alegría del evangelio jung mo sung

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La irracionalidad idolátrica del mundo: novedad de la “Alegría del Evangelio” Jung Mo Sung Adital Hay en el documento la "Alegría del Evangelio " (especialmente en los n° 50 a 62), una novedad teórica poco comentada (por lo menos en lo que visto), que creo fundamental para una nueva comprensión del mundo que vivimos y de la misión del cristianismo y hoy. Por eso quiero, después de una larga ausencia en las páginas de Adital, comprometerme a escribir una pequeña serie de artículos sobre este tema. El Papa inicia el segundo capítulo de la Encíclica diciendo que antes de hablar de algunos temas fundamentales de la evangelización, conviene hablar sobre el mundo en que vivimos y actuamos (n°. 50). Esta postura nos recuerda el método "ver-juzgar-actuar"; Pero es más que un simple "ver" la realidad para después "juzgar" si está de acuerdo o no con el "proyecto de Dios” y luego "actuar" o planificar la acción. Podemos darnos cuenta cuenta que la forma en que es presentada la visión de la realidad y de la evangelización, no es lineal – una secuencia que del primero al segundo, al tercer paso etc., ya que el momento de "ver” no es autónomo y neutro (como pretenden las ciencias modernas) y anterior al juzgar, sino que está influenciado por este "juzgar”. El Papa expresa que una visión sociológica de la realidad, con pretensión de neutralidad ética, no es útil a aquellos que están preocupados con la misión de evangelización (e incluso para quien busca profundas transformaciones sociales), por esta razón es necesario realizar un diagnóstico de la realidad social hoy, en la línea del discernimiento evangélico”. 1

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La irracionalidad idolátrica del mundo: novedad de la “Alegría del Evangelio”

Jung Mo Sung

Adital

Hay en el documento la "Alegría del Evangelio " (especialmente en los n° 50 a 62), una novedad teórica poco comentada (por lo menos en lo que visto), que creo fundamental para una nueva comprensión del mundo que vivimos y de la misión del cristianismo y hoy. Por eso quiero, después de una larga ausencia en las páginas de Adital, comprometerme a escribir una pequeña serie de artículos sobre este tema.

El Papa inicia el segundo capítulo de la Encíclica diciendo que antes de hablar de algunos temas fundamentales de la evangelización, conviene hablar sobre el mundo en que vivimos y actuamos (n°. 50). Esta postura nos recuerda el método "ver-juzgar-actuar"; Pero es más que un simple "ver" la realidad para después "juzgar" si está de acuerdo o no con el "proyecto de Dios” y luego "actuar" o planificar la acción. Podemos darnos cuenta cuenta que la forma en que es presentada la visión de la realidad y de la evangelización, no es lineal – una secuencia que del primero al segundo, al tercer paso etc., ya que el momento de "ver” no es autónomo y neutro (como pretenden las ciencias modernas) y anterior al juzgar, sino que está influenciado por este "juzgar”.

El Papa expresa que una visión sociológica de la realidad, con pretensión de neutralidad ética, no es útil a aquellos que están preocupados con la misión de evangelización (e incluso para quien busca profundas transformaciones sociales), por esta razón es necesario realizar un diagnóstico de la realidad social hoy, en la línea del discernimiento evangélico”.

Después de explicitar su método, el Papa señala "la exclusión social y la enorme desigualdad social (que está preocupando incluso a la élite capitalista mundial, representada en el foro económico mundial de Davos), como los principales desafíos actuales y propone una clave de lectura para explicar esta situación. La causa principal no es, como dicen los pensadores neoliberales, la falta de libertad del mercado o de eficiencia económica, sino más bien la idolatría del dinero", que conduce a la absolutización de las leyes del mercado a expensas de la vida humana.

Debemos destacar aquí que la cuestión de la exclusión social y la excesiva desigualdad económica y social en el mundo no aparece en un documento de "Enseñanza/ Doctrina Social de la Iglesia" – como era acostumbrado – sino en un documento que tiene como tema central la evangelización. En las últimas décadas, incluso en los últimos siglos, cada vez que la iglesia trataba el tema de la evangelización, el "adversario” era el ateísmo, el racionalismo y el secularismo del mundo moderno. Por eso es tenemos muchos trabajos teológicos para justificar la fe en el frente la razón y la ciencia. Si entendemos que la

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misión de evangelizar se realiza en un mundo racionalista y ateo, la tarea principal es anunciar que Dios existe y, en seguida, que Dios encarnó en Jesús.

Y para esto es necesario justificar y defender la fe y la religión frente al secularismo (que es distinto de la secularización - un tema que no podemos abordar aquí). Si miramos cuidadosamente, podemos ver que la inmensa mayoría de las obras teológicas "progresistas" europeas asumen como verdadero el discurso de que el mundo moderno capitalista está fundamentado en la razón y tratan de justificar la fe cristiana en dialogo con la razón y las ciencias modernas.

