. Cuando lo conocí, acababa de arrestar a mis
padres y yo le tenía miedo. Entonces me pareció muy serio y frio; pero
ahora creo que, en realidad, es solo reservado —dijo. Luego frunció el
ceño—. Es educado y habla bien, lo que tiene sentido, supongo. —
Recordó que él había salvado al bebe de la madre colgada, eso tampoco
podía explicarlo—. Yo pensaba que podía ser cruel —añadió en voz
baja—, pero ahora no estoy tan segura.
«Puede ser un manipulador», pensó, echando un vistazo a Myrna. El
descubrimiento de que León provenía de fuera del muro era demasiado
personal, demasiado confidencial para contarlo y, por alguna razón,
tampoco quería contarles que la naranja era de él.
—Es difícil reconciliar su buena educación con el hecho de que esté en
la guardia. Es como si no encajara en ningún lugar.
Las mujeres asintieron.
—Y lo del pan ha sido toda una sorpresa —dijo Brooke—. Debe tener
una vena generosa por alguna parte. Se ha criado en el Bastión, como
sabrás.
—Hasta que le dieron la patada —añadió Cotty—. ¿Cuándo fue? Hace
dos…no, tres años.
Gaia miró a las demás para ver si aquel era un tema que todas
conocían.
—Pero en los programas de Tvaltar hace más tiempo que no sale.
¿Alguien sabe porque? —preguntó.
Cotty le dio una madeja de lana azul.
—Enróllamela, ¿quieres? —dijo—. Salió con regularidad hasta los diez
años, más o menos. Después desapareció, y empezaron a hablar más a
menudo de los niños menores. No sé, a mí me intrigaba.
—Y a mí —convino Brooke—, pero después los otros niños
desaparecieron también, por eso del respeto a la intimidad de los
mayorcitos.
157 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia encontró el cabo de la madeja y, distraída, paso las primeras
vueltas alrededor de tres de sus dedos.
—¿Por qué lo repudiaron? —preguntó.
Cotty chasqueó la lengua.
—Fue todo supersecreto. Entonces debía de tener unos dieciséis años,
que fue también cuando su hermana sufrió aquel desafortunado
accidente. Fiona, se llamaba, vaya tragedia.
Gaia miró a su alrededor, esperando que alguna de las otras pidiera
detalles. Las agujas de hacer punto de Cotty emitían sus regulares clics.
Myrna había vuelto a su libro, negándose de forma evidente a unirse a
la conversación.
—¿Qué le paso? —preguntó Gaia por fin—. Vamos, yo me acuerdo de
que fue un accidente, ¿no?
—Fiona —contesto Brooke— se cayó por la ventana de su dormitorio
una noche y se rompió el cuello.
Gaia sintió un extraño cosquilleo de inquietud al recordar la
advertencia de León sobre el precipicio del jardín. Se preguntó si no
estaría entonces pensando en su hermanastra.
—Después de la muerte de Fiona, no ponían casi nada sobre la familia
del Protector en el Tvaltar —dijo acordándose ya de algo más—.
Genevieve. Recuerdo una foto de ella llorando en el funeral.
Brooke asintió y Cotty emitió un murmullo comprensivo.
—Fue una tragedia —repitió Cotty—, todo el asunto. Es mejor no
removerlo.
—¿Pero por qué repudiaron a León? —insistió Gaia—. ¿Qué es un
crimen contra el estado?
Las mujeres se miraron con nerviosismo, pero nadie dijo nada hasta
que Myrna le clavó sus inexpresivos ojos negros.
—Un delito genético —contestó.
—¿Cuál? —Gaia miró a Cotty y a Brooke.
—El mismo por el que nos encarcelaron a nosotras —respondió Cotty.
158 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia recordó lo que le dijeron las doctoras al principio, pero estaba
confusa.
—¿Cómo pudo León falsificar pruebas genéticas o ayudar en abortos?
Ni Cotty ni Brooke contestaron. Gaia miro el círculo de mujeres y, por
último, a Myrna.
—Se acostó con su tía —dijo esta.
—¡No! —exclamó Gaia horrorizada.
Myrna se encogió de hombros y volvió a su libro.
—Eso dicen.
Gaia le susurró a Cotty en tono suplicante:
—¿Es verdad?
—Claro que no —contestó Cotty, mirando de través a Myrna—, no fue
más que un rumor. Hubo un montón de rumores, la mayoría absurdos,
seguro. Su tía Maura le lleva diez años y es una mujer casada y muy
digna. Myrna, ya podías dedicarte a cosas mejores que hacer rabiar a la
chica.
La aludida puso los ojos en blanco, como si ambas le resultaran
espantosamente aburridas.
—Entonces, ¿qué paso? —preguntó Gaia a Cotty.
—Bueno, no estoy segura. Nadie lo está. Hay habladurías para dar y
tomar, pero nadie conoce los hechos. Yo opino que las especulaciones
fueron odiosas, la verdad. Desde aquel momento se empezó a decir que
se había acostado con todas las chicas del Bastión, por ejemplo. El caso
es que él se cambió el apellido por el de soltera de su madre, Grey, y se
alistó en la guardia. Desde entonces se ha sabido poco de él.
Gaia siguió enrollando lana azul en torno a sus dedos.
—¿Y por qué no hubo habladurías fuera del muro? —preguntó.
—Seguro que las hubo, tuvo que haberlas. Quizás tú no te enteraste.
Gaia pensó que por entonces tendría doce o trece años. Sus padres,
poco dados a murmuraciones, quizá hablaran algo del asunto, y la
Vieja Meg seguro que mucho, pero a Gaia no debió interesarle. Se había
159 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
enterado de la muerte de Fiona, pero no del nuevo apellido de Leon.
Quizá el duelo había tapado el escándalo del hijo del Protector.
Al recapacitar sobre los escasos datos, las nuevas y sórdida
posibilidades le resultaron inquietantes. Seguro que no se había
acostado con su tía, la idea era desquiciada, estaba en contra de todo lo
bueno que había en el. Eso no se lo creía, pero desde luego algo tenía
que haber pasado para que cayera en desgracia. Y él pensaba que se lo
merecía.
Aquella era la clave. Sus manos se detuvieron sobre la madeja, su
mirada vagó hacia las ventanas. Fueran cuales fuesen los rumores,
Leon estaba convencido de haber hecho algo malo que justificaba su
expulsión de la familia y una vida en la guardia. Aquella existencia, en
la que cumplía sin rechistar las leyes del Enclave, había sepultado los
demás aspectos de su naturaleza y la había elegido él, voluntariamente.
Había elegido ignorar tanto su propia ética como sus sentimientos.
Cuando la mirada de Gaia cayó sobre Myrna, vio que la observaba con
ojos cansados. Sintió que se le helaba el corazón al recordar su
advertencia: te utilizarán. Ellos y él.
—Si le das tiempo, este lugar te destruirá a ti también —dijo Myrna en
voz baja.
Gaia se levantó, dio la madeja de lana a Cotty y entró en el dormitorio.
Después de cenar, mientras las otras caminaban por el patio, Cotty le
cosió un bolsillo en el interior de la cinturilla del vestido.
—Por si consigues más pan —le dijo, alisando la tela antes de
devolvérselo—, o lo que sea. A ver si nos contrabandeas algunos
caprichitos.
Gaia sonrió y le dio las gracias, pero dudaba que hubiera más ocasiones
de pasear con Leon, como Cotty daba a entender. Se metió el vestido
por la cabeza.
—¿Puedo preguntar una cosa? —susurró mientras se abrochaba los
botones—. ¿Hace mucho que conoces a Myrna?
Cotty soltó una risita y pinchó la aguja en una bobina de hilo gris.
—Tú quieres saber porque es tan mala, ¿no?
160 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia lo hubiera expresado algo menos a lo bruto, pero asintió.
—Tiene corazón, te lo aseguro —dijo lentamente Cotty—, pero yo creo
que asusta a los demás antes de que ellos la decepcionen. He oído decir
que estuvo casada algún tiempo, hace mucho, y que la cosa acabó mal.
Sí sé que quiso abrir un hospital y no pudo; arguyó que necesitábamos
un banco de sangre para los hemofílicos y un hospital clínico para
formar nuevos médicos, pero el Protector se negó de lleno.
—¿Por qué? —preguntó Gaia.
Cotty meneó la cabeza y guardó las bobinas y las tijeras en una cajita.
—Era uno de los principios fundacionales: nada de hospitales, nada de
medicina extrema. Solo antibióticos y morfina, y catéteres para los
débiles. Fue debido a la falta de recursos, algo brutal pero necesario.
Myrna piensa que ahora las cosas han cambiado.
Gaia miró hacia las tres ventanas, cavilando sobre las posibilidades.
—Es una buena doctora. Si ella estuviera al mando, la gente viviría más
—dijo.
—Estoy de acuerdo, pero el Protector lleva también algo de razón.
Morirse no es ninguna vergüenza. Él se centra en el conjunto de la
población, en lo que es mejor para el grupo, no para el individuo. Su
enfoque es distinto al de Myrna.
—Y el que manda es él.
Cotty chasqueó la lengua, y sonrió con su sonrisa cálida y torcida.
—No te preocupes por Myrna —dijo amablemente—. Es maligna pero es
lista. Y no es como Sephie.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Gaia desconcertada.
Cotty la miró de reojo, con cara de disculpa.
—No me gusta hablar mal de alguien que no está presente. Solo te dijo
que es fácil que alguien como Sephie caiga bien, porque es amable y
cariñosa; pero, cuando llega el momento de la verdad, siempre elige lo
más fácil.
Gaia se sintió incómoda, no sabía que decir.
161 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Lo siento, solo intentaba decirte que Myrna es de fiar —prosiguió
Cotty; se frotó el puente de la nariz con aire pensativo—. Quizá por eso
sigue aquí.
Aquella noche cuando las demás dormían, Gaia sacó su espejito y trató
de verse en la oscuridad. Fue un intento vano, por supuesto. El
pequeño ovalo se burló de ella reflejando tan solo las sombras casi
negras de la noche, como si Gaia misma fuese invisible. Pasó el pulgar
lentamente por la superficie suave del espejo y después se lo guardó en
su bolsillo nuevo. Por la noche, sin distracciones de ningún tipo, era
cuando más echaba de menos a sus padres, cuando la soledad invadía
su corazón como una niebla queda y fría. Ni Myrna, ni Leon, ni siquiera
Cotty…
Esas personas que habían entrado en su vida no la conocían. No sabían
cómo era por dentro, no veían la intricada labor de su corazón. No
había nadie que la quisiera. Nadie salvo su madre, estuviera donde
estuviese. Gaia lo vio de repente en pie, al borde del porche trasero, con
el rostro vuelto hacia el sol, parpadeando con una media sonrisa
mientras alzaba las manos para desenredar los colgantes del carillón de
viento.
«Deberías echarte el pelo hacia atrás, Gaia, en serio, déjame que te haga
una trenza.»
Las lágrimas se arremolinaron contra sus parpados. Tenía el pelo corto;
su madre se había ido. Giró la cabeza sobre el colchón, dejando hacia
arriba de forma inconsciente la sensible piel de su cicatriz, diciéndose
que no iba a llorar.
162 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
15 El Alfiletero Amarillo
Transcrito por Eneritz
Corregido por Karlaberlusconi
penas había luz cuando llegaron los guardias.
—¡Gaia Stone! —gritó un hombre.
Gaia se levantó de un salto, sus pies desnudos golpearon el frío suelo.
Myrna se le acercó corriendo y la envolvió en un súbito y fiero abrazo.
—Viene a por ti —susurró lacónica—. Sé fuerte. Y recuerda: no importa
lo que digas, ni lo que hagas, tu deber es sobrevivir.
Gaia se abrazó a ella, aterrada, mientras el guardia entraba en el
dormitorio y la arrancaba de los brazos de Myrna.
—¡Zapatos! —aulló él—. ¿Dónde están tus zapatos?
Gaia miró al suelo, donde estaban; Myrna se agachó y se los dio.
—¡Rápido! —gritó el guardia y, en cuanto Gaia se calzó, el hombre le ató
con brusquedad las manos a la espalda.
—¿Dónde la llevan? —preguntó Cotty.
Las demás se habían arremolinado en torno a ellos y miraban con
horror mientras los guardias empujaban a Gaia hacia la puerta.
Cuando una de las mujeres se echó a llorar, Gaia recordó el día en que
se llevaron a Sephie.
Volvió la cabeza para mirar a Myrna por última vez. La mujer estaba
sola, bajo las ventanas, mientras que las otras se agrupaban en un
A
163 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
abrazo horrorizado. La cara pétrea de Myrna estaba llena de amargura,
sus manos convertidas en puños colgaban rígidamente a sus costados.
—¿Me has oído? ¡Lo que importa es sobrevivir! —repitió.
La puerta se cerró con fuerza. Si alguna vez había creído que la doctora
no se interesaba por ella, se había equivocado. Cotty le había dicho la
verdad. Las órdenes imperiosas, el sarcasmo: aquella era su versión del
afecto. Gaia se aferró a su último consejo.
A renglón seguido, fue arrastrada escaleras arriba y a lo largo de otro
pasillo. Apenas podía seguir el paso de los guardias, que evitaban que
se cayera sujetándola por los brazos. Cuando llegaron a la entrada
principal, miró a su alrededor con la esperanza de ver a Leon, pero solo
había guardias desconocidos. Media docena de ellos la rodearon antes
de cruzar el arco de piedra para salir al aire frío de la plaza desierta. Un
remolino de niebla envolvía como un sudario obelisco central.
Con un sobresalto, Gaia recordó el primer día que estuvo allí, cuando al
amanecer arrastraron a un hombre hasta el Bastión, como la estaban
arrastrando a ella. Más tarde colgaron a la mujer embarazada y a su
marido. El terror la traspasó y sus pies se negaron a seguir adelante.
—Vamos —ordenó con rudeza el guardia de su izquierda, y tiró de ella
con tanta fuerza que casi la sacó de sus mocasines, demasiado grandes.
Gaia jadeó de dolor cuando la ceñida cuerda de sus muñecas se le
hundió en la carne.
Al ver que la conducían directamente al Bastión, su angustia creció
como los hongos en el aire frío de sus pulmones.
—No —susurró.
—Sí —le dijo el guardia al oído—, y sin aspavientos.
Gaia retrocedió, pero los dos guardias la levantaron por los brazos,
subieron las escaleras llevándola en vilo y la dejaron caer de nuevo al
suelo delante de la puerta. Mientras esperaban que esta se abriera,
Gaia tuvo al fin la ocasión de recuperar el aliento. Uno de los guardias
se inclinó hacía ella y, con suavidad, le retiró el flequillo que le había
caído sobre los ojos.
Gaia apartó la cabeza de golpe, mirándolo de hito.
164 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¡Ajá! —exclamó el hombre, echándole a la cara su aliento
avinagrado—. Creí que teníamos una cosa bonita, pero es asquerosa.
El guardia de delante giró un poco la cabeza.
—Gracias a eso sabemos cual es, por la cicatriz.
Gaia enrojeció de resentimiento, pero cualquier cosa era preferible al
pánico irrefrenable que había sentido durante el trayecto. Se irguió y
miró con frialdad al primer guardia, cuyos ojos saltones la
contemplaban lascivos por encima de una nariz moteada y
protuberante. El amor propio de Gaia tomó el control y le evitó
enfrentarse a él. Miró hacia delante, hacía la puerta. El guardia la
pellizcó con saña en el brazo, Gaia profirió un grito ahogado.
—¿Te crees mejor que yo? —siseó el hombre. Gaia apretó los dientes y
deseó con todas sus fuerzas que aquel tipo desapareciera lo antes
posible—.No eres más que una sucia mujerzuela de fuera del muro.
En ese momento la puerta se abrió y Gaia fue introducida en un
vestíbulo luminoso que, sorprendentemente, olía un poco a perfume.
Los guardia permanecieron en silencio y, tras darle un último empujón,
le dejaron algo de espacio.
Se encontraba en una gran estancia diáfana que era la antítesis de la
fachada sencilla y práctica del edificio. Nada de lo que había visto en el
Tvaltar la había preparado para aquello. Dos grandes maceteros de
gardenias, responsables de la fragancia, separaban dos majestuosas
escaleras blancas y simétricas que ascendían en curva, como un
paréntesis, hasta perderse de vista.
El suelo estaba cubierto de baldosas blancas, con incrustaciones de
baldositas negras que trazaban un dibujo geométrico y enigmático. Por
detrás de las escaleras, las paredes parecían estar conformadas
únicamente por puertas ventanas que dejaban pasar la luz verdosa de
un invernadero. A izquierda y derecha de Gaia, había dos enormes
puertas de madera grabadas con figuras y árboles.
Gaia esperó entre los guardias, agradecida por su silencio, hasta que de
forma inesperada, oyó un estallido de risa infantil proveniente del fondo
de la casa. Un niñito de dos o tres años salió corriendo por una esquina
vestido con una camisa de noche azul vivo y unas zapatillas rosas y
esponjosas demasiado grandes para él. Sostenía una pelotita amarilla.
Su risa era fuerte y llena de alegría, el polo opuesto a la desesperada
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situación de Gaia, que se quedó paralizada, expectante: los vería de un
momento a otro. Corría tanto que casi los pasó antes de verlos;
entonces patinó en sus zapatillas y su risa de cortó en seco.
Luego se enredó con sus propios pies y cayó al suelo, donde quedó
extendido como un charquito azul sobre fondo blanco; la pelota se le
escapó de las manos. De inmediato, Gaía dio un paso hacia él, pero
unas fuertes manos la sujetaro.
La pelota amarilla rodó por las baldosas hasta detenerse delante de
Gaía, que al verla se quedó atónita: era el alfiletero en forma de limón
de su padre. ¿Qué tortuoso camino habría recorrido para viajar desde el
bolsillo de Leon hasta las manos de aquel crío?
A continuación, una niña de nueve o diez años llegó corriendo en pos
del niño. Su cabello, rubio y abundante, le rodeaba el rostro de mejillas
rosas como un halo esplendoroso,
—iMichael! —llamó, sin aliento pero con regocijo—, como no me
devuelvas mis zapatillas... —Al verlos, se detuvo de golpe. Luego fue
corriendo hacia el niño, que ya gateaba en busca del alfiletero, y lo alzó
en brazos—. ¡Tía Genevieve! —chilló, volviendo por donde había venido
y acarreando al pequeño.
Una tercera persona, mujer e iracunda, dobló la esquina.
—¿Pero qué pasa? —inquirió.
Gaia dio un respingo. Era una de las mujeres que había visto el día
anterior mientras paseaba con Leon: Genevieve Quarry, la esposa del
Protector, y estaba furiosa.
—¡Britta, llévatelo a la cocina ahora mismo! —le ordenó a la niña.
Mientras los críos retrocedían un paso y echaban después a correr en la
dirección indicada, Genevieve caminó por el vestíbulo como un vendaval
hasta plantarse delante de los guardias.
—¡Cómo se atreven! —dijo bajito; su educada voz era capaz de expresar
ira hasta en susurros.
—Perdóname, hermana Quarry —contestó uno de los guardias—, tengo
órdenes de entregársela al hermano Iris.
166 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
La penetrante mirada de Genevieve se clavó en Gaia, que retrocedió de
forma instintiva.
—Entonces, haz tu trabajo —ordenó con desdén al guardia. Luego llamó
enérgicamente a la puerta situada a la izquierda de Gaia, que se abrió
al instante—. Saca a esta chusma de mi vestíbulo, Winston.
—Lo siento muchísimo —dijo este con soltura, retirándose de la puerta
e indicando con un gesto al grupo de Gaia que pasara—, ha sido un
descuido imperdonable. No volverá a pasar.
Genevieve ya desaparecía hacia las profundidades de la casa.
—Ya veremos qué dice Miles —amenazó mientras se alejaba, y su voz
tranquila se entendió a la perfección.
Winston era un conserje fornido de mediana edad, boca pequeña y cara
inexpresiva, pese a la regañiza. Hizo un leve asentimiento, se apresuró a
hacerlos entrar y cerró la puerta.
Gaia supuso que el tal Winston echaría otra reprimenda a los guardias,
pero el hombre no dijo nada y los condujo por un corredor.
—¡Cuidado! —dijo cortésmente antes de guiarlos por dos tramos de
escaleras de bajada y varios pasillos más. Pasaron una fila de
ventanales que ofrecían una vista de la niebla y la silueta desdibujada
del obelisco. Después subieron por una escalera sencilla de peldaños
estrechos. Gaia cayó en la cuenta de que el Bastión englobaba dos
edificios antagónicos: la bella vivienda de Genevieve y sus hijos, y la
eficiente estructura donde ella se estaba adentrando como prisionera.
«En cierto sentido, es una versión de esta sociedad», pensó, «otra
división más, como la que separa a los que viven dentro y fuera del
muro», y acababa de estar en el sitio donde ambos mundos
colisionaron.
—Aquí es, un momento —dijo por fin Winston, deteniéndose ante una
puerta de madera similar a las otras que bordeaban el corredor,
alfombrado y con ventanas en ambos extremos.
Cuando el conserje llamó a la puerta, una voz les invitó a entrar. Gaia
pasó a una habitación espaciosa, las paredes estaban forradas de
estanterías con libros y el suelo cubierto por una alfombra suntuosa
que amortiguaba el sonido de los pasos. Un canario gorjeaba desde su
jaula, situada junto a uno de los ventanales.
167 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Qué pasa? —preguntó con desgana el hombre bajito de cabello gris y
hombros encorvados que los miraba con ojos de miope desde un
escritorio. Su elegante traje blanco no era un uniforme propiamente
dicho, pero se parecía. El escritorio era también peculiar: el tablero de
cristal recibía luz desde abajo, y esa luz iluminaba la barbilla, la nariz y
las cejas del hombre, dotándolo de una apariencia sobrenatural.
—Es la chica de la cicatriz —dijo el guardia—. Gaia Stone.
—Eso ya lo veo —refunfuñó el hombre—, ¿y los demás qué?
Los guardias se quedaron plantados y como idos; Winston carraspeó.
—Gracias —les dijo a los soldados—, nosotros nos haremos cargo.
El jefe apretó la mandíbula con terquedad.
—Es peligrosa; hay que tomar precauciones.
—Por supuesto —replicó Winston—. Lo tendremos en cuenta. Por aquí
está la salida.
Gaia se quedó junto a la puerta, que se cerró con suavidad. Después las
pisadas de los guardias y de Winston se alejaron por el pasillo. Seguía
con las manos atadas a la espalda, con su vestido gris arrugado por el
trato recibido, pero respiro hondo y se obligó a mantener la calma y a
esperar pacientemente. Por lo que el guardia le había dicho a la esposa
del Protector, supuso que el hombre del escritorio debía de ser el
hermano Iris. «No parece un torturador«, pensó. «Tiene más pinta de
bibliotecario que de carcelero«. Pero, quién sabía. Se preguntó qué
habría pasado si, semanas atrás, se hubiera presentado en la puerta
sur con la cinta y hubiera preguntado por él, como Leon le aconsejó.
El hombre se ajustó las gafas, concentrado aún en su escritorio. Al dar
un paso hacia él, Gaia vio que el tablero era en realidad una gran
pantalla de televisión, pero con una docena de pantallas superpuestas.
—Acércate —dijo él con tono impaciente.
Mientras Gaia atravesaba en silencio la mullida alfombra, el hermano
Iris tocó el escritorio con la punta del índice y una imagen apareció en
la pantalla: parecían un padre y una madre, junto al inlago; la mujer
mecía a un bebe sobre sus rodillas. Acababa de amanecer y los dos
estaban vestidos con sencillas ropas de faena. La mujer se había
168 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
quitado el sombrero, que colgaba de su cuello por una cinta. Sonreían y
hablaban, aunque Gaia no podía escuchar sus palabras.
—Ven aquí —repitió el hermano, haciéndole señas—, pero no te
acerques mucho —precisó, arrugando la nariz como si Gaia oliera mal.
—¿Eres el hermano Iris? —preguntó esta.
—Mira —ordenó él señalando la pantalla.
Gaia miró con más atención. Al advertir que la mujer era Emily, sonrió
de forma impulsiva.
—¡Oh! —dijo—. ¡Los conozco! Entonces Emily ya ha sido mamá. ¿Es
chico?
—Sí —contestó el hermano.
Gaia estaba confusa.
—¿Cuándo ha salido Emily en una película?
—Esto es increíble —masculló él—. Esta filmación se desarrolla en
tiempo real. Una cámara los filma mientras dan su paseo matutino
antes del trabajo.
Gaia reprimió un grito ahogado al caer en la cuenta de que Wharfton
debía estar lleno de cámaras estratégicamente situadas. Siempre había
supuesto que fuera del muro había personas que transmitían
información al Enclave, pero no cámaras que los vigilaran todo el
tiempo. Por eso conocían hasta el último detalle de sus vidas.
—¿Hay cámaras por todas partes? —preguntó.
—Mira y aprende —dijo el hermano a modo de respuesta.
—Si eres el hermano Iris, sabrás dónde está mi madre.
Él la agarró por el brazo con una fuerza inesperada y acercó su cara a
la de ella.
—Por supuesto que sé dónde está, pero quiero que mires esto.
Estampó su otra mano contra la pantalla, haciendo que las imágenes
vibraran un instante. A Gaia le sorprendió que hablara de su madre en
presente, que supiera dónde se encontraba. Con esperanzas renovadas,
miró obedientemente la pantalla y vio un cuervo, grande y negro,
169 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
posado a los pies de Emily. Kyle lo señalaba con gestos exagerados y
tontorrones, pero el bebé era demasiado pequeño para fijarse en un
pájaro y continuó gorjeando hacia su madre. Gaia vio que Emily
comentaba algo entre risas.
El hermano Iris pulsó un botoncito del borde del escritorio.
—Fuera pájaro —dijo.
Al principio no pasó nada, salvo que Emily le dio el bebé a Kyle;
después apareció una mancha negra en el borde de la pantalla y los
padres retrocedieron alarmados. A sus pies, el ave había quedado
reducida a una masa inmóvil de plumas con una pata apuntando hacia
lo alto. La cámara enfocó a los padres, que, con su bebé en brazos,
corrían como flechas hacia las casas de Wharfton. Los cabellos color
caoba de Emily flotaban locamente a su espalda y, aunque no se oía
nada, Gaia vio que su amiga gritaba, presa del pánico.
170 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
16 Cooperación
Transcrito por FanyLove
Corregido por LupiizzZ
or qué han hecho eso? —preguntó. Ya conocía la crueldad del
Enclave, los latigazos, las ejecuciones... pero el pájaro era inofensivo. El horror de aquel acto, su aparente inutilidad la dejó
helada. Cuando el hermano Iris se volvió con calma para clavarle los
ojos, Gaia retrocedió—. Le has ordenado a un guardia que dispare desde el muro, ¿y si les hubiera dado a ellos? El hermano Iris se subió las gafas de sol para colocarlas sobre su
cabeza gris. Tenía las pupilas preternaturalmente dilatadas, tanto que
sus iris se habían reducido a estrechísimos aros azul pálido.
—Quería asegurarme de que ibas a cooperar —contestó.
—¿Y si no qué? ¿Me vas a matar?
—A ti no; quizá al bebé de Emily, o a Sephie Frank. Te cae bien, ¿no? Y
¿qué me dices de Leon? —Su voz era engañosamente natural.
—No puedes hacer algo así.
—¿Y tu madre? —añadió él.
Gaia agitó la cabeza con rigidez, soportando a duras penas las
amenazas, cada vez más dolorosas.
—Ni siquiera creo que siga viva —dijo, y la dura verdad la golpeó una
vez más—; mientes para amedrentarme.
El hombre miró de nuevo hacia el escritorio.
P
171 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—No eres tan tonta como pareces —masculló, y tocó la pantalla con un
dedo.
Una nueva imagen cobró vida. Sin querer, Gaia se acercó para verla
mejor. Tres mujeres dormían en un espacio semicircular rodeado por
muros de piedra, sobre camastros cubiertos con mantas grises. La
imagen estaba tan falta de color y de movimiento que parecía una foto
en blanco y negro; no obstante, un viento silencioso agitaba un visillo.
Gaia trató de distinguir las caras, de hallar alguna pista del lugar donde
se encontraban. Vio que una cadena salía de una de las camas.
¿Estarían las mujeres encadenadas?
—Aquí no se distingue —dijo el hombre—, pero la del medio es tu
madre.
—¿Dónde están? —preguntó Gaia, mirando con más atención y
deseando que la mujer se girara para verle el rostro y asegurarse. El
hombre tocó la pantalla que se ennegreció. Gaia parpadeó y retrocedió
unos pasos, hasta que sus piernas chocaron contra el asiento de una
silla.
—Quizá —dijo lentamente el hermano Iris, colocándose de nuevo las
gafas sobre la nariz— si cooperas, podría arreglarte un encuentro con
ella.
—¿De verdad?
—Por supuesto.
Gaia apretó las manos hasta convertirlas en puños y, de forma
inconsciente, empezó a retorcer las muñecas para librarse de las
ligaduras. Aunque aquel hombre parecía débil, Gaia comprendió que
tenía el poder de decidir sobre la vida y la muerte de todas las personas
que aparecían en aquella pantalla. Y, a la inversa, Leon le había dicho
que el Enclave recompensaba la lealtad.
Las opciones estaban claras: si cooperaba vería a su madre; si se
negaba se jugaba la vida. De pronto se le revolvió el estómago.
—Siéntate, por favor —dijo el hermano Iris.
Gaia se sentó con cautela en el borde de la silla tapizada con la que
había tropezado y palpó para equilibrarse el satén situado a su espalda.
Si por lo menos pudiera saber qué hubieran querido a sus padres que
172 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
hiciera... Su padre había muerto intentando escapar, luego debía creer
que cualquier cosa era mejor que cooperar con el Enclave, incluso la
muerte; pero su madre seguía viva. ¿Habría descubierto el modo de
resistirse y seguir viviendo? Gaia no soportaba la idea de hacer algo que
la perjudicara aún más.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó en voz baja.
Por primera vez los labios del hermano Iris esbozaron una mínima
sonrisa.
—Bien —dijo—, veo que eres razonable. No tenemos ninguna queja de
tu trabajo para el Enclave, salvo esa ridícula aberración de la madre
colgada...
Gaia se puso roja como un tomate.
—Sí —improvisó—, y lo siento. Entonces no conocía la ley.
Él se encogió de hombros.
—Tu formación se ha dejado al azar, esencialmente. Sin duda te han
imbuido un sentido ético erróneo que te hace pensar que la vida de un
bebé es más importante que la obediencia a las leyes del Enclave; pero
nuestras leyes obedecen a un bien superior y todos debemos acatarlas.
Gaia agachó la cabeza, con la esperanza de parecer suficientemente
arrepentida. Aquel hombre parecía convencido de lo que decía, y eso lo
hacía aún más peligroso. El hermano se recolocó las gafas y tocó la
pantalla de nuevo.
—Necesito que me digas todo lo que sepas sobre la cinta de tu madre.
Gaia se puso rígida y recordó la advertencia de Leon.
—No puedo decirte gran cosa. Creo que es un código. A mí solo me
dijeron que la guardara —dijo, evitando mencionar que su madre le
había ordenado destruirla.
—¿Quién te lo dijo? ¿Tu madre?
Gaia negó con la cabeza. Por suerte, la Vieja Meg había desaparecido
hacía mucho y estaba a salvo en el Bosque Muerto. Si no, también la
habrían apresado. Dudó un segundo mientras recordaba la dureza con
la que el hermano Iris había ordenado que mataran al pájaro.
173 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—La Vieja Meg —contestó—, una amiga de mi madre. Ella fue quien me
dio la cinta, la misma noche del arresto de mis padres.
El hermano Iris frunció el ceño; por lo visto no sabía lo de la Vieja Meg.
Aquello hizo renacer las esperanzas de Gaia: quizá pensara que podía
serles útil.
—¿Dónde está la Vieja Meg?
Gaia evitó su mirada y contempló los ventanales de su derecha, por
donde se vislumbraba la parte superior del obelisco, inmersa en la
niebla. Se agitó, incómoda, en la silla.
—¡Contesta! —exigió él con rudeza.
Gaia pegó un respingo; el canario soltó un gorjeo.
—Se marchó. Me dijo que se iba de Wharfton.
—Nadie se va de Wharfton. ¿A dónde se marchó?
Gaia tragó saliva.
—A los páramos, al Bosque Muerto.
El hermano Iris alzó las cejas, con expresión burlona.
—¿Qué pasa? —preguntó Gaia.
—El Bosque Muerto no existe, salvo en los cuentos de hadas.
Gaia no entendía nada.
—Pero...
Él meneaba la cabeza y sus ojos expresaban cierta amabilidad tras las
lentes oscuras.
—Tiendo a olvidarme de que sigues siendo una niña, y del exterior —
dijo, tras lo cual hizo una pausa y se frotó la frente—. Esto nos va a
llevar más tiempo del que pensaba.
Se inclinó sobre la pantalla y pulsó un botón.
—Necesito una habitación para ella —dijo en voz baja—. No, en el tercer
piso. Que se duche y se cambie de ropa. Huele un poco.
174 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia enrojeció, pero trató de resistirse a aquella primera reacción de
vergüenza. Ella no tenía la culpa de que en la cárcel no las dejaran
asearse como era debido. El hombre la observaba.
—¿Tienes sed? —preguntó.
Gaia dijo que sí. Sed y hambre: aquella mañana no había desayunado.
El hombre se acercó a una mesita donde había una tetera y llenó de té
una taza. La fragancia de la infusión llegó hasta Gaia, que se preguntó
cómo iba a beber con las manos atadas a la espalda; pero en vez de
ofrecerle la taza, el hombre se la llevó a sus propios labios.
—Háblame de la cinta —dijo después de tomar un sorbo.
La sed de Gaia, notable antes del episodio, se intensificó. Miró con
envidia la taza que el hermano Iris sostenía en las manos.
—Te he dicho todo lo que sé.
—Te has comprometido a cooperar —le recordó.
—Ya —dijo Gaia, intentando encontrar las palabras adecuadas—.
Pregúntame lo que quieras.
—¿Llevaba tu madre la cinta cuando asistía a un parto?
—No.
— ¿Te la enseñó alguna vez antes de la noche en que la Vieja Meg te la
dio?
—No. Yo no sabía nada de esa cinta.
—¿Has visto alguna vez algo escrito por tu madre en un alfabeto
extraño?
A Gaia le dio un vuelco el corazón. Se lamió los labios.
—No.
—Mientes.
—No —repitió—. A quien le gustaba hacer juegos de palabras,
normalmente añadiéndoles música, era a mi padre.
El hermano Iris volvió a levantar las cejas.
—Entonces, ¿es posible que bordase él la cinta?
175 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia le miró, la idea la intrigaba.
—Puede ser —dijo—. Al fin y al cabo era sastre. Él hacía toda nuestra
ropa.
En ese momento cayó en la cuenta de que su madre podía haberle
hablado de los bebés, y de que su padre podía haber registrado la
información en la cinta bordada.
El hermano Iris se apoyó en la mesa con expresión relajada.
—Es una pena —dijo secamente. Por lo visto había llegado a la misma
conclusión que ella.
Gaia entrecerró los ojos.
—¿Qué es una pena? ¿Haberlo matado? ¿Y por qué? Era el hombre más
bueno del mundo.
—Mató a dos guardias.
—¿Cuándo intentaba escaparse? No me lo creo.
—Cuando intentaba llegar hasta tu madre.
El dolor del corazón de Gaia se recrudeció; durante un momento se
imaginó a su padre luchando contra ellos... para ver a su madre.
Aquello tenía más sentido. Aquel era su padre. Miró con resentimiento al
hombrecillo canoso. El canario volvió a soltar un gorjeo y se puso a
cantar.
Tras dejar la taza, el hermano Iris se acerco a un armario, abrió un
cajón y sacó un frasquito. Luego se puso junto a los ventanales y lo
sostuvo al trasluz. Gaia jadeó al reconocer su frasco de tinta.
—Voy a contarte algo sobre esta tinta. Es de color ocre y contiene una
mezcla de arcilla, alcohol y antibiótico —dijo inclinándolo a izquierda y
derecha frente a la luz mientras observaba el color opaco y marrón—.
Bastante primitiva, pero funciona. Sin embargo, lo que se sale de lo
normal es la adicción de antibiótico, sobre todo porque los antibióticos
son ilegales en el exterior del muro. ¿Hizo tu madre esta tinta?
Gaia pensó a toda prisa. Aquel hombre debía de saber lo mismo al
menos que Leon antes de hablar con ella en el jardín. ¿Le abría contado
Leon lo de la marca del tobillo? Si era así, el hermano Iris la estaba
poniendo a prueba, una prueba que tenía que superar. Por otra parte,
176 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
si Leon había guardado el secreto, ella se lo estaría revelando sin
necesidad al enemigo.
—¿Gaia? —insistió el hombre, que se le acercó destapando el frasquito
de tinta—. No me hagas perder el tiempo —añadió con tono ominoso.
Luego metió la punta del dedo meñique en la tinta y lo sostuvo frente a
los ojos de Gaia.
—Es para los lunares —respondió esta.
El esbozó una sonrisa de satisfacción.
—Ya vamos avanzando —dijo —; cuéntame.
Gaia le explicó que su madre acostumbraba a dar té a las parturientas
y a marcar el tobillo de los recién nacidos con cuatro lunares. Durante
la explicación lo estuvo mirando atentamente, pero no pudo distinguir
si el hombre estaba familiarizado con la información o no. Con eso sí
que se acababa todo lo que Gaia podía contarle. Si querían saber algo
más, ella no podría ayudarles y... ¿entonces qué? La matarían, pero era
muy probable que primero la torturaran o que hicieran daño a la gente
que quería.
Cuando acabó de hablar, la habitación se quedó en completo silencio.
Solo se oía el débil zumbido de la pantalla del escritorio y un martilleo
sordo procedente de la plaza.
—¿Puedo ver ya a mi madre? —preguntó.
El hermano Iris soltó una risa sarcástica.
—¿A qué vienen tantas prisas? Acabamos de empezar.
Tapó el frasco de tinta y lo guardó con rudeza en el cajón. Luego sacó
una hoja de papel y un lápiz y los dejó en la mesita que había junto a
Gaia. Miró sus brazos y frunció el ceño. Pulsó otro botón de la mesa.
—Que venga un guardia —ordenó.
La inquietud de Gaia, sentada rígidamente en la silla, crecía por
momentos. El hermano Iris tomó la taza y se acercó a uno de los
ventanales para mirar al exterior. Algo en su estudiada
despreocupación le produjo a Gaia un escalofrío, y cuando observó sus
hombros estrechos y encorvados y sus pequeñas y remilgadas gafas de
sol sintió una aversión que nunca antes había sentido. El odio que le
177 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
producía la amedrantaba aún más, hasta el punto de hacer que sus
helados dedos temblaran.
Recordó las palabras de Myrna y trató de aferrarse a ellas: sobrevivir.
Ese debía ser su principal objetivo. Hasta el momento lo había logrado,
pero a costa de revelar los secretos de sus padres. ¿Qué pensaría su
madre de eso?
Oyó la llamada en la puerta. El hermano Iris le ordenó al guardia que la
desatara. Cuando estuvo libre, tuvo que frotarse las manos para aliviar
en lo posible el dolor y los pinchazos que le subían hasta los hombros.
—La habitación está preparada, hermano —dijo el guardia.
Gaia dio un respingo al oír la voz. Al girarse un poco vio al sargento
Bartlett, con su pelo rubio cuidadosamente peinado y la expresión
neutra. Desvió la mirada de inmediato para que el hermano Iris no
notara que lo conocía. Quizá, solo quizá, León había arreglado las cosas
para que su amigo estuviera por allí, pero no estaba probado que el
sargento Bartlett tuviera intención de ayudarla.
—Bien —contestó el hermano Iris—, quédate en la puerta.
Entonces el hermano Iris volcó en Gaia toda su atención.
—Quiero que dibujes la marca de los lunares —dijo tendiéndole el lápiz.
Gaia disimuló la sorpresa que sentía. Hubiera sido más rápido
enseñarle la que ella misma tenía en el tobillo, pero por lo visto el
hermano lo ignoraba y aquello quería decir que Leon no se lo había
contado. Gaia se obligó a apretar el lápiz con sus dedos fríos y
entumecidos. Consciente de que el sargento situado a su espalda la
observaba también, trazó cuidadosamente el familiar dibujo.
—¿Esto? —preguntó, sorprendido, el hermano Iris al recoger el papel—.
Algo sencillo —añadió en otro tono, como si el asunto cobrara un nuevo
sentido—. ¿Qué significa?
Gaia se encogió de hombros.
—No lo sé, parece la mitad de un cuadrado.
Por suerte el hermano Iris seguía mirando al papel, porque si no se
hubiera dado cuenta de que Gaia mentía. Sabía que la referencia a la
constelación de Orión estaba relacionada con el apellido de soltera de
178 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
su madre, pero si aquel hombre no reconocía el dibujo no sería ella
quien se lo aclarara.
—Así que todos los bebés que tu madre ha ascendido al Enclave, todos
los del Sector Occidental Tres, tienen esta marca. ¿Es así?
—Sí. A veces asistía al parto de otros sectores pero la mayoría eran del
sector tres.
—Pero esos bebés estarán también registrados en la cinta.
—Supongo. No lo sé.
Cooperar con aquel hombre la hacía sentirse profundamente incómoda.
Para ser sincera, al menos sincera en parte, nunca se había sentido tan
molesta consigo misma. Su mirada vagó con nostalgia hacia los
ventanales. La niebla había desaparecido y el sol se reflejaba en la
piedra blanca del obelisco.
—¿Por qué crees que la cinta es un registro de bebés?
—Ven, mira esto —dijo el hermano Iris.
Gaia se acercó al escritorio. En la pantalla había una imagen
aumentada de la cinta, que casi tenía la anchura de una mano. El
dibujo de los hilos se veía a la perfección.
Gaia apretó con fuerza el lápiz, deseando que aquel bordado se
transformara por sí solo en algo comprensible, pero los símbolos se
asemejaban mucho más a simples garabatos que a letras. Al percibir
que el hermano Iris observaba su cara atentamente, trato de
concentrarse, pero solo consiguió ponerse más nerviosa.
A su lado, el hombre suspiró.
—Lo siento —murmuró Gaia—, no sé lo que es.
—No hay duda de que lo acabaremos descifrando. Ya sabemos que se
trata de un registro de nacimientos. —El hermano Iris señaló un grupo
de símbolos—. Estos son números; se repiten con ciertas variaciones. —
Señaló otro grupo y después otro más, pero Gaia no veía relación por
ninguna parte—. Los otros símbolos son los nombres de los padres. Al
compararlos con el registro de fechas de nacimientos de la Guardería,
podremos conocer a los padres biológicos de nuestros niños del exterior,
179 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
al menos los del Sector Occidental Tres. Parece ser que tu madre es la
única comadrona que llevaba un registro.
