amor más allá de la iglesia - un jesús provocador
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Este es un extracto del primer capítulo de mi libro "Amor más allá de la iglesia".TRANSCRIPT
I
UN JESÚS PROVOCADOR
¿Una fe diferente?
El día señalado se hizo el anuncio. Probablemente la noticia fue dada en el lugar más concurrido
de la ciudad. Muchos creyeron que se trataba de una broma, otros rieron plácidamente
pensando que aquél hombre estaba rotundamente loco. Pero otros, unos cuantos, se
detuvieron a escuchar con más atención lo que decía resueltamente el judío. Seguramente se
hizo un largo e incomodo silencio. No hacía mucho que otro judío había sido arrestado por las
autoridades. Al parecer ambos hombres se conocían y anunciaban la llegada de una nueva era
para la humanidad.
- ¡Se ha cumplido el tiempo! - gritó el desconocido- ¡Ha llegado el Reino!
Era un judío típico de la zona de Galilea. Su rostro era cobrizo, acostumbrado a la intemperie y
curtido por el sol. Físicamente no sobresalía demasiado, podría haber pasado desapercibido de
no ser porque su voz intentaba comunicar algo con cierta premura. Vestía un traje austero,
nada llamativo. Algunas personas sabían que era un artesano de profesión, como su padre (Mc.
6:3; Mt. 13:55, ambos pasajes usan el verbo griego tekton), oficio que se relaciona más con un
constructor de edificios que con un carpintero. En muchas de sus enseñanzas utilizaba nociones
más características de un arquitecto (Lc. 6:47-49; Mt. 7:24-27; Lc. 14:28-29). Parece que fue
Justino, en el siglo II d.C. quien consideró canónico (normativo) traducir la palabra tekton por
carpintero. También eran conocidos sus hermanos Jacob, José, Judas y Simeón (tenía también
hermanas), y su madre María (Mc. 6:3).
- ¡Cambien su forma de pensar. Créanme, ésta es una buena noticia!
¿De qué se trataba esta buena noticia? Había llegado el tiempo. Había dado inicio el Reino del
amor. Porque el Reino de Dios no se podría describir mejor con otra palabra. Llegaba el tiempo
en que las personas ya no tendrían que temer a Dios, ahora creerían por amor, tendrían una fe
libre y genuina, llena de gratitud y esperanza. La llegada de Jesús a la historia universal de la fe
supuso un cambio de paradigma. La humanidad estaba dominada por el temor. El pueblo judío
padecía, una vez más, los estragos de la opresión de un imperio, pero no era el único. Había
exclusión, no solo la que derivaba de la situación de pueblo súbdito, de minoría sin voz;
también había exclusión dentro del judaísmo. La observancia estricta de las leyes exclusivas y
excluyentes obligaba a marginar a muchos, confinándolos al ostracismo. El anuncio de Jesús
rompía todas las barreras, de tipo legal y sanitario, que provocaban exclusión separando lo
puro de lo impuro (Mt. 8:2-3), lo nacional de lo extranjero (Jn. 4:9), lo santo de lo pagano (Lc.
19:7; Jn 9:16). Había comenzado el tiempo de la solidaridad, de la justicia y de la misericordia.
Era el nacimiento de algo nuevo que tendría que crecer hasta llegar a su plenitud.
El temor del pueblo de Israel se materializaba en un estado de crisis y desesperación. Se vivía
una evidente tensión entre la noción que tenían de pueblo escogido, cuya tierra le pertenecía
por donación divina, y la situación de despojados y deshonrados en su soberanía nacional y
religiosa. El pueblo se preguntaba dónde estaba su Dios, ahora un Dios humillado juntamente
con su pueblo. La muerte de Herodes (4 a.C.) encendió la máquina de inestabilidad que por
mucho tiempo se había estado incubando. Esto continuó durante el reinado de Arquelao en
Judea y Samaria (4 a.C. -6 d.C.). Sin embargo la explosión ocurrió cuando Judea y Samaria
pasaron a ser gobernadas directamente por Roma (6 d.C). En ese instante el pueblo judío
experimentó muchas faltas de respeto por parte de los gobernadores romanos. Hubo protestas
pacificas y violentas, aumentaba el malestar. No mucho tiempo después aparecieron los
“sicarios” (50 d.C), desembocando todo esto en la guerra de rebelión contra el dominio romano
(66 – 74 d.C.). Todo parecía inútil, faltaba la esperanza y la fe.
