alejandro magno iii, juegos funerarios

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    Mary Renault

    Alejandro III - Juegos

    funerarios

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    Preveo grandes competencias en mis juegos funerarios.Palabras de Alejandro Magno en su lecho de muerte, segntestimonios.

    HECHOS PRINCIPALES ANTESDE

    LA MUERTE DE ALEJANDRO

    326 a.C. Alejandro vuelve a la India. Durantesu marcha a lo largo del Indo recibe una pe-ligrosa herida en el pecho.

    325 a.C. Regreso por el desierto de Gedrosiaen condiciones extremas.324 a.C. Alejandro en Susa. Boda conEstatira, hija de Daro III. Ella permanece enel harn del palacio con su abuela

    Sisigambis. Alejandro va al palacio de veranode Ecbatana, acompaado por Roxana, suesposa desde 328, y su amigo Hefestin.Roxana queda embarazada. Hefestin en-

    ferma repentinamente y muere.

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    323 a.C. Alejandro va a Babilonia y organizael funeral de Hefestin. Se prepara para suprxima campaa, explorando las costas deArabia. Luego de navegar en el bajo ufratescontrae una fiebre fatal. En su lecho demuerte entrega el anillo real a Prdicas, sulugarteniente desde la muerte de Hefestin.

    323 a.C.

    Haca un siglo y medio que el zigurat de Bel-Marduk estaba derruido, desde que Jerjeshaba humillado a los dioses de la rebeldeBabilonia. Las cornisas de las terrazas sehaban desmoronado en deslizamientos debetn y arcilla; anidaban cigeas en la cimadeteriorada que en un tiempo haba alber-

    gado la dorada alcoba del dios y su concu-bina sagrada con su lecho dorado. Pero staseran pequeas mutilaciones; la enorme moledel zigurat haba desafiado la destruccin.

    Las murallas de la ciudad interior junto a laPuerta de Marduk tenan trescientos pies de

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    altura, pero el zigurat se ergua por encimade ellas.

    En las cercanas estaba el templo del dios

    que los hombres de Jerjes haban conseguidodemoler a medias. El resto del techo estabaremendado con barda y apuntalado con vigasde madera tosca. En el extremo interior,

    donde frente a las columnas haba esmaltesesplndidos pero descascarillados, reinabaan una oscuridad venerable, un olor a in-cienso y a ofrendas quemadas. En un altar deprfido, bajo un conducto para el humo, elfuego sagrado arda en el cuenco de bronce.Estaba dbil; la caja de combustible estabavaca. El aclito rapado mir al sacerdoteque, a pesar de estar abstrado, repar en la

    debilidad de la llama.Trae combustible. En qu ests pensando?Debe un rey morir por culpa de tu pereza?Muvete! Viniste al mundo cuando tu

    madre dorma y roncaba.

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    El aclito hizo una apresurada reverencia; ladisciplina del templo no era rigurosa.An no es la hora -dijo el sacerdote-. Quizni siquiera el da. l es fuerte como el len dela montaa, tardar en morir.Dos sombras ocuparon la entrada del tem-plo. Los sacerdotes que entraban usaban laalta mitra de fieltro de los caldeos. Se acer-

    caron al altar con gestos rituales, inclinn-dose con la mano en la boca.No hay novedad? pregunt el sacerdotede Marduk.

    No -dijo el primer caldeo-. Pero pronto lahabr. No puede hablar; apenas puede res-pirar. Pero cuando los soldados de su tierraclamorearon en la puerta, exigiendo verlo,los recibi a todos. No a los comandantes, el-

    los ya estaban all. Los lanceros, los guerrer-os de infantera. Pasaron media maana des-filando por su alcoba y l los salud a todospor seas. Eso lo agot, y ahora est en el

    sueo de la muerte.

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    Se abri una puerta detrs del altar y en-traron dos sacerdotes de Marduk. Por laabertura se vea una habitacin lujosa, concolgaduras bordadas, destellos de oro. Habaolor a carne con especias. La puerta se cerr.Los caldeos, recordando un viejo escndalo,intercambiaron una mirada.Hicimos lo posible para alejarlo de la

    ciudad -dijo uno de ellos-. Pero l haba odoque no haban restaurado el templo y pensque le tenamos miedo.El ao no ha sido auspicioso para las

    grandes obras -dijo rgidamente un sacer-dote de Marduk-. Nabucodonosor construyen un ao nefasto. Sus esclavos extranjerospelearon entre s, raza contra raza, arrojn-dose de la torre. En cuanto a Sikandar, an

    sera afortunado y estara seguro en Susa, sino hubiera desafiado al dios.A mi entender prosper mucho junto al di-os, aunque lo llam Heracles -dijo uno de los

    caldeos. Ech una severa ojeada al edificio

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    derruido, como diciendo: Dnde est eloro que el rey os dio para reconstruir, os lohabis comido y bebido todo?.Hubo un silencio hostil. El jefe de los sacer-dotes de Marduk dijo con dignidad tratandode ser conciliador:Sin duda vuestra prediccin fue atinada.Habis ledo los cielos desde entonces?

    Las altas mitras se inclinaron para asentir. Elcaldeo de ms edad, de barba plateada, caramorena y manto escarlata, le hizo una seaal sacerdote de Marduk, indicndole la parte

    rota del templo.Esto -dijo- fue lo que auguramos para Babi-lonia. Hizo un ademn con la vara con es-trellas de oro, sealando las paredes derrui-das, el techo deteriorado, las vigas inclin-

    adas, las losas tiznadas por el fuego-. Estopor un tiempo, y luego Babilonia dejar deser. Camin hacia la entrada y escuch;pero los ruidos de la noche no haban

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    cambiado-. Los cielos dicen que empezarcon la muerte del rey.El sacerdote record al esplndido joven queocho aos atrs haba venido con unaofrenda de tesoros e incienso rabe; y alhombre que haba regresado este ao,curtido y avejentado, el pelo rojizo blan-queado por el sol y entrecano, pero con los

    ojos profundos an ardientes, an plenos delencanto desenfadado de los jvenes amados,an terribles en su furia. El aroma del in-cienso haba perfumado mucho tiempo en el

    aire, el oro mucho ms en el erario; inclusoentre hombres que saban gozar de la vida, lamitad estaba todava en las arcas. Pero parael sacerdote de Bel Marduk ya no resultabaplacentero. Ese oro hablaba ahora de llamas

    y de sangre. El nimo se le apagaba como elfuego del altar cuando no lo alimentaban.Lo veremos? Vendr un nuevo Jerjes?El caldeo mene la cabeza.

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    Una muerte, no un asesinato. Otra ciudadse levantar y la nuestra decaer. Est bajo elsigno del rey.Cmo? Entonces vivir, pese a todo?Est agonizando, como te he dicho. Pero susigno camina a lo largo de las constelaciones,ms all de lo que podemos calcular en aos.No lo vers ponerse mientras vivas.

    Bien, mientras vivi no nos hizo dao. Talvez sea benigno despus de muerto.El astrlogo frunci el ceo como un adultoeligiendo palabras para hablar con un nio.

    Recuerda el fuego que cay del cielo el aopasado. Omos dnde cay, y fuimos all,una semana de viaje. Haba iluminado laciudad con ms brillo que la luna llena. Perodescubrimos que al caer se haba partido en

    rescoldos rojos que calcinaron la tierraalrededor. Un granjero haba llevado uno asu casa, porque ese da su esposa habaalumbrado mellizos. Pero un vecino se lo

    haba robado pretendiendo disfrutar de su

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    poder; pelearon, y ambos hombres muri-eron. Otro fragmento cay a los pies de unnio mudo que recuper el habla. Un tercerfragmento inici un incendio que destruyun bosque. Pero el mago del lugar haba to-mado el fragmento ms grande y lo convirtien el altar del fuego, recordando la luz queesparca cuando estaba en el cielo. Y todo es-

    to de una sola estrella. As ser.El sacerdote inclin la cabeza. De la cocina lellegaban aromas. Era mejor invitar a loscaldeos que dejar que la carne se estropeara

    por esperar. Dijeran lo que dijesen los astros,la buena comida era la buena comida.Aqu donde estamos -dijo el viejo caldeo,escrutando las sombras-, el leopardoamamantar a sus cras.

    El sacerdote esper respetuosamente. No seoa nada en el palacio real. Con suerte,podran comer algo antes que empezaran losllantos.

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    Las murallas del palacio de Nabucodonosortenan ms de cuatro pies de espesor y es-taban revestidas con azulejos esmaltados,pero el calor del verano lo atravesaba todo.El sudor que goteaba por la mueca de Eu-menes manchaba la tinta del papiro. La ceratena un brillo hmedo en la tablilla que es-taba transcribiendo; la sumergi nueva-

    mente en la tina de agua fra que su asistentele haba dejado con los otros borradores,para mantener en condiciones la superficie.Los escribas locales usaban arcilla hmeda,

    pero la arcilla estara endurecida antes de larevisin. Fue por tercera vez a la puerta enbusca de un esclavo que lo abanicara. Unavez ms los ruidos prudentes y sigilosos -pasos suaves, voces bajas, furtivas, rever-

    entes o plaideras- lo obligaron a volver a susilenciosa tarea detrs del cortinaje. Batir laspalmas, llamar, gritar una orden, eran cosasimpensables.

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    No haba buscado a su asistente, un hombreparlanchn; pero le habra venido bien el es-clavo silencioso y la agitacin del abanico.Observ el rollo inconcluso clavado en el es-critorio. Haca veinte aos que no escribacon su propia mano cartas que no fueranmuy secretas. Por qu escriba ahora unaque jams se despachara, salvo por milagro?

    Se haban producido muchos milagros, perosin duda no se producira ninguno ahora.Era algo que hacer, lo alejaba del futurodesconocido. Sentndose de nuevo retom la

    tablilla, la apoy, se sec la mano con latoalla que haba dejado el asistente y recogila pluma.Y las naves comandadas por Nearco se re-unirn en la desembocadura del ro, donde

    les pasar revista mientras Prdicas trae elejrcito desde Babilonia; y all se harn sacri-ficios a los dioses adecuados. Luego tomarel mando de las fuerzas de tierra e iniciar la

    marcha hacia el Oeste. La primera etapa

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    Cuando tena cinco aos, antes que le en-searan a escribir, l vino a verme al estudiodel rey.Qu es eso, Eumenes?Una carta.Qu dice esa primera palabra, escrita conletras grandes?Es el nombre de tu padre. Filipo, rey de

    Macedonia. Ahora estoy ocupado. Ve a jugar.Escribe mi nombre. Hazlo, por favor.Se lo di escrito, en el dorso de un despachoinservible. Al da siguiente lo haba apren-

    dido y lo haba tallado en la cera de una cartareal para Cersobleptes de Tracia. Tena miregla sobre su palmaA causa del calor haba dejado abierta la pu-erta maciza. Se acercaron pasos, discretos

    como todos los dems sonidos. Tolomeo ab-ri la cortina y la cerr al entrar. Tena arru-gas de cansancio en la cara enrgica ycurtida; haba pasado la noche en vela, sin el

    estmulo de la accin. Aparentaba ms de sus

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    cuarenta y tres aos. Eumenes esper ensilencio.Le ha dado el anillo a Prdicas -dijoTolomeo.Hubo una pausa. La atenta cara griega deEumenes -no una cara libresca, tambin lhaba combatido- escrut la cara impasibledel macedonio.