—¿Has interrogado a las otras?
—Por supuesto.
Gaia se preguntó si su madre había estado al tanto de esas
investigaciones y si por eso habría dado la cinta a la Vieja Meg pocas
semanas antes de ser arrestada. Frunció el ceño, y el hermano Iris
ladeó la cabeza, observándola.
—¿Quieres preguntarme algo más? —le dijo secamente.
—¿Por qué no les han seguido antes la pista a los padres biológicos? —
preguntó Gaia. Hubiera sido lo lógico.
Él levantó una ceja y se inclinó un poco hacia atrás.—Debiéramos
haberlo hecho, desde luego, pero existía un concepto erróneo de
igualdad y equidad: todos los bebés procedentes del exterior debían ser
iguales, así que no había por qué saber nada de sus progenitores. Eran
miembros de pleno derecho de las familias del Enclave, con todos los
derechos de sangre, sin lazos con el exterior. Este era el principio desde
hace décadas, cuando el Enclave rescató por primera vez del exterior a
niños maltratados por sus padres. Además, se suponía que el
anonimato incrementaba el sentido de responsabilidad: había una
obligación común de criar a todos los niños, de crear un Enclave mejor
para todos. Era absurdo, por supuesto. Debido a su naturaleza
individualista, la crianza de los hijos no funciona a gran escala. Aun
así, hasta la familia del Protector creyó en el anonimato durante un
tiempo.
Gaia pensó en Leon, adoptado por el Protector y su primera esposa.
Nadie conocía a sus padres biológicos.
—También había razones prácticas —prosiguió el hermano Iris—.
Algunos padres del exterior, cortos de miras, se oponían a que sus hijos
fuesen ascendidos. Querían controlar las adopciones y reclamar
después a sus hijos. En una ocasión, un abuelo traspasó el muro para
llevarse a un niño de dos años, creyendo que era su nieto. Como los
padres del Enclave querían asegurarse de que eso no volviera a pasar,
debimos prometerles que no habría registros que relacionaran a los
niños con sus padres biológicos.
180 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
El hermano Iris se volvió hacia Gaia y la observó con expresión sombría.
—El mensaje cifrado de tu madre, o más bien de tu padre, tiene una
importancia crucial en este momento.
Gaia no pudo disimular su confusión ni su frustración.
—Pues sigo sin entender por qué —dijo—. ¿De qué sirve ya saber
quiénes eran sus padres? Si son los genes lo que les preocupan, ¿por
qué no hacen pruebas de ADN a todo el mundo y ya está?
Él la miró con curiosidad; después recorrió con un dedo el borde de la
pantalla, frunciendo el ceño en actitud pensativa.
—Tienes una curiosa mezcla de ignorancia y conocimiento —dijo con un
tono extraño—. ¿Sabes qué es exactamente el ADN?
Gaia dudó mientras trataba de recordar lo que le habían enseñado sus
padres en las tardes que pasaban en el inlago.
—Sé que es el código genético de una persona, y que el código de cada
persona es único, como una huella dactilar.
—En principio, es cierto. Hemos hecho la prueba a muchas familias del
Enclave, a las que nos preocupaban. Ahora estamos relacionando
ciertos problemas médicos con algunos genes específicos. Algunos de
los menos importantes, como la hemofilia, los conocemos desde hace
tiempo; otros, como la infertilidad, son más complejos.
—¿Y por qué no hacen pruebas también a los de fuera del muro?
Entonces podrían encontrar a los parientes, ¿no?
Él negó con la cabeza.
—Eso sería como echar más paja al pajar donde buscamos una aguja.
El ADN a secas, sin el parentesco concreto, es menos útil cuando se
quiere identificar un gen específico y significativo. Pero esto no viene al
caso. Lo que necesitamos de ti es que identifiques a los padres
biológicos de los bebés ascendidos del Sector Occidental Tres. Ese es
nuestro objetivo prioritario. La cinta es clave para obtener esa
información.
—Pero... —Gaia seguía sin entenderlo.
—Confía en mí —dijo el hermano irónicamente, subiéndose las gafas—.
Haz tu parte: descifra el código —añadió. Luego pulsó un botón y un
181 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
rollo de papel empezó a salir por una ranura lateral del escritorio; al
primero le siguió otro. El hermano Iris los recogió y se los entregó—.
Esta es la ampliación de la mitad izquierda de la cinta. Si crees que
necesitas más, dímelo.
Gaia miró la cinta impresa; cada hilo de seda se veía con claridad, pero
el significado seguía siendo igual de críptico. El hermano Iris le hizo una
seña al sargento Bartlett, que dio un paso al frente.
—Supongo que también se lo pediría a mi madre —dijo Gaia—, ¿por qué
cree que yo podré descifrarlo cuando ella no pudo?
La sonrisa del hombre no incluyó a sus ojos.
—Porque tú eres más inteligente —respondió. Luego se quitó las gafas y
limpió los cristales con un pañuelo. Cuando levantó la mirada, sus
inquietantes ojos de pupilas dilatadas la traspasaron—. Tienes
veinticuatro horas para demostrarnos que estas dispuesta a colaborar.
Esto no es ningún juego.
182 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
17 El Código de los Bebés
Transcrito por Liz
Corregido por Lornian
l sargento Bartlett escoltó a Gaia hasta una habitación pequeña y
limpia con paredes amarillo pálido y una gran ventana, junto a
una de las paredes había un escritorio de madera y, en la de
enfrente, un catre con sábanas, manías y una almohada. Una puerta
estrecha conducía a un baño sencillo, donde Gaia vio toallas blancas
dobladas sobre un estante situado junto al lavado. En el suelo había un
par de impolutos zapatos negros y, sobre estos, un vestido gris colgado
de una percha. Gaia se acercó a la ventana, que también tenía vistas a
la plaza, aunque desde mayor altura. La hoja, horizontal, estaba subida
unos veinte centímetros y trabada, para que no pudiera abrirse más.
Gaia vio los tejados blancos de la cárcel y de otros edificios; en un patio,
un sitio tranquilo donde aún no daba el sol, una mujer vestida de rojo
colgaba ropa en un tendedero. ¡Lo que hubiera dado por estar en su
lugar!
Cuando el sargento se aclaró la garganta desde el umbral, Gaia se giró
como una peonza. Ni siquiera se acordaba de que seguía allí.
—Te hemos dejado una muda de ropa para después de la ducha.
¿Necesitas algo más?
Gaia buscó sus ojos castaños, que por primera vez le parecieron más
complacientes. Observó que el sargento también era joven, quizá algo
mayor que Leon. Su boca era más llena, con más color, su cutis
bronceado y sus rasgos regulares. Era más alto y más ancho de
hombros que el capitán. Mientras que este era pálido, serio y
E
183 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
circunspecto, el sargento Bartlett transmitía una despreocupación
confiada, pese a la rigidez que exigía su trabajo.
—¿Sabe Leon que estoy aquí? —le preguntó Gaia.
El sargento parpadeó con cierta sorpresa y recobró al instante su
expresión amable y neutra.
—Yo se lo diré.
—¿Podré tener agua y algo de comer?
—Por supuesto.
Gaia se dejó caer en una silla; al menos no iban a matada de hambre.
En sus manos, aferraba los rollos de papel que le había dado el
hermano Iris. Nunca había sido una gran lectora, entre otras cosas
porque en el exterior había pocos libros, y la tarea de descifrar el código
le parecía insalvable.
—Necesitaré algo para escribir —dijo—, y papel.
—Eso está en el cajón —contestó el sargento, señalando el escritorio.
—Ah.
Gaia miró de nuevo al guardia; daba la impresión de estar
entreteniéndose a propósito. Apretaba rítmicamente los dedos contra el
costado de su pierna, arrugando la tela del pantalón. El gesto la
sorprendió porque le resultó conocido, aunque no supo de qué.
—¿Pasa algo? —preguntó Gaia por fin. Tras pensando un poco, el joven
entró en la habitación y cerró la puerta.
—¿Es verdad que los lunares significan que se ha nacido en el Sector
Occidental Tres?
Gaia, sorprendida, intentó recordar si el sargento estaba presente
cuando ella y el hermano Iris hablaron de eso. El sargento le había
desatado las manos para que ella dibujase la marca.
—Sí.
Por cómo cerró brevemente los ojos, Gaia supo que no lo había
preguntado por simple curiosidad.
184 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Si yo tuviera esos lunares, no digo que los tenga pero, si los tuviera,
me gustaría conocer a mis padres —añadió él con tono apremiante—.
Te agradecería mucho que me ayudaras.
Parecía a punto de levantarse la pernera y quitarse la bota para
enseñarle la marca.
—No conozco el código —contestó Gaia.
El sargento se quedó confundido y disgustado.
—Pero seguro que sabes algo. ¿No te contó nada tu padre?
Gaia se acercó al escritorio y alisó los papeles sobre el tablero. Después
examinó atentamente la primera línea:
Los símbolos no correspondían a ningún alfabeto que ella conociera. Se
frotó la frente y luchó contra la desesperación y el miedo.
—Piensa —dijo el sargento amablemente—, piensa en todo lo que te
enseñó tu padre. Debe de estar en tu cabeza, en alguna parte. ¿Era un
hombre culto? ¿Hablaba idiomas?
—No era más que un sastre.
Su padre había sido un sastre autodidacta que no necesitaba ni
patrones. Era capaz de imaginar cómo debía cortar cada retal hasta
para la prenda más complicada, y no se equivocaba jamás. Pero
también le gustaban los juegos y los trucos y los códigos y los dibujos.
Gaia recordó de nuevo cómo cantaba la canción del alfabeto al revés.
Tocaba horas y horas, y componía sus propias canciones.
Se sentó en la silla del escritorio, con expresión reconcentrada. Podía
hacerlo. Debía hacerlo, como fuera. Pensaría en su padre y en su
material de costura y en sus anchas y hábiles manos. Usaría todas y
cada una de las pistas posibles y trataría de leerle la mente. Mientras
su mirada se desenfocaba, oyó el rítmico sonido del pedal de la
máquina de coser y el tarareo que su padre alternaba con los
chasquidos de lengua. Pero la pena, como un río subterráneo, se filtró
en su mente y ralentizó sus pensamientos. Ojalá estuviese allí con ella.
185 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Si por lo menos estuviese vivo... —farfulló.
—Lo está. En ti. De un modo u otro —dijo el sargento Bartlett. Cuando
le dedicó una sonrisa de ánimo, un brillo tenue iluminó sus ojos—.
Tengo que irme —añadió dirigiéndose a la puerta—. Luego vendré a
traerte la comida. Si necesitas algo más, un diccionario o lo que sea,
dímelo.
Gaia tragó saliva, asintiendo, casi sin apartar la mirada de los símbolos,
buscando cualquier cosa que le resultara familiar, porque eso podría
darle alguna pista. El sargento salió y cerró la puerta sin hacer ruido,
Gaia hundió la barbilla en la palma de su mano suave y fría.
«Olvídate del reloj», se dijo, «olvídate de que la vida de mamá depende de
tu cooperación. Piensa solo en papá.»
Cerró los ojos para oír de nuevo el pedal. Convocó la imagen de su
padre sentado a la máquina, junto a la ventana, inclinado hacia
adelante para mirar la tela mientras pasaba por debajo de la aguja.
Cuando Gaia se acercaba, él siempre se detenía, se enderezaba y
estiraba los brazos por encima de la cabeza. Sus ojos castaños eran
amables, cálidos; su voz, desbordante de risa. Después se agachaba un
poco y le tiraba de una trenza, con un tironcito juguetón que aún
sentía. «Hola, pequeña».
Pensar en él era doloroso, aunque solo rememorara los mejores
momentos, pero trató de acordarse de todo. Debido a su canción del
alfabeto al revés, que Gaia había recordado a raíz del mensaje de su
madre sobre Daní O, era posible que su padre hubiera escrito algunas
letras a la inversa. Siguiendo su inspiración, sacó el espejito de su
bolsillo y miró el reflejo de los símbolos.
—No es posible—masculló. Seguían siendo igual de indescifrables.
Al cabo de otra hora, lo único que había conseguido era un considerable
dolor de cuello. Flexionó los brazos, se estiró y se reclinó en su asiento.
Había descubierto que varios símbolos se repetían, pero no de una
forma que tuviera algún significado para ella. Así no iba a ninguna
parte. Encima, estaba hambrienta. Se levantó y se acercó a la puerta
para probar el pomo. Estaba cerrada. Llamó con los nudillos,
preguntándose cómo le iba a pedir algo al sargento Barlett si no estaba
allí. No obtuvo respuesta.
186 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Al menos podía beber agua del lavabo. En cuanto entró en el baño,
decidió lavarse. El agua caliente de la ducha resultaba deliciosa sobre
su piel y extrañamente consoladora para su desconcertado cerebro.
Abrió la boca al tibio rocío y bebió. Enseguida se había puesto su
vestido nuevo, en cuyo bolsillo encontró un rollo de calcetines. Sopesó
los calcetines, recordando el alfiletero en forma de limón de su padre y
preguntándose una vez más cómo habría acabado en poder de aquel
niño. Se dio cuenta de que lo mismo podría pasar con cualquier clase
de información que le diera al hermano Iris. Una vez que se la
entregara, no tendría el menor control sobre su destino ni sobre su uso.
Sin embargo, no había otro remedio. Hasta que no descifrara el código,
no tendría nada para negociar. Si quería ver de nuevo a su madre,
debía dar al menos la impresión de que estaba cooperando. Tenía que
seguir.
Cuando volvió a la habitación amarilla secándose sus cortos cabellos
con una toalla, vio que el papel de arriba se había caído al suelo. Sus
ojos, desenfocados, simplificaron el código a un dibujo de líneas
borrosas y, por un instante fugaz, creyó ver algo. Parpadeó rápidamente
y se inclinó para recogerlo. En cuanto lo hizo, la visión desapareció,
fuera cual fuese, y la mezcla de símbolos siguió siendo tan
desconcertante como siempre.
—¿Qué es lo que he visto? —se preguntó.
Dejó otra vez el papel en el suelo y retrocedió hasta el baño, decidida a
reproducir sus pasos.
—Me estoy volviendo loca —gruñó.
Se quedó en el umbral del baño, mirando el papel con los ojos
entornados. Desde allí, la cinta se transformaba en una serie de líneas
de colores sobre un fondo marrón. Pero, debido al ángulo y la distancia,
ese fondo destacaba del resto, conformando un nuevo dibujo de bandas
marrones y regulares.
—Lee entre líneas —murmuró, enfocando de nuevo la mirada.
Esta vez, al dejar el papel sobre la mesa, intentó no mirar los símbolos,
sino el espacio comprendido entre ellos.
187 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Cuando alguien llamó a la puerta, Gaia retrocedió hasta la ventana y
trató de ahuecarse el húmedo pelo con la toalla. Leon abrió la puerta
acarreando una bandeja. Gaia se quedó boquiabierta, muda de
asombro. Su mente forcejeó para recuperar los recuerdos sobre la
última conversación que había mantenido con él, sobre la barra de pan
que le compró, sobre las horribles palabras de Myrna respecto a los
crímenes del joven contra el Estado.
—Tómate esto —dijo Leon ofreciéndole la bandeja. Ella la recogió
después de meterse la toalla bajo el brazo. El capitán miró rápidamente
a izquierda y derecha del pasillo y cerró la puerta.
—¿Qué haces tú aquí? —preguntó Gaia.
—He venido a ver si podía ayudarte. ¿Has hecho algún progreso?
Las dudas constriñeron el corazón de Gaia.
—¿Te manda el hermano Iris? —inquirió dejando la bandeja sobre el
escritorio—. ¿Sabes algo de mi madre?
Él la contempló con expresión de perplejidad.
—No me manda nadie —contestó—. He venido por mi cuenta, en cuanto
Bartlett me dijo dónde estabas. No he oído nada sobre tu madre —
añadió, y se irguió lentamente, la expresión grave.
—Lo siento —dijo Gaia a todo correr, sosteniendo la toalla con ambas
manos—, es que… — le daba miedo que la manipularan, y la verdad era
que Leon significaba algo para ella. No pasaba nada por reconocerlo.
Hasta en aquellas circunstancias, se sentía mejor por el simple hecho
de tenerlo al lado. Y no solo mejor, sino extrañamente emocionada. Él
siguió mirándola con sus ojos cautos y recelosos, hasta que ella por fin
levantó una mano. Pues si era un instrumento del Enclave que lo fuese.
Al fin y al cabo ya no tenía nada que perder.
188 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Me ha parecido ver algo —admitió—, una especie de efecto óptico,
pero no estoy segura.
—¿Qué has visto?
Gaia agarró el cuenco de sopa y la barrita de pan integral, echando de
paso una nueva ojeada al código.
—No lo sé. Creo que lo distinguí cuando lo veía borroso.
Al dar un mordisquito al pan, su apetito se desató de tal manera que le
volvió a dar un segundo y enorme mordisco.
—Te vas a atragantar —advirtió Leon. Se quitó el sombrero y lo dejó al
lado de la bandeja sin apartar la mirada de Gaia—. Me alegro de ver que
esto no afecta a tu apetito— añadió secamente.
Gaia sintió un deseo malsano de reírse, o de llorar, o de ambas cosas a
la vez. Acabó de masticar y tragó.
—¿Está bueno? —preguntó Leon.
Gaia asintió. Como le dijera algo bonito, cualquier cosa amable, se iba a
poner a llorar a moco tendido.
Él también asintió.
—Vamos a echarle un vistazo al famoso código.
Gaia acabó de tragar como pudo. Mientras él se inclinaba sobre el
escritorio para examinar los papeles, ella se fue acercando poco a poco.
Él apoyó una mano en el tablero, le dio la vuelta a la hoja de arriba y la
giró en varias direcciones. Gaia se acabó el pan. Leon tenía los hombros
anchos y olía a la tela limpia de su uniforme negro, como si estuviera
impregnado del sol.
También con aquello se sintió confundida, y molesta. Quería un sol
para ella sola.
«Contente», se reprendió con dureza. Volvió al baño para dejar la toalla
y, al hacerlo, se miró furtivamente en el espejo. La fina capa de
humedad que lo cubría suavizaba la crudeza de la imagen; por una vez
Gaia se obligó a mirarse directamente a la cara. «Está es la cara de una
chica que pronto morirá», pensó. La belleza era irrelevante. Su mejilla
derecha estaba ruborizada por la ducha y su pelo corto y castaño caía
en ondas húmedas y desaliñadas sobre sus ojos marrones. En el lado
189 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
izquierdo de su rostro, un arrugado borrón marrón rojizo se extendía
desde el lóbulo de la oreja hasta la punta de la barbilla, y desde allí
subía por la mejilla hasta la sien. Daba la impresión de que alguien
hubiera arrugado una hoja de papel empapada con pegamento marrón
y se la hubiese aplastado contra la cara. «Una máscara», pensó, y no
por primera vez. Parecía que llevaba una máscara espantosa y
permanente. Cualquiera que opinara lo contrario, mentía.
La fría realidad se abatió una vez más sobre sus nervios. Necesitaba
descifrar el código. Lo demás daba igual.
—Gaia —dijo Leon en voz baja desde el umbral—, ¿para qué es el
espejo?
Tras dar un respingo, Gaia cayó en la cuenta de que se refería al
espejito que había dejado en el escritorio.
—Para una cosa que se me ocurrió, pero no sirve de nada. A mi padre le
gustaba darle la vuelta a las cosas, como en su canción del alfabeto al
revés.
—A lo mejor necesitas un espejo más grande—sugirió Leon, que
sostenía el código y señalaba el espejo en el que Gaia acababa de
mirarse.
Esta consideró la sugerencia y, tras tomar el papel, lo sostuvo frente al
espejo; estaba a punto de secar el cristal cuando por segunda vez le
pareció ver algo, un vislumbre de letras reconocibles. Intrigada, miró
con más atención, pero las formas cambiaron y se convirtieron de nuevo
en un revoltijo de signos enigmáticos. Soltó un gruñido de frustración.
—¿Qué pasa? —preguntó el capitán.
Estaba justo detrás de su hombro.
—Me ha vuelto a parecer que distinguía algo —contestó Gaia—, pero en
cuanto lo veo se esfuma.
Él se inclinó y se le acercó más, de modo que de pronto le rozó el
hombro con el brazo. Gaia se encogió de forma instintiva, sin quitarle
ojo a través del espejo.
—¿Me permites? —preguntó Leon educadamente, extendiendo el brazo
hasta el espejo para secarlo con la toalla. Gaia sintió que aquel espacio
190 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
tan pequeño resultaba agobiante para tantas personas, incluso cuando
él apartó la mano del cristal; sintió opresión en los pulmones.
Se concentró en el reflejo con todas sus fuerzas, mirando los espacios
entre las líneas y entonces, súbitamente, vio algo. Contuvo el aliento. Al
observarlo desde más cerca, estuvo segura. Había estado pendiente de
los símbolos, tratando de hallar un patrón en dios, pero ese patrón
estaba entre los símbolos, en el espacio en blanco.
—iMira! —exclamó señalando. Leon parecía tan desconcertado como de
costumbre.
—iAquí! —insistió Gaia señalando un espacio entre dos símbolos—.
Están al revés, pero entre los símbolos hay letras. ¡Mira!
—Que no lo veo —se quejó el capitán.
Gaia, ruborizada por la emoción, lo agarró impulsivamente del brazo.
—Aquí, ya verás —aseguró, tirando de él hacia habitación. Dejó el papel
sobre el escritorio y colocó dos lápices en las franjas horizontales
situadas entre las líneas de símbolos para crear un borde por encima y
por debajo de una línea de caracteres.
—Mira entre los símbolos—dijo señalando—. Hay letras mayúsculas del
revés en los espacios. Van de atrás hacia adelante.
Señaló de derecha a izquierda, poco a poco: G, L, M, V, Y, L, M, M, R, V,
L, I, R.
Como observaba a menudo la cara de Leon, supo el momento exacto en
que lo comprendió. La sonrisa del capitán se hizo más ancha y sus ojos
azules titilaron de emoción.
—¿Qué dice? —preguntó—. ¿Puedo hacerlo yo?
Agarró el papel y volvió al baño para sostenerlo delante del espejo. Gaia
ya sabía lo que iba a ver, y estaba pensando en el siguiente paso. Sacó
una hoja de papel del escritorio y apuntó rápidamente:
191 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Ay, papá —murmuró, desgarrada entre la tristeza y el orgullo—. Si es
esto, eres impresionante.
Como estaba deseando ver el resultado, prácticamente le arrancó el
papel de las manos a Leon cuando el volvió del baño.
—¿Y ahora qué haces?
Gaia no contestó. Copió las letras de la línea superior del mensaje
codificado a la hoja en blanco y se sirvió del alfabeto invertido para
transformarlas en sus contrarias. Perpleja, descorazonada, añadió la
línea siguiente. Estaba en la mitad de esta cuando advirtió que
pronunciaba nombres conocidos. Los nombres iban de derecha a
izquierda, del revés, como las letras, y aunque a las fechas les pasaba
algo el resultado era:
— REPSAJ — RSXY — XWIRO — EINNOB — ENOTSOL — LLIW —
RSXY — WT— NOQZ — ELOOP — YMA — OCRUT
Sus padres: Jasper Stone y Bonnie Orión, Gaia sintió que la parte
posterior de las orejas le cosquilleaba de una forma extraña, como si le
hubiesen salido de algún tipo de antenas que recibieran mensajes de
ultratumba. Hundió el rostro entre las manos y dejó caer la caben sobre
el escritorio.
—Gaia —dijo Leon bajito—, ¿qué es?
Se había agachado a su lado, para poner su cara a la altura de la de
ella. Cuando Gaia le miró, Leon vio que sus ojos estaban llorosos.
—Son mis padres. Empezaron el registro cuando ascendieron al primer
niño al Enclave, y ese niño en mi hermano mayor. Primero figura el
nombre de mi padre y luego el de mi madre —contestó tras lo cual
examinó el segundo grupo de símbolos—. Las palabras están separadas
por uno de estos círculos o cuadrados pequeños —dijo señalándolos—.
Esta parte repetida, R S X Y, debe de ser una fecha. El hermano Iris
había supuesto bien. Todavía no sé cómo funciona lo de los números,
pero sé que esto es la fecha de nacimiento de mi hermano.
—¿Figura su nombre?
192 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—No. Los bebés no conservan sus nombres cuando son ascendidos,
solo sus fechas de nacimiento. Mi padre lo sabía. Esto no es
exactamente un registro de bebés, sino un... —Gaia se esforzó por
encontrar las palabras adecuadas.
—¿Qué?
Pasó lentamente la mano por la copia. Ya sabía que era capaz de
descifrar los nombres y que conocería muchos de ellos.
—Un registro de pérdidas. Un registro de las pérdidas de los padres,
bebé tras bebé.
Un abismo la absorbía hacia la sima. Descubrir que la lista comenzaba
con los nombres de sus propios padres la había dejado atónita, pero
todo cobraría sentido. Siempre había sabido que sus padres
ascendieron a sus dos hermanos, pero que lo hubieran deletreado ante
ella con meticulosas puntadas de hilo de seda convertía esa pérdida en
algo muy distinto.
Las velas encendidas cada noche, la marca tatuada de cada niño que su
madre entregaba, como si cada uno de ellos fuese un nuevo hijo que no
podía quedarse. La lista era interminable, había cientos de nombres. Su
madre ascendía como mínimo dos mensuales, y solo se encargaba del
Sector Occidental tres. Demasiados bebés. Demasiadas pérdidas.
—¿Pero qué he hecho? —murmuró acongojada. Ella había continuado
su labor. Ella, Gaia Stone, por cumplir con la cuota mensual, había
llevado personalmente seis niños al Enclave.
—Gaia —dijo Leon— tómatelo con calma. Todo irá bien.
—No —replicó día, convirtiendo sus manos en puños y envolviéndose en
sus propios brazos. Ahora lo entendía. Había separado a unos bebés de
unos padres sencillos y amantes para transformarlos en ciudadanos del
Endave, como los que llenaban la plaza para ver la ejecución de una
mujer embarazada, como los que aprobaban el encarcelamiento de sus
médicos, como los que permitían el sufrimiento de los niños en el
exterior del muro, la reclusión interminable de su madre, el asesinato
de su padre.
—¿Qué he hecho? —repitió con voz rota.
193 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Shhh —susurró Leon. Cuando pensaba que el corazón iba a estallarle
en pedazos, Leon la puso en pie y la abrazó.
—No, Gaia —le dijo al oído—, tú no tienes la culpa de nada. Pensabas
que hacías lo que debías hacer.
Gaia estaba demasiado horrorizada para llorar.
—Eso no significa que no sea responsable. Yo les quité esos niños a sus
madres para entregárselos a esta sociedad... demencial —dijo, la voz de
pronto estridente—. ¿Y ahora qué? ¡Ahora los estoy ayudando a
descifrar esto! —se zafó de los brazos de Leon y rompió el código por la
mitad—. ¡Soy tan mala persona como tú! ¡Tan mala como todos los del
Enclave! —Arrugó los papeles y los arrojó lejos de sí.
Leon se quedó inmóvil, con los brazos abiertos y las cejas levantadas
por la impresión, lo que daba a su rostro una expresión vulnerable y
herida. Gaia se consumía al pensar que de algún modo se había
traicionado a sí misma. Si se hubiera podido arrancar la verdad del
pecho no habría dudado en hacerlo. Su delito iba mucho más allá de
acatar o incumplir las leyes. Había ascendido a esos niños a una vida
que destruiría todo lo que hubiera en ellos de decente y de humano.
¡Ascendido! La misma palabra era una mofa.
—No somos tan malos —dijo Leon, la voz cargada de un convencimiento
sereno, como si, pese a todo lo ocurrido, acabara de descubrir una
verdad.
—¿No? ¿Entonces por qué seguimos hablando aquí? ¿Por qué no has
abierto esa puerta y me has ayudado a escapar?
El tiempo de cooperar se había acabado.
Hasta que no se diera cuenta de que cooperación equivalía a
complicidad, Leon era tan culpable de apoyar al Enclave como el
hermano Iris.
Se oyó un vocerío procedente de la plaza.
Leon se dirigió a la ventana.
—¿Qué es? —preguntó Gaia, acercándose para mirar. Un grupo de
chicas con capuchas rojas estaba siendo conducido hacia el Bastión.
Por la abertura inferior de la ventana se oían sus gritos de miedo y
194 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
perplejidad, a pesar de que varios guardias trataban de acallarlas—.
¿Qué pasa?
—No lo sé —contestó Leon en voz baja. Al mirarlo, Gaia vio una intensa
preocupación en sus ojos—. Voy a averiguarlo —añadió. Tras recoger su
sombrero se dirigió a la puerta.
—Y me dejas aquí —reprochó Gaia.
Leon disponía de una llave que estaba metiendo en la cerradura.
—No hay más remedio. Ahora no puedo sacarte. Es complicado. Debes
recordar que el bienestar de tu madre depende de ti. Sigue con el
código. Mira si puedes averiguar quiénes eran mis... —hizo una pausa y
sus ojos relampaguearon misteriosamente antes de apartarse de ella.
Recogió los trozos arrugados de la copia que Gaia había tirado al suelo y
los dejó sobre el escritorio.
Algo pareció encajar en el corazón de Gaia. Todo cobraba sentido. Leon
quería conocer a sus padres, por eso la había ayudado. Era igual que el
sargento Battlett, o que el hermano Iris. Todos la habían utilizado, como
le advirtió Myrna. En silencio, buscó un lápiz y lo deslizó hacia ella por
el escritorio.
—Muy bien. ¿Quieres saber quiénes son tus padres?
—Espera, Gaia, no se trata de eso.
El corazón era una piedra amarga en su pecho. Aquella información
podría usarla ella misma. Aún no sabía cómo, pero encontraría la
manera. Había toda clase de armas.
—Repíteme tu fecha de nacimiento —dijo con frialdad. Vio que una
pizca de color enrojecía las mejillas y los labios del capitán, un color que
intensificaba al máximo el azul de sus ojos. No hubiera sabido decir si
estaba ansioso, avergonzado o ambas cosas, pero le daba igual. Se hizo
fuerte contra su atractivo físico y asió el lápiz, esperando. En la plaza se
oyó un nuevo griterío.
—Doce de junio de 2390.
Gaia agachó la cabeza brevemente para anotarlo, Todavía ignoraba la
clave de los números, pero la averiguaría. Alisó los dos trozos de papel y
los unió por el borde rasgado.
195 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Veré lo que puedo hacer —dijo mecánicamente.
—Volveré a buscarte, lo antes que pueda.
Gaia lo dudaba. Le dio la espalda y se sentó al escritorio. Ahora que el
capitán conocía parte del código, podría enseñárselo al hermano Iris, y
ellos dos solitos podrían descifrar la cinta entera. Ya no la necesitaban
para nada, era total y absolutamente prescindible. Le oyó abrir la
puerta, pero no se volvió para mirarle.
—Gaia, por favor, piensa que de momento aquí estás a salvo. Confía un
poco en mí —dijo, la voz apenas un susurro. Un segundo después se
había ido.
196 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
18 Una Oportunidad
Transcrito por Vannia
Corregido por Laura
n cuanto Gaia hubo descubierto que los dos primeros nombres
eran los de sus padres y hubo deducido que las primeras fechas
correspondían a los nacimientos de sus hermanos mayores,
averiguar la clave de los números fue un trabajo tedioso, pero bastante
sencillo. Su hermano de más edad había nacido el doce de febrero de
2389 y los símbolos anteriores al nombre de su padre eran:
Antes se había equivocado al transcribir «I H C B — C D» por «R S X Y —
X W», en función del sistema de letras inversas, pero cuando partió de
la fecha de nacimiento de su hermano y escribió las letras de derecha a
izquierda, descubrió cuáles había usado su padre para los números. Es
decir, B C H I tenía que coincidir con 2389. Según esto, se trataba de
un sistema de sustitución muy sencillo: A=1, B=2 , C=3, y así
sucesivamente hasta J=0. Asimismo, D C era 43. Estuvo liada hasta
que cayó en la cuenta de que el doce de febrero era el día 43 del año. Su
padre había asignado un número a cada uno de los 365 días anuales,
de modo que la fecha de nacimiento de su hermano Arthur, el doce de
febrero 2389, figuraba como 43-2389.
E
197 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Debería haberse alegrado por descifrar el código, pero solo se sentía
desinflada, derrotada. No podía escapar de la culpa que la perseguía
desde que reparó en el tremendo error de la cuota de bebés.
Además, no entendía bien a sus padres. Hubiera deseado volver atrás y
prestar más atención a las conversaciones que había mantenido con
sus padres sobre sus hermanos. Era obvio que no le había hablado de
la cinta, pero sí le había comentado lo de los lunares. Sus padres
debían de haber disimulado, y mucho, el dolor que les produjo ascender
a sus dos primeros hijos. O eso, o de verdad creían que habían hecho lo
correcto, lo mejor para sus niños, aunque los extrañaran terriblemente
y los siguieran amando. ¿Podían ser verdad dos cosas tan
contradictorias?
Retomó el examen del código, hasta llegar al año 2390. Allí encontró los
padres que coincidían con la fecha de nacimiento de Leon: Derek Vlatir
y Mary Walsh. Cerró los ojos y se reclinó en la silla, ignorando la
tortícolis y tratando de asimilar que Leon era el hijo de Derek, el
panadero. Seguro que los Vlatir vivían en el Sector Occidental Tres
cuando Leon nació. Si este no hubiese sido ascendido, habría sido
panadero como su padre y se habría convertido en alguien totalmente
distinto: alguien quizá en quien se pudiera confiar.
Cuando acabó de transcribir el mensaje ya había oscurecido y la sopa
se había acabado hacía mucho. En el techo, una bombilla en espiral se
había encendido automáticamente. Si Gaia se quedaba muy quieta un
rato la luz se apagaba; si agitaba un brazo, se encendía de nuevo.
Supuso que la cajita blanca con un punto luminoso rojo situada en lo
alto de un rincón, era un sensor de movimiento.
Se levantó y se quedó en pie delante de la ventana, contemplando la
tranquila ciudad mientras su mirada cansada seguía las farolas que
bajaban describiendo amplias curvas desde el Bastión. No había nadie
en la calle. Las chicas de rojo habían desaparecido. La quietud olía al
empedrado de la plaza del obelisco.
Leon no había vuelto.
«Normal», pensó.
Apoyó la mano en la suave hoja de vidrio y se preguntó qué estaría
dispuesto a darle Leon a cambio de la identidad de sus padres. Y
198 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
también se preguntó si viviría para ver a Derek de nuevo y decirle que
su hijo se había convertido… había llegado a ser…
Cerró los ojos y apoyó la frente en la frescura del cristal. No sabía qué
pensar de Leon, pero pensara lo que pensase, un extraño sentimiento
de opresión le constreñía el pecho. No solo estaba furiosa con él, estaba
decepcionada. Mucho. Daba igual que estuviese cumpliendo con su
deber, como cualquier buen soldado. Había pensado que se podía
confiar en él. Peor que eso: había sido una completa idiota.
Se dejó caer en la cama, boca arriba, y miró el desbarajuste de papeles
del escritorio. «Debería romperlo todo y tirarlo por el retrete». Eso sería
la mejor prueba de que no le daba la real gana de seguir cooperando,
pero el gesto le serviría de poco si no había nadie para verlo.
Se cubrió la cara con las manos y se frotó los ojos. Cuando llamaron
rápido y bajito a la puerta, se sentó de golpe y la luz se encendió; debía
de haberse dormido. El corazón le dio un vuelco de alegría, pero solo era
el sargento Bartlett con otra bandeja; Gaia le hubiera atizado un buen
manotazo a su corazón. «¡Idiota!», se dijo, «Leon no va a venir». Al
acercarse al sargento para que le diera la bandeja, la mirada de este
voló hacia el escritorio y después al rostro de Gaia.
—¿Ya lo tienes? —preguntó.
—Puede, no estoy segura —Gaia partió un trocito de pan. El sabor
añejo y seco le pesó en la boca, pero tenía hambre. Los horarios de
comidas del Bastión parecían ser bastante raros—. ¿Qué hora es?
—Cerca de medianoche. ¿Podrías decirme quiénes son mis padres?
Gaia dejó de masticar; acababa de ocurrírsele una idea. Tragó.
—¿Sabes algo de mi madre?
Él pareció confundido.
—No. ¿Está aquí? ¿En el Bastión?
—No lo sé, pero sí sé que está presa en el Enclave. Yo vine para
buscarla —contestó Gaia—. ¿Cuánto interés tienes por saber lo de tus
padres? ¿El suficiente para dejarme escapar?
El sargento apoyó sus anchos hombros en la puerta y se cruzó de
brazos. Los músculos abultaron la tela negra de su uniforme.
199 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Sería demasiado peligroso —respondió.
Gaia soltó una risa seca.
—¿Para ti o para mí?
Él pareció pensárselo y después se pasó los dedos por su abundante
cabello rubio con un gesto que impresionó a Gaia, por la juventud que
revelaba.
—Para los dos. Es imposible, créeme. Quien te ayudara tendría que
marcharse definitivamente del Enclave. No puedes pedírmelo.
Gaia descubrió con amargura que eso mismo debía pensar Leon.
—Entonces no me pidas tú el nombre de tus padres. Espera, como
todos los demás, a que el hermano Iris se digne a compartir la
información.
Él le lanzó una mirada larga y escrutadora. Después agarró el vaso
vacío de la bandeja y entró en el baño. «Estúpido», pensó Gaia. Se comió
un trocito de queso blanco mientras oía correr el agua del lavabo.
Cuando el sargento volvió con el vaso lleno, a Gaia le pareció más
pálido. Tendió la mano hacia el vaso, pero él lo mantuvo en alto un poco
más de lo normal, y Gaia notó que la miraba intensamente. Con un
pequeñísimo movimiento de cabeza, el sargento le indicó el vaso;
súbitamente alerta, Gaia se acercó de nuevo y vio el mensaje escrito en
la palma de su mano:
CÁMARA - - - - →
Le echó una ojeada al sargento, que tenía los labios cerrados en una
línea tensa y la miraba a su vez con mucha atención.
—Estarás sedienta —dijo.
Con miedo de volverse, con miedo de mirar, Gaia se acercó el vaso a los
labios con manos temblorosas. «Ay, no», se dijo. La habían estado
vigilando todo el tiempo. Lo que había tomado por un sensor de
movimiento era una cámara. La habían visto con Leon, lo habían visto
marchar. Su mente iba a mil por hora. La estaban vigilando en aquel
mismo instante. Los estaban viendo a los dos. ¿Los escucharían
también?
200 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Se contuvo para no gritar de frustración. Comió otro poco de queso,
masticando despacio. El sargento volvió a apoyarse en la puerta. Gaia
vio que tenía el puño cerrado en un bolsillo. De hecho, todo su cuerpo
estaba en tensión. Esperó que quienquiera que los vigilase no lo notara.
—¿Qué les ha pasado a esas chicas? —preguntó, simulando que
iniciaba una conversación intrascendente.
—¿Qué chicas?
—Las que estaban antes en la plaza. Daba la impresión de que las
habían detenido y las traían aquí.
El sargento sacudió la cabeza, perplejo.
—¿Cuándo las viste?
Gaia se impacientó.
—Antes. Cuando Leon estaba aquí. ¿No has hablado con él?
El sargento desvió la mirada de una manera que la puso en guardia de
inmediato. Daba la impresión de que estaba escogiendo las palabras, y
Gaia reparó en que también él debía fingir que no le había dicho que los
vigilaban. ¿Por qué le había advertido lo de la cámara? Él pareció tomar
una decisión y le clavó sus ojos castaños.
—El Protector lo mandó llamar —dijo— poco después de que ayer
saliera de esta habitación. Desde entonces no lo ha visto nadie.
—Ya —contestó Gaia cortante—. Pues que su padre y él disfruten de la
charla.
El sargento se giró hacia la puerta.
—Tengo que irme; volveré a por la bandeja dentro de diez minutos.
Sírvete más agua si quieres —añadió asintiendo hacia el baño.
¿Agua? A Gaia le faltó poco para soltar un alarido. ¡Lo que quería era
salir de allí! Se retorció las manos y se volvió. La puerta se cerró
suavemente a sus espaldas, y ella exhaló un resoplido de aire
acumulado. ¿Y ahora qué? Una cámara vigilaba todos sus movimientos.
Le daba miedo mirar a la cajita blanca del rincón, pero estaba segura de
que aquello era su vigía. De repente la asaltó una idea: en el baño no
había cámaras, y al baño era donde había ido el sargento Bartlett.
Fingiendo despreocupación, se acercó primero a la ventana, después a
201 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
la bandeja para tomar el último trocito de pan y, entonces, asió el vaso,
entró en el baño y cerró la puerta. A continuación miró con ojos
desorbitados lo que vio en el espejo:
1 oportunidad
24-10-2390
El sargento lo había escrito con el trozo de jabón azul. Tratando de
calmar los frenéticos latidos de su corazón, Gaia mojó la punta de la
toalla y limpió el espejo. «24 de octubre de 2390», pensó, repitiendo
mentalmente la fecha para memorizarla.
Su mano se detuvo sobre el cristal. Conocía aquella fecha. Era la del
nacimiento de su hermano Odin. De forma instintiva, se llevó un puño a
los labios.
—No me lo puedo creer —susurró—, ¡es mi hermano!
¿Sería verdad? ¿Y si era otro de los niños ascendidos llevado ese mismo
día? La respuesta estaba en la cinta.
Tras comprobar que no quedaba ningún rastro de jabón en el espejo,
Gaia volvió al cuarto amarillo, dejó el vaso en la bandeja y miró los
papeles. Le llevó varios minutos buscar la fecha, pero era evidente que a
su lado solo figuraban los nombres de sus padres. El sargento Bartlett
era su hermano Odin, no había otra. La mente de Gaia era un
torbellino.
El parentesco parecía dudoso, porque el sargento tenía el cabello rubio
y la piel blanca mientras que ella y sus padres eran morenos, pero no
era imposible. No todos los niños se parecían a sus padres. El sargento
Bartlett iba a quedarse de piedra. Cuando regresara, Gaia debía estar
preparada para cualquier tipo de reacción. Se metió el espejito en el
bolsillo. Sin duda el hermano Iris o cualquiera que la hubiese estado
vigilando, conocía sus descubrimientos: se los había explicado a Leon
con todo detalle, aunque había procurado no revelar nada más sobre sí
misma. Ordenó sus notas en un montón, para dejarlas preparadas por
si debía llevárselas.