Cuando el Papa dice que el mundo actual no es ateo y centrado en la razón, sino que se basa en la "idolatría del dinero "– un tema bastante desarrollado por TL, especialmente en la "Escuela del Dei" (Franz Hinkelammert, Hugo Assmann, E. Dussel y otros) – el tema económico es puesto en el centro de la discusión teológica sobre la misión de evangelización; y, más aún, se afirma que el mundo moderno no está  fundamentado en la razón atea, sino en la irracionalidad de la idolatría. O como dice, Hinkelammert, "la razón es la racionalización de lo irracional". Por otra parte, el pequeño texto de Walter Benjamin, "El capitalismo como religión", publicado por primera vez en 1985, ha generado muchos debates sobre este tema también entre pensadores, no vinculado a la teología.

La obra colectiva "La lucha de los dioses "(1980), que es un hito en el TL, ya argumentaba que el problema central del mundo moderno no es ateísmo, sino más bien la idolatría que exige el sacrificio de vidas humanas, especialmente de los pobres, en nombre de los dioses de la opresión de nuestro tiempo. Así como Israel luchó contra el "becerro de oro" y Baal, hoy nos enfrentamos a la idolatría del dinero, del mercado y del capital.

Los ídolos son dioses que requieren el sacrificio de vidas humanas y la adoración de estos dioses fascina a sus "fieles"; y estos explotan y matan en nombre de una misión sagrada. Por eso, frente a la idolatría, no basta denunciar las injusticias porque éstas no son vistas como son vistas como algo maligno a ser enfrentado, sino como un sacrificio necesario para la salvación”. Esta percepción debe cambiar nuestra forma de hacer pastoral y de realizar luchas sociales.

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Invención moderna de la religión: la novedad de la Alegría del Evangelio

En el primer artículo primer artículo de esta serie, indiqué que una de las grandes noticias del documento "la alegría del Evangelio" es la caracterización de la modernidad capitalista como una sociedad fundada y centrado en la idolatría del dinero y no en su dimensión racional y atea. En este segundo artículo, quiero profundizar un poco más este tema.

Para entender mejor la importancia y las consecuencias de este cambio en la comprensión de la modernidad, cabe recordar aquí que el mundo moderno fue construido en contraposición al mundo medieval-feudal fundamentado y legitimado en la religión, en la alianza entre la iglesia y el binomio monarquía/nobleza. En esta lucha, la razón moderna, especialmente la científica, fue considerada como la única forma válida solamente de conocimiento y así el conocimiento teológico y visión religiosa del mundo, de tal forma, el conocimiento teológico y la visión religiosa del mundo, no sólo fueron descalificados, sino también considerados como un refugio para las personas que no fueron capaces de enfrentar el mundo y la vida como realmente son.

La deslegitimación del conocimiento religioso fue fundamental para desmontar el edificio ideológico que sostenía o encubría la realidad social del mundo feudal. Dios dejó de ser el fundamento del orden social y moral dominante y comenzó a ser visto como una expresión de enajenación o de ignorancia. El conflicto mundo feudal vs mundo moderno, pasó a ser expresado también en la contraposición entre ciencia moderna/religión; razón vs fe.

Ante esta nueva situación, la gran tarea de las iglesias cristianas y de la teología se constituyó en la defensa de la existencia de Dios y el valor de la religión y la fe frente a la razón y la ciencia. Cuando el conflicto se plantea en términos de razón/ ciencia vs religión/ fe, lo fundamental para los religiosos es la defensa de la religión y de la fe. Correspondientemente por el otro lado, no hay preocupación por distinguir entre diferentes tipos de religión.

Más crucial que esta lucha en lo "ideológico" y cultural entre la fe y la razón moderna, ha sido la guerra de religiones en Europa. Cuando una guerra se hace en nombre de Dios, el enemigo se convierte en representante del diablo y no hay posibilidad de una solución negociada. ¡Matas o mueres! Cuando hay una clara superioridad de uno de los lados, las guerras pueden durar por decenas de años. Lo que de hecho ocurrió, por ejemplo, en Europa durante el periodo de 1525 a 1648.

La única manera de llegar a una solución negociada en estos casos es "secularizar" la guerra religiosa, es decir, sacar a Dios como justificación de la guerra. La separación entre iglesia y estado, la secularización, en Europa han tenido como una de sus razones fundamental la necesidad de detener las guerras de religión. En ese contexto fue fundamental distinguir entre la esfera pública – ámbito del estado – y la esfera privada, donde la religión tenía su espacio de actuación.

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Así, la modernidad ha creado un nuevo concepto de religión, restringido a la vida privada, ofreciendo el "sentido último" de la vida y lidiando con la salvación eterna, post-mortem. Todo el campo de la naturaleza y de la vida pública y social quedó bajo el cuidado del Estado y de las ciencias naturales y sociales. Dentro de este paradigma, no tenía más sentido que la religión o teología discutieran temas económicos y sociales; como lo hizo, por ejemplo, Tomas de Aquino quien escribió tratados sobre los gobiernos e incluso en la tasa de interés. Por esta razón, pocos libros de teología moderna abordan cuestiones económicas y sociales, y cuando la iglesia trata de estos temas, lo hace por medio de la Doctrina Social de Iglesia, pero no como parte de la discusión sobre evangelización o teología.