Los más afectados eran los habitantes de las aldeas, dónde vivía la mayor parte de la población.
Éstos eran cada vez más pobres, tenían menos oportunidades y cargaban con deudas
impagables. La riqueza se acumulaba en las manos de unos pocos privilegiados. El sistema
draconiano de impuestos (sobre personas físicas, propiedades, comercio, además de las
debidas al templo en forma de diezmos y primicias), endeudaba irremisiblemente a la mayoría,
sobre todo los campesinos. Las familias judías anhelaban ver una intervención de Dios que
hiciera justicia y cumpliera las promesas hechas desde antaño por los profetas. Para ellos la
palabra Reino, no solo se refería a la vida después de la muerte, el Reino tenía que ver con la
recuperación de una vida digna aquí en la tierra. Esto lo sabía de sobra el artesano constructor
que ahora anunciaba a viva voz la inauguración de una nueva vida.
- ¡El Reino está al alcance de sus manos! – Aseguró Jesús con aplomo.
Un nuevo silencio cargado de escepticismo se cernió sobre sus palabras. No era la primera vez
que alguien intentaba convencer al pueblo de que había llegado el final de la opresión y la
pobreza (Josefo, Ant. 18, 85-87). Jesús tenía competencia. Antes y después de él hubo anuncios
semejantes, mensajes de liberación y restauración de la dignidad nacional e individual. Un
pseudoprofeta llamado Teudas convenció a unas cuatrocientas personas para que lo siguieran
hasta el río Jordán. Ahí las aguas del río se abrirían a su orden, a la manera de Moisés (Josefo
Ant. 20, 97-98). Aquellas personas habían sido decepcionadas por falsas promesas de
liberación. Convencerlos no sería tarea fácil. La propuesta de Jesús tendría que ser algo
diferente y llamativo.
Aquél silencio duró solo unos cuantos segundos, pero parecieron toda una eternidad. Muchos
seguramente pensaron para sí: “Ya viene otro mentiroso a cantarnos la misma canción”. El
arresto de Juan el Bautista estaba aun en la retina de los ojos de la gente y sus palabras muy
frescas. Pero las ideas liberadoras de Juan parecían haber fracasado, como las de tantos otros.
Jesús aprovechó el arresto de Juan para hacer su aparición y marcar diferencias.
¿Afuera o adentro? Una de las diferencias más notorias era la ubicación geográfica de
cada uno de los anunciantes. Juan actuó siempre como profeta del desierto (Mc. 1:3-4,
Jn. 1:23, la palabra eremos indica una tierra deshabitada) mientras que Jesús actuó
siempre en tierra habitada. Ambos se encontraron en una zona fronteriza formada por
el río Jordán, lugar por donde, según la tradición, Israel había entrado a la tierra
prometida (Jos. 3:4). El desierto desde donde actuaba Juan marcaba una frontera tanto
geográfica como simbólica ya que se anunciaba la llegada del Reino desde fuera de la
tierra prometida. Esto resaltaba el hecho de que esa tierra les había sido quitada. El
anuncio de Jesús se daba de forma también simbólica pero desde dentro de la tierra
habitada y cultivada, afirmando el cumplimiento de la promesa.
¿Hoy o mañana? El anuncio de Juan se planteaba en forma de expectación, proyectando
sus palabras hacia el futuro, augurando la inminente llegada de la liberación por medio
de una intervención divina. Por su parte Jesús anunciaba el Reino ya no como
expectativa sino como una realidad oficialmente inaugurada, que debía crecer como la
planta de mostaza (Mt. 13:31-32) o como la levadura (Mt. 13:33). Para Juan había que
esperar, para Jesús el tiempo había llegado.
¿Juicio o perdón? Juan anunciaba el gran juicio de Dios sobre todos aquellos que no se
arrepintieran. Pensaba que era imposible que se cumplieran las profecías si Israel no
cambiaba su conducta. Jesús anunciaba algo totalmente nuevo y diferente ya que
proclamaba la llegada de la salvación gratuita para todos.
¿Juntos o separados? Juan predicaba desde el desierto, simbolismo de lo separado (Mc.