    Qu atribuciones le dio? Las de deleg-ado? O regente?Como no puede hablar -dijo secamente To-lomeo-, nunca lo sabremos.

    Si l ha aceptado la muerte -razon Eume-nes-, podemos presumir lo segundo. De locontrarioAhora da lo mismo. No puede ver ni or.Est en el sueo de la muerte.

    No ests tan seguro. He sabido de hombresa quienes ya se daba por muertos que mstarde declararon que lo oan todo.

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    Tolomeo reprimi un gesto de impaciencia.Estos griegos charlatanes. Acaso tienemiedo de algo?Vine a verte porque t y yo lo conocimosdesde que naci. No quieres estar all?Los macedonios me quieren all? Unviejo resentimiento torci por un instante laboca de Eumenes.

    Oh, vamos. Todos confan en ti. Pronto tenecesitaremos.El secretario orden lentamente susutensilios.

    Y no dijo nada sobre un heredero? pre-gunt secando la pluma.Prdicas lo interrog, mientras an podaemitir un susurro. l slo dijo: Al mejorhombre.Hot to kratisto .

    Dicen que los moribundos pueden hacerprofecas, pens Eumenes. Se estremeci.Al menos -aadi Tolomeo-, eso nos contPrdicas. l estaba inclinado. Nadie ms

    pudo orlo.

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    Eumenes dej la pluma e irgui la cabeza.OKratero? Dices que susurraba, le faltabael aliento. Se miraron. Crtero, el ms em-inente general de Alejandro, se diriga aMacedonia para tomar la regencia deAntpatro-. Si l hubiera estado en lahabitacinQuin sabe -dijo Tolomeo, encogindose

    de hombros. Si Hefestin hubiera estadoall, pens Pero si lhubiera vivido, nadade esto habra pasado. l no habra cometidoninguna de esas locuras que lo llevaron a la

    muerte. Venir a Babilonia en verano, re-montar los pestilentes pantanos Pero msvala no hablar de Hefestin con Eumenes-.Esta puerta pesa como un elefante. Quieresque la cierre?

    Detenindose en el umbral, Eumenes dijo:Nada sobre Roxana y su hijo? Nada?Faltan cuatro meses. Y si tiene una nia?El corpulento macedonio y el esbelto griego

    avanzaron por el corredor sombreado. Un

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    joven oficial macedonio se les acerc tor-pemente, casi tropez con Tolomeo ytartamude una disculpa.Hay algn cambio? dijo Tolomeo.No, seor. Creo que no. El oficial se es-forz por dominarse; vieron que estaballorando.Ese muchacho todava cree -dijo Tolomeo

    cuando el oficial se alej-. Yo an no puedo.Bien, vamos.Espera. Tolomeo le aferr el brazo, lollev de nuevo a su habitacin y cerr la pu-

    erta de bano de goznes crujientes-. Ser me-jor que te diga esto mientras an hay tiempo.Debiste saberlo antes, peroS, dime -dijo Eumenes con impaciencia.Haba reido con Hefestin poco antes de su

    muerte, y Alejandro ya no confiaba tanto enl.Estatira tambin est encinta -dijoTolomeo.

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    Eumenes, que antes no poda estarse quietode ansiedad, qued paralizado.La hija de Daro?Cul otra? A fin de cuentas, es la esposa deAlejandro.Pero esto lo modifica todo. Cundo?No recuerdas? No, claro. Habas ido aBabilonia. Cuando Alejandro se recobr de la

    muerte de Hefestin (era imposible callar elnombre constantemente) fue a guerrear conlos coseos. Yo lo incit. Le dije que exigan elpago de peajes y l se enfureci. Necesitaba

    alguna actividad. Le hizo bien. Cuando ter-min con ellos y venia hacia aqu, se detuvouna semana en Susa para visitar aSisigambis.Esa vieja bruja -dijo Eumenes con amar-

    gura. Pero de no ser por ella, pens, losamigos del rey no habran podido conseguiresposas persas. La boda colectiva en Susase haba celebrado como un drama de mag-

    nificencia sobrehumana, hasta que de pronto

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    l se encontr a solas en un pabelln per-fumado, acostado con una noble persa cuyosungentos le daban asco y que no saba mspalabras griegas que Salud, mi seorUna gran dama -dijo Tolomeo-. Lstimaque la madre de l no fuera como ella.Ella lohabra hecho casar antes que saliera deMacedonia para que tuviera un hijo varn. A

    estas alturas ya tendra un heredero de cat-orce aos.Ella no le habra hecho detestar elmatrimonio cuando era nio. De quin fuela culpa de que l no estuviera preparado

    para las mujeres hasta que conoci a la bact-riana? As llamaban la mayora de losmacedonios a Roxana en privado.Eso pertenece al pasado. Pero EstatiraPrdicas lo sabe?

    Precisamente por eso le pidi que nom-brara al heredero.Y aun as l se neg?Al mejor hombre -dijo-. Nos encomend

    a nosotros, los macedonios, la

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    responsabilidad de elegir cuando los niosalcancen la mayora de edad. S, es un mace-donio hasta el final.Si son varones -le record Eumenes.Y si alcanzan la mayora de edad -dijo To-lomeo, que haba estado absorto en suspensamientos.Eumenes no dijo nada. Caminaron entre las

    paredes azulejadas del corredor hacia la c-mara mortuoria.La alcoba de Nabucodonosor, en un tiempopesadamente asiria, se haba vuelto cada vez

    ms persa por obra de los reyes desde Ciroen adelante. Cambises haba adornado lasparedes con los trofeos de la conquista deEgipto; Daro el Grande haba revestido lascolumnas con oro y malaquita; Jerjes haba

    colgado en un costado la tnica dorada deAtenea, robada del Partenn. El segundoArtajerjes haba trado artesanos de Pers-polis para que construyeran la gran cama

    donde Alejandro ahora agonizaba.

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    El estrado estaba cubierto por tapices car-meses con galones de oro. La cama era denueve pies por seis. El tercer Daro, unhombre de gran estatura, haba tenido lugarsuficiente. El gran dosel estaba sostenido porcuatro demonios del fuego esculpidos en oro,con alas de plata y ojos enjoyados. Elmoribundo estaba desnudo, apoyado en al-

    mohadas que lo ayudaban a respirar, y em-pequeecido por tantos esplendores. Lohaban tapado hasta la cintura con un mantode lino al desaparecer las convulsiones. Em-

    papado en sudor, se le adhera a la piel comosi estuviera esculpido.Los jadeos bruscos y montonos crecangradualmente, luego cesaban. Al cabo de unapausa durante la cual nadie ms respiraba en

    la alcoba atestada, empezaban de nuevo,lentamente, con el mismo crescendo.Hasta haca unos instantes el silencio habasido casi total. Ahora que haba dejado de

    reaccionar, un murmullo suave empez a

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    propagarse, demasiado discreto y cautelosopara ser individualizado, un murmullo defondo para el ritmo intenso de la muerte.Prdicas estaba junto a la cabecera de lacama. Hizo una sea a Tolomeo con las cejaspobladas y oscuras; era un hombre alto, conla contextura de un macedonio, aunque nocon la misma complexin, en cuyo rostro la

    autoridad se acentuaba gradualmente. Esesilencioso cabeceo indicaba: An no haycambiosEl movimiento de un abanico llam la aten-

    cin de Tolomeo. All, en el estrado, apar-entemente sin dormir, estaba desde hacadas el muchacho persa. As lo considerabaTolomeo, aunque ya deba de tener veintitrsaos; con los eunucos costaba distinguir. A

    los diecisis aos un general persa involuc-rado en el asesinato de Daro lo habapresentado a Alejandro como testigo de susdeclaraciones. Era la persona indicada pues

    haba sido uno de los sicarios del rey y

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    conoca las intimidades de la corte. Se habaquedado para relatar su historia a los cronis-tas y, desde entonces, nunca se habaapartado de Alejandro. La belleza que habadeslumbrado a dos reyes, no era ya tan vis-ible. Los ojos grandes y oscuros estaban hun-didos en la cara ms demacrada que la delmoribundo vctima de la fiebre. Estaba

    vestido como un sirviente. Acaso pensabaque si reparaban en l lo echaran? Qupensar?, se preguntaba Tolomeo. Se habracostado con Daro en esta misma cama.

    Una mosca revolote sobre la transpiradafrente de Alejandro. El persa la ahuyent,luego dej el abanico para humedecer unatoalla en un cuenco de agua aromatizada yenjugar la cara inmvil.

    Al principio a Tolomeo le haba disgustadoesa presencia extica que rondaba losaposentos de Alejandro, incitndolo a asumirlos atributos de la realeza persa y los

    modales de la corte persa, persiguindolo da

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    y noche. Pero esa presencia se haba im-puesto. Tolomeo, en medio de su propiopesar y su presentimiento de una crisis in-minente, senta piedad por el persa. Se acer-c y le toc el hombro.Ve a descansar, Bagoas. Deja que otro delos chambelanes haga todo esto. Un grupode eunucos, resabios avejentados de la corte

    de Daro y aun de Oco, se adelant servicial-mente. Tolomeo dijo-: l no se dar cuentayaBagoas mir en derredor. Era como si le hu-

    bieran dicho que estaba condenado a unaejecucin inmediata, una sentencia esperadamucho tiempo.De acuerdo -dijo Tolomeo gentilmente-. Estu derecho. Qudate si lo deseas.

    Bagoas se llev los dedos a la frente. El malmomento haba pasado. Con la mirada fijaen los ojos cerrados de Alejandro, agit elabanico removiendo el caluroso aire bab-

    ilnico. Tena capacidad para resistir,

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    reflexion Tolomeo. Haba soportado inclusoel vendaval que sigui a la muerte deHefestin.Contra la pared ms prxima a la cama, enuna mesa maciza como un altar, Hefestinan estaba endiosado. Endiosado y multi-plicado; all estaban las estatuillas y bustosvotivos -obsequiados por amigos apesadum-

    brados, arribistas asiduos, hombres asusta-dos que alguna vez haban reido con el di-funto- realizados por los mejores artistas quepudieron encontrarse en tan poco tiempo

    para consolar a Alejandro. Hefestin enbronce, un Ares desnudo con escudo y lanza;con armadura de oro, rostro y miembros demarfil; en mrmol teido con una corona delaurel dorado, como plateado estandarte del

    escuadrn que llevara su nombre; comosemidis, la primera maqueta para la estatuadestinada a su templo en Alejandra. Alguienhaba hecho lugar para apoyar un objeto y un

    pequeo Hefestin de bronce se haba cado.

