aleli quintana - secuestros sin retorno
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Autora ParaguayaTRANSCRIPT
Secuestro sin retorno
El sudor de mi cuerpo cada vez se acrecentaba, cada paso que daba era un
esfuerzo sobrehumano, cansado y sediento trataba de escabullirme entre la
multitud, el griterío que provenía de las chiperas retumbaba reiteradamente
esperando ser respondida, mis pies calcinados por el calor ya no aguantaban.
Tratando de buscar a mis amigos, me tropezaba por doquier, sin darme cuenta,
al pasar por una de las tiendas, una señora despiadada, derramó una cubeta
de agua caliente al perro, que por enésima vez había colisionado con las
bolsas de basura, originando así una laguna de deshechos que
lamentablemente también me alcanzó, el olor inconfundible del comercio de
sopas y empanadas de doña Eli ahogaba a mi famélico estómago.
Con cuidado debía de llevar mis caramelos ya que ayer los perdí por una
apuesta de balitas. Mirando ambos lados corrí para subir en uno de los
colectivos, con vergüenza entre susurros expresé:
-Carmelo chicle a mil, caramelo chicle a mil.
Tratando de sonreír iba ofreciendo mis caramelos, en los rostros de las
personas revelaba un profundo despectivo hacia mí. En uno de los giros
repentinos y bruscos que realizaba el chofer tratando de esquivar a las motos,
que por cierto tienen un ínfimo respeto a las señales de tránsito, me abatí
contra las personas entre golpes y codazos que recibí en mi espalda,
pretendiendo no arrojar mis dulces, perdí contra la gravedad, hasta que me caí
y mi brazo erosionó en la cabeza de una señora del cual sin querer la
despeiné.
Escandalizada por lo que le había hecho, enrojeciéndose lo más que pudo, sus
facciones se transformaron en un tomate, las venas que provenían de su cuello
extremadamente contorneadas, gritó hasta que todas las personas dejaron de
vociferar, entre risas, el chofer aminoró el volumen de la insoportable música
estrepitosa de la radio.
-Alapínta nde mitã’i ky’a, tereho chéve ko’águi , mañamína la rejapóva, con
enfado trató de buscar algunos ruleros que se habían caído, descuartizados
por las pisadas de los curiosos pasajeros.
-Pya’éke eheka chéve.
Intentando de contener mi risa, fingiendo ayudarla observé con reojo a un
hombre que descendería en ese instante, entonces aproveché y corrí detrás
de él, me di la vuelta y por la expresión del aspecto de la mujer que seguía
encolerizada y chillando, me limité a saludarla y seguí caminando por la arteria
del tráfico, atestada de gentío, observé de lejos un semáforo y corrí para
obtener el mejor lugar, al llegar, me recosté por él y esperé , de repente
observé que iba reduciendo cada vez más de velocidad un auto lujoso, miré
boca arriba y el semáforo tenía el color rojo, invariablemente, con prisa, me
dirigí hacia la ventanilla del vehículo para vender mis golosinas del lado del
acompañante, lentamente iba abriéndose, coloqué los caramelos cerca para
que pudiera elegir, entonces comprendí que el hombre no quería mirarme,
pero como el chofer gritaba que estaban apurados tuvo que dirigirme la mirada.
Entonces me asusté con ímpetu, aquél rostro jamás lo había visto,
enmarañado de cicatrices, sus ojos los tenía de diferente color, retrocedí
desconfiado y asombrado, pero aquél señor, habló en un idioma del cual me
resultaba desconocido, al rato uno de los acompañantes me explicó:
-Pregunta cuál es tu nombre.
Tratando de ocultar el miedo que infundía aquella apariencia, casi
tartamudeando, dije:
-Me-e llamo-o Tomás.
Aquél traductor conversó con el hombre inexplicable y volvió a preguntarme:
-¿Cuántos años tienes?
-Tengo ocho.
Luego, el semáforo cambió al color verde y el auto rápidamente se fue.
Continué haciendo lo mismo, hasta que mis pensamientos inundaron ni cabeza
con cuestionamientos referentes al anormal rostro y su misterioso
comportamiento, entonces, decidí dejar de vender los caramelos, me alejé de
allí para poder despejar mi mente, a la vez, pensar qué haría para completar el
dinero faltante para poder darles a mis hermanitos una cena decente.
En un instante de desasosiego observé un billete de 50000 Gs mis ojos
brillaron de felicidad, ya que mis hermanos son gemelos y hoy es su
cumpleaños. Agarré lo más rápido que pude y me dispuse a ir al mercado a
comprar empanadas, sopa y gaseosa, a la par de buscar un regalo e idear para
conseguir una torta. Imaginé todas las opciones y busqué retazos de tela y
encontré la solución para la torta, cuando conseguí terminar mi sorpresa corrí
lo más que pude hasta llegar al cementerio, logrando esconderme del guardia,
llegué a uno de los sepulcros, saqué la tapa y me adentré a un sótano que
habría preparado provisionalmente después del fallecimiento de mamá.
Encontré a mis hermanitos jugando con unas cuantas latas y con la muñeca de
sandía que le había hecho, lagrimeando les llamé:
-Tomy, Susi, traje la cena y adivinen, son sus favoritos ¡Feliz Cumple!
Los niños corrieron a abrazar a su hermano, al instante, observaron y sus ojos
se convirtieron en estrellas ante lo sucedido, por fin comerán comida de
verdad, ya que todo este tiempo se estuvieron alimentando de desechos que
encontraban en los basureros; ese día demostraron la sonrisa mas grande y
tierna que había visto, pronto, el ruidoso eco afligido de sus estómagos sería
frenado.