202 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Después de llamar a la puerta, el sargento Bartlett entró en la
habitación. Expectante, Gaia lo miró a la cara y supo al momento que el
sargento tenía un plan; pero hubo algo más impactante: sus ojos
castaños le recordaron a los de su padre. Ahora que sabía la verdad, el
parecido, aunque leve, resultaba evidente. Se estremeció de placer, y
después de miedo.
—Tenemos diecisiete segundos para marcharnos —dijo él en voz baja.
Gaia agarró los papeles y lo siguió al pasillo.
Él la condujo por una escalera estrecha, y luego por otra, tras las cuales
cruzaron varias puertas y doblaron media docena de esquinas. Luego
entraron en un cuartito trastero, donde el sargento escogió una capa
roja con capucha.
—Vete por el patio del colegio —dijo—. Ve despacio, atraviesa el colegio
y sal por la puerta del lado opuesto. Saldrás a la calle. Desde allí
tendrás que apañártelas sola.
—¿Adónde vas tú? —Gaia no esperaba separarse de él tan pronto.
—Eso es asunto mío. —El sargento se estaba poniendo una camisa
marrón y un sombrero oscuro—. Rápido —exigió—, ¿quiénes son mis
padres?
Gaia le agarró con fuerza las manos.
—Bonnie y Jasper Stone, del Sector Occidental Tres —contestó—. Eres
mi hermano.
Las mejillas del sargento palidecieron al tiempo que la incredulidad y el
asombro le hacían fruncir el ceño. La miró fijamente a la cara, como si
quisiera memorizar cada uno de sus rasgos.
—¿Cómo es posible?
—Es la verdad —dijo Gaia. Lo sabía en los huesos, lo sabía hasta la
fibra más profunda de su ser—. Eres Odin Stone, y tienes otro
hermano, mayor que nosotros, que también fue ascendido al Enclave.
No sé quién es. Nuestro padre ha muerto. Nuestra madre está
encarcelada, pero no sé dónde.
203 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
En algún lugar de los pisos superiores se oyó un estrépito y unos gritos.
Aterrada, Gaia se acercó a Odin, que la estrechó un instante entre sus
brazos.
—Hermana… —dijo con voz quebrada—. Entonces todo esto ha valido la
pena —añadió apartándola de sí—. ¡Vete! ¡Corre!
Hubo otro grito y fuertes pisadas en la escalera. Gaia agarró el pomo de
la puerta y la abrió. Oyó más voces a su espalda, pero no se atrevió a
mirar atrás. Lo único que esperaba era que el sargento Bartlett
consiguiera escapar. Se ciñó la capucha al rostro y atravesó un patio
umbrío y silencioso. Le resultaba muy difícil mantener un paso normal
cuando su instinto le pedía a gritos que echara a correr. Al mirar hacia
arriba, vio a una mujer cerca de una ventana, pero la mujer no le prestó
atención.
Cuando llegó a la puerta, el pomo giró con suavidad entre sus dedos,
pero para abrir la pesada hoja de madera tuvo que empujarla con el
hombro, lo que acrecentó su temor. ¿Y si la siguiente puerta estaba
cerrada y el sargento la había enviado a un callejón sin salida? Una luz
titiló en el pasillo, iluminando las paredes de color crema. A la derecha
de Gaia, aquel se abría a una pequeña estancia con una chimenea
encendida.
Una anciana vestida de blanco levantó la vista desde la chimenea.
—Buenas noches, hermana —dijo la mujer con voz somnolienta.
Sin atreverse apenas a respirar, Gaia contestó:
—Sirvo al Enclave.
—Servimos —murmuró la otra volviéndose hacia el fuego.
Sintiéndose como una impostora que podía ser descubierta en cualquier
momento, Gaia caminó decidida por el corredor, pasando por delante de
puertas cerradas y un reloj de pared grande y anticuado que llenaba la
quietud con su pausado tictac. Al fondo, el corredor se bifurcaba en dos
direcciones. Por impulso, Gaia giró a la izquierda, el camino menos
iluminado. Tardó solo una docena de pasos en percatarse de su error.
Estaba en una especie de dormitorio, con dos filas de camas. Su llegada
provocó el encendido automático de la luz y la forma cubierta por
mantas de la cama más cercana se volvió en su dirección.
204 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Dónde te habías metido? —susurró una voz de chica, entre enfadada
y curiosa.
Gaia dio un paso atrás. La propietaria de la voz se había incorporado y
Gaia vio que se trataba de una jovencita, más o menos de su edad,
vestida con un camisón blanco. Su rostro oval y abierto, de nariz recta y
labios carnosos, estaba enmarcado por rizos castaños. Sus ojos se
agrandaban por momentos; de forma instintiva, la joven tiró de la
manta hacia su barbilla.
—¿Quién eres tú? —dijo sin subir, todavía, la voz.
—Me he confundido —se disculpó Gaia retrocediendo otro paso. Si la
chica daba la alarma, la atraparían. Gaia tiró de la capucha para
taparse bien el lado izquierdo de la cara, pero el movimiento fue otro
error. La chica soltó un gritito ahogado.
—¡Eres la de la cicatriz!
—¡Shhh! —rogó Gaia—. ¡Por favor!
Luego dio media vuelta y se alejó tan deprisa como pudo, regresando
por donde había venido y continuando en la otra dirección. Al doblar la
primera esquina encontró una gran puerta de madera que hacía juego
con la del patio. La abrió con decisión. La calle estaba llena de soldados
que corrían, así que la cerró de nuevo para esperar a que pasasen.
Después salió a hurtadillas y enfiló en dirección contraria a la de los
soldados. El corazón le saltaba a cada paso y le resultaba imposible
orientarse. Quería ir colina abajo pero, cada vez que lo intentaba, veía
más soldados y no tenía otra que subir de nuevo. Por fin llegó a una
calle que le resultó conocida, con un café, muy iluminado, en el que un
grupo de hombres soltaba risotadas en la barra. Si seguía colina arriba
llegaría al jardín donde la llevó Leon y, si rodeaba ese jardín, podría
llegar a la panadería del horno negro, aunque eso estaba cerca de la
Plaza del Bastión, donde seguro que habría más soldados. No sabía qué
hacer.
En aquel momento los hombres del café profirieron grandes carcajadas
y dos de ellos salieron diciendo adiós. Se dirigieron a la izquierda, así
que Gaia giró de golpe hacia atrás, hacia el oeste y la plaza.
Echó a correr, incapaz de contenerse más. Oía pasos y voces por todas
partes. A la derecha, estaba encajonada por muros cuyas farolas se
205 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
encendían a su paso. «Cámaras, seguro que son cámaras», pensó con
terror. Al doblar una esquina y ver que un grupo de soldados avanzaba
hacia ella, se le cayó el alma a los pies; pero lo único que podía hacer
era seguir andando, la capucha echada, la espalda bien erguida.
Cuando estaba a punto de entrar en el círculo de luz de una farola oyó
una voz grave y cortante a su derecha:
—¡Stone!
Un hombre rechoncho le hacía señas desde un umbral oscuro; a Gaia le
faltó poco para echarse a llorar de alivio. A escasa distancia, los
soldados apretaban el paso.
—¡Venga! —apremió el hombre, aunque Gaia iba hacia él como una
flecha.
El hombre tiró de ella con una mano enorme y cerró la puerta a sus
espaldas. Corrían por un pasadizo estrecho y bajo que olía a basura y
orina, pero a lo lejos se vislumbraba una luz amarilla y cálida. El
hombre la hizo pasar por otra puerta, que cerró con llave y aseguró con
una tranca.
Gaia no había sido tan feliz en toda su vida. Ante ella, afable y orondo,
se hallaba el propietario de la panadería del horno negro.
206 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
19 La Panadería de Jackson
Transcrito por Joy89 y lucy511
Corregido por nessie
l horno de ladrillo de chimenea dividía el local en la zona delantera
de la tienda, donde Leon le había comprado la barrita de pan, y la
zona trasera del obrador, donde Gaia estaba recobrando el aliento
en aquel instante. El aroma del pan le recibió como un abrazo. En el
centro había una gran mesa de madera iluminada por la lámpara del
techo, que arrojaba sobre el tablero un círculo de luz. La cuerda blanca
de la lámpara tenía una cucharilla para medir atada en el extremo, a
modo de tirador, y el metal brillaba por el uso. Un adolescente y una
mujer de aspecto serio esperaban en silencio delante del horno, con las
mangas remangadas y las manos manchadas de harina y trocitos de
masa. En ese momento el panadero abrió de nuevo la puerta trasera
para franquear el paso a una niña de nueve o diez años con las mejillas
arreboladas, que entró a toda prisa, se quitó la capucha de su capa
verde y sonrió.
—¡La has encontrado! —dijo.
El panadero le alborotó el pelo castaño claro con un gesto de amor y de
orgullo que a Gaia le recordó a su propio padre.
—Ya te dije que iba a venir.
—¿Cómo lo sabías? —preguntó Gaia.
La mujer se limpió las manos en su amplio delantal y respondió:
—Te hemos estado buscando sin descanso desde que oímos que te
habían llevado al Bastión, por si tenías alguna oportunidad de
E
207 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
escaparte; era ahora o nunca. Mace estaba deseando tenerte con
nosotros.
—Yo también te he buscado —terció, emocionada, la niña—. Tenía que
decirte ¡Stone! y si tú me enseñabas la cicatriz de tu cara, yo tenía que
traerte aquí.
Gaia se quitó lentamente la capucha y observó la curiosidad con que la
pequeña que le inspeccionaba la cicatriz.
—Exacto —añadió esta, satisfecha tras la inspección.
Gaia sonrió, pero era consciente de que no podría quedarse mucho
tiempo.
—Me han visto entrar aquí contigo —dijo volviéndose hacia el
panadero—; si me quedo, te causaré problemas.
—No creo —respondió el hombre—. Donde te encontré hay un salón de
masajes; simplemente pensarían que trabajabas hasta tarde.
Gaia se quedó perpleja.
—¿Un salón de masajes?
Vio que el panadero y su mujer dudaban, pero la niña se apresuró a
explicarlo con su voz franca e infantil:
—Salón de masajes significa «burdel».
El panadero se dio una palmada en la frente.
—¿Qué pasa? —preguntó la niña—. Es un burdel muy fino y con
mucha clase. Cuéntaselo, Oliver.
—Estupendo, Yvonne. Gracias —refunfuñó su hermano, enrojeciendo.
La madre estaba de un humor de perros.
—¡Eh, ma, que yo no voy! Yo solo le he dicho...
—Basta ya —cortó ella—. Sube al tejado y vigila. Si ves algún guardia,
avisas.
El chico agachó la cabeza y desapareció a todo correr por un tramo de
escaleras de subida.
El panadero se aclaró la garganta.
208 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Eh... bien. Una bonita presentación para nuestra familia. Como ya
has oído, esta de aquí es mi hija Yvonne, la precoz —dijo señalando a la
niña—. Yo soy Mace Jackson y esta es mi mujer, Perla. El otro era
Oliver.
Perla se acercó a Gaia y le dio un gran abrazo.
—No quiero ni imaginarme por lo que habrás pasado —dijo con voz
áspera. Luego le entregó un panecillo aún caliente, espolvoreado con
canela y azúcar, y la condujo a un taburete. Su amabilidad debería
haber conseguido que Gaia se relajara, pero seguía temblando y, pese a
que se le hacía la boca agua, era incapaz de probar el bollito de canela.
—¿Cuál es el plan? —le preguntó a Mace.
—Depende de lo que quieras hacer —contestó él.
Gaia respiró hondo mientras sostenía el bollito con delicadeza.
—¿Qué opciones tengo?
—Te puedo sacar de la ciudad al amanecer. Oliver y mi aprendiz, Jet,
suelen salir a menudo para buscar madera, y pueden llevarte en el
bicicarro. Será arriesgado, pero yo creo que puede hacerse.
Gaia recordó los carros tirados por ciclistas que salían del muro de vez
en cuando. Se imaginó escondida en uno, quizá bajo unos sacos.
Correría el riesgo de ser descubierta cada vez que el carro pasara por
un bache o un guardia fisgoneara la carga.
—¿Hay otra opción?
—Podrías quedarte con nosotros —ofreció la pequeña Yvonne—, en mi
cuarto hay una cama libre.
Gaia miró a la niña y miró a su madre, que retrocedió levemente.
Aunque la expresión de Perla seguía siendo preocupada y amable, en
sus ojos grises había una tristeza que Gaia no pudo pasar por alto.
—Gracias, Yvonne —le contestó a la niña.
Esta se le acercó un poco y ladeó la cabeza sonriendo con timidez.
—Era la cama de mi hermana —dijo—, le encantaría que la usaras.
En el silencio posterior, Perla carraspeó.
209 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Pero por poco tiempo —aceptó Gaia—, no quiero que corráis riesgos.
—Mientras no salgas a la calle, no pasará nada —dijo la panadera.
Después dudó, y se acarició el mentón con los nudillos en un gesto
pensativo—. Mi otra hija, Lila... murió el año pasado, por
complicaciones debidas a la hemofilia. Entonces, todos nosotros
decidimos que si podíamos hacer algo por la gente del exterior, lo
haríamos. No suponíamos que una chica se presentaría en nuestra
puerta, y menos la que salvó al bebé de la ahorcada, pero aquí te
tenemos.
Gaia bajó la mirada un momento, dudosa de mereces tanta bondad.
—¿Crees que la gente de fuera hubiera podido salvar a tu hija? ¿Es por
eso? —preguntó en voz baja.
Perla hizo un gesto de negación con la cabeza y se quedó un momento
con la mirada perdida.
—No, no es tan sencillo. Es que no queremos que ninguna otra familia
pase por lo que pasamos nosotros.
Mace se estaba remangando.
—Pensamos en la siguiente generación, por así decir. Y en todo el
Enclave, como se supone que debemos hacer. Mi familia es portadora
del gen que produce hemofilia, y además, bueno... —Mace se
interrumpió—. No viene al caso.
—No, por favor, quiero saberlo.
Gaia vio que Mace y Perla se miraban. Después esta apoyó la mano en
la mesa y se sentó en un taburete.
—Hay demasiados portadores —dijo—, ha habido niños como Lila por
todo el Enclave, y todas sus familias están de luto. No sé si
necesitaríamos ascender a un montón de niños más o limitarnos a abrir
para siempre las puertas, pero es el momento de trabajar con la gente
del exterior. A fin de cuentas, ellos son los que van a salvarnos.
Mientras Gaia reflexionaba sobre la altruista explicación, su visión
sobre la gente del Enclave cambió. Aquel drama se estaba repitiendo
por toda la ciudad, siempre que un niño moría. Los problemas de
endogamia estaban afectando a todas las familias.
210 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
El hermano Iris solo intentaba resolver un problema de enormes
proporciones. Aún así, Gaia no entendía de qué iba a servir identificar a
los padres del Sector Occidental Tres. Debía de haber algo más, algo
que el hermano se había callado.
—Como comprenderás, esto es peligroso para nosotros —dijo Mace
mirando a Yvonne—. Nadie debe saberlo.
—Ya lo sé, papá. Yo no he dicho nada.
—¿Se sabe algo de unas chicas que han arrestado hoy? —preguntó
Gaia.
—No las han arrestado: las han llevado a una escuela especial —explicó
Perla—. También llevan a algunos chicos.
—¿Y por qué las escogieron?
—Porque tenían no sé qué marca en el tobillo.
—¡Ay, no! —gimió Gaia. Cerró los ojos y hundió el rostro entre las
manos—. Ya ha empezado —susurró. El Enclave había movido ficha
basándose en lo que ella les había dicho. ¡Era culpa suya! Levantó la
mirada, parpadeando—. Nos controlarán cada vez más. Encerrarán a
más gente por las buenas. Vigilarán más de cerca quién se casa con
quién, a quién le quitan y a quién le dan los niños… ¿Te das cuenta?
Tenemos que impedírselo.
Mace soltó una risa:
—Estás sacando las cosas de quicio.
—No —objetó Gaia acercándose a la mesa—. Tenemos que pararlos
antes de que sea tarde… tenemos que librarnos del muro.
Mace levantó la mano.
—Nadie va a derribar ningún muro —dijo con calma.
—No lo entiendo —intervino Yvonne—, ¿qué tiene que ver una marca en
el tobillo con el matrimonio?
Gaia se inclinó hacia ella para hablarle mirándola a los ojos, y se obligó
a mantener un tono de voz sereno.
211 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—La marca demuestra que el ascendido nació en mi barrio, en el
exterior del muro. Eso es todo. Pero, por alguna razón, el Protector tiene
un interés especial en esas personas, el suficiente como para llevárselas
de noche.
—¿Para hacer experimentos con ellos o algo así? —preguntó Yvonne con
los ojos como platos.
Gaia no supo qué decirle. Miró a Perla.
—No —contestó esta suavemente, apoyando las manos en los hombros
de su hija—, no harían eso. Gaia está un poco nerviosa, y solo está
haciendo suposiciones, ¿verdad?
Gaia clavó en la niña sus ojos grandes y solemnes. La verdad era que
ignoraba los planes del Protector, pero si estaba segura de algo, era de
que el Protector tenía planes y de que a ella le faltaba una pieza
fundamental para completar aquel rompecabezas. Tomó una decisión:
—Creo que lo mejor sería que salga del Enclave lo antes posible. No
quiero causar problemas.
—No —objetó Perla—, yo no creo en eso de derribar el muro; tienes que
quedarte aquí, con nosotros. Estarás a salvo, y podrás pensar en tus
planes con tranquilidad. No corre ninguna prisa, de momento, y te
prestaremos toda la ayuda que necesites. ¿Verdad, Mace?
El padre de familia asintió.
Gaia respiró hondo y por fin fue capaz de dar un mordisco a su bollo de
canela. Era tan bueno, tan fresco y tan mantecoso que provocó en su
garganta una especie de canturreo involuntario.
Yvonne se rió.
—¿Lo ves mamá? Yo no soy la única que hace el ruido ese. ¿A que
nuestros bollitos de canela son los mejores?
Gaia tragó, sonriendo. Yvonne tenía algo que le recordaba a Emily de
pequeña. No podía sino gustarle.
—Sí, son impresionantes.
—Me acabo de dar cuenta de la hora que es —comentó Mace—.
Tenemos que trabajar. Yvonne, dile a Oliver que baje, y a ver si puede
212 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
dormir un poco antes de ir al colegio. Llevaté a Gaia a tu cuarto. Por lo
menos hoy se queda con nosotros.
Perla, que había colocado un gran montón de masa sobre el tablero
enharinado, lo golpeó unas cuantas veces con el puño antes de dividirlo
en cuatro trozos y ponerse a amasar.
Yvonne tomó a Gaia de la mano y agarró con disimulo otro panecillo de
canela.
—Ven —dijo y subió al trote, con un repiqueteo alegre, por la estrecha
escalera que conducía al primer piso. A Gaia le llevó un momento saber
por qué se sorprendía tanto: el sonido de aquellos pasitos rápidos era el
sonido de la felicidad, y hacía mucho tiempo que no la escuchaba.
Mientras seguía a la niña, respiró con fuerza y trató de relajar la tensión
de sus hombros.
La despertó un portazo en la planta baja. El cuarto que compartía con
Yvonne estaba al fondo de la primera planta, situada sobre la
panadería, y por tercera noche consecutiva, el olor a pan horneado
había estado presente en sus sueños: sueños cálidos y mantecosos que
calmaban su corazón y le daban esperanzas. Echaba de menos a sus
padres y, por alguna razón irracional, a Leon también. Al salir del
Bastión lo despreciaba, lo consideraba un traidor de la peor especie,
pero, por lo que le había dicho el sargento Bartlett, podía estar retenido
por su padre.
Era probable que en ese momento estuviera disfrutando de una buena
taza de té en compañía del Protector y del hermano Iris, feliz de volver a
llevarse bien con todo el mundo. Pero quizá, solo quizá, estaba atrapado
en la red del Protector tanto como ella misma. Le gustaría haberle
sacado más información al sargento… a Odin. Caviló sobre su hermano,
preguntándose si le quedaría algún recuerdo de su vida anterior a la
ascensión. ¿Estaría su antiguo nombre registrado en algún lugar
recóndito de su mente? Sabía tan poco de él… Pero se había portado
como un valiente al ayudarla, y lo había hecho sin estar seguro siquiera
de que eran hermanos. Esperaba que le fuera bien.
La luz matutina entraba por la ventana sin tocar apenas la cortina
blanca que cubría la mitad inferior del cristal y oscilaba suavemente.
Fuera, las hojas de un álamo oscilaban. Una abeja chocó contra el
cristal con un ruidito sordo, al fallar por unos centímetros en su
búsqueda de la zona abierta. Aunque con la familia Mace se sentía
213 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
segura, Gaia era consciente de que no podía quedarse. Ellos estaban en
peligro, y ella tenía que retomar su vida, en algún lugar, de alguna
manera. Quizá todavía era posible encontrar a su madre y, por tentador
que fuera, no podía acabar con el Enclave sin ayuda de nadie, así que
necesitaba un plan.
Consideró todas sus opciones, hasta las malas. Si se marchaba del
Enclave y de Wharfton, no sabría cómo encontrar el Bosque Muerto, en
caso de que existiera. El hermano Iris le había dicho que era un mito.
Por lo que ella sabía, su abuela, Dani Orión, llevaba muerta varios
años, pero ahora se preguntaba si habría entendido mal al oír los
comentarios de sus padres: muerte… Bosque Muerto. Meneó la cabeza.
Era muy pequeña cuando la abuela desapareció. Todo lo que recordaba
de ella era un monóculo de montura dorada que llevaba colgado de un
collar de cuentas, porque le intrigaba su forma de reflejar la luz del sol.
Y entonces, poco a poco, entendió algo: su abuela se había ido para no
volver jamás. Era lo mismo que estar muerta.
También reflexionó sobre el misterio de la Vieja Meg. El Bosque Muerto
tenía que existir. Todas las demás cosas que le dijo habían resultado
ser ciertas. Pero ¿cómo iba a apañárselas para rescatar a su madre,
sacarla de allí y llevarla a un sitio que no sabía cómo encontrar?
Otro panecillo de canela la ayudaría.
Se sentó y se puso el suave vestido gris que Perla le había dado. Tenía
una fila de botoncitos blancos por delante, y estaba fruncido en la
cintura, de forma que la parte superior caía un poco sobre la falda,
demostrando que al sastre no le había preocupado malgastar tela. No
pudo evitar la tentación de mirarlo de revés para juzgar el acabado de
las costuras. No estaban mejor hechas que las de su padre, pero el
corte del vestido era muy distinto a los de fuera del muro. Más
femenino.
Unas pisadas marcaron un ritmo hueco en las escaleras. Estaba
buscando los zapatos con los dedos de los pies cuando Mace entró en la
habitación.
—Hola —dijo, con su amplia y amable sonrisa. Jadeaba de fatiga—.
Estás levantada.
Gaia le dedicó una sonrisa y se peinó el cabello. Ya le había crecido un
poco, lo suficiente para metérsele en los ojos pero no para quedársele
214 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
detrás de las orejas. Mace se sentó enfrente de ella, sobre la arrugada
cama de Yvonne. La niña ya se había marchado con su hermano a
clase. Al menos eso era verdad: los niños del Enclave iban al colegio.
Yvonne le había contado que estaba aprendiendo a añadir glucosa de la
granja apícola a los tanques de micoproteína, y que Oliver estudiaba la
tecnología de los paneles solares.
Aunque cada segundo que seguía viviendo allí era peligroso, Gaia había
aceptado quedarse unos días, sobre todo porque la consideraban un
miembro más de la familia. Incluso la pérdida de Lila, que flotaba en el
ambiente como una sombra vacía, le resultaba extrañamente familiar.
Sin embargo, a diferencia de la pérdida de Arthur y Odin, la hija de los
Jackson estaba en carne viva. Ellos no podían consolarse pensando que
la niña vivía en un lugar mejor, y por eso su dolor era más difícil de
curar.
Cuando Gaia alisaba las arrugas de un cojín de la cama de Lila, Mace
se inclinó hacia delante y se lo quitó con suavidad de las manos.
—Era más joven que tú —dijo—, solo tenía doce años.
—Lo siento —contestó Gaia bajito. Al ver que Mace tenía en el brazo un
moratón considerable, se preguntó si él también padecería algún tipo
menos grave de hemofilia—. ¿No pudieron hacer nada para salvarla?
Mace negó con la cabeza.
—Una doctora lo estaba intentando. Inyectaba a los pacientes una
proteína coagulante, pero muchos de ellos desarrollaban anticuerpos y
morían. El Protector dio un carpetazo a la investigación y encarceló a la
doctora, acusándola de fundar un hospital.
—Myrna —dijo Gaia.
Mace ladeó la cabeza, con expresión de interés.
—Myrna Silk, sí. Yo acaté la decisión del Protector. No se trata de curar
a un niño, sino de resolver el problema a mayor escala, quizá con algún
avance genético del que todos podamos beneficiarnos —Mace le dio la
vuelta al cojín y dibujó con su dedo índice las iniciales bordadas con
hilo púrpura: L J—. Aun así, echo en falta a mi niña.
Gaia se inclinó para salvar el espacio entre las dos camas y posó su
mano sobre las de él. Como no supo qué decirle, se limitó a
215 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
acompañarle en silencio. Al cabo de un rato, él devolvió el cojín a la
cama de Lila.
—Dime una cosa —preguntó con gentileza—, ¿estás segura de que tu
madre sigue viva?
Gaia se retiró el pelo de la frente.
—La vi durmiendo en una celda redonda. En la pantalla del escritorio
del hermano Iris. La vigila con una cámara, a ella y a dos mujeres más.
Eso fue hace cuatro días, entonces seguía viva.
—¿Una celda redonda? —Mace parecía sorprendido.
—Bueno, las paredes eran curvas. Vi una cortina que se movía con el
viento, o sea que hay una ventana, supongo que con barrotes.
Gaia se levantó y empezó a caminar por la habitación, rodeándose la
cintura con los brazos, pero el cuarto solo le permitía dar un par de
pasos antes de volverse.
Mace se tiraba distraídamente de la oreja.
—Creo que sé dónde está tu madre —dijo.
Gaia tragó aire.
—¿Dónde? ¿Cómo lo sabes?
Él respondió, pensativo:
—He oído que hay tres mujeres encerradas en la torre sudeste del
Bastión, y la habitación que tú describes parece de una torre. Es una
celda especial que reservan para la gente importante. En este momento
hay una presa política embarazada, a la que siempre acompañan una
comadrona y una ayudante para que no pueda hacerse daño a sí
misma, ni al bebé.
—¿Y tú crees que la comadrona es mi madre?
—Es posible. La reclusa fue trasladada allí más o menos cuando
sacaron a tu madre de la cárcel.
—¿Cómo sabes todo eso?
216 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Mi mujer es amiga de una trabajadora de la Guardería. Antes salían
mucho y todavía quedan cada dos semanas o así para tomar el café.
Ella nos lo contó.
—¿La hermana Khol?
Los ojos de Mace relampaguearon.
—¿La conoces?
Una nueva esperanza alegró el corazón de Gaia.
—Una vez me dio un mensaje de mi madre. Quizá pueda ayudarnos.
¿Estás seguro de que han metido a mi madre en esa torre?
Mace cruzó sobre el pecho sus musculosos brazos.
—Casi seguro. Tu madre se portaría bien con una presa embarazada
aunque estuviera presa ella también, ¿no?
Gaia se rió y se retiró de nuevo el flequillo de la cara.
—Mi madre se portaría bien con el mismísimo Protector si estuviese
embarazado. Es su profesión.
Su mente dio un salto hacia delante para tratar de imaginarse cuándo
podría llegar hasta ella y cómo podría liberarla. Lo de la torre sonaba
mal, pero no tan mal como la celda Q. Su excitación remitió.
—La cámara —dijo. Se metió las manos en los bolsillos del vestido—.
Hay una cámara que las vigila.
—Ya —contestó Mace—, eso es un problema más.
Gaia pensó que no podrían limitarse a tapar esa cámara, y ni siquiera
sabía cómo entrar en el Bastión, ni dónde estaba la torre sudeste.
Volvió a sentarse en la cama. Si Leon pudiese ayudarla…
«No te equivoques», pensó. Leon no podía ayudarla. Aunque ya hubiera
acabado de pasarle pastitas de té al Protector, seguro que seguía
insistiendo en que cooperara. ¿Y de qué le había servido cooperar, a
ver?
—¿Conoces el Bosque Muerto? —preguntó—. El hermano Iris dice que
no existe, que es algo sacado de un cuento de hadas, pero una amiga
mía me dijo que se iba allí.
217 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Mace subió y bajó las cejas, y apretó los labios.
—Yo no lo conozco —respondió mirándola con recelo—. Si existe, deber
estar en los páramos o más allá de estos. ¿No estarás pensando en ir
allí?
—¿Y a qué otro sitio podemos ir? Aquí no podemos quedarnos. Si nos
atraparan otra vez, nos matarían. Es sorprendente que no lo hayan
hecho ya. Mientras cooperaba con ellos, existía la posibilidad de que me
dejaran marchar, pero me fugué.
—No puedes saber si te matarían o no.
—¿Cómo que no? Cuelgan a la gente por mucho menos. ¿Por qué no a
mí? Soy una traidora.
Mace se ladeó, descansando el peso de su cuerpo en una mano.
—Depende de cómo lo mires. Míralo desde el punto de vista del Enclave.
Es cierto que salvaste al bebé de la ahorcada, con mucha maña, por
cierto, y que te escapaste del Bastión. Pero, por otra parte, eres una
comadrona muy hábil y tienes un gran potencial, genéticamente
hablando.
Gaia le observó con curiosidad.
—¿Significa eso que me dejarían vivir para que me quedara
embarazada?
Mace levantó una mano.
—¿Por qué no?
Gaia enrojeció, indignada.
—Porque no soy ninguna vaca destinada a la reproducción. Además, no
creo que mis genes tengan nada especial, aunque haya nacido fuera.
Él se encogió de hombros.
—Quizá no, pero tú eres del Sector Occidental Tres. Hay muchas formas
de ser delincuente y de ser héroe, no lo olvides.
Gaia se apoyó en el marco de la puerta y frotó distraídamente una
marquita de la madera azul.
—¿Sabes aquel soldado que se fugó contigo? —preguntó Mace.
218 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—El sargento Bartlett —dijo Gaia. No les había contado que era su
hermano.
—Por lo visto ha desaparecido. No quiero decir que lo hayan arrestado.
Lo vieron fuera del muro, haciendo preguntas sobre tus padres; luego
desapareció.
Gaia sintió alivio por su hermano y después una sombra de esperanza.
Debía de haber otras maneras de salir del muro, y quizá el sargento se
había ido al Bosque Muerto.
Miró de nuevo a Mace.
—Tengo que averiguar todo lo que pueda sobre ese bosque. A qué
distancia está, quiénes van, cómo encontrarlo… ¿Vas allí a buscar la
madera?
Mace agitó la cabeza, con expresión de perplejidad.
—Al este de aquí hay un campo de árboles secos, por una plaga que
hubo hace años. De ahí es de donde la sacamos.
Gaia se sentó a su lado en la cama.
—Necesito saber qué hay ahí fuera —dijo en voz baja—, porque voy a
liberar a mi madre y, cuando lo consiga, voy a llevarla al Bosque
Muerto.
Al decirlo, se dio cuenta de que su plan había sido siempre aquel, por
muy alocado que pareciera.
Estudió el macizo perfil de Mace, su gran nariz y sus mejillas
rubicundas. En ese momento él le dio palmaditas en las manos.
—No te preocupes —le dijo—, procuraré enterarme de algo. Y lo
pensaremos todo muy bien. Hablaré con mi mujer y encontraremos la
mejor forma de arreglar las cosas.
La mirada de Gaia cayó de nuevo sobre el cojín bordado de Lila, el
recuerdo tangible de la pérdida. Y del valor. Su madre seguía viva y la
necesitaba: no pensaba rendirse.
—Soy lo único que tiene —dijo—, la única que puede liberarla.
219 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
20 Cuarenta y Seis
Cucharadas de Cromo
Transcrito por Mary Ann♥ y VeriitoO
Corregido por Lornian
ue idea de Yvonne hacer una máscara. Primero sugirió cubrir la
cicatriz de Gaia con harina y canela, pero dado que la superficie
irregular de su mejilla izquierda seguía notándose, pensó en lo de
la máscara.
—No sé para qué —objetó Oliver—, a estas alturas ya la está buscando
todo el Enclave. Lleva saliendo tres días en las noticias de la tele. No
llegará ni acercarse a la torre sudeste. En cuanto alguien la pare y la
mire de cerca, verá la máscara y sabrá que es la chica de la cicatriz.
—Si la máscara es buena, no —arguyó Yvonne.
—Y si es un chico, menos —remarcó Perla.
Era de noche, así que cerraron los postigos de las ventanas. La luz de la
lumbre pasaba a través de las ranuras de la puerta de hierro del horno,
en cuyo interior se horneaban bandejas pan. El aroma daba calidez a la
cocina, y la lámpara que arrojaba luz sobre la mesa relegaba las
sombras a los rincones. Una olla con restos de sopa se enfriaba en el
hogar. Gaia paseó la mirada por la estancia, las palas de madera, las
estanterías con ruedas llenas de bandejas y más bandejas de barras
horneadas y de barras blancas que esperaban para entrar en el horno.
No estaba muy segura de cuándo dormía la familia Mace, porque en ese
momento, cerca de la medianoche, seguían levantados y trabajando.
F
220 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Además, la ayudaban a urdir un plan para llegar hasta su madre. Mace
era el único que faltaba, ya que se había ido para hablar con la
hermana Khol.
Gaia miró dudosa a Perla.
—Soy fea, pero no soy un chico.
Perla se sentó junto a ella a la mesa de la cocina y le estrechó las finas
manos.
—El aprendiz de Mace abulta poco más que tú —le dijo—. Aquí tenemos
ropa para él; si te rellenamos un poco en los lugares precisos, podemos
disimular tu figura.
Cuando Gaia advirtió que la cosa iba en serio, sintió retortijones en el
estómago y se retorció ansiosamente las manos, libres ya del cariñoso
apretón de Perla.
—¿Pero lo de la máscara funcionará?
Perla le sujetó la barbilla y le giró la cara hacia la luz. Gaia se sometió a
la inspección y le sostuvo la mirada. Sabía lo que estaba viendo.
—¿Qué te pasó, niña? —le preguntó con suavidad la mujer.
Era una historia tan vieja que Gaia hubiera debido estar habituada a
contarla, pero, quizá porque aquellas personas eran sus amigos, le
molestaba aún más regresar al pasado.
—De pequeña, cuando estaba aprendiendo a andar, me tropecé con un
barreño de cera caliente. No es que me metiera dentro, pero me cayó
encima parte de la cera.
Perla frunció el ceño y le acarició con el pulgar el sensible contorno de
la mandíbula. A Gaia le era difícil leer su ancho y sensato rostro.
Después, la mujer le tomó las manos y le examinó las palmas, una a
una, como si quisiera leerle el futuro en las rayas de la mano.
—No encaja —reflexionó en voz alta—. ¿Cómo es que no te quemaste las
manos?
Gaia cerró los ojos, perpleja.
—Cuando un bebé se cae —continuó Perla—, lo primero que se hace es
echar las manos al suelo. Si te hubieras caído, te las habrías quemado.
221 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia negó con la cabeza.
—Eso dependería de la altura del barreño y de cómo me cayera. En
realidad, no lo recuerdo, pero me lo contaron.
Perla inclinó de nuevo el rostro de Gaia hacia la luz del techo antes de
dar por finalizado su examen.
—Si de algo sé, es de quemaduras, Gaia.
Se remangó el vestido para enseñarle sus musculosos brazos; la pálida
piel estaba salpicada de manchas marrones, miles de cicatrices
antiguas y recientes.
—Cuando trabajas todo el santo día entre hornos y bandejas calientes,
te ganas tu cuota de quemaduritas y quemadurotas. Una como la
tuya…en fin, casi parece como si te la hicieran a propósito.
Gaia se echó hacia atrás para apartarse de la mujer. Las únicas
personas que hubieran podido hacerle algo así eran sus padres.
—Fue un accidente —dijo en voz baja.
—¡Pero qué más dará! —protestó Oliver—. ¿Se puede disimular o no?
Perla devolvió su robusto cuerpo al taburete y asintió lentamente. Gaia
dejó caer la mirada sobre las manos de su regazo, deseando borrar lo
que Perla había dicho.
Yvonne dio una palmadita.
—¡Ya lo tengo! Mamá me hizo una vez una máscara fantástica para el
cole. Yo iba de la chica fantasma esa, y no me reconoció absolutamente
nadie. Díselo, mami. ¿La hiciste con una crepe, no? Y mezclaste la
harina con especias para darle color. ¿No?
Mientras el silencio se prolongaba, Gaia sentía sobre ella los ojos de
Perla, pero no quiso mirarla. Sus muñecas se habían curado ya de las
ligaduras de los días previos, aunque aún le dolía un poco al
presionarse las señales. Le resultaba imposible de creer que sus propios
padres la hubieran quemado, pero era incapaz de olvidar las palabras
de Perla.
—Lo siento —le dijo esta.
Gaia se sorbió la nariz.
222 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Sé que estás equivocada.
Perla le dio un apretoncito en el hombro.
—Entonces es lo que estoy. Venga, vamos a preparar esa máscara.
Alguien llamó suavemente a la puerta. Todos se paralizaron. La mirada
de Gaia voló hacia Perla, cuya rígida expresión demostraba a las claras
que quien llamaba no era Mace. Sin decir palabra, Perla le señaló las
escaleras, así que Gaia subió como un rayo y tan silenciosamente como
pudo hasta el descansillo, donde se agachó para atisbar la planta baja.
El corazón se le desbocaba cuando Perla apagó la luz y abrió la puerta.
—Por favor —susurró alguien—, déjeme entrar.
Gaia se aferró a la barandilla.
—Ya está cerrado —replicó verla—. Vuelve mañana.
—¡Espera! —dijo la voz con más claridad—. Me envía Derek Vlatir.
El corazón de Gaia dio un brinco de reconocimiento y miedo. ¡Leon!
¿Por qué había venido? No veía nada, salvo el tenue rayo de luz de Luna
que caía en el suelo. Perla le abrió la puerta. El rayo se ensanchó un
instante, hasta desaparecer cuando la puerta fue cerrada.
—Oliver, una vela —dijo Perla.
Su hijo prendió una cerilla. Leon estaba junto a la puerta, de espaldas a
la pared.
La panadera empuñaba un cuchillo y lo apuntaba al corazón del
capitán.
—Más vale que te expliques, hijo —exigió.
Oliver encendió una vela y la puso en un ladrillo que sobresalía de la
pared del horno. En la otra mano sostenía una cuchilla de carnicero. En
la débil luz, Gaia veía la cara de Leon y su desarreglado uniforme, del
que habían desaparecido el sombrero y la chaqueta. Desde lo alto, no le
veía los ojos, cubiertos por el enmarañado cabello, pero su silueta
inmóvil y la tensa línea de su mentón sin afeitar evidenciaba recelo.
—¿Qué quieres de nosotros? —preguntó Perla en voz baja.
—Marce Jackson conoce a mi padre.
223 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Perla se irguió aún más.
—No tenemos el honor de haber sido presentados al Protector.
Leon mantenía las manos contra la pared, a su espalda.
—Mi verdadero padre es Derek Vlatir. Él es quién me envía.
Perla bajó el cuchillo. Sin soltar la barandilla, Gaia se acercó un paso
para ver mejor a Leon, que en ese instante levantó la mirada y se quedó
mudo de asombro al verla. Al principio pareció alegrarse, pero al punto
su expresión se ensombreció.
—Estás aquí —dijo sin entusiasmo.
Perla miró a Gaia con dureza mientras esta bajaba por las escaleras y
se acercaba a Yvonne, quien la abrazó por la cintura. La mezcla de
emociones enmudecía a Gaia, pero su respiración era agitada y sus ojos
estaban clavados en la desharrapada figura del capitán. La única vela
encendida arrojada una luz tenue sobre su piel y su camisa negra.
Leon miró de nuevo a Perla.
—Derek Vlatir ha sido interrogado esta noche, porque el Protector
supuso que yo le pediría ayuda. Tenía razón, y los guardias han estado
a punto de atraparme, pero Derek me ha dicho que volviera al Enclave,
y ahora…—se calló para mirar otra vez a Gaia— cree que Mace puede
ayudarme.
Gaia reflexionó a toda prisa. Si lo que decía era cierto, entonces, en las
últimas horas, Leon había descifrado el resto de la cinta, salido del
Enclave, encontrando a su padre biológico y vuelto al Enclave.
—¿Por qué no has regresado al Bastión? —le preguntó.
—No podía.
—¿Y por qué no te has ido a los páramos?
—Tampoco podía —respondió él con voz cansada—, ignoraba dónde
estabas tú.
Gaia sintió una extraña y lenta voltereta en el estómago. Tragó saliva.
No sabía qué decir.
224 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Perla metió el cuchillo en un cajón y tiró de la cucharita colgante para
encender la lámpara del techo.
—Está claro que estos chicos se conocen —dijo—; suelta esa cuchilla,
Oliver.
—Pero es el hijo del Protector —objetó el chico—, estamos escondiendo
a un fugitivo, nos matarán a todos por su culpa.
—Ya has oído lo que ha dicho. No parece enarbolar la bandera del
Enclave precisamente, ¿no?
Oliver soltó la cuchilla a regañadientes, Yvonne dejó de abrazar a Gaia y
se acercó a la mesa.
—¿Tú también te has fugado? —preguntó.
Leon dirigió la mirada hacia la niña y su voz se suavizó:
—Eso parece.
Yvonne asintió y Gaia consiguió respirar con menos agobios. Perla se
acercó al horno y abrió la puerta para remover los carbones. Luego fue
hacia la olla de sopa que descansaba, ya fría, sobre los rescoldos del
hogar.
—Vamos a sentarnos para que nos cuentes todas las novedades.
Leon dudó, como esperando una señal de Gaia, que consiguió que
avanzara con un simple asentimiento de cabeza. Él aceptó una silla y la
llevó a la mesa. Nerviosamente, Gaia se sentó enfrente de él. Con más
luz, advirtió que si camisa negra era de un tejido basto, similar al de los
hombres de fuera. Aunque el capitán dedicó una sonrisita a Yvonne
cuando esta agarró un taburete y se sentó muy decidida a su lado, Gaia
notó su estado de nervios.
—Sé dónde se encuentra tu madre —le dijo Leon—, está viva y goza de
buena salud.
—En la torre sudeste —completó Gaia.
Leon tamborileó en la mesa con un dedo.
—¿Cómo te has enterado?
—Me lo dijo Mace.