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    Echando una ojeada a la cara ciega delmoribundo, Tolomeo lo levant. Esperad aque l se vaya.El ruido llam la atencin de Eumenes quese apresur a desviar nuevamente la mirada.Ahora no tienes nada que temer, pensTolomeo. Oh, s, era arrogante de vez encuando. Al final pensaba que l era el nico

    que comprenda. Y hasta qu punto se equi-vocaba? Acptalo, Eumenes, l le hizo bien aAlejandro. Yo lo supe cuando ambos estu-diaban juntos. l era alguien en s mismo y

    ambos lo saban. Ese orgullo que te disgust-aba fue la salvacin de Alejandro; jams loadulaba, jams lo incitaba, jams lo en-vidiaba, jams le menta. Amaba a Alejandroy nunca lo us, aprovech tanto como l las

    lecciones de Aristteles, jams perda apropsito cuando competa con l. Al final desus das poda hablar con Alejandro dehombre a hombre, decirle en qu se equivoc-

    aba; y nunca lo temi. Lo salv de la soledad,

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    y quin sabe de qu ms. Ahora se ha ido y aesto hemos llegado. Si l estuviera vivo, hoytodos estaramos celebrando en Susa, diganlo que digan los caldeos.Un mdico atemorizado, empujado desde at-rs por Prdicas, apoy la mano en la frentede Alejandro, le tom la mueca, murmurgravemente y retrocedi. Mientras pudo hab-

    lar, Alejandro se haba negado a tenerningn mdico cerca; e incluso cuando cayen la inconsciencia, no se poda encontrar anadie que lo atendiera, pues todos teman

    que despus los acusaran de haberlo en-venenado. Ahora ya daba lo mismo; Ale-jandro ya no tragaba. Maldito sea ese mata-sanos, pens Tolomeo, que dej morir a He-festin para asistir a los juegos. Lo volvera a

    ahorcar si pudiera.Creyeron que cuando cambiara el ritmo delos jadeos slo sera para que llegaran losronquidos finales pero, como si la mano del

    mdico hubiera despertado una chispa de

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    vida, las exhalaciones cobraron un ritmo msregular y los prpados se movieron. Tolomeoy Prdicas dieron un paso hacia adelante.Pero el callado Bagoas, a quien todos habanolvidado, dej el abanico y, como si nadiems estuviera presente, se inclin sobre lacabeza del moribundo, rozndola con su pelocastao claro. Susurr algo suavemente. Ale-

    jandro abri los ojos grises. Se agit la se-dosa melena del persa.Movi la mano -dijo Prdicas.Ahora estaba inmvil, los ojos nuevamente

    cerrados, aunque Bagoas an los mirabacomo en trance. Prdicas tens la boca; allhaba toda clase de personas. Pero antes quepudiera adelantarse para reprenderlo, elpersa retom su puesto y recogi el abanico.

    Salvo por ese movimiento, habra podido seruna estatua tallada en marfil.Tolomeo not que Eumenes le hablaba.Qu? dijo roncamente. Estaba al borde

    del llanto.

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    Vendr Peucestes.Los apiados funcionarios se separaron paradejar entrar a un macedonio alto y fornidovestido con ropas persas, pantalones incluid-os, para consternacin de la mayora de suscompatriotas. Cuando le concedieron la sat-rapa de Persis haba adoptado las ropasnativas para complacer a Alejandro, no sin

    advertir que le sentaban bien. Se adelant,los ojos clavados en la cama. Prdicas le salial encuentro.Se elev un murmullo. Los ojos de los dos

    hombres intercambiaron un mensaje.Prdicas dijo formalmente para que es-cucharan los presentes:Recibiste un orculo de Sarapis?Peucestes inclin la cabeza.

    Velamos toda la noche. El dios dijo alamanecer: No traigis al rey al templo.Estar mejor donde est.No, pens Eumenes, no habr ms mil-

    agros. Por un instante, cuando movi la

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    mano casi haba credo que se produciraotro.Se volvi para buscar a Tolomeo, pero ste sehaba alejado para recobrar la compostura.Fue Peucestes quien, apartndose de lacama, le pregunt:Roxana lo sabe?El harn del palacio era un claustro espa-

    cioso construido alrededor de un estanquede lirios. Aqu tambin haba voces susur-rantes, pero de diferente modulacin; los po-cos hombres de este mundo de mujeres eran

    eunucos.Ninguna de las mujeres que vivan en elharn haba visto al rey moribundo. Habanodo hablar de l; haban vivido cmoda-mente sin ser molestadas; haban esperado

    una visita que nunca lleg. Y eso era todo,excepto que no saban de ningn herederoque las heredara a ellas; aparentemente, enpoco tiempo ya no habra gran rey. Las voces

    se ahogaban presas de creciente temor.

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    Aqu estaban todas las mujeres que Darohaba dejado cuando march hacia su des-tino en Gaugamela. Desde luego se haba ll-evado a sus favoritas. Las que habanquedado estaban extraamente mezcladas.Las concubinas de ms edad, de los das enque l era un noble no destinado al trono,haca tiempo estaban instaladas en Susa;

    aqu estaban las muchachas que le habanconseguido despus de acceder al trono, lasque no haban logrado despertarle mayor in-ters o las que haban llegado demasiado

    tarde para atraerlo siquiera. Adems de s-tas, estaban las sobrevivientes del harn delrey Oco que, por decoro, no haban sido des-pedidas cuando muri. Constituan una her-encia indeseable que, con un par de viejos

    eunucos, formaban una camarilla que odiabaa las mujeres de Daro, el usurpador a quiensospechaban cmplice de la muerte de suamo.

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    La situacin de las concubinas de Daro eradiferente. Las haban trado cuando tenancatorce, quince, dieciocho aos a lo sumo.Haban conocido el verdadero drama delharn: los rumores e intrigas, el sobornopara obtener las primeras noticias sobre unavisita real, las sofisticaciones del tocador, laubicacin inspirada de una joya, la envidiosa

    desesperacin cuando los das menstrualesobligaban al retiro, el triunfo cuando una lla-mada del seor era recibida en presencia dela rival, el regalo que las honraba despus de

    una noche afortunada.De una de esas noches provenan un par denias de alrededor de ocho aos, que es-taban retozando en el estanque y dicindosesolemnemente que el rey agonizaba. Tam-

    bin haban nacido hijos varones. CuandoDaro cay, se los haban llevado recurriendoa toda clase de artimaas, pues las madrestenan la certeza de que el nuevo rey brbaro

    los hara estrangular. Sin embargo, nadie

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    haba venido a buscarlos; haban regresadoen su momento y a la sazn, ya en edad deser criados lejos de las mujeres, eran educa-dos como hombres por parientes lejanos.Como haca tiempo que ningn rey residaen Babilonia, el harn se haba reducido. EnSusa, donde viva la reina madre, Sisigambis,todo era impecable. Pero aqu haban visto

    pocas veces a Daro y ninguna a Alejandro.Un par de mujeres se las haban ingeniadopara intrigar con otros hombres y huir conellos; los eunucos, a quienes Oco habra

    hecho empalar por negligencia, lo habancallado. Algunas de las muchachas, en loslargos das de ocio, haban tenido relacionesentre s; los celos y escndalos resultantesllenaron muchas largas y calurosas noches

    asirias. Una muchacha haba sido envenen-ada por una rival, pero los eunucos tambinlo haban callado. El jefe de la guardia sehaba dedicado a fumar camo, y no le gust-

    aba que le molestaran.

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    Ms tarde, despus de largos aos en el ori-ente inexplorado, victorias legendarias, heri-das, peligros en los desiertos, el rey comu-nic que regresaba. El harn despert comode un sueo. Los eunucos se alarmaron. Dur-ante todo el invierno, la estacin templadade Babilonia en que se celebraban las fiestas,lo estuvieron esperando pero no lleg. En el

    palacio cundi el rumor de que un amigo dela infancia -segn algunos, un amante- habamuerto y lo haba enloquecido el dolor.Luego haba recobrado la cordura, pero es-

    taba en guerra con los coseos de lasmontaas. El harn volvi a caer en suletargo. Al fin estuvo en camino, pero inter-rumpi la marcha en Susa. Cuando la reini-ci, embajadas de todos los pueblos de la

    tierra le salieron al encuentro, llevndolecoronas de oro y pidindole consejo. Luego,cuando el calor de la primavera anunciaba elverano, la tierra haba temblado bajo los

    caballos y los carros, los elefantes y los

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    hombres de infantera; y el palacio habahormigueado con el olvidado ajetreo de lallegada de un rey.Al da siguiente se anunci que el jefe de loseunucos del rey inspeccionara el harn. Esteformidable personaje era aguardado contemor, pero sorprendentemente result serslo un joven, nada menos que el clebre Ba-

    goas, sicario de dos reyes. Tambin causabaimpresin, desde luego. Vesta de seda, ungnero jams visto dentro de esas paredes, ybrillaba como el pecho de un pavo real. Era

    persa de pies a cabeza, lo cual siempre hacasentir provincianos a los babilonios. Diezaos en la corte le haban pulido los modalescomo plata vieja. Salud, sin embargo, a loseunucos que haba conocido en tiempos de

    Daro y se inclin respetuosamente ante al-gunas de las esposas de ms edad. Luegopuso manos a la obra.No poda precisar cundo el atareado rey

    tendra tiempo para visitar el harn; sin

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    duda encontrara, no obstante, ese ordenperfecto que trasunta respeto. Hubo un parde insinuaciones reprobatorias (Creo que lacostumbre en Susa es tal y cual) pero elpasado qued sin examinar. Los guardiasocultaban suspiros de alivio cuando Bagoasquiso ver los aposentos de las reales damas.Lo guiaron hasta all. Esas habitaciones es-

    taban separadas del resto y tenan su propiopatio, exquisitamente embaldosado. Bagoasmanifest cierta consternacin ante el estadode abandono, las plantas secas y las tre-

    padoras, la fuente tapada con desechosverdes y peces muertos. Todo esto haba sidoreparado, pero las habitaciones an tenan elolor hmedo del desuso prolongado. Bagoaslo insinu en silencio, abriendo apenas las

    delicadas fosas nasales.Los aposentos de la real esposa, pese al des-cuido, an eran suntuosos; aunque autocom-placiente, Daro tambin haba sido gener-

    oso. Condujeron al jefe de los eunucos a los

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    aposentos de la reina madre, ms pequeos,pero todava elegantes. Sisigambis los habaocupado al principio del corto reinado delhijo. Bagoas los inspeccion, ladeando li-geramente la cabeza. Sin darse cuenta, conlos aos, haba copiado este tic de Alejandro.Muy agradable -dijo-. O puede serlo, almenos. Como sabis, Roxana viene hacia

    aqu desde Ecbatana. El rey desea que ellatenga un viaje cmodo. Los eunucos pre-staron atencin; el embarazo de Roxana anno era conocido pblicamente-. Estar aqu

    en siete das. Ordenar algunas cosas y man-dar buenos artesanos. Por favor, ved quecumplan con todas las instrucciones.Hizo una pausa y los ojos de los eunucos sevolvieron hacia los aposentos de la esposa

    real. Los de Bagoas los siguieronimperturbables.Esos aposentos sern cerrados de inmedi-ato. Slo ved que los mantengan aireados y

    limpios. Tenis la llave de la puerta

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    exterior? Bien. Nadie dijo nada. Bagoasaadi, afablemente-: No hay necesidad demostrar esos aposentos a Roxana. Si ellahace preguntas, decid que estn enreparaciones.Se fue cortsmente, tal como haba venido.En ese momento, haban pensado que Ba-goas quera ajustar alguna vieja cuenta. Los

    favoritos y las esposas eran enemigos tradi-cionales. Se rumore que poco despus decasarse, Roxana haba querido envenenarlo,pero que nunca haba vuelto a intentarlo