1:3-4, Jn. 1:23). Jesús contrastaba eso con su novedosa y solidaria visión de lo unido:
Comía y bebía con los excluidos (Mt. 11:19), perdonaba pecados (Mc. 2:10) e
interpretaba el sábado como una oportunidad para mostrar amor y solidaridad entre
todos los seres humanos (Mc. 2: 23-28), todo esto sin ejercer dominio sobre nadie ya
que no tenía dónde recostar su cabeza (Mt. 8:20).
La fe propuesta por Jesús era diferente a la de los que no habían creído a Juan, pero también
era diferente de la fe de los que si lo seguían. Antes de ser ejecutado Juan estaba reunido con
sus discípulos en la cárcel. En algún momento de sus conversaciones alguno de ellos tocó el
tema de Jesús. Su fama de profeta poderoso se estaba extendiendo rápidamente por toda
Judea e incluso más allá (Lc. 7:17). Dialogaron preocupados. Algunos decían que Jesús sí era el
hombre que habían estado esperando, otros decían que no. Cada uno exponía sus argumentos
con vehemencia. Juan empezó a dudar. Los que rechazaban a Jesús proponían continuar con el
trabajo de su maestro (aun en su ausencia) y oponerse al falso profeta; los demás, ahora solo
un puñado, proponían unirse a Jesús. La conversación se convirtió en disputa. Notoriamente
afligido Juan resolvió enviar a dos de sus discípulos a entrevistarse con Jesús. Ellos debían
determinar la veracidad o falsedad de su mensaje (Lc. 7:18-19).
Durante aquella entrevista sucedieron cosas extraordinarias. Jesús, en presencia de los dos
entrevistadores, se lió a sanar enfermos. Lo más sorprendente era que aquellas personas no
habían sido bautizadas, no habían sido piadosas e incluso no habían mostrado signos de
arrepentimiento. Para mayor escándalo de los dos espías, el entrevistado parecía afirmar con
sus actos que el único requisito necesario era una fe libre y genuina.
- Vayan y díganle a Juan lo que vieron. – Sugirió Jesús como quien, de forma diplomática,
pone fin a una conversación que ya no le interesa extender.
Escandalizados y más confundidos que antes, los dos hombres emprendieron su camino. Se
alejaban lentamente, sumidos en una especie de sopor, producto de privadas cavilaciones.
- Y recuerden, los que no se escandalizan de mí, serán muy felices. – remató el artesano a
la distancia sellando sus palabras con una sonrisa socarrona.
Si los dos hombres volvieron a ver a Juan, nadie lo sabe. Tampoco se sabe la reacción del
profeta del desierto, tristemente encarcelado y, poco después, ejecutado. Lo que sí es patente
es que, a partir de ese día, los discípulos de Juan determinaron hacerles la guerra a Jesús y a
todos aquellos que lo siguieran. El grupo de Juan hacía honor a su maestro, que era más
parecido a un político loco. El efecto de la separación, casi inmediato, fue la diferenciada
transformación que tuvieron los seguidores del nuevo profeta que predicaba desde dentro y
unido a la gente. Jesús era un ciudadano más normal, actuaba con más diplomacia. Era un
campesino, como la mayor parte de quienes ahora lo escuchaban hablar, pero su oficio lo había
convertido en una persona bien cultivada, versada en ciencias y letras.
Ambos grupos vivían la fe de una forma muy distinta. Esto quedó patente cuando alguien le
preguntó a Jesús acerca del ayuno, comparando a sus discípulos –que no ayunaban- con los de
Juan y los Fariseos –que practicaban un ayuno penitencial- (Mc. 2:18-22). Para Jesús la nueva
fe debía ser más gozosa porque evidentemente el tiempo del amor y la libertad había llegado.
Lo viejo había terminado, ahora empezaba lo nuevo (vv.21-22).