225 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
El capitán asintió desviando la mirada hacia el horno.
—También he averiguado dónde enterraron a tu padre.
Gaia esperó, tensa; Perla le puso una mano en el hombro.
—Está en el cementerio de pobres que hay justo fuera del muro —
añadió Leon—, en la fosa común.
Gaia cerró los ojos durante un largo y doloroso momento que
enmudeció todo su cuerpo. Pensar en su padre le hacía daño, pero
saber dónde reposaban sus restos era la terrible confirmación de que
nunca volvería a verlo. Que yaciese fuera del muro hubiera debido
proporcionarle un pequeño consuelo, pero solo sintió que la inmensa
roca de su pena se fundía y la abrasaba por dentro.
—Ánimo, cielo —dijo Perla—. Tu padre descansa en paz. Acuérdate de
eso.
Gaia abrió los ojos y miró a Leon.
—¿Y por qué arrestaron a mis padres, para empezar?
Leon se remangó hasta los codos y apoyó los antebrazos en el tablero de
madera, pero no contestó.
—¿Hicieron realmente algo malo? —insistió Gaia.
—No, creo que no.
—Entonces, ¿por qué…?
—Guardaban un registro. Por eso los arrestaron.
—Pero guardar registros no es ilegal —objetó Gaia—. Además, ¿cómo se
enteró de eso el Enclave?
—Se decía que una o más comadronas llevaban registros y, al interrogar
a tus padres, resultó evidente que escondían algo. Cuando se negaron a
colaborar con nosotros, se les acusó de traición.
Gaia advirtió que apartaba la mirada y que llevaba así desde que la
había visto en la escalera. Algo le había pasado en los últimos cuatro
días. Parecía como desfondado. Además, Gaia sentía una barrera entre
ellos que la estaba dejando helada.
Bajó la voz.
226 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Qué ha pasado en realidad con la cinta de mi madre?
—No sé cómo explicarlo —contestó Leon—, es muy complicado.
Oliver, vigilante, retrocedió hasta un rincón en penumbra mientras su
madre le llevaba a Leon un plato de sopa.
—Gracias, hermana —dijo el capitán.
—Comer algo no te impedirá contestar a las preguntas de Gaia.
Empieza por el principio, y nosotros trataremos de seguirte.
Gaia se fijó en la mirada perdida de Leon, que parecía revisar recuerdos
y datos invisibles para ella. Después el joven levantó la cuchara de su
plato de sopa, la pequeña Yvonne alzó un dedo.
—No te manches —advirtió.
—Imagínate —le dijo él— que tu madre te regala veintitrés cucharas por
tu cumpleaños. —Deslizó la suya entre los labios.
Los ojos de Yvonne se iluminaron.
—¡Sería de locos!
Él apoyó la cuchara en el borde del plato, Gaia se ciñó la chaqueta y se
echó hacia atrás para observar cómo le contestaba a la niña.
—Si —le dijo Yvonne con voz cariñosa—, pero son cucharas muy
interesantes, todas de cromo, y cada una con una pequeña diferencia
que te sirve para recordarlas. Entonces, oh, sorpresa, abres el regalo de
tu padre y te encuentras con veintitrés cucharas de cromo más. Cuando
las miras de cerca, ves que puedes emparejarlas con las de tu madre.
Yvonne saltó del taburete y regresó con un par de cucharas.
—Así —afirmó dejándolas en la mesa, debajo de la luz.
Leon sonrió.
—Sí, pero recuerda que en total hay cuarenta y seis, la mitad de cada
padre.
227 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Cromosomas —soltó Oliver, dando un paso hacia adelante a su
pesar—. Eso lo hemos dado en el colegio. Las cucharas de cromo son
cromosomas, y nosotros los llevamos en cada célula de nuestro cuerpo.
—Sigue —dijo Perla.
Leon sostuvo en alto su cuchara y la movió bajo la lámpara para que
sus bordes reflejaran la luz.
—Cada cuchara tiene rozaduras en el borde, tantas que difícilmente
puedes verlas todas, algunas más largas y otras más cortas. Las
rozaduras son genes. De cómo se relacionen las rozaduras equivalentes
de las parejas de cucharas dependerán tus características, como los
ojos castaños o las orejas de soplillo.
—O la sangre que no se coagula bien —murmuró Perla, que miraba a
Leon atentamente.
—Sí —contestó él.
Gaía esperaba que Perla mencionara a Lila, pero no fue así. Yvonne se
había levantado del taburete y revoloteaba inquieta a su lado, así que
Gaía le dio palmaditas en la cabeza para calmarla.
—¿Vamos a llegar a mis padres? —preguntó.
—Ya he dicho que era complicado.
El pulso de Gaía se aceleró al oír el tono algo cortante. Aquel se parecía
más al verdadero Leon.
—Ya llegaremos, Gaia —terció Yvonne—. ¿Qué es el ADN? Yo quiero
saber eso.
—Es el cromo de la cuchara —contestó Leon pasando la yema del dedo
por el borde—. Es lo que compone cada rozadura, el material básico de
casa gen, de punta a punta. No digo que todo lo que tú seas esté
determinado por tus genes, pero los genes son muy importantes.
Gaia, con los ojos fijos en la cuchara, pensó que aquello encajaba con lo
que ella sabía. Nunca había entendido del todo lo que era el ADN, pero
con el cromo en todo aquel surtido de ducharas y rozaduras, veía con
facilidad que el ADN de cada persona era único.
—Vale, sigue —dijo Yvonne.
228 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Leon frunció brevemente el ceño.
—La historia tiene una segunda parte. Hay un niño del Enclave, un
pequeño llamado Nolan, cuyos gentes indicaban que padecería
hemofilia. Sin embargo, no llegó a desarrollarla: su sangre está bien.
Perla profirió un grito ahogado.
—¿Cómo es posible? ¿Lo curaron?
—No. Cuando su hermano empezó a manifestar los síntomas de la
enfermedad, sus padres lo llevaron al laboratorio del hermano de Iris, y
el laboratorio determinó que Nolan había nacido con un gen beneficioso
que contrarrestaba la enfermedad. —Leon hizo una pausa—. Es como si
una rozadura de otra cuchara sin relación alguna con la hemofilia, le
impidiera enfermar.
—¿Eso es posible? —preguntó Gaia.
—Sí, y a eso se debía el entusiasmo del hermano Iris —dijo Leon, y su
voz se apagó —: La madre de Nolan es del exterior, y esa madre tiene un
tatuaje en el tobillo.
Gaia exhaló una enorme cantiad de aire y se reclinó en su silla.
—Ay, no —musitó. Aquel interés por la marca significaría mayor
atención hacia el Sector Occidental Tres y eso complicaría aún más la
vida de la gente.
—Sigo sin entenderlo —dijo Yvonne—, ¿qué importa un tatuaje?
Leon se volvió hacia la niña.
—En realidad, deben darse tres pasos para llegar al objetivo deseado.
En primer lugar, el Enclave debe buscar más niños como Nolan, que no
tengan hemofilia a pesar de lo que digan sus genes. En segundo lugar,
debe identificar el supresor. Para ello hay dos métodos: cruzar a Nolan
con otros niños como él, o estudiar los árboles genealógicos de esos
niños y hallar el gen por eliminación. De estas dos opciones, la segunda
es más rápida y más humana. Una vez identificado el gen, él ultimo
paso sería hacer pruebas a todo el mundo y conseguir que los
portadores del gen supresor se casen con los portadores de hemofilia,
para eliminar esta en sus hijos.
229 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia vio que removía la sopa con la cuchara, como si hubiera perdido el
apetito.
—Estoy hecha un lío —confesó Perla—. ¿Qué influencia tendrá todo eso
sobre nosotros? ¿Para todos nuestros amigos del interior?
Leon apartó el cuenco.
—Están llevándose a todos los chicos y chicas tatuados para ver si no
son como Nolan. La prueba es fácil, solo les sacan un poco de sangre y
les frotan con un bastoncillo el interior de la mejilla. Cuando
encuentren unos cuantos como Nolan, localizarán a sus padres.
—¿De fuera del muro? —preguntó Perla.
—Sí, de fuera del muro. Y, partiendo de ellos, estudiarán el árbol
genealógico.
—Pero la marca no garantiza nada —objetó Gaia—, no hay relación
entre los tatuajes y los genes.
—Ya lo sé, y el hermano de Iris y el Protector también lo saben, pero con
la única gente que podemos trabajar es con la gente tatuada, porque
ahora conocemos a sus padres biológicos.
—Gracias a la cinta de mi madre —dijo Gaia.
—Sí —contestó Leon—, eso fue la clave. Nos vigilaban con una cámara.
Debería haberlo supuesto, o Bartlett debería habérmelo dicho. Ya lo
han descifrado todo.
—También te han utilizado a ti, ¿no?
Leon asintió.
—Cuando me vieron entrar en tu habitación a mí solo dieron saltos de
alegría.
—¿Te tendió una trampa el sargento Bartlett?
—No lo sé. Algo así no sería propio de él; no a proposito, al menos. Él
solo sabía que yo me interesaba por ti.
El corazón de Gaia dio otro saltito. «¿Qué le diría sobre mí al sargento?»,
pensó.
230 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Qué has dicho que harían tras identificar el gen y encontrar a la
gente que lo lleve?
Leon enlazó los dedos, que arrojaron una sombra afilada sobre la mesa.
—Piensan a largo plazo. Una vez que lo identifiquen, harán pruebas a
los bebés del exterior y se quedarán con los portadores. Son pacientes.
El nuevo horror dejó a Gaia sin habla.
—¿A todos? —preguntó por fin.
—Serán los ascendidos más deseados —respondió Leon cansinamente—
. Se alentará a sus madres para que tengan tantos hijos como puedan,
y todos serán ascendidos. Y cuando esos niños se hagan mayores,
podrán elegir a los miembros casaderos de las familias más selectas del
Enclave.
Perla se llevó el plato de Leon.
—Parece todo muy rocambolesco —comentó.
—Pues es tal como lo he contado —dijo Leon.
Gaia se inclinó hacia delante y enlazó las manos sobre la mesa.
—¿Qué te pasó cuando te fuiste de mi cuarto?
Un músculo se tensó en la mandíbula de Leon.
—Fui a ver a mi pa… al Protector y al hermano Iris. Este me felicitó por
mis progresos contigo y me explicó lo del gen supresor —su voz se tornó
baja y burlona—: Me dijo quiénes eran mis padres, porque el hermano
Iris siempre recompensa las buenas acciones, y después quiso saber si
yo podría encontrar el bebé que salvaste, el de la pareja ahorcada.
—Bromeas —dijo Gaia.
Leon se pasó una mano por delante de los ojos y, cuando la bajó, seguía
mirando a Gaia intensamente.
—El bebé podía ser como Nolan. Queren que vuelvas, Gaia, quieren
convertirte en una heroína por haberlo salvado.
—No —farfulló Perla.
Gaia contuvo el aliento. León sacudió la cabeza.
231 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Les dije que el bebé había muerto.
Perla estaba apoyada en el fregadero.
—¿Murió? —quiso saber.
Leon se volvió hacia ella y dijo en voz baja:
—No estoy seguro. En el mercado negro no se puede seguir la pista a
los bebés, a menos que la hermana de Khol guarde algún registro, y
sería una locura que lo hiciera. —Se volvió para mirar a Gaia—. Por eso
debes irte, aquí no estarás a salvo en ninguna parte, ni aquí ni en
Wharfton. Si te encuentran, te utilizarán. No tienes más remedio.
Gaia guardó silencio mientras trataba de asimilar la nueva información.
El Enclave la quería por motivos políticos, lo que era aún peor que
desear verla muerta, pero lo más preocupante eran las familias del
Sector Occidental Tres: ¡iban a perder a la mayoría de sus hijos!
—Habría que pararles los pies! —gruñó Gaia.
—¿Cómo? —preguntó Oliver.
—No sé, pero habrá algún modo.
Leon meneó la cabeza.
—No lo hay, Gaia, son demasiado poderosos. Y convencerán a la gente
de que es por su buen; siempre lo hacen. Y quizá a la larga sea lo mejor.
El capitán cerró los ojos y se frotó la frente, como si estuviera agotado.
—No es posible que creas eso —dijo Gaia.
—Yo ya no sé lo que creo ni lo que dejo de creer. No confío en ellos, pero
entiendo que encontrar ese gen sería de gran ayuda.
—¿Estás diciendo que la esclavitud procreadora sería de gran ayuda? —
inquirió Gaia—. ¿Estás diciendo que las madres tienen que ser como
gallinas ponedoras, o que es estupendo robarles un hijo tras otro?
Por fin, a regañadientes, Leon levantó la mirada. Si Gaia había pensado
alguna vez que el capitán guardaba algo muerto en su interior, aquel
algo no era nada en comparación con la vacuidad insensible y lóbrega
que descubrió en sus ojos. «¿Qué te ha pasado?», hubiera querido
preguntarle. Perla le puso la mano en el hombro.
232 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Calma, Gaia. Son muchas cosas de golpe. Pero, te diré: si yo supiera
de algún muchachito de exterior que pudiera casarse algún día con
Yvonne para darle hijos sanos, le abriría las puertas, no se las cerraría.
Muchos de nosotros creemos que el Enclave acabará acertando. Suele
hacerlo.
—Y si crees eso, ¿por qué dejas que tu familia me ayude? ¿No te das
cuenta de que hay que tomar partido?
Perla cruzó sus fuertes brazos, como dando a entender que ella era más
dura de pelar.
—Yo tengo que vivir aquí —explicó con calma—, mi vida está aquí. No es
perfecta, pero es lo mejor que tenemos. Te ayudo porque mi corazón me
dice que es lo correcto y porque puedo hacerlo. Eso me basta.
Gaia forcejeó con su confusión y se obligó a pensar en el futuro.
—Pero tenemos que liberar a mi madre —dijo—, eso es lo principal,
¿no?
Yvonne y Oliver respiraron aliviados, y Perla arrastro otro taburete
hasta la mesa.
—Mira —dijo enseñándome un papel enrrollado.
—¿Qué es eso? —preguntó Leon.
—Un mapa —dijo Oliver—. Lo hemos buscado antes.
Por primera vez, el viejo Leon pareció resurgir.
—¿Qué plan tienes? —preguntó dándole la vuelta al mapa y
acercándoselo. Gaia inclinó la cabeza para intentar verlo desde su
ángulo. El pergamino se había roto en los bordes y ciertas líneas
estaban emborronadas y redibujadas debido a varias actualizaciones,
pero era un mapa completo del Enclave y de Wharfton, con las calles y
los sectores cuidadosamente señalados.
A Gaia le resultó raro ver su mundo reducido a dos dimensiones, sin la
elevación que tanto significaba al ascender del inlago al muro, o una vez
en el Enclave, al subir poco a poco hacia el Bastión. Aún así, daba una
idea clara de lo lejos o lo cerca que estaban las cosas. Pasó el dedo
suavemente por la pequeña línea de la calle Sally, del Sector Occidental
233 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Tres, donde estaba su casa, y pensó que a su padre le habría encantado
aquel mapa.
—Mace ha ido a preguntarle a la hermana Khol si podía llevarme hasta
mi madre —dijo—. Me voy a disfrazar, para hacerme pasar por uno de
los chicos que a veces cargan con alguna de sus bolsas. Nos llevaremos
una herramienta que corte, por si hay candados o cadenas, y después
tiraremos una cuerda por la ventana, para bajar.
Leon parecía bastante escéptico.
—¿Qué? —exigió Gaia cruzándose de brazos—. ¿Se te ocurre algo
mejor?
Él carraspeó y, para enfado de Gaia, no pudo disimular una sonrisa.
—Lo de la hermana Khol tiene un pase —contestó—, pero lo de la
cuerda… así no conseguirás bajar jamás, a no ser que dispongas de
una vasta experiencia como escaladora que me es desconocida. Y no
digo nada respecto a tu madre.
Oliver se rio. Gaia se irguió en el asiento y Perla le dio un codazo
preventivo.
—Sobre la cuerda estábamos dudosos —admitió la panadera.
Leon sostuvo las palmas en alto como diciendo «¿ves?».
—No eres el único con brazos fuertes —refunfuño Gaia.
—Seguro que los tuyos están llenos de músculos —contestó Leon—,
pero ¿y los de tu madre?
Gaia volvió el mapa en su dirección.
—¿Vas a ayudar o no? El Bastión y la cárcel están aquí, y la torre
sudeste aquí. —Señalo ambos lugares—. Después de recoger a a mi
madre, podemos salir por la puerta sur, con algo que distraiga a los
guardias, o por aquí, donde está el pasadizo de muro por el que yo entré
—añadió. Cuando miró a Leon, vio que el joven se había levantado y
que estaba junto a ella, mirando por el mapa por encima de la cabeza
de Yvonne.
234 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Por qué no la puerta norte? —preguntó.
—En Wharfton tenemos amigos. Ellos nos ayudarán a escondernos y a
conseguir provisiones para el viaje. ¿Cómo entraste tú al volver de casa
de Derek?
Leon tocó la línea del muro en otro punto.
—Por aquí, por la central fotovoltaica —contestó. Tras dudar un poco,
señaló una calle y después la granja apícola—. Aquí hay un túnes, y
aquí otro, que conducen a la bodega del Bastión —señaló un punto
dentro del edificio.
Gaia meneó la cabeza.
—Eso queda demasiado lejos de la torre —objetó. Luego estudió el mapa
y se fijó en la forma ominosa en que todas las calles acababan en la
cara interna del muro—. Mace se ha ofrecido a sacarme escondida en
un bicicarro cuando los chicos salgan por la leña.
Leon negó con la cabeza.
—No habría sitio para los tres. Tendremos que salir por este pasadizo
de aquí —señalo la central fotovoltaica, en el extremo suroriental del
Enclave.
«¿Los tres?», pensó Gaia. ¿Leon pensaba cruzar el muro con ellas?
—Bueno —convino.
—¿Qué harás después? ¿Se te ha ocurrido pensar en cómo vas a
sobrevivir en los páramos?
Gaia pasó el dedo por el borde norte del mapa.
—El Bosque Muerto está al norte de aquí. Allí vamos. A la comunidad
que vive en él.
Leon se enderezó un poco. Yvonne acercó el taburete a la mesa y se
inclinó sobre el mapa para examinarlo. Oliver y Perla se miraron.
Por fin, Leon dijo:
—Al norte no hay más que tierras baldías, Gaia —dijo con calma—. El
Bosque Muerto es un mito.
235 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia miró a Perla y a los demás, esperando que lo contradijeran, pero
ellos guardaron silencio.
—Yo también lo pensé, pero es real —afirmó Gaia. Al ver sus caras de
duda, trató de recordar por qué sabía que lo era—. Fuera del muro
están seguros de que existe: hay gente que se va allí.
—Porque se mueren —dijo Oliver.
—No. Una amiga mía, la Vieja Meg, dijo que se iba allí. —Gaia se calló
mirando a Leon y recordando cómo le había preguntado sobre aquella
amiga la noche en que lo conoció.
—¿Y ha regresado alguien alguna vez? —preguntó el capitán a modo de
indirecta.
Gaia estaba segura de que aquel bosque existía, aunque no tuviera
pruebas.
—No —contestó.
236 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
21 Felicidad
Transcrito por Leslie y Laura
Corregido por Karenmaro
a pequeña Yvonne se inclinó hacia Gaia y le echó su delgado brazo
sobre los hombros.
—Yo creo en el Bosque Muerto —dijo con dulzura.
Perla se rió por lo bajo.
—Venga, perita en dulce. Te vas a dormir en el taburete. Creo que todos
deberíamos irnos a descansar, la verdad. Yvonne, Oliver, a la cama.
La pequeña rezongó un poco, pero como Perla se mantuvo firme, los
hermanos dieron enseguida las buenas noches y se marcharon. Gaia no
se imaginaba cómo iba a dormir con los planes tan en el aire, así que se
acercó el mapa de nuevo. Cuando Perla se volvió con la mano apoyada
en el marco de la puerta de la cocina, Gaia levantó la vista. Leon estaba
de pie, mirando respetuosamente a la mujer.
—No tenemos más camas —dijo esta—, pero puedes dormir en el suelo,
en la habitación de Oliver. Le diré que te dé una manta. Lo siento, no
puedo hacer más.
—No te preocupes por mí, por favor —contestó Leon.
A Gaia se le ocurrió que se había levantado aposta, manifestando ante
Perla la deferencia que un caballero demostraría ante una dama. Perla
se enderezó y echó una última ojeada a Gaia.
—Duerme un poco, Gaia —dijo—. Mañana va a ser un día muy largo.
—Enseguida voy.
L
237 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Te importa apagar la luz? Si abres el horno tendrás algo de
iluminación. Bastará con que lo cierres antes de irte a la cama.
Supongo que Mace volverá dentro de una hora o así, pero deja la puerta
de la calle cerrada con llave.
—De acuerdo.
Poco después llegó desde el fondo de la casa el ruido sordo de una
puerta que se cerraba. Gaia y Leon se habían quedado solos. Él apagó
la lámpara del techo y abrió la puerta del horno antes de apagar la
última vela. La luz dorada del horno se derramó sobre el suelo y se
reflejó en el borde de las sartenes y demás utensilios de cocina que
colgaban de las paredes. Gaia fue consciente de la masa que subía en
las bandejas del horno, detrás de ella, como si cobrara vida con
delicadeza desprendiendo aroma a levadura. Leon se sentó de nuevo y
se apretó la cabeza con las manos, de modo que su pelo negro despuntó
entre sus dedos. Gaia dejó de ceñirse la chaqueta y toqueteó uno de los
botoncitos de su vestido. Pensó que hasta ese momento Leon apenas la
había mirado y se preguntó si ahora que estaban a solas la cosa
cambiaría. Tras un instante, el capitán se inclinó hacia un lado,
descansó la mejilla en la palma de su mano y miró el mapa. Luego pasó
un dedo por la calle Sally, como Gaia había hecho un poco antes.
—¿Fuiste feliz de pequeña? —preguntó.
La pregunta fue tan inesperada que Gaia bajó la guardia a pesar suyo.
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque no puedo dejar de pensar que me hubiera ido mejor fuera, con
la familia de Derek.
Gaia sonrió.
—Eso es ridículo. Has tenido un montón de privilegios.
—¿Tú crees?
—No deberías ni preguntarlo. Has tenido buenos alimentos desde que
fuiste ascendido, y buena ropa y educación. Por no hablar de los padres
ricos y poderosos. He visto tu lujosa vida en el Tvaltar cada vez que
había un Programa Especial sobre la Familia del Protector, así que no
me critiques tu vida.
238 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Extendió la mano para rozar con un dedo la marca de una quemadura
de la mesa. Sus ojos se estaban acostumbrando a la penumbra y,
mientras evitara mirar directamente al horno, seguirían distinguiendo
lo que la rodeaba. Veía a Leon lo suficientemente bien para notar que
seguía rehuyendo su mirada.
—Me gustaría saber si fuiste feliz —repitió Leon—. De verdad.
—¿Si fui feliz? —dijo Gaia, tratando de dilucidar cómo se resumía una
infancia entera—. Cuando tenía muy pocos años era todo estupendo.
Éramos pobres, como todos, pero yo lo ignoraba. Vivíamos en... bueno,
eso ya lo sabes, al final del Sector Occidental Tres, y a mí me gustaba
tener todo aquel espacio para explorar y para crecer. —Asintió hacia la
correspondiente zona del mapa—. Por el día mis padres trabajaban y
tenía que quedarme con ellos, pero a última hora siempre conseguía
que uno de los dos explorara conmigo. Eso me encantaba, sobre todo lo
de bajar al inlago.
—¿Tenías amigos?
—Dos amigas. Bueno, en realidad, una. Emily vivía en la casa de
enfrente. Nos gustaba disfrazarnos con los retales de mi padre.
—¿Sigues viéndola?
Gaia le miró, confundida.
—¿Por qué te interesa todo esto?
La voz sosegada de Leon no desentonó con el silencio de la habitación:
—Solo trato de imaginarme tu vida. Trato de comprender por qué eres
tan diferente a los demás.
Eso la sorprendió.
—¿Lo soy?
Leon se giró en su asiento para mirar los carbones pulsantes del horno
y extendió una de sus botas hacia la chimenea. El cuello de su camisa
negra se abrió ligeramente y se le separó de la nuca.
—¿Qué pasó cuando creciste?
239 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia pensó en cómo contestarle y al mismo tiempo sintió el impulso de
no dejarse sonsacar, como si él tratara de arrancar algo muy frágil y
muy íntimo de su interior. Se acercó al fregadero y abrió el grifo.
—¿Quieres agua? —le preguntó.
—Sí, por favor.
Gaia lleno dos vasos y los llevó a la mesa.
—¿Te haces idea de lo asombroso que es para mí abrir un grifo y que
salga agua?
Leon se llevó el vaso a los labios, pero lo sostuvo en alto, sin beber.
—Explícamelo.
Ella acercó de nuevo su asiento a la mesa y bebió un sorbo.
—Para conseguir agua, yo tenía que cargar con mis aguaderas (un palo,
con una botella grande a cada lado, que me colocaba sobre los
hombros) hasta el depósito de nuestro sector. El viejo Perry, el aguador,
que estaba allí con sus grandes cubos y sus embudos, me ayudaba a
llenarlas. Yo le daba a cambio albahaca o huevos. Pero si Perry no
estaba, tenía que sentarme junto al depósito y llenar poco a poco las
botellas debajo de la espita. Las espitas son muy lentas, ¿sabes? A mí
me costaba más de diez minutos llenar las botellas, y después tenía que
cargar con mis pesadas aguaderas hasta casa.
—Yo creía que en tu casa había agua corriente, como parte de la paga
de tu madre por su trabajo de comadrona.
Gaia se rio.
—¿Sabes el agua que gasta una familia? Esa parte del pago no nos
alcanzaba ni para una semana; y si mi padre debía teñir alguna tela,
necesitábamos un montón de botellas más.
Gaia apoyó los codos en la mesa y tomó otro trago de su vaso.
—Así que tenías que cargar con el agua —dijo Leon—. ¿Qué más?
Ella se encogió de hombros.
—Ayudaba a mi madre con sus plantas y a cuidar de las gallinas. Y le
hacía recados a mi padre, y tareas de casa; no sé, lavaba, tendía la
240 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
ropa, ayudaba en la cocina... Todos los niños que conocía estaban
siempre trabajando.
—¿Pero eras feliz?
Gaia no supo qué contestarle. ¿Quería saber que después de la muerte
de un niño por unas fiebres tuvo pesadillas durante meses? ¿O que los
niños se burlaban continuamente de ella por su cicatriz? Aquellas
caminatas con el agua eran lo peor, cuando no podía correr ni podía
defenderse con las manos, y cada maldito chico que la insultaba o le
tiraba una piedra se iba sin su castigo. Había tenido ansia de ideas y de
información, y nunca había podido satisfacer esa curiosidad. Además,
estaba aquel rencor que la reconcomía, por la injusticia, porque al
crecer se dio cuenta de que la gente del otro lado del muro no luchaba
por sobrevivir, como la de Wharfton.
Sin embargo, amaba profundamente a sus padres. Ellos eran lo mejor
de su vida.
Dejó el vaso, agradeciéndole en silencio a Leon que no la presionara.
Buena o mala, feliz o infeliz, aquella vida ya solo existía en el pasado.
Estaba claro que ya no podría reanudar su labor de comadrona en el
Sector Occidental Tres.
Su cabello estaba suelto y el flequillo le molestaba en los ojos. Levantó
los brazos para hacerse aunque fuese una trencita con los mechones
más largos y meterse los restantes detrás de las orejas.
—Estoy segura de que aquí fuiste más feliz de lo que podrías haber sido
fuera del muro —dijo—. Quizá todavía puedas arreglar las cosas con tu
familia, ¿no has hecho nada imperdonable, no?
—Necesitaba pensar y encontrar a mi verdadero padre, por eso me fui.
¿Suena imperdonable? Mandaron soldados en mi busca —respondió
Leon. Luego apoyó un brazo en la mesa y tamborileó con los dedos
sobre el tablero—. Deberíamos concretar nuestro plan para mañana.
Gaia asintió.
—Yo iré con la hermana Khol a buscar a mi madre y trataremos de salir
con ella por las escaleras. Luego la traeré aquí y pensaremos en cómo
salir del muro.
241 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Si es necesario, puedes entrar y salir por el Bastión; hay puertas
interiores que conducen a la torre —Leon señaló el lugar en el mapa.
—Bueno es saberlo.
—Si no vuelves, iré a buscarte. Si no queda más remedio, lleva a tu
madre hacia arriba, hacia el tejado. Allí no se le ocurrirá a nadie
buscar.
Gaia no sabía qué pensar. ¿Ahora la ayudaba y antes no? El sargento
Bartlett había encontrado la forma de sacarla del Bastión. ¿Por qué no
lo había hecho Leon?
—De todas formas, yo me llevo la cuerda.
—Adelante, pero procura no romperte el cuello. ¿Por qué no dejas que
vaya yo en tu lugar?
Gaia negó con la cabeza. Seguro que ella lo hacía mejor.
—Me lo temía —rezongó Leon—, ¡y eso que piensas que tengo los brazos
fuertes!
Cuando la sorpresa hizo que levantara la mirada, Gaia se encontró con
los atentos ojos del capitán.
—No lo dije precisamente como un cumplido.
—¿Ah, no?
Una brasa osciló en el horno, creando un breve resplandor; fue lo único
que se movió en la habitación. Gaia ya no sabía qué pensar ni qué
sentir, y no contribuyó a aclarar la situación que el capitán le pasara
revista con una expresión abierta y curiosa.
—¿Me estás tomando el pelo? —preguntó.
Leon esbozó una sonrisa que poco a poco fue ensanchándose.
—¿Tendría que hacerlo?
Aquello la dejó momentáneamente sin habla y, después, ceñuda.
—¿Qué sabes del sargento Bartlett? —preguntó.
—¿Aparte de que te ayudó a escapar? Eso lo echó todo a perder,
¿sabes?
242 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Depende de cómo se mire.
—¿Te has hecho amiga suya?
—Más o menos —contestó Gaia—. ¿Qué tal es?
Leon se levantó y asió un chisme de la repisa: un batidor diminuto que
más parecía un juguete que un utensilio de cocina. El capitán hizo girar
una de sus ruedecillas.
—Jack es como la mayoría de nosotros. Trabaja duro, no es mal tirador
y creo que le gusta cantar. ¿Por qué?
Gaia hubiera querido disponer de más tiempo para conocerlo.
Leon giró una ruedecita con tanta fuerza que uno de los batidores se
desprendió. Juró por lo bajo y se agachó para recuperar la pieza caída.
—Olvídate de él, Gaia, no es tu tipo.
—¿Y tú cómo sabes cuál es mi tipo?
—Solo sé que Jack no lo es.
—¿Por qué? ¿Porque se ha portado bien conmigo?
Leon dejó el desmembrado batidor sobre la mesa y lo empujó hacia ella.
—¿Puedes arreglar esto?
—Es mi hermano, ¿vale? Jack Bartlett es mi hermano mediano, Odin
Stone.
Leon volvió a sentarse, atónito.
—¿Jack? Pero si no te pareces a él...
—Gracias. Brillante observación. Muy útil.
—Vale, vale, no hace falta que te enfurruñes.
—Jack Bartlett me ayudó a escapar del Bastión. Jack Bartlett no me
dejó allí tirada sin darme explicaciones.
Agarró las piezas del batidor y empezó a arreglarlo sobre la mesa. Leon
levantó su vaso vacío y lo giró entre las manos. En el silencio que se
prolongaba Gaia se dio cuenta de que no tenía más remedio que
preguntárselo, aunque con ello le confesara lo vulnerable que era:
243 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Por qué me dejaste allí? —preguntó con voz tensa. Le vio dar una
vuelta más al vaso. Cuando la miró, sus ojos estaban cargados de
pesar.
—Lo siento —dijo en voz baja—. Cometí un error.
—¿Pero por qué lo hiciste?
Sus manos se detuvieron.
—Creí que podría negociar para sacaros a tu madre y a ti. Cuando vi a
las chicas de la plaza, supuse que el hermano Iris ya estaba
aprovechando tu información, y pensé que se sentiría agradecido. Creí
que podría convencerlos, a él y a mi padre, de que te dejaran marchar
con tu madre.
—¿Y ellos no quisieron?
Leon meneó la cabeza.
—Se negaron. Además, cuando te fugaste, me pidieron que te
encontrara y te convenciera de que volvieses para convertirte en
heroína, como te he dicho.
—Y tú te negaste.
El apartó los ojos.
—Gaia, fue un verdadero desastre. Sentí que te había traicionado, y que
ellos me habían manipulado a su antojo. Me explicaron lo del gen
supresor y lo mucho que significaba para nosotros el registro de tu
madre —Leon volvió a mirarla. Sus mejillas habían enrojecido un poco
con el calor del horno y sus ojos azules eran oscuros y brillantes—, y yo
había olvidado lo persuasivo que es mi padre.
—¿Y entonces fue cuando te convenció de que su plan estaba bien? —
Gaia empezaba a enfurecerse de nuevo.
—No sé. No sé qué pensar. Si tu padre tratara de convencerte de algo en
lo que creyera ciegamente... ¿no le escucharías?
—Mi padre está muerto.
Gaia retiró de golpe su silla. Intentaba comprender a Leon, pero no era
nada fácil. Todo parecía centrarse en la relación con su padre. Por
mucho que lo negara, su verdadero padre era el Protector. Él le había
244 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
criado y él seguía influyéndole, aunque llevaran años separados. A Gaia
le parecía terriblemente injusto que Leon siguiera teniendo padre, por
muy difícil que fuese su relación, y que ella lo hubiese perdido.
—Cuéntame cosas de tu familia —dijo. Era lo justo, ella le había
hablado de la suya.
—Es un cuento muy aburrido.
—Algo de cuando eras pequeño. Yo te he hablado de mi infancia.
—De acuerdo —aceptó Leon—, a lo mejor te gusta saber un secreto
sobre los Programas Especiales de la Familia.
Por el tono con que lo dijo, Gaia supuso que no era oro todo lo que
relucía. Aún recordaba las soleadas escenas de la familia en los jardines
del Bastión, los niños con sus impecables pantalones cortos de color
blanco y sus inmaculadas rodillas; las gemelas con sus vestidos
amarillos. Le vino a la memoria la secuencia de una recogida de
manzanas que había sido su favorita, con los niños columpiándose en
las ramas bajas del manzano.
—Nos pasábamos semanas ensayando. Era una representación pura y
dura, sin el menor atisbo de veracidad.
—Bromeas.
—En absoluto. Nosotros, los niños, odiábamos esos programas. Cuando
Rafael cumplió siete años se negó de plano a seguir haciéndolos. Fue la
única vez que le agradecí su capacidad para fingir síncopes.
—¿Y tus hermanas? ¿Jugabas con ellas de pequeño? ¿Al escondite, por
ejemplo, en el Bastión?
—El escondite —repitió él despacio, y, tras aquellas palabras tan
sencillas, Gaia escuchó el peso de emociones muy complejas. Hubiera
querido verle los ojos, pero se había vuelto de nuevo hacia el horno.
—Sí que jugábamos al escondite, y al ajedrez, y a todo tipo de juegos.
Les encantaba que perdiera —Leon tocó la puerta del horno con la
punta de su bota—, a las gemelas: Fiona y Evelyn... mañana es su
cumpleaños.
Gaia se sorprendió.
—O sea, hoy.
245 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Sí, hoy. Este es el primer año que se celebra desde la muerte de
Fiona. Evelyn cumple catorce. Han invitado a las familias más ricas a
una fiesta en el Bastión. Con fuegos artificiales y todo.
—¿Y tú ibas a ir?
León se encogió de hombros y se rio por lo bajo.
—Evelyn me invitó, pero los demás me dejaron claro que estarían muy
agradecidos si no apareciera.
Gaia aguardó, con la esperanza de que continuara.
—Sigue —dijo bajito—, quiero saber más cosas. ¿Cómo eras de
pequeño?
El esbozó una sonrisa.
—Era el niño más falto de coordinación del mundo. Cuando empecé a
jugar al fútbol, cada vez que intentaba darle una patada al balón me
caía, cuan largo era, pero no lo dejé. Además, me costó una eternidad
aprender a leer. No conseguía que las letras se estuviesen quietas.
Todos pensaban que era idiota; hasta Rafael aprendió antes que yo.
—Eso no lo sabía.
—No era el tipo de cosas que contaban en los programas especiales.
Pero al final lo conseguí, cuando le pillé el truco. Me encantaba el
colegio.
Gaia le envidiaba aquello. Una a una fue encajando las piezas del
batidor de juguete.
—¿Cuántos años le llevas a Rafael?
—Genevieve dio a luz a Rafael cuando yo tenía cuatro años. Las gemelas
vinieron un año después —respondió. La luz dorada del horno se
reflejaba en su nariz y su mandíbula. Su mirada era meditabunda—.
Genevieve es en realidad la única madre que he conocido, y entonces
era muy cariñosa conmigo, eso lo reconozco; pero mi padre estaba
totalmente volcado en su nueva familia, y yo, pues… —hizo una
pausa—. Era normal, supongo, que ellos estuviesen unidos.
Era curioso ver la seriedad que iba cobrando Leon al hablar de su
familia. Gaia intentó recordar su versión infantil en los programas del
Tvaltar; el mayor, el moreno, situado casi siempre al fondo. A ella la
246 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
cautivaban las gemelitas de los rizos rubios y las caras sonrientes, así
que era lógico que lo pasara por alto. No costaba creer que Leon había
sido sutilmente excluido de su propia familia.
—¿Y Fiona? —preguntó—. ¿La echas de menos?
León meneó la cabeza.
—No quiero hablar de ella.
Al recordar lo que decían las mujeres de la celda Q, se preguntó si
podría desvelar la verdad oculta tras los rumores.
— ¿Y tu tía?
León se volvió para mirarla, desconcertado.
—¿La tía Maura? ¿Qué pasa con ella? —dijo. Gaia tragó con esfuerzo,
deseando no haberlo preguntado—. ¿Qué sabes de mi tía? —repitió
Leon con más frialdad.
—Nada.
—Has oído algún rumor, ¿no? ¿Qué has oído?
Gaia, desconsolada, se miró las manos y dio una vueltecita al batidor.
Funcionaba a la perfección, pero ella se estaba poniendo como un
tomate.
Leon soltó una risa despojada de humor.
—Era de suponer. Te estoy hablando de mi familia, te cuento cosas que
no le he contado a nadie, y a ti solo te interesan los rumores sobre el
incesto.
—Yo no he dicho eso.
—Pues no hubo incesto, ¿vale? No me he acostado jamás con nadie, ni
pariente ni no pariente. Me importa bastante poco que me creas o no,
pero así es.
Gaia deseó hundirse en una charca de cieno negro y disiparse por
evaporación.
—Lo siento.
247 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Leon se levantó, tomó el batidor para devolverlo a la repisa y se acercó
al fregadero. Gaia oyó que lavaba su vaso y el débil chirrido del grifo.
Sus movimientos, tranquilos y controlados, tenían algo que la hizo
sentirse aún peor. Cuando él extendió la mano para retirar el vaso de
Gaia, esta se lo dio sin decir palabra. Leon lo lavó también y lo dejó en
el escurreplatos.
—No es necesario que me ayudes mañana —dijo Gaia. Él se volvió, se
cruzó de brazos y se apoyó en la encimera.
—¿Sabes una cosa? Se te da muy bien lo de apartar a la gente de tu
lado. ¿Lo sabías? Quizá por eso tenías solo una amiga.
Gaia agitó la cabeza.
—Eso es un golpe bajo.
Leon se pasó las manos por el cabello y se tiró de él por encima de la
frente. Parecía cansado y exasperado y herido. Gaia no tenía ni idea de
qué decir ni de qué hacer para regresar a la agradable sensación que
hacía tan poco habían compartido, pero no quería que estuviese
enfadado con ella; y eso la hacía sentirse débil y desvalida y no le
gustaba lo más mínimo.
Se levantó y fue hacia las escaleras que conducían al primer piso.
—Es tarde —dijo sin convicción.
—Muy bien. Pues vete a la cama.
—¿Vas a dormir en el cuarto de Oliver?
—No.
Gaia recorrió con la mirada la mesa, las sillas y los taburetes, el espacio
tan utilitario de la cocina, y cayó en la cuenta de que sería muy
incómodo dormir allí. Estaba a punto de protestar cuando oyó un
ruidito procedente del vestíbulo y unos pasos rápidos. Perla entró en la
cocina.
—¿Ha llegado Mace? —preguntó con voz preocupada—. Me ha parecido
oírle entrar.
—No —contestó Gaia, pero poco después un ruido llegó de la puerta,
una forma de llamar baja y distintiva.
248 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Cierra el horno —susurró Perla.
En cuanto Leon lo hizo y la habitación se quedó a oscuras. Perla giró la
llave y abrió la puerta. Mace Jackson entró velozmente, seguido de
cerca por una mujer vestida con una capa blanca. Un remolino de aire
frío giró por la cocina mientras la puerta se cerraba. La penumbrosa
estancia se quedó en completo silencio.
—¿Perla? —dijo Mace al cabo de un instante.
—Por fin —contestó su mujer.
Cuando Gaia prendió una cerilla para encender la vela del ladrillo del
horno, el matrimonio se estaba abrazando, aunque entre los anchos
hombros de Perla y la potente mole de Mace, más que dos personas
parecían dos osos. Gaia no pudo reprimir una sonrisa.
—¿Quién es ese? —preguntó Mace, la oz grave y profunda, los ojos
negros mirando por encima del hombro de Perla y clavados en Leon.
—Un amigo de Gaia —contestó su mujer a toda prisa.
—Es Leon Quarry —replicó Mace con severidad, soltando a Perla—. ¿Te
haces idea de lo que nos pasará si lo encuentran aquí?
Gaia dio unos pasos para colocarse delante de Leon.
—No, no es eso —dijo—. Lo siento, Mace. Yo no quería…
—Me ha envidado Derek Vlatir —terció Leon—. Es mi padre. Él me dijo
que acudiera a ti.
Mace miró a Leon de hito en hito y agarró un cuchillo.
—Me da igual lo que haya dicho Derek.
—Mace —objetó Perla con firmeza, apoyándole una mano en el brazo a
modo de aviso.
—Por favor —dijo Gaia—, está de nuestra parte. De mi parte. Lo único
que queremos es rescatar a mi madre, después nos iremos.
Mace lo miró con algo muy semejante a la pena.
—Él no te ayudará, Gaia, es pura escoria. Tú no sabes cómo es.
—Sí, sí que lo sé. Por favor, confía en mí.