    Tan terrible haba sido la clera del rey.El mobiliario y las colgaduras enviados erancostosos y los aposentos no carecan deesplendor real en ninguno de sus detalles.No temis la extravagancia -haba dicho

    Bagoas-. Congeniar con el gusto de ella.A su debido tiempo la caravana lleg deEcbatana. La mujer morena de ojos bril-lantes y oscuros que baj del palanqun, era

    una belleza deslumbrante y altiva. El

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    embarazo apenas se le notaba, excepto porcierta opulenta blandura. Hablaba el persacon fluidez, aunque con un acento bactrianoque su squito no haca nada por corregir;dominaba bastante bien el griego, lengua quedesconoca antes de casarse. Babilonia le res-ultaba tan extraa como la India; se habainstalado sin reparo en los aposentos que le

    haban sido destinados, observando que eranms pequeos que los de Ecbatana, peromucho ms bonitos. Tenan su propio patio,elegante y sombreado. Daro, que haba rev-

    erenciado y estimado a la madre, siempre sepreocup por su comodidad.Al da siguiente, un chambeln de edad ven-erable anunci al rey.Los eunucos esperaron con ansiedad. Y si

    Bagoas haba actuado sin autoridad? Sedeca que la clera del rey era poco fre-cuente, pero terrible. Sin embargo, los sa-lud amablemente con su persa conciso y

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    formal y no hizo comentarios cuando lemostraron los aposentos de Roxana.A travs de rendijas y grietas conocidas en elharn desde los tiempos de Nabucodonosor,las concubinas ms jvenes lo espiaronmientras estuvo all. Comentaron que eraapuesto, para tratarse de un occidental (latez clara no era admirada en Babilonia); no

    era alto, un defecto grave, pero esto ya losaban desde antes. Sin duda deba de tenerms de treinta y seis aos, pues tenamechones grises en el pelo; pero admitan

    que era aplomado y aguardaron su regresopara volverlo a ver. Esperaban una pro-longada vigilia, pero regres al poco tiempo,apenas el que tardaba una mujer cuidadosaen baarse y vestirse.

    Esto infundi esperanzas a las mujeres msjvenes. Limpiaron sus joyas y revisaron suscosmticos. Una o dos, que por aburrimientohaban engordado, eran ridiculizadas y llora-

    ban todo el da. Pero el rey no vena. En

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    cambio reapareci Bagoas, quien conferencien privado con el jefe de la guardia. Lapesada puerta de la alcoba de la esposa realestaba abierta y ambos entraron.S -dijo Bagoas-. No se necesita mucho.Slo cortinas nuevas, aqu y all. Los recipi-entes de aseo estn en el tesoro?Con alivio (pues lo haban tentado ms de

    una vez) el jefe de la guardia los mand bus-car; eran exquisitos, plata con incrustacionesde oro. Contra la pared haba un gran bal deciprs. Bagoas alz la tapa e inhal una frag-

    ancia difusa. Levant una bufanda engarzadacon perlas de cultivo y cuentas de oro.Supongo que esto perteneca a la reinaEstatira.Es lo que no se llev consigo. Daro era

    capaz de brindarle cualquier cosa.Excepto su vida, pens cada cual durante elembarazoso silencio. La huida de Daro enIsos la haba condenado a terminar sus das

    bajo la proteccin del enemigo. Bajo la

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    bufanda haba un velo bordeado con alasverdes de escarabajo egipcio. Bagoas lo aca-rici delicadamente.Nunca la vi. La mortal ms adorable deAsia, dicen Era verdad?Quin ha visto a todas las mujeres deAsia? S, es posible que lo fueraAl menos he visto a su hija. Bagoas

    guard la bufanda y cerr el bal-. Deja to-das estas cosas. A Estatira le gustartenerlas.Ya ha partido de Susa? Era otra pre-

    gunta la que temblaba en los labios delguardin.Bagoas no dej de advertirlo.Vendr cuando haya pasado la poca mscalurosa -dijo-. El rey desea que viaje

    cmodamente.El guardin reprimi un brusco suspiro. Elviejo y gordo chambeln y el esbelto y relu-ciente favorito establecieron con los ojos la

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    inmemorial comunicacin entre los de suclase. Fue el guardin quien habl primero.Hasta ahora, todo ha salido perfectamente. Con la cabeza seal las otras hab-itaciones-. Pero en cuanto se abran estosaposentos, habr rumores. No hay modo deimpedirlo. T lo sabes tan bien como yo. Elrey se propone decrselo a Roxana?

    Por un momento, el barniz de urbanidad deBagoas se resquebraj, revelando un pro-fundo pesar.Lo repar de inmediato.

    Se lo recordar si puedo. No es fcil en estemomento. Est planeando el funeral de suamigo Hefestin, que muri en Ecbatana.El guardia habra querido preguntar si eracierto que esa muerte haba enloquecido al

    rey durante ms de un mes. Pero la actitudde Bagoas lo disuadi de manifestar su curi-osidad. Decan que Bagoas, si se lo propona,poda ser el hombre ms peligroso de la

    corte.

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    En ese caso -dijo cautelosamente elguardin-, podramos demorar las obraspor un tiempo? Si me hacen preguntas sinque haya rdenes del reyBagoas hizo una pausa y por un instantepareci un poco inseguro y an muy joven.Pero respondi vivazmente:No, hemos recibido nuestras rdenes. l

    espera que se obedezcan.Se fue y no regres. En el harn se comentque el funeral del amigo del rey haba sidoms suntuoso que el de la reina Semramis,

    clebre en la historia; que la pira haba sidoun zigurat ardiente de doscientos pies de al-tura. Pero el jefe de los guardianes dijo aquien quisiera orlo que esas llamas nohaban sido nada, comparadas con las que

    tuvo que afrontar cuando los aposentos de laesposa real fueron abiertos y Roxana recibila noticia.En su hogar montas de Bactra, los eu-

    nucos del harn haban sido sirvientes y

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    esclavos de la familia y saban cul era sulugar. La tradicional dignidad de los cham-belanes de palacio le pareca mera insolen-cia. Cuando Roxana orden que azotaran aljefe, se enfureci al descubrir que nadie tenapoderes para hacerlo. El viejo eunuco bactri-ano que haba trado desde su hogar, fue en-viado para comunicrselo al rey. Volvi con

    el informe de que ste estaba remontando elufrates para explorar los pantanos. Cuandoregres ella volvi a intentar hablarle;primero estaba ocupado y luego estaba

    afiebrado.Estaba segura de que su padre se habra en-cargado de que ejecutaran al guardin. Perola satrapa que el rey le haba concedido es-taba en la frontera india; cuando tuviera no-

    ticias de l, ella ya habra dado a luz. Esepensamiento la aplac.Que venga, que venga ese palo vestido deSusa -dijo a sus damas bactrianas-. El rey no

    la soporta. Si tiene que hacer esto para

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    complacer a los persas, qu me importa am? Todo el mundo sabe que yo soy la esposareal, la madre del hijo del rey.Las damas comentaron en secreto:No quisiera ser ese beb, si es una nia.El rey no llegaba y los das de Roxana eranmontonos. Aqu, en lo que iba a ser elcentro del imperio del esposo, daba lo mismo

    que estar en un campamento de Drangiana.De haberlo deseado, hubiera podido alternarcon las concubinas. Pero haca aos que esasmujeres vivan en palacios, algunas desde

    que ella era una nia en la choza montaesade su padre. Tema la aplomada eleganciapersa, la charla sofisticada y desdeosa. Nin-guna de ellas haba cruzado el umbral yprefera que la consideraran arrogante que

    temerosa. Sin embargo, un da descubri unade las antiguas grietas. Se entretuvo fis-goneando y oyndolas hablar.As fue como, cuando haca nueve das que

    Alejandro sufra la fiebre de los pantanos,

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    oy a un chambeln chismorreando con uneunuco del harn. Se enter de dos cosas: deque la enfermedad haba afectado el pechodel rey y tal vez muriera; y de que la hija deDaro estaba embarazada.No esper a que terminaran de charlar.Llam a su eunuco bactriano y a sus damas,se puso un velo, pas frente al asombrado gi-

    gante nubio que custodiaba el harn, y slorespondi a sus gritos estridentes con undebo ver al rey.Los eunucos de palacio vinieron corriendo.

    No podan hacer ms que correr tras ella.Era la esposa del rey, no una cautiva; per-maneca en el harn slo porque abandon-arlo era impensable. En las largas marchashasta la India, y en el regreso a Persia y Babi-

    lonia, donde el rey instalaba un campamentose descargaban biombos de mimbre de loscarretones para que ella pudiera bajar de sucarreta y tomar aire. En las ciudades tena su

    litera con cortinas, sus balcones enrejados.

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    Todo esto no era una condena sino underecho; los hombres slo exhiban a lasprostitutas. Cuando suceda algo sin preced-entes, era inconcebible tocarla. Guiada por eltembloroso eunuco, seguida por ojos asom-brados, atraves corredores, patios, antec-maras, hasta que lleg a la alcoba real. Era laprimera vez que entraba all; o, llegado el

    caso, en cualquier lugar donde durmiera elrey. l nunca la haba llamado a su cama,slo haba ido a la de ella. sa era, le habadicho, la costumbre de los griegos.

    Se detuvo ante la puerta, viendo el alto cieloraso de cedro, la cama custodiada por de-monios. Era como una sala de audiencias.Generales y mdicos, atnitos de sorpresa,retrocedieron a su paso.

    Las almohadas que mantenan erguido al reyan le prestaban cierta ilusin de autoridad.Los ojos cerrados, la boca abierta y jadeante,parecan evidenciar un ensimismamiento

    voluntario. Ella no poda estar en su

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    presencia sin creer que todo estaba todavabajo su control.Sikandar! exclam, en su dialecto nat-ivo-. Sikandar!l movi dbilmente los prpados agrietadosy exanges, pero no los abri. Tens la pielcomo para protegerse del resplandor agres-ivo del sol. Ella le vio los labios cuarteados y

    secos, la profunda cicatriz en el costado, porla herida que haba recibido en la India,estirndose y encogindose con su respir-acin agitada.

