amor e indiferencia en la obra de yara almoina

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Amor e indiferencia en la obra de Yara Almoina Los peces que aparecen en estas obras han sido frecuentemente rodeados con un hilo rojo. El hilo traza, alrededor de estos cuerpos minúsculos, una frontera, una cerca que define el espacio propio de estos peces resecos. El hilo da origen a una distinción ineludible entre el adentro y el afuera, la cerca da cuenta de una proximidad (lo cercado, lo que está cerca) y de una lejanía. Este hilo rojo hace a los peces sujetos, y pone así en juego un vínculo entre ellos y nosotros, sujetos que miramos el pez, el hilo, el cuadro, los distintos objetos. De este modo comienza la experiencia de la obra: es posible pensar que, sujetos como los peces que aparecen a nuestra vista, nos veamos obligados a enfrentar, tarde o temprano, la angustia del desconocimiento de la lejanía que nos atañe, la inminencia de lo desconocido que nos acosa por todos los lados, de lo otro, lo que no nos es propio. Esta presencia inaplazable del otro, este miedo, parece estar en la raíz profunda de lo que llamamos el amor. ¿Qué es el amor? En la obra de Yara Almoina el hilo puede atar dos peces, ensayar este enlace de los cuerpos como una posibilidad amorosa que se construye con los mismos elementos con los que se ha construido la frontera. Los peces que somos ensayan quedarse quietos, esta quietud no es, sin embargo, un acto: ¿quién podría decir que los muertos practican la quietud? La quietud tomó a estos peces (a estos pescados), trazando una nueva cerca, en tanto que el movimiento los separaría o los pondría quizá, inesperadamente, en el ámbito de lo desconocido, con un pie más allá de la frontera. Lo que está más allá, en principio, es el resto del cuadro, una superficie de papel en la que no es posible distinguir una parte de otra, la monotonía magnífica del espacio, alterada apenas por la presencia de una impronta (la huella de una mano). El cuerpo podría lanzarse hacia esta exterioridad primera sin advertir que se trata de una nueva cerca, de un lugar que no excede los límites de lo que llamamos el cuadro o de lo que llamamos el lenguaje, lo

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Page 1: Amor e Indiferencia en La Obra de Yara Almoina

Amor e indiferencia en la obra de Yara Almoina

Los peces que aparecen en estas obras han sido frecuentemente rodeados con un hilo rojo. El hilo traza, alrededor de estos cuerpos minúsculos, una frontera, una cerca que define el espacio propio de estos peces resecos. El hilo da origen a una distinción ineludible entre el adentro y el afuera, la cerca da cuenta de una proximidad (lo cercado, lo que está cerca) y de una lejanía. Este hilo rojo hace a los peces sujetos, y pone así en juego un vínculo entre ellos y nosotros, sujetos que miramos el pez, el hilo, el cuadro, los distintos objetos. De este modo comienza la experiencia de la obra: es posible pensar que, sujetos como los peces que aparecen a nuestra vista, nos veamos obligados a enfrentar, tarde o temprano, la angustia del desconocimiento de la lejanía que nos atañe, la inminencia de lo desconocido que nos acosa por todos los lados, de lo otro, lo que no nos es propio. Esta presencia inaplazable del otro, este miedo, parece estar en la raíz profunda de lo que llamamos el amor.

¿Qué es el amor? En la obra de Yara Almoina el hilo puede atar dos peces, ensayar este enlace de los cuerpos como una posibilidad amorosa que se construye con los mismos elementos con los que se ha construido la frontera. Los peces que somos ensayan quedarse quietos, esta quietud no es, sin embargo, un acto: ¿quién podría decir que los muertos practican la quietud? La quietud tomó a estos peces (a estos pescados), trazando una nueva cerca, en tanto que el movimiento los separaría o los pondría quizá, inesperadamente, en el ámbito de lo desconocido, con un pie más allá de la frontera.

Lo que está más allá, en principio, es el resto del cuadro, una superficie de papel en la que no es posible distinguir una parte de otra, la monotonía magnífica del espacio, alterada apenas por la presencia de una impronta (la huella de una mano). El cuerpo podría lanzarse hacia esta exterioridad primera sin advertir que se trata de una nueva cerca, de un lugar que no excede los límites de lo que llamamos el cuadro o de lo que llamamos el lenguaje, lo humano, el otro como yo. Es esta impronta de la que hablamos la que nos obligaría a salir de esta confusión: la huella es huella de alguien que no está en la obra, y que, sin embargo, no deja de hacerse presente. Es un hombre o una mujer, viva, quien ha dejado esta marca, huella que lanza nuestra vista más allá del cuadro, que la hace resbalar y caer en un espacio donde no es posible la diferencia (el espacio de la indiferencia) puesto que no existe ninguna cerca, espacio que es pura lejanía. El amor es, quizá, una huella o, más bien, el modo como una huella lanza nuestra mirada, nuestro cuerpo, en fin, hacia eso y que por este mismo impulso nos hace devenir en un imprevisible otro, que Yara Almoina alcanza, tensamente y en el sacrficio de su expresividad, a señalarnos.

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