249 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Al volverse para mirar a Leon vio que sus ojos estaban llenos de furia
contenida. El capitán no dijo nada en su defensa. Mace resopló y dejó el
cuchillo en su sitio. Entonces la mujer de blanco, que permanecía cerca
de la puerta, avanzó hasta situarse en el círculo de luz. Era la hermana
Khol y su boca se curvaba hacia abajo en una mueca de desdén.
—¿Quién lo hubiera dicho? Si están los dos aquí —dijo mirando primero
a Gaia y luego a Leon—. Toda la ciudad busca a esta pareja.
La voz de Leon fue cuidadosamente neutra:
—¿Has venido para ayudarnos o para amenazarnos?
La hermana Khol se irguió cuan larga era.
—Ignoraba que tuvieras relación con la chica —replicó ella.
—Espera, por favor —dijo Gaia, poniéndose otra vez delante de Leon—.
Solo te pido que me lleves hasta mi madre. Nada más. Si pudieras
hacerlo, te estaríamos eternamente agradecidas.
—Eso no es gran cosa —dijo la hermana Khol—. Una vez te pasé una
nota de tu madre, ¿no se acabó allí?
Gaia no supo qué decir. Se volvió hacia Perla, y esta se acercó a Khol
para hablarle al oído. Gaia miró a Leon, pero el capitán mantenía una
expresión impasible. Mace encendió la lámpara del techo; luego,
pasando bruscamente al lado de Leo e ignorando a todos los demás,
sacó una tabal ancha de un estante y la dejó en la mesa. A
continuación la empolvó con harina de una bolsa de la encimera y se
remangó.
Gaia estuvo en ascuas, mirando a Perla y a la hermana Khol, hasta que
ellas se volvieron.
La hermana Khol le habló a Mace, como si el panadero fuese el único
ocupante de la habitación:
—Por la mañana cruzaré la Plaza del Bastión con un cesto muy pesado.
Si veo por allí algún chico, le diré que me ayude a subirlo a la torre
sudeste. Nada más. Él podrá quedarse unos cinco minutos. Yo dedico
mi tiempo al Enclave, no a estas tonterías. Si se va a cometer un delito,
me niego a colaborar.
250 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Mace le hizo una breve inclinación de cabeza. Gaia quería hacerle un
montón de preguntas, pero Mace la miró con dureza y ella permaneció
en silencio.
—Gracias, Joyce —dijo Perla—. Te lo agradezco mucho, de verdad.
La hermana Khol se dirigió a la puerta. Con una mano en el picaporte,
se detuvo y se volvió para mirar a la panadera.
—Si pudiese mitigar tu pérdida, Perla, sabes que lo haría; pero no te
engañes: este tipo de cosas no suponen diferencia alguna.
Poco después se marchó. Perla se pasó el dorso de la mano por los ojos
y dio una palmada.
—El tiempo apremia. Joyce te llevará con tu madre, Gaia, pero el resto
es cosa tuya. Vamos a llamar a Yvonne y a Oliver.
Todos entraron en acción, tan callada y velozmente como pudieron.
Oliver fue enviado a buscar ropa del aprendiz Jet para Gaia y ropa suya
para Leon. Yvonne se puso a trenzar cuerdas de tendedero para hacer
una maroma gruesa y resistente. Mace amasó con movimientos
silenciosos y tranquilos, y cuando las siguientes bandejas de pan
estuvieron en el horno, empezó a cargar el carro para ir al mercado.
Perla envolvió el torso de Gaia con un trozo largo de algodón marrón,
ensanchándoles la cintura y los hombros con el relleno. Cuando Gaia se
puso los pantalones y la camisa azul del aprendiz, seguido por un
delantal blanco y un abrigo marrón, Yvonne giró la cabeza desde su
maraña de cuerdas y soltó unas risitas.
—Eres como Jet cuando tiene mal día —afirmó—. Hasta en el pelo.
—Gracias —contestó Gaia.
Dio un par de zancadas con los pantalones, para acostumbrarse. Las
mujeres de Wharfton los llevaban de cuando en cuando, si su trabajo se
lo exigía o hacía mucho frío, pero no era lo habitual.
—Tienes que andar separando las piernas, así —aconsejó Yvonne, e
hizo una demostración entre más risitas.
Perla había batido una masa poco espesa que hizo un seseo cuando la
vertió en una sartén plana, para hacer una crépe extrafina.
251 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Sombrero —ordenó de manera cortante, e Yvonne trotó escaleras
arriba y regresó al poco con un sombrero marrón de chico, de ala muy
ancha. Gaia, que se retorcía en su ropa tratando de sentirse más
cómoda, vio que Perla ponía a enfriar dos crépes sobre una toalla
limpia. Eran circulares y livianas, con una flexibilidad y una textura
muy semejantes a las de la piel.
—Son demasiado pálidas para ella —criticó Leon, deteniéndose cuando
atravesaba la cocina cargado de baguettes.
—Qué sabrás tú. Quita de en medio —bufó Perla—, y vete a afeitarte.
Leon lanzó a Gaia una mirada rápida y una media sonrisa, tras lo cual
siguió preparando el carro con Oliver y Mace. Abrían y cerraban la
puerta continuamente, y el aire frío le puso a Gaia carne de gallina en
los brazos y en el cuello.
—Siéntate —dijo la panadera, señalando un taburete situado bajo la
luz. Le tocó la barbilla, y Gaia subió obedientemente la cabeza y cerró
los ojos. Al sentir toquecitos fríos de una sustancia pastosa sobre la
cicatriz, se asombró por la firme delicadeza de las manos de Perla. A
continuación una tela fría, húmeda y sofocante le cubrió el rostro, y
tuvo que luchar contra un miedo instintivo. Un segundo después, el
lado derecho era levantado y retirado. Gaia cayó en la cuenta de que
Perla le había puesto una crépe sobre la cara y la había cortado
hábilmente en dos. Con los ojos cerrados, era muy consciente de que la
mujer trabajaba cerca de su rostro. Sentía su aliento en el cuello y a
veces en la oreja, y oía un ruidito que parecía nacer del fondo de su
garganta cuando se concentraba.
Después hubo un baño de polvos aplicado con un pincel ancho que
percibió con claridad en la frente y la mejilla derecha, y apenas en la
izquierda. Perla profirió un ruidito de disgusto, y Gaia lo oyó volver a su
harina y sus especias. Poco después sintió más pinceladas y uno
soplidos tan fuertes sobre la cara que hizo una mueca de dolor.
—¡Horripilante! —exclamó Yvonne desde muy cerca. Gaia abrió unos
ojos como platos.
La niña le sonreía y Perla, desde un poco más lejos, retocaba ceñuda la
nueva piel de su mejilla izquierda.
252 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Bueno, es evidente que lo he hecho a contrarreloj —dijo—, pero
servirá, siempre que no te quites el sombrero y que no te miren muy de
cerca.
Se sentó en el taburete de enfrente. Gaia se enderezó con precaución.
La crépe pesaba tan poco que le extrañó que no se le cayera. Yvonne le
dio un espejo y la observó con ojos brillantes por encima del marco.
Gaia vio a un chico, un chico moreno, carirredondo, de largas pestañas,
labios pálidos y frente despejada.
Tenía algo raro en la nariz, como si se le hubiera roto en el pasado, y
una sombra leve bajo los ojos, como si no hubiera dormido bien. Al
examinarse más de cerca, vio el borde de la crépe sobre su barbilla,
rodeando el perímetro izquierdo de sus labios, subiendo por la nariz,
bordeando el ojo izquierdo y cruzando por encima de las cejas hasta
cubrir la sien derecha. Sus propios ojos castaños la escudriñaban tras
unas largas pestañas negras. Levantó la mano con cautela para tocar la
máscara, pero Perla se lo impidió:
—Es frágil, no la toques. Y no sonrías: se te arrugaría alrededor de la
boca.
—Es asombrosa —dijo Gaia, y vio en el espejo que la mejilla izquierda
se le ponía rara cuando hablaba. Sería preferible que tampoco hablara,
o lo menos posible.
—Bien —dijo Perla con una tosecilla de falsa modestia—. Creo que ha
sido buena idea oscurecerte la piel un poco. Toma, date también en las
manos. Y ponte el sombrero. Yvonne, ¿está preparada con cuerda?
Perla hizo que Gaia se quitara el abrigo y le metió la cuerda y una capa
para su madre en la espalda, por dentro de la camisa. Cuando se puso
de nuevo el abrigo, se parecía aún más a un chico, a uno gordito y en
plena pubertad. Perla meneó la cabeza.
—Las manos están mal —dijo—, demasiado finas.
En ese momento Mace llamó desde la puerta de la tienda:
—¡Perla! Nos vamos al mercado. ¿Dónde está mi aprendiz?
El corazón de Gaia se paralizó de miedo, pero la panadera le dio un
rápido apretón de manos y la condujo hacia la puerta.
253 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Te estaremos esperando —susurró. Yvonne se acercó a Gaia en busca
de un abrazo, pero su madre la apartó—: No, nada de tocar. Toma —
añadió dándole a Gaia tres cubitos blancos.
—¿Azúcar? —preguntó esta atónita, sosteniéndolos bajo la luz de la
Luna en la palma abierta. Eran más pequeños y más densos que los
terrones.
—No es azúcar. Sirven para dormir y para el dolor. Hacen efecto
rápidamente y son fuertes, así que úsalos con prudencia.
Gaia se los metió en el bolsillo derecho de los pantalones, tratando de
imaginar quién sería el destinatario.
—¿Para quién son? ¿Para la prisionera de la torre? ¿Para la hermana
Khol?
—Sí —contestó Perla—, o para ti, si… en fin, úsalos según tu criterio.
La joven cara de Yvonne parecía azul pálida en el oscuro umbral.
—Eran todo lo que nos quedaba de Lila —explicó.
—Oh —dijo Gaia en voz baja. Buscó la cara de Perla, porque no sabía si
llevárselos o no.
—Venga, vete —urgió la panadera—, a nosotros no nos hace falta.
Ladeando la cabeza, la mujer señaló a Mace y a Leon, vestido con ropa
de Oliver, que avanzaban ya por la estrecha calle en dirección al
mercado. Oliver no había aparecido.
Tras mirar otra vez a Perla y a Yvonne, la última de las cuales se
despidió con un pequeño ademán y una gran sonrisa, Gaia corrió hacia
el carro como un aprendiz contrito por su impuntualidad.
254 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
22 Las Mujeres de la Torre Sudeste
Transcrito por Minerva
Corregido por Layla
n el cielo violeta del alba, el obelisco se cernía sobre la Plaza del
Bastión como un espectro negro. El traqueteo de las ruedas del
carro sobre el húmedo empedrado llenaba los oídos de Gaia,
aunque no le impedía oír el ritmo regular de la respiración de Leon, que
iba a su lado. Él y Mace tiraban del carro en dirección a la torre
sudeste. Ese era su objetivo: estar cerca de la torre cuando la hermana
Khol pasara por allí buscando a un «chico» que le subiera su pesada
carga por las escaleras de la torre. Gaia se encajó con cuidado el
sombrero y miró hacia delante por debajo del ala. Dentro de su bolsillo,
sus dedos se curvaban sobre los cubitos blancos de Perla.
En una esquina de la plaza dos soldados montaban guardia en la gran
puerta de la torre sudeste del Bastión. Gaia trató de no mirarlos, igual
que trató de no mirar hacia el lado opuesto, donde se encontraba el
arco de la cárcel.
Llegaban más carros y ya había algunos estacionados: un verdulero, un
pollero con huevos y gallinas que cacareaban, el relojero que a veces
llevaba su mercancía a las afueras de Wharfton… Más tarde los colores
y los olores serían vibrantes, pero tan temprano, en la luz grisácea,
hasta las ollas de cobre exhibían un insulso color ceniza. Gaia mantuvo
la cabeza gacha y ayudó a Mace a montar el puesto.
—¿Cuándo crees que vendrá la hermana Khol? —preguntó.
—No lo sé, pero estamos en un buen sitio. Recuerda: tráenos a tu
madre tranquilamente —dijo Mace, revisando el plan que habían
E
255 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
acordado—. Si puedes, haz que camine con naturalidad a tu lado.
Luego tu madre (vestida con la capa de Perla) se sentará aquí, debajo
del toldo, como uno más de nosotros. Después nos iremos todos, sin
prisas.
—¿Y si los guardias nos descubren? —susurró Gaia—. ¿Hacia dónde
huimos?
—Hacia allí —contestó Mace, asintiendo sobre su hombro—. Lo mejor
es cruzar el mercado, ir por los soportales y entrar en la tienda de velas,
que tiene una puerta trasera. ¿Podrá correr tu madre?
Gaia la recordó con sus camisas y vestidos marrones, rememoró sus
movimientos gráciles y pausados, su actitud dulce y sosegada. Frisaba
en los cuarenta años y era ágil y fuerte, o al menos así había sido antes
del arresto.
—Sí, si no es mucha distancia —respondió con nerviosismo.
Mace sonrió y le pasó un par de barras para que las colocara en el
puesto.
—Entonces, más valdrá que nadie se dé cuenta. Recuerda que la torre
comunica con el Bastión, por lo que no se extrañarán al ver salir a una
mujer que no ha entrado por esta puerta.
La plaza se fue llenando poco a poco de vendedores y compradores. El
sol coronó los edificios orientales y, al ir avanzando la mañana, encogió
lentamente la zona de sombra hasta que la plaza entera se llenó de la
luz del mediodía y del agobiante calor del julio.
Gaia había ayudado a Mace a poner dos toldos, uno para los clientes,
delante del carro, y otro para ellos detrás. Las cigarras empezaron su
lenta y plañidera canción estival. Varias personas salieron de la torre y
pasaron entre los guardias, pero ninguna entró.
Pese a que Gaia y Leon estaban detrás del carro y era Mace el
encargado de atender a la abundante y sudorosa clientela, a Gaia le
daba miedo que alguien pudiera reconocerlos. Además, cada vez que
veía a alguien que le recordaba a la hermana Khol se le revolvía el
estómago.
—¿No nos habrá mentido, verdad? —le preguntó a Leon—. Ya son más
de las doce. Dijo que vendría esta mañana, ¿no?
256 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
El capitán se había afeitado y, con la camisa azul sus ojos parecían más
claros, hasta bajo la sombra del sombrero de Oliver.
—Siempre está muy ocupada, pero vendrá. Tiene su particular y
retorcida honradez.
Mace se enjugó el sudor de la frente.
—Se me está acabando el pan. Como no venga pronto, no tendremos
más remedio que marcharnos. Ya me estoy quedando más de lo normal.
Por fin divisaron la figura blanca de la hermana Khol atravesando la
plaza. Iba cargada con una gran cesta de mimbre. Gaia sintió tal alivio
que hubiese corrido hacia ella derramando lágrimas de gratitud. Khol se
detuvo muy cerca de la puerta de la torre, dejó la cesta en el suelo, se
enderezó echándose la mano a la espalda con gesto dolorido y escudriñó
la plaza. Gaia sintió un cosquilleo en la nuca. Los guardias se irguieron,
imponentes.
—Vengo para el chequeo de la reclusa —dijo la hermana.
Uno de los guardias avanzó un paso.
—¿Qué llevas en la cesta?
Khol la empujó un poco con el pie.
—Una pistola y unas cuantas navajas —contestó burlona.
El guardia soltó una carcajada y levantó una de las tapas.
—¿Pipas de girasol y patatas? ¿Qué clase de dieta es esta?
—No es una dieta —contestó la hermana desdeñosamente—, es un
complemento de la dieta: la reclusa necesita vitamina B6.
El soldado sacudió la cabeza.
—Siempre pasa algo. ¿Cuándo llega el bebé?
—Dentro de un mes, más o menos. Oye, ¿me podrías subir la cesta?
Él meneo la cabeza y el otro hizo lo propio.
—Órdenes —dijo el primero a guisa de disculpa.
257 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
La hermana Khol se puso una mano en la cadera y miró con irritación a
la plaza. Gaia, que había escuchado ávidamente la conversación, estuvo
a punto de caerse del susto cuando Khol la llamó:
—¡Eh, tú, acércate!
Gaia la miró y, aparentando naturalidad, miró a Mace. A su alrededor
continuaba el barullo habitual del mercado.
—¡Si, tú, chico! —insistió Khol—. ¡Ven a llevarme esta cesta!
Gaia soltó la barra de pan que aferraba con una mano; los dedos le
cosquilleaban de nerviosismo.
—Quítate el delantal y sal corriendo —dijo Mace—, no la hagas esperar.
Gaia se lo quitó, se lo tiró a Leon y fue dando zancadas hasta la cesta.
Al levantarla, el peso la ladeó y tuvo que inclinarse hacia el lado
contrario para equilibrarse.
Los guardias se carcajearon.
—Así haces músculo, chaval —dijo el primero.
—Adelante —añadió el otro abriendo la puerta, y dio un compón al
sombrero de Gaia cuando esta paso por su lado. Aunque Gaia tuvo un
instante de pánico al sentir la presión de la máscara sobre la frente,
intento reaccionar como un chico; se tiró del sombrero y lanzó al
guardia una mirada aviesa.
—¡Así se hace! —dijo él, la voz guasona, pero agradable.
El disfraz había funcionado. Encantada, Gaia se apresuró a seguir a la
hermana Khol cargando como podía la cesta. La escalera ascendía en
espiral y en el sentido de las agujas del reloj. A ambos lados había
muros de piedra y, en el muro exterior, ventanas alargadas cada doce
escalones. Pasaron por varios descansillos con puertas cerradas. La
cesta cada vez pesaba más, pero Gaia se la fue cambiando de brazo y
siguió subiendo hasta que el corazón le palpitó locamente y empezó a
jadear. Pensar que cada paso la acercaba a su madre, la empujaba
hacia arriba, aunque los músculos de sus piernas protestaran a gritos.
No le quitaba el ojo a la espalda de la camisa blanca de la hermana
Khol ni a los talones de sus zapatos negros mientras subía los
escalones. Cuando ya pensaba que no podría seguir, llegaron a un
descansillo triangular donde la hermana se detuvo.
258 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Cuando esta recuperó el aliento, deslizó un pequeño panel de la puerta
y habló por la abertura:
—Soy la hermana Khol. Vamos a entrar.
A continuación giró una palanca de hierro hacia la izquierda y la puerta
basculó hacia afuera.
A Gaia le dio un vuelco el corazón. «¡Mamá! ¿Dónde estás?». Primero vio
a la mujer sentada en una mecedora. Persephone Fank, con su
característica cara de luna y su cabello castaño, dejó de hacer punto y
la miró sin interés. Gaia se quedo atónita al encontrársela allí. Leon le
había dicho que estaba en casa, practicando la medicina en completa
libertad.
O Leon le había mentido o Sephie había preferido servir al Enclave de
perro guardián. La doctora pasó los dedos por el punto para alisarlo y
volvió a tejer.
La mirada de Gaia voló hacia las otras ocupantes. La segunda estaba
echada en el camastro más alejado y cubierta por una colcha. La
tercera, desconocida, estaba en una silla con una revista en la mano.
Sus cabellos castaños descansaban a su espalda en una gruesa y
desarreglada trenza. Era una joven rechoncha de párpados hinchados y
cara de aburrimiento; a Gaia no le pareció que tuviese pinta de presa
política.
—¿Quién es? —murmuró la última.
—La hermana Khol, so marmota —dijo Sephie—, a ver si te peinas un
poco.
Cuando la mujer de la cama no se giró para ver quien había entrado, a
Gaia le dio un vuelco el corazón. ¿Y si no era su madre? Dejó la cesta en
el suelo y se quedó junto a la puerta, temerosa de hacer o decir nada.
Con una rápida ojeada a lo alto, localizó la cajita blanca que ocultaba la
cámara de vigilancia. Seguro que el hermano Iris o alguno de sus
secuaces vigilaban estrechamente la celda. Gaia gruñó por lo bajo.
—Ven, Bonnie —dijo la hermana Khol, la voz zalamera casi tierna—,
mira las pipas de girasol que he traído. ¿Cuánto hace que no comes
pipas?
El bulto de la cama ni se movió.
259 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—No tengo ganas.
A Gaia le dio otro vuelco el corazón al oír la voz; tuvo que recurrir a toda
su fuerza de voluntad para no salir corriendo hacia ella.
Entonces, mientras Khol insistía en que se levantara, su madre se
incorporó y Gaia vio algo imposible de creer; su camisón azul abultaba
mucho la zona del vientre. Demasiado. ¡Estaba embarazada! Gaia
inspiró con dificultad. No podía ser. ¿O sí?
De repente, comprendió la verdad; su madre no era la comadrona, sino
la presa política. Por raro que pareciera, debía estar a uno cinco metros
del mercado cuando Gaia la vio por última vez fuera del muro. Una
vocecita relegada al fondo de su mente se preguntó por qué su madre
no se lo había dicho, pero después su empatía se desató anulando todo
lo demás. Dio un paso involuntario hacia ella.
Su madre alzo unos ojos cansados y apáticos, pero no fue solo eso lo
que conmocionó a Gaia. Su antigua madre, llena de vitalidad y de
alegría, había sido reemplazada por una mujer exhausta y
completamente abatida. Sus brazos, antes fuertes y ágiles, eran
delgados y huesudos; sus mejillas y sus labios estaban descoloridos;
sus ojos sin brillo flotaban sobre enormes ojeras; su larga trenza se
había esfumado y su pelo era una triste maraña. Daba la impresión de
que la vida hubiera huido de su cuerpo para concentrarse en su vientre,
a fin de mantener vivo al hijo, dejando tras de sí una cáscara vacía.
—¿Quién es? —preguntó Bonnie con voz sorda.
—Un chico del mercado —contestó la hermana Khol.
Bonnie desvío la mirada con expresión ausente; a Gaia se le rompió el
corazón.
—Levántate, por favor —pidió la hermana Khol—, necesitamos una
muestra de orina.
—No necesitamos nada —dijo Bonnie tumbándose de nuevo.
—No —insistió Khol agarrándola del brazo. Sephie se levantó para
ayudarla y, entre las dos, consiguieron ponerla en pie. Sephie le calzó
las zapatillas.
—Nos llevará un minuto —dijo esta en voz baja—. Venga, Bonnie, hazlo
por el bebé.
260 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
La madre de Gaia apretó los labios, pero dejó que Sephie la acompañara
al cuarto de baño. La hermana Khol fue tras ellas.
La terrible verdad golpeó a Gaia de nuevo: su madre estaba embarazada
y, lo que era aún peor, ¿cómo narices iba a sacarla de allí?
—¿Ya está, Bonnie? —apremió Khol.
Al preguntarse por qué no les habría hablado la hermana Khol del
embarazo, Gaia pensó que quizá dio por hecho que lo sabían.
—Vamos a darle un poco de intimidad —dijo Sephie. Después cerró la
puerta del baño, volvió a sentarse en la mecedora de la chimenea y
retomó su punto. Las agujas hacían un agradable ruidito metálico.
Mientras Gaia recorría la habitación con la mirada en busca de ideas.
Advirtió que era una celda muy extraña. Para empezar era confortable.
Las paredes curvas estaban construidas con piedra oscura, pero un
pequeño fuego para cocinar brillaba en la chimenea y una alfombra
suave con dibujos de rosas cubría el suelo. Las tres ventanas tenían
visillos blancos, que enmarcaban el luminoso cielo vespertino, y había
un aparador con utensilios de cocina y varios libros. En lo alto, del
vértice de una estructura cónica de vigas de madera, colgaba un
silencioso ventilador que giraba pacientemente en el aire.
Sephie fue a buscar la tetera que colgaba cerca del fuego.
—¿Quieres un té antes de irte, Joyce? —preguntó.
La hermana Khol rebuscaba en la cesta que Gaia le había llevado. De
pronto, con expresión triunfante, sacó una latita negra y la agitó.
—Me daba en la nariz que lo preguntarías. Es una buena mezcla, con
un toque de vainilla.
Sephie sonrió y se retiró el pelo de la cara.
—Estás llena de sorpresas.
Mientras Sephie destapaba la tetera y echaba el té al agua, la hermana
Khol se dirigió a la tercera mujer:
—¿Cómo te va, Julia?
—He tenido trabajos mejores. Este es un aburrimiento, mayormente —
contestó. Se estaba haciendo la trenza de nuevo—. ¿No decían que era
un peligro para sí misma y para el bebé?
261 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Sephie alzó las cejas en lo que a Gaia le pareció un gesto de desdén.
Había puesto tres tazas delante del fuego cuando miró de nuevo a Gaia
y, súbitamente entrecerró los ojos.
—Tú, acércate —dijo.
A Gaia se le paro el corazón.
—¿Sí, hermana? —preguntó casi en un murmullo.
Sephie la miró ceñuda y Gaia esperó, presa de los nervios, forcejando
consigo misma para no apartar la mirada. Cuando la doctora giró en
silencio la cabeza hacía la izquierda, se resistió a imitar el movimiento.
Sephie levantó de nuevo las cejas, parpadeó y chasqueó la lengua.
—Una vez tuve un ayudante muy útil —dijo con despreocupación, pero
su voz cambió—: ¡Haz algo útil chico! —ordenó mientras vertía el té—,
reparte las tazas. Después puedes irte.
El corazón de Gaia tamborileó de nuevo a paso ligero. Sephie debía
haberla reconocido, pero no había dado la voz de alarma. ¿Por qué? De
pronto, recordó lo que Cotty había dicho sobre ella: siempre hacía lo
más fácil. Pero ¿qué era lo más fácil para ella en aquel momento? ¿Dar
alarma o esperar a ver qué pasaba? Gaia toqueteó los cubitos blancos
de su bolsillo, preguntándose cuánto tardarían en disolverse en agua
caliente y, lo principal, cuánto tardarían en hacer efecto.
—Ya lo has oído —dijo con dureza la hermana Khol—, no te quedes ahí
como un pasmarote. ¿Estás sordo?
—A lo mejor quiere pipas —dijo Julia entre risitas—, yo desde luego sí
que quiero.
La puerta del baño se abrió de golpe.
—Espera, Bonnie —dijo Sephie levantándose—, deja que te ayude.
Cuando Sephie entró en el baño, Gaia supo que no tendría otra ocasión.
Se acercó al fuego y echó con disimulo un cubito en la taza más
cercana, que a renglón seguido entregó a Julia. Luego repitió la
operación con la hermana Khol. Cuando su madre reapareció,
apoyándose en Sephie, Gaia dio la espalda a la cámara de vigilancia y
echó el tercer cubito en la última taza.
262 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Bonnie parecía más agotada que nunca. Se sentó en la cama y agarró el
borde del colchón, como para mantener el equilibrio. Gaia se adelantó
vacilante, sosteniendo la taza de Sephie. Cuando su madre levantó los
brazos en busca de la taza, Gaia se quedó de piedra. No se movió hasta
que su madre alzó la vista con expresión intrigada.
—No, Bonnie —dijo Sephie, tomado la taza de las manos temblorosas de
Gaia—. Lo último que necesitas en este momento es un diurético.
Gaia estuvo a punto de soltar una carcajada de alivio.
Su madre la estaba mirando con una cara muy rara.
—¿No te conozco? —le preguntó a su hija.
Gaia apretó la mandíbula y sacudió la cabeza. Sephie se rió.
—Porque has visto la primera hora de la vida de unos cuantos chavales
del Enclave, te crees que los conoces a todos —dijo. Después se volvió
hacia Gaia—. Hala, ya has visto nuestra preñada celebridad. Va siendo
hora de que te marches.
Gaia lo entendió: Sephie le permitía echarle una dolorosa ojeada a su
madre, pero nada más. Miró angustiada a la hermana Khol, pero esta
bebía tranquilamente su té, como si Gaia no le interesara lo más
mínimo. Al sentirse invadida por la desesperanza, miró desconsolada a
su madre, cuya cabeza gacha colgaba sin fuerzas.
Las ideas se le agolparon en la mente.
—Ya que no toma té, ¿puedo darle agua? —preguntó, procurando
mantener la voz tranquila. Sephie la miró con recelo. Entonces, como
tomando una decisión, asintió.
—Eso es galantería —dijo señalando una taza de metal del estante—.
Tráele un poco.
Mientras Gaia llenaba la taza en el lavabo, intentó pensar en alguna
otra cosa para retrasar su partida. Las mujeres hablaban de las
novedades del Enclave. La voz de Julia era chillona, con risas
ocasionales, la de la hermana Khol más grave y más pausada. El agua
caía en la tacita metálica. Si encontrara algún modo de sacar a su
madre mientras las otras seguían hablando, ganaría tiempo antes de
que el vigilante de la cámara advirtiera que pasaba algo raro.
263 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Pásame la manta, Joyce —dijo Sephie a la hermana Khol—. Está
cansada otra vez. Creo que necesita más hierro, y le vendría de perlas
tomar un poco de sol. Que repose en cama no significa que tenga que
estar encerrada todo el día.
—¿Se lo digo yo al Protector o prefieres decírselo tú? —preguntó la
hermana Khol.
Gaia salió del baño con la taza en la mano.
—Si viniera por aquí, se lo diría yo misma —contestó Sephie—, pero
como no es así, tendrás que decírselo tú.
Echó la manta sobre los hombros de Bonnie, que se la ciñó sobre el
pecho con una mano pálida.
—Yo también tengo un poco de sueño —dijo Julia, desperezándose y
bostezando—. Ojalá pudiera darme un paseíto por el mercado.
—Échate otra siesta —sugirió la hermana Khol. Julia no se enteró del
sarcasmo.
—No, no —contesto la otra apoyando la cabeza contra su cojín blanco y
los pies en la cama cercana—, quiero ayudar a Sephie —añadió
cerrando los ojos.
—Viva la holgazanería… —dijo la hermana Khol, y Gaia vio con
asombro que cerraba los ojos e inclinaba la taza, derramándose el té
sobre el regazo; sin embargo, estaba ya tan profundamente dormida que
ni se enteró.
—Tú, víbora —le siseó Sephie a Gaia—, no te he delatado, te he dejado
hacerle la visita.
Gaia la observó trastabillar hasta la mecedora, a cuyo brazo se agarró
para sentarse pesadamente. Abrió con esfuerzo los parpados y miró a
Gaia.
—Llévatela —dijo—, al menos no podrán echarme a mí la culpa.
Dicho esto, se durmió.
264 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
23 Maya
Transcrito por Mayay Karol91
Corregido por Lornian
ué pasa? —preguntó Bonnie con una desconfianza nueva en
los ojos.
A toda prisa, Gaia amontonó sobre la cama la manta sobrante
y una almohada y cubrió ambas con la colcha para imitar una
figura dormida.
—Corre, madre —dijo asiéndola con firmeza del brazo para levantarla—,
no tenemos tiempo.
—¿Gaia? —preguntó Bonnie, subiendo la voz, maravillada.
—Por favor —susurró su hija, agarrándola por la cintura y llevándola
prácticamente en volandas hacia la puerta—, tenemos que irnos, ya,
antes de que nos vean.
—¡Oh, Gaia! —exclamó su madre sin aliento— ¡no puedo creer que seas
tú!
Gaia la sacó al descansillo y cerró la puerta. Llevarla de la cama hasta
ahí le había demorado menos de diez segundos; si el de la cámara no
había mirado en aquel instante, no vería nada raro… hasta que se fijara
mejor y descubriese de que las mujeres no estaban hablando, sino
durmiendo.
—Ay, mamá —dijo abrazándola con toda la fuerza que se atrevió. Aspiró
en su piel el aroma de agotamiento y de la aflicción mientras el cuerpo
hinchado y huesudo temblaba bajo la fina tela de su camisón azul.
Q
265 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—No puedo creer que seas tú —repitió Bonnie.
Estrechó a su hija en sus trémulos y delgados brazos.
Después la miró fijamente a la cara, sorprendida. Le tocó la mejilla.
—¿Qué le ha pasado a tu cara?
—Ten cuidado, es una mascará. Rápido, tenemos que irnos.
Gaia apoyó el cuerpo de su madre en el suyo y la asió firmemente por la
cintura antes de bajar las escaleras.
—Estoy muy débil —musitó Bonnie—, lo siento.
—No pasa nada —contestó Gaia, pensando a toda velocidad. No podría
sacarla por la puerta de la torre: los guardias sospecharían de
inmediato; pero tenían que llegar hasta Leon o hasta Mace, como fuera.
Bonnie tropezó y, cuando Gaia la sujeto con más fuerza, profirió un
gemido.
—¿Estás bien?
—Me cuesta andar, he hecho reposo en cama. Esta es la primera vez
que me muevo desde hace no sé cuánto.
—¿Y eso, por qué? —preguntó Gaia ayudándola a bajar otro escalón.
Bonnie soltó una risa leve.
—Es el método tradicional. De hace miles de años.
—Pero… eh… ¿es de papá, no? —Gaia necesitaba preguntarlo—. ¿Por
qué no me lo dijiste?
Al acercarse a una de las ventanas alargadas, Bonnie se agarró al
antepecho para recibir el sol en su cara pálida, que adquirió un color
azul traslúcido sobre la piedra oscura. Gaia no podía creerse lo
consumida y frágil que parecía.
—Porque he sufrido muchos abortos —contestó su madre—. Prefería no
hacerme ilusiones, y menos que te las hicieras tú, pero tu padre y yo
estábamos apunto de decírtelo. Entonces cuando nos arrestaron, el
bebé me salvó la vida. Tu padre…
266 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Desde alguna parte de la planta inferior llegó un repiqueteo. Gaia
agarró protectoramente a su madre, que se abrazó a ella y le apretó
rostro contra su mejilla derecha.
Por las escaleras subió un eco de risas.
—¡Increíble! —exclamó una voz alegre y aniñada— ¡pues vaya un regalo!
Hubo un ruido de pisadas, una risa tranquila de hombre y otro sonido
agudo y tintineante.
—¡En serio! —afirmó la joven, juguetona.
Hubo un gruñido indescifrable y una voz grave.
—¡Me vas a buscar la ruina, Rita!
—¡Shhh! —ordenó ella—. Vale. Ahora.
Se oyeron más pisadas, un portazo y después… silencio. Gaia había
reconocido la voz de la niña que le habló una vez en la plaza del
bastión, la atractiva Rita, para advertirle que no interviniera en el
asunto del matrimonio ahorcado. Bonnie se dobló en dos súbitamente y
empezó a jadear.
—Oh, no —gimió.
—¿Qué pasa? —susurró Gaia. Su madre la miró con ojos suplicantes.
—Déjame, Gaia. Déjame aquí. Vete, tú podrás escapar —dijo pasándose
la mano surcada de venas azules por la curva del vientre.
—No —protestó Gaia, resistiéndose al pánico. Su madre no podía dar a
luz, allí no, entonces no. La estrechó con fuerza—. No pienso dejarte.
Encontraremos una forma de salir.
Bonnie siguió bajando los escalones, pero cada vez le costaba más. El
sudor invadió la frente de Gaia, «¿Qué voy a hacer?», se preguntó
desesperada, su madre se sentó lentamente en un escalón, hundió la
cabeza entre las manos y se quedó muy quieta, como concentrándose
en el dolor.
Era imposible traer al mundo un niño en aquellas escaleras. Podía
llevarles horas, y los soldados aparecerían en cuanto una de las
mujeres de la torre se recuperara lo suficiente para dar la alarma.
267 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Debería llevarte otra vez con Sephie? —preguntó Gaia—. ¿Mamá?
Bonnie meneó la cabeza. No fue una negación categórica y Gaia era
incapaz de decidirse… ¿Qué sería mejor para su madre?
—¿Estás segura?
—No quiero volver —dijo Bonnie.
Más abajo, Gaia distinguió la puerta por la que debían de haber entrado
Rita y su novio. Solo podía conducir al Bastión, a uno de los pisos
superiores, porque era la primera que encontraban. Las alejaría de la
libertad, pero a Gaia no se le ocurría otra solución.
Corrió escaleras abajo para comprobar el pomo, que giró sin dificultad.
Atisbó por la rendija amarilla. Las paredes, también de ese color, y la
alfombra que cubría el suelo eran engañosamente invitadoras.
—Ven conmigo, mamá —susurró levantándola.
—¿A dónde vamos?
—Tenemos que encontrar un sitio para esconderte. —Gaia esperaba
haberlo dicho con más confianza de la que sentía—. ¿Estás bien?
—Por ahora, sí —dijo Bonnie. Luego se puso una mano sobre el vientre
y su hija la tomó de la otra.
Gaia miró el pasillo otra vez para buscar cámaras, pero no vio ninguna.
No tenía ni idea de cómo salir, aunque sabía más o menos dónde estaba
el patio del colegio por el que se había escapado, y en aquella dirección
se encaminó, hacia el norte. Sin embargo, su madre no podría ir lejos.
Al llegar a una esquina, revisó otra vez el pasillo, pero siguió sin ver
cámaras. O el hermano Iris consideraba que no eran necesarias en los
pisos superiores del Bastión, o los habitantes de este exigían su derecho
a la intimidad.
Pasaron por delante de varias puertas cerradas, tras las cuales no se
oía ningún ruido, después el pasillo se abrió a una larga balconada
cubierta.
—Déjame descansar—dijo Bonnie, apoyándose en la pared.
Gaia vio que tres pisos más abajo había un patio y que la balconada era
en realidad una galería con arcadas que recorría todo el perímetro de la
268 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
planta. Al oír voces en el patio, ambas se agacharon detrás de la
barandilla.
—¿Dónde estamos? —preguntó Bonnie.
—Cerca del colegio. Si pudiéramos llegar al otro lado de la galería,
estaríamos sobre él, y por allí tiene que haber otra escalera de bajada.
Del patio llegaron un fuerte pitido y unos gritos:
—¡Atención! Se ha fugado una prisionera. Nadie puede salir ni entrar,
nadie. ¡Guardias, a sus puestos! ¡Ya!
El silbato pitó de nuevo.
Gaia oyó un correteo por el pasillo, a sus espaldas. Al girar la cabeza,
vio que Rita y un joven patinaban hasta detenerse de golpe junto a ella.
Rita llevaba el vestido rojo desarreglado; el joven, los botones de la
camisa marrón a medio abrochar.
—Oh, no —suspiró Gaia, poniéndose delante de su madre con gesto
protector.
El rostro de Rita estaba casi cubierto por sus cabellos color miel, pero
no cabía duda de que su expresión era adusta. El joven corrió a
ponerse delante de ella, imitando el gesto de Gaia y gritó:
—¡Están aquí!
Bonnie gimió bajito y Gaia miró a Rita con ojos suplicantes. El joven se
inclinó por la balconada para gritar de nuevo, pero Rita lo agarró del
brazo.
—Cállate, Sid —susurró con dureza—. Si gritas, nos encontrarán
juntos, ¿es eso lo que quieres?
Sid se apartó de la barandilla, perplejo y airado.
—¡Pero, Rita…!
—¡Que te calles! —espetó ella. Luego fue hacia Gaia y se acuclilló a su
lado, estudiándola con sus penetrantes ojos.
—Tenías que ser tú —dijo en tono más suave—, ¿por qué será que no
me extraña? ¿Estás loca o qué? —miró ceñuda a Bonnie y después de
nuevo a Gaia a quien dijo—: ¿Qué haces con esta?
269 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Es mi madre.
Rita abrió unos ojos como platos y echó una ojeada a su novio.
—Ayúdame —le dijo—, corre.
Sid dudó un momento, sin descruzar sus fuertes brazos, pero luego se
acercó a regañadientes a la madre de Gaia.
—Vas a conseguir que nos maten a los dos —le susurró a Rita.
—Lo vas a conseguir tú, so idiota —susurró Rita a su vez—. Eh, esta
mujer está muy mal, ¿no?
Después de levantarla con ayuda de Sid, se puso el brazo de Bonnie por
los hombros y la sujetó sobre su costado.
—¡Vamos! —dijo.
Pero Bonnie dejó escapar otro gemido y sus rodillas se doblaron. Sid
soltó una palabrota y levantó a Bonnie en sus brazos.
—¿A dónde, genio? —inquirió dirigiéndose a Rita.
Esta se volvió por donde había venido y los condujo por un pasillo
estrecho y una escalera arriba. Se estaban alejando del único camino
que Gaia conocía para salir del Bastión. Aun así, no tenía otra que
confiar en la joven. Poco después esta abría la puerta de una habitación
y los hacía pasar.
Mientras Gaia cerraba la puerta, Sid se arrodilló y dejó con delicadeza a
Bonnie en el suelo de madera, donde ella se acurrucó, con el rostro
crispado de dolor. Gaia era apenas consciente de que había entrado en
una habitación larga y estrecha llena de estanterías. Se puso en
cuclillas juntos a su madre y la tomó de la mano.
—Todo va bien, mamá —dijo. Luego miró a Rita, que le entregaba una
pila de toallas y sabanas blancas.
—Toma. Nosotros tenemos que irnos. Lo siento, pero no puedo hacer
más. Debo sacar de aquí a Sid como sea. Sid —añadió volviéndose hacia
él—.
Vamos a ir por la biblioteca, hacia el colegio. No te pasará nada.
270 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
En el pasillo se oyeron voces y carreras. Sid se puso más blanco que el
papel, y Gaia supuso que ella se había puesto igual. Rita, sin embargo,
esperaba con la mano en el pomo, imperturbable.
—Si nadie te descubre esta noche —susurró frunciendo el ceño—, es
posible que pueda venir a ayudarte, pero no cuentes con ello.
—Gracias —dijo Gaia. Aún le costaba respirar con normalidad—, nos
has salvado la vida.
Deslizó varias toallas bajo la cabeza de su madre y miró a Rita de
nuevo.
—Sé lo que hiciste por el bebé de la ahorcada —dijo esta—; demostraste
un valor extraordinario.
—¿Eh? —preguntó Gaia, confundida. Pero al entenderlo, sintió una
inmensa gratitud—. Tuve que hacerlo, nada más.
Rita asintió con determinación y echó un último vistazo a Bonnie.
—Cuídala.
—¿Nena? —dijo Sid—, ¿de qué la conoces?
Gaia cayó en la cuenta de que Sid ignoraba quién era.
Rita lo agarró del brazo.
—¿Estás listo, tonto mío?
—Aquí la que se entretiene eres tú —bufó él.
Tras titubear un poco ante la puerta cerrada, Rita la abrió, miró el
pasillo y ambos se marcharon.
Cuando Gaia se centró otra vez en su madre, vio que había cerrado los
ojos. Su cara estaba relajada, con el alivio y la extenuación propios de
los descansos entre contracciones. Era alarmante lo rápido que había
empezado y lo intensas que habían sido. Como Bonnie ya había parido
tres hijos, este llegaría más deprisa y con menos dolor que los
anteriores, pero aun así, Gaia tenía miedo. No contaba con ayuda ni
instrumentos.
—Tranquila, mamá —dijo suavemente cuando Bonnie gimió de nuevo.
—Que el cielo nos ayude. ¿Qué vamos a hacer?