Cuando el Papa Francisco, retomando una tesis de TL, especialmente de la "Escuela del Dei", dice que el gran desafío a la evangelización es la idolatría del dinero, no el ateísmo, abandona el paradigma moderno de la concepción moderna de religión que la reduce a la esfera de la vida privada. Él asume uno de los ejes fundamentales de la Biblia: el discernimiento entre los dioses de la opresión, los ídolos que requieren el sacrificio de vidas humanas y el Dios Verdadero, el Dios que quiere que todas las personas tengan vida en abundancia y que manifestó que las leyes del Estado, del Mercado y la Iglesia deben estar al servicio del pueblo y no al revés.

El Papa no asume el paradigma moderno de la religión y no vuelve, como algunos quieren, al paradigma medieval donde la iglesia tendría la última palabra y el campo económico estaría subordinado al religioso. El asume las aportaciones de las ciencias sociales modernas, pero va más allá y busca un "discernimiento evangélico". Para él, el capitalismo no está efectivamente secularizado en el sentido de que se apoya en presupuestos religiosos, porque la ideología económica dominante hoy "expresa una confianza vaga e ingenua en la bondad de aquellos que detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante" (n°. 54).

Es esta creencia en los mecanismos sacralizados del mercado la que nos hace olvidar que en la raíz de la crisis financiera, estamos atravesando "hay una profunda crisis antropológica: la negación de la primacía del ser humano. Creamos nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32, 1-35) encontró una nueva y cruel versión en el fetichismo de dinero y en una dictadura de una eco-nomía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano." (n° 55)

En este sentido, la principal tarea de la teología y de la evangelización no es anunciar y justificar la fe en Dios al mundo ateo y racional, sino más bien desenmascar a los ídolos de la opresión (en economía o en la religión) y anunciar la buena noticia del Dios de la Vida que se encarnó para que todas las personas tengan vida en abundancia.

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Capitalcentrismo y antropocentrismo: la novedad de La Alegría del Evangelio

En artículo anterior presenté la tesis de que el mundo moderno occidental creó una nueva noción de religión, reducida a la esfera privada de la vida, orienta solamente a la discusión sobre el sentido último de la existencia y la salvación eterna del alma después de la muerte.

En la construcción de esa noción de religión (que no existía en la Europa Medieval, ni en otras partes del mundo antes de ser influenciadas por occidente), está presente un "hermano siamés”, la noción secular: el campo religioso se entiende a partir de la oposición al campo secular, el mundo de la esfera pública, "liberado” de la tutela de la religión.

Cuando el Papa Francisco, en "La Alegría del Evangelio", critica la ingenua confianza en la bondad "de los mecanismos sacralizados del sistema económico reinante" (n°. 54), no acepta la modernidad como secularizada, es decir, sin fundamentos sagrados. Por el contrario, él afirma que el mercado, que es el fruto de las interacciones humanas y sociales, fue sacralizado y en nombre de esa sacralidad se ha convertido en indiscutible y en criterio de vida y muerte sobre las personas. Ser excluido del mercado significa ser abandonado a la muerte. El mercado no mata directamente, como el Estado totalitario, pero no permite que esas personas puedan vivir. Para empeorar el cuadro, tenemos la insensibilidad de la sociedad ante los sufrimientos de estas personas.

Ante la crisis económico-social y la insensibilidad social, el papa afirma que como trasfondo de ellas, "hay una profunda crisis antropológica: la negación de la primacía del ser humano. Creamos nuevos ídolos” (n°55). Así, el papa reivindica la primacía del ser humano frente a los ídolos, como el fetiche del dinero. Esa expresión "primacía del ser humano” puede chocar a los oídos de muchos acostumbrados a la crítica al antropocentrismo del mundo moderno. Existe una vasta literatura, también en el campo de la teología, afirmando que la crisis ecológica que vivimos, es resultado del antropocentrismo y que para superar tal crisis es necesario, en primer lugar, luchar contra el antropocentrismo. Y ahora ¿el papa viene a proclamar la primacía del ser humano? ¿No sería tal posición, dar las espaldas a toda la reflexión ecológica acumulada en las últimas décadas y volver a la tentación cristiana del antropocentrismo, que para algunos es la causa original de la crisis ecológica?

Detrás de esta discusión está, de nuevo, la pregunta de cómo comprendemos la modernidad, especialmente la modernidad capitalista.

En la discusión sobre la crisis social, no hay muchas divergencias sobre el papel del capitalismo neoliberal; así como en la discusión ecológica, sobre el papel de la voracidad destructiva del capitalismo en sus ansias de acumular cada vez más. Entonces surge la pregunta: ¿Es el capitalismo un sistema antropocéntrico?

Si estudiamos la historia del mundo moderno, a partir de los grandes "descubrimientos” del siglo XVI y el surgimiento del capitalismo, es imposible negar que este sistema sacrificó

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centenas de millones de personas – principalmente en América, África y Asia, pero también en Europa, donde padecieron millones de campesinos/as, y obreros/as explotados/as y condenados/as al hambre. Estos sacrificios, muertes, ¿con que objetivos fueron realizados?

¡Todo para saciar el hambre de acumulación de más capital! Capital que devora seres humanos para "auto-crecer”. Los economistas capitalistas dicen que el capital crece por valor y mérito propios. Fue para desenmascar esa ideología que Marx estudio en profundidad la teoría del valor-trabajo y elaboró su concepto de "plusvalía”, para mostrar que el capital no crece por sí solo, sino por extracción de plusvalía. El usa la imagen de Moloc (dios ídolo criticado en la Biblia por exigir sacrificio de vidas humanas, por exigir sangre), para hablar del capital.