En definitiva, Jesús propuso una fe diferente. La diferencia estriba, sobre todo, en el contraste
entre una fe pasiva, acomodada al statu quo, y la fe activa, dispuesta a actuar confiadamente, a
pedir confiadamente y a esperar activamente porque sabe que Jesús está a la mano, como la fe
de la mujer con flujo de sangre (Mc. 5:28). Las personas que abrazaron esta nueva fe, lo
hicieron porque habían desarrollado una gran confianza en la bondad (amor) y el gran respeto
que sentía Jesús por ellos como personas y ya no solo como miembros de un colectivo. Ahora
ellos mismos eran objeto del amor de Dios, aun si no pertenecieran al pueblo escogido, o a las
categorías de “merecimiento” social y religiosamente establecidas. La nueva fe se generaba en
el creyente al sentir la realidad de un Dios que lo amaba y que también lo respetaba como
individuo. Todos soñaban con un día en que recuperaran la dignidad, un día sin hambre y sin
miedo. Todos soñaban con la llegada de la era del amor y del respeto. Ese día había llegado.
¿Comunidad de santos?
Caminaba despacio, tranquilamente pero con decisión. De vez en cuando se detenía y oteaba el
horizonte. Parecía disfrutar del paisaje. Se encontraba muy cerca del lago de agua dulce más
bajo del planeta (212 mts bajo el nivel del mar). Un precioso lago en forma de arpa conocido
como Mar de Galilea. El Antiguo Testamento (Núm. 34:11; Jos. 13:27) hace alusión a su forma
de arpa al llamarlo mar kineret (del hebreo kinor = arpa o lira).
- ¿Caminamos juntos? -sugirió a un par de pescadores que encontró en el lago. Se
llamaban Andrés y Simón y eran hermanos.
Era la fundación de la Comunidad de Jesús. Esta sería una comunidad cimentada en el amor y el
respeto, dos valores que debían ser inquebrantables. El amor y el respeto se entregarían
gratuitamente a todo ser humano, sin importar su condición. De la misma manera gratuita
habría perdón de pecados. En el mundo judío también existía el perdón, pero era un bien
administrado por los sacerdotes del templo, impartido como un don dependiente de la ley y el
sistema. Para los contemporáneos de Jesús, la expiación se alcanzaba por medio de un
conjunto de sacrificios y ofrendas presentados en el templo y regulados por los funcionarios.
Jesús, por su lado, pregonaba un perdón que estaba más allá de la ley y del templo, más allá de
todo sistema.
- No te preocupes –dijo dirigiéndose al paralítico que cuatro hombres habían introducido
por el tejado, atado a una camilla – ya tus pecados están perdonados.
En ese momento hubo una confrontación directa. Esto era una provocación demasiado
insoportable para los escribas. Para ellos era imposible que el perdón se obtuviera fuera de la
estructura. La comunidad creada por Jesús estaba fundada en un amor empeñado en
perdonar, y que lo hacía más allá del templo. La casa, abarrotada de curiosos llenos de
expectación, se convirtió de repente en un centro de perdón gratuito. Para los escribas, una
completa blasfemia (Mc. 2:7); para el paralítico, la eliminación de la culpa y la liberación de su
estado de postración (Mc. 2:5; 2:11); para los espectadores, un prodigio de amor y respeto que
no dejaba ninguna duda: el Reino se había acercado (Mc. 2:12).
- ¿Caminamos juntos? –Lanzó una vez más la invitación. Esta vez el receptor era un
hombre algo elegante llamado Leví. Este no era pescador sino recaudador de tributos
públicos.
Toda una nueva comunidad emergía de la nada. Sus primeros integrantes se parecían muy
poco entre sí. De momento pescadores y recaudadores de impuestos pasaban de vivir
como enemigos, a experimentar la comunión de un proyecto de reconciliación sin límite. La
estrategia de Jesús era muy diferente a la de Juan el bautista. La gente ya no tenía que salir
en busca del profeta del desierto, ahora el profeta iría a buscarlos personalmente
dondequiera que ellos estuvieran. Jesús y sus seguidores recorrerían los pueblos celebrando
alegremente el encuentro y la reconciliación. No recorrían los pueblos solo por amor, lo
hacían también porque cada persona representaba para ellos un ser digno de respeto.
El estilo de Jesús denotaba vitalidad y alegría. Solía celebrar comidas en su casa a las que
acudía todo tipo de personas, sin distingo de rango social, profesión o nivel de pureza (Mc.
2:15). También realizaba comilonas al aire libre para convidar a multitudes, entonces les
enseñaba acerca del Reino, confirmando sus palabras con hechos. La novedosa comunidad
fundada por Jesús se las ingeniaba para hacer que el anuncio del Reino fuera accesible a
todos