271 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia examinó la habitación para ver si había algo útil mientras le
agradecía mentalmente a Rita su rapidez de reflejos. Estaban en una
especie de lavandería, o algún tipo de armario gigante para la ropa del
hogar, con estanterías de toallas, sábanas y mantas cuidadosamente
dobladas. Al fondo había dos grandes y abultados carros tela que
parecían llenos de ropa sucia, y una ventana alargada que dejaban
entrar suficiente luz para ver bien. Una ojeada a la puerta demostró a
Gaia que no había ningún tipo de pasador: alguien podía entrar en
cualquier momento y descubrirlas. Echó un vistazo a los ojos cerrados
de su madre y corrió hacia el fondo. Separó un poco los carros de la
pared de la ventana y puso en el suelo mantas y sábanas. Así, con los
carros impidiendo la vista, estarían protegidas contra una inspección
superficial del cuarto.
—Mamá —dijo; esta abrió los ojos—. ¿Puedes venir conmigo hacia allí?
Bonnie asintió y extendió el brazo. Gaia la tomó de la mano y la ayudó
levantarse. Con cuidado, yendo despacio, pasaron por delante de las
estanterías hasta que su madre se dejó caer en el colchón improvisado.
Gaia le puso toallas limpias bajo la cabeza y recogió las que habían
dejado cerca de la puerta. Con los carros a la espalda y la ventana sobre
su madre, le daba la sensación de estar en una especie de nido de ropa
blanca. Se quitó la chaqueta para sacarse la capa de Perla y la cuerda
que llevaba por dentro de la camisa. Cuando se quitó el sombrero, se
arrancó sin querer un trozo de máscara de la frente.
—Pues aquí estamos —dijo Bonnie sonriendo dulcemente.
—Lo siento, mamá —respondió Gaia con un nudo en la garganta—. No
sabía lo de tu embarazo, hubieras estado mejor con Sephie. ¿Debería ir
a buscarla? —Gaia recordó que seguiría drogada y dormida—, ¿o llamar
a otra doctora?
Bonnie negó con la cabeza y le acarició la mejilla.
—Quiero que me atiendas tú, no podría estar en mejores manos.
Gaia soltó una risa atragantada.
—¿De cuánto estás?
—De unos ocho meses. El bebé será pequeñito, pero es fuerte.
272 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Bonnie tuvo que callarse para recobrar el aliento; Gaia le puso las
manos sobre el vientre y sintió una de las contracciones. Cuando pasó,
le subió suavemente el camisón. Su madre sangraba sobre las toallas
blancas. A Gaia se le paró el corazón y, al segundo siguiente, se le
desbocó.
—No te preocupes, mamá —dijo—, voy a ver lo que has dilatado, ¿vale?
Bonnie asintió. Al examinarla, Gaia palpó el duro bulto de la cabeza del
bebé. Se obligó a sonreírle y se secó las manos con una toalla. Bonnie
tuvo otra contracción; sus dientes rechinaron por el esfuerzo.
Se detuvo, jadeando.
—¿Ya viene, no?
Gaia le tomó de la mano y apretó con fuerza.
—Sí.
El rostro de su madre estaba mortalmente pálido. Las contracciones se
producían con regularidad, oleada tras oleada. Gaia hizo lo que pudo,
esperando el primer grito y sabiendo que el sonido atraería a los
guardias. Con mano temblorosa, Bonnie agarró una de las toallas y,
antes de la innevitable contracción,se la metió entre los dientes.
Cuando el dolor llegó, mordió la toalla,y en ese instante la cabeza del
bebé se deslizó al exterior. Gaia le dio ánimos mentalmente y, en la
siguiente contracción, salió el resto del cuerpo.
Bonnie se desplomó sobre la espalda, de puro alivio, y giró el pálido
cuello hacia la luz de la ventana. Aunque Gaia estaba preocupada por el
tono azulado del bebé, se quedó sobrecogida por su pequeñez y por la
perfección de su forma, le inspeccionó la boca con un dedo y le palmeó
rápidamente la espalda. Nada. Lo dejó sobre una toalla y le comprimió
el tórax varias veces, tras lo cual cubrió la diminuta boca y la nariz con
su boca y exhaló levemente. El bebé respingó. Gaia le insufló aire de
nuevo, le dio otra palmada y, por fin, obtuvo en respuesta un llantito
gatuno y malhumorado. Gaia suspiró aliviada y su madre giró la cabeza
para mirar.
El color del bebé iba mejorando a medida que lloraba.
—Oh, Gaia —exclamó Bonnie extendiendo los brazos—, dámelo.
273 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Es una niña —dijo Gaia entregándosela. Le temblaban las manos.
Observó el cariño y la ternura con que su madre se la acercaba al rostro
y sonrió ante repentino silencio que cayó sobre la habitación cuando la
pequeña dejó de llorar y empezó a dar suaves chasquidos con sus
diminutos labios.
Era uno de los bebés más pequeños que Gaia había visto en su vida y,
como otros prematuros, estaba cubierto por una sustancia de color
crema, pero su piel había adquirido un color saludable. Al fijarse de
nuevo en su madre vio que algo marchaba terriblemente mal: seguía
sangrando. Retiró la placenta y le masajeó el abdomen tratando de
contraerlo. Hizo todo lo que sabía hacer para detener la hemorragia,
pero la sangre salía a borbotones.
—Mamá, sigues sangrando. ¿Qué hago?
—¿Tienes pan y quesillo?
Gaia negó con la cabeza.
—Aquí no tengo nada. Nada de nada.
Bonnie frunció el ceño y dio la impresión de contener el aliento. Se
lamió los labios y miró de nuevo a su hija, a quien se le partió el
corazón cuando vio que trataba de sonreír.
—Venga, mamá, ¿qué hago?
—No pasa nada, Gaia.
Pero sí pasaba. Claro que pasaba. Le masajeó de nuevo el abdomen, con
más fuerza, vio que el rostro de su madre se crispaba de dolor. La culpa
la atravesó como una hoja afiladísima cuando se dio cuenta de que era
la responsable de todo; si no hubiera intentado rescatarla, si la hubiera
dejado en la torre, en aquel momento estaría descansando y a salvo en
vez de estar desangrándose sobre unas toallas blancas.
—Deja que vaya a pedir ayuda.
—No. No me dejes.
—Todo es culpa mía. Al menos en la torre tenías ayuda.
—Estás muy equivocada. Ocúpate de la nena.
274 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia se enjugó una lágrima con los nudillos y rasgó una tirita de
sábana para atarle el cordón umbilical. Le costó, porque las manos le
temblaban, pero su madre no dejó de sonreírle.
—Lo siento mucho, mamá.
—Estás haciéndolo muy bien —murmuró Bonnie—, ponme una toalla y
déjame descansar.
Gaia enrolló una toalla limpia y suave y la colocó entre las piernas de su
madre, a quien trató de acomodar lo mejor posible. Apenas recordaba
dónde se encontraban ni que las estaban buscando cuando oyó un
taconeo en el pasillo. «Ahí vienen», pensó, y cayó en la cuenta de que
solo sentía alivio; así podrían ayudarlas. Apoyó la cabeza junto a la de
su madre y le protegió el cuerpo con el brazo, ahuecando la mano sobre
la mano de ella que sostenía a la niña. En esta posición oyó abrirse la
puerta y que alguien entraba al cuarto. A pocos centímetros, los ojos de
su madre buscaron velozmente los suyos, rogándole silencio.
Hubo un gruñido de disgusto.
—Caray —dijo un hombre—, ya podían llevar mejor esto.
—¿No hay nadie? —preguntó otro.
La voz del primero llegó de más lejos.
—No, y apesta. Cierra la puerta.
Cuando la puerta se cerró con un clic, Gaia parpadeó asombrada en
dirección a su madre.
—Idiotas —murmuró esta, sonriendo.
—Deja que vaya a buscarlos —suplicó Gaia en voz baja, apretándole la
mano—, pueden traer a un médico.
—No, Gaia. No quiero que venga nadie.
Gaia se envolvió los dedos en la manga del camisón de su madre.
—Por favor, mamá —musitó.
Bonnie exhaló pesadamente y cerró los ojos, sin dejar de sonreír.
—Quiero que la llames Maya.
275 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia contuvo un sollozo y apoyó la cabeza en el hombro de su madre.
—Es un nombre muy bonito —dijo aparentando tranquilidad—. ¿Por
algo en especial?
—Significa «sueño». Ella es mi sueño, todo lo que jamás pensé que
podría ver.
—Ay, mamá —dijo Gaia, se le rompía el corazón.
—Además —añadió Bonnie con una risita—, rima con «Gaia»: a tu padre
le hubiera encantado.
Sintió la mano de su madre en el pelo, acariciándola, calmándola.
—Vamos, cielo, tienes que ser fuerte.
Gaia se sorbió la nariz y se enderezó. Su madre estaba increíblemente
pálida, pero sus ojos eran tan vibrantes como siempre, luminosos
incluso, pese a la difusa luz vespertina del pequeño espacio. Gaia ajustó
un poco más la toalla que envolvía la formita durmiente de su hermana.
La piel del brazo de su madre estaba extrañamente sudorosa y fría.
—Cuídala por mí —rogó Bonnie—, no dejes que nadie le haga daño.
Una alarma se disparó en los nervios de Gaia.
—¿Qué dices?
Su madre alzó una mano y Gaia sintió la frialdad de sus dedos sobre la
piel de la mejilla izquierda. En algún momento del parto se le habían
caído los restos de la máscara, y la cicatriz estaba más sensible que de
costumbre.
—Siento mucho esto —dijo su madre.
El nudo de la garganta no la dejaba hablar: Gaia apretó los labios,
sacudió la cabeza y desvió la mirada.
—No —añadió su madre—. Mírame, Gaia. Creíamos que te salvaría,
nunca imaginamos lo mucho que te haría sufrir, en todos los sentidos.
Fue puro egoísmo, lo sé, pero después de la perdida de Arthur y Odin,
tu padre y yo deseábamos quedarnos contigo a toda costa. Cuanto más
se acercaba el día en que íbamos a perderte, menos capaces éramos de
afrontarlo y esto fue lo único que se nos ocurrió. ¿Podrás perdonarnos
alguna vez?
276 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Gaia tragó saliva con dificultad mientras el dolor y la angustia luchaban
en su corazón.
—¿Fue a propósito?
—Ay, cariño. Lo siento mucho. Lo siento en el alma.
Gaia se esforzó por imaginar, en un momento, cómo habría sido su vida
sin la cicatriz, si hubiera sido ascendida, si se hubiera criado sin sus
padres…, pero le era inconcebible imaginar una vida sin el amor que
ellos le habían dado, día tras día.
—No pasa nada. Yo me habría hecho lo mismo. No me dejes, mamá.
El rostro de su madre se contrajo de dolor un instante, pero después
sus rasgos se relajaron de nuevo.
Su expresión era tranquila.
—Quiero estar con tu padre —dijo bajito—, y tú tienes que cuidar de
Maya. Cuídala bien, ¿me lo prometes?
—Mamá, por favor. No puedes. Espera, he encontrado a Odin, aquí, en
el Bastión. Es alto y rubio y soldado. El sargento Bartlett. ¿No le
conoces? Yo descubrí quién era hace unos días y él también. Pero se ha
marchado del Enclave y no lo he vuelto a ver. Te necesitamos. Todos.
Su madre le dio palmaditas en la mano.
—¿Seguro que era él?
—Tienes los dedos tan nerviosos como papá, y canta.
Su madre dejó escapar una risa débil.
—Si hubiera podido verlo… Con eso me habría bastado, con verlo una
vez y saber que estaba bien. No hacían más que prometerme que si me
portaba bien podría ver a mis niños, pero nunca me lo permitieron. —
Hizo una pausa y parpadeó soñolienta—. Cuántos errores…
Gaia apoyó la cabeza en su pecho y abrazó estrechamente su cuerpo
frágil.
—No, mamá, por favor.
Sintió en el pelo su mano suave, acariciándola con dulzura, la oyó decir:
277 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Qué buena eres… qué bella.
A Gaia se le escapó un sollozó y cerró los ojos con mucha fuerza. Era
imposible que pasara algo así. El pecho de su madre no se movía. Abrió
los ojos para mirar su cara serena y cenicienta. Vio un latido en las
venas de su cuello, vio que tomaba aliento profundamente, por última
vez. Se quedó observándola, esperando, aguardando otro aliento que
nunca llegaría.
Miró hacia sus piernas y apartó enseguida la mirada; la sangre había
empapado el camisón y la toalla.
Buscó de nuevo su rostro, suplicando que respirara, pero sus ojos
estaban clavados en la ventana, ciegos.
Cuando el bebé agitó una mano diminuta sobre su mejilla, no
reaccionó. La blanca piel de su cuello estaba lisa, sin pulso.
—No —susurró Gaia cerrando de nuevo los ojos—. ¿Qué voy a hacer? —
se preguntó con la voz rota de dolor. Seguro que había hecho algo mal—
. Te necesito, mamá —añadió con voz ronca mientras le acariciaba la
cara, el cabello—. Por favor.
Le temblaban las manos. Tenía el corazón rebosante de pena. Se
envolvió en sus propios brazos y se quedó apoyada en la pared mientras
el cuerpo inmóvil de su madre perdía lentamente el calor.
278 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
24 El Acervo Afectivo
Transcrito por lili28
Corregido por Lornian
o único que deseaba era hundir la cabeza junto a la de su madre y
abandonar la lucha, pero cuando sus ojos empañados de lágrimas
se posaron sobre su hermana, pensó que la oscuridad tendría que
esperar. No podía mirar el rostro de su madre ni la delicada y
estropeada piel de sus manos. No podía quedarse allí, junto a su
cuerpo, mucho tiempo. Los guardias volverían o entraría alguien para
llevarse los carros de ropa sucia. Además, y eso era lo principal, si la
niña no recibía alimento, se moriría también.
Se apartó lentamente de su madre y se inclinó para quitarle con
delicadeza el bebé.
—Hola hermanita —susurró. Había prometido cuidarla y pensaba
hacerlo, costara lo que costase.
Maya era diminuta, un bultito inquieto y pesado, pero falto de
coordinación. La limpió lo mejor que pudo y la envolvió en una toalla.
Luego la dejó sobre una pila de sábanas y se ocupó de ella misma: tenía
los pantalones y la chaqueta manchados de sangre. Le sería imposible
hacerse pasar por aprendiz de panadero, pero contaba con la capa azul
marino de Perla. En uno de los carros echó la chaqueta, los restos de
máscara y la cuerda que tan poca utilidad había tenido. Luego se
remangó los puños de la camisa azul y las perneras de los pantalones
para ocultar las manchas. A continuación dobló una sábana por la
mitad y rasgó una parte del doblez para anudársela en la cintura y
simular una falda. Debajo de la capa podría pasar.
L
279 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Acunando a Maya, se acercó a la ventana y atisbó más allá de la
fantasmal silueta de su reflejo para tratar de orientarse. Las nubes
habían oscurecido el sol de la tarde. Al fijarse en los paneles solares de
los tejados, recordó que se inclinaban hacia el sur para aprovechar el
sol del mediodía, por lo que dedujo que se encontraba en el ala oeste del
Bastión, lejos de la torre sudeste y del colegio. No sabía muy bien cómo
salir ni qué hacer si llegaba a conseguirlo, pero una suerte de urgencia
aturdida la impulsaba a la acción.
Era muy consciente del cuerpo de su madre que yacía en el suelo,
anormalmente inmóvil. Cuando estuvo preparada, con Maya en brazos,
la miró por última vez y se agachó para cubrirle la cara con una toalla.
Era incapaz de decirle adiós; las palabras se le atascaban en la
garganta, pero no tendría otra ocasión de estar con ella. Por un instante
se dejó caer contra la pared, vencida por el dolor, abrumada por un
peso invisible. Cerró los ojos para luchar, en vano, contra las lágrimas.
«Seré fuerte». Abrazó a su hermana y tomó una profunda y trémula
bocanada de aire.
Después se volvió y apartó los carros de ropa para dirigirse a la puerta.
Parpadeó varias veces y trató de concentrarse en los sonidos del
exterior. Cuando comprobó que no se oía nada, abrió solo lo suficiente
para mirar el pasillo. «¿Y si no lo consigo?», se preguntó con
desesperanza. «Lo conseguirás», fue su propia réplica. Anduvo de
puntillas hasta el fondo del corredor, temiendo a cada paso que un
grupo de guardias doblara la esquina. Entonces se dio cuenta de que se
estaba equivocando: ir a hurtadillas, intentando disimular, era pedir a
gritos que la detuvieran. Debía comportarse como la hermana Khol,
imitar su paso firme, su autoridad irrefutable.
Respiró hondo, se puso la capucha de la capa y marchó por el pasillo a
buen paso. Al llegar a una escalera, se dirigió hacia abajo y, tras pasar
por varios descansillos, desembocó para su sorpresa en un luminoso
invernadero de alto y abovedado techo de cristal. Al instante reconoció
las puertas ventanas que comunicaban con el vestíbulo del Bastión,
desde el que partían las dos grandes escaleras curvas situadas frente a
la puerta principal.
El invernadero, enmarcado por arquerías de madera blanca, cuajado de
frondosos helechos y del rumor del agua, era un oasis de paz y de
suntuoso encanto. Aquella belleza, su contraste con la pérdida de su
madre, le resultó casi imposible de soportar. Se detuvo bajo uno de los
280 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
arcos para respirar el aire húmedo y fragante, para maravillarse con
desconsuelo de la existencia de un lugar tan bello. Hojas verdes de
todas las formas, flores de todos los colores y frutas tentadoras se
desplegaban a su alrededor como una fiesta para los sentidos. «¿La
Tierra era así?», se preguntó. Echó a andar hacia un sonido que la
atraía como un imán: el del agua. En el centro del invernadero había un
estanque totalmente circular. Su superficie en calma reflejaba el envés
de los helechos que lo rodeaban y un trozo de cielo. Gaia, que nunca
había visto usar el agua para hacer algo bonito, sintió una mezcla de
rabia y sobrecogimiento. Al tocar una flor amarillo pálido, se quedó
admirada por la delicadeza de los pétalos. Levantó los ojos hacia la
palmera que se alzaba hasta el techo acristalado. No era capaz ni de
imaginar el agua y la energía que serían precisas para mantener un
lugar así.
Tras el gorjeo de un pájaro, oyó voces que se acercaban por su
izquierda. Retrocedió a toda prisa, salió al pasillo más cercano, giró a la
derecha y desembocó directamente en el vestíbulo del Bastión.
Las familiares baldosas blancas y negras se extendían a sus pies como
un campo minado, donde cada paso podría significar su arresto. Se
tambaleó en un último e indeciso momento de miedo, tras el cual se
decidió a cruzar directamente la estancia en dirección al colegio. No
había dado ni cuatro pasos cuando oyó voces en las escaleras; al mirar
hacia arriba y a la izquierda vio bajar a la familia del Protector,
impecablemente vestida de blanco: la joven que Gaia había visto de
lejos; su hermano mayor; Genevieve, que descendía apoyando con
delicadeza un dedo en el pasamanos, y, detrás de ella, el Protector en
persona. Gaia estaba a medio camino de las baldosas, en dirección a
una puerta abierta del lado opuesto del vestíbulo, rogando que nadie la
reconociera, cuando por la puerta principal, situada a su derecha,
irrumpieron dos guardias sujetando a un hombre. Los soldados lo
tiraron al suelo, de modo que él aterrizó sobre las rodillas y un hombro.
Gaia jadeó y se escondió como pudo detrás de una columna.
La joven de las escaleras gritó asustada y el Protector corrió hacia
abajo.
—¿Qué diablos pasa? —rugió al llegar junto a los guardias.
—Hermano —contestó uno de ellos en voz baja, sin arredrarse—, este
hombre pretendía meterse en el Bastión. —Le arrancó el sombrero.
281 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
La mirada de Gaia voló hacia la figura del suelo, al joven de traje basto
y azul, que hasta en aquella postura se erguía, de cabello castaño
oscuro y de ojos azules y centelleantes. Pese a tener las manos atadas a
la espalda, Leon recobró el equilibrio y consiguió ponerse en pie.
Genevieve profirió un grito ahogado y Gaia, instintivamente, avanzó un
paso. Los ojos de Leon miraron con rapidez en su dirección, repararon
en la ropa y el bebé, y se volvieron con furia hacia su padre.
—Gaia —dijo—, quiero presentarte a mi madre, Genevieve Quarry. Esta
es mi hermana Evelyn y ese, mi hermano Rafael —después, en voz baja
e irónica, añadió—: Al Protector ya lo conoces.
No lo llamó «padre». El Protector era un hombre alto y distinguido que
acentuaba la regularidad de sus rasgos con un bigote negro. Su cabello
entrecano estaba meticulosamente cortado y su traje blanco y entallado
destacaba su complexión atlética. Gaia lo había visto en la inmensa
pantalla del Tvaltar, unas veinte veces mayor de lo que era; pero allí, en
la vida real, imponía infinitamente más. Emanaba un poder frío y
calculador, como si pudiera cargar de electricidad las partículas que lo
rodeaban sin mover un dedo. Aunque el instinto le ordenó que
retrocediera, que se esfumara, Gaia dio un paso adelante y se obligó a
mantener la calma.
—Encantada —contestó casi en susurros.
El Protector la ignoró.
—Leon —dijo Genevieve bajando los últimos escalones. Su voz era grave
y llena de compasión—. ¿Qué te ha pasado?
—Hola, madre —contestó el joven sin alterar la voz, sin apartar la
mirada del Protector.
—No te acerques, Genevieve —dijo este.
Ella se detuvo al pie de la escalera y su hija se puso a su lado. A la
izquierda de Gaia, el conserje apareció silenciosamente con el hermano
Iris.
—Traslada al bebé a la Guardería, Winston —ordenó el Protector—,
después te llevas a estos dos abajo y les pegas un tiro.
Leon palideció y Gaia atravesó corriendo la distancia que los separaba
para ponerse a su lado.
282 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—No, Miles. No puedes hacer eso —protestó Genevieve, agarrándolo del
brazo.
Al ver que Winston se acercaba, Gaia se arrimó a Leon y protegió al
bebé con los brazos.
—Tiene razón, padre —dijo Rafael—. Leon es la única persona que no
puedes eliminar: sería tu suicidio político.
Gaia miró al hermano de Leon. Sus rasgos perfectos, su cabello casi
rubio y ondulado le resultaban conocidos por los programas del Tvaltar.
Físicamente, no se parecía a su hermano, pero tenía algo, quizá en el
porte o en su sentido innato de pertenencia a una clase superior, que
de algún modo esquivo le asemejaba a Leon.
—Agradezco tu preocupación —replicó ásperamente el Protector—, pero
correré el riesgo.
—Reflexiona, Miles —insistió Genevieve—. En este momento, Leon
importa más que nunca: es tu hijo ascendido. Hasta tiene la marca. Él
es el futuro, y Gaia Stone es prácticamente una heroína. ¡Mírala!
—¡Papá, por favor! ¡No los mates! —exclamó Evelyn.
El Protector apretó los labios con gesto severo, sus inexpresivos ojos no
revelaban nada. Winston estaba detrás de Gaia; cuando le puso una
mano en el brazo, ella saltó hacia delante.
—Eres despreciable —le espetó al Protector con voz entrecortada—.
¿Qué clase de hombre mataría a su propio hijo? ¿Cómo puedes llamarte
a ti mismo Protector?
Sin dignarse apenas a mirarla, el Protector se volvió para decirle a su
mujer:
—No es hijo mío, nunca lo ha sido. Traté de razonar con él hace cuatro
días, ¿y qué pasó? Que salió corriendo. Es un peligro andante. Por no
hablar del gusto que le ha tomado a cierta mujerzuela deslenguada del
exterior.
León se giró hacia Genevieve y preguntó en voz baja:
—¿Cómo es posible que sigas viviendo con él, madre?
El Protector avanzó unos pasos y estampó su puño contra la mandíbula
de Leon, tirándolo al suelo.
283 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¡Tú cállate! —exigió.
Genevieve palideció; la hermana de Leon dio un grito ahogado y se
cubrió la boca con la mano. Un hilillo de sangre caía por la comisura de
su boca, pero Leon se estaba levantando con una lentitud deliberada.
—Ya está bien de tonterías. ¿De quién es el bebé? —preguntó el
Protector.
El hermano Iris dio un paso al frente y se ajustó las gafas.
—Es el hijo de Bonnie Stone—contestó—. Venía para decirte que hemos
encontrado su cuerpo en la lavandería del tercer piso. Como sabes, es
muy posible que este bebé, al igual que todos los del Sector Occidental
Tres, tenga el gen supresor. Al igual que lo tendrá esta muchacha —
añadió volviéndose hacia Gaia—. ¿Es niño o niña?
—Es mío, cabrón —replicó esta—. No me lo quitarás.
El Protector se dirigió de nuevo a Winston:
—Sí, la muchacha se ha criado en el exterior. Y ya ves lo mucho que
vale. Dispón de ella a tu antojo.
—Pero, padre, piensa en nuestro acervo génico —terció Rafael
acercándose a ellos—. Debes pensar en los genes de la muchacha.
Para sorpresa de Gaia, el Protector la agarró súbitamente por el mentón
y tiró con fuerza de ella para inspeccionarle la cara.
—¿Tú querrías esto? —le siseó a su hijo. Rafael la miró con más
atención mientras Gaia lo observaba desafiante. El joven bajó los ojos,
los alzó brevemente hacia Leon y los volvió a bajar. La respuesta era
obvia: no.
A pesar de todo, a pesar de que la acosaban problemas mucho más
graves, seguía hiriéndola que alguien, que un chico, la encontrara fea.
Le hirvió la sangre contra todo y contra todos.
El Protector lo notó y esbozó una sonrisa.
—Era de suponer —dijo soltándola. Luego se dirigió a su familia—: Yo
no le impondría su presencia a ninguna de las familias que conozco,
tenga los genes que tenga. ¿Qué clase de hombre tomaría a una mujer
así? No es una heroína, sino un ser raro. Prefería convertir en heroína a
Myrna Silk.
284 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Leon había observado con tensión el incidente.
—Yo la tomaría —afirmó, y su voz grave resonó por toda la estancia.
Gaia contuvo el aliento y, cuando giró la cabeza, vio que Leon clavaba
en ella su mirada fija e intrépida. Cayó en la cuenta de que hasta
entonces apenas había hablado, quizá porque no quería darle a su
padre adoptivo, que tanto desprecio le inspiraba, la satisfacción de ver
que intentaba defenderse. Sin embargo, la defendía a ella.
El Protector se rió con sorna.
—Perfecto —dijo.
—Leon está en lo cierto, Miles. ¿No lo entiendes? —alegó Genevieve—.
Piensa en los resultados de admitirlos en nuestra familia. Él aparecerá
como alguien sumiso, totalmente reformado, y ella se convertirá en la
esperanza del Enclave. Incluso es posible que tuvieran un hijo, uno de
los niños que necesitas, y todo bajo nuestra dirección. Nosotros
seríamos los verdaderos héroes.
El rostro del Protector se endureció.
—¿Acaso ya has olvidado lo que hizo? —preguntó con amargura.
Hubo un silencio en el cual la niña hizo un ruidito de succión y se agitó
brevemente en los brazos de Gaia, que la acunó de forma instintiva.
—No lo he olvidado —respondió en voz baja Genevieve.
Gaia paseó la mirada de un rostro tenso al siguiente. Genevieve tenía
las manos enlazadas sobre el pecho; cerca de ella, Evelyn se había
quedado absorta; Rafael, que también parecía distante, hundía las
manos en los bolsillos; el Protector era un témpano de hielo. Miró por
último a Leon, que apretaba la mandíbula y echaba chispas por los
ojos. Por un instante fugaz sintió el vacío de la hermana desaparecida,
una ausencia tan palpable como si la gemela hubiese bajado por las
escaleras junto a Evelyn y se hubiera desvanecido en el aire. Un matiz
rojizo tiñó las mejillas de Leon.
—Lo repito por última vez —dijo con voz serena—, yo no la toqué jamás.
El Protector habló lenta y claramente:
285 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Eres un pervertido y un mentiroso. ¿Por qué no ibas a ser también un
asesino? —dicho esto, se dio la vuelta y añadió—: Hazlo con discreción,
Winston. Ahora mismo.
El conserje y los guardias rodearon a la pareja. Evelyn profirió un
chillido de protesta, pero Genevieve y Rafael se habían quedado sin
argumentos. Gaia advirtió, conmocionada, que Leon estaba paralizado,
que no se resistía, como si alguna de las palabras dichas por su padre
le hiciera merecedor de la pena de muerte. ¿Qué insidioso poder ejercía
sobre él?
—¡No! —exclamó.
Sin pensarlo, tiró del brazo de Leon en la dirección más inesperada:
hacia las escaleras. El Protector intentó agarrarlos, pero Genevieve
perdió el equilibrio y cayó en sus brazos. Gaia propinó un empujón a
Rafael y se liberó de su mano cuando él trató de sujetarla. Entonces
subió corriendo con Leon por la gran escalera curva, ganando unos
segundos cruciales a los guardias, que se vieron obligados a zigzaguear
entre la familia para seguirlos. Trotó por la escalera, subiendo los
escalones de dos en dos. Cerca del final, Leon la alcanzó y, pese a llevar
las manos atadas a la espalda, se dirigió rápidamente a la derecha y
dobló una esquina.
—¡Rápido! —le gritó a Gaia, que le siguió como un rayo y lo encontró
detenido ante una puertita baja, más o menos de un metro de altura—.
¡Ábrela!
Gaia obedeció y, agachándose, entró a ciegas detrás de él. En cuanto
cerró la puerta, fue presa del pánico al creer que estaban atrapados en
un balcón. Sin embargo, al fijarse mejor, vio que se hallaban en el
tejado del invernadero, al pie de una estrecha pasarela metálica que
cruzaba hasta la pared opuesta por encima de la cúpula. Leon se
adelantó y le dijo:
—Pégate a mí, dame la mano.
Gaia extendió la mano libre y sintió un firme apretón. Si Leon se
resbalaba o perdía el equilibrio, no podría agarrarse a ningún sitio;
traspasaría el cristal y caería a plomo los quince metros que los
separaban del suelo del invernadero.
—Vamos —dijo, y sujetó al bebé con más fuerza. Obligó a sus pies a
avanzar por la estrecha pasarela. De abajo llegaba el ruido de los
286 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
guardias que corrían por el vestíbulo. Su única esperanza estribaba en
que la puertecita se les pasara por alto. Cuando estaban sobre la
cúspide de la cúpula y empezaban a recorrer el otro lado, el terror, que
empujaba a Gaia a ir más deprisa de lo debido, la hizo perder el
equilibrio; Leon la sujetó a tiempo, pero se tambaleó peligrosamente en
cuanto Gaia se aferró a él.
—Hacia delante —dijo con ferocidad—. No tires de mí, Gaia.
Cuando al fin alcanzaron el extremo opuesto, con su correspondiente
puertecita, oyeron un grito a sus espaldas seguido de un disparo. La
bala, que impactó contra la pared despidiendo una lluvia de estuco,
había pasado a escasos centímetros de la cabeza de Gaia.
—¡Corre! —urgió Leon mientras ella extendía la mano hacia el
picaporte. De inmediato la empujó para que entrara y Gaia tiró de él
para hacerle entrar. Echaron a correr por otro pasillo y bajaron por una
escalera de caracol que se oscurecía cada vez más. Los muros de piedra
sin ventanas devolvían el eco de sus acelerados pasos. Al poco rato,
Gaia se tropezó y tuvo que apoyar la mano libre en la pared, con
demasiada fuerza.
—¡Gaia! —dijo Leon volviéndose para buscarla—. ¿Estás bien?
—Sí —contestó ella, aguantando el dolor de la palma. Había muy poca
luz, pero le pareció ver una línea oscura, de sangre. Se colocó al bebé en
ese brazo para tener libre la mano buena. El aire era frío y olía a rancio,
como a polvo viejo y a cebollas—. ¿Dónde estamos? —preguntó al llegar
al pie de la escalera.
—En la bodega. Debería haber luces. Ah.
En cuanto doblaron la siguiente esquina un sensor de movimiento
encendió una bombilla que reveló un largo espacio de techo bajo y arcos
de mampostería. Mientras se apresuraba para seguir a Leon,
esquivando una docena de mesas y estantes cargados de ollas viejas,
patatas y nabos, Gaia distinguió unas cavidades en las paredes,
parecidas a los nichos de una catacumba, llenas de botellas y barriles.
Leon propinó una fuerte patada a una mesa de madera con cajones.
—Aquí —apremió—, busca un cuchillo.
Gaia miró hacia la entrada: se oían pasos.
287 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¡Vamos! —ordenó Leon.
Ella abrió un cajón tras otro, arrojando el contenido al suelo, hasta que
Leon señaló con la bota un afilado cuchillo de sierra. Gaia dejó al bebé
sobre la mesa y agarró el cuchillo. Lo metió entre las cuerdas que
sujetaban las muñecas de Leon y lo liberó con tres cortes rápidos.
—¡Por fin! —siseó él, girando las muñecas. En el momento en que Gaia
recogía al bebé, apareció el primer guardia.
—¡Alto ahí! —gritó.
—¡Ven! —dijo Leon agarrándola de la mano y metiéndola en uno de los
nichos. Hubo un disparo y otra bala impactó en la pared, cerca de Gaia,
que se tiró al suelo. Leon estaba apartando barriles frenéticamente de la
pared del fondo. Por un terrible momento, Gaia pensó que habían
acabado en un callejón sin salida, pero entonces una honda negrura se
abrió en la pared y un aire frío y húmedo le rozó la cara. Leon la levantó
agarrándola por los hombros y la empujó hacia el hueco, Gaia se
adentró a trompicones en la nada, abrazándose para proteger a su
hermana mientras caía contra una pared de piedra.
Oyó que Leon entraba tras ella y daba un portazo dejándolos en la más
absoluta negrura.
288 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
25 Los Túneles
Transcrito por Yurani & Clyo
Corregido por Eneritz
os ojos de Gaia se agradaron para encontrar cualquier atisbo de
luz, pero la oscuridad era insondable. Oyó a Leon empujando algo
contra la puerta y después los fuertes golpes y las voces ahogadas
procedentes del otro lado.—Ayúdame a empujar —urgió Leon.
A ciegas, Gaia extendió la mano y palpó el objeto grande y macizo que él
intentaba poner contra la puerta. Luego apoyó el hombro y empujó lo
mejor que pudo, ya que sostenía a Maya con el otro brazo. Al fin
consiguieron acercarlo; la puerta vibraba pero resistía.
—No los contendrá mucho tiempo —dijo Leon.
En la oscuridad la niñita parecía aún más pequeña, así que Gaia la
envolvió con ambos brazos.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
—En el túnel que sale de la bodega. ¿Te acuerdas del mapa?
Gaia oyó un rascado y una luz brilló en la punta de una cerilla. La cara
ceñuda de Leon apareció en el resplandor antes de que encendiera la
mecha de una vela. De la puerta llegó un violento ruido de golpes que
hizo respingar a Gaia. Vio que el banco, porque era un banco, que Leon
y ella habían puesto haciendo cuña, empezaba a torcerse.
—¡Siguen ahí! —exclamó.
L
289 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Leon sacó dos velas más de la caja de una estantería y se puso en
marcha. Alzó la vela hacia un pasadizo angosto excavando en el lecho
de roca y protegió la llama ahuecando la otra mano.
—No te apartes de mí.
—Tú anda, yo te sigo.
Se agarró a su camisa y trotó tras él. La llama daba suficiente luz para
ver la oscura piedra que enmarcaba el túnel, en el que, a intervalos
regulares, se habían añadido vigas de madera para sostener las paredes
y el techo. Cuando Gaia se atrevió a mirar atrás, vio que sus siluetas
arrojaban una sombra inmensa y aterradora, más negra que la propia
negrura. En la primera bifurcación, Leon se dirigió a la derecha; en la
siguiente, a la izquierda. A sus espaldas hubo un estrépito y después se
oyeron gritos.
—¡Sujétate fuerte! ¡Corre! —dijo Leon, apretando el paso de tal manera
que la llama parpadeó locamente.
Gaia tropezó y se agarró a él con más fuerza para mantener el
equilibrio.
Leon se detuvo.
—¿Todo bien?
—Sí —le contestó enderezándose.
Él echó a andar de nuevo. Al aumentar la distancia que los separaba de
sus perseguidores, las voces de estos se fueron amortiguando hasta
extinguirse por completo. Gaia solo oía su laboriosa respiración y sus
rápidas pisadas sobre el accidentado suelo. En ciertos lugares, el túnel
se había derrumbado y tenían que gatear entre escombros polvorientos.
De repente Maya emitió un gemidito y Gaia vio que Leon volvía la
cabeza para ver qué pasaba.
—¿Todo bien?
—¿Seguimos perdidos?
Leon soltó una risa.
—Fiona, Evelyn y yo solíamos jugar aquí abajo —dijo. Su voz tenía un
timbre sordo e inquietante entre aquellas paredes cerradas—.
¿Recuerdas lo que me preguntaste del escondite? Pues lo jugábamos
290 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
aquí. De ahora en adelante es un poco más ancho, podremos ir del
brazo.
—Este sitio da un poco de miedo —comentó Gaia. Algo levísimo le rozó
la cara. Cuando miró hacia arriba vio el techo cubierto de telarañas,
que en aquella penumbra parecían tan finas como cenizas. Miró hacia
atrás—. No se oye nada.
Leon asintió y alzó la vela en el aire en calma.
—Vendrán. Tardarán más porque tendrán que imaginarse las
bifurcaciones que hemos tomado —dijo, y volvió a ponerse en marcha
ahuecando los dedos sobre la llama—. Sujétate fuerte a mi brazo.
—¿Adónde vamos?
—Más adelante hay un sitio donde lo decidiremos, si no se ha
derrumbado.
Después de andar en silencio y a toda prisa durante varios minutos,
llegaron a un ensanchamiento donde el túnel se bifurcaba de nuevo.
Cuando Leon se detuvo, Gaia le soltó el brazo y miró a su alrededor.
Varios cajones de embalaje que formaban un cuadrado irregular,
encerraban una pequeña zona al lado de la pared más cercana. A sus
pies, un viejo cojín gris había servido de nido a un ratón, que lo había
decorado con heces negras y cáscaras de semillas. Leon estaba
encendiendo el par de velas restantes con el cabo de la antigua; le pasó
la primera.
—Toma —dijo.
Gaia la levantó para iluminar las cajas. Estaban forradas con tiras de
papel masticado, restos de cómics y de revistas. Entre ellas vio la forma
inconfundible de un yoyó y un puñado de tabas. Más arriba, en un
estante, había pilas de papeles, y sobre esa misma pared un mapa del
Enclave y de Wharfton manchado por la humedad. Aquel aire que olía a
tierra le pareció helado y poco acogedor; le resultaba difícil imaginarse a
unos niños jugando en un lugar así. A unos niños normales, al menos.
—¿Qué lugar es este?
—El centro de mando. Nuestro fuerte. Mis hermana y yo nos
refugiábamos aquí, hace mucho —respondió Leon. Luego, con la punta
de la bota, empujó una lata llena de canicas—. A Fiona le encantaba
291 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
imaginar quiénes serían mis padres y dónde vivirían, sobre todo cuando
cumplí trece años. A esa edad debía decidir si quedarme en el Enclave o
marcharme, pero, claro, nadie se va. Era un juego con infinitas
posibilidades y ninguna solución —apartó sus ojos del rostro de Gaia
para mirar hacia el mapa de la pared—. Ahora que sé la respuesta,
resulta irónico haber vuelto. Desde aquí tenemos dos opciones. ¿Estás
bien?
—Más o menos.
—Encontraste a tu madre.
Gaia intentó pronunciar las palabras necesarias para decirle que había
muerto al dar a luz, pero no pudo. En lugar de ello, miró a la pequeña y
vio que enfocaba sus ojos azules hacia la vela, con expresión ausente y
soñadora.
—Fue duro ¿no? —dijo Leon. Se limpió la comisura de la boca con la
manga, para quitarse la sangre del puñetazo de su padre.
—No pude salvarla —contestó Gaia; y nada más, porque no quiso que la
pena la abrumara.
—Lo siento mucho, Gaia. Ojalá hubiera podido ayudarte.
Lo había intentado, al menos. Por eso lo atraparon, por que intentaba
llegar hasta ellas. Más adelante, quizá, se permitiría pensar en su
madre, pero en ese momento tenía que salvar a su hermana.
—Maya va a necesitar comida dentro de nada. ¿Adónde conducen estos
túneles?
Leon alzó la vela hacia el izquierdo.
—Por aquí se va al noreste, donde el muro se encuentra con el
precipicio. Acaba en el sótano de un bar. Si pudiéramos salir por allí,
estaríamos cerca del muro.
Asintió hacia el de la derecha y añadió:
—Por ahí se ataja un poco hacia el sudeste, hacia el cementerio cercano
al café de Ernie, donde nos vimos aquel día.
—¿Cerca del jardín de las piedras? —preguntó Gaia acercándose al
mapa— ¿El café está aquí, en esta placita?
292 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Sí. El túnel ha sufrido algunos derrumbamientos, pero creo que
podremos sortearlos. La última vez que estuve se podía pasar, aunque
de eso hace ya bastantes años.
—¿Quién más sabe dónde conducen los túneles?
—Media docena de personas, más o menos. Mi hermana Evelyn los
conoce todos. El Protector debe de conocer la salida del bar, porque esto
era una mina de hierro antes de la construcción del Enclave, pero la
mayoría de los túneles se derrumbaron y lo que queda no es nada
seguro.
Gaia sabía que los fundadores del Enclave habían excavado hondo, muy
hondo, en una mina de hierro para localizar fuentes de energía
geotérmica, pero nada más. Miró los túneles tratando de dilucidar por
cuál de los dos ir; le daba la impresión de estar en una ratonera.
—¿No hay ninguno más? —preguntó examinando el mapa.
—Hay otro que parte de este, pero la salida está muy lejos del muro,
detrás del Bastión y cerca de la Guardería y la granja apícola.
—¿La Guardería?
—Lo encontró Fiona, le encantaba ver a los bebés —dijo Leon dando
golpecitos sobre un lugar del mapa situado al norte del Bastión. Gaia
recorrió con la mirada las antiguas señales de colores, pequeñas X en
su mayoría, desperdigadas por Wharfton; se quedó muy quieta, pero su
mente era un torbellino. Acababa de ocurrírsele una idea. Al oír un
ruido lejano, pegó un respingo.
—Leon —dijo—, cuando eras pequeño querías encontrar a tus padres
biológicos, ¿contabas con algún tipo de información?