Capitalismo es capitalismo por ser centrado en el Capital. Es decir, es "capitalcéntrico” y no antropocéntrico. Por otro lado, la filosofía moderna presentó el pensamiento del moderno mundo capitalista, como antropocéntrico. Esta afirmación es consecuencia de aceptar la versión de los pensadores modernos que afirman que la modernidad es antropocéntrica y que, para superar la civilización capitalista, debemos negar el antropocentrismo y asumir el "cosmo-centrismo”, eco-centrismo o algo semejante.

La anterior es un larga discusión, pero pienso que el modo concreto en que el capitalismo funciona es capital-céntrico, aunque su discurso filosófico e ideología justificativa se presenta como antropocéntrica. Solo que el ser humano de tal antropocentrismo es un ser "abstracto”, sin cuerpo y sin necesidades, sin relaciones sociales y sin formar parte de la naturaleza. El capitalismo devora seres humanos concretos, corporales, y se justifica con una conciencia de antropocentrismo abstracto y trascendental. En otros palabras, mata seres humanos en nombre del ser humano (abstracto y servidor del Capital). Así como las religiones antiguas justificaban la opresión sobre los cuerpos concretos en esta vida, en nombre de la salvación del ser humano abstracto, de las alamas, en la eternidad.

Para superar al capitalismo actual, que sacrifica vidas humanas en nombre de las leyes del mercado sacralizado, es indispensable luchar contra los "gemelos”: capitalcentrismo y antropocentrismo abstracto y afirmar la primacía del ser humano concreto – con su cuerpo, sus relaciones sociales en el medio ambiente- frente al ídolo.

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Poder del ídolo-dinero y Dios en la cruz: la novedad de la Alegría del Evangelio

En el artículo anterior, al hablar del capitalcentrismo, presenté la tesis del Papa Francisco de que debemos reestablecer la primacía del ser humano frente al ídolo-dinero. Cuando denominamos algo como ídolo, estamos diciendo que el que es tratado como absoluto y sagrado, por lo tanto divino, –aunque no se use lenguaje explícitamente religioso en el sentido tradicional– no lo es. Pero, para las personas que creen en el carácter sagrado de ese "ser” (que puede ser algo concreto, una idea o un sistema con sus mecanismos invisibles afectando la vida de todos), ¡lo es! Como dijo Marx, en su juventud,"todos los dioses son verdaderos para quien cree en ellos”.

Esto significa que consideramos a nuestro(s) Dios(es) como verdadero(s), y los de otros como falso(s) o como ídolo(s); así como los otros consideran a su Dios el verdadero, y el nuestro falso. El conocimiento de la variedad de las religiones y pluralidad de dioses (o, si prefieren, de imágenes de dioses) en el mundo de hoy creó una situación en la que no se puede simplemente afirmar que el mío es el único verdadero y utilizar mi/nuestra visión de Dios para descalificar la de otros. Así también, no se puede decir que todos los dioses son verdaderos para todos. Al final, hay de hecho, imágenes de Dios que son contradictorias o conflictivas (por ejemplo, un Dios que bendice la "guerra santa” es diferente de un Dios que abomina todas las guerras).

Además, encontramos imágenes contradictorias sobre Dios dentro de una misma religión. Tomemos, por ejemplo, al cristianismo. La Inquisición persiguió a muchos cristianos en nombre de Jesucristo; así como dictaduras militares de América Latina usaron el nombre del Dios cristiano o de Jesucristo para justificar sus guerras sucias y torturas. Probablemente muchos de los que actuaron en pro de la dictadura mataron y torturaran creyendo que estaban sirviendo a su Dios. Cuando alguien mata en nombre de Dios, asesina con devoción y sentimiento de misión, sin problemas de conciencia. Fue enfrentando esta situación en El Salvador que Don Romero usó el concepto de idolatría para comprender el "mal sin límite” de la guerra sucia en contra del pueblo.

Vimos en el segundo artículo de esta serie que el mundo moderno creó una nueva idea de religión que fue separada de la esfera secular o pública y la redujo al mundo privado y a la preocupación por la salvación eterna después de la muerte. Con esto, la religión tradicional dejó de ser el fundamento último del orden social y el proveedor del valor absoluto para la vida en sociedad. En el capitalismo, estas funciones fueron asumidas por el propio capitalismo e hizo del poder del dinero el valor y criterio absoluto. Por eso, el Papa habla de la idolatría del dinero y de la sacralización del mercado en detrimento del ser humano.

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Quien cree en y se siente fascinado por el "poder del dinero” no tiene dudas de que realmente no hay "salvación”, vida en plenitud, fuera de ese poder. Así, ese "poder del dinero” se vuelve objeto de deseo infinito y, al mismo tiempo, sacramento del infinito en el interior de la vida cotidiana. Es por esto que los multimillonarios no se satisfacen con pocos millones de dólares y buscan cada vez más. Y los no ricos que también fueron seducidos por el "poder del dinero”, por el espíritu del capital, admiran, con envida, a esos bendecidos y desean subir "en la vida” para quedar más cerca de esa fuente de poder y fascinación.