    Sikandar, Sikandar! exclam. Le aferrel brazo.l inhal ms profundamente y se sofoc. Al-guien se acerc con una toalla y le enjug lababa sanguinolenta de los labios. El rey no

    abri los ojos.Como si no hubiera sabido nada hasta el mo-mento, Roxana comprendi de golpe y fuecomo si la hiriera una pualada. Se le haba

    escapado de las manos, ya no era el dueo de

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    sus das. Ya no tomara ms decisiones;jams le respondera lo que haba venido apreguntar. Para ella, para el nio que llevabaen las entraas, ya estaba muerto.Se puso a sollozar, como una plaidera anteun cadver, arandose la cara, golpendoseel pecho, rasgndose la ropa, sacudiendo elpelo desaliado. Cay de bruces, los brazos

    sobre la cama, hundiendo la cara en lasbana, casi sin reparar en la carne tibia, anviva, que tena debajo. Alguien le habl; unavoz joven y ligera, la voz de un eunuco.

    l puede orla. Lo perturbar.La aferraron con fuerza por los hombros,echndola hacia atrs. Habra podido re-conocer a Tolomeo, pues lo haba visto entriunfos y procesiones desde las celosas;

    pero estaba mirando al que haba hablado.Habra adivinado quin era, aun si no lo hu-biera visto una vez en la India, remontandoel Indo en la nave insignia de Alejandro,

    vestido con las telas brillantes de Taxila,

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    escarlata y oro. Era el odiado muchachopersa, familiarizado con esta alcoba dondeella nunca haba entrado; sa tambin erauna costumbre griega, aunque su esposojams se lo haba dicho.Sus ropas de sirviente, su cara demacrada yexhausta, no hacan concesiones. Ya no de-seable, se haba vuelto autoritario. Gen-

    erales, strapas y capitanes que le debanobediencia a ella, que deban alzar al reypara que le contestara, para que nombrara alheredero, escuchaban sumisamente a ese

    bailarn. Ella era una intrusa.Lo maldijo con los ojos, pero l ya no leprestaba atencin; indic a un esclavo quetomara la toalla manchada de sangre e in-speccion la pila de toallas limpias que tena

    al lado. Las duras manos de Tolomeo la lib-eraron; las manos delicadas e implorantes desus servidores la guiaron hacia la puerta. Al-guien recogi su velo de la cama y se lo

    arroj.

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    De vuelta en su habitacin, se puso a llorarrabiosamente, golpeando y mordiendo los al-mohadones del divn. Cuando se atrevierona hablarle, sus damas le suplicaron que secalmara para no daar al nio. As lograronque se dominara. Pidi leche de yegua e hi-gos, lo que ms apeteca ltimamente.Anocheca; se tendi en la cama. Por ltimo,

    con los ojos secos, se levant y camin deaqu para all en el patio iluminado por laluna, donde la fuente murmuraba como unconspirador en la calurosa noche de Babilo-

    nia. Una vez sinti que el nio se mova confuerza. Apoyndose las manos en el vientre,susurro:Tranquilo, mi pequeo rey. Te lo prometoVolvi a la cama y cay en un sueo pesado.

    So que estaba en la fortaleza de su padreen la Roca Sogdiana, una caverna almenadabajo la cresta de la montaa, ante un precipi-cio de mil pies. Los macedonios la estaban

    sitiando. Ella miraba la masa de hombres,

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    desperdigados como granos oscuros en lanieve; las rojas fogatas de los campamentos,empenachadas de humo tenue; las tiendas,que parecan motas de color. El viento arre-ciaba, gimiendo sobre el despeadero. Suhermano le ordenaba que preparara puntasde flecha con las otras mujeres, reprochn-dole su pereza y zarandendola. Despert. Su

    servidora le solt el hombro, sin hablar.Haba dormido hasta tarde, el sol calentabael patio. Pero el viento an arreciaba, llen-ando el mundo con su aullido, subiendo y

    bajando como cuando su voz invernalsoplaba de las imponentes estribaciones deleste Pero estaba en Babilonia.Aqu amainaba y all arreciaba, acercndosea veces, el alto gemido del harn; poda or el

    rumor del ritual formal. Las mujeres quetena al lado, al verla despierta rompieron allorar, salmodiando las antiguas frases ofre-cidas a las viudas de los jefes bactrianos

    desde tiempos inmemoriales. La estaban

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    mirando. Ella deba guiar el rezo de lasplaideras.Se incorpor obedientemente, se destrenzel pelo, se golpe el pecho con los puos.Conoca las palabras desde la niez: Ay,ay! La luz ha desaparecido del cielo, ha cadoel len de los hombres. Cuando alzaba la es-pada, temblaban mil guerreros; cuando abra

    la mano, desparramaba oro como las arenasdel mar. Cuando se regocijaba, nos entibiabacomo el sol. Tal como el vendaval cabalga enlas montaas, as cabalgaba l hacia la

    guerra, tal como la tempestad que talagrandes rboles, se lanzaba l a la batalla. Suescudo era el techo que protega a su pueblo.Las tinieblas lo han cubierto, su morada estllena de afliccin. Ay, ay, ay!.

    Apoy las manos en el regazo. Sus lamentoscesaron. Las mujeres, la miraron atnitas.Ya he llorado. Basta por ahora -dijo. Llama su doncella principal y despidi al resto.

    Treme mi vieja bata de viaje, la azul.

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    La encontraron, y le sacudieron el polvo delcamino de Ecbatana. Era una tela resistentey tendra que rasgarla con el trinchete paraque se abriera. Despus de desgarrarla en al-gunas partes, se la puso. Sin peinarse, pasla mano por una cornisa polvorienta y setizn la cara. Luego mand buscar al eunucobactriano.

    Ve al harn, y dile a Badia que venga averme.Oigo y obedezco, seora.Cmo saba ella el nombre de la concubina

    ms importante de Oco? Pero obviamente noera momento para hacer preguntas.Desde el lugar donde escuchaba, Roxanapoda or el bullicio del harn. Algunas anlloraban por el rey, pero la mayora estaba

    charlando. Badia se demor brevementepara vestirse y luego se present con el trajede luto que haba usado quince aos antes almorir el rey Oco. El vestido ola a hierbas y a

    madera de cedro.

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    No lo haba vestido por Daro.Oco haba reinado veinte aos y ella habasido su concubina cuando el rey era joven.Era una cincuentona consumida, sin gracia.Mucho antes de la muerte del rey la habandejado en Babilonia mientras mujeres msjvenes eran llevadas a Susa. Pero en untiempo haba mandado en el harn y no lo

    olvidaba.Primero intercambiaron condolencias proto-colares. Badia elogi el valor del rey, su de-vocin por la justicia, su generosidad. Rox-

    ana replic como corresponda, hamacn-dose y gimiendo suavemente. Luego se en-jug las lgrimas y dijo algunas palabras en-trecortadas. Badia le ofreci el consueloinmemorial.

    Su hijo nos lo recordar. Lo vern alcanzarla honra de su padre.Todo esto era una frmula. Roxana la dej delado.

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    Si vive -solloz-. Si los malditos descendi-entes de Daro lo dejan vivir. Pero lomatarn. Lo s, lo s. Se tir del pelo conambas manos y llor.Badia contuvo el aliento, consternada porsus recuerdos.Oh, buen Dios! Volvern esos das?Oco haba llegado al trono mediante el fratri-

    cidio y muri envenenado. Roxana no de-seaba or reminiscencias. Se ech el pelohacia atrs.Por qu no? Quin asesin al rey Oco

    cuando estaba enfermo? Y al joven reyArses y sus leales hermanos? Y al hijo deArses cuando todava mamaba? Y ms tarde,quin mat al visir que era su hechura, parasilenciarlo? Daro! Me lo dijo Alejandro.

    As pensaba antes -le haba dicho Alejandrono haca mucho-, pero eso fue cuando an nohaba peleado con l. No serva ms que paraser una herramienta del visir. Lo mat

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    despus porque le tema. Era tpico de esehombre.Eso dijo el rey? Ah, el len de la justicia,el reparador de los males! Badia elev lavoz, dispuesta a llorar de nuevo; Roxana lacontuvo con un gesto.S, l veng a tu seor. Pero a mi hijo,quin lo vengar? Ah, si t supieras!

    Badia alz los penetrantes ojos negros, vidade curiosidad.Qu deseas, seora?Roxana le habl. Alejandro, an apesadum-

    brado por la muerte del amigo de su infan-cia, haba partido dejndola a ella enEcbatana para limpiar de salteadores el cam-ino de Babilonia. Luego, fatigado por laguerra del invierno, se haba quedado a des-

    cansar en Susa, y la reina Sisigambis lo habaengatusado; esa vieja hechicera que sin dudahaba incitado a su hijo, el usurpador, acometer todos sus crmenes. Le haba

    presentado al rey a la hija de Daro, esa

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    muchacha torpe y larguirucha con quien l sehaba casado para complacer a los persas.Tal vez lo haba drogado, era experta en po-ciones. Haba metido a su nieta en la camadel rey y le haba dicho que ella tendra unhijo del rey, pero quin poda saber la ver-dad? Y como se haban casado en presenciade los jefes persas y macedonios, no podan

    menos que aceptar a ese heredero.Pero l se cas con ella slo por razonespolticas. l me lo dijo.(Y era cierto que antes de la boda, desconcer-

    tado por el frenes de Roxana, ensordecidopor sus gritos, y sintiendo remordimientos,Alejandro haba dicho algo parecido. Nohaba hecho promesas para el futuro, puestena por principio dejar el futuro abierto;

    pero le haba secado las lgrimas y le habatrado unos hermosos pendientes.)De ese modo -exclam-, bajo este techo elladar a luz a un nieto del asesino de Oco. Y

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    quin nos proteger, ahora que el rey hamuerto?Badia rompi a llorar. Pensaba en los largosy apacibles sueos en el tranquilo harn,donde el peligroso mundo exterior era sloun rumor. Haba superado la necesidad dehombres e incluso de distracciones, y vivasatisfecha con su pjaro parlante, su monito

    de vello rojo y sus chismosos eunucos,mantenida confortablemente por el rey er-rante. Ahora evocaba esos espantosos re-cuerdos de traiciones, acusaciones y humilla-

    cin, el miedo de cada da al despertar. Unacruel rival la haba desplazado ante el reyOco. Los aos apacibles terminaban. Llor ygimi, esa vez pensando en s misma.Qu podemos hacer? llorique-. Qu

    podemos hacer?La mano blanca y rechoncha de Roxana afer-r la mueca de Badia. Los ojos grandes yoscuros que haban hechizado a Alejandro se

    clavaron en la concubina.

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    El rey ha muerto. Debemos tratar de sal-varnos nosotras.S, seora. Los viejos tiempos habanvuelto; de nuevo se trataba de sobrevivir-.Qu haremos, seora?Roxana la atrajo hacia s y hablaron en vozbaja, recordando las grietas de la pared.Un rato ms tarde un viejo eunuco de Badia

    entr por la puerta de la servidumbre. Traauna caja de madera bruida.Es verdad que sabes escribir en griego? dijo Roxana.