Luego de haber devorado hasta la última migaja de bocaditos, Tomás les
llamó:
-Vengan aquí, les tengo dos sorpresas más.
-¿Qué es? ¿Qué es?
Tomy y Susi, abrieron el envoltorio y encontraron una especie de sábana de
diferentes colores, sus hilos, graciosamente cocidos provocaban una especie
de arco iris, aunque solo lo imaginaba de esa manera Tomás. La alegría que
demostraban era inmensa ya que solo se tapaban con bolsas de arroz.
-¿Cuál es el otro regalo? Dijeron al unísono.
-Espero que les guste.
Los niños jubilosamente miraron en un cartoncito la tortita de miel y en uno de
los costados estaba la velita y cerrando los ojos pidieron un deseo.
Al término de aquella fiesta, los niños se durmieron por primera vez con una
sábana, Tomás no pudo dormir aquella noche, se recostó encima del cartón
colocando sus manos llagadas y repleta de callos de tanto trabajar, detrás de
su cuello alzó sus ojos al diminuto agujero del techo y trató de analizar las
estrellas siempre cautivo por su iluminación, cuando su madre estaba por morir
le había dicho:
-Hijo mío, no temas ante las adversidades que te depara el futuro, cuida bien a
tus hermanos, no estés triste seca tus lágrimas y camina siempre adelante
nunca retrocedas, sé tú mismo recuerda: Si estás desconsolado y angustiado
mira las estrellas y verás en el firmamento que ahí estaré yo, velando por ti
siempre, escucha a tu corazón y te guiará, nunca lo olvides.
Tratando de reconfortarse, logró dominar sus emociones hasta que el sueño
logro ganar la batalla.
Al día siguiente, Tomás se dispuso para ir a trabajar, tomó los caramelos y
salió del cementerio, el viento que envolvía a la pequeña ciudad, era distinta, el
ajetreo continuo ya no existía, las hojas caídas volaban sin rumbo fijo, el vaivén
de los árboles ocasionaba un ambiente tenebroso, el croar de las ranas reinaba
en el silencio, de reojo miró minuciosamente ambos lados de la calle.
-¿Qué es lo que sucede aquí? Dijo tiritando.
Temblando, siguió su camino con los brazos cruzados, la cabeza gacha, sus
pasos eran cada vez más lentos, luego, una sombra turbia reinaba una de las
esquinas de la plaza. Escuchó unos pasos, se detuvo, escuchó murmullos, tal
era su curiosidad, miró atrás, su piel de luna se enfrió completamente, sólo el
grito espeluznante logró contener a la brisa nefasta. De pronto no pudo
respirar, la niebla gélida lentamente lo envolvía, el intento de escaparse ya no
era una opción cada movimiento que realizaba era en vano hasta que quedó
dormido.
Intentando abrir los ojos sintió el brazo frío, movió la cabeza y vio que le
colocaron suero, su cuerpo estaba atado por completo con la mirada buscaba
respuestas luego notó algo extraño, procurando mirar más allá lo consiguió,
eran dos hombres pero uno de ellos se encontraba totalmente tapado y
entonces, pausadamente se quitó la capa. Sorpresivamente era el mismo
señor que tenía la cara ramificada de cicatrices aquél extraño hombre sintió de
que Tomás ya había despertado y se acercó a él lo más rápido y…
-¿Quiénes son ustedes? Gritó sollozando.
-Somos unos traficantes de órganos, dijo sonriendo malévolamente, y con una
de las manos con fuerza puso cloroformo en sus fosas nasales.
-¿Qué es lo que desea el señor Russel para su hija? Preguntó el cirujano
-Nada importante, sólo un transplante de corazón y riñón
-Quitémoslo ya entonces, mencionó sacando el bisturí de su portafolio.
Luego de unas horas despertó Tomás y percibió que ya no estaba atado, la
alegría brotó de sus ojos saltando con la energía de siempre corrió hasta llegar
al puesto de su trabajo vislumbró a sus amigos, gritando tras ellos explicó:
-Chicos no se imaginan lo que me pasó, pero distinguió algo diferente, sus
amigos no lo escuchaban ni le veían sólo atravesaban su pequeño cuerpecito,
él no entendía lo que pasaba, pensó en todas las opciones, al final de unos
minutos llegó a la conclusión de la idea que estuvo descartando desde el
principio, que había fallecido.
Lloró hasta tal punto en que nada más gemía ya que las lágrimas habían
acabado para siempre, recordó la promesa que le había hecho a su madre,
caminó hasta el cementerio viendo mucha gente de luto, corrió para ver lo que
sucedía y vio su peor pesadilla, en el féretro se encontraba su cuerpo y al lado
de él sus hermanitos que estaban desconsolados y doloridos y junto a ellos el
hombre más perverso, el señor sombrío con las cicatrices, al instante
rememoró y la idea más trágica se le avecinó en su mente el maléfico quería
dos riñones. Un nudo se le formó en la garganta cerró sus ojos, recapacitó y
hoy es su cumple años dijo, pidió con empeño que esto fuese sólo un sueño y
no algo real, iluso de pensamientos miró fijamente a la estrella que su madre le
había señalado y confió en que Tomy y Susi lo despierten para poder ir a
trabajar de nuevo, volver a jugar y protegerlos como lo había deseado su
madre.