Para recuperar la primacía del ser humano sobre el Dios-dinero es necesario primero desenmascarar a ese dios y demostrar que no pasa de ser un ídolo. Pero para eso, es preciso romper con la imagen tradicional de Dios asociado al poder. Si Dios es presentado arriba de todo como "todopoderoso”, las personas buscarán la manifestación de ese Dios donde existe el poder que fascina. Y no hay en nuestro mundo un poder tan fascinante como el poder del dinero. Y si el poder del dinero es manifestación de la bendición o presencia divina, los victoriosos detentores de esa riqueza son justos y bendecidos por Dios (o por las leyes del mercado sacralizado).

Esa tentación de asociar Dios con poder y riqueza no es exclusiva del capitalismo. Las magníficas catedrales y ricas en oro y/o otros materiales caros son también una expresión de ello.

El evangelio anuncia a un Dios completamente distinto de esa lógica, un Dios-Amor que no pide sacrificio y tiene compasión por los pobres y víctimas de las opresiones. Y la expresión máxima de esa fe que sobrepasa el "sentido común religioso” es la fe de que Dios estaba en la cruz con y en Jesús, que el justo fue brutalmente condenado.

Solamente un Dios así puede ayudarnos a reestablecer la primacía del ser humano concreto –corpóreo, de relaciones sociales y con la naturaleza– sobre el ídolo-dinero.

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Fetichismo del dinero y la Gracia de Dios: la novedad en Alegría del Evangelio

En este quinto artículo de la serie sobre la novedad del documento Alegría del Evangelio, quiero continuar la reflexión del artículo anterior sobre la tarea de las iglesias cristianas de anunciar al Dios revelado en Jesús, el Dios que estaba en la cruz con "el” justo; aquel que fue asesinado en nombre del Dios del Templo y del Imperio Romano.

Según el Papa, la adoración del ídolo-dinero lleva a las personas y a la sociedad a volverse indiferentes, insensibles, en relación con los sufrimiento de los pobres y la grave desigualdad social. (Para tener una idea de la dimensión de la desigualdad social en el mundo: según el Forum Económico Mundial de Davos, 85 personas detentan el 46% de la riqueza mundial. Usted no leyó mal, 85 personas detentan casi la mitad.) Es preciso entender que las personas no se volvieron insensibles porque son más. Todo lo contrario, pueden ser personas de "bien”, cumplidoras de las reglas morales y religiosas. Esa insensibilidad social no nace de algún desvío individual en el campo de la moral o de lo religioso, sino que es fruto de la cultura en la que están inmersas esas personas.

¿Y por qué ante esta situación, que hace convivir a personas miserables al lado de pocas que ostentan automóviles de millones de pesos, domina la indiferencia social? Queda claro que si preguntamos, todos van a decir que están en contra de esta situación y a favor de los cambios. Pero, si preguntamos si están dispuestos a reducir su nivel de ganancia y consumo (por ejemplo, con más impuestos para programas sociales), van a expresar varias "disculpas” (por ejemplo, la culpa es de la corrupción, más impuestos disminuye el crecimiento económico...) para dificultar medidas que realmente puedan modificar la situación. En el fondo, existe una indiferencia en relación con este grave problema. Ante esta situación, no bastan más "prédicas morales o religiosas” criticando la desigualdad social (sobre la crisis ambiental, en los próximos artículos). Es preciso entender el porqué de esta insensibilidad. Y el documento Alegría del Evangelio ofrece una pista.

En él se dice: "en su origen, hay una crisis antropológica profunda: la negación de la primacía del ser humano. Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32, 1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano.” (n.55) El Papa hace un paralelo entre "el becerro de oro” y el fetichismo del dinero de hoy. En ese sentido, el tema del dinero/economía se convirtió en una cuestión teológica central, así como lo es la "lucha” entre el Becerro de Oro –que fue llamado Yahvé por sus adoradores– y el Dios-Yahvé.

¿Y qué es el fetichismo? El concepto de "fetiche”, que Marx usa para analizar la mercadería (El Capital, vol. I, libro I, cap. 1), designa la inversión de la relación entre el sujeto y el objeto. El ser humano es el sujeto del trabajo y el producto o la mercadería es el

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objeto resultado de la acción del sujeto. Sin embargo, en el sistema de mercado capitalista ocurre una inversión profunda: las personas no se relacionan porque son personas-sujetos, sino porque son portadoras de mercaderías que pueden ser intercambiadas por otras mercaderías. Por ejemplo, si usted no tiene dinero (un tipo especial de mercadería), no puede ir al Shopping a hacer compras (es decir, hacer que su dinero establezca relación de intercambio con otra mercadería), ni "dar un vuelta”. Como (casi) todo es comprado y vendido en el mercado, usted sólo establece relaciones con otras personas en la medida en que es portadora del dinero/mercadería.

En la experiencia de lo cotidiano esto se expresa con la idea de que usted vale por lo que tiene. Si usted no tiene nada, es pobre, no vale nada y, por lo tanto, no es "nadie”. En este fetichismo del dinero, la fuente de la dignidad humana está en el dinero. Por eso las personas quieren más dinero del que precisan, desean sin límite, porque quieren "ser” más a través de "el” único camino que conocen: tener más dinero.