    Por cierto, seora. El rey Oco a menudoutilizaba mis servicios.Tienes buen lacre? Es para una carta real.S, seora. El eunuco abri la caja-.Cuando el usurpador Daro entreg mi

    puesto a uno de los suyos, me llev un pococonmigo.Bien. Sintate y escribe.Cuando ella le dio el sobrescrito, el eunuco

    casi arruina el rollo. Pero no haba olvidado

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    del todo sus funciones; y Badia le haba di-cho que si la hija de Daro reinaba en elharn, mandara a toda la gente de Oco amendigar a la calle. l sigui escribiendo.Ella vio que el texto era parejo y claro, conlas frases protocolares pertinentes. Cuandohubo terminado, le dio un drico de plata ylo dej ir. No lo hizo jurar que guardara si-

    lencio; su dignidad no se lo permita; y Badiase encargara de ello.Aunque el eunuco haba trado cera, ella nolo haba lacrado en su presencia. Tom un

    anillo que Alejandro le haba obsequiado enla noche de bodas. Tena una amatista im-pecable del color de las violetas oscurasdonde Pirgoletes, su tallador favorito, habagrabado el retrato de Alejandro. No se

    pareca al anillo real de Macedonia con Zeusen el trono. Pero Alejandro nunca haba sidoconvencional y ella pens que servira.Hizo brillar la piedra en la luz. El trabajo era

    soberbio, y aunque un poco idealizado haba

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    logrado captar al rey vvidamente. l se lohaba dado cuando al fin estuvieron solos enla cmara nupcial, un sustituto de las palab-ras, pues ninguno de los dos hablaba la len-gua del otro. Se lo haba puesto, encontrandoenseguida el dedo adecuado. Roxana lo hababesado respetuosamente, y luego l la habaabrazado, con la frescura tibia de un joven.

    Record cun inesperadamente agradableera el cuerpo de l, lozano como el de unnio; pero haba esperado un abrazo msfuerte. Alejandro deba haber salido para

    desnudarse y ponerse la tnica nupcial; perose quit las ropas, se qued desnudo y as semeti en la cama. Al principio se sorprenditanto que l pens que le tena miedo. Tuvopara ella toda clase de atenciones, algunas

    muy sofisticadas; estaba sin duda muy bienentrenado aunque entonces ella an no sabapor quin. Pero lo que Roxana en verdadquera era ser poseda violentamente. Haba

    adoptado posturas sumisas, adecuadas en

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    una virgen; con una actitud ms apasionadaen la primera noche, un novio bactriano lahabra estrangulado. Pero ella not que l es-taba desorientado, y tema que a la maanasiguiente sus huspedes contemplaran unasbana nupcial sin manchas. Se haba vistoobligada a abrazarlo; y luego todo haba idobien.

    Ech la cera caliente en el rollo y apret lagema. De pronto tuvo el doloroso recuerdode un da en Ecbatana, pocos meses antes,una tarde de verano junto a la piscina.

    Estaba alimentando la carpa, incitando alviejo y hosco rey de la piscina a abandonarsu guarida bajo los lirios. No quiso entrarpara hacer el amor hasta que hubo conven-cido al pez. Ms tarde se durmi; ella re-

    cord la tez aniada y clara con las cicatricesprofundas, el pelo suave y fuerte. Habaquerido sentirlo y olerlo como si fueracomestible, como pan recin horneado.

    Cuando hundi la cara en l, Alejandro

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    despert, la abraz y se durmi de nuevo.Evoc esa presencia fsica como si la estuvi-era viviendo. Al fin, sola, en silencio,derram verdaderas lgrimas.Pronto se las enjug. Tena asuntos urgentesque atender.En la cmara mortuoria, los largos das deagona haban terminado. Alejandro haba

    dejado de respirar. Los plaideros eunucoshaban retirado las almohadas apiladas; elcuerpo yaca recto y chato en la gran cama, lainmovilidad le haba devuelto cierta dignidad

    majestuosa que para los presentes resultaba,sin embargo, alarmante en su pasividad.Los generales, llamados apresuradamentecuando el fin era inminente, lo miraban sinexpresin. Haca dos das que pensaban qu

    hacer en este momento. Pero el hecho inevit-able pareca una mera contingencia vislum-brada con la imaginacin. Miraban estu-pefactos el rostro familiar, distendido al fin,

    y casi sentan rencor, tan imposible pareca

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    que a Alejandro pudiera ocurrirle algo sinque l lo consintiera. Cmo poda morir de-jndolos en esa confusin? Cmo poda re-chazar su responsabilidad? No era tpico enl.Se ha ido, se ha ido! exclam de prontouna voz joven y cascada en la puerta. Era unjoven de dieciocho aos, uno de los integ-

    rantes del Cuerpo de Guardia que se habaturnado para custodiarlo. Rompi a llorarhistricamente y su llanto super el lamentode los eunucos que rodeaban la cama. Al-

    guien debi de llevrselo, pues se oy que lavoz se alejaba, enronquecida por inconten-ible pesar.Fue como si hubiera invocado un ocano. Sehaba reunido con medio ejrcito macedonio,

    llorando alrededor del palacio para esperarlas noticias.La mayora de ellos haban desfilado por laalcoba el da anterior y l an los haba re-

    conocido, los haba recordado; tenan buenas

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    razones para esperar un milagro. Se elev ungigantesco clamor de pesar, de luto ritual, deprotesta -como si alguna autoridad fueraculpable-, de consternacin ante las incer-tidumbres del futuro hecho pedazos.El clamor alert a los generales. Sus reflejos,entrenados para responder en el instantepreciso por el hombre que haba muerto, en-

    traron en accin. El pnico deba combatirsede inmediato. Salieron a la gran plataformaque daba al patio frontal. Un heraldo quetemblaba en su puesto fue llamado por

    Prdicas, alz su larga trompeta y toc areunin.La reaccin fue catica. Slo un da antes,creyendo que la llamada era de Alejandro, sehabran alineado inmediatamente en filas y

    falanges, cada tropa compitiendo por llegarprimera a la formacin. Pero en ese mo-mento, las leyes naturales estaban suspendi-das. Los que estaban al frente tuvieron que

    gritar a los del fondo que era Prdicas. Desde

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    la muerte de Hefestin haba sido el lugart-eniente de Alejandro. El rugido de Prdicasles infundi cierta seguridad, y se movieron yalinearon con cierta apariencia de orden.Los soldados persas se agruparon con los de-ms. Sus gritos de lamentacin haban com-petido con el clamor de los macedonios. En-tonces callaban. Eran -haban sido- soldados

    de Alejandro, quien les haba hecho olvidarque eran un pueblo conquistado, les habainfundido orgullo de s mismos, haba obli-gado a los macedonios a aceptarlos. Las fric-

    ciones del principio casi haban desapare-cido, y la jerga de los soldados griegos estabaplagada de palabras persas. Se haba entab-lado cierta camaradera. Pero de sbito,sintindose una vez ms nativos derrotados

    sometidos a un ejrcito extranjero, se mira-ban furtivamente planeando desertar.A una seal de Prdicas, Peucestes se ad-elant. Era una figura tranquilizadora; un

    hombre clebre por su valor, que haba

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    salvado la vida de Alejandro en la Indiacuando recibi una herida casi mortal. Alto,apuesto, imponente, con la barba segn lamoda de su satrapa, los interpel en unpersa tan correcto y aristocrtico como su in-dumentaria. Les anunci formalmente lamuerte del gran rey. En su momento, se lesanunciara quin sera el sucesor. Mientras

    tanto podan dispersarse.Los persas se calmaron. Pero un murmullosordo creci entre los macedonios. Por unaley ancestral, el derecho a elegir un rey les

    perteneca a ellos, al conjunto de todos losvarones macedonios capaces de portararmas. Qu era eso de anunciar al sucesor?Peucestes se acerc a Prdicas. Hubo un mo-mento de suspenso. Durante doce aos, am-

    bos haban visto cmo trataba Alejandro alos macedonios. No eran hombres a quienespudiera ordenarse calma y acatamiento a laautoridad. Haba que hablarles, y l lo haba

    hecho; slo una vez en doce aos haba

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    fracasado. Aun entonces, cuando lo obl-igaron a regresar de la India, siguieronpertenecindole. A la sazn, enfrentado conese desorden, Prdicas por un momentocrey or los pasos impacientes, la rep-rimenda enrgica y serena, la voz vibrantecreando un silencio inmediato.Pero el rey no vino y Prdicas, aunque

    careca de magia, saba qu era autoridad.Adopt como hiciera Alejandro en mo-mentos de necesidad el dialecto drico de supatria, la lengua que haban aprendido en la

    niez antes que les ensearan el griego culto.Todos acababan de perder, dijo, al msgrande de los reyes, al ms valeroso de losguerreros, que el mundo haba visto desdeque los hijos de los dioses abandonaron la

    tierra.Aqu lo interrumpi un bramido creciente,no de duelo formal, sino un estallido de ver-dadero dolor y desolacin. Cuando pudo

    hacerse or, dijo:

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    Y los nietos de vuestros nietos an dirn lomismo. Recordad, pues, que vuestra prdidaest compensada por vuestra fortuna anteri-or. Vosotros habis podido compartir la glor-ia de Alejandro. Y ahora, macedonios, aquienes l leg el dominio de la mitad delmundo, os corresponde conservar vuestrocoraje y demostrar que sois los hombres que

    l hizo de vosotros. Todo se har de acuerdocon la ley.La multitud cay en un trance expectante.Cuando Alejandro los haca callar, siempre

    tena algo que decirles. Prdicas lo saba;pero todo lo que tena que decirles era que lera, de hecho, el rey de Asia. Era demasiadopronto; ellos slo conocan un rey, vivo omuerto. Les dijo que volvieran al campa-

    mento y aguardaran nuevas rdenes.Empezaron a marcharse; pero cuando lhubo entrado, muchos volvieron en grupos yse instalaron con las armas al lado, dispues-

    tos a velar toda la noche al muerto.

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    En la ciudad el rumor de los lamentos, comoun fuego impulsado por un vendaval, se pro-pag desde las calles atestadas de las inme-diaciones del palacio a los suburbios y las ca-sas construidas a lo largo de las murallas. Enlos templos, los delgados penachos de humo,que se elevaban rectamente en el aire quietodesde los fuegos sagrados, se disiparon y

    murieron uno tras otro. Al calor de las cen-izas hmedas del brasero de Bel-Marduk, lossacerdotes recordaron que sta era la se-gunda vez en poco ms de un mes. El rey

    haba ordenado que se hiciera lo mismo elda del funeral de su amigo.Le avisamos que era un mal presagio, perono quiso escucharnos. A fin de cuentas, eraun extranjero.