—Con ninguna, en realidad, aparte de mi fecha de nacimiento. Fiona
buscaba familias del exterior que hubieran tenido hijos un año o dos
antes o después de mi nacimiento, pero no había niños de mi edad. Era
como averiguar dónde faltaban pedazos en un rompecabezas sin
haberlo compuesto.
—Porque no existían los datos sobre los padres biológicos del exterior.
No se conocía el registro de mi madre.
293 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Claro, nadie lo tenía. Buscamos en los archivos de nuestra familia,
pero no había nada sobre ellos. A veces me da la impresión de que
tengo algún recuerdo de aquella época, aunque sería absurdo.
—Pero sí había información sobre quién te adoptó —dijo Gaia.
La vela arrojaba una luz temblorosa sobre los rasgos de Leon, que
expresaban curiosidad.
—Claro. ¿Adónde quieres llegar?
Gaia lo agarró del brazo.
—Lo único que mi madre quería, lo que de verdad quería, era saber si
mis hermanos estaban bien, pero no podía averiguar quiénes eran. Ay,
Leon —dijo estremeciéndose—, tenemos que entrar en la Guardería.
Quiero mirar los registros para saber qué familias adoptaron a los niños
ascendidos.
—¿Para averiguar quiénes son ahora?
Hubo otro ruido a sus espaldas, en esta ocasión más cercano.
—Es lo contrario a la cinta de mi madre —explicó con urgencia—, es la
información que necesitamos para los del exterior, para los que son
como mamá. Además, habrá biberones para Maya. ¡Tenemos que ir!
Leon la tomó del brazo y echó a correr por el túnel más estrecho.
Gaia emitió un jadeo cuando la cera se derramó por sus dedos y su vela
se apagó.
—Lo siento —dijo Leon.
—Da igual. Sigue. Iré pegada a ti. Corre.
Le agarró de nuevo la camisa mientras él abría camino con su vela. En
la siguiente esquina giró a la izquierda. Poco a poco, Gaia tuvo la
sensación de que estaban subiendo. Pasaron junto a los huesos secos
de un animalillo, y justo cuando el túnel empezaba a ensancharse, su
estado empeoró. Las rocas desprendidas del techo dejaban tan solo
unos pasadizos angostos y zigzagueantes. Una vez, Leon tuvo que
cruzar primero, dejándola casi a oscuras, y ella tuvo que pasarle al bebé
por un agujero antes de trepar a gatas por una roca. Dos veces se
detuvieron para escuchar si había nuevos ruidos a sus espaldas, pero,
294 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
en el silencio agobiante, Gaia solo escuchó el sonido de su agitada
respiración.
—¿Y si nos están esperando a la salida? —preguntó.
—Pues no sé.
En la oscuridad el tiempo perdía significado; a Gaia le parecía que
llevaban una eternidad recorriendo los antiguos y tortuosos túneles de
la mina. Maya hacía ruiditos quejumbrosos, pero apenas se movía; Gaia
confiaba en que estuviera bien, porque lo único que podía hacer era
mirarla de cuando en cuando. Por fin, le pareció que percibía un brillo
grisáceo a lo lejos y, al siguiente giro, vio que por delante y algo más
arriba una roca reflejaba la luz.
Leon apagó la vela antes de seguir. Cuando el túnel se estrechó de
nuevo y volvió a girar, el reflejo de la luz se agrandó y se hizo más
luminoso. El suelo adquirió de pronto el aspecto de una gran losa
irregular y empinada, con grietas por las que corría agua. Gaia tuvo que
agacharse y apoyar la mano libre en el áspero muro de piedra. Leon
gateaba por delante. Al fin salieron a una cueva natural donde la altura
les permitió ponerse en pie. Al mirar atrás, no vieron señal alguna del
túnel por el que habían entrado. Cuando se aproximaron a la luz, el
ruido del agua se acrecentó hasta convertirse en un torrente que
levantaba ecos. El pasadizo que conducía al exterior era tan bajo que
obligaba también a ir a gatas y la abertura estaba cubierta por una
maraña de raíces y enredaderas. A través de estas se distinguía una
cortina de lluvia torrencial que chocaba ruidosamente contra el suelo de
cemento y, más allá, apenas visibles, las colmenas artificiales.
—¡Llueve! —exclamó Gaia maravillada.
Hacía meses que la sequía era absoluta. ¡Meses! El agua de lluvia
transformaba la vida en el exterior del muro, era salud caída del cielo.
¡Y cómo olía! Gaia saboreó la dulzura de la humedad, que convertía en
especia a la tierra misma.
—Leon, mira.
—Ya veo —susurró él, la voz apenas audible frente al aguacero. Le echó
un brazo sobre el hombro y se inclinó hacia la abertura—. Voy a
comprobar que no haya nadie. Espérame aquí, tardo un minuto.
295 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Se marchó antes de darle ocasión de protestar. Un relámpago fue
seguido por un fuerte trueno que la sobresaltó. La niña soltó un
chillidito de protesta. Gaia la acunó contra su cuello y la envolvió con el
borde de la capa para abrigarla mejor. Pasó un angustioso minuto en el
que no dejó de aguzar el oído por si había algún disparo. Leon apareció
súbitamente en la abertura.
—¡No vuelvas a hacerme esto! —chilló Gaia.
—¡Rápido! No hay nadie. ¡Ven!
Gaia parpadeó al salir gateando bajo la intensa lluvia. Cuando se puso
en pie, ya estaba empapada. Tiró de su capa para cubrir bien a la niña.
Leon la tomó de la mano y ambos corrieron hacia la granja apícola,
pasando entre colmenas y bajo árboles goteantes. A su alrededor, los
relámpagos iluminaban el cielo y los truenos retumbaban, sobre todo en
los nervios de Gaia, que acabó por chillar y soltarse de Leon para
sujetar mejor a su hermana.
—¿Dónde vamos? —preguntó al salir de la granja.
—Un poco más adelante, solo unos metros —gritó Leon para hacerse oír
por encima del diluvio.
Corrieron por un callejón y doblaron una esquina. El agua que caía y
salpicaba a su alrededor ya había inundado los zapatos de Gaia. Casi
no veía el pavimento por el que avanzaban y el fragor de la lluvia le
llenaba los oídos.
En ese momento Leon la atrajo hada sí y la llevó hacia una pared,
donde el alero del tejado les proporcionaba unos centímetros de refugio.
Gaia se lamió los labios para probar la lluvia. Al mirar a la niña, vio que
hacía un leve mohín con la boca.
—Ya estamos —dijo Leon—, esta es la Guardería.
Gaia paseó la mirada por la pared y las ventanas superiores. Era un
edificio pequeño, de dos pisos, fachadas blancas y postigos verdes. Las
ventanas estaban decoradas con maceteros de geranios, de cuyos
extremos caían chorros de agua de lluvia. La construcción la
sorprendió. Ella se esperaba algo más grande, más impersonal, pero
aquello era casi acogedor. En la zona donde se encontraban había
varios cubos de basura de los que emanaba el inconfundible olor a lejía
y pañales usados.
296 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Cómo entramos? —preguntó.
—¿Estás segura de que quieres entrar?
—¿Cómo entrabas tú con Fiona para ver a los bebés?
Leon señaló un balcón de la segunda planta.
—Subiendo hasta allí.
La pared estaba cubierta por un enrejado endeble. Gaia tragó saliva al
imaginarse trepando por allí con un solo brazo.
—¿Trepando? ¡Es una locura!
—Trepaba Fiona— contestó Leon, y le tiró de la manga—. Vamos, hay
una puerta trasera.
Gaia miró con atención a la derecha, donde otra cortina de lluvia se
aproximaba a ellos, golpeando la pared y el pavimento y repiqueteando
sobre el alero. Leon la condujo hasta la cancela de madera de un
estrecho patio trasero, donde un par de gallinas cacarearon desde el
gallinero que recorría la fachada. Débilmente, por encima del ruido de la
lluvia y las gallina, Gaia oyó el llanto de un bebé. Leon siguió bordeando
el edificio. En la siguiente fachada un par de escalones subían hacia
una puerta.
—Entro yo —dijo—, sé dónde está la oficina. Veré lo que puedo hacer.
—Debemos estar juntos —objetó Gaia. Cuando él se volvió para mirarla
y, por supuesto, llevarle la contraria, Gaia se enjuagó la lluvia de los
ojos y espetó—: No es negociable.
—No puedes entrar, Gaia, sería una locura. Si alguien te reconoce,
llamará a la guardia.
—¿Y a ti qué? ¿A ti no te están buscando?
—Yo tengo labia para salir de cualquier aprieto.
Gaia estuvo a punto de soltar la carcajada ante su arrogancia.
—¿No me digas? Pues eso no me lo pierdo.
—La hermana Khol puede estar ahí dentro.
—La dejé en la torre, drogada.
297 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Pero de eso hace horas.
Gaia no tenía ni idea del tiempo transcurrido, pero no quería quedarse
con su hermana bajo la lluvia ni un segundo más. Agarró el pomo de
metal y lo giró, sorprendiéndose al comprobar que la puerta no estaba
cerrada. Sin más dilación, se coló en una cocina limpia y penumbrosa.
Leon entró detrás y cerró la puerta, que aplacó el ruido ensordecedor de
la lluvia. En ausencia del estruendo, el goteo de uno de los grifos
resultaba increíblemente fuerte. Las encimeras y la mesa estaban
vacías, salvo por un colador cercano al fregadero. Una ristra de ajos
colgaba de un gancho junto a la ventana. La pared del fondo, hecha de
piedra, contenía un horno y una enorme chimenea, cuyo pequeño fuego
bastaba para caldear la habitación. Sobre una encimera había una fila
de cunas estrechas con mantas pequeñas, algunas arrugadas. La
mirada de Gaia se detuvo en los biberones de un escurreplatos.
—¿Hola? —dijo una mujer. La voz era cansada, pero tranquila, de un
timbre agudo y casi aflautado—. Franny, ¿eres tú?
Cuando Leon echó a andar hacia la voz, una joven vestida de rojo
atravesó la puerta de la cocina con un bebé sobre el hombro, al que
daba palmaditas en la espalda con mano firme. Se detuvo, pasmada.
—¿Puedo ayudarte? — le preguntó a Leon. Solo tendría algunos años
más que Gaia. Sus mejillas eran regordetas y sonrosadas, y sus manos
rollizas. Los miró alternativamente, y su mirada se suavizó al reparar en
el bebé.
—Yo soy Rosa. ¿Nos conocemos?
—¿Está la hermana Khol? —preguntó Gaia a su vez.
Rosa inspeccionó con curiosidad sus ropas empapadas.
—No. ¿Qué ha pasado? ¿Y por qué sigue ese bebé todo mojado?
Puso al niño que llevaba en brazos en una de las cunas y se colocó
meticulosamente un mechón de pelo suelto detrás de la oreja. Luego
extendió los brazos hacia Maya.
—Ven, cariño —gorjeó.
Cuando Gaia se apartó por instinto, Rosa la miró perpleja. Entonces se
volvió hacia Leon y su extrañeza se trocó en seriedad.
298 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Tú eres Leon Quarry, o Grey, ¿no?
Leon no contestó. La mirada de Rosa saltó de nuevo entre ellos, pero
por fin se detuvo en Maya. Gaia estaba a punto de hablar cuando Leon
meneó la cabeza a guisa de advertencia. Rosa carraspeó y le miró de
nuevo.
—Bueno —dijo en voz baja—, para todo hay una primera vez.
Antes de que Gaia supiera lo que Leon se proponía, él agarró un
cántaro de metal de la encimera y describió velozmente un arco que
acabó en el cráneo de Rosa. El impacto provocó un ruido sordo e
inflexible; Leon la agarró para que no se cayera al suelo de golpe. Rosa
no profirió el menor sonido, ni siquiera un gemido de dolor.
Gaia le miraba con los ojos desorbitados.
—¿Esta es tu labia para salir de los aprietos?
Leon dejó a Rosa en el suelo y agarró un delantal del respaldo de una
silla. A continuación, Gaia observó atónita cómo le ataba rápidamente
las manos a la espalda.
—Quedate aquí —dijo, asiendo de nuevo el cántaro.
—¿Pero qué haces?
Él cruzaba ya la puerta por la que Rosa había entrado y, poco después,
Gaia oía sus pisadas subiendo unas escaleras. Hubo un grito,
interrumpido enseguida por otro golpe sordo, y un ruido de cuerpo
arrastrado. Gaia miraba a la cautiva del suelo, tratando de averiguar si
todavía respiraba. A la luz de la lumbre, vio sus ojos cerrados y la
palidez de su cara, pero su boca estaba abierta y su pecho se movía.
Leon bajó las escaleras e irrumpió en la cocina.
—Listo —dijo—; solo tendremos unos minutos antes de que aparezca
alguien más. Las cosas para tu hermana están en el piso de arriba, yo
iré a la oficina. Tengo una idea. ¿Gaia?
Esta despegó los ojos de Rosa y abrazó con fuerza a su hermana.
—¿Era necesario que hicieras eso? —murmuró.
299 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Él ladeó la cabeza y la miró fijamente, sin disculparse. Gaia advirtió que
no debería asombrarse por sus reflejos. A fin de cuentas estaba en la
guardia, había sido entrenado para ejercer la violencia.
—Lo siento —dijo Gaia.
Leon miró a su espalda y escuchó, tras lo cual dio un paso hacia ella y
le habló con dulzura:
—¿Quieres cuidar a tu hermana o no?
Aquel recordatorio reavivó su sensación de urgencia. Dejó caer la capa
empapada de Perla sobre el respaldo de una silla, miró al bebé de la
cuna para comprobar que estaba dormido y, a continuación,
esquivando a Rosa, salió de la cocina y corrió escaleras arriba. Leon se
encaminó a la oficina.
Las estrechas escaleras recibían poca luz natural. Al final, había una
puerta abierta a cada lado. La habitación de la izquierda estaba más
oscura y contenía una fila de cunas. Gaia se volvió hacia un sonido
débil e indefinido procedente de la estancia de la derecha y se metió en
una guardería pequeña, limpia y de techo bajo, que olía a jabón de
lavanda y algodón. Filas de cunitas rodeaban las paredes, más de una
docena, pero Gaia vio que solo unas pocas estaban ocupadas y que los
bebés dormían. ¿Qué posibilidades tendrían Leon y ella de salir de allí
sin incidentes? ¿Qué horarios regirían aquel lugar? La lluvia caía por
dos ventanales que dejaban entrar la luz grisácea del exterior. Un
relámpago parpadeó en el cielo, seguido por un trueno sordo, pero el
mal tiempo resaltaba lo bien y calentito que se estaba allí dentro.
Gaia se giró hacia el rincón más alejado de la habitación. Una mujer
vestida de blanco yacía desmadejada sobre una mecedora, con la
barbilla sobre el pecho y las muñecas atadas a los brazos de la silla.
Fascinada y amedrentada por lo que Leon era capaz de hacer, le
observó el tórax para comprobar si respiraba. Por suerte, así era. A su
lado había una mesa con pañales, mantas pequeñas y una cesta de
ropa. Uno de los bebés emitió un ruidito de succión y Gaia palmeó a
Maya por instinto. En cualquier momento uno de ellos podía
despertarse y llorar, y despertar a los demás, y entonces ¿quién se
ocuparía de ellos? No se atrevió a cambiar ni a limpiar a Maya, pero le
envolvió por encima dos mantas y guardó unas cuantas más y algunos
pañales en la cesta de la ropa. Luego asió esta por las asas y salió a
toda prisa de la habitación, haciendo el menor ruido posible.
300 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Bajó las escaleras de puntillas.
—¿Leon? —susurró.
Atisbó por otra puerta. Un escritorio atestado de objetos ocupaba el
centro de la oficina, rodeado de armarios y estantes. Junto a una de las
paredes había dos cunas vacías, por si era necesario dejar algún bebé.
Una lámpara de tulipa verde situada en el escritorio apartaba la grisura
vespertina. A él se sentaba Leon, escribiendo en un teclado; el brillo del
monitor arrojaba una luz azul pálida sobre sus mejillas y sus manos.
—¿Has encontrado algo? —preguntó Gaia.
—Todavía no.
Gaia era consciente de que debía buscar alimento para su hermana,
pero esta se había dormido y ella no pudo evitar el deseo de echarle un
vistazo a la habitación. En el tablón de anuncios de la pared, sobre la
esquina derecha, descubrió un folleto similar a una invitación, pero
más grueso. Le resultó familiar y se acercó para mirarlo.
Solsticio de verano 2409
Convocatoria de los miembros de la
Cohorte de Ascensión de 2396
Solicitud de Retrocesión
Gaia pasó la primera página y vio columnas de nombres. «Yo he visto
antes un folleto de estos», pensó intentando recordar cuándo. La letra
era pequeña y había varias páginas. Calculó que contendría un
centenar de nombres.
—Leon —dijo arrancándolo del tablón—. ¿Qué es esto?
Él pulsó unas teclas más y se detuvo para mirarla y mirar el folleto de
su mano.
—Es un anuncio de retrocesión —contestó—. El Enclave publica uno
todos los veranos, dirigido a los niños de trece años. Es una mera
formalidad. Para guardar las apariencias.
301 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Pero es una lista, ¿no?, de todos los niños de cierto año. Tú
encontraste una de estas listas en el costurero de mi padre, cuando lo
arrestaron.
Leon alargó la mano y Gaia le entregó el folleto.
—Así es. Se trata de una lista, pero no figuran las fechas de nacimiento.
—¿De qué año era la de mi padre?
—Era el anuncio del año de uno de tus hermanos. Del menor, creo.
—Así que no solo era un alfiletero —comentó Gaia—. En ella figuraba el
nombre que los padres adoptivos pusieron a mi hermano.
—Sí. Quizá tu padre pensó que podría averiguar quién era —dijo Leon,
tras lo cual giró la cabeza, alerta. Gaia guardó silencio, pendiente de
cualquier ruido. Del piso superior, llegó el sonido amodorrado, pero
inconfundible, del llanto de un bebé, que enseguida remitió. Leon le
clavó los ojos.
—Ay, no —jadeó Gaia. En cuestión de segundos el niño soltaría una
llamada mucho más alta y perentoria, y despertaría a otros que lo
imitarían—. Tengo que encontrar el preparado para biberón.
—Te espero aquí.
Corría por el pasillo cuando oyó un nuevo lloro, más fuerte. Al entrar en
la cocina vio que Rosa se había acercado a la chimenea y estaba
tratando de levantarse.
—No te muevas —le advirtió.
Rosa giró la cabeza en su dirección. El cabello negro le caía sobre el
rostro y la punta de un mechón se le pegaba a la comisura de la boca.
—Por favor, desátame —rogó con su voz de soprano—, tengo que cuidar
a los niños.
El bebé de la encimera agitaba una manita y emitía un alegre gorjeo. Un
nuevo lloro en la planta superior fue seguido al instante por el de otro
bebé.
—¿Dónde está el preparado? —inquirió Gaia, inspeccionando la cocina.
Una de las paredes estaba forrada de armarios y cajones. Dejó el cesto y
a Maya en la mesa central y empezó a revisarlos a toda prisa. El primer
302 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
armario contenía comida para adultos; el segundo, platos; el tercero,
tarros de cerámica. Gaia sacó uno y levantó la tapa: polvo color crema.
—No te lo lleves —dijo Rosa—, lo necesitamos.
Después de meter el meñique para probarlo, Gaia puso uno de los
tarros en la cesta, a cuyo contenido añadió tres biberones del
escurreplatos, previamente rellenados de agua y cerrados con las
correspondientes tetinas. Los llantos del piso superior aumentaban por
momentos, en intensidad y en cantidad.
—¡Leon! —gritó. Luego tomó en brazos a su hermana y agarró las asas
de la abultada cesta. Por último preguntó a Rosa—: ¿Hay alguna lista
de las fechas de nacimiento de los bebes? ¿Un registro?
Rosa se rio.
—¿Te crees que te la voy a dar? Te atraparán —contestó acercándose
un poco más a la chimenea— y te colgarán delante del Bastión, y yo
estaré mirando.
—¡Leon! —volvió a gritar. No hubiera podido decir qué la angustiaba
más, si los llantos cada vez más fuertes de los bebés o las siniestras
predicciones de la chica de la voz aguda. Leon apareció en la puerta.
—No lo encuentro, debe de ser información clasificada —anunció,
sacando dos capas rojas de un armario.
—Esa sabe dónde está —dijo Gaia señalando a Rosa—, pero no quiere
decírmelo.
Leon la miró un instante a los ojos, como sopesando algo importante.
«Hazlo», pensó Gaia, «haz lo que tengas que hacer».
—Nadie sale del muro —chinchó Rosa desde el suelo—. Habrá gente
vigilando en todas las ventanas, guardias por todas partes.
Leon le echó a Gaia una de las capas por los hombros y ella se acomodó
en el suave y confortable tejido. Luego dejó la otra capa sobre la mesa y
asió el mango de un cuchillo que sobresalía de un bloque de madera.
Su hoja, corta, afilada y de sierra, despidió un destello azulado bajo la
luz de la lluviosa ventana. Mientras los llantos del piso superior crecían
en desespero, Leon dio un paso hacia Rosa y la apuntó con el cuchillo.
303 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—No puedes hacer eso —dijo ella con los ojos como platos. Leon giró en
su mano el cuchillo que empuñaba.
—¿Dónde está la lista? —preguntó.
Gaia contuvo el aliento y se mordió los labios. Rosa se alejaba de Leon
cuanto podía. Su voz se agudizaba aún más con el miedo:
—¡No lo sé!¡De verdad!
El bebé de la encimera rompió a llorar, añadiendo un chirriante
contrapunto a las súplicas de Rosa.
Leon se acercó otro paso y le apoyó la punta del cuchillo en el centro de
la garganta. Gaia, aterrada, abrazó con fuerza a su hermana.
—Dímelo —exigió él, la voz baja y dura—. Y nada de ordenador. Quiero
un registro escrito. Sé que la hermana Khol guarda una copia.
La hoja del cuchillo se deslizó un poco cuello abajo. Rosa jadeó de
miedo.
—¡No me hagas daño! En el último cajón del armario grande, en la
pared del fondo. Allí hay registros. ¡Miralos! ¡Por favor!
Leon alzó la vista hacia Gaia, que asintió, volvió a dejar la cesta y a su
hermana sobre la mesa y fue corriendo a la oficina. El cajón indicado
estaba lleno de cuadernos. Al mirar rápidamente las tapas, vio que cada
uno de ellos se refería a un periodo de cinco años, y en su interior
encontró nombres y fechas escritos con letra clara y menuda. Agarró el
montón de cuadernos con los brazos.
Cuando regresó a la cocina, Rosa tenía lágrimas en los ojos y Leon no
se había movido ni medio milímetro.
—Aquí están —dijo. Lo hemos conseguido, Leon, déjala.
304 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
26 Los Botines Blancos
Transcrito por Lornian y ♥Melody
Corregido por Zinnia
unque los ojos de Leon siguieron cargados de frialdad, apartó el
cuchillo de la garganta de Rosa. Esta dejó escapar un sollozo
mientras Leon se enderezaba. Los llantos del bebé de la encimera
se habían transformado en un hipido lúgubre,pero los del piso de arriba
seguían siendo muy sonoros.
—Eres un monstruo —sentenció Rosa, medio atragantándose las
palabras—, un bicho raro, como siempre han dicho de ti.
Leon tiró el cuchillo al suelo, la lado de las manos atadas de la joven,
para que pudiera alcanzarlo y liberarse.
—Vamos —dijo, poniéndose la capa y agarrando la cesta. Abrió la
puerta trasera y Gaia se quedó un momento a su lado en el umbral,
sintiendo la frialdad de la lluvia. Tuvo un escalofrío, muy fuerte, y
después observo el rostro irreconocible de Leon. Cómo había cambiado,
qué inhumano se había vuelto cuando amenazaba a Rosa. ¿Era esta
crueldad enteramente suya, o la había despertado Gaia al utilizarlo
como una herramienta? Tuvo que aceptar que ella tenia parte de culpa,
y no le gustó.
—¿Preparada? —dijo él. Gaia se alegró de que también su voz hubiera
perdido el matiz despiadado.
Asintió. Leon le quitó con suavidad los cuadernos de los brazos y los
puso en la cesta. Después se echó la capucha, cuyo rojo hacía palidecer
aún más sus mejillas.
A
305 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Nunca podrás parecer una chica —comentó Gaia.
Él hizo un amago de sonrisa.
—Por aquí —dijo, y la condujo alrededor del edificio.
Entre la capa seca y que llovía menos, Gaia ya no sentía el golpeteo de
cada gota sobre la cabeza y los hombros. Metió a Maya bajo el tejido
rojo y la acunó.
—¿Dónde vamos?
—A la panadería de Jackson. ¿Se te ocurre algo mejor?
La respuesta de Gaia fue que no.
sin embargo, al doblar la esquina de la calle de la tienda, vieron un
grupo de soldados. Gaia se paró en seco.
—¡Eh! —llamó uno de ellos.
—¡Por aquí! —dijo Leon tirando de ella.
Recorrieron una calleja y, al llegar a la siguiente, Leon la empujó por la
cancela de un jardín. Pasaron volando por un huerto de verduras
encharcado hasta otro patio pequeño, del cual salieron por una nueva
cancela. Leon vio una escalera en la fachada de una cada y tomó a Gaia
de la mano para guiarla por ella. La azotea estaba llena de tendederos,
en ese momento vacíos, así que corrieron hacia el lado opuesto. Allí,
detrás de un depósito rebosante de agua de lluvia, había una pasarela
de servicio para la tubería de distribución de agua que comunicaba con
la casa adyacente.
—¿Podrás hacerlo? —preguntó Leon.
Comparado con el paseo sobre el invernadero aquello era coser y
cantar. Gaia le dio la ano y ambos cruzaron la pasarela en un periquete.
Gaia vio fugazmente el obelisco y las torres del Bastión, pero ella y Leon
bajaron a toda prisa por otra escalera exterior y volvieron al nivel de la
calle. Se detuvieron, por si había algún soldado a la vista, y después
cruzaron como flechas la carretera y subieron por una calleja. Leon se
detuvo junto a una perta de hierro forjado muy familiar. Cuando él
metió un brazo entre dos barrotes para abrirla, Gaia reconoció el jardín
de los amigos de Leon.
306 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Aquí no —le dijo—, es un callejón sin salida, una ratonera.
—No hay más remedio. Tenemos que escondernos en algún sitio hasta
que urdamos un plan.
Abrió y ambos entraron, la puerta se cerró con un clic. Gaia miró
amedrentada hacia la casa. Las ventanas, grisáceas y vacías, apenas
destacaban del estuco empapado de la lluvia. Miró a Leon, sorprendida.
—¿Se han ido?
—Estarán en la fiesta de cumpleaños de mi hermana —contestó él.
Luego enfiló hacia el pórtico de entrada, pero Gaia se quedó detrás.
—No, Leon, a la casa no.
—Necesitamos un refugio, Gaia, para pensar en el plan.
Ella siguió retrocediendo y meneando la cabeza.
—Escondámonos aquí, en el jardín, solo para pensar en cómo salir del
muro.
—Si te empeñas... Al menos debajo del árbol lloverá menos. Ven.
Gaia apenas reconocía el jardín cuando Leon la llevaba hacia la parte
trasera, hacia el gran abeto. La luz de una farola caía sobre una parte
del muro, iluminando las cascadas de lluvia y el embate que sufrían los
arbustos y las flores, pero el resto era un laberinto de sombras
retorcidas. Una ráfaga de viento, que le golpeó la cara y le cortó la
respiración, la obligó a agachar la cabeza.
—¡Aquí! —dijo Leon, y Gaia forzó la vista en la penumbra. Habían
llegado al abeto gigante, a la sombra seca y profunda que rodeaba su
tronco. Tuvieron que encorvarse para sortear las ramas bajas. Maya
profirió un llanto y, con la boca abierta, frotó la mejilla contra la toalla,
buscando alimento. Gaia se limpió el meñique en la tela mojada de su
capa y lo metió en la boca de su hermana. Era un truco que había
aprendido de su madre, pero seguía sorprendiéndola lo fuerte que
chupaban los bebés.
—Necesita un biberón —dijo.
—No tenemos tiempo.
—No creo que nos convenga ir por la calle con un bebé que llore.
307 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Leon miró ceñudo a la pequeña Maya y al dedo de su boca.
—¿Qué hago?
Gaia le dijo que sacara uno de los biberones, le echara una dosis del
preparado y lo agitara.
A su izquierda, una cortina de lluvia gris señalaba el borde del
precipicio y dejaba a la imaginación distinguir o no los edificios de la
parte inferior. Gaia se sentó en el suelo sin soltar a su hermana. Unos
arroyuelos de agua de lluvia corrían por las fragantes aguas secas del
abeto. Cuando Leos le tendió el biberón, Gaia metió la tetina entre los
labios de la pequeña y esta se aplicó a la tarea con vigor.
—Monstruito hambriento —dijo Gaia dulcemente, lamiendo el agua de
lluvia de sus labios.
Leon estaba a su lado, en cuclillas.
—¿Te das cuenta de que en esta ocasión los guardias no nos han
disparado? Estábamos a tiro, pero es posible que tengan una nueva
orden: capturarnos vivos. El Protector estará encantado de ejecutarnos
en secreto, pero no quiere hacerlo en público.
Al levantar la mirada hacia Leon, vio que este se había puesto tan cerca
que distinguía las gotas de agua de sus mejillas.
—¿Eso está bien, no?
Él la miró entrecerrando los ojos y asintió.
—Sí, pero habrán puesto guardias en todas las esquinas y alrededor del
muro.
Al pensarlo, Gaia se estremeció. Leon se acercó aún más y le puso un
brazo sobre los hombros.
—¿Tienes frío?
—No mucho.
Él le dio un apretoncito en el hombro y la arrimó hacia él para que
sintiera en el brazo el calor de su torso, aunque fuese a través de la
ropa mojada.
—Creo que tendremos más posibilidades si nos dividimos —dijo.
308 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Qué?
—Nos buscan a los dos juntos. Si vas tú sola hacia la puerta sur, como
si necesitaras salir al exterior por algún asunto, podrías acercarte lo
suficiente para escapar corriendo.
Gaia parpadeó de asombro.
—Estás loco.
—¿Qué sugieres que hagamos, entonces?
Gaia no lo sabía. Deseó que hubiera una multitud. Si hubiera una
multitud, podrían escabullirse entre la gente. Maya se había acabado el
biberón y se le cerraban los ojos del sueño.
—No sé, ¿no hay otra forma de salir del muro? —dijo. Recordó el
agujero que había utilizado para entrar, y la torre que estaba justo
encima. Eso no servía—. ¿No dijiste que habías entrado por la central
fotovoltaica?
—Eso está en la otra punta del Enclave, no nos dejarán llegar.
—Entonces, no hay salida.
—A menos que abramos nuestro propio boquete con explosivos, no.
—¿Y dónde el muro se encuentra con el precipicio? ¿No podríamos bajar
por el precipicio?
—Sin una cu... No me lo puedo creer. ¿Dónde está tu cuerda?
Ella soltó una risa.
—En el Bastión. Con mi madre.
—De todas formas, no puede ser. También en el precipicio hay torres
vigía.
Al ver que llovía bastante menos, Gaia miró más allá del barranco del
jardín, hacia el lugar en el que vería el inlago si la lluvia y la oscuridad
no se lo impidieran. Caía la noche y por abajo se vislumbraban las luces
de las farolas.
—Pues estamos listos —dijo—. ¿Sigues teniendo los cuadernos?
—Aquí estás.
309 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Al mirar el desorden de la cesta de suministros, Gaia cayó en la cuenta
de que no tendría tiempo para usarlos todos, por pocos que fuesen. En
cierto modo, era casi cómico sentirse tan a salvo en aquel instante en
que los guardias se cernían sobre ellos. Sintió calma interior y una paaz
creciente, como si hubiese aceptado cargar por fin con un enorme
peñasco.
—Me hubiera gustado llevar los registros al exterior —dijo— para
dárselos a la gente de Wharfton. Tienen derecho a saber qué les pasó a
sus hijos.
—Lo dices como si te estuvieras rindiendo, Gaia.
A ella no se lo parecía; más bien estaba siendo realista. Lo único que
deseaba era que los mataran pronto y no tener que soportar una
ejecución pública.
—Soy realista, Leon. No hay forma de salir de aquí. El único que podría
sacarnos esta noche sería el Protector en persona, o quizá Genevieve, y
no creo que se marchen del cumpleaños de Evelyn para darnos escolta
—dijo secamente.
Leon quitó el brazo de sus hombros y se puso en pie.
—¡Pues claro! —masculló.
—¿Eh?
—Hemos estado pensando como fugitivos cuando deberíamos pensar
como la realeza.
—¿Perdón?
—Espera aquí.
—¡No te atrevas a dejarme sola!
Leon se sentó de nuevo a su lado y la agarró por los hombros.
—Escucha —dijo—, esta noche se celebra la fiesta de cumpleaños de mi
hermana, ¿no? La gente más rica del Enclave saldrá de casa para
dirigirse al Bastión. Los guardias buscan a dos personas vestidas de
rojo, desesperadas y empapadas. Solo necesitamos vestirnos de blanco,
Gaia, y comportarnos como si estuviésemos en la lista de invitados. Los
guardas nunca detendrían a una pareja que fuese de blanco.
310 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
El enorme y consolador peñasco empezó a romperse y a liberar el
corazón de Gaia, permitiendo que sintiera un hátilo de esperanza y, en
consecuencia, de miedo.
—¿Y mi hermana qué? ¿Y mi cara qué?
Leon se puso en pie y la ayudó a levantarse.
—Todo saldrá bien. Vamos.
Gaia abrazó con fuerza a Maya, Leon asió la cesta de suministros y
ambos salieron corriendo hacia la casa. La tromba de agua se había
convertido en llovizna y el sonido de los truenos era más débil. Aunque
el edificio estaba vacío y a oscuras, a Gaia le daba miedo hasta entrar
en el pórtico. Con una piedra, Leon rompió un panel de una puerta
ventana y en un segundo ambos estaban dentro. Solo se distinguían las
siluetas de los muebles y las aberturas de las puerta, pero Leon parecía
conocer el camino y Gaia lo siguió escaleras arriba hasta un dormitorio.
—¿De qué conoces esta casa?
—Aquí vive uno de mis amigos del colegio, Tim Quirk. Su familia es
amiga de la mía, ya sabes. He estado aquí un montón de veces, aunque
hace tiempo que no venía.
Estaba cerrando las cortinas para impedir que saliera la luz. Poco
después se oyó un clic y se encendió la lamparita de un armario. Gaia
tuvo miedo de tocar nada, sobre todo después de ver que toda la ropa
era blanca, con algún detalle en tonos pastel. Había estantes especiales
para sombreros y una docena de compartimentos para los zapatos.
—Venga —la animó Leon—, elige algo. Yo haré lo propio en la
habitación de Tim.
—No tengo ni idea de qué llevar.
Él se giró para mirarla y frunció el ceño. Gaia no quiso ni imaginare el
cuadro: chorreando, con capa roja y un bebe envuelto en mantas en los
brazos. Su cabello estaría húmedo y seguro que revuelto. Encima, bajo
una capa de barro, seguía llevando los pantalones manchados de
sangre y su sábana falda.
—Ojalá pudiéramos ducharnos —farfulló Leon.
Gaia se rió.
311 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Pues no podemos. Hay que pensar con la cabeza, pero no tanto.
Leon revisó el armario y descolgó un suéter crema, largo y elegante, de
mangas estrechas. A continuación, sacó un vestido blanco que debía de
llegar por debajo de la rodilla.
—Quizá el estilo no sea apropiado para alguien tan joven como tú, pero
no hay otra cosa. Ponte también esta capa; no parece impermeable,
pero está dejando de llover, creo, y tiene capucha. Elige tú los zapatos
que quieras.
—¿Pueden ser botas? —preguntó Gaia señalándolas; había unas botas
altas, de media cuña y botines, todo de un blanco inmaculado.
—Espero que sean de tu número —contestó Leon sacando un par de
botines. A Gaia le recordaron las botas de cowboy del Tvaltar, aunque
estas eran más bajas y más refinadas.
—Vale —susurró y dejó caer al suelo su capa roja. Estaba deseando
quitarse la ropa húmeda. Dejó a Maya, por entonces dormida, sobre la
capa. Antes de desvestirse miró por encima del hombro para ver si Leon
se había ido ya. Él estaba en la puerta, observando su cuerpo con
patente interés; Gaia pensó que estaría calculando si la ropa que le
había elegido le quedaría bien.
—¿Qué? —preguntó.
Leon alzó la mirada y, una vez sus ojos se encontraron con los de Gaia,
se volvió bruscamente para marcharse.
—Ahora vuelvo —farfulló.
«Qué... raro», pensó Gaia. «Raro con ganas». Se quitó la ropa húmeda y
se puso el vestido. Tenía botones a lo largo de a espalda y sus fríos
dedos temblaban al echar los brazos hacia atrás para abrochárselos. Se
afanó en la oscuridad, a la débil luz que arrojaba la lámpara del
armario. Luego se puso los botines y se acercó de puntillas a un espejo
de cuerpo entero que brillaba junto a la cama. Al mirarse por encima
del hombro para ver si se los había abrochado todos, le sorprendió la
delicadeza con que el tejido blanco se ceñía a su cuerpo. Parecía otra.
Una privilegiada. Sobre todo cuando solo se le veía el perfil derecho.
—Estás espléndida —dijo Leon.
312 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Se encontraba de nuevo en la puerta, sonriendo. Dejando aparte sus
botas negras, iba de un blanco impoluto, con chaqueta y pantalones de
exquisita confección. Tenía la chaqueta desabrochada y apoyaba un
puño en la cadera; Gaia vio que llevaba un pequeño puñal en una
vaina, colgado del cinturón. Se estiró una manga.
—La chaqueta es un poco corta —se quejó.
A Gaia le dio la risa.
—Estás increíble. Engañarías a cualquier guardia. Pero, ¿qué hacemos
con la niña?
Leon le enseñó una bolsa de papel brillante.
—He encontrado esto. La esconderemos aquí y fingiremos que es un
regalo.
Gaia no se quedó muy convencida.
—A ver si puedes arreglarte un poco el pelo —sugirió Leon—, póntelo
hacia arriba o algo. No sé. Veré lo que puedo hacer con Maya.
—Espera, deja que eso lo haga yo. —Gaia ajustó las mantas de la niña,
de manera que solo quedara al aire su carita.
—Gracias —dijo Leon.
Gaia fue hacia un tocador donde encontró un cepillo y un par de
horquillas. Se cepilló el cabello a toda prisa y se sujetó los mechones
más largos en lo alto de la cabeza. Le parecía extraño dejar su cara tan
expuesta, pero después de ponerse el suéter y la capa blanca vio que
podía pasar. Solo conseguiría verle la cicatriz quien mirara directamente
dentro de la capucha, a su rostro.
—Ya estamos —afirmó Leon. Llevaba la bolsa del regalo metida con
naturalidad bajo un brazo.
—¿Podrá respirar ahí dentro? —preguntó Gaia.
Él inclinó la bolsa para mostrarle que la carita durmiente estaba hacia
arriba y que debajo de ella había metido los registros y una manta.
Maya estaba cómoda, abrigada y feliz. Gaia no se podía creer lo
pequeñita que era.
313 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Lo malo es que no queda sitio para los biberones —confesó Leon—,
pero si no despierta ni se mueve, todo irá bien.
«Solo necesitamos salir del muro», pensó Gaia. Lo demás era
secundario.
Cuando Leon apagó la luz del armario, Gaia buscó su mano en la
oscuridad, y de la mano
bajaron en silencio por la escalera y se dirigieron a la puerta principal.
Al abrirla vieron que aún lloviznaba. La luz de un aplique instalado en
una de las columnas del pórtico iluminaba el camino hacia la calle.
—Ya casi no llueve —dijo Gaia.
—Más vale que esperemos un poco.
A Gaia le pareció bien esperar el calor de aquella casa oscura y
tranquila antes de meterse de cabeza en la boca del lobo. Leon le soltó
la mano para hacerse con el sombrero blanco que colgaba de un
perchero, pero volvió a tomársela enseguida y enlazó el brazo de Gaia
con el suyo.
—Iremos así —dijo.
—¿Entonces tienes un plan?
Gaia alzó la mirada para verle los ojos por debajo de la ala blanca. Él la
miraba con su concentración habitual, pero sus labios esbozaban una
sonrisa.
—Te lo confieso: estoy tentado de volver contigo al Bastión y entrar
directamente en la fiesta de mi hermana. Tu sitio es ese.
Gaia soltó una carcajada.
—Te lo confieso: ahora sé que estás loco de remate.
Él ladeó un poquito la cabeza.
—Debería haberte conocido mucho antes —dijo.
—¿Fuera del muro?
—Es que, para empezar, no debería existir ningún muro.
—Pero existe.
314 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Gaia volvió a mirar la llovizna iluminada por la luz del aplique.
—Escucha, si algo va mal, si debemos separarnos, quiero que lleves
adelante tu plan de marcharte a los páramos. Dirígete al norte.
—No nos vamos a separar.
—Ya, pero si pasa…
—Leon —dijo agarrándole con fuerza del brazo—, eso no va a pasar.
Seguiremos juntos.
Esperó a que le diera la razón, pero él no apartó los ojos de la puerta
abierta. Se preguntó si habría en realidad alguna diferencia por
aguardar unos minutos más o menos. Ambos estaban casi seguros de
que los atraparían en cuanto llegaran al muro o antes. Por lo menos,
Gaia prefería que la arrestaran con aquella pinta, no empapada y
desesperada.
—Quiero contarte algo sobre mí —dijo Leon en voz baja.
Gaia le miró y esperó.
—No sé si estoy haciendo lo que más te conviene —añadió él.
Gaia se echó hacia atrás un mechón de pelo, sin saber qué contestar.
—¿Qué quieres decir?
—Solo quiero asegurarme de que estás decidiendo por ti misma. No soy
el más indicado para juzgar lo que les conviene a los demás.
Ella dejé de apretarle el brazo.
—¿A qué te refieres?
Más allá de las columnas, la lluvia caía mansamente sobre el camino y
la hierba, difuminándolo todo en un gris acuoso. Leon parecía atisbar
entre las tinieblas un tiempo pasado, y aunque Gaia sintió que se
alejaba de ella, presintió que faltaba poco para que estuvieran más
unidos de lo que habían estado nunca. Él se acercó despacio a la
estrecha mesa del vestíbulo para dejar la bolsa y se cruzó de brazos.