Los problemas sociales de los pobres son problemas de personas que son "nadie”, por eso no son importantes y la sociedad se vuelve indiferente a esos problemas. Sólo son tratados cuando esa desigualdad les crea problemas a las "personas de bien”, las que tienen dinero.

Ante este tipo de mundo, es preciso ofrecer un camino alternativo. "El Camino” que Jesús propone es el reconocimiento de que todos los seres humanos son dignos, no importando si es rico o pobre, hombre o mujer, blanco, negro o indígena, religioso o no... Esto porque Dios ama a todos gratuitamente y a causa de esta gracia los problemas de las personas consideradas "nadie” son problemas importantes para Dios y para todos los que descubrieron la Verdad sobre la condición humana. Ese Camino y esa Verdad nos llevan a la Vida.

La insensibilidad social frente a los problemas sociales es necesario que sea desenmascarada y superada por la "teología de la gracia”.

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Misión espiritual frente al Ídolo-Capital: la novedad en el “Alegría del Evangelio”

Después de un intervalo de una semana, (a causa del feriado prolongado y "correrías” en la universidad), quiero retomar el tema que presenté al final del último artículo: el papel de la teología de la gracia frente a la insensibilidad social.

El fetichismo que vivimos en las sociedades capitalistas lleva a muchas personas a pensar que el valor y hasta la dignidad de las personas dependen de la riqueza que poseen. Como los pobres no tienen dinero, ellos son vistos como personas de "menos valor o de menor dignidad” y, por consiguiente, sus problemas no son importantes. Con esto, las luchas y programas político-sociales en contra de la exclusión social no entran en las prioridades reales de la nación.

Ante esta realidad social y antropología perversas, señalada por el Papa Francisco como uno de los grandes desafíos para la evangelización, concluí el artículo anterior proponiendo que la "teología de la gracia” es una fuente para el desenmascaramiento y la superación de esta insensibilidad social. Esta propuesta puede sonarles realmente extraña a muchos lectores acostumbrados a los discursos religiosos cristianos. La "gracia” es un tema de la teología dogmática o de la espiritualidad, y la insensibilidad y exclusión sociales, como los propios términos lo indican, temas sociales. Es decir, parece que estoy proponiendo mezclar temas religiosos con sociales, la misión religiosa con la acción social.

Ante esta percepción, algunos podrán defender esta propuesta diciendo que el cristianismo tiene dos misiones: la misión religiosa de anunciar el evangelio, y la misión social en favor de los pobres, en busca de la justicia social. Otros podrían decir que la Iglesia no puede perder de vista su misión fundamental, que es la religiosa, y deben dejar en segundo plano –para cuando haya tiempo y recursos que sobren– la misión social. Esos dos grupos, con posiciones conflictivas, comparten el mismo presupuesto: la misión religiosa es diferente de la misión social. Por eso, un grupo propone asumir las dos misiones, el otro asumir solamente la misión religiosa.

Esas dos posturas tienden a separar "teología de la gracia” (tema religioso) de la discusión social sobre la exclusión social y la pobreza. Mi argumento, sin embargo, va en una dirección diferente. Ante un mundo que clasifica a los seres humanos con el criterio de la riqueza (y también debemos incluir, el de la raza, etnia, sexo...), es misión del cristianismo testimoniar que Dios no hace distinción entre las personas (Rom 2,11). Es decir, debemos anunciar al Dios que reconoce a las personas más allá de sus clasificaciones sociales (pobre o rica, libre o esclava, mujer u hombre, blanco o negro/indígena, hetero u homosexual...), o mejor dicho, antes que las sociedades clasifiquen a las personas y la importancia de sus sufrimientos, Dios reconoce la dignidad humana –y la dignidad no puede ser medida– de todas las personas, independientemente de su mérito o de su pecado, del éxito o del fracaso. Y esto es así porque Dios ama a todas las personas gratuitamente, sin imponer precondiciones.

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En la medida en que vivimos en un mundo idólatra que clasifica a las personas por su posesión y otros criterios (sociales, étnicos, sexuales...), anunciar la verdad sobre Dios y el ser humano es también denunciar, desenmascarar la totalidad de la cultura dominante que niega la dignidad de la parte mayoritaria de la población.

En este sentido, la misión de evangelización del cristianismo no es una misión religiosa como comúnmente lo entendemos hoy. Nuestra misión es anunciar la buena nueva de que, no importa la condición social de las personas, Dios las ama y quiere que todas tengan vida en abundancia (Jn 10,10). Y esa vida no es aquella presentada por el ídolo-dinero que hace de la acumulación y competencia el sentido último de la vida humana. El Papa Francisco, en su documento "Alegría del Evangelio” nos recuerda, citando el Documento de Aparecida: "La vida se alcanza y madura a medida que es entregada para dar vida a los demás. Esto es, definitivamente, la misión.” (AE, n. 10)

En otras palabras, la evangelización no es una misión religiosa que debe venir acompañada también de una misión social, que sería como un desdoblamiento o aplicación de la misión religiosa en el campo social. Evangelización es una misión "espiritual”, en el sentido de dejarnos llevar por el Espíritu de Dios que nos ama gratuitamente. La experiencia de ser amado gratuitamente por Dios nos lleva a testimoniar ese amor gratuito de Dios en los más diversos espacios de nuestra vida, sea en el campo religioso, social, educacional, familiar... donde las personas son "oprimidas” en nombre de leyes sociales o religiosas.