    El fuego de esos sacerdotes fue el primeroque se apag. En el templo de Mitra, cus-todio del honor del guerrero, seor de lalealtad y la palabra empeada, un joven sa-

    cerdote estaba en el santuario con un

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    aguamanil en la mano. Encima del altar es-taba tallado el smbolo del sol alado, enguerra con las tinieblas, era tras era hasta lavictoria final. El fuego an arda, pues eljoven lo haba alimentado exageradamente,como si tuviera poder para dar nueva vida alrey moribundo. Cuando le ordenaron extin-guirlo, dej el aguamanil, corri hacia un

    cofre de incienso rabe y arroj un puadopara que su fragancia se propagara. El l-timo de los oficiantes, slo despus de que suofrenda se elevara al cielo de verano,

    derram agua sobre los rescoldos.Por la carretera real de Susa viajaba uncorreo. Su dromedario devoraba las distan-cias con su andar bamboleante y gil. Antesque el animal necesitara descanso, habra

    llegado a la prxima posta, donde otrohombre y otra bestia seguiran adelante conel mensaje.Su tramo estaba a mitad de la jornada. El

    pergamino que llevaba en la alforja se lo

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    haba entregado el mensajero anterior, sintiempo para responder preguntas. Slo laprimera etapa desde Babilonia haba sido re-corrida por un jinete desconocido por surelevo. Cuando al extranjero le preguntaronsi era verdad que el rey estaba enfermo,haba respondido que era posible, pero queno tena tiempo para chismorrear. El silencio

    y la prisa eran la norma de los correos; elrelevo haba saludado y se haba puesto enmarcha, mostrando al siguiente hombre dela cadena, sin una palabra, que la carta es-

    taba lacrada con la imagen del rey.Se deca que un despacho llevado por mensa-jeros reales era an ms veloz que los p-jaros. Ni siquiera el alado rumor poda alcan-zarlo, pues de noche el rumor se detiene para

    dormir.Dos viajeros que haban frenado para dejarpasar al correo casi son derribados al relin-char y corcovear sus caballos ante el odiado

    olor a camello. El hombre de ms edad, que

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    tena unos treinta y cinco aos y era fornido,pecoso y pelirrojo, domin primero su mon-tura, tirando de las riendas hasta que el toscobocado se manch de sangre. Su hermano,diez aos menor que l, tostado y conven-cionalmente apuesto, tard ms tiempoporque trat de calmar al caballo. Casandroobserv sus esfuerzos con desdn. Era el hijo

    mayor del regente de Macedonia, Antpatro,y era un extrao en Babilonia. Haba llegadohaca poco, enviado por su padre paraaveriguar por qu Alejandro lo haba convo-

    cado a Macedonia sustituyndolo por otroregente, Crtero.Iolas, el hermano menor, haba combatidojunto a Alejandro y, hasta haca poco, habasido su copero. Esa designacin haba im-

    plicado un gesto conciliador para con elpadre de ambos; Casandro haba sido desig-nado a la guarnicin de Macedonia, puesAlejandro y l se detestaban desde la niez.

    Cuando el caballo se calm, Iolas dijo:

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    Ese era un correo real.Ojal l y esa bestia caigan muertos.Cul ser el mensaje? Tal vez ya todo hayaterminado.Que el perro del Hades le devore el alma -dijo Casandro, mirando hacia Babilonia.Cabalgaron un rato en silencio.Bien -dijo al fin Iolas, apartando la vista de

    la carretera-, ahora nadie podr deshacersede nuestro padre. Ahora podr ser rey.Rey? gru Casandro-. No lo creo. Hizoun juramento y se mantendr fiel. Incluso al

    hijo de la mujer brbara, si es varn.El caballo de Iolas se sobresalt, sintiendo lasorpresa del jinete.Entonces por qu? Por qu me hiciste ac-tuar as? No por nuestro padre? Slo por

    odio! Dios todopoderoso, deb haberlosabido!Casandro se inclin y cruz de un fustazo larodilla del joven, quien solt un grito de dol-

    or y de furia.

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    No te atrevas a hacerlo de nuevo! Ahora noestamos en casa y no soy un nio.Casandro seal el moretn rojo.El dolor es un recordatorio. T no hicistenada. Recurdalo, nada. Tenlo presente. Un poco ms adelante, viendo lgrimas enlos ojos de Iolas, le dijo con desganada toler-ancia-: El aire de los pantanos pudo haberle

    trado la fiebre. A estas alturas ya habr be-bido bastante agua sucia. Los labriegos de roabajo beben agua del pantano, yellos nomueren. Cierra el pico, o morirs t.

    Iolas trag saliva. Pasndose la mano por losojos, y manchndose la cara con el polvonegro de la llanura babilonia, dijo hurao:Nunca recobr las fuerzas despus de esaherida de flecha en la India. No sobrevivira

    a una fiebre Fue bondadoso conmigo. Yoslo lo hice por nuestro padre. Y ahora medices que l no ser rey.

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    Y no ser rey. Pero sea cual fuere el ttulo,morir siendo el amo de Macedonia y detoda Grecia. Y ya es un viejo.Iolas lo mir en silencio; luego espole elcaballo y sigui galopando entre los trigalesamarillos, sollozando al ritmo de los cascostrepidantes.Al da siguiente en Babilonia los principales

    generales se prepararon para la asambleadonde se designara al jefe de los macedo-nios. La ley no estableca la primogenituracomo condicin inalienable. Los hombres de

    armas tenan derecho a elegir entre losmiembros de la familia real.A la muerte de Filipo haba sido sencillo.Casi todos los guerreros estaban en su patria.Alejandro ya era clebre a los veinte aos y

    ningn otro pretendiente haba sido tanmencionado. Incluso cuando Filipo -quetena un hermano mayor- haba sidopreferido al hijo del rey Prdicas, muerto en

    batalla, tambin haba sido sencillo; Filipo

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    era un comandante con experiencia, el hijodel rey un nio de pecho y estaban en guerra.Ahora, las tropas macednicas estaban des-perdigadas en fortalezas por toda el Asiacentral. Diez mil veteranos regresaban a lapatria al mando de Crtero, un hombrejoven, perteneciente a la familia real, a quienAlejandro le haba dado un rango inmediata-

    mente inferior al de Hefestin. En Macedo-nia estaban las tropas de guarnicin, ascomo en las grandes fortalezas de piedra quedominaban los pasos de la Grecia meridion-

    al. Todo esto era sabido por los hombres deBabilonia. Pero ninguno de ellos dudaba desu derecho inalienable a elegir un rey. Eranel ejrcito de Alejandro, y para ellos no habams que hablar.

    Fuera, en la calurosa plaza de armas, espera-ban, riendo, conjeturando, rumoreando. Aveces, cuando crecan la impaciencia y la in-tranquilidad, el ruido suba como una rompi-

    ente en una playa de guijarros.

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    Dentro, los generales, el alto mando cono-cido como el Cuerpo de la Guardia Real,haban tratado de localizar a los principalesoficiales de los aristocrticos Compaeros,con quienes deseaban conferenciar ante eldilema. Al no conseguirlo, haban ordenadoal heraldo que tocara a silencio, y los llamarapor sus nombres. El heraldo, que no conoca

    ningn toque para pedir silencio nada ms,toc Reunin para rdenes. Los hombres,impacientes, lo entendieron como Venid ala asamblea.

    Ruidosamente entraron en tropel por lasgrandes puertas de la sala de audiencias,mientras el heraldo gritaba en medio del bul-licio los nombres que le haban dado, y losoficiales que mencionaba, los que podan

    orlo, trataban de abrirse paso entre lamuchedumbre. Adentro quedaron pelig-rosamente apiados; las puertas se cerrarontras los que haban entrado, autorizados o

    no. El heraldo, mirando con impotencia a la

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    multitud inquieta y maldiciente dejada en laplaza de armas, se dijo que si Alejandro lohubiera visto, muy pronto alguien hubieradeseado no haber nacido jams.Los primeros en entrar, porque otros leshaban cedido el paso, fueron los hombres delos Compaeros, los dueos de caballos deMacedonia, y los oficiales que haban estado

    cerca de las puertas. El resto de la multitudera una mezcla catica de oficiales y solda-dos. Lo nico que tenan en comn era unaprofunda inquietud y la agresividad de los

    hombres contrariados. Acababan de com-prender que eran tropas aisladas en unatierra conquistada, a medio mundo de dis-tancia de su patria. Haban llegado aqu im-pulsados por su fe en Alejandro y slo por l.

    Lo que ahora necesitaban no era un rey sinoun lder.Una vez cerradas las puertas, todos los ojosse volvieron hacia el estrado real. All, como

    a menudo anteriormente, estaban los

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    grandes hombres, los amigos ms ntimos deAlejandro, sentados alrededor del trono, elantiguo trono de Babilonia con los brazostallados como acechantes toros asirios, elrespaldo reformado para Jerjes con la im-agen alada del sol inconquistado. Ah habanvisto a la figura menuda, compacta, brillante,que necesitaba un taburete para los pies, re-

    luciendo como una joya en una caja demasi-ado grande, las alas extendidas de Ahura-Mazda sobre la cabeza. Pero el trono estabavaco. Sobre el respaldo estaba el manto real

    y en el asiento la diadema.Un suspiro ronco atraves la sala con colum-nas. Tolomeo, que haba ledo a los poetas,evoc el nudo de una tragedia, cuando laspuertas del escenario se abren para revelar al

    coro que sus temores son ciertos y el reyacaba de morir.Prdicas se adelant. Todos los amigos deAlejandro all presentes, dijo, eran testigos

    de que el rey le haba dado el anillo real.

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    Pero, como no poda hablar, no pudo decircules eran los poderes que le habaconferido.Me mir fijamente, y era obvio que deseabahablar, pero le faltaba el aliento. Pues bien,hombres de Macedonia, aqu est el anillo. Se lo quit y lo dej junto a la corona-. En-tregadlo segn vuestros deseos, de acuerdo

    con la ley ancestral.Hubo murmullos de admiracin y ansiedad,como en el teatro. Prdicas, an fuera de laescena principal, esper, como un buen actor

    que sabe cundo decir sus parlamentos. Esopens Tolomeo, observando la cara alerta yarrogante, ahora digna e impasible; unamscara bien tallada. La mscara de un rey?Nuestra prdida es inconmesurable -dijo

    Prdicas-, eso lo sabemos. Sabemos que esimpensable que el trono sea entregado a al-guien que no lleve la sangre del rey. Su es-posa Roxana est embarazada desde hace

    cinco meses; roguemos porque d a luz un

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    varn. Primero debe nacer, y luego alcanzarla mayora de edad. Entretanto, quin debegobernaros? Vosotros debis decidir.Hubo murmullos; los generales del estradose miraron inquietos; Prdicas no habapresentado a otro orador. De pronto, sin seranunciado, el almirante Nearco se adelant;un cretense enjuto y esbelto, con la cara

    curtida y tostada. Las penurias del espantosoviaje por la costa de Gedrosia lo haban en-vejecido diez aos; aparentaba cincuenta,pero an era gil y enrgico. Los hombres

    callaron para escucharlo; l haba visto mon-struos del abismo y los haba ahuyentado contrompetas. Poco acostumbrado a hablar enpblico en tierra firme, us la voz con quellamaba a las naves en el mar, asombrn-

    dolas con su resonancia.Macedonios, sugiero como heredero de Ale-jandro al hijo de Estatira, la hija de Daro. Elrey la dej encinta cuando estuvo por ltima

    vez en Susa. Hubo murmullos

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    sorprendidos, desconcertados; l elev la vozcomo si se tratara de una ruidosa tormenta-.Habis visto la boda. Habis visto que fueuna boda real. l se propona traerla aqu.Me lo dijo a m.Esta noticia totalmente imprevista sobre unamujer que, apenas entrevista el da de laboda, haba desaparecido inmediatamente

    en los recovecos del harn de Susa, provocconfusin y consternacin.Ah -dijo una voz campesina y gutural-,pero l dijo algo acerca del hijo?

    No -dijo Nearco-. En mi opinin se pro-pona criar juntos a ambos hijos, si los doseran varones, y elegir al mejor. Pero no vivipara ello. Y el hijo de Estatira tiene elderecho que le da el rango.

    Retrocedi; no tena ms que decir. Habacumplido con lo que crea su deber y eso eratodo. Mirando por encima del mar decabezas, record cmo Alejandro, flaco y

    consumido por la marcha en el desierto, lo

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    haba saludado cuando regres con la flota asalvo, abrazndolo con lgrimas de alivio yalegra. Desde que eran nios, Nearco lohaba amado, sin apetencias sexuales, sin ex-igencias; aquel momento haba sido el picede su vida. No se atreva a pensar qu haracon el resto de ella.Prdicas apret los dientes con furia. Haba

    exhortado a los hombres a designar un re-gente; quin sino l? Ahora se pondran adiscutir la sucesin. Dos nios no nacidos,que tal vez fueran mujeres. Era cosa de fa-

    milia; Filipo haba engendrado una horda dehijas y un solo hijo, a menos que se contaraal idiota. Lo importante era la regencia.Filipo mismo haba empezado como regentede un heredero nio, pero los macedonios no

    haban perdido tiempo eligindolo rey.Prdicas mismo tena bastante sangre real enlas venas. Qu le pasaba a Nearco? Era im-posible ya encauzar el debate.

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    La discusin se volvi ruidosa y violenta. Sialgn error haba cometido Alejandro, opin-aban, era el de haber pretendido identifi-carse con los persas. Las bodas de Susahaban sido una manera de manifestarlo yhaban causado mucha ms inquietud que elcasamiento en campaa con Roxana, algoque su padre haba hecho una y otra vez.

    Haban sido indulgentes con el bailarnpersa, como si fuera un mono o un perro.Pero por qu no poda haberse casado conla hija de una decente familia macedonia, en

    vez de elegir a dos brbaras? Ah estaba elresultado.Algunos argumentaban que cualquier des-cendiente del rey debera ser aceptado, bas-tardo o no. Otros decan que no haba modo

    de saber si l los hubiera reconocido; y tam-poco era seguro, en caso de que esas mujeresdieran a luz una nia o un hijo muerto, queno recurrieran a una artimaa. Haba que

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    cerciorarse de que un nio no fuera cambi-ado por otroTolomeo observaba con pesar y rabia, ansi-ando irse. Desde que la muerte de Alejandrose haba vuelto una certidumbre, sabaadnde quera ir. Desde que Egipto le habaabierto los brazos a Alejandro, quien lo habaliberado del yugo persa, Tolomeo haba

    quedado cautivado por esa civilizacin del-icada e inmemorial, de sus estupendos tem-plos y monumentos, de la riqueza vital delro que la mantena. Era defendible como

    una isla, protegido por el mar, el desierto y laselva; slo haba que ganarse la confianza delpueblo para tenerlo seguro para siempre.Prdicas y los dems se alegraran de darle lasatrapa. Queran quitarlo de en medio.

    Era peligroso, un hombre que poda alegarque era hermano de Alejandro, aunque hijode un adulterio cometido por Filipo cuandoera adolescente. Esa paternidad no estaba

    demostrada ni reconocida, pero Alejandro

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    siempre le haba reservado un lugar especialy todos lo saban. Si, Prdicas se alegrara demandarlo al frica. Pero de verdad pensabaese hombre que poda designarse herederode Alejandro? Eso era lo que buscaba, se levea en la cara. Haba que hacer algo; ypronto.Cuando Tolomeo se adelant, los soldados

    dejaron de discutir para escucharlo. Habasido amigo de la infancia de Alejandro; tenapresencia sin la arrogancia de Prdicas; loshombres que haban servido bajo su mando

    le tenan simpata. Algunos de ellos lo recibi-eron con una ovacin.Macedonios, espero que no sea vuestrodeseo elegir un rey entre los hijos de losconquistados.

    Hubo un fuerte aplauso. Los hombres, quehaban venido con sus armas -eran la pruebade su derecho al voto-, golpearon los escudoscon las lanzas hasta que el saln retumb.

    Tolomeo pidi silencio.

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    Ignoramos si ambas esposas de Alejandrodarn a luz. En caso de que ambas lo hicier-an, cuando los hijos alcancen la mayora deedad debern presentarse ante vosotros yvuestros hijos, para que la asamblea decida aquin aceptarn los macedonios. Entretanto,esperis al heredero de Alejandro. Peroquin actuar por l? Aqu tenis a aquellos a

    quienes Alejandro honr con su confianza.Para que ningn hombre rena demasiadopoder, propongo un Consejo de Regencia.Las voces se calmaron. Al recordar que en

    quince aos o ms aun podran rechazar aambos pretendientes, vieron cul era elasunto urgente a resolver.Recordad a Crtero -dijo Tolomeo-. Ale-jandro confiaba en l como en s mismo. Lo

    envi a gobernar Macedonia. Por eso no estpresente ahora.Eso los impresion. Honraban a Crtero casitanto como a Alejandro; era de sangre real,

    capaz, valeroso, apuesto y considerado.

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    Tolomeo sinti en la nuca la mirada fulmin-ante de Prdicas. Lo siento por l; yo hice loque deba hacer.Mientras todos parloteaban y murmuraban,Tolomeo pens de pronto: Hace unos dastodos ramos amigos de Alejandro, y slo es-perbamos que l se levantara para guiarnos.Qu somos ahora, qu soy yo?.

    Jams lo haba enorgullecido mucho ser hijode Filipo; le haba costado demasiado en lainfancia. Filipo era un desconocido, un hijomenor rehn de los tebanos, cuando l naci.

    No puedes hacer que ese bastardo se com-porte?, le deca su padre a su madre cuandol estaba en apuros. Filipo le haba prop-inado ms azotes de los que mereca un nio.Ms tarde, cuando Filipo fue rey y l es-

    cudero real, la suerte cambi; pero lo queaprendi fue a tratar de olvidar que era elhijo de Filipo, si en verdad lo era. En cambio,con afecto y creciente orgullo, le import ser

    hermano de Alejandro. No importa, pensaba,

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    si es la verdad de mi sangre, o no. Es la ver-dad de mi corazn.Una nueva voz interrumpi su breve evoca-cin. Arstono, miembro de la Guardia Real,se adelant para indicar que Alejandro, fueracual fuese su intencin, haba dado el anillo aPrdicas. Primero haba mirado en derredor,y saba lo que haca. Eso era un hecho, no

    una conjetura, y Arstono defenda loshechos.Habl con sencillez, con franqueza y subyuga la asamblea. Los presentes gritaron el

    nombre de Prdicas, y muchos lo urgieron atomar el anillo. Lentamente, escudrindo-los, l avanz unos pasos hacia el trono. Porun momento su mirada se cruz con la deTolomeo, escrutndolo como un hombre que

    acaba de encontrar un nuevo enemigo.An no convena, pens Prdicas, demostrarun exceso de ansiedad. Necesitaba otra vozque respaldara la de Arstono.

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    La sala, atestada de hombres sudorosos, erasofocante y calurosa. Al tufo de la transpir-acin se aada el de la orina, pues algunoshombres se haban descargado subrepti-ciamente en los rincones. Los generales delestrado estaban cada vez ms aturdidos porsus diversos sentimientos de pesar, an-siedad, rencor, impaciencia e inquietud. De

    pronto, barbotando palabras confusas, unoficial se abri paso a travs de lamuchedumbre. Qu querr decir Melea-gro?, pensaron todos.

    Haba sido comandante de falange desde laprimera campaa de Alejandro, pero nohaba ascendido ms. Alejandro le haba con-fiado a Prdicas, durante una cena, que erabuen soldado si no se le exiga demasiado es-

    fuerzo mental.Lleg hasta el estrado, enrojecido de calor yfuria y, a juzgar por el aspecto, por el vino.Luego solt una indignada exclamacin que

    acall a la asombrada multitud.

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    se es el anillo real! Dejaris que esesujeto lo tome? Ddselo ahora y lo conser-var hasta la muerte. Con razn quiere unrey que todava no ha nacido!Los generales, que reclamaban orden, apen-as fueron odos en medio de la repentina al-garaba. Meleagro haba arrancado de unaespecie de sopor inquieto a una masa de

    hombres que antes no se haban odo, laresaca de la multitud. Ahora participaban dela escena, como si fuera un duelo callejero,un hombre aporreando a la esposa o una

    pelea entre perros. Y gritaban por Meleagro,como si fuera el perro ganador.En el campamento, Prdicas habra res-taurado el orden en unos minutos. Pero estoera la asamblea; aqu no era tanto el

    comandante en jefe como un candidato. Larepresin podra parecer un preanuncio dedespotismo. Hizo un gesto de tolerante de-sprecio, como diciendo: Incluso a ese

    hombre tenemos que orlo

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    Haba visto el odio en la cara de Meleagro. Elrango de los padres de ambos haba sido elmismo; ambos haban sido escuderos realesde Filipo; ambos haban contemplado consecreta envidia el cerrado crculo de alleg-ados del joven Alejandro. Luego, cuandoFilipo fue asesinado, Prdicas fue el primeroen perseguir al asesino fugitivo. Alejandro lo

    haba elogiado, mencionado y promovido.Con la promocin lleg la oportunidad yjams la desaprovech. Al morir Hefestin,recibi su mando. Meleagro era an un jefe

    de falange, til cuando no se le exiga de-masiado. Y Prdicas not que le dola elhecho de que ambos hubieran empezado enigualdad de condiciones.Cmo sabemos que Alejandro se lo dio?

    grit Meleagro-. Con qu garantas con-tamos? La de l y la de sus amigos? Y questn buscando? El tesoro de Alejandro estaqu, y todos contribuimos a ganarlo!

    Aceptaris eso?

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    El bullicio se transform en tumulto. Losgenerales, que haban credo conocer a sushombres, vieron sorprendidos que Meleagroestaba ponindose a la cabeza de una turbade hombres dispuestos a saquear el palaciocomo una ciudad conquistada. Empezaba acundir el caos.Prdicas recurri, desesperado, a toda su ca-

    pacidad de dominio.Alto! vocifer. Hubo una respuesta re-fleja. Grit rdenes y muchos hombres lasobedecieron. Slidas hileras con escudos se

    formaron ante las puertas. Los aullidos mur-ieron en gruidos-. Me alegra ver -dijoPrdicas con su voz profunda- que antenemos aqu a algunos soldados deAlejandro.

    Hubo un silencio, como si hubiera invocadoel nombre de un dios ultrajado. La turba em-pez a diluirse en la multitud. Los escudos sebajaron.

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    En medio de un silencio inquieto una vozrstica, desde la muchedumbre, se hizo or.Deberais avergonzaros! Como dice elcomandante, somos soldados de Alejandro.Queremos que su sangre reine sobre noso-tros, no regen