—Hace dos años, cuando mi hermana Fiona solo tenía doce, ella y yo
estábamos jugando al ajedrez una noche en el invernadero. Había una
tormenta muy fuerte, como esta. Una bruma fría se coló por la puerta,
315 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
pero Gaia sintió mucho más frío en su interior al ver que Leon le iba a
confiar algo que nunca le había confiado a nadie. Se imaginó cómo sería
estar bajo aquel techo de cristal con un diluvio encima.
—¿No había otro sitio para jugar?
—A Fiona le gustaban las tormentas. El aire parecía cargado de
electricidad, pero a ella no le importaba. Entonces se fue la luz. Todo se
quedó negro, tan negro como los túneles sin velas. Después hubo unos
resplandores estrepitosos, salvajes, irregulares, por toda la estancia.
Daba la impresión de que el techo de cristal se había roto y se nos venía
encima.
—Sería terrorífico.
Leon asintió.
—Fiona estaba completamente aterrorizada, nunca la había visto así.
Casi no podía respirar. Trepó a mi regazo y dijo que la abrazara. Estaba
histérica y yo estaba... bueno, casi riéndome de ella. Se volvió loca,
como un gato furioso, se agarró a mí, presa del pánico y...
Gaia se mordió los labios, esperando. Leon estaba rígido, con la cara
vuelta hacia la lluvia, así que no podía leerle los ojos.
—Era mi hermana —dijo con voz grave—. Me besó, pero no como besan
los niños.
Gaia observó la extraña impasibilidad de sus rasgos, que asemejaban
los de un máscara mortuoria.
Era evidente que había rememorado aquella historia un millón de veces.
—¿Qué hiciste tú?
—Me quedé en blanco. No quería herir sus sentimientos, no podía
limitarme a apartarla de un empujón. Ella me sujetaba por la solapa de
la chaqueta y... y yo estaba tratando de retroceder cuando Rafael nos
encontró.
—Oh, no —murmuró Gaia. Su instinto le decía que se acercara a él
para consolarlo, pero Leon se mantenia distante y cauteloso.
—Fue a peor —dijo con tristeza—. Fiona llevaba un diario. Había escrito
una lista de todas las cosas buenas que yo había hecho por ella,
aunque fueran nimias. Había llegado a la conclusión de que al no tener
316 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
parentesco biológico , las leyes sobre el matrimonio entre hermanos no
nos afectaban. Había imaginado una vida entera para nosotros, en una
casita de campo, fuera del muro. —Cerró los ojos—. Cuando vio el lío en
que me había metido, trató de negarlo todo, pero ya era tarde.
Al otro lado de la puerta una racha de viento trajo una cortina de gotas
más grandes procedentes de los arboles cercanos, desperdigándolas por
los charcos del camino.
—Yo creo que hubieran acabado por creernos, pero Fiona murió.
Gaia sintió un escalofrío y se ciñó la capa. Por fin, el se volvió para
mirarla, los ojos sombríos e inquietos, la voz, un murmullo débil:
—Gaia, cuando mi hermana pequeña me pidió perdón, cuando solo
intentaba hacer lo que debía, yo me enfurecí con ella. Le dije que era
una enferma. Una niñita enferma. Y entonces ella... —Su voz cayó hasta
un susurro agónico—. Mi hermana se mató por mi culpa.
Gaia meneó la cabeza, incapaz de creérselo. Era demasiado terrible para
ser cierto. ¡Fiona solo tenía doce años! ¿Cómo podía Leon culparse por
su muerte? Una tragedia como esa no dependía de un solo momento de
crueldad.
—Pero fue un accidente —dijo.
—No, Evelyn lo vio. No pudo detenerla. No fue un accidente.
—Lo siento muchísimo —murmuró Gaia. Ahora entendía los absurdos
rumores. El suicidio de una de las gemelas debió de dejar a la familia
totalmente destrozada. En medio de la incredulidad y de la confusión,
qué fácil debió de ser concentrar toda su pena y rabia en Leon, culparle
a él; y él se lo tragó toso, hasta el final. ¿Cuántos sabían lo que
realmente había sucedido?
—Lo peor es que creo que de verdad estaba enferma —prosiguió Leon—.
Lo he pensado mucho, y creo que hubiera necesitado ayuda. Creo que
vivía con miedo, con mucho miedo, y que la tormenta lo recrudeció.
Sufría unos tremendos cambios de humor. Algunos días no era capaz ni
de levantarse de la cama y otros desplegaba una energía desbordante.
Me estaba pidiendo ayuda y yo no me di ni cuenta. Lo único que hice
fue empeorar las cosas.
Giró de nuevo la cabeza y miró a una lejanía invisible.
317 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—No fue culpa tuya —dijo Gaia—. No sé qué le pasaría a Fiona, pero
hubiera necesitado la ayuda de alguien con muchos más conocimientos
que tú. ¿Estaba al tanto Geneviere? ¿Lo estaba el Protector?
—Eso no importa. Mi hermana está muerta. Si no la hubiera tratado
mal cuando más me necesitaba... seguiría viva. —La voz de Leon era
baja y apagada—. Una vez me preguntaste por qué había entrado en la
guardia. ¿Quieres saberlo? Porque todo lo demás carecía de sentido.
Porque todo carecía de sentido, punto. Me dediqué a trabajar, sin
cuestionarme las normas ni las órdenes, sin cuestionarme nada.
Gaia se retorció las manos y se fijó en su expresión: impávida.
—Ese fue tu único error —dijo—, rendirte de ese modo. No deberías
haberlo hecho.
Él dejó escapar una risa breve y amarga y se apartó de ella.
—¿Me estás juzgando?
Gaia no supo qué decirle, pero su corazón estaba convencido de que el
suicidio de una hermana provocaba un dolor demasiado grande como
para agravarlo sintiéndose culpable. Sin embargo, siguió con dudas.
¿Cómo podía saber ella por lo que había pasado Leon? Su familia se
había desmoronado al perder a Fiona y él fue repudiado cuando más los
necesitaba. Tuvo que penar a solas. Gaia ignoraba si ella habría podido
soportar tanta desolación, tanta soledad.
—Lo siento —dijo despacio—, has perdido mucho, Leon. No solo a
Fiona.
Pensó con tristeza en sus propios padres y en que no volvería a verlos
nunca más. Ni una sola vez, ni un solo instante.
—Lo siento —mustió. Era así de sencillo.
Del regalo de la mesa salió un hipo. Gaia miró a su hermana y lo oyó
otra vez. Con cuidado, la sacó de la bolsa y la subió hasta su hombro
para hacerla eructar. Los simpáticos hipitos vibraban en sus manos y
Gaia no pudo sino reírse, aunque se sintiera rota por dentro. Al levantar
la vista encontró a Leon observándolas, con una mezcla de perplejidad y
ternura.
—La tratas muy bien —dijo.
318 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Es mi hermana.
Él sacudió la cabeza, como si Gaia hubiese dicho algo extraordinario.
—¿ Lo ves? Yo en realidad estaba bien. Me estaba apañando bastante
bien hasta que una noche me mandaron fuera del muro para interrogar
a una joven y conflictiva comadrona.
Gaia contuvo el aliento mientras el corazón le retumbaba en el pecho.
—Yo no era tan mala.
Leon se rio.
—Eras de lo más audaz, e imposible; y si no, mira lo que has hecho. Te
has metido en la torre del Bastión para salvar a tu madre. ¿Quién más
hubiera hecho algo así? Yo no pude. Reconócelo, Gaia, cuando crees
que debes hacer algo, no hay quien te pare.
—Y por hacerlo maté a mi madre —dijo en voz baja—. No te olvides de
eso.
—Eso no me lo creo. Y dudo que lo creas tú. ¿Podría tu madreecharte la
culpa de algo de lo ocurrido?
Gaia se miró las manos y volvió una lentamente, como esperando ver
manchas de sangre, pero estaban limpias.
—No —susurró.
—¿Ves? En eso nos diferenciamos. Tú no tienes motivos para culparte
de nada. Nunca los tendrás.
Gaia sacudió la cabeza.
—No me conviertas en una especie de ejemplo, Leon. Yo no soy eso.
—No, eres mucho más verdadera que eso. —Leon se pasó la mano por
la frente y se echó el sombrero hacia atrás. Después se lo casqueteó de
nuevo y frunció el ceño—. Detestaba ver que no me respetabas. Ni
siquiera cuando te podía haber salvado la vida la primera vez que te
arrestaron. Te daba igual.
Gaia buscó su rostro y la extraña soledad de sus ojos.
—Tampoco es por eso por lo que ahora te respeto —dijo.
319 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Y solo sientes eso por mi? ¿Respeto?
En la penumbra, las mejillas de Leon eran pálidas, con un tono
azulado, pero suexpresión era de todo menos fría. Emanaba de él una
tensión leve, como un zumbido inaudible. Dio un paso hacia Gaia. Esta
sostenía a su hermana con torpeza, delante de ella, y se sentía
extrañamente nerviosa, tanto que temía dejarla caer.
—Leon, no sé lo que quieres de mí.
A modo de respuesta, él se acercó otro paso, hasta que el ala de su
sombrero quedó sobre la frente de Gaia. Ella sabía que si levantaba la
mirada, solo vería sus ojos.
—¿Quién ha dicho algo? —preguntó él, quitándose el sombrero.
Gaia sintió calor en sus mejillas, pero mantuvo la mirada baja. Cuando
Gaia sintió la tibieza de sus labios en la sien, sobre la sensitiva piel de
la cicatriz, algo se rindió en su interior. Inclinó la cabeza hacia atrás,
ofreciéndole la boca, que los labios de él rozaron con el más leve y tierno
de los besos. Gaia tomó aliento y él volvió a besarla. Un dolor creció en
su garganta, pero levantó la barbilla para unirse mejor a sus labios.
Fuera, otro chaparrón fustigaba los arbustos y el camino. En más de
una ocasión, Gaia se había preguntado si alguna vez llegarían a besarla
y si entonces sabría qué hacer. Ahora, ni siquiera podía pensar. Las
manos de Leon subieron por su espalda para sostenerle la cabeza, y el
beso fue más hondo. Cuando le pareció que el mundo se tambaleaba,
su hermana hipó de nuevo. Gaia se apartó. Leon la observaba por
detrás de sus espesas pestañas.
—Qué dulce eres, qué dulce —dijo con ternura.
—Se suponía que no ibas a besarme —replicó Gaia, y se quedó
sorprendida por el tono grave que había adquirido su voz.
—Lamento disentir. —Leon la besó otra vez.
Gaia se apartó levemente.
—Tenemos que salir del Enclave.
Él levantó las cejas.
—¿En este preciso momento?
Gaia se echó hace atrás con más decisión y él aflojó el abrazo.
320 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Está dejando de llover —dijo—, debemos irnos ya.
Leon miró con pesar hacia el exterior.
—Lo que pasa es que no te gusto.
—¡Leon! —Gaia le dio un puñetazo en el brazo.
Él le dedicó una sonrisa torcida.
—Vale. Mera comprobación.
Después la ayudó a meter a Maya en la bolsa. El papel era grueso, de
esos que duraban mucho, pero ya se estaba arrugando. Gaia miró con
atención mientras Leon se recolocaba la bolsa bajo el brazo izquierdo.
Hubiera preferido llevarla ella misma, pero por la calle sería más lógico
que el caballero cargara con el peso.
Gaia recogió el sombrero del suelo, donde él lo había dejado caer.
—Toma —dijo—. Nuestro plan tiene un problema, ¿sabes? Cuando
vayamos hacia el muro, no estamos yendo hacia donde deberíamos:
hacia la fiesta.
—Te estás volviendo muy quisquillosa —dijo Leon poniéndose el
sombrero.
Cuando Gaia enlazó su brazo derecho, él se inclinó para darle otro beso
suave en la mejilla.
—Ojalá tuviéramos más tiempo, Gaia.
Ella asintió y ambos atravesaron la puerta.
321 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
27 Confianza
Transcrito por Esmira
Corregido por Anna
aminaron del brazo por las calles mojadas, acercándose poco a
poco al muro. Al cruzarse con un grupo de soldados, Gaia estuvo
en un tris de pararse, pero Leon tiró suavemente de ella, sin
mirarlos siquiera y, aunque Gaia esperaba ser detenida de un momento
a otro, los guardias solo les echaron un vistazo. La joven exhaló aliviada
en cuanto doblaron la siguiente esquina.
—¿Ves? —dijo León.
El cielo se había oscurecido al caer la noche, pero una luminosidad
espectral flotaba sobre ellos, como si un exceso de luz blanca se
reflejara en las nubes bajas.
—Deben de haber iluminado el muro —explicó Leon—, así que las
cámaras de vigilancia no se perderán ni una.
—¿Nos sigue alguna cámara en este momento?
—Hay cámaras en la mayoría de las farolas. Es probable que ya nos
hayan filmado una docena de veces.
—Entonces, ¿les estamos engañando?
—No lo sé. Igual están esperando para atraparnos junto al muro.
Bajaron por otra calle y cruzaron hacía un callejón tan estrecho que los
toldos de las tiendas cubrían las aceras. Además, goteaban, y Gaía
tenía que agachar la cabeza cada vez que pasaban por debajo de uno.
C
322 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Qué tal va el regalo? —preguntó.
—Bien.
Al pasar junto a otro grupo de guardias, en apariencia tan
despreocupado como el anterior, Galla empezó a albergar cierta
esperanza. Sin embargo, al adentrarse en otra calle, oyó pisadas a sus
espaldas.
—¿Nos siguen?
—No mires atrás —advirtió Leon.
Siguieron andando hasta llegar a la avenida que descendía en curva
hacia la puerta sur. Las fachadas blancas de las tiendas que bordeaban
la calle estaban surcadas de gris a causa de la lluvia, las farolas
arrojaban senderos de luz sobre el empedrado. El olor de la lluvia se
mezclaba con el aroma de un estofado al curry procedente de alguna
casa; ese aroma recordó burlonamente a Gaia que el mundo seguía en
marcha y que la gente preparaba la cena, mientras que aquel paseo
suyo podía ser el último. Dio una zancada para salvar un charco. Había
guardias en el parapeto del muro y delante de la puerta, pero las
grandes hojas de esta estaban abiertas de par en par. Incluso, a través
del arco, se oteaba Wharfton, una fila de casas grises y anodinas,
mojadas y encogidas frente a la noche. Allí fuera había movimiento,
había gente.
—Es una trampa — susurró Gaia—, nos están esperando.
—Mantén la calma —dijo Leon.
Poco después dos hombres de blanco que salían un portal cercano
miraron con curiosidad en su dirección y se detuvieron. Uno de ellos
levantó la mano y saludó.
—¡Hey! ¡Grey! Pensaba que no irías a la fiesta, como últimamente llevas
una vida tan recluida...
—¡Vámonos! —farfulló Gaía.
Pero Leon se soltó con delicadeza de su brazo y extendió la mano para
estrechar la de ambos.
—Nos apetecía contemplar los fuegos artificiales desde el muro. Me
alegro de verte.
323 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Habrá fuegos a pesar de la lluvia?
—Eso creo —contestó Leon—, al menos ese era el plan.
Los hombres miraban a Gaia intrigados. Ella tenía la cara vuelta hacia
su acompañante, para que no le vieran el lado izquierdo.
—¿No te acuerdas de mi amiga Lucy Blair? —mintió Leon
educadamente—. De la clase de tiro al arco. Te presento a Mort Phillips
y a Zack Bittman.
Los dos parecieron sorprendidos, pero le estrecharon la mano.
—¡Claro! —dijo el primero.
—Encantada —respondió tímidamente Gaia.
—¿Seguro que te dejaran subir al muro? —preguntó Mort—. Da la
impresión de que están muy ocupados con algo. ¿No has oído nada de
unos fugitivos?
—No —contestó Leon—. Bueno, hasta luego. Nos veremos en la fiesta
—Estupendo —dijo Mort —, pero intenta estar de vuelta para la tarta.
La sirven a medianoche.
—No me la perdería por nada del mundo —respondió Leon con voz
guasona.
Los hombres se rieron y echaron a andar avenida arriba. Leon ofreció
de nuevo su brazo y Gaia lo enlazó.
—¿Es que conoces a todo el mundo? —susurró esta.
Leon le dedicó una sonrisa.
—Si.
«Es mucho mejor actor de lo que yo lo seré jamás» pensó Gaia. Los
guardias que iban detrás se habían parado durante la conversación de
Leon con sus amigos, y en ese momento cuchicheaban. Los del muro
estaban pendientes de su jefe, un hombre Canoso y alto, de prominente
nuez de Adán.
—¿Hasta Lanchester? —preguntó Gaia.
—¿Qué?
324 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Conozco al que está al mando, es el sargento Lanchester.
Ya estaban cerca de la puerta, lo suficiente como para intentar cruzarla
a todo correr. Gaia pensó que el corazón se le iba a salir por la boca.
Los guardias habían dejado atrás la indecisión y alzaban sus fusiles.
Los de lo alto del muro ya habían amartillado los suyos y apuntaban en
su dirección.
—¿Confías en mí? —preguntó Leon.
—Sí.
—Entonces toma esto —dijo, y le dio la bolsa de regalo. A continuación
le agarró el brazo izquierdo y se lo dobló a la espalda. Atrayéndola hacia
él; con la otra mano le puso el puñal debajo de la barbilla. Gaia soltó un
chillido y forcejeó de forma instintiva mientras sujetaba
desesperadamente a su hermana.
—¡Si no consigo salir, la mato! —gritó Leon.
—¡Suéltala! —gritó a su vez el sargento Lanchester.
Los soldados se acercaban a la puerta para bloquear la salida, sin dejar
de apuntarlos. Cerraron una de las enormes hojas.
—¡Paso paso! —dijo Leon. Tiró del brazo de Gaia, que profirió otro
chillido de dolor.
—¡Para! —suplicó ella—. ¡Oh, por favor! ¡Para! —Y entonces guardó
silencio, porque el filo del arma presionaba su garganta.
—¡Fuera! —repitió Leon acercándose a la puerta.
—¡Atrás!—ordenó el sargento Lanchester a sus hombres—. ¡No quiero ni
un solo tiro! ¡Podríamos darle a la chica! Gaía, ¿eres tú?
Gaia tenía demasiado miedo para contestar. Medio empujándola, medio
llevándola en volandas, Leon seguía avanzando. La aterraba dejar caer
a Maya. Estaba segura de que la bolsa se estaba rompiendo. El nuevo
tirón de Leon la hizo jadear cuando el dolor le subió hasta el hombro. El
sargento Lanchester estaba cada vez más cerca y apuntaba con la
pistola a la cabeza de Leon. Este mantenía a Gaia por delante, a modo
de escudo, y seguía aproximándose a la salida.
—Suéltala —dijo el sargento con voz deliberadamente tranquila—. Ella
no te ha hecho nada. Si la dejas ir, hablaremos de esto.
325 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—No te acerques —replicó Leon —, baja la pistola.
Pero el sargento no hizo ni lo uno ni lo otro. Gaia solo veía la negrura
del cañón.
—¡No dispares! —rogó. Sintió lágrimas en los ojos. Ignoraba si sería
capaz de seguir soportando el dolor del hombro. Cada vez agarraba a su
hermana con menos fuerza y Leon no se detenía.
—Por favor, Leon —susurró—, me haces daño... —jadeó de nuevo al
sufrir otro tirón agónico. Cerró los ojos, la cabeza le daba vueltas.
—¡Suéltala! —repitió Manchester.
Al sentir que el agarrón de Leon se suavizaba un poco, abrió de nuevo
los ojos y se quedo atónita: estaban bajo el arco, prácticamente
cruzando la puerta. ¡Prácticamente libres! Leon la sostenía contra él, la
mejilla junto a su oído, el puñal en su garganta, pero durante un
momento imposiblemente largo, la esperanza de Gaia fue tan intensa
corno su dolor.
—Corre —susurró Leon.
Gaia no lo entendió.
Él la soltó y la sacó del Enclave de un empellón. Gaia corrió una docena
de pasos antes de darse cuenta de que corría sola. Se volvió y vio a Leon
cerrando la segunda hoja de la puerta... pero él estaba por dentro.
—¡No! ¡Leon!
Retrocedió a trompicones hasta que, por la estrecha abertura entre las
hojas, vio el impacto de la culata de un fusil sobre la cabeza de Leon,
vio que este se desplomaba. Por un instante fue completamente incapaz
de pensar, pero luego dio la espalda a las luces y al muro, apretó contra
su pecho la bolsa de regalo y corrió a ciegas.
326 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
28 Propiedad Recuperada
Transcrito por Zinnia
Corregido por Anna
in dejar de correr, perseguida por las furiosas voces de lo alto
del muro, Gaia tropezó con un grupo de personas que la
llamaron, extendieron las manos hacia ella, pero las esquivó y
siguió adelante. Había grupos de gente por todas partes, sentados en
las aceras o en taburetes traídos de casa. Estuvo a punto de caerse
sobre unos niños, cuyos padres también le gritaron. Era
estrambótico, irreal, y ni siquiera podía detenerse para encontrarle
algún sentido. Lo único que podía hacer era buscar la oscuridad,
rehuir cualquier luz que la expusiera al sistema de vigilancia y
seguir corriendo. El brazo izquierdo le dolía y estaba poco menos que
inservible. Una especie de alarido interno vibraba en su cabeza,
impidiéndole pensar. Lo más parecido que logró al intentarlo fue
revivir la imagen de Leon desplomándose, inconsciente o muerto.
—Puede estar muerto —murmuró. Cuando se apoyó en una pared
para recobrar el aliento, un tremendo estruendo la hizo respingar y el
cielo nocturno se iluminó de pronto. La multitud que la rodeaba
profirió un ¡oooh! de admiración. Gaia se volvió hacia el Enclave a
tiempo de ver la desintegración del fuegoartificial sobre una torre. Al
explotar el segundo, cayó en la cuenta por fin de lo que pasaba: la
celebración del cumpleaños de Evelyn proseguía, sin interrupción,
aunque Leon y ella estuviesen luchando para salvar sus vidas.
Miró a su alrededor para orientarse. Sus pies la habían llevado al
Sector Oriental Dos, cerca de la casa de Emily, su vieja amiga. El aire
húmedo sabía a humo de madera. Mientras los fuegos artificiales
S
327 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
atronaban en el cielo, se desvio a la izquierda y corrió por dos calles
más hasta legar a la última casa de una hilera. Llamó a la puerta de
Emily y Kyle, jadeando, y se precipitó con tal ansia al interior en
cuanto abrieron la puerta que estuvo a punto de caerse; sin embargo,
unas fuertes manos la sujetaron.
—¡Gaia Stone! —dijo Kyle atónito—. ¡Emily, ven corre!
Gaia soçintió el extraño deseo de gritar otra vez, y una nieva oleada
dedolor lerecorrió la articulación del hombro izquierdo. Kyle la
condujo hasta la chimenea y la hizo sentarse en una silla. Emily
entró en la habitación con los ojos como platos. Cuando Kyle cerró la
puerta los ruidos del exterior se amortiguaron.
—¡Gaia! —exclamó su amiga—. ¿Qué te ha pasado?
Esta abrió la bolsa que sostenía en brazos para ver a su hermana. La
pequeña tenía los ojos abiertos, pero estaba muy quieta. Gaia la sacó
de inmediato, dejando que la bolsa y todo su contenido cayera al
suelo, y le sostuvo suavemente la cabeza en la palma de la mano.
—¡Maya! ¿MAya?
La niña parpadeó y frunció un poquito los labios. Gaia suspiró de
alivio y la abrazó con ternura.
El matrimonio cruzó una mirada. Emily se sentó junto a su amiga y
le pasó un brazo por los hombros.
—Kyle —dijo—, vete a ver si la ha seguido alguien.
Kyle agarró su abrigo de una percha.
—Se lo diré a los demás e iré a buscar a tu padre. No te preocupes,
Gaia. Estaremos pendientes. Si se acerca algún guardia, te sacaremos
de aquí.
Al mirarla directamente, Gaia se fijó en que Emily tenía el rostro más
lleno y los cabellos más largos que la última vez que la ha visto. Sus
ojos eran del mismo azul intenso, pero estaban cargados de
preocupación.
—¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado? —preguntó Emily tirándole con
suavidad de la capa.
328 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Necesito cambiarme —respondió Gaia lentamente, y también
necesitaba pensar. Leon no estaba con ella. No iba a venir. No podía.
Aún no acababa de creérselo—. ¿Tienes preparado para bebés o
alguna otra cosa que pueda llevarme al Bosque Muerto?
Emily la miró con asombro.
—Claro, pero ¿seguro que quieres irte?
Gaia no sabía por dónde empezar. Cuando intentó hacer un resumen
de lo ocurrido desde que entrara en el Enclave, fue totalmente
incapaz. Era demasiado: su padre, su madre, Leon.
—No puedo explicártelo, ahora, pero debo irme.
—Sabíamos que te estaban buscando, han puesto carteles con tu foto
en el Tvaltar, pero sin expliar el porqué. ¿En qué líote has metido?
—No puedo quedarme aquí, es peligroso para mí y para tu familia.
Acabo de darme cuenta de que... saben que eres amiga mía. Lo
siento, Emily, no debería haber venido.
Miró hacia la puerta y empezó a levantarse, pero Emily la empujó
suavemente hacia la silla.
—No digas eso. No puedes marcharte así. Queremos ayudarte, y estoy
segura de que Kyle encontrará gente que vigile.
Gaia se frotó el hombro izquierdo para aplacar el dolor.
—Te duele, ¿no? —dijo Emily—. Venga, deja que te ayude a
cambiarte. ¿Necesitas un biberón para el bebé?
Su corazón seguía desbocado pero ya respiraba con más felicidad.
—Todavía no. Es mi hermana, Maya.
—¿Tu hermana? ¿Dónde está tu madre?
Con infinita tristeza, Gaia bajó la mirada hacia el rostro de la
pequeña.
—Ha muerto.
—Ay, Gaia.
329 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Esta sacó la manita de Maya y la sostuvo en alto, para mirarla a la
luz de la lumbre. Del Enclave llegaron más explosiones sordas. Si
recordaba a su madre, empezarían las lágrimas y quizá no se
acabarían jamás.
—Lo siento muchísimo —dijo Emily bajito—, era una mujer
maravillosa.
Gaia cerró los ojos al sentir que, pese a sus esfuerzos, las lágrimas
llegaban.
—Por favor —rogó—, no puedo pensar en ella, no puedo.
—Claro que no —respondió Emily con dulzura—, espérame aquí. Voy
a cambiar a Maya y a preparar unas cuantas cosas para las dos. ¿Te
importa que me la lleve?
Al darle a la pequeña, sintió en las manos un vacío inmenso. Emily
salió silenciosamente de la habitación. Gaia se dejó caer en el banco
situado junto a una mesa y hundió la cara entre las manos. Cada
hueso, cada músculo de su cuerpo gritaba de dolor y de cansancio,
pero el verdadero sufrimiento se encontraba en lo más hondo de su
corazón.
En la calle se produjo una serie de explosiones bruscas, y el intenso
resplandor de la traca final se coló por las ventanas. Las calles se
llenarían enseguida de gente que regresaba a sus casas. Gaia se
agachó para recoger los registros que habían caído al suelo y los apiló
en su regazo. No era gran cosa en comparación con lo que había
perdido. Abrió el de arriba y miró la primera página. Era una lista de
bebés adoptados, a línea por bebé:
4 en. 2385 Niño sano. Lauren y John McManus. «John Jr.»
16 en. 2385 Niño sano. Verónica y Nabu Nissau. «Labib»
17 en. 2385 Niña sana. Beatrice Mairson y Ed Pignato. «Joy»
330 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Y así sucesivamente, año tras año. Eso le quedaba de la herencia de
sus padres: una guía, o un modo de abrir las heridas de la pérdida en
quienes se preguntaron qué había sido de sus hijos. Ahora podrían
conocer su nombre y apellidos y, si estaban dispuestos a arriesgarse
para obtener más información en el Enclave, descubrir si estaban
vivos o muertos. Se preguntó cuántos padres tendrían verdadero
interés en saberlo. Su madre, desde luego, hubiera dado la vida por
aquellos registros. En esencia, la había dado. Pasó las páginas y
recorrió con el dedo las columnas de fechas hasta llegar a la que más
le interesaba:
12 feb. 2389 Niño sano. Jodi y Sol Chiaro. «Martín»
Aquel era su hermano Arthur. Se había convertido en Martín Chiaro.
DE poco le servía saberlo; Arthur estaba tan perdido como antes.
Cerró el cuaderno y, al hacerlo, reparó en algo que brillaba en el
suelo, entre el papel de la bolsa y la manta que Leon había metido en
el fondo. SE agachó y asió el objeto, que resultó ser un trozo de
cadena. Al sacarla, un colgante de metal giró lentamente a la luz de la
lumbre: su reloj.
—Ay, Leon —musitó.
Casi escuchaba su voz insistiendo en que era suy. Ahora sí, en aquel
momento sí, porque había recobrado la libertad. Abrió la tapa para
ver las palabras grabadas en el reverso: La vida primero. Después
envolvió lentamente la cadena en sus dedos, asió el reloj y apretó
sobre su frente el puño que lo aferraba. Hacía tictac. No iba a llorar.
No quería llorar.
—¿Estás bien? —preguntó Emily al regresar con Maya y un puñado
de ropa.
Gaia meneó la cabeza. No, no estaba bien. Ni siquiera sabía si llegaría
a estarlo alguna vez. Se frotó un ojo con la muñeca. Cuando miró a
Emily, se fijó en la curva sutil de su vientre. Frunció el ceño.
—¿Estás embarazada otra vez?
Emily se rió.
331 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Cómo no ibas a notarlo tú?
Gaia miró el cuarto con más atención: unos cuantos muebles
sencillos y una trona arrinconada. La gente pasaba riéndose por la
calle.
—¿Dónde está tu bebé?
—¿Paul? Durmiendo como un tronco. —Emily sonrió de nuevo—. Y
que dure. Toma, ¿por qué no te cambias? La verdad es que pareces
una princesa, pero eso no es muy práctico por aquí fuera.
Gaia se quitó sus ropas blancas y se puso un vestido marrón y un
suéter azul moteado de blanco. Tenía muy sensible el hombro
izquierdo, pero no parecía roto.
—Toma, sostenla tú —dijo Emily devolviéndole a Maya—. Voy a
traerte un poco de estofado.
—No tengo hambre, ni tiempo. De verdad.
—Me da igual. Te lo vas a comer de todas formas.
Emily empezó a ir y venir afanosamente: se llevó la ropa que Gaia se
había quitado y le trajo un cuenco humeante y una cuchara. Gaia
intentó levantarse para recoger sus cosas, pero la conmoción y el
agotamiento no se lo permitieron. Se dejó caer de nuevo en el banco
con Maya en brazos y levantó la cuchara de la mesa.
—¿Qué es eso? —preguntó Emily señalando los cuadernos.
—Me gustaría que los guardaras tú, Emily. Son los registros de los
niños ascendidos y de sus padres adoptivos en el Enclave.
Emily arrugó la frente, incrédula.
—¿En serio?
Gaia se llevó una cucharada de guiso a los labios y soloó con
delicadeza. Olía bien, a especias, a patatas, a carne.
—En serio —contestó—. ¿Podrías copiarlos? ¿Tienes gente en quién
confíes, tus padres...?
Emily se sentó a su lado y miró algunas páginas.
332 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Es increíble —dijo asintiendo—. Algunos de nosotros, no muchos,
pero algunos hemos empezado a reunirnos —su expresión se volvió
más sombría—. Hace unas semanas ví algo que me dejó de piedra.
—¿Cuando dispararon al cuevo? ¿En el inlago?
Emily se giró para mirarla, atónita.
—¿Cómo lo sabes?
—Me lo enseñaron. Querían demostrarme que estaban dispuestos a
todo.
—Y así es. Han ido demasiado lejos, Gaia. Se llevaron a tus padres y
han subido la cuota a cinco bebés. Además, hace poco dos guardias
le dieron una paliza a un panadero del Sector Oriental Uno. La gente
habla, y no creo que puedan contenerla con unoscuantos guegos
artificiales.
—¿Crees que habrá una revuelta o algo así?
—Es pronto para decirlo, pero esto —Emily dio golpecitos sobre los
cuadernos—, esto puede cambiarlo todo. ¿Qué pasaría si todo el
mundo les reclamara a sus hijos?
—¿Y la cuota de bebés? —preguntó Gaia—. ¿Qué pasa con eso?
Emily asintió y apoyó la mano sobre su vientre.
—Yo no podría hacerlo, no puedo darles a mi niño, y conozco a otras
madres que piensan igual. No sé lo que haríamos si... Bueno, sé que
es tu trabajo,pero...
Gaia apartó el cuenco.
—No, ya no —respondió. Emily se quedó pasmada. Ni nunca más, te
lo aseguro.
Miró a su hermana, otra vez pacíficamente dormida. Su nariz era
todavía plan y sus cejas, mera insinuación. Una fuerza potente y
posesiva creció en su interior mientras la acunaba.
—Ahora tengo que cuidar de Maya —añadió.
Emily convirtió su mano en un puño sobre los cuadernos.
333 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—Pues es una pésima idea —dijo—, ¿de verdad quieres levártela a los
páramos? Yo podría cuidártela, aquí estaría a salvo.
No era necesario que se lo deletreara para que Gaia lo entendiera:
Emily estaba convencida de que iban a morir. Gaia no podía pensar
así, ni podía abandonar a su hermana. Ya estaba harta de familias
rotas.
—Gracias, pero seguiremos juntas.
Hubo una llamada en la puerta y Emily se levantó para franquear el
paso a su marido. Detrás entró Theo Rupp.
—¡Gaia! —exclamó Theo—. ¡Nos tenías muertos de preocupación!
¿Estás bien? ¿Dónde están tus padres?
Cuando Gaia se levantó los fuertes brazos del hombre las envolviron a
su hermana y a ella en un gran abrazo.
—¿Viene alguien? —le preguntó Emily a Kyle.
—Los guardias van registrando casa a casa —dijo este a Gaia—. Te
perdieron entre el gentío, pero se acercan cada vez más. He ddejado a
Rufus vigilando.
—Entonces no hay tiempo que perder —dijo Gaia volviéndose hacia
Emily—. Ayúdame a prepararme.
—No lo entiendo —dijo Theo—. ¿Qué pasa?
Emily apoyó una mano en el brazo de Gaia.
—Gaia nos deja, papá. Jasper y Bonnie han fallecido. Ella se marcha
al Bosque Muerto con su hermana.
Los otros se miraron; después Theo se quitó el sombrero y le dio
vueltas en sus grandes manos.
—Voy contigo —dijo. Gaia negó con la cabeza.
—No puedes venir, Theo. No puedes dejar a tu familia.
—Pero, cariño, ¿conoces al menos el camino?
—¿Lo conoces tú?
334 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
La expresión desolada de Theo se reflejó en los rostros de todos los
demás.
—Lo suponía —dijo Gaia.
La familia empezó a preparar las cosas. Emily trajo el arnés de tela
gris que había usado para llevar a su hijo y le enseñó a Gaia cómo
ponérselo entre el hombro derecho, el sano, y la cadera izquierda,
para llevar a Maya en el bolsillo que quedaba sobre el pecho. Kyle
guardó varios objetos en la mochila; una caja de cerillas, un cuchillo,
un cazo, un saquito de harina de maíz, una tableta de microproteína
y una bolsa de pacanas. Después llenó de agua un par de botellas y
las añadió al resto. Theo enrolló una lona impermeabilizada y un par
de mantas y ató el rollo con tiras de cuero. Emily agregó pañales para
bebés y dos biberones. En la mochila ya no cabía ni un alfiler.
—Llévate esto por si llueve o hace frío —le dijo Emily, dándole una
capa gris que llegaba a las rodillas. El tejido había sido
impermeabilizado con cera de abeja.
—Es preferible que viajes ligera para que te vayas de aquí cuanto
antes —le aconsejó Theo—. Ve hacia el norte. Dicen que al norte los
páramos se convierten en bosque y que allí hay agua, y eso es lo que
necesitarás.
—El Bosque Muerto —dijo Gaia.
—Sí —respondió Theo—. Eso dicen.
Al pasear la mirada por la confortable casita y la unida y cariñosa
familia, Gaia sintió una punzada de envidia y de nostalgia. No solo
dejaba para siempre aquel lugar, sino todo lo que en él podría haber
vivido.
—Estoy muy agradecida —dijo—, a todos. Más de lo que se puede
imaginar.
—Te llevaremos al límite de Wharfton —dijo Kyle, agarrando la
mochila.
Gaia le vio tan decidido que no se atrevió a negarse.
—Cuida los registros —le dijo a Emily.
—Lo haré, lo prometo. Y tú cuida de ti, ¿de acuerdo?
335 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Emily le dio un abrazo apretado, fiero.
—Te echaré de menos.
Gaia le devolvió el abrazo en silencio. Después ella, Kyle y Theo
salieron a hurtadillas.
Había escampado y las calles estaban tranquilas. Solo quedaban
pequeños grupos de rezagados. La niebla parecía despedir un olor
penetrante del humo de explosivos. En una ocasión, Gaia oyó voces y
unos golpes bruscos de nudillos contra madera, pero al irse alejando
del muro y acercándose al inlago, los sonidos disminuyeron. Los tres
caminaban velozmente, evitando las pocas luces que los harían
visibles a las cámaras. A Gaia no la cabía duda de que el hermano
Iris estaría en su despacho, pendiente de su escritorio-pantalla,
dispuesto a ordenar a sus soldados que cayeran sobre ellos. Al llegar
al inlago se dirigieron hacia el oeste. El lago seco era un inmenso
vacío negro a la izquierda de Gaia, un vacío que absorvía hacia la
nada los arroyuelos de agua que se cruzaban bajo sus pies.
Enseguida pasaron por la calle de Sally y su antiguo vecindario. Por
un instante, Gaia recordó su viejo hogar, el umbrío porche trasero, el
olor de las telas secándose al sol, el tintineo del carillón de viento.
Oyó a su padre tejiendo a máquina, vio a su madre enjuagando su
tetera azul. Trató de imaginarse cómo habría sido su vida si los
guardias no hubiesen arrestado a sus padres, si su madre se hubiera
quedado en casa, embarazada y sana, disfrutando de aquella nueva
hijita con su marido. Entonces miró en dirección al cementerio de
pobres, invisible en la noche, y se preguntó si también su madre
estaría allí, junto al hombre que amaba.
Clavó los ojos en la negrura, hacia delante, hasta que llegaron a la
última calle, la última casa, el último patio.
—Ya estamos —dijo.
Kyle la ayudó a ponerse la mochila. Gaia se la recolocó un poco para
repartir el peso y comprobó que el arnés de su hermana siguiera
equilibrado sobre su tórax. Se remangó un poco la falda y se rio al
advertir que aún llevaba los botines blancos. Por lo menos eran
cómodos.
—Buena suerte, Gaia —dijo Kyle dulcemente. Luego le dio un abrazo
y se la dejé a Theo para que le diera otro.
336 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
—¿Lo tienes todo? —preguntó este.
Gaia se llevó la mano al cuello para palpar la cadena del reloj, que
colgaba por debajo de su vestido.
—Sí. Dile a Amy que la quiero.
—¿Reconocerás tus estrellas?
Gaia miró al cielo oscuro y encapotado. Un pálido feplandor
demostraba que la Luna seguía detrás y que las nubes se movían
con rapidez.
—Cuando aparezcan sí.
Theo le dio un último abrazo.
—Eres una chica muy valiente —dijo.
Gaia no estaba de acuerdo. Solo hacía lo que tenía que hacer.
Después de despedirse por última vez con la mano, se adentró en la
noche. Sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad, pero apenas
veía lo suficiente para no tropezarse. El abrupto camino se fue
estrechando hasta desaparecer por completo.
Los grilllos cantaban en la húmeda noche. Después de recorrer cierta
distancia, Gaia se volvió para ver si Theo y Kyle seguían mirándola,
pero solo distinguió las luces del Enclave que ascendían por la colina
hacia el Bastión.
Al retirarse un mechón de pelo de los ojos, las yemas de sus dedos
tocaron la cicatriz de su mejilla izquierda. Ajustó el bultíto tibio de
Maya en el arnés y echó a andar de nuevo, alzando con cuidado los
botines al dar cada paso para subir la empinada euesta.
El agua de lluvia corría entre las piedras y una niebla de fragante olor
terroso se elevaba del suelo. Por delante solo quedaba el gran espado
abierto de la noche: a aquel lado del horizonte no había un solo árbol,
ni muerto ni vivo.
En la cima de la primera elevación, Gaia se detuvo otra vez para mirar
atrás. La línea blanca y ondulada del muro era claramente visible bajo
las luces lejanas de los focos que dividían la descomunal colina en dos
mitades. Por debajo había reflejos dispersos y algunas luces aisladas.
Por encima, puntitos de luz que decoraban el Enclave hasta lo más
337 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
alto, donde las torres del Bastión se fundían con la oscuridad del cielo.
Desde aquella distancia, las luces parecían tan alegres, cordiales e
inofensivas como luciérnagas, pero Gaia sintió un escalofrío de miedo.
«¿Qué habrá sido de León?», se preguntó. «¿Lo habrán encerrado en la
torre donde estuvo mi madre? ¿Lo habrán matado?»
Leon la había salvado. Había proporcionado a los guardias un nuevo
objetivo para que ella pudiera escapar. No dejaba de preguntarse si lo
tendría ya preparado o lo habría decidido después de besarla. Tenía la
esperanza de que, si seguía vivo, pensara que su sacrificio habia valido
la pena pero, sobre tod, esperaba hacerse merecedora de ese sacrificio.
Leon le había dicho que se dirigiera la norte, la Bosque Muerto, a un
lugar de cuya existencia dudaba. Quizá decidió que debia creer. Si
alguna vez lograba encontrarla y volvían a estar juntos, tendría que ser
allí.
Oteó hacia el sur, hacia el inlago, y oyó el gorjeo de un pájaro a su
izquierda. Cuando giró a la derecha, sintió que ante ella se desplegaba
el vasto espacio vacío de los páramos, una oscuridad tan hueca y
postrera como el terciopelo de un sudario. Una brisa rozó sus mejillas
y le agitó su falda. El bultito que era su hermana ya formaba parte de
su cuerpo.
«Vamos al norte, Maya», le dijo.
Mientras atravesaba la oscuridad, abriéndose paso quedamente entre
las piedras mojadas, miró a lo alto, a la primera y cautelosa estrella
que conseguía titilar entre las nubes.
338 | Sweet Obsession Caragh O'Brien
Acerca de la Autora…
Caragh O'Brien
acida en St. Paul, Minnesota, fue educada en el Williams College y en la universidad Johns Hopkins. Escribe y
enseña en Storrs, Connecticut, donde vive con su marido y sus tres hijos. Caragh ha
publicado numerosos romances con Avalon Books.
N
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Transcrito, corregido, y diseñado en el foro…
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