Y la mayor "máquina de opresión” que tenemos en la actualidad es el sistema capitalista globalizado que se presenta como absoluto, como ídolo hambriento de sacrificios de vidas humanas y del propio medio ambiente. Por eso, el Papa transfiere el tema de la economía y los problemas sociales desde la "periferia” de la teología hacia el centro de la discusión sobre la misión de la Iglesia, la evangelización y, por consiguiente, hacia el centro de la teología. La cuestión teológica fundamental de nuestro tiempo no es un tema religioso o social, sino que es el conflicto entre el Ídolo-Dinero/Capital, que "se alimenta” de sacrificios de vidas humanas y de la destrucción de la naturaleza, y el Dios de la Vida y de la Gracia.

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La gracia y la economía política: la novedad en “Alegría del Evangelio”

Vimos en los artículos anteriores, que el fetichismo del dinero en el capitalismo lleva a las personas a juzgar el valor de sí mismas y de los demás a partir del valor económico que detentan. En esta visión, los problemas de los pobres no son considerados problemas importantes, porque ellos no son importantes. Esta es la razón de la insensibilidad social ante los excluidos que el papa Francisco denuncia en la exhortación Alegría del Evangelio.

Ante tal realidad social, también hemos visto que la experiencia de gracia y fe en Dios que no hace distinción entre personas (Rom. 2), nos lleva a ver, que por encima las diferencias sociales, que todo ser humano tiene una dignidad fundamental; que los problemas que amenazan las vidas de los pobres son (o deberían ser) importantes para toda la sociedad.

En las décadas de 1960 y 1970, la iglesia en América Latina, impulsada por esta fe, tomó consciente del fenómeno de la explotación y la opresión se abatía sobre el pueblo. Pero, como expresa el documento del Papa: "Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes " (n°. 53)

Ante esta realidad inhumana, es necesario rescatar la centralidad del teológica "gracia". Debemos mostrar que los pobres y los excluidos también tienen el derecho a vivir una vida digna. Y que el derecho no nace de su poder económico, (que no tienen), sino de su dignidad humana; Porque esta dignidad que no puede ser medida y comparada, es algo que nos ha sido "dado" gratuitamente por el hecho de ser personas humanas.

Al introducir la teología de la gracia en el debate económico, no debemos caer en la idea errónea de que la economía debe regirse por el principio de la gracia. En la economía, los bienes económicos, porque son escasos en relación con las necesidades o deseos humanos, deben tener sus valores cuantificados, para que puedan hacerse cálculos económicos y también intercambios de mercado. La teología de la gracia nos debe mostrar la dignidad fundamental de todas las personas y, por tanto, la importancia de los problemas económicos y sociales que afectan la vida de aquellos que no pueden pagar los precios exigidos por el mercado.

Según las leyes del mercado absolutizado, quienes no pueden pagar los precios requeridos no tienen derecho a tener acceso a los bienes que permitan sobrevivir. Es decir, ¡los pobres no merecen vivir! Es contra esta inversión idólatra que ponen las leyes del mercado por encima del derecho a la vida, que debemos levantarnos y convertir esta lucha en tema central de nuestra misión de evangelizar.

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La compresión de que no puede confundirse el ámbito de la teología de la gracia, con el de la economía, no debe llevarnos a otro equívoco: el separar completamente el campo de la teología y la economía. La teología o las enseñanzas del evangelio no pueden sustituir a la economía, pero hay aspectos teológicos y éticos en las teorías económicas que deben ser discutidos en la evangelización. Así, la alegría del Evangelio critica la teoría económica de "trickle down" (expresión en inglés utilizada en economía que se ha traducido en la versión española del documento como "derrame”).

Esta teoría, que forma parte de la ideología neoliberal, dice que los problemas sociales y derivados de la pobreza serán resueltos en la medida en que aumenta la riqueza de los ricos, favorecido por el libre mercado, porque parte de esa riqueza se derrama goteando hacia abajo. Fue la aplicación esta ideología que disminuyó fuertemente los impuestos a los ricos y justificó la concentración absurda de la riqueza que se produjo en las dos últimas décadas en todo el mundo capitalista.

En resumen, la esperanza de los pobres y excluidos, radicaría en el aumento de la riqueza de los ricos. No habría ninguna contradicción entre los intereses de los ricos capitalistas y de los trabadores pobres. Es la ideología del fin de la "lucha de clases". La liberación de los pobres y excluidos de sus infrahumanas condiciones de vida y de muerte vendría a través del libre mercado que aumenta la riqueza de los ricos. Esta tesis no tiene nada que ver con la "ciencia económica", es una expresión de una fe idólatra en el mercado y de cinismo frente a los sufrimientos y muertes de los pobres.

Por esto, el Papa denuncia diciendo: "Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante” (n° 54)

La experiencia de ser amado gratuitamente por Dios nos debe llevar a reconocer el derecho a una vida digna de los pobres y excluidos, de aquellos a quienes la sociedad no considera merecedores de vida digna porque no tienen con qué pagar por las mercancías. En un contexto como éste, luchar de forma gratuita por la vida de estas personas, sin cobrar a cambio los valores económicos, ni siquiera la aceptación y vivencia de nuestros valores morales y religiosos, es la forma adecuada para anunciar la buena noticia que Dios ama a toda la humanidad gratuitamente.

Y en el campo de la economía y los problemas sociales, este testimonio a la infinita misericordia de Dios, debe ser encarnado [tomar carne], en las acciones y políticas económicas y sociales, que aun no siendo regidas por pura lógica de la gracia, asuman como prioridad los problemas que amenazan la vida de los pobres, excluidos y marginados. Esta articulación entre la experiencia de la gracia y la economía política es una forma de expresar nuestra fe en el misterio de Dios que encarnó en un ser humano pobre y marginado, anunció y mostró la presencia del Reino de Dios entre nosotros y, por esa causa, fue crucificado por el imperio romano.

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Ser humano versus ídolo: la novedad de “La Alegría del Evangelio

Una de las novedades del documento "Alegría del Evangelio”, y en mi criterio su más importante contribución al mundo de hoy, es la de poner la crítica a la idolatría del dinero y a la absolutización del mercado en el centro de la discusión teológica y en el núcleo de la misión de evangelizar. El anuncio de la buena nueva deber ser pensado y realizado siempre a partir del discernimiento de los principales problemas que afectan la vida de los más vulnerables y teniendo como marco, un juicio teológico sobre el mundo.

El papa Francisco rompe con la línea de pensamiento que había prevalecido en las últimas décadas en la Iglesia Católica: el mundo moderno es ateo, secularizado y fundado en la razón y que la teología debe traducir el mensaje a la mentalidad racional y "adulta" de la modernidad. Es decir, mostrar a los modernos que aún vale la pena creer en Dios.

Para el Papa, así como varios teólogos de la liberación –, la modernidad capitalista no es atea, sino idólatra. El becerro de oro se presenta en nuestros días en forma de fetichismo e idolatría del dinero, como una dictadura económica sin rostro (véase n 55).

Al retomar el concepto bíblico de idolatría, el Papa nos muestra que la misión central de la Iglesia es no anunciar y "probar" que Dios existe, sino más bien discernir entre los dioses que están en la "lucha" en el mundo. La Biblia, en el fondo, trata fundamentalmente una cuestión: ¡Cual es el verdadero Dios y donde está! (Es oportuno recordar el libro de Carlos Mesters, "Dios, ¿dónde estás?). El Nuevo Testamento nos dice que Dios está donde las personas se aman entre ellas en una relación de gratuidad (Ver 1 Jn 4) y por ese motivo luchan por la justicia y la Vida.

En su discernimiento de la idolatría en el capitalismo, el Papa no utiliza un argumento religioso para criticar a los falsos dioses. No dice, por ejemplo, que la absolutización del mercado es idolatría, porque va contra las enseñanzas de la iglesia o porque sólo Dios puede ser considerado absoluto. Especialmente este segundo argumento llevaría a una discusión abstracta sobre el ser absoluto y perdería de vista la realidad concreta de opresión, exclusión y muerte contra la cual debemos anunciar con alegría el Evangelio. El principal criterio utilizado por el papa para criticar la idolatría es que el fetichismo del dinero y la absolutización del mercado invierte el papel de la economía: estar al servicio de la vida humana y del bien común de toda sociedad, esto incluye también a los excluidos del mercado. El ídolo se opone al ser humano concreto, por esa razón se opone al Dios de la Vida.

La vida concreta del ser humano vulnerable, es el criterio para discernir entre un ídolo y Dios. No porque el papa esté cayendo en un reduccionismo antropológico, negando el "teocentrismo”, como alguien podría argumentar, sino porque la fe cristiana confiesa que Dios entra en la historia al encarnarse en un ser humano concreto, nacido pobre en la periferia del mundo. Para la fe cristiana, no hay camino a Dios, que no pase por el ser

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humano concreto, no hay como encontrar el rostro de Jesús Resucitado a no ser mirando el rostro de las víctimas de las opresiones y explotaciones.

Por lo tanto, la evangelización no puede pasar al lado de las personas concretas que están muriendo prematuramente, ya sea por pobreza o por la creciente violencia alimentada por el aumento tan brutal de la desigualdad social, por el escándalo de la ostentación absurda (por ejemplo, automóviles de 2,3 millones de euros) frente a tantas personas que luchan desesperadamente para conseguir el "pan de cada día".

Hay en el documento, sin duda, partes importantes sobre nuevos caminos y modos de funcionamiento de la Iglesia. Pero, como el papa nos recuerda, la iglesia no es el punto de llegada de una caminata, sino un "puerto” en que buscamos fuerza para salir al mundo y anunciar la buena nueva. Y este anuncio sólo será buena nueva para los pobres (Lc 4), si desenmascaramos a los ídolos que hoy en día, dominan las cabezas y los corazones de muchas personas – incluso las que están en nuestras iglesias – y llevamos la esperanza y el testimonio de que Dios todavía continua oyendo sus clamores y está golpeando a nuestras puertas, para que abramos nuestros oídos y nuestra visión y luchemos por una sociedad mas